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DADI BENSKI “EL CHOCOLATE ME RECUERDA AL MUNDO DE FANTASIA, CUENTOS Y AMOR QUE HEREDE DE MIS ANTEPASADOS” Junto a su hija Federica, abre las puertas de su casa y cuenta la fascinante historia de una familia de inmigrantes ucranianos que desde hace más de cien años se dedica al arte del chocolate Fiel a la tradición de su madre, la dueña de casa prepara todos los años un té para celebrar el domingo de Pascua. Por supuesto, en su mesa no pueden faltar los conejitos de chocolote ni los huevos. En la otra página: Dadi y Federica templan el chocolate antes de preparar bombones para agasajar a la familia.

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DADI BENSKI “EL CHOCOLATE ME RECUERDA AL MUNDO

DE FANTASIA, CUENTOS Y AMOR QUE HEREDE DE MIS ANTEPASADOS”

Junto a su hija Federica, abre las puertas de su casa y cuenta la fascinante historia de una familia de inmigrantes ucranianos

que desde hace más de cien años se dedica al arte del chocolate

Fiel a la tradición de su madre, la dueña de casa prepara todos los años un té

para celebrar el domingo de Pascua. Por supuesto, en su mesa no pueden faltar los

conejitos de chocolote ni los huevos. En la otra página: Dadi y Federica

templan el chocolate antes de preparar bombones para agasajar a la familia.

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El comedor de Dadi está listo para recibir a sus invitados. Decorado con sillas francesas, una cómoda estilo

español y jarrones antiguos de mayólica, en el ambiente se destaca una obra del impresionista italiano

Ludovico Tommaso y otra del argentino Antonio Berni. “Mi suegro fue un gran coleccionista de arte y muchos de

sus cuadros están en esta casa”, cuenta Dadi.

“Mi abuela preparaba una gran mesa de té todos los

domingos. Era un momento en el que disfrutaba de

charlas increíbles, de historias de experiencia y

fantasía” (Federica)

L a tradición nació cuando Nicolás II era aún el zar de Rusia. En la lejana ciudad de Mogilev (actual Bielorrusia), la familia

Benski tenía una pequeña pero exitosa fábri-ca de chocolates y caramelos llamada Iris, que era líder en toda la región. Sin embargo, en 1917 el ejército bolchevique tomó posesión del Kremlin y los Romanov, la última dinastía imperial, fueron asesinados. Muchas familias decidieron emigrar para escapar del comu-nismo, y los Benski no fueron la excepción. Llegaron a Rumania en 1918 y se instalaron en Bucarest, donde construyeron una nueva fábrica de chocolates. Pero el infortunio vol-vió a alcanzarlos con la llegada de la Segunda Guerra Mundial, ya que debieron escapar, una vez más, de la amenaza nazi.

Sin embargo, Abracha, uno de los cuatro hijos del matrimonio Benski, ansioso de iniciar una nueva vida lejos de la guerra, decidió huir junto con sus amigos de la co-lectividad y refugiarse del otro lado del Mar Negro. Con los ahorros de todos alquilaron un velero, aunque tuvieron que buscar a una persona que fuera cristiana para poder rea-lizar la operación y obtener el permiso para abandonar el puerto.

Nicolita Georgescu –madre y abuela de nuestras entrevistadas– fue la valiente mujer que firmó el contrato de alquiler solamente “por un fin de semana” y tomó el timón ha-cia altamar. De alma exploradora, ella aceptó el desafío de huir con ese grupo de hombres para escapar con su novio de la pobreza que azotaba a la capital rumana. Cantante de tea-tro y discípula del afamado actor Constantin Tanase, la belleza de Nicolita cautivó a Abra-cha desde el primer momento.

