cuatro damas: capítulos 7 y 8

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Capítulo 7 Apertura inglesa Tras el ritual en el que se estaba convirtiendo madrugar demasiado, prepararse a solas en el baño de las chicas y no pasar apenas por su habitación, Tania se reunió con Jero en la biblioteca. Estaba completamente vacía. Aún así, eligieron uno de los ordenadores de la última fila de las que estaban perpendiculares a las ventanas, en vez de las paralelas. Mientras esperaban a que se terminara de encender, Tania decidió sacar a relucir un tema que llevaba toda la mañana intrigándole: - No sabía que Rubén y tú habíais sido amigos... - Parece como si hubiera sido otra vida - se encogió de hombros Jero, como si aquello no tuviera la más mínima importancia.- Yo tampoco sabía que os conocierais. - Buff... Parece como si hubiera sido en una película. - ¿Y eso? Tania pasó a relatarle su historia con Rubén: cómo se conocieron, la sorpresa que fue reencontrarse, las condiciones en que lo hicieron, cómo acabaron juntos... Se reservó cosas para ella, cosas demasiado íntimas, pero, en general, le contó todo lo sucedido. Jero había demostrado ser un gran amigo, una persona de confianza, así que no dudó en hacerlo. Cuando acabó, se encogió de hombros, quitándole importancia, aunque para ella sí que la tenía. En lugar de darle vueltas a aquello, puesto que no quería hurgar en su propia herida, se concentró en su descubrimiento del día anterior: colocó el lápiz de memoria en el puerto USB y esperó a que se cargara. Leyó que el nombre del pendrive era el suyo, lo que quería decir que, efectivamente, su padre lo había dejado para ella. Dentro encontró varias carpetas, aunque lo primero que abrió fue un archivo de texto que estaba junto a las primeras y que se titulaba “Tania”. Jero, que no había pronunciado palabra desde que ella terminó de contar su historia, le dio un leve codazo al tiempo que le decía: - ¿Quieres estar sola? - No. Quédate conmigo. El muchacho asintió, aunque se preocupó de apartar la mirada, gesto que Tania agradeció de sobremanera, ya que intuía que aquel documento era íntimo. Tomó aire antes de comenzar a leer: Hola, cielo, Si estás leyendo esto es que has sabido descifrar mi carta de despedida y que, además, has logrado encontrar el pendrive que te dejé. ¡Felicidades! Me siento muy orgulloso de ti, cariño, sigues siendo la chica más lista del mundo. Espero que no hayas tenido problemas en llegar hasta aquí, aunque, tranquila, tu misión finaliza justo ahora. Quiero que le des esta memoria a Álvaro o a Lucía, ellos se encargarán de continuar. Te quiere, tu padre. Tuvo que pestañear varias veces incluso después de leer el mensaje varias veces, puesto que no podía creérselo. ¿Le pedía que abandonara? ¿De verdad le pedía que lo dejara todo en manos que no fueran las suyas? Vale, Álvaro y Lucía eran como de la familia, confiaba en ellos ciegamente y eran adultos y con recursos, pero... Pero nada. No lo iba a hacer. Iba a seguir ella, puesto que nadie le pondría tantas ganas, nadie se esforzaría tanto. Al fin y al cabo, se trataba de su propio padre. Por eso, cerró el archivo

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Al examinar el contenido del USB de su padre, Tania descubre que éste estaba trabajando con un misterioso contacto: Rondador Nocturno. Además, Erika la vio llegar junto a Rubén y no lo va a dejar pasar. Por otro lado, Deker Sterling sigue con su búsqueda, además de con su persecución de Ariadne.

