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TROTAMUNDOS Dalí urbano, rural y marítimo Las huellas del genial pintor, pueden visitarse en tres escenarios del Ampurdán que dan muestra de su creatividad y obra artística Si ha habido un autor del pasado siglo veinte vinculado al terruño, ese, seguramente, haya sido Salvador Dalí. Un pintor que bebió de la influen- cia de sus raíces. Esas que hablan de una tierra donde hay escenarios urbanos imprescindibles, bucólicos pueblos y playas que podrían competir en cualquier lista de esas que se hacen a nivel mundial. Dalí fue, es y seguirá siendo figura uni- versal. Con constantes periplos y encuentros en ciudades como Madrid, París o Nueva York, pero que no olvidó nunca sus orígenes. Hoy, esa huella dejada sobre el terreno, se puede seguir en tres lugares de su Ampurdán natal. En un perfecto triángulo urbano, rural y marítimo. Urbano Salvador Dalí nació en el año 1902 en Figueres. Una localidad ubicada en el interior gerundense y que actualmente, tiene 45.000 habitantes. Allí pasó su infancia y empezó a interesarse por las artes y el mundo de la cultura. Y ahí murió. Así no resulta extraña la influencia que tuvo esta pequeña ciudad para el pintor surrealista. Y como testimonio, da buena cuenta el primero de nuestros escenarios: el Teatro- Museo Dalí. Este edificio se ubica en pleno centro de Figueres. Rodeado de calles en las que se pueden encontrar agradables terrazas. Donde la figura de Dalí es venerada allá donde se vaya. Por ídolo y porque, además, aquí el pintor es sustento y motor econó- mico para muchos paisanos. Numerosas tiendas y espacios recuerdan al más ilustre artista que ha tenido y quién sabe si tendrá, esta ciudad. El exterior del museo posee algunos elementos característicos de su obra. Como esos colosales huevos blancos de los que Dalí hizo marca propia. Colocados en diferentes formas, coronan lo alto del edificio en su parte trasera. En la entra- da principal, justo en el lado opuesto, la fachada neoclásica se acompaña de personajes variopin- tos que se encargan de recibir la cola de viajeros. Muchos, miran sorprendidos. Otros, ni siquiera se percatan. Pero hay algo seguro: quienes más se divierten son los niños. Para ellos, este escenario surrealista es alimento para su fantasía. Ya en el interior, destaca una enorme cúpula. Visitada al ocaso, la luz blanquecina que emite es pura delicia. Bajo esta, aguarda la tumba de Dalí y un gran cuadro, de no menos de diez metros de altura que se encarga de recibir -casi retar-, a to- dos los que acceden por la puerta. A su alrededor, una serie de galerías y pasillos conducen a dife- rentes salas donde se pueden encontrar juegos de espejos y sombras, extraños muebles y grabados con personajes salidos del inframundo. También hay grandes pinturas. Allí se observa el dominio de Dalí en multitud de técnicas, como la cubista, antes de que se convirtiera en maestro surrealista. Las obras de su etapa más madura, destacan por su perspectiva, profundidad y brillan por su gama cromática. También hay espacio para una colección de joyas, que es toda una declaración de intenciones en favor del trabajo y proceso artesanal de elabora- ción de las mismas. A la salida, uno comprende por qué este museo es el segundo más visitado de Cataluña. Rural Dalí adquiere el castillo de Pubol en 1969. Su objetivo: ser objeto de decoración y regalo para su musa, Gala. Allí experimenta con un espacio más

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TROTAMUNDOS

Dalí urbano, rural y marítimoLas huellas del genial pintor, pueden visitarse en tres escenarios del Ampurdán que dan muestra de su creatividad y obra artística

Si ha habido un autor del pasado siglo veinte vinculado al terruño, ese, seguramente, haya sido Salvador Dalí. Un pintor que bebió de la influen-cia de sus raíces. Esas que hablan de una tierra donde hay escenarios urbanos imprescindibles, bucólicos pueblos y playas que podrían competir en cualquier lista de esas que se hacen a nivel mundial. Dalí fue, es y seguirá siendo figura uni-versal. Con constantes periplos y encuentros en ciudades como Madrid, París o Nueva York, pero que no olvidó nunca sus orígenes. Hoy, esa huella dejada sobre el terreno, se puede seguir en tres lugares de su Ampurdán natal. En un perfecto triángulo urbano, rural y marítimo.

