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Cultura de Clubs

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Cultura de Clubs - CCCB 11/10/2013

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Cultura de Clubs

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En aquesta publicació hi trobareu un recull de textos que, en ocasions, són simples respostes de correu electrònic i, en d’altres, són reflexions de persones que, d’una manera o una altra, han viscut molt d’ a prop la cultura de club al nostre país.

En definitiva: El culte a la música al voltant d’aquest temple que és un club.

#BCNmp7, 11 d’octubre de 2013

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Aquesta publicació és una idea d’ Arnau Sabaté per A Viva Veu, i està sota una llicència Creative

Commons Atribució-NoComercial-Sense Derivats. Agraïm molt especialment a tots els autors que

lliurement han cedit els seus textos per a poder-la fer possble,i també al CCCB i a l’Ingrid Guardiola pel suport. Finalment,

gràcies a la Banessa Millet per ajudar-me en la maquetació.

El Vendrell, 2013.

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Recordava haver llegit aquest article fa molt de temps; li vaig proposar a Kiko Amat recuperar-lo i ell, molt amable, el va cedir perquè el poguéssim publicar.

Acid Jazz: ese ritmo olvidado Kiko Amat

Acid Jazz, se cumple el 25º aniversario del sello Acid Jazz, pero las calles no se llenan de confeti ni paran los aeropuertos. ¿Ha sido el acid jazz olvida-do como género? De no ser así, ¿qué queda de él, en Londres o Barcelona?

Allá

Al principio fue lo típico: chavales desafectos escuchando discos raros. La tradición subcultural inglesa está abarrotada de células de culo inquie-to que replican su genoma cada ciertos años, emergiendo a la superfi-cie con membranas alteradas. Si uno mira hacia atrás, se da cuenta de que nada diferencia al acid jazz de fenómnos similares de 1945 en adelante: beatniks, mods, teddy boys, etc. Siempre es lo mismo: niños malditos fabricando mundos secretos a base de música ignota, ropas chocantes y altísimo desinterés por su currículo laboral.

En el caso del acid jazz, la cosa salió rebotada de la escena rare groove del sur de Inglaterra en los años 70 y 80. Un entramado de clubes darían cobijo al naciente régimen, y el DJ Gilles Peterson arengaría a sus tropas desde el Dingwalls londinense con bop, brazil y jazz-funk.

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Esta nueva bohemia de 1987 acoge a rebotados de otras subculturas, como Eddie Piller, un mod ochentas que tras los referentes comunes del jazz ácido –boinas, polos italianos, Blue Note- olisqueó una mutación de su viejo clan. La flamante revista Straight No Chaser, por su parte, se ocu-pará de decodificar los criptogramas de la tribu para un público más am-plio. Ya solo falta el nombre. Tradicionalmente es lo último que se pone, y suele ser: a) una gilipollez, b) un chiste privado, o c) una invención de la prensa. En este caso se trata del b). En un club de acid house lleno de chi-flados, Peterson manoseó con aviesas intenciones un single de añejo funk ácido. Su amigo Chris Bangs, posiblemente pedo, soltó al micrófono: “Si eso es acid house, esto es acid jazz”. La escena acababa de ser bautizada.

El patrón resulta familiar: igualito que con los mods de los años 60, cuando el amor hacia el R&B negro acabó gestando grupos locales, el acid jazz empieza a generar sus bandas. Son los que ustedes conocen: Galliano, Young Disciples, James Taylor Quartet, Incog-nito, US3, Mother Earth, Corduroy y el fulano aquel de los som-breros absurdos. Los dos sellos autogenerados por la escena (Tal-kin’ Loud, de Peterson, y Acid Jazz, de Piller) sacan sus primeros discos, lo que provoca un nuevo deja vu de 1964 y 1977: las multina-cionales se abalanzan sobre aquellos grupos como escualos borrachos de hemoglobina, fichando a la mitad. El club privado de unos cuan-tos majaras deviene moda. Aquella desaconsejable -aunque original- combinación de atuendos (una mezcla de mod, beatnik, hip hop, acid house y paciente de psiquiátrico) alcanza la mayoría de edad hacia 1990. Ya saben cuál es el siguiente paso: entran los “especia-listas en moda” y el acid jazz se convierte en “tendencia”. O sea, en basura.

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Aquí

El acid jazz llegó algo tarde, como de costumbre. El DJ y grafista Txarly Brown, integrante de la célula barcelonesa original, confiesa para Cultu-ra/S que en 1991 creía todavía que “acid jazz” era algún nuevo delirio de los mods locales. No se equivocaba tanto: futuros fieles como el promotor Albert Salmerón y Miqui Puig, de Los Sencillos, venían de la parroquia mod condal. Otros pioneros, como DJ Kosmos, habían estado de cuerpo presente en Dingwalls y sorbido la médula espinal del asunto. La fecha cla-ve para Txarly Brown es el concierto de Galliano en el casino L’Aliança, el mismo 1991. Allí empezaría a solidificarse una minúscula escena de baile y discos raros que encontraría un hogar en la sala Monumental de Gran de Gràcia. Sus días de gloria son fugaces: de 1992 a 1993. Durante ese par de años se cohesiona el culto con todos sus elementos: música esotérica (jazz-funk, flautas a destajo, órganos Hammond), atavíos enloquecidos, grafismo inconfundible (los flyers de Brown), pinchadiscos hambrientos, club aglutinador, grupo afín (Los Sencillos) y y una gestora fiel que opera-ba desde el meollo (Producciones Animadas, fundada por Salmerón y Al-berto Guijarro –hoy director del Primavera Sound). Oh: y muchas chicas.

Los siguientes pasos, sin embargo, difieren de los ingleses: aquí, el acid jazz se va desinflando sin hacerse mega. Pasa de la Monumental al Apolo y persevera unos años más hasta desvanecerse hacia 1996-7, dejando paso a la electrónica que abanderan Nitsa Club y Sónar. Die-ciséis años después de los hechos, del acid jazz barcelonés solo que-da hoy el humedecimiento ocular de sus ex-combatientes (“Jodó, cómo lo pasamos”) y algún estremecimiento-con-tics al revisitar fo-tos del ayer: los abalorios De La Soul, las perillas cápridas, las man-díbulas descoyuntadas, las Kangol invertidas… No carecían de en-canto, la verdad. Por añadidura, los críticos rockeros les tenían una manía tremenda, quizás porque durante un par de años nuestros

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acid jazzers se hincharon a follar, danzar, hablar de discos chu-los y acostarse con el sol. Suena parecido a la felicidad, ¿verdad?

Ahora

No ha sido como la visita de Eisenhower o el primero de mayo: los vein-ticinco años del sello Acid Jazz han pasado mayormente desapercibidos, si exceptuamos alguna reseña liliputiense en las musicales. Eso nos lleva a preguntarnos cuál es el legado del acid jazz y su relevancia presente. Fáciles respuestas: el legado es, simplemente, el mismo que el de cual-quier tribu perdida (como soul boys, suedeheads o beatniks). Es decir, un puñado de discos, fotos, pantalones y leyendas de majestuoso cala-do y difícil uso en la coyuntura actual. La relevancia, asimismo, es más peliaguda. En cuanto a género, y exceptuando las latosas reuniones de Corduroy y la aparición del mozalbete de risible birrete en anuncios tele-visivos, no existe una escena coherente de grupos que admitan el acid jazz como influencia. La razón de ello es tan cualitativa como espiritual: ni el acid jazz como género dio grupos que estuviesen a la altura de sus héroes (Galliano es inferior a Roy Ayers, lo mires como lo mires), ni su legado trascendió de manera pareja. Los grupos de Talkin’ Loud han sido más o menos olvidados (nunca suenan en clubs), mientras que el rescate de viejo deep funk o jazz pirado continúa con el entusiasmo del primer día.

Y eso, después de todo, es lo que sí permanece: los núcleos de investigación rare groove que encarnan discográficas como Acid Jazz, ya convertida casi exclusivamente en rescatadora de añejos sonidos 60’s. Es decir, que de la escena pervive el espíritu pionero de los primeros buscadores de sonidos. Porque la inquietud subcultural nunca muere; solo cambia de nombre.

Article publicat originalment al suplement Cultura/s de La Vanguardia del 24 de desembre de 2012

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L’ Acumulador

Vaig conèixer a l’Acumulador Discográfico una tarda d’hivern, fa un parell d’anys, abans que inauguressin la Filmoteca del Raval, a la plaça Salvador Seguí. L’individu en qüestió regentava un petit local prop de la porta d’ac-cés a aquest equipament públic, que tenia intenció d’obrir al públic quan també ho fes la Filmoteca. Rere els vidres de l’aparador s’hi podien intuir discos de vinil. Encuriosit, vaig permetre’m el luxe de picar a la porta i ell em va obrir. Rere els vidres tapats de l’aparador s’hi amagava una fantàs-tica col·lecció de, majoritàriament singles, i alguns elapés. Em va explicar que era il·lustrador, però que amb l’arribada de la crisi va perdre la feina, i a partir d’aleshores va decidir dedicar-se a la compra-venda de vinils de segona mà. En aquella conversa vaig descobrir que l’Acumulador era un personatge fascinant, atent, polit i molt educat en les formes. Em parlava assegut a la seva cadira, amb un ull posat en mi mentre remenava els seus discos i un altre a la seva taula, en la que ordenava singles Mint o Near Mint, els hi canviava la funda interior per una d’antiadherent i els hi afegia, a més a més, una funda exterior de plàstic. Des d’aleshores vam continuar parlant, i un dia vaig pensar que seria interessant conèixer la seva opinió sobre la “cultura de club”, ja que molt probablement l’havia viscut d’a prop durant la seva joventut. Vam intercanviar uns quants correus electrònics ens els que li explicava que començava a treballar amb la sessió del BCNmp7, i que per articular-la estava recollint opinions de persones interessants. Li vaig explicar que per a mi, el concepte “cultura de club” era molt més ampli que el de la música electrònica, i que els clubs eren l’ecosistema real dels concerts. El blues, el jazz, l’acid house, els ghettos, etc. A tot això, ell em va respondre:

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“Estic totalment d’acord amb el teu pensament, puc comentar algunes coses sobre això i també arrel del que jo vaig conèixer aquí a Barcelona.