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Capítulo 7 Apertura inglesa

Tras el ritual en el que se estaba convirtiendo madrugar demasiado, prepararse a solas en el baño de las chicas y no pasar apenas por su habitación, Tania se reunió con Jero en la biblioteca. Estaba completamente vacía. Aún así, eligieron uno de los ordenadores de la última fila de las que estaban perpendiculares a las ventanas, en vez de las paralelas. Mientras esperaban a que se terminara de encender, Tania decidió sacar a relucir un tema que llevaba toda la mañana intrigándole: - No sabía que Rubén y tú habíais sido amigos... - Parece como si hubiera sido otra vida - se encogió de hombros Jero, como si aquello no tuviera la más mínima importancia.- Yo tampoco sabía que os conocierais. - Buff... Parece como si hubiera sido en una película. - ¿Y eso? Tania pasó a relatarle su historia con Rubén: cómo se conocieron, la sorpresa que fue reencontrarse, las condiciones en que lo hicieron, cómo acabaron juntos... Se reservó cosas para ella, cosas demasiado íntimas, pero, en general, le contó todo lo sucedido. Jero había demostrado ser un gran amigo, una persona de confianza, así que no dudó en hacerlo. Cuando acabó, se encogió de hombros, quitándole importancia, aunque para ella sí que la tenía. En lugar de darle vueltas a aquello, puesto que no quería hurgar en su propia herida, se concentró en su descubrimiento del día anterior: colocó el lápiz de memoria en el puerto USB y esperó a que se cargara. Leyó que el nombre del pendrive era el suyo, lo que quería decir que, efectivamente, su padre lo había dejado para ella. Dentro encontró varias carpetas, aunque lo primero que abrió fue un archivo de texto que estaba junto a las primeras y que se titulaba “Tania”. Jero, que no había pronunciado palabra desde que ella terminó de contar su historia, le dio un leve codazo al tiempo que le decía: - ¿Quieres estar sola? - No. Quédate conmigo. El muchacho asintió, aunque se preocupó de apartar la mirada, gesto que Tania agradeció de sobremanera, ya que intuía que aquel documento era íntimo. Tomó aire antes de comenzar a leer:

Hola, cielo, Si estás leyendo esto es que has sabido descifrar mi carta de despedida y que, además, has logrado encontrar el pendrive que te dejé. ¡Felicidades! Me siento muy orgulloso de ti, cariño, sigues siendo la chica más lista del mundo. Espero que no hayas tenido problemas en llegar hasta aquí, aunque, tranquila, tu misión finaliza justo ahora. Quiero que le des esta memoria a Álvaro o a Lucía, ellos se encargarán de continuar. Te quiere, tu padre.

Tuvo que pestañear varias veces incluso después de leer el mensaje varias veces, puesto que no podía creérselo. ¿Le pedía que abandonara? ¿De verdad le pedía que lo dejara todo en manos que no fueran las suyas? Vale, Álvaro y Lucía eran como de la familia, confiaba en ellos ciegamente y eran adultos y con recursos, pero... Pero nada. No lo iba a hacer. Iba a seguir ella, puesto que nadie le pondría tantas ganas, nadie se esforzaría tanto. Al fin y al cabo, se trataba de su propio padre. Por eso, cerró el archivo

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y leyó el nombre de las carpetas: Datos, Robos reconocidos, Robos atribuidos, Miscelánea, Teorías policiales, Rondador Nocturno. Se puso a leer y en aquella ocasión contó con la ayuda de Jero, que se quedó a su lado, comentando la información. Sin embargo, no encontraron nada demasiado interesante: todos los trabajos del Zorro plateado, datos variados, un archivo con una serie de números de teléfono, recortes de periódicos escaneados... Su padre tenía razón, aquel ladrón resultaba todo un personaje. Al final, encontraron varios archivos de Word nombrados con fecha dentro de la carpeta Rondador Nocturno, que resultó ser el nick bajo el que se ocultaba el famoso contacto. - Te lo dije - sonrió Jero, apretando el puño en gesto victorioso. - Vale, vale... Me lo dijiste - admitió ella.- Eres muy listo. - Ahora sólo hay que saber quién es y cómo encontrarle - frunció los labios, mientras se acariciaba la barbilla con aire pensativo.- ¡Eh, mira! Tu padre era la leche de ordenado. Están todos los mensajes, ¡y en orden! - Es muy meticuloso. Por eso es tan bueno. Los distintos textos eran breves y tampoco había demasiados, por lo que no les costó leerlos todos.

