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CUENTOS À SONNY

Este Libro fue Editado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República,Colombia

Este Libro Fue Digitalizado Por La Biblioteca Luis Ángel Arango Del Banco De la República,Colombia

Sonny.



/L-C)

CUENTOSA SON NY

ESCf'it08 en inglés

FOB

S. PÉREZ TRIANAVERSIÓN CASTELLANA DE

TOMAs O. EASTMAN

\:,..\,- ':) [)E¥REPURLi:-i\¡)~~j(>tf(A L.UI'S o··¡' ¡..;\¡

CATAl()' -.MADRID

IMPRIlNTA Y KSTKRROTIPIA DE RICARDO FÉ

Calle del Olmo, núm. 4

1907:.....--- ---------------- - - ---- .-------. ------



ES PROPIEDAD



IN D I CE

TEXTOPág ••

PRÓLOGO ••• 7

Prefacio •.•• 25El arroyuelo •• 27

De cómo la família Chimp vino à la ciud:td. 35El Galeón ••••.••••• 52Una tertulia •••••.• 73La tierra de El Dorado •• 85Mina y Bili, •••••• 104

LÁ~IINA S

Sonny •••••••••••• 3La familia anduvo por las calles. 47El efecto rué sorprendente ••.• 83Bochíca se dejó ver alla arriba entre Ins nubes 94¿Puedo ... volar. .. contigo? •••.•••. 104



PRÓLOGO

I

Es grande la abundancia de cuentos paraniños en la literatura inglesa, en la francesa yen la alemana: cuentos de animales parlantes~de hadas y princesas; de duendes y encanta-mentos; de castillos, justas y torneos; ó deviajes á regiones imaginarias, como los deGulliver~ ó sobre aventuras de mar y tierra,como las de Robinson Crusoe; ó sobre temasde la Biblia y de las mitologias griega y es-candinava. Tales historias, que alcanzan ácentenares de volúmenes de cuantos preciosy formatos puedan imaginarse, tienen secciónespecial en los catálogos de las librerías, co-mo cualquier otro género literario, y son mu-



-8-chas las empresas editoriales, aun entre lasmás serias, que en el elenco de sus publica-ciones incluyen varios tomos de fairy tales,COlItesdejÙs ó KÙldermarchm. Mas aún, hayeditores que no publican libros de otraespecie.

y no vaya á creerse que son escritores depacotilla todos los que ese género cultivan:los autores más encopetados no desdeñandescender hasta el público infantil para ha-eerie el obsequio de una fábula ingeniosa, deun apólogo intencionado ó de un cuento pri-moroso. Asi es que al recorrer la lista de losautores tropieza uno á cada paso con nom-bres que en otros géneros han alcanzadoaplauso universal. Y no faltan escritores, co-mo los hermanos Grimm (alemanes), Ander-sen (danés), Swift y Defoe (ingleses), Perraulty la condesa d' Aulnoy (franceses). cuyareputación literaria se funda exclusiva ó prin-cipalmente en los libros con que han sabidoencenderles la imaglOación y cautivarles elánimo á los muchachos.



De manera muy distinta andan las cosasen nuestra literatura. Entre nosotros, loscuentos para niños no son materia literaria:nuestros escritores los miran Call desùén; ycuando alguno, por excepción rarísima, es-cribe algo para los niños, lo hace siempre enverso, es decir en la forma menos propia, co-mo para hacerse perdonar lo inconvencionaldel fondo con lo artificial y trabajado de laforma. Y si algun editor resuelve espigar enese campo, se descuelga casi siempre conunas cuantas traducciones pecadoras, pla-gadas de expresiones y costumbres exóti.cas, que los niños no comprenden. De don-de resulta que va haciéndose perdurable elimperio exclusivo de Bertoldo, Derto¡dÙzo yCacascllo.

¿Será inhabilidad de nuestros escritores pa-ra ese género? Injusto sería decirlo, ya por-que en él no hay nada que sea particularmen-te difícil, ya porque en ellos hay capacidadesliterarias para mayores empeños. Sin salir deColombia, basta recordar El avaro JI el eJlvi-



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dioso, La perrilla y varios de los Cumtos pill-tados, para.'convencerse uno de que, si nues-tros escritores lo qui.sieran, los niños de len-",-gua española pudieran tener tesoros en esamateria.

¿Serán nuestros muchachos menos peri.tos en el arte de leer que los de otras partes?De ningún modo, ya porque los nuestros sonen general más precoces que los de otras la-titudes; ya porque las escuelas de lectura sehallan entre nosotros al alcance de todas lasfortunas, cosa que no siempre sucede en Eu-ropa; ya en fin porque nuestra ortografia,que tiene sin duda irregularidades para elque escribe, posee la precisión de una trans-cripción fonética para el que lee. En españoles factible enseíiarle á leer á un muchachoen pocas semanas, al paso que en inglés óen francés no aprenden los nifios á leer ;iderechas ni aun después de haber sudado elquilo por varias anos (1) •.

(I) Calcula un escritor ¡¡otable en Til<' Spelling Ex-périmenter. núm. 18, que con un abecedario fonético



- Il-

La razón de aquella pobreza tal vez radi·que en el carácter general de nuestra litera-tura, que anda chiflada por el lado de lassublimidades y grandilocuencias. Para los sa-jones, escribir no es más que conversar conel público por escrito; para nuestros escri-tores no bay tal conversación .ni cosa que lovalga: escribir es espetarle al público discur·sos encendidos, tragedias espeluznantes, pro·

(como es para el caso el español) tres meses son bastan-tes para enseñarle á leer á un muchacho, al paw quetres años son pocos con una ortografia como la ingles3.Al cabo de los tres meses el niño español puede leercon seguridad y corrección cualquier palabra nuevaque se le presente; al cabo de los tres años el mucha-cho ingiés no sabe leer sino las palabras que le son co-nocidas: si da con un vocahlo que no conozca, ya nopuede decir con seguridad cómo ha de leerse.

Si se averiguara cuántos millones de niÎÏos tienenque aprender á leer en inglés generación por genera-ción y se avaluara luego en dinero el tiempo que pier-den por Jas complicaciones de la escritura, resdtariaclaro que esta su ortografia bárbara les cuesta á lospueblos de lengua inglesa muchos millones de librasesterlinas.

Idénticas consideraciones pueden hacene respectodel francés.



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clamas bélicas. Aun los individuos que en loprivado son conocidos por mansos y longá-nimos, resultan unos terribles cuando escri·ben. Existe la sugest£ól1 del tintero y es en-loquecedora. El que escribe sobre política,religión ó filosofía, quiere ser apóstol, pro-feta y Pedro el Ermitaño, todo en una pieza;cada orador es una pitonisa que desele sutrípode lanza imprecacioncs capaces de po-ner micdo en el vecindario; cada historiadores un Tácito illdignado; cada poeta es unJob.

Se comprende muy bien que en una lite-ratura tan cálidamente emocional no prospe-ren los cuentos infantiles, en los cuales notienen cabida las tiradas de elocuencia, lasinvectivas quemadoras, ]05 hastías irreme-diables ni las líricas gemebundas.

Es por tanto de aplaudir que un escritorcailla Pérez Triana, que ha ganado puestodistinguido en dos literaturas diferentes,rompa en este particular con las tradicionesde la nuestra y se atreva á comprometer la



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supradicha sublimidad de nuestras letras, pu·blicando en español tin volumen de cuentospara niõos. Cometida esta primera irreve-rencia, tanto más señalada cuando se cometeen prosa, esto es, sin la circunstancia ate-nuante de los versos, cabe en lo posible queotros escritores se dejen arrastrar por la ten-tación y resuelvan seguir el mal ejemplo.

II

Pérez Triana es escritor inglés meramentepor circunstancias de tiempo: cuando empe-zó á escribir vivía en un país dorde se hablaesa lengua y en ella se produjo pan que leentendiera el público á quien tenía que diri·girse. Si entonces hubiera vivido en Fran·cia, hoy sería escritor francés, y lo sería ita-linno ó alemán, si otra hubiera ',ido m re~i·dencia ocasional. No sólo posee todas esaslenguas, sino que con facllidad dominaríaliterariamente la que por cualquier motivo



-14-reclamara su atención. Sus capacidades lin-güísticas son sencillamente maravillosas: supercepción es tan rápida, su intuición tansegura, su poder de asimilación tan grande,que á élie acontece con las lenguas extrafiaslo que á los demás apenas les sucede con lapropia; y es que no se da cuenta de la mayorparte de las irregularidades idiomáticas sinocuando se pone á analizadas. Tales irregula-ridades, que para otros son motivo de per-plejidad y desorientación, á él le sirven comoasidero para penetrar más hondamente en laíndole de la lengua que estudia. Cuanto másidiomática es una expre·;jón, con más fir-meza se le graba en la memoria, más rápi.damente le acude á los labios y con más ga-lanura la engarza en el discurso. Su proce-dimiento para aprender idiomas es entera-mente sintético, y difiere tanto del que siguey tiene que seguir el común de las gentes,que si fuese á ensefiarles por su método unalengua extranjera á estudiantes de capacida-des ordinarIas, de fijo no aprenderían mayor



-~s-cosa. Cuando se le hace una pregunta sobrealgún punto complejo de lingüística, la res-puesta que da deja \'er en el acto gue paraél es bastante extrafto e/modo como á losdemás se les presentan las dificultades: haysubstancial diferencia de visión. Él s-e apo-dera del genio íntimo de las lenguas, de suíndole recóndita; adquiere el instinto del

. idioma respectivo y se pone en capacidad desmtir al oído si una expresión es exÓtica óno, sin necesidad de confrontaria con regIasde ninguna especie. Para la generalidad delos estudiantes es casi imposible dejar de es-tablecer comparaciones entre Ja propia len-gua y la extraft:\; no aciertan á descartar lasasociaciones mentales anteriores y propen·den de un modo casi invencible á traducirCil otras lenguas Jas frases y expresiones dela suya. Para Pérez Triana no sólo no existeesa dificultad sino que existe la contraria: nopuede traducir á un idioma lo que ha es-crito en otro, Cuando la necesidad le obligaá intentar esa empresa, suda la gota gorda



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y al cabo sale con una obra que en el fondopuede ser igual, pero que en la forma no sóloes distinta sino completamente nueva.

Casi todos los hombres pueden aprenderla gramática y un vocabulario más ó menosextenso de una lengua extranjera, y retenercierto número de frases ya hechas, que sir-ven como patrones para conslru ir otras nue·vas. Con esos pertrechos, no les es difícilentender lo que oyen ó leen, y expresar,con más ó menos afluencia, lo que quierendecir. Son pocos, poquísimos, empero, los

, capaces de aprender una lengua extranjera,en el sentido propio de la palabra, porqueson poquísimos los que pueden adquirir elinstinto del nuevo idioma, y distinguir aloído lo exótico de lo nativo. Y es lo ciertoque esta capacidad, sin la cual110 se sabe elidioma, no se adquiere por el estudio, ni porla práctica, ni por la observación, ni porningún otro medio conocido. Tanto, que sonjustamente los gramáticas y los filólogos, esdecir los que pasan la vida en estudios de



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esa clase, los que de un modo más señaladocarecen de aquel instinto, por punto gene-ral. Discurriendo sobre esto, mencionaSweet, entre otros, al profesor Terrien de laCouperie, filólogo y orientalista francés, quevivió ¡arg'os afias en Inglaterra y escribió eninglés la mayor parte de sus libros. Despuésde transcribir toda una página de The PressCltillcse Lallguages, libro escrito en ingléspor aquel profesor, agrega Sweet que esecurioso pasaje, á pesar de estarrigurosamen-te de acuerdo con los principios gramatica-les, no contiene casi ni una sola cláusula quesea genuinamente inglesa (I).

Tan grande es la dificultad ap.lI1t3da, que110 logran venceria del todo ni aun los pro-fesores de idiomas extranjeros, que desdeniños empiezan á prepararse C'Jn todas lasdisciplinas imaginables, que no pierdenoportunidad de apurar sus conocimientos so-bre la lengua á que se dedican. y que enca·necen en el profesorado. Cuando un nativo

(I) Sweet, The practicad st¡,dy of /illl,Jl/a!Çcs, chap. IX.

