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Cultura política y universos discursivos del movimiento obrero ilustrado. Chile en los albores del siglo XX. Cristina Moyano Barahona[1] Introducción "La cuestión social" parece haber sido acuñada por primera vez, en Chile, como concepto en el discurso de Orrego Luco. En este discurso el autor trata de analizar los factores que estarían causando un proceso de degradación humana en el seno de la sociedad chilena. Sin dudad su análisis realizado desde la óptica de la elite, representa la visión que la parte más ilustrada de la clase dirigente tiene sobre la cuestión social, que podría resultar amenazante sobre el orden social existente. Dentro de esta creación discursiva y política, Orrego Luco describe a un hombre "subhumano", que vive en el límite de lo permitido y que por otro lado parece ser la punta de lanza en el proceso de transformación capitalista que asiste a Chile y al mundo en general. La producción fabril con su consiguiente aglomeración de obreros, era a comienzos del siglo veinte, la forma más moderna de producción existente en el mundo posterior a la revolución industrial. Sin embargo, a pesar de que nuestro país mantiene rasgos arcaicos en su economía y se ha insertado de manera dependiente en el capitalismo mundial, vive con toda intensidad el problema denominado "cuestión social". De esta forma, la elite (si pudiéramos expresar con este término tan amplio al grupo al cual representa Orrego Luco) comienza a observar "horrorizada" un ser humano degradado y desconocido, resultante de este proceso de transformación económica y social. Su misma creación discursiva parte de una definición en la negación, esto quiere decir, que el hombre que está observando no se define por aspectos positivos en cuanto a su comportamiento social y moral, sino más bien porque degrada los conceptos valóricos existentes como baluartes de la sociedad. Dichos universos discursivos reflejan una cultura política específica de una elite, que para A. Stuven rompe su lógica de consenso en la segunda mitad del siglo XIX. La alteración de las coordenadas que suponían el orden nacional, valores como la estabilidad, el orden religioso, y la tolerancia en un marco reducido, eran elementos que permitía la diversidad, pero que se requebrajan, se desdibujan o se deslegitiman en dicho siglo[2] . La cuestión social, por su parte, hará más potente dicha ruptura y contrapondrá a la elite, a una nueva realidad, obviada y que amenaza con destruir lo que queda del orden pre-capitalista.

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Cultura política y universos discursivos del movimiento obrero ilustrado.

Chile en los albores del siglo XX.

Cristina Moyano Barahona[1]

Introducción "La cuestión social" parece haber sido acuñada por primera vez, en Chile, como concepto en el discurso de Orrego Luco. En este discurso el autor trata de analizar los factores que estarían causando un proceso de degradación humana en el seno de la sociedad chilena. Sin dudad su análisis realizado desde la óptica de la elite, representa la visión que la parte más ilustrada de la clase dirigente tiene sobre la cuestión social, que podría resultar amenazante sobre el orden social existente. Dentro de esta creación discursiva y política, Orrego Luco describe a un hombre "subhumano", que vive en el límite de lo permitido y que por otro lado parece ser la punta de lanza en el proceso de transformación capitalista que asiste a Chile y al mundo en general. La producción fabril con su consiguiente aglomeración de obreros, era a comienzos del siglo veinte, la forma más moderna de producción existente en el mundo posterior a la revolución industrial. Sin embargo, a pesar de que nuestro país mantiene rasgos arcaicos en su economía y se ha insertado de manera dependiente en el capitalismo mundial, vive con toda intensidad el problema denominado "cuestión social". De esta forma, la elite (si pudiéramos expresar con este término tan amplio al grupo al cual representa Orrego Luco) comienza a observar "horrorizada" un ser humano degradado y desconocido, resultante de este proceso de transformación económica y social. Su misma creación discursiva parte de una definición en la negación, esto quiere decir, que el hombre que está observando no se define por aspectos positivos en cuanto a su comportamiento social y moral, sino más bien porque degrada los conceptos valóricos existentes como baluartes de la sociedad. Dichos universos discursivos reflejan una cultura política específica de una elite, que para A. Stuven rompe su lógica de consenso en la segunda mitad del siglo XIX. La alteración de las coordenadas que suponían el orden nacional, valores como la estabilidad, el orden religioso, y la tolerancia en un marco reducido, eran elementos que permitía la diversidad, pero que se requebrajan, se desdibujan o se deslegitiman en dicho siglo[2]. La cuestión social, por su parte, hará más potente dicha ruptura y contrapondrá a la elite, a una nueva realidad, obviada y que amenaza con destruir lo que queda del orden pre-capitalista.

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Esta definición por negación caló tan hondo dentro de la sociedad chilena, que no solo conformó parte del discurso de la elite, sino que se traspasó a una parte importante de los sectores populares, específicamente obreros, que tomaron y se identificaron con este discurso de la elite, y lo hicieron suyo, forjando de esta forma su propio discurso de regeneración del pueblo, configurando por lo tanto una nueva forma de hacer, de prácticas y de mirar la política. En otras palabras, constituyeron elementos que fundaron una nueva cultura política, desde el pueblo. Así, los discursos anarquistas, los de Luis Emilio Recabarren y de otros miembros de la "elite obrera ilustrada", fueron muy significativos en los proyectos obreros de comienzos de siglo, que se nutrieron, en parte importante, de los aportes que en esta misma línea hicieron los numerosos movimientos mutualistas de mediados y fines del siglo XIX. Estos aportes consisten en la creación de una nueva concepción de hombre, quién debía traer la justicia social a la tierra. Esta concepción discursiva, nos resulta historiográficamente tan importante como las técnicas y estrategias que se desarrollaron para su implementación real, ya que el trasfondo de la humanización de la sociedad en manos del movimiento obrero, solo sería viable si el hombre que nacía compartía estos valores acuñados por el liberalismo, los conservadores y la elite en general, con anterioridad a la apropiación discursiva por parte de los obreros. De esta manera, entendemos por cultura política los discursos sobre lo público y lo privado que tienen determinados grupos, discursos que ponen los límites a las acciones, que significan las prácticas y que se hacen visible al otro, generando rasgos de identidad propia y diferenciada. Cultura política será de esta manera no sólo la forma de entender la política, sino que lo público-privado, es decir, el universo cotidiano sobre el cual significamos y valoramos las prácticas de poder[3] De esta forma, el objetivo del trabajo será el análisis de la reapropiación afectiva que generó el discurso moralizador y educativo en el proyecto obrero de regeneración del pueblo, suponiendo los nuevos marcos de significación y de acción política, con los cuáles los obreros ilustrados construyeron su manera de enfrentar la "cuestión social". Para esto, hemos dividido el presente trabajo en tres partes: 1.- La cuestión social en Orrego Luco, como representación acabada sobre los problemas que vivía el pueblo, desde la óptica de la elite. Se enfatiza el poder del discurso en la configuración de las identidades. 2.- Los discursos obreros en la prensa ilustrada: el caso anarquista, el de Luis Emilio Recabarren y los proyectos mutualistas. 3.- La discusión historiográfica sobre el proyecto de regeneración del pueblo.

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La cuestión social en los ojos de la elite ilustrada: la visión de Augusto Orrego Luco

La cuestión social como problema comenzó a ser estudiado por la elite de nuestro país, bajo una concepción de agotamiento nacional, que en suma podría traer el horror y la descomposición del cuerpo social en su conjunto. La aparición de un hombre peligroso, punta de lanza en la modernización industrial del capitalismo mundial, se hacía presente en Chile, que a pesar de no vivir los avances productivos, vivía, sin embargo, los problemas sociales con agudeza y crueldad. Estos "hombres" constituidos por inquilinos, peones, mineros y obreros, entre otros, conformaban un mundo popular complejo, sacudido por la pobreza y las injusticias sociales que mostraban en carne y hueso lo delicado que podía llegar a ser este sistema capitalista, sustentado en un crecimiento económico basado en la inequidad y la mala distribución de la riqueza. Estos sujetos se encontraban en riesgo eminente de desafiliación, y eso comenzó a preocupar seriamente a la elite dirigente. Dentro de esta lógica, se entiende el trabajo de Orrego Luco, quien realiza un estudio comprensivo de la realidad que observa, para permitirse idear soluciones a este conflicto que parece alarmante. La primera parte del trabajo de Orrego Luco[4] se centra en intentar explicar las causas del agotamiento nacional expresado en la fuerte corriente migratoria y la elevada tasa de mortalidad infantil, que constituyen una expresión de la cuestión social para el autor. Ambas expresiones estarían dentro de una lógica de descomposición social, de desestructuración del orden, bajo la visión de que la sociedad se articula como un cuerpo humano, donde una de sus partes no se encuentra funcionando como corresponde y pone en peligro a la vez, el funcionamiento de la sociedad en su conjunto. En forma paralela, Orrego Luco intenta buscar en las leyes sociales, que cree existente, las explicaciones a estas anomalías en el funcionamiento social, para darles soluciones desde arriba, desde el Estado, desde la política. De esta forma, sería el Estado que bajo un comportamiento "despótico e ilustrado" debiera salvar el orden y funcionamiento del cuerpo social, a semejanza del cerebro y su función dentro del cuerpo humano. Orrego Luco, comienza a buscar en la naturaleza los indicios de aquellas leyes sociales que puedan explicarle esta intensa corriente de desintegración social que parecer inundar la sociedad chilena. Así esboza como una de las primeras causas, que el estadista o político debe tomar en cuenta para solucionar el problema, la mala alimentación del mundo popular y productivo. Esta mala alimentación traería consigo un aumento desmedido de la población en conjunto con una disminución notable de los salarios ante la presencia de una mayor oferta laboral. Esta mayor oferta laboral no satisfecha en Chile, generaría una

