cuentos español

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Santa Clo va a La Cuchilla [Cuento. Texto completo.] Abelardo Díaz Alfaro El rojo de una bandera tremolando sobre una bambúa señalaba la escuelita de Peyo Mercé. La escuelita tenía dos salones separados por un largo tabique. En uno de esos salones enseñaba ahora un nuevo maestro: Mister Johnny Rosas. Desde el lamentable incidente en que Peyo Mercé lo hizo quedar mal ante Mr. Juan Gymns, el supervisor creyó prudente nombrar otro maestro para el barrio La Cuchilla que enseñara a Peyo los nuevos métodos pedagógicos y llevara la luz del progreso al barrio en sombras. Llamó a su oficina al joven y aprovechado maestro Johnny Rosas, recién graduado y que había pasado su temporadita en los Estados Unidos, y solemnemente le dijo: "Oye, Johnny, te voy a mandar al barrio La Cuchilla para que lleves lo último que aprendiste en pedagogía. Ese Peyo no sabe ni jota de eso; está como cuarenta años atrasado en esa materia. Trata de cambiar las costumbres y, sobre todo, debes enseñar mucho inglés, mucho inglés." Y un día Peyo Mercé vio repechar en viejo y cansino caballejo la cuesta de la escuela al nuevo maestrito. No hubo en él resentimiento. Sintió hasta un poco de conmiseración y se dijo: "Ya la vida le irá trazando surcos como el arado a la tierra." Y ordenó a unos jibaritos1 que le quitaran los arneses al caballo y se lo echaran a pastar. Peyo sabía que la vida aquella iba a ser muy dura para el jovencito. En el campo se pasa mal. La comida es pobre: arroz y habichuelas, mojo, avapenes, arencas de agua, bacalao, sopa larga y mucha agua para rellenar. Los caminos casi intransitables, siempre llenos de "tanques". Hay que bañarse en la quebrada y beber agua de lluvia. Peyo Mercé tenía que hacer sus planes a la luz oscilante de un quinqué o de un jacho de tabonuco. Johnny Rosas se aburría cuando llegaba la noche. Los cerros se iban poniendo negros y fantasmales. Una que otra lucecita prendía su guiño tenue y amarillento en la monotonía sombrosa del paisaje. Los coquíes punzaban el corazón de la noche. Un gallo suspendía su cantar lento y

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Los cuentos se titulan: Santa Clo va a la Cuchilla. Los inocentes. La gallina degollada. Lo que se dijeron el y ella por $25.

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Page 1: Cuentos Español

Santa Clo va a La Cuchilla[Cuento. Texto completo.] Abelardo Díaz Alfaro

El rojo de una bandera tremolando sobre una bambúa señalaba la escuelita de Peyo Mercé. La escuelita tenía dos salones separados por un largo tabique. En uno de esos salones enseñaba ahora un nuevo maestro: Mister Johnny Rosas.

Desde el lamentable incidente en que Peyo Mercé lo hizo quedar mal ante Mr. Juan Gymns, el supervisor creyó prudente nombrar otro maestro para el barrio La Cuchilla que enseñara a Peyo los nuevos métodos pedagógicos y llevara la luz del progreso al barrio en sombras.

Llamó a su oficina al joven y aprovechado maestro Johnny Rosas, recién graduado y que había pasado su temporadita en los Estados Unidos, y solemnemente le dijo: "Oye, Johnny, te voy a mandar al barrio La Cuchilla para que lleves lo último que aprendiste en pedagogía. Ese Peyo no sabe ni jota de eso; está como cuarenta años atrasado en esa materia. Trata de cambiar las costumbres y, sobre todo, debes enseñar mucho inglés, mucho inglés."

Y un día Peyo Mercé vio repechar en viejo y cansino caballejo la cuesta de la escuela al nuevo maestrito. No hubo en él resentimiento. Sintió hasta un poco de conmiseración y se dijo: "Ya la vida le irá trazando surcos como el arado a la tierra."

Y ordenó a unos jibaritos1 que le quitaran los arneses al caballo y se lo echaran a pastar.

Peyo sabía que la vida aquella iba a ser muy dura para el jovencito. En el campo se pasa mal. La comida es pobre: arroz y habichuelas, mojo, avapenes, arencas de agua, bacalao, sopa larga y mucha agua para rellenar. Los caminos casi intransitables, siempre llenos de "tanques". Hay que bañarse en la quebrada y beber agua de lluvia. Peyo Mercé tenía que hacer sus planes a la luz oscilante de un quinqué o de un jacho de tabonuco.

Johnny Rosas se aburría cuando llegaba la noche. Los cerros se iban poniendo negros y fantasmales. Una que otra lucecita prendía su guiño tenue y amarillento en la monotonía sombrosa del paisaje. Los coquíes punzaban el corazón de la noche. Un gallo suspendía su cantar lento y tremolante. A lo lejos un perro estiraba un aullido doliente al florecer de las estrellas.

Y Peyo Mercé se iba a jugar baraja y dominó a la tiendita de Tano.

Johnny Rosas le dijo un día a Peyo: "Este barrio está muy atrasado. Tenemos que renovarlo. Urge traer cosas nuevas. Sustituir lo tradicional, lo caduco. Recuerda las palabras de Mr. Escalera: Abajo la tradición. Tenemos que enseñar mucho inglés y copiar las costumbres del pueblo americano".

Y Peyo, sin afanarse mucho, goteó estas palabras: "Es verdad, el inglés es bueno y hace falta. Pero, ¡bendito! si es que ni el español sabemos pronunciar bien. Y con hambre el niño se embrutece. La zorra le dijo una vez a los caracoles: 'Primero tienen ustedes que aprender a andar para después correr.'"