2



-18-viene á examinar los textos que tales profe-sores escriben, no deja de encontrar fraseszurdas contaminadas de extranjerismo, queno se le habrían escapado jamás á quien hu-biese recibido el idioma con la leche mater-na. De tal suerte que hoy no es aceptabletexto ninguno cuya fraseología sea obra deun extranjero, á menos que un nativo la ha·ya revisado y corregido previamente.

Tal vez se entrevea ya cómo ha de resol-ver la ciencia aquella dificultad (I); pero ni

(I) Mayor era sin duda la dificultad que para los ex-tranjeros ofrecía la pronunciación, y sin embargo hasido vencida satisfactoriamente. Quien baga hoy díaun curso completo de fonética práclica, queda en ap-titud de dominar la pronunciación de las ¡eD~UaSex-tranjeras basta el punto de que se le tome por nativo.La fonética experimental ba aprovechado cuantos re-cursos prestan las ciencias y las artes modernas y harealizado progresos increíbles en los últimos veinti-cinco años. Por medio de un instrumental rico, variadoy preciso, se miden hoy matemáticamente los elemen.tos constitutivos de cada letra en cada idioma. Si setrata, por ejemplo. de apreci'lr la vibración delas cuer-das vocales en la pronunciación de una letra determi-nada, el experimentador se coloca en el cuello una cor·



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serían de este lugar semejantes especulacio-nes, ni ellas desvirtuarían el hecho indubita-

bata provista de una pera y de un tubo elástico, llenosde aire ambos y comunicados con un aparatoen el cualuna aguja registra sobre un tambor las vibracionesque se propagan por la columna de aire. Conocida lavelocidad con que gira ellambor, es asunto de medirlas líneas frazadas por la a!,:uja, para saber cuántas vi-braciones, de qué amplitud y en qué senlido, corres-ponden á cada lelra, con aproximación de fraccionesde milímetro y de fracciones de s~gundo. Hay apara-tos que sirven para medir, mienlras se pronuncia unalelra, la mayor ó menor distancia de los labIOS entresi, ó enlre la lengua y el paladar; para inquirir el puntopreciso donde se articula cada letra y qué órganos en-Iran en juego; para saber si es oclusiva ó constriCliva;para fijar las naIas musicales que inlegran el limbrede cada letra, ele.

Los resultados ciel estudio experiment.II, cuya pre.cisión supera en mucho á las necesidades de la práC.tica, sirven luego de base para la formación de alJabe-tos org[wicos, coma el de Bell y el de S\\eet. En laiesalfabelos, cada lelra conliene una descripción com-pleta del sonido que representa; un rasg J inrlica si essarda ó sonora; Olro indica si es labial, ó si se arliculaen el paladar blando, en el paladar duro ó en la úvula;olro indica si la posición de la lengua es alta, media óbaja; Olro indica si hay oclusión ó mera constricción,otro si hay nasalidad, etc.



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ble de que la dificultad no está resueltatodavía. Hoy por hoy, para evitar extranje-rismos cuando se habla ó se escribe en una

Por medio de uoa serie de ejercicios metódicos,aprenden los eSludiantes á mover y á adaptar los labios,la lengua. la úvula y las cuerdas vccales con lanla pre-cisión y facilj,jad como mueve un músico los dedos.Con esa preparación previa, les basla ver el alfabeteorgánico de cualquier idioma para reproducir letrapor letra, con tanta limpieza como reproduciría UD

pianista una serie de acordes musicales_Entre las más accesibles pueden recomendársele al

leclor curioso las si!1:uientes obras sobre la maleria:Sievers, Gnllld~iige der Phonetik; Vielor, KleÍtle PllOne-lik y G.rman prol/ullciatioll; Rousselot, }'rmclpcs de Pho-I/<-tiquee~tt'YlIIltItlale y Précis de prono'làatwn /ral/çaise;Sweet. A trimer of phonetics y A p,il/ur of spokm En-glish; Rippmano, Elell/mts of pltoneli.,s, EI/glis;" Frmcltaná Germall; Passy, Petite pllOnétique comparée, Les sonsáu jrallfais; Abre/{é de pYJnollciatioll fra'lç áse, Le frall-fais parlí:, Elf/llf/ltarbuclr dIS g~sprochmm FrallÚjsisclt yLe Maitre phonétique; Lloyd, Norlhml Ellg/sil; Vianna,Portugais; Josselyn, Etude sur la phoJltt/que italie/we. Enalgunas de esas obras se hallarán obs~n'aciones inte-resanles sobre la fonología española. pueden ademásleerse con provecho Robles Fonética ~"'eral, y Araujo,Es(¡¡iIOS de fOI/í:tica caslellalla. Se anuncia la próximapublicación de otro libra de Josselyn: Etudes sur III

Phollétique e-'tagllole.



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lengua extraña, no hay más que un recurso,y es tener oído y aptitudes de verdaderolingÜista. Así como el músico percibe lasdiscordancias de los sonidos, y el pintor lasde los colores, el lingüista percibe las disa-nancias de las palabras en lenguas que noson la suya. Y sin duda por ser más difícilesto último, es por lo que abundan menoslos grandes lingüistas á la Mezzofanti, Pal-mer y Rosenthal, que los grandes mÜsicas ylos grandes pintores, no obstante que siem-pre ha sido mucho mayor el número de losque estudian idiomas que el de los que cul·tivan la música ó la pintura.

Si es difícil no cometer solecÍ:;mos en unalengua extranjera, aun limitándose uno áusar un vocabulario reducido y no aventu-rándose en giros laboriosos y poco trillados,imagínese cómo aumentarán las dIficultadesen número y magnitud cuando se trata deescribir con toda la abundancia y solturaque se requieren para hacer obra propia-mente literaria. Y esto es, sin embargo, lo



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que hace en inglés Pérez Triana como quiencose y canta. Aun escribiendo en su propialengua y sobre negocios trivialísimos. pocosalcanzarían la pasmosa rapidez con que élle dicta al taquígrafo un trozo literario eninglés.

y cuenta, que no es rubbis/t lo que dic-ta. Sobre temas siempre serios y de alcance,porque cs uno de los americanos que mássaben y más piensan, con miras siempre hu·manitarias y generosas, porque no pierde suorientación libérrima ni un solo instante, vadejando caer imágenes vívidas, giros elegan-tes y frascs idiomáticas y pintorescas. Hayocasiones en que la natural mesura de lalengua inglesa le viene estrecha á la abun-dancia de Pérez Triana: las cláusulas se re-cogen entonces como resortes en tensión, lacoloración del estilo se torna más intensa yel discurso empieza á moverse con los estre-mecimientos de un caballo de bríos, bajo laspiernas del jinete.

Pérez Triana goza fama de orador inglés



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muy aplaudido; las más serias revistas ingle-sas y norteamericanas solicitan y pagan ge-nerosamente S\l colaboración; en la prensasus libros han arrancado aplausos á la redon-da, aun siéndole hostiles en ideas muchosde los críticos que los han juzgado. Bien ga-nado se 10 tiene.

Londres, Xoviembre, 1006.

TOM.\S O. EASTMAN



r~RJt,~E1ACIO

Estas llistorietas le f/teron: coutadas áSantiaguito durallte la jJrimaZJera y princi-pios del verallO del presente (<'llO,en 1lIUS-Iros paseos matmales por el frondoso Retirode 111adrid .. Era llegado el mOI/tellto de cor-tark los ri:Jos al nÍílo, yeso l/OS turbaba elespíritu á su madre y á mí. Coincidió aquelperíodo COll la gllt'rra r!lso-j~pollesa y conotros acontccimÍt'lllos que paredtl1l preompllrá las gmtes.

1'.sos rizos, que como IIll ¡¿alo cercaban sucarita de infante, tuvieroll qUi' ser re/t'gadosá los archivos de la memoria, COll talltaso/,-as cosas bdlas que tuvÙrOll Sit dia: lasflores de las pasadas primaveras, las brisasfragal/tes de los veranOJ idos.

Sa1/tiaguito cumPlía Oc/1O allOS. COl/tarleestas fábulas fue 1m placer para mí. A élIe



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gus/aroll y ésta filé credda rccompmsa, su-perior á Iodas mis esperanzas.

O/ros chiquillos á quÙnes luego se It'S hancon/ado, Ùs han imp.1rtido también su opro-badón. No se les debe aplicar ulla críticamás alta, si es que puede ¡label' 1Ina criticamás alta en d presente caso. No esp{ro, pues,la aprobilCiólIde las personas mayores,. másaún, 110 me !talagaría gran cosa.

VUe/CIlpor el mundo estas j;lbllli//as talcomo llacierOn-sÙl arte y sill pre/ensiones.-Tal vez agradm á otros clliquíllos. No porsu mérito, que ningullo tiellell, sillo por lasagrada pureza de las horas en que 1zacÙ-ron, para el autor seráll siempre estas histo-rie/ilS ?lI1afuell/e de serena ,'egoci.faJ' un te-soro de íl//ima Ü'rIzura.

S. PÉIŒZ TRIANA

lI/adrid, Septiembre, fr;o5.



EL AHROYUELO

Sonny andaba. cogiendo flores p')r la la·dera. Medio ocultas entre el césped veíanseflores blancas, azules y amarillas.

Al arrancar una pequeñita, sintió en lamano algo como una caricia, con',o cuandoel perro se la lamía. Miró y vió un hilito deagua que manaba del suelo y cer.telleaba ála luz del sol.

-Buenos días, arroyuelo--,díjo Sonny.-Bllenos días, Sonny- le contestó el

arroyuelo. Esa inesperada respuesta no dejóde causar~e admiración á Sonny por aigu.nos instantes.

--¿De dónde vienes?--preguntó el niño.-De las entrañas de la tierra.-¡Las entrañas de la tiern! ¿Y qué es

eso?-De debajo del suelo; hondo, muy hondo.---j Ahl ¿Es bonito allá?-No; esobscurisimo, horroroso,y no sabe



-28-uno por donde anda. Y está uno siempreentre rocas enormes, y rendijas estrechas, ygrandísimas cavernas negras, donde el vien-to da gemidos al soplar y donde se oyenruidos que ponen miedo.

-¿Y cómo saliste de allá?-Como ya había estado antes acá arriba,

sentía deseos de volver á ver el sol, y elcielo, y los árboles, y las flores, y todasestas lindas cosas; así fué que apenas ví unrayito de luz me fuí yendo tras él, tras él,y ... aquí me tienes.

-¿Vas á qucdarte.aquí?-jOh, nol tengo que ir á donde me lleva

la colina.-¿La colina? Ella no le llevará á ninguna

parte, porque no se mueve.-No se mueve, pero se inclina y me

hace rodar.Entretanto el arroyo había ido formando

un pozo; luego desbordó y empezó á fluirlentamente, detenido á cada instante por laspiedras, las ramas caídas y los montículos



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de tierra. Pero él desbordaba por encimadespués de algunos instantes, ó torcía elcurso por un lado, andando siempre haciaabajo.

Sonny seguía detrás, notando que elarroyo iba creciendo á mediùa que otrosarroyos se le juntaban.

Pronto llegaron al pie de la colina. Nolejos de allí se alzaba un alto muro de pie-dra sobre el camino del arroyo.

-No pucdo pasar por er,cÎma de estemuro-dijo el arroyuelo.-P'~ro ya encon-traré alguna abertura por deb.,jo.- Y se des·lizó á lo largo del muro hasta que encontróla abertura.

---¿Pero vas á dejarme?--dijo Sonny;-yono puedo pasar por debajo de ese muro.

- TÚ debes buscar alguna puerta.Sonny encontró una y pilsando por ella

fué á juntarse con el arroyuelo. Lo encontróencharcado en un gran pozo y muy distintoya del arroyuelo chispeante que con él ha-bía bajado de la colina.



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-Hola, Sonny.-¿Hola, eres tú?-Sí, estoy preparándome para el viaje.-¿Aún vas más alla?-Por supuesto; si apenas acabo de par-

tir. Todavía tengo que cruzar esto,; campos,deslizarme bajo aquellos árboles, pasar porentre aquellas montafias que azulean á lo le.jas y seguir más adelante, más adelante.

Sonny se sintió triste: le habría gustadotanto proseguir con su amiguito, pero ¿cómohacer? El arroyo notó lo que Sonny sentía;y como cada arroyo tiene un hada, él evocóla suya, sin que el niiío supiera cómo. Elhada apareció cn la canastilla de un globomuy grande, conducido por dos águilas blan-cas muy hermosas; luego preguntó para quéla habían llamado.