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mala distribución de la riqueza y del poder político y social, que haría migrar de estas zonas a aquellas personas que no tienen cabida en las mismas. Así un primer rasgo característico del mundo popular, sería para Orrego Luco, su gran facilidad para desatar "los lazos de la familia y la patria" sintiéndose atraído "por esa vida de azares y aventuras" [5] El mundo popular así se manifestaría desarraigado y por ende no comprometido con la construcción de su nación, pudiendo a la vez destrozarla. Paralelamente el autor define a una clase dirigente incapaz de incorporar en esta construcción al mundo popular, de hacerlo sentir parte de la nación, de solucionarles "despóticamente" sus graves problemas para la subsistencia. Más aún, esta clase dirigente se ha nutrido de la desgracia de los trabajadores, convirtiéndose en la principal incitadora a la destrucción del cuerpo social. Así Orrego Luco pareciera esbozar un análisis que invoca el antagonismo social, el conflicto o la lucha de clases como algo sintomático de la cuestión social, pero que aún no se hace tan presente debido al carácter servil de las clases populares. Esta desigualdad social se manifiesta según el autor en las malas condiciones de vida que tienen los sectores populares, especialmente en la ciudad y en las minas. La falta de higiene generaría a la vez una alta tasa de mortalidad infantil, que sumado a la tasa de migración, tenderían a acrecentar la corriente de despoblamiento del territorio nacional. Los ranchos miserables donde habitan los más pobres serían la cara más visible del problema social y en forma paralela irían constituyendo ciertos elementos de identidad social en el mundo popular. Son estos elementos que trataremos más adelantes, la parte discursiva de la que se apropió el mundo popular para autodefinirse. Sin embargo, cabe dar cuenta que el autor destaca que este proceso de pauperización es más fuerte en la ciudad que en los campos. En estos últimos el sistema de inquilinaje posibilitaría un arraigo a la tierra y a la patria, que no tiene el peón forastero que migra desde una parte a otra, desde el campo a la ciudad o desde esta a otro país. Este peón forastero nutre las ciudades sin "Dios ni ley", y envuelve con su figura el horror de la cuestión social y el miedo de la elite ante la descomposición del orden social. Este peón se vuelve así una figura peligrosa no sólo por el hecho de su marcado desarraigo a la tierra y a la nación, sino porque transporta según el autor, la semilla de destrucción y envidia, dado que su movilidad le ha permitido percatarse de la desigualdad social en la cual está inmerso; y su desarraigo y falta de compromiso podrían tal vez, incitarlo paralelamente a la destrucción de complejo social. No en vano, el autor recurre a una comparación entre los bárbaros y los romanos, que recordemos destruyeron el mismo imperio. Así relata que "Esa brusca revelación de la riqueza ha debido lógica y necesariamente producir un sacudimiento moral muy semejante al que experimentaron los bárbaros al ver aparecer de una manera repentina los esplendorosos monumentos del imperio".

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"Aunque en una escala inmensamente inferior, el mismo fenómeno de la sorpresa reveladiza se ha operado en nuestros campos, con la brusca aparición en medio de ellos de una civilización extraña y superior, y que bruscamente también despertaba en sus espíritus aspiraciones mas vastas. Era aquello como si un rayo de luz penetrara en los ranchos, oscuros hasta entonces, alumbrando y poniendo de relieve las miserias que antes el ojo no veía". [6] De esta forma, para Orrego Luco son los primeros focos de migración campo ciudad, los que demuestran el estado de descomposición social, conformándose un grupo de proletarios que no tienen más ansias que mejorar sus condiciones de vida, pero que se encuentran en peligro permanente de desafiliación; sin ayuda de sus antecesores inquilinos que apenas pueden subsistir y sin ayuda del Estado. Un grupo peligroso que puede hundir la sociedad si su crecimiento aumenta y mientras no pueda encauzarse dentro del proceso de filiación, que para el autor cumplen las castas o clases sociales. Así definido el cuadro que para Orrego Luco conformaría y explicaría la cuestión social, se adentra en dar soluciones desde el Estado, bajo la consideración que deben ser los estadistas quienes lleven desde sus prodigiosas mentes los remedios a un pueblo insano y amente. Dentro del marco de soluciones que nos aporta Orrego Luco, dentro de su construcción discursiva, cabe destacar que todas pasan por un mejoramiento del sistema económico, acentuando la acción estatal y disminuyendo el exacerbado liberalismo. Así propone por ejemplo, tomar medidas conducentes a proteger la industria nacional, que permitiría mejorar cualitativamente los salarios de los trabajadores chilenos redundando en mejoras de higiene pública. La moral y la ética también se verían protegidas, ya que una persona que gana más dinero puede gastarlo en diversiones que eleven el espíritu a través de la educación. Esta última se vería favorecida notablemente, si el Estado tomara la iniciativa de fijar al peón errante dentro de los márgenes de la industria, fomentando una corriente de compromiso, de solidaridad y de afiliación al cuerpo social en su conjunto. Sin embargo, para lograr financiar estas obras, el autor estima como necesario cambiar el injusto sistema tributario que grava el trabajo y no el capital acrecentando, la desigualdad social existente. Para esto se necesitaría en conjunto, que los hombres más ricos, los propietarios, pudiesen optar por mejorar las condiciones del país en el largo plazo y dejar de ganar un poco en el corto plazo. Es decir, dejar atrás el fuerte egoísmo e individualismo en el que se sustenta el sistema económico capitalista y liberal.

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Al analizar estas medidas propuestas por el autor, podemos evidenciar una visión basada en una concepción despótica del Estado y la sociedad. Para Orrego Luco, esta institución es quien debe prever el problema social y solucionarlo antes que se desarticule el cuerpo completo. Debe cumplir la función dirigente de un cuerpo vivo pero sin aspiraciones a dirigirse por el mismo. La sociedad estaría conformada por varios grupos sociales, cuya aglutinación solo se produce por la acción del Estado y por la necesidad que tienen estos y entre si para existir. Sin embargo, sin la existencia de este cuerpo directriz el conjunto tendería a la disociación total y a la pérdida del sentido de su existencia. De lo anterior podemos concluir que quienes conforman los diferentes grupos sociales, y en especial las clases mas bajas, no tienen una fuerza propia para hacerse sentir en la historia, y el mejoramiento material en su vida no corresponde a su acción, sino que a la acción del Estado. De esta forma, emerge una visión muy particular sobre el ser humano y su comportamiento, que conforma parte del ideario de la elite del siglo XIX. Según esta visión, el hombre popular tiene un comportamiento determinado por las condiciones de vida en las cuales existe, que constituyen sus rasgos identitarios ante los ojos de la elite, pero que pueden cambiar e incluso evitarse si desde arriba se modifican. Los sujetos populares no tendrían, según esta concepción, historicidad propia, y puede moldear su accionar si el Estado actúa como ente previsor. Sin embargo, pareciera existir en este tipo de análisis, una connotación subyacente al cuerpo social y es que sus partes tenderían a la desarticulación si no existe cabeza dirigente.

Los rasgos que definirían identitariamente al sujeto popular según Orrego Luco

Los rasgos de descomposición del cuerpo social se manifestaban, según el autor, en plenitud por el estado deplorable en el cual se encontraban las clases más desposeídas, estas concentraban en sí mismas los males más apreciables a los cuales podría llegar nuestra sociedad, si el Estado no tomaba cartas en el asunto. El hombre popular de acuerdo a Orrego Luco, se encuentra bajo una atmósfera que le ha hecho adquirir condiciones de vida subhumanas. Sin embargo esas condiciones no son fruto de su existencia o de su accionar, sino que del entorno social creado por una elite inconsciente que vive a expensas de la clase trabajadora y lucra con la inequidad y mala distribución de la riqueza. Esta elite inconsciente no ha sido capaz de darse cuenta de la situación de peligro a la que expone su propio estado, al no proteger la cohesión social, es decir, al no generar las condiciones sociales para la afiliación. Las características más visibles del hombre popular son su vida displicente, al no existir en él un concepto sólido de familia, núcleo central de la sociedad según la visión de la elite. Esta falta de desarraigo no genera las condiciones necesarias para la adquisición de

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compromisos estables, poniendo en peligro a la vez las relaciones laborales, nacionales, sociales y políticas. Al hombre popular no hay nada que lo ate a su tierra, no siente amor por su patria, no se siente representado por el gobierno, y diluye el núcleo básico de la sociedad al no tener apego siquiera a su familia. La falta de arraigo y de compromiso con su entorno, lleva a que este hombre popular constituya relaciones esporádicas basadas en la satisfacción de sus instintos, en el más profundo individualismo, sin constatar indicios de solidaridad entre sus pares. El vicio del alcoholismo que ha causado estragos en estas clases sociales, viene a evidenciar los rasgos de una sociabilidad que busca válvulas de escapes frente a las condiciones de miseria en que viven dichos sujetos. La miseria de los ranchos, constituye también otra de las expresiones de la cuestión social, que marcará la identidad de los sujetos populares. Así, según Orrego Luco, tal como lo expresa en el artículo analizado, este hombre no posee educación de ningún tipo y que no tiene más mundo que el que puedan observar sus ojos, con la miseria que los rodea, tiende a generar un carácter basado en la superstición. Superstición que le hace sobrellevable sus malas condiciones de vida, pero que a la vez demuestran una concepción fatalista de su existencia. "A esto se añade la superstición - esa hija desnaturalizada del sentimiento religioso -, que hace que el padre, desde el fondo de su miseria, no divise un porvenir mejor para su hijo que la muerte al nacer. En el bajo pueblo la muerte del hijo es una fiesta"[7] Según el autor, estos hijos nacen en el seno mismo de la descomposición social, al no existir la familia y al no frenar sus instintos de reproducción sexual, estos mueren antes del año de existencia, y la vida promiscua de sus padres hace continuar esa escala de destrucción social. Estas características del sujeto popular, como se puede desprender del análisis, no son características inherentes e inmutables del mismo, sino que consecuencias de un estado de descomposición social. De manera, que los miembros de este sector pueden cambiar, si las condiciones de vida también se transforman. Sin embargo, no hay en el análisis de Orrego Luco una visión del hombre popular como constructor de su vida, sino que simplemente un sujeto sobre el cual cabe la misión política de actuar. Los sujetos populares no tendrían nada que hacer sino que esperar que desde las cúpulas dirigentes se sienta la imperiosa necesidad de alterar los patrones de convivencia, y modificar el estado de descomposición existente. De manera que no es posible observar, a un sujeto popular activo, solidario y "combativo". No hay referencias a organizaciones obreras, ni respuestas organizadas u otras en las que estos sujetos muestren cierta capacidad de "hacer historia".

