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Cuenta y Razón Fundada por Julián Marías en 1981 21 Segunda etapa verano 2011 PRESENTACIÓN RAfAEl ANSÓN ENTREVISTA A lANdElINo lAVIllA ENSAyoS Antonio Mingote, Javier Arenas, Rafael Arias Salgado, Rafael Calvo Ortega, Mª Dolores de Cospedal, Mª Teresa Fernández de la Vega, Jaime Lamo de Espinosa, Arturo Moya Moreno, Eugenio Nasarre, Marcelino Oreja Aguirre, Matías Rodríguez Inciarte, José Manuel Romay Beccaria, Salvador Sánchez–Terán y Federico Trillo-Figueroa. doCumENToS Textos de Julián marías seleccionados por Helio Carpintero Precio: 8 Especial dedicado al PrEsidEntE Adolfo suárEz Fotografía: Adolfo Suárez Illana. Premio Ortega y Gasset

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Cuenta y RazónFundada por Julián Marías en 1981

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Segunda etapaverano 2011

PRESENTACIÓN RAfAEl ANSÓN

ENTREVISTA A lANdElINo lAVIllA

ENSAyoS

Antonio Mingote, Javier Arenas, Rafael Arias Salgado, Rafael Calvo Ortega, Mª

Dolores de Cospedal, Mª Teresa Fernández de la Vega, Jaime Lamo de Espinosa,

Arturo Moya Moreno, Eugenio Nasarre, Marcelino Oreja Aguirre, Matías

Rodríguez Inciarte, José Manuel Romay Beccaria, Salvador Sánchez–Terán y

Federico Trillo-Figueroa.

doCumENToSTextos de Julián marías seleccionados por Helio Carpintero

Precio: 8

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Especial dedicado alPrEsidEntE Adolfo suárEz

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Consejo de la RevistaGonzalo Anes Rafael Ansón Blanca Berasatégui

Helio Carpintero Antonio de Juan Juan Díez Nicolás Santiago Grisolia Mario Hernández-Sánchez Barba Álvaro Muñoz

Stanley G. Payne Alfonso Pérez Romo José Luis Pinillos Pietro Prini HaroldRaley José Rafael Revenga Françesc Sanuy Carlos Seco José Juan Toharia

Juan Torres

Consejo de Dirección

FUNDADOR

Julián MaríasEDITOR

Gustavo VillapalosDIRECTOR

Javier Fernández del Moral

José María Amusátegui Gonzalo Anes Rafael Ansón Ignacio Bayón JavierBlanco Helio Carpintero Rafael Carrasco Rafael Cortés Elvira Olga Cubillo

Leticia Escardó Concha Guerra Juan Iranzo Manuel Muñiz Villa José Antonio Sánchez Bernabé Sarabia Felipe Segovia

DISEÑOMGM Publicaciones

F UNDACIÓN DE ESTUDIOS SOCIOLÓGICOS (FUNDES)IInformación y suscripciones

Príncipe de Vergara, 33. 1º Izda. 28001. MadridTlf. 91 432 33 45 Fax. 91 578 27 16

[email protected]

www.fundes.esISSN.Versión impresa 1889-1489ISSN.Versión internet 1989-2705Depósito legal M-42.035-1980

Impresión: Forletter Business Group

ENSAYOS

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Fundación de Estudios SociológicosFundador Julián Marías

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ENSAYO

DOCUMENTOS

Introducción de Helio Carpintero. El filósofo y el político: las esperanzas cumplidas. Pág. 81

Julián Marías en sus textos. Prólogo del volumen Cinco Años de España. Pág. 87

Fragmentos de Una vida presente. Pág. 91

Viñeta. Pág. 13

ANTONIO MINGOTE

Un partido de partidos. Pág. 15

JAVIER ARENAS

La herencia de UCD. Pág. 17

RAFAEL ARIAS SALGADO

La “otra” transición: establecimiento de una demo-

cracia industrial. Pág. 19

RAFAEL CALVO ORTEGA

Mujer, política y transición: el triunfo de la

igualdad en libertad. Pág. 25

Mª DOLORES DE COSPEDAL

Piloto de un pueblo hacia la libertad. Pág. 29

Mª TERESA FERNÁNDEZ DE LA VEGA

Adolfo Suárez y el consenso. Pág. 31

JAIME LAMO DE ESPINOSA

Adolfo Suárez ante la Historia. Pág. 35

ARTURO MOYA MORENO

La cuestion religiosa: las relaciones Iglesia-

Estado. Pág. 39

EUGENIO NASARRE

Adolfo Suárez y Europa. Pág. 49

MARCELINO OREJA AGUIRRE

Adolfo Suárez. Algunos recuerdos personales.

Pág. 55

MATÍAS RODRÍGUEZ INCIARTE

De la transición de 1931 a la de 1978: un prota-

gonista, Adolfo Suárez. Pág. 59

JOSÉ MANUEL ROMAY BECCARIA

La concordia fue posible. Pág. 65

SALVADOR SÁNCHEZ-TERÁN

Más que un parlamentario. Pág. 69

FEDERICO TRILLO-FIGUEROA

PRESENTACIÓN. Rafael Ansón. Pág. 5

ENTREVISTA a Landelino Lavilla. Pág. 9

ENSAYOS

Índice

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ENSAYOS

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Cebreros es un atractivo pueblo de Ávila enel que desde siempre se elaboraron bue-nos vinos. Pero, desde finales del siglo XX,

es más conocido como localidad natal, en 1932,de Adolfo Suárez, presidente del Gobierno espa-ñol entre 1976 y 1981, político en activo durantecinco décadas y paladín de nuestra transición.Para mí, uno de nuestros grandes personajescontemporáneos.

En este monográfico de Cuenta y Razón, quere-mos rendir tributo a este gran español, acaso elprincipal artífice de nuestro modelo político, unpersonaje lleno de matices con el que (desde fina-les de los años cincuenta, cuando lo conocí pocodespués de llegar de Ávila) tuve el placer de com-partir importantes momentos de mi actividad pro-fesional y de mi vida personal.

Por eso, en las páginas siguientes van a rendir tri-buto a Adolfo Suárez grandes personajes de lavida política española de los años de la Transicióny de los siguientes, todos los cuales coinciden ensu vinculación con el astuto y seductor político deCebreros, que siempre tuvo una gran habilidadpara escuchar y atender las sugerencias de suscolaboradores. Y que, por cierto, ya soñaba conser presidente del Gobierno desde que decidióhacer realidad su vocación política.

Aunque no es objeto de este número monográfi-co de Cuenta y Razón, no puedo dejar de desta-

car el aspecto humano y familiar de AdolfoSuárez, con una mujer excepcional y unos hijosextraordinarios.

Esta edición especial arranca con una entrevistacon Landelino Lavilla que, además de ministro deJusticia en alguno de sus Gobiernos, fue luegopresidente del Congreso de los Diputados y letocó afrontar desde ese “púlpito” la intentona gol-pista del 23-F. Se la recomiendo especialmentepara descubrir la singularidad del personaje.

Pero la aproximación a su figura la completan losensayos que han elaborado algunos de sus cola-boradores más directos, como Rafael AriasSalgado, quien habla de “La herencia de UCD”;Rafael Calvo Ortega, que habla de “La otra tran-sición” o Jaime Lamo de Espinosa, quien desta-ca la gran capacidad de Suárez para labrar con-sensos.

Cuenta y Razón | junio 2008PRESENTACIÓN

PRESENTACIÓNRafael Ansón

PRESIDENTE DE LA FUNDACIÓN DE ESTUDIOS SOCIOLÓGICOS (FUNDES)

En este monográfico de Cuenta yRazón, queremos rendir tributo a

este gran español, acaso el principalartífice de nuestro modelo político

La aproximación a su figura la completan los ensayos que han

elaborado algunos de sus colaboradores más directos

Desfilan por estas páginas las visiones sobre Adolfo Suárez,de personajes de la vida política

española de los años de laTransición y de la actualidad

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Cuenta y Razón | verano 2011

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Cuenta y Razón | verano 2011

Desfilan por las páginas de esta revista las visio-nes sobre el gran político español de personajestodavía muy activos en la política española, comoel vicesecretario general del PP, Javier Arenasquien, cuando era muy joven, labró una estrechacolaboración con Suárez; o el activo diputado yex ministro Federico Trillo-Figueroa, entre otrosmuchos grandes personajes del mundo de lapolítica o los negocios que han querido colaboraren este modesto homenaje a un gran político yuna gran persona.

Quiero destacar especialmente la peculiar yespléndida colaboración de Antonio Mingote, queilustra y da fuerza y presencia a este monográficocon una de sus finas y certeras caricaturas queles invito a descubrir y, en general, el nivel detodos y cada uno de los ensayos que reconstru-yen la visión poliédrica de la arrolladora persona-lidad de Adolfo Suárez, quien lamentablementeno podrá juzgar los trabajos de quienes fueronsus colaboradores y amigos.

Un año de Transición

En esta presentación yo quiero destacar losmuchos lazos que me unieron con él duranteaquellos años y la admiración que siempre le hetenido. Su figura empezó a agigantarse desdeque, con el apoyo de la Corona y el impulso per-sonal de Su Majestad el Rey Don Juan Carlos,Adolfo Suárez fue protagonista, sobre todo, de laTransición, ese hecho histórico singular que sedesarrolló en el año transcurrido entre junio de1976 (cuando fue nombrado, por sorpresa, presi-dente del Gobierno sustituyendo a Carlos AriasNavarro) y junio de 1977 (cuando se celebraronen nuestro país las primeras elecciones libres ydemocráticas después de algo más de cuatrodécadas) y tras el cual, España, que había sido

una dictadura durante casi 40 años, pasó a seruna democracia legítima que despertó admira-ción en todo el mundo.

Fueron doce meses de una enorme intensidad enlos que los acontecimientos se sucedían a granvelocidad y el Antiguo Régimen se iba desmoro-nando paso a paso, con unas tensiones políticasy sociales sorprendentemente controladas.

Respaldo para impulsar la Constitución del 78

Eso fue posible gracias al consenso y al deseodemocrático del pueblo español pero, sobretodo, a la figura de Suárez, un líder que se ganóla confianza de la mayor parte del país y recibió elrespaldo popular suficiente como para impulsardespués la Constitución de 1978, aprobada casipor unanimidad.

El problema fue que, tras pilotar sabiamente lanave de la Transición, una vez instaurada lademocracia, las tensiones no dejaron de suceder-se y el liderazgo de Suárez al frente del Gobiernode la Nación se cortó bruscamente en 1981.

Este monográfico es un modesto homenaje a unpersonaje único con quien muchos no fuerondemasiado justos en su tiempo. Yo tuve la opor-tunidad de tratarlo durante años muy estrecha-mente y les puedo asegurar que, más allá delpolítico que alumbró un sueño, Adolfo Suárez fue

Todos y cada uno de los ensayosreconstruyen la visión poliédrica de la arrolladora personalidad

de Adolfo Suárez

Este monográfico es un modestohomenaje a un personaje único conquien muchos no fueron demasiado

justos en su tiempo

Quiero destacar los muchos lazos que me unieron con Suárez durante

aquellos años y la admiración que siempre le tuve

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PRESENTACIÓN

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un hombre extraordinario. Estoy seguro de que supeso histórico seguirá creciendo con el paso delos años.

Primer encuentro a finales de los 50

En efecto, tuve la suerte de caminar de la manode Adolfo Suárez durante aquellos complejosaños de la Transición. Conocí a este gran perso-naje a finales de los años cincuenta, cuando llegóa Madrid procedente de su Ávila natal, como jefede la Secretaría de Fernando Herrero Tejedor, quesería uno de los personajes que más influenciatuvo en la evolución del franquismo a partir de ladécada de los sesenta, luego fallecido en acci-dente de tráfico.

Suárez, que no había sido un gran estudiante nitenía una gran formación cultural, era ya en aque-lla época un personaje singular. Porque tenía trescualidades esenciales para un político: una intui-ción extraordinaria, que le permitió siempre tomarla decisión adecuada; una excepcional simpatíapersonal, acompañada de una humanidad des-bordante, con la que cautivaba a sus interlocuto-res; y una gran confianza en si mismo y en sucapacidad para afrontar los problemas y solucio-narlos. Todas estas capacidades se sintetizabanen una extraordinaria fuerza seductora cuandocomparecía en los medios de comunicaciónmasiva y, especialmente, en la televisión.

Era, sin duda, un líder nato, y ejerció esa capaci-dad de liderazgo desde su etapa en la AcciónCatólica de Ávila, con tan sólo 18 años, hasta suscinco años en la Presidencia del Gobierno deEspaña. Daba igual que nos reuniéramos ungrupo de tres o cuatro amigos o que trabajara enla Administración con amplios equipos de funcio-narios. Daba igual que ocupara un cargo relevan-te o de segundo orden, siempre fue el líder indis-cutible de todos los que le rodeábamos.

Aquellos “años de plomo”

Con estas y otras armas, Suárez se mantuvo enla presidencia hasta febrero de 1981, aquellos“años de plomo” en los que el futuro de nuestropaís se fue construyendo en medio de las tensio-nes. Su magnífica relación con el rey Don JuanCarlos resultó fundamental en aquel periodo.Porque aprovechó los limitados espacios de liber-tad que permitía el sistema para apoyar la suce-sión monárquica, sobre todo, en la figura del queprimero fue Príncipe de España y luego nuestroRey, ya que siempre estuvo convencido de que lademocracia era el único sistema posible una vezterminada la etapa franquista.

El paladín de la democracia

Hoy, todo el mundo le considera el paladín denuestra democracia, y nuestro sistema político ledebe mucho a este gran personaje de nuestrosiglo XX. Y eso que su figura ha quedado un tantodiluida puesto que hace años abandonó porcompleto la vida pública, y hoy se encuentrarecluido en su vida interior. El paso de los años noha hecho sino agigantar su figura como gran per-sonaje político; la pena es que no sea conscientede todos los homenajes y los reconocimientosque está recibiendo, basados en que está muchomás allá de las ideologías, convirtiéndose en unsímbolo de todos los españoles.

En todo caso, confiando en que cristalice algunade las propuestas que apuestan por un homena-je todavía de mayor calado, les invito a que, en laspáginas siguientes, puedan conocer en profundi-dad la trayectoria política de Adolfo Suárez.

Que descubran, sobre todo, su condición demodelo para las nuevas generaciones, y para quelos que ya tenemos unos años hagamos un pocode memoria de nuestro pasado y evoquemostodos aquellos acontecimientos. Por eso, creoque les resultará interesante descubrir el tributo

Suárez tenía tres cualidades esenciales para un político: una intuición extraordinaria,

una excepcional simpatía personal,acompañada de una humanidad

desbordante, y una gran confianza en si mismo

Hoy, todo el mundo le considera el paladín de nuestra democracia,nuestro sistema político le debe mucho a este gran personaje

de nuestro siglo XX

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de personajes muy importantes en su biografía yde otros que, posteriormente, han tenido un enor-me peso en la historia de España de los últimosaños.

El paso de los años ha agigantado su figura como gran personaje político;

la pena es que no sea consciente de todos los reconocimientos

que está recibiendo

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ENSAYOS

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ENTREVISTA

Nacido en Lérida en 1934. Licenciado enDerecho por la U.C.M. Letrado del Tribunalde Cuentas y Letrado del Consejo de

Estado en 1959. A los 27 años fue SecretarioGeneral de Banesto, y posteriormente Presidentede la Editorial Católica. Ministro de Justicia conAdolfo Suárez de 1976 a 1979, y Presidente delCongreso de los Diputados de 1979 a 1982.Presidente de UCD. Consejero Permanente deEstado. Miembro de la Real Academia deCiencias Morales y Políticas, y Presidente de laReal Academia de Jurisprudencia y Legislación.

HHace un tiempo, en 2009, tuve la oportunidad detener una charla contigo en la Sede del Consejode Estado, también para la revista Cuenta yRazón, en la que me quedó muy claro que tu afánde servicio a España y tu amor por el Derechohabían sido dos de los pilares de tu vida. Hoyquiero añadir algo más a aquella enjundiosaentrevista, y es la otra vertiente de tu dedicacióna la “cosa pública”. Tu paso por la política activa.

Eras Ministro de Justicia cuando se aprobó laConstitución del 78. Eso supuso una enormetarea de adaptación de nuestro ordenamientojurídico al nuevo marco constitucional. Se cerrabauna larga época y se abría otra, que ¿hasta cuán-

do duró? ¿Cuáles fueron los cambios más signifi-cativos en nuestro nuevo marco jurídico?El más significativo fue la propia Constitución y, enel proceso que concluyó con su aprobación, laLey para la Reforma Política –importante por susprescripciones y por su función instrumental-.Fueron relevantes también las sucesivas modifi-caciones del ordenamiento que acompañaron elproceso constituyente, y lo fueron las que, tras laculminación de éste, hicieron realidad el Estadosocial y democrático de Derecho bajo la formapolítica de la Monarquía parlamentaria.

¿Crees que la Constitución ha dado de si todo loque podía?Ha dado de si lo que cabía esperar, aunque susposibilidades quizá han quedado lastradas por uninadecuado entendimiento del equilibrio entreestabilidad y reforma. Esa desviación es conse-cuente a la incomprensible marginación delesfuerzo de concordia necesario con el que sealumbró la Constitución, y que debe prestarsoporte a sus eventuales cambios.

Este número de Cuenta y Razón es un homenajea Adolfo Suárez, merecidísimo sin duda. ¿Sentíasmucho su liderazgo?Lo sentía, lo cultivaba y lo acataba. Fue unPresidente cabal. En los momentos en que loconsideró preciso, ejerció su liderazgo con deci-sión firme y con segura orientación.

¿Cuál crees que fue la mayor obra de vuestroGobierno y de su liderazgo, la transición política oal aprobación de la Constitución?Aquel periodo puede y debe valorarse en su con-junto. A mi parecer, sin embargo y sin menosca-bo del juicio que merecen el periodo constituyen-te y la Constitución aprobada, fue estelar la obra

Entrevista a

Landelino Lavilla POR JAVIER BLANCO BELDA

SECRETARIO GENERAL DE FUNDES

"La Constitución ha dado de si lo que cabía esperar, aunque

sus posibilidades han quedado lastradas por un inadecuado entendimiento del equilibrio entre estabilidad y reforma"

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del primer Gobierno Suárez y la incuestionablecapacidad del Presidente para conducir el proce-so hasta las elecciones del 15 de junio de 1977.Ese período de 11 meses no supuso tanto laintroducción de cambios en el sistema, cuanto elcambio mismo de sistema. Fue éste el efectodesarticulador de la Ley para la Reforma Política,que no dejó de transitar, sin embargo, por loscauces y con los resortes del ordenamiento jurídi-co.

CComo Presidente del Gobierno, ¿os dejabamucha iniciativa a los Ministros?La requerida por la responsabilidad que a cadauno le fue confiada. En lo que a mí concierne,nunca me vi desairado ni en las iniciativas quetomé o propuse, ni en la consideración que mere-cieran al Presidente Suárez y al Gobierno, fuerano no aceptadas. La competencia la ejercía quienla tenía, y la superior era la del Presidente y suGobierno. No creo que sea frecuente un Ejecutivotan cohesionado, tan coordinado, tan solvente ytan solvente y responsable como lo fue el primerGobierno de Suárez.

Presidente del Congreso en sus días más difícilescomo Institución, el 23 de febrero. La gallardía detres personas, Suárez, Gutiérrez Mellado y la tuyapropia salvó sin duda la imagen de la Instituciónen aquel momento. ¿Fue ese uno de los momen-tos estelares de Adolfo Suárez?Sin duda alguna, por la demostración de su sere-na dignidad. Pero yo soy testigo de otros muchosmomentos en los que la acreditó, y que no lucie-ron en un escenario y a telón levantado.

¿Crees que la figura de Suárez hubiera sido lamisma sin su capacidad de pacto y negociación?Suárez fue Presidente con sus capacidades y ras-gos personales. No me parece fecundo el ejerci-cio de especular sobra la hipótesis de que suscaracterísticas y su perfil no hubiesen sido los que

son y acreditó, sino cualesquiera otros imagina-bles, aunque éstos fuesen también valiosos yplausibles.

Pienso que los españoles no hemos agradecido aSuárez y a sus Gobiernos todo lo quehicieron/hicisteis por España. ¿Eres de esta opi-nión?España y los españoles han valorado lo que hici-mos a favor de la convivencia política. Saben elcontexto histórico en el que lo hicimos, y han per-cibido los frutos de una evolución solvente y orde-nada. Nada resta a esa opinión el hecho de que,en el curso de los años y con Gobiernos sucesi-vos, quizá no se dieran las mejores respuestas alos problemas reales, y hasta se hayan generadootros –o agudizado los preexistentes- por frivoli-dad o ineptitud.

Dame una definición de Adolfo Suárez. Dime cuáles el rasgo que más le define en su época de polí-tico y como persona.Ya lo he calificado antes como un Presidentecabal en los Gobiernos de los que formé parte.Su capacidad de dirección y su sentido del inte-rés público son incuestionables para mí, que meconsidero tributario de sus dotes personales en eltrabajo, en el éxito y en la adversidad.

Tu aceptación de la Presidencia de UCD fue unrasgo impresionante de generosidad. ¿Influyómucho Suárez en este paso tuyo?No influyó Suárez directamente; pienso que másbien me lo habría desaconsejado. Pero la falta deentendimiento interno y la cierta distancia a la queme sentí de Suárez quizá influyeran en mi creen-cia de que alguien tenía que protagonizar aquellafase final de UCD hasta verificar el ordenado tras-paso de poderes y funciones tras las inminenteselecciones. Que ese papel lo tuviera que asumiryo fue ¿un rasgo de generosidad, según sus pala-bras..? Dije entonces que sacrificaba el sentidocomún al sentido de la responsabilidad, y nosabría ponderar la influencia de algunos requeri-mientos, de ciertas intuiciones o advertenciasapocalípticas y hasta de algún grado de ingenuapresunción por mi parte.

Muchísimas gracias por tu tiempo y por tusrecuerdos.

"No creo que sea frecuente un Ejecutivo tan cohesionado,

coordinado, solvente y responsable como lo fue

el primer Gobierno de Suárez"

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ENSAYOS

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En mayo de 2012 se cumplirán 35 años de lacreación de la coalición Unión de CentroDemocrático, una formación política cuya

heterogeneidad interna –un partido de partidos-acabó por convertirlo en un instrumento coyuntu-ral con un único y gran destino: pilotar la transi-ción política.

Fue una coalición nacida desde un liderazgo –elde Adolfo Suárez- y desde un Gobierno que teníaante sí la ingente tarea de desmontar el franquis-mo y construir el cuerpo legislativo y político deuna democracia.

Reformistas con distintos matices, desde lademocracia cristiana a socialdemócratas, pasan-do por liberales, regionalistas y aperturistas pro-cedentes del franquismo; confluyeron en esteproyecto, que pretendía dotar a España de ungran partido centrista, capaz de apaciguar losextremos políticos tradicionales desde dos con-ceptos vitales para la reconciliación nacional: laconcordia entre todos los españoles y el consen-so entre contrarios.

Como organización política, convertida posterior-mente en partido, UCD fracasó internamente enaquellos aspectos en los que, precisamente,Adolfo Suárez lograría su gran éxito histórico paraEspaña: pilotar la transición desde el consenso.

UCD dio a España lo que no se dio a sí misma:consenso y amplitud de miras.

Cuando observamos, con distancia histórica, elplantel de partidos y dirigentes que confluyeronen el germen de UCD, es para quitarse el som-brero: Adolfo Suárez, Leopoldo Calvo Sotelo,

Fernando Abril Martorell, Fernando Álvarez deMiranda, Joaquín Garrígues Walker, Rafael AriasSalgado, Landelino Lavilla, Rodolfo Martín Villa oFrancisco Fernández Ordóñez. Y, desde luego, es unorgullo que en ese plantel brillarán andaluces comoManuel Clavero, Pérez-Llorca o García Añoveros.

Entonces, ¿qué falló? ¿Qué hizo imposible que UCDtrascendiera al momento coyuntural de la transicióny se convirtiera en el gran partido del centro español?

Creo, honestamente, como argumentan analistas ehistoriadores, que hubo en el origen un error de cál-culo. Tanto la recién nacida UCD como laDemocracia Cristiana de Ruiz Jiménez, que no seintegró en la gran coalición centrista, imaginaron enla España de 1977 el mismo escenario político dealgún país europeo tras la derrota de los fascismosen la II Guerra Mundial en 1945.

Italia parecía el espejo donde había que mirarse: laDemocracia Cristiana –el mismo Aldo Moro vino aSevilla a hacer campaña, pilotando el postfascismoy alternándose en el poder con el partido comunis-ta como el gran referente de la izquierda.

Las elecciones constituyentes de 1977 destrozaronese diseño: UCD ganó con mayoría, la DemocraciaCristiana se hundió y el PCE no iba ser el partidoque, a la italiana, aglutinara la referencia de laizquierda: emergió en el mapa político la fuerza delPSOE.

Un partido de partidosJAVIER ARENAS

PRESIDENTE DEL PARTIDO POPULAR DE ANDALUCÍA

UCD dio a España lo que no se dio a sí misma:

consenso y amplitud de miras

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Las elecciones de 1979 ahondarían en esa nuevarealidad y marcarían la senda del mapa políticoespañol hacia un bipartidismo UCD-PSOE, hoyPP-PSOE, complementado con las minoríascomunistas, nacionalistas y la entonces AP.

La dimisión de Adolfo Suárez como presidente en1981, evidenció la otra pata del fracaso de UCDcomo partido con vocación de permanencia: lastensiones internas debidas a tanta heterogenei-dad ideológica y a no pocos personalismos, rom-pieron las débiles costuras del partido que nuncalo fue: UCD.

Me detengo en la heterogeneidad ideológicacomo una de las claves de la imposibilidad deUCD como partido: agrupaba a tantas ideologíasque, por sí mismo, representaba al conjunto devarios Parlamentos europeos, como elBundestag alemán (demócrata-cristianos, social-demócratas y liberales). El abordaje, entonces, enEspaña de leyes con claros componentes ideoló-gicos –divorcio, educación o fiscalidad- fragilizóaún más la débil estructura del partido.

¿Hubieran sido las cosas distintas sin la dimisiónde Adolfo Suárez? Imposible imaginar esesupuesto. Suárez no sólo sufrió los envites de supartido y el perceptible ruido de sables, la cruen-ta oposición del socialismo a su persona y a suobra no cejó hasta conquistar el poder en 1982.

Cabe resaltar en esa operación de acoso y derri-bo la utilización partidista del proceso autonómi-co andaluz, que inauguró la estrategia de la con-frontación del PSOE frente al centro-derecha,aviesamente repetida después hasta la saciedaden Andalucía.

La corta vida de UCD no debe minusvalorar laaportación de Suárez a la historia de España: elpartido gobernó los cinco años más importantesy fructíferos de la España democrática del sigloXX. No sólo fue el partido de la transición y de laConstitución de la Concordia. Fue también el par-tido de los Pactos de la Moncloa, ese gran con-senso económico-social que permitió abordar lasreformas políticas en un clima de paz social.

Afortunadamente, la sociedad española ha aca-bado por reconocer a Adolfo Suárez su granaportación a España. Creo que también sería dejusticia una visión sosegada de lo que fue UCD yde lo que aportó, más allá de su fracaso comopartido.

El posterior nacimiento del PP, con su coherenciaideológica y su cohesión interna, dotaría aEspaña del gran partido reformista y centrista quesu sociedad históricamente ha demandado, yque quiso ser la UCD.

La corta vida de UCD no debe minusvalorar la aportación de Suárez a la historia de España: el partido gobernó los cinco años más importantes y fructíferos de

la España Democrática del siglo XX

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ENSAYOS

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La Unión de Centro Democrático (UCD) fueun gran éxito como gobierno de la Nación,y un notable fracaso como partido político.

En aparente paradoja, no pudo sobrevivir a unaobra transformadora de magnitud histórica.

Su éxito se puede sintetizar así: Pilotó, con elPresidente Suárez al frente y estrecha complici-dad con el Rey, el cambio democrático. Acudió alconsenso nacional para elaborar el texto constitu-cional. Impulsó, de acuerdo con todos los parti-dos políticos que alcanzaron representación par-lamentaria, la más generosa ley de amnistía paracerrar las heridas de la guerra civil. Puso en mar-cha la plena rehabilitación, en todos sus dere-chos, de los que padecieron persecución porcausa de la guerra civil o de la represión posterior.

En el ámbito económico, el gobierno de UCD pro-pició los Pactos de la Moncloa para hacer frentea una profunda crisis económica, provocada porel shock petrolífero de 1974-75, cuyas conse-cuencias habían sido embalsadas en Españapara no agravar el proceso sucesorio puesto enmarcha por la enfermedad de Franco. Y llevó acabo una profunda reforma fiscal que, aunque irri-tó al mundo empresarial, legitimó el proceso decambio. Desde otra perspectiva, tomó las prime-ras medidas secularizadoras para eliminar losperfiles de un Estado que, por imperativo de lasLeyes Fundamentales, había sido confesional.Promulgó la Ley de Divorcio, despenalizó los anti-conceptivos, e introdujo la equiparación en dere-chos del hombre y la mujer. También inició el pro-ceso de negociación con la entonces ComunidadEconómica Europea para la plena integración deEspaña, y sentó las bases, en una primera refor-ma militar, para la configuración de unas Fuerzas

Armadas subordinadas al poder civil. Finalmente,puso en marcha la configuración de la España delas Autonomías, pactada en la Constitución con laaprobación de los Estatutos del País Vasco, deCataluña y Galicia. En suma, creo que afrontó,con acierto en lo sustancial, las viejas y grandescuestiones que atormentaron nuestra historia: lacuestión monárquica, la cuestión religiosa, lacuestión regional y la cuestión militar.

La España moderna, en términos democráticos,empezó pues con y por la acción de los gobiernosde UCD. Pero esta obra no siempre fue comprendi-da por una parte significativa de sus votantes, lamayoría de filiación de derecha y centroderecha. Laacción reformista del Gobierno distanció al partido desu electorado, que terminó por abandonarle. A ellocontribuyó, sin duda, el recrudecimiento del terroris-mo etarra, con el que los partidos democráticoscometieron el gran error de pensar que era un simplegrupo antifranquista que, instalada la democracia,abandonaría al menos la violencia que hiere y mata.Y no pudo ofrecer tampoco éxito perceptible en sugestión económica final, porque la crisis petrolífera sereprodujo en términos aún más graves en mayo de1979, desarbolando la política presupuestaria de losgobiernos centristas. La entrada en vigor de losEstatutos de Autonomía, antes mencionados, y elprotagonismo de los partidos nacionalistas por sucapacidad de arrastre electoral en sus respectivos

La herencia de UCDRAFAEL ARIAS-SALGADO MONTALVO

EX-SECRETARIO GENERAL DE UCDEX-MINISTRO

En aparente paradoja, UCD no pudo sobrevivir a una obra transformadora

de magnitud histórica

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ámbitos territoriales, proyectó una imagen de éxitode actitudes separatistas que asustó y movilizó a unabuena parte de los votantes contra los gobiernosde UCD.

Con frecuencia, se atribuye la apocalíptica derro-ta electoral de 1982 (de 169 diputados a 12) a lasdivisiones internas de UCD. Estas existieron, fue-ron palpables y, a veces, cainitas, pero no consti-tuyeron, a mi juicio, la causa principal de su des-aparición política. Un partido con perceptiblesconflictos internos está probablemente predesti-nado a perder las elecciones, pero no a su extin-ción electoral. En mi opinión, la causa primera desu fracaso como partido fue el éxito –tal es laparadoja- de su acción de gobierno en la realiza-ción de unas profundas reformas que una granparte de su electorado natural no entendió, y queuna parte de sus diputados y dirigentes no querí-an, al menos con el alcance con que finalmentese hicieron, al amparo de un gran consenso polí-tico y parlamentario.

Hoy, España, en buena medida, y a pesar de queRodríguez Zapatero ha destruido no pocos con-sensos logrados y mantenidos durante años,continúa sin embargo viviendo de la herencia deUCD y del primer PSOE, así como de la red deacuerdos que lograron tejer con renuncias recí-procas como base de una convivencia democrá-tica.

Hoy, España continúa viviendo de laherencia de UCD y del primer PSOE,

así como de la red de acuerdos que lograron tejer con renuncias

recíprocas como base de una convivencia democrática

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ENSAYOS

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II. INTRODUCCIÓN

La democracia, entendida como un sistemade convivencia que suma primacía de la ley,división de poderes, participación política

de los ciudadanos y respeto a los derechos fun-damentales, es un valor previo, imprescindible einsustituible que no necesita adjetivo alguno,como es sabido. La expresión “democraciaindustrial” tiene un carácter convencional, contin-gente y limitado. Con estas cautelas se utiliza eneste artículo. Hace referencia a situaciones quepueden presentarse en las transiciones políticas yen las que, habiéndose producido un estableci-miento o restablecimiento de los valores demo-cráticos, el mundo de la producción (tomandoeste concepto en su sentido más amplio) notiene, aún, normas jurídicas específicas de legiti-mación, representatividad, diálogo, extensión deacuerdos, etc. Se presenta un cierto desfase. Lademocracia es lo primero. Las energías de lacomunidad se dirigen a su consecución. A partirde este objetivo básico y, en algunos casos, debi-do a la urgencia de las situaciones, se avanzatambién en el campo económico por iniciativasconcretas de los agentes sociales y económicos.

Este cuadro se produce en la transición españo-la. La aprobación de la Ley de Reforma Política ylas Elecciones Legislativas de 15 de junio de 1977constituyen un restablecimiento suficiente (nocompleto, lógicamente) de la democracia. El res-tablecimiento de las relaciones de producción, demanera que puedan calificarse también de demo-cráticas, es un proceso más lento. No obstante,

la urgencia de buscar una referencia normativapuede llevar a la promulgación de normas que tie-nen un carácter más o menos provisional, e inclu-so a la adopción de acuerdos que permitan quedeterminadas relaciones (las laborales son unejemplo conocido) puedan establecerse y surtirefecto.

Esta situación se produce en la transición espa-ñola. Así, el Real Decreto-Ley de 4 de marzo de1977, sobre relaciones de trabajo, parcialmentevigente en la actualidad, hechas las correccionesexigidas por el Tribunal Constitucional en su día.Lo mismo, mutatis mutandis, puede afirmarse dela Ley de Reforma Sindical de 1 de abril de 1977.Esta norma reconocía la constitución de asocia-ciones profesionales para la defensa de sus inte-reses y la constitución de federaciones y confede-raciones, con el requisito de depositar sus estatu-tos en la oficina pública establecida al efecto conel sometimiento único a los jueces.