El arroyo la dijo:- Sonny, que es esteamigo mío, desea acompafiarme; y yo que.rría que tú lo tomases en tu globo y quejuntos me siguieseis.

il El hada sonriendo colocó á Sonny á su



-3[-lado. El arroyo echó á andar lIuc\'amente.Ya había crecido de un modo consicierable,y á mediùa que avanzaba recibía nuevosarroyos que iban aumentando 3U volumen.

Sentado al lado del hada, Sonny se sentíacontentísimo y podía entender lo que decíantodas las cosas que le rodeaban. Las hojue-las del céspcd murmuraban: Agua, agua, ¡ohqué placer! Y las plantas y los arbustos re-petían: ¡Oh qué placer! Y los árboles copa-dos, inclinando la cabeza, susurraban: Agua,agua. ¡oh qué placer!

Los pájaros y las flores y todos los seresvivientes parecían rcgocijarse al paso delarroyo; la naturaleza y la vida cobrabannueva luz. y Sonny lo veía muy bien.

A su tiempo el arroyo llegó á la e~trechagarganta de las montañas. Un peñasco cnor·me cerraba el paso, diciendo con altanería:¡Atrás, atrás! ¡Por aquí no pasarásl El ¡¡rra-yo se precipitó sobre la roca, la cubrió deespumas, y siguió de largo su ,;amino riendode gozo.



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Un cerro grande y pedregoso, vino luegoá interponerse en el tránsito diciendo: iAtrás!IPor sobre mí no podrás pasarl

El astuto arroyo torció el curso por el piedel cerro y prosiguió su marcha gozosa·mente.

Desde el altí"imo risco se desplomó des·pués en una profunda cuenca de roca, ar·queando el lomo y tronando con pujanza.De allí siguió, tras ligero reposo, por el de-clive de la montaña.

y encontró ruedas grandes y pequeñas ylas puso en movimiento para que hilasen elalgodón en los telares, y aserrasen las trazasconvirtiéndolas en tablaje y mo!iesen el gra-no convirtiéndolo en harina.

Al pie de las montañas, en los camposdonde las cosechas carecían de riego, la co-rriente se extendió en todas direcciones re-partiendo nueva vida. Y en todas partes erauna bendición para los hombres, para lasplantas y para las bestias.

Pero ya no era un arroyo: ya era un río.



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Sobre sus riberas se alzaban casas y granjas,y sobre s us 10m os flotaban numerososbarcos.

El hada tocó el globo con su varita y loconvirtió en un hermoso bote; tocó las águi-las y las convirtió en dos delfines con bri-llantes arreos de plata; enganchados al bote,iban remolcándolo por el centro de la co-rriente.

A poco se deslizaron bajo lo:; arcos degrandes puentes. En Jas riberas surgían pa-lacios, iglesias, fábricas y muelles, á los cua-les estaban amarr::ldos navíos inmensos Son-ny veía todo aquel desfile de maravillas; lospalacios, los navíos y las casas se reflejabanen el agua y semejaban otro mundo inver-tido.

El río era más ancho á cada instante; Jasciudades aparecían y volvían á d'~saparecer;buques de diferentes tamailos y aparejos pa-saban navegando; un viento salino le rozabalas mejillas á Sonny.

Un gran ruido, como de un tn:eno distan-

3



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te, comenzó á llenar los aires. Del fondo delrío surgió la voz del arroyuelo, lamisma'vozque Sonny había oído allá en la lejana coli·na, mucho tiempo antes, por lo que á élIeparecía:

El Océano está ya muy cerca, y ahí ter-mina mi viaje. Oye, Sonny, niño querido: te-nemos que volver á la. colina donde nos en-contramos primero, á cogerflorcs silvestres ...

y se extinguió la voz del arroyo; y el hada,el bote, los delfines de brillantes arreos, elanchuroso río y el trueno lejano, todo, todose desvaneció repentinamente.

Sonny despertó y se encontró tendidosobre el césped, en la ladera, cerca del arro-yo que seguía corriendo y centelleando á laluz del sol. Todo estaba como antes, sàloque el arroyo había perdido la facultad dehablar.



DE COMO LA FAMILIA CHnIPVŒú Á LA CIUDAD

Con ser y hallarse en la plenitud de la vi-da, míster Chimp se había ya retirado de lasocupaciones activas. Vivía tranquilamenteen el seno de su familia, teliz en el amor demissis Chimp y de los cuatro rctOfios, doschicos y dos chicas, que el cielo le había de.parado para bendición de su casa.

Casa situaùa en lo profundo de una dilatada selva, poblada de árboles mayores, quealzaban á grande altura sus tupidas copas yentrelazaban sus brazos extendidos, por mu-chas leguas á la re.donda.

Debajo de Jas árboles, en eJ monte bajo,bullían numerosos y variados Jas h¡:,bitantesde Ja selva; granùes unos, chicos otros; éstoscorrían, aquéllos se deslizaban; los è e acá searrastraban torpemente; Jas de allá iban mar·chanda con lentitud y solemnidad. Había ar-dillas y conejos, zorras y venados, lagartos



y culebras, osos y gatos monteses, y unaturba de pájaros bulliciosos, de plumaje va-rio, cuyos nidos colgaban de las ramas de losárboles.

Pero los Chimps no alternaban con todoel mundo. Ellos habían escogido una de lasramas superiores de uno de los árboles másaltos, y allí dejaban correr la vida, lejos delas turbas insensatas, gozando de una perfec-ta felicidad doméstica.

Fieles á las tradiciones de su raza, no usa·ban vestidos de ninguna clase; circunstanciafeliz que los ponía á salvo de sastres y mo-distas, cuya llegada no siempre es causa deregocijo en los lugares comunes y corrientes.Para eso tenían los Chimps su pelliza natural,que les mantenía calentitos y que, en términosdel oficio, les venía al cuerpo como pintada.

Los quehaceres domésticos no eran pararendir de fatiga á missis Chimp. Baste decirque no tenía que cocinar, porque el bosquecircunvecino proveía á la familia de alimen-tación abundante, que consistia sobre todo



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en nueces, con aditamentos ocasionales, porvía de golosina. de hojas y tallos tiernos,procedentes de ciertas plantas comestibles.Tampoco había, es claro, cuenta c,el tende-ro, ni del carnicero, ni del panadero, ni delos demás proveedores de las casas de lasciudades.

Ventaja pura y neta era todo aquello; demanera que los dichosos padres. libres decuidado en cuanto al mantenimiento de lafamilia, podfan dedicarse por entero á la su-perior educación de sus hijuelos. Inculcában-les, puc:>. aquellas máximas de virtud y desabiduría que habían de asegurarlcs luego lafelicidad tcrrena.

Los Chimps estaban provistos de ciertosapéndices comunmente llamados colas. Eranlargas, flexibles. fuertes, y podían:::nfosc:lrsede mil modos diferentes. Si los bípedos lla-mados hombres se detuviesen á meditar so-bre el asunto, debieran dolerse á la continuade haber perdido Ull aditamento tan útilcamo la cola.



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Mientras missis Chimp, aficionada al des-canso, como suelen serlo las damas de edadmadura. se quedaba perezosamente en lacama en la comba de una rama favorita, mís-ter Chimp salía algunas mañanas á dar unpaseo con sus hijos por los árboles vecinos.Él guiaba la marcha, saltando de una en otrarama y de uno en otro árbol, seguido por suamorosa prole. El precavido míster Chimpcalculaba los saltos de modo que fuesen ade·cuados á los músculos de los chiquillos. Alprincipio. en distancias no muy largas, lossaltos eran como los que daría cualquier bí-pedo en el suelo; luego les fué ensefiandoá que se sirviesen poco á poco de la colapara salvar distancias mayores. Envolvía lacola en una rama sólida. columpiaba el cuer-po como un péndulo en el aire. y, adquirien-do el necesario empuje. soltaba la cola dedonde la tenía asida y se lanzaba á una ramadel árbol próximo. Los niños seguían elejemplo, con mucha timidez al principio, re-gocijados del sport después. Así hicieron



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[argos paseos, en los cuales expioraron todos[os rincones y vericueto:; de la flore~.ta.

Con el tiempo llegaron á realizar verda-deras proezas de atrevimiento. Bajo la d;rec-ción paterna todos [os niños se colocaban encaùena viviente, eslabonando la cola del unoal cuello del otro, sostenidos en el punto departida por míster Chimp, cuya cola se en-volvía á la rama de un árbol; columpiándoseluego la cadena entera, que en sus oscilacio-nes recorría larguísimas distancias, el indi-viduo del extremo se agarraba á \lna ramaallá lejos, el padre se dejaba ir entonces, yhe aquí que todos [os Chimps ib:ln á dar consus personas á un árbol diferente.

Al voiver á casa, cargados á menudo con[os despojos de la correría, toma'nn ei al·muerzo, y después de un ligero descanso,míster Chimp se ponía á instruir á sus hijosen la ciencia de la vida, con sus vi:isitudes ypeligros, tai como la amarga exp'~riencia sela había enset1ado á él mismo.

y aconteció cierto día que, mientras [a fa-



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milia almorzaba, llegó á sus oídos el sonidode una vo; distante. La voz, que apenas sealcanzaba á air, venía de abajo.

-¡Chimp! ¡Chimp!-decía. Luego sonómás cerca repitiendo:-¡Chimpl ¡Chimp!

Missis Chimp, alerta siempre y de ojo avi.zar, fué la que primero advirtió de dónde ve·nía aquella voz. Allá abajo, al mismo pie delárbol, estaba un hombre pelirrojo, con lacara vuelta hacia arriba, el sombrero en lamano y gritando:-¿Quiere usted bajar, mís-ter Chimp?

-No, no bajes, querido mío,-dijo missisChimp: ese que te llama es un nombre maloy puede hacerte algún daño.

-Señora-dijo el hombre,-yo no soymalo. Sólo he venido á invitar á usted, á mis-ter Chimp y á los niños para que me acom-pañen á un corto paseo á la ciudad, dondetodos ustedes tendrán muy lindos vestidospara ponerse.

-i Vestidos, Chimp! Este no puede ser unhombre malo. Bajemos á ver qué quiere.



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Con obediencia de marido, mister Chimpsiguió el consejo de su mujer y eL un abriry cerrar de ajas la familia toda, de~lizándosepor el tronco del árbol, estuvo' delante delrecién venido.

Este avanzó y le dió un caluroso apretónde manos á mister Chimp.

-¿Cómo está usted? Celebro infinito ver-Ia. A los pies de usted, missis Chimp ¿y loschiquillos? ¡Vamos, son un primor! Felicito áustedes con toda mi alma. He venido á in·vitarlos á la ciudad. Mi coche espera á la sa-lida del bosque. En la ciudad ustedes ten-drán que ponerse vestidos: ¡la gente tienetantas preocupaciones! Y en lo social unodebe pecar más bien por carta d,~ más quepor carta de menos. Conque, ¿vienen uste-des? Por supuesto que si; así lo esperaba yo.II.. ustedes se los espera con infinita curiosi-dad ... digo ... quiero decir, con ansiedad, puesel nombre y buena fama de ustedes. ha llegadoá noticia de nuestras gentes, y est.in dese05f-simas de verias y conocerlos á todos ustedes.



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Entretanto el hombre de los cabellos ro-jos iba andando con míster Chimp de lamano y seguido por missis Chimp y los chi-quillos. Pronto llegaron á donde estaba ungran carruaje con cuatro caballos engancha-dos. El hombre abrió la puerta y empujódentro á míster Chimp, y en uu decir Jesústoda la familia Chimp se encontró en el ca-rruaje, rodando sin saber adónde y escu-chando la cháchara incesante del nuevo ami-go, acerca dd mundo maravilloso que ibaná ver dentro de poco.

Algunas horas después llegaron á la ciu-dad, cosa que antes no habían visto nunca,pero sobre la cual les habían llegado algunasvagas noticias, traídas al bosque por un ami-go de míster Chimp, gran viajador en susmocedades.

Casas, iglesias, calles, plaza" parques,tranvías, carruajes, estatuas, fuentes, todo UIl

mundo de cosas revueltas, maravillosas é in-comprensibles que aparecían á sus ojos hor-migucando en todas direcciones, y una mul-



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titud de seres muy parecidos á los Chimps,sólo que iban cubiertos con ciertos ajuaresllamados vestidos, de los cuales había habla-do el h9mbre pelirrojo.

