cuentos jose luis gonzalez

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  • 7/30/2019 Cuentos Jose Luis Gonzalez

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    En el fondo del cao hay un negrito

    [Cuento. Texto completo]

    Jos Luis Gonzlez

    A Ren Depestre

    I

    La primera vez que el negrito Meloda vio al otro negrito en el fondo del cao1 fue en

    la maana del tercero o cuarto da despus de la mudanza, cuando lleg gateando

    hasta la nica puerta de la nueva vivienda y se asom para mirar hacia la quieta

    superficie del agua all abajo.

    Entonces el padre, que acababa de despertar sobre el montn de sacos vacos

    extendidos en el piso, junto a la mujer semidesnuda que an dorma, le grit:

    -Mire... eche p'adentro! Diantre'e muchacho desinquieto!

    Y Meloda, que no haba aprendido a entender las palabras pero s a obedecer los

    gritos, gate otra vez hacia adentro y se qued silencioso en un rincn, chupndose

    un dedito porque tena hambre.

    El hombre se incorpor sobre los codos. Mir a la mujer que dorma a su lado y la

    sacudi flojamente por un brazo. La mujer despert sobresaltada, mirando al hombre

    con ojos de susto. El hombre ri. Todas las maanas era igual: la mujer sala del sueocon aquella expresin de susto que a l le provocaba un regocijo sin maldad. La

    primera vez que vio aquella expresin en el rostro de su mujer no fue en ocasin de un

    despertar, sino la noche que se acostaron juntos por primera vez. Quiz por eso a l le

    haca gracia verla despabilarse as todas las maanas.

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    El hombre se sent sobre los sacos vacos.

    -Bueno -se dirigi entonces a la mujer-. Cuela el caf.

    Ella tard un poco en contestar:

    -Ya no queda.

    -Ah?

    -No queda. Se acab ayer.

    l empez a decir: Y por qu no compraste ms?, pero se interrumpi cuando vioque en el rostro de su mujer comenzaba a dibujarse aquella otra expresin, aquella

    mueca que a l no le causaba regocijo y que ella slo haca cuando l le diriga

    preguntas como la que acababa de truncar ahora. La primera vez que vio aquella

    expresin en el rostro de su mujer fue la noche que regres a casa borracho y deseoso

    de ella pero la borrachera no lo dej hacer nada. Tal vez por eso al hombre no le

    haca gracia aquella mueca.

    -Conque se acab ayer?

    -Aj.

    La mujer se puso de pie y empez a meterse el vestido por la cabeza. El hombre,

    todava sentado sobre los sacos vacos, derrot su mirada y la fij durante un rato en

    los agujeros de su camiseta.

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    Meloda, cansado ya de la insipidez del dedo, se decidi a llorar. El hombre lo mir y le

    pregunt a la mujer:

    -Tampoco hay na pal nene?

    -S. Consegu unas hojitas de guanbana y le gua hacer un guarapillo horita.

    -Cuntos das va que no toma leche?

    -Leche? -la mujer puso un poco de asombro inconsciente en la voz-. No me acuerdo.

    El hombre se levant y se puso los pantalones. Despus se alleg a la puerta y mir

    hacia afuera. Le dijo a la mujer:

    -La marea ta alta. Hoy hay que dir en bote.

    Luego mir hacia arriba, hacia el puente y la carretera. Automviles, guaguas y

    camiones pasaban en un desfile interminable. El hombre observ cmo desde casi

    todos los vehculos alguien miraba con extraeza hacia la casucha enclavada en

    medio de aquel brazo de mar: el cao sobre cuyas mrgenes pantanosas haba idocreciendo haca aos el arrabal. Ese alguien por lo general empezaba a mirar la

    casucha cuando el automvil, la guagua o el camin llegaba a la mitad del puente, y

    despus segua mirando, volviendo gradualmente la cabeza hasta que el automvil,

    la guagua o el camin tomaba la curva all adelante y se perda de vista. El hombre

    se llev una mano desafiante a la entrepierna y mascull:

    -Pendejos!

    Poco despus se meti en el bote y rem hasta la orilla. De la popa del bote a la

    puerta de la casa haba una soga larga que permita a quien quedara en la casa

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    atraer nuevamente el bote hasta la puerta. De la casa a la orilla haba tambin un

    puentecito de tablas, que se cubra con la marea alta.

    Ya en tierra, el hombre camin hacia la carretera. Se sinti mejor cuando el ruido de

    los automviles ahog el llanto del negrito en la casucha.