Y Johnny no entendió lo que Peyo quiso decirle.

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El tabacal se animó un poco. Se aproximaban las fiestas de Navidad. Ya Peyo había visto con simpatía a uno de sus discípulos haciendo tiples y cuatros de cedro y yagrumo. Estas fiestas traían recuerdos gratos de tiempos idos. Tiempos de la reyada, tiempos de comparsa. Entonces el tabaco se vendía bien. Y la "arrelde" de carne de cerdo se enviaba a los vecinos en misiva de compadrazgo. Y todavía le parecía escuchar aquel aguinaldo:

Esta casa tiene La puerta de acero, Y el que vive en ella Es un caballero.

Caballero que ahora languidecía como un morir de luna sobre los bucayos.

Y Johnny Rosas sacó a Peyo de su ensoñación con estas palabras: "Este año hará su debut en La Cuchilla Santa Claus. Eso de los Reyes está pasando de moda. Eso ya no se ve mucho por San Juan. Eso pertenece al pasado. Invitaré a Mr. Rogelio Escalera para la fiesta; eso le halagará mucho."

Peyo se rascó la cabeza, y sin apasionamiento respondió: "Allá tú como Juana con sus pollos. Yo como soy jíbaro y de aquí no he salido, eso de los Reyes lo llevo en el alma. Es que nosotros los jíbaros sabemos oler las cosas como olemos el bacalao."

Y se dio Johnny a preparar mediante unos proyectos el camino para la "Gala Premiere" de Santa Claus en La Cuchilla. Johnny mostró a sus discípulos una lámina en que aparecía Santa Claus deslizándose en un trineo tirado por unos renos. Y Peyo, que a la sazón se había detenido en el umbral de la puerta que dividía los salones, a su vez se imaginó otro cuadro: un jíbaro jincho y viejo montado en una yagua arrastrada por unos cabros.

Y mister Rosas preguntó a los jibaritos: "¿Quién es este personaje?" Y Benito, "avispao" y "maleto" como él solo, le respondió: "Místel, ese es año viejo colorao."

Y Johnny Rosas se admiró de la ignorancia de aquellos muchachitos y a la vez se indignó por el descuido de Peyo Mercé.

Llegó la noche de la Navidad. Se invitó a los padres del barrio.

Peyo en su salón hizo una fiestecita típica, que quedó la mar de lucida. Unos jibaritos cantaban coplas y aguinaldos con acompañamiento de tiples y cuatros. Y para finalizar aparecían los Reyes Magos, mientras el viejo trovador Simón versaba sobre "Ellos van y vienen, y nosotros no." Repartió arroz con dulce y bombones, y los muchachitos se intercambiaron "engañitos".

Y Peyo indicó a sus muchachos que pasarían al salón de Mr. Johnny Rosas, que les tenía una sorpresa, y hasta había invitado al supervisor Mr. Rogelio Escalera.

En medio del salón se veía un arbolito artificial de Navidad. De estante a estante colgaban unos cordones rojos. De las paredes pendían coronitas de hojas verdes y en el centro un fruto encarnado. En letras cubiertas de nieve se podía leer: "Merry Christmas". Todo estaba cubierto de escarcha.

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Los compadres miraban atónitos todo aquello que no habían visto antes. Mister Rogelio Escalera se veía muy complacido.

Unos niños subieron a la improvisada plataforma y formaron un acróstico con el nombre de Santa Claus. Uno relató la vida de Noel y un coro de niños entonó "Jingle Bells", haciendo sonar unas campanitas. Y los padres se miraban unos a otros asombrados. Mister Rosas se ausentó un momento. Y el supervisor Rogelio Escalera habló a los padres y niños felicitando al barrio por tan bella fiestecita y por tener un maestro tan activo y progresista como lo era Mister Rosas.

Y Mister Escalera requirió de los concursantes el más profundo silencio, porque pronto les iba a presentar a un extraño y misterioso personaje. Un corito inmediatamente rompió a cantar:

Santa Claus viene ya... ¡Qué lento caminar! Tic, tac, tic, tac.

Y de pronto surgió en el umbral de la puerta la rojiblanca figura de Santa Claus con un enorme saco a cuestas, diciendo en voz cavernosa: "Here is Santa, Merry Christmas to you all!"

Un grito de terror hizo estremecer el salón. Unos campesinos se tiraron por las ventanas, los niños más pequeños empezaron a llorar y se pegaban a las faldas de las comadres, que corrían en desbandada. Todos buscaban un medio de escape. Y Mister Rosas corrió tras ellos, para explicarles que él era quien se había vestido de tan extraña forma; pero entonces aumentaba el griterío y se hacía más agudo el pánico. Una vieja se persignó y dijo: "¡Conjurao sea! ¡Si es el mesmo demonio jablando en americano!"

El supervisor hacía inútiles esfuerzos por detener a la gente y clamaba desaforadamente: "No corran; no sean puertorriqueños batatitas. Santa Claus es un hombre humano y bueno."

A lo lejos se escuchaba el griterío de la gente en desbandada. Y míster Escalera, viendo que Peyo Mercé había permanecido indiferente y hierático, vació todo su rencor en él y le increpó a voz en cuello: "Usted, Peyo Mercé, tiene la culpa de que en pleno siglo veinte se den en este barrio esas salvajadas."

Y Peyo, sin inmutarse, le contestó: "Míster Escalera, yo no tengo la culpa de que ese santito no esté en el santoral puertorriqueño."

