cuento aceituna

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Cuento por Mercedes Patrón Las Delicias de las Olivas Desde que tuve conciencia que estaba viva, he sido muy feliz. Tanto, que en realidad nunca supe la fecha exacta de mi nacimiento, ni siquiera el año o mes; no tuve curiosidad, ni necesidad. Mi vida había transcurrido durante el día abrazada y cobijada por el calor del sol, mecida suavemente por el viento y refrescada por una ligera brisa al atardecer. Durante la noche me sentía cubierta por hojas y el calor de mis hermanas que, en la medida que crecíamos, nos acercábamos más las unas a las otras. Todas éramos tan parecidas, que era difícil distinguirnos; las diferencias las marcaban el tamaño y el redondel ya que, habíamos algunas muy carnosas y otras con menos carne y más chiquitas pero absolutamente todas de color verde vida, atadas por un delgado rabo a ese árbol que con su tronco y ramas nos cuidaba, protegía y alimentaba día con día. Me hacía reír y disfrutar mucho retozar con mis hermanas el juego que yo llamaba “a que te alcanzo” y sólo lo hacíamos por las tardes o los días de mayor viento. Se trataba de no ofrecer resistencia y permitir al aire que me impulsara hacía donde estaba alguna de ellas distraída, entonces, yo la empujaba con fuerza pegándole un susto mayúsculo. No sé si me reía mas cuando gritaban “ooooohhh…” o “aaaayyyy….”, o cuando se enojaban y trataban de regresarme, sin éxito, el golpe. Yo escuchaba algunos sonidos melodiosos desde que nací que me encantaban. Supe, por el tronco del árbol que nos enseñó, a saber entender lo que era el lenguaje de las personas, que eran cantos que entonaban los campesinos cuando cuidaban el campo, sembraban la tierra o simplemente se guarecían del sol o el agua bajo la sombra de los olivos. También los oí hablar y con el tiempo pude entender sus conversaciones. Así conocí todo lo que nosotras, las olivas, le aportamos a los seres humanos una vez que nos seleccionan y envían a nuestro destino. Eso del destino aún no lo entiendo del todo y la verdad tampoco me preocupa; ahora, estoy ansiosa por vivir con todas mis hermanas, este tiempo de la recolección de aceitunas y disfrutarlo. Temprano unas alegres canciones nos despertaron y marcaron el inicio de un nuevo rumbo en nuestras vidas. Sentí unos dedos fuertes que tiraron de mi rabito que me unía al árbol, lo desprendieron y me dejaron sola con mi verdor y un pequeño hoyo en donde antes estaba el tallo. No fue para nada agradable, pero todo lo hicieron aquellos dedos, con tanta rapidez y firmeza que ni tiempo me dio de quejarme. Cuando me di cuenta estaba rodando dentro de una canasta por encima de un montón de hermanas y primas que al igual que yo, no salían de su asombro. Alguien levantó la cesta cuando estuvo llena de olivas y todas rodamos de un lado para otro, masajeando nuestras carnes y riendo; nos colocaron en un camión y partimos lejos, muy lejos del olivar. Después de una eternidad, se detuvo el vehículo y una voz fuerte avisó que traía el cargamento de aceitunas. Casi de inmediato, varias personas descargaron todas las canastas, incluyendo en la que yo estaba y las fueron vaciando en una banda que nos hacía rodar y rodar mientras nos llevaban a algún lugar, dentro de una casota. ¡Esto sí que era divertido!. Rodar y brincar por la vibración de la banda fue nuevo y estimulante mientras por encima de nosotras, unos chorros de agua salada nos bañaban; chapoteamos, reímos y nos empujamos de una manera como no imaginamos que existiera, hasta llegar a un punto en que la banda bajó su velocidad y casi se detuvo. Unas manos más suaves, de mujer, iban tomándonos una por una y decidiendo en que cubeta nos ponían. “Aaahhh”, pensé, ahora empieza eso que, anteriormente había escuchado era “el destino”. Bueno, ya sabré para que soy buena, finalmente. En eso oí una linda historia que le contaba una de estas mujeres a otra sobre algo de un diluvio que hubo en esta tierra hace muchos años y que cuando paró de llover después de 40 días, el jefe de una cosa enorme llamada arca, mandó una paloma para saber si había tierra y regresó trayendo en su pico una rama de olivo. Ella dijo que esto habla de nuestras grandes características y de que el árbol de olivas tiene mucha fuerza, además de que ha sido siempre el símbolo de la paz y la armonía. Pude observar que algunas olivas estaban destinadas al campo de la medicina y la salud porque quienes nos escogían, comentaban, que somos muy útiles cuando existen enfermedades cardíacas, anemia o una carencia de vitaminas y minerales y que, somos un excelente reconstituyente a nivel, tanto psíquico como físico. Otras hermanas y primas, más relajientas y pachangueras, brincaban de gusto cuando supieron que iban a nadar en martinis, bailar muchos ritmos y acompañar a interesantes hombres y mujeres en unos lugares muy divertidos llamados bares. A mí, no me hubiera gustado y tuve suerte, no me escogieron para eso. Muchas que no llegaron a las bandas fue porque su destino, era convertirse en un aceite que por su pureza, es la grasa más sana y natural para el cuerpo humano. Eso nunca supe cómo se hacía, ni cómo las eligieron. Conocí eso del aceite, que decían es muy cotizado en todas las cocinas para preparar y aderezar alimentos, cuando, a mí en lo personal, me eligieron junto con varias de mis hermanas, para aromatizar un barril de aceite de oliva. Al término de la maceración, gentilmente me guardaron en un bello frasco de vidrio con varias hierbas de olor que me perfumaron y me decoraron con pequeñísimas briznas de distintos colores marrones y verdes. Ahí permanecí hasta el día de hoy. Finalmente llegué a mi destino cuando me pusieron en un plato de porcelana, exquisitamente pintado con flores y mariposas, en la mesa principal. El patrón me tomó, me llevó a su boca y me posó entre la lengua y el paladar, para alabar y acariciar con mi sabor, su exigente gusto. ¡Qué lindo destino y que afortunada fui al ser parte de lo que los hombres llaman las delicias de las olivas!