Estimado señor Mateo Esparza, Durante los últimos días he descubierto que está haciendo demasiadas preguntas, que desea conocerme de la manera que sea, por lo que no ceja en su empeño de forzar un encuentro. No me pregunte cómo he conseguido su dirección de correo personal, tampoco cómo lo he descubierto. No responderé. Eso sí. Le pido amablemente que abandone sus vulgares intentos de contactar conmigo. No es seguro, ni para usted, ni para servidor. Pare de una vez. Se despide atentamente, Rondador Nocturno. Rondador, En primer lugar me siento un poco ofendido por eso de “vulgares”. No es por nada, pero me merezco cierto reconocimiento: al fin y al cabo, he sido el único de cuantos han investigado al Zorro plateado que ha logrado encontrar a un camarada del famoso ladrón. Vamos, que soy la leche y lo sabes. Por cierto, tutéame. Ahora bien, si has oído hablar de mí, también sabes qué estoy buscando. De hecho, creo que por eso te has molestado en mandarme ese correo. Soy de fiar, te lo aseguro, así que ayúdame. Por favor, eres el único hilo que tengo para tirar. Respóndeme pronto, Mateo. Menudas confianzas se trae, señor Esparza. Pasaré por alto lo de llamarme sólo Rondador, se lo permitiré, de hecho, pero jamás le tutearé. No somos amigos, señor Esparza. No suelo molestarme ni con mis amigos, menos lo haré con un desconocido que me trae al pairo. Rondador Nocturno. Amigo Rondador, Intento ser amable. De verdad que sí. Pero, la verdad, vuestra pedante merced me lo está poniendo muy, muy difícil, así que pasaré a ser claro: he encontrado algo que estás buscando. Te daré una pequeña pista: si fuera una oca, te diría que haría buena pareja con una rueca. Mateo. Bonito farol. A otro con ese cuento, señor Esparza.

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Sabes que es verdad, Rondador, al igual que yo sé que lo estás buscando. Mira, yo sólo quiero que respondas a unas cuantas preguntas, que me ayudes a aclarar mis dudas y a encontrar lo que tanto tiempo he buscado. Palabras. Sólo quiero palabras. Nada más. Es así de sencillo: yo tengo algo que tú quieres, tú algo que quiero yo, así que quedemos y hagamos un intercambio. Me gustaría que me dieras un nombre, un teléfono, algo, pero estoy tan desesperado por hallar mis respuestas, que quedaré a ciegas. Dime dónde y cuándo, allí estaré. Mateo. Señor Esparza, En primer lugar me gustaría informarle de un pequeño detalle que, puede, esté pasando por alto: no es recomendable, y menos siendo un novato como lo es usted, robar a un afamado ladrón como lo soy yo. Es decir, si está intentando timarme y/o atraparme, acabará mal. Por cierto, señor Esparza, por si acaso se lo está preguntando: sí, es una amenaza. Una vez aclarado el primer punto, le aclararé el segundo. Ambos acudiremos solos. Créame, llevo demasiado tiempo en esto como para no saber cuándo se me sigue o cuándo se me estafa. Téngalo claro. Tampoco pienso dejarle ver mi rostro con anterioridad, ni que me fotografíe. Llevaré un sombrero negro con una cinta blanca, así me reconocerá. No se preocupe, sé quién es, así que le encontraré. Prometo no hacerle daño. Puedo ser un ladrón, pero tengo palabra. A medianoche en la fuente del Ángel Caído del parque del Retiro. Rondador Nocturno.