FIN

Page 4: Cuentos Español

Los inocentes[Cuento. Texto completo.] Pedro Juan Soto treparme frente al sol en aquella nube con las palomas sin caballos sin mujeres y no oler cuando queman los cacharros en el solar sin gente que me haga burla

Desde la ventana, vistiendo el traje hecho y vendido para contener a un hombre que no era él, veía las palomas revolotear en el alero de enfrente.

o con pertas y ventanas siempre abiertas tener alas

Comenzaba a agitar las manos y a hacer ruido como las palomas cuando oyó la voz a sus espaldas.

-Nene, nene.

La mujer acartonada estaba sentada en la mesa (debajo estaba la maleta de tapas frágiles, con una cuerda alrededor por única llave), y le observaba con sus ojos vivos, derrumbada en la silla tomo una gata hambrienta y abandonada.

-Pan -dijo él.

Dándole un leve empujón a la mesa, la mujer retiró la silla y fue a la alacena. Sacó el trozo de pan que estaba al descubierto sobre las cajas de arroz y se lo llevó al hombre, que seguía manoteando y haciendo ruido.

Ser paloma

-No hagah ruido. Pipe.

Él desmoronó el trozo de pan sobre el alféizar, sin hacer caso.

-No hagah ruido, nene.

Los hombres que jugaban dominó bajo el toldo de la bodega ya miraban hacia arriba.

Él dejó de sacudir la lengua.

sin gente que me haga burla

-A pasiar a la plaza -dijo.

-Sí, Holtensia viene ya pa sacalte a pasiar.

-A la plaza.

-No, a la plaza no. Se la llevaron. Voló.

Page 5: Cuentos Español

Él hizo pucheros. Atendió de nuevo al revoloteo de las palomas.

no hay plaza

-No, no fueron lah palomah -dijo ella-. Fue el malo, el diablo.

-Ah.

-Hay que pedirle a Papadioh que traiga la plaza.

-Papadioh -dijo él mirando hacia fuera- trai la plaza y el río…

-No, no. Sin abrir la boca -dijo ella-. Arrodíllate y háblale a Papadioh sin abrir la boca.

Él se arrodilló frente al alféizar y enlazó las manos y miró por encima de las azoteas.

yo quiero ser paloma

Ella miró hacia abajo: al ocio de los hombres en la mañana del sábado y al ajetreo de las mujeres en la ida o la vuelta del mercado.

Lenta, pesarosa, pero erguida, como si balanceara un bulto en la cabeza, echó a andar hacia la habitación donde la otra, delante del espejo, se quitaba los ganchos del pelo y los amontonaba sobre el tocador.

-No te lo lleveh hoy, Holtensia.

La otra la miró de reojo.

-No empieceh otra veh, mamá. No le va pasal na. Lo cuidan bien y no noh cuehta.

Saliendo de los ganchos, el cabello se hacía una mota negra sobre las orejas.

-Pero si yo lo sé cuidal. Eh mi hijo. ¿Quién mejol que yo?

Hortensia estudió en el espejo la figura magra y menuda.

-Tú ehtáh vieja, mamá.

Una mano descarnada se alzó en el espejo.

-Todavía no ehtoy muerta. Todavía puedo velar por él.

-No eh eso.

Los bucles seguían apelmazados a pesar de que ella trataba de aflojárselos con el peine.

-Pipe'h inocente -dijo la madre, haciendo de las palabras agua para un mar de lástima-. Eh un nene.

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Hortensia echó el peine a un lado. Sacó un lápiz del bolso que mantenía abierto sobre el tocador y comenzó a ennegrecer las cejas escasas.

-Eso no se cura -dijo al espejo-. Tú lo sabeh. Por eso lo mejor…

-En Puerto Rico no hubiera pasao ehto.

-En Puerto Rico era dihtinto -dijo Hortensia, hablando por encima del hombro-. Lo conocía la gente. Podía salir porque lo conocía la gente. Pero en Niu Yol la gente no se ocupa y uno no conoce al vecino. La vida eh dura. Yo me paso los añoh cose que cose y todavía sin casalme.

Buscando el lápiz labial, vio en el espejo cómo se descomponía el rostro de la madre.

-Pero no eh por eso tampoco. Él ehtá mejol atendío allá.

-Eso diceh tú -dijo la madre.

Hortensia tiró los lápices y el peine dentro del bolso y lo cerró. Se dio vuelta; blusa porosa, labios grasientos, cejas tiznadas, bucles apelmazados.

-Dehpuéh de un año aquí, merecemoh algo mejor.

-Él no tiene la culpa de lo que noh pase a nosotrah.

-Pero si se queda aquí, la va tenel. Fíjate.

Se abalanzó sobre la madre pata cogerle un brazo y alzarle la manga que no pasaba del codo. Sobre los ligamentos caídos había una mancha morada.

-Ti ha levantao ya la mano y yo en la factoría no estoy tranquila pensando que'htará pasando contigo y con él. Y si ya pasao ehto…

-Fue sin querel -dijo la madre, bajando la manga y mirando al piso al mismo tiempo que torcía el brazo para que Hortensia la soltara.

-¿Sin querel y te tenía una mano en el cuello? Si no agarro la botella, sabe Dioh. Aquí no hay un hombre, que li haga frente y yo m’ehtoy acabando, mamá y tú le tieneh miedo.

-Eh un nene -dijo la madre con su voz mansa, ahuyentando el cuerpo como un caracol.

Hortensia entornaba los ojos.