Estas normas, y las situaciones que obligan a suaprobación, ponen de manifiesto la necesidad deactuar en los campos social y económico sinesperar a la construcción de un ordenamientojurídico plenamente democrático, cimentado en

La otra transición: establecimiento de

una democracia industrialRAFAEL CALVO ORTEGA

MINISTRO DE TRABAJO (1978-1980)

La democracia industrial tiene un carácter convencional,

contingente y limitado

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una Constitución. El ejemplo más conocido de lanecesidad de legislar acuerdos y soluciones demanera inmediata se manifiesta en los Pactos dela Moncloa, en los que los partidos políticos conrepresentación parlamentaria llegaron a un acuer-do sobre diversos aspectos económicos y, espe-cíficamente, sobre determinadas cuestiones labo-rales, con importantes medidas sobre la limitacióndel crecimiento de la masa salarial, creación depuestos de trabajo, y control y vigilancia de laSeguridad Social. La situación difícil demandabauna respuesta urgente, y la mayor responsabili-dad correspondía al Gobierno Suárez, tanto en suplanteamiento como en su laboriosa ejecuciónuna vez aprobado.

III. LIQUIDACIÓN DE LA ORGANIZACIÓN SINDI-CAL COMO PASO PREVIO AL ESTABLECIMIEN-TO DE UN NUEVO ORDENAMIENTO LABORAL

La importancia de la organización sindical de laetapa franquista en la ordenación y desarrollo delas relaciones empresariales y laborales era muyimportante, debido a su pretensión totalizadora.Pérez Miyares, Ministro de Trabajo y portavoz dela UCD en el Congreso en temas laborales, defi-nió certeramente esta organización como “verda-dero eje vertebrador de las relaciones socio-eco-nómicas individuales y colectivas, y marco deobligado encuadramiento de las unidades pro-ductivas”. Su disolución era imprescindible parael establecimiento de un sistema basado en lalibertad de asociación, pluralidad de entidades,autonomía de la creación y funcionamiento deéstas, y defensa separada de los intereses decada una. El Estado reducía su función a la crea-ción de un marco jurídico, de acuerdo con la doc-trina consolidada en los países industriales y res-petada en las Constituciones.

La liquidación de esta organización tuvo dosfases distintas. La primera, se concreta en la cre-ación de la Administración Institucional de

Servicios Profesionales (AISS) y la supresión de lacuota sindical obligatoria que constituía su fuentede financiación. Era un final normativo y, como tal,de una eficacia inmediata. Mayores dificultadesofreció la liquidación que podríamos denominar“administrativa”, por oposición a la anterior, y queexigía avanzar en tres campos que ofrecían difi-cultades notables. Primero, el cumplimiento yajuste de numerosas relaciones jurídicas, muchasde ellas muy complejas. No hay que olvidar que laOrganización Sindical era y, sobre todo, actuabacomo un Estado dentro del Estado. Varias entida-des que se integraban en ella tenían su propiaautonomía. Segundo, la integración de sus fun-cionarios, que se contaban por miles, con titula-ciones diversas y específicas en la AdministraciónPública. Tarea compleja que se trató de realizarcon el mayor respeto a estas personas, que habí-an quedado en una situación delicada, y previaconsulta a los departamentos ministeriales en losque se proyectaba la integración. Tercero, la atri-bución de su patrimonio inmobiliario a las organi-zaciones sindicales, asociaciones empresariales yAdministraciones Públicas. Trabajo laborioso ydifícil, no sólo porque todo reparto lo es, sinotambién por el distinto origen de los inmuebles.Unas veces procedía de la incautación a determi-nadas entidades, muy principalmente a la UniónGeneral de Trabajadores, y otras había sido finan-ciado por la cuota sindical, que era un recurso denaturaleza pública, una exacción parafiscal.

Esta liquidación efectiva fue encargada por elGobierno a distintos departamentos y, principal-mente, al Ministerio de Trabajo, que procuró lle-varla a cabo con el equilibrio e imparcialidad exi-gibles a una Administración Pública; procurandosalvar las dificultades que ofrecía el proceso, queno fueron pocas, dadas las dimensiones perso-nales y materiales de la absorción, como acaba-mos de indicar.

Los Pactos de la Moncloa dieron solución a una situación difícil que

demandaba una respuesta urgente, y la mayor responsabilidad

correspondía al Gobierno Suárez

La disolución de la organización sindical era imprescindible para el establecimiento de un sistema

basado en la libertad de asociación,pluralidad de entidades, autonomía dela creación y funcionamiento de éstas,

y defensa separada de los intereses de cada una

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ENSAYOS

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IIII. ESTABLECIMIENTO CONSTITUCIONAL DELRÉGIMEN JURÍDICO BÁSICO DE LOS AGENTESECONÓMICOS Y SOCIALES

La construcción de un régimen jurídico democrá-tico de estos agentes (lo que hemos denominadoanteriormente democracia industrial) requería demanera imprescindible un amplio cimiento consti-tucional. En otras palabras, un reconocimiento ydeclaración de derechos de los sindicatos de tra-bajadores, asociaciones empresariales, consumi-dores y usuarios, sociedades participativas inte-gradas por trabajadores y organizaciones dedefensa de intereses económicos. En resumen,de todos aquellos que hoy se conocen comooperadores económicos y sociales, y que actúanintegrados en un marco asociativo muy amplio.

A) TRABAJADORES Y EMPRESARIOS

El capítulo más importante fue el relativo a estosagentes sociales y económicos. Procedía unreconocimiento individualizado de sus derechos,un reconocimiento formal y expreso de su organi-zación, y la delimitación de un derecho común: lanegociación colectiva.

Se declaran los derechos de los trabajadores quepodríamos denominar colectivos: libertad de sin-dicación, derecho de huelga y derecho a la nego-ciación colectiva. Su declaración corresponde ala lógica, a la doctrina consolidada en las relacio-nes laborales y a los cánones de Derecho delTrabajo de nuestros días. La exigencia de que elderecho de huelga y las medidas de conflictocolectivo deban establecer las garantías precisaspara asegurar el mantenimiento de los serviciosesenciales de la comunidad pertenece a la lógicade estos derechos. La dificultad de precisar loque es o no esencial no cambia esta observación,y pertenece a la regulación y ejercicio del dere-cho, pero no al concepto mismo. Estos derechos(sindicación y huelga) reciben una protecciónespecial por su carácter de derechos fundamen-

tales: procedimiento basado en los principios depreferencia y sumariedad y, en su caso, recursode amparo ante el Tribunal Constitucional.

El derecho a la negociación colectiva se atribuyeespecíficamente a los representantes de trabaja-dores y empresarios. Su importancia ha sidosiempre máxima y su actualidad en nuestros díases bien conocida. Lo que hace la LeyFundamental en su artículo 37 es el máximo quepuede hacer una Constitución. En primer lugar,declarar el derecho. En segundo término, estable-cer una reserva de ley; ésta, la ley, debe garanti-zar el derecho, lo que supone que sólo debe serregulado con una norma con rango y fuerza deley y que, además, ésta debe garantizar la fuerzavinculante de los convenios. Se reconoce, final-mente, el derecho de las partes a adoptar medi-das de conflicto colectivo con la carga ya indica-da de asegurar el funcionamiento de los serviciosesenciales de la comunidad.

Los derechos individuales de los empresarios fue-ron también establecidos en la Constitución. Elderecho de asociación permitía la constitución deasociaciones empresariales. De manera concreta,la libertad de empresa fue declarada expresa-mente por el artículo 38: “Se reconoce la libertadde empresa en el marco de la economía de mer-cado”. Se declara, igualmente, el ejercicio de estalibertad de empresa, lo que legitima las facultadesde dirección del empresario. Finalmente, lospoderes públicos protegen la defensa de la pro-ductividad de acuerdo con las exigencias de laeconomía general y, en su caso, de la planifica-ción.

Los derechos de negociación colectiva y adop-ción de medidas de conflicto colectivo son comu-nes y, por tanto, se atribuyen también a losempresarios.

Como indicamos anteriormente, el cierre de lasrelaciones de producción en la Ley Fundamental

Procedía un reconocimiento individualizado de los derechos de trabajadores y empresarios, un reconocimiento expreso de

su organización, y la delimitación de un derecho común:

la negociación colectiva

El cierre de las relaciones de producción en la Ley Fundamental

demandaba un reconocimiento constitucional de las asociaciones de

empresarios y sindicatos de trabajadores

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demandaba un reconocimiento constitucional delas asociaciones de empresarios y sindicatos detrabajadores. Se hizo en el Título Preliminar atribu-yéndoles, no sólo la defensa de sus intereses,sino también la promoción de los intereses queles son propios, lo que podía dar lugar (y lo hahecho frecuentemente) a la ampliación de sucampo de acción. La exigencia de estructura yfuncionamiento democráticos era una garantíapara la comunidad política, y una exigencia obli-gada que se hacía también a los partidos políticosy a las organizaciones profesionales de defensade intereses económicos con la misma finalidad.

En resumen, las declaraciones constitucionalesque hemos analizado son de amplitud, precisióny equilibrio muy notables. Una Constitución quequería recoger y normar la realidad social y eco-nómica, no podía hacer menos pero, probable-mente, tampoco podía hacer más. Declaraciónde derechos y reconocimiento de las organizacio-nes propias de los trabajadores y empresariosconstituyen un conjunto completo y muy estima-ble. Hoy, treinta años después, resulta difícil ima-ginar las declaraciones y mandatos constitucio-nales de manera diversa y con un contenido tam-bién distinto.

El Estatuto de los Trabajadores es una ley carac-terizada por distintas notas que tiene sentidorecordar aquí, aunque sea muy brevemente, dadasu gran aportación al establecimiento de unademocracia industrial. Su origen, como es sabi-do, está en un mandato de la Constitución que elGobierno de la Unión de Centro Democráticotrató de cumplir con la mayor prontitud, rompien-do los recelos sobre su voluntad de llevar adelan-te esta obra fundamental. Una ordenación legal ydemocrática de las relaciones de producción era,no solo necesaria, sino también urgente. ElPresidente Suárez fue consciente de esta necesi-dad, y yo mismo, como Ministro de Trabajo, insis-tí en repetidas ocasiones en la conveniencia deiniciar el debate parlamentario con la mayor pron-

titud. Para ello, se contó con el Anteproyecto ini-cial elaborado por el Instituto de EstudiosSociales, bajo la dirección del Profesor Sagardoy,y con los objetivos que la UCD venía mantenien-do sobre relaciones laborales; todo ello sin perjui-cio de incorporar los aspectos concretos acorda-dos por sindicatos y asociaciones empresariales,y que no fuesen esencialmente contrarios a losobjetivos del Gobierno. En realidad, no podíanserlo. Recientemente, el Profesor MiguelRodríguez-Piñero ha manifestado que “El ambi-guo mandato al legislador contenido en el artícu-lo 35.2 CE fue cumplimentado con inusitada rapi-dez mediante la aprobación de una ley intitulada(Estatuto de los Trabajadores), pero que en sucontenido no respondía al modelo italiano de pro-tección de los derechos y libertades del trabaja-dor en el centro de trabajo (…)”.

Su debate en el Congreso de los Diputados fuemuy minucioso, largo y áspero en diversas ocasio-nes. El Gobierno y los grupos parlamentarios deUCD trataron de salvar las dificultades que se fue-ron planteando en el curso del procedimiento,incluso decidiendo la retirada del Título Cuarto delProyecto sobre conflictos colectivos, que había ter-minado por convertirse en un escollo. Las diferen-cias de entonces tienen hoy un valor histórico y,como ha dicho Cándido Méndez, las controversias“son cosa del pasado y hoy (el Estatuto) es consi-derado una norma fundamental para regular demanera equilibrada los derechos y deberes de tra-bajadores y empresarios”. Hay que recordar congratitud, entre otros, para la consecución de acuer-dos, el esfuerzo de Nicolás Redondo, José MaríaZufiaur, Carlos Ferrer y Pérez Miyares, así como laoposición (nunca la ruptura) en buena parte delarticulado de Marcelino Camacho y NicolásSartorius. Todos ellos buscaron un espíritu de con-senso que ha sido destacado como uno de losvalores más importantes del Estatuto.

Esta ley que comentamos ha experimentadonumerosas modificaciones concretas en los treintaaños de vigencia. Unas menores, otras en aplica-ción de las normas de la Unión Europea, y algunasde mayor importancia. Es lógico que haya sido así,teniendo en cuenta los sucesivos cambios políticosexperimentados en estas tres décadas. Pretenderla inmutabilidad de una ley básica de relacioneslaborales en una democracia es pedir algo impo-sible. Lo esencial es que el Estatuto ha manteni-do su capacidad integradora, centralidad, voca-ción codificadora y valor de referencia.

Una Constitución que quería recoger y normar la realidad social y

económica, no podía hacer menos de lo que hizo, pero tampoco más

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ENSAYOS

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Como he indicado al principio de este trabajo, laconstrucción de una democracia industrial supo-nía, de manera destacada, la legitimación por elordenamiento jurídico de los agentes económicosy sociales, la atribución de funciones y poderesde representación, la exigencia de responsabili-dad y la garantía de libertad en la negociacióncolectiva. Hemos visto cómo estos objetivos fue-ron alcanzados por la Constitución y el Estatuto.

Ahora bien, esta democracia reclama también laapertura del acceso a la condición de empresarioy trabajador de manera que sea la adecuada auna sociedad abierta. La Constitución de 1978estableció este tipo de sociedad atribuyendo a lalibertad y a la igualdad la categoría de valoressuperiores del ordenamiento. De acuerdo con laexigencia de igualdad y su extensión a todos losámbitos sociales, ordenaba a los poderes públi-cos una cierta compensación de situaciones dedesigualdad. En esta línea se inscribe el mandatoa los poderes públicos de fomentar las socieda-des cooperativas, figura respaldada por un siglode existencia positiva; e, igualmente, el de pro-mover las diversas formas de participación en laempresa que facilitasen el acceso de los trabaja-dores a la propiedad de los medios de produc-ción, que daría lugar, inmediatamente (enero de1979), a la creación de las sociedades laborales.

La experiencia de estas sociedades participativasha sido positiva, e incluso en situaciones de crisiseconómica como la actual, su capacidad desupervivencia ha sido notable. En todo caso, essiempre una respuesta a la exigencia de favorecerel acceso al empresariado.

El acceso al mercado de empleo y el apoyo a lostrabajadores constituyó otro de los objetivos delGobierno Suárez en el campo de las relacioneslaborales. En esta línea, se precisaron los supues-tos que podían dar lugar a la contratación deduración determinada, así como la responsabili-dad por la celebración de éstos en fraude de ley.Se incorporó a nuestro ordenamiento el trabajo a

tiempo parcial; igualmente, la regulación de medi-das de reserva, duración o preferencia que facili-tasen la colocación de determinados grupos detrabajadores que tuviesen alguna dificultad en elmercado de trabajo.

Los centros especiales de empleo son definidos ycreados por la Ley Básica de 8 de octubre de1980. Su finalidad es “facilitar el empleo a perso-nas cuyas deficiencias les imposibiliten emplearseen empresas normales”. Esta figura recibiría des-pués un importante respaldo por la Ley deIntegración Social de Minusválidos de 7 de abrilde 1982, que promovió medidas de suma impor-tancia en lo atinente a la integración laboral, edu-cación y rehabilitación (Agustina Palacios).Aunque se haya distinguido en esta Ley su finali-dad rehabilitadora, fue fiel a su título “integraciónsocial”, reconociendo que la incorporación alcampo de la producción es uno de los caminosmás eficaces de integración.

BB) CONSUMIDORES Y USUARIOS. SU TRATA-MIENTO EN LA DEMOCRACIA INDUSTRIAL DELA TRANSICIÓN

Dentro de los agentes económicos y sociales enla etapa a que nos referimos, los consumidores yusuarios merecieron un interés relevante. La tran-sición les dedicó una atención importante, coinci-diendo con lo que se ha denominado “la forma-ción de una conciencia colectiva de los consumi-dores, de acusado carácter reivindicativo” (FontGalán). Esta consideración era el reconocimientoimplícito de su incidencia en la economía, aporta-ción a una mejor ordenación y funcionamiento delmercado, y su concurso insustituible a una políti-ca de competencia en forma de contribución a unmejor proceso en la formación de precios.

La Constitución, en su artículo 51, realizó unaregulación de los aspectos esenciales de estosoperadores económicos. En primer lugar, exigien-do a los poderes públicos su defensa efectiva

El acceso al mercado de empleo y el apoyo a los trabajadores constituyó

otro de los objetivos del GobiernoSuárez en el campo de las relaciones laborales

La transición dedicó una atenciónimportante a los agentes sociales,

coincidiendo con lo que se ha denominado “la formación de una

conciencia colectiva de los consumidores, de acusado

carácter reivindicativo”

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mediante procedimientos eficaces. Esta protec-ción debe alcanzar la seguridad, la salud y loslegítimos intereses de los sujetos a que nos refe-rimos. Este mandato ha llamado siempre la aten-ción por su extensión y rotundidad, especialmen-te en la referencia a los “procedimientos efica-ces”.

En segundo término, se ordena a los poderespúblicos que promuevan la educación de losconsumidores y usuarios. Aspecto de interés,sin duda, dada la evidente heterogeneidad yamplitud de este colectivo ciudadano, y la difi-cultad de pasar de la información a la forma-ción.

Finalmente, el último aspecto de este mandatoconstitucional es el fomento de sus organizacio-nes y el compromiso de oírlas en las cuestionesque puedan afectarles. Este movimiento asocia-tivo es el imperativo de más fácil cumplimientoy el que ha llegado de forma más perceptible alos interesados, en la medida que ha tenido ecoen los medios de comunicación.

La Ley para la Defensa de los Consumidores yUsuarios de 1984 desarrolló el mandato consti-tucional con amplitud suficiente y con una minu-ciosidad bien conocida en los tres aspectosindicados (protección, educación y asociación).Estableció, igualmente, un sistema arbitral,otorgando al laudo carácter vinculante y conefectos idénticos a la cosa juzgada.

En resumen, la protección y el fomento de lasorganizaciones de consumidores y usuariosrecibió un fuerte impulso con la transición. Lasnuevas normas parecen responder a una políti-ca general de reconocimiento, institucionaliza-ción y apoyo a grupos de operadores económi-cos claramente definidos e imprescindibles enuna democracia industrial, que se estructura enla determinación de los agentes económicos y

sociales, en la atribución de funciones a los mis-mos, y en el establecimiento de mecanismosque favorezcan su extensión.

La importancia de esta reforma fue destacadapor la Senadora Begué Cantón en la defensa dela enmienda que constituiría después el textoconstitucional actual: “No cabe duda que el artí-culo 47 (hoy 51) constituye una importantenovedad constitucional que obligará a modificarel enfoque y la interpretación de parte importan-te de la legislación española”.

CC) ORGANIZACIONES PROFESIONALES DEDEFENSA DE INTERESES ECONÓMICOS

El cierre del planteamiento corporativo (en el sen-tido correcto y estricto del término) en una demo-cracia industrial, precisaba de una referencia aestas entidades de defensa de intereses econó-micos. Probablemente, su especificidad no eranecesaria. En la misma constitución, la amplituddel derecho de asociación y de sindicación podíacubrir esta necesidad de reconocimiento de lasorganizaciones profesionales a que nos referi-mos. No obstante, el artículo 52 incorpora dosexigencias que son positivas. Primera, su regula-ción por ley, lo que permite que la estructura yfinalidad de las mismas sean conocidas, dada lapublicidad del procedimiento parlamentario y lapermanencia que garantiza la ley misma.Segunda, que su estructura y funcionamientosean democráticos. Exigencia lógica que busca laconveniencia y los valores reconocidos e indiscu-tibles del funcionamiento de esta naturaleza. Porlo que aquí interesa, estas organizaciones, con sufinalidad de apoyo a intereses económicos colec-tivos legítimos y conocidos, podían contribuir auna democracia industrial más sólida y transpa-rente.

En resumen, el restablecimiento de la democraciaen la transición era una urgencia previa a cual-quier otra consideración y, lógicamente, esencial.Iniciada esta andadura, había que acometer laaprobación de normas democráticas que hicieranposible la constitución, funcionamiento y expan-sión de los agentes económicos y sociales, tam-bién imprescindibles. Adolfo Suárez y sus gobier-nos hicieron frente a esta responsabilidad y aco-metieron sin dilación esta tarea con el consensode otras fuerzas políticas y de organizaciones sin-dicales y empresariales.

Había que aprobar normas democráticas que posibilitaran

la constitución, funcionamiento yexpansión de los agentes económicos

y sociales. Suárez y sus gobiernoshicieron frente a esta responsabilidadsin dilación y a través de consenso

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ENSAYOS

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Comprender y objetivar cualquier época delpasado es difícil y laborioso, especialmen-te cuando las fuentes son escasas o están

sesgadas por la débil referencia que se suelehacer sobre las mujeres.

El trabajo realizado por las mujeres, sus actitudesvitales acerca de la política y su participacióndirecta o indirecta en la misma, sus problemas einquietudes, su contribución a las ciencias, alarte, a la religión o cualquier otro ámbito intelec-tual, social o económico que, de alguna forma,van configurando la propia evolución y desarrollode la humanidad, no siempre fueron fielmenteexpresados en los documentos.

Sin embargo, la transición española es unmomento histórico también en la vida de las

mujeres. Cuando la comunidad internacionalhacía elogios de la transición española, de unpueblo que fue capaz de pasar página y construirel futuro de todos desde las ansias de libertad ydemocracia. Con grandes protagonistas, junto alpueblo español, como Adolfo Suárez y SuMajestad El Rey.

El año 1975 fue un año emblemático en la vida delas mujeres. En esta fecha se celebró la IConferencia Mundial de Mujeres en la ciudad deMéxico, y también en ese año se empiezan a pro-ducir en España cambios políticos y sociales quemarcan toda una década y que van a repercutiren la mentalidad social y en los comportamientosculturales.

El nuevo panorama político, económico, ideoló-gico y cultural impulsa y favorece un nuevopapel y consideración social para las mujerespues, sin duda, fruto también de la transiciónespañola es la fuerza de las mujeres para orga-nizar los movimientos asociacionistas, dándolesvoz.

En esos años difíciles, las mujeres querían testi-moniar su posición a favor del cambio, queríanser protagonistas y promotoras del cambio, ymantuvieron una tenaz lucha contra la discrimi-nación de la mujer y a favor del reconocimientode sus derechos y su participación social encondiciones de igualdad con los hombres.

Mujer, política y transición:el triunfo de la igualdad en libertad

MARÍA DOLORES DE COSPEDALPRESIDENTA DE LA JUNTA DE COMUNIDADES DE CASTILLA-LA MANCHA

SECRETARIA GENERAL DEL PARTIDO POPULAR

La transición española es un momento histórico

también en la vida de las mujeres

Fruto de la transición es la fuerza de las mujeres

para organizar los movimientos asociacionistas

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Los cambios políticos, ideológicos y culturalesproducidos en España en la década de1975/1985, cuyas manifestaciones singulares ycolectivas se han constatado, tienen su reflejo enlas medidas políticas y legislativas a favor de laigualdad de la mujer y el pleno ejercicio de susderechos.

Es el día 8 de marzo de 1977 cuando se celebrapor vez primera en España el Día Internacional dela Mujer Trabajadora, y en aquel entonces tienenlugar unas jornadas reivindicando los derechosde las mujeres en el País Vasco y Barcelona.

La Ley de 2 de mayo de 1975 modifica algunosartículos del Código Civil. Con esta Ley desapare-ce el marido como cabeza de familia y se suprimela licencia marital, lo que significaba para la mujerque ya, por fin, podía disponer de sus bienesparafernales, aceptar herencias, comparecer porsi misma en un juicio, contratar, ser tutora, alba-cea, etc.

Asimismo, la Ley 22/1978, de 26 de mayo, des-penalizó los delitos de adulterio y amancebamien-to, mientras que la Ley 8/1980, de 10 de marzo,del Estatuto de los Trabajadores, recogió en susartículos 4, 17 y 28 la igualdad entre hombres ymujeres en el trabajo.

Pero, sin duda alguna, el cambio más significati-vo a nivel legislativo vino de manos de nuestraCarta Magna, de la Constitución Española pro-mulgada en 1978, que dio voz a las mujeres y lasigualó en derechos. Así, en su artículo 14 estable-ce que: “Los españoles son iguales ante la Ley,sin que pueda prevalecer discriminación porrazón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinióno cualquier otra condición o circunstancia perso-nal o social”; y en su artículo 32 incluye que: “Elhombre y la mujer tienen derecho a contraermatrimonio con plena igualdad jurídica”.

En aquellos años, tras la promulgación de laConstitución Española de 1978, se produjo unimportante impulso en materia de igualdad a nivellegislativo, ya que se comenzó a reformar el orde-namiento jurídico español con el fin de eliminarcualquier tipo de discriminación que conculcaralos derechos de las mujeres.

Así, la Ley 30/1981, de 7 de julio, reguló el matri-monio y determinó el procedimiento a seguir enlas causas de nulidad, separación y divorcio, par-tiendo del principio de que el marido y la mujereran iguales en derechos y en deberes.

También se aprobó en aquellos años la Ley13/1983, de 24 de octubre, que estableció laigualdad de hombres y mujeres en materia deincapacidad y tutela; y la Ley 16/1983, de 24 deoctubre, por la que se creó el primer Instituto dela Mujer. También en 1983, España ratificó la“Convención sobre la Eliminación de todas lasformas de Discriminación contra la Mujer”, adop-tada por la Asamblea General de las NacionesUnidas.

Vemos, por tanto, que la igualdad que enarboló elimportante movimiento asociativo de mujeres enla transición comenzaba a obtener sus primerosfrutos.

Haciendo un análisis rápido de la prensa de aque-llos años, vemos cómo se empieza a tomar con-ciencia del papel de las mujeres, y varios titulares

La Constitución Española de 1978 dio voz a las mujeres y las igualó en derechos

Tras la promulgación de la constitución,se comenzó a reformar

el ordenamiento jurídico español con el fin de eliminar cualquier tipo de discriminación que conculcara

los derechos de las mujeres

La igualdad que enarboló el importante movimiento asociativo

de mujeres en la transición comenzaba a obtener

sus primeros frutos

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ENSAYOS

a finales de los años 70 recogen noticias como“La primera mujer académica de la Lengua” o “Laprimera mujer Abogada del Estado”.

También los medios se hacen eco en aquellosaños de la incorporación de la mujer a oficios yprofesiones consideradas exclusivamente mas-culinas hasta aquel entonces, como fue la prime-ra mujer conductora de autobuses de la EmpresaMunicipal de Transportes de Madrid, la primeraminera, la primera mujer Comandante-Piloto deuna línea aérea comercial y las primeras mujeresmaquinistas de RENFE.

Adolfo Suárez sabía que era necesario apostarpor la presencia de las mujeres en la política,consciente de que la transición tenía que poneren valor el papel de las mujeres en esta importan-te etapa política, y de que había que dar respues-ta a los debates que estaba planteando en la calleel movimiento asociativo femenino.

Por ello, nombró a Rosa Posada como Secretariade Estado para la Información. Poco después,Soledad Becerril sería nombrada Ministra deCultura, ya en el Gobierno de Calvo-Sotelo. Sinduda alguna, estos dos nombramientos recono-cían el importante papel desempeñado por lasmujeres en la transición, y abrían la puerta a laincorporación de las mujeres a la vida políticaespañola, reclamada por el movimiento asociati-vo femenino.

La incorporación de las mujeres a la vida políticaen aquellos años aún era incipiente y testimonial,ya que en la Legislatura Constituyente (1977-1979) tan sólo había 27 diputadas en elCongreso, lo que suponía el 6% del total de dipu-tados.

En el año 1979 se celebraban las primerasElecciones Municipales democráticas, de las quesalieron elegidas tan sólo 98 alcaldesas, lo querepresentaba tan sólo el 1,2% de los alcaldes deEspaña y 2.197 concejalas (una o dos por corpo-ración en las ciudades más o menos grandes).Hoy por hoy, 133 mujeres ocupan escaño en elCongreso, lo que supone el 38% de los diputa-dos; hay más de 1.200 alcaldesas que represen-tan el 15% de las alcaldías y hay alrededor de20.500 concejalas, lo que representa el 31% deltotal de concejales españoles.

Por lo tanto, el año 1978 supuso un antes y undespués en la vida de toda la sociedad española,y todo ello fue posible gracias a un hombre comoAdolfo Suárez, que entendió que sólo con unaprofunda reforma de las instituciones era posiblealcanzar la democracia de la que disfrutamostodos los españoles desde hace más de 30 años.

Adolfo Suárez fue uno de los grandes protagonis-tas de la transición española, una transición queha servido de modelo a nivel mundial por la formapacífica en la que se llevó a cabo, y que nos hapermitido alcanzar el grado de bienestar del quedisfrutamos los españoles.

Adolfo Suárez sabía que era necesario apostar

por la presencia de las mujeres en la política

Los nombramientos de Rosa Posadacomo Secretaria de Estado para

la Información y de Soledad Becerrilcomo Ministra de Cultura,

abrían la puerta a la incorporación de las mujeres a la vida política española

La incorporación de las mujeres a la vida política en aquellos años

aún era incipiente y testimonial

Suárez entendió que sólo con una profunda reforma de

las instituciones era posible alcanzar la democracia de la que disfrutamos

desde hace más de 30 años

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Con las luces y sombras que acompañan a todopersonaje político, con sus admiradores y detrac-tores, Adolfo Suárez ocupa un capítulo muyimportante de la Historia Contemporánea deEspaña, ya que fue capaz de iniciar el camino dela democracia, la libertad y la igualdad en las quehemos crecido varias generaciones de españolesy españolas; y esto es algo, sin duda, incuestio-nable para todos en una etapa en la que él fueprotagonista. Y en ese protagonismo, las mujeresno podemos olvidar que fue también él quienentendió que la presencia de las mujeres era vitalpara la construcción de la transición española.

Las mujeres no podemos olvidar que fue Suárez quien entendió que la presencia de las mujeres

era vital para la construcción de la transición española

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ENSAYOS

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En muchas ocasiones, muchas más de lasque nos gustarían, el tiempo y la distanciahacen que los contornos de aquellas perso-

nas de las que nos alejamos se vuelvan borrososy su figura se desdibuje. Hay, sin embargo, algu-nas, cuya talla parece aumentar con la distancia;personas excepcionales cuya figura sigue cre-ciendo con el paso del tiempo. Adolfo Suárez esuna de ellas.

Su historia, su vida y su acción política, marcanuna etapa crucial de nuestra historia, de un tiem-po en el que fabricamos la urdimbre en la quehemos ido tejiendo nuestra democracia. Un tiem-po sin cuya memoria no podemos pensarnos, nopodemos entendernos.

Del mismo modo que la figura de Adolfo Suárezes inseparable de aquella España, lo es aquellaciudadanía que anhelaba la libertad, aquella ciu-dadanía enormemente comprometida, enorme-mente generosa, pero también exigente, queconstituyó la auténtica masa crítica de nuestratransformación democrática.

Una ciudadanía que marcó un camino por el quetodos pudiésemos transitar, aunque ello conlleva-

ra renuncias y produjera dolor. Un camino que erapreciso recorrer sin dejar a nadie caer en ningunade las tantas cunetas de tan malos recuerdos, enun tiempo con el que los españoles decidimosacabar. Y lo hicimos poniendo cada uno lo mejorde sí mismo: los ciudadanos y los políticos, en unliderazgo social compartido que Adolfo Suárezsupo ver y entender.

“La vida –solía decir- siempre te da dos opciones:la cómoda y la difícil. Cuando dudes, elige la difí-cil, porque sólo así estarás seguro de que no hasido la comodidad quien ha elegido por ti”.

Y, desde luego, fue consecuente con su pensa-miento. Hacer nacer la democracia de una dicta-dura cruel hasta su último día, no era tarea fácil.De hecho, muy pocos creían que pudiera llegarestando él, pero Suárez supo comprender que lassemillas de la democracia estaban arraigadas enuna sociedad ansiosa de libertad, de tolerancia,de convivencia inclusiva y comprensiva. Supoque, sin la participación activa de los auténticosprotagonistas del cambio: los ciudadanos y loslíderes políticos que representaban su pluralidad,no era posible guiar la nave en aquel momentocrucial. Y así, entre todos, con ese liderazgo com-partido, avanzamos con esfuerzo y sacrificio.

Piloto de un pueblo haciala libertad

Mª TERESA FERNÁNDEZ DE LA VEGA SANZCONSEJERA PERMANENTE DE ESTADO

Suárez supo comprender que las semillas de la democracia

estaban arraigadas en una sociedadansiosa de libertad, de tolerancia, deconvivencia inclusiva y comprensiva

La figura de Adolfo Suárez es inseparable de aquella España,

al igual que lo es aquella ciudadaníacomprometida y generosa,

pero también exigente, que anhelaba la libertad

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Y en ese estar todos, no quiero dejar de mencio-nar a las siempre silenciadas: las mujeres.Porque, cuarenta años después, sigue sin serconocido, ni por supuesto reconocido, el papelque jugó el entonces incipiente movimiento de lasmujeres que, además de impulsar el cambio, pro-pició de manera callada pero eficaz, en los Pactosde la Moncloa, un importante avance democráti-co, eliminando algunas de las discriminacionesmás graves, que habían llevado incluso a la cár-cel a muchas de ellas.

Creo firmemente que ese es un capital que debería-mos recuperar. Creo que merece la pena recordar -en estos días en los que tanto se habla de desafec-ción hacia la política y hacia los políticos- la respon-sabilidad, la gran estatura política de todos esos líde-res -verdaderos líderes- de la transición, que interpre-taron y representaron con enorme sentido y altura demiras los deseos de la ciudadanía. Que supieron

acordar, consensuar y encontrar entre todos, lassoluciones para todos. Que, en definitiva, pusieronpor delante el interés general.

Por eso, aunque se suele decir que quienesabren nuevos senderos son figuras solitarias,ése nunca fue y nunca será el caso de AdolfoSuárez. Sin duda, hubo momentos en los quesintió el peso de la soledad, de quien tiene laresponsabilidad final de decidir, pero, del mismomodo que el conjunto de los españoles, fue, fui-mos, el motor de su acción; hoy el conjunto delos españoles es, somos, los albaceas de sumemoria.

Una memoria que ha dejado grabadas parasiempre muchas imágenes en nuestra retina.Una de ellas, sólo una, aunque profundamentecargada de significado, es la de un Presidenteconsciente de la dignidad que supone represen-tar a todos los españoles, y que en unParlamento asediado, desde su escaño, comolo hicieron también otros como Santiago Carrilloy, por supuesto, el general Gutiérrez Mellado, seniega a plegarse a la violencia, rechaza someter-se ante quienes quieren doblegar la democracia.