Es va començar a parlar del terme “Club” quan a Barcelona hi va ate-rrar un punxa discos negre procedent d’Anglaterra de nom Tyrone (amic del Zorra) i que va passar per gairebé totes les cabines del moment de finals dels anys 80 i principis dels anys 90 (Otto Zutz, Distrito Disti-no, Veneno...). La música “soul” que punxava aquell home era tan ex-quisida que se li va començar a posar l’etiqueta “Soul Club” als flyers. Aleshores va ser quan Producciones Animadas (Els Albertos + Txarly Brown) van agafar la Monumental (una disco a Gran de Gràcia) i allò va ser el primer “Club” de Barcelona. Els apòstols i els creadors del label “Talkin ‘Loud” (Gilles Peterson i Norman Jay) desfilaven per allà juntament amb grups del segell. La cosa va durar un parell d’anys, i aleshores van aparèixer en escena els del Sónar, i la resta ja la saps...

Salutacions. G”

El Acomulador Discográfico, 5 de febrer de 2013.

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Aquest és el correu electrònic que ens va contestar l’Alberto Guijarro quan li vam preguntar què era per ell la “cultura de club”, una escena de la qual n’és artífex a Barcelona gràcies a haver fundat Producciones Animadas i haver dirigit la Sala Apolo, clars referents d’aquesta disciplina a Catalunya.

El Paper dels “Clubs”Alberto Guijarro

Hola Arnau,

Contestando algo rápido y sin reflexionar demasiado.Para mi la cultura de club (en la música), aunque siempre se aso-ció a los sonidos electrónicos, se puede extender a cualquier sonido.Para mi la palabra club viene dado por dos conceptos diferenciados pero unidos. Por un lado está el colectivo que ahonda y se especializa en un tipo de música, alrededor de una escena musical. En segundo lugar está el espacio donde este colectivo se da cita, el “club”. Todo alrededor del club tiene un sentido, los djs y la constante búsqueda de nuevo material para dar a descubrir a la parroquia nuevos descubrimientos musicales, ya sea recién salidos o porque se ha rebuscado en los cajones de los oldies. En el caso de la electrónica, el especializarse mucho en un tipo de sonido fue más evidente por la cantidad de diferentes sonidos que iban apareciendo y se iban pareciendo, definiendo diferentes tipos de clubs por su sonido o afinidad musical.

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El diseño de los flyers, carteles, web, revistas… todo en el club es afín a este colectivo. En principio puede parecer algo endogámico, pero el resultado de los últimos años de la “cultura de club” ha demostrado ser un caldo de cultivo de ideas de donde surgen un sinfín de tendencias. Seguro que se le puede dar más vueltas.

Alberto Guijarro, 29 de gener de 2013.

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Reconeixereu a en Txarly Brown per ser un paio amb poc cabell i unes ulleres molt grans. A banda d’això, per mi es una de les persones que dins l’underground de Barcelona, i probablement de l’estat, em mereixen un més gran respecte.

Lo de la Cultura de ClubTxarly Brown

Pues sinceramente yo siempre creí que lo de la “cultura de club” fue una manera bonita de autoconvencernos, una minoría, de que aquí la gente sentía interés por la música y las corrientes artísticas que se generaban en los clubs. Cuando hablo de una minoría me refie-ro a los melómanos, djs, periodistas y gente interesada en la músi-ca que consume, compra y lee o indaga habitualmente sobre música. Creo recordar que alguien quiso definir como cultura de club a lo que ocurría en los clubs modernos a principios de los 90s. Es decir, que la gente asistía allí a descubrir cosas por lo tanto aprendía algo. ¿Eso era cultura de club? Los que íbamos a ver a disc-jockeys para enterarnos de que se estaba cociendo supongo. Los que alucinábamos con los test pressing del nuevo disco de fulano o esa rareza que descubríamos en la visita de mengano.Generalmente eran los deejays extranjeros en su visita a nuestro país lo que despertaba más atención cuando eso no era una moda ni un corriente. Me refiero al periodo 1990-2000,

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cuando arrancaba el hundimiento de la industria discográfica local de la mano del compact disc, invento obsoleto el día de su na-cimiento, que propició la transformación de la música en series cifradas de unos y ceros y que, actualmente, gracias a la telaraña tejida por los grupos de telecomunicaciones, acabó siendo el abono de subeneficio ilícito. Ese tiempo muerto en el que el cd dio paso a internet y sus portales de descarga lo recuerdo como una época en que se aprendía en los clubs, oyendo música que difícilmente podías oír en ningún otro sitio y un porcenta-je (bajo) de la gente que acudía lo hacía con el mismo motivo. Hasta hubo un momento ridículo en que los dj’s tapaban el label de los discos que ponían para que no supieras que era lo que sonaba. El cambio y declive llego el día en que algunos se traían las novedades aún no editadas en cd. Ya no era lo mismo. Y ya cuando empezaron a aparecer los ordenadores en las salas de baile, apaga y vámonos.

“El dj pasó de ser un espectáculo visual a un

operario de la Nasa”

Hubo un momento en que casi todos los clubs de la ciudad pujaban por traer reputados dj’s y tener en plantilla a los melómanos locales. Hubo un tiempo en que en esta ciudad se podía descubrir lo que ocurría en el mundo a través de las ofertas de clubbing. Cuando las tendencias internacionales se importaban a velocidad de vértigo. Cuando quisimos ser los más modernos del planeta y el público en general pujaba por ser testigo de ello. Años más tarde

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la masificación festivalera, internet y la política cultural segaron el escenario. ¿Para qué ir a un club si lo tenias todo en inter-net? ¿Para que pagar por ver a tal dj si en el Sonar estaban todos juntos en formato non-stop? ¿Para qué pagar por copas mal servi-das, por no poder fumar, por sufrir controles de todo tipo y rela-cionarse? Acabemos con ello. Todo tiene ventajas e inconvenientes.

Para ejemplificarlo. En 1993 durante una visita de Gilles Peterson a Barcelona, descubrí una melodía tremenda en la intro del “Light My Fire” de Young Holt Unlimited (incluida en el Lp“Just a Melody” Brunswick 1969). Yo conocía esa por-ción porque sonaba en el tema de De La Soul “A Roller Skating Jam Called Saturdays” de su primer disco del 1989. Un detalle que no me podía quitar de la cabeza y que en esos momentos era imposible descubrir. No existía la web como hoy la conocemos, ni Discogs, ni Whosampled, ni puñetas. La única manera de descubrir esas cosas era ir a la cabina y ver el disco, anotar mentalmente lo que habías visto y lanzarte a la caza por las tiendas de discos que conocías... Resultado: obviamente ese disco jamás había sido editado ni distribuido en nuestro país. La única manera de volver a oírlo en realidad era espe-rar a la siguiente visita. Y así pasaba con cientos de canciones.

Pensamientos inconexos, se me ocurre también otra for-ma de ejemplificar el declive. Recuerdo una sesión de Dj Spinna en Berlín…¿2001?, en un club molón al que me llevó una runner del colectivo Jazzanova. La sesión me impresionó: soul y funk raro y conocido, mezclado con talento, copias dobles de todos los discos, técnica de scratcher y selección exquisita y populista. Años después volví a verle en el Powder Room (Sala Apolo). Lo mismo pero con Mac, nada que ver. El dj pasó de ser un espectáculo visual a un operario de la Nasa.

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“Nuestra sociedad se ha convertido en intole-

rante e inmediata por culpa de internet”

Realmente la cultura que funcionaba en los clubs y durante el tiempo que pasé en ellos era la del tráfico de estupefacientes. En la mayoría de los locales que trabajé vendía droga hasta la señora de la limpieza, no es broma. Con los años descubrí que el éxito de una sala era directamente proporcional a la facilidad por adquirir droga en ella. En ese momento me di cuenta de que todo me parecía una mierda, y así sigue siendo. La dinámica inalterable de “salir de noche” o “cultura de club” de nuestro país es salir a evadirse. El primer objetivo es ponerse del revés, el resto va priorizado por: aparearse, hacerse el molón, hablar con amigos y, finalmente, escuchar música. Nuestra sociedad se ha convertido en intolerante e inmediata por culpa de internet. La gente va a los clubs a oír lo que ellos quieren. Exigen la música que les gusta y encima exigen que te la descargues o que pinches un mp3 cerdo de Spotify.

¿Cultura de club? Mala educación de la cultura del pelotazo y catetis-mo Gandía Shore a raudales. La incultura en nuestro país se fomenta de base. Por lo tanto difícilmente podremos presumir de cultura de club ja-más. Siempre hemos sido una panda de catetos. Si te gusta la música eres un snob o un freak. Si compras música eres un pijo snob y freak. Si tienes un BMW y un Rolex y te descargas música de “Emuller” eres un triunfador. Pues a la mierda, yo no soy de este planeta. Otro caso para analizar es el que empieza de camello y termina de dj-camello para ser “guay”, pero que no tiene el mínimo interés por la música porque la música no es un bien tangible.

