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74 Alain Basail Rodríguez, Centro de Estudios Superiores de México y Centroamérica. Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas. T E M Á T I C A DESARROLLO Y POLÍTICAS CULTURALES ADAGIO AL DISCURSO Y AL RECURSO DE LA CULTURA Alain Basail Rodríguez Alucinados por el progreso, creímos que avanzar era olvidar, dejar atrás las manifestaciones de lo mejor que hemos hecho, la cultura riquísima de un continente indio, europeo, negro, mestizo, mulato, cuya creatividad aún no encuentra equivalencia económica, cuya continuidad aún no encuentra correspondencia política. Carlos Fuentes, 1997:1 E stas notas acerca de los vínculos entre cultura, política y desarrollo nacen del interés por contribuir a la comprensión de las implicaciones socioculturales referidas a políticas y proyectos de desarrollo, a la sensibilización de los planificadores teniendo en cuenta la importancia de la cultura y, por último, a perfilar algunos factores o componentes culturales de los procesos de cambio social. Advierto que el nivel de generalidad de las ideas expuestas busca trascender lo estrictamente particular para reflexionar sobre algunas sospechas de las múltiples dimensiones que entraña la relación desarrollo-cultura y además, con modestia, formular proposiciones teóricas sobre el papel fundamental de las políticas culturales y de la agencia humana en la constitución así como dinámica cultural de las sociedades contemporáneas. Desarrollo y Cultura: convergencia conceptual Los conceptos de desarrollo y cultura han llegado a convertirse en palabras-fetiches. No porque todos los conceptos lo sean de alguna manera, al pretender describir con cierta precisión una categoría coherente de fenómenos socialmente relevantes, sino porque han actuado como poderosos “filtros intelectuales” en la comprensión del mundo y las formas de actuar en él (Viola, 2000:11). Sin duda, ambos constituyen ideas- fuerzas directrices del pensamiento y la acción en los tiempos modernos, siendo de los más densamente embebidos de ideología de todo el siglo XX. De manera que evocan una red de significa-dos bastante opacos y frágiles en la que se está irremediablemente atrapado a la hora de plantear la ardua tarea de su reconstrucción teórica. Tarea que de ninguna manera se pretende asumir en este ensayo. No obstante, sí se apuesta por problematizar sobre la siguiente proposición: cuando se invoca discursivamente a la cultura y al desarrollo, se conjura, busca y realiza algo en cuyo sentido hay que centrarse para comprenderlos. La idea de desarrollo ha estado determinada por visiones economicistas, eurocéntricas y androcéntricas (Cambra, 2002). La ideología del desarrollo se forjó en torno a la idolatría del progreso tecnológico, la visión funcionalista del mismo y la racionalidad instrumental. Esta ideología presupuso, más que un repertorio de

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Alain Basail Rodríguez, Centro de Estudios Superiores de México y Centroamérica.Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas.

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DESARROLLO Y POLÍTICAS CULTURALES

ADAGIO AL DISCURSO Y AL RECURSO DE LA CULTURA

Alain Basail Rodríguez

Alucinados por el progreso, creímos que avanzar era olvidar, dejar atrás lasmanifestaciones de lo mejor que hemos hecho, la cultura riquísima de un continenteindio, europeo, negro, mestizo, mulato, cuya creatividad aún no encuentra equivalenciaeconómica, cuya continuidad aún no encuentra correspondencia política.

Carlos Fuentes, 1997:1

Estas notas acerca de los vínculos entre cultura,política y desarrollo nacen del interés porcontribuir a la comprensión de las implicaciones

socioculturales referidas a políticas y proyectos dedesarrollo, a la sensibilización de los planificadoresteniendo en cuenta la importancia de la cultura y, porúltimo, a perfilar algunos factores o componentesculturales de los procesos de cambio social. Adviertoque el nivel de generalidad de las ideas expuestas buscatrascender lo estrictamente particular para reflexionarsobre algunas sospechas de las múltiples dimensionesque entraña la relación desarrollo-cultura y además, conmodestia, formular proposiciones teóricas sobre elpapel fundamental de las políticas culturales y de laagencia humana en la constitución así como dinámicacultural de las sociedades contemporáneas.

Desarrollo y Cultura:convergencia conceptual

Los conceptos de desarrollo y cultura han llegado aconvertirse en palabras-fetiches. No porque todos losconceptos lo sean de alguna manera, al pretender

describir con cierta precisión una categoría coherentede fenómenos socialmente relevantes, sino porque hanactuado como poderosos “filtros intelectuales” en lacomprensión del mundo y las formas de actuar en él(Viola, 2000:11). Sin duda, ambos constituyen ideas-fuerzas directrices del pensamiento y la acción en lostiempos modernos, siendo de los más densamenteembebidos de ideología de todo el siglo XX. Demanera que evocan una red de significa-dos bastanteopacos y frágiles en la que se está irremediablementeatrapado a la hora de plantear la ardua tarea de sureconstrucción teórica. Tarea que de ninguna manerase pretende asumir en este ensayo. No obstante, sí seapuesta por problematizar sobre la siguienteproposición: cuando se invoca discursivamente a lacultura y al desarrollo, se conjura, busca y realiza algoen cuyo sentido hay que centrarse para comprenderlos.

La idea de desarrollo ha estado determinada porvisiones economicistas, eurocéntricas y androcéntricas(Cambra, 2002). La ideología del desarrollo se forjóen torno a la idolatría del progreso tecnológico, la visiónfuncionalista del mismo y la racionalidad instrumental.Esta ideología presupuso, más que un repertorio de

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teorías económicas o de soluciones técnicas, unadeterminada concepción de la historia de la humanidady de las relaciones entre el hombre-naturaleza, entre lospropios hombres y, también, un modelo implícito desociedad que generalmente se consideró comouniversalmente válido y deseable. Dicha concepcióndel tiempo histórico fue definida en términos de lalaica y moderna “idea de progreso”, sustituta de lacristiana y medieval “idea de la providencia” (Gray,2004; Cambra, 2000:1). De tal modo, han gobernadola fe en las propiedades desmistificadoras de la ciencia,la perfectibilidad del hombre y de la humanidad, lacombinación de positivismo —separación de valoresy hechos— y monismo —una única respuesta—, hastaconferirle un creciente poder social a los “expertos”,privilegiar un enfoque tecnocrático de los problemassociales e imponer la creencia tendente inevitable a lahomogeneidad y desaparición de la diversidad cultural.Todo ello alrededor de un estado más o menosprotagónico en relación con la centralidad del mercado,no sólo como espacio de relaciones comerciales sino,como advirtió el viejo Marx, en tanto generalizaciónde un modo de representar sujetos, procesos y objetosregidos por la lógica del fetichismo.

Asimismo, las ficciones del encantamientomodernizador cristalizaron alrededor de una “idea decultura” que sustituyó a la “idea de la Gracia” comocemento ideológico de la sociedad (Bueno, 1997).Precisamente por ello, la cultura ha constituido un mitomoderno modulado para dignificar, abstraer y neutralizarcuanta práctica y discurso social puede alcanzarse aimaginar y, sin extrañamientos, se ha redefinido enespurios términos “nacionales”, de “élite” o de “masa”.

En el discurso político del estado nacional la culturaha sido, entre otras, un fundamento. Su proyecto operacon eficacia la homogeneidad e integra a la “sociedadnacional” como un todo, basado en políticas quedelimitan fronteras físicas y simbólicas, controlan,disciplinan y patrimonializan símbolos, valores y lengua

legítima. De manera que los múltiples usos de la culturaa partir de apropiaciones sociopolíticas, educativas yeconómicas no dejan de acrecentarse hoy cuando sehabla de mejorar las condiciones de vida, promover latolerancia entre culturas, la participación cívica y,fundamentalmente, cuando todo indica que lareproducción del sistema de relaciones capitalistas seculturaliza.

Las crisis sociales como crisis de los modelos dedesarrollo que abrieron profundas brechas humanas,ecológicas y regionales, trajeron consigo, sobre todo apartir de los años 60, un cuestionamiento ético y estéticode las consecuencias perversas de esta modernidad;los efectos materiales y simbólicos, medioambientalesy culturales de la racionalidad científica: la fe ilimitadaen el progreso. Del mismo modo, ha sido una crítica ala falacia objetivista del desarrollo basado en lamaterialidad tecnoeconómica y el consumismo vorazal margen de los marcos culturales; también, a laescatología del desarrollismo y a sus impulsossalvacionistas que endiosaron al mercado bajo elprincipio del laissez-faire y hasta contribuyeron a regularel cuerpo para transformarlo en un bien de consumo.Entonces, comenzó un reconocimiento explícito delpapel del medio ambiente como recurso para eldesarrollo y un llamado conservacionista para conciliarlos intereses nacionales y globales frente a los estilos deproducción y consumo irracionales y despilfarradores(PNUD, 1998). Asimismo, como un reclamo desostenibilidad para garantizar la satisfacción de lasnecesidades de las presentes y futuras generaciones. Sinembargo, los principios medio-ambientalistas y desostenibilidad se han sometido a un nuevoreduccionismo así como a una desvirtuación ideológicahasta perder cierto contenido “crítico” inicial (Celecia,1997:59).

Las características de, y los criterios para alcanzarun desarrollo sostenible en términos ecológicos, fueroncomplementados por la propuesta de desarrollo

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humano definida en los Informes del Programa de lasNaciones Unidas para el Desarrollo (PNUD, 1990-1998).Al crecimiento económico se añaden criterios debeneficio y equidad social para regenerar el medioambiente y potenciar a la persona. El nuevo énfasis enla agencia humana —su dignidad y decencia— sumaal telos del proceso de desarrollo niveles o dimensionesdonde se recuperan los valores de sostenibilidad yseguridad, al tiempo que entran en juego otros comola potenciación del hombre, la cooperación y laequidad social (PNUD, 1999:62-63). Todo esto, siempre,dentro del modelo de desarrollo y las relaciones socialesdominantes en la modernidad, sin cuestionar sus límites.

Durante la época culmen de la teoría de lamodernización, las culturas de las sociedades del tercermundo fueron percibidas como los obstáculosfundamentales para su desarrollo, en la medida en quedichas culturas eran identificadas con actitudes defatalismo, inmovilismo y oscurantismo, y con estructurassociales obsoletas por tradicionales o premodernas(Viola, 2000:16). Una crítica de estos presupuestossupuso reconsiderar el papel de la cultura en lamediación de los procesos sociales de cambiotecnológico, económico, político, y en la reconstrucciónde un mundo conflictivo y crísico. En los años 70 seprodujo un llamamiento a la descolonización de lamente, se promovió una forma de pensar, de presentara las sociedades del sur ajena a los discursos y prácticasdominantes, a una vulgar concepción materialista deldesarrollo. Así, junto con la diversidad biológica yregional, se comenzó a reivindicar la diversidad culturalcomo “fuente de energía social y de desarrollo”, adefender los derechos culturales y la ciudadanía cultural,y a plantear las profundas y complejas relaciones entrecultura y desarrollo. Por ejemplo, expertos de la UNESCO

lo abordaron como “desarrollo cultural” para rechazar“la necesidad” o “la posibilidad” de la imitaciónmecánica de las sociedades industriales, también parapromover la responsabilidad, la voluntad y el

compromiso en un desarrollo con democracia, equidady participación. A pesar de tomar debida nota de lasparticularidades de cada entidad, no se evitaron lascontradicciones teóricas y prácticas de pretender undesarrollo propio o autárquico, que conduciríainevitablemente a estados superiores, o al impulsodireccionado del cambio —tal autarquía es aúnpromovida con ingenuidad por algunos—. Noobstante, de esta manera empezó a verse el papel de lacultura y de la agencia humana en el desarrollo comoproceso multidimensional y meta compleja.Paulatinamente durante la década de los 90, lavaloración del “capital cultural” en las estrategias dedesarrollo sustituyó a los fracasos de la inversión en“capital físico”, “capital humano” o “capital social” delas décadas precedentes (Yúdice, 2002:28). De maneraque en las discusiones actuales sobre los problemas deldesarrollo se habla de la dimensión humana, ecológica,y de criterios de “sustentabilidad” o “sostenibilidad”,así como de una ineludible dimensión cultural.