No lo lograron. Ya era tarde para detener la tra-vesía que nos conducía de las aguas estanca-das del autoritarismo, al mar abierto de las liber-tades. Adolfo Suárez pilotó la nave. El ansia delibertad de todo un pueblo henchía las velas.

Merece la pena recordar -en estos días en los que tanto se

habla de desafección hacia los políticos-

la gran estatura política de todos esos líderes de la transición,

que pusieron por delante el interés general

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ENSAYOS

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Hace poco tiempo, el 29 de abril, nos reuní-amos un grupo de antiguos ministros deAdolfo Suárez y otras personas de enton-

ces, alrededor del Rector de la vieja Universidadde Salamanca, para descubrir un vítor, tan típicosde esa universidad, promovido por el Consejo deAsociaciones de Estudiantes de la misma, en elviejo claustro de su sede central y a no muchosmetros del aula Fray Luis de León, del AulaMagna y de su capilla. En ese vítor, se lee: “AdolfoSuárez González- Presidente del Gobierno deEspaña 1976-1981- La concordia fue posible”.

Sí. Si hay una constante en el pensamiento deSuárez en aquellos años, fue esa referencia a laconcordia entre los españoles. Y si se profundizaalgo más, se verá que si ese era el fin, el mediofue siempre para él, y en consecuencia paratodos los que tuvimos el honor de trabajar a susórdenes en aquel tiempo, el consenso. Un fin y unmedio que todavía hoy, o quizás mejor, hoy másque nunca, es objeto de respeto y estima.

Cuando el Rey nombró Presidente (julio 1976) aAdolfo, sabía, era consciente, que tras la desafor-tunada etapa de Carlos Arias Navarro, se jugabasu historia y la de España a un tiempo, apostan-do por una persona de su generación a la queconocía bien, confiaba en sus capacidades ysabía que llevaría a cabo el proyecto de hacer unaEspaña de y para todos los españoles. Adolfo

llega a La Moncloa en julio de 1976, y sale de ellacuatro años y medio después, tiempo en el quedespliega una actividad sin igual, movilizando per-sonas, grupos, aglutinando ideas y partidos, res-tañando heridas y abriendo puentes nuevos.

Era Suárez, entonces, un hombre persuasivo,seductor y de palabra fácil en la proximidad, pen-samiento estratégico acentuado, sereno y reflexi-vo, en nada impulsivo, con una conciencia deEspaña y de su destino muy alejada del pensa-miento oficial de la época –su discurso defendien-do la democracia el 9 de junio lo confirma- y gransentido del Estado. Un hombre que sabía que elcambio debía ser “de la ley a la ley” como habíainsistido Torcuato Fernández Miranda, que ante-ponía por encima de todo su lealtad al Rey -cuyarelación estaba entonces llena de afectos y com-plicidades- y que tenía la necesaria ambición polí-tica como para afrontar retos y riesgos, sin impor-tarle las consecuencias.

Había recibido un sistema político reglado porleyes del régimen anterior, prácticamente intacto,pero, cuando dimite, España cuenta con unaConstitución moderna que es un gran pacto deconvivencia; disfruta de una Monarquía parlamen-

Adolfo Suárez y el consensoJAIME LAMO DE ESPINOSA

MINISTRO DE LOS GOBIERNOS DE ADOLFO SUÁREZ (1879-1981)CATEDRÁTICO DE ECONOMÍA (UPM)

Si hay una constante en el pensamiento de Suárez

en aquellos años, fue la referencia a la concordia entre los españoles

Cuando el Rey nombró Presidente a Adolfo, sabía que tras

la desafortunada etapa de Arias Navarro,se jugaba su historia y la de España,

apostando por una persona de su generación que sabía llevaría

a cabo el proyecto de hacer una España de y para todos los españoles

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taria asentada en la legalidad constitucional y enla legitimidad dinástica, tras la renuncia del Condede Barcelona; acudir a las urnas se ha converti-do en un acto simplemente normal; el sistema departidos está consolidado; la libertad de asocia-ción sindical es total; se han saneado las hacien-das locales; los españoles prácticamente hanenterrado los fantasmas de la vieja guerra civil;sólo subsiste el hacha amarilla del terror enrosca-da por una serpiente; no existe ningún preso polí-tico en las cárceles españolas; el camino hacia laComunidad Europea está expedito; las autonomí-as, con estatutos ampliamente consensuados yrefrendados, comienzan algunas ya su caminar; y,además, se han escrito los grandes pactos eco-nómicos, para salvar la economía española deuna profunda crisis, merced a los Pactos de laMoncloa.

Esa es su obra, no pequeña. Pero si la obra fuegrandiosa, no lo es menos la forma de llevarla acabo, el talante de su construcción, los modos enla realización, la búsqueda permanente de acuer-dos, de consenso, con todos, esa suma de posi-bilismo, realismo y conciliación; y planeando porencima de todo ello, una enorme dignidad en elsentido del Estado y en el ejercicio del poder.

Si no se optaba por la ruptura, sino por la refor-ma, sólo el consenso podía tender los puentesdel futuro. Si había que construir una España paratodos los españoles, sin exclusiones, era necesa-rio que todos se sintieran cómodos en el nuevotraje, y que todos apostaran por él. Fue el con-senso, y no los miedos, el que tejió las nuevasreglas que conducen a la monarquía parlamenta-

ria. Contra esta teoría de los miedos, de unos, deotros o de todos, que algunos esgrimen ahora,hay que decir que jamás existió. Sólo había unmiedo: el de no repetir los tiempos pasados.Había que ganar la batalla al continuismo inme-diato y a la vuelta al pasado de los años treinta. Yhabía que borrar los enfrentamientos, para siem-pre.

No es de extrañar, pues, que encontremos constan-tes alusiones indirectas, o singulares referenciasdirectas, al consenso, en discursos y declaracionesde Suárez ante la ley para la reforma política, cuyaaprobación y referéndum abren la puerta al sistemade partidos y a la democracia; o que señale de modoindubitable, meses antes de la aprobación de laConstitución de 1978, la Constitución de la concor-dia, a que gobernará –él y la UCD- “desde el consen-so, desde el pacto, desde la negociación con todaslas fuerzas políticas”; o que buscará “una constitu-ción de consenso”; o que ha actuado desde la bús-queda de “la concordia y el consenso”. No se queríaque la Constitución fuera como la republicana, cons-truida por media España contra la otra media. Debíaser de por consenso, y eso la ha convertido en lamás duradera de nuestra historia. Un espíritu de con-senso que se puede constatar, mucho antes -nadamenos que en octubre de 1977- sólo viendo lasfotos, o si se quiere las rúbricas, en los Pactos de laMoncloa, pactos económicos y políticos, firmadospor todos los partidos políticos a los pocos meses delas primeras elecciones democráticas.

Esta manera consensuada de hacer las cosas, deabordar los cambios, y cuanto más profundos conmás necesidad, se trasladó casi por ósmosis a susgobiernos, que nos veíamos empujados a lograracuerdos tan amplios como posible fueran –y no selograron siempre pero sí en muchos temas y ocasio-nes- en materia de lucha contra ETA, fuerzas deorden público, estatutos de autonomía, haciendaslocales, aborto, divorcio, libertad sindical, relacioneslaborales, ingreso en la CEE, política exterior, pescamarítima, arrendamientos rústicos o seguros agra-rios, energía, siderurgia, astilleros, carbón, crisis ban-caria, y tantos etcéteras. Sí, el consenso impregnótoda la política de la época, y fue un acierto.

Si la obra de Adolfo Suárez fue grandiosa, no lo es menos

la forma de llevarla a cabo

Si había que construir una Españapara todos los españoles,

era necesario que todos se sintierancómodos en el nuevo traje,

y que todos apostaran por él

Esa manera consensuada de hacer las cosas se trasladó casi por

ósmosis a sus gobiernos

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Sí, un gran acierto fue caminar hacia la reforma, sín-tesis entre la ruptura y el inmovilismo, armonizandolos intereses –todos- de una sociedad que anhelabaun sistema nuevo, con la práctica y el ejercicio real delos derechos y deberes de una democracia, pero sintraumas. Y en esa tarea contó -en muchas ocasio-nes, no todas- con el apoyo indiscutido de los res-tantes partidos políticos, merced a los amplios con-sensos logrados.

Los que estuvimos en aquellos consejos deministros sabemos bien de su afán por el buenhacer, por el respeto al adversario, por el acuerdoy el pacto, por el sacrificio que conduce al enten-dimiento, por la concordia en suma, y todo ellopersiguiendo un fin de Estado. A mi juicio, fue esemétodo el que añadió a su obra un plus de digni-dad y un mucho de eficacia para que sobrevivie-ra en el tiempo.

A esta dignidad hay que añadir después la de sussilencios. Hasta que, desgraciadamente, la enfer-medad le aprisionó, Adolfo marcó durante añossu presencia con la sonoridad de sus silencios.Nadie oyó una palabra suya contra sus viejosadversarios, incluso cuando fue aludido con injus-ticia o infamia. Un silencio que no hay que inter-pretarlo como indiferencia. Y, además, ha presta-do su apoyo a cuantos Presidentes le han suce-dido.

Luego vinieron otros silencios obligados por suenfermedad. Pero el tiempo le ha ido devolviendoa Suárez, en forma de nueva identificación, todoel amor que el pueblo español comprendió que le

debía. Frente a las múltiples amarguras del poder,que le llevan a dimitir, ha venido después el reco-nocimiento a su obra, a su persona y a su lealtadal pueblo español. Nadie ha sentido más aEspaña que el hombre que tanto hizo por la cre-ación de un sólido estado de derecho. Desdehace mucho, Adolfo Suárez no “está” en la políti-ca española, pero “es”, forma parte de ella, yconstituye un referente indiscutible e indiscutido,un ejemplo o modelo de un modo de hacer polí-tica.

Quedaría sólo por añadir a estas líneas una refle-xión paralela: la de si en los momentos actualessería conveniente o no llevar a cabo ciertas políti-cas bajo esquemas de consenso. Y algunoshabrá que defiendan que la democracia es disen-so y confrontación. Pero no es cierto, la democra-cia no excluye sacar lo mejor de sus políticos–todos- en la concertación y el acuerdo. Y segu-ramente hoy habría que hacer uso de ese con-senso para cambiar ciertos aspectos básicos denuestra convivencia que, en los últimos años,muestran fisuras y arrojan problemas. Me refiero,a título de ejemplo, a la ley electoral que propor-ciona a los nacionalismos un peso en la goberna-ción nacional que no les corresponde; a la nece-saria reforma del sistema autonómico, para quese haga buen uso de él, no su abuso; a la obliga-da reforma del Tribunal Constitucional siemprediscutida; al retorno al recurso previo de inconsti-tucionalidad, desde hace demasiados añosabandonado, y que hubiera facilitado en mucho eldebate y sentencia del último Estatuto deCataluña; a ciertos acuerdos básicos en materiade política exterior (Gibraltar, UE, política islámi-ca…), donde las alianzas o los desacuerdos nopueden cambiar con cada legislatura; o en mate-ria de administración interior (la unidad de cuencaen la política hidrológica o la estructura de la fun-ción pública que hoy triplica la de la Transición); y¡cómo no! la política económica ante una crisiscuyo feroz rostro no se aleja, sino que se mantie-ne acechante. El Rey, a comienzos del 2010, conabundantes razones, y haciendo uso de la

Los que estuvimos en aquellos consejos de ministros sabemos bien

de su afán por el buen hacer, el respeto al adversario, el acuerdo

y el sacrificio que conduce al entendimiento,

persiguiendo un fin de Estado

Hasta que, desgraciadamente, la enfermedad le aprisionó, Adolfo marcó durante años

su presencia con la sonoridad de sus silencios

Desde hace mucho, Adolfo Suárez no “está” en la política española,

pero forma parte de ella y constituyeun referente indiscutible y un ejemplo

de un modo de hacer política

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Constitución que le hizo pasar de “Rey con ple-nos poderes” a “Rey árbitro y moderador”, alzó,con razón y legitimidad, su voz, sugiriendo”amplios acuerdos”, o un pacto anticrisis tannecesario para que los dos partidos mayoritarioscompartan los costes del ajuste duro que nuestraeconomía precisa. Pero eso sólo cabe bajo elconsenso, no bajo el enfrentamiento cainita.

Todo ello entronca en la búsqueda de una mane-ra de gobernar que se ha perdido, y en una cier-ta nostalgia, melancolía, añoranza… de aquellasformas propias de la Transición. Una Transiciónque no fue fruto del miedo de nadie, sino deldeseo de todos de olvidar y construir, de mirar elmañana más que el ayer, de hacer una Españapara todos sin exclusión alguna. Cuando hanpasado treinta y cinco años de aquella designa-ción, vale la pena rendir homenaje a esa gran per-sona que hoy no puede explicarnos cuán apasio-nante y fructíferos fueron sus trabajos y esfuerzospor consensuar las soluciones. Y convenir queexiste otro amplio consenso, ahora en direccióninversa, sobre su figura, y sobre lo que Adolfo harepresentado. Y reconocer que hemos recorridojuntos todos los españoles, sin duda, las mejorescuatro décadas de nuestra historia en todos losórdenes, merced a esa obra suya, y del Rey, laobra conjunta de ambos. Obra que España lesdebe, reconoce y agradece.

Existe otro amplio consenso, ahora en dirección inversa,

sobre su figura, y sobre lo que Adolfo ha representado

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ENSAYOS

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El 15 de junio de 1977, la Coalición Electoralde Unión de Centro Democrático (UCD),ganaba las primeras elecciones democráti-

cas bajo el liderazgo de Adolfo Suárez. Unos díasdespués, el 28 de junio, el Comité Ejecutivo delPartido Social Demócrata (PSD), integrado porPaco Fernández Ordóñez, Rafael Arias Salgado,Luis Gámir, Luis González Seara, y el que éstetestimonio escribe; nos reuníamos en la Moncloacon el Presidente Suárez, para tratar la reconver-sión de la Coalición de UCD en un Partido deCentro. A la salida de la reunión, FernándezOrdóñez me dijo que había estado muy duro conel Presidente, y excesivamente crítico. Unos díasdespués, en el Consejo de Ministros celebrado el2 de agosto, se me nombraba, para sorpresamía, Consejero del Presidente del Gobierno.

Cuando tuve el primer despacho con elPresidente, le pregunte a qué era debida la con-fianza que me manifestaba. Me dijo que en la reu-nión con el PSD le había hablado con claridad noexenta de dureza, y que él no necesitaba adula-dores sino colaboradores leales, que supierandecir la verdad. Para un joven diputado que hacíasuyos y compartía los más nobles ideales demo-cráticos de su generación, la figura de Suárez alcontestar así crecía política y éticamente. Algunos

dicen que tenía la cualidad del encantador de ser-pientes, sin duda era así, pero no deja de ser cier-to que tal oficio exige ser un virtuoso, y sólo esposible en personas hábiles, pacientes y sinmiedo. Y si, además, le añadimos ambición, ofi-cio político, patriotismo y preocupación por losdemás, habremos configurado las cualidades delque, sin lugar a dudas, ha sido el más grandePresidente de la democracia. Supo gobernar paratodos sin sectarismos y con gran eficacia, nuncacayó en el amiguismo, y cooptó a los mejorespara el Gobierno de la Nación. Ni se enriqueció,ni se endiosó, ni fue un iluminado, ni actuó nuncacon frivolidad, como servidor del Estado. Sólo fra-casó como líder político a la hora de consolidar elpartido UCD, a pesar de que miles de jóvenesmujeres y hombres de toda España se habíancomprometido ilusionada y generosamente con elcentrismo.

En muchas ocasiones, el Presidente Suárez, en laintimidad de su despacho, me habló de sus ideales,de su preocupación y amor por España, y del retoque tenía por delante. Que no era otro que el de con-ducir al País hacia una democracia plena de liberta-des, en la que todos pudieran elegir su sitio, y la soli-daridad no fuera una palabra sin contenido. Suárezno quería que la historia negra de España, con laguerra civil, pudiera repetirse; y bajo el clima de laconfidencia, llegó a afirmar que estaba dispuesto a

Adolfo Suárez ante la historiaARTURO MOYA MORENO

DIPUTADO CONSTITUYENTE DE UCD EX CONSEJERO DEL PRESIDENTE DEL GOBIERNO

Supo gobernar para todos sin sectarismos y con gran eficacia,

nunca cayó en el amiguismo, y cooptó a los mejores para el

Gobierno de la Nación

Algunos dicen que tenía la cualidad del encantador de serpientes,

sin duda era así, pero no deja de ser cierto que tal oficio exige ser un virtuoso,y sólo es posible en personas hábiles,

pacientes y sin miedo

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dar la vida por ello. Y en verdad pienso que su actualvivir no está exento de tan gran sacrificio.

Como Presidente, supo cooptar para elGobierno de la Nación a los mejores y máscapacitados del momento. Nunca fue capricho-so ni sectario en estos cometidos, tenía muyclaro que servir a España era lo más importan-te y, para hacerlo bien, tenía que rodearse de lamejor inteligencia, a la que él siempre admiraba.Así iba haciendo sus gobiernos, aunque desdedentro algunos ministros fueran desleales. Perosabía también perdonar.

Eran tiempos de una gran vorágine, en los quese entremezclaban la necesidad de tener urgen-temente una Constitución Democrática, concientos de asesinatos de la banda terroristaETA; una inflación y un paro galopantes; y unpueblo con muchas carencias, aderezado todoello con cuarteladas militares golpistas, un día síy otro también. En este estado de crisis, elPresidente Suárez supo gobernar el País, ypudo con todo. Sólo falló en fortalecer elPartido UCD. Pocos le ayudaron en ese come-tido, y a los que quisimos hacerlo, tampoco nosdejaron, y en eso él sí tuvo la culpa.

Hoy, cuando la atracción hacia el abismo seplantea ante nosotros como algo estúpidamen-te bueno, la figura y grandeza del PresidenteSuárez se agiganta y se le echa de menos, y noes un problema de nostalgia, sino de necesidadpráctica. La regeneración de la presente demo-cracia se presenta como una necesidad eviden-te. De todas partes se alza el grito de que así nose puede seguir. Desde la Puerta del Sol, desdelas Autonomías, desde la Justicia, y desde la

terrible lacra del Paro, se oyen las voces de lamayoría social, que dice ¡basta ya¡ ¡basta ya¡Por aquel entonces, mi generación y el pueblogritaba también desde todas las esquinas¡amnistía, libertad y democracia¡ Con elPresidente Suárez, lo conseguimos. Él supocanalizar, con habilidad y paciencia, las inquie-tudes y necesidades imparables del pueblo.

Uno de los grandes momentos de Suárez fue,sin duda, el día que se reunían por primera vezlas Cortes Generales. Sentado en el banco azul,la mirada del presidente llena de alegría recorríael hemiciclo. Allí, sin lugar a dudas, flotaba lapaz, el perdón y la piedad. Desde mi escaño, leobservaba con profundo afecto y orgullo. Sutriunfo era también el nuestro, el de una genera-ción que había sabido superar los odios, elimi-nar los complejos y combatir la ignorancia. Allíestaban físicamente conviviendo en paz, losdescendientes de Calvo Sotelo, Fanjúl y Oreja,con personas como Dolores Ibárruri, SantiagoCarrillo y Alberti, diputados todos gracias alsentido democrático y patriotismo de AdolfoSuárez. Era el triunfo de la libertad y la demo-cracia, frente a la desidia, el fanatismo y la dic-tadura. Y el conductor de tan fogoso y comple-jo tren había sido un político chusquero, como aSuárez gustaba decir de sí mismo.

En los actuales momentos, España vive la crisismás grave de su época moderna, superior sicabe a la que vivimos al comienzo de la demo-cracia. En aquellos momentos difíciles, octubredel 77, para ponerle remedio, el PresidenteSuárez supo reunir a todas las fuerzas políticas,

Él supo canalizar, con habilidad ypaciencia, las inquietudes y

necesidades imparables del pueblo

Hoy, cuando la atracción hacia el abismo se plantea como

algo estúpidamente bueno, la figura ygrandeza del Presidente Suárez

se agiganta y se le echa de menos

Era el triunfo de la libertad y la democracia, frente a la desidia,

el fanatismo y la dictadura. Y el conductor de tan fogoso y

complejo tren había sido un políticochusquero, como Suárez gustaba

decir de si mismo

Tenía muy claro que servir a Españaera lo más importante y, para hacerlo bien, tenía

que rodearse de la mejor inteligencia

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a los sindicatos de CC.OO y UGT, y a losempresarios de la naciente CEOE, alrededor deuna mesa de trabajo, para alumbrar los llama-dos Pactos de la Moncloa. Allí se juntaron loscomunistas de Carrillo, Tamames y Curiel; losliberales de Garrigues, Calvo Sotelo y Oliart; ytambién los reticentes socialistas de FelipeGonzález y Tierno Galván; junto a nacionalistascomo Ajuriaguerra y Roca; y conservadorescomo Fraga. Entre todos, supimos conseguir unacuerdo histórico para sacar al País de la crisiseconómica. Todo ello fue dirigido por la sabiabatuta del profesor Fuentes Quintana, que eraministro de Suárez. No cabe duda de que lasfuerzas políticas con representación parlamen-taria eran conscientes de la grave situaciónespañola. Existía una conciencia de responsabi-lidad, y existía una coincidencia de anteponerlos intereses comunes y de Estado, a los intere-ses personales o de partido. (¡Igual que ahora¡).Todos coincidían en la necesidad de una seriede medidas financieras, monetarias y deempleo, que permitieran en un plazo de dosaños los equilibrios fundamentales de la econo-mía española, aminorando la inflación, redu-ciendo el paro, y mejorando la balanza depagos. Una vez más, Suárez fue entonces elmáximo adalid de este acuerdo económico ypolítico, que tanto sorprendió al mundo. Sumagisterio en la conducción de los asuntospúblicos fue, y es, un ejemplo que se deberíaseguir hoy. Para que España pueda salir delmarasmo en que actualmente se encuentra, esconveniente mirar al pasado, y hacer lo queresulta obvio, el problema es que el PresidenteSuárez, desgraciadamente, ya no está disponi-ble.

El reto de hacer una Constitución de todos ypara todos, aparentemente se hacía inalcanza-ble al principio. Los socialistas del joven PSOEenarbolaban la bandera republicana cuando lasnegociaciones se les torcían, y los nacionalis-

tas, la suya cuando se hablaba de España. Conhabilidad, otro buen ministro de Suárez,Fernando Abril, en negociación con AlfonsoGuerra, y después despachando con Suárez ahoras intempestivas; cada uno de los artículosque estudiaban, iban avanzando en el consen-so. Ante la radicalidad inadmisible de algunaspretensiones, Suárez le animaba constante-mente a ejercer la virtud de la firmeza, de lapaciencia, y después, mucha flexibilidad en loaccidental. Y así, paso a paso, se fueron consi-guiendo los acuerdos, hasta que se logró loimposible, redactar la Constitución de laConcordia. El día que la votamos y aprobamosen las Cortes, Suárez estaba radiante, y no erapara menos. Aquel 31 de octubre de 1978, conel apoyo abrumador de las dos Cámaras, losespañoles conseguíamos tener un marco parala convivencia, que ha durado, por lo menos,hasta hoy. Nunca en la historia de España se haconseguido un periodo tan largo de paz y con-vivencia democrática. Todos los actores deestos hechos, ponentes, Diputados, Senadoresy, por supuesto, los españoles que la aproba-ron, tuvieron su mérito, pero el del PresidenteSuárez, como guía, es incuestionable.

Cumplido el periodo Constituyente, empezó lacacería del personaje. Todos contra Suárez,“del Rey al más plebeyo”, parecía ser la consig-na. “Leña al mono que es de goma”, decían los‘progres’ por el salón de los Pasos Perdidos delCongreso. Adolfo Suárez, que aspiraba a obte-ner el laurel de los que llegan victoriosos a lameta, no se dio cuenta de que a los españolesnos gusta más la flor del crisantemo. No lopodía entender, no entraba en la magnanimidadde su alma, cómo a él, que había convocado yganado las primeras elecciones democráticas,que había conseguido redactar los Pactos de laMoncloa, que había impulsado la Constitución,consolidado la Monarquía, y que amaba aEspaña por encima de todo, y se consideraba elprimer servidor del Estado, le pudiera ocurrir

Para que España pueda salir del marasmo en que se encuentra,

es conveniente mirar al pasado, y hacer lo que resulta obvio,

el problema es que el PresidenteSuárez, desgraciadamente,

ya no está disponible

Todos los actores: ponentes,Diputados, Senadores y los españoles

que aprobaron la Constitución, tuvieron su mérito, pero el delPresidente Suárez, como guía,

es incuestionable

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algo así. No entendía nada. En su interior, sinapenas darse cuenta, su alma se iba consu-miendo, y algo se iba rompiendo poco a poco,como ocurre con las cuerdas de una guitarra,hasta que se queda sin sonido. Ajeno hoy acuanto de él se dice, pasea su sombra, encor-vada por los años, por el jardín de su casa,soñando quién sabe en qué mundos. Sinembargo, su aureola y prestigio han ido crecien-do con el tiempo, hasta convertirlo en el másgrande Presidente de la democracia. Me resultamuy triste que no lo pueda saber.

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Su aureola y prestigio han ido creciendo con el tiempo,

hasta convertirlo en el más grandePresidente de la democracia.

Me resulta muy triste que no lo pueda saber

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Si la operación política de la Transición consistiócentralmente en el cambio de un régimenautoritario a otro demoliberal, conforme al

modelo imperante de las democracias de Europaoccidental, su obra histórica tenía que ir mucho másallá. Porque resultó evidente a sus actores tanto polí-ticos como sociales que para que llegara a feliz tér-mino la instauración de una democracia estable enEspaña era imprescindible afrontar y superar los liti-gios históricos que habían contribuido a la fracturaentre “las dos Españas” (esto es, la “cuestión religio-sa”, la “cuestión social” y la “cuestión territorial”) y quehabían arruinado su convivencia por mucho tiempo.Y también eran conscientes de que esa superaciónsólo podía hacerse bajo el signo de la reconciliación.Fue esencial que ese espíritu impregnara toda la obrade la Transición y la clave de su éxito consistió en querecibiera un apoyo social abrumador.

Adolfo Suárez encarnó con enorme naturalidadese espíritu, quizás como ningún otro actor, y ellole hizo granjearse una gran sintonía con muyamplias capas de la sociedad española. Con granintuición Suárez supo captar que lo que queríauna gran mayoría del pueblo español después dela muerte de Franco era una nueva normalidad

basada en una España abierta al mundo en la quecupieran todos los españoles.

De todos los “litigios históricos” acaso la “cues-tión religiosa” era, por una parte, la que exigía enmayor grado el espíritu de reconciliación y, porotra, la que podría contribuir decisivamente a quetal espíritu se asentara en el conjunto de la socie-dad española. Era imprescindible evitar, por tanto,que el factor religioso se convirtiese en un ele-mento perturbador para la edificación de la nuevaconvivencia democrática.

En materia religiosa el cambio que exigía el tiem-po histórico era substancial. Consistía en el trán-sito de un régimen confesional católico de carác-ter dogmático, en la que una parte de España (lano católica) quedaba discriminada frente a la otra,por otro basado en la libertad religiosa y en laaconfesionalidad del Estado, para que en élpudieran caber todos los españoles (los católicos,los creyentes no católicos y los no creyentes).

Ciertamente en los tres últimos lustros del fran-quismo se habían producido dos fenómenos queiban a allanar las dificultades para ese cambiosubstancial. Por una parte, un proceso de secu-larización de la sociedad española, al compás de

La cuestión religiosa:Las relaciones Iglesia-Estado

EUGENIO NASARREDIPUTADO EX DIRECTOR GENERAL DE ASUNTOS RELIGIOSOS

Para que llegara a feliz término la instauración de una democracia

estable en España era imprescindiblesuperar los litigios históricos que habíancontribuido a la fractura entre “las dos

Españas”: la “cuestión religiosa”, la “cuestión social” y la “cuestión territorial”

El cambio exigía el tránsito de un régimen confesional católico de carácter dogmático por otro basado en la libertad religiosa y

en la aconfesionalidad del Estado

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la modernización económica y social desencade-nada a partir de los años sesenta, con la crecien-te apertura de nuestras fronteras y la incorpora-ción de los modos de vida de la Europa occiden-tal de la que de modo natural y creciente íbamosya formando parte. La sociedad española sedeclaraba entonces de modo abrumador (másdel 90 por 100) de confesión católica, pero ya lapráctica religiosa no respondía a tales parámetrosy en la conciencia moral de muchos españoles lareligión ya no ocupaba un lugar central.

Pero, por otra parte, la misma Iglesia Católica conel Concilio Vaticano II había experimentado en suseno un cambio decisivo para hacer posible sintraumas la edificación de un sistema político queestuviera en condiciones de lograr la convivenciade los españoles bajo el signo de la reconcilia-ción. La Declaración conciliar Dignitatis humanaehacía añicos el modelo concordatario de 1953 yla “confesionalidad teológica” de las leyes funda-mentales del régimen de Franco.

En el seno del catolicismo español la cuestiónabrió un intenso debate, que afectaba a aspectoscomo la confesionalidad del Estado, las restric-ciones de las libertades y de los derechos funda-mentales y el pluralismo de la sociedad española,que había que reconocer y aceptar. Aquel debatepuso en evidencia, en el ámbito del catolicismoespañol, que las libertades eran indivisibles y queprecisaban un nuevo marco jurídico y políticopara que pudieran ejercerse. También abrió elcamino a la tesis de que la futura convivencianacional se había de cimentar sobre supuestosdiferentes, que afectaban, en la vertiente religiosa,a la concepción misma del Estado del 18 de julio,al “compromiso político-religioso que da lugar alnuevo Estado que nace de la postguerra”, enpalabras del teólogo Alvarez Bolado y que seríacalificado en la historiografía como “nacional-catolicismo”.

Esta orientación marcó la línea de actuación de lacomunidad eclesial española durante el últimodecenio del régimen de Franco, lo que dio lugar atensiones crecientes en las relaciones Estado-Iglesia de aquella época. Sin poder entrar en elrelato de aquellas tensiones, dos acontecimientosson especialmente relevantes a los efectos deltema que nos ocupa.

El primero fue la celebración de la asamblea con-junta de obispos y sacerdotes de septiembre de1971 que debatió la aplicación de los principiosconciliares en la Iglesia española. Y en ella se pro-dujo la significativa -que hay que valorar en todasu dimensión histórica- declaración de perdónpor los errores que se pudieron cometer por lacomunidad católica en los conflictos que impidie-ron una convivencia civil entre los españoles, conclara alusión a la guerra civil. Aquel pronuncia-miento de la asamblea conjunta representaba queun grupo social relevante sentaba unas bases, enel terreno más profundo de las convicciones reli-giosas, que allanaban el camino hacia la reconci-liación entre los españoles.

El segundo se produjo en enero de 1973 con lapublicación del documento de la Conferenciaepiscopal la Iglesia y la comunidad política, en elque el episcopado español pretendía sentar lasbases de un nuevo modo de presencia de laIglesia en la sociedad y en la comunidad políticaespañola y en el que se propugnaba la necesidadde la instauración de un orden jurídico-políticobasado en la dignidad de la persona humana y enel respeto de los derechos civiles, políticos, eco-nómicos y sociales. En el mismo documento seabordaba la problemática de las relacionesIglesia-Estado con un enfoque en el que se dis-tanciaba claramente del modelo de Estado confe-sional. Los obispos reconocían que España seseguía proclamando “Estado católico” para decira continuación: “En qué medida la presente situa-ción legal haya de ser modificada o mantenida

La cuestión religiosa abrió un intensodebate que puso en evidencia

que las libertades eran indivisibles yque precisaban un nuevo marco

jurídico y político para que pudieran ejercerse

En la asamblea conjunta de obispos ysacerdotes de 1971, se produjo

la significativa declaración de perdónpor los errores que se pudieron

cometer por la comunidad católica en los conflictos que impidieron unaconvivencia civil entre los españoles

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corresponde al mismo Estado español y al con-junto de los ciudadanos”. Y añadían significativa-mente: “Por nuestra parte, lo importante esgarantizar eficazmente a todos los ciudadanos lalibertad religiosa tanto en el orden personal comoen el familiar y social”. No había, pues, ningunadefensa del modelo confesional del Estado, mien-tras se ponía el acento, como pilar vertebradordel nuevo enfoque (mutua independencia y sanacolaboración), en el principio de libertad religiosa.En coherencia con tal planteamiento laConferencia episcopal expresaba su voluntad deuna “renuncia completa” del privilegio del fuerodel clero al mismo tiempo que demandaba alEstado su renuncia al “privilegio de presentación”de los obispos.

Estas mismas ideas fueron reafirmadas, con especialvigor, en la homilía que pronunció el cardenalTarancón en la iglesia de los Jerónimos, al acceder altrono el rey Juan Carlos, y que adquirió una granresonancia en la sociedad española. “Para cumplirsu misión –dijo el cardenal Tarancón- la Iglesia nopide ningún tipo de privilegio. Pide que se le reconoz-ca la libertad que proclama para todos”.

Sin embargo, los planteamientos conciliares que laIglesia pretendía aplicar en España chocaron con lamentalidad de las máximas autoridades del Estadofranquista, quienes todavía tenían muy arraigada laconcepción del “nacional-catolicismo” y que noentendían el distanciamiento de la Iglesia con el régi-men. Los últimos años del franquismo se caracteri-zaron por una permanente tensión en las relacionesIglesia-Estado, cuyo momento más álgido tuvo lugaren febrero de 1973, cuando incluso el obispoAñoveros estuvo a punto de ser expulsado del terri-torio nacional.

El Rey Juan Carlos, nada más comenzar su reina-do, tuvo un gran interés en normalizar las relacio-nes y establecer un nuevo clima de entendimien-to. La homilía del cardenal Tarancón, en la misadel Espíritu Santo, representaba todo un progra-ma. Tarancón se había ya afianzado como líderindiscutible del episcopado y se convirtió en lafigura clave de la Iglesia española a lo largo de ladécada de los setenta. Tuvo la intuición históricade que la Iglesia española debía colaborar activa-mente en el proceso de transición con un tripleplanteamiento: apostar decididamente por lareconciliación como basamento espiritual de lanueva etapa histórica; normalizar las relacionescon el Estado desde nuevos supuestos, quegarantizasen la independencia de la Iglesia y unamutua colaboración en aquellos asuntos queafectaban al bien común de la sociedad; y, final-mente, mantenerse al margen de las distintasopciones políticas concretas que los cristianos,en uso de su legítima libertad, pudieran propug-nar, lo que implicaba que la Iglesia se abstendríade apoyar expresamente a partidos de carácterconfesional o pertenecientes a la estirpe de lademocracia cristiana.