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Cuento por Mercedes Patrón

Las Delicias de las Olivas

Desde que tuve conciencia que estaba viva, he sido muy feliz. Tanto, que en realidad nunca supe la fecha exacta de mi nacimiento, ni siquiera el año o mes; no tuve curiosidad, ni necesidad. Mi vida había transcurrido durante el día abrazada y cobijada por el calor del sol, mecida suavemente por el viento y refrescada por una ligera brisa al atardecer. Durante la noche me sentía cubierta por hojas y el calor de mis hermanas que, en la medida que crecíamos, nos acercábamos más las unas a las otras. Todas éramos tan parecidas, que era difícil distinguirnos; las diferencias las marcaban el tamaño y el redondel ya que, habíamos algunas muy carnosas y otras con menos carne y más chiquitas pero absolutamente todas de color verde vida, atadas por un delgado rabo a ese árbol que con su tronco y ramas nos cuidaba, protegía y alimentaba día con día. Me hacía reír y disfrutar mucho retozar con mis hermanas el juego que yo llamaba “a que te alcanzo” y sólo lo hacíamos por las tardes o los días de mayor viento. Se trataba de no ofrecer resistencia y permitir al aire que me impulsara hacía donde estaba alguna de ellas distraída, entonces, yo la empujaba con fuerza pegándole un susto mayúsculo. No sé si me reía mas cuando gritaban “ooooohhh…” o “aaaayyyy….”, o cuando se enojaban y trataban de regresarme, sin éxito, el golpe. Yo escuchaba algunos sonidos melodiosos desde que nací que me encantaban. Supe, por el tronco del árbol que nos enseñó, a saber entender lo que era el lenguaje de las personas, que eran cantos que entonaban los campesinos cuando cuidaban el campo, sembraban la tierra o simplemente se guarecían del sol o el agua bajo la sombra de los olivos. También los oí hablar y con el tiempo pude entender sus conversaciones. Así conocí todo lo que nosotras, las olivas, le aportamos a los seres humanos una vez que nos seleccionan y envían a nuestro destino. Eso del destino aún no lo entiendo del todo y la verdad tampoco me preocupa; ahora, estoy ansiosa por vivir con todas mis hermanas, este tiempo de la recolección de aceitunas y disfrutarlo. Temprano unas alegres canciones nos despertaron y marcaron el inicio de un nuevo rumbo en nuestras vidas. Sentí unos dedos fuertes que tiraron de mi rabito que me unía al árbol, lo desprendieron y me dejaron sola con mi verdor y un pequeño hoyo en donde antes estaba el tallo. No fue para nada agradable, pero todo lo hicieron aquellos dedos, con tanta rapidez y firmeza que ni tiempo me dio de quejarme. Cuando me di cuenta estaba rodando dentro de una canasta por encima de un montón de hermanas y primas que al igual que yo, no salían de su asombro.