El coche se detuvo, abrióse la portezuelay el pelirrojo se apeó á la entrada de un edi-ficio muy grande. - Aquí, dijo él - losvestirán á ustedes á la última moda. Usted,míster Chimp, se sen'irá pasar á esta habita-ción, los chicos al departamento de los niños,las niñas allí á la izquierda, y usted missisChimp, tendrá la bondad de subir conmigoal departamento de las señoras. Yo esperaréluego abajo, y estoy seguro de que al salirtodos ustedes estarán perfectamente satisfe.chas del resultado.

MIster Chimp fué el primero que salió, me-dia hora después. Estaba hecho todo un ca-ballero, chistera en la cabeza, lentes en losojos, un cuello alto y rígido, corbata con unluciente alfiler de diamantes, levita larga,chaleco de fantasía, pantalón á cuadros, bootas de charol, guantes, cadena de oro, re-



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loj en el bolsillo, nada se había olvidadoParece que la cola había resultado un tanto

estorbosa, pero el inteligente oficial se habíadado trazas de ocultaria, Ó á 10 largo de lasespaldas, ó por entre la pierna del pantalón,que sobre este punto las crónicas no andancompletamente acordes; de suerte, que mis-ter Chimp habría podido ingresar en cual-quier Directorio ó Parlamento, sin lesión nidetrimento para el puntillo de sus colegaspor 10 del apéndice aquel.

En el andar mostraba mister Chimp Id se-guridad de quien se siente en su elemento.Comprendía que los vestidos que llevaba loigualaban á la generalidad de los bípedosque se movían á su alrededor.

Mientras estaba allí en satisfacción muda,cayeron sus miradas sobre una dama elegan-te y graciosa que á la sazón salía del edifi·cia. Como él sabía que missis Chimp se ha-llaba á conveniente distancia, resolvió ¡al finhombre! seguir á la hermosa y tal vez abor-daria, si e~o era pOSIble.



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Andando casi de puntillas, con graciosocontoneo de cuerpo y una sonrisa seductoraen los labios, se acercó á la bella deseonod·da:-Sefiora-la dijo-¿me permitiría ustedque ... ?

Por debajo del enorme sombrero, poemade paja, fieltro, plumas, pájaros disecados yflores exóticas artificiales, se volvió hacia élel rostro de la dama. Suspensos se quedaronpor un instante los dos interesac'.os.

-¡Cómo, Chimp! ¿Eres tú? - exclamómissis Chimp-porque era ella, ella en per-sona.

Habíanla ataviado á la última moda. Noes para un simple mortal masculino intentarsiquiera la descripción de las maravillas deindumentaria que la oficiala había superpues-to y ordenado en el cuerpec.ito de missisChimp. Allí había cintas y encajes f sedas ygasas, bordados y terciopelos. mullidos, es·ponjamientos y llnas como nubes crespas,ballenas, fajas elásticas y todos los misterio-sos, incontables é indescripti':Jles elementos



de que se sirven las mujeres para realzar subelleza y para gastar ci dinero de sus maridos.

En fin, que missis Chimp estaba hecha lagran señora y que habría sido flor y prez encualquier círculo de cualesquiera damas.

Conviene advertir que en el caso de missisChimp el problema de la cola no ofreció se-rias dificultades, debido á las proporcionesarquitectónicas del ajuar.

Pero después de todo, missis Chimp teníacorazón femenino.

-Chimp-había dicho ella-¿así te diri·ges siempre tu á las mujeres que no cono-ces? ¿Yeso á tu edad?-En sus ojos brillabauna lágrima de reproche.

-Yo te c o no ci inmediatamente, te loaseguro, querida mia,-tartamudeó misterChimp.

Ella no insistió, pero el recuerdo de aquelincidente no se le borró de la memoria, yallí estaba para resucitar siempre que ocurríaalguno de esos disgustíllos que casi son dis-

'Igustos, tan frecuentes aún en los hogares



f "I" andu\"o por las calles.La amI la



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más bien constituídos. Porque, segÚn sabe-mos todos, el monstruo ojiverde de los celosno vuelve á dormir una vcz que se ha des-pertado, y se convierte per sécula en cruzy tormento de los desventurados á quicnesha mordido. Sirva esto de advertencia á to-dos y cada uno, ya sean bípeùos de los queviven en las cilldades, ya sean?ersonas concola de las nacidas en los bosques.

A su tiempo salieron los niños, peregrina-mente transn1utados ellos también. Sin dudahubieran podido alternar con los chicos de laciudad. La sola diferencia habría sido quizásque ellos tenían un poco más de pelo delque se aco~tumbra; pero con guantes en lasmanos y sombreros ó gorras en la cabeza,las cosas quedaban en su punto.

La familia anduvo por las calles, acampa-nada siempre por el inseparable pelirrojo, go-zando de la vida urbana y viendo todo lodigno de verse, que pronto iban sintiéndosecomo patos en el agua. Maldita la gracia queles hacía ci pensar en volver á la sencillez de



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su vida primitiva en la floresta. Por suerte suamigo se había anticipado á proveer lo con-veniente para que se quedaran en la ciudad.

Con toda la cortesía y delicadeza que elcaso reclamaba, para no herir el orgullo demíster Chimp ni su puntillo, insinuó que lafamilia debería aceptar una invitación paraasistir á ciertas recepciones de la tarde y deprima noche, á las cuales, decía él, no asis-tía sino lo más escogido de la ciudad y enlas cuales míster Chimp y su familia no ten.drían sino ocupar la localidad que se lesdestinaba y recibir allí á los numerosos visi.tantes que sin duda acudirían á ellos.

Tranquilizado en lo tocante y atañedero ásu dignidad, míster Chimp vino en aceptar;y ese mismo día fueron instalados losChimpsen una como gran casa con ruedas, colocadaen un espacioso edificio, al cual \'enía grannúmero de gente. Si míster Chimp hubierasabido que aquello no era más que un circoy que á él Y á los seres amados se los esta-ba exhibiendo ante una muchedumbre vul.



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gar, habría sentido el ultraje en lo más han·do y hubiera procurado volverse á su flore;;-ta; pero es ]0 cierto que las comidas eranserviùas con entera puntualidad y ese deta-Ile en ocasiones suaviza los arranques de iray de dignidad. Missis Chimp y los nifios es-taban contentos.

Alrededor de la casa oscilaban unos cuan-tos trapecios, en recuerdo de los pasadosdías. El lujo presente amortiguaba cuales-quiera recelos que en ci pecho paterno pu-dieran albergarse.

Así rué como toda la familia Chimp vinoá la ciudad y se quedó .allf. Místt:r Chimpaprendió mllchas cosas, y Ilegó á una altaposición en SllS nuevas condiciones de vida;con el tiempo se dió trazas de aprender losarbitrios y las artes de los hombres; logróabandonar su jaula y tomar parte tn los ne·gocios de las gentes que lo rodeaban.

Adquirió cierto aire severo y solemne,que no dejaba por un instante, y procurabaparecer sabio siendo de pocas palabras y de

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ningunas obras; de ese modo subió en laconsideración de las gentes, y empezaron áIloverle honores y distinciones. Llegó á serregidor, alcalde de la ciudad y político influoyente. El sol de la fortuna les dió brillo á laesposa y á los hijos y éstos se casaron, lle-gado el momento, en la aristocracia del país.

La cola era para ellos un motivo de ansie-dad constante, pero nadie descubrió jamásel secreto de su existencia, sino tal vez cuan-do ya era demasiado tarde y cuando ya lafelicidad de los descubridores estaba vincu-lada al secreto susodicho.

Todas estas cosas sucedieron hace muchotiempo. Los enlaces de los Chimps con in·dividuos de nuestra alta sociedad durantemuchas generaciones, tal vez expliquen porqué hallamos tan á menudo gentes que tie-nen todos los rasgos físicos y mentales quedistinguían á la raza pura de los Chimps;gentes que tal vez llevan en el alma las alti-vas tradiciones que míster Chimp le predica-ba á su familia en la copa de aquel árbol al-



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tísimo, donde corrieron los mejores afios desu vida, y donde pudo presenciar todas lascabriolas de sus padres, cuando ellos á suvez le enseñaron á él el arte de la vida; arte,decía míster Chimp, que después de todo sereduce, así en la ciudad como en el bosque,á saber guardar el equilibrio y salir airosode los malos pasos .

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EL GALEÓN

I

Cartagena de Indias (ué una gran ciudaden otro tiempo. Está situada á orillas delmar, scbre una lindísima bahía. Fué fundadapor los españoles, quienes la rodearon dealtas murallas de piedra. A lo largo de ellasconstruyeron cuarenta y ocho fortalezas, quellamaron castillos: y pusieron cuatro casti·Ilos más en los cerros vecinos que miran ha-cia el mar. En los castillos y sobre las mu·rallas emplazaron gran número de cañones.

Cartagena está en un país muy lejano deEuropa y que en aquellos tiempos era cono-cido con el nombre de Nueva Granada. Losespañole5 habían descubierto ese país. Alllegar allí encontraron muchos pueblos deotra raza, que hablaban lenguas no entendi-das por los españoles. Los europeos llam.a-ron indios á aquellos naturales.

Tenían los indios gran cantidad de oro en



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muy diferentes formas, como brazaletes, pe-tos y muñecos de extrañas figuras; gran co-pia de plata y no pocas esm~raldas Los es·pañales les quitaron á los indios todo eso.

El oro y la plata se encontraban en ciertosparajes de Jas montañas llamados millas:Como esos metales se hallaban íntimamentemezclados con las rocas, era muy difícil ob-tenerlos. Los conquistadores forzaban á losindios á trabajar en las minas sin remunera-ción alguna; no les daban siquiera alimenta-ción suficiente; así era que los pobre,; indí·genas sufrían horriblemente, á tiempo quelos españoles se enriquecían.

El oro y la plata que producían las minas,eran enviados á España. De distintos puntosdel país se acopiaban en Cartagena grandescantidades de metales preciosos. Para guar-dar esos tesoros, mientras se enviaban á Es-palia, había sido fortificada la ciudad y se lahabía guarnecido con no escasas tropas.

En aquellos tiempos no eran conocidos losbuques de vapor; sólo existían los barcos de



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vela, construidos de madera Integramente.Habia también muchos buques provistos deartillería, lIamadcs piratas ó bucaneros, queasaltaban los barcos mercantes para robar-les cuanto podian.

Sucedió uno de esos dias que en Carta-gena custodiaban un enorme tesoro de oroy plata en barras, de perlas y de esmeraldas,mientras llegaba la Real orden para remitir-lo á España. Lo supieron los piratas y for-maron el propósito de asaltar á Cartagenapara llevarse el tesoro que alii guardaban,

II

Los cartageneros vivían tranquila y pací-ficamente. El clima es allí caluroso durantetodo el año. En esa parte del globo no hayestaciones; la nieve es desconocida y lasplantas están siempre verdes. Los habitantesde regiones como aquella son muy poco ac-tivos en general.



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Los soldados imitaban á los paisanos; ha-cían el ejercicio reposadamente, sin fatigar-se. El cielo estaba siempre límpido y azul;las aguas de la bahia, casi inmóviles, besabancon blandura las amarillas arenas de la costa,sin ruido ni rumor. El viento apenas rizabala bandera que se erguía en el castdlo máspróximo al mar.

Un día el centinela creyó que, allá lejos,donde se juntaba el cielo con las aguas, veíaun punto que podía ser tal vez un barco, talvez una nubecilla. Al principio el centinela.que estaba amodorrado con eI calor deI me-diodía, prestó muy poca atención. Algunosinstantes después vió, sin embargo, que aque-llo no era una nube sino un buque que se apro-ximaba á la entrada de la bahía. DiÔle avisoinmediatamente al comandante del puerto.

-¿Qué bandera traen?-preguntÓ eI Co-mandante.

-Me parece que no traen bandera nin-guna; pero no lo sé de fijo, porque todavíaestán bastante lejos.



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-Que se dispare el cañón, pues debe-mos saber quiénes son ellos.

Se dió la sei'l.al ordenada. Ya podían verselos buques perfectamente; eran diez en nú-mero, de distintos tamaños, y no enarbola-ban bandera alguna,

Por dos veces se repitió la sefial, disparan-do el cafión, Los buques no se dieron poradvertidos y siguieron avanzando.