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Esta visión sobre la sociedad popular, si bien tiene un acercamiento a la vida social existente, no toma en consideración la capacidad de acción de los individuos en tanto que seres vivientes. Sin embargo, creemos que esta definición del mundo popular y sus sujetos caló hondo en las concepciones de la época, que los mismos sujetos populares, se identificaron en ella. Así nacen y se desarrollan los proyectos de regeneración del pueblo, que parten de una matriz de hombre popular que es necesario cambiar. Estos proyectos se inician con una concepción activa y creadora del mundo, por lo tanto no se quedarán esperando que otros vengan a solucionar los problemas que vivencian y no aceptarán el despotismo ilustrado con que algunos miembros de la elite actuarán dentro de este proceso. Sin embargo, detrás de estos proyectos hay un concepto de hombre popular que ellos intentarán regenerar, bajo una premisa particular: resulta urgente y necesario cambiar aquellos hombres que intentarán transformar el mundo. Estos nuevos hombres deben ser el baluarte de la moralidad y la ética, los símbolos de aquello que elite no pudo ni ha podido lograr mientras ha dirigido nuestro país.

La propuesta discursiva y táctica de regeneración del pueblo. El concepto de hombre nuevo y la especificidad de su cultura política.

El autor analizado anteriormente, primero en ocuparse sistemáticamente sobre el tema de la cuestión social, encabeza una línea discursiva que posteriormente será complementada por autores como Enrique Concha, y otros, que al igual que Valentín Letelier, Alejandro Venegas y Nicolás Palacios, verán en el Estado y su acción la panacea de los conflictos sociales existentes.[8] Así lo expresan Cruzat y Tironi, al afirmar que "tanto la línea conservadora" católica como la radical y nacionalista estructuran sus proposiciones sobre la base de cambios, reformas y legislación, pero siempre al interior del sistema imperante. Ambas se abocan a soluciones que concluyan con el peligro de la "cuestión social", sin ruptura y sin cambios radicales".[9] Paralelamente, comenzarán a dibujarse otras formas de entender la cuestión social que convive con las anteriores, formas que ya no situarán al pueblo sólo como el ente que vivencia los problemas, sino como el sujeto activo que debe resolverlos. Destacan dentro de esta corriente los discursos y estrategias diseñadas por Luis Emilio Recabarren (como representante de una corriente obrera ilustrada), los anarquistas y los movimientos mutualistas. Todos ellos coinciden en que el proyecto que cambie este mundo de injusticias debe nacer desde el pueblo, pero este "pueblo" debe cambiar primero sus actuales conductas, debe "regenerarse", debe adquirir conciencia de su historicidad. La historia de servidumbre que los dirigentes obreros "ilustrados" destacan como una constante en la historia de los sectores populares, ha hecho que el pueblo haya perdido la conciencia de su humanidad, se haya convertido en casi un animal que labora al servicio

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de la elite, sumergido en una serie de vicios que le impiden ver lo valioso del proceso de ilustración y de creación de un nuevo mundo, más humano, más justo y más digno[10]. Este proceso es el que proponen revertir los numerosos dirigentes, que tomando las connotaciones identitarias asociadas a los sujetos populares que antes había esbozado con tanta claridad la elite, tratarán de construir un nuevo mundo desde las redes sociales que los mismos sectores populares puedan construir. El nuevo universo discursivo, por lo tanto, contendrá los marcos de lo positivo-negativo, de lo bueno-malo, de lo tolerable-no tolerable, del futuro y del pasado, construyendo además desde allí los espacios precisos sobre los cuales se valorará la acción apropiada. Este proyecto de regeneración del pueblo, parte de una concepción de crisis social generalizada, pero sin duda constituye a la vez, una dura critica a la elite, que enarbolando ciertos valores asociados al cristianismo no ha sido capaz de construir una nación integrada, basada en los valores de solidaridad, moralidad y justicia social. De esta forma, no existe un cuestionamiento a los valores existentes sino mas bien al fracaso de la elite para llevarlos a la práctica. Regenerar al pueblo, visto desde esta óptica, significa generar un proyecto en las bases de la sociedad popular, enarbolando los ideales liberales y cristianos, que la elite también sustentaba, al menos discursivamente. Es en suma la muestra de una reapropiación afectiva del discurso, que ayuda a la compresión de la conformación de las identidades colectivas. Así lo afirma también Sergio Grez, cuando expresa que "la condición popular actuaba como filtro transformador del discurso de la elite liberal, aceptando determinados aspectos, rechazando unos y modificando otros. Un sincretismo político, el liberalismo popular, era el resultante de dicho proceso de lectura plebeya del ideario liberal."[11] La implementación práctica constituyó una parte importante en los discursos obreros que encontramos posteriormente a los años ochenta del siglo pasado.

Los ideales anarquistas y su propuesta de hombre nuevo: Verba Roja. El anarquismo como corriente de pensamiento filosófico se nutre de diversos autores, cuyas múltiples concepciones epistemológicas y de conocimiento del mundo son también muy diversas. Así encontramos a personajes tan disimiles como Proudhom, Bakunin, Kropotkin y Tolstoi, que construyen diferentes estrategias para abandonar este sistema capitalista basado en la explotación del hombre por el hombre. Sin embargo, todos coinciden en que el actor central de esta destrucción debe ser únicamente el individuo, en su integridad y universalidad. De esta forma, parte importante de la corriente anarquista hace especial referencia al concepto de hombre y su función dentro de la tierra. Supone al hombre como depositario

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único de la historia, constructor activo de su presente y futuro, único actor capaz de luchar por la destrucción del sistema que inhibe las libertades individuales, anulando la esencia misma del ser humano. Así, los anarquistas afirman la necesidad de destruir radicalmente cualquier forma de dominación entre los hombres, exacerbando la idea de libertad humana como principio fundamental de lucha. Esta declaración de "guerra a la dominación" debería ser sólo una actuación discursiva, de concientización masiva, es decir, un proceso de disuasión. Sin embargo, no se descarta tampoco, el uso de la violencia, aunque los anarquistas declaren que se sienten "animados del mas vivo deseo de entrar en una nueva era de paz social"[12] . Para los anarquistas, los hombres deben ser sujetos alejados de cualquier forma de conocimiento que no tenga a la razón como luminaria del camino. No aceptan la superstición, ni las creencias que no tengan asideros lógicamente comprobables, a la vez que proclaman al estudio científico y sistemático como una de las herramientas claves para permitir la redención del individuo. Es por este postulado, que los anarquistas de comienzos de siglo compartieron tan abiertamente los proyectos de "regeneración del pueblo", que ayudaron a formar sociedades donde la instrucción, el fomento del estudio y la práctica de diversiones culturales más elevadas, contribuyeran a sacar de la miseria humana a los depositarios de la historia. El nuevo mundo no puede construirse con un sujeto que es incapaz de ver su propia miseria, ya que no tendría motivación alguna por la cual luchar. Sin embargo, al darle las herramientas del estudio permanente, el hombre podrá tomar conciencia de su situación y aspirar legítimamente a cambiarla. De esta forma, el accionar anarquista también actúa de manera "despótica" al considerar a la mayoría de los obreros como meros entes, a quienes los iluminados tienen la obligación moral de sacarlos de la oscuridad. Los anarquistas proponen "reemplazar las alucinaciones por observaciones precisas; en substituir las ilusiones celestes prometida a los hambrientos por las realidades de una vida de justicia social, de bienestar, de trabajo libre, en el goce, por los fieles de la religión humanitaria, de una felicidad más substancial y más moral que aquel con que los cristianos se contentan actualmente"[13]. En suma, es crear un paraíso terrenal. Esta imagen política y divina se encuentra siempre en los discursos ácratas, donde es posible distinguir un fuerte contenido mesiánico, de fines justos y necesarios, de viabilidades inmediatas aunque se trate de procesos de transformaciones en el largo plazo, ya que incluye los cambios en las mentalidades. De ahí el fuerte énfasis que se le da al tema educacional. El logro de estas "misiones terrenales" requiere de un fuerte trabajo mancomunado entre los individuos. Así los ácratas salvan la relación individual y colectiva. Expresan que "no se

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concibe nuestra victoria personal sin que por ella se obtenga al mismo tiempo una victoria colectiva, nuestro anhelo de felicidad no puede colmarse sino con la felicidad de todos, porque la sociedad anarquista, lejos de ser un cuerpo de privilegiados, es una comunidad de iguales"[14]. Kropotkin, refiriéndose a la misma relación entre individuo y sociedad, afirma que "el apoyo mutuo es un principio universal en la naturaleza, una sociedad es un conjunto de organismos que se esfuerzan por satisfacer las necesidades de cada individuo, y por cooperar al mismo tiempo al bienestar de la especie"[15]. Sin embargo el centro sigue siendo el individuo, motor para lograr los cambios dentro de la sociedad. Éste hombre debe ser un activista del ideario anarquista y mostrarse como ejemplo de integridad moral y ética, ejemplo de las bondades de la doctrina y sus resultados en los individuos, convertidos en seres más humanos. Así el hombre, según los ácratas debe ser un humanista por excelencia "un actor y no sólo un pregonero brillante, su mayor preocupación consiste en ser ente sociable por excelencia, el de ser individuo independiente pero organizado; ente unido a los suyos sin dejar de ser, sin embargo, ente completamente libre"[16]. La necesidad de agruparse bajo ciertas organizaciones, es otra de las premisas claves del anarquismo, sobre todo para lograr los cambios culturales, básicos en la construcción de un nuevo orden social. Los ácratas afirman que "es necesario insistir que la verdadera revolución se realiza en la mente de las personas; cuando el individuo comienza a pensar sin influencia extraña, ha iniciado el camino de su liberación personal y el de toda la sociedad"[17]. Es por eso, que dentro del proyecto de regeneración del pueblo se crearon numerosas sociedades que tenían como fin instruir y educar a los miembros de una sociedad en crisis. Filarmónicas, socorros mutuos, escuelas para obrero, entre otros, forman parte de las iniciativas, de las cuales participaron como miembros o gestores, sujetos de ideas anarquistas. Y es que si se sigue la lógica de Bakunin, transformar a los individuos era indispensable para que todo cambiara, ya que se construyen mutuamente. Afirma este pensador ácrata, que "el hombre que conocéis y con el cual os relacionáis, contribuye a haceros los que sois, a construir vuestra personalidad. Por lo tanto si estáis rodeados de esclavos aunque seáis su amo, no dejáis de ser también un esclavo"[18]. Este pensamiento no difiere del pensamiento de Orrego Luco, ya que también se hace mención especial, en su artículo sobre la cuestión social, a la gran importancia que tiene el entorno natural y material sobre el condicionamiento de las conductas morales que manifiestan los individuos. Es por eso que la gran mayoría de los discursos de regeneración popular tratan de colocar en el centro de la discusión sobre principios y tácticas, enormes relatos sobre los males del alcoholismo y las diversiones mezquinas e inmorales. Los anarquista opinan que el alcohol ( y cualquier otra droga) " es uno de los mayores enemigos con que cuenta la revolución, y por tanto, los anhelos emancipadores del género humano."[19] Estos privilegian los