Urbano

Salvador Dalí nació en el año 1902 en Figueres. Una localidad ubicada en el interior gerundense y que actualmente, tiene 45.000 habitantes. Allí pasó su infancia y empezó a interesarse por las artes y el mundo de la cultura. Y ahí murió. Así no resulta extraña la influencia que tuvo esta pequeña ciudad para el pintor surrealista. Y como testimonio, da buena cuenta el primero de nuestros escenarios: el Teatro- Museo Dalí.

Este edificio se ubica en pleno centro de Figueres. Rodeado de calles en las que se pueden encontrar agradables terrazas. Donde la figura de Dalí es venerada allá donde se vaya. Por ídolo y porque, además, aquí el pintor es sustento y motor econó-mico para muchos paisanos. Numerosas tiendas y espacios recuerdan al más ilustre artista que ha tenido y quién sabe si tendrá, esta ciudad.

El exterior del museo posee algunos elementos característicos de su obra. Como esos colosales huevos blancos de los que Dalí hizo marca

propia. Colocados en diferentes formas, coronan lo alto del edificio en su parte trasera. En la entra-da principal, justo en el lado opuesto, la fachada neoclásica se acompaña de personajes variopin-tos que se encargan de recibir la cola de viajeros. Muchos, miran sorprendidos. Otros, ni siquiera se percatan. Pero hay algo seguro: quienes más se divierten son los niños. Para ellos, este escenario surrealista es alimento para su fantasía.

Ya en el interior, destaca una enorme cúpula. Visitada al ocaso, la luz blanquecina que emite es pura delicia. Bajo esta, aguarda la tumba de Dalí y un gran cuadro, de no menos de diez metros de altura que se encarga de recibir -casi retar-, a to-dos los que acceden por la puerta. A su alrededor, una serie de galerías y pasillos conducen a dife-rentes salas donde se pueden encontrar juegos de espejos y sombras, extraños muebles y grabados con personajes salidos del inframundo. También hay grandes pinturas. Allí se observa el dominio de Dalí en multitud de técnicas, como la cubista, antes de que se convirtiera en maestro surrealista. Las obras de su etapa más madura, destacan por su perspectiva, profundidad y brillan por su gama cromática.

También hay espacio para una colección de joyas, que es toda una declaración de intenciones en favor del trabajo y proceso artesanal de elabora-ción de las mismas. A la salida, uno comprende por qué este museo es el segundo más visitado de Cataluña.

Rural

Dalí adquiere el castillo de Pubol en 1969. Su objetivo: ser objeto de decoración y regalo para su musa, Gala. Allí experimenta con un espacio más

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La cúpula de la entrada principal del Teatro-Museo de Dalí en Figueras, luce de forma espectacular en la noche

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abierto, más natural, en la búsqueda de la tri-dimensionalidad, aspecto que le interesaría a partir de entonces.

La visita, en su comienzo, conduce a diferentes estancias. Habitaciones con camas para un des-canso austero, pero a las que no faltan elemen-tos decorativos. Baños con griferías doradas y pequeñas baldosas. Puertas fuertes y labradas, antesala de habitáculos de un castillo al que faltan torres, aunque para nada desmerece.

En la parte superior, exposición de los algunos de los mejores trajes de gala de Gala y otras prendas de vestir que diseñó el polifacético artista. Aunque lo mejor está en el exterior. En esos jardines donde uno puede perderse duran-te minutos, quizás horas. Literalmente. No por grandes, sino por el juego laberíntico que ofrece. Entre medio de los matorrales, aparecen diver-sas esculturas. Un elefante de delgadas patas que ha salido de sus cuadros para hacerse piedra. Una fuente que, al viajero, recordará a la del patio de los leones de la Alhambra. Y escenarios como esa piscina central donde el jardín muere, mezcla de elementos clásicos y abstractos. En Pubol, la visita conduce a profundizar en un Dalí más reposado y nostálgico, que se funde en el entorno rural. Regalando al turista un recorri-do, al que se recomienda ir con filosofía slow.