En contra de lo que se pensaba, la era de laglobalización no ha venido marcada por una tendenciahacia la lisa y llana homogeneización cultural del mundoo mundialización; más bien, se caracteriza por una“transculturalidad planetaria”, una especie desincronización del desarrollo capitalista con un alcancegeográfico y unas metas que imaginan al mundo deuna manera que parece menos moderna, sin llegar aserlo plenamente porque se extrema en sus dramascivilizatorios.

La cultura como recurso económico se legitimó eimpuso sobre otras interpretaciones hasta situarse en elseno del proceso de producción y reproducciónampliada del valor como esencia de la sociedadcapitalista (Acanda, 2002:13). En tanto, la racionalidadeconómica absorbió la producción cultural ya quesubsume a los productos culturales en la lógica de lasmercancías para controlar la producción de valor, “...lagestión, la conservación, el acceso, la distribución y la

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inversión” (Yúdice, 2002:13), y el propio consumo delas mercancías culturales a través de mecanismos queejercen una profunda violencia simbólica.

La cultura como recurso cobra legitimidad entrelos políticos que deciden la inversión y protecciónculturales por su valor utilitario para disminuir losconflictos, procurar justicia social e impulsar eldesarrollo económico; para, de esta manera, fortalecera la sociedad civil como soporte del desarrollo delcapital, promover el desarrollo del turismo, de lasindustrias culturales en general y de todas las quedependen de la propiedad intelectual. Esto ha resultadobien complejo en la sociedad de flujos globales de bienesmateriales y simbólicos, y del movimiento del trabajomanual e intelectual, porque tal lógica cultural planetariadinamita la unidad de las sociedades nacionales almultiplicarse las identidades locales o supranacionales.El valor instrumental de la cultura y su dinámica globalcomplica la cuestión de la soberanía nacional en lamedida en que la cultura comienza a transterritorializarsecuando el papel de las industrias culturales, la ley depropiedad intelectual y los derechos de autor, marcanla pauta de la nueva lógica de acumulación del capital.

Horkheimer y Adorno, al criticar a las industriasculturales, atacaron a la ciencia y a los sistemas tecno-culturales en cuanto instancias que socavaban losauténticos sistemas de significados, por ello apuntarona los efectos inmediatos de los artefactos tecnológicos“post-auráticos” generados por sistemas de producciónde masas.

La industria cultural que había desublimado ydespojado de sus contenidos racionales a la cultura, sedispuso a ser utilizada con vistas a un control persuasivo-manipulativo de las conciencias (Mattelart y Piemme,1985:88). Sin duda, los representantes del pensamientocrítico fueron finos al advertir que “la cultura” perdíaautonomía incorporada al engranaje económico-administrativo y, más allá de sus nostalgias ilustradas, lahistoria les hizo justicia en la medida en que se acentúa

la conformación de conglomerados multimedias comoparte del proceso globalizador de la cultura y de laspolíticas de privatizaciones de las empresas públicas.Éstos expanden e internacionalizan los servicios deproducción como parte del nuevo modelo posfordista.Ello es palpable, por ejemplo, cuando la industria delcine, del audiovisual en general, obtiene jugososdividendos a partir de la especialización flexible quepermite diferenciar los modos de producción,segmentar los mercados de consumo cultural, fijandonociones de proximidad y distancia cultural, narrativasde identidad, formas de conocimiento transculturales.Esto ocurre cuando los estados latinoamericanos hanreducido sus gastos en servicios sociales y,fundamentalmente, el financiamiento de programaseducativo-culturales, así como la inversión eninvestigación científica durante las últimas décadas(Wortman, 2001:254); cuando, sobre todo, son notablessus debilidades para regular las transformacioneseconómicas que caracterizan a la actual divisióninternacional del trabajo.

Parece perderse de vista que las nuevas fuentes deacumulación del capital y de crecimiento económicodependen de la propiedad intelectual y los derechosde autor como formas culturales constitutivas de lasociedad del conocimiento. Los contenidos en manosde los productores y distribuidores abarcan desde lossoftwares y portales de internet hasta las formas deconocimiento no occidentales. Ahora, ¿qué propiedadse ha de proteger de acuerdo con qué principios?, ¿québeneficios obtienen los legítimos dueños delconocimiento? Los creadores se han convertido entrabajadores culturales, las culturas en proveedoras decontenidos sobre los que no se tiene más derecho queel fijado en contratos dilapidarios que permiten las leyesinjustas donde se favorece a las corporaciones.

En un par de libros inspiradores de estas reflexiones,George Yúdice afirma que las industrias delentretenimiento y de los derechos de autor —música,

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filmes, vídeos, revistas y televisión—, son las que másaportan al Producto Interno Bruto (PIB) de EstadosUnidos de América (EUA) (2002; y Miller, 2004).También en México su contribución económica es muysignificativa (Piedras, 2004). De manera que lalocalización y la circulación de bienes simbólicos y susdividendos alcanzan volúmenes inusitados en elcomercio mundial. No es de extrañar que el BancoMundial (BM), el Banco Interamericano de Desarrollo(BID) y numerosas fundaciones hayan comenzado ainvertir en la cultura como esfera económica decreciente importancia. La circulación de las riquezasdesmaterializadas es regulada y coordinada según elAcuerdo General sobre Aranceles Aduaneros yComercio (GATT) y, su émula, la Organización Mundialdel Comercio (OMC) a la que se adhirieron un grangrupo de Estados que al firmar los acuerdos deMarrakech, signaron, al mismo tiempo, el AcuerdoGeneral sobre Comercio de los Servicios (AGCS) (Millery Yúdice, 2004:231-237). Sin embargo, la cuestión deluso y apropiación de los productos culturales haprovocado encendidas discusiones en éstos y otrosforos internacionales en torno a su valor mercantil ocultural, su significado para la economía o lasidentidades. A pesar del enfrentamiento entre tirios ytroyanos, encarnados por estadounidenses o francesesy el tercer mundo, la “regularización” progresiva delgrado de liberalización continúa siendo una asignaturapendiente —o, mejor, contraproducente—, pues sepercibe como una fuerte amenaza que: “Todos losaspectos de las políticas, nomenclaturas,reglamentaciones internas y políticas de subvención,acceso a los mercados públicos, están sometidos a laspruebas de lo ̀ comercialmente correcto´” (Bourdieu,2004:554-555). De hecho, en los acuerdos de “libre”comercio los apéndices culturales tienen reservadospequeños espacios, más bien orlativos, que obliteranlas cuestiones culturales,1 puesto que los Estados severían obligados, entre otras cosas, a profundizar en la

discusión (supra)nacional sobre la desaparición de lanoción de servicio público, la negación o elreconocimiento de la diversidad cultural, de lasnecesidades reales de las comunidades diferentes, esdecir, sobre la participación democrática, “el interésgeneral”, los derechos de ciudadanía política, civil, socialy, sobre todo, cultural. Estos acuerdos siguen la pautadel AGCS de someter y, paulatinamente, suprimir lasrestricciones nacionales sobre el comercio en todos lossectores de servicios —educación, sanidad, audiovisualesy cultura, en general— o, en otras palabras, abrir todoslos servicios públicos a las leyes del libre comercio parapromover la competencia y la eficacia económica. Habidacuenta de un tráfico acelerado de la cultura como recursopor la globalización, las instituciones globales tratan degerenciar la nueva división internacional del trabajocultural basada en la brecha entre la inversión yadministración transnacional y las diferencias nacionaleso locales. Tal como se negocian las cosas en la OMC y suAGCS, las leyes de la competencia sujetan y subordinan alas legislaciones nacionales, otrora instrumentos medularesde la soberanía y del desarrollo a partir de lasparticularidades locales, regionales y nacionales.Paralelamente, otras instituciones se han visto obligadasa valorar, al menos, la diversidad cultural y la culturamisma en un sentido antropológico del desarrollo. LaOrganización de las Naciones Unidas (ONU) promovióel Programa “Decenio Mundial para el DesarrolloCultural” entre 1988 y 1997, con el principal objetivode fomentar la toma de conciencia de la relación entrecultura y desarrollo. Mientras, su órgano para laeducación y la cultura (UNESCO), pasó a considerar ladimensión cultural del desarrollo como una variableesencial de cualquier proyecto, tan relevante como losfactores técnico-económicos; presentó el InformeNuestra Diversidad Creativa (UNESCO, 1996) quepromueve la instrumentalización de la cultura y la justiciasocial; y convocó a la Conferencia Intergubernamentalsobre Políticas Culturales para el Desarrollo (UNESCO, 1998).

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Sin embargo, la UNESCO no ha enfatizado en laincompatibilidad de su programa con el AGCS, más biense ha adherido al mismo (Bourdieu, 2004).

El giro hacia la cultura se produjo, también, alconstatarse que una de las principales causas del fracasode muchos proyectos de desarrollo en el Tercer Mundofue su escasa adecuación al marco cultural de laspoblaciones destinatarias (Viola, 2000:21). Algunosestudios antropológicos, como los editados por Viola,han dado cuenta del discurso y las prácticas de lasinstituciones del desarrollo y de las comunidadeslocales frente a dichas propuestas, así como de susconsecuencias sociales y las respuestas ad hoc. De hecho,se ha subrayado cómo el olvido o infravaloración dela dimensión cultural del desarrollo está detrás deinnumerables fracasos. La adecuación cultural deldesarrollo es una cuestión crucial que suele tener unaincidencia directa sobre su éxito o su fracaso final. Elantropólogo Corand P. Kottak, siendo asesor del BancoMundial, revisó 68 proyectos rurales financiados poresta institución y demostró que sólo fueron exitososlos proyectos “culturalmente compatibles”, es decir,aquellos que tuvieron en cuenta o fueron respetuososcon los patrones culturales locales; basados eninstituciones preexistentes y que incorporaban prácticasy valores tradicionales (Kottap, 2000:103-128).

Estas observaciones actualizan la discusión sobrepor qué tener en cuenta la dimensión cultural de la vidasocial es de vital importancia para el desarrollo social yhumano. Las respuestas refuerzan la idea de que lacultura es una variable crucial para el éxito de cualquierproyecto de desarrollo. De hecho, varias coinciden enreconocer que no se debe emprender ningún proyectode transformación individual, grupal o comunitario sintener en cuenta las costumbres, las tradiciones, losvalores, las normas, los símbolos y los significadoscompartidos por los individuos de la colectividad“destinataria”; por lo menos, se celebra declararlodiscursivamente.