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sentimientos de insolidaridad e individualismo, al permitir la pseudoevasión del mundo y los problemas existentes. Sin embargo, no sólo el alcohol sería una forma de evasión, también lo sería la religión, que hace que los hombres no intenten cambiar su vida actual, los hace conformarse con la explotación y los hace aceptar la pobreza, ya que formaría parte de un plan divino inexorable al entendimiento humano e inmutable, apelando así al inmovilismo político. Los anarquistas afirman que "no tendría objeto ninguna revolución emancipadora del género humano, en la que la humanidad se erigiera en dueña de sus propios destinos, si existe por encima del hombre un ser capaz de regir el mundo. La religión es un freno en la lucha de la humanidad por su liberación, al ofrecer una falsa vida mejor en el inexistente paraíso"[20].

Verba Roja y el concepto de hombre nuevo El periódico Verba Roja, de corte anarquista, cubre el período correspondiente a los años diez y veinte del siglo recién pasado. Sus numerosos artículos nos hablan de la fuerte preocupación existente por transformar el sistema imperante, en conjunto con el cambio individual correspondiente. Los llamados a la acción por parte de los difusores de la ideología anarquista, plasman las páginas de este periódico fuertemente perseguido en la segunda década del siglo XX, y considerado como herramienta apropiada para la lucha por el nuevo mundo. Los anarquistas de Verba Roja, se presentan como los trabajadores del "cerebro y del corazón de los hombres"[21], dejando entrever en sus palabras que la acción discursiva de disuasión y persuasión racional será el arma más eficaz para dar curso a la lucha por un sistema político más justo y humano. Estos anarquistas proponen como objetivos de trabajo "cultivar nuestra inteligencia, desarrollar nuestros conocimientos, regocijar nuestras miradas en la contemplación de las obras maestras del arte y la naturaleza, procurar a nuestros oídos el encanto de las bellas armonías, estudiar con espíritu independiente los problemas de la vida, pensar en lo que nos inspira nuestra razón y confiar a nuestra boca atrevida el cuidado de expresar nuestras ideas"[22]. Según la cita anterior, podemos inferir que una primera característica del hombre como ser humano, es su carácter racional. Su razón es lo que lo llevará a tomar conciencia de la situación en que vive y le permitirá a la vez solucionar e idear las estrategias de acción necesarias para lograr el tan ansiado cambio de sistema político y económico existente. Este hombre racional es a la vez un ser autónomo y libre, de manera que el accionar anarquista no puede actuar de otra forma que no sea por medio del convencimiento, ya que cualquier otra estrategia iría en contra de la concepción humana que poseen. De esta forma, los ácratas chilenos expresan que su deber es educar a los trabajadores en el fortalecimiento de la razón, para eso es necesario "no solamente llevar a los trabajadores

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a aullar sus hambres por las calles, y a gritar insultos que nada hacen y amenazas que no se cumplen, sino para trabajar en la conciencia obrera el firme propósito de mejorar su condición y que esta condición no la mejorará nadie más que su propio esfuerzo, el esfuerzo (sic) de su fuerza"[23]. La fuerza por alcanzar la verdad en la ciencia que profesan los anarquistas, tiene tras de sí un componente moderno muy afianzado. Los anarquistas creen en el progreso indefinido, gracias al bienestar que pueden otorgar la ciencia y la tecnología puesta al servicio de toda la comunidad. Sin embargo, los anarquistas saben que el hombre popular está ajeno a la ciencia y a la capacidad de desarrollar su lógica racional; de manera que plantean como deber transformar a este individuo en ser absolutamente racional y pensante, en otras palabras transformarlo en un ser eminentemente peligroso dada su fuerte conciencia de clase. Los ácratas manifiestan, de esta forma, que su ideal parte de la "idea de evolución científica, filosófica y materialista y no de la idea criminal, como dijo el procurador general de la suprema corte de los Estados fusionados"[24]. Sin desestimar la violencia como método de lucha, los anarquistas hacen mayor énfasis en la transformación moral e intelectual de los sujetos, por cuanto estiman que sólo éste estrategias y cambios duraderos y arraigados en la sociedad en su conjunto. Sin una transformación moral de los sujetos, en conjunto con sus costumbres e ideas, no podrá existir una sociedad anarquista basada en la convivencia humanitaria y en la igualdad verdadera. El hombre debe, de esta forma, aprender a pensar, a liberarse del yugo de los prejuicios y las creencias absurdas que sólo ha servido para mantenerlo bajo el control de las clases dirigentes y el Estado. Así plantean que "necesitase comenzar por empeñarnos valerosamente en abandonar todo prejuicio, dejar de sí todo absurdo, ser buenos filósofos, pues la filosofía que es la investigación de la verdad, enseña a observar, examinar, razonar bien sobre las cosas... es imprescindible apoyarse en datos verídicos, ser lógicos, que la lógica enseña a razonar exactamente por medio de deducciones naturales, ya que con deducciones extravagantes y arbitrarias, fuera del común sentido y de la naturaleza, no es posible descubrir con provecho, ni adquirir enseñanza positiva, en una palabra, no hay ciencia y sin ella por guía no llegaremos nunca a la posesión de la verdad"[25]. El discurso anarquista de Verba Roja, que define al individuo por extensión positiva y con su respectivo "deber ser", también nos lleva a la comparación con el discurso negativo de Orrego Luco, ya que de la misma forma considera que el ser humano popular está inmerso en un esquema donde la superstición llena su vida, impidiéndole ver una salida racional a su problema. Sin embargo, la diferencia radical es que los anarquistas no le piden solución al Estado ( institución que pretenden abolir) , sino que la buscan en las bases donde se genera, es decir, en el individuo libre y racional. El individuo como ser constructor

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autónomo, es otra de las características que posee el ideario anarquista, en cuanto componente de una particular cultura política, sobre el hombre nuevo. Ellos plantean que sólo el individuo es el encargado de cambiar las bases de relaciones humanas existentes en la sociedad, transformando la actual en una nueva "(sociedad,) en la cual lo que sea demasiado alto será reducido y lo que se encuentra demasiado bajo será para todos una obligación y el bienestar un derecho, donde no habrá extranjeros y reinará la verdadera paz y el orden"[26]. La sustentación del nuevo orden, debe configurarse en un robusto sistema moral de autorregulación individual, donde los individuos en búsqueda de su bienestar no aplasten a los otros miembros del colectivo. En suma, los ácratas pretenden que los valores que existen discursivamente en la sociedad que analizan se hagan efectivamente vigentes en el actuar de los seres humanos, y no ausentes, como afirman. Para lograr esta nueva sociedad libertaria, la educación moral de los individuos se convierte en la principal estrategia de acción de los anarquistas, quienes pretenden que "sembrando en las entrañas del pueblo las ideas de verdadera justicia y libertad, realicen actos que instalen con hechos concretos tal finalidad"[27]. Es por esta razón, que al igual que los movimientos mutualistas, los anarquistas promueven la formación de organizaciones que fomenten la educación de los obreros y las diversiones sanas, como una forma de llevar a la práctica este discurso tan idealista. Otra de las características del hombre nuevo, según los anarquistas, es su marcado carácter solidario dentro del colectivo social, ya que a pesar de promover el desarrollo individual de los sujetos, saben que este no puede desarrollarse en la soledad, sino que necesita del "otro" para crecer como persona. Sin embargo, estas relaciones entre individuos deben ser por sobre todo libertarias, y no asfixiantes, que generen relaciones de dependencia que anulen al individuo como tal. Por eso afirman, que "extraño individualismo sería por cierto aquel que, para exaltar a toda costa el individuo y le proclamara toda libertad, lo hace en él prácticas aptas para engendrar la enfermedad, la depravación, la degeneración, vale decir, precisamente esto que daña a la individualidad. La desarma, la deja esclava antes que dueña de sus pasiones, la abandona a la decadencia física y a la indignidad moral"[28] . El carácter solidario del individuo va acompañado en conjunto con el carácter constructor del mismo. El anarquismo define al ser humano como un "homo faber", cuya principal característica es ser un ente que trabaja y construye su esfera material de relaciones. Según los ácratas "los elementos que darán vida y felicidad a los seres humanos (son): la tierra, los instrumentos de trabajo, de artes y ciencia"[29]. De esta forma, la definición del hombre como ser "trabajador", define a la vez la esfera de lucha de los anarquistas: lo laboral. Es en esta esfera donde deben cambiar los individuos, ya que ante cualquier cosa todos los seres construyen y laboran su vida material completa.

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De esta forma, los anarquistas penetraron en los sindicatos donde concentraron su principal fuerza de acción, aunque nunca dejaron de moralizar a los individuos a través de organizaciones de educación y de diversión, por cuanto consideran esta acción como un objetivo transversal de su estrategia final: cambiar el mundo existente, por uno más justo, digno, igualitario y humano.