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“El porcentaje de gente que consume o escucha música es bajo, de entre ellos el porcentaje del que compra es menor y de entre esos pocos el porcentaje del que siente interés es ínfimo”

Siempre quedará ese (que yo considero) 10% de personas que, sin alardear, les gusta la música y disfrutan con ella en su faceta “expresión corporal”. Un fenómeno fascinante que se da en la ma-yoría de los humanos. Dejé de bailar cuando dejé de drogarme, por lo tanto, ese tema aún no lo puedo comentar con propiedad. Por otro lado, siempre he pensado que la climatología y la influencia del poder mediático nacional sobre el gusto de la gente (que nos convirtió a todo un país en anglófilos en sólo 10 años, 1980-1990) hacen que el interés por la cultura musical actualmen-te sea algo casi anecdótico en España. El porcentaje de gente que consume o escucha música es bajo, de entre ellos el porcentaje del que compra es menor y de entre esos pocos el porcentaje del que siente interés es ínfimo. Eso ha provocado que queden solo apenas 3 tiendas de vinilo dignas en nuestra ciudad, que las producciones de los músicos locales apenas tengan salida ni sean conocidas fuera de nuestras fronteras, y que evidentemente la gente que acude a los clubs se haya descul-turizado hasta el extremo de confundir al dj con el camarero y exigir la música que quiere oir con el pretexto de que la puede conseguir instantáneamente en internet. Estamos mal, estaremos peor,

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pero me la trae floja, sigo escuchando música de todo tipo y disfrutando de ella. Y el análisis a tiro pasado o la futurología creo que de poco sirve.

Txarly Brown, 10 de juliol de 2013.

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Els clubs ja no són necessarisJavier Blánquez

La “cultura de club” no és un concepte que m’inspiri res d’especial. Als anys 90, quan es va popularitzar, tenia un sentit de marcat territori amb un cert punt elitista: allà hi ha la música per raves, música per la gran massa a una gran superfície de terreny, un concepte groller que banalitza la qualitat d’aquest producte; en canvi, aquí en fem ‘cultura de club’: en un petit espai, amb l’elit, amb els que de veritat saben de què va la cosa. És com si als reductes minoritaris i controlats hi hagués un sibaritisme especial, quan no és així.

Als anys 90 potser aquesta definició de ‘cultura de club’ sí que era ne-cessària, sobre tot aquí, on hi havia el conflicte entre el dance comercial i el dance més innovador. A la vegada que hi ha un cert esnobisme im-plícit, també hi ha un desig protector que resulta molt honorable. Anys desprès, quan tota l’escena de la música electrònica de ball s’ha norma-litzat, ha trobat els seus canals, el seu públic, la seva indústria, mati-sos com aquest ja no són necessaris. El Nitsa no es promociona dient que fomenta la “cultura de club”, per exemple, fer-ho ara seria absurd.

Més enllà de tot això, és cert que hi ha una tradició, en la música en viu (òbviament), de concerts a petits espais tancats. I la translació del matís

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d’abans de ‘cultura de club’ també s’hi pot aplicar: hi ha un sentit més d’exclusivitat i de cura per l’artista emergent, el discurs experimental, etc., quan es fa en espais reduïts, és la distància que hi ha entre el rock d’es-tadis i el rock a una sala com el Màgic, entre el flamenc al Tarantos o un concert de José Mercé al Palau de la Música, entre el jazz a La Cova del Drac o un absurd projecte de fusió al festival de Jazz de Barcelona.Potser ara no és tant així, però les coses normalment neixen a llocs petits, es van fent grans i finalment arriben a les multituds, per exemple: The Beatles a The Cavern vs. The Beatles al mític concert a Nova York. Llavors, no és tant que el fet de sonar a un club et faci millor o més vàlid, sinó que en certes músiques, i sobre tot aquelles que es vehiculen en viu més que en suport físic, necessiten uns espais primigenis on desenvolupar-se, i això serveix tant per als DJs, com per a les bandes de hardcore, per als músics de jazz o fins i tot per a les formacions de cambra de música clàssica.

Aquests espais són l’ecosistema real dels concerts? Depèn, si li pregun-tes a un aficionat a la música clàssica, et dirà que l’òpera la vol veure al Liceu, no a un casal de barri feta per companyies amateurs. Si vols veure Brad Mehldau, hauràs d’anar a l’Auditori, i probablement el seu concert sigui més inspirador que el d’un jove pianista que comença a obrir-se pas. Però sí que sembla cert que sense els clubs o les petites sales -o sigui, ambients més reduïts, controlats, amistosos-, no existirien les condicions i les oportunitats per què molts artistes amb potencial puguin créixer. I a la vegada és cert que en diversos ecosistemes musi-cals, els clubs ni són necessaris ni se’ls espera (ha necessitat Burial cap club?), i que d’altres mitjans de difusió, com la ràdio o internet, són més necessaris com a eines de projecció que no alguns espais físics.

Javier Blánquez, 29 de gener del 2013.

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De la ploma d’en David G. Balasch en surten articles pels mitjans espe-cialitzats més selectes. De fet, de la importància d’aquests mitjans se’n fa ressò en el text. A més a més, té un bloc personal excel·lent, es diu Tower Of Meaning.

“Lo más preocupante es que el tinglado sigue en manos de todos aquellos que empezaron algo en los 90”David G. Balasch

Cuando empecé a aficionarme a la música electrónica lo que se enten-día entonces por cultura de club significaba alguna cosa, o al menos eso me hicieron creer. Por mi particularidad geográfica frecuentaba Florida 135, en Fraga, una de las tres salas responsables a mi modo de ver de que esta gran pelota que es la música de club avanzara hacia a algún lado en Catalunya y alrededores. España se estaba despere-zando de su anterior cultura de club, la ruta del bakalao, para abra-zar las corrientes de música electrónica que felizmente ya mandaban en la mayoría de países de nuestro entorno. Fue precisamente en un viaje a Francia cuando Juan Arnau, propietario del club oscense, de-cidió dar un giro a su programación. Sin embargo, al rememorar esa transición todo lo que me viene a la mente es un camino un tanto espinoso. En la primera sesión del italiano Francesco Farfa en Espa-ña, si no recuerdo mal durante el otoño de 1994, escuché silbidos. Mucha de la gente congregada esa noche abandonó la sala en la primera media hora para acabar anidando en el parking. La visita de Laurent Gar-nier en 1995 también produjo sensaciones encontradas. El público no

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estaba todavía demasiado preparado. Hasta que esa esencia puramen-te rutera no desapareció no empezamos a utilizar con determinación el término “cultura de club”. Personalmente siempre he pensado que la estricta pureza del la frase de marras queda enmarcada en la In-glaterra de finales de los 60: Blackpool Mecca, Twisted Wheel o Wi-gan Casino y la explosión vital del northern soul fueron el comienzo de la auténtica “cultura de club”. La estética ceremoniosa del públi-co, el culto al baile como forma de vida y el estatus artístico, eleva-do a categoría de Dios, del selector de discos. ¿Hablamos de eso, no?

Durante la segunda mitad de la década de los 90 nos empapamos de toda la electrónica que entraba sin piedad. Etiquetas como downtempo, drum & bass, IDM, deephouse, 2-step o breakbeat se colaron a la velo-cidad de un meteorito. Bajo el paraguas de lo novedoso, lo vanguardista y lo supuestamente moderno, llegamos a tragarnos cosas buenas, regu-lares, malas e incluso infumables. No en la teoría pero sí en la práctica, los filtros fueron casi inexistentes. Cogíamos el Dance De Lux y leía-mos todas y cada una de las reseñas en busca de ese disco que nos cam-biara la vida. Todo era nuevo, todo merecía escuchas, páginas, charlas acaloradas en la tienda y minutaje en festivales. Monegros gozó incluso durante algunos años de un escenario de drum and bass. Algo inaudito.

Sin embargo, creo que ese término es un axioma generacional ge-nerado por una simple ecuación espacio-tiempo. Me explico: lle-vo 20 años girando entorno a la música de baile. Tras mis primeras experiencias de club viajé a Londres, donde empecé a pinchar en clubs de funk. Desprovisto del contexto techno, mi abanico mu-sical se amplió. Un año después me trasladé a Valencia, y tres des-pués a Madrid, donde residí 8 años. Durante todo ese tiempo he organizado fiestas, pinchado, he frecuentado y trabajado para

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clubes y, sobre todo, colaborado codo con codo con gente vincula-da a la escena nocturna. Me atrevo a decir que nadie en su sano jui-cio ha seguido utilizando esa expresión más allá del año 2002-2003.