El cardenal Tarancón se mantuvo fiel, con enco-miable coherencia, a este triple planteamiento yello facilitó en gran medida los pasos que se fue-ron dando para resolver satisfactoriamente la“cuestión religiosa”. Pero también tuvo conse-cuencias en el plano estricto de la política. La“neutralidad” que hizo mantener a la organizacióneclesiástica respecto a los partidos políticos per-judicó a la democracia cristiana y benefició al par-tido centrista que lideró Adolfo Suárez, el cuallogró en las primeras elecciones democráticasaglutinar a la mayoría del electorado católico.

El cardenal Tarancón y Adolfo Suárez mantuvie-ron una buena sintonía personal. Suárez, católicosincero que había militado en su juventud en lasfilas de la Acción Católica, había entendido laevolución de la Iglesia desde el Concilio y consi-deraba que favorecía mucho a su programa decambio la decidida apuesta eclesial por la recon-

Se ponía el acento, como pilar vertebrador del nuevo enfoque

(mutua independencia y sana colaboración),

en el principio de libertad religiosa

Los planteamientos conciliares que laIglesia pretendía aplicar en España

chocaron con la mentalidad de las máximas autoridades del

Estado franquista

El cardenal Tarancón tuvo la intuiciónhistórica de que la Iglesia española

debía colaborar activamente en el proceso de transición

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ciliación. Sabía que una Iglesia hostil o simple-mente recelosa del proceso de cambio habríasupuesto una dificultad añadida de proporcionesincalculables. Por eso, cuidó con esmero las rela-ciones con la jerarquía eclesiástica y puso al fren-te de los Ministerios particularmente sensibles(Asuntos Exteriores, Justicia, Educación) a perso-nas que podían garantizar unas relaciones fluidasy basadas en la confianza.

La sintonía entre Tarancón y Suárez se mantuvo alo largo de todo el período de gobierno de la UCDy no se empañó ni siquiera en el momento demayor tensión, con motivo de los cambios pro-movidos por el ministro Fernández Ordóñez en laley del divorcio, que disgustaron profundamenteal cardenal, ya que, antes de dichos cambios,había intentado y logrado una actitud moderadadel catolicismo español ante aquella reforma denuestra legislación civil. Por eso, el cardenalTarancón vivió con amargura y preocupación elproceso de descomposición de UCD y su consi-guiente debacle electoral de 1982, pues estima-ba que un partido de las características de UCD,que había logrado articular políticamente al cen-tro-derecha moderado era sumamente conve-niente para la convivencia entre los españoles.

Así pues, al comienzo de su reinado Juan Carlos Iquiso desbloquear las relaciones Iglesia y Estado.Contaba para ello con dos personas especialmentecualificadas para tal empeño: Areilza y Garrigues,ministros de Asuntos Exteriores y de Justicia respec-tivamente, del gobierno que presidía Arias Navarro.Ambos ministros dieron los primeros pasos para res-tablecer unas relaciones de confianza, resolver elespinoso problema de las diócesis vacantes y sentarlas bases de unos nuevos Acuerdos, que sustituye-ran al Concordato, cuya filosofía y planteamientoshabía que considerar definitivamente superados.Pero esos prometedores pasos de los primerosmeses de 1976 encallaron en la rígida actitud que

seguía manteniendo Arias Navarro, firmementeopuesto a renunciar al “derecho de presentación” eincapaz de comprender la evolución de la comuni-dad católica española.

Fue el gobierno de Suárez el que, con inusitada cele-ridad, desbloqueó la situación. Marcelino Oreja en sureciente libro de memorias (“Memoria y esperanza”)ha relatado minuciosamente cómo se produjo eldesbloqueo. El motor fue el Rey, que quería de inme-diato normalizar las relaciones con la Santa Sede yestaba decidido a renunciar unilateralmente al “dere-cho de presentación”, título que ostentaba histórica-mente la Corona. El asunto se trató en el primerConsejo de ministros que celebró el gobiernoSuárez, que precisamente fue presidido por el Rey,quien en carta a Pablo VI comunicó el deseo de laCorona a renunciar a todos los privilegios que enrelación con las instancias eclesiásticas había acu-mulado la práctica secular.

Veinte días después, el 28 de julio de 1976, se fir-maba en Roma el Acuerdo entre la Santa Sede yel Estado español, en cuyo preámbulo se exponíaya claramente la nueva filosofía que inspiraría enel futuro las relaciones entre el Estado y la Iglesia,basada en la libertad religiosa y en la “mutua inde-pendencia de ambas partes en su propio campocuanto en una sana colaboración entre ellas”. ElEstado renunciaba al “derecho de presentación”de los obispos y la Iglesia al “privilegio del fueroeclesiástico”. Al mismo tiempo se anunciaba elcompromiso de emprender la revisión del concor-dato por la vía de acuerdos sobre las diferentesmaterias.

Los prometedores pasos de principiosde 1976 encallaron en la rígida actitud

que seguía manteniendo AriasNavarro, incapaz de comprender

la evolución de la comunidad católica española

El 28 de julio de 1976, se firmaba enRoma el Acuerdo entre la Santa Sede

y el Estado español, en cuyo preámbulo se exponía claramente la nueva filosofía que inspiraría en

el futuro las relaciones entre el Estado y la Iglesia

El Estado renunciaba al“derecho de presentación”

de los obispos y la Iglesia al “privilegio del fuero eclesiástico”

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El Acuerdo de 28 de julio de 1976 marcaba unantes y un después en las historia de las relacio-nes entre la Iglesia y España, fundamentalmenteporque inauguraba una nueva época con relacióna la presencia de la Iglesia en la comunidad polí-tica española en consonancia ya con los valoresy principios vigentes en las democracias delmundo occidental. Conviene subrayar que cons-tituye el primer acto político de envergadura delgobierno de Suárez, que se adelantó a los pasosque fue dando en otros ámbitos en los mesessucesivos para el establecimiento de la democra-cia. En cierta medida el Acuerdo (al que se ha lla-mado Acuerdo pórtico, al ser la base de los suce-sivos) desempeñó en materia religiosa el mismopapel que la Ley para la Reforma Política (4 deenero de 1977) en el terreno estrictamente políti-co: creaban ambos, cada uno en su ámbito, lascondiciones para el futuro proceso constituyente.

La elaboración de los nuevos Acuerdos se llevóa cabo a lo largo de los dos años y medio suce-sivos. Se había establecido el compromiso deque la revisión del Concordato debería estar com-pletada en julio de 1978. Ese plazo no pudo cum-plirse. Tras las elecciones de junio de 1977,teniendo ya a la vista los trabajos de los constitu-yentes, hubo una voluntad por ambas partes deque todas las estipulaciones contenidas en losnuevos tratados se acomodasen perfectamente alos postulados constitucionales, de modo quequedaran despejados para el futuro los eventua-les enojosos conflictos en torno a la constitucio-nalidad de cualquiera de sus preceptos.

Iniciados los trabajos constituyentes, una propo-sición no de ley del PSOE, presentada en el

Congreso en septiembre de 1977, pedía “que elgobierno informe detalladamente a las Cortessobre las negociaciones en curso con la SantaSede para modificar o sustituir el Concordato de1953” y que “se suspendan dichas negociacionesen tanto no queden definidos en la Constituciónque actualmente se está elaborando, los princi-pios que deberán regir las relaciones entre elEstado y las Iglesias pronunciándose desdeahora este Grupo Parlamentario por la aconfesio-nalidad del Estado y la superación del sistemaconcordatario”. La proposición no de ley fuedebatida en la Comisión de Asuntos Exterioresdel Congreso el 1 de febrero de 1978. Pero elpartido socialista la retiró, al haber informado pre-viamente el ministro de Asuntos Exteriores sobrela negociación en curso y haberse comprometidoa dar cuenta de la misma en el futuro a los gru-pos parlamentarios. Así se hizo, llegándose alconsenso de que los Acuerdos no serían firma-dos hasta haberse aprobado la Constitución.

Las negociaciones se desarrollaron en un climade entendimiento entre los equipos negociado-res. Los escollos más importantes se centraronen la institución canónica del matrimonio, que laIglesia quería salvaguardar, y en la materia educa-tiva, en especial el estatuto de la clase de religión.Por parte del Gobierno, el protagonismo corres-pondió a los ministros Oreja (Asuntos Exteriores),Lavilla (Justicia), Educación (Cavero) y Hacienda(Fernández Ordóñez). Por parte eclesiástica, ejer-ció un papel fundamental el nuncio LuigiDadaglio, cuya misión en España tuvo un períodomuy dilatado (1967-1980). Hombre de confianzadel Papa Pablo VI le tocó gestionar las tensasrelaciones Iglesia-Estado en los últimos años delfranquismo y estuvo muy atento a la evolución delcatolicismo y de la sociedad española, en el con-vulso período de la aplicación del Concilio enEspaña. Comprendió perfectamente que elmodelo del “nacionalcatolicismo” estaba periclita-do y que la Iglesia española debía contribuir, en laesfera que le correspondía, a la instauración de

El acuerdo de julio de 1976 desempeñó en materia religiosa el mismo papel que la Ley para la Reforma Política de 1977 en el terreno estrictamente político

Los escollos más importantes se centraron en la institución

canónica del matrimonio y en la materia educativa

El nuncio Luigi Dadaglio comprendióperfectamente que la Iglesia española

debía contribuir a la instauración de una democracia no excluyente y

adaptada a las nuevas circunstancias históricas

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una democracia no excluyente y adaptada a lasnuevas circunstancias históricas. Mantuvo unagran sintonía con el cardenal Tarancón, cuyosplanteamientos compartía plenamente, y procurósiempre actuar de consuno con la jerarquía ecle-siástica española. Su actuación discreta y afablele granjeó muchas simpatías. Y al final de sumisión, en 1980, ya concluidos y en vigor los nue-vos Acuerdos, le fue otorgada, lo que era algoinusual, la gran cruz de Carlos III como reconoci-miento a su gran labor, que había facilitado laconvivencia entre los españoles.

Tras las elecciones del 15 de junio de 1977 seemprendió la tarea de elaborar la nuevaConstitución. En un clima propicio para ello, el lla-mado espíritu de la Transición impregnó el modode abordar la cuestión religiosa en el procesoconstituyente. El objeto no era otro que lograr lainserción del factor religioso en el nuevo sistemaconstitucional conforme al modelo de Estadosocial y democrático de Derecho, desde la ópticade la concordia y en congruencia con las carac-terísticas de dicho modelo de Estado.

Tres perspectivas, que contaron con un alto degrado de respaldo, ayudaron a encontrar lasbases del acuerdo.

La primera fue la consideración de que el factorreligioso no se debía tratar como algo aislado,sino como algo que tenía una dimensión socialque afectaba al conjunto de la convivencia entrelos españoles, lo que habría de hacerse con elvalor preponderante de la libertad.

La segunda fue la perspectiva europea. El marcode la “Europa de las libertades”, al que la Españademocrática quería incorporarse cuanto antes,constituía un importante punto de referencia. Setrataba, como en otros campos, de encontrar unasolución que estuviera dentro de los parámetroseuropeos. Es cierto que en materia religiosa nopodemos hablar de un modelo europeo único.Pero el examen comparado de los sistemasconstitucionales en materia religiosa nos propor-ciona dos lecciones. La primera, que la diversidadque se observa no impide la existencia de un sus-trato común que está cimentado en el superiorvalor de la libertad religiosa, concebido no ya sólocomo un derecho fundamental que pertenece alámbito individual sino como principio informadorbásico de la ordenación jurídica del fenómeno reli-gioso. La segunda, que con ese sustrato comúnla variedad de soluciones constitucionales obede-ce a la acomodación de estas a las condicioneshistóricas de cada país. En un asunto tan sensi-ble como es la religión, que pertenece a la intra-historia de cada pueblo, no es posible formularuna solución abstracta more geometrico.Pluralidad y sustrato común no son términosinconciliables sino complementarios.

La tercera perspectiva está estrechamente enla-zada con las consideraciones precedentes. Es laperspectiva que se puede llamar de realismo yconciencia de la continuidad histórica de España.Precisamente por tener como motor principal unavoluntad reconciliadora, la obra de la Transiciónno fue una obra de ruptura. Pretendió, sí, un cam-bio substancial de régimen político para articularun sistema político en el que cupiera todo el plu-ralismo de la sociedad española (en todos losaspectos: en el ideológico, en el territorial, en elcultural o en el religioso). Y esa voluntad deman-daba, desde luego, una nueva Constitución quegarantizara una convivencia en paz, que tuvieraen cuenta las lecciones de la historia.

El espíritu de la Transición impregnó elmodo de abordar la cuestión religiosa

en el proceso constituyente

El objeto era lograr la inserción del factor religioso en el nuevo sistema

constitucional, conforme al modelo de Estado social y democrático

de Derecho

El modelo constitucional en materiareligiosa que se plasmó en el artículo16 de la Constitución, se basaba en

tres pilares: la libertad religiosa, la aconfesionalidad del Estado y

la cooperación con las confesiones religiosas

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Con estas perspectivas los constituyentes logra-ron elaborar un modelo constitucional en materiareligiosa que se plasmó en el artículo 16 de laConstitución y que se basa en tres pilares: la liber-tad religiosa, cuyos sujetos titulares son tanto losindividuos como las comunidades; la laicidad oaconfesionalidad del Estado, que se proclamacon la fórmula “ninguna confesión tendrá carácterestatal”; y la cooperación con las confesiones reli-giosas.

En el primer borrador que elaboraron los ponen-tes constitucionales no figura la mención expresade la Iglesia Católica. El entonces secretario de laConferencia episcopal española, monseñorYanes, en una intervención que tuvo gran reso-nancia y que expresaba el parecer del conjuntode la jerarquía católica, afirmó que “para un paíscomo el nuestro no sería suficiente un reconoci-miento genérico y vago de la libertad religiosa,como sería el caso de poblaciones donde el cris-tianismo se ha predicado por primera vez en elsiglo pasado. Se trata de una Constitución paraEspaña, es decir, para un país cuya escala devalores, cuya cultura, cuya historia está íntima-mente entrelazada con la presencia de la Iglesia”.

Adolfo Suárez atendió los argumentos de estaposición. Negar la abrumadora presencia delcatolicismo en la historia española y en la confor-mación de sus tradiciones y expresiones del más

variado signo social sería una actitud no razona-ble. Las Constituciones son algo más que normasabstractas e intemporales. Son decisiones bási-cas que establecen un marco de convivenciapara una determinada comunidad humana.Cuando la Constitución habla en su Preámbulodel “pueblo español” no se está refiriendo a unconjunto abstracto de personas sino a una comu-nidad de seres humanos que se llaman “españo-les” en virtud de un largo proceso histórico.

La inclusión de la mención explícita a la IglesiaCatólica se llevó a cabo en el apartado 3 del artí-culo 16, cuando se habla precisamente del prin-cipio de cooperación.

Un Estado que asume la laicidad como atributoconstitutivo de su propio ser al servicio de lalibertad religiosa tiene que estar abierto al prin-cipio de cooperación. La neutralidad confesio-nal no puede significar ni hostilidad ni siquieraindiferencia ante el fenómeno religioso, en lamedida en que constituye una de las dimensio-nes sociales de la persona. La laicidad excluyela identificación del Estado con una confesiónreligiosa, pero también excluye una beligeranciaantirreligiosa, porque no podría cumplir sumisión de favorecer la libertad religiosa. Esta esla solución adoptada por la gran mayoría de losEstados que responden a la misma cultura jurí-dica de las democracias europeas. Y esta es laidea que recoge la exposición de motivos delproyecto de Ley Orgánica de Libertad Religiosa:“La Constitución no se limita a contemplar lalibertad religiosa como una mera inmunidad decoacción sino que, al prevenir que los poderespúblicos mantendrán relaciones de cooperacióncon la Iglesia Católica y las demás Confesionesreligiosas, refleja una valoración del hecho reli-gioso, digno de protección, sin mengua de losderechos de toda persona de profesar o no unadeterminada creencia y del carácter no confe-sional del Estado”.

El entonces secretario de la Conferenciaepiscopal española, monseñor Yanes,

defendía que "se trata de unaConstitución para España,

un país cuya escala de valores, cultura e historia está íntimamente

entrelazada con la presencia de la Iglesia”

Negar la abrumadora presencia del catolicismo en la historia española

y en la conformación de sus tradiciones y expresiones sería

una actitud no razonable en aquellosdías constituyentes

La inclusión de la mención explícita a la Iglesia Católica se llevó a cabo

en el apartado 3 del artículo 16, cuando se habla del principio

de cooperación

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Con el único punto polémico de la mención de laIglesia Católica, sobre el cual el partido socialistamantuvo una viva oposición, el texto fue debatidoen Comisión el 18 de mayo de 1978. Si los dosprimeros apartados fueron aprobados por unani-midad, el tercero (el que contenía la mención a laIglesia Católica) tuvo el voto en contra de los trecediputados del Grupo socialista, frente a los 22que votaron a favor, incluidos significativamentelos del Grupo comunista. En la votación en elPleno, el artículo fue aprobado con la abstencióndel Grupo socialista (197 votos a favor, 2 en con-tra y 112 abstenciones). El pueblo español ratificópor amplia mayoría la Constitución en el referén-dum del 6 de diciembre.

La gran mayoría de la comunidad católica espa-ñola apoyó el texto constitucional. La ComisiónPermanente de la Conferencia episcopal habíaelaborado en septiembre de 1978 una “notasobre el referéndum constitucional”, en la que noindicaba el sentido del voto a los católicos, peroconsideraba que el proyecto de Constituciónofrecía el fundamento para una convivencia civili-zada, garantizaba suficientemente los derechoshumanos y las libertades públicas y respetaba losvalores religiosos de los cristianos, es decir, sutil-mente indicaba a los católicos que no habíaimpedimentos para votar favorablemente. El car-denal González Martín, arzobispo de Toledo, sedesmarcó de la posición de la cúpula episcopal,indicando, en un documento que tuvo fuerte eco,que era claramente legítimo “por motivos religio-sos” el voto negativo a la Constitución. Unapequeña minoría de obispos secundó la posicióndel Cardenal Primado. Todo ello hizo redoblar losesfuerzos del Cardenal Tarancón para inclinar alos cristianos españoles hacia una posición favo-rable a la obra constituyente con una serie de“cartas” a los fieles, en las que ponía el acento enque el enjuiciamiento de la Constitución deberíahacerse pensando en el bien común de España yen la convivencia entre los españoles y subraya-ba que ninguna obra política podía satisfacer ple-namente los ideales evangélicos.

Con la Constitución ya promulgada, pudieron fir-marse finalmente los cuatro Acuerdos que habíanvenido negociándose durante los meses anterio-res y que suponían la revisión completa delConcordato de 1953. La firma se llevó a cabo enRoma el 3 de enero de 1979, seis días despuésde la entrada en vigor de la Constitución.

Se produjo entonces una polémica sobre la con-veniencia de suscribir los Acuerdos antes de laelaboración de una ley de libertad religiosa queestableciera el marco normativo general de des-arrollo del artículo 16 de la Constitución. La tesisdefendida por el partido socialista y otros fue: pri-mero, ley de libertad religiosa; segundo, acuerdosde cooperación con la Iglesia católica y demásconfesiones.

Aunque haya que reconocer que esta posición noestaba carente de una cierta lógica, el Gobiernode Suárez optó por la rápida firma de losAcuerdos con evidentes razones de peso. Unasituación de interinidad, con un Concordato deevidente contenido inconstitucional, y sin dispo-ner todavía de unos instrumentos a través de loscuales encauzar las nuevas relaciones de coope-ración entre el Estado y la Iglesia, presentaba ries-gos evidentes, dada la delicadeza de las cuestio-nes en juego. Probablemente se hubiera tenidoque denunciar el Concordato por inconstitucionalcon la posibilidad de que emergieran tensionesinnecesarias. Por otra parte, en cualquier caso, laley de libertad religiosa, como norma marco, noera un requisito imprescindible, puesto que lostérminos del artículo 16.3 eran muy claros, ya quecontenían un mandato inequívoco para estable-cer “relaciones de cooperación” con la IglesiaCatólica.

La constitucionalidad de los Acuerdos no ha sidopuesta en cuestión. Y el Tribunal Constitucionallos ha interpretado siempre a la luz de los precep-tos constitucionales, sin encontrar, en sus ya

La gran mayoría de la comunidad católica española apoyó

el texto constitucionalLa tesis defendida por

el partido socialista y otros fue: primero, ley de libertad religiosa;

segundo, acuerdos de cooperación con la Iglesia católica y demás confesiones

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abundantes pronunciamientos, cláusulas contra-rias a los mismos.

Las elecciones del 1 de marzo de 1979 dieron, denuevo, la victoria a UCD. El remodelado gobiernode Suárez consideró que, entre las tareas priori-tarias de la nueva legislatura, debía procederse alrápido desarrollo de los derechos fundamentalesy libertades públicas proclamados en laConstitución. Era tan ingente la labor para aco-modar nuestro ordenamiento jurídico a los postu-lados constitucionales, que Adolfo Suárez nom-bró a Juan Antonio Ortega y Díaz Ambronaministro sin cartera encargado de acometer laamplia agenda legislativa.

La ley de libertad religiosa fue la primera ley que endesarrollo de los derechos fundamentales elGobierno envió a las Cortes. El proyecto fue aproba-do en Consejo de Ministros el 15 de junio de 1979,dos meses y medio después de la constitución delgobierno. Los criterios políticos para su elaboraciónfueron: que se tratara de una ley de “intervenciónmínima” del Estado sin caer en excesos de regula-ción, que en materia religiosa resultan contraprodu-centes; que se lograra la mayor aceptación posiblepor parte de las Confesiones religiosas con arraigoen España; y que obtuviera el mayor consenso de lasfuerzas políticas parlamentarias.

Con la pronta aprobación del proyecto de ley elGobierno de Suárez expresaba su voluntad de nodemorar el establecimiento de un marco general delejercicio del derecho a la libertad religiosa. Hay quesubrayar que su aprobación precedió a la ratificaciónpor el Congreso de los Diputados de los Acuerdoscon la Santa Sede, cuyo debate se produjo el 13 deseptiembre de 1979. Tres de los Acuerdos se apro-baron por amplísima mayoría y en el relativo a laenseñanza y asuntos culturales el partido socialista,que había votado a favor del mismo en la Comisiónde asuntos exteriores a fines de julio de 1979, cam-

bió el sentido de su voto en el Pleno, esta vez en con-tra, como reacción de protesta ante dos órdenesministeriales del Ministerio de Educación reguladorasde la enseñanza de la religión. No hubo manera deconvencer al partido socialista de la desmesura desu reacción.

El proyecto de ley de libertad religiosa contó, sinespeciales dificultades, con la aquiescencia de lasConfesiones minoritarias con arraigo en España, enespecial la comunidad judía y las iglesias evangélicas.En aquellos años todavía la presencia de la comuni-dad musulmana en España era muy escasa y ape-nas estaba organizada. El fenómeno migratorio tar-daría años en producirse. Con las iglesias y comuni-dades religiosas establecidas en España se elaboróun valioso documento de bases que sirvió para arti-cular, sobre ese punto de partida, el proyecto de ley.

El ministro de Justicia Iñigo Cavero, al presentar elproyecto de ley en el Senado, afirmó: “La ley se ins-pira en una valoración positiva del fenómeno religio-so, siguiendo el espíritu de la Constitución, lo quesupone la adopción de un modelo de Estado neutralante la confesionalidad, abierto al hecho religioso encuanto que dimana de las convicciones y creenciasdel hombre, dotado de una dignidad radical. Modeloque se separa tanto del Estado típicamente laicista,beligerante y hostil, en muchos casos, ante el hechoreligioso, como del Estado dogmáticamente confe-sional”.

El elemento más innovador de la ley consistía enadoptar, para el desarrollo de las “relaciones de coo-peración” del Estado con las Confesiones, el siste-ma convencional o de regulación bilateral, abierto enigualdad de condiciones a todas las confesiones ycomunidades religiosas con “notorio arraigo” enEspaña. Es un sistema que ofrece indudables venta-jas en un Estado democrático, coherente con la ideade autolimitación inherente a su laicidad, al permitir elestablecimiento de acuerdos de cooperación concada iglesia o confesión que, por supuesto, no tienenque ser necesariamente homogéneos, sino que per-miten elaborarse con flexibilidad, atendiendo a lascaracterísticas de cada iglesia o confesión.

Era tan ingente la labor para acomodarnuestro ordenamiento jurídico a

los postulados constitucionales, queAdolfo Suárez nombró a Juan AntonioOrtega y Díaz Ambrona ministro sin

cartera encargado de acometer la amplia agenda legislativa

El elemento más innovador de la Ley delibertad religiosa consistía en adoptar el

sistema de regulación bilateral, abierto enigualdad de condiciones a todas las con-fesiones con “notorio arraigo” en España

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El ministro de Justicia precisaba, en lo referente ala Iglesia Católica, “que existen ya unos Acuerdosentre la Santa Sede y el Estado español, suscri-tos el 3 de enero de 1979 y ratificados por estasCortes Generales, que constituyen precisamentela primera plasmación jurídica de las relaciones decooperación que prevé específicamente el artícu-lo 16 de la Constitución, y que, en este caso,adoptaron el rango de Acuerdo Internacional porla condición de sujeto de derecho internacionalreconocido a la Iglesia Católica”.

La fórmula prevista en la ley orgánica era que losposteriores convenios que se establecieran con lasdemás confesiones con “notorio arraigo” en Españatendrían que ser aprobados mediante ley por lasCortes Generales. Tardó un cierto tiempo la aplica-ción de esta previsión legal, pues hasta el año 1992no se culminó la aprobación de los tres Acuerdossuscritos con la Comunidad judía, las Iglesias evan-gélicas y las Comunidades musulmanas, que son lasConfesiones, además de la Iglesia Católica, con lasque el Estado mantiene relaciones de cooperaciónreguladas bilateralmente.

El ministro Cavero ponía de relieve que “por primeravez en España se ha asumido seriamente y al mismotiempo de una manera moderna, a la altura del tiem-po histórico que nos cabe vivir, el fundamental dere-cho a la libertad religiosa. Y ello tiene una importantedimensión histórica por varias razones. En primerlugar, porque la aceptación de aquel principio ennuestra sociedad es un factor esencial de moderni-zación de la misma. En segundo lugar, porque losvalores en que descansa son fundamentales en latarea, que simboliza nuestra Constitución, de lograruna auténtica convivencia nacional, arrumbando vie-jas y definitivamente superadas querellas históricasen el campo religioso; y porque, en fin, la libertad reli-giosa, como el resto de las libertades civiles, son ele-mentos indispensables para la construcción de unasociedad abierta, pluralista, democrática y basada enla dignidad de la persona humana, en que todosestamos empeñados”.

También en sede parlamentaria, en la elaboracióny debate de la ley orgánica de libertad religiosa,prevaleció el espíritu de consenso. En su votaciónfinal de conjunto en el Congreso de los Diputados(24 de junio de 1980), la ley fue aprobada por 294votos a favor y 5 abstenciones, esto es, no tuvoningún voto en contra. Los ministros Cavero yOrtega y Díaz Ambrona fueron los artífices delamplísimo acuerdo alcanzado. Fui testigo de ello,porque a la sazón era Director General deAsuntos Religiosos.

El artículo 16 de la Constitución, la ley de libertadreligiosa y los Acuerdos del Estado con la SantaSede constituyen las tres piezas fundamentalescon las que el nuevo sistema constitucional esta-blecía las bases para asentar el fenómeno religio-so en una democracia en la que se pudiera cum-plir el propósito impulsado por Adolfo Suárez alinicio de la Transición de que cupieran en ellatodos los españoles. La distancia con el modeloconfesional del Estado del 18 de julio era abismal.Se había dado paso a un modelo de “laicidadpositiva”, como ha sido calificado por el TribunalConstitucional. Y se había podido realizar sin rup-tura de la continuidad histórica y con un notablegrado de consenso, en el que se pudieron supe-rar, mediante compromisos y cesiones mutuas,los nada fáciles escollos para alcanzar tan desea-ble objetivo. Este es el legado de la Transición enmateria religiosa al servicio de la convivencia entrelos españoles, que hay que valorar en toda sudimensión histórica y que resulta imprescindiblepreservar.

Hasta 1992 no se culminó la aprobación de los tres Acuerdos suscritos con la Comunidad judía,

las Iglesias evangélicas y lasComunidades musulmanas

También en sede parlamentaria, en la elaboración y debate de la ley de libertad religiosa,

prevaleció el espíritu de consenso

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Desde que tomó posesión como Presidentedel Gobierno, Adolfo Suárez prestó espe-cial atención en materia de política exterior

a los temas europeos, tanto en el marco bilateralcomo en las relaciones con las Instituciones: lasComunidades Europeas y el Consejo de Europa.Si bien en el primer año de su mandato él era bienconsciente de que no cabía la integración hastaque España cumpliera las condiciones de unEstado democrático, se fueron dando pasos paraque, en su momento, se pudiera acelerar la aper-tura de negociación.

En un despacho que tuve con él unos días antesde las elecciones de 15 de junio de 1977, le infor-mé de la carta que había recibido de nuestroEmbajador ante las Comunidades Europeas,Raimundo Bassols, en la que se manifestaba afavor de la solicitud de apertura de negociacionesinmediatamente después de celebrarse las elec-ciones.

Las razones eran tanto políticas como económi-cas. Ninguno de los problemas entre España y laComunidad podía tener solución definitiva al mar-gen de la petición de adhesión y, como ejemplo,mencionaba el caso de la pesca. No se podíaesperar al otoño. Grecia y Portugal ya nos habíantomado la delantera, y no convenía el retraso deninguna manera. Recomendaba igualmente que,una vez formulada la petición, se hiciera una visi-ta relámpago del Ministro de Asuntos Exteriores aBruselas, sin perjuicio de que el Presidente delGobierno y el Ministro hicieran luego un recorridopor todas las capitales. Nos pareció tan acertadala propuesta de Bassols, que la propuse al pie dela letra al Consejo de Ministros, que acordó llevar-la adelante. En la declaración del nuevo Gobiernode 11 de julio se decía textualmente: «El Gobierno

presentará próximamente la solicitud de iniciaciónde negociaciones para la adhesión a lasComunidades e instituciones europeas». Pedíentonces a Bassols que fuera preparando la soli-citud de adhesión y que tratara de obtener unafecha en julio. De todos los argumentos que noshabía dado, puso especial insistencia en la conve-niencia de no separarnos del bloque de paísesque constituían la segunda ampliación de lasComunidades.

Éramos conscientes de que Grecia y Portugal noofrecían dificultades para la adhesión, nosotros,en cambio, sí planteábamos problemas.Cualquier retraso podía tener como consecuenciaque nos dejasen fuera para una tercera etapa deampliaciones. Es cierto que tuvimos que soportarcríticas, sobre todo de la prensa, para explicar laprecipitación de nuestra petición, y hubo tambiénalgunos Ministros que creyeron que conveníaesperar. Suárez, sin embargo, estaba decidido.En el Consejo de Ministros del 22 de julio, elGobierno me autorizó para que presentase alPresidente del Consejo de Ministros de lasComunidades la petición oficial de apertura denegociación con vistas a la adhesión de España alos tratados constitutivos de la CEE, CECA yEURATOM. Ese mismo día se entrevistaron en LaMoncloa Suárez y Felipe González, quien, a lasalida, manifestó a los periodistas su apoyo a lapetición.

Adolfo Suárez y EuropaMARCELINO OREJA AGUIRRE

PRESIDENTE DEL INSTITUTO DE ESTUDIOS EUROPEOS

Desde que tomó posesión como Presidente del Gobierno, Adolfo Suárez prestó especial

atención en materia de política exterior a los temas europeos

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El 26 de julio llegué a Bruselas. Antes de salir deBarajas, declaré: «La opción adoptada por elGobierno de solicitar el ingreso de España en elMercado Común es auténticamente nacional».Efectivamente, entre el 22 y el 26 de julio mehabía entrevistado con los responsables de políti-ca exterior de los diferentes partidos, y todos die-ron su aprobación. Esta unanimidad no se habíaproducido en ninguno de los otros Estadosmiembros.

En Bruselas me recibió el Ministro de AsuntosExteriores belga, Henri Simonet, que ejercía lapresidencia del Consejo de Ministros. En el propioaeropuerto de Zaventem me dijo que el acto nose celebraría en un edifico de la Comunidad, sinoen uno con gran valor simbólico, ya que en él, ensu Salón de los Espejos, se había firmado el pri-mer tratado de ampliación: el Palacio de Egmont.

Al día siguiente inicié las visitas oficiales entregán-doles una carta del Presidente Suárez. Primero, alpropio Simonet y a Roy Jenkins, Presidente de laComisión. Era un inglés culto, inteligente, autor deuna excelente biografía de Churchill, que pasó delPartido Laboralista al Liberal, y con quien era muygrata la conversación. Luego visité al PrimerMinistro belga, Leo Tindemans, una de las perso-nalidades más conocidas de las ComunidadesEuropeas, autor de un importante informe sobreel papel de la política exterior en lasComunidades; y me reuní también con tres comi-sarios, entre ellos Guido Brunner, a quien conocíabien, hijo de española y que más tarde fueEmbajador en Madrid.

En general, las relaciones de los gobiernos comu-nitarios fueron en ese momento favorables y nohubo apenas discrepancias en los partidos deoposición, salvo el caso de Francia, en dondeFrançois Mitterrand, quien en 1981 se convertiríaen Presidente de la República Francesa, manifes-tó sus dudas. Veía que la agricultura española era

competitiva con la del sur de Francia. Bastantemás negativo fue Jacques Chirac, quien en unaintervención declaró que para España la únicafórmula admisible era la asociación, porque laentrada de ese país «implicaría arruinar una cuar-ta parte del territorio nacional: las produccionesagrícolas del sur de Francia no resistirían la con-currencia de los productos españoles». Y conclu-ía con esta categórica frase: «No permitiremosque se introduzca en la Europa económica unacizaña que no pueda ser dominada».

Hablé con Bassols para preguntarle cuándo leparecía que debía hacerse la visita de Suárez ymía a las capitales comunitarias, y su respuestafue que empezásemos enseguida. Fijamos unplan en cuatro etapas, para visitarlas todas endiez semanas, comenzando por La Haya,Copenhague, París y Roma.