Los mutualistas y su proyecto de regeneración del pueblo Hacia 1878, "la profundización de la crisis económica golpeaba duramente a los sectores populares, aumentando los signos más evidentes de pobreza y marginalidad. El notorio incremento de la delincuencia, el bandidismo y la mendicidad encontraba amplio eco en la prensa. En Santiago, la proliferación de pordioseros causaba alarma y molestia en los círculos de la elite" [30]. Eran los signos más evidentes de lo que se ha denominado como "cuestión social" y frente a lo cual intentaron actuar los representantes del movimiento mutualista en nuestro país. Los mutualistas se plantearon como alternativos al Estado, "construyeron un mundo paralelo, igual pero mejor, mismo modelo, pero ahora perfecto"[31], tratando desde la óptica liberal popular, dar solución a los problemas conformantes de la cuestión social. Fueron pregoneros de la laicidad, de la tolerancia, el progreso, la instrucción y la solidaridad, como estrategias válidas para refundar este mundo y su orden social. Sin embargo, para que estas estrategias funcionaran había que cambiar la identidad del obrero, del sujeto popular. Este hombre debía humanizarse y hacerse conciente de sus actos, cambiar sus conductas, transformar sus valores y moralizarse. Esta fórmula de transformación radical del hombre popular, tuvo sus críticas y no muy buenos resultados, pero constituía el principio básico sobre el que se sustentaba el nuevo credo ilustrado popular y su proyecto de transformación global. Para Julio Pinto, la creación de un proyecto que tratara de moralizar a los sujetos populares parte de una "subvaloración de las conductas y principios de la cultura popular tradicional" por parte de "los representantes ilustrados del movimiento obrero, quienes enfatizaron la necesidad de eliminar la espontaneidad, la violencia injustificada, el economicismo y la barbarie de muchas de las conductas del pueblo "no ilustrado"[32]. Esto explicaría el marcado afán de los ilustrados por la creación de asociaciones que no solo mejoraran, mediante el aporte del afiliado, las condiciones materiales de vida de los mismos, sino que también su mejoramiento "espiritual y cultural". El período de eclosión de las ideas mutualistas, se concentró entre los años 1862 y 1879. Durante dichos años se crearon numerosas instituciones en todo Chile, que apelaban al ideario mutual. Dentro de dicho ideario, el "socorro mutuo" fue el que concitó mayor

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apoyo popular, ya que constituía una solución material y real al problema que aquejaba a los trabajadores. Respuesta necesaria frente a un Estado "asocial", que no protegía a sus trabajadores de los abusos patronales ni les daba las garantías mínimas para mantenerlos afiliados al sistema productivo y social. De esta forma, "la mutualidad ofrecía a los trabajadores con mayor capacidad de ahorro, la posibilidad de enfrentar estas dificultades de mejor manera que la gran masa desheredada"[33]. La idea de socorro mutuo fue promoviendo paralelamente la solidaridad entre los obreros, rasgo historiográficamente consignado como constitutivo de la identidad de los sectores populares, en conjunto con el surgimiento de las ideas reivindicativas. La posibilidad de compartir unidos los problemas y realidades del mundo popular-obrero, llevó a que solidariamente se fomentaran movimientos de lucha y reivindicación económica, social y política de los miembros del grupo. La solidaridad creó las bases de la unión de la diversidad obrera, haciéndolos participes de un mismo problema y de un similar "proyecto país". Sin embargo, en conjunto con estos rasgos identitarios de solidaridad y reivindicatividad obrera-popular, estudiados y destacados por la historiografía marxista tradicional, existieron paralelamente otros ideales mutualistas que tienen que ver con la transformación del obrero en su interioridad. Esta idea de cambio de conductas, define el concepto de "sujeto obrero" que los dirigentes crearon por negación "impositiva", es decir, no definen al obrero como es, sino como este debiera ser. Así la idea de Educación popular formó parte del proyecto obrero ilustrado, fomentando la instrucción del obrero hasta volverlo humano, en la consideración de que su actual condición era casi animal. De esta forma, para lograr lo anterior se crearon numerosas Escuelas de Trabajadores, Sociedades Filarmónicas de Obreros y de sociabilidad popular. La idea de estas organizaciones era "arrancar al mayor número posible de compatriota de los goces perniciosos de la taberna y remolienda, y cambiar sus hábitos por costumbres más pulcras y adecuadas a la civilización actual"[34]. Estos objetivos, van a la vez asociados con la idea de progreso, que sin duda pretendía ser más integradora. Quienes sustentaban dichos paradigmas de transformación, aspiraban que por medio de la educación existiera una mejor y mayor integración social. Para Sergio Grez, "las sociedades filarmónicas de obreros fueron una forma de sociabilidad popular ligada al concepto de autoeducación y "regeneración del pueblo", que ayudó a la formación de nuevos activistas de la causa de los trabajadores; en sus filas hicieron sus aprendizajes societarios numerosas mujeres que al cabo de pocos años se constituyeron en la columna vertebral del mutualismo femenino"[35]. Así la propuesta de fomentar la moralidad y el bienestar, se erigía como fundamental en un tipo de ideología

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que creía "que la prédica a las conciencias es algo mucho más fundamental que las condiciones objetivas"[36]. En conjunto con estas sociedades filarmónicas, colaboraron en la moralización de las conductas de los sectores populares, las sociedades de temperancia. Estas últimas, intentarían terminar con uno de los flagelos más apremiantes de la cuestión social, el alcoholismo, mal que hacía que los hombres y mujeres perdieran en las borracheras las conductas éticas y morales existentes. "Creadas en una perspectiva de "regeneración" de la clase obrera, dichas instituciones eran el fruto de la prédica moralizadora de elementos de la opinión ilustrada y de la toma de conciencia de los trabajadores de su propia degradación por el alcoholismo, flagelo considerado una enfermedad a la vez que componente de la "cuestión social"[37]. De esta forma, estas distintas estrategias organizativas actuaban bajo un ideal de hombre, que precisamente no se encontraba en los sectores populares. Sin embargo, eran ellos, los que bajo una consideración mesiánica, estaban destinados a salvar el mundo... pero primero tendría que venir la regeneración completa. Estas organizaciones, que constituían la base del proyecto de regeneración obrera, tenían en su interior una estrategia paternalista en el actuar. Sólo eran algunos los encargados de mostrarles a los obreros lo errado de su vida, de transformarlos en su esencia, en su comportamiento y conducta, aun a su pesar. Eran algunos solamente los enviados a redimir al pueblo, para que este último pudiera redimir a la sociedad. Sin embargo, el trabajo fue más valioso en lo discursivo que en lo real. El plan de regeneración popular, también fue asumido por organizaciones cristianas o católicas, que sentían, ahora asignándole un fin extraterrenal y divino, la necesidad absoluta de transformar a las masas populares, no sólo para que ellas se redimieran, sino para que no enlodaran al resto de la sociedad. Estas también orientaban su actuar de manera paternalista, al afirmar que "un principio fundamental de la caridad cristiana es que los favorecidos por la Providencia con bienes de fortuna o con más elevada posición social amparen y protejan a sus hermanos que sólo viven del trabajo diario y que están expuestos a las seducciones del error y del vicio para moralizarlos, ilustrarlos y ayudarlos en las dificultades de la vida; ... Que alzar el nivel moral, intelectual, y económico de estos obreros, corrigiendo sus malos hábitos, es uno de los medios más eficaces de fomentar la riqueza y prosperidad de la nación"[38] Sin embargo, "el resultado era escaso y muy desproporcionado a la inmensidad del sacrificio de sus animadores, que sentían que apartar a los obreros del vicio y regenerar sus costumbres era obra superior a sus fuerzas"[39].

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A pesar de estos las iniciativas continuaron, aun a costa de resultados poco halagadores. Y es que para los líderes del movimiento popular, sean laicos o católicos, sin la reforma del individuo en su integridad no podía existir un mundo mejor. Al parecer la definición del hombre popular como actor, solo podría legitimarse ante el resto de la sociedad si este lograba demostrar su humanidad, y no el lado animal, violento, asocial, vicioso, e inmoral que lo definía en positivo ante las miradas de los otros. Para lograr lo anterior el hombre debía reinsertarse en la sociedad, cimentar una familia, estableciendo lazos permanentes y con compromiso frente a sus pares. Proponen los católicos que estas sociedades sean el primer paso de los obreros hacia un proceso de socialización más profunda. Afirman que "un círculo es un pequeño mundo, donde el obrero debe encontrar cuanto necesita para su mejoramiento y progreso; capilla y capellán permanente, su padre, su protector abnegado; instrucción religiosa y congregación de piedad; escuela nocturna que le procure todo género de instrucción apropiada a sus necesidades y escuela diurna para sus hijos; caja de ahorro que le haga contraer los hábitos de previsión y economía, conferencia San Vicente de Paul exclusivamente destinada a visitar y socorrer a domicilio a los socios enfermos; biblioteca que le proporcione lecturas moral, útil, y amena; en fin, variadas y gratuitas distracciones especialmente para los días festivos, arrancándolo así de los lugares de perdición"[40]. Del discurso anterior podemos inferir algunas características importantísimas de los sujetos populares, definidos por extensión. Así el texto citado, nos muestra un sujeto popular no ilustrado, incapaz de tomar decisiones adecuadas, alejado de la doctrina católica, no previsor, poco solidario, inmoral, de diversiones poco elevadas, vicioso y... casi perdido. Ese es el hombre popular, el hombre que hay que erradicar, para construir uno más moral, previsor, responsable, ético e ilustrado, capaz de cambiar al mundo... adecuándolo a los parámetros de " la civilización actual"[41]. De esta forma, tanto las sociedades mutuales laicas o católicas, definen por negación a un hombre popular, donde no hay rescate de valores de su cultura observada, sino que al revés, sólo posee antivalores. Por lo tanto comparten a la vez el prototipo de hombre nuevo: moralizado, probo, cooperativo y solidario.