La necesidad de respetar la territorialidad e incorporarla cultura de las poblaciones destinatarias en las iniciativasde desarrollo económico, llevó a autores como BonfilBatalla y Rodolfo Stavenhagen a hablar de etnodesarrolloo desarrollo con autoconfianza —ejercicio de lacapacidad social de un pueblo para construir su futuro,mirar hacia adentro y buscar en la propia cultura—(Viola, 2000:22); de desarrollo de abajo hacia arriba(Gimo Omo-Fadaka); e, incluso, de desarrolloparticipativo y no excluyente (Orlando Fals Borda yAnisur Rahman). También salen de la marginalidad losenfoques de desarrollo económico local (Arocena, 1995;Alburquerque, 2004), y desarrollo endógeno (VázquezBarquero, 2002), para resituar los problemas deldesarrollo en escalas micro o meso sociales —localeso regionales—, en articulaciones horizontales de abajoa arriba y en la integración flexible y complementariade los diversos actores del entramado productivo apartir de sus identidades y especificidades territoriales.Todas estas propuestas han entendido, de una maneramás o menos explícita, a la cultura local como uncatalizador del desarrollo.

En un artículo originalmente publicado por el BancoMundial (2004), Amartya Sen resume algunas categoríasque considera de primordial necesidad y relevancia paraidentificar con más precisión las maneras en que la culturaimporta para el desarrollo entendido en un sentidoamplio y complejo, a saber: 1. como una parte constitutivadel desarrollo en tanto fortalecimiento del bienestar y delas libertades; 2. a través de objetos y actividadeseconómicamente remunerativas —como el turismocultural—; 3. por la influencia sobre el comportamientoeconómico de factores culturales —éticos y delcomportamiento humano—; 4. mediante el papel delas condiciones culturales en la participación política y enlos intercambios cívicos virtuosos; 5. por el propiofuncionamiento de la solidaridad social y elasociacionismo para el apoyo mutuo: 6. por explorarsistemáticamente la historia cultural, de parajes o

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patrimonios culturales, y rememorar esa herencia histórica;y 7. las influencias de los factores culturales en la formacióny evolución de los valores, en la identificación de losfines y los medios del desarrollo (Sen, 2004:24-26).

Sin embargo, el protagonismo de la cultura en lasdiscusiones sobre el desarrollo adquiere, a veces, cínicasconnotaciones de moda efímera y de una posepolíticamente correcta fomentada por los debates sobreel ethos cultural de esta modernidad tardía. Es más, lareconsideración de la importancia de la cultura no haestado exenta de engaños y espejismos relacionadoscon oportunismos intelectuales —“heroicos”—, comolos de Lawrence Harrison y Samuel Huntington enCulture Matters al “contar”, en particular este último, lasdiferencias entre Ghana y Corea del Sur para demostrarde manera sugestiva y determinista que en el desarrollo:“...En pocas palabras, las culturas cuentan” (Huntingtonapud. Sen, 2004:27). Como veremos, todos los agentesdel desarrollo afrontan de una manera u otra estas falacesreducciones que expresan lógicas de pensamiento y dela cultura trabadas en inmensas semiosis perceptivas,en nombre de las cuales se actúa sin reconocer laautonomía de la cultura del “otro”.

Entonces, convengamos que si el desarrollo debeser comprendido en tanto que proceso socioculturalextenso y enrevesado, las intervenciones a través deprogramas o acciones concretas deben ser legítimasculturalmente hablando. La legitimidad de la gestión oapropiación de la “ganancia” de los recursos naturales yculturales es, en principio, lo que está en disputa. Dichalegitimidad se ha logrado en diferentes experiencias conla introducción de una dimensión más participativa ymás respetuosa con las culturas locales e, incluso, dandoa éstas una capacidad de acción —empowerment— quepotencie sus competencias y recursos, y no que sustituyasus estrategias y tácticas por otras de dudosa plausibilidad.Esto implica acentuar el debate sobre la necesidad deincorporar el conocimiento local como base de undesarrollo sustentable, y la asimilación selectiva de

aportaciones tecnológicas y culturales de otras sociedades.Ahora bien, ¿cuáles son los obstáculos con los que setropieza? Quizá algunas pistas se pueden encontrar yendode la cultura del desarrollo de los agentes, al desarrollo de lacultura que se desea y a los medios para alcanzarlo.

De la cultura del desarrollo...

Generalmente se reconocen cuatro niveles de culturaen el desarrollo: local, regional, nacional y transnacional. Aellos debe añadirse un quinto nivel que corresponde alde los planificadores —con objetivos propios, redes decomunicación, flujos de información, líneas deautoridad, imperativos territoriales, recompensas ycastigos—. La singular subcultura de los planificadores,especialistas, científicos e ingenieros, es la que lleva ajustificar el cambio en función de “metas abstractas” yla naturaleza técnica de un trabajo acorde con interesesy cosmovisiones racionalistas y tecnológicas (Gouldner,1980). Ello se traduce, en muchos casos, en proyectoscarentes de sensibilidad social y alejados de la percepciónde las necesidades locales. Cuando los organismosinternacionales, incluidas ONG, ignoran la diversidadcultural y adoptan un mismo enfoque con tipos muydiferentes de “beneficiarios” en contextos con recursosespecíficos, se alejan de la necesidad de alternativasculturalmente apropiadas. Lo que produce la falta desensibilidad hacia la cultura local es el elitismo correlativoa la formación occidental, la interpretación instrumentaldel saber, las relaciones verticales, las modulacionesunilaterales del pensamiento, cierto mesianismo y elconsecuente aislamiento respecto a los procesos reales.Al parecer el reto pasa, pues, por encajar las propuestase iniciativas de cambio en y con las necesidades localesa través de una asimilación crítica y desnaturalizante delas relaciones sociales.2

Los antropólogos del desarrollo han demostradoque tras esa falta de sensibilidad hacia las culturas locales/nacionales y los dictados de lo que se debe hacer o ser

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bajo un discurso racionalista y maximizador basadoen la constatación objetiva de resultados, se oculta unproblema de negación de alteridad. Es decir, la accióncultural en pro del cambio social deviene en nombrede una racionalidad que no hace otra cosa que participarde lógicas de dominación que niegan el “yo” al reducirlos valores y principios culturales que identifican ydiferencian a los grupos humanos. Cuando esapercepción simplista o simplificadora de la alteridadconduce a la negación de humanidad, al deterioro dela identidad del otro, estos procesos adquieren carácterde drama civilizatorio donde campea el racismo declase, intelectual, de color de la piel, de género, deculturas, de naciones. Por eso, es un imperativoreconocer con sinceridad y honestidad que estasposiciones ambiguas caracterizan a la generalidad delos intelectuales cuyo pedantismo, mundanería yaltanería se constata con los profesionales que obranen nombre de la conciencia teorética o cientificista, lospolíticos que actúan (o no) en nombre de ciertos idealessociales, y los funcionarios o programadores deinstituciones nacionales o internacionales que lo hacen,generalmente, en nombre de principios organizacionaleso de los valores culturales hegemónicos de occidente.

No deja de ser curioso que se viva una época en laque la proliferación de expertos en la evaluación deriesgos, ejecuciones y resultados se acompaña,paradójicamente, de la ausencia de datos que dificultao imposibilita las predicciones serias; y, luego, si esosdatos están disponibles, la falta de democracia políticaobstaculiza las tomas de decisión y la modulación delas políticas (Alexander, 2000:7).

¿Cómo establecer una mediación entre la cultura delos expertos y las prácticas cotidianas? Para intentarresponder a esta pregunta debe cuestionarse, también, elcarácter de los diseños culturalmente desfasados decontextos específicos que se basan en, por ejemplo:a) los grupos sociales y el concepto de propiedadeuroamericano —unidades productivas individuales—;

b) los sistemas cooperativos inspirados parcialmenteen modelos que se utilizaron en los países ex socialistasdel Este —sin acceso directo al mercado, falta demotivación, confianza y atención individualizada en lascooperativas más grandes y, la inestabilidad del personalde las pequeñas porque los salarios estaban por debajode los que se obtenían en el trabajo privado—; o c) laspolíticas de identidad o de discriminación positiva quesuponen ejes de desigualdad raciales, genéricos, clasistaso religiosos que operan sociohistóricamente de modosimilar al caso norteamericano, es decir, imponiendorepresentaciones que tienden a racializar la vida de otrospueblos. Ante esos posibles modelos culturalmentedesfasados se impone un análisis a profundidad de lasorganizaciones locales para identificarlas y aprovecharlascomo recurso para el desarrollo. La principal propuestade los antropólogos del desarrollo consiste, preci-samente, en usar los principios de la sociedad tradicional paraestructurar una nueva. De manera que, como se hainsistido, el obstáculo más notorio del discurso científicopasa por su capacidad de representación del otro.

La propuesta se basa, siguiendo a Kottak (2000),en un mayor uso de modelos del tercer mundo para eldesarrollo del tercer mundo. La compatibilidad culturalde los proyectos por el aprovechamiento de losrecursos existentes, de las organizaciones tradicionales,implicaría beneficios económicos y sociales porque losobjetivos para el cambio remiten a las percepcioneslocales, así como a la definición de diseños adecuadosy flexibles para su puesta en marcha. Ello se traduciríaen participación y compromiso con el bienestarcolectivo, aunque su límite consista en el supuestohipotético de lograr trascender los antagonismos entrelos ethos culturales de los actores en interacción. Pararetomar un ejemplo anterior, las cooperativas suelentener más éxito en países del sur cuando aprovechaninstituciones comunales de alcance local ya existentes.Se debe a que los grupos participativos suelen ser máseficaces cuando se basan en organizaciones sociales

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tradicionales o en alguna similitud sociológica oantropológica como los grupos étnicos, de parentesco,los lazos tradicionales —apego a la tierra, accidentesgeográficos, compartir medios de riego—, porcontingencias históricas —expulsiones, migraciones,accidentes o catástrofes—, o redes sociales con elliderazgo de figuras religiosas o cabezas de los gruposde filiación.

El desarrollo técnico-económico, político y socialno puede entenderse al margen de un marco culturalcuyas connotaciones definen las elecciones apropiadas,los usos legítimos y los riesgos experimentales queasumen los hombres. Hay lógicas de la cultura queconstituyen un conjunto de tramas insertas en lo socialque mantienen vivos a los hombres, al contrario quelas lógicas económicas. Ejemplos muy significativos sepueden encontrar en los campos de la medicina y laeducación. La medicina cosmopolita enfrentaresistencias y conflictos entre muchos pueblos porquela enfermedad es una construcción cultural: laconcepción holística de la salud y la enfermedad seenfrenta al modelo médico hegemónico de carácterbiologicista, individualista, ahistórico y asocial. Equipararsalud con dependencia de los servicios médicos esreconocer la falta de doctores, centros de salud,hospitales y medicamentos. Ahora, si la salud esentendida como la capacidad autónoma paraenfrentarse con el medio ambiente, se regenera lacapacidad curadora, la sabiduría popular, la riqueza dela capacidad curativa del entorno, de las redes deamigos y, más allá de lo tradicional, de la colaboraciónexterna —esto según el propio concepto de laOrganización Panamericana de la Salud (Barfield,2001:81-89; 235-237).

