cuentos de valores para niños

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     – ¡Qué pena! Ha perdido usted la mitad de su vida. Si se hubiera interesado un poco por

    aprender, ahora tendría una visión más amplia del mundo.

    La barca seguía avanzando rumbo a la otra orilla. El agua era cristalina y, de vez en

    cuando, se veía algún pececito surcando el fondo de arena y piedras.

     – Usted está todo el día deslizándose por las aguas ¿Ha aprendido muchas cosas sobresus características y su composición? ¡Me imagino que sabrá mucho sobre ríos y mares!

     – Nunca he estudiado sobre eso ni sobre ninguna otra cosa. Me limito a transportar

    viajeros de un lado a otro para ganarme la vida. Así de simple es la cosa, señor.

    El barquero comenzaba a sentirse un poco avergonzado de su ignorancia. Aun así, el

    arrogante joven no se percató de ello y sacó sus conclusiones.

     – ¡Qué decepción! Usted no sabe nada de nada sobre lo que le rodea. Siento decirle que

    ha perdido las tres cuartas partes de su vida. Cuando sea un anciano, se dará cuenta deque no ha sabido aprovechar el tiempo.

    Faltaban unos metros para finalizar el trayecto cuando una fuerte corriente de agua hizo

    virar la barca y la lanzó contra una roca. Se oyó un golpe seco en la línea de flotación y

    la madera se abrió en dos. Empezó a entrar agua por todas partes y, en pocos segundos,

    el casco de la pequeña embarcación se inundó a gran velocidad. El barquero comenzó a

    gritar.

     – ¡Rápido, rápido, señor! ¡Esto se hunde! Tenemos que tirarnos al agua y llegar a nado ala otra orilla.

     – ¡No, yo no puedo! ¡Socorro! ¡Socorro!

     – ¿Cómo que no puede? ¿No sabe nadar?

     – ¡No, no sé nadar! ¡Ayúdeme por favor! ¡Ayúdeme!

    El joven gritaba desesperado porque el agua le llegaba al cuello. Estaba a punto de

    desaparecer bajo los remolinos de agua y la espuma. El barquero no lo pensó dos veces:

    dio unas cuantas brazadas hacia él y le agarró de una muñeca con fuerza para sacarlo ala superficie. Después, con mucha dificultad, le abrazó por la espalda y tiró de él hasta

    ponerle a salvo en la orilla.

    El muchacho llegó a tierra casi inconsciente y tardó unos minutos en volver en sí.

    Cuando por fin se recuperó del susto, ambos se miraron. Fue el barquero quien habló

    esta vez.

     

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     – Según me dijo antes, yo he perdido tres cuartas partes de mi vida por no estudiar, pero

    si no fuera por mí, hoy habría perdido usted la vida entera.

    El muchacho se sonrojó. Sintió mucha vergüenza por sí mismo y, por el contrario,

    admiración por ese hombre que había arriesgado la vida para salvar la suya. Entendió

    que jamás se puede menospreciar a los demás porque creamos que saben menos quenosotros. A menudo, los conocimientos esenciales son los más importantes.

    La gallinita roja

    Había una vez una granja donde todos los animales vivían felices. Los dueños cuidaban

    de ellos con mimo y no les faltaba de nada. En cuanto el gallo anunciaba la salida delsol, todos se ponían en marcha y realizaban sus funciones con agrado. Siempre tenían a

    su disposición alimentos para comer y un lecho caliente sobre el que descansar.

    El terreno que rodeaba la casa principal era muy amplio y con suficiente espacio para

    que los caballos pudieran trotar, los cerdos revolcarse en el barro y, las vacas, pastar a

    gusto mientras hacían sonar sus cencerros de latón. Entre las patas de los grandes

    animales siempre correteaba algún pollito que se esmeraba en aprender a volar bajo la

    mirada atenta de las gallinas.Una de esas gallinitas era roja y se llamaba Marcelina. Un día que estaba muy atareada

    escarbando entre unas piedras, encontró un grano de trigo. Lo cogió con el pico y se

    quedó pensando en qué hacer con él. Como era una gallina muy lista y hacendosa, tuvo

    una idea fabulosa.

     – ¡Ya lo tengo! Sembraré este grano e invitaré a todos mis amigos a comer pan.

    Contentísima, fue en busca de aquellos a los que más quería.

     – ¡Eh, amigos! ¡Mirad lo que acabo de encontrar! Es un hermoso grano de trigo dorado

    ¿Me ayudáis a plantarlo?

     – Yo no – dijo el pato.