Al terminar de leer los distintos e-mails, compartieron una mirada en silencio, hasta que, al final, Jero abrió la boca. No llegó a pronunciar ninguna palabra, puesto que el timbre que indicaba el comienzo del desayuno sonó. Apagaron el ordenador y se dirigieron hacia el comedor digiriendo la lectura, mientras Tania no dejaba de acariciar el lápiz de memoria que había guardado en un bolsillo de la blanca camisa. A pesar de seguir perdida en sus propios pensamientos, Tania pudo notar como se enrarecía el ambiente cuando ella llegó a la sala. De repente, sintió que buena parte de sus compañeros la miraban y murmuraban. Serán imaginaciones mías... Le quitó importancia sacudiendo la cabeza, lo que le llevó a enfrentarse a un dilema: ocupar su sitio junto a Erika, a quien admiraba y apreciaba, o desoír los consejos de ésta para acomodarse junto a Jero, que la estaba ayudando más que nadie. Al final se decantó por el chico, pues podía recordar la forma en la que la había mirado, aquella forma que le había dolido tanto. No obstante, se pasó a saludar a Erika, aunque la muchacha, simplemente, le dirigió una mirada glacial que la sorprendió. Además, aquella sensación de que todo el mundo la observaba seguía ahí. No la dejó ni siquiera cuando acabó sentada al lado de Jero, indicándole a uno de los pinches que le sirviera tanto leche como zumo de naranja. - ¿Qué narices conseguiría tu padre? - inquirió el chico, haciendo una mueca.- Ni siquiera he entendido eso que puso... ¿Qué era una ganso? - Si fuera una gansa - le corrigió ella distraídamente. - ¡Eso! ¿Qué leches significa? - Eh...- volvía a preguntarse si estaba paranoica o si, por el contrario, todos la miraban de forma extraña; no obstante, Jero la obligó a concentrarse en lo que de verdad importaba, por lo que le explicó.- Creo que sé lo que quería decir, pero aún así no le encuentro sentido. - Ilumíname. - Uno de los escritores de cuentos más famosos es Charles Perrault - le explicó, haciendo un esfuerzo inmerso por recordar aquella lección de literatura que, siendo muy pequeña, le dio su

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padre.- Pues bien, Perrault recopiló varios cuentos en un libro: Cuentos de mamá Ganso. Uno de esos cuentos era La bella durmiente. - ¡Claro! Lo de la rueca va por ese - asintió Jero, emocionado. Le dedicó una de sus sonrisas radiantes.- Eres toda una entendida en cuentos de hadas, ¿eh? - No creas. - Seguro - exclamó irónicamente. - Mi padre me los leía de pequeña y era un amante de los libros, así que intentaba, ya sabes, adoctrinarme un poco - se encogió de hombros, untando una magdalena en la leche.- Y, eh, tampoco es tan raro. Todos conocemos esos cuentos. - El mío es un friki de cuidado - añadió Jero visiblemente orgulloso.- Cuando era pequeño me leía cómics de Spiderman o de Los cuatro fantásticos... O de Thor. Thor es mi preferido, me encanta Asgard...- agitó la cabeza, como regresando a la realidad.- Vamos, que yo entiendo más de cómics que de cuentos. Tania le sonrió con sinceridad, retirándose los rubios cabellos detrás de las orejas. Justo entonces, una fugaz visión la emocionó: Rubén acababa de entrar en el comedor. Jero hablaba, ella no escuchaba. No podía evitarlo en realidad, era aparecer Rubén y el resto del mundo desaparecía, eclipsado por la luz que él emitía. No obstante, el dulce sabor de la visión duró eso, un instante, puesto que después el chico se acomodó al lado de Erika, besándola en los labios. Nunca antes le había dolido así el pecho.