    II

    La segunda vez que el negrito Meloda vio al otro negrito en el fondo del cao fue

    poco despus del medioda, cuando volvi a gatear hasta la puerta y se asom y mirhacia abajo.

    Esta vez el negrito en el fondo del cao le regal una sonrisa a Meloda. Meloda haba

    sonredo primero y tom la sonrisa del otro negrito como una respuesta a la suya.

    Entonces hizo as con su manita, y desde el fondo del cao el otro negrito tambin hizo

    as con su manita. Meloda no pudo reprimir la risa, y le pareci que tambin desde

    all abajo llegaba el sonido de otra risa. La madre lo llam entonces porque el

    segundo guarapillo de hojas de guanbana ya estaba listo.

    Dos mujeres, de las afortunadas que vivan en tierra firme, sobre el fango endurecido

    de las mrgenes del cao, comentaban:

    -Hay que velo. Si me lo bieran contao, biera dicho que era embuste.

    -La necesid, doa. A m misma, quin me lo biera dicho, que yo diba llegar aqu. Yo

    que tena hasta mi tierrita.

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    -Pues nosotros juimos de los primeros. Casi no ba gente y uno coga la parte ms

    sequecita, ve? Pero los que llegan ahora, fjese, tienen que tirarse al agua, como

    quien dice. Pero, bueno y esa gente, de nde diantre habern salo?

    -A m me dijieron que por ai por Isla Verde tan orbanisando y han sacao un montn de

    negros arrimaos. A lo mejor son desos.

    -Bendito!... Y ust se ha fijao en el negrito qu mono? La mujer vino ayer a ver si yo

    tena unas hojitas de algo pa hacele un guarapillo, y yo le di unas poquitas de

    guanbana que me quedaban.

    -Ay, Virgen, bendito...!

    Al atardecer, el hombre estaba cansado. Le dola la espalda, pero vena palpando las

    monedas en el fondo del bolsillo, hacindolas sonar, adivinando con el tacto cul era

    un velln, cul de diez, cul una peseta. Bueno, hoy haba habido suerte. El blanco

    que pas por el muelle a recoger su mercanca de Nueva York. Y el compaero de

    trabajo que le prest su carretn toda la tarde porque tuvo que salir corriendo a

    buscar a la comadrona para su mujer, que estaba echando un pobre ms al mundo.

    S, seor. Se va tirando. Maana ser otro da.

    Entr en un colmado y compr caf y arroz y habichuelas y unas latitas de leche

    evaporada. Pens en Meloda y apresur el paso. Se haba venido a pie desde San

    Juan para ahorrarse los cinco centavos del pasaje.

    III

    La tercera vez que el negrito Meloda vio al otro negrito en el fondo del cao fue al

    atardecer, poco antes de que el padre regresara. Esta vez Meloda vena sonriendo

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    antes de asomarse, y le asombr que el otro tambin se estuviera sonriendo all abajo.

    Volvi a hacer as con la manita y el otro volvi a contestar. Entonces Meloda sinti un

    sbito entusiasmo y un amor indecible por el otro negrito. Y se fue a buscarlo.

    1. Cao: Canal angosto, aunque navegable, de un puerto o baha.

    La carta

    [Cuento. Texto completo]

    Jos Luis Gonzlez

    San Juan, puerto Rico

    8 de marso de 1947

    Qerida bieja:

    Como yo le desia antes de venirme, aqui las cosas me van vin. Desde que lleg

    enseguida incontr trabajo. Me pagan 8 pesos la semana y con eso bivo como don

    Pepe el alministradol de la central all.

    La ropa aqella que qued de mandale, no la he podido compral pues quiero buscarla

    en una de las tiendas mejores. Digale a Petra que cuando valla por casa le boy a

    llevar un regalito al nene de ella.

    Boy a ver si me saco un retrato un dia de estos para mandlselo a uste.

    El otro dia vi a Felo el ijo de la comai Mara. El est travajando pero gana menos que

    yo.

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    Bueno recueldese de escrivirme y contarme todo lo que pasa por alla.

    Su ijo que la qiere y le pide la bendision.

    Juan

    Despus de firmar, dobl cuidadosamente el papel ajado y lleno de borrones y se lo

    guard en el bolsillo de la camisa. Camin hasta la estacin de correos ms prxima, y

    al llegar se ech la gorra rada sobre la frente y se acuclill en el umbral de una de las

    puertas. Dobl la mano izquierda, fingindose manco, y extendi la derecha con la

    palma hacia arriba.

    Cuando reuni los cuatro centavos necesarios, compr el sobre y el sello y despach

    la carta.

    FIN