Por otra parte, la educación es más que acumulardiplomas como dicta la definición económica delaprendizaje. Dicha concepción de la educación seenfrenta a cómo se reinserta el aprendizaje en la culturaa partir de un flujo constante que enriquece los

conocimientos, la sabiduría, a través de la ayuda y elintercambio social —por ejemplo, alrededor de losabuelos y padres en la comida o la sobremesafamiliar—. Equiparar educación con institucionalidades reconocer la falta de maestros y escuelas, y no conun proceso social amplísimo donde el protagonismode todos los miembros de la sociedad en la transmisiónde conocimientos es incuestionable e irremplazable poraquéllos o por los medios audiovisuales. Identificareducación con instrucción es reducir el proceso deaprendizaje al plano cognitivo, descuidar la formaciónamplia, integral, de los hombres-ciudadanos del futuropara vivir y aprender en colectivo. Invertir en educaciónpara desarrollar el capital social y humano, comorecomiendan el MB, el FMI e, incluso, la ComisiónEconómica Para América Latina (CEPAL), es de vitalimportancia pero sólo una parte del problema, y no la“solución mágica” para alcanzar el desarrollo en mediode las relaciones de mercantilización que envuelven alsector. La aparente complejidad del asunto sedesempapela cuando vemos, sobre todo, que laeducación va dejando de ser un derecho público paraser un privilegio reservado a algunos con dinero parala educación de pago, en detrimento del serviciogratuito como derecho universal de ciudadanos quedevienen en consumidores, al parecer ineludiblemente(García Canclini, 1995; Bourdieu, 2004:557).

De manera que los servicios educativos y culturalesdevienen, más que derechos fundamentales, fuentes debeneficios y mercancías transformadas por empresasprivadas según la lógica de las leyes del mercado. Nose pierda de vista que con políticas nacionalesliberalizadas, como articuladoras de una estrategia dedesarrollo en tiempos de globalización, se crea unarealidad cultural con claros intereses de legitimidad eintegración sociocultural de la comunidad(trans)nacional. En esos procesos de pretendidadistribución de saber-poder, la cultura se presenta comouna variable concreta identificada generalmente con la

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“alta cultura” —museos de arte, gusto musical refinado,índices de lectura— o el conocimiento científico-técnicoreproducido en las universidades. Pero ¿realmente setoman en cuenta las demandas de empleo quegarantizarían la incorporación al mercado laboralconcluidos los estudios?, ¿es ello congruente con lasculturas y las estrategias de desarrollo locales y regionales?

El problema de un orden más igualitario yequitativo no sólo se resuelve con propuestas cultu-rales plausibles, con políticas universalistas yhomogeneizadoras que obvien las diferencias derangos o prestigio social, en síntesis, la estructurasocioeconómica en diferentes escalas. Una cuestiónprincipal que se encuentra detrás de estos asuntos tieneque ver con las armazones epistémicas de acuerdo conlas cuales actúan los agentes del desarrollo. Quizá unejemplo logre ilustrar este punto con el que subrayamoslos dilemas culturales en el desarrollo. La “pobreza”no es el problema social de fondo que hay que estudiarpara poder intervenir, sino la inequidad en ladistribución de la riqueza, su concreción desigual en elconsumo material y simbólico. Esta idea se refuerza si,por anecdótico que parezca, nos detenemos a pensarsobre cuál es la dimensión cultural de la pobreza.Conocer la pobreza implica, más allá de las cifrasgalopantes, comprender el significado y la naturalezadel ultraje de la dignidad humana, poder medir elcontenido de la cólera, de la impotencia, de quien estáen tal situación y llega a sentirse de más en el mundo: elpeso del coste familiar —la canasta básica, el techo dela vivienda, los zapatos del niño para la escuela si latuviera, el casamiento si no el rapto—, la preparaciónpara la muerte —no tener dónde ni con qué darlesepultura al padre—, la relación con otros grupos deuna jerarquía y prestigio sociales mayores queultrajan al negar el saludo u obviar la presencia, elcomportamiento humilde para pedir trabajo o ayuda,el desespero por no tener que dar o brindar a losvisitantes-huéspedes —¡ni siquiera agua de café!—. El

valor de una lectura cultural de la pobreza pasa porayudar a reconocer la significación de factoresestructurales que deterioran la dignidad humana comofuente social del amor propio y meta irreductible deldesarrollo que se pretenda humano.

Al hablar de la cultura del desarrollo se reconoceque los agentes, consciente o inconscientemente,postulan una forma específica de cómo es el mundo,una cultura única homogénea y universal que no dejamargen a duda sobre su validez ni se interroga por elpunto de vista de los supuestos “beneficiarios”. Así seniega la diversidad, se oculta o disimula una visión delas formas culturales del “pueblo” o la “comunidad”como premodernas, subsidiarias o marginales. Lacultura practicada o común es descubierta por “losmediadores” que configuran o contribuyen a dibujaruna imagen del “otro” a veces idealizada —“lomejor”— y otras elitizada —“lo peor”—. Comoadvierten Grignon y Passeron (1991:15-54),generalmente se adoptan posiciones ilustradas orománticas en torno a las prácticas culturales endependencia del protagonismo que se les da o el papelque se les confiere como propias de espectadoresingenuos o pasivos. Si los agentes caen en los extremosactúan como: populistas, en el sentido en que se cree enla autosuficiencia de la cultura otra, o miserabilistas, en elsentido en que se adoptan criterios de élite, semenosprecia o subestima al otro y, sencillamente, seadoptan posiciones paternalistas. Es fácil advertir laderiva entre posiciones etnocéntricas, relativistas olegitimistas en dependencia de la manera de entender ala cultura otra como una variable dependiente depolíticas del interés institucional dominante. Para teneruna idea mejor de este modelo en relación con losactores del desarrollo, pueden mencionarse dos situadosen los últimos extremos como algunas ONG y el Estado.En cuanto a sus mentalidades, éstas muestran las formasdicotómicas de lo político cultural que se expresa conimplicaciones político-ideológicas entre cultura de élite

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—“alta cultura”— y cultura popular —“culturamasiva”—. De ese modo, la conciencia teorética ocientificista de los agentes del desarrollo puede padecerdel etnocentrismo, común a ilustrados y románticos,que siempre oculta ideas racistas; del relativismo, cercanoa la arbitrariedad y el autonomismo de los propioscódigos y valores que conduce a posiciones populistas;o, por último, del legitimismo de unas relaciones dedominación con complejos sistemas de mecanismos yde efectos de jerarquización donde se manifiesta unmarcado miserabilismo político. Esta lógica cultural subyaceen las formas discursivas sobre el desarrollo con lasque se construye y representa la realidad dentro de undebilitado campo cultural, se sujeta a relaciones dedependencia con una élite —más o menos culta—,unas instituciones económicas y políticas metropolitanas,y se inmoviliza un descentramiento del sujeto ydesprovee de su responsabilidad moral.

Reconocer la dimensión simbólica de la praxisdesarrollista implicaría un ideal pedagógico de trabajoque promoviera desradicalizar estos extremos,descentrar la ambigüedad que supone el envés de laexigencia de nombrar en nombre de unas competenciasculturales, proponer una articulación entre perspectivas—como arrepentimiento— sobre la base de una visiónrealista, no ajena, ni ingenua, al juego de creación dealteridades, para desplazarse entre las interacciones, enlas zonas donde las narrativas se oponen y cruzan(García Canclini, 1997:59). Sólo en esos escenarios detensión, encuentro y conflicto, es posible pasar de lasnarraciones sectoriales —o, francamente, sectarias— ala producción de conocimientos capaces de deconstruiry controlar los condicionamientos de cada enunciación,las respuestas escasas en que se basan y la concepciónfragmentada sobre el desarrollo que presuponen. Estoparece viable para los intelectuales dispuestos aemprender rupturas del double bind con las doxas desentido común cotidiano y científico (Bourdieu,1995:185); es decir, empeñados en un descentramiento

de racionalidades que supere las unilateralizaciones ydefina ámbitos de sutura entre las cuestiones de laverdad, la justicia y el gusto de cada uno —y de todos—y los problemas epistemológicos, éticos y estéticos quedichas cuestiones suponen (Habermas, 1990:564). Mas,en la realidad, los prejuicios, estereotipos y creencias enque se fundamentan ciertas teorías que cotejan algunaevidencia empírica, parecen sobrevivir o “...desafiar elmundo fenoménico que se puede, en efecto, observar”(Sen, 2004:27).

Entonces, se impone subrayar que para desarrollarperspectivas alternativas en los esquemas interpretativosdel desarrollo es necesario incluir la variable cultural demanera más explícita. Es decir, reconocer el papel dela cultura pero no de una forma reduccionista quevuelva sobre la consideración objetivista, mítico-simbólica del desarrollo, sino sobre la necesaria y realautonomía de la cultura en un sentido amplio. Lo quequiero decir es que, en rígidos términos metodológicos,la cultura también es una variable independiente, o sea,que los procesos sociales se despliegan en el circuito dela lógica interna de la cultura. Si la cultura es social ypública como dice Geertz (1987), entonces lo social esun proceso cultural, un plano de expresión de ideas,de objetivación de vehículos o medios materiales y derealización de acciones constructivas cargadas de sentido.La cultura es constitutiva de todas las prácticas sociales;es social, porque es resultado y premisa de lasinteracciones, de los mutuos lazos de dependenciarecíproca en los que participamos los hombres.

...al desarrollo de la cultura

Los interesados en el desarrollo social son, ante todo,mediadores y promotores culturales del impacto y losefectos de las formas discursivas de cualquier luchapolítica. Dichas formas, con sus contornos simbólicos,constituyen una episteme que reproduce la jerarquizaciónasimétrica y la reificación con cargas morales, la

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naturalización de las relaciones sociales, su modulaciónvertical, unilateral, y hasta el talante repetitivo delpensamiento. Como se destacó antes, adoptar unaposición de realismo permite ubicar tanto a losproductos o creaciones “populares” —artesanía omúsica— como a las políticas culturales, en la lógicade las relaciones sociales, de las prácticas cotidianas enlas que adquieren sentido y dentro de las cuales satisfacendeterminada necesidad. El poder simbólico de lostrabajadores culturales se juega al hacer ver, hacer creery hacer existir las cosas (Bourdieu, 1993:148); es decir,cuando se plantean una mediación —mediar,comprender, equilibrar— en las relaciones de poder yuna promoción sociocultural de nuevas metas y consensosde calidad. Estas son dos tareas indiscutibles de sumaimportancia para los promotores y ejecutores depolíticas de desarrollo porque en ellas se fijan susposiciones inciertas y solidaridades. La intermediaciónes difícil, revela la ideología profesional o empresarialen nombre de la cual se opera. No necesariamentesupone o se acompaña de un pensamiento crítico,cuestionador y abierto que asuma el desafío de unasrelaciones de autoridad dadas y una vigilancia deactitudes salvacionistas, proféticas, mesiánicas ofilantrópicas; sino más bien, todo lo contrario.

El trabajo de intervención y negociación se complicaal reducir los imperativos culturales que afloran de lasrelaciones asimétricas, ahí se plantean verdaderosconflictos. Quizá se requiera siempre de, por lo menos:primero, legitimar la intermediación cultural del agentedel cambio —¿quién es?, ¿por qué ahí?, ¿para qué?,¿para quién se trabaja?— y, segundo, hacer obligada laparticipación, la coproducción de todos los agentesnacionales o locales, los beneficiarios y lastransnacionales (Mato apud. Yúdice, 2002:131). Laparticipación o el involucramiento del “público” noimplica una desprofesionalización de la intervencióncultural, sino una propuesta que posibilitaría manejar lainteracción social, arbitrar los conflictos y reconvertir

las excentricidades de cada actor a partir de lacomplementariedad de miradas y las sinergias deltrabajo colectivo. Cada individuo o grupo social tieneun capital cultural, unas competencias, recursos y hábitosque determinan sus interpretaciones del mundo y suquehacer en él. Se expresan en narrativas que sonproducto de la comunicación y la interacción endiferentes espacios de sociabilidad donde se manifiestanlas aspiraciones y expectativas colectivas, lasconcepciones estéticas de la vida práctica.3 La culturade hablar y la cultura de escuchar son valiosas parahacer posible la interacción que abre o cierra eldesarrollo (Sen, 2004:26).