El Comandante, ya inquieto, tornó el an-teojo y miró. Por la forma y el aparejo cono-ció que los buques eran extranjeros, queestaban artillados y que traían numerosostripulantes, de mala catadura y con pistolasy sables al cinto.

A bordo de los buques se advertía muchomovimiento; los soldados cargaban los cafio-nes; no había duda que se disponían á atacarla ciudad. Evidentemente eran piratas.



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III

La campana de la torre tocó á rebato enel castillo delantero; pronto se echaron á vue-lo las campanas de las torres ,~n los demáscastillos. Y en las murallas, en los fuertes yen las calles, resonaron las trompetas llaman-do á las armas á los soldados y á los ciuda-danos.

Todo el mundo abandonó al instante susquehacrres: panaderos y matarifes, sastresy alban.iles, zapateros y ebanistas, agriculto-res, dependientes y tenderos, viejos y jóve-nes, hombres y muchachos, todos los quepodían llevar un fusil ó prestar ayuda enlas baterías, se echaron á la calle para correrá ocupar sus puestos en las murallas y enlos castillos que daban frente á la bahía. Lasmujeres se congregaron en las iglesias, állorar y á rezar por sus maridos, sus hijos,y sus hermanos.

Adiós reposo, adiós quietud de la pacifica



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ciudad. Las trompetas, las campanas y losgritos de la multItud, ensordecían los aires.

En las murallas y en los castillo!; fronteri·zos, los cañones se volvieron hacia los bu-ques y apuntaron. El Comandante dió la vozy abriéronse los fuegos. Pero los buq ues pi-ratas seg-uian avanzando como bandada degrandes aves negras.

Los piratas contestaron los fuegos bienpronto: los flancos de sus barcos resplande-cían y tronaban. Sobre la ciudad, las mu-rallas y los castillos, caían grandes y rojas,las balas de cafión; muchas de ellas estalla.ban al caer y esparcían ulla lluvia de metralla.

Los campanarios venían á tierra; los edi.ficios se incendiaban, y por las calles discu-rrían á escape los caballos heridos, locos dedolor.

Bajo el nutrido fuego de los piratas, caíanhombres por todas partes. Gran número deheridos y moribundos eran retirados de lalínea de batalla y llevados lejos de la costa.

Los buques estaban ya muy cerca, y á ca·



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da instante el combate era más encarnizado.Los piratas también habían sufrido enorme-mente; algunos buques tenlan mástiles rotosy caidos, cubiertas despedazadas, cascosperforados. No obstante se preparaban conbrío para hacer un desembarco, protegidospor el fuego de sus cañones. Se veían solda-dos embarcándose en los botes, para dar UIl

asalto á la ciudad.En aquel momento el comandante en per-

sona, tomó el cañón, hizo blanco en elmás grande de los buques filibusteros, y dis-paró: la bala hiere el casco justamente en lalínea de flotación, ábrele una brecha enormeen el costado, precipítanse dentro las aguasy el buque empieza á hundirse sin demora.No tuvo tiempo la tripulación de hacer es-fuerzo alguno para salvarIa: el buque se hun-día irremediablemente. Luego se inclinó so-bre un costado, y en pocos minutos desapa-reció bajo las aguas Ni aun los topes de losmástiles quedaron visibles sobre el remolinoque formó al hundirse.



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De las murallas y de los castí1lcs surgioun estruendoso clamor de regocijo, y sÚbita-mente callaron los fuegos de \lna y otraparte.

Los bucaneros quedaron aterrados, y sólopensaron en la fuga; viraron de bordo y go·bernaron hacia el océano, dejando atr<Ís, enel fondo de la bahía, el mejor de los buquescon todos sus tripulantes y con el jefe de laexpedición ..

El combate había durado m¡ís de tres ha.ras. Los mejores edificios de la ciudad que-daban en ruinas ó seriamente averiados, ymuertos, heridos ó en la miseria, un númeroenorme de soldados y paisanos. La victoriafué costosa.

IV

Pocas semanas después de aqueIlos tristessucesos, el pueblo se reunió y elevó una pe·tición á su amo y señor el Rey, la cual lefué enviada á su palacio de Madrid, en Es-



-61-paña, al otro lado de los mares. En ella sele pedía humildemente al Soberano, que hi-cie.:ie sacar de la ciudad el tesoro cuya cus-todia les había costado tan cara á los carta-generas, alegando que los piratas podríanrehacerse y volver en mayor número.

Concedió el Rey lo que se le pedía, yen·vió un poderoso buque de guerra, El Ga!£óll,de tres palos, cuatro puentes y doscientoscañones, á que llevase de CJrtagena á Es-paña el oro, la plata, las perlas y esmeral-das que tanto atraian á los bucancros. Con-tentís mas se pusieron las gentes cuando lle-gó el buque á Cartagena, é inmediatamentellevaron el tesoro á bordo y lo depositaronen Ia bodega. Además del tesoro, d buquetomó abundante carga de varios productosindígenas: cocos, ñame, cazabe, piñas, pája-ros que tenían hermoso plumaje y sabíanhablar, monos inquietos, palmas, orquídeas,plantas trepadoras, y muchas otras cosasadmirables de las que se producen en los cli-mas ardiehtes.



-62-Sobre cubierta aquello era wn jardín; los

mismos canones desaparecían bajo aqueImundo de objetos extraños y curiosos.

Algunas personas de la ciudad tomaronpasaje en el buque.

Un día, después de recioir la bendiciónepiscopal, dieron la vela á la blanda brisa ygobernaron mar adentro. En el tope del pa.lo mayor flotaba la bandera y parecía vol-verse hacia la costa para decirle adiós á laciudad amiga.

v

Unos tras otros pasaban los días de nave-gación feliz. El barco hendía las aguas suave-mente. El cielo de azul profundo y sin unanube; desbordante de luz durante el día, setachonaba de millares de estrellas durantela noche. Los navegantes pasaban las horascomiendo, bebiendo, charlando y cantandoal són de las guitarras y bandurrias. Todoera contento y regocijo á bordo .•.



Una quincena había corrido, cuando undía el capitan que se paseaba sob:-e cubiertaacompañado del primer oficial, dijo señalan-do hacia sotavento:

--j Hum! Aquella nube presagia maltiempo.

-Sí, señor; aunque sólo parece una man-chita.

-Pues ya se nos viene encima, créalo us-ted. Baje y vea que todo esté listo. Que per-manezcan abajo los pasajeros y las gentesque no estén de servicio.

Los pasajeros se rieron de los temores delcapitán, cuando los supieron. El cielo estabaazul y el mar parecía un gran lago.

La nubecilla, sin embargo, fué tomandocuerpo, y pronto comenzó el viento á soplarcon fuerza. El buque empezo á estremecersecomo corcel que siente el acicate. La nubeera ya negra masa amenazante, que obscu-recía el horizonte; el viento daba aullidos enlas jarcias.

La obscuridad era completa; la lluvia caía



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á torrentes; las olas paree/an montal'ias, yelbarco daba terribles balances, como si fueraá volcarse. Los rayos rasgaban las nubes,franjándolas de vivo (ue~o deslumbrador.Las velas estaban hechas girones, y las olasse lanzaban por encima de los puentes conestrue~do de caballos al galope.

El furor de la tempestad fué mayor cuan-do sobrevino la noche. Debajo de cubierta,en los camarotes y salone~1 se oían plegarias,y sollozos, y crujir de dientes. La voz delcapitán dominaba el estruendo del temporaly se oía dando órdenes, sonora y vibrantecomo una trompeta. El buque había perdidoel rumbo é iba arrebatado por la tempestaden medio de las tinieblas; los mares circun-vecinos eran peligrosos, y el capi~n no sa-bía hacia dónde iba el buque. No quedabamás sino esperar en Dios.

Repentinamente sucedió una cosa espan-tosa. El buque entero dió una recia sacudi-da, procedente de un choque vigoroso, y si·guió temblando, como una pluma en el vien-



-65-to: se había estrellado contra una roca á florde agua y se le había abierto un gran por-tillo en el costado, por donde se lanzaronhacia adentro en cataratas las aguas con quehasta entonces había luchado el barco tangallardam en te.

-iA los botesl¡á los botesl-gritó el ea·pitán.-¡Nadie lleve nadal ¡Est:échense, es-tréchense bien!

Todo el mundo obedeció la orden. Unostras otros, iban descendiendo ;i las hirvien.tes ajas los botes cargados de gentes tem·bloro;;as. Pronto quedó el buc¡ue solo y sinauxilio. clavado á la roca, sumergiéndosegradualmente.

Los botes se dieron prisa á alejarse del remolino que el buque había de producir alhundirse; llevaban más gente de la que po·dían contener, y apenas lograban mantener-se á flote. Eran grandes la obscuridad, elviento y la lluvia, y á cada momento parecíaque iban á hundirse los botecitos.

Al salir el sol calmó la tempestad, el vien-

S



- 66-

to empezó á caer y las olas fueron aquie-tándose.

-¡Bogar con brío! ¡remar para salvamos!-ordenó el Capitán. En triste procesión,subiendo y bajando por el lomo de Jas olas,los botes iban siguiéndose unos á otros. Elúnico ruido que se oyó durante todo el díafué ci incesante golpe de los remos. Los re·meros que se fatigaban eran reemplazadospor otros no menos exhaustos y rendidosde cansancio. Todos estaban hambrientos ymuertos de sed: algunos chupaban las ropashúmedas, buscando una gota de agua.

Al caer la noche el mar estaba ya en com·pleta calma y el cielo constelado de estrellasbrillaba otra vez allá arriba, como en losfelices días de Et Galeón.

Cuando rayó la luz de la mañana, los náu-fragos pudieron ver tierra: ante ellos estabaotra vez la vida. Hacia el nordeste, cn la brumasa lejanía, se alzaba, como un montón denubes, lo que para el ojo de los marineros erauna isla inequívocamente. La desesperación



- Ci-

se trocó en brío. Remaban con tesón, olvida-dos del cansancio. La tierra se veía más clara-mente á cada instante; de la memoria huíanlos tormentos del hambre, de la sed y de unaactitud inmóvil prolongada.

Las verdes montañas y la costa sonrienteparecían clarles la bienvenida con alborozo.

VI

Pronto vino auxilio de la costa. Lo.; pasa-jeros y la tripulación, que no acertaban ácreerse sa ¡vos, se encontraron en bs playashospitalarias de Trinidad. Desde alii alcanza-ban á ver las casas y las iglesias de la ciudad,en medio de las palmeras distantes. Todoaquello Ics parecía un sueño.

De tal modo les había agotado la ansiedad,que se tendieron en el suelo y se quedarondormidos, sin poder contestar á las numero-sas preguntas que les dirigían.

Pocas horas después volvieron en sí y to·



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maron algún alimento, con lo cual repararonlas fuerzas. El recuerdo, con todo, de los pa·sados sufrimientos aún gravitaba en sus ce-rebros, llenándolos de angustia.

-¿De dónde venían ustedes?-De Cartagena de Indias.-jAhl ¿Qué navío?-El Galeón.-¡Oh! ¿Qué carga?- Oro, plata, perlas y esmeraldas del

Real Tesoro de Espafia.--¡Eh! ¡chi Y ¿cómo se perdió el buque?-Encallamos en un arrecife á la altura de

las Islas de los Caimanes.- ¿Síiííí?A tal noticia se desvanecieron los salvado.

res: la caridad había hecho plaza á la codi-cia, y los naufragas, hombres y mujeres, que-daron solos en la playa abandonados á suspropias fuerzas.

Diéronse trazas de llegar á la ciudad, don-de las autoridades les prestaron ayuda y ásu debido tiempo los embarcaron para Es-



paña. Llegaron, es claro, sin un céntimo enel bolsillo, después de aquella terrible tra-vesía, en que se fueron á fondo ht Gafeó1Z ylos tesoros que llevaba.

VII

Los salvadores habían entrado en :onfe-rencia. No era posible dejar el tesoro debajode las aguas. En buen tiempo era fád pes-caria del fondo del mar. Era preciso no per-der tiempo, no fuera que otros acometieran

. la empresa, sabiendo como sabía tedo elmundù la situación exacta de los temidosarrecifes de los Caimanes.

Pocos días después se dió á la ve: a unagoleta, tripulada por unos cuantos buzosatrevidos, en busca del tesoro sumergido.