     – Yo no – dijo el gato.

     – Yo no – dijo el perro.

     – Está bien – suspiró la gallinita roja – Yo lo haré.

     

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    Marcelina se alejó un poco apesadumbrada y buscó el lugar idóneo para plantarlo.

    Durante días y días regó el terreno y vigiló que ningún pájaro merodeara por allí. El

    trabajo bien hecho dio un gran resultado. Feliz, comprobó cómo nacieron unas plantitas

    que se convirtieron en espigas repletas de semillas.

    ¡La gallina estaba tan contenta!… Buscó a sus amigos e hizo una reunión de urgencia. – Queridos amigos… Mi semilla es ahora una preciosa planta. Debo segarla para recoger

    el fruto ¿Me ayudáis?

     – Yo no – dijo el pato.

     – Yo no – dijo el gato.

     – Yo no – dijo el perro.

     – En fin… Si no queréis echarme una mano, tendré que hacerlo yo solita.

    La pobre Marcelina se armó de paciencia y se puso manos a la obra. La tarea de segarera muy dura para una gallina tan pequeña como ella, pero con tesón consiguió su

    objetivo y cortó una a una todas las espigas.

    Agotada y sudorosa recorrió la granja para reunir de nuevo a sus amigos.

     – Chicos… Ya he segado y ahora tengo que separar el grano de la paja. Es un trabajo

    complicado y me gustaría contar con vosotros para terminarlo cuanto antes ¿Quién de

    vosotros me ayudará?

     – Yo no – dijo el pato. – Yo no – dijo el gato.

     – Yo no – dijo el perro.

     – ¡Vale, vale! Yo me encargo de todo.

    ¡La gallina no se lo podía creer! ¡Nadie quería echarle una mano! Se sentó y con su

    piquito, separó con mucho esmero los granos de trigo de la planta. Cuando terminó era

    tan tarde que sólo pudo dormir unos minutos antes del canto del gallo.

    Durante el desayuno los ojillos se le cerraban y casi no tenía fuerzas para hablar. Eratanto su agotamiento que apenas sentía hambre. Además, estaba enfadada por la actitud

    de sus amigos, pero aun así decidió intentarlo una vez más.

     – Ya he sembrado, segado y trillado. Ahora necesito que me ayudéis a llevar los granos

    de trigo al molino para hacer harina ¿Quién se viene conmigo?

     – Yo no – dijo el pato.

     

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     – Yo no – dijo el gato.

     – Yo no – dijo el perro.

     – ¡Muy bien! Yo llevaré los sacos de trigo al molino y me encargaré de todo.

    ¡La gallina estaba harta! Nunca les pedía favores y, para un día que necesitaba su

    colaboración, escurrían el bulto. Se sentía traicionada. Suspiró hondo y dedicó el díaentero a transportar y moler el trigo, con el que elaboró una finísima harina blanca.

    Al día siguiente se levantó más animada. El trabajo duro ya había pasado y ahora tocaba

    la parte más divertida y apetecible. Con harina, agua y sal hizo una masa y elaboró

    deliciosas barras de pan. El maravilloso olor a hogazas calientes se extendió por toda la

    granja. Cómo no, los primeros en seguir el rastro fueron sus supuestos tres mejores

    amigos, que corrieron en su busca con la esperanza de zamparse un buen trozo.

    En cuanto les vio aparecer, la gallinita roja les miró fijamente y con voz suave lespreguntó:

     – ¿Quién quiere probar este apetitoso pan?

     – ¡Yo sí! – dijo el pato.

     – ¡Yo sí! – dijo el gato.

     – ¡Yo sí! – dijo el perro.

    La gallina miró a sus amigos y les gritó.

     – ¡Pues os quedáis con las ganas! No pienso compartir ni un pedazo con vosotros. Losbuenos amigos están para lo bueno y para lo malo. Si no supisteis estar a mi lado cuando

    os necesité, ahora tenéis que asumir las consecuencias. Ya podéis largaros porque este

    pan será sólo para mí.

    El pato, el gato y el perro se alejaron cabizbajos mientras la gallina daba buena cuenta

    del riquísimo pan recién horneado.

    Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

     

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    Cuentos de responsabilidad

    El perro y su reflejo

    Érase una vez un granjero que vivía tranquilo porque tenía la suerte de que sus animales

    le proporcionaban todo lo que necesitaba para salir adelante y ser feliz.

    Mimaba con cariño a sus gallinas y éstas le correspondían con huevos todos los días. Sus

    queridas ovejas le daban lana, y de sus dos hermosas vacas, a las que cuidaba con mucho

    esmero, obtenía la mejor leche de la comarca.