Alguien levantó la cesta cuando estuvo llena de olivas y todas rodamos de un lado para otro, masajeando nuestras carnes y riendo; nos colocaron en un camión y partimos lejos, muy lejos del olivar. Después de una eternidad, se detuvo el vehículo y una voz fuerte avisó que traía el cargamento de aceitunas. Casi de inmediato, varias personas descargaron todas las canastas, incluyendo en la que yo estaba y las fueron vaciando en una banda que nos hacía rodar y rodar mientras nos llevaban a algún lugar, dentro de una casota. ¡Esto sí que era divertido!. Rodar y brincar por la vibración de la banda fue nuevo y estimulante mientras por encima de nosotras, unos chorros de agua salada nos bañaban; chapoteamos, reímos y nos empujamos de una manera como no imaginamos que existiera, hasta llegar a un punto en que la banda bajó su velocidad y casi se detuvo. Unas manos más suaves, de mujer, iban tomándonos una por una y decidiendo en que cubeta nos ponían. “Aaahhh”, pensé, ahora empieza eso que, anteriormente había escuchado era “el destino”. Bueno, ya sabré para que soy buena, finalmente. En eso oí una linda historia que le contaba una de estas mujeres a otra sobre algo de un diluvio que hubo en esta tierra hace muchos años y que cuando paró de llover después de 40 días, el jefe de una cosa enorme llamada arca, mandó una paloma para saber si había tierra y regresó trayendo en su pico una rama de olivo. Ella dijo que esto habla de nuestras grandes características y de que el árbol de olivas tiene mucha fuerza, además de que ha sido siempre el símbolo de la paz y la armonía. Pude observar que algunas olivas estaban destinadas al campo de la medicina y la salud porque quienes nos escogían, comentaban, que somos muy útiles cuando existen enfermedades cardíacas, anemia o una carencia de vitaminas y minerales y que, somos un excelente reconstituyente a nivel, tanto psíquico como físico. Otras hermanas y primas, más relajientas y pachangueras, brincaban de gusto cuando supieron que iban a nadar en martinis, bailar muchos ritmos y acompañar a interesantes hombres y mujeres en unos lugares muy divertidos llamados bares. A mí, no me hubiera gustado y tuve suerte, no me escogieron para eso. Muchas que no llegaron a las bandas fue porque su destino, era convertirse en un aceite que por su pureza, es la grasa más sana y natural para el cuerpo humano. Eso nunca supe cómo se hacía, ni cómo las eligieron. Conocí eso del aceite, que decían es muy cotizado en todas las cocinas para preparar y aderezar alimentos, cuando, a mí en lo personal, me eligieron junto con varias de mis hermanas, para aromatizar un barril de aceite de oliva. Al término de la maceración, gentilmente me guardaron en un bello frasco de vidrio con varias hierbas de olor que me perfumaron y me decoraron con pequeñísimas briznas de distintos colores marrones y verdes. Ahí permanecí hasta el día de hoy. Finalmente llegué a mi destino cuando me pusieron en un plato de porcelana, exquisitamente pintado con flores y mariposas, en la mesa principal. El patrón me tomó, me llevó a su boca y me posó entre la lengua y el paladar, para alabar y acariciar con mi sabor, su exigente gusto. ¡Qué lindo destino y que afortunada fui al ser parte de lo que los hombres llaman las delicias de las olivas!