-No vengah con eso. Yo soy joven y tengo la vida por delante y él no. Tú también ehtáh cansa y si él se fuera podríah vivil mejor los añoh que te quedan y tú lo sabeh pero no ti atreveh a decirlo porque creeh que’h malo pero yo lo digo por ti tú ehtáh cansa y por eso filmahte loh papeleh porque sabeh que’n ese sitio lo atienden máh bien y tú entonceh podráh sentalte a ver la gente pasar por la calle y cuando te dé la gana puedeh pararte y salir a pasiar como elloh pero prefiereh creer que'h un crimen y que yo soy la

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criminal pa tú quedar como madre sufrida y hah sido una madre sufrida eso no se te puede quital pero tieneh que pensar en ti y en mí. Que si el caballo lo tumbó a loh diez añoh…

La madre salía a pasos rápidos, como empujada, como si la habitación misma la soplara fuera, mientras Hortensia decía:

-…y los otroh veinte los ha vivío así tumbao…

Y se volvía para verla salir, sin ir tras ella, tirándose sobre el tocador donde ahora sentía que sus puños martillaban un compás para su casi grito.

-…nosotroh loh hemoh vivío con él.

Y veía en el espejo el histérico dibujo de carnaval que era su rostro.

y no hay gallos y no hay perras y no hay campanas y no hay viento del río y no hay timbre de cine y el sol no entra aquí y no me gusta

-Ya -dijo la madre inclinándose para barrer con las manos las migajas del alféizar. La muchachería azotaba y perseguía una pelota de goma en la calle.

y la frialdad duerme se sienta camina con uno aquí dentro y no me gusta

-Ya, nene, ya. Di amén.

-Amén.

Lo ayudó a incorporarse y le puso el sombrero en la mano, viendo que ya Hortensia, seria y con los ojos irritados, venía hacía ellos.

-Vamoh, Pipe. Dali un beso a mamá.

Poso el bolso en la mesa y se dobló para recoger la maleta. La madre se abalanzó al cuello de él -las manos como tenazas- y besó el rostro de avellana chamuscada y pasó los dedos sobre la piel que había afeitado esta mañana.

-Vamoh -dijo Hortensia cargando bolso y maleta.

Él se deshizo de los brazos de la madre y caminó hasta la puerta metiendo la mano que llevaba el sombrero.

-Nene, ponte’l sombrero -dijo la madre, y parpadeó para que él no viera las lágrimas.

Dándose vuelta, él alzó y dejó encima del cabello envaselinado aquello que por lo chico parecía un juguete, aquello que quería compensar el desperdicio de tela en el traje.

-No, que lo deje aquí -dijo Hortensia.

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Pipe hizo pucheros. La madre tenía los ojos fijos en Hortensia y la mandíbula le temblaba.

-Ehtá bien -dijo Hortensia, -llévalo en la mano.

Él volvió a caminar hacia la puerta y la madre lo siguió, encogiéndose un poco ahora y conteniendo los brazos que querían estirarse hacia él.

Hortensia la detuvo.

-Mamá, lo van a cuidal.

-Que no lo mal…

-No. Hay médicoh. Y tú… cada do semanah. Yo te llevo.

Ambas se esforzaban por mantener firme la voz.

-Recuéhtate, mamá.

-Dile que se quede… no haga ruido y que coma de to.

-Sí.

Hortensia abrió la puerta y miró fuera para ver si Pipe se había detenido en el rellano. Él se entretenía escupiendo sobre la baranda de la escalera y viendo caer la saliva.

-Yo vengo temprano, mamá.

La madre estaba junto a la silla que ya sobraba, intentando ver al hijo a través del cuerpo que bloqueaba la entrada.

-Recuéhtate, mamá.

La madre no respondió. Con las manos enlazadas enfrente, estuvo rígida hasta que el pecho y los hombros se convulsionaron y comenzó a salir el llanto hiposo y delicado.

Hortensia tiró la puerta y bajó a Pipe a toda prisa. Y ante la inmensa ciudad de un mediodía de junio, quiso huracanes y eclipses y nevadas.

FIN

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La gallina degollada[Cuento. Texto completo.] Horacio Quiroga

Todo el día, sentados en el patio, en un banco estaban los cuatro hijos idiotas del matrimonio Mazzini-Ferraz. Tenían la lengua entre los labios, los ojos estúpidos, y volvían la cabeza con la boca abierta.

El patio era de tierra, cerrado al oeste por un cerco de ladrillos. El banco quedaba paralelo a él, a cinco metros, y allí se mantenían inmóviles, fijos los ojos en los ladrillos. Como el sol se ocultaba tras el cerco, al declinar los idiotas tenían fiesta. La luz enceguecedora llamaba su atención al principio, poco a poco sus ojos se animaban; se reían al fin estrepitosamente, congestionados por la misma hilaridad ansiosa, mirando el sol con alegría bestial, como si fuera comida.

Otra veces, alineados en el banco, zumbaban horas enteras, imitando al tranvía eléctrico. Los ruidos fuertes sacudían asimismo su inercia, y corrían entonces, mordiéndose la lengua y mugiendo, alrededor del patio. Pero casi siempre estaban apagados en un sombrío letargo de idiotismo, y pasaban todo el día sentados en su banco, con las piernas colgantes y quietas, empapando de glutinosa saliva el pantalón.

El mayor tenía doce años y el menor, ocho. En todo su aspecto sucio y desvalido se notaba la falta absoluta de un poco de cuidado maternal.

Esos cuatro idiotas, sin embargo, habían sido un día el encanto de sus padres. A los tres meses de casados, Mazzini y Berta orientaron su estrecho amor de marido y mujer, y mujer y marido, hacia un porvenir mucho más vital: un hijo. ¿Qué mayor dicha para dos enamorados que esa honrada consagración de su cariño, libertado ya del vil egoísmo de un mutuo amor sin fin ninguno y, lo que es peor para el amor mismo, sin esperanzas posibles de renovación?

Así lo sintieron Mazzini y Berta, y cuando el hijo llegó, a los catorce meses de matrimonio, creyeron cumplida su felicidad. La criatura creció bella y radiante, hasta que tuvo año y medio. Pero en el vigésimo mes sacudiéronlo una noche convulsiones terribles, y a la mañana siguiente no conocía más a sus padres. El médico lo examinó con esa atención profesional que está visiblemente buscando las causas del mal en las enfermedades de los padres.