    Era un hombre solitario y su mejor compañía era un perro fiel que no sólo vigilaba la

    casa, sino que también era un experto cazador. El animal era bueno con su dueño, perotenía un pequeño defecto: era demasiado altivo y orgulloso. Siempre presumía de que

    era un gran olfateador y que nadie atrapaba las presas como él. Convencido de ello, a

    menudo le decía al resto de los animales de la granja:

     – Los perros de nuestros vecinos son incapaces de cazar nada, son unos inútiles. En

    cambio yo, cada semana, obsequio a mi amo con alguna paloma o algún ratón al que

    pillo despistado ¡Nadie es mejor que yo en el arte de la caza!

    Era evidente que el perro se tenía en muy alta estima y se encargaba de proclamarlo a loscuatro vientos.

    Un día, como de costumbre, salió a dar una vuelta. Se alejó del cercado y se entretuvo

    olisqueando algunas toperas que encontró por el camino, con la esperanza de conseguir

    un nuevo trofeo que llevar a casa. El día no prometía mucho. Hacía calor y los animales

    dormían en sus madrigueras sin dar señales de vida.

     – ¡Qué mañana más aburrida! Creo que me iré a casa a descansar sobre la alfombra

    porque hoy no se ven ni mariposas.De repente, una paloma pasó rozando su cabeza. El perro, que tenía una vista envidiable

    y era ágil como ninguno, dio un salto y, sin darle tiempo a que reaccionara, la atrapó en

    el aire. Agarrándola bien fuerte entre los colmillos y sintiéndose un auténtico campeón,

    tomó el camino de regreso a la granja vadeando el río.

     

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    El verano estaba muy próximo y ya había comenzado el deshielo de las montañas. Al

    perro le llamó la atención que el caudal era mayor que otras veces y que el agua bajaba

    con más fuerza que nunca. Sorprendido, suspiró y se dijo a sí mismo:

     – ¡Me encanta el sonido del agua! ¡Y cuánta espuma se forma al chocar contra las rocas!

    Me acercaré a la orilla a curiosear un poco.Siempre le había tenido miedo al agua, así que era la primera vez que se aproximaba

    tanto al borde del río. Cuando se asomó, vio su propio reflejo aumentado y creyó que en

    realidad se trataba de otro perro que llevaba una presa mayor que la suya.

    ¿Cómo era posible? ¡Si él era el mejor cazador de que había en toda la zona! Se sintió

    tan herido en su orgullo que, sin darse cuenta, soltó la paloma que llevaba en las fauces y

    se lanzó al agua para arrebatar el botín a su supuesto competidor.

     – ¡Dame esa pieza! ¡Dámela, bribón!Como era de esperar, lo único que consiguió fue darse un baño de agua helada, pues no

    había perro ni presa, sino tan sólo su imagen reflejada. Cuando cayó en la cuenta, se

    sintió muy ridículo. A duras penas consiguió salir del río tiritando de frío y encima, vio

    con estupor cómo la paloma que había soltado, sacudía sus plumas, remontaba el vuelo y

    se perdía entre las copas de los árboles.

    Empapado, con las orejas gachas y cara de pocos amigos, regresó a su hogar sin nada y

    con la vanidad por los suelos.Moraleja: Si has conseguido algo gracias a tu esfuerzo, siéntete satisfecho y no intentes

    tener lo que tienen los demás. Sé feliz con lo que es tuyo, porque si eres codicioso, lo

    puedes perder para siempre.

    El monstruo del lago

    Érase una vez una preciosa muchacha llamada Untombina, hija del rey de una tribu

    africana. A unos kilómetros de su hogar había un lago muy famoso en toda la comarca

    porque en él se escondía un terrible monstruo que, según se contaba, devoraba a todo

    aquel que merodeaba por allí.

     

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    Nadie, ni de día ni de noche, osaba acercarse a muchos metros a la redonda de ese lugar.

    Untombina, en cambio, valiente y curiosa por naturaleza, estaba deseando conocer el

    aspecto de ese monstruo que tanto miedo daba a la gente.

    Un año llegó el otoño y con él tantas lluvias, que toda la región se inundó. Muchos

    hogares se vinieron abajo y los cultivos fueron devorados por las aguas. La jovenUntombina pensó que quizá el monstruo tendría una solución a tanta desgracia y pidió

    permiso a sus padres para ir a hablar con él. Aterrorizados, no sólo se negaron, sino que

    le prohibieron terminantemente que se alejara de la casa.