A la hora de partir la goleta, había llega-do un hombre desconocido pidiendo que sele tomara á bordo. l~l conocía el secreto dela expedición y exigía una parte en la em-



- iO-

presa. Le recibieron á bordo los expedicio-narios, temerosos de que, si lo dejaban, di-vulgara la noticia de que un barco habíapartido para los arrecifes de los Caimanes enbusca de las indecibles riquezas que se ha-bían perdido con El Galeón.

La goleta llegó á su destino al segundodía de navegación. Inmediatamente empeza-ron los sondajes y á poco quedó fijado concerteza el paraje donde El Galeón se habíaido á pique.

Los buzos, atados á una cuerda, empeza-ron á zabullir valientemente en las tran-quilas aguas; pero no bien se habían sumer-gido, cuando volvían á la superficie gritandoque los alzaran prontamente á bordo. De-cían haber visto un cardumen de tiburonesque bullían allá abajo como si guardasen elcasco del aportillado Ga/eón. Parecía, pues,que no habían de realizarse los sueños deambición.

Así las cosas, el hombre desconocido salióá ofrecer que él haría el trabajo si le ayuda-



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ban. Había traído consigo una caja grande,de la cual sacó un equipo sumamente raro.Se componía de pantalones y camisa, he-chos de lona gruesa y forrados con una telafuertc de alambre; para la cabeza tenía unaesfera hueca de hierro con tubos ó mangue-ras, para dejar penetrar el aire de arriba, yprovista de ua orificio cubierto con un cris-tal, para mirar hacia afuera por a\1í.

Se vistió con ese equipo y quedó como unmonstruo, tosco y pesado. Sujetáronlo delcinturón con una cuerda, y Jo sumergieronlentamente en el agua. En la mano llevabaun gran machete.

Un enorme tiburón se precipitó sobre elbuzo. Este esgrimió su machete con destre-za y lo mató en un abrir y cerrar de ojos.Otros tiburones trataron de cerrarle el paso;pero protegido como estaba por su armadu-ra de alambre, hirió con denuedo á diestray siniestra, arreó lejos á los tiburones y lle·gó al casco del buquc, donde se ocultabanlas cajas con el tesoro.



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Ató las cajas con cuerdas que le arrojaronde la goleta, y así las subieron á bordo unapor una. Casi un mes de trabajo constantegastaron en la obra; pero al cabo de esetiempo el tesoro íntegro estuvo á bordo dela goleta.

Diéronse luego á la vela hacia un puertolejano y desconocido, llevándose el gran te-soro que los conquistadores habían acopia-do en largos años de violencia y de tiranía ypor el cual suspiraba en vano su Majestad.S:Jcede que Ias riquezas mal adquiridas raravez aprovechan á quien las acopia.

Los afortunados expedicionarios se distri-buyeron el tesoro, dejándole buena parte,por supuesto, al hombre desconocido.

Guardaron el secreto de la expedición losque en ella tomaron parte, y hasta hoy creenmuchas gentes que El Galeór¡. con su cargade oro, plata, perlas y esmeraldas, reposatranquilamente bajo las aguas del mar ca-ribe, entre Cartagena de Indias y la isla deTrinidad.



UNA TERTULIA

Los seüores de León acababan de mudar-se á su fi'Jeva residencia. Era esta una espa-ciosa caverna, situada en lo profundo de laselva y con salida á un gran claro, circuídopor un anillo de árboles altísimos. No lejosde allí corría un arroyo bullicioso. El vecin-dario era selecto, como convenía á gentestan exquisitas en eso de escoger amigos yconvivientes.

Tanto el Sr. de León como su e~posa, es·taban bastante entrados en años; se conser-vaban empero fuertes y robustos y todavíasentían los placeres de la vida. Dos hijas quetenían se habían casado felizmente y vivíanen otra comarca; el hijo varón, cuyas calave·radas habían ocasionado tantos dolores decabeza á sus señores padres, había acabadopor escaparsc de la casa paterna, y andabapor esos mundos en amor y campana de unacierta damisela, hembra fecunda en trazas y



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en ardides. Por lo bajo se decía que, olvi-dando lo que pedían su alcurnia y Jas vene·rancias tradiciones de su estirpe, se habíacontratado por un mendrugo en una campa-nia de animales sabios y andaba por allí, devilla en villa, ejecutando cabriolas indecoro-sas ante plebeyas multitudes. Pudo la seño-ra de León, madre al fin, perdonarle á aquelmozo Sitl principios, un sin nÚmero de bar-baridades contra la moral y la religión; peromadre y todo, no podía ella, no podía, per-donarle aquella última claudicación, que tanmal paradas dejaba las sacras tradiciones defamilia. Así fué que resolvió arrojarle de sucorazón y de su memoria.

Porque aristócratas lo eran en toda reglalos señores de León; en esa materia nadiepodía echarles el pie adelante. El más saño-so enemigo, habría tenido que confesarlesque por muchas centurias habían vivido so-lamente de la propiedad ajena. Faltas ten-drían acaso, pero jamás incurrieron en laplebeya debilidad de pararse ante los pre·



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tendidos derechos de otros seres más déb ¡¡esy por tanto menos encumbrados que cllos.

Desengaños los tuvo el Sr. de León en la .carrera pública. Otros, más listos y menosescrupulosos, se dieron trazas de birlarle ho-nores y pœiiciones que sin lugar á duda lecorrespondían á él. De ahí que fuera .ln po·quitín irascible y retraído de vez en cuando.

Por su parte la seiíora de León se aficio·naba cada vez más á la sociedad, con su:>deliciosas frivolidades y murmuracion;:s. Taldiferencia de gustos había ocasionado frecuentes riñas entre ellos; y perdónese queusemos palabra tan vulgar hablando de per-sonas que con tanta rigidez observaban lasbuenas formas.

La señora de León creía necesario cele-brar el estreno de la nueva morada [.~stejan.do con una tertulia á unos cuantos amigosíntimos; pero ... ¿y su marido? Cargara el dia-blo con aquellas extrañas ideas de retrai·miento, necedad pura, á las cuales no podíani quería ella someterse buenamente.



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Una tarde, aprovechando aquel soporcillode sobremesa que tan propicio le había sidoen otras ocasiones, empezó á decir la dama:

-Leoncico mío, ¿te sientes bien?El Sr. de León, que estaba medio dormi-

do, no contestó.-Mi duefto-dijo ella un poco más recio,

-dueño mío ...-Hien, bien; ¿y qué se ofrece?- ¡Oh! nada; me ocurre que ...-Ojalá no vinieras á marearme ahora, Ya

sabes que no puedo volver me á dormircuando me interrumpen la siesta.

-Lo siento mucho. Pero quería decÎrte ...-¿Qué?- Pero ¿estás bien despierto?-Vaya sí lo estoy. ¿De qué se trata?La señora de León, como veterana que

era, sabía muy bien que con un ataque sú-bito se obtiene á veces éxito completo.

-Estaba pensando en la tertulia de es-treno ...

Había estallado la bomba. Sería penoso



-77-describir la escena que vino en scgLlida. r~liba olvidándose de sí mismo: le dijo que yaella no era joven, que había perdido sus an-tiguos encantos, que ya estaba para recatar-se y no para andarse exhibiendo, que erafrívola y que sólo pensaba en la chi"mogra-fía ociosa y malévola. La dama lloró amar-gamente, dijo que quisiera morirse y, des-pués de todo, acabó por salirse con la suya,pues e] marido tuvo que ceder ante talesargumentos. Quedaron, pues, convenidos enque la tertulia se llevaría á cabo en una fe-cha próxima.

La tarùe del día señalado, los senores deLeón, á pesar de una ligera disputa conyu-gal, se hallaban dispuestos á darles la bien-venida á sus huéspedes; y no parecía sinoque aqucl matrimonio fuera emblema vivode ]a amorosa ternura y la felicidad perfecta.

-Allí viene aquella vicja bruja,-mur-muró la de León, refiriéndose á Doña Gira-fa.-Ojalá que tú no hubieses insistido eninvitarla.



- 78 -- ,- -?••.Ie parece muy buena persona y muy

amable.-¡Oh! sí; ya sé que así te lo ha parecido

siempre. No tengo tan poca memoria comotú crees. Eso podía pasar cuando éramos jó.venes ... Apenas se le murió el marido perdiópor completo la vergÜenza csa zanquilarga,pescuezo de violín, vieja manchada.

-Cállate, hija-interpuso é1,-que puedeoirte.

-Bien venida, querida mía-dijo la deLeón saliendo al encuentro de doña Girafa.--Cuánto celebro verla; y qué linda está us·ted; encantadora á fe mía. Temí que no vi-nicra;-y las dos amigas reían como cn susmocedades. Sentáronse juntas Y, echandoen olvido al Sr. de León, charlaban de lo lin-do y hacían todo género de comentarios so~bre los contertulios, que ya empezaban á lIe-gar en número crecido.

Se presentaron el Sr. de Toro y su espo-sa, Vaca de Toro, acompai'íados de donBuey, hermano del primero.



-i9-

-~o pucdo sufrir á esta familia--dijo laGirafa-¿Por qué no dejarán cn casa á esetío? Viejo más tonto.

-¿Se refiere usted al Buey? Es un pobreviejo bonachón.

-Sí; pero poco interesante. Dicen que<Ira.

-¡Horror! Después de todo, es perfecta-mente inofensivo.

Pronto estuvieron reunidos todos los con·vidados. El Sr. de León se mostraba obse-quioso con todo el mundo y dejaba caeraquí y aHí frases y miradas cariñcsas, quehabían de ser recogidas y guardadas comooro en paÏ1o, por los afortunados 6. quienesse dirigían.

Pasados los primeros saludos y las pre.sentaciones de estilo, pudo notarse que noera grande la animación de la tertJlia.

Don Elefante había traído consigo á suhijo menor, niño todavía, pero más acarpa-do ya que la mayor parte de los individuospresentes. Era un poco zurdo el j<wencito y



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andaba empujando y atropellando á todo elmundo.

D. Rinoceronte, silencioso é insociable, sepaseaba solo de una parte para otra, asus·tando á las gentes con aquel su cuerno queparecía una lanza.

El Coronel Tigre, celoso de la popularidadque tenía el dueño de la casa, discurría porallfsoltando cada chisme para dar miedo: quesi la austeridad de él era mera filfa; que si suse fiara era frívola hasta dejado de sobra; quesi marido y mujer se andaban á la greña.

La familia Oso estaba positivamente fasotidiada, y se habría retirado desde luego, sino hubiera temido ofender á la dueña de lacasa, que no perdonaba con facilidad.

El Doctor Pollino miraba á todas partes,tomando las cosas y Jas personas con ciertasocarronería, como filósofo que era.

El Licenciado Zorra, que fué sin su fami·lia, se ocupaba en tomarle el pelo al respe-table Sr. Oso. Fingiendo que no lo veía, lepasó la cola por las narices y lo hizo estor- ,"



-8r-

nudar violentamente. A no ser por D. Ele·fante, que á tiempo interpuso su ponderosapersonalidad, hubiera pasado mal rato el Li-cenciado Zorra, pues el agraviado era persa·na que montaba en cólera siempre que es-tornudaba.

Míster Chimp y missis Chimp, estaban allícon SllS chiquillos; los cuales para consternación del padre, se divertían en arrojarias nue·ces, desde los árboles á donde habían trepa-do, á las pcrsonas que estaban á su alcance.No podía mister Chimp, sin comprometergravemente su dignidad, que era el t'~soro dela familia, cncaramarse por esas ramas á cas-tigar personalmente las barrabasadas de suprole; y es el caso que la tal prole habíaofendido, haciéndoles puntería al rostro, ápersonas tan respetables como D. B u e y,doña Girafa y la misma señora de León.

Atenta á sus deberes anfitriónicos, decidióla de León organizar algún agradable pasa-tiempo en que tomasen parte cuantos se ha-llaban presentes. Y para el caso le ocurrió

6



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una idea magnífica: ¿Qué más sino organizarallí mismo un concierto, en el cual habían detomar parte todos los concurrentes, cadacual á su modo?

-Doctor-dijo luego,-voy á organizarun coro. ¿Cuento con usted?

-Señora- contestó Pollino, -rebuznarésegún mi leal saber y entender.

-¿Y usted don Buey?Ruborizándose ligeramente, prometió él

que mugiría.-A ver, á ver; á ensayar un dúo.--Ji-joo-ji-joo. Múu-múu._, Deliciosol ¡encantador ~-exclamó la de

León.-Esperen ustedes un momento, mien-tras veo que otros amigos los acompañen.