Cuando se plantea el problema de la capacidad deacción, cada proyecto requiere su propio análisis,seguimiento y evaluación de las variables socioculturalesque lo afectan. Así, el estudio cultural y socioeconómicode factibilidad y evaluación de los resultados deberávisibilizar los incentivos culturales específicos que senecesitan para obtener la participación local. Por razonescomo ésta, el desarrollo es ante todo una tarea culturalque puede acompañarse a través de un trabajo científico.Pero en esta idea la cultura no debe ser solamente unavariable concreta como en el enfoque clásico, ni, comoen muchos casos, una variable de la alta cultura y delsistema institucional. De hecho, así lo demuestra elinterés por la cultura de los gobiernos y de lasfundaciones como medio instrumental para nivelar lasdesigualdades, “habilitar” o proporcionar capacitacióna las comunidades. Esta acción simbólica del entramadoinstitucional y de los filántropos de la cultura determinalas posibilidades para comprender satisfactoriamentelas dinámicas sociales y reconocer que los procesossociales se despliegan en la lógica de la cultura(Alexander, 2000:2).

Si se miden los indicadores de marginación de lacultura por el gasto en programas culturales o eninvestigación, se tomará un indicador engañoso.Seguramente se constatará una alta inversión que no

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habla de cómo la cultura es marginal en relación conotros sectores considerados centrales por su utilidadeconómica o “estratégica”. No obstante, ese no es elprincipal peligro de las visiones economicistas,librecambistas. Un economista clásico diría, casi siempre,que los errores en los programas de desarrollo brotaronde análisis económicos equívocos más que por la faltade perspectiva cultural; un neoliberal ni siquiera seplantea este problema porque tiene claro que su recetaeconómica se fundamenta en la regulación del déficitfiscal, el control del gasto y la eficiencia garantizadapor la competencia y la liberalización. Las afirmacionessobre la falibilidad económica de los proyectosculturales nacen de una visión de la economía ajena aperspectivas antropológicas y sociológicas, al insistiren una esfera separada del sistema sociocultural, las redesde relaciones sociales de producción, intercambio yconsumo. Ahora bien, ¿qué indicadores pueden darcuenta del desarrollo culturalmente sustentable?

Generalmente, se suele poner el acento en los factorestécnico-financieros u otros indicadores económicos, quepadecen de igual “cuantofrenia” —como el número deempleos—, o profesionales —valores institucionales oestéticos—, mientras que se desatienden las cuestionesético-democráticas relativas a la justicia social, o sereducen éstas a partir de criterios de utilidad comomedio de legitimar la inversión en capital humano, socialo cultural. De hecho, cuando se recomienda invertir eneducación, no queda claro en qué educación se suponese deba invertir: en la pública o en la privada; en lapedagogía vertical y repetitiva, con la instrucción de unconocimiento instrumental; o en una educación analítica,sintética, que desarrolle el pensamiento crítico y laindependencia intelectual de cada individuopreparándolo para discernir y construir su punto devista. Al discutir sobre cultura y desarrollo surge,frecuentemente, esta cuestión de la relación entre losfactores culturales y la evaluación del éxito de losproyectos. Se trata del contraste entre evaluación

cuantitativa en términos financieros y evaluacióncualitativa en términos de impacto cultural. Noolvidemos que un efecto positivo en el crecimientoeconómico se puede acompañar de francos retrocesosen la calidad de vida. En este sentido es necesario haceruna codificación de la dimensión cultural que seaindependiente de las tasas de rendimiento económicoque, obviamente, no se pueden soslayar. No obstante,tales criterios de eficacia como parte de la administraciónde la cultura, deben quedar sujetos tanto a criterioseconómicos como a cívicos, sociales y educativos.

Superado el dogma de la cantidad hechizada, elverdadero rendimiento social de la inversión en eldesarrollo cultural pasa porque dicho desarrollo es,también, susceptible de transformarse en un valor demercado. En este sentido, hay que insistir en que “laatención a la cultura rinde económicamente” (Kottap,2000:104; Yúdice, 2002). La tasa de rendimiento enproyectos culturalmente compatibles es muy superiora los que no lo son. La cultura como clave utilitaria delos desarrollos urbanos evidencia que es un recursomedular del desarrollo contemporáneo en dosdirecciones: la elevación de la calidad de vida y elcrecimiento económico. Por ello los proyectos de lasciudades postindustriales buscan estimular los servicioscomo sector productivo y atraer capitales al promoverentornos creativos para las nuevas industrias delconocimiento. Por ejemplo, las apuestas de Bilbao,Lyon, y Río de Janeiro y Guadalajara por concesionesdel Guggenheim persiguen, con el museo de arte,promover la revitalización del desarrollo urbano y elturismo cultural. Así estas grandes ciudades que tratande resolver sus dificultades para dar servicios a laciudadanía y ganar en competitividad regional, procuranconseguirlo al generar un amplio movimiento entreactores diversos que asumen como meta colectiva eldesarrollo de unas infraestructuras culturales capacesde reestructurar los espacios de encuentro colectivo,re-urbanizar la vida cotidiana y usar más la ciudad con

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fines turísticos como una experiencia cultural. Sinembargo, las iniciativas de preservar la identidadcultural, proteger el patrimonio cultural y natural,gestionar los recursos, permanecen amenazadas antela liberalización por la que presionan las industriasculturales transnacionales que perciben en muchas deesas políticas “trabas al comercio.”

En este sentido también son atractivos los modestosmuseos comunitarios si movilizan recursos, no tanto laalta cultura artística, sino la cocina, las costumbres, losrituales y otros repertorios simbólicos aunados a lasprácticas cotidianas que constituyen los patrimoniosculturales locales. Ello supondría, por parte de lasinstituciones culturales, una mirada antropológica de laconstitución de las culturas cotidianas y la valoraciónestética de las obras sin exotizar su identidad, paraconstituir mercados y circuitos paralelos de la culturadonde se valoricen los productos culturales y, también,se sienta valioso el público involucrado, atraído o“producido”. Éstas son apuestas a la gestión delpatrimonio, a la administración y al uso sustentable delos recursos, conocimientos, tecnologías, también a susriesgos. La gerencialidad de la cultura es la encargadade localizar los intercambios materiales y simbólicosmás allá de la institucionalización del discurso.

Los estudios socioantropológicos de la dimensióncultural del cambio social enfatizan, entre otros, que lameta de la estabilidad es el principal empuje para elcambio (Kottap, 2000:105). A partir de los avances dela paleontología se insiste en que la evolución se dacuando los sistemas que están cambiando paulatina yprogresivamente tratan de mantenerse como ellosmismos al tiempo que cambian gradualmente. Los“beneficiarios” del desarrollo desean cambiarestrictamente lo suficiente para mantener lo que tienenpor poco que sea o parezca. Aunque la gente quierealgunos cambios, su cultura tradicional y las pequeñaspreocupaciones cotidianas son las que proveen losmotivos para modificar su conducta. Sus valores

culturales no son necesariamente los abstractos “valoresde los planificadores”; más bien, tienen objetivosespecíficos, definidos con los pies en la tierra, objetivoscomo mantener los rendimientos de maíz o arroz,acumular recursos para una ceremonia, conseguir queel niño sobreviva al primer año de vida y que más omenos nutrido empiece, vaya, o termine la escuelamientras trabaja para apoyar la economía familiar. Esdecir, que más que pensar en continuidades y rupturas,se trata de formular propuestas que enmarquen losmomentos de las escisiones entre pasado y futuro,tradición e innovación, en los procesos de actualizaciónde las identidades con que los sujetos dan coherencia,totalizan y reflexionan sus experiencias de vida, es decir,luchan por su identidad social.

Los proyectos realistas y viables promueven cambios,pero no sobre innovaciones. La meta de “cambiar paramantener” estaba implícita en todos los proyectosexitosos del BM que examinó Kottak hace unos años;ello implica preservar los sistemas haciéndolosfuncionar mejor. Los proyectos efectivos respetabanlos patrones de la cultura local o, al menos, no se oponíana ellos con representaciones que reproducen narrativascolonialistas para justificar la innovación académica,científica o tecnológica. Los campos de acción no seconstruyen sin la centralidad de la memoria y laactualidad contradictoria del pasado. En este sentido,se puede hacer uso del potencial de aprendizaje delque culturalmente se dispone o, en otras palabras, de lacapacidad de aprender a aprender. El presente essiempre combinación de productos heredados y deefectos innovadores con improntas de futuro. Laverdadera identidad por la que luchan los sujetos es lade la actualización de sus repertorios de acción paraseguir habitando el mundo que les toca vivir.

En resumen, la cultura adquiere una importanciadecisiva como concepción general para latransformación de la realidad y para el desarrollohumano. No se puede hablar de un desarrollo social

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real, efectivo y perdurable si no está dimensionadoculturalmente. El desarrollo cultural implica por una parte,que no se impongan patrones arropados de supuestasuperioridad que son ajenos a los grupos —a veces sepiensa por otra gente y se imponen necesidades propiassin tener en cuenta las ajenas, las reales del otro—, sinoque se conozca primero por qué la gente actúa comoactúa, hace lo que hace y piensa como piensa. Comodice el economista cubano Julio Carranza, el hombrees lo que es y de él hay que partir, porque desconocerlosería caer en el idealismo (1999:35,37). Aunque estaincitación introduce cierta dosis de escepticismo sobrela condición humana, también se trata de destruir falsasilusiones, no sólo imposturas y voluntarismosirresponsables, no sólo fatalismos. De alguna maneraes un realismo al que el pensamiento contemporáneono puede darse el lujo de renunciar, pues apuesta porconectar lo existente y lo probable con lo posible.

Por otra parte, al descubrir las especificidades ypotencialidades de cada hombre o grupo social y trazarestrategias que promuevan lo nuevo, se le devuelvevitalidad como actor de los procesos de cambio a partirde su decisión sobre qué cambiar de la tradicióncompartida, qué revitalizar y cómo. A veces se exige oinduce a que el “pueblo” o “la comunidad” secomporte de acuerdo con la imagen que de él o ellanos hemos forjado como mediadores, y nos olvidamosde lo que realmente quieren o necesitan; además estoguarda estrecha relación con el impulso a atribuir lafalta de desarrollo a los demás. De todas formas,siempre se realiza una mediación asumiendo lostérminos y procedimientos del ideal cultural que secomparte y elige para una sociedad. Renunciar o negarese ideal es imposible o, por lo menos, bastantehipócrita. Se trata más bien de lo opuesto: de mantenerideales pero, al mismo tiempo, de respetar, conocer,comprender e interpretar a los actores sociales parapoder encauzar el potencial emancipatorio y laconciencia crítica de todos como agentes de cambio.

Es difícil renunciar a cierta dosis de utopismo crítico,lo que de ninguna manera supone ser un sujeto delirantede la acción política (García Canclini, 1997:60). El serhumano puede y debe ser otro mejor.