    Pero no hubo manera; Utombina, además de valiente, era terca y decidida, así que reunió

    a todas las chicas del pueblo y juntas partieron en busca del monstruo. La hija del rey

    dirigió la comitiva a paso rápido, y justo cuando el sol estaba más alto en el cielo, el

    grupo de muchachas llegó al lago.En apariencia todo estaba muy tranquilo y el lugar les parecía encantador. Se respiraba

    aire puro y el agua transparente dejaba ver el fondo de piedras y arena blanca. La

    caminata había sido dura y el calor intenso, así que nada les apetecía más que darse un

    buen chapuzón. Entre risas, se quitaron la ropa, las sandalias y las joyas, y se tiraron de

    cabeza. Durante un buen rato, nadaron, bucearon y jugaron a salpicarse unas a otras. Tan

    entretenidas estaban que no se dieron cuenta de que el monstruo, sigilosamente, se había

    acercado a la orilla por otro lado y les había robado todas sus pertenencias.Cuando la primera de las muchachas salió del agua para vestirse, no encontró su ropa y

    avisó a todas las demás de lo que había sucedido. Asutadísimas comenzaron a gritar y a

    preguntarse qué podían hacer ¡No podían volver desnudas al pueblo!

    Se acercaron al lago y, en fila, comenzaron a llamar al monstruo. Entre llantos, le

    rogaron que les devolviera la ropa. Todas menos Utombina, que como hija del rey, se

    negaba a humillarse y a suplicar nada de nada.

    El monstruo escuchó las peticiones y, asomando la cabeza, comenzó a escupir prendas,anillos y pulseras, que las chicas recogieron rápidamente. Devolvió todo lo que había

    robado excepto las cosas de la orgullosa Utombina. Las chicas querían volver, pero ella

    seguía negándose a implorar y se quedó inmóvil, en la orilla, mirando al lago. Su actitud

    consiguió enfadar al monstruo que, en un arrebato de ira, salió inesperadamente del lago

    y de un bocado se la tragó.

     

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    Todas las jovencitas volvieron a chillar presas del pánico y corrieron al pueblo para

    contar al rey lo que había sucedido. Destrozado por la pena, decidió actuar: reclutó a su

    ejército y lo envió al lago para acabar con el horrible ser que se había comido a su niña.

    Cuando los soldados llegaron armados hasta los dientes, el monstruo se dio cuenta de

    sus intenciones y se enfureció todavía más. A manotazos, empezó a atrapar hombres dedos en dos y a comérselos sin darles tiempo a huir. Uno delgaducho y muy hábil se zafó

    de sus garras, pero el monstruo le persiguió sin descanso hasta que, casualmente, llegó a

    la casa del rey. Para entonces, de tanto comer, su cuerpo se había transformado en una

    bola descomunal que parecía a punto de explotar.

    El monarca, muy hábil con el manejo de las armas, sospechó que su hija y los soldados

    todavía podrían estar vivos dentro de la enorme barriga, y sin dudarlo ni un segundo,

    comenzó a disparar flechas a su ombligo. Le hizo tantos agujeros que parecía un colador.Por el más grande, fueron saliendo uno a uno todos los hombres que habían sido

    engullidos por la fiera. La última en aparecer ante sus ojos, sana y salva, fue su preciosa

    hija.

    El malvado monstruo dejó de respirar y todos agradecieron a Utombina su valentía.

    Gracias a su orgullo y tozudez, habían conseguido acabar con él para siempre.

    Cuentos de sinceridad

    El flautista de Hamelin

    Érase una vez un precioso pueblo llamado Hamelin. En él se respiraba aire puro todo elaño puesto que estaba situado en un valle, en plena naturaleza. Las casas salpicaban elpaisaje rodeadas de altas montañas y muy cerca pasaba un río en el que sus habitantes

    solían pescar y bañarse cuando hacía buen tiempo. Siempre había alimentos de sobrapara todos, ya que las familias criaban ganado y plantaban cereales para hacer panes ypasteles todo el año. Se puede decir que Hamelin era un pueblo donde la gente era feliz.Un día, sucedió algo muy extraño. Cuando los habitantes de Hamelin se levantaron porla mañana, empezaron a ver ratones por todas partes. Todos corrieron presos del pánicoa cerrar las puertas de sus graneros para que no se comieran el trigo. Pero esto no sirvióde mucho porque en cuestión de poco tiempo, el pueblo había sido invadido por miles de