Incluso puedo afirmar que cuando alguien la ha mentado ha sido para hacer un chiste o tachar de pretencioso al que la ha soltado. Durante esa explosión desmedida de etiquetas daba la impresión que la cosa no tenía fin. Escuchábamos a DJ Krush y hablábamos de hip-hop abs-tracto. Si Kruder & Dorfmeister hacían una remezcla buena, todo el “downtempo” nos parecía excitante. Si Garnier mezclaba techno, house y drum & bass en una sesión de tres horas eso era el éxtasis. Se le llamaba eclecticismo. Hubo un tiempo en el que había noches de drill & bass en Nitsa, en ellas podías ver a 1200 personas bai-lando como si no hubiera mañana a un ritmo endiablado: no veo comparación alguna en el actual estado de la nación. ¿No suena esto un poco a ciencia ficción ahora? El público de entonces se ha hecho treinta o cuarentañero, se ha casado, comprado una casa y tenido hijos o simplemente está por otros quehaceres. Algunos es-tarán en el paro también. Los que vienen desde abajo suben con el piñón cambiado. La música electrónica ha seguido transformándose, cogiendo derivas interesantes, decepcionantes o irrelevantes, como an-taño. Se ha fracturado, como se ha partido en mil también el rock y el pop. Con la desintegración de la industria musical se han ido al garete casi todos los filtros, y, aunque no seré yo quien defienda a los tiburones, no todo son asociaciones buenas cuando hablamos de una caída tan gigantesca. Ya no leemos las mismas revistas porque mu-chas han sido engullidas por la(s) crisis, así que muchos de esos inputs vienen ahora de publicaciones internacionales. Han desapa-recido la mayoría de tiendas de vinilo, motores importantes para Dj’s y punto de encuentro de apasionados compradores.

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A grandes rasgos, el tinglado sigue en manos de todos esos que empeza-ron algo en los 90, y eso es probablemente lo más preocupante de todo.

David G. Balasch, 3 de setembre de 2013.

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www.conceptoradio.com

Hoy consumimos pero no aprendemosFrankie Pizá

“Cuando en Nueva York apareció The Loft, resultó ser una vía de escape y un territorio donde experimentar el amor, el cariño y el placer que la sociedad, el día a día y el asfalto negaban a los asistentes de aquel lu-gar, normalmente las minorías menos favorecidas en la década de los años 70: latinos, inmigrantes, gays, lesbianas o afroamericanos. Aquellas fiestas, decoradas con mimo en todos los aspectos, en las que el senti-miento de comunidad era lo más importante, se comportaban como singulares, pequeños y localizados oasis en los que nadie preguntaba, nadie exigía, nadie clasificaba y donde todos eran iguales. Aquel germen (re-formulado a su vez a partir de la ideología del “Continental Baths”), principalmente de carácter sociológico, adquirió en poco tiempo el complemento sonoro y técnico que lo prepararía para expandirse y ser exportado hacia otras localizaciones, encapsulando aquel sentimiento a los emergentes Clubs o discotecas de la gran manzana. The Gallery o el Paradise Garage consiguieron elevar al máximo nivel aquel factor esencial que marcó la naturaleza inicial y el crecimiento de la Música de Club: “eres igual, eres uno de nuestros hermanos, olvídate de todo y disfruta”. Lo hicieron cimentando una identidad sonora igualmen-te ecléctica y diversificada, fuera de la norma básica: no había lími-tes, ni géneros predominantes, bloque a bloque se fue erigiendo una

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construcción que combinaba de manera orgánica Rock, Soul, Philly Sound, Reggae/Dub, Afrobeat, Disco, Hip Hop, electrónica primitiva europea o Pop. Actualmente, y con la inevitable degeneración de cualquier cosa que nace, crece y acaba diluyéndose con el paso del tiempo o la evolución de los recursos que lo rodean, la “Música de Club” en su esta-dio más romántico únicamente existe en nuestra memoria, como algo idí-lico que la mayoría de nosotros no hemos vivido pero conocemos de pri-mera mano, gracias a esa identidad sonora atemporal, la que nos traslada virtualmente a aquellos santuarios siempre que queremos. Clubes hay mi-llones, herramientas las que queramos, DJs con discursos clonados a mon-tones. Dinero, audiencia y publicidad condicionan la toma de decisiones y ya nadie establece esa simple prioridad: el disfrute y el baile por encima de otros factores, ya no concebimos salir o visitar un Club y en realidad ir a ver a nuestra familia, pisar algo parecido a una iglesia en la que encuen-tras apoyo, buenas vibraciones y todo lo que tu vida diaria no te ofrece. Aunque “Música de Club” pueda señalarse como algo ya universal en nuestros días, algo ya totalmente globalizado e implantado (con su ni-cho discográfico importante y corpulento, sus modas, sus tendencias, sus protagonistas, sus diferentes concepciones y su potente presencia en cualquier ciudad del primer mundo), bajo mi perspectiva es una deno-minación inexistente, que únicamente está presente por su peso histó-rico. Cuando alguien pronuncia “Música de Club”, automáticamente la identifico con un significado concreto, ya extinguido, probablemente imposible de recuperar con la misma pasión e inspiración con la que floreció en la década de los años 70. Hoy no disfrutamos, analizamos. Hoy estamos, pero no viajamos. Hoy consumimos, pero no aprendemos”.

Frankie Pizá, 1 de juliol de 2013.

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En Carles és sinònim de criteri i bon gust, tot i que ell sempre és el men-tor de la conversa, és fabulós parlar amb ell de música. No en va treballa al Sónar i escriu de música per algunes publicacions online. Actualment el podreu sentir al capdavant del programa “Paralelo 3” de Radio 3.

CULTURA DE CLUBCarles Novellas

La paraula ja d’entrada sona bé, plena, rodona: CLUB. Després de dir-la, però, de seguida venen les connotacions i els significats, no sempre po-sitius: un club és un lloc o un grup gairebé sempre tancat, sovint elitista, exclusiu i excloent. És inevitable pensar en el Club Bilderberg. O en el Club de la Lucha. O en el club de futbol del que ets seguidor: en el meu cas, el Real Club Esportiu Espanyol.

Però no ens despistem.

Em demanen que escrigui unes paraules sobre la cultura de club, i aquest ja és un altre tema, que evoca imatges molt diferents: sales fosques, llums i cossos en moviment, calor humà, ritmes, sons, harmonies, confusió, èxtasi…A tots ens hagués agradat viure les nits del Paradise Garage o l’Studio 54.

Fantasies.

La realitat, la meva com a mínim, passa per Barcelona i per dos noms: l’Apolo (la última vegada amb Gerd Janson i Todd Terje) i, sobretot, el Moog. Amb 20-21 anys, el descobriment de l’electrònica, d’Orbital i de la utopia infinita dels djs va coincidir amb els primers passos del petit club del carrer Arc del Teatre. Tot va començar allà per mi. Les nits del dime-cres (els dimecres!), amb mestres de cerimònies (recordo un amic que feia servir la paraula “gurús”) que responien als noms de Laurent Garnier,

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Richie Hawtin o Jeff Mills. Ara sembla impossible, però tots ells van pas-sar per la cabina del Moog, punxant per no més de 200 persones. Jo vaig ser un dels presents afortunats. Com diría James Murphy: “I was there!”.

El meu preferit però era el resident, dj Loe, finíssim, sempre combinant house clàssic amb el que aleshores eren tracks actuals: “Feeling Kinda High” de Cajmere i “Burnin’” de Daft Punk. Nits de molta psicodèlia i pura sensualitat, nits d’afters a l’Aurora (un altre club clau, a la seva manera).

Hi ha qui pensa que l’amor contagiós d’aquells dies era fals, buit, pura mentida del moment; jo penso tot el contrari. I més ara, vist amb la distància que dóna el temps. A partir d’allà ja res seria el mateix.

Des d’aleshores, els clubs són des santuaris que he de visitar de tant en tant per mantenir la meva salut física i mental en bon ni-vell. Apart del Moog i l’Apolo, tres d’ells mereixen ser mencionats:

1) El Berghain/Panorama Bar, a Berlín, és un lloc fascinant, d’obliga-da visita i del que sempre fa mal sortir. Allà vaig gaudir de la millor sessió que li he vist a Carl Craig, a escassos dos metres de distància.

2) La sala Siroco de Madrid m’ha donat moltes alegries els últims temps: so potent, molta calor i atmosfera casi sempre perfecta. Allà tothom sembla sentir la música a l’estómac. El set de Kode9 de l’any passat no l’oblidarà en la vida.

3) El Plastic People de Londres és probablement l’exemple del que ha de ser un club: sala reduïda, fosca, despullada d’artificis i amb tot el pressu-post destinat a un únic element: els altaveus. Només hi he estat un cop, però tampoc marxarà del meu record fàcilment. Hi punxava Theo Parrish.

Carles Novellas, 21 de setembre de 2013.