Después de algunos días los miembros paralizados recobraron el movimiento; pero la inteligencia, el alma, aun el instinto, se habían ido del todo; había quedado profundamente idiota, baboso, colgante, muerto para siempre sobre las rodillas de su madre.

—¡Hijo, mi hijo querido! —sollozaba ésta, sobre aquella espantosa ruina de su primogénito.

El padre, desolado, acompañó al médico afuera.

—A usted se le puede decir: creo que es un caso perdido. Podrá mejorar, educarse en todo lo que le permita su idiotismo, pero no más allá.

—¡Sí!... ¡Sí! —asentía Mazzini—. Pero dígame: ¿Usted cree que es herencia, que...?

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—En cuanto a la herencia paterna, ya le dije lo que creía cuando vi a su hijo. Respecto a la madre, hay allí un pulmón que no sopla bien. No veo nada más, pero hay un soplo un poco rudo. Hágala examinar detenidamente.

Con el alma destrozada de remordimiento, Mazzini redobló el amor a su hijo, el pequeño idiota que pagaba los excesos del abuelo. Tuvo asimismo que consolar, sostener sin tregua a Berta, herida en lo más profundo por aquel fracaso de su joven maternidad.

Como es natural, el matrimonio puso todo su amor en la esperanza de otro hijo. Nació éste, y su salud y limpidez de risa reencendieron el porvenir extinguido. Pero a los dieciocho meses las convulsiones del primogénito se repetían, y al día siguiente el segundo hijo amanecía idiota.

Esta vez los padres cayeron en honda desesperación. ¡Luego su sangre, su amor estaban malditos! ¡Su amor, sobre todo! Veintiocho años él, veintidós ella, y toda su apasionada ternura no alcanzaba a crear un átomo de vida normal. Ya no pedían más belleza e inteligencia como en el primogénito; ¡pero un hijo, un hijo como todos!

Del nuevo desastre brotaron nuevas llamaradas del dolorido amor, un loco anhelo de redimir de una vez para siempre la santidad de su ternura. Sobrevinieron mellizos, y punto por punto repitióse el proceso de los dos mayores.

Mas por encima de su inmensa amargura quedaba a Mazzini y Berta gran compasión por sus cuatro hijos. Hubo que arrancar del limbo de la más honda animalidad, no ya sus almas, sino el instinto mismo, abolido. No sabían deglutir, cambiar de sitio, ni aun sentarse. Aprendieron al fin a caminar, pero chocaban contra todo, por no darse cuenta de los obstáculos. Cuando los lavaban mugían hasta inyectarse de sangre el rostro. Animábanse sólo al comer, o cuando veían colores brillantes u oían truenos. Se reían entonces, echando afuera lengua y ríos de baba, radiantes de frenesí bestial. Tenían, en cambio, cierta facultad imitativa; pero no se pudo obtener nada más.

Con los mellizos pareció haber concluido la aterradora descendencia. Pero pasados tres años desearon de nuevo ardientemente otro hijo, confiando en que el largo tiempo transcurrido hubiera aplacado a la fatalidad.

No satisfacían sus esperanzas. Y en ese ardiente anhelo que se exasperaba en razón de su infructuosidad, se agriaron. Hasta ese momento cada cual había tomado sobre sí la parte que le correspondía en la miseria de sus hijos; pero la desesperanza de redención ante las cuatro bestias que habían nacido de ellos echó afuera esa imperiosa necesidad de culpar a los otros, que es patrimonio específico de los corazones inferiores.

Iniciáronse con el cambio de pronombre: tus hijos. Y como a más del insulto había la insidia, la atmósfera se cargaba.

—Me parece —díjole una noche Mazzini, que acababa de entrar y se lavaba las manos—que podrías tener más limpios a los muchachos.

Berta continuó leyendo como si no hubiera oído.

—Es la primera vez —repuso al rato— que te veo inquietarte por el estado de tus hijos.

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Mazzini volvió un poco la cara a ella con una sonrisa forzada:

—De nuestros hijos, ¿me parece?

—Bueno, de nuestros hijos. ¿Te gusta así? —alzó ella los ojos.

Esta vez Mazzini se expresó claramente:

—¿Creo que no vas a decir que yo tenga la culpa, no?

—¡Ah, no! —se sonrió Berta, muy pálida— ¡pero yo tampoco, supongo!... ¡No faltaba más!... —murmuró.

—¿Qué no faltaba más?

—¡Que si alguien tiene la culpa, no soy yo, entiéndelo bien! Eso es lo que te quería decir.

Su marido la miró un momento, con brutal deseo de insultarla.

—¡Dejemos! —articuló, secándose por fin las manos.

—Como quieras; pero si quieres decir...

—¡Berta!

—¡Como quieras!

Éste fue el primer choque y le sucedieron otros. Pero en las inevitables reconciliaciones, sus almas se unían con doble arrebato y locura por otro hijo.

Nació así una niña. Vivieron dos años con la angustia a flor de alma, esperando siempre otro desastre. Nada acaeció, sin embargo, y los padres pusieron en ella toda su complaciencia, que la pequeña llevaba a los más extremos límites del mimo y la mala crianza.