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    roedores que campaban a sus anchas calle arriba y calle abajo, entrando por todas lasrendijas y agujeros que veían. La situación era incontrolable y nadie sabía qué hacer.Por la tarde, el alcalde mandó reunir a todos los habitantes del pueblo en la plazaprincipal. Se subió a un escalón muy alto y gritando, para que todo el mundo leescuchara, dijo:

     – Se hace saber que se recompensará con un saco de monedas de oro al valiente queconsiga liberarnos de esta pesadilla.La noticia se extendió rápidamente por toda la comarca y al día siguiente, se presentó un

     joven flaco y de ojos grandes que tan sólo llevaba un saco al hombro y una flauta en lamano derecha. Muy decidido, se dirigió al alcalde y le dijo con gesto serio:

     – Señor, vengo a ayudarles. Yo limpiaré esta ciudad de ratones y todo volverá a lanormalidad.Sin esperar ni un minuto más, se dio la vuelta y comenzó a tocar la flauta. La melodía

    era dulce y maravillosa. Los lugareños se miraron sin entender nada, pero mássorprendidos se quedaron cuando la plaza empezó a llenarse de ratones. Miles de ellosrodearon al músico y de manera casi mágica, se quedaron pasmados al escuchar elsonido que se colaba por sus orejas.El flautista, sin dejar de tocar, empezó a caminar y a alejarse del pueblo seguido por unalarguísima fila de ratones, que parecían hechizados por la música. Atravesó las montañasy los molestos animales desaparecieron del pueblo para siempre.¡Todos estaban felices! ¡Por fin se había solucionado el problema! Esa noche, niños ymayores se pusieron sus mejores galas y celebraron una fiesta en la plaza del pueblo con

    comida, bebida y baile para todo el mundo.Un par de días después, el flautista regresó para cobrar su recompensa.

     – Vengo a por las monedas de oro que me corresponden – le dijo al alcalde – Hecumplido mi palabra y ahora usted debe cumplir con la suya.El mandamás del pueblo le miró fijamente y soltó una gran carcajada.

     – ¡Ja ja ja ja! ¿Estás loco? ¿Crees que voy a pagarte un saco repleto de monedas de oropor sólo tocar la flauta? ¡Vete ahora mismo de aquí y no vuelvas nunca más, jovenzuelo!El flautista se sintió traicionado y decidió vengarse del avaro alcalde. Sin decir ni una

    palabra, sacó su flauta del bolsillo y de nuevo empezó a tocar una melodía todavía másbella que la que había encandilado a los ratones. Era tan suave y encantadora, que todoslos niños del pueblo comenzaron a arremolinarse junto a él para escucharla.Poco a poco se alejó sin dejar de tocar y todos los niños fueron tras él. Atravesaron lasmontañas y al llegar a una cueva llena de dulces y golosinas, el flautista les encerródentro. Cuando los padres se dieron cuenta de que no se oían las risas de los pequeños

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    en las calles salieron de sus hogares a ver qué sucedía, pero ya era demasiado tarde. Losniños habían desaparecido sin dejar rastro.El gobernante y toda la gente del pueblo comprendieron lo que había sucedido y salieronde madrugada a buscar al flautista para pedirle que les devolviera a sus niños. Trasrastrear durante horas, le encontraron durmiendo profundamente bajo la sombra de un

    castaño. – ¡Eh, tú, despierta! – dijo el alcalde, en representación de todos – ¡Devuélvenos anuestros chiquillos! Los queremos mucho y estamos desolados sin ellos.El flautista, indignado, contestó:

     – ¡Me has mentido! Prometiste un saco de monedas de oro a quien os librara de la plagade ratones y yo lo hice gustoso. Me merezco la recompensa, pero tu avaricia no tienelímites y ahí tienes tu merecido.Todos los padres y madres comenzaron a llorar desesperados y a suplicarle que por favor

    les devolviera a sus niños, pero no servía de nada.Finalmente, el alcalde se arrodilló frente a él y humildemente, con lágrimas en los ojos,le dijo:

     – Lo siento mucho, joven. Me comporté como un estúpido y un ingrato. He aprendido lalección. Toma, aquí tienes el doble de monedas de las que te había prometido. Esperoque esto sirva para que comprendas que realmente me siento muy arrepentido.El joven se conmovió y se dio cuenta de que le pedía perdón de corazón.

     – Está bien… Acepto tus disculpas y la recompensa. Espero que de ahora en adelante,seas fiel a tu palabra y cumplas siempre las promesas.