Los días finales del mes de agosto iniciamos elperiplo por las capitales comunitarias. Durante elviaje, el Presidente expuso unos cuantos puntosque repitió en todos los países: la necesidad deun calendario de negociación razonable que secumpliese sin interrupciones; que fuera una nego-ciación sin condiciones previas, para evitar quenos exigieran poner nuestra economía al nivel delas de los nueve antes de la adhesión; disponibi-lidad española de cooperación, como país candi-dato, en las modificaciones de la política agrícolacomún; y la aceptación de un periodo transitorioa convenir, incluso amplio, para la agricultura,pero rechazamos una fórmula que nos sometieraa examen antes de la adhesión.El Presidente aclaró en todas sus visitas que

éstos no eran problemas previos, sino que cons-tituían el centro de la negociación y, por tanto,había que buscar su solución en la misma nego-ciación. Puede decirse sin exageración que elviaje de Suárez fue un éxito, a pesar de que,desde algunos medios de comunicación seempeñaban en quitar importancia a las visitas ybanalizar los encuentros. El 20 de septiembre, el

Las relaciones de los gobiernos comunitarios fueron en ese momento

favorables y no hubo apenas discrepancias en los partidos

de oposición, salvo el caso de Francia

El periplo de Suárez por las capitalescomunitarias fue un éxito,

a pesar de que, desde algunos medios de comunicación, se

empeñaban en banalizar los encuentros

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Consejo de Ministros de las ComunidadesEuropeas aprobó las tres cartas por las que suPresidente comunicaba al Presidente delGobierno español que el procedimiento de admi-sión se había puesto en marcha. Unas semanasmás tarde, el Presidente completó las visitas atodas las demás capitales.

Al final de la gira, el Presidente Suárez hizo unavaloración global de sus visitas ante los periodis-tas que le esperaban en el Aeropuerto de Barajas.Manifestó que en todos los países había encon-trado la voluntad y la decisión política de apoyarel ingreso de España en el Mercado Común, yque había constatado en la Europa Comunitaria lavoluntad de diálogo y negociación para lograr elobjetivo final político de la construcción de unaEuropa más fuerte, más justa y más solidaria conla presencia de España y de los otros países quehabían solicitado la adhesión.Sin embargo, a pesar de que las reacciones ha-

bían sido en su mayoría positivas, el Consejo y laComisión tardaron aún varios meses en concluirla fase preparatoria que permitió finalmente, el 5de febrero de 1979, que se procediera a la aper-tura formal de las negociaciones. Allí, la delega-ción española expuso los tres puntos a los que elGobierno de Adolfo Suárez atribuía particularimportancia:

- La libre circulación de la mano de obra y, muyespecialmente, la condición de los trabajadoresespañoles ya establecidos en la Comunidad yque contribuyeron a su prosperidad desde hacíaaños.

- Las cuestiones agrícolas: las posibles ventajascomparativas de algunos productos de España;la posición comparativamente desventajosa deotros sectores agrícolas españoles; y la actitud dela Comunidad frente a otros países no candida-tos.

- Los periodos transitorios: el gobierno españolconsideraba válido las mejores condiciones paraEspaña.

Además del proceso negociador con lasComunidades Europeas, Suárez, que era cons-ciente de que sería largo y complejo, me instó aque diéramos los pasos necesarios para la adhe-sión al Consejo de Europa, la organización promo-tora de la defensa de los derechos humanos, quefue siempre un eje principal de nuestra política.

La Asamblea Parlamentaria del Consejo, en lasesión de enero de 1976, había aprobado unarevolución respecto a España, a la espera deldesarrollo de los acontecimientos en nuestropaís, sin asumir compromiso alguno. La forma-ción del primer gobierno Suárez en el mes de juliocoincidió con la preparación de un viaje a Españade una delegación de la comisión política de laAsamblea, en la que influyó muy positivamente ladeclaración del nuevo Gobierno, la amnistíageneral y el anuncio del referéndum, que condu-ciría más adelante a la celebración de eleccionesgenerales. El viaje se realizó en los primeros díasde septiembre, bajo la presidencia del suizoHofer, y yo les recibí en Exteriores. Con LandelinoLavilla, Ministro de Justicia, tuvieron una largasesión de estudio, en la que pasaron revista delas condiciones de entrada en el Consejo.Después, les acompañé a Moncloa, donde lesrecibió el Presidente del Gobierno, que con sunatural simpatía y franqueza les expresó en lostérminos más categóricos su decisión —su com-promiso de honor, dijo— de conducir lo antesposible a nuestro país a una democracia pluralis-ta. Se refirió a sus amistosos contactos con laoposición —que era aún ilegal— y a la determina-

El Gobierno de Suárez atribuía particular importancia a la libre circulación de la mano de obra,

las cuestiones agrícolas y los periodos transitorios

El Presidente Suárez manifestó que en todos los países había

encontrado la voluntad y la decisiónpolítica de apoyar el ingreso deEspaña en el Mercado Común

Además del proceso negociador con las Comunidades Europeas,Suárez me instó a dar los pasos

necesarios para la adhesión al Consejo de Europa

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ción de celebrar un referéndum antes de acabarel año, para modificar las leyes en vigor y dejar elcamino abierto a unas elecciones generales.

Después de dos horas, y antes de despedirse ladelegación, el Presidente Hofer le dijo a Suárezque desde allí irían los tres miembros de la dele-gación a la revista Cambio 16, donde les espera-ba toda la oposición. Suárez contestó con ciertasorna, que no encontraría a toda la oposición,porque en cuanto ellos salieran de su despachoentraría el Presidente del Partido SocialistaPopular, el Profesor Tierno Galván, para cenarcon él.

Los relatores Hofer, Reale y Delorme comenzarona preparar su informe para la Asamblea de sep-tiembre. Pero no se pusieron de acuerdo, ya queDelorme, que había estado también en Madrid,volvía con una impresión mucho más negativaque sus otros compañeros y presentó una opi-nión en tal sentido. El Presidente de la comisiónpolítica era un italiano, Vedovato, que veía congran simpatía el proceso político que se abría enEspaña, en lo que coincidía con los otros dosrelatores. A la hora de votar, la opinión deDelorme —por falta de quórum— quedó sin efec-to, reduciéndose a una simple opinión personalsin consecuencia alguna.

La sesión plenaria de la Asamblea Parlamentariacomenzó el 21 de septiembre. Llegó aEstrasburgo una importante representación de laoposición democrática, que no estaba aún legali-zada. En ella figuraban desde el Partido Socialistay el Comunista hasta el Carlista, con la princesade Borbón Parma. Actuó de portavoz IgnacioCamuñas. Celebraron una reunión, y el tonogeneral fue una severa crítica al anuncio de refe-réndum para la Reforma Política de Suárez, yredactaron un texto de descalificación, que entre-garon al autor del Proyecto de Resolución de laAsamblea, el senador italiano Reale. Éste mellamó aquella noche a mi casa para que le expli-cara el alcance del referéndum y en qué medidaéste podía paralizar la reforma política. Yo le hablé

con absoluta sinceridad, y le dije que, a mi juicio,era un instrumento indispensable para pasar de lasituación en la que estábamos a un sistemademocrático, y que necesitábamos lo que Suárezllamaba pasar de la ley a la ley, para instalarnos enun sistema plenamente democrático. Reale mecreyó, echó al cesto de los papeles la enmiendade los representantes de la oposición y presentóun texto que fue aprobado sin discusión. Sehablaba de una institución predemocrática y, aun-que con críticas y reservas —que, por otra parte,yo mismo compartía—, se formulaba el deseo deque terminase el proceso rápida y satisfactoria-mente. Era la resolución 640, primer paso en elcamino de la incorporación de España al Consejode Europa. Después de la votación, el EmbajadorMessía invitó a los miembros de la oposiciónespañola a una comida, durante la cual llegó elanuncio del nombramiento del teniente generalGutiérrez Mellado como Vicepresidente delGobierno, que todos celebraron con un brindis.

En enero de 1977 se reunió la AsambleaParlamentaria, poco después del referéndumpara la Reforma Política, coincidiendo con lossecuestros del general Villaescusa y el Presidentedel Consejo de Estado, Antonio Oriol. Aunque eltema de España no estaba en el orden del día dela Asamblea, la buena impresión que causó elreferéndum y la dolorosa circunstancia delsecuestro, hicieron que 30 parlamentarios enca-bezados por el Presidente de la Asamblea, elsocialista austriaco Csernetz, pusieran en marchauna declaración escrita, la número 50, que fue laexpresión inmediata de un consenso positivo.Este texto, si se compara con la redacción deotros documentos anteriores, muestra una dife-rencia fundamental: frente a los recelos, la con-fianza; frente a la crítica, el aliento; frente a laambigüedad, la transparencia.

Durante la primavera siguiente de 1977 se pro-dujeron una serie de acontecimientos que nosfueron acercando al Consejo. Sobre todo laprogresiva y acelerada comunicación entre los

Se hablaba ya de España como unainstitución predemocrática y, aunquecon críticas y reservas, se formulaba el deseo de que terminase el proceso

rápida y satisfactoriamente

El referéndum para la Reforma Política era un instrumento

indispensable para pasar de la situación en la que estábamos a

un sistema democrático

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grandes partidos políticos españoles y sushomólogos europeos. Los partidos democristia-no y liberal participaron en actos públicos desus correspondientes españoles. El socialistaparticipó en un mitin del PSOE. Hubo despuésen Madrid una cumbre eurocomunista. En mayohabía celebrado su sesión habitual la Asamblea,y su Presidente expresó su satisfacción por elanuncio de elecciones en España, anticipandoque en la mini-asamblea estival de Amberes delmes de julio se tomaría, sin duda, la decisión deinvitar a los parlamentarios españoles para queasistiesen como observadores a la sesión deotoño.

Aproveché una visita del Ministro austriaco deAsuntos Exteriores, el doctor Pahr, expertojurista y buen conocedor del Consejo deEuropa, para pedir su asesoramiento con elobjeto de conseguir una rápida adhesión deEspaña. Me dijo que llamara por teléfono a sucanciller Bruno Kreisky, Presidente de laInternacional Socialista y compañero delPresidente de la Asamblea Parlamentaria delConsejo de Europa, socialista y austriaco comoél, con quien —como he recordado antes—tuve mi primer encuentro como Ministro. Así lohice, en efecto, y acogió mi llamada de formamuy positiva, prometiéndome una rápida res-puesta, que llegó al cabo de una semana,comunicándome la fórmula que había propues-to el Presidente de la Asamblea, que consistíaen que los jefes de todos los partidos políticosespañoles se comprometieran ante la AsambleaParlamentaria a que la Constitución que se ibaa discutir y elaborar en su día garantizase explí-citamente los derechos reconocidos en elConvenio Europeo de Derechos Humanos yLibertades Fundamentales.

El planteamiento de Kreisky me pareció perfecto;así se lo transmití al Presidente del Gobierno y alEmbajador Messía, que empezó a moverse consus amigos del Consejo de Europa, mientras no-sotros contactábamos con todos los responsa-

bles políticos españoles, que dieron su aproba-ción más completa, y el 7 de octubre las CortesGenerales acordaron en procedimiento de urgen-cia un texto garantizando los derechos humanosestablecidos en el Convenio de Roma de 1950.Este texto, aprobado también por el Senado el 8de octubre, fue trasladado a la mesa de laAsamblea del Consejo de Europa, que decidióque el día 11 se celebrasen unos debates sobreEspaña. La víspera de esa fecha fueron llegandoa Estrasburgo los miembros de la delegaciónespañola, con el Presidente del Congreso,Fernando Álvarez de Miranda, el SecretarioGeneral del Partido Comunista, Santiago Carrillo,el número dos del PSOE, Federico de Carvajal(Felipe González llegó el mismo día 11) y el vete-rano liberal y activo participante en Munich,Joaquín Satrústegui. Todos ellos se entrevistaroncon el Secretario General del Consejo de Europa,el socialista alemán Kahn Ackermann. El día 11hubo una discusión en el grupo parlamentariosocialista sobre el proyecto de resolución que seiba a presentar a la Asamblea, y Felipe Gonzálezdefendió con gran firmeza la posición favorable aEspaña, frente a las reservas de algunos socialis-tas alemanes, que finalmente fueron descartadas.Se acordó un proyecto de resolución, que pre-sentaron los propios alemanes, favorable aEspaña y que fue aprobado con pleno consenso.Pronunciaron discursos en el pleno, además delPresidente del Congreso, Felipe González,Santiago Carrillo, Federico Silva y JoaquínSatrústegui.

Según las normas y usos del Consejo de Europa,el Gobierno del país que aspira a ingresar debehacerlo saber al Comité de Ministros, que, si estáde acuerdo, antes de dar su respuesta debeconocer la opinión favorable de la Asamblea. Paraello tuve que actuar con gran rapidez, haciendoen poquísimo tiempo dos operaciones: convertirel texto del proyecto de resolución aprobada porla Asamblea en proyecto de recomendación,cambio jurídico que resolvió el Secretario Generaladjunto de la Asamblea, y formular inmediata-mente la petición de adhesión del Gobierno espa-

Durante la primavera siguiente de 1977se produjo una progresiva y acelerada

comunicación entre los grandes partidos políticos españoles y

sus homólogos europeos

Felipe González defendió con gran firmeza la posición favorable

a España, frente a las reservas de algunos socialistas alemanes

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ñol al Comité de Ministros del Consejo de Europa. De este modo, el 12 de octubre la Asambleapudo aprobar por aclamación la recomendaciónnúmero 820, por la que se autorizaba el ingresode España, y el 24 de noviembre, la firma de laadhesión de España en el Consejo de Europa y elConvenio de Derechos Humanos y LibertadesFundamentales.

En conclusión, considero que la política europeade Adolfo Suárez permitió la apertura de unanegociación larga y difícil con las Comunidadespero que, gracias a su determinación e impulso,logró sentar las bases de un proceso que no cul-minaría hasta la firma de la adhesión en junio de1985 por el Gobierno de Felipe González, perofue Suárez el que permitió abrir un camino difícil ysuperar muchas dificultades. En cuanto alConsejo de Europa, no sólo nos incorporamos ala Organización, sino que, en materia deDerechos Humanos, adquirimos los más altoscompromisos junto a nuestra idea de que repre-sentaba un pilar fundamental de nuestra acciónpolítica.

Para mí, como Ministro de Asuntos Exteriores deaquella etapa, fue un privilegio trabajar a su ladoy acompañarle en sus viajes por las capitaleseuropeas, donde se le respetaba y admiraba porsu contribución a la consolidación de la democra-cia en España.

Como Ministro de Asuntos Exterioresde aquella etapa, fue un privilegio

trabajar al lado de Suárez y acompañarle en sus viajes por las capitales europeas, donde se le respetaba y admiraba por

su contribución a la consolidación de la democracia en España

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La figura de Adolfo Suárez y su papel en la tran-sición política no hacen más que agrandarse,observados con la perspectiva de los años.

Tuve la fortuna de conocer y de asistir en directoa algunas de las actuaciones de Suárez. Mi testi-monio de hoy es, por ello, más que nada anecdó-tico, ya que una reflexión profunda sobre AdolfoSuárez y lo que representó en un momento deci-sivo de la historia de España, requieren de mayorperspectiva y, desde luego, de más amplio espa-cio del que ahora dispongo.

Mi primer contacto formal con Adolfo Suárez seprodujo inmediatamente tras haberme nombradoLeopoldo Calvo-Sotelo Secretario General paralas Relaciones con las Comunidades Europeas,en febrero de 1978.

Tuvo lugar en una cena organizada en la Moncloaen honor del entonces Presidente de la ComisiónEuropea Roy Jenkins. Se acercó a mi y me salu-dó, con su enorme simpatía natural, diciendo loque se alegraba de haber ratificado, en Consejode Ministros, mi nombramiento. Como me cono-cía muy poco, en razón de algún encuentro oca-

sional, en mi etapa anterior como SecretarioGeneral Técnico dentro del equipo de EnriqueFuentes Quintana, atribuí su observación más aun rasgo de amabilidad personal que a ningunaotra razón. De aquella noche recuerdo la capaci-dad de Suárez para comunicarse y mantener unarelación fluida con todos sus interlocutores, espe-cialmente con sus adversarios políticos. No se meborrará la imagen -que también impresionó viva-mente a algún miembro de la delegación de laComunidad Europea- de un Suárez bromeandohasta llegar casi a la carcajada con FelipeGonzález, cuando acudió a despedirle a la puertade la Moncloa al final de la cena.

La probada habilidad de Adolfo Suárez paraganar la confianza de sus interlocutores, casisiempre a través de establecer con ellos una rela-ción de complicidad, fue un elemento clave paratejer la complicadísima trama de la transición.

Había observado, desde antes, en mi periodo enla Secretaría General Técnica de Economía, esascapacidades y el papel decisivo de Suárez paraconseguir los consensos necesarios para llevar abuen puerto los Pactos de la Moncloa. La com-

Adolfo SuárezAlgunos recuerdos personales

MATÍAS RODRÍGUEZ INCIARTEVICEPRESIDENTE DEL BANCO SANTANDER

La probada habilidad de Adolfo Suárezpara ganar la confianza de

sus interlocutores, a través de la complicidad, fue un elemento clave

para tejer la complicadísima trama de la transición

La figura de Adolfo Suárez y su papelen la transición política no hacen más

que agrandarse, observados con la perspectiva de los años

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petencia técnica de Fuentes Quintana estableciólas bases y la credibilidad del proyecto, pero sinAdolfo Suárez no hubiera sido posible articular elapoyo de los partidos políticos a ese proyecto,tan decisivo para recuperar la maltrecha situacióneconómica de la España de entonces.

En mi etapa en el Ministerio para las Relacionescon las Comunidades Europeas tuve la ocasiónde mantener numerosas reuniones con AdolfoSuárez. Recuerdo, sobre todo, un viaje aBruselas donde debíamos reunirnos, durante unpar de días, con los principales responsables dela Comisión Europea y, entre ellos, con elPresidente de la Comisión Jenkins y losComisarios Davignon y Natali. Leopoldo Calvo-Sotelo y yo mismo tratamos, durante los díasanteriores a esta reunión, de prepararla conAdolfo Suárez y sus colaboradores, con todo eldetalle que la ocasión requería. Nos encontrá-bamos en una fase difícil del proceso de nego-ciación y, precisamente, en esta reunión deBruselas –que se iba a celebrar para darle uncarácter más relajado e informal, durante dosdías en el “Château de la Hulpe”– tratábamosde avanzar en la solución de los principales pro-blemas que se presentaban ante nosotros.

La agenda de Suárez no hizo posible reunirnosen Madrid, de modo que aplazamos para elviaje a Bruselas en el Mystere de la FuerzaAérea nuestro trabajo. Íbamos en el aviónCalvo-Sotelo, Suárez, Alberto Aza, entoncesJefe del Gabinete del Presidente, y yo mismo.

Tampoco, para desesperación de Calvo-Sotelo,fue posible entonces hablar del dossier comuni-tario. Fue, sin embargo, para mí una ocasiónmemorable escuchar de Adolfo Suárez un sin-número de análisis y reflexiones políticas, car-gadas de un rico anecdotario, que me produje-ron una deslumbrante impresión de Suárez.Habló desde sus contactos con los distintoslíderes de la oposición en el proceso de la tran-

sición, hasta sus preocupaciones más persona-les. Mencionó, en concreto, que lo que más lehabía inquietado siempre, en lo personal, eraser objeto de un secuestro y que estaba psico-lógicamente preparado para resistirse y plantarcara a sus secuestradores cualesquiera quefuesen las consecuencias. Cuando, en elCongreso de los Diputados, el 23 de febrero de1981, Adolfo Suárez se mantuvo erguido en suescaño, no pude dejar de recordar aquellaspalabras en el Mystere, camino de Bruselas,cerca de tres años antes.

Esta era, para mí, la paradójica personalidad deSuárez. Descuidado en los detalles técnicos deuna negociación internacional, pero sin perderde vista ningún ángulo de la actuación política.Una actuación en la que personas, actitudes,reflejos y valor personal cobraban, a veces, másfuerza que la visión histórica o la articulacióntécnica de las propuestas.

Este mismo contraste se puso de manifiesto enlas reuniones que, con posterioridad, tuvieronlugar en Bruselas con los miembros de laComisión. Tanto Calvo-Sotelo, como nuestroEmbajador ante las Comunidades EuropeasRaimundo Bassols y yo mismo, estábamosinquietos ante el posible desarrollo de unassesiones, como suponía la negociación enBruselas, llenas de detalles y posibles trampastécnicas que era imperativo eludir. Nos preocu-paba que el Presidente Suárez, a quien no habí-amos tenido ocasión de preparar adecuada-mente, cayera en alguna de esas trampas ohiciera alguna manifestación que pudiera com-prometer algunos de los aspectos de la nego-ciación. ¡Qué equivocados estábamos! Suárez,en un asombroso y efectivo manejo de susinterlocutores, eludió, en un alarde de intuicióndefensiva, todos los obstáculos. Habló de latransición política, de la importancia de Españaen Iberoamérica y lo que ello podría representarpara Europa, de la posición estratégica de

La competencia técnica de Fuentes Quintana estableció

las bases y la credibilidad del proyecto,pero sin Adolfo Suárez no hubiera sido

posible articular el apoyo de los partidos políticos a

los Pactos de la Moncloa

Suárez podía ser descuidado en losdetalles técnicos de una negociacióninternacional, pero sin perder de vistaningún ángulo de la actuación política

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España, dentro de su referencia al “estrecho deOrmuz” que hizo entonces fama dentro de lasincursiones de Suárez en la política exterior. Vi aunos Comisarios, primero desconcertados ydespués interesados por asistir a un espectácu-lo para ellos inédito: el de un político de razapresentándoles una visión de conjunto, y sal-tándose a la torera detalles tan minuciososcomo un calendario de adaptación arancelaria,la implantación del IVA o cualquier otra cuestióntécnica que podía preocupar entonces.

La genialidad en la improvisación, los reflejos ylos recursos ante el peligro. Todo ello era unamuestra de la rica y compleja personalidad deAdolfo Suárez.

Estos rasgos, unidos a su capacidad de lideraz-go, crearon en torno a Adolfo Suárez, durante laprimera fase de la transición, una aureola queno ha empañado el paso del tiempo. Una per-sona tan analítica y fría como Leopoldo Calvo-Sotelo, y con calado cultural e intelectual biendistinto al de Suárez, me comentó en más deuna ocasión, como luego ha dejado escrito, queen toda su trayectoria política nunca había reco-nocido a nadie como verdadero jefe políticomas que a Adolfo Suárez. Esta confesión, dealguien que le conoció tan de cerca y con capa-cidades tan distintas, dice mucho de la perso-nalidad de Suárez.

No todos eran, desde luego, rasgos positivos.Tuve ocasión de asistir, desde bien cerca, a algu-nos episodios de su declive. Cuando en septiem-bre de 1980, Calvo-Sotelo es nombradoVicepresidente del Gobierno para AsuntosEconómicos, ocupé a su lado la SecretaríaGeneral del Departamento, que llevaba aparejadoel puesto de Secretario de la Comisión Delegadadel Gobierno para Asuntos Económicos. Duranteaquellos meses, hasta la dimisión de Suárez enenero de 1981, se estableció un sistema según elcual la Comisión era presidida alternativamenteuna semana por Calvo-Sotelo en Castellana–entonces sede de la Vicepresidencia- y otra porAdolfo Suárez en Moncloa. Fue un periodo difícil,con una crisis económica profunda asociada aotra no menos aguda de la situación política y, enconcreto, de la UCD. Un Adolfo Suárez, visible-mente desbordado, trataba de capear esas tor-mentas. Se le veía abrumado y, en ocasiones,distraído ante los ácidos debates de la Comisión.

Aunque, como a todos, me sorprendió la dimisiónde Suárez, yo veía a un Presidente del Gobiernocon evidentes dificultades para dirigir el área eco-nómica y para arbitrar los inevitables conflictosque, en épocas de crisis, se producen entre prio-ridades y departamentos ministeriales. Tengopara mí que él era mejor conocedor que nadie deestas limitaciones. Culminada la tarea política dela transición, a la que contribuyó de forma tandestacada, se le acaban los recursos, y tuvo lalucidez y el coraje de dimitir cuando consideróque su extraordinario talento político no bastabaya. Eran necesarias otras capacidades y unaforma distinta de liderar.

Tuve, en los años siguientes, tras su dimisióncomo Presidente, numerosas ocasiones de ver aAdolfo Suárez. Mantenía intactos su simpatía yencanto personal. Recuerdo, en uno de esosencuentros, cuando transitaba en su etapa del

La genialidad en la improvisación, los reflejos y los recursos ante el peligro, eran una muestra de la rica y compleja personalidad

de Adolfo Suárez

Leopoldo Calvo-Sotelo, con calado cultural e intelectual bien distinto

al de Suárez, me comentó en más de una ocasión que en toda

su trayectoria política nunca habíareconocido a nadie como verdadero

jefe político mas que a Adolfo Suárez

Culminada la tarea política de la transición, se le acaban

los recursos, y tuvo la lucidez y el coraje de dimitir cuando consideróque su extraordinario talento político no bastaba ya. Eran necesarias otras

capacidades y una forma distinta de liderar

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CDS, que me comentó: “Ya me ves ahora.Después de ser un gran matador, voy comomaletilla por las plazas de España”. En otra oca-sión, más tarde, ya totalmente retirado de la polí-tica me confesó: “mi problema es que lo únicoque verdaderamente me interesa es la política.Créeme que, cada mañana, cuando leo los perió-dicos, hago un análisis político de la situacióncomo si, aún hoy, yo tuviera que gobernar estepaís”.

Decía, al inicio, que la figura de Adolfo Suárez hacrecido con el paso del tiempo. En mi reflexión, alescribir estas líneas, así me lo parece. La historiade España, en una encrucijada tan complejacomo la transición, se hubiera escrito de maneradistinta y, a mi juicio, con mucho menos aciertosin Adolfo Suárez. Por estas –y otras muchasrazones de consideración personal-, quiero dejaraquí el testimonio de mi reconocimiento a su figu-ra y a su extraordinaria actuación política en unmomento decisivo para nuestro país.

La historia de España, en una encrucijada tan compleja

como la transición, se hubiera escritode manera distinta y con mucho menos

acierto sin Adolfo Suárez

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La Constitución de 1978 fue llamada justa-mente la “Constitución de la concordia”.Esta Constitución no hubiera sido posible

sin la transición que la precedió y de la que esrealmente el momento culminante. Para com-prender esta última en todo su alcance, es inelu-dible referirse por contraste a la transición que seoperó en 1931 de la Monarquía a la República.

El análisis que hago a continuación se basa en elexcelente libro de Manuel Álvarez Tardío El cami-no a la democracia en España, 1931 y 1978, delque yo he extraído lo que les voy a decir, paraordenarlo después al servicio de la mayor claridaden mi exposición.

Todo indica que en 1975 una gran mayoría de losespañoles compartía el siguiente aserto: la GuerraCivil había sido una inmensa tragedia, que debíaservir como lección para que los errores entoncescometidos no volvieran a repetirse, y condujerana un nuevo enfrentamiento fratricida. No quiereesto decir que los españoles tuvieran una mismamemoria histórica de la guerra, pero sí que la lec-

ción aprendida era común a una mayoría de ellos.Veían en la guerra un pasado aleccionador, aúncuando cada cual tuviera su propia memoriasobre el conflicto –hubiera vivido o no la guerra–con independencia, por tanto, de cuáles fueranlos recuerdos personales de cada uno.

En 1931, cada grupo reforzó la memoria históricapropia que habría de servirle para justificar suopción ideológica en el proceso constituyenteque estaba por venir. Los protagonistas del nuevogobierno provisional partían de una visión tanradicalmente negativa del pasado que, ni siquieraen el caso de que los monárquicos hubieran esta-do dispuestos a ser más autocríticos de lo querealmente fueron, podría haberse logrado unacuerdo de mínimos con el que la república llega-ra a ser el régimen de todos los españoles. Basterecordar que la izquierda republicana y socialistahablaba del pasado en tales términos, que nadaen el mismo era recuperable y, por tanto, no sen-

De la transición de 1931 a la de 1978:Un protagonista, Adolfo Suárez

JOSÉ MANUEL ROMAY BECCARÍAEX MINISTRO DE SANIDAD

EX PRESIDENTE DEL CONSEJO DE ESTADO

TESORERO NACIONAL DEL PARTIDO POPULAR

Para comprender la transición de 1975 en todo su alcance,

es ineludible referirse por contraste a la transición que se operó en 1931

de la Monarquía a la República

En 1975, la mayoría de los españolescompartía el aserto de que la Guerra

Civil había sido una tragedia, quedebía servir como lección para no volver a repetirse. En 1931, cada grupo reforzó la memoria

histórica propia para justificar su opciónideológica en el proceso constituyente

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tía ninguna necesidad de reconocer como legíti-mas las aspiraciones y opiniones de los antiguosmonárquicos. La memoria con la que queríanconstruir la República, nos dice Álvarez Tardío,hacía de ésta una democracia revolucionaria en laque no había sitio para todos los que ellos califi-caban como parte protagonista de ese pasadode tinieblas que era la historia de España, desdetiempos de Carlos I hasta Primo de Rivera.

En 1931, no interesó aunar voluntades. Y, en con-secuencia, tampoco hubo oportunidad para nin-gún tipo de reflexión autocrítica. Por el contrario,en 1978 el lugar reservado a la historia tuvo unafinalidad distinta. Existió la conciencia, comparti-da por todos los grupos mayoritarios, de que elproceso constituyente no podía erigirse en unaconvención que exigiera responsabilidades y dic-taminara cuál era la verdad histórica. No sólo por-que su cometido era otro, sino porque el resulta-do previsible de repetir aquellos planteamientos,tal y como había ocurrido en 1931, hubiera sidode nuevo una Constitución sin espacio políticopara los condenados.

Las referencias al pasado y al presente del análi-sis histórico en el discurso político de los protago-nistas de la transición a la democracia iniciada ala muerte de Franco, nos dice Álvarez Tardío reco-giendo una opinión muy extendida, estuvieronsubordinadas al objetivo que todos, los que vení-an de la dictadura y los que procedían al antifran-quismo, salvo los extremos a derecha e izquierda,deseaban lograr una democracia con la quetodos los españoles, sin especificaciones signifi-cativas, se sintieran comprometidos; una demo-cracia basada, por tanto, en la reconciliación devencedores y vencidos.

El “razonable temor al enfrentamiento históricoque habíamos vivido durante los siglos XIX y XX”,decía Felipe González, “aconsejaba un esfuerzode prudencia, de aproximación al otro”.

En 1976-78, en un asunto capital como las rela-ciones Iglesia-Estado, por ejemplo, la concienciade los errores del pasado fue muy clara. Carrillo,en una intervención prudente y valiente, se con-gratuló públicamente de la distancia que en elasunto de las relaciones Iglesia-Estado separabael momento constituyente del 78 del de 1931.Hoy, dijo, configuramos un “estado laico” a “enor-me distancia” de 1931, “cuando la separación dela Iglesia y el Estado fue como el principio de laseparación de los españoles en dos gruposopuestos, como una operación quirúrgica sobreun enfermo que no está anestesiado y al que losdebates sobre su propio dolor puede complicar laoperación y hacerla mortal…”

En contra de lo que se dijo sobre el “olvido” delpasado durante la transición de 1978, olvido engeneral y ocultamiento de la historia, no se produ-jo.

Fue Carrillo, también, el que semanas antes deque se aprobara la Constitución, contra los queentonces denunciaban el pacto del olvido, dijo:Los comunistas “hemos tratado a todos los parti-cipantes en este proceso con respeto, comoiguales en derechos y deberes, sin alusiones mor-tificantes al pasado… Y ello no significa la pérdi-da de memoria histórica, pues ésta perdura y nise puede borrar ni interesa borrarla. Pero lamemoria histórica no debe servir para prolongar ylevantar más alto el muro entre unos y otros, sinopara hacer tabla rasa de él y construir una nuevaplataforma de lanzamiento”.

En 1931, no interesó aunar voluntadesni hubo oportunidad para la reflexiónautocrítica. Por el contrario, en 1978,

existió la conciencia compartida de queel proceso constituyente no podía

exigir responsabilidades y dictaminarcuál era la verdad histórica

El “razonable temor al enfrentamientohistórico que habíamos vivido durante

los siglos XIX y XX”, decía FelipeGonzález, “aconsejaba un esfuerzo de

prudencia, de aproximación al otro”

En contra de lo que se dijo sobre el “olvido” del pasado durante la transición de 1978, olvido en general y ocultamiento de

la historia, no se produjo

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A favor de los planteamientos de concordia de1976, jugaron también otros factores. ÁlvarezTardío los resume muy bien. La España poste-rior a Franco tenía un espejo en el que mirarsey un modelo que seguir que no había tenido enlos años treinta. La existencia de unas institu-ciones europeas, de un mercado común euro-peo, de una carta de derechos y libertadeseuropeos, y un tribunal de derechos europeo,eran acicates poderosos para que los españo-les desearan una normalización democrática sinviolencia ni revolución. Por otro lado, existíanotros factores relacionados con el entorno quetambién coadyuvaron a favor de la democracia:uno fue la decisiva evolución de la IglesiaCatólica después del Concilio Vaticano II, queafectó considerablemente al catolicismo espa-ñol y facilitó el paso de la Iglesia de la cruzadaa la Iglesia de la reconciliación; y otro, la influen-cia positiva de la socialdemocracia europeasobre el socialismo español.

Si admitimos la explicación estructural de quelas democracias necesitan requisitos socioeco-nómicos para florecer y crecer, no habrá másremedio que disculpar a la democracia republi-cana en razón del contexto que le tocó sopor-tar, algo que, dado el nivel de riqueza alcanza-do, ya no habría pasado en los setenta.

Obviamente, las situaciones de 1976 y 1930 sediferencian también en un aspecto sustancial: sien el primer caso el rey y sus colaboradoresmás cercanos tuvieron una idea bastante clarade hacia dónde querían caminar –y ese caminotenía que ver con una meta de llegada que sellamaba democracia representativa–, en 1930,después de siete años de dictadura de Primode Rivera, ni Alfonso XIII ni sus colaboradoressabían exactamente hacia dónde querían cami-nar, ni si iban a tener fuerzas o los apoyos sufi-cientes para llevar a cabo algún tipo de travesíapolítica.

El 6 de julio de 1976 Adolfo Suárez, recién elegi-do presidente por el Rey, se presentó ante todoslos españoles para decirles que había sido elegi-do “para trabajar con todos y por todos” y parainvitarles a “iniciar juntos un camino de futuro”. Elresto de sus palabras permitieron adivinar cuálsería ese camino: “la meta última es muy concre-ta: que los gobiernos del futuro sean el resultadode la libre voluntad de la mayoría de los españo-les”, y que “el orden y la libertad convivan en elmismo campo”. “La Corona -concluyó– tiene unavoluntad expresa de alcanzar una democraciamoderna para España”.

Frente al pasado y frente a la experiencia de losaños treinta, las reiteradas llamadas a la demo-cracia como resultado de un proceso negociador,con la indiscutible participación de todos, con elinexcusable concurso de todos, y con la finalidadde construir un sistema para todos, donde cual-quier opinión es legítima, no son detalles menoreso mera retórica. Y la oposición estuvo a la alturade las circunstancias. A Felipe González no leimportó aceptar que la formación de un gobiernoprovisional como el de 1931 era improbable.“Quiero” –dijo– “elecciones generales, las convo-que quien las convoque”.