Los fuertes vientos y la poca visibilidad hi-cieron que el velero encallara en costas de Turquía, donde fueron desposeídos de sus pertenencias y quedaron prisioneros. Gracias a la misericordia de un general armenio, los tripulantes del Joinor –ese era el nombre del barco– fueron liberados en la frontera con Siria. Nicolita y Abracha llegaron como pu-dieron a Beirut, donde se casaron e intenta-ron rehacer sus vidas. Allí lograron subsistir

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vendiendo flores de azúcar y cubitos de chocolate a la salida del cine más famoso de la “París de Medio Oriente”, donde la buena suerte tocó a sus puertas: un gran empresario chocolatero probó lo que Abracha vendía y quedó maravillado por su manera de trabajar el chocolate. Sin dudarlo, lo contrató.

Pero en 1948, estalló la guerra árabe-israelí y los Benski supieron que era el momento para emigrar a Argentina, donde uno de los hermanos de Abracha tenía una fábrica de telas. Con ahorros compraron una casa en Buenos Aires, en la que nacieron sus hijas María Cris-tina (Dadi) y Ana María (Kuki, una re-conocida artista plástica). Fiel a su pa-sión, la pareja decidió volver a fabricar chocolates y en un garaje de Belgrano R montaron una fábrica. Al ver que una

de las debilidades de los argentinos era el dulce de leche, en 1958 tuvieron la gran idea de crear Cabsha (forma foné-tica de decir “te quiero” en árabe). Y el éxito fue rotundo.

Hoy, Dadi Benski de Marinucci y su hija Federica, herederas de una tradi-ción de más de cien años, son quienes buscan seguir el legado familiar. En 2006 crearon Vasalissa, una de las chocolateries más exitosas. Un concepto único en el que se ve reflejado el espíritu de la his-toria de los Benski. “Quisimos crear un clima especial que representara nuestro mundo privado. Un mundo de fantasía, cuentos, con recuerdos de infancia, de aromas y sabores especiales”, cuentan. A pocos días de que se celebre la Pascua, Dadi abre para ¡Hola! la intimidad de su hogar, donde, junto a Federica, crea una

atmósfera única.–¿Cómo surgió la idea de retomar la tra-

dición familiar de fabricar chocolates?Dadi: Creo que porque el chocolate es-

tuvo siempre muy presente en nuestras vidas. Recuerdo con mucha emoción estar sentada en las piernas de papá pro-bando los distintos chocolates y él ense-ñándome a diferenciarlos. Con Federica siempre hacíamos chocolates en casa y un día, terminando unas trufas para una comida familiar, decidimos crear Vasalis-sa, una chocolatería en la que pudiéra-mos volcar los valores y las enseñanzas transmitidas por mi padre.

–¿De dónde nace el nombre Vasalissa?Federica: Es el personaje de un cuento

de hadas ruso que habla sobre el legado que los padres dejan a sus hijos. La ma-dre de la protagonista, una chiquita que

“Mi estilo está muy vinculado al de mi madre.

Cada cosa tiene su historia, y siempre me remite a todos los seres que quiero” (Dadi)

Amante de los tonos neutros y de los libros antiguos, Dadi es una gran anfitriona. “En mi casa

siempre había invitados, y mi padre siempre los recibía con chocolates. Me encanta agasajar porque es un acto de afecto”, confiesa. Abajo: decorada en blanco y color menta, la habitación de los Marinucci

es amplia y luminosa.

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Arriba: Federica, embarazada de cuatro

meses, y su madre posan junto a su labrador Theo en la terraza. “Esta casa tiene muchas alfombras

porque mi mamá las adoraba y yo también. Recuerdo que era todo

un ritual cuando una vez al año las lavaba con agua y jabón”, cuenta

Dadi. Derecha: la terraza es uno de los lugares

que más usa la dueña de casa. Durante el

verano, todos los fines de semana organiza asados con la familia y amigos.

está muy enferma, le regala una muñeca a su hija, a la que cuida con mucho amor y nombra Vasalissa. La muñeca será quien la guíe en su vida y a quien recurrirá en momentos difíciles. De hecho, mi padre usó su imagen para ilustrar el envoltorio de Cabsha.

–¿Qué recuerdos te acompañan en esta nueva aventura?