    Tomó la flauta entre sus huesudas manos y de nuevo, salió de ella una exquisita melodía.A pocos metros estaba la cueva y de sus oscuras entrañas, comenzaron a salir decenas deniños sanos y salvos, que corrieron a abrazar a sus familias entre risas y alborozos.Era tanta la felicidad, que nadie se dio cuenta que el joven flautista había recogido ya subolsa repleta de dinero y con una sonrisa de satisfacción, se alejaba discretamente, tal ycomo había venido.

    El oro y las ratas

    Hace muchos años vivía en la India un rico comerciante de telas. Vendía unos tejidos tansuaves y primorosos que eran reclamados por las damas más importantes del país y, portanto, se veía obligado a viajar a menudo.Su hogar era grande y seguro, pero el hombre estaba un poco preocupado. Se rumoreabaque últimamente había ladrones merodeando por el vecindario y se sentía intranquilo ¿Y

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    si entraban a robarle durante su ausencia? Antes de partir, se acercó a casa de su mejoramigo para pedirle un gran favor.

     – Amigo, como sabes, tengo que irme y temo que los ladrones asalten mi casa y robenmi caja de monedas de oro ¡Son todos los ahorros que tengo! Vengo a pedirte que laguardes tú porque eres la persona en quien más confío.

     – ¡Por supuesto! Vete tranquilo que yo la mantendré a buen recaudo hasta que vuelvas.El comerciante se fue de viaje hizo sus negocios y una semana después regresó alpueblo. Lo primero que hizo fue pasarse por casa de su amigo.

     – ¡Hola! Acabo de llegar y vengo a recoger la caja de monedas. – ¡Bienvenido! Me alegro de verte pero… me temo que tengo malas noticias para ti –dijo con tono

     – ¿Cómo? ¿Qué pasa? ¿Algo no ha ido bien?… – Pues la verdad es que no… Guardé las monedas que me diste dentro de un cofre

    cerrado con llave, pero vinieron las ratas, lo agujerearon… ¡y se comieron el oro!Evidentemente, el comerciante no creyó semejante estupidez y supo que le estabaengañando para quedarse con su dinero. Puso cara de pena y fingió que se había tragadoel cuento.

     – Oh, no… ¡Qué horror! – dijo llorando y tapándose la cara – ¡Esto es mi ruina! Todauna vida trabajando para nada… Pero no te preocupes, sé que la culpa no es tuya sino deesas malditas ratas.El amigo escuchaba sus lamentos en silencio y con cara de circunstancias. Elcomerciante continuó hablando.

     – En fin… ¡Ya veré cómo consigo salir de esta desgracia!… A pesar de todo, quieroagradecerte el favor que me has hecho y mañana voy a preparar un rico asado. Megustaría invitarte a comer ¿Te parece bien a la una?El amigo aceptó encantado y, con una sonrisilla maliciosa, se despidió pensando queahora el rico era él ¡La jugada había sido perfecta!Pero el comerciante, que de tonto no tenía un pelo, no tomó el camino a su casa sino quea escondidas, entró en el establo del estafador y se llevó su caballo. Al llegar a su casa,lo ocultó, dispuesto a darle una buena lección.

    Al día siguiente, tal y como esperaba, llamaron a la puerta. Era su amigo. – Bienvenido a mi casa ¡La comida ya está lista! Pero… ¿Qué te sucede? Pareces muydisgustado…

     – Sí, así es. Anoche alguien entró en el establo y robó mi caballo. Era un corcel de puraraza, el mejor que había en toda la comarca ¡Su valor es incalculable!

     – A lo mejor – respondió el comerciante pensativo – se lo ha llevado la lechuza. – ¿La lechuza?…

     

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     – ¡Sí, la lechuza! – repitió tratando de resultar creíble –Anoche me asomé a la ventana ycon mis propios ojos, vi una lechuza que volaba cerca de las nubes, transportando uncaballo entre sus patas.

     – ¡Bobadas! ¿Cómo una pequeña lechuza va a sujetar un enorme caballo? ¡Eso esimposible!

     – No… ¡Sí que es posible! Si las ratas comen oro ¿Por qué te resulta extraño que laslechuzas puedan sujetar caballos en el aire?El amigo captó la indirecta. Se dio cuenta de que el comerciante había pillado la mentirade las ratas y pretendía avergonzarle. Colorado como un tomate, lo confesó todo yprometió devolverle las monedas. El comerciante, que era un hombre bueno y noble, leperdonó y le sirvió un plato de jugosa carne y un vaso de vino. Después, fue al establo apor el caballo de su amigo y cada uno se quedó con lo que era suyo.Moraleja: si tratas de engañar a alguien, es posible que al final te engañen a ti. Nunca

    hagas a los demás lo que no te gusta que te hagan.