A poco estuvo completo el coro. A losartistas mencionados, que debían mugir yrebuznar, se agregaron el Sr. de Caballo,peritísimo en punto de relinchos, y el vene-rable Sr. Oso, á quien correspondió la parterugiente. En los pasajes de fuerza debía apo-yarlo el anfitrión, inducido á tales gallardías



El efecto fué sorprendente.



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por doña Girafa, la cual convino con muchaesquive;.; en dar chilliditos de tiempo entiempo. A los Chimps les correspondió laparte declamatoria, melopéyica co:no si dijé-ramos. Zapaquiida y Mici[uf, postreros pero110 últimos, adularían el oído con los cantosde amor de sus floridos años. DO'l Elefanteiba á ser director de orquesta; la trompa leserviría de batuta.

Antes de empezar el concierto, el Sr. deLeón, en nombre suyo y en el de su esposa,les dió las gracias á los concurrentes, en bre-ves y escogidas palabras, por el honor queles dispensaban, y manifestó la esperanza deque quisieran frecuentar la casa en lo por-venir.

Don Elefante levantó la trompa y dió laseñal de comenzar.

Y£-joo-j£joo, m1Íu-1Jlúu; y ios demás fue-ron ingresando en el coro, esforzándose cadacual por hacer cuanto sus alcan:es le per-mitían.

El cfecto rué sorprendente. Aquello for-



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maba un estrépito aterrador, un alboroto queponía espanto en los mismos ejccutantes delconcierto. Ninguno de ellos se atrevía á ca·llar: cada cual quería ensordecerse con supropia voz, para no escuchar la voz de losdemás.

El miedo, que iba en crescendo, comenzóá producir el efecto de un incendio inconte-nible. Todos, absolutamente todos, perdie-ron la serenidad y, dominados por el terror,apelaron <Í la fuga; á una fuga vertiginosa,á una fuga cuya velocidad no tuvo más Ií.mite que la agilidad de las piernas ...

La tertulia tocó á su fin. Sólo el doctor Po·lIino conservó la sangre fría y permaneció ensu puesto rebuznando con serenidad triunfal.cuando todas las otras voces se habían ex-tinguido ya. Los sel'iores de León, no bienvueltos de su espanto, yacían acurrucados enel más recóndito rincón de la caverna, y elrebuzno seguía vibrando, triunfador y supre-mo; voz grande y única en los mundos delsonido.



LA TIERRA DE EL DORADO

I le aquí la historia del lago Mlstico.lIe aquí la historia del príl1cipl~ que recu-

bría su cuerpo con polvos de oro,-aliá entierras muy lejanas y en muy lejanos dfas-y á quien los conquistadores dieron el nom-bre de El Dorado.

He aquí la historia de lagran Catarata, queaun sigue cayendo y tronando, en memoriaùe lo acaecido allá en tiempos tan remotos.

I

El pueblo chibcha vivía en una llanuraextensa situada en el corazón del vasto con-tinente sudamericano. La llanura se halla enaquella parte del globo donde los rayos delso! caen verticalmente como el agua de lasnubes. Esa parte de la tierra se \lama los tró-picos. Hace allí mucho calor. y no hay in-vierno nunca.



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En la tierra de Jas chibchas el calor no eratan grande, porque ellos vivían en una meu-ta, que es una llanura en Ja cumbre de Jasmontañas. Los chibchas habían sido muyignorantes en otros tiempos: no sabían cul-tivar la tierra ni construir habitaciones có-modas; vivían pobres y hambrientos; se ali·mentaban con frutas y raíces, con pájaros ycuadrúpedos que mataban con SllS flechas, ycon peces que cogían en sus redes. Apenastenían con qué cubrirse el cuerpo. Eran loque se llama salvajes.

Los chibchas eran indios de baja estatura,piel amarilla y nariz achatada.

Un día apareció entre ellos un hombreblanco, de barba dorada. Vcnía ataviadocon vestidos que le cubrían todo el cuerpo,y era benévolo y generoso.

Pronto supieron que se llamaba Bochica.Él les dijo que había un sér superior, unDios cuyo nombre era Zoé, el cual había crea-do los hombres, los animales, las plantas, lasrocas, el agua, el aire y cuanto existía en la



tierra, los ríos y los lagos, y todo cuanto seveía, como el sol, la luna y las estrellas. Dí-joIes también que Zoé había dispuesto elcurso de las estaciones, el movimiento delos astros y el destino de los hombres, es de-cir, la vida y la muerte, el dolor y la dicha.

En un principio los chibchas no compren-dieron loque todo aquello significaba, pues elentendimiento de ellos era como el de losniños, para quienes cada día del año y cadahora del día trae una nueva sorpresa. Pocoá poco, empero, esas ideas com~n7.aron áser más claras para ellos y entendieron, has-ta cierto punto al menos, que había un sérSupremo, creador y ordenador de todas lascosas visibles é invisibles.

II

También les enseñó Bochica el arte decultivar la tierra. Mostróles que las semillassembradas en ciertas épocas del afio, reven·



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taban en plantitas menudas que, nutridaspor la tierra y por las lluvias, y calentadaspor el sol, iban creciendo en tamafio, y conel tiempo producían frutos, ias cuales cogi-dos en la madurez, proveían de alimentaciónsegura á los sembradores. lnstruyólos asi-mismo en la manera de guardar sus frutospara que durasen hasta la cosecha próxima,redimiendo á sus dueños del hambre y de lamiseria.

De Bochica supieron las gentes que haymuchas plantas de cuyas hojas y tallos sepueden extraer ciertos hilos, llamados fibras,que aprendieron á torcer y á tejer en formade telas, para hacerse vestidos y cubrirse elcuerpo. Entonces supieron los chibchas quede cierto arbusto llamado algodonero podíancoger una lana natural, propia para hacertelas y frazadas.

Adoctrinados por Bochica, comenzaron áconstruir casas de bahareque; c~avaban esta-cas en el suelo; llenaban los espacios inter-medios con barro, el cual, secado por el sol,



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formaba las paredes; y cubrían los techoscon paja, como resguardo contra el sol y laslluvias.

Bochica les enseñó asimism::> á construirredes más adecuadas que las que tenían pa-ra coger los peces en los lagos y Cil los ríosy á construir mejores arcos y flechas paramatar la caza en los bosques y los pájarosen el aire.

Asi fué que la vida de los chibchas cam-bió de aspecto completamente al cabo depoco tiempo, porque ya tuvieron vestidos,casas cómodas y abundancia de alimentos.En todas direcciones crecían las sementerasde granos, y las gentes vivían satisfechas yfelices.

1II

No se limitaban á lo dicho las enseñanzasde llochica: enseñóle también al pueblo laley de amor y caridad; ordenóles que guar-ùasen la paz entre sí y con 105 vecinos; que



- 9°-

á cada cual se le respetase como propio loque ganase con su trabajo; que contribuye·sen todos y cada uno al bienestar de los de-más; y que obedeciesen á sus soberanos yrespetasen las leyes establecidas para el go-bierno de la comunidad.

Bochica les aseguró que en cuanto vivie-sen de acuerdo con lo que les había enseña-do, serían felices y gozarían de la protec-ción y bendiciones de Zoé, el supremo gober-nador del m:.:ndo; y que, al contrario, si noeran justos y virtuosos, si olvidaban el cultode Zoé, si eran crueles y orgullosos y per-versos, el castigo de Zoé recaería sobre ellos.

IV

Después de haber conducido al pueblo dela pobreza á la holgura, de la ignorancia alconocimiento de las artes que habían de ha-cerlo rico y feliz, Bochica desapareció sinque nadie supiera á dónde ni cu;indo se ha-bía marchado.



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Los chibchas recordaron sus enseñanzaspor largo tiempo. Su riqueza aumentaba to-dos los días, edificaban aldeas y ciudades,consag-raban templos á Zoé, el Todopodero-so, y comerciaban con los pueblos vecinos,cambiando sus tejidos por lo que esos pue-blos podían suministrarles, que era oro prin-cipalmente.

Pronto aprendieron á trabajar ci oro y áhacer dijes y adornos con que alhójaban suspersonas ó que llevaban como ofre:1das á losaltares de los templos.

Sostuvieron varias guerras con sus veci-nos y salieron victoriosos; extenàieron susdominios al Este y al Poniente, al Sur y alSeptentrión, y el Imperio llegó à ser prós-pero y grande.

Con et correr de los afias, sin embargo, ypor la riqueza y la prosperidad, los chibchasse tornaron orgullosos y dominantes; fueroncrueles, olvidaron el culto de Dios y se die-ron á la embriaguez.

Los reyes no daban buen ejemplo á los



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pueblos, antes bien superaban á los sÚbditosen vicios y crueldad.

Habían olvidado por completo las ense-fianzas de Bochica en cuanto se refiere á laconducta d:: la vida diaria.

vy sucedió que cayó sobre ellos el castigo

anunciado por Bochica. Según se ha dicho,e11mperio chibcha estaba asentado en unagran llanura, cn la cumbre de a:tlsimas mon-tañas. Alrededor de la Ilanura se alzabancadenas de otras montañas aun más altas, desuerte que aquélla formaba un valle cerradopor todos los costados. Por el centro del vallecorría un hermoso río, al cual se juntabannumerosas corrientes que venían de distintasdirecciones.

Un día se desataron con violencia las llu-vias sobre la tierra. Vino otro día, y otro, yotro,y la lluvia seguía cayendo de manera nun-ca vista hasta entonces. Hinch<Íronse el río y



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los torrentes, y salieron de madre, y empeza-ron á cubrir la tierra. El nivel de las aguasiba subiendo gradual y continuamente. Jnun-dáronse los campos, las casas est:lban cerca-das por las ondas, y no había pa' mo de tie-rra que no estuviese sumergido bajo lasaguas. Y la lluvia seguía cayendo, y los to·rrentes recorrían el valle embravccidos éincontrastables.

Ya se inundan las casas de los hombresy las aguas siguen subiendo, subiendo cadavez más arriba. Las gentes despavoridasabandollan sus moradas del valle y trepan álas colinas cercanas. Pero las aguas no dejande ascender, y la llanura es un vasto lagobajo el cual han desaparecido las casas, lostemplos, y los árboles; y las aguas siguensubiendo, subiendo, subiendo, cad". vez másarriba.

Ya alcanzan las primeras colin:ls dondelos habitantes se han cO:Jgregado y los obli.gan á trepar por los costados de las monta·ñas mayores; pero el ascenso de las aguas



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no se detiene y las colinas se sumergen luegoy las gentes se refugian en las cimas de losmás empinados montes. La lluvia continúacayendo con la misma violencia del pri-mer día.

Las gentes carecían de alber~ue y de ali-mento, no sabían haciá donde ir y las aguas,crecientes y amenazadoras, los perseguíanpalmo á palmo hasta en su último refugio.

Entonces entendieron que aquel diluvioera el castigo predicho por Bochica y envia-do por Zoé, en pena de tantos vicias y peca-dos. Y en su tribulación volvieron los cora-zones á Bochica, el Maestro y Protector. Yoraron con angustia y le rogaron que lossalvase de la muerte.

y he aquí que las negras nubes que cu-brían el cielo se rasgaron de pronto, y untorrente de luz, de esa amada luz del sol queellos no veían desde el principio de la inun-dación, vino á caer sobre las turbias aguasy sobre la consternada multitud.

y Bochica se dejó ver allá arriba entre las



I30chica se dejó ver allá arriba entre las nubes.



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nubes; su faz bomladosa resplandecia comolos rayos del sol. En la mano llevaba unbáculo de oro, que era como el cetro deun rey.

Bochica les dijo á los chibchas que Zoé,apiadado de ellos, les concedía la vida, yque aquella inundación debía recordarles áellos, á sus hijos, Y á los hijos de sus hijos,los deberes que tenían para con Dios y paracon los otros hombres. Luego descargó sobrela cumbre un poderoso golpe con su cetrode oro; la montaña se abrió en pavorosoabismo, y por allí se lanzaron rugientes lasaguas del inmenso lago, para venir á caer,tras de aquel salto furioso, en un hondo vallemás allá de las montañas, formando una cas-cada maravillosa que hace estremecer losámbitos con su rugir de trueno. Blanca comonube de incienso, surgió del fondo una co-lumna de vapores, sobre la cual, al ser toca-da por los rayos del sol, estallaron todoslos colores del arco iris.