Marítimo Cadaqués es actualmente un gran centro turís-tico de la Costa Brava. Situado en un enclave característico, es un pueblo de casas blancas y constantes subidas y bajadas. Con diminu-tas calas de arena y canto rodado que invitan al disfrute. Con una gastronomía de carácter, referente a nivel internacional. De por sí, esta localidad fue creada para el triunfo turístico. Si a ello le sumamos la obra que dejó Dalí, la visita no es que pase a estar justificada, sino que ya coge tintes de ser obligatoria. Aquí el pintor fijaría su residencia habitual. Por lo menos hasta 1982, año en el que un afectado Dalí, se traslada a Pubol tras el fallecimiento de Gala. Para llegar a esta casa, se debe salir del centro del municipio y dirigirse hacia la cala de Port Lligat. Que no preocupe el camino. Es cor-to y merece la pena. Mientras se deja atrás

el pueblo, se va teniendo una privilegiada pano-rámica. Con un intenso azul mediterráneo se cuela suavemente en las playas de Cadaqués.

La Casa de Salvador Dalí guarda consonan-cia con el resto de la población y también es blanca. De formas cúbicas y rectangulares. Con ventanas cuya vista siempre se dirige al mar. En épocas de alta afluencia, toca guardar fila, tras haber realizado la obligatoria reserva en la web oficial (www.salvador-dali.org). Sin embargo, el tiempo de espera no importa. Para entrete-nimiento; ahí está el propio edificio, la tienda oficial de souvenirs, un pequeño café y, para los conformistas, unas vistas dispuestas al disfrute.

A la residencia se accede a través de una es-calinata y en reducidos grupos. El suelo de la casa es de mimbre y al igual que en Pubol, aquí también hay diversas estancias y notables mue-bles. La parte más sorprendente es el estudio de pintura, situado en la planta baja, y en el que todavía pueden verse algunas obras inacabadas. No menos curioso resulta un patio interior con algunos elementos abstractos y reminiscencias andalusís –de nuevo, la Alhambra, aunque esta vez, los leones del patio se acompañan por figuras de toreros-.

La parte más alta se deja para el final de la visita. Desde la azotea, se puede disfrutar de algunas obras audiovisuales y de una panorá-mica especial, acompañada de más elemen-tos decorativos made in Dalí. Es así como se conoce este otro espacio. Frente al intenso mar, invitando a comprender, todo este mundo ma-rítimo que influyó al artista.

Salvador Dalí. Uno de los mayores genios de la pintura universal. Una figura que, por su marcada personalidad, no dejó a nadie indi-ferente. Para unos, un lunático. Para otros, un gran creador. Para los menos, un incomprendi-do. Sea como fuere, con la visita a estos espa-cios se puede entender varias cosas. Que Dalí no era sólo un gran pintor surrealista. Que el amor que sentía por su musa era sincero, quizás desmesurado. Y que la devoción que tenía por su Ampurdán era tan especial, que decidió dejar su impronta, como legado, en un perfecto triángulo, urbano, rural y marítimo.

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La alargada figura de “Gala”

Elena Ivánovna Diákonova, rebautizada como Gala, fue esposa y musa de Dalí. Pero también previamente de otros creadores e intelectuales con los que mantuvo numerosos encuentros, algunos sentimentales. Entre ellos el pintor Max Ernst o el poeta Paul Eluard, con el que llegó a casarse y tener una hija. Gala siempre supo relacionarse con ciertas esferas y estuvo interesada en las artes. En 1929, conoció a Dalí y desde entonces, pasó a ser inspiración y recurso para un sólo artista. Para muestra, algunas pinturas, como esa Leda atómica del teatro-museo de Figueras de la que es absolutamente protagonista o espacios, como la cripta del Castillo de Púbol que guarda los restos de la única musa daliniana.

Residencia ubicada en el entorno portuario de Port Lligat (Cadaqués)