    Cuentos de humildad

    El zapatero y el millonario

    Cuenta la historia que en una pequeña ciudad vivía un zapatero que siempre se sentía

    feliz. Dentro de casa tenía un humilde taller donde trabajaba sin descanso remendandozapatos y poniendo suelas a las botas de sus clientes. Era una labor dura pero él nunca sequejaba. Todo lo contrario, cantaba a todas horas de lo contento que estaba.En la casa de al lado vivía un hombre muy rico pero que dormía poco y mal, porque encuanto conseguía conciliar el sueño, se despertaba por los cantos del zapatero que lellegaban a través de la pared.Cierto día, el vecino ricachón se presentó en casa del zapatero remendón.

     – Buenas noches – le dijo. – Buenas noches, señor – contestó sorprendido – ¿En qué puedo ayudarle? – Venía a hacerle una pregunta. Veo que usted se pasa el día cantando, por lo queimagino que será un hombre muy feliz y afortunado. Dígame… ¿Cuánto dinero gana aldía?

     – Bueno… – respondió pensativo el zapatero – Si le soy sincero, gano lo justo para vivir.Con las monedas que me dan por mi trabajo compro algo de comida y por la noche ya

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    no me queda ni una moneda para gastar ¡Es tan poquito que nunca consigo ahorrar nidarme ningún capricho!

     – Vaya, pues quisiera ayudarle para que viva usted un poco mejor. Tenga, aquí tiene unabolsa con cien monedas de oro. Espero que con esto sea suficiente.El zapatero abrió los ojos como platos ¡Era muchísimo dinero! Pensó que estaba

    soñando o que se trataba de un milagro. Después de darle las gracias al generoso yacaudalado vecino, levantó una baldosa que había debajo de su cama y escondió la bolsaen el agujero. Volvió a taparlo y se acostó.Pero el zapatero no podía dormir. No hacía más que pensar que ahora era rico y teníaque estar alerta por si alguien entraba en su hogar para robarle las monedas. Esa noche ya partir de esa, todas las noches, daba vueltas y vueltas en la cama, con un ojo medioabierto vigilando la puerta y poniéndose nervioso en cuanto oía un ruidito ¡La tensión leresultaba insoportable! Como no dormía casi nada, se levantaba tan cansado que no le

    apetecía ni cantar. Dejó de ser el hombre alegre que trabajaba cada día con ilusión.¡Pasadas dos semanas ya no pudo más! De un salto se levantó de la cama y cogió labolsa de monedas de oro que tenía camufladas bajo la baldosa del suelo. Se puso unbatín, unas zapatillas, y pulsó el timbre de la casa del vecino.

     – Buenas noches, querido vecino. Vengo a devolverle su generoso regalo. Le estoy muyagradecido pero ya no lo quiero – dijo el zapatero al tiempo que alargaba la mano quesujetaba la bolsa.

     – ¿Cómo? ¿Me está diciendo que no quiere el dinero que le regalé? – contestósorprendido el millonario.

     – ¡Así es, señor, ya no lo quiero! Yo era un hombre pobre pero vivía tranquilo. Melevantaba cada jornada con ganas de trabajar y cantaba porque me sentía satisfecho yfeliz con mi vida. Desde que tengo todo ese dinero, vivo obsesionado con que me lo vana robar, no duermo por las noches, no disfruto de mi trabajo y ya no me quedan fuerzas.Prefiero vivir en paz a tener tantas riquezas.Sin esperar la réplica, se dio media vuelta y regresó a su hogar. Se quitó el batín, sedescalzó y se metió de nuevo en la cama. Esa noche durmió profundamente y con lasensación de haber hecho lo correcto.

    Moraleja: no por ser más rico serás más feliz, ya que la dicha y el sentirse bien con unomismo se encuentran en muchas pequeñas cosas de la vida.

     

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    La mochila

    Se cuenta que hace muchos siglos, Júpiter, el dios de los romanos, mandó llamar a todoslos animales de la tierra. Quería reunirlos para que le contasen cómo se sentían y sihabía alguna cosa que les preocupara, sobre todo en relación a su aspecto físico.

     – Os he convocado esta tarde porque quiero saber cómo estáis. Si hay algo de vuestroaspecto que os preocupa o queréis presentar alguna queja, contad conmigo que yointentaré ayudaros a buscar una solución.Todos se miraron sorprendidos y sin saber qué decir. Viendo que ninguno se animaba ahablar, Júpiter tomó la iniciativa.