Recabarren y el ideario popular ilustrado Podría decirse que el proyecto de regeneración popular tuvo su mejor expresión en la figura de Luis Emilio Recabarren. "Don Reca" es el ejemplo del obrero ilustrado por sus propios medios, de la moralidad que se espera tenga el universo popular en su conjunto; el ejemplo de la capacidad de acción, de la entrega, del concepto de solidaridad; la muestra tangible de lo que es capaz de realizar un obrero por medio de la educación, puritano, asceta y moralista. Y es que para Luis Emilio Recabarren, el convencimiento - elemento primordial y básico de la estrategia de difusión e implementación del socialismo

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- debe partir con el ejemplo de vida que cada uno de los difusores pueda realizar. Por lo tanto, para don Reca, no cabe la dicotomía entre lo público y lo privado, ya que plantea la necesidad imperiosa de ser socialista a tiempo completo. El análisis social que implementa Recabarren, parte de preceptos materialistas, idealistas y marxistas. Todo análisis de este líder obrero está cruzado por una visión dualista de la sociedad, es decir, observaciones que parten de la división del mundo entre buenos y malos, justicia e injusticia, viciosos y honrados, bondad y maldad, entre otros; parámetros que cruzan incluso al concepto de ser humano. El análisis social que realiza Recabarren parte a la vez desde el individuo. De manera que aquí constatamos otra dicotomía: hombre - colectividad. La concepción de un sujeto activo, libre, individual, pero que necesita de otros seres para su realización, conforman parte importante del pensamiento de Recabarren. Para éste el hombre es un ser racional por excelencia, por lo tanto es necesario que siempre se apele a la razón del obrero para que, desde el convencimiento profundo y racional, este modifique su conducta desviada. Sin embargo, Recabarren constata que existe una gran cantidad de obreros que tienen la razón dormida, producto de las ganancias burguesas obtenidas con esta situación de degradación social, refiriéndose a ellos como "pobres trabajadores, aquellos que reciben el consejo de la ignorancia o del tabernero, que ve un peligro en nuestra obra regeneradora"[42]. Este pueblo que vive en la miseria humana, ha sucumbido como expresamos a la acción de enajenación de la burguesía, ha aceptado pasivamente a "un Estado servil, alimentado por el fatalismo, la ignorancia y la degradación moral en que la generalidad"[43] de la clase obrera sobrevive. Sin embargo, esta fracción mayoritaria de la clase obrera, tiene la posibilidad de regenerarse y de seguir el ejemplo moralizador de aquel otro sector popular minoritario, pero que tiene muchas energías en comenzar a regenerar al pueblo. Es decir, de aquellos seres buenos que trabajan "hoy y lo harán mañana para perfeccionar las costumbres de los hombres, aumentándoles sus enseñanzas y conocimientos, por medio de escuelas, libros, periódicos, discusiones y conferencias...se batalla por la abolición de todos los vicios y malas costumbres"[44]. Los métodos regenerativos educativos de la estrategia popular ilustrada, parten también de la concepción de hombre como ser racional, ya que apelan al trabajo del intelecto y de la educabilidad de las conductas sociales. De esta forma, es en la palabra y en la concientización donde esta propuesta de regeneración busca centrar la táctica de acción transformadora. Quienes deben llevar a cabo esta práctica, como ya lo expresamos, es el pueblo culto, los "iluminados", "el pueblo instruido que el socialismo forma con su propaganda, es la más

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segura vanguardia de la patria moderna"[45]. Dicha vanguardia posee un carácter mesiánico, similar al de las religiones que ellos mismos rechazan, donde el idealismo de la palabra aborta el idealismo de la acción directa. Se constata de esta forma, algo similar a los otros proyectos analizados anteriormente en este trabajo, referido a la concepción paternalista de la sociedad y del sujeto popular. Afirma Recabarren que "la parte más sana del proletariado, es la única llamada a combatir los vicios, no a sablazos o castigos y multas, como lo hace la clase burguesa con sus leyes y sus autoridades, sino con el razonamiento, con el convencimiento de que siendo vicios que nos dañas debemos extirparlos"[46]. Esta visión paternalista podría contradecir el ideario libertario de acción humana, planteado por todos los líderes obreros socialistas y anarquistas de comienzos de siglo XX; sin embargo se sustenta en la idea de que este hombre no es libre, porque está atado a sus vicios, a su ignorancia y sólo podrá alcanzar la autonomía cuando sea regenerado... liberado. Sólo así podrá disfrutar de la verdadera libertad en compromiso con la libertad de todos los demás, y este cambio sólo podrá ser gradual. Otra de las características del hombre nuevo dentro del socialismo, esgrimida por Recabarren, es que este debe ser bondadoso con sus pares, solidario, agitador, emprendedor y amoroso con su familia e igualitario en cada aspecto de su vida. De lo que se deduce que el hombre popular actual, no tiene estas características destacadas por el autor. Estos ideales deben vivirse en cada individuo y en particular en la esfera del mundo privado de la familia, desde el cual se proyectaran por si solos al resto de la sociedad. De esta forma, Recabarren vuelve a sustentar la importancia de la familia como lugar donde el individuo se realiza en lo espiritual y comienza su sociabilidad. Sin embargo, no hay una concepción de la familia como el centro de la sociedad, porque para "Don Reca" este centro lo conforma el individuo. Podríamos afirmar entonces, que el hombre nuevo tiene para el autor las siguientes características: bondadoso, honesto, solidario, pacifista, educado, ilustrado, paternalista, igualitario, digno, trabajador y activo creador de su presente y futuro. Este hombre nuevo es quien debe implementar la estrategia regeneradora, ahora que la "humanidad ha pasado a su infancia. Hoy empieza el camino de su perfección, su mejor educación, basada en una religión moderna de la felicidad sobre el planeta... la democracia socialista"[47]. Esta democracia socialista, mundo perfecto, es aquella que debe ser construida por este nuevo hombre, quien debe sostener de esta forma los ideales del socialismo como doctrina de vida y no sólo como medio de alcanzar el poder. Así, socialismo es una situación permanente, justa idea la cual que se alcanza por medio de la lucha organizada del pueblo, regenerado previamente.

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Las diferentes definiciones de socialismo que Recabarren deja escrito en sus diversos artículos de prensa, no sólo permiten observar su estrategia política de regeneración del pueblo, sino que también el ideal de sociedad y de hombre nuevo. Por ejemplo, en 1912 plantea que "el socialismo es el bienestar real, basado en la moral y en el trabajo común, donde todos los seres humanos disfruten del placer de ser instruidos, cultos, y sepan vivir rodeados de felicidad sin causar malestar a nadie"[48]. "Socialismo es el anhelo de educación y de instrucción para todos, para destruir la ignorancia"[49]. Felicidad, instrucción, libertad, son parte de los ideales de la sociedad socialista, ideas que también pueden ser proyectadas al ideal de hombre. Y es que para este líder obrero, es desde el hombre donde nacen los cambios... si este sujeto cambia toda la sociedad vivirá ala vez una transformación radical, ya que el "socialismo es una doctrina de perfeccionamiento de las costumbres establecidas hasta hoy entre los hombres. Todo lo que hoy se juzgue injusto, grosero, torpe o inadecuado, aunque aceptado por los que viven bien, el socialismo tiende a perfeccionarlo no por la Fuerza, sino por hacer llevar a la práctica la nueva idea por conocimiento de su bondad y el espacio de tiempo que sea posible"[50]. De esta forma socialismo y regeneración popular a través de la ilustración, apelando a la razón dará luz para el rechazo de los vicios, las malas costumbres, lo inmoral y lo injusto, van ineludiblemente de la mano. Los socialistas buscan de esta forma la justicia social en la tierra, pero ya no sólo en el ámbito de lo material, sino que proyectado a la esfera de lo espiritual o de lo propiamente humano. Recabarren afirma que los socialistas buscan "el perfeccionamiento de los seres, para conseguir el perfeccionamiento de la sociedad... realzando las virtudes, dando a conocer lo que es dignidad, procurando hacer desaparecer todos los vicios y costumbres denigrantes, fiscalizando los que tenemos derecho a fiscalizar, dotando los corazones de buenos sentimientos para que de veras sepamos vivir fraternalmente los seres humanos"[51]. Esta última frase, deja entrever en la misiva de Recabarren, la idea de que los obreros ilustrados serán los encargados de llevar los beneficios de la civilización y el progreso efectivamente a todos por igual, criticando de paso el incumplimiento de este ideal por parte de la burguesía liberal, quién también aparentemente lo sustentaba. Socialismo para todos... (pero de manos del pueblo), pareciera ser la consigna de Recabarren, ya que sus ideales sociales e individuales son además inclusivos del resto de los miembros de la sociedad. En ninguna parte de sus escritos habla de los socialistas sólo como seres populares, sino que más bien los define en torno a su accionar y comportamiento. Así el nuevo hombre... el socialista no puede ser borracho, ni jugador, tampoco puede ir a la iglesia ni ser militarista. El socialista debe ser "puritano por excelencia... debido a esto a los socialistas son pocos, relativamente, pero escogidos. Se hace la propaganda por la conducta"[52].

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Otra de las características que define al ser socialista es su intolerancia, ya sea con la burguesía o bien con los obreros embrutecidos, ya que "convencidos de la verdad de nuestra idea, no probaríamos tener amor y fe en ella si fuéramos tolerantes con las prácticas que hoy son diques que atajan el progreso del socialismo. Porque estamos absolutamente convencidos de nuestro ideal es que no podemos ser transigentes ni tolerantes con los absurdos que embrutecen a los pueblos y los esclavizan en su desgracia"[53]. Así Recabarren plantea que el "socialismo es la única fuerza o virtud infalible, si algo infalible puede haber en la humanidad. Y es así porque el socialismo marcha al día con el progreso, sacando del materialismo histórico las lecciones exactas para anticiparse o prever al progreso." [54] De esta forma, esta fuerza progresista que se encumbrará por medio de los hombres nuevos, debe implementarse por medio de otras fuerzas comunes: las cooperativas, los gremios y la acción política. Recabarren está consciente que el proyecto de regeneración obrera, fundamental dentro de su concepción socialista, no puede quedarse solamente en los ámbitos de las ideas pensadas e incluso implementadas. Según este, cuando el hombre comienza conscientemente su proceso de regeneración, debe incorporarse en otras esferas de lucha para conseguir el fin último del socialismo que es el mejoramiento económico, y bienestar común generalizado. Estas esferas de lucha son la cooperativa, gremio y acción política, ámbitos fundamentales donde debe participar el individuo para cambiar el tan denigrado orden social, político y económico capitalista. Otra de las ideas que está presente en su discurso, tiene relación con el concepto de Progreso. El ideario ilustrado de comienzos de siglo, tiene una profunda convicción de que las sociedades avanzan hacia un progreso indefinido, hacia una sociedad perfecta, más justa, más humana y mas solidaria... es decir, avanza irremediablemente hacia el socialismo, que es sinónimo de progreso pleno. De esta forma Recabarren afirma que "el socialismo es la única fuerza o virtud infalible, si algo infalible puede haber en la humanidad. Y es así porque el socialismo marcha al día con el progreso, sacando del materialismo histórico las lecciones exactas para anticiparse o prever al progreso"[55]. "Progreso significa perfección absoluta"[56]. Progreso que equivale a la vez a igualdad y libertad en las relaciones humanas, y que debe implementarse primeramente con la regeneración de las costumbres del pueblo, para que estas se encuentren más acorde con una sociedad evolucionada. De esta forma "el socialismo es la concepción mas concreta y más real de la civilización ¡una humanidad ilustrada! Una humanidad honrada, que no mata a nadie, ni con el salario que hambrea, ni con la guerra estúpida y criminal, que es la negación de la inteligencia"[57].