A diferencia de los treinta, la élite política, prota-gonista de la fundación de la democracia tras lamuerte de Franco, habría de coincidir en algo pri-mordial para afrontar con éxito los momentosmás difíciles del cambio: nadie podía arrogarse en

La España posterior a Franco tenía un modelo inexistente en los años

treinta: la existencia de unas instituciones, un mercado común,

una carta de derechos y libertades, y un tribunal europeo

Frente a la experiencia de los añostreinta, las reiteradas llamadas a

la democracia como resultado de unproceso negociador con la finalidad de construir un sistema para todos,

no son mera retórica

A diferencia de los treinta, la élite política, protagonista de la fundación

de la democracia tras la muerte de Franco, habría de coincidir en algo primordial: nadie podía

arrogarse en exclusiva el título de demócrata

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exclusiva el título de demócrata, por lo que la par-ticipación de todos era imprescindible para elabo-rar las reglas del juego de una democracia dura-dera.

La reforma democrática emprendida a finales de1976 fue, añade nuestro autor, una reforma pac-tada, lo que significa, principalmente, que lasdecisiones políticas más importantes tomadasdurante el camino recorrido de diciembre de 1976a diciembre de 1978 –incluida la elaboración de laConstitución–, no fueron resultado de la prepon-derancia de un grupo político ni de la imposiciónde la mayoría sobre las minorías. Aunque conalguna excepción. El resultado pudo ser, final-mente, una democracia de todos y para todos, loque incluyó a los que habiendo estado vinculadosa la dictadura apoyaron la transición y demostra-ron sus convicciones democráticas.

Lo relevante de la comparación entre 1976 y1931 es que pone en evidencia, con toda su cru-deza, que el sistema político republicano, desdesu origen mismo, antes incluso de que estuvieraperfilada su estructura constitucional, estaba des-tinado a ser el régimen político de una parte delpaís. En 1976, Suárez, Carrillo, González, Fraga,Pujol… pese a sus diferencias, compartían el res-peto por el pluralismo político y la convicción deque la democracia sólo funcionaría si descansabaen un acuerdo mínimo en las reglas del juego quepermitieran a todos participar.

El Gobierno tenía en 1976 una idea de cómodebía ser la articulación entre el pasado y el pre-sente para que España alcanzara la democraciasin caer en el enfrentamiento civil. Estaba conven-cido, y así lo hizo público, de que la democraciano debía llegar por la vía de la ruptura. El ministrode Justicia, Landelino Lavilla, fue contundente enel debate de la ley para la Reforma Política. Lacondición primera para que los españoles pudie-ran emprender el camino hacia la democracia eraque el pasado estuviera presente de un modoque, siendo una guía, sirviera para no revivirlo en

sus errores y tragedias: “Sería estéril –dijo elMinistro ante las últimas Cortes franquistas– pre-tender fundar nuestro futuro sobre un presenteque reviva con pasión heridas antiguas, antago-nismos”.

Y ¿cuál era el camino para alcanzar tan encomia-bles objetivos? El ministro de Justicia lo dijo contoda claridad ante los procuradores: “Para alcan-zar la concordia en una sociedad pluralista sólohay un camino: el diálogo y el compromiso”.

A partir de enero de 1977, recuerda ÁlvarezTardío, el camino a la democracia trazado por laLey para la Reforma Política comenzó a recorrer-se cumpliendo con uno de los requisitos primor-diales que habían brillado por su ausencia en laprimavera de 1931: la negociación y el acuerdoentre el gobierno y la oposición como instrumen-tos de legitimación del proceso. Por el lado de laoposición, el gesto que demostró que la vía ‘rup-turista’ había sido abandonada, tuvo lugar el 11de enero de 1977: una subcomisión de laPlatajunta acudió al palacio de la Moncloa paranegociar con el ejecutivo las condiciones de lalegalización de los partidos políticos. A partir deentonces, era un hecho que la oposición habíaaceptado el camino reformista trazado por elgobierno y respaldado por la población.

El Gobierno tenía en 1976 una idea de cómo debía ser la articulación entre el pasado y el presente para

que España alcanzara la democraciasin caer en el enfrentamiento civil

Landelino Lavilla, fue contundente enel debate de la ley para la ReformaPolítica. La condición primera para

emprender el camino hacia la democracia era que el pasado

estuviera presente de un modo que,siendo una guía, sirviera para

no revivirlo en sus errores y tragedias

Era un hecho que la oposición habíaaceptado el camino reformista trazado

por el gobierno y respaldado por lapoblación

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Pero en 1977 no bastaba con que todos se ins-talaran en el terreno de la tolerancia y el respetoal adversario. Era necesario que la conformaciónde las reglas del juego estuviera aislada de lasgrandes diferencias políticas que separaban aunos y a otros; es decir, era necesario que duran-te el debate constituyente los diferentes partidoscomprendieran que, para diseñar las reglas detodos, había que hacerlo por consenso, y queeso requería de un esfuerzo máximo de acerca-miento y empatía, situación que era incompatiblecon el enfrentamiento partidista permanente. Enpalabras de Suárez, “el diálogo con las fuerzaspolíticas y el logro de un consenso era para mímás vital que cualquier otra cosa. Luego, cuandose funcionara dentro de las reglas de laConstitución, ya conformaría cada uno sus pro-gramas electorales como quisiera”. Pero en aquelprimer momento, aquel era su objetivo y a esodedicó todos sus esfuerzos.

El Rey, en su intervención ante las Cortes, no sólopidió a los nuevos diputados que hicieran unaConstitución, sino que les recordó que “lo decisi-vo es que nadie pueda sentirse marginado. Eléxito del camino que empezamos” –les dijo–“dependerá en buena medida de que nadiepueda sentirse excluido”.

Una vez que se hubo comprobado que la volun-tad de la reforma del gobierno Suárez era firme ysincera, los editoriales de los principales periódi-cos nacionales respaldaron y explicaron la idea yla necesidad de una Constitución integradora.“No se gobierna con los vencedores contra losvencidos” decía el editorial publicado por El Paísnada más conocer los resultados electorales dejunio de 1977. Y a principios de 1978, ABC diría:“Una constitución excesivamente inclinada haciauna ideología política concreta, además de apar-

tar del asentimiento a la misma a muy considera-bles porcentajes de opinión política, dificultaría demodo extraordinario el futuro juego de las alterna-tivas de poder. Es obligado esperar que laConstitución valga en el futuro para distintosgobiernos”.

Por otra parte, entre junio de 1977 y diciembre de1978, Suárez, en opinión de Álvarez Tardío muyampliamente compartida por la historiografía,condujo a la Unión de Centro Democrático por uncamino que marcó una diferencia cualitativa sus-tancial con el período constituyente de la demo-cracia republicana. En 1977 hubo un partido–UCD– que desempeñó una labor decisiva devertebración del pasado y el presente, impidiendoque la ruptura con la legalidad anterior –el pasode la dictadura a la democracia– tuviera una con-secuencia nefasta para el futuro de esta última, esdecir, el aislamiento de la derecha y la pérdida depeso del centro-derecha. Gracias a eso no serepitió una situación parecida a la de los treinta,con la Derecha Republicana de Alcalá Zamoraconvertida en la única derecha tolerada, pero per-fectamente aislada e intrascendente; con unespacio de centro-derecha no ocupado por nin-gún partido con verdadera influencia en lasConstituyentes –y eso a pesar de los intentos deLerroux para colocarse en esa posición–; y, final-mente, con una amplia opinión de derechas,católica y monárquica, por completo desvincula-da del camino a la democracia republicana. En1977, por el contrario, UCD no sólo consiguióaglutinar todo el centro y llevar a las Cortes unaamplia representación de la opinión moderada yconciliadora del país, sino que además fue deci-sivo “su acierto a la hora de hacer converger laoposición moderada al franquismo” con el grupode los reformistas “que habían desempeñadoaltos cargos en el régimen”.

No bastaba con la tolerancia y el respeto al adversario, era necesario

que durante el debate constituyente los partidos comprendieran que, paradiseñar las reglas de todos, había que

hacerlo por consenso, y que eso requería de un esfuerzo máximo de

acercamiento y empatía

En 1977, UCD vertebró el pasado y el presente, impidiendo que la ruptura

con la legalidad anterior supusiera el aislamiento de la derecha y

la pérdida de peso del centro-derecha.Gracias a eso no se repitió

una situación parecida a la de los treinta, con la Derecha Republicana

de Alcalá Zamora

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Landelino Lavilla dijo entonces, con su caracterís-tica precisión: “Para asegurar una constituciónestable, capaz de presidir el ejercicio del poderpor las distintas opciones políticas”, hacía faltaprecisamente lo que había faltado en la historiacontemporánea: una norma fundamental que“exprese los supuestos comunes de la conviven-cia española y no el contenido ideológico de unaconcreta opción de poder”.

Tanto o más importante para la democracia queestaba naciendo era el comportamiento quetuvieran los dos grandes partidos de la izquierda,que habían quedado en la oposición después delas elecciones, además del partido conservador,Alianza Popular, y los partidos nacionalistas. Encomparación con lo ocurrido en 1931, no huboentre ellos, pese a los enfrentamientos y las ten-siones, una gran distancia en los elementos bási-cos que debían definir las reglas del juego de lademocracia.

Finalmente, entraron en el consenso constitucio-nal los conservadores y los catalanes, no así elPartido Nacionalista Vasco. Es sabido que las exi-gencias maximalistas del PNV y su intransigencia

de última hora, a pesar de las importantes conce-siones que se les hicieron, impidieron un consen-so constitucional perfecto.

Fraga y sus opiniones no fueron ningún obstácu-lo al cambio democrático. Creó un partido con laintención de llevar a la derecha ex franquista haciala democracia y de evitar que se quedara al mar-gen de la transición.

El hecho de que casi todos, la izquierda y la dere-cha, acordaran un fin común llamado democra-cia, es un hecho que tiene en sí mismo tal rele-vancia histórica y tal significado político que nodebería olvidarse nunca.

Si la democracia española echó a andar en 1978con una base harto más sólida que en 1931 fue,sobre todo, porque se aprobó una Constituciónque no fue contestada seriamente por ninguno delos principales grupos políticos nacionales, y por-que estos hicieron caso omiso de las denunciasde los partidos situados en los extremos. Sehicieron entonces unas reglas de juego que deja-ron suficiente espacio para que gobiernos de dis-tintas ideologías pudieran llevar a cabo sus políti-cas, sin contravenir la carta magna y sin tener queproponer constantemente su modificación. Eséste un aspecto que cualquier reforma que afec-te a la arquitectura central de la Constitución nodebería menospreciar.

La principal enseñanza para mí de la historia deestas dos transiciones es esta: debemos perse-verar el espíritu de concordia de la transición de1978 y evitar el enfrentamiento y la discordia quetan malos resultados dieron en 1931.

En comparación con lo ocurrido en1931, no hubo entre los grandes

partidos, pese a los enfrentamientos y las tensiones, una gran distancia

en los elementos básicos que debíandefinir las reglas del juego

de la democracia

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La Universidad de Salamanca rindió, el pasa-do 29 de abril, un homenaje institucional alex presidente del gobierno Adolfo Suárez

González, descubriendo un vítor en el Claustrodel Edificio Histórico, con la inscripción de sunombre y recogiendo las palabras “La concordiafue posible”, que él mismo ha reconocido comobase de su pensamiento. Esta distinción queríaexpresar el reconocimiento de la Universidad a suantiguo alumno por su decisiva aportación comoPresidente del Gobierno (1976-1981) a la restau-ración de las libertades y del sistema democráti-co. La idea de realizar este homenaje surgió hacemeses en el ámbito de la representación estu-diantil, y la propuesta inicial fue hecha por elPresidente del Consejo de Asociaciones deEstudiantes, siendo acogida favorablemente porel Consejo de Gobierno de la Universidad, que laaprobó por unanimidad el 22 de febrero.

En el acto estuvieron presentes una decena dedestacados ministros de los gobiernos de Suárez.El Rector Daniel Hernández Ruipérez destacó “elpaso por nuestras aulas de una figura fundamen-tal en la construcción de la España en la que hoyvivimos”, y leyó una carta remitida por AdolfoSuárez Illana, hijo del ex presidente, en la quemanifestó el enorme afecto que por laUniversidad siempre sintió su padre, al que califi-có de “extraordinario político y pensador prácti-co”, añadiendo que “allí encontró la formaciónjurídica que le abrió las puertas al desarrollo de suprofunda vocación política. También allí encontróalgunos amigos que le acompañarían a lo largode su vida”.

Alberto Aza, Jefe de la Casa de S.M. el Rey ydirector del gabinete de la presidencia bajo elmandato de Suárez, consideró “obligado recono-

cer y destacar el agradecimiento que como ciu-dadanos debemos a la figura histórica de quienfuera nuestro presidente de Gobierno, nuestrocompañero y nuestro amigo. Fue Adolfo el granpolítico del post franquismo, capaz de diseñar,meditada y minuciosamente, un proyecto políticopara nuestro país; un proyecto viable, como se hademostrado; un proyecto integrador, moderniza-dor; y, por encima de todo, un proyecto emocio-nal que despertó una gran ilusión y cuyo cómpli-ce más destacado fue el pueblo español”.

Pero antes de presentar el contenido del home-naje es preciso comentar la singular ubicación delvítor dedicado a Suárez. Al entrar en el EdificioHistórico, tras admirar la maravilla plateresca de laFachada y su mensaje en griego “Los Reyes a laUniversidad y ésta a los Reyes”, descenderemospor las escaleras y antes de llegar al Claustro seencuentra a la izquierda el vítor, en latín, a laCorona de España, otorgado a los Reyes D. JuanCarlos y Dª, Sofía, en una sesión histórica en elParaninfo, en 2002 - año en que Salamanca tuvola capitalidad europea de la cultura- y comomuestra de gratitud por los ocho siglos de apoyode la Monarquía a nuestro Estudio General.

La concordia fue posibleSALVADOR SÁNCHEZ - TERÁN

EX MINISTRO DE LA TRANSICIÓN

PRESIDENTE DEL CONSEJO SOCIAL DE LA UNIVERSIDAD DE SALAMANCA

La Universidad de Salamanca ha rendido un homenaje institucional

a Adolfo Suárez, descubriendo un vítor recogiendo las palabras

“La concordia fue posible”, que él mismo ha reconocido como

base de su pensamiento

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Y a continuación, y en primer lugar, ya en elClaustro, se encuentra el Vitor a Adolfo Suárez, elmás próximo a los Reyes, y sobre la puerta queda entrada al Aula del destacado jurista DoradoMontero. Luego siguen en el recorrido hasta elParaninfo, el aula Miguel de Unamuno y la emble-mática de Fray Luis de León, increíblemente con-servada. En sus muros se suceden Vítores a des-tacados profesores de la Universidad, vinculadostambién a la Transición, como Enrique TiernoGalván, autor del magnífico Preámbulo de laConstitución de la Concordia, o Francisco Tomásy Valiente, Magistrado del Tribunal Constitucional,asesinado por ETA, o Lamberto Echevarría, per-sonalidad decisiva en el Acuerdo Iglesia-Estado.Y también está el vítor a San Juan de la Cruz.

Y entre las muchas placas que ornan los murosdel Claustro, cabe destacar, entre otras, la dedi-cada a la Cumbre de Jefes de Estado y deGobierno de Iberoamérica, celebrada enSalamanca en 2005, o las que rememoran a per-sonalidades como el General Manuel Belgrano,primer fundador de la Patria Argentina, o los exalumnos Juan Ruiz Alarcón y Pedro Calderón dela Barca, o a Fray Bernardino de Sahún, padre dela antropología del Nuevo Mundo.

Como Presidente del Consejo Social y ex Ministrode la Transición, me correspondió glosar en unasíntesis la obra política y la personalidad humanadel ex Presidente, presentando algo similar a la“laudatio” que se realiza en el otorgamiento de losdoctorados “honoris causa”. Este fue mi homena-je: “Si el Rey Juan Carlos fue el motor del cambio,Adolfo Suárez fue su conductor, el líder políticoindiscutible de la Transición”.

A un Presidente hay que enjuiciarlo, ante todo,por su obra de gobierno. Y el balance del gobier-no de Suárez asombra por su profundidad y gran-deza. Y su acción de gobierno se basa en dosprincipios esenciales y complementarios en supensamiento: democracia y concordia. En másde una ocasión proclamó su objetivo de “levantarel edificio de la concordia nacional”.

Y lo inició, estableciendo la amnistía, articuladaprogresivamente con tres textos legales, quesupuso la salida de la cárcel de presos políticos yla posibilidad de retorno de los exiliados, recono-ciéndoles sus derechos. Avanzó al conseguiraprobar por las últimas Cortes del Régimen ante-rior la Ley de Reforma Política, que representa eltránsito legal de la Dictadura a la Democracia, y ladevolución de la soberanía política al puebloespañol, que consolidó el camino hacia la con-cordia, refrendando dicha ley prácticamente porunanimidad, en un Referéndum aprobado por el92% de los votantes, el mayor consenso logrado,en libertad, en la Historia de nuestra Patria.

Y la concordia se afianzó asentando su Gobiernolos pilares esenciales de la democracia: la recu-peración de la libertad de prensa y de los mediosde comunicación social, efectuada de forma gra-dual; la libertad de reunión, manifestación y deasociación, que abrió la puerta a la legalización delos partidos políticos; la libertad de sindicación deempresarios y trabajadores, dejando sin efecto la

sindicación obligatoria; y el desmontaje de laestructura del Movimiento Nacional.

En el ámbito estrictamente político, la concordiase asentó en tres acuerdos fundamentales:

- El Diálogo con todos los dirigentes políticosrepresentativos, pactando las normas electoralescon la llamada Comisión de los Nueve, que per-mitieron la convocatoria de las primeras eleccio-nes democráticas del 15 de junio de 1977.

- La legalización del Partido Comunista, la másdifícil y arriesgada operación política de laTransición, con la oposición casi unánime delestamento militar y de buena parte de la derecha.

- Y la formación de la coalición UCD, que supusouna increíble capacidad de negociación con quin-ce grupos políticos de la derecha, del centro y de

Si el Rey Juan Carlos fue el motor del cambio, Adolfo Suárez fue su conductor, el líder político indiscutible de la Transición

Su acción de gobierno se basa en dos principios esenciales y

complementarios en su pensamiento:democracia y concordia

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la izquierda moderada, desde los conservadoresy liberales hasta los democristianos y socialdemócratas, incluyendo a varias organizacionesregionales. Y fue esta Unión de CentroDemocrático la que venció, con el 34,75% de losvotos en las primeras elecciones democráticas.

Desde la base del indiscutible apoyo electoral delpueblo español, Adolfo Suárez levanta, con susegundo Gobierno, el gran edificio de laConcordia nacional: El Estado Social y democrá-tico de Derecho bajo la forma de la MonarquíaParlamentaria, que se asienta en cinco acuerdoshistóricos:

- La apertura a la nueva estructura del Estadode las Autonomías, que se inicia mediante elrestablecimiento de la Generalitat de Cataluñay el retorno de Tarradellas, logrado en losdenominados Acuerdos de Perpiñán que, porprimera vez en la Historia de España, consi-guen la unanimidad de todos los partidos polí-ticos catalanes y de todos los de ámbito nacio-nal.

- El establecimiento de las bases de una eco-nomía social de mercado, que significó laimplantación consensuada de una nueva políti-ca económica y laboral, y permitió encauzar, através de los Pactos de la Moncloa, la situacióneconómica gravemente deteriorada.

- La definición del carácter no confesional delEstado y la desaparición de las tensiones habi-das al final del Régimen de Franco con laIglesia Católica, estableciéndose una relaciónde sincera y fructífera colaboración mediantelos Acuerdos Iglesia-Estado.

- La apertura de la política internacional a todoslos países del mundo, estableciéndose relacio-nes diplomáticas plenas con Rusia y con losdemás países del Este, así como con México.

Y, sobre todo, aprobando en las Cortes, con launanimidad de todos los partidos políticos, lainiciación de las negociaciones para el ingresode España en la Comunidad EconómicaEuropea.

- Y finalmente, la aprobación de la más com-pleja y atrevida manifestación de la Concordia:la Constitución de 1978, cuyos avataresnegociadores han llenado las páginas demuchos libros, y que logró ser apoyada porprimera vez en la Historia de España portodos los partidos políticos, con la abstenciónlamentable del nacionalismo vasco, para con-vertirse en la piedra angular de nuestra demo-cracia y ser llamada la Constitución de laConcordia.

Adolfo Suárez ha sido un hombre honesto ycoherente en su pensamiento político, conuna gran capacidad de seducción y de con-vencimiento en las relaciones personales, conun entrañable sentido de la amistad hacia suscolaboradores, y de absoluta lealtad al Rey.

Todos los que hemos compartido con él lasresponsabilidades de gobierno durante laTransición, y hemos vivido juntos los momen-tos apasionantes de la construcción de lademocracia; pero también hemos sufrido lahoras de incertidumbre y de derrota política; ylas de dolor ante los terribles atentados delterrorismo; todos los que nos comprometimosjunto a él en el proyecto de una sociedadsuperadora de los enfrentamientos del pasadoy de una España esperanzada que mirara alfuturo, con una concepción abierta y modernae integrada en el espíritu europeo; todos losque cumplimos con nuestra obligación de ser-vicio al pueblo español, sabemos de la inteli-gencia de Adolfo Suárez, de su profunda intui-ción política, de su gran capacidad de diálo-go, de su saber esperar con paciencia elmomento oportuno, de su trato exquisito y desu simpatía arrolladora.

Como última expresión del homenaje a AdolfoSuárez quiero acabar diciendo que su granobjetivo -fallido- de construir y consolidar unpartido de Centro, ha sido elogiado pormuchos historiadores, entre los que cabe des-tacar al hispanista Stanley G. Payne, que leofreció esta emocionante dedicatoria en sulibro “El colapso de la República”.

Desde la base del apoyo electoral,Adolfo Suárez levanta,

con su segundo Gobierno, el gran edificio de la Concordia nacional:

El Estado Social y democrático de Derecho bajo la forma de la Monarquía Parlamentaria

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A Adolfo Suárezy a los líderes y militantesde Unión de Centro Democrático,quienes demostraron como construiruna democracia en España.Su Historia fue breve, pero gloriosa.

La Generación de la Concordia que representó elsustento ideológico y social de la Transición, ymuy especialmente los que participamos en esaetapa de Gobierno que ha permitido a España lostreinta años de mayor libertad, democracia, des-arrollo económico y justicia social, expresamos detodo corazón, nuestro homenaje a Adolfo Suárez.

Y pedimos a todos los dirigentes políticos y socia-les de la hora presente, que abandonen losenfrentamientos y que vuelvan a retomar la sendadel Consenso y de la Concordia, y que este lema“la concordia fue posible” que hoy queda graba-do en estos muros seculares de la Universidad deSalamanca, ilumine siempre la vida pública espa-ñola.

La generación de la Transición pedimos a los dirigentes políticos y

sociales de la hora presente, que abandonen los enfrentamientos y que vuelvan a retomar la senda del Consenso y de la Concordia

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Empecé a preparar este artículo con la docu-mentación que parecía lógica: los principa-les discursos parlamentarios de Adolfo

Suárez. Encontré lo que esperaba. Primero, lasescasas intervenciones, de limitado contenidopolítico, que pronunció durante sus dos manda-tos como procurador en las Cortes Españolas delrégimen de Franco, entre 1968 y 1976. Fueronunas actuaciones de “perfil bajo” que no permití-an adivinar las que siguieron: una serie de discur-sos cruciales durante los años de la Transición,entre 1976 y 1980, antes y después de ser nom-brado primero, y elegido más tarde, presidentedel Gobierno. Por último, su etapa como presi-dente del Centro Democrático y Social, entre1982 y 1991.

En total, Adolfo Suárez ocupó escaño durante 24años: desde su estreno como procurador por eltercio familiar en representación de su provincianatal de Ávila, en 1967, hasta su reelección comodiputado por Madrid en 1989, dos años antes desu dimisión y retirada de la política.

La lectura de sus principales discursos, cuandohan pasado más de treinta años, todavía impre-siona por la magnitud de los desafíos que seplantearon en la España de la Transición, asícomo por la habilidad para superar escollos polí-ticos que llevaban largo tiempo enconados en lahistoria de España.

Sin embargo, al terminar de leerlos tuve la sensa-ción de que sus intervenciones en las cámaraslegislativas sólo eran una parte, y es probable queno la principal, de su completa y verdaderadimensión parlamentaria. Porque Adolfo Suárezno fue un procurador o un diputado más, sino elimpulsor de la primera democracia estable espa-ñola, por la que demostró estar dispuesto aarriesgar todo en no pocas ocasiones. Tanto esadimensión fundadora del más acabadoParlamento que jamás haya tenido nuestro país,como su arrojada actuación cuando dicha obrapolítica corrió serio peligro, otorgan a su recorridoparlamentario una dimensión excepcional y única,que nadie más puede reclamar en la Españaactual.

Más que un parlamentarioFEDERICO TRILLO-FIGUEROA

COORDINADOR DE JUSTICIA Y LIBERTADES PÚBLICAS DEL PARTIDO POPULAR

DIPUTADO DE LAS CORTES GENERALES

Adolfo Suárez no fue un diputado más,

sino el impulsor de la primera democracia estable española,

por la que demostró estar dispuesto a arriesgar todo

en no pocas ocasiones

La lectura de sus principales discursostodavía impresiona por

la magnitud de los desafíos que se plantearon en la España de

la Transición, así como por la habilidad para superar

escollos políticos

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Es cierto que Suárez no fue un Cánovas. Un sigloantes, Antonio Cánovas del Castillo compartía elpoder con un monarca adolescente –Alfonso XIItenía 17 años cuando accedió al Trono- y dispo-nía de la capacidad intelectual y de la fuerza polí-tica para diseñar por sí mismo el modelo consti-tucional de la Restauración. En 1976, la organiza-ción de una Monarquía parlamentaria tuvo el deci-sivo impulso de S. M. el rey Juan Carlos I, y eldiseño intelectual “de la Ley a la Ley” del presi-dente de las Cortes Torcuato Fernández Miranda.Uno y otro, sin embargo, necesitaban un presi-dente del Gobierno que asumiera la arriesgadatarea, nada fácil, de llevar a la práctica ese dise-ño. El elegido fue Adolfo Suárez, quien desde losprimeros pasos de su mandato, en el mes dejulio, mostró un talante y un compromiso con lareforma democrática que adelantaban lo que unaño más tarde sería realidad.

Después de largos años en los cuales la jefaturadel gobierno había estado ocupada por ancianos–Franco, Carrero Blanco, Arias Navarro-, los jóve-nes 43 años de Suárez le convirtieron en el primerpresidente “mediático”, algo así como el Kennedyespañol. Esa juventud, que era en sí misma todoun mensaje político, le proporcionó una imagenhasta entonces inédita en la vida pública de nues-tro país y por ello fueron sus intervenciones per-sonales, sobre todo en televisión, las que causa-ron más impacto y dejaron mayor memoria en losciudadanos.

Las actuaciones de su primer año de mandatocomo presidente estuvieron orientadas, en loesencial, a la formación de un Parlamento demo-crático. La Ley para la Reforma Política, aproba-da por amplia mayoría de las Cortes en noviem-bre de 1976 y sancionada en diciembre por unagran mayoría del pueblo español, era básicamen-te una convocatoria de elecciones constituyen-tes, que por vez primera en más de cuarentaaños iban a permitir a los españoles elegir a suslegítimos representantes.

Sin olvidar el citado impulso de la Corona ni elrigor y talento político de Fernández Miranda, fue-ron Adolfo Suárez y su Gobierno quienes prota-gonizaron las negociaciones con las distintasfuerzas políticas –desde las más adictas al régi-men de Franco a los comunistas-, superaron conbrillantez el debate de la Reforma Política, consi-guieron el respaldo mayoritario en el referéndumsubsiguiente, diseñaron una Ley Electoral que ensus aspectos básicos es la que sigue vigente,legalizaron el PCE y organizaron unas eleccionesque se celebraron en paz, muy al contrario de lasque habían tenido lugar en tiempos de la IIRepública, cuyas tres campañas electorales arro-jaron un balance de varias docenas de muertos.Y todo eso, mientras se hacía frente a una brutalagresión terrorista, con acciones tan execrablescomo el asesinato del presidente de la Diputaciónde Guipúzcoa, Juan María Araluce, o los secues-tros del presidente del Consejo de Estado,Antonio Oriol; del Consejo Supremo de JusticiaMilitar, General Villaescusa, y de Javier Ibarra,éste último asesinado pocos días después de lasprimeras elecciones.

Por todo ello, mucho antes de que en julio de1977 se reunieran por vez primera el Congreso delos Diputados y el Senado democráticos, AdolfoSuárez había rendido al sistema parlamentario unservicio tan excepcional como el de su propiafundación. Contribuyó luego a la consolidación

del sistema, mediante la apertura del procesoconstituyente y el principio del consenso comoregla general del proceso. El resultado final, laConstitución de 1978, estableció unas bases sóli-das sobre las que se han asentado la libertad, laconvivencia y la prosperidad de los españolesdurante los últimos treinta y tres años. El centrodel sistema, como es propio de una democracia,lo constituye un Parlamento que encarna la sobe-ranía nacional y es su principal foro político. Vistodesde 2011 parece fácil y hasta natural, pero noera así en 1977: los precedentes de la historia deEspaña habían sido muy inestables y ninguno de

Los jóvenes 43 años de Suárez le convirtieron en el primer presidente

“mediático”, algo así como el Kennedy español

Sin olvidar el impulso de la Corona ni el talento político de FernándezMiranda, fueron Adolfo Suárez y

su Gobierno quienes protagonizaron las negociaciones con

las distintas fuerzas políticas

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ellos había logrado la democracia estable que seforjó en la Transición y es, desde entonces, nues-tra realidad institucional.

Siendo todo ello una impresionante obra política,todavía habría de impactar más a los españoles laforma en que Adolfo Suárez hizo frente a la másseria amenaza que ha padecido la democraciaespañola, como fue el asalto al Congreso que seprodujo en febrero de 1981, al servicio de ungolpe de estado que, por fortuna, pudo ser abor-tado.

Nunca, en su largo siglo y medio de historia, se haproducido en el palacio de las Cortes un tiroteocomo el de aquel 23 de febrero, que sólo pormilagro no produjo víctimas. Dos hombres se lajugaron físicamente: el teniente general ManuelGutiérrez Mellado, que dio una lección de valor ycoherencia, y Adolfo Suárez, que consumía susúltimos momentos como presidente delGobierno. Fueron los únicos que, en el momentomás difícil, ofrecieron resistencia y no se intimida-ron por los disparos de los asaltantes.

Algún tiempo antes, un político de la oposicióncuyo nombre no es necesario mencionar, habíaproclamado una infamia: que si alguna vez volvíaa entrar en el Congreso el caballo de Pavía,Adolfo Suárez saltaría a su grupa. En enero de1874 el general Manuel Pavía, capitán general deMadrid, no había entrado a caballo en elCongreso, sino a pie, aunque sí para encabezarun golpe de estado que disolvió el parlamento dela I República y derrocó al Gobierno de EmilioCastelar. Cuando la situación se repitió en 1981,el diputado que había insultado el honor políticode Adolfo Suárez fue uno de los últimos en incor-porarse a su escaño, tras pasar media hora en elsuelo, mientras Suárez, tras hacer frente a lasituación, permanecería dignamente sentado, enla cabecera del banco azul.

No se me ocurre ningún servicio al Parlamentomás valioso que ese mantenimiento de la digni-dad, frente a un ataque como el perpetrado por el

teniente coronel Tejero y las fuerzas que se pusie-ron a sus órdenes. En 1874 Emilio Castelar tam-bién había manifestado una actitud semejante,pero en esa fecha no hubo tiros y la mayoría delos parlamentarios salieron, ¡ay!, en desbandada,cuando se presentó en el hemiciclo la fuerzaarmada. En 1981 Adolfo Suárez mantuvo la sere-nidad y la compostura en medio de un terribletiroteo de armas automáticas. Se convirtió así enla imagen de que su compromiso con la demo-cracia no era una pose, sino un arraigado con-vencimiento.

El intento de golpe de estado fue un episodiolamentable y anacrónico, y no lo fue más graciasal comportamiento de quienes en aquellas horasinciertas supieron estar en su sitio, al servicio dela Constitución, en la cúspide del Estado.Fundamentalmente, S.M. el Rey y el Presidentedel Gobierno. Uno de los pilares de la política esla ejemplaridad de los dirigentes, sobre todo enlos momentos difíciles. Los españoles de hacetreinta años vieron en don Juan Carlos y enAdolfo Suárez unos líderes que asumían sus res-ponsabilidades al servicio de la libertad de todos.

EEl derecho de asociación política

Junto a esas actuaciones que han pasado a lahistoria, Adolfo Suárez pronunció en la Cámarauna serie de discursos parlamentarios de trascen-dencia diversa, en función de los cargos que ocu-paba en cada momento.

Debe reconocerse que no adquirió fama de granorador, y sobre todo de no tener un particularentusiasmo por subir a la tribuna. SantiagoCarrillo, que le acompañó en el Grupo Mixtodurante la II Legislatura Constitucional (1982-86),ha comentado alguna vez que observaba aSuárez nervioso, cada vez que tenía que interve-nir en algún pleno del Congreso.

Sin embargo, su primer discurso importante fueacogido con elogios generales, cuando en junio

No se me ocurre ningún servicio al Parlamento más valioso que

el mantenimiento de la dignidad, frente a un ataque como

el perpetrado el 23F

Adolfo Suárez pronunció en la Cámara una serie de discursos parlamentarios de trascendencia diversa, en función de los cargos que ocupaba en cada momento

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de 1976, apenas cuatro semanas antes de sernombrado presidente del Gobierno, ya defendióel proyecto de “Ley reguladora del derecho deasociación política”. Conviene recordar cuál era elmomento político que se vivía. En noviembreanterior, el rey había confirmado a Carlos AriasNavarro como presidente del Gobierno y endiciembre el nuevo gabinete, primero de laMonarquía actual, y había anunciado su propósi-to de establecer un marco político democrático.Ni el contenido ni el ritmo del proceso, sin embar-go, estaban claramente definidos. Después decasi cuarenta años de dictadura, existía una evi-dente incertidumbre, así como presiones socialesy políticas que empujaban en direcciones opues-tas: quienes deseaban mantener el régimen sinapenas cambios y aquellos que, situados en unaoposición radical, promovían una ruptura delorden político. El tiempo demostraría que lamayor parte de los españoles no estaban en nin-guna de ambas posiciones, sino en un procesoordenado de reforma. Este último, sin embargo,necesitaba ser creíble, lo que reclamaba una polí-tica decidida por parte del Gobierno. Habíanempezado a establecerse, más de hecho que dederecho, las primeras libertades, de modo muyespecial la de prensa, y se habían autorizado losprimeros actos públicos de organizaciones quehasta entonces eran ilegales, como el congresoque el sindicato socialista UGT celebró en el mesde abril; pero la primera gran reforma legal, nece-saria para la libre actuación de los partidos políti-cos, habría de ser la del derecho de asociación.