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Mi animal mitológico favoritoDavid Puente

Mi relación con ese animal mitológico que es la “cultura de clubs” ha estado siempre muy relacionada con la del resto del Estado. No en vano llevo escribiendo más de doce años en una web llamada Clubbingspain. Clubbing, Spain: Mi animal bicéfalo favorito. Así que para muchos lec-tores he sido el hombre en la sombra encargado de retransmitir al res-to del Estado lo que pasaba en Barcelona en materia musical durante mucho tiempo. He sido el periodista que ha descubierto en Barcelona y para el resto del país a un porrón de Djs internacionales desconocidos que sólo pasaban por la capital catalana. Gracias a ese hecho pude en-trevistar, por primera vez en este país, a un sinfín de productores que sonaban a chino en la meseta y que ahora son nombrados incluso en la prensa convencional como pueden ser Nathan Fake o Maria Minerva. Claro que algunos pensarán que según qué nombres, si no se hubieran descubierto nunca, tampoco hubiera pasado nada. También es verdad. La sofisticada “cultura de clubs” de Barcelona con sus nombres de última generación parecía ir en otra dirección a la del resto del país. Hablo de hace diez o quince años. Un tiempo en el que Valencia se ha acabado ahogando en su propia fiesta y Madrid se ha quedado ensimismada en

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La Movida. Ibiza no tiene tiempo para la música enfrascada en contar billetes. De un tiempo en el que el tirón de las primeras ediciones del Sónar facilitaron que entre lo promotores de Barcelona estu-viera bien visto y era casi una obligación sorprender a la parro-quia con lo más nuevo, lo que tenías que conocer y no cono-cías. Entonces, no hace tanto, cabía esa arriesgada posibilidad y había cierto espacio para el riesgo, y encima triunfaba entre los clubbers ávidos de nuevas experiencias musicales. El caso más flagrante es el Nitsa, beneficiario estos días de un documental que será presentado en los próximos meses. Desde la ventana a la que me asomaba al resto del país se veía una comunidad clubber mucho más feliz que intuía se lo pasaba mejor porque allí no esta-ban preocupados por “lo último”. Por lo general decepción posi-ble. Aún así me encantaba (y me sigue encantando), -aunque ahora es más difícil sorprender porque existen más sites dedicados a las tendencias musicales que están muy al quite, azuzar el imaginario colectivo sacando todos esos nombres desconocidos a la palestra,aunque eso provocara comentarios en el foro que tengo aún clavados en el corazón. Como uno que decía: “Clubbingspain molaba más cuando hablaba de Djs conocidos y no los de ahora que parece que se los inventen”. Lo nuevo que ve-nía de Barcelona al resto del Estado le sonaba a hype que hay que tragarse. Al contrario también pasaba. Yo mismo leía nombres en el foro de la web como el norteamericano Dylan Drazen (no sé, me ha venido a la cabeza), muy popular en ambas castillas y la zona norte de la península, donde eran considerados dioses del techno duro, pero que en Barcelona no sonaban en absoluto porque no eran contratados por clubs de aquí. A veces ni falta que hacía. Eso también es verdad.

Muchas veces la web sufría y gozaba a la vez de un gran desequilibrio de contenidos entre los grandes nombres que debían aparecer y esos

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nuevos que no proporcionaban demasiados “clicks”, pero sí una supuesta conexión con una actualidad que cada vez se ha ido haciendo más inaprensible. Una oscilación editorial que entendía era muy positiva para Clubbing, para Spain. Sí, mi animal mitológico favorito. De hecho los grandes festivales de este país hoy están muy necesitados de grandes nombres con los que reciclar a los mastodontes de ayer, de hoy y de siempre (y que no hace falta que cite porque todos sabemos de qué tamaño es un dinosaurio). Después sales de tu agujero oscuro desde donde escribes todos los días y te das cuenta que hay vida allí afuera, y aquí dentro. Me comentaban los responsables de la tienda de discos SubwaxBCN, dos suecos con veinte años de experiencia en la venta de vinilos en su país, que lo que más le gustaba de los clientes barceloneses en este primer año de vida de la tienda era el criterio musical de los nativos: “En otros países está como mal visto ser tan culto. En cambio aquí, lo muy alternativo o lo nuevo, lejos de asustar, sirve para formar comunidad”, me comentaban el otro día los dos animosos escandinavos. Ojo que esto que va entre comillado lo dicen dos suecos, dos suecos que en 2012 decidieron venir a Barcelona a vender discos, muchos de ellos de segunda mano, dos suecos que se aburrían en su país. Hace poco me encontré a un productor barcelonés venido a menos, pero que llegó a pu-blicar un álbum en un sello alemán bastante potente, me co-mentó con el hijoputismo propio del que ha visto pasar sus tiempos mejores sin aprovechar el impulso: “¿Tú no te sientes responsable de vender la moto de la escena de Barcelona de los 90?”. Con esa pregunta se le daba la extremaunción a los 90. Por fin han muerto, tete.

Pregunta cabrona que acabó con la dulce paranoia del que durante mu-cho tiempo se ha creído diferente, del que pensaba que en la variedad estaba el gusto. Pero la realidad es fea y en esta ciudad desde hace ya

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demasiados años se empeña en allanarlo todo. Me desayuno una mañana de julio con la noticia de la llegada de Paris Hilton a Barcelona para revisar el espacio del Fórum donde se ubicará la nueva delegación de Amnesia con la que las autoridades de esta ciudad dan vía libre para reflotar el clubbing y de paso las arcas de esta ciudad. Una oferta masiva que a priori se antoja ideal para hacer más corta la espera de la temporada de festivales que es la gran reserva lúdica y festiva que le queda a la ciudad con unos números que cantan más que el vocalista de un grupo indie (justo esta semana de mediados de agosto se espera en Barcelona a decenas de miles de lesbianas y gays, supone el tópico que apolíneos y adinerados, para asistir al Circuit, festival que congregó 70 por ciento y ya me disculparán pero lo vamos a tener que contar a parte). Igual no tiene nada que ver, pero en ese mismo mes de julio de 2013 la sala Becool informó del cierre de sus puertas durante 45 días debido a una sanción y una multa económica impuesta por el Ayuntamiento de Barcelona por “un exceso de aforo sin riesgo para las personas” según reza la denuncia. Hasta lo que yo sabía por amigos y conocidos, Becool pasaba por una gran crisis que le había hecho reformular su programación de Djs y rara era la noche que hacía lleno en su sala. A perro flaco todo son pulgas y hoy, en día el más flaco, el perro es el club. Pero tampoco quiero ser pesimista del todo. Se me pasó el arroz y no soy buen target ya, pero entreveo luces y algún claro.

Me quedo con los jóvenes, versión mejorada de los de mi edad. Me quedo por tanto con las palabras del joven Dj y productor de Boston John Barera que pasó por Barcelona recientemente y me comentó algo que no deberíamos perder de vista a la hora de hablar de una posible escena barcelonesa: “Con que tengáis abierta una buena tienda de discos como Discos Paradiso y un club como el Moog ya se puede decir que tenéis escena. En Boston no tenemos

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ni eso”. Y John habla con propiedad de Barcelona porque ya estuvo viviendo la nightclubbing de la ciudad cuando La Paloma aún estaba abierta (yo mismo asistí a una de esas sesiones de baile donde los abuelos bailaban frenéticamente los viernes por las tardes en unas sesiones que rezumaban “cultura de club” como no he visto en ningún club de electrónica). La escena no tiene porque ser tan amplia en número, en Barcelona cabe entera en Discos Paradiso. Y de momento se lleva bien, las familias numerosas son fuente de conflictos continuos. Por mi parte voy a destacar las decenas de clubsque estos últimos meses han ido abriendo en la ciudad gracias a un bendito agujero en el marco legal, por lo general cada vez más machacón e inclemen-te en lo que respecta a ocio y cómo disfrutar de tu tiempo libre.

Estos primeros años de la década serán recordados por la apertura de clubs de fumadores de marihuana y otras hierbas. Nos acordaremos de estos cuando el contexto se vuelva contra ellos (que lo hará y, si no, al tiempo). Locales de muy diverso corte y concepto que en realidad ejercen de clubs sociales que podrían recordar en algo a aquellos ateneos que tuvieron su máximo esplendor en la Barcelona de finales de los 70 (y que acabaron con la llegada de la heroína). Algunas de esas asociaciones ejercen de auténticos aglutinadores de la vida juvenil de ciertos barrios de Barcelona como alguno que conozco en Selva de Mar donde solo van vecinos de los alrededores. La gente se reúne y queda para verse, van al club para ver quien hay. Es decir, hacen todo aquello que ocupa a la cultura de club. Cosa difícil hoy en día en cualquier club musical de Barcelona.

La cultura de club sería algo así como tener una enfermedad obsesiva y hacerla extensible a tu grupo social más

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inmediato, reconocer tu neurosis ante ese espejo que son los tuyos. Barcelona no se curará hasta que no reconozca la suya, pero para eso, primero debe (re)conocer a los suyos.

David Puente, 9 de setembre de 2013.

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Mi cultura de ClubsMiqui Puig

Un clan. El Straight No Chaser en subscripción por correo. Las gafas de soldador. La madera del Apolo. Los flyers aun frescos de tinta. Las no-vias de Jansana. Modernistas expulsados. Jóvenes estudiantes con padres pudientes. Coches abarrotados de cintas y diapositivas. Peregrinación al mostrador de los discos importados. Cortes de pelo imposibles, trajes de pana estrambóticos por los que ya pedimos perdón. Bailar por bailar, bailar hasta morir que diría Tino Casal. Gazpachos lisérgicos. Trasvases posibles, mezclas imperfectas. Gilles Peterson en el Tursal comiendo ja-balí y quesos. Nuestro fanzine haciéndose mayor y ellos sentenciándonos de por vida. Una vida anti-rock. Salpicar a mi grupo de esa pasión y salir escaldado. Como de tantas otras cosas. Una casete de Vanguard en papel vegetal. Gràcies Joan Manel. Le Hammond Inferno ralentizando el mun-do con el “Use Me” de Bill Whiters. Mirar en trastiendas de húmedo olor en busca de zapatillas. La demo de Family pasada en mano como si fuera el santo grial. Aleix y el Nitsa. Os lo contarán pero nunca será igual. El pasa-do suele venir cargado de nostalgia que se distorsiona según convenga. Y el photoshop emocional lo dominamos todos. Quedan matrimonios que nacieron allí, en esos días. Rencillas insalvables que he visto redimirse y una mofa constante a esos días siempre perpetrada por los que nunca bai-laron ni bailarán. Queríamos ser el Social, queríamos ser los Junior Boys y sólo fuimos nosotros. Con nuestras miserias y lo propio de la edad. Dejan-do a nuestro paso la destrucción de nuestras anteriores reencarnaciones.