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El mejoramiento total de la sociedad propuesta por el ideario obrero ilustrado, como hemos expresado, parte desde el individuo. Es éste quien debe mejorarse primero a través de los innumerables medios de regeneración popular: educación, bibliotecas ilustradas, sociedades filarmónicas, grupos de teatro obrero, dedicación y lectura de la prensa obrera, abandono de los garitos de juego, de las borracheras, dedicación a la familia, al ahorro y a la proyección de la individualidad en la historia. Ese es el ideario obrero ilustrado, un hombre, que nutriéndose de los preceptos que ya habían sido esgrimidos por la elite dirigente, fuera ahora inexcusablemente perfecto. El individuo propuesto por estos "tres proyectos" ideales de regeneración obrera, es un individuo que ha alcanzado la más alta evolución moral jamás pensada e imaginada, aquel que será capaz de transformar con su quehacer esta sociedad capitalista, para llegar al progreso máximo... la sociedad socialista. Sin embargo, a pesar de encontrar esta similitud tan abismante entre el discurso regenerador de las clases dirigentes y el de los obreros ilustrados, también encontramos una diferencia fundamental. Estos proyectos sitúan como al sujeto capaz y único para realizar la acción de transformación al "pueblo", al "sujeto popular" . Es este quien tiene en sus manos la obligación moral para hacer esta sociedad más humana, solidaria e IGUALITARIA. Este último concepto, el de igualdad total y plena entre los seres, es uno de los aportes diferenciadores de la propuesta ilustrada de la elite. Los obreros, a quienes representa con su discurso Recabarren, consideran que la sociedad que progresa debe conducir hacia la libertad y la igualdad creciente. "El socialismo es solamente el progreso llevado a todas partes donde sea necesario el progreso. Se busca primero para los pobres, porque son los que más necesitan el progreso"[58], sin embargo se aspira para el conjunto de la humanidad. De esta forma, el discurso obrero ilustrado supone que ese sujeto popular capaz de transformar el mundo, debe primero regenerarse, cambiar sus conductas desviadas y con el ejemplo de su actuar se derivará paralelamente en la transformación total y de todos. Su propuesta idealista, sin embargo no tuvo grandes efectos, ni los anarquistas, ni los mutualistas, ni Recabarren pudieron transformar las conductas de los obreros, más enraizadas de lo que suponían y la transformación total de la sociedad capitalista que permanecen hasta hoy. El fracaso del proyecto de regeneración popular terminó paradójicamente con el suicidio de Recabarren, estrellándose con la muerte del idealismo obrero de transformación moral... ya que las conductas no sólo se modifican con el discurso sino que con la transformación radical y anticipada de las condiciones materiales de existencia de los sujetos.

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La discusión historiográfica en torno al discurso de regeneración popular y la cultura política

Numerosos fueron los discursos regeneradores del pueblo que se acuñaron en la cultura obrera ilustrada de comienzos de siglo, sin embargo, su estudio histórico no ha concitado tanto interés, desplazado por los análisis de los aspectos más combativos de las conductas obreras, constituyentes de las identidades colectivas. Sin embargo, a pesar de lo anterior, variados son los autores que hacen referencia a esta cultura obrera, en especial y en forma mas explícita Eduardo Devés, pero creemos que hace falta la interconexión con el discurso de la elite, que generó según nuestra hipótesis, una visión sobre el hombre popular cuya conducta degenerada arrastraba la semilla de la barbarie dada las condiciones misérrimas en las cuales habitaba, y que derivó en la reapropiación que a nivel discursivo hicieron de los valores de la modernidad, en las sociedades cristianas de occidente, los dirigentes obreros ilustrados. Para el historiador Sergio Grez, la cultura obrera ilustrada, no es una cultura contraria a la dirigente sino que asimiló en su seno parte importante del ideario liberal del período. Sin embargo, cabría agregar que no sólo se nutrió de este ideal, sino que también de los discursos moralizadores de los grupos conservadores que hacía la década de 1880 veía con horror a los nuevos sectores populares[59]. El ideario liberal consensuado del siglo XIX, será muy bien tratado por Ana María Stuven en su libro la "seducción de un orden...", sin embargo en dicho texto no aparecen relaciones de apropiaciones que los sectores populares hayan hecho de dicho discurso. De esta manera, las esferas aparecen separadas, intocables entre sí, aún cuando dichos discursos hagan referencias a espacios públicos, donde inevitablemente confluyen todos los actores. La consideración particular y separadas de ambas esferas, impide observar cómo se van compenetrando las distintas culturas políticas, como se van releyendo los discursos y como se repropian y resignifican los mismos, dando los márgenes de las nuevas acciones de enfrentamiento, de lucha y de convivencia cotidiana. El mismo Devés afirma que esta "fue una cultura que se pensó como diferente, pero deseando rescatar los verdaderos valores de la cultura dominante. Rescatar, realizar los valores del saber científico o de la democracia política y social traicionados por la oligarquía"[60]. Una cultura de virtud que fuera extensiva a todos los grupos sociales, difundida desde las bases sociales constituyentes del "pueblo". Así podría afirmarse que la cultura obrera ilustrada era, la cristalización de los valores de la modernidad enarbolados por la elite dirigente, pero mirados desde una óptica popular, cruzada por las condiciones de vida de estos sujetos, que desde esa posición intentaron cambiar el mundo. De esta forma, ambos autores comparten la tesis de una cultura obrera ilustrada generadora de un proyecto de regeneración popular, que se ha reapropiado a nivel afectivo y discursivo de los valores que la elite enarbolaba como propios. De la misma

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manera, comparten la interpretación de que el nuevo proyecto de regeneración se mostraba más amplio en su discurso, porque apelaba a la humanidad completa. Julio Pinto, en cambio, introduce en el debate historiográfico una tesis distinta sobre el proyecto de regeneración popular, que hace referencia a la existencia de una alianza implícita entre los ilustrados de " abajo" con los de "arriba"[61]. Esta unión significó una reapropiación discursiva de los ideales liberales por parte de los obreros, dirigidas a alcanzar el ideal de progreso infinito presente en la cultura de la modernidad, en conjunto, con los intentos de funcionalización sistémica que los cuerpos dirigentes estaban buscando permanentemente. En trabajos más recientes, Julio Pinto examina los procesos de politización de dichos sectores obreros, configurando una nueva forma teórica de evaluar el impacto del discurso y de las mismas prácticas[62]. Sin embargo, dicha investigación tratará de indagar más precisamente en la pugna historiográfica que pretende entender las razones del encanto que produjo Alessandri en la pampa, con su discurso populista, pero al parecer más cercano y más viable para los trabajadores pampinos. Nos parece interesando agregar además, que dentro de esta lógica aparece la posibilidad de configurar no sólo una cultura política obrera ilustrada, sino que una cultura obrera: donde se configuran elementos característicos como cierta politización, opiniones sobre lo público, rechazo a los idealismos futuros, apropiación de acciones políticas racionales, y visión de poder y de alcanzar objetivos medibles, reales y en el corto plazo. Dichos elementos, destacados por Julio Pinto y Verónica Valdivia, ayudan a entender también, las razones del fracaso hegemónico de la cultura política obrera ilustrada. Esta cultura obrera buscaría numerosas vías para regenerar al pueblo, como lo fueron la constitución y desarrollo de mutuales, cooperativas, escuelas, sociedades filarmónicas, participación política electoralista, aceptando los márgenes impuestos por la elite para la participación y cooptación, y en forma paralela intentaba disciplinar a los miembros de su clase haciéndolos abandonar cualquier síntoma de rebeldía, ejemplo de barbarie. Según Pinto, uno de los efectos que trajo la cultura obrera ilustrada, fue la subvaloración de conductas y principios de la cultura obrera tradicional e "hizo que el obrerismo ilustrado perdiera vitalidad en el bajo pueblo. Recabarren y los anarquistas pidieron ser escuchados con respeto, pero de seguro, muchos a los cuales se dirigía su discurso moralizante los vieron distantes y no compartieron sus posturas"[63]. Así al parecer los efectos de esta cultura obrera ilustrada parecieron ser más nefastos que productivo. Sin embargo, ayudó de todas formas al ideario identitario de los obreros de comienzos de siglo, que la historiografía tradicional de izquierda ha plasmado en sus hojas. Para Eduardo Devés, componente característico de esta cultura obrera ilustrada, fue el carácter mesiánico de quienes veían el advenimiento político de un mundo mejor. Para

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Recabarren, uno de los representantes trabajados anteriormente en este estudio, el socialismo era algo que debía imponerse en razón de lo justo y necesario. En forma conjunta, para los anarquistas la forma de vida por ellos propuesta, se basa en los principios humanistas, está en la búsqueda del bienestar individual, del amor, de la alegría, del placer, ellos no están por el caos universal. Según los anarquistas, la redención humana no tiene ninguna relación con los desórdenes, el robo y el pillaje. Los verdaderos anarquistas rechazan la guerra, los tiranos, los verdugos, son defensores de la paz y del orden, no concurren a las urnas electorales porque las consideran el símbolo de la corrupción y del compromiso, fuente de la impureza y del desorden en el mundo. Así también para Recabarren, según Pinto, el socialismo no era sólo una "ideología o una oferta electoral más, sino una nueva forma de vida con la que se pretendía regenerar al sujeto popular, civilizándolo e ilustrándolo a la vez que se le entregaban las herramientas para liberarse del yugo capitalista"[64] . De esta forma, leer a Recabarren es como leer a Orrego Luco, cuando afirma que "sabido es que nuestro pueblo es relajadamente ignorante y grosero, y a esto se suma la inclinación hacia el alcohol. En los conventillos se forman estrafalarias reuniones o tertulias, en las que los moradores de la casa en que efectúa, por exceso de alcohol quedan en tal estado de idiotez que olvidan toda noción de respeto y buenas costumbres"[65]. De esta forma, el principal obstáculo entre la masa obrera ilustrada y su emancipación era su propia enajenación".