Si aún en los últimos tiempos Berta cuidaba siempre de sus hijos, al nacer Bertita olvidóse casi del todo de los otros. Su solo recuerdo la horrorizaba, como algo atroz que la hubieran obligado a cometer. A Mazzini, bien que en menor grado, pasábale lo mismo. No por eso la paz había llegado a sus almas. La menor indisposición de su hija echaba ahora afuera, con el terror de perderla, los rencores de su descendencia podrida. Habían acumulado hiel sobrado tiempo para que el vaso no quedara distendido, y al menor contacto el veneno se vertía afuera. Desde el primer disgusto emponzoñado habíanse perdido el respeto; y si hay algo a que el hombre se siente arrastrado con cruel fruición es, cuando ya se comenzó, a humillar del todo a una persona. Antes se contenían por la mutua falta de éxito; ahora que éste había llegado, cada cual, atribuyéndolo a sí mismo, sentía mayor la infamia de los cuatro engendros que el otro habíale forzado a crear.

Con estos sentimientos, no hubo ya para los cuatro hijos mayores afecto posible. La sirvienta los vestía, les daba de comer, los acostaba, con visible brutalidad. No los lavaban casi nunca. Pasaban todo el día

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sentados frente al cerco, abandonados de toda remota caricia. De este modo Bertita cumplió cuatro años, y esa noche, resultado de las golosinas que era a los padres absolutamente imposible negarle, la criatura tuvo algún escalofrío y fiebre. Y el temor a verla morir o quedar idiota, tornó a reabrir la eterna llaga.

Hacía tres horas que no hablaban, y el motivo fue, como casi siempre, los fuertes pasos de Mazzini.

—¡Mi Dios! ¿No puedes caminar más despacio? ¿Cuántas veces...?

—Bueno, es que me olvido; ¡se acabó! No lo hago a propósito.

Ella se sonrió, desdeñosa: —¡No, no te creo tanto!

—Ni yo jamás te hubiera creído tanto a ti... ¡tisiquilla!

—¡Qué! ¿Qué dijiste?...

—¡Nada!

—¡Sí, te oí algo! Mira: ¡no sé lo que dijiste; pero te juro que prefiero cualquier cosa a tener un padre como el que has tenido tú!

Mazzini se puso pálido.

—¡Al fin! —murmuró con los dientes apretados—. ¡Al fin, víbora, has dicho lo que querías!

—¡Sí, víbora, sí! Pero yo he tenido padres sanos, ¿oyes?, ¡sanos! ¡Mi padre no ha muerto de delirio! ¡Yo hubiera tenido hijos como los de todo el mundo! ¡Esos son hijos tuyos, los cuatro tuyos!

Mazzini explotó a su vez.

—¡Víbora tísica! ¡eso es lo que te dije, lo que te quiero decir! ¡Pregúntale, pregúntale al médico quién tiene la mayor culpa de la meningitis de tus hijos: mi padre o tu pulmón picado, víbora!

Continuaron cada vez con mayor violencia, hasta que un gemido de Bertita selló instantáneamente sus bocas. A la una de la mañana la ligera indigestión había desaparecido, y como pasa fatalmente con todos los matrimonios jóvenes que se han amado intensamente una vez siquiera, la reconciliación llegó, tanto más efusiva cuanto infames fueran los agravios.

Amaneció un espléndido día, y mientras Berta se levantaba escupió sangre. Las emociones y mala noche pasada tenían, sin duda, gran culpa. Mazzini la retuvo abrazada largo rato, y ella lloró desesperadamente, pero sin que ninguno se atreviera a decir una palabra.

A las diez decidieron salir, después de almorzar. Como apenas tenían tiempo, ordenaron a la sirvienta que matara una gallina.

El día radiante había arrancado a los idiotas de su banco. De modo que mientras la sirvienta degollaba en la cocina al animal, desangrándolo con parsimonia (Berta había aprendido de su madre este buen

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modo de conservar la frescura de la carne), creyó sentir algo como respiración tras ella. Volvióse, y vio a los cuatro idiotas, con los hombros pegados uno a otro, mirando estupefactos la operación... Rojo... rojo...

—¡Señora! Los niños están aquí, en la cocina.

Berta llegó; no quería que jamás pisaran allí. ¡Y ni aun en esas horas de pleno perdón, olvido y felicidad reconquistada, podía evitarse esa horrible visión! Porque, naturalmente, cuando más intensos eran los raptos de amor a su marido e hija, más irritado era su humor con los monstruos.

—¡Que salgan, María! ¡Échelos! ¡Échelos, le digo!

Las cuatro pobres bestias, sacudidas, brutalmente empujadas, fueron a dar a su banco.

Después de almorzar salieron todos. La sirvienta fue a Buenos Aires y el matrimonio a pasear por las quintas. Al bajar el sol volvieron; pero Berta quiso saludar un momento a sus vecinas de enfrente. Su hija escapóse enseguida a casa.

Entretanto los idiotas no se habían movido en todo el día de su banco. El sol había traspuesto ya el cerco, comenzaba a hundirse, y ellos continuaban mirando los ladrillos, más inertes que nunca.

De pronto algo se interpuso entre su mirada y el cerco. Su hermana, cansada de cinco horas paternales, quería observar por su cuenta. Detenida al pie del cerco, miraba pensativa la cresta. Quería trepar, eso no ofrecía duda. Al fin decidióse por una silla desfondada, pero aun no alcanzaba. Recurrió entonces a un cajón de kerosene, y su instinto topográfico hízole colocar vertical el mueble, con lo cual triunfó.

Los cuatro idiotas, la mirada indiferente, vieron cómo su hermana lograba pacientemente dominar el equilibrio, y cómo en puntas de pie apoyaba la garganta sobre la cresta del cerco, entre sus manos tirantes. Viéronla mirar a todos lados, y buscar apoyo con el pie para alzarse más.