Excurso: las políticas culturales,anclaje y fuga

A estas alturas son evidentes algunos aspectos de larelación entre cultura y política, aunque aún se requieraavanzar más en la comprensión de la arista tratada aquí.Como apuntamos al inicio de este ensayo, en la medidaen que la sociedad capitalista contemporánea es unasociedad de la cultura, la lógica cultural se encuentra enel centro mismo de su (re)producción simbólica ymaterial. Por tanto, su control es un ámbito de anclajetanto de las relaciones de poder, que sabemos sonsiempre de dominación, y los procesosmacroeconómicos; como de las preocupaciones delcampo intelectual y, en consecuencia, de los análisisculturales de la sociedad, las subjetividades y losconflictos emergentes alrededor de nuevas formas dereproducción de la cultura, la integración social y lasocialización de los públicos (Inglehart, 1991). También,de las simulaciones culturales —ficciones— de lasrelaciones sociales y comunitarias porque, como diceYúdice: “... El recurso de la cultura sustenta laperformatividad en cuanto lógica fundamental de lavida social hoy” (2002:43). Por ello, la cultura deldesarrollo está relacionada con el desarrollo de la culturano sólo como ámbito de anclaje, sino como ámbitode fuga para un desarrollo con humanización yracionalidad ecológica aunque para demostrarlo sesubrayen las “ganancias indirectas”.

Sin dudas, la cultura rinde como discurso y comorecurso desde los puntos de vista político y económico(Kottap, 2000:104; Yúdice, 2002). Si tenemos en cuentaque la cultura como recurso, en una concepciónexpandida, sirve para negociar problemas, promover

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pautas de confianza, cooperación, articular el consensosocial, favorecer la interacción social e impulsar undesarrollo vigoroso con crecimiento socioeconómico,eficacia democrática y calidad de vida; entonces, el análisis,el fortalecimiento y la promoción de la cultura, seconvierten en una forma de hacer política, deinstrumentalizar las metas del desarrollo social y humanoy aplicar los resultados de las investigaciones de la cultura.Empero, la política puede sobredeterminar in extremis lacultura hasta politizar las prácticas culturales y provocarescaladas conflictivas. Las políticas culturales se encargande modular las desigualdades socioculturales comomedio para mejorar la calidad de vida de lascolectividades y para la realización digna del hombre.Es decir, modulan y constituyen la provisión ydistribución desigual de bienes y servicios culturales.

En este sentido se orienta el primer objetivorecomendado por la Conferencia sobre PolíticasCulturales de la UNESCO (1998) a los países miembros:convertir las políticas culturales en uno de loscomponentes clave de las estrategias de desarrollo. Laspolíticas culturales constituyen una respuesta al reto queplantea la sociedad moderna de integración social, dearticular el consenso social alrededor de renovadosvalores sociales y de producir sujetos o ciudadanosideales —productivos, éticos, responsables—. Comoconjunto de intervenciones para mejorar la calidad devida de las colectividades, el impulso de la dimensióncultural basada en la igualdad, la democracia y la mejorade condiciones de vida (García Canclini, 1987:26) laspolíticas culturales forman una plataforma de exigenciapara la exaltación de la dignidad individual, los valoresespirituales, los derechos sociales, políticos, civiles yculturales. Ellas pueden promover (o no) la innovaciónsocial fomentando (o no) el desarrollo de actividadessocioculturales tradicionales o nuevas que permitan unaparticipación activa en la vida cultural. Por último, nopuede obviarse que las actividades culturales constituyeny promueven fuentes de empleo, ya que las iniciativas

demandan mano de obra; tener un trabajo supone uncapital social, una red de relaciones que reduce lavulnerabilidad social, la exclusión o la marginalidadsocial (Castel, 1997).

Desde un plano más teórico, se puede entender alas políticas culturales como vehículos de produccióny difusión de las formas de saber, de los códigos derepresentación y los procesos de apropiación ydefinición de la realidad. En estos términos, se subrayael hechizo que las envuelve pues no dejan de constituirsoportes culturales para la legitimación del poder y ladominación; mientras, el gestor cultural se debate enresolver con congruencia las difíciles cuestionessociopolíticas, económicas, éticas y estéticas que suactividad implica. Las políticas culturales son fuerzasmoduladoras de las sinergias que contribuyen a lacreación de una realidad acorde con los intereses de lacolectividad, y a fijar las pautas de la distribución y elacceso a los bienes y servicios culturales. Por ello, puedenentenderse como procesos sociales de distribución depoder a través de un conjunto de estrategias o líneasde actuación de grupos de trabajadores de la cultura,las instituciones y el Estado.

Las políticas culturales tienen el reto de articular lamayor productividad de bienes culturales, el desarrollode los medios de expresión y la aportación crítica hacialos productos culturales, es decir, pautar su suerte socialdurante la comercialización y el consumo de estosproductos. Las visiones en conflicto sobre el rol de laspolíticas culturales parten del concepto de cultura sobrela base que se diseñan, a saber: un “servicio público” oun “bien colectivo”. Estas concepciones se traducen, porejemplo, en la prioridad que se le confiere a losequipamientos de formación o de socializaciónrespectivamente. Cuando se parte de la cultura comoun servicio público, se pone énfasis en la programacióno planificación de actividades educativas o ferias yfestivales, o sea, que ciertos departamentos administrativosdirigen la oferta cultural al establecer sus contenidos y

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temporalidad. Mientras que cuando se parte de la culturacomo un bien público se enfatiza en la libre capacidadde los actores sociales para satisfacer sus exigencias ydemandas en espacios de libre encuentro y realización.¿Cómo y qué espacios se facilitan para servir o socializarla cultura? ¿Quién y cómo decide el menú de dicha carta?Este es el encargo de los políticos de la cultura aunque,generalmente, lo olvidan en la medida en que el Estadodeja de construir su hegemonía sobre la base del biencomún y recibe con beneplácito que la iniciativa privadase ocupe de proveer bienes y servicios culturales con unimpacto negativo en el plano de la justicia social. En estaparadoja se esconden las perversiones y patetismos delas políticas culturales.

Ambas concepciones y sus consecuencias prácticasson estrechas, parciales, y limitadas. La primerapresupone lo que la gente quiere, pauta un “deber ser”ajeno a sus necesidades reales y gustos, aun cuandoparte de posiciones colectivistas que pretenden igualarel consumo cultural a partir de un acceso a los serviciosigualitario o equitativo. La segunda es usada comojustificación para el des-comprometimiento de lasinstituciones públicas con la distribución equitativa,promueve posiciones individualistas bajo el supuestoque de ello se encarguen los innovadores de la sociedadcivil local al ampliar la libertad de elección delconsumidor —soberano pero controlado, clasificadoy jerarquizado— y responde a sus demandas reales.No en balde esta última posición es la promovida ycómoda para el neoliberalismo; mientras que la otra,sitúa un estatismo inocuo que puede rozar eltotalitarismo bajo un rostro paternalistamentefilantrópico o un mecenazgo cautivador. Sin embargo,ambas concepciones no son excluyentes y puedencomplementarse. El ideal podría ser mantener un fuertecompromiso público con la equidad y la participación,al promover un contexto institucional que estructure lavida pública —prácticas, normas y metas— y, al mismotiempo, proveer los medios de expresión y realización

de las personas para actualizar sus identidadesindividuales, grupales y comunitarias por medio de laexperiencia pública donde la iniciativa privada puedaexpandirse con responsabilidad social.

El modelo empresarial de la dinámica económicadel capitalismo tardío rige la lógica social y, en particular,del campo cultural y de la producción de conocimientos.Esto se constata en las industrias del copyright —del libro,la música, la prensa, la TV—, en los procesos decomunicación masiva que es donde se desenvuelvenlas principales actividades culturales tanto relativas a lapresentación de los productos y en la constitución desus públicos consumidores —marketing y publicidad—,como en las formas de producción mismas. Lasindustrias culturales tienen y tendrán un papelfundamental en la dinámica de la nueva economíacultural basada en un nuevo paradigma tecnológico(Castells, 1995), en los cambios en los vínculossocioculturales y en las demandas de las sociedadescontemporáneas. La economía cultural no deja de serpolítica (Yúdice, 2002:31). Hopenhayn (2001) afirmaque estas industrias se han convertido en un espaciosignificativo de disputa por la articulación de la culturay la política, se entiende que en la actualidad no es tantoen la producción de sentido sino en su circulacióndonde se juegan proyectos políticos: “...en la circulación,mucho más que en la producción, la cultura devienepolítica” (69-89). En la modernidad, la presenciamediática, en cuanto articuladores sociales emergentes,ha sido central en la construcción y el ejercicio de unaciudadanía regulada por la fuerza estética de los mensajespresentados por sus profesionales de la intermediacióncultural acrítica, a saber: los periodistas. El desarrollotecnológico y la demanda de procesamiento deinformación seguirán favoreciendo ese protagonismocuya contracara puede reforzar las grandes asimetríasde poder simbólico. “Dar vida a un lugar” y, sobretodo, a las ciudades, como dice Castells, es parte delnuevo panorama que se presenta a las políticas culturales.

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Pensar el problema de proponer políticas culturalesplausibles con las transformaciones de las relacionessociales, implica aclarar los vínculos de las políticas conlos efectos del modelo neoliberal, el modo que laglobalización cultural ha adoptado en cada territorio—producción, distribución, circulación y consumocultural—, así como las formas institucionales queasume la hegemonía y la resistencia cultural. Laplausibilidad de las políticas culturales presupone unanálisis cultural de la sociedad (Wortman, 2001:251).

Se ha insistido en que la administración y gestión deproyectos culturales, así como la programación deagendas culturales, deben ser pertinentes culturalmentehablando, es decir, que deben ajustarse a las necesidadesestéticas y prácticas a las demandas de las poblaciones,al tiempo que no renuncien a la promoción de nuevosvalores. La sustentabilidad de los proyectos culturalesdepende, entre otros factores, de esos valores quepromuevan, las rentas que exijan, los empleos quegeneren, los niveles de participación que alcancen y lacapacidad de gerencia y gestión cultural. No obstante,infinidad de proyectos dependen del apoyo oficial ode la ayuda financiera privada, pero: ¿la creatividadcultural está reñida con equivalencia económica y lacorrespondencia política que alcance? No, aunque síestá sometida a sus rejuegos. La suerte de muchosproyectos innovadores pasa porque puedan arrancarcon un apoyo inicial o incentivos públicos locales —legales o económicos, a veces hasta emotivos—, paraluego consolidarse con éxito y rentabilidad.Curiosamente su viabilidad, en caso de consumarse,parece un problema para los políticos que no inviertenporque, las más de las veces, el activismo culturalinnovador proviene de movimientos cívicos u ONG

progresistas que han apostado por la culturaentendiéndola de distintas maneras (Yúdice, 2002:18).

Es necesario imaginar formas asequibles de gestión,distribución y consumo de las actividades artísticas yculturales. Todo este trabajo inmaterial añade valor a

los bienes, fomenta la inversión y el desarrollocomunitario.4 Las alternativas en la circulación a partirde las redes de servicios para promover relacionesdonde se produzca cultura, se comercialice y seencuentren los creadores —aficionados yprofesionales—, favorece dicha producción de bienesy la expresión de las culturas vivas. De cualquier manera,las acciones de las redes comunitarias no constituyenuna compensación a la avalancha de la iniciativa privadani a la “capitulación” del Estado. Hoy los gobiernos seconcentran, fundamentalmente, en patrocinar festivales,ferias culturales o megaeventos espectaculares. Estosson parte de agendas culturales que contribuyen adiversificar el gusto, fomentar las relaciones sociales, lacolaboración y la seguridad del entorno, pero serequiere investigar su impacto y hasta qué punto sucarácter anual limita el alcance de sus metas, si los logrosse adecuan al gasto que suponen y si el público se verepresentado y entusiasmado o no.