Dadi: Mi inspiración, y creo que también la de mi hija, está marcada por los recuer-dos. Siempre estuve rodeada de mucha dulzura y amor. Una de las cosas que más me marcaron fue la atmósfera que mis pa-dres creaban alrededor de una gran mesa de té todos los domingos. Ese era para mí el mejor momento de la semana: disfrutar

de charlas increíbles, de cuentos llenos de experiencias y fantasía, probando recetas que vinieron con ellos desde muy lejos.

Tengo muy grabada la imagen de mi pa-dre, Abracha, con su delantal impecable, preparándonos delicias que todos los días nos enseñaba a conocer y a disfrutar.

Federica: Yo recuerdo a mi abuelo dán-donos a probar chocolates que él mismo hacía. Siendo una niña, ¡eso era el paraí-so! [Risas]. Cada una de sus creaciones eran deliciosas, y él, entre anécdotas e historias fascinantes, nos hacía volar en el tiempo. La idea de esa gran mesa inten-tamos repetirla en nuestras chocolaterías.

–Tengo entendido que, además de ser socias, comparten la pasión por la

fotografía…Dadi: Así es. Y nos encanta viajar por el

mundo para ver exposiciones de fotos. Las dos estudiamos fotografía y somos apasio-nadas del tema. Con decirte que tenemos nuestro propio estudio, donde revelamos y atesoramos una gran biblioteca. La foto-grafía es algo que siempre nos unió, pero este proyecto nació del corazón. Mi vínculo con el chocolate siempre fue muy fuerte y eso mismo quiero generar con mi hija. Se-guir transmitiéndole el legado de la fabri-cación de chocolates. De hecho, creo que esa pasión es la que nos ayudó a trabajar muy duro para crear la estética de nuestra marca. Desde un principio quisimos que todos nuestros locales fueran totalmente

“Fede, que estudió escenografía y pâtisserie, es muy creativa y ordenada; es mi cable a tierra. Somos muy diferentes,

pero hay una cosa en la que nos parecemos mucho: el amor por lo que hacemos” (Dadi)

Arriba: la casa está construida en un terreno que perteneció a uno de los campos de los Alzaga Unzúe, a 50 kilómetros de Buenos Aires. En la que fuera la casita de los jardineros de entonces –construida en estilo Tudor–, las Marinucci empezaron a

fabricar chocolates en 2006 para su marca. Desde ahí manejan su empresa y hacen las pruebas de sus nuevos productos.

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Federica y su madre salen de la “casita” en la que

nació la idea de crear una de las chocolaterías más

prestigiosas del país. “Todos los días, cuando arranco mis actividades, recuerdo a mi padre con

su gran valija de viaje repartiendo chocolates

de los más variados y exóticos gustos”.

fotográficos. Que al entrar, uno pudiera viajar en el tiempo.

Federica: Mi madre fue quien me inculcó el amor por la foto-grafía. Estudiamos en el Instituto Argentino de Fotografía y con el paso del tiempo hicimos una in-finidad de cursos juntas. Más allá del chocolate, la fotografía es lo que más disfrutamos hacer.

–Dadi, ¿qué pensaría tu padre sobre Vasalissa si estuviera vivo?

–Sé que estaría muy orgulloso de ver cómo nació y creció este proyecto. Todos los días tengo muy presentes sus enseñanzas, pero so-bre todo los valores que me incul-có: paciencia, respeto y amor.•

“Mi abuelo fue un hombre único, un ser excepcional que transmitía todo su amor en el trabajo. Ahora nosotras mostramos su legado” (Federica)

Arriba: los Benski en Beirut, en 1947. Izquierda: Nicolita Georgescu, madre de Dadi, era una

conocida actriz antes de abandonar Rumania. Su fama la llevó a actuar frente al rey Faruk de Egipto.

Texto y producción: Rodolfo Vera CalderónFotos: Tadeo Jones

Maquillaje y peinado: Joaquín López Patterson, para Elite Estudio