Pero la mirada de los idiotas se había animado; una misma luz insistente estaba fija en sus pupilas. No apartaban los ojos de su hermana mientras creciente sensación de gula bestial iba cambiando cada línea de sus rostros. Lentamente avanzaron hacia el cerco. La pequeña, que habiendo logrado calzar el pie iba ya a montar a horcajadas y a caerse del otro lado, seguramente sintióse cogida de la pierna. Debajo de ella, los ocho ojos clavados en los suyos le dieron miedo.

—¡Soltáme! ¡Déjame! —gritó sacudiendo la pierna. Pero fue atraída.

—¡Mamá! ¡Ay, mamá! ¡Mamá, papá! —lloró imperiosamente. Trató aún de sujetarse del borde, pero sintióse arrancada y cayó.

—Mamá, ¡ay! Ma. . . —No pudo gritar más. Uno de ellos le apretó el cuello, apartando los bucles como si fueran plumas, y los otros la arrastraron de una sola pierna hasta la cocina, donde esa mañana se había desangrado a la gallina, bien sujeta, arrancándole la vida segundo por segundo.

Mazzini, en la casa de enfrente, creyó oír la voz de su hija.

—Me parece que te llama—le dijo a Berta.

Page 14: Cuentos Español

Prestaron oído, inquietos, pero no oyeron más. Con todo, un momento después se despidieron, y mientras Berta iba dejar su sombrero, Mazzini avanzó en el patio.

—¡Bertita!

Nadie respondió.

—¡Bertita! —alzó más la voz, ya alterada.

Y el silencio fue tan fúnebre para su corazón siempre aterrado, que la espalda se le heló de horrible presentimiento.

—¡Mi hija, mi hija! —corrió ya desesperado hacia el fondo. Pero al pasar frente a la cocina vio en el piso un mar de sangre. Empujó violentamente la puerta entornada, y lanzó un grito de horror.

Berta, que ya se había lanzado corriendo a su vez al oír el angustioso llamado del padre, oyó el grito y respondió con otro. Pero al precipitarse en la cocina, Mazzini, lívido como la muerte, se interpuso, conteniéndola:

—¡No entres! ¡No entres!

Berta alcanzó a ver el piso inundado de sangre. Sólo pudo echar sus brazos sobre la cabeza y hundirse a lo largo de él con un ronco suspiro.

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CuentoLo que se dijeron él y ella por $25

How much was it you said downstairs? Twenty-five or twenty? Twenty and six for the room?, dijo él.

Twenty-five, mister, dijo ella,

There you go twenty-five for you, beutiful señorita, dijo él.

Thanks, mister. Ahora mismo me cambio, dijo ella.

What is that suppose to mean? What's your name?, dijo él.

Perla, pero I don't speak english mister pero lo voy a complacer en todo lo que me pida, sólo muéstreme lo que quiere que le haga y yo lo hago mister; ahora, si quiere cosas más raras eso le cuesta más pero las hago también; ahora, nada de violencia conmigo, mister, que a veces ustedes se ponen con unas que dejan a una toda agolpeada y hasta tiene una que llamar a Toño para que la socorra, pero no se preocupe mister usted tiene cara de per¬sona decente para tratarlo bien eso uno lo sabe con sólo mirarlo a los ojos, dijo ella.

Yeah, yeah cut the crap and let's get down to it. Anything you say babe I'm all yours, dijo él.

Yo no entiendo lo que usted me dice, mister pero tranquilo que aquí Perla le va a hacer un buen trabajo para que no se olvide de una y a lo mejor me da unos dólares más y vuelve regularmente que falta que están haciendo buenos clientes, gente decente que la traten a una con consideración y respeto no como algunos que se creen que pueden abusar de una así de fácil por unos veinte dólares mister, pero que bien formadito está usted, mister, dijo ella.

Okay, shut up and get down to business. Sure I understand your spanish but it's better if you don't know it. Oh yeah, that's the way to do it, dijo él.

Yes, spanish, eso es lo que yo hablo y alguna que otra palabrita en inglés por eso de entenderme con los clientes pero olvídese, mister, que para lo que estamos haciendo nosotros no hacen falta muchas palabras y sí experiencia que Perla tiene en cantidad, mister, experiencia y estilo, dijo ella.

Who cares for style. If only you knew who I am. . . but, of course, it's not for you to know. That's "classified material" as the people in the agency would say. If you only knew, dumb broad, dijo él.

Yo no sé lo que usted me dice, mister, ahora, si no le gusta como lo estamos haciendo me lo dice que en seguida lo complazco. Podemos hacer otras posiciones porque lo noto que está hablando mucho y a lo mejor se me distrae y luego se le cae y después que con todo lo que ustedes beben piensan que se va a quedar arriba todo el rato y una es la que tiene que estar haciendo milagros para que luego no protesten y le griten a una, mister, porque ustedes algunos no son ningunos jovencitos y se creen que pueden hacer maravillas, y es una la que pasa todo el trabajo y la que suda, dijo ella.

But. . . what would you know? What could you possibly know? What would you know :about secret missions?

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What could you possibly imagine about working for them? For ten years now working for them. Not one single second in your life dedicated only to yourself. But. . .what would you know? After ten years; of complete dedication, what then? Then being sent here to this place when one has nor seen one's family in more than a year and the kids are all grown up now, and then having to meet with all these stupid business people to get acquainted with the workers movement here because they say so. And it's not the first time nor the first country, it has been ten solid years working for them. What then?, dijo él.

Yo creo que a usted le preocupa algo, mister, lo noto por el tono de su voz que me suena a que está metido usted en problemas. En confianza puede hablar que Perla en estas cosas tiene escuela, ya que llevo mis añitos en esto y sabré yo cuando algo anda mal. Pero no me diga que son problemas con su esposa o es la querida aunque usted no me tiene cara de ser del tipo que andaría por ahí siéndole infiel a su mujer aunque nunca se sabe pero llore si quiere que Perla entiende de estas cosas, que habré sido ya paño de lágrimas miles de veces y ya verá que se siente mejor después, que es como vaciarse, un desahogo, usted sabe, mister, que aunque yo no entienda lo que me dice siempre es bueno sacarlo para afuera, pero mister usted está. . . , dijo ella.