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Dejándonos neuronas. Bastantes. Tyrone y Zorra inyectando el “rare-groove” para siempre en nuestro córtex. Jean Paul Gaultier asus-tado por nuestras mandíbulas batientes y dos actores de culebrón follando sobre el capo de un Saab. Debajo de tu ventana. Monto-nes de fotos en papel. Olvidaba que quizá fuimos la ultima de las en-carnaciones de pandillas juveniles analógicas. Algunos hablarán de semillas, bien. Otros de que aquello fue mejor que esto, mal. Sólo coincidió que nos lo creímos a pies juntillas y teníamos el cuerpo fres-co para intentarlo. Coincidió en espacio y tiempo. De todo ello las ga-nas intactas de música que me tiene resignado como el adicto en su diario deambular saciador. ¿Cultura de clubs? Puede, pero es mi cultura.

Miqui Puig, 28 de setembre del 2013.

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Fins no fa massa, l’Our Favourite Club (la festa, no la cançó d’Style Council) era la pura essència d’un club musical on la gent ballava i hi picava de mans. Cada edició girava al voltant d’una pel·lícula, d’un disc, d’un grup, de la vestimenta dels assistents, del dj convidat... En Miqui Otero n’era un dels responsables, i respon a un correu on li preguntàvem sobre què era per ell la “cultura de club”.

Muziqa MuziqaMiqui Otero

Jo crec que un club no ha d’estar farcit de cançons d’aeròbic (temes d’aquests de “ahora pon la mano arriba”, “ahora levántate”), però tam-poc no ha de fer el que llegia fa poc a una novel·la: “A la gente solo le gusta escuchar las canciones que ya le gustaban”. Això em sembla una claudicació. Crec que un bon club ha de ser una Catedral de la Música que li agrada als seus selectors. No es tracta de treure la picha fora per ensenyar la col·lecció de discos, però s’ha d’intentar evitar punxar tota l’estona el hit més efectista i que tothom coneix. La imatge del punxa discos “taja” que vol que l’aclamin amb hits passats de moda és sem-blant a la de l’orador populista i borratxo d’aplaudiments de l’audiència.

No es tracta de posar sempre la Cara B del grup de funk txec o d’Ugan-da, però sí de tenir certa vocació didàctica o almenys evangelitzadora que tindries als teus amics quan tornes al bar després d’anar a la botiga de discos. Tornes amb cara de boig, de monjo il·luminat, i crides: “Tios, heu d’escoltar AIXÒ??”. Al cap i a la fi, al club hauria de passar el mateix.

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El que permet un club amb un cert recorregut és semblant a quan un lec-tor confia en una col·lecció d’una editorial o un melòman en un segell amb solera que fa les coses amb criteri. Al final compra els llibres o discos a cegues, fiant-se del criteri. El mateix pot passar a un club: editar el que et sembla millor, i fer-ho des d’un punt de vista totalment personal i intrans-ferible. Sense afany enciclopèdic o per lluir-te, punxar allò que a TU real-ment t’emociona. És quan fas les coses des de la passió íntima quan encoma-nes i crees empatia, no quan intentes agradar a tothom, llavors segurament no agradaràs a ningú o els hi mig-agradaràs o tothom arrufarà el nas.

El triomf final és quan una cançó totalment desconeguda a la resta de bars o discoteques és un megahit al teu club. Recordo quan a l’Our Fa-vourite Club les cançons més esperades eren “Lupita” o “Muziqa Muzi-qa”. Fora d’aquelles parets, ningú no les coneixia, però allà eren el deli-ri perquè les havia punxat al moment decisiu de la nit durant mesos i mesos. No sé, estem acostumats a que les grans coses passin sempre als mateixos edificis, independentment de qui hi sigui, el club trenca amb això i dóna importància a la comunió dels que hi formen part: els selec-tors, el públic, que en el fons és el mateix perquè els mou la mateixa cosa.

Ah, per cert, precisament per allunyar-se una mica de la figura del resident prescriptor d’un club, de vegades trobo a faltar alguns clubs estilísticament caòtics (una cançó de pop dels 80s amb una d’actual i un temazo Nothern Soul, tot barrejat)... Abans això era possible, ara encara es pot trobar a clubs com How Does it Feel a Londres. O les sesions que fa el Miqui Puig aquí, tot i que he de dir que anar a una sessió temàtica del Txarly Brown sempre és un niu de descobriments o de l’Andy Votel, que jo hi vaig ja directament amb llibreta de notes.

Miqui Otero, 8 de febrer de 2013.

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Conec a en Sergi de fa relativament poc, però sempre he pensat que és un paio molt honest i fidel a la filosofia del “Fes-t’ho Tu Mateix”. Té molts grups que edita, juntament amb molts d’altres, des del seu propi segell, Boston Pizza Records.

El Rock & Trini va ser el nostre Deaf ClubSergi Alejandre

No és cap novetat que algunes de les escenes més interessants dins dels circuits DIY/punk/hardcore s’hagin format al voltant de centres socials ocupats o sales de concerts autogestionades. No parlo només d’escenes històriques que més o menys tots aquells que sempre hem estat interessats en la cultura del “fes-t’ho tu mateix”, les idees llibertàries o senzillament el punk com a concepte, coneixem. The Deaf Club, que en els seus orígens va ser construït durant els anys 30 com un centre de reunió per a persones sordes, va ser un dels epicentres de l’escena punk de Sant Francisco de finals dels anys 70, un espai on els punks i les persones amb problemes d’audició convivien i on es van viure els pri-mers concerts de Crime, The Germs, The Dils o Flipper entre d’altres. Com aquest, podríem posar molts més exemples de “clubs” que han estat vitals pel desenvolupament d’escenes punk locals.

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Personalment, crec que la primera vegada que vaig ser concient d’això va ser al descobrir durant la meva adolescència l’escena que s’estava creant als anys 90 al voltant del 924 Gilman, la sala autogestionada i sense ànim de lucre situada a la zona oest de Berkley, Califòrnia. Vaig arribar-hi a través de grups que m’agradaven (Jawbreaker, Operation Ivy, els primers Green Day...) i a través de fanzines com Cometbus vaig poder anar descobrint més bandes que d’alguna manera, més enllà dels estils particulars de cadascuna, es coneixien com “l’escena del 924 de Gilman”.

No va ser fins que vaig començar a assistir de manera constant a con-certs de punk locals, però, quan vaig entendre la importància de tenir un espai que s’adapti a la teva idea de com s’han de fer les coses. Parlo d’entrades assequibles o voluntàries, parlo de no pagar lloguer de sala, de gestionar tu mateix la barra, la taquilla, on es tinguin en compte els grups locals, parlo d’un espai on les diferents distribuidores independents puguin portar els seus discos i on els punks puguin trobar discos i fanzines que normalment no trobàvem a les tendes de discos de la ciutat. Un tracte just, en definitiva.

Segurament, el Rock & Trini, una Associació Cultural i Juvenil de Trinitat Vella és el lloc on he vist més concerts de la meva vida. Durant uns anys va ser el lloc de reunió amb els meus amics gairebé cada divendres i dissabte. Anàvem a veure qualsevol cosa que hi feien: crust, hardcore oldschool, punk rock, hardcore straight-edge... no teníem ma-nies. Crec que aquesta fase de la meva vida, on el més important era la música i estar amb els meus amics, ha marcat bastant qui sóc avui en dia. No fèiem discriminacions, no deixàvem d’anar a un concert per-què no fos del nostre estil. Hi anàvem i punt. Hi anàvem perquè ens hi

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sentíem bé. Les entrades eren moltes vegades la voluntat (allà vam aprendre a que la voluntat no vol dir gratis i que d’allà surten els diners per pagar els grups), podíem beure cervesa a la plaça de davant, podíem ser lliures allà dins sense cap policia o seguretat que et mirés per sobre l’espatlla i et digués el que podies fer i el que no, els que patinaven podien fer-ho... Més enllà de la música, va ser un espai on entrar en contacte amb molts temes que avui en dia em semblen im-portants i que llavors només començava a plantejar-me: el veganisme, el feminisme, les idees llibertàries, l’homofòbia, el racisme...

Es pot dir que el Rock & Trini va ser el nostre Deaf Club o el nostre Gilman; o per posar un cas més recent, el nostre The Smell. Moltes de les persones que hi anàvem teníem grups i vam fer allà els nostres primers concerts. Allà ens vam conèixer, vam començar a establir les primeres sinèrgies entre nosaltres i moltes d’aquelles persones que érem allà encara toquem i encara ens ajudem de moltes maneres: muntant-nos concerts quan anem de gira, traient-nos discos amb els nostres segells, deixant-nos material quan el necessitem. Alguns, llavors només ens coneixíem de vista i ara som amics i sabem que venim del mateix lloc. Alguns hi eren i ara no hi són.

L’escenari ha canviat, però penso que la idea és la mateixa.

Des de fa anys que el Rock And Trini té problemes amb la policia (quina novetat, oi?) i avui dia s’hi fa molt poca activitat.

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Tornar-hi pel concert de Limp Wrist, Destino Final i Fix Me al 2009, després d’un temps d’inactivitat, va ser una mica com tornar a casa.

Sergi Alejandre, 23 d’agost de 2013.