Los estudios culturales pueden contribuir al análisisde la significación e impacto de las políticas, con laevaluación del correlato entre oferta y demanda, entrelos ideales deseados y las prácticas reales. También,dando cuenta de las nuevas formas de producción dela cultura, de los productos culturales y de sus públicos.En cuestión, se trata de constatar las formas en que searticulan los actores y sus ámbitos principales: losproductores culturales —sobre todo, agentes de lacreación—, el entrado institucional y las burocraciaspúblicas que regulan los mercados culturales y losgrupos de consumidores, es decir, las audiencias consus microdinámicas específicas. Las políticas culturalesdeben ser analizadas con una visión holística que décuenta de los múltiples aspectos que intervienen tantoen la planificación, la implementación, la ejecución ysus impactos. Así algunos aspectos analíticos para darconstancia de las permanencias y rupturas puedenabordarse al responder preguntas tales como: ¿dóndese interviene?, ¿para qué se interviene?, ¿por qué se

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interviene?, ¿quiénes son responsables?, ¿con quémedios o instrumentos cuentan?, ¿a quién se favorece?,¿qué hace la intervención?, ¿qué logra la misma? Alanalizar las políticas en todas sus fases, no se puedeperder de vista que intervienen una pluralidad de actores—productores, instituciones y consumidores— cuyosmodos de relacionarse determinan la complejidad ylas contradicciones de los procesos. En este sentido, espertinente seguir esas dinámicas teniendo en cuenta cómose vinculan los distintos sectores sociales —mercado,estado, comunidad y familia— en la provisión derecursos y bienes, y los procedimientos o procesos quedevienen definiendo en la práctica la lógica de todaslas relaciones sociales —estatalización, mercantilización,comunicatización o familiarización (Adelantado,2000:23-61).

Un problema central para el análisis cultural es darcuenta de la escisión entre el ideal discursivo —qué seproyecta, desea o debe hacer— y las prácticas reales—modo concreto de aplicación de lo que se pensó ose planificó—. Como se sabe, los problemas de lapráctica siempre rebasan los límites del pensamiento.Dar cuenta de esas diferencias entre ofertas y demandases una tarea de los análisis de las políticas culturales.Los estudios culturales pueden servir para explicar ycomprender aquello del pasado que impide o puedefavorecer en el presente un desarrollo, undesenvolvimiento más cabal, más pleno y, además,para ayudar a los actores sociales a re-conocer susverdaderas capacidades creadoras, a procurar surealización cultural y social. También, evaluar los ejesde desigualdad que operan transversalmente en laesfera cultural, a saber: desigualdades de clase, género,etnia o edad, de ciudadanía —sujeto de derechos—,diferencias de posiciones respecto a la estructuraadministrativa del estado —clientes o no de lasburocracias públicas, empleados o beneficiarios delos servicios sociales—, desigualdad de capacidadesasociativas —esfera relacional y distintas esferas de

acción—. Las políticas culturales pueden impulsar lademocratización y la socialización al favorecer lamultiplicación de los actores; el reconocimiento desus voces, al ponerse al servicio del bienestar; lafelicidad colectiva, al producir bienes y riqueza directao indirectamente.

Los estudios recientes tienden a contemplar alconjunto de intervenciones realizadas por el estado, lasinstituciones civiles y los grupos comunitariosorganizados con el fin de orientar el desarrollo,potenciar la creatividad, satisfacer las necesidadesculturales de la población y obtener consenso para untipo de orden o de transformación social. El análisisde las políticas culturales puede dar cuenta de losproblemas identitarios y de las oportunidades, lasproyecciones y peligros de la convivencia en laheterogeneidad social. Quizá la contribución mayorpasa por indicar cómo aprovechar la heterogeneidady la variedad de mensajes disponibles y aprender aconvivir con los otros (García Canclini, 2000); o, comole dijo un shuar de Ecuador a connotados museólogosconservacionistas en una reunión en EUA: “...lo que enrigor se necesita es documentar la cultura para eldesarrollo cultural de la comunidad” (apud. Yúdice,2002:130).

No se puede dejar de subrayar que en medio delimpacto de las políticas neoliberales en la crisis de loslazos sociales, se evidenciaron los límites del estadobenefactor y se muestra la incapacidad del estadoprivatizador —incluso de la vida y la muerte— parauna autocrítica que permita desplegar una fase ético-política. Fase donde sus estructuras más o menosmaduras, potencien la conversión del Estado en unagente de reformas culturales, más allá delcorporativismo y la economía librecambista,maquiladora, que propone la ética de la culturaconsumista como clave para la configuración deidentidades y el desarrollo económico. En otraspalabras, que el poder estatal apueste no sólo por el

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componente económico al legitimar su hegemonía, sinotambién por el componente ético cultural paradesarrollar su tradicional tarea de “disciplinar” el cuerpoy “neutralizar” la mente, pero sobre la base de unaciudadanía cultural, de una democracia inclusiva y unapráctica reflexiva. Los poderes existentes requierenemprender tal tarea, mas su capacidad está en duda sise tiene en cuenta que lo que está en juego es la naturalezade su poder y de los actores dominantes que le exigen,por ejemplo, vigile todo lo que se opone al régimen deapropiación de la cultura que ellos controlan. Noobstante, el estado neoliberal al reducir la subvención alos servicios, en medio de la desconfianza crecienteque en su conjunto le ha tenido la sociedad, abrió labrecha y habilitó a múltiples actores, y entre ellos los dela sociedad civil, para que actuaran y definieran unaalternativa constructivista de desarrollo cultural que nonecesariamente reduce o privatiza lo social y lo culturalfrente a cualquier desencanto.

Las industrias culturales, a través de sus fundaciones,sustituyen al estado con sus subsidios cuando éste reducelos presupuestos destinados a cultura y promueve ladescentralización de las políticas culturales nacionales.Los gobiernos provocaron con sus políticas dedesregulación y su endeudamiento, que el apoyo culturalrecayera en asociaciones públicas-privadas,corporaciones semiprivadas y paraestatales devenidasde poderosos intermediarios en la financiación. Lapolítica cultural estatal descuida la producción, lacirculación y la recepción de los productos culturales.Tal es el caso del Estado mexicano cuya política noexpresa a cabalidad ni potencia con fuerza el trabajocreativo y de la comunicación, a pesar de su importanciapara la economía del país pues aporta al PIB 7 %aproximadamente (Piedras, 2004:181).

Planear, administrar y financiar la cultura en unmarco neoliberal donde Estado, mercado y sociedadcivil se combinan, replantea el problema de la agenciacultural. Si el correlato entre globalización y cultura haredefinido convenientemente la segunda para establecer

con ellas relaciones de conveniencia, adecuación opertinencia a favor del “imperialismo cultural” deoccidente (Yúdice, 2002:44-45), entonces se debecelebrar con prudencia el papel de la agencia culturalen espacios formales o informales, oficiales oalternativos, públicos o privados en relación con lavoluntad de las agrupaciones de artistas y losentramados institucionales de administración de lacultura. El trabajo cultural está preformado por la lógicade los distintos actores que, a través de unas redes máso menos densas, actúan en nombre del estatuto culturalde cada uno, mientras se enfrentan al desafío delreconocimiento de los otros. En el juego de relacionesrecíprocas donde se construyen y representan lasidentidades, dicho estatuto proviene de la red deconexiones que neutraliza las posibles ventajas, regulala identidad y protege de la arbitrariedad. Todo ellomientras que: la creatividad del público no cesa porquehacer cultura es una forma de vida, el Estado hacepoco para contrarrestar la destrucción de cualquierforma de diversidad, y las trasnacionales con sus lobbysexigen mayor conectividad liberalizada.

Es cierto que las culturas locales y regionales estánplanteando demandas, es más: “...Hay una demandade ser actor cultural” (Wortman: 2001:261). Elimperativo de descentralizar así como de democratizarla cultura condujo a aumentar las demandas de inclusióny pertinencia de la comunidad, que algunos consideranun medio de dar poder y otros, de cooptación política.De ello dan cuenta los cambios en los espacios públicosa constatar en la proliferación de cibercafés, los baresculturales, multicines, megamuestras de arte barrial, lasescuelas o talleres de danza y las presentaciones callejerasde música o teatro; además, los usos invisibles ounderground de Internet, del cable, los videos, televisionesy radios, del tráfico o la piratería que alcanzan unacomplejidad inusitada en las urbes. Esta emergentediversidad de prácticas y vínculos comunitarios expresala vitalidad de las formas de sociabilidad locales a través

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de acciones culturales, de nuevas formas de consumoy de ciudadanía activa (Calderón y Szmukler, 2004).En este sentido, los problemas de la discontinuidadcultural no están superados por la globalización, porlos nuevos universales que ésta impone como formasde incorporar y homogeneizar desigual, jerárquica yasimétricamente. ¿Cómo hacer convergente oconmensurable la heterogeneidad y volverla productiva?

Los marcos de entendimiento, interpretación yconducta producidos en las sinergias entre actorescomo redes establecidas o rearticuladas con la ayudade organizaciones de la sociedad civil, convierten a locultural en un área cuyo dinamismo potencia lanegociación y la lucha para desarrollar un ethosdemocrático a partir de expandir la esfera pública (Willis,1999; Calderón y Szmukler, 2004). De hecho, ellaspromueven una mentalidad de red, como estructuraflexible de producción, distribución, promoción,circulación y consumo. El estatuto de las redesdependerá de quiénes participan de la red, a quiénes seinvita, para descentralizar los paradigmas o modelosde cada uno y para desarrollar una visión mejor deuno mismo y una realización personal distinta.

El nuevo paradigma de la acción cultural que seplantee un sentido democrático en los planesestratégicos de desarrollo social requiere un ethoshumanista y una educación o alfabetización crítica.También, replantear la problemática autonomía delcampo cultural en relación con las instituciones delEstado, del mercado y de la sociedad civil transnacional.Ahora bien, el mismo Estado está atrapado endiscusiones cruciales para la identidad cultural entre esosintereses transnacionales y los locales, entre las redesarticuladas en nombre de la acumulación según la lógicadel mercado de valores competitivos y excluyentes, ylas redes que promueven la solidaridad y el sentido depertenencia. Los contrapuntos en torno a si losproductos culturales no deben estar sujetos a términoscomerciales —entendiéndolos como herencias que

forman parte del patrimonio— o constituyenmercancías como todas las demás, plantean unverdadero problema de soberanía. ¿Cómo se va aresolver el problema de la soberanía si el Estado sedesplaza dejando el juego abierto y con reglas mínimas?¿Puede realmente el mercado garantizar los derechosciviles, sociales y culturales, y la calidad de vida?