Aquella mañana Deker recibió un paquete a primera hora. Se lo dieron justo cuando estaba a punto de volver a pelearse con el camarero en un desesperado intento de volver a tomar café. Los alumnos del Bécquer no podían ingerir café. Maldita tiranía... Soy mayor de edad, cojones. Al abrir el dichoso paquete, arrancando el papel para descargar sus frustraciones, encontró un teléfono móvil por lo que puso los ojos en blanco. No le gustaban esos aparatos. De hecho, detestaba la idea de estar localizable absolutamente siempre. No obstante, sabía que no iba a poder librarse de él, así que se resignó; como también sabía qué significaba, se levantó de la mesa para abandonar el comedor. Al hacerlo, vio que al final del pasillo, bajando las escaleras, se encontraba Ariadne. Aquel día llevaba el pelo recogido en una coleta alta, aunque se había dejado sueltos varios mechones entorno al rostro. La chica parecía distraída, mientras se aseguraba de que la goma que sujetaba la cola de caballo estaba bien puesta y él se dedicó a mirar con un atisbo de sonrisa burlona en los labios; cuando la muchacha se cruzó con Deker, intercambiaron miradas pero no palabras. Ella fingía ignorarle, aunque él estaba convencido de que le observaba. Resístete cuanto quieras, preciosa. Caerás tarde o temprano. Volvió a mirarla una vez más, deleitándose en el trasero de Ariadne cuando ésta se sentaba en una mesa. A solas. Aunque lamentaba perder semejante oportunidad, subió a su habitación a toda velocidad y cerró la puerta, reforzándola con una silla que encajó entre el suelo y el pomo. No le apetecía que Jero apareciera y le escuchara. Se acercó a la ventana, recostándose en ella, mientras hacía dos cosas a la vez: curiosear los terrenos sobre la ventana, además de pulsar re-llamada. - Esto es acoso y derribo, ¿sabes? - dijo sin ocultar su irritación. - ¿Sabes algo de lo que nos interesa? ¿Lo has encontrado? - Todavía no. - ¿Y a qué narices estás esperando, inútil? - Tú mismo sabes que estas cosas llevan tiempo - le recordó con suavidad, añadiendo después sin alterarse, aunque con frialdad.- Por cierto, la próxima vez que alces la voz o te atrevas a insultarme, lo dejo. ¿Ha quedado claro?

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- Entonces consígueme resultados. ¡Encuéntralo ya! Deker pulsó la tecla de colgar y tiró el móvil sobre la cama, contemplándolo con odio, como si en vez de un mero objeto, fuera su interlocutor. Cuánto lo odiaba. Sin embargo, el dedicarse a odiarlo y a rumiar aquel odio no serviría de mucho; de hecho, no era nada productivo, por lo que comenzó a trazar un plan.

A segunda hora tenían gimnasia, así que Tania acudió con rapidez al vestuario para poder cambiarse el uniforme por el chándal del internado. Durante los cincuenta minutos de clase anterior había seguido con aquella paranoia de que la miraban constantemente, por eso había decidido no detenerse a esperar a Erika. Así, llegó al vestuario del gimnasio en compañía de Jero y, también, al mismo tiempo que Ariadne. La chica no se molestó en hablarle, simplemente fue directa a un banco donde comenzó a desvestirse con rapidez. Tania, irritada, frunció el ceño. No es que Ariadne le cayera bien, mas bien al contrario, pero, aún así, se agradecía un poco de educación. Decidió pagarle con la misma moneda, así que tampoco se molestó en saludarla y fue a lo suyo. Estaba en ello cuando el resto de las chicas de su clase entró en el vestuario. Iban hablando amenamente, aunque, nada más llegar, se callaron un segundo para, al siguiente, comenzar a murmurar. Tania, sorprendida, cogió la camiseta y se la puso sobre la pantaloneta verde con detalles en rojo. La princesa de hielo es un poco suya, pero... Se podían cortar un poco, ¿no? Anda que no se nota que están hablando mal de ella. Saludó a todas con una sonrisa de camino a la zona de los espejos. Llevaba en las manos un neceser, rebuscaba en él una goma y un cepillo; cuando los encontró, contempló su propio reflejo para recogerse el pelo en una coleta alta. Fue en ese preciso momento cuando se dio cuenta de algo: no era La princesa de hielo el eje de las críticas... Era ella. ¡Ella! Entonces, se volvió un poco, aturdida, percatándose de otro detalle que le había pasado desapercibido: en una de las paredes habían hecho un graffiti bastante rudimentario, aunque efectivo, a una altura suficiente para que cualquiera pudiera leerla sin problemas. Le costó un poco concentrarse lo suficiente como para leerlo, mas desde que había sido consciente de que la protagonista era ella.