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Arriscar-seJohn Talabot

Crec que els termes “cultura de club” s’han popularitzat bastant en els últims deu anys amb afany de fer-ne diners. Però malgrat això, la “cultura de club” l’entenc com aquella cultura que no és popular. Aquella activitat artística que per innovadora, trencadora, minori-tària o voluntàriament de petita envergadura queda relegada a locals, antics teatres, fàbriques, magatzems, locals abandonats o clubs petits.

Si ens centrem en la musica, ens referim a aquells locals que en moltes ocasions han estat el germen de grans moviments, estils o grups musicals. Parlem des del jazz, a raves, o del house o el dubstep.

La “cultura de club” és necessària perquè és la llavor que dóna força a moviments que acaben popularitzant-se i que es fan mas-sius, i és aquesta voluntat renovadora la que fa que en surtin de nous. Reverteix en la creativitat, en les oportunitats, en l’economia, en l’experimentació, i en el més important per a mi: fa que el món musi-cal es bellugui i que es creïn nous estils, escenes, i públic creant vin-cles entre les persones i donant lloc a comunitats. Fomenta l’aparició de noves generacions amb aspiracions musicals i idees clares de com fer les coses i provoca que certes tendències minoritàries vagin sent acceptades fins a tornar-se populars o comercialitzables a gran escala.

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Crec que la “cultura de club” és una mica la llavor, que es converteix en arrel i fa forta la planta. I últimament a Barcelona s’han obstinat en tallar les arrels, no permetent que la gent jove tingui els seus propis espais on desenvolupar nous gèneres i experiments, barrant el pas a qualsevol proposta que sigui una mica incòmoda o faci massa soroll. Crec que actualment l’escena de clubs només està en mans de empresa-ris. I no es que facin malament la seva feina, se’ls necessita, però el risc i les coses poc “controlades” és l’últim que els hi interessa als empresaris.

Barcelona necessita propostes i espais arriscats on no sàpigues ben bé què hi passarà, on la gent hi vagi per curiositat i on els joves s’hi sentin còmo-des per desenvolupar projectes i on es doni veu a propostes fora de circuit.

John Talabot, 6 de setembre de 2013.

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La cultura UndergroundJordi Serrano

Jo no vaig viure l’escena musical durant els anys 80, però he tingut contacte directe amb artistes que sí que van viure l’escena més “underground” de Barcelona i a Espanya (bàsicament, Madrid), tant a principis com a mitjans dels anys 80. També he organitzat a través del meu segell, Domestica Records, i conjuntament amb el meu amic Emiliano (Circ Bengay), diversos concerts a Barcelona amb grups contemporanis que s’emmarquen dins el mateix estil musical, potser això em permet interpretar la vivència d’aquests músics pioners, partint del que m’han explicat, amb una certa perspectiva, i valorar tot allò que aquests clubs els van oferir i que encara perdura avui en dia.

El nostre segell es dedica a la música electrònica, essencialment a la “primera” etapa de la música electrònica, quan els sintetitzadors i altres instruments electrònics van entrar dins les cases de la gent nor-mal i corrent i aquests varen començar a desenvolupar nous sons amb un material fins aleshores desconegut. En aquest context, els petits “clubs” o locals eren espais per a donar a conèixer noves propos-tes, grups del barri que tocaven des de feia més o menys temps tenien l’oportunitat de compartir les seves cançons amb el públic. Es generaven petits circuits dins del barri amb els grups/locals que oferien setma-nalment propostes diferents, tot i que eren completament innovadores

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i estranyes per a la gent de la ciutat, molt acostumada al rockabilly, garatge, el jazz i el rock més o menys psicodèlic. Això no obstant, era la manera d’obtenir publicitat, sortir en articles de diari o revis-tes especialitzades i aconseguir generar més o menys interès (potser l’equivalent al Facebook, SoundCloud, Bandcamp d’avui en dia...), era una manera de dir: ”¡Existim!”, i amb una mica de sort aconseguien firmar un contracte amb alguna discogràfica estatal. Molts d’ells mai aconseguiren gravar cap maqueta, però podem gaudir del seu so gràcies a els enregistraments durant els concerts, quasi sempre des de la taula de mescles. Moltes vegades això ha derivat, anys més tard, cap a una edició física. Per exemple, des de Domestica hem editat recentment un vinil format 10 polzades del grup Badaloní Kremlyn amb material gravat durant un concert a un petit club del barri. No sempre és així, és clar, i molts d’aquests grups moriran sense que quedi cap enregistrament.

No fa falta dir que 30 anys enrere no existien els mp3 ni el format digital, i la gent només escoltava la música que aconseguia en botigues (amb una economia i una distribució limitada les possibilitats no eren gaire àmplies) i allò que sonava per la ràdio. En l’àmbit local o “club”, això es traduïa amb una programació de concerts setmanal molt àmplia i derivada, per tant, era una activitat “normal” dins de l’oferta de caps de setmana i per la gent habitual que acudia a aquests espais, era una manera completament normal de descobrir nous grups i nous sons als que no haguessin pogut accedir de cap altra manera. Considero aquests clubs una peça absolutament fonamental per al desenvolupament i preservació de molts grups que van existir i que poca gent recorda.

Jordi Serrano, 3 de setembre de 2013.

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L’Adrián forma part de la Catalunya que no surt a TV3, però que no per això nosaltres deixarem d’escoltar i que en aquest text descriu, des d’una òrbita molt concreta, la importància que va tenir l’extraradi de Barcelona en el desenvolupament social del país. De tarannà entusiasta, crític i amb una personalitat molt marcada, forma part d’una nova generació de Dj’s que fan gran aquesta professió i que s’emmirallen en tècniques del passat per evolucionar amb coherència.

El extrarradio en órbitaAdrián Uroz

En la órbita de la escena nocturna barcelonesa, entendida como “Cultura de clubs” en la primera mitad de los años 90s, siempre se ha olvidado mencionar (o no está en la memoria colectiva) la importancia que tuvieron las ciudades del extrarradio como L’Hos-pitalet. Tirando del hilo, y remontándome al pasado para entender el presente y todo aquello que he heredado, son muchos los testigos y artífices que coinciden en un mismo punto en común: ¡aquí hubo una actitud sin falta de prejuicios ante la fiesta y el ser un canalla!

Para encontrar un indicio inicial de una posterior influencia de L’Hospi-talet en el desarrollo de los clubs en Barcelona, hay que remontarse a una época pre-Sónar a través de una extraña conexión con Valencia. Desde mediados de los años 80, y marcando el año 1991 como fecha limite de la época dorada de lo que posteriormente la prensa mal llamó “Ruta Des-troy” o “Ruta del Bakalao”, fueron muchos los viajes que hicieron los más curiosos, cañeros y futuros Dj’s de L’Hospitalet en la ruta de salas formada por Spook Factory, Barraca, Chocolate, ACTV o Espiral. Allí experimen-taron lo que estaba sucediendo en aquellos macro-clubes de capacidad para tres-mil personas que funcionaban a pleno rendimiento durante las

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72 horas del fin de semana. Valencia marcó el pulso y se adelantó en muchos aspectos, como por ejemplo en el culto al dj, al diseño, a la moda o al uso de drogas lúdicas como la mezcalina. Además, su línea musical era totalmente experimental y abierta a estilos de la llama-da “música blanca”: darkwave, afterpunk, synthpop, EBM e indiepop/rock. Todos estos estilos se entendían entre ellos, a diferencia de lo que ocurría en la Barcelona del diseño, donde sólo se estaba bailando mú-sica negra, italodisco, y, dependiendo de la discoteca, aún existían las canciones lentas para bailar en pareja...en fin. Valencia fue como una seta en el desierto, solo comparable a lo que estaba pasando en Man-chester en ese mismo momento, y se desmarcó radicalmente de ciuda-des como Madrid en plena época de La Movida, que ni por casualidad creó ese circuito de clubes en los que se programaban directos a altas horas de la madrugada de bandas que pedían exclusivamente tocar allí.

Este concepto de mezclar guitarras con bases electrónicas fue importado de Valencia por dj’s como Dj Pablo, Amable o Juan Torremocha en los bares de L’Hospitalet, primero en Fanzine y posteriormente a Deposito Legal. Aunque con anterioridad ya era habitual ir pinchando algunos temas sueltos en ese estilo, las mezclas nunca se realizaron con la técni-ca y creatividad que tenía Fran Lenaers en la sesiones maratonianas de Spook. Esa iluminación fue determinante para que estos dj’s, que aposta-ron definitivamente por estos sonidos de la “nueva ola”, se desmarcaran de Barcelona a nivel de vanguardia musical, y cultivaran el difícil arte de desarrollar una sesión de guitarras enfocadas al baile y mezcladas como si se trataran de temas de electrónica. Depósito Legal fue un gran campo de experimentación; este bar musical, abierto desde 1985 y a día de hoy aún en activo, abrió la veda para que muchos de sus disc-jockeys dieran el salto al centro de Barcelona, hasta el punto que las cabinas de los primeros afters (Speed, Final, After Hours) y salas (Bikini, KGB y Cosmopolitan) de la ciudad fueron controladas por dj’s de L’Hospitalet.Tras el boom de la música Mákina a principios de los años 90

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(Valencia marcando la pauta justo en el inicio en el que todo se les iba a salir de madre), surgieron muchos clubs alrededor del área metropolitana de Barcelona que, en la mayoría de los casos, acabaron formando parte de esa red de locales que conectaban hasta la “ruta”, para iniciarla o para acabarla. Salas míticas como Piscodromo, Nau-B3, Verdi, Comics, DB, Level o Kodigo. Todos estos clubs, junto al Club 8 y +KO de Cornellà, y Compliche en L’Hospitalet (éstos dos últimos habían estado resididos por un famoso dj nacional elevado a la categoría de maestro, el cual voy a reservar su anonimato), dieron continuidad a una forma de entender la noche enmarcada dentro de un concepto, también mal nombrado, “Bakalao”. Si allí se empezaban a decantar por el dance italiano más comer-cial y casposo, aquí la historia se empezó a decantar por sonidos más oscuros e hipnóticos como el trance alemán, el techno de Detroit o el hardcore belga.