Adolfo Suárez era, en aquel Gobierno, el ministrosecretario general del Movimiento, es decir, de loque desde su origen había sido el partido únicodel régimen. Esta condición se había diluido demanera progresiva durante los últimos años delfranquismo, pero en teoría el Movimiento aúnejercía el monopolio de la organización política.Era por tanto relevante que la iniciativa legal queiba a autorizar los partidos fuera defendida por elministro Secretario General.

Suárez dejó claro, desde el comienzo, el objetivodel proyecto: una ley pensada para la libertad yconcebida como un importante instrumento parala democracia. Luego tuvo la habilidad, ante unforo que reunía a lo más granado de la clase polí-tica del régimen, de presentar la reforma comouna lógica extensión de los derechos políticos,amparados por las leyes, pero que no habíanalcanzado plena operatividad:

No hay que derribar lo construido ni hayque levantar un edificio paralelo. Hay queaprovechar lo que tiene de sólido, perohay que rectificar lo que el paso del tiem-po y el relevo de generaciones haya deja-do anticuado. Y no sirven, Señorías, losapuntalamientos. Sirve, en cambio, laarquitectura de nuevas técnicas; sirvesólo –y ésa es la llamada de la autentici-dad de nuestro tiempo- la estructura quedé cabida, y cabida ancha, a todos losmiembros de la comunidad.

El marco político que anunciaba como expresiónde ese desarrollo político era, en todo caso, irre-prochablemente democrático:

El punto de partida está en el reconoci-miento del pluralismo de nuestra socie-dad. Y si esta sociedad es plural, nopodemos permitirnos el lujo de ignorarlo.Por el contrario, es preciso organizar esapluralidad, y es preciso organizarla demodo que dé cabida a todos los grupossinceramente democráticos, con aspira-ciones de poder, con voluntad de ofreceruna alternativa de Gobierno, pero conprogramas válidos para la Administracióny la acción política, bajo el compromisode respeto a los demás.

También era un reconocimiento de la realidadsocial española, manifestada sin tapujos:

La primera gran reforma legal, necesaria para la libre actuación

de los partidos políticos, habría de ser la del derecho

de asociación

Tuvo la habilidad de presentar la reforma como una lógica extensión

de los derechos políticos, amparados por las leyes,

pero que no habían alcanzado plena operatividad

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Si contemplamos la realidad nacional conuna mínima sinceridad, hemos de conve-nir en que además de este pluralismoteórico, existen ya fuerzas organizadas.Nos empeñaríamos en una cegueraabsurda si nos negásemos a verlo. Esasfuerzas, llámense o no partidos, existencomo hecho público. Se ven en losmedios de comunicación, están presen-tes en los niveles intelectuales y en labase trabajadora e influyen incluso en lasorganizaciones más típicamente profe-sionales.

Suárez aprovechó el discurso para diseñar elmodelo democrático que perseguía la reforma,con una Cámara elegida por sufragio universal ylibertades públicas de expresión, reunión y mani-festación. El momento culminante de su interven-ción se produjo, no obstante, al final, cuando pro-nunció algunas de las ideas que han permaneci-do grabadas como la expresión más acabada delmodelo español de Transición:

En nombre del Gobierno os invito a que,sin renunciar a ninguna de nuestras con-vicciones, iniciemos la senda racional dehacer posible el entendimiento por víaspacíficas. Este pueblo nuestro piensoque no nos pide milagros ni utopías. Creoque nos piden, sencillamente, que aco-modemos el derecho a la realidad, quehagamos posible la paz civil por el cami-no de un diálogo, que sólo se podráentablar con todo el pluralismo socialdentro de las instituciones representati-vas.

A todo esto os invito. Vamos, sencilla-mente, a quitarle dramatismo a nuestrapolítica. Vamos a elevar a la categoríapolítica de normal lo que a nivel de callees simplemente normal. Vamos a sentarlas bases de un entendimiento duraderobajo el imperio de la ley.

Y permitidme, para terminar, que recuer-de los versos de un gran autor español:

“Está el hoy abierto al mañana/Mañana,al infinito./ Hombres de España. Ni elpasado ha muerto, /ni está el mañana, niel ayer escrito”.

La cita de Antonio Machado era un guiño implíci-to sobre el sentido de un cambio político queabría el campo de juego a la izquierda. En térmi-nos históricos, aunque no necesariamente perso-nales, a los derrotados de la guerra civil de 1936-39, a quienes ahora se invitaba a participar en unproyecto compartido de paz civil.

AAl servicio de todo el pueblo español

El otro gran discurso parlamentario de AdolfoSuárez fue el que pronunció con motivo de suinvestidura como presidente del Gobierno, trasganar las elecciones generales celebradas el 1 demarzo de 1979.

Fue una intervención polémica, más por la formaque por el fondo. Suárez se empeñó en que lavotación de investidura se celebrase antes deldebate sobre el programa. Con la perspectiva dehoy, semejante planteamiento nos resulta incom-prensible, como también le ocurrió entonces almismo presidente del Congreso, LandelinoLavilla, y a no pocos de los dirigentes y diputadosde Unión de Centro Democrático. La votación,además, no tenía ningún riesgo para el presiden-te, puesto que la Coalición Democrática deManuel Fraga había anunciado que sus nuevevotos apoyarían la investidura. Sumados a los168 de UCD eran 177, uno más que la mayoríaabsoluta requerida para ser investido en primeravuelta.

Sólo puede explicarse dicha actitud por la ya cita-da inseguridad de Suárez a la hora de ocupar latribuna de oradores. Lo cierto, me cuentan testi-gos de aquella etapa, es que Adolfo Suárez no

Suárez hizo un guiño implícito en palabras de Antonio Machado,

sobre el sentido de un cambio político que abría el campo de

juego a la izquierda

Suárez se empeñó en que la votaciónde investidura se celebrase antes deldebate sobre el programa, quizá por su ya citada inseguridad a la hora de

ocupar la tribuna de oradores

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desmerecía como orador. Podía carecer de la sol-tura dialéctica o de la formación intelectual deotros parlamentarios, incluso de su propio grupo,pero como mínimo era correcto, improvisaba bieny sus palabras eran reforzadas por la condiciónde presidente del Gobierno. Como era lógico,cada vez que tomaba la palabra, todo el hemici-clo le escuchaba con gran atención y, por logeneral, con respeto.

El 30 de marzo de 1979, fecha de su discurso deinvestidura, su intervención resultó parlamentaria-mente devaluada, a causa de esas reglas deljuego que había impuesto de manera innecesaria,las cuales no han vuelto a repetirse desde enton-ces. Y fue una lástima, porque, en consonanciacon el momento histórico, Suárez se comprome-tió a un desarrollo de la Constitución –aprobadasólo tres meses antes- abierto a todos los grupospolíticos.

Al servicio de ese propósito, Adolfo Suárez se feli-citó de que España estrenase una de las consti-tuciones más jóvenes y progresistas del mundo,en cuyo marco fijó como objetivo el estableci-miento de una democracia social fiel a los acen-tos de la modernidad.

No era una simple frase. Poco después de llegara la presidencia del Gobierno había comentado asus colaboradores que las primeras eleccionesserían ganadas por quien liderase el estableci-miento de la democracia, pero que las siguientesse jugarían en función de la política social aplica-da, para lo que él apostaba por un modelo simi-lar al que practicaban las socialdemocraciaseuropeas y que tenía evidentes elementos comu-nes con el origen falangista de Suárez, aunquematizado por un reconocimiento de la persona–no de la clase social- como fundamento prima-rio y el objetivo último de toda acción política, loque introducía un matiz liberal y cristiano.

Durante estos próximos años –afirmó- esnuestra pretensión recrear el tejido del

cuerpo social. Es necesario que fluya lacreatividad social, que se multipliquen loscentros de decisión y las iniciativas. Noqueremos en modo alguno imponerdesde el poder un modelo preconcebidode organización social, sino establecer uncuadro institucional que garantice la liber-tad y la participación ciudadana, y esti-mule la aportación de todos a la vidacolectiva.

Nunca podría llevar a cabo ese programa. En1979, tras el derrocamiento del Sha en Irán,comenzaba la segunda crisis del petróleo, mássevera aún que la primera de 1974-75, y quecondenó a la economía española, como a otrasmuchas, a varios años de “crecimiento cero”, conlos consiguientes cierres de empresas y aumentodel paro. Con la base económica en precario, nohabría margen para el sensible aumento de gastopúblico que requería la “democracia social” anun-ciada por Suárez.

Lo que sí anunció, y luego puso en práctica, fueun desarrollo de la Constitución que procurómantener, en buena medida, el espíritu de con-senso con el que había sido redactada la cartamagna:

No vamos a hacer una política al serviciode un sector de la sociedad, ni tampocoen beneficio exclusivo de nuestros afilia-dos o votantes. El Gobierno realizará unapolítica al servicio de todo el puebloespañol, procurando que ninguna pre-tensión legítima deje de ser defendida nininguna causa desoída.

Así lo haría, personalmente, durante los mesessiguientes, en la negociación de una de las cues-tiones más espinosas del momento, como era elEstatuto de Autonomía del País Vasco, al quesiguió poco después, en el mismo verano de1979, el de Cataluña. De nuevo, en ambos casos,una tarea parlamentaria asumida por Suárezcomo presidente del Gobierno y ratificada des-pués por las cámaras.

Suárez había comentado a sus colaboradores que las primeras

elecciones serían ganadas por quien liderase el establecimiento

de la democracia, pero que las siguientes se jugarían

en función de la política social aplicada

Con la base económica en precario, no habría margen para el sensible

aumento de gasto público que requería la “democracia social”

anunciada por Suárez

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ENSAYOS

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El debate de investidura de 1979 tuvo un colofón,en el que Adolfo Suárez protagonizó la que pro-bablemente fue su intervención parlamentariamás espontánea. El líder de la oposición, FelipeGonzález, había sufrido en las elecciones unaderrota inesperada y estaba cuestionado en supropio partido –dos meses después presentó ladimisión como secretario general del PSOE, alperder una votación sobre la base ideológicamarxista en el 28 Congreso del partido-, trashaber perdido dos elecciones consecutivas. Suprincipal crítica contra Suárez, sin embargo, sebasó en la biografía política del líder de UCD ypresidente del Gobierno. Este último se levantó ypidió la palabra cuando terminó de hablarGonzález. Desde la tribuna, con una firmeza quenunca repitió, respondió que el líder de la oposi-ción había olvidado alguno de los cargos quehabía ejercido. Los citó todos, uno a uno, paraterminar recordando que después de todo eso,ahora se había convertido en “el primer presiden-te constitucional de este país”.

Recibió una ovación cerrada de su grupo parla-mentario, ante lo que era una reafirmación de laclave política de la Transición a la democracia –elreencuentro de las dos Españas- y del someti-miento de todos a la libre elección de la ciudada-nía.

Es bien conocido el declive posterior de su presi-dencia, basado en no menos de cuatro factores:la oposición y fractura internas en la propia UCD,sus poco conocidos problemas de salud, el efec-to devastador de la crisis económica, y finalmen-te una actitud hipercrítica en numerosos mediosde comunicación social y creadores de opinión.

No quiero olvidar, en fin, la dimensión política desu discurso de dimisión, el 29 de enero de 1981.Llevaba cuatro años y medio en la presidencia,cuando durante ese mismo tiempo, en la IIRepública, se habían sucedido diez presidentes

del Consejo de Ministros. Una etapa en la quehabía sufrido un severo desgaste personal, hastallegar a su agotamiento político. El reconocimien-to de este último y la consecuencia lógica de sudimisión fue, de nuevo, una lección de ejemplari-dad pública. Para dirigirse a los españoles eligió,de nuevo, la televisión. Amarga dimisión en sumomento, sin duda injusta, pero que reforzó sulegado para la historia.

PPresidente del CDS

Adolfo Suárez sobrevivió políticamente diez años,la mayor parte de ellos, desde el verano de 1982,como presidente del nuevo partido que fundó trassu decepción con UCD: el Centro Democrático ySocial.

Fue un tiempo de declive. Él mismo llegaría adecir: “los españoles me quieren, pero no mevotan”, aunque en las elecciones generales de1986 y 1989 obtendría unos resultados acepta-bles, que le permitieron formar grupo parlamenta-rio propio.

Su estreno en esta nueva etapa fue, paramuchos, incomprensible. Después de haber sidoatacado de manera inmisericorde por los dirigen-tes socialistas, el 1 de diciembre de 1982 AdolfoSuárez anunció en su nombre y el del otro dipu-tado del CDS, Agustín Rodríguez Sahagún, suvoto favorable a la investidura de Felipe Gonzálezcomo presidente del Gobierno. Había quizás, enello, un gesto radical por desembarazarse de losreproches que se le habían hecho de franquista,o el apoyo a un proyecto de democracia socialque él no había podido llevar a cabo. Pero tam-bién era una afirmación del triunfo de su concep-to moderado de la acción política. En sus propiaspalabras:

Nuestro voto no se fundamenta, pura yexclusivamente, en la realidad de losresultados electorales. La mayoría relati-va de votos y la mayoría absoluta deescaños que en el conjunto nacional haobtenido el Partido Socialista se han con-seguido a través de una actitud de mode-ración y desde una oferta de cambio queha suscitado la respuesta favorable delelectorado. Ha sido el pueblo español,protagonista de la democracia, quien haoptado por la moderación y desde ello elPartido Socialista ha conquistado demo-cráticamente el derecho a ejercer elpoder del Estado y a gobernar, y ha

El declive de su presidencia se basóen: la oposición y fractura internas

en UCD, sus poco conocidos problemas de salud, el efecto de la crisis económica, y una actitud

hipercrítica en numerosos medios ycreadores de opinión

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adquirido, sin ambigüedades de ningúntipo, la responsabilidad de hacerlo.

Entendemos que la democracia enEspaña sólo estará sólidamente asenta-da en la medida en que se hagan realesy eficaces las necesarias reformas eco-nómicas, sociales y culturales, y se con-siga hacer realmente operativas la liber-tad, la igualdad y la justicia para todos losespañoles. A nuestro juicio, en el discur-so de investidura de don Felipe Gonzálezqueda manifiesta la decisión y la voluntadpolítica de lograr esos objetivos. De ahí elfundamento último de nuestro voto afir-mativo.

Para muchos resultó asimismo poco comprensi-ble que en febrero de 1986, durante el debatesobre la OTAN, Adolfo Suárez expresara lasdudas de mi partido sobre las ventajas de la per-manencia de España en la OTAN, y anunciara lalibertad de voto de los militantes y simpatizantesdel CDS, en el referéndum que iba a celebrarsepocas semanas después. Tras haber votado UCDel ingreso en la Alianza, en 1981, era difícil encon-trar sentido a que los nuevos centristas de Suárezbuscaran situarse, en términos políticos, a laizquierda del PSOE en materia de seguridad exte-rior.

No fueron las únicas distancias que Suárez marcórespecto al PSOE de Felipe González. En junio de1989 respaldó lo que iba a ser el primer paso deun nuevo ciclo político nacional, cuando sumóvotos con el Partido Popular para ganar unamoción de censura en el ayuntamiento deMadrid, lo que situó a Rodríguez Sahagún en laalcaldía de la capital y en otras cinco capitales deprovincia. Ese mismo año, en diciembre, el CDSvotó en contra de la tercera investidura de FelipeGonzález y Suárez proclamó que se habían arre-pentido del voto favorable otorgado en 1982. Elmal funcionamiento de la Administración socialis-ta fue el principal argumento de su discurso. ElCDS se abstuvo, asimismo, en la moción de con-fianza votada en abril de 1990.

La última gran intervención parlamentaria deAdolfo Suárez se produjo el 20 de marzo de1991, con motivo del debate sobre el estado dela Nación celebrado ese año. Habló sobre todode economía, pero dedicó la última parte a recla-mar un modelo de Ejército profesional, objetivoque pocos años después haría realidad el gobier-no del PP que presidió José María Aznar.

Sólo dos meses después, el CDS sufrió un graveretroceso en las elecciones municipales y autonó-micas que se celebraron en mayo. Empezaba unnuevo tiempo político y Suárez no acertó al inten-tar mantenerse en un espacio de bisagra que fuesuperado por la creciente condición de alternati-va que iba consiguiendo el Partido Popular.

Esta vez, su retirada de la política fue definitiva,pero no de un espacio público que nunca dejó dereconocerle, en una sucesión interminable de dis-tinciones y homenajes, los años irrepetibles ydecisivos en que Adolfo Suárez fue mucho másque un parlamentario: el principal artífice de latransición española a la democracia, un “modelo”que hoy se estudia como ejemplar en todo elmundo.

Suárez no acertó al intentar mantenerse en un espacio de bisagra

que fue superado por la creciente condición de alternativa que iba consiguiendo el Partido Popular

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Fundación de Estudios SociológicosFundador Julián Marías

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La vida humana es siempre circunstancial,siempre ubicada en un aquí y un ahora.Estos le dan sus raíces, la sitúan a una altu-

ra del tiempo, le marcan un horizonte de posibili-dades, y también de posibles obligaciones. La cir-cunstancia que da sostén y raíz a cada vida le dapor ello sentido, le presenta interrogantes, y lereclama aquellas acciones que permiten cumplircon las exigencias de humanidad.

El patriotismo, más allá de otros sentimentalis-mos, es el reconocimiento de los deberes decada uno para con su lugar y su tiempo, y sucomunidad social. “La reabsorción de la circuns-tancia es el destino concreto del hombre”, escri-bió Ortega en las Meditaciones del Quijote.

Una de las raíces hondas del pensamientoespañol contemporáneo radica, precisamente,en que ha asumido ese deber de reabsorber lacircunstancia. Eso es lo que ha dado calidad ysentido, sucesivamente, al regeneracionismo einstitucionalismo, a la generación del 98, aleuropeísmo de la generación de 1886, y alimpulso modernizador de las dos generacionessiguientes, hasta la guerra civil. El pensamiento

de los ‘nietos del 98’, la generación de Laín, deMarías, de Marichal, de Ferrater, nacida entorno a la Primera Guerra Mundial, está tejidoinextricablemente con esperanzas y preocupa-ciones españolas.

Muchas de esas esperanzas se han trenzado entorno al establecimiento y la consolidación deun régimen democrático en el país. Durantelargo tiempo, han sido esperanzas frustradas.La guerra civil, la dictadura de Primo de Riveraque la precedió y, sobre todo, la que establecióel general Franco a su término por más de cua-renta años, hicieron imposible durante décadasla implantación de una vida social legitimadamediante el respaldo democrático de la sobera-nía popular. Marías recordó en varias ocasionesque, entre 1936 y 1977, no pudo participar enninguna consulta electoral en que cupiera elegira los gobernantes del país. Pero ese hecho nole desanimó, y tal vez acendró su arraigo y supasión por la libertad y la democracia, haciendolo posible para que ambas llegaran a regir lavida colectiva del país.

INTRODUCCIÓNEl filósofo y el político:las esperanzas cumplidas

HELIO CARPINTERODE LA REAL ACADEMIA DE CIENCIAS MORALES Y POLÍTICAS

Marías recordó en varias ocasionesque, entre 1936 y 1977, no pudo

participar en ninguna consulta electoralen que cupiera elegir a

los gobernantes del país. Pero eso no le desanimó, y acendró su pasión

por la libertad y la democracia

Una de las raíces hondas del pensamiento español contemporáneo

radica en que ha asumido el deber de reabsorber la circunstancia

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Desde este punto de vista, esta obra intelectuales una obra radicalmente comprometida. Notanto comprometida con un partido o una ten-dencia, sino con la realidad histórica de la socie-dad española. Incluso durante un breve tiempoasumió un cierto papel activo en la vida política,durante la Transición, como senador por designa-ción real, cuyo papel cumplió con toda responsa-bilidad.

Pero, además, mantuvo en algún caso un estre-cho contacto con algunas de las figuras públicascon las que sentía compartir un cierto sentidomoral del quehacer político. Dos han sido particu-larmente importantes: su relación con JuliánBesteiro, primero, y años después, con AdolfoSuárez.

En 1936, la figura de referencia fue para MaríasJulián Besteiro, a cuyo lado estuvo en los díasdifíciles del final de la guerra civil. Lo evidencianlos artículos que publicó en el ABC republicanode Madrid, en marzo de 1936 (vid. Carpintero,Una voz de la ‘Tercera España’. Juilán Marías,1939, Madrid, B. Nueva, 2007). Aspiraba a unfinal pactado, responsable, de la guerra, quereconociera a todos los republicanos su derechoy su lugar a participar en la reconstrucción delpaís, en un régimen que superara la división entreespañoles. Besteiro, Marías, y quienes pensabanasí, fracasaron, y la escisión entre vencedores yvencidos se cronificó en el país, por decididavoluntad de los vencedores.

Cuarenta años después, tras la muerte del dicta-dor en 1975, y la iniciación del proceso de recu-peración de la democracia, Marías se sintió radi-calmente implicado en ese proceso que había dehacer posible “la devolución de España” a los ciu-dadanos, y debía culminar poniendo “España ennuestras manos”. Encontró entonces un espírituradicalmente comprensivo y abierto a las ideas yopiniones ajenas, en otro político singular que ibaa protagonizar los primeros pasos de estaTransición a la democracia: Adolfo Suárez.

La relación entre Suárez y Marías es un caso sin-gular de convergencia de espíritus, no tantobasada en intereses ni conveniencias, sino encoincidencia intelectual sobre la posible demo-cracia española a la altura de la España de finesde los 70s. El filósofo y el político, inicialmenteajenos uno de otro, y procedentes de historiasbiográficas y políticas totalmente diversas, llega-ron a construir una amistad respetuosa, hecha desinceridad y aprecio, precisamente porque coin-cidían en el convencimiento democrático y en lavaloración honda y profunda de la realidad nacio-nal.

De la historia de esa amistad, tenemos confiden-cias interesantes en las Memorias de Marías (Unavida presente, Madrid, Alianza, tomo III) y, muyespecialmente, en el Prólogo a su volumen deensayos Cinco años de España (Madrid, EspasaCalpe, 1981), que ahora reproducimos. Tambiénhay notas de interés en alguna página de Suárez,complementaria de aquellas.

Marías, como muchos otros españoles, se ente-ró, sorprendido, de que el rey nombraba presi-dente del segundo gobierno, tras el episodioArias Navarro, a Adolfo Suárez González, en1976. Decidió esperar y ver; y, más o menospronto, su atención se volvió estima y aprecio porlos pasos sucesivos que fue dando el gobiernode aquél. Al considerar sin prejuicios su línea deacción, creyó ver que, más allá de fórmulas mani-das, la nueva política consistía precisamente en“hacer lo que había que hacer”.

Primero, era preciso establecer el liberalismocomo espacio previo para la organización de lademocracia. Se trataba de restablecer el sentidoy el uso de la libertad en la vida pública y social.El país necesitaba ir recuperando el uso de susmiembros, haciendo posible que todas las vocespudieran escucharse en el concierto nacional, sinexclusión de ninguna. En la Semana Santa de

Esta obra intelectual es radicalmentecomprometida, no tanto con un partidoo una tendencia, sino con la realidad

histórica de la sociedad española

Al considerar sin prejuicios su línea de acción, Marías creyó ver que, más allá de fórmulas manidas, la nueva política consistía en

“hacer lo que había que hacer”

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1977, se incorporó a ese coro de voces la delPartido Comunista, con Santiago Carrillo,poniendo fin a más de cuarenta años de persecu-ción y clandestinidad. “Nadie, ni individual nicolectivamente, estuvo proscrito o excluido de laparticipación en los asuntos nacionales”, harecordado Marías a propósito de aquel momento.Más todavía: el tono impreso por el presidente ala vida política era claramente innovador; tenía “unestilo al que no estábamos acostumbrados: niuna agresión, ni una ofensa, ni una amenaza anadie” (Prol.). Entrañaba un esencial respeto a laspersonas y a las instituciones; era vital y, efectiva-mente, un estilo liberal.

Segundo, era preciso crear una nueva y verdade-ra legitimidad. Muchas veces ha explicado en susescritos que entiende por tal aquella condiciónque se da respecto de un gobierno cuando losciudadanos creen que manda quien tiene quemandar, cuando manda quien tiene derecho aello. En nuestro tiempo, las legitimidades sonbásicamente legitimidad democrática –el quemanda lo hace apoyado explícitamente en lavoluntad colectiva del país, expresada mediantesu voto por los miembros de la sociedad-. En latransición, ésta era precaria. Lo que había era loque el franquismo había dejado. Y éste habíadejado una superestructura política, y un país queestaba en marcha, activo y operativo, regido porun conjunto de leyes que, en buena medida, si nolegítimas por su origen político, estaban al menos‘legitimadas’ por sus consecuencias eficaces,positivas y regulativas para la vida de la nación. Alos ojos de Marías, aquí hubo también un elemen-to de creatividad y genialidad política en la accióndel nuevo gobierno: “La operación iniciada en elotoño de 1976, y con inusitada rapidez, fue hacerque la legalidad funcionase para crear, partiendodel país, una nueva legitimidad. Esto es lo quesignificó la Ley de Reforma Política, votada por lasCortes anteriores en noviembre, ratificada porreferéndum popular al mes siguiente. Era el suici-

dio de la vieja institución”. El referéndum repre-sentaba un paso adelante en el respaldo que elpaís daba a una política que daba pasos hacia lademocracia. Aquí, el fin y los medios convergían,al ser formas de incorporarse explícitamente lavoluntad popular al proceso de reorganizaciónnacional. Era un nuevo factor de progreso demo-crático, innovador y constructivo.

Tercero, la política de Suárez iba a culminar con elestablecimiento de una constitución para el país.Vino a ser la constitución que iba a hacer deEspaña un estado de autonomías. Sus conse-cuencias son hoy patentes para todos. Ahoramismo, precisamente ahora, estamos asistiendoa la primera reforma en profundidad de esa cons-titución, justamente para lograr establecer untecho de gasto del país, y limitar los endeuda-mientos, que las autonomías han contribuido afomentar en base a políticas particularistas, des-atentas a las exigencias de la nación como uni-dad.

Marías alzo su voz valientemente ante los riesgosde aquella autonomización, la desatención haciala realidad de la nación entera, y los peligros dealgunas de las ideas propuestas en el borradordel texto de la carta magna. Acababa de pasarpor el durísimo trance de la muerte de su mujer,pero las circunstancias políticas le decidieron adejar públicamente expresadas sus críticas ytemores nacidos ante su lectura. La voz de avisoque lanzó entonces tuvo múltiples ecos, y en nin-gún caso pasó desapercibida. Aquella primera

El tono impreso por el presidente a la vida política entrañaba

un esencial respeto a las personas y a las instituciones; era vital y,

efectivamente, liberal

La política de Suárez iba a culminarcon el establecimiento de

una constitución que iba a hacer de España un estado de autonomías

Marías alzo su voz valientemente ante los riesgos de la desatención

hacia la realidad de la nación enteraen el borrador del texto de

la carta magna

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andanada se titulaba “La gran renuncia”, unarenuncia, según el filósofo, a pensar y hacer cre-ativamente una nación a la altura de los proble-mas y de la historia, eligiéndose en cambio un sis-tema de transacciones y concesiones entre gru-pos, a fin de lograr su apoyo global al proyecto.

Aquella ocasión consolidó la relación entre el filó-sofo y el político. Su autor pronto supo que el pre-sidente del gobierno había hecho fotocopiar elprimero de aquellos artículos, y lo había enviado alas principales instancias de la vida política, dandoentrada así a la voz del filósofo en la dinámicaconstituyente que estaba en marcha. Reconocía,con ello, la importancia de las ideas allí expresa-das, y explícitamente aceptaba que el procesoconstituyente se abriera a todas las voces res-ponsables que aspiraban a ser tenidas en cuenta.

Las tesis de Marías tuvieron algún efecto.(Pueden leerse en “Ante la Constitución”, enEspaña en nuestras manos, 1978; y en LaEspaña real, ed. 1998). No era el único, pero talvez sí el que más alto y claro alcanzó a protestar,porque aquel primer borrador no incluyera en nin-guna de sus proposiciones la idea de que Españaes una nación. Y esa omisión, al menos, fue sub-sanada, tras buscársele a dicha declaración unlugar donde incluirla, sin que descabalara el restode los pactos políticos que habían originado eldocumento. Al político, la intervención del filósofole permitió avanzar en una dirección que compar-tía, aunque se veía constreñido por la voluntad de

lograr una unidad de consenso que muchos par-tidos, especialmente los nacionalistas, se sentíanreacios a aceptar.

Creo que la coincidencia que entre Marías ySuárez se estableció en ese breve tiempo -cincoaños nada más- de la presidencia del último, sebasaba en tres pilares: liberalismo, democracia, ypasión por la realidad española.

Marías siempre defendió, por razones filosóficas,sentimiento personal y convicción política, laesencial condición libre de la vida humana y, porello, la exigencia de una libertad implantadasocialmente, para permitir a cada cual hacer supropia vida con autenticidad e independencia.

Estaba igualmente convencido de que el hombrees un ser social, y su vida en sociedad requiere laexistencia de un poder organizador, que configu-re la acción colectiva. Ese poder se puede impo-ner a los demás con violencia, y contra su liber-tad, o cabe que opere desde la creencia de queestá justamente fundado, y sea respetado porquienes han de cumplir las decisiones: se trata,como antes dije, del poder que Marías consideralegítimo; y éste, en nuestro tiempo, no es otro queel poder respaldado democráticamente por lanación.

Y, en fin, frente a las desafecciones hacia la reali-dad histórica de España que, desde la transición,fueron surgiendo por obra de ciertos grupos, paraMarías no ha cabido nunca duda de la significa-ción de la acción histórica de la sociedad españo-la, el valor de sus creaciones en el orden de lasrealidades culturales y políticas, al sentar lasbases de una comunidad hispanoamericana denaciones, hoy independientes e irreductibles entresí, pero arraigadas en un común pasado, e insta-ladas en una lengua común. A sus ojos, todo estorepresentaba un tesoro de experiencia vital yhumana a la que, en ninguna forma, podía ni que-ría renunciar.

Suárez reconocía la importancia de las ideas de Marías y aceptaba que el proceso constituyente se abriera a todas las voces responsables queaspiraban a ser tenidas en cuenta

La coincidencia que entre Marías y Suárez se estableció se basaba entres pilares: liberalismo, democracia,

y pasión por la realidad española

Al político, la intervención del filósofo le permitió avanzar en una dirección

que compartía, aunque se veía constreñido por la voluntad de lograrun consenso que muchos partidos,

especialmente los nacionalistas, se sentían reacios a aceptar

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En esas tres convicciones, entiendo que estabande acuerdo aquel filósofo y aquel político que,desde distintos puestos y con diferentes respon-sabilidades, estuvieron de acuerdo en implicarsea fondo en el proceso histórico de la Transiciónespañola a la Democracia. Un proceso que hapasado ya a ser una realidad histórica modelo,internacionalmente conocido y admirado.

Acuerdo no es ausencia de discrepancias. El lec-tor de este Prólogo verá la justeza y precisión conque advierte los defectos y tal vez errores de lapolítica de Suárez, defectos tal vez vinculadosinevitablemente a sus virtudes. En ese análisis, sehalla una de las reglas de oro que, en su madurezpolítica y social, llegó a expresar con meridianaclaridad. En la vida de la sociedad, y de la demo-cracia, la convergencia y el acuerdo son impor-tantes, pero se ha de cuidar de “no intentar con-tentar a los que no se van a contentar”. Los gru-pos irreductibles, fundamentalistas, que se ponena sí mismos más allá de toda racionalidad y detoda la posibilidad de transacción, no puedenconvertirse en el yugo bajo el cual el resto de lasociedad se conforme y adapte. El respeto a laspersonas, que ha de ser absoluto, no corre para-lelo con un respeto a las ideologías, siempre dis-cutibles en el orden social y político, que puedellevar insensiblemente al dominio y tiranía de cier-tas minorías sobre las mayorías socialmente exis-tentes.

Con todo, el sentido de la acción política deSuárez parece claro, a los ojos del filósofo: “con elfinal de su tiempo de gobierno se abre “la norma-lidad democrática, precisamente porque la demo-cracia ha sido establecida y asegurada entre1976 y 1980”. Gracias a la acción de la sociedadespañola, y muy singularmente a la políticaimplantada por el presidente Suárez, con la ayudade todos, está, dirá Marías,”España en nuestrasmanos”.

Toda amistad, recuérdese, es una realidad recí-proca. En unas páginas llenas de afecto, genero-sidad y comprensión, dedicadas a Marías, AdolfoSuárez ha recordado por su parte aquella amis-tad, en la que su esposa Amparo también partici-paba con entusiasmo. En ellas reconoce que,efectivamente, tal y como Marías supo ver, elcambio político emprendido por nuestra socie-dad, bajo la dirección y estímulo de su gobierno,fue lograr, y por ese orden, la liberalización y lademocratización. Con la llegada de laConstitución, dice, “el camino de la libertad y lademocracia estaba abierto”. Y en ese tiempo, conla obra del filósofo, “los españoles nos hemoshecho un poco mejores y más tolerantes, máscomprensivos, más solidarios”. (Suárez,Homenaje a D. Julián Marias, en VVAA: Un siglode España. Homenaje a Julián Marías, Madrid,Alianza, 2002).

Gracias al filósofo, ideas rotundas sobre libertady democracia, sobre las posibilidades del país, ytambién sobre sus riesgos, alertaron e hicierontomar plena conciencia del momento vivido atantos y tantos españoles, que han agradecidosiempre la claridad de aquella palabra suyasobre los asuntos vitales. Y gracias al político,se dieron pasos decisivos hacia la libertad y lademocracia. A la alegría de alborada que enton-ces se vivió, han seguido luego sentimientosmás matizados, y algunas frustraciones y des-alientos.

Suárez reconoce que, tal y comoMarías supo ver, el cambio político

emprendido fue lograr, y por ese orden, la liberalización

y la democratización

En la vida de la sociedad, y de la democracia, la convergencia y el acuerdo son importantes, pero se ha de cuidar de “no intentar

contentar a los que no se van a contentar”

Los grupos fundamentalistas que se ponen más allá de toda racionalidad

y transacción, no pueden convertirseen el yugo bajo el cual el resto de la sociedad se conforme y adapte

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El contacto renovado con los documentos yrecuerdos de aquella experiencia singular que fuela Transición española, puede tal vez servir de aci-cate hacia acciones y actitudes que procurenconsolidar en el presente lo que en aquellos díasse fue engendrando y se consiguió hacer. Si lahistoria es maestra de la vida, no hace falta paraello que sea una historia muy antigua y ya pericli-tada: basta con que se vea el espíritu con el quelos problemas han ido siendo encarados y resuel-tos, para poder tratar de reavivar con ilusión acti-tudes positivas y creativas ante los temas que yason nuestro ineludible presente.