TANIA ESPARZA ES UNA PUTA ROBANOVIOS. Al leer el mensaje, palideció y sintió que las piernas le traicionaban al volverse gelatina. Temía caer al suelo, aunque el grupo de chicas, capitaneado por Erika, comenzaron a reírse y a atacarla entre sonrisas y miradas maliciosas. Tania no entendió ni una sola palabra, demasiado apabullada como para hacerlo. - Callaos ya, panda de hienas descerebradas. ¿Quién había hablado? Ella no, desde luego. De hecho temía abrir la boca por si en vez de palabras, surgían lágrimas. No quería llorar delante de ellas, no quería pasar semejante vergüenza. Para controlarse decidió concentrarse en la voz que le había sorprendido... Que era ni más ni menos que la de La princesa de hielo. ¡Increíble! Todas miraban a la chica, aunque ésta parecía no inmutarse. Se limitó a terminar de anudar los cordones de su deportiva, poniéndose en pie después con naturalidad. - Aquí no está tu papaito para salvarte el culo, princesita. Erika se había recostado en uno de los cubículos que rodeaba a una ducha, enterrando un dedo en su rubio cabello para rizarse un mechón. De repente, Erika no parecía ni maja, ni siquiera agradable, sino mezquina y maliciosa.

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- No necesito a nadie para defenderme de una poligonera - se encogió de hombros La princesa de hielo, mostrando tal desdén que su interlocutora pareció enloquecer. Ariadne clavó su mirada color miel en la alterada chica, curvando ligeramente los labios, burlona.- Al fin y al cabo, tu táctica siempre ha sido atacar al rival más débil - dio media vuelta, dirigiéndose hacia Tania que seguía alucinando.- Vamos, que no tienes lo que hay que tener como para temerte. - ¿Qué coño dices? La pregunta de Erika quedó en el aire, puesto que La princesa de hielo salió del vestuario sin ni siquiera volverse. Eso sí, agarrando a Tania del codo para sacarla de ahí junto a ella, gesto que le agradeció enormemente. Sin embargo, no fue capaz de articular palabra hasta que salieron al exterior. El gimnasio se encontraba detrás del edificio del colegio, tenía forma de L y rodeaba un campo de fútbol, además de una pequeña cancha de baloncesto, que había a un lado del primero. Al otro lado, había terrenos con columpios, un cajón de arena, hierba y una zona con graba; todo ello formaba el patio de la escuela. La profesora de gimnasia estaba ahí, examinando una bolsa de red blanca con una serie de balones. Ellas, por su parte, acabaron en los columpios. La princesa de hielo se acomodó en una plataforma giratoria, un carrusel de colores; se recostó en una de las barras que servían para agarrarse mientras el columpio giraba. - Balón prisionero... Espero que seas rápida... O buena mentirosa. - ¿Buena mentirosa? - Tania parpadeó, no entendía nada. - Necesitarás una buena excusa para quedarte en el banquillo. - Ah...- asintió distraídamente. Se giró para mirar a su extraña salvadora, que se había quedado en silencio. Parecía estar en su propio mundo, como si estuviera meditando algo. Estaba tan quieta que se le antojaba una fotografía viviente, sobre todo por lo idílico del paisaje entre lo verde y la brillante luz de aquella mañana de finales de septiembre. Entonces se acordó de que la había salvado de la humillación pública, por lo que se acercó un poco y dijo: - Gracias... - No me las des. No hace falta. Hice lo que tenía que hacer - se encogió de hombros, por lo que Tania fue a añadir algo más, aunque no tuvo opción pues La princesa de hielo siguió hablando.