But who's crying here you crazy broad. I am enjoying every bit of it. Now, you're something else. If only you knew, bitch, what it is having to raise a family while being constantly traveling from one place to another never having the chance to be with them for more than two weeks but, of course, they pay you all that money plus the benefits and besides you're doing it for your country like my father used to say. That's why I started to work for them in the first place. My father being a General in World War II with all his medals I couldn't refuse, it was a family affair besides, it has been exciting and although risky at times, generally it has been easy. But it's a job, you know, dijo él.

Yes, mister, lo que usted diga, siga hablando que eso es bueno para el organismo porque se va despojando uno de las malas influencias, eso es, cuéntemelo todito que peores cosas han escuchado estos oídos y seguirán escuchándolas, y Perla es todo oídos cuando se dice hablar de verdad, usted sabe, de cosas serias, los problemas íntimos de cada cual, no es que a mí me guste entrometerme en la vida de nadie pero a veces con la experiencia que una tiene unos consejitos no vienen mal, mire, que la semana pasada Ruth, otra de las chicas que trabaja aquí, tuvo un serio problema pues las gentes hablan mucho y ella tiene una nena a la que está educando con lo que puede para que crezca como Dios manda y los vecinos suyos llamaron a la gente del gobierno para que le quitaran la nena porque ella era un mal ejemplo, que ese no era hogar para una niña y Ruth no está casada, usted sabe, mister, y acá vino la pobre llorando y todo porque imagínese ¿.. . usted quiere otra posición? está bien, mister, pero bueno apúrese que por veinticinco pesos, . . oh yes, yes, mister, la pobre Ruth, y yo le dije que no se preocupara que todo se iba a arreglar que era cuestión de decirle a Toño que llamara a ese licenciado que es el que nos saca siempre y usted sabe eso mismo hizo Toño y no le quitaron la nena pero que ahora tiene que ver a una trabajadora social todos los meses, pero el asunto está resuelto y ya Ruth anda por ahí otra vez dando candela, lo más contenta porque siguió mi consejo, dijo ella.

Enough of that. I have been working for the agency for ten years now. I have not seen my wife and three kids in more than a year. In my last mission I almost got killed. It's getting dangerous now in Latin America, It's not like the old days. Now with all these urban guerrilla groups it's getting too risky. Like for example the last time in Uruguay Bob and I barely escaped from an ambush that was set by the tupamaros in front of the embassy. We were miraculously rescued by the local police to our surprise. It was never like the easy days in Chile. After a while you kind of wonder... but it's a job and one of these days when I get really fed up with it I'll send them to hell.

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The hell with them, I've had it. I can always work with my brother Paul at the farm. It’s not like my first years in Europe, that's all gone now. If I could only quit for awhile, perhaps, think it over for some time. But I am aware of the impossibility of that. Now I'm stuck here for the next four or five years the least, that is, if I'm not discovered by some subversive group before. But this will be a relatively simple mission: to get inside the leadership of some of the radical labor unions. At least I have the experience of having worked in that respect in Argentina..., dijo él.

No, yo no he visitado Uruguay aunque aquí trabajó un tiempo una chica de allí, creo que se llamaba Rita, era guapa, usted sabe, pero se metió en un lío con un marinero y le cortaron la cara, la pobre, era simpática. Le menciono eso, mister, porque oí que dijo Uruguay y no le he entendido absolutamente nada más de lo que ha dicho y ¿seguro que usted no sabe nada de español, mister? a lo mejor es que usted ha viajado por esos países. Yo no sé, pero Rita me dijo que las cosas por allá eran mucho peor, mucha violencia por cuestiones de política y usted sabe mister que yo soy apolítica a mí que me; dejen vivir en paz y trabajar que la vida está bastante complicada ya para enredarla más que después queda una mal con la gente y le dan la espalda. Yo me voy con el que gane, como dice Toño, que después que haya hombres habrá dinero. Y a lo mejor de aquí a algunos años puedo darme ese viaje por Sudamérica, eso es si ahorro lo suficiente porque con el dinero que le envío a mi hermana no me queda mucho, dijo ella.

Come on baby open up those legs, wider, that's it. You know you're really something. If you only knew half of what I’ve told. . . But you don't understand a bit. Right? you bitch. What would they say if they ever found out in the agency. Oh, you beautiful dumb broad, keep doing it, honey. Ten goddamn years! What for? I could have been a doctor instead, but papa said no, son, you must dedicate your life to the defense of your country like your father did. And there I was doing it for the country, and my father died even before I made it officially as an agent. Me, the son of the great General, bull-shit! But what would you know? What could you possibly know? You're just another whore in another banana republic. . . , dijo él.

Bueno, mister, ya está. Bueno y qué esperaba por veinticinco, fueron sólo twentyfive, mister, ahora, si usted quiere otra cosita Perla está aquí a su disposición. ¿Ya se siente mejor? Mister, a la verdad que usted habla y habla es una pena que yo no sepa inglés, you know, don't speak english, pero poco a poco voy cogiendo unas palabritas por aquí y por allá y tal vez la próxima vez que esté por acá viene a visitarme y como ya me conoce, usted sabe, le doy un trabajito especial aunque de verdad siento el no poder entenderle porque usted me parece una persona decente y falta que están haciendo, gente decente que la traten a una con consideración y respeto, dijo ella.

Ah. . . shut up, dijo él.