Tal fué ci origen de la poderosa catarata,



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testimonio presente de aquella inunda'CÍónformidable y de la hora en que Zoé escuchólas plegarias de su pueblo y les salvó dela destrucción.

El lago comenzó á mermar; de un modolento y constante, tal como habían subido,Jas aguas fueron bajando, y á los pocos díasla tierra volvió á estar completamente seca.Los chibchas reedificaron sus casas y sustemplos, cultivaron los campos como antes,y en la memoria guardaron el recuerdo delos días terribles en que S\l nación entera es-tuvo á punto de perecer.

VI

Al retirarse las aguas dejaron en pos desí una laguna, á más alto nivel que la llanu-ra, en una cuenca de las montañas que ha-bían sido sumergidas por la inundación. Alliquedó para recordarles á Jas generacionesfuturas, el gran lago que en aquel tiempo cu-brió toda la llanura.



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El rey y los sacerdotes le dijeron al pue-blo que la laguna era sagrada, y que Zoé lahabía colocado allí, á la vista de todos, comoprueba de su p.oder.

La laguna vino á convertirse en un san-tuario, al cual hacía peregrinaciones anualesla nación entera. Allí se celebraban grandesfiestas religiosas y todos, ricos y pobres, no-bles y pecheros, traían ofrendas que eranarrojadas á las aguas.

El rey en persona dirigía la Geremonia.Sentado en su trono, era conducido al lagopor los súbditos, quienes se turnaban parallevar á hombros la pesada estruc',:ura dondeel trono estaba colocado, y así recorrían lasvarias leguas que había desde el pilada hasta la laguna. El pueblo todo iba en pos delrey, cantando himnos religiosos, en inter-minable procesión de miles y cientos demiles.

Al llegar al lago, la multitud se desparra-maba por las riberas y venía á formar unamuralla viviente alrededor de las aguas sa·

7



gradas. Badanse grandes hogueras, dondese consumían plantas resinosas de aromapenetrante; en el aire flotaba una como nubede incienso. Resonaban cuernos Ytrompetas,y por el ámbito se dilataban los cánticos sa-grados.

Desnudándose de sus vestiduras, el reyse ungía el cuerpo con un aceite vegetal, ex-traído de ciertas plantas q'..1ecrecían en lallanura. Luego se revolcaba repetidas vecesen un lecho cubierto de una gruesa capa depolvos de oro. Estos se le adherían al cuer-po, aglutinados por el aceite con que estabaungido; de suerte que al levantarse el prín-cipe parecía una viva estatua de oro, que re-fulgía á la luz del sol.

Para no verlo, pues era grave pecado queojos humanos se posaran sobre el doradomonarca, las gentes volvían las espaldas alrey y á la laguna.

Acercábase el príncipe á las aguas, don-de le esperaba una balsa hecha de las cafíasque crecían alrededor del lago. Sobre la bal-



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~a había un montón de dijes, brazalete;;, zar-cillos, petos é ídolos de oro; había tambiéngran número de esmeraldas, que procedíande unas minas próximas á la ticrra de loschibchas, y que éstos adquirían por tráfico óen sus guerras con los pueblo~ confinantes.

El rey subía solo á la balsa y remaba conlentitud aguas adentro. Llegado á la partecentral de la laguna, iba arrojando, una áuna, las ofrenda, de oro y las piedras pre-ciosas, al fondo de Jas aguas. Entrcta"1to las~entcs de la ribera, siempre con Jas espaldasvueltas á Jas aguas, arrojaban hacia atrássus propias ofrendas, consistentes tambiénen oro y piedras preciosas.

Cuando todas las ofrendas habían sidoarrojadas al lago, el rey se sumergía bajolas aguas, y dejando en ellas el polvo que lecubría el cuerpo, volvía luego á la balsa. Ellugar donde se sumergía el rey, quedabasei1alado por una mancha de a marilla vivo,que hacia brillar ias ondas como si fueran ùeoro fundido.



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Luego volvía remando á la ribera.Entretanto las hogueras ardían gloriosa-

mente; el humo perfumado, como nube deincienso, robaba la luz del sol, y los ecos re-sonaban ensordecidos por el estruendo delos cánticos, de los cuernos y de las trom-petas.

Terminada la ceremonia, el rey y los va·sallas se entregaban á la alegría, y la bebi-da nacional, que era un fermento de maíz,corría entonces á torrentes.

Después de dos ó tres días de universaljolgorio, el rey era reconducido por sus súb-ditos á palacio. No era el regreso tan orde-nado y solemne como lo había sido la mar-cha á la laguna.

La ceremonia tenía lugar, según se dijoantes, una vez por año.

Estos sucesos sucedieron hace siglos, an-tes de que América fuese descubierta, ycuando los europeos aun no sabían nada desu existencia.

Fueron los españoles los primeros euro-



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peas que arribaron á las costas del continen-te sudamericano. El primer pueblo indígenaque encontraron, tenía vagas noticias de lagran nación chibcha, la cual vivía cientos deleguas hacia el Sur. Se hablaba de ella comode un Imperio próspero, cuyos habitanteseran ricos, sabios y diestros en las artes dela paz y de la guerra. Allí supieron los re-cién llegados que el rey de los chibchas secubría el cuerpo con oro en polvo y se su-mergía luego en las aguas de una laguna sa-grada, que además arrojaba aUi alhajas deoro y que sus vasallos hacían lo mismo.

De alii vino el nombre de El Dorado.Como eran muy vagas Jas noticias en

cuanto á donde estaba situado el Imperiochibcha, no sabían los españoles ni los otroseuropeos que oyeron hablar ddlago Místicoy del Rey Dorado, en qué dir,::cción precisahabían de dirigirse para encontrar aquelpueblo tan rico y aquella laguna en dondedebía hallarse un tesoro invaluable, acumu-lado allí en el transcurso de los siglos.

B.M'>lCO l';: :. f< i';.J~~!!(A61I1UOTf'cr í. ; ;. ··R:\N.JO



- 10Z -

Muchos y muy audaces exploradores par-tieron en taLas direcciones, al través de sel-vas intrincadas, por sobre altísimas cadenasde montañas, á lo largo de ríos caudalososy de valles interminables, abriéndose pasocon Jas armas por entre tribus salvajes yhostiles, en busca de la tierra de El Dorado:que está en la naturaleza de los hombresatropellar por todo peligro y pouerles elpecho á las más arduas empresas cuando lased de oro los guía.

El Imperio chibcha fué descubierto al ea·bo por un atrcvi\Jo explorador español. Que-daron vencidos los chibchas y fueron súbdi·tos del rey de Esp<;1õa; perdieron sus rique-zas juntamente con su libertad. Así cayó elpaís de El Dorado bajo la dominaciónespañola.

El Lago Místico fué descubierto; pero bajosus aguas yacen todavía los tesoros que allífueron arrojados. Parece que Zoé y Bochicavelan sobre ellos; vanos han siclo cuantosesfuerzos se han hecho para rescatarlos; el



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La¡;;o Místico guarda fielmente las ofrendasde un pueblo que rué poderoso y cuyos díasde gloria se pierden en un pasado remoto.

La leyenda de El Dorado atrae todavía;ilos hombres hacia el Lago Místico, sentadoallá en la cuenca de una cima, en el corazóndel continente sudamericano, donèe el solecuatorial engalana á la tierra con la verdu-ra de una primavera perpetua.



MINA Y BILl

Bili, pajarilla joven, había volado toda lamaí1all3 sin rumbo y sin objeto fijos. Sentía-se triste y solo, muy solo.

Vió una pajarilla, que como él, andabavolando sola.

Acercóse á ella y la siguiÓ en silencio.Bili quería decirla algo, pero no se atrevía.Cobrando valor al fin, balbuceó:-- ¿Puedo ...volar ... contigo?-Como no obtuvo respues-ta, alguna, repitió la pregunta.

-Pues si quicre ... -contestó ella sin vol-ver á mirarIe

Billi se acercó más á su compañera. Des-pué;; de un largo silencio, Hili preguntó:-

--¿Cómo te llamas?-:\1e llamo Mina-¡Qué nombre más bonito!-¿Te parece?-dijo Mina volviéndose á

él por primera vez.- ¡Oh! sí, ciertamente.



¿Puedo ... volar •.. contigo?



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que los chiquillos no nos dejarían en paz:¡La escuelal¡Qué graciaI No cuente conmigo.

Bili se sintió profundamente desgraciado.No sabía qué decir. Al fin insinuó con hu·mildad:

-Tal vez tú podrías ...-¡Ohl sí, tal vez. Lo mismo de siempre.

Ustedes los hombres se lo saben todo. Nos-otras no tenemos voz ni voto en nada.

--Mina, por Dios, te ruego que ...-Yo conozco un lindísimo sitio en la copa

de un árbol del parque, cerca del lago, sobrela avenida central. Esta mafiana no teníadueño todavía, pero será fortuna que no tell-ga dueño ya.

Dicho esto tendieron el vuelo hacia elparque, yendo Mina delante, con toda la ra·pidez que les era posible. El sitio estaba li-bre todavía. Mina tomó posesión de él tem·blando de puro gozo. Luego dijo:

-No perdamos tiempo.y pusieron manos á la obra. EIla se que-

dó en el árbol cuidando el sitio y él se fué á



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buscar con qué fabricar cI nido. Trabajaroncon tesón y al caer la noche ya estaba el nidoterminado. Ya tenían c"sa propia. Despué:;de la labor del día se sentían muy cansadosy se quedaron dormidos inmediatamente.

Mina fué la primera que despertó al des-puntar el sol.

-¡Bili!-dijo-¡Bili! ¡Biiilil-¡Ah! ¿dónde ... dónde estoy? ¡Ah! sí, ya

me acuerdo. ¿Qué hay, Mina?-¿Qué hay Hili?En los árboles vecinos vieron otros pája-

ros en sus nidos; pájaros que revoloteabanalrededoró que estaban posadas en las ramas;pájaros que cantaban al sol naciente; y pájaros,en fin, que después de bañarse: en los pozosvecinos, dejaban secar SllS alas extendidas.

--Qué pereza tengo.-~o importa, Bili. No tenemos gran cosa

que hacer. Y ambos se quedaron en el nido,dorado por los rayos del so\.

Mirando las anchas calles que pasabanpor debajo de los árboles, dijo Hili:



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-Alli viene el aya de Sonny con otro nii\o.-Ese es Sonny,-dijo Mina volviendo á

mIrar.-Pero Sonny tenía rizos y este niño no

los tiene.-¿y acaso los rizos no pueden cortarse?De ese modo supo Bili que era inútil dis-

putar con Mina. No volvió á intentaria nun-ca y la paz reinó en el nido.

Todos los días volaban juntos en busca dealimento. A menudo pasaban cerca del cam·panario y de la escuela; pero nada decía Bi-Ji, pues el árbol del parque estaba infinita·mente mejor.

Cierto día apareció un huevo pequeñito enel nido. Al siguiente hubo otro, y otro lue-go hasta que fueron cuatro. Bili tenía que sa-lir entonces solo y traer el alimento para Mina.Ella se quedaba calentando los huevos.

Al volver una tarde, halló Bili en vez decuatro huevos cuatro pajarillas que le llama-ban papá. Su corazón rebosaba de alegría.



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Por varios días tuvo Bili mucho que ha-cer para alimentar á la madre y á los cuatrochiquillos. Pronto sin embargo tuvieron fuer-zas para ensayar el vuelo, alrededor del nidoprimero, de rama en rama después, ILlego alárbol vecino, hasta que al fin pudieron volarlargos trechos en eompafiía de sus padres.

Un día dijo Bili:- Ya se aproxima el frío, los árboles van

á perder sus hojas y la tierra se hdará. Espreciso que nos vayamos á más templadosclimas. Al día siguiente Mina, Bili y los eua·tro pajarillas, se unieron á una banda de pá.jaros que se cernían en las alturas como unaenorme letra V. Dejaron atrás el parqu~, elcampanario ùe la iglesia, la escuela, los cam-pos, las florestas y las montañas, y desapa.recieron como una nube en los cielos. Cruza-ron el Océano y llegaron á un pa';s donde elinvierno es desconocido y donde los árbolesestán siempre verdes y cubiertos de follaje.

FIN



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