La cultura importa, pero privatizar, reducir ydescentralizar el sector público en lo tocante a las políticasculturales, supone para la discusión sobre la soberaníacultural una reducción del carácter nacional de lasproducciones estéticas o, para decirlo de otra manera,un paso del “made” al “assembled” o al “imported by”. Antes,la cuestión de orden era proteger e impulsar unaproducción endógena que permitiera cuotas deprogramación reducidas para las importaciones (GarcíaCanclini, 1999); ahora, las tendencias de protecciónnacionalista pasan a ser regionales o continentales. Estatendencia ha impulsado la discusión sobre el papel delas culturas regionales frente a la inminente ruina de lasindustrias culturales nacionales, la reorganización mercantildel intercambio de bienes culturales en función dereconsiderar sus beneficios arancelarios e impositivos —como en el caso de los libros—, y el desequilibriocomercial por el desmesurado poder audiovisual deEUA, quien monopoliza la programación en las redes yen los sistemas satelitales y de cable latinoamericanos yeuropeos (Yúdice, 2002:228). Sin embargo, la integracióndel continente se está llevando a cabo en los términosestipulados por las corporaciones estadounidenses ytransnacionales, es decir, a expensas de los paíseslatinoamericanos y favoreciendo el “bombardeo cultural”o la “americanización” en la medida en que la producciónde bienes y el consumo, en relación con los salarios demiseria de nuestros países, están de capa caída (GarcíaCanclini, 1999; Getino, 2003; Yúdice, 2002:322). Estoactualiza la necesidad de ensayar políticas innovadoraspara regular los mercados regionales de bienes culturalesy de sistemas más eficaces de intermediación cultural no

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sólo en la producción, la circulación y el consumo, sinoen el aprendizaje de las interrelaciones culturales.5

El debate entre el desplazamiento de las empresasy la localización de las poblaciones y lo socialfragmentado (García Canclini, 2000), plantea ¿cómorearticular formas de solidaridad en tejidos socialesdeshechos culturalmente? Para ello adquieren sentidolas políticas culturales, como instrumentos im-prescindibles para repensar los acuerdos colectivos, lospactos sociales. Sin embargo, el poder de las políticasculturales debe ser cuestionado pues pueden constituiry modular las desigualdades culturales pero difícilmenterebasarlas de un tajo. El uso de la cultura para suavizarheridas de conflictos, nivelar escisiones sociales puede,al mismo tiempo, exacerbar o perpetuar las asimetríasen la distribución del capital cultural y las jerarquías. Elpanorama es sombrío porque todo indica que esasdesigualdades se agudizarán con la impotencia de unEstado atado de pies y manos, incapacitado porinstrumentos internacionales y por miedo a innovarpara garantizar la igualdad entre culturas diferentes.

El abandono de la capacidad regulatoria del Estadono significa debilidad de su capacidad de cooptaciónaunque se haga más vulnerable. Puede re-emerger comoun intermediador privilegiado alimentando la fantasíade una recíproca cultura común y de la diversidadcultural. Estas dos retóricas desempeñan un importantepapel al consolidar a los grupos susceptibles de sercapitalizados por las instituciones académicas, artísticas,mediáticas y del mercado. Un problema del discursomulticulturalista adoptado por el estado para manejarla diversidad tradicional y emergente consiste en queno lo deje en manos de expertos tecnoburócratas alresignificar lo nacional y promover una sociedad másigualitaria. La cuestión de la revalorización de lasidentidades culturales desterritorializadas no deja de serun objetivo de las políticas culturales en Latinoamérica,cuando éstas asumen nuevas complejidades y recreanel sentido de lo colectivo intra e interregionalmente.

El desarrollo del capital cultural requieredemocratizar la vida económica y política, compartiro luchar por el control de los medios de simbolizaciónde las instituciones estatales que afirman sus derechosde propiedad y de crear espacios para las culturaslocales, redes de países para colaborar, aprovecharpotencial humano e institucional, desarrollar progra-maciones conjuntas, intercambios culturales entrepueblos, así como de respuestas creativas y unaorganización de la gestión más fluida e informal. Todoello en medio de una llamada a revalorizar la diferencialocal dentro de los circuitos globales, y el reto de laintegración cultural como principal motor de laactividad y la acumulación de capital (Yúdice, 2002:323).En síntesis, orientarse hacia nuevos sentidos de losderechos sociales, es decir, a la ampliación de la ideade ciudadanía a partir de políticas de reconocimientobasadas en una ética transcultural y sustentadasen normativas de convivencia multiculturales ysupranacionales (García Canclini, 1997:50).

Más que proponer diversas políticas en diferentesesferas o sectores, una política de la cultura del desarrollotendría que articularse con la política educativa y contodas las políticas sociales. En fin, se trata de políticasciudadanas inclusivas, democráticas —participativas—y multiculturales, capaces de ocuparse de la totalidadsocial, coadyuvar en el desarrollo como imperativo desobrevivencia al sumarse a los actuales procesos deestetización de la vida cotidiana —liderados por losmedia—, canalizar, facilitar y generar procesos deestilización de la vida de los trabajadores de la culturay, en general, de todos los que viven las culturas.

Los criterios de habitabilidad de la nueva políticapueden definirse al enfrentar los peligros que suponen elmonopolio de los centros hegemónicos, lainterdependencia asimétrica, la constitución híbrida delos sujetos a partir de nuevos consumos culturales y estilosde vida, la transformación de ciertos grupos en minoríasy su incorporación subordinada, el sometimiento a los

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imperativos del mercado —lo que no es sinónimo deexclusión de industrias culturales—. También, a lanecesidad de producir plusvalía simbólica a través demanifestaciones culturales que den placer, disfrute yentusiasmen, que den sentido a la heterogeneidad alreconocer su polisemia y heteroglosia.

La política cultural es obra de todos, aunque hoy elagente productor y consumidor de la cultura se hatransformado. Tal vez por ello la cultura es un terrenoresbaladizo de negociación de los cambios aceleradosde la sociedad capitalista. El campo cultural se reconfiguracomo un conjunto de políticas, prácticas y discursos queopera, como otras estrategias gubernamentales, paragerenciar a la población, disciplinarla y reculturizarla enel consumo hedonista. El nuevo alcance y la prominenciade la cultura, la política y la agencia humana ¿aseguran oposibilitan la democratización de la cultura?, ¿sus tramascoligan a las regiones para sobrevivir, competir ocomplementarse en la globalización?6

Para resumir digamos que si se “hinchan”voluntades para responder afirmativamente talespreguntas, se debe de subrayar que hacer cultura suponetres formas de acción irreductibles:

1) una forma de hacer política. En este sentidose habla de políticas culturales;

2) una forma de hacer economía que nonecesariamente lleva a las políticas culturales amimetizarse con la estética del mercado y lalógica publicitaria (Wortman, 2001:259); y, porúltimo,

3) una forma de vida cuya estilización pasa porpolíticas de la cultura del desarrollo.

Como es evidente, estas últimas son las quesubscribimos aquí, por suponer una política culturalradical —en el sentido de develar las raíces— o políticaspúblicas firmes para impulsar el desarrollo con equidad

y seguridad a partir de potenciar las opciones y las utopíasde los sujetos reales, su “estética terrena” (Willis, 1999).

Adagio sostenido. La cultura establece u obstaculiza pautascreativas y experiencias innovadoras que son correlativasal desarrollo histórico del hombre; al tiempo que eldesarrollo del hombre es correlativo del desarrollocultural de la sociedad como pautas estables y ordenglobal. El desarrollo social es un haz de realidadesemergentes y de lentos y continuos movimientos deopinión —reflexividad social—, de la gradualconciencia que alcanza todo actor social de susproblemas y las formas de resolverlos asumiendocostos y consecuencias. En este contexto, su historicidades un hecho inminentemente cultural que (se) vivifica(con) la hechura de la historia y la acción social eficazde todos los actores que participan en ella. Si estamosde acuerdo con lo comentado, se reducen las dudassobre el primer plano en que se coloca la significaciónde las políticas culturales y de la cultura para laproducción de lo social.

Notas

1 Por ejemplo, en el NAFTA/TLCAM, el MERCOSUR y el Grupo delos Tres se contempla el incremento del intercambio culturalmultinacional y se favorecen actividades conjuntas, convenioseditoriales, televisivos, universitarios y de investigación. Noobstante, sólo el MERCOSUR y la Unión Europea parecen avanzaren una integración cultural más real y efectiva (García Canclini,1997:46; Miller y Yúdice, 2004:237-242 ).2 Por ejemplo, muchos programas acentúan la invisibilidad delas mujeres a partir del carácter asistencialista del enfoque delbienestar del Estado y de algunas ONG. Ello conduce a la necesariaimpugnación del sesgo androcéntrico de la teoría y la praxis delas instituciones de desarrollo (Kottap, 2000:111, 113).3 Para ello habría que valorar en su medida tres claves de lacultura común, “tradicional” o “popular” (Willis, 1999), a saber:su carácter autónomo, compartido y creativo. Todo grupo socialtiene una autonomía simbólica, es decir, tiende a organizar sus

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experiencias en un universo coherente dotado de sentido: poseegestos e ilusiones que lo autodefinen. Del mismo modo, todosistema de prácticas, de lenguaje y de símbolos tiene un sentidocultural para los que comparten similares condiciones y posicionessociales, dicho sentido se discute, se negocia y objetiva en estilosde vida, y en las definiciones que usamos en el lenguaje cotidianopara clasificar los tipos sociales. Por último, la cultura comúntiene un carácter contradictorio como expresión delentrecruzamiento de relaciones de fuerza distintas, pero esuna cultura de contestación, donde la creatividad intrínseca delser humano puede traducirse en resistencia cultural con lo queésta puede suponer de reproducción o no de unas relacionesde dominación dadas.4 Así, por ejemplo, los estudios culturales podrían contribuir aque las organizaciones y microempresas locales se colocasendirectamente en los mercados nacionales e internacionales alpromover de manera atractiva las expresiones culturales locales.La música, las artes, el diseño, la moda, la comida, la danza y losfestivales son un campo de trabajo formidable apoyándoseincluso en las posibilidades comerciales que ofrece Internet. Lacultura y la innovación constituyen motores del crecimientoeconómico porque, entre otras cosas, requieren una alta demandade mano de obra. Los trabajadores culturales buscan entornoscreativos que por su lógica de intercambios fluidos deexperiencias, propician la innovación, y complementos entre elsector de los servicios, la red de administradores y gestores quemedian ante las instituciones, otras entidades sociales y el público.5 Los estudios culturales latinoamericanos han subrayado queuna de sus líneas de acción prioritarias es incrementar lainformación cultural disponible para poder armonizar políticasculturales en el nuevo contexto que ofrecen lastelecomunicaciones, la interdependencia económica y las nuevastecnologías. En este sentido resulta imprescindible hacercomparables los conceptos y categorías de los datos estadísticosculturales a nivel nacional y entre los países. La recolección dedatos válidos, ayudaría a delimitar las cuentas de actividadesculturales. Integrar a los censos nacionales la recolección de datosseleccionados sobre el patrimonio y sobre actividades culturales,estas últimas registradas también como sector económico yotorgando atención a los ejes de desigualdad. Promover larecolección de datos empíricos en los servicios sectoriales entodos los campos que se vinculan con la cultura, por ejemplo,importación y exportación de bienes culturales, educación artística,teatro y cine, y así sucesivamente en otros rubros.

6 En este punto recuerdo la advertencia y la moraleja de laanécdota contada por Clifford Geertz: “Necesitamos unaaprehensión más exacta de nuestro objeto de estudio si noqueremos vernos en la situación de aquel personaje del cuentofolklórico javanés, ese ‘estúpido muchacho’ que habiendo sidoaconsejado por su madre de que buscara una esposa callada,regresó a su casa con un cadáver” (1987:173).

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