     – A ver… Por ejemplo, tú, monita ¿Hay algo de ti que no te guste y que quierascambiar?

     – ¿Yo? Ay, no señor, me siento encantada con mi cara y con mi cuerpo. Tengo suerte de

    ser un animal estilizado y ágil, no como mi amigo el oso, que como ve está gordo yparece una croqueta gigante.Júpiter buscó al oso con la mirada. Allí estaba, deseando opinar. Con un gesto, le incitó aque lo hiciera.

     – Gracias por permitirme decir lo que pienso, señor. No estoy de acuerdo con la mona.Es cierto que no soy ágil como ella, pero tengo un cuerpo proporcionado y un pelajemuy bello, no como el elefante, que es pesado, torpe y tiene esas orejas tan grandes quecasi las arrastra por el suelo cuando camina.El elefante, por su tamaño, estaba al fondo del salón del trono. Levantó su trompa parapedir permiso.

     – Di lo que quieras, elefante. – Lo que ha dicho el oso es una bobada ¡Ser grande y pesado es una gran virtud! Mepermite ver al enemigo a una enorme distancia y me convierte en un animal casiimbatible. Las orejas son útiles abanicos y casi nunca tengo calor. En cambio, mire elavestruz, que tiene unas orejas que ni se le ven y un cuello demasiado largo ¡Su cuerposí que es estrambótico!El avestruz frunció el ceño y, adelantándose un paso, se plantó frente al dios.

     – ¡Ese paquidermo no sabe lo que dice! Soy uno de los animales más veloces queexisten y no cambiaría mi cuerpo ni por todo el oro del mundo. Mi cuello es fino yelegante, no como el de la pobre jirafa, que sí que es más largo que un día sin pan.Todos se giraron para localizar a la jirafa que, muy digna, alzó la voz para que Júpiter ytodos los presentes la escucharan bien.

     – ¡Qué absurdo lo que dice el avestruz! ¿Quejarme yo de mi largo cuello? ¡Todo locontrario, es fantástico! Lo veo todo y alcanzo los frutos de las ramas más altas a las que

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    nadie llega y que sólo yo puedo degustar ¡Mala suerte tiene la tortuga, que es tan bajitaque se pasa el día tragando el polvo del suelo!Júpiter empezaba a hartarse de la situación, pero hizo un barrido con los ojos buscando ala pacífica tortuga. Sí, allí estaba también, situada entre un perro y un gato, por si surgíanpeleas entre ellos. Con voz cansada, le cedió la palabra.

     – A ver, tortuga… ¿Tú qué tienes que decir sobre esto? ¿Es cierto que tragas polvo? – ¡Ja, ja, ja! ¡Menuda tontería! Con cerrar la boca es suficiente. Si hay algo queagradezco a la naturaleza es la suerte de llevar la casa siempre a cuestas. Me sientoprotegida en todo momento y no tengo que preocuparme de buscar refugio. Pienso en lomal que lo pasan otros como el sapo, siempre a la intemperie, y eso sí que me da pena.El dios Júpiter se levantó enfadado y con su bastón de mando, dio un golpe en el sueloque retumbó como un trueno.

     – ¡Basta! ¡Basta ya! ¡Cada uno de vosotros os creéis perfectos y estáis muy

    equivocados! Todos tenéis defectos porque ningún animal del mundo lo tiene todo, perosois incapaces de verlo. Sólo distinguís los fallos que tienen los demás que están avuestro alrededor y esa es una actitud muy fea por vuestra parte.La sala se quedó en absoluto silencio. Ni la mosca se atrevió a zumbar y se quedóposada sobre el lomo de una burrita que escuchaba al dios con las orejas gachas.

     – De verdad os digo que cada uno de vosotros lleváis una mochila cargada con vuestrosdefectos a la espalda para no verlos, y en cambio, una bolsa con los defectos de losdemás sobre el pecho, para verlos en todo momento.Y dicho esto, Júpiter, agotado, disolvió la reunión y se fue a descansar con la esperanza

    de que alguno de esos animales cambiara su comportamiento en el futuro.

    Moraleja: Por lo general, vemos los defectos que tienen otras personas pero no nosdamos cuenta de que nosotros también tenemos unos cuantos. Es bueno reflexionar,darse cuenta de que todos cometemos errores y ser buenos y justos a la hora de juzgar alos demás. Nadie es perfecto.

     

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