El contacto renovado con los documentos y recuerdos de la Transición española,

puede servir de acicate hacia acciones y actitudes que

procuren consolidar en el presente lo que entonces se consiguió hacer

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Con la dimisión de Adolfo Suárez de laPresidencia del Gobierno ha terminado laprimera etapa de la nueva vida pública

española, la primera fase del Reino de España.Ha durado un poco más de cinco años: casiexactamente la duración de la República españo-la, nacida el 14 de abril de 1931 y muerta a manoairada el 18 de julio de 1936 (lo que quedó de elladurante la guerra civil no fue más que la agonía deun ser vivo, acosado y destrozado a la vez, porsus enemigos y por los que se llamaban susdefensores).

Esto quiere decir que al lado de cinco años, laRepública estaba destruida y España desgarradapor la más atroz de sus discordias. Basta conpensar esto para caer en la cuenta de que elbalance de esta primera fase de la España demo-crática, de la nueva Monarquía, nada tiene quever con la historia de hace medio siglo, y quecualquier aproximación entre ambas situacionesno puede proponerse más que una peligrosadesorientación. España, con todos los problemasque conocemos y que no son distintos ni mayo-res que los habituales en las restantes nacionesde Europa occidental, está intacta, con institucio-nes que funcionan normalmente, en profundaconcordia, con vías legales para resolver lascuestiones pendientes. La existencia de peque-ños grupos que no quieren convivir con losdemás, que intentan destruir el Estado o laestructura nacional del país, que recurren a pro-cedimientos ilegales o resueltamente criminales,nada tiene que ver con el posible estado de dis-cordia de una sociedad, del cual no hay ni aso-mos en el momento presente.

Casi todos los españoles, y casi todos los extran-jeros que saben algo de España, están persuadi-dos de que este resultado favorable se debe, enaltísima proporción, al Rey. Y esto en dos senti-dos: primero, a la existencia de un Rey, es decir,a la institución monárquica, que da estabilidad ala vida pública, por encima de los partidos, de lasluchas políticas y de los cambios; segundo, a lapersonalidad y el constante acierto del Rey JuanCarlos, que no ha cometido ni un solo error, encircunstancias de excepcional dificultad, y hahecho en cada momento lo que había que hacer.

Pero, naturalmente, no lo ha hecho solo. La ope-ración fabulosa, casi increíble de disolver en elcuerpo social una dictadura de cuarenta años,nacida de una guerra civil; de engendrar una per-fecta legitimidad partiendo de una ilegitimidadfundada en la violencia, usando para ello la lega-lidad vigente y las instituciones establecidas, nopara “reformarlas”, sino para transformarlas enalgo radicalmente distinto; de superar la falta delibertad para inaugurar uno de los regímenes máslibres del mundo; de reorganizar la sociedad y elEstado, en forma democrática, que ahora estáfuncionando, esa operación se ha podido hacer

Prólogo a Cinco años de EspañaJULIÁN MARÍAS

La operación fabulosa de la transición,se ha podido hacer porque el pueblo

español está lleno de cordura, y porque el Rey encontró gobernantescon la suficiente imaginación políticapara evitar los escollos que hubieran

podido hacerla imposible

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porque el pueblo español no está enloquecido,sino al contrario, lleno de cordura y buen sentido,y porque el Rey encontró gobernantes con la sufi-ciente imaginación política para evitar los escollosque hubieran podido hacer imposible eso que sellama la “transición”.

Para ser muy breve, recordaré los dos o tres pun-tos principales. La política de Suárez ha estadocaracterizada por varios rasgos que convienetener presentes. Primero, realizar una liberaliza-ción antes de proceder a la democratización: esdecir, dar libertad de expresión, discusión, aso-ciación, formación de partidos, etc., antes dehacer elecciones; con lo cual éstas se celebraroncuando en España había una opinión pública res-ponsable, y se evitaron las dos tentaciones pro-bables: el voto amedrentado y el voto demagógi-co. Así pudo legalizar todos los partidos, ponién-dolos en pie de igualdad, sin conceder a ningunoel privilegio, tan rentable, de la clandestinidad;distinción entre el centralismo nada aconsejable yel unitarismo, perfectamente lícito y conciliablecon amplias autonomías; procuró que ningúnsector importante de la sociedad española se sin-tiera excluido, y que la Constitución fuese acepta-da por todos y no impuesta por una mayoría par-lamentaria.

En segundo lugar, introdujo, desde su primerdiscurso hasta el de dimisión, un estilo al queno estábamos acostumbrados: ni una agre-sión, ni una amenaza a nadie; una exposiciónafirmativa de los programas o las interpretacio-nes, como propuestas dirigidas a todos, yquedando relativamente en la sombra, demanera que la figura del Rey recibiera la plenaluz capaz de asegurar su popularidad, su pres-tigio y, por tanto, su plena consolidación en unpaís que no era ni podía ser monárquico, y enel cual, el segundo partido, el socialista, sedeclaraba republicano y, al discutirse laConstitución, pedía el establecimiento de larepública en lugar de la monarquía.

Finalmente, y esto es a mi juicio lo más importan-te y creador, ha escapado al viejo esquema tanarcaico, tan poco inteligente, tan destructivo, dela “izquierda” y la “derecha”. Al negarse a identifi-car su política y su partido con esos viejos rótu-los, creó un partido llamado Unión de CentroDemocrático, lleno de deficiencias y limitaciones,pero que tenía una ventaja evidente sobre todoslos demás: no recaer en los viejos esquemas; noaceptar la antigua dualidad que llevó al enfrenta-miento y al desastre; no ser la resurrección deuna posición antigua, de las que fracasaron de lamanera más atroz en 1936; no ser el representan-te más o menos edulcorado de ninguno de losbeligerantes de la guerra civil. Esto es lo quecomprendió el pueblo español, que no es regresi-vo, que no quiere volver atrás, lo que le dio la vic-toria en todas las elecciones.

Esto no quiere decir que la política de estos añosno haya tenido errores considerables, que han lle-vado a un deterioro evidente del partido gober-nante y del propio presidente. Quiero nombrar yexaminar los que me parecen de mayor importan-cia, los que más deben evitarse en el futuro.

Suárez y su partido han extremado los esfuerzospor no dividir al país; han procurado hacer todaslas concesiones necesarias para lograr la coope-ración o el apoyo de otras zonas de opinión, paraque la empresa nacional, aunque estuviese dirigi-da por el Gobierno, fuese de todos.

Esto es un principio admirable; pero temo quehan olvidado un principio que puede aplicarse atodos los órdenes de la vida: no intentar conten-tar a los que no se van a contentar. Hay perso-nas, grupos, partidos en lo internacional, paísesenteros, que se mantendrán en invariable enemis-tad hágase lo que se haga; los intentos de con-tentarlos son penas de amor perdidas, y al hacer-lo, con frecuencia se hiere a los amigos o a lospróximos, a los que podrían llegar a serlo.Algunos ejemplos pondrán esto más claro.

Suárez realizó una liberalización previa a la democratización, con lo cual, las elecciones

se celebraron cuando en España había una opinión pública responsable

Suárez y su partido han extremado los esfuerzos por no dividir al país,pero han olvidado el principio de no intentar contentar a los que

no se van a contentar

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La aceptación de fórmulas ambiguas en laConstitución, que dejan el camino abierto a inter-pretaciones que la opinión nacional habría recha-zado claramente expresadas; la transigencia conrestricciones de la función del Rey, que afectan asu eficacia como tal, a su pleno rendimiento; larenuncia a derechos de la cultura española comounidad superior a todos sus elementos compo-nentes; la aceptación del término incorrecto,ambiguo y destinado a ser utilizado abusivamen-te, “nacionalidades” para designar a algunasregiones; la aceptación de que la denominación“español” no se aplique oficial e inequívocamentea nuestra lengua común; en el orden internacio-nal, la realización de la política tradicional del fran-quismo y de los partidos marxistas: el “arabismo”y la resistencia al reconocimiento de Israel.

En todos estos casos, se han producido desliza-mientos a posiciones ajenas, sin mantenerse en lapropia, más original, más respetuosa con la reali-dad, distinta del “derechismo” y el “izquierdismo”en que siempre quieren terminar los que no tienenimaginación, los que no son capaces de inventaralgo nuevo, y que no se haya ensayado ya, porgrande que haya sido el fracaso. Y todo ello, nose olvide, es pura pérdida, sin que estas conce-siones hayan ganado ningún apoyo al partido delGobierno ni a su presidente.

Esta misma política de conciliación ha llevado aque no se subrayen nunca los errores de los otrospartidos, a que no se repartan justamente las res-ponsabilidades. Si se hubiese dado publicidadadecuada a lo que cada uno de los partidos hapropuesto y propone, desde la Constituciónhasta las medidas particulares de gobierno, elpaís tendría una idea clara de lo que quieren, delo que cada uno significa, muchas veces encu-bierto por fórmulas vagas y atractivas bien distan-tes de lo que son los contenidos reales que setratan de imponer, que se impondrían, sin duda,desde el poder. De esta manera, la opinión públi-ca está menos informada, y el juicio electoral

puede ser erróneo, quiero decir, no auténtico, demanera que se vote lo que no se quiere ver reali-zado; y esto significa la corrupción más peligrosade la democracia. El ejemplo más colosal de lahistoria es el voto que dio el poder a Hitler enenero de 1933.

Un riesgo más que amenaza a la función degobernar es el acierto o desacierto en la selecciónde personas. Los reyes de la Casa de Borbón enEspaña, durante el siglo XVIII, no eran hombresextraordinarios, sino más bien limitados; ni siquie-ra Carlos III era sobresaliente; pero, hasta él,tuvieron un infalible acierto en la selección de losmejores hombres del país, y nunca estuvoEspaña tan bien regida como durante sus reina-dos; lo cual se quebrantó ya con Carlos IV, y raravez se ha recuperado. Naturalmente que las limi-taciones son muchas: que hay que contar con loque existe, que es difícil improvisar políticos en unpaís que durante sesenta años apenas ha tenidovida política normal; que si se piensa en otrasalternativas, en las disponibilidades de otros par-tidos, tal vez se matizaran mucho los juicios nega-tivos o las faltas de estimación. Hay que imaginaren concreto quiénes regirían los destinos deEspaña si las elecciones del futuro llevasen enotra dirección. Pero, aún haciendo todas estasconsideraciones, parece claro que no se ha echa-do mano de personas muy valiosas; que han ocu-pado puestos de relieve hombres de méritosdudosos, tal vez por relaciones personales o porla eficacísima “promoción” de la prensa; que, entodo caso, el retraimiento público de Suárez hahecho que el partido y el Gobierno presenten unafigura muy poco parecida a la suya, pero que, sinembargo, le ha sido atribuida y de la que ha resul-tado responsable.

Todo esto podría hacer inteligible que el 29 deenero de 1981 se haya cerrado la etapa degobierno autora de la transformación españolainiciada hace un lustro. Pero faltan algunos ele-mentos sin los cuales no acaba de entenderse.

Esa política de conciliación ha llevado a que no se subrayen

nunca los errores de los otros partidos,a que no se repartan justamente

las responsabilidades

Es difícil improvisar políticos en un país que durante sesenta añosapenas ha tenido vida política normal

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Hay una idea muy difundida y repetida, según lacual, Suárez hizo admirablemente la “transición”,pero carecía de dotes, formación y voluntad pararegir el país ya en democracia, y a causa de ellose ha producido el “desencanto”. Pudiera ser;pero resulta que a los tres meses de la muerte deFranco, mucho antes de que Suárez llegase alpoder, escribí un artículo titulado “El desencantocomo trampa”, avisando de la operación queestaba ya en curso, y que consistía en sembrar eldesaliento y malograr todas las posibilidades deinnovación y creación. Y los que dicen que en losprimeros años Suárez lo hacía muy bien, peroluego lo ha hecho muy mal, se guardaron dedecirlo entonces, como puede probarse docu-mentalmente con las colecciones de periódicosen que están registrados comentarios y declara-ciones.

Con muy escasas excepciones, la prensa se hadedicado desde el principio a la demolición delpartido del Gobierno, y muy en especial de supresidente; en muchos casos, globalmente, sindetalles, sin restricciones. Todo ello combinadocon una absoluta falta de información: ha costa-do trabajo leer en ninguna parte el texto de cual-quier discurso importante. Hace meses, en unalmuerzo con periodistas, comenté esto; uno medijo: “Tiene usted razón, pero si un periódicopublica un discurso de Suárez, parece UCD”. Yole contesté: “A mí me parece un periódico”. Al díasiguiente comentó en el suyo, con aprobación,mis palabras.

Añádase a esto la oposición automática y generala ambos lados, no ocasional y en puntos concre-tos; la negativa a dar los votos a la aprobación alGobierno por parte de los grupos que estaban deacuerdo con él y que hubiesen temido el triunfode la oposición; la insolidaridad, en una palabra.A ello se han agregado dificultades internas delpartido del Gobierno, tema en el que quien esenteramente ajeno a él no debe entrar, salvo enun punto que afecta a la política general españo-la, y que me parece muy importante.

Tengo la impresión de que la originalidad de laUnión de Centro Democrático, a saber, la de noreducirse al esquema “derecha e izquierda”,resulta excesiva para muchos de sus miembros,que se sienten fatigados de esa mínima tensióncreadora, de ese pequeño esfuerzo hacia lonuevo; parece que sienten prisa de recostarsesobre lo ya viejo y conocido, de sentirse cómodossiendo la “derecha” o una pequeña y tímida“izquierda”, destinada a recibir los elogios prime-ro, el desdén después, de la que usa con máspropiedad ese nombre. Esta tentación está refor-zada por los demás partidos (y sus representan-tes en los medios de comunicación), ansiosos de“reducir” a lo ya sabido a todo el que intente seralgo nuevo. Se tolera que alguien sea lo contrario,pero no se acepta que alguien sea diferente. Estoexplica la total descalificación de una fuerza polí-tica que, con todos sus errores y defectos, le hahecho una lista copiosa de ellos, ha tenido unéxito en la vida política española que nadie seatrevía a esperar.

Uno de los factores que explican la situaciónactual es la visión estrecha, puramente interior yprovinciana, de gran parte de los políticos ycomentaristas. Muy pocos viajan por el extranje-ro; no son muchos los que saben otras lenguas,y menos aún los que la usan. Solamente estoexplica que se atribuyan a los gobernantes espa-ñoles males que tienen su origen en situacionesgenerales del mundo actual y que afectan porigual a otros países: inflación, desempleo, crisisde la inversión, terrorismo.

Por el mismo motivo, ignoran o fingen ignorar elaumento del crédito de España en el mundo, laelevación de su prestigio, la admiración que pre-cisamente esta política de los últimos cinco añosdespierta entre los que tienen noticia de ella.

Ha terminado una etapa y empieza otra, que va aser el comienzo de la normalidad democrática,precisamente porque la democracia ha sido esta-blecida y asegurada entre 1976 y 1980. Lo queimporta es que no se inicie una siniestra “marchaatrás”, hacia lo ya ensayado y fracasado porambas partes; y que no se pierdan las posibilida-des con que España cuenta, y que han permitidoesa fantástica transformación creadora y su pro-yección esperanzada sobre los demás países deestirpe hispánica.

Cinco años de España. Espasa, 1981.

La prensa se ha dedicado desde el principio a la demolición del partido

del Gobierno, y muy en especial de su presidente; en muchos casos,

globalmente, sin detalles, sin restricciones

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[…]cuando el Rey, en julio de 1976,sustituyó el gobierno de CarlosArias Navarro, que había sido

–con importantes diferencias en su composicióny estilo– bisagra entre los dos regímenes, por elde Adolfo Suárez, se produjo la necesaria acele-ración y se inició de veras lo que se ha llamadodespués la transición.

[…]

Cuando el Rey designó a Adolfo Suárez para serPresidente del Gobierno, mi primera impresiónfue de sorpresa: apenas lo conocía, su nombreme era poco familiar, era muy joven, cuarenta ycuatro años –todavía no había empezado el«juvenilismo» que tantas consecuencias, buenasy malas, había de tener–. Hubo críticas muy áspe-ras; Luis María Ansón, en cambio, escribió un artí-culo en el que comentaba con gran elogio elacierto de la designación. Decidí esperar losacontecimientos, ver cuál era el rumbo que toma-ba España con aquel nuevo timonel.

[…]

Al incorporarme a la vida normal después delparéntesis americano, encontré que el gobiernode Adolfo Suárez había avanzado extraordinaria-mente en la transformación de la vida pública. Loque más me sorprendía es que todo ello se esta-ba realizando sin alterar apenas la privada. Lo queestaba funcionando plenamente era el liberalis-mo: el margen de libertad era increíblementeamplio, se podía hablar, escribir, comentar, criti-car; se podían asociar los españoles como quisie-ran, fundar partidos –y lo hicieron con fecundidadinverosímil–.

Nadie, ni individual ni colectivamente, estuvoproscrito o excluido de la participación en losasuntos nacionales. No recuerdo caso semejante

de superación de una dictadura, y de tan largaduración, sin reproducir su espíritu en otra forma.Por primera vez en mi vida empecé a sentirmecómodo políticamente en España.

[…] las dos palabras más usadas en los primerosmeses del nuevo régimen eran Reforma yRuptura. Los partidarios de la primera deseabanla reforma del régimen anterior; hubiesen preferi-do su continuación sin reforma, pero esto eraimposible; la índole del régimen franquista hacíaigualmente inverosímil su perduración, no ya porla voluntad de nadie, sino por la estructura de lascosas mismas: estaba todo tan ligado a la perso-na de Franco, que la prolongación sin él era unacontradicción interna.

Su Ruptura se fundaba en una suposición abso-lutamente falsa: la derrota del régimen anterior,que por supuesto no había sucedido; se habíaextinguido con la muerte de su titular, y nadiehabía adelantado su fin ni una hora. Significabaademás la pretensión de empezar de cero; peroesto es absurdo, porque el hombre es heredero,y hay que partir de la realidad existente. La que sellamaba, sin títulos claros para ello, «oposicióndemocrática», coincidía con la posición opuestaen su escaso interés por la legitimidad; se ofrecí-an, pues, dos formas de ilegitimidad, que es loque radicalmente había faltado en España desdela Guerra Civil, la clave de toda política civilizada yviable.

Julián Marías, una vida presenteALIANZA, MADRID, 1988-1989

FRAGMENTOS SELECCIONADOS POR DANIEL MARÍAS

[…] Por primera vez en mi vida empecé a sentirme cómodo

políticamente en España

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Lo que existía era una legalidad, una ordenaciónjurídica desprovista de legitimidad pero que fun-cionaba y regulaba el funcionamiento del Estado.Desde que Adolfo Suárez ocupó el gobierno eraevidente que la Reforma no tenía nada que hacer;pero tampoco la Ruptura. La operación iniciadaen el otoño de 1976, y con inusitada rapidez, fuehacer que la legalidad funcionase para crear, par-tiendo del país, una nueva legitimidad. Esto es loque significó la Ley de Reforma Política, votadapor las Cortes anteriores en noviembre, ratificadapor referéndum popular al mes siguiente. Era elsuicidio de la vieja institución, de manera que noimplicase el de sus miembros. Que la Ruptura noquería esa legitimidad resultó evidente por suoposición a que se votase el referéndum; socialis-tas, comunistas y otros grupos afines pedían laabstención, que no se votase lo que iba a signifi-car la vía libre a la democracia.

Los cambios, internos y externos, se sucedieronaceleradamente pero sin que se rompiese la con-vivencia ni se persiguiese a nadie; sin que, nisiquiera, nadie fuese excluido ni tuviera que ocul-tar o disimular sus convicciones o su actitud. Sialgunos lo hicieron fue porque pensaron que lestraía a cuenta, no porque fuese necesario. Selegalizaron partidos y sindicatos, incluso el tancontrovertido partido comunista. Hubo muchaspresiones para que no se hiciera; yo estaba envilo, temiendo que no se legalizara, lo cual hubie-ra sido darle una importancia que estaba muylejos de tener, como en seguida se vio. Dada laafición de los comunistas a la clandestinidad, y sudestreza para moverse en ella, hubiese sido paraellos maravilloso; sin contar con que se hubiesenpodido presentar como lo único «democrático» ydescalificar así a todos los demás. Cuando todoslos partidos fueron legales, con domicilio conoci-do, con nombres y apellidos, con posibilidad deser contados y estimados por sus palabras y susactos, respiré.

Fue por entonces cuando dije: “del régimen ante-rior no queda nada, pero de España queda todo”.Esa transformación desde dentro, sin rupturapero para crear algo nuevo e irreductible, fueposible porque en España había una extraordina-

ria vitalidad, y porque al frente de ella estabanunas personas que creían que era así, que nocompartían el desprecio por nuestra realidad, quees el pecado capital de casi todos los políticos yde no pocos intelectuales.

Todavía iba a seguir el proceso –absolutamenteesencial, clave del éxito– de liberalización previa ala democratización. Se iba hacia las elecciones,pero iban a ser en junio de 1977, cuando laMonarquía llevaría año y medio de existencia, unaño después del uso sin limitaciones de la liber-tad. Se convocaron para el 15 de junio; las últi-mas habían sido el 16 de febrero de 1936, cua-renta y un años antes; la inmensa mayoría de losespañoles no habíamos elegido nunca los quehabían de ser nuestros gobernantes. Pero eraesencial que entre ellos y nosotros no se interca-lasen grupos que partiesen de unos u otros«hechos consumados» y se proclamasen suceso-res del régimen anterior.

El número de partidos existentes era inverosímil;creo que en un momento llegaron a contarseunos doscientos. La mayor parte de ellos no exis-tían: eran nombres, siglas, algunas personas conafán de notoriedad; o grupitos de excéntricosdesorientados. Se había adoptado una normaelectoral que me parecía absurda, y me apresuréa decirlo, porque no se me ocultaban los esco-llos, que la posibilidad de error nos acechaba. Las«listas cerradas y bloqueadas» me parecían unfactor de despersonalización e irresponsabilidad,en el fondo, una desvirtuación de la verdaderademocracia. Podrían tener alguna justificacióncomo solución momentánea simplificadora, peroel hecho es que, catorce años después, siguenen vigor: los partidos políticos se han encariñadoexcesivamente con algo que me sigue parecien-do indeseable; mejor dicho, me lo parece ahoramucho más. Lo positivo y más importante es queiba a haber, y ya pronto, a pesar de los que no lasquerían, elecciones democráticas.

[… ADOLFO SUÁREZ] Unos días antes, me habí-an llamado de la Presidencia del Gobierno paradecirme que Suárez deseaba hablar conmigo, yme proponía ese día. Como Lolita no haría másque estar en reposo, acepté, pues en los díassiguientes no estaría disponible para nada. Fui al

[…] La Ley de Reforma Política era el suicidio de la vieja institución,

de manera que no implicase el de sus miembros

[…] Las «listas cerradas y bloqueadas»me parecían un factor de

despersonalización e irresponsabilidady una desvirtuación de

la verdadera democracia

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palacio de La Moncloa, y tuve una larga conver-sación con el Presidente. Fue fácil, animada einteresante. Suárez quería, más que nada, expli-carme su política, mostrarme sus proyectos,comentar conmigo cómo veía las perspectivasdespués de las elecciones. Me pareció suma-mente cordial, directo y nada engreído, más bienmodesto. «Yo soy un hombre normal –me dijo–; ytengo muchas lagunas». «¿Y quién no? –le con-testé– Los que no las tienen, es que tienen el marCaspio».

Le hizo gracia y se echó a reír. Me habló, más delo que yo esperaba, de política internacional, a mijuicio con acierto. Tenía una visión aguda de losproblemas pendientes, con mucho sentido de larealidad y de las limitaciones que imponía.Durante nuestra conversación lo llamó el Rey.Hice gesto de levantarme y dejarlo solo, pero meretuvo con un gesto y escuché lo que decía. Nome interesaba el contenido, pero sí el tono: habla-ba con amistad, pero se advertía que era el Reyquien estaba al otro lado del teléfono.

Nos despedimos, me expresó su deseo de quenos viésemos con más calma pronto; antes mehabía hecho una consulta sobre un puesto decarácter intelectual que tenía que nombrar.«Bueno, -me dijo- a mí me gustaría que fueseusted, pero ya sé que no quiere nada». «Así es»,le contesté. Añadí que la idea me parecía buena,pero que me dejara pensar un poco sobre ellopara darle una respuesta más meditada; me dioun teléfono directo, y al día siguiente lo llamé paradecirle que estaba absolutamente de acuerdo,que la persona en quien había pensado era a mijuicio la mejor posible. Poco después, hizo esenombramiento.

Cuando salí de La Moncloa me fui en seguida a lahabitación donde Lolita esperaba. Me preguntóqué impresión me había hecho la visita.«Excelente –le dije; y, pensando en su operación,añadí–: «El estómago de la patria está en buenasmanos».

Alguna vez más, en los meses siguientes, vi aSuárez; casi siempre con prisas; un día me dijo

que por qué no iba a almorzar con él para hablarcon más calma. Así lo hice, y almorzamos manoa mano. Nos hablábamos con confianza, pero mellamaba «profesor»; le dije que por qué lo hacía, yme preguntó cómo me gustaba. «LlámemeMarías, o Julián, o lo que le apetezca». Me dijo: «Amí lo que me gustaría es que nos hablásemos detú, porque le tengo mucho afecto». «Yo también»,le dije, y la comida que había empezado un pococeremoniosamente acabó con un tuteo entera-mente amistoso.

[…]

LA GRAN RENUNCIA

El Boletín Oficial de las Cortes de 5 de enero de1978 publicó el anteproyecto de Constituciónredactado por la Ponencia que se había nombra-do dentro de la Comisión Constitucional delCongreso. Como senador, lo recibí. A los pocosdías, mi hijo Miguel me preguntó si lo había leídoy qué me parecía. Le dije: «Un desastre». Estabasumido en la más profunda desolación, con unainsuperable gana de morir que no me abandona-ba. Nada de este mundo parecía interesarme.Pero ese anteproyecto me pareció tan alarmante,prometía tener tan graves consecuencias, queme arrancó al estado de casi estupor en que meencontraba.

Pensé que si no era capaz de reaccionar me ibaa avergonzar el resto de mi vida; sentí que si medejaba dominar por la tristeza y la pasividad noiba a ser digno de Lolita. Me senté a la máquina yescribí un artículo que me salió de lo más hondo.Lo titulé «La gran renuncia». Decía en él que esalectura «ha tenido fuerza para arrancarme unmomento a la desolación de mi vida privada yobligarme a escribir sobre su significación».Añadía que ese texto era el primer golpe serio aloptimismo político que había sentido durante losdos últimos años. Temía que ese texto, con algu-na modificación, se convirtiera en la Constituciónde España, por la inercia de los partidos, la fuer-za de los tópicos, y el poder que da tener en lasmanos una comisión.

[…] «Yo soy un hombre normal -me dijo Suárez-; y tengo muchas

lagunas». «¿Y quién no? -le contesté-Los que no las tienen,

es que tienen el mar Caspio»

[…] Pensé que si no era capaz de reaccionar (ante el borrador

de la carta magna) me iba a avergonzar el resto de mi vida

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La gran renuncia era a la originalidad, a pensarsobre la realidad española y el camino que iba aemprender. Creo, decía, que ese anteproyecto«no tiene enmienda», que es mejor volver aempezar. «No importa –concluía– haber perdidoseis meses; la vida es siempre “ensayo y error”.Lo que importa es perder uno o dos siglos denuestra historia futura».

Este artículo, enviado a El País y La Vanguardia,se publicó el 16 de enero. No hacía media horaque los periódicos estaban en la calle cuando mellamaba el Presidente Suárez, que deseaba hablarconmigo; me citó para las diez de la mañana;tomé un taxi y fui a verlo. Le dio gran importanciaal artículo; me dijo que había mandado hacercopias y las había mandado a Felipe González y alos miembros de la Ponencia y la ComisiónConstitucional. Le expliqué lo que me parecíainquietante y peligroso, y le dije que iba a analizar,en una serie de artículos, los puntos decisivos.Nos despedimos con gran cordialidad.

[…]

UNA CONVERSACIÓN CON SUÁREZ

En agosto pensaba hacer un viaje a EstadosUnidos. Tenía alguna preocupación por la marchade las cosas públicas en España, la discusión dela Constitución, la función de los partidos; meparecía inquietante el problema del terrorismo ysu tratamiento; aunque con menos urgencia, a lalarga encontraba evidente peligro en el plantea-miento de los problemas regionales, que se ibadeslizando en los partidos y grupos nacionalistas,con la inexplicable complacencia, acaso incons-ciente, de otros, cuya participación en formulacio-nes poco deseables no constaba –ni constatodavía– en la mente de la mayoría de los ciuda-danos.

Me interesaba hablar con Adolfo Suárez antes deirme a América; pero no estaba en Madrid sino enMallorca. Me dijeron que volvía pronto, y decidíaplazar hasta el máximo mi viaje si tenía seguri-dad de verlo. Así fue, y me recibió al poco rato dellegar de las Baleares. Fue una conversación que

me resultó de especial interés. Empezamos conconsiderable número de desacuerdos en nuestramanera de enfocar las cosas. Digamos un cua-renta por ciento. Nos expusimos mutuamentenuestras razones para opinar de modo parcial-mente divergente. Además de las razones,Suárez me dio unas cuantas informaciones de lasque yo carecía, y que me ayudaron a completar elcuadro. Hablamos con absoluta franqueza, sinocultar nuestras discrepancias –la única maneraen que me parecía que valía la pena hablar con unpolítico–. ¿Cuál fue el resultado? Al despedirnos,nuestras diferencias habían quedado muy reduci-das, acaso a un cinco por ciento. Suárez se habíaconvencido de que yo tenía razón en unos cuan-tos puntos; yo quedé persuadido de que él acer-taba en otros cuantos. Había un resto de cuestio-nes dudosas, respecto a las cuales no era fáciltener una opinión firme, que ninguno de los dosveíamos claro. Finalmente, persistía un desacuer-do en algunos asuntos, muy inferior al acuerdogeneral.

Lo que encontré más valioso era que fuese posi-ble hablar con tanta sinceridad y sin ocultamien-tos ni halagos con el hombre que tenía en susmanos la responsabilidad del gobierno deEspaña; que estuviese dispuesto a escuchar conatención los argumentos de una persona que notenía la menor importancia política, y que lostomara en serio. Que, sobre todo, una conversa-ción franca y libre pudiese conducir a poner enclaro algunos asuntos, a rectificar opiniones pre-vias, a robustecer la confianza de unas personasen otras.

Esto me parecía insólito; me pregunté desdecuándo no se habría dado en España una situa-ción parecida; y después, si se podría contarindefinidamente con ella. Nunca he perdido devista que la inseguridad acompaña al hombredesde que nace, que todo se puede adquirir oganar y todo se puede perder.

[…]

El partido socialista había presentado una mociónde censura contra Suárez, presentando como

[…] Suárez le dio gran importancia alartículo; me dijo que había mandadohacer copias y las había mandado a

Felipe González y a los miembros de laPonencia y la Comisión Constitucional

[…] Lo que encontré más valioso era que fuese posible hablar con tanta

sinceridad con el hombre que tenía en sus manos la responsabilidad

del gobierno de España

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DOCUMENTOS

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candidato alternativo a Felipe González; a mi jui-cio, no había el menor motivo, porque la gestióndel gobierno había sido sumamente correcta y, siacaso, se le hubiera podido reprochar un excesode complacencia con sus adversarios. Me pare-cía injusto ese voto de censura, que Suárez supe-ró, pero sin apoyos exteriores, solamente con suspropias fuerzas; el partido de Fraga le negó losvotos, se abstuvo –lo que indignó bastante aAreilza, que salió del Congreso–; el partido gober-nante, UCD, quedó triunfante, pero con pocomargen, y experimentó un deterioro que lo debili-tó. Por si fuera poco, surgieron dentro de él ten-siones y disidencias. Fue una especie de erup-ción, más que de ambiciones, de vanidades. Laambición es propia de los políticos, y puede sersana. La vanidad no, es destructora y estéril.Empezó a germinar en muchos una tentación: ¿Ypor qué no yo? Fue una oleada de impulsos sui-cidas, que algún día debería estudiarse en deta-lle. Se vio que muchos preferían el cero al núme-ro dos.

El 16 de enero, lo recuerdo muy bien, tuve unaconversación con Adolfo Suárez. Estaba bastan-te deprimido, con entereza pero triste. «Se haperdido el sentido ético», me dijo. Advertí en él,más que desaliento, cierta repulsión, una inclina-ción a dejar el poder. Como me parecía, a pesarde todo, que sería un error, que tendría malas

consecuencias para España, traté de animarlo yconvencerlo de que debería continuar al frente delGobierno.

Hice un par de viajes, a Córdoba y a Murcia. Eldía 29, inesperadamente, Suárez presentó sudimisión. Fue un gesto de gran dignidad ynobleza, que me hizo recordar a Besteiro, perocreí que era un error. Dijo que no quería que lademocracia fuese «un paréntesis», y que poreso dimitía. Esta frase, un tanto sibilina, no fuebien comprendida y, sobre todo, no se hizo ungran esfuerzo por entenderla. Mucho tiempodespués me dio Suárez algunas claves que enparte justifican su decisión, pero ni aun así meconvencí de que hubiese sido acertada.

[…] Mucho tiempo después de su dimisión, me dio Suárez algunas

claves que en parte justifican su decisión, pero ni aun así me

convencí de que hubiese sido acertada

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Cuenta y Razón | verano 2011

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PANEL CÍVICO DE LOS CIEN

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Segunda etapaverano 2011

PRESENTACIÓN RAfAEl ANSÓN

ENTREVISTA A lANdElINo lAVIllA

ENSAyoS

Antonio Mingote, Javier Arenas, Rafael Arias Salgado, Rafael Calvo Ortega, Mª

Dolores de Cospedal, Mª Teresa Fernández de la Vega, Jaime Lamo de Espinosa,

Arturo Moya Moreno, Eugenio Nasarre, Marcelino Oreja Aguirre, Matías

Rodríguez Inciarte, José Manuel Romay Beccaria, Salvador Sánchez–Terán y

Federico Trillo-Figueroa.

doCumENToSTextos de Julián marías seleccionados por Helio Carpintero

Precio: 8

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no 2

011

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21 |

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Especial dedicado alPrEsidEntE Adolfo suárEz

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