En ese mismo momento, en L’Hospitalet surgen otros clubs como Locomotive, UHF o Radical, pero la sala A Sako, residida y fundada por Dj Amable y Manolito, fue quizá el lugar mas interesante para llegar a la cuestión final de esta influencia. Creada en 1991, apostaron desde un primer momento por la música independiente coincidiendo con el boom del sonido Manchester, el britpop, el grunge y las primeras formaciones electrónicas británicas que aceptaron los Indies para bailar, y, que para una generación, acabó convirtiéndose en un local de referencia de la ciu-dad. Ubicado cerca de la estación de metro en el barrio de Santa Eulalia de L’Hospitalet, hasta mediados de los años 90 fue el primer club que hizo que el público de Barcelona se moviera hasta el extrarradio. Ellos tam-bién fueron pioneros en apostar por aquellos panfletos llamados “flyer”. habitual ver a futuras personalidades disfrutando de aquellas noches, el más conocido fue Sideral. Aún se comenta que solían verlo allí bailando a primera hora grupos como Stone Roses, Primal Scream o los primeros Chemical Brothers o Underworld. Fue en A Sako donde se interesó por el arte de la mezcla y siempre reconoció la enorme influencia que le supuso asistir allí para poder escuchar sesiones. Más tarde, y con la apertura de

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Nitsa Club, desarrolló su personal estilo musical transmitiendo esa esen-cia en sus sesiones, mostrando que el pop siempre podría estar presente. Tras el cierre de A Sako, en 1994, el club se trasladó a la sala Zeleste de Poble Nou hasta que el año 2000 pasó a llamarse Razzmatazz y que a día de hoy continua manteniendo la misma línea musical cada noche.

Con todo esto, sólo quiero dar a entender que los clubes de L’Hospitalet y de otros sitios merecen estar en el lugar que les pertenece, al mismo nivel que otros locales pioneros que marcaron época y que han sido mucho más míticos en el ideario colectivo por el simple hecho de estar en Barcelona.

Desde mi experiencia, me empecé a interesar por el movimiento clubber a principios del 2000 un poco antes de empezar como dj. Con 17 años pisé por primera vez el Nitsa Club, en una época en la que ya estaba consoli-dado el hype que representó el electroclash y la electrónica alemana con sabor a Colonia por parte de Kompakt, estilo que siempre me acompaña-rá. Pero, mirando con perspectiva al tiempo, esa idea de “cultura de club” siempre me ha parecido absurda y un tanto snob. En general es una lectu-ra como “tenemos dos sellos, una revista, hacemos flyers como Desginers Republic, pues ya estamos en la fiesta!”, pero siempre llegamos tarde y mal a esa fiesta por falta de medios y continuidad. Es otro movimiento más por parte de la prensa y los medios especializados para englobar e intelectualizar, bajo un mismo nombre, una generación; esto es algo que ya de por sí había existido y que seguirá existiendo, y no creo que la gente nunca se haya tomado muy a pecho lo de pertenecer a un movimiento cultural, y no por falta de militancia. No hay que ser tan serios, hay que entender que la noche es algo de consumo efímero y que cualquier noche puede ser la de tu vida; en lo que respecta a la música, para la gran ma-yoría (exceptuando a una panda de freaks como yo) es una banda sonora que te acompaña para hacer lo que más le gusta el ser humano: recordar experiencias de todo tipo, relacionarse, comunicarse, drogarse y bailar.

Adrián Uroz, 27 de setembre del 2013.

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En Raul diu que es una persona que està trista amb la vida, però en realitat tothom que el coneix coincideix en destacar que és una per-sona amb un cor enorme i una gran vitalitat. Canalitza tots aquests elements en el seu caràcter, i en l’expressió artística ho trasllada a la fo-tografia. El seu portfoli és impressionant i colpidor. Ple de vida (real).www.raulvalerophotography.com

Raul Valero

Querido Arnau;

Este mail surge después de que me coacciones y me digas que me vas a llamar cuando te envíe la respuesta que te prometí varios meses atrás de qué es para mí la música o cultura de club. He mirado atrás en el wassap para encontrar tu mail y justo después de la pregunta de los cojones salía mi recién adquirido tasser y las pilas que incorporaba marca Energyzer, modelo INDUSTRIAL. Para mí la música de club se divide en dos acep-ciones; 1-la meramente musical dónde todo queda a quilómetros luz de distancia de mi persona actual y los últimos recuerdos de los que gozo y se atan a ello es Monegros de invierno y tú y yo puestos de MDMA hablando y riéndonos juntos porque nuestras voz parecían sonar metáli-cas....eso es para mí música de club. La voz distorsionada por las drogas de dos personas meando en un parking en mitad del desierto. Y 2-aquella en la que se subdividen géneros cómo mierdas cagan perros y gente sam-plea y une pega pasta corta vuelve a pegar rompe suena ¿bien? NO! aún no, pegan cortan y sí! ahora SÍ! tengo una canción de CLUB audible y digerible para gente puesta de todas las drogas inventadas y por inventar

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bailando al son machacón que yo les marque y que además, si traspasa fronteras, un sello con oficinas en BERLIN o SINGAPUR me esponsorice y edite un single que pueda ser remezclado, pinchado, dejado o roto en la cara de alguien que le debía pasta al DJ en algún lugar del planeta....pero todo bajo algo ya estipulado y necesario en nuestra moderna exis-tencia: RENUÉVATE SIN SER DEMASIADO AGRESIVO O MUERE.

La revolución cultural ni musical se va a hacer nunca desde una pista de baile ni los criterios que ello marque y por eso me parece tan impor-tante remarcar que gente puesta (como yo he estado disfrazado de vaca comprando tripis en una Rave y me he sentido libre, unido al DJ y parte cósmica del universo desde la cual entendía la mecánica emocional que nos rige como seres humanos) va a tener un criterio mantenido en el día de la resaca, el día D. El resto es mentira y sexo y cintas de cassette...a mí personalmente me pilló la agorafobia justo cuando todos querían ir a ver a Apparat o entendían que el Dub o Ducktails o John Talabot revo-lucionan panoramas.....yo dejé de hacer según que cosas y de escuchar Siglo XXI en radio 3 hace tiempo pero sí, hace cinco años habría enten-dido algo y habría sentado sobre bases sobrias y serenas que la música de club ha supuesto algún tipo de revolución pero no puedo mentirte. Estoy en Mallorca, son las 5 de la tarde de un domingo donde ha sona-do música de club por todas partes durante el fin de semana, me aca-ban de llamar para ir a una fiesta en una piscina (a la que por supuesto no iré) y en la que habrá un tío subido a una tarima poniendo temas de “Música de Club”....¿y porqué sé que pondrá temas de “música de club”? Porque para mí la música de Club define un género que pueda ser de-sarrollado, explotado, orquestado, dirigido y disfrutado en una habita-ción. No es música para llenar estadios y si los llena es en MacroRaves o concentraciones con más Parking que perros tiene Misstress Barba-ra y no su hábitat natural, un recinto cerrado de X personas pero eso,

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CERRADO Y CONTROLADO. Para mí la música de club, de la que no controlo ni entiendo y prejuzgo todo lo que quiero y más está CERRADA Y CONTROLADA por ella misma, por el beat y el tempo, por el hecho de que pueda ser un lenguaje entendible por cien mil DJ´S a la vez y puedan pincharla, remezclarla, disfrutarla y follar con ella....es música controlada por ella misma. La contrapongo a la libertad de un Charlie Parker o Chet Baker y me meo de lo libre que es.....la pongo junto a Swans y por muy predecible que pueda ser la bota de Michael Gira sobre su sombrero de cowboy antes de darle otra patada al suelo y llevarte de golpe al infierno sonoro que lleva veinte minutos elaborando como un albañil que cons-truye el fin del mundo pues rompo lo último de Orbital para limpiarme el culo y hacerme daño. Que todo son prejuicios, de ello vivo y lo sabes.

Por otra parte la cultura de club ha supuesto una revolución que no se puede pasar por alto, ha supuesto raves, drogas de diseño, Madchester, sonidos espesos y revolucionarios, dolor de cabeza, MDMA, la ruta, mis primos hechos polvo, Mollerussa ciudad sin ley, y exposiciones en el MoMa con la cabeza de DJ Rush retratada a tamaño real mientras se la folla una vaca.....yo no entiendo ni nunca entenderé la cultura de club, yo soy de la de garito y eso cuando salgo, que ya es mucho pedir. Soy de bar y escucharte tus discos. Soy un chico normal que no llama a la discoteca Club y se quedó en eso....y no siente haberse perdido nada.

Raúl Valero López, 14 de juliol de 2013

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BCNmp7 - Cultura de ClubsDean Blunt i Headbirds

11 d’octubre de 2013 - CCCB