A modo de conclusión La primera tarea de los obreros ilustrados de comienzos de siglo, fue la "organizativa - regenerativa" de las clases trabajadoras, con las cuales podemos comprender las estrategias destinadas a lograr el cambio conductual y moral de los obreros. Sin embargo, parece ser que estas estrategias no tuvieron resultados efectivos. Más aún, las respuestas obreras a estos discursos fueron bastante alejadas del ideal esperado por sus propagandistas, no pudiendo entrar en el cambio conductual deseado. Este fracaso en la estrategia regenerativa del pueblo puede explicarse en dos ángulos de análisis. Uno de ellos tiene que ver con el escaso apoyo que concitó las ideas promovidas por estos obreros ilustrados, que promovían valores tan altos que no podían ejercitarse en el mundo existente. El otro en cambio, tiene que ver con la estrategia utilizada para expandir los ideales. Esta última quizás sea la más importante, por cuanto los obreros ilustrados pretendieron cambiar con el discurso conductas forjadas en la esfera de lo material, de las condiciones de vida de los mismos, donde la atmósfera agobiante de la miseria impedía mirar el mundo desde otra óptica.

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Puede esgrimirse, sin embargo, que los obreros ilustrados no sólo trabajaron con la palabra, sino que lo hicieron también en acciones concretas destinadas a cambiar el mundo en la esfera de lo material. Pero para todos ellos, el convencimiento y la concientización eran prioritariamente más importantes... después vendría el cambio generalizado, ya que lo primero debía ser el cambio desde el interior mismo del individuo. Estos cambios sin embargo nunca vinieron y el proyecto obrero ilustrado se estrelló en la fuerza de sus mismas palabras. El progreso que la elite enarbolaba y del cual se habían apropiado discursivamente los obreros, en conjunto con sus valores igualitarios y de bondad; no tenía cabida en la extensión generalizada de la humanidad. El progreso de la modernidad no podía ser para todos, ya que necesitaba precisamente para existir, del sacrificio del mundo popular en su conjunto. Así los obreros debieron buscar sus propios valores dentro de una lógica de crecimiento económico que los ponía fuera de las líneas de filiación en forma permanente. Los obreros tenían así dos opciones: crear un mundo distinto del actual a través de la acción directa, o buscar el mejor acomodo dentro de lo existente. La historia del movimiento obrero organizado y sus resultados podría elaborar una evaluación más consistente sobre el resultado conseguido. Tanto Recabarren como los anarquistas y mutualistas, partieron de una definición negativa del individuo, haciendo especial énfasis en las conductas con las cuales había que terminar. Se pusieron dentro de un ámbito discursivo superior, jugaron con el mesianismo de las ideas y de las conductas, pretendieron moralizar con las palabras. Sin embargo, ninguno de ellos logró una definición pura y positiva de lo que debía ser el hombre nuevo. En otras palabras el discurso regenerador del pueblo era muy similar al de la elite de fines del siglo XIX, pero expresado ahora desde sus propios actores. Esta reapropiación viene a confirmar como una parte del discurso de la elite nutrió la identidad del obrero ilustrado de comienzos de siglo, que sin embargo, no surtió efectos en el mundo popular en su conjunto, porque no apelaba a su originalidad, sino que a su inferioridad. Si estimamos que las identidades colectivas se construyen dentro del ámbito de la convivencia y de los discursos, podemos afirmar que en este proceso de construcción fue más fuerte la mirada del otro que la propia. Por lo tanto, la fuerza integradora tendió a debilitar la fuerza del proceso constitutivo, porque si bien logró conformar una identidad popular ilustrada, fue incapaz de volverse hegemónica en la sociedad. La cultura política obrera ilustrada estaba muy alejada sobre las visiones, las prácticas y las formas de significar el presente, el pasado y lo esperado en el futuro por los actores trabajadores. El triunfo del Alessandrismo será el ejemplo histórico de ello.

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[1] Licenciada en Educación en Historia, Magister Artium © en Historia Universidad de Santiago de Chile, USACH. [2] Stuven, Ana María. La seducción de un orden. Las elites y la construcción de Chile en las polémicas culturales y políticas del siglo XIX. Ediciones Universidad Católica, 2000. [3] Construcción conceptual propia. [4] Orrego Luco, Augusto. "La cuestión social en Chile". En Grez, Sergio. La cuestión social en Chile. Ideas y debates precursores. CIDBA, 1995. [5] Orrego Luco, Augusto. Op cit.p. 322. [6] Orrego Luco, Augusto. Ibid. p.326 [7]Orrego Luco, Augusto. Ibid. p. 324. [8] Nos resulta necesario destacar que los autores mencionados no tienen la misma visión de la sociedad, algunos la observan desde el lado conservador y otros desde la óptica radical y nacionalista. Sin embargo, todos coinciden en que es el Estado quien debe resolver el problema de la cuestión social. [9] Cruzat, Ximena y Tironi, Ana. El pensamiento frente a la cuestión social en Chile. p. 150. [10] Estos conceptos se encuentran en gran parte de los discursos de Recabarren, los anarquistas y los mutualistas. [11] Grez, Sergio. De la regeneración del pueblo a la huelga general". CIDBA. 1997. p. 525. [12] Reclus, Eliseo. La Anarquía y la iglesia Publicaciones el Sembrador, N° Extra - 2. Núcleo Acrata "El Sembrador". Andorra, Teruel. [13] Ibid. p.15. [14] Ibid. p. 16. [15] Principios y tácticas de Anarquismo. FAI. Folleto de propaganda de la Federación Anarquista Ibérica. Año 1916.

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[16] "Principios y tácticas de Anarquismo". Folleto de propaganda de la Federación Anarquista Ibérica. p.3. [17] Ibid. p. 16. [18] Ibid. p. 17. [19] Ibid, p. 19. [20] Ibid. p. 21. [21] Verba Roja. 1° quincena de noviembre de 1918. Valparaíso Chile. Año 1 n° 1. [22] Op. Cit. [23] Op. Cit. [24] Verba Roja, 1° quincena de noviembre de 1919. Añó II N° 21 . p. 3. [25] Verba Roja. Ibid. p. 4. [26] Verba Roja. "Manifiesto del grupo Claridad a los trabajadores manuales e intelectuales". Santiago, 1° quincena de diciembre de 1919. Año II. N° 22 p. 2. [27] Verba Roja. Santiago febrero de 1927. Año VIII Número 62. p. 2. [28] Verba Roja. Santiago, Febrero de 1927. Año VIII, N° 62 , p. 3. [29] Verba Roja. Santiago, 2° quincena septiembre de 1923. Año V N° 48. Valores anarquistas. [30] Grez, Sergio. Ibid. p. 477. [31] Devés, Eduardo, La cultura obrera ilustrada. p. 132. [32] Salazar, Gabriel y Pinto, Julio. Historia Contemporánea de Chile. Tomo II. Lom Ediciones, 2000. pp. 115- 116. [33] Grez, Sergio. Ibid. p. 592. [34] Grez, Sergio. Ibid. p. 442.

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[35] Grez, Sergio, Ibid. p. 560. [36] Devés, Eduardo. Op. Cit [37] Grez, Sergio. Ibid. p. 611. [38] Grez, Sergio. Ibid. p. 612. [39] Grez, Sergio. Ibid. p. 642 [40] Grez, Sergio. Ibid. p. 645. [41] Grez Sergio. Op cit. p. 442. [42] El Despertar de los Trabajadores.14 de mayo de 1912. [43] Pinto, Julio. "Socialismo y Salitre". p. 14. [44] El Despertar de los Trabajadores. 13 de julio de 1912. [45] El Despertar de los Trabajadores, 30 de abril de 1914. [46] La voz del obrero. 5 de julio de 1909. [47] El Libertario de Ovalle. 25 de agosto de 1907 [48] El Despertar de los Trabajadores. 6 de junio de 1912. [49] El Despertar de los Trabajadores. Iquique, 13 de julio de 1912. [50] El Despertar de los Trabajadores. Iquique. 13 de julio de 1912. [51] El Despertar de los Trabajadores. 24 de agosto de 1912. [52] La Reforma. 30 de diciembre de 1906. [53] El Despertar. 12 de febrero de 1914. [54] El Despertar de los Trabajadores. 26 de mayo de 1914. [55] El Despertar de los Trabajadores. 26 de mayo de 1914.

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[56] El Socialista. 18 de marzo de 1916. [57] El Despertar. 3 de julio de 1918. [58] La Aurora, 13 de octubre de 1916. [59] Grez, Sergio. De la regeneración del pueblo a la huelga general. Génesis y evolución histórica del movimiento popular en Chile (1810- 1890). Santiago, 1997. [60] Devés, Eduardo. "La cultura obrera ilustrada". p. 131. [61] Salazar, Gabriel y Pinto, Julio. "Historia Contemporánea de Chile" Tomo II. p. 115. [62] Pinto, Julio y Valdivia, Verónica. ¿Revolución proletaria o querida chusma? Socialismo y Alessandrismo en la pugna por la politización pampina (1911-1932). Lom ediciones, 2001. [63] Ibid. p. 116. [64] Pinto, Julio. "Socialismo y salitre: Recabarren y la formación del partido obrero socialista". Revista Historia N° 32. 1999 [65] Pinto, Julio. Ibid. pp. 16-17. Artículo publicado originalmente en la Revista Palimpsesto. “Historia de la minería

latinoamericana”, Número 3 año 2, Departamento de Historia de la Universidad de Santiago de Chile, Diciembre de 2004. http://www.palimpsestousach.cl/numero3/int2.htm