- Déjate de explicaciones también. No somos amigas - ladeó la cabeza para fijar su mirada en la de ella.- La próxima vez defiéndete tú sola, así aprenderán a no meterse contigo. - Y eso me lo dice Doña Popularidad. De nuevo malhumorada, dejó atrás a La princesa de hielo y fue a reunirse con Jero, que había salido al patio en compañía de los demás chicos. Uno de ellos fue Rubén, que permanecía en silencio, aunque al verla no dudó en acudir a su lado: - ¿Ocurre algo? - le preguntó. - ¡No vuelvas a hablarme en la vida! - rugió ella. No le importó lo más mínimo dejar a Rubén perplejo, sin entender nada. Todo era culpa de él, ¡sólo de él! ¡Él era el indeseable que la había engañado! ¡Él! ¿Por qué debía de pagar ella? ¿Por qué ser la mala entonces? Al llegar junto a Jero, resopló, comenzando a mover una pierna de forma frenética. El chico la miró preocupado. La miró como si ella fuera una bomba a punto de explotar y él un especialista en prácticas que debía desactivarla. Sin embargo, acabó reuniendo valor suficiente como para decir con una sonrisa de suficiencia: - Pensaba que te caía bien. - No, no me cae bien - aclaró colérica.- ¡Es un gilipollas! ¡Y su querida novia también! ¡Es...! ¡Es una...! ¡Es una...! - balbució vehemente a más no poder.- ¡Es una mala persona! - No se te da demasiado bien insultar, ¿verdad? - le dedicó tal mirada a Jero, que el chico añadió con una mueca.- No es momento para bromear...- asintió un instante, alzando después los

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pulgares.- Captado. Rubén y Erika son gilipollas - repitió, dócil como un corderito. Volvió a hacer una mueca, susurrando para sí, aunque ella pudo escucharle.- Otro día te enseño insultos, no te preocupes... - Voy a decirle a la profesora que sigo un poco enferma, a ver si me libro de ser fusilada a balonazos... No creo que pudiera soportarlo - gruñó.

Por si el día no estaba siendo lo suficientemente malo, a la graciosa de la profesora de gimnasia no se le había ocurrido otra cosa que jugar al balón prisionero. Había cosas que no cambiaban de un país a otro... Ni en el mundo entero en realidad. Diecinueve años y haciendo el idiota. ¡Qué bien!, pensó Deker sarcásticamente. Mientras esperaba a que la tortura comenzase, observó que la amiga de su compañero de habitación era el centro del alboroto que reinaba en la sección femenina y que se libraba de jugar. Durante un segundo la envidió. Después, decidió ver el lado positivo de la vida... O, lo que era lo mismo, situarse al lado de Ariadne para chincharla un poco, lo cual siempre era divertido. Pronto descubrió que la chica era realmente mala en deportes. No ayudaba demasiado que todas sus compañeras se cebaran con ella, claro, pero no tenía reflejos suficientes para esquivar los balones. Eso sí, era persistente, pues no dejaba de coger la pelota con ambas manos cuando iba al Cementerio, la zona donde iban aquellos que habían sido golpeados. Por eso, llegó un momento en que se apiadó de ella y se dedicó a protegerla, lo cual pareció molestarla. - No necesito caballeros de brillante armadura - le aclaró. - Por suerte, a mí sólo me brilla el pelo... Bueno, y los ojos cuando te veo - le guiñó un ojo, al mismo tiempo que apartaba otro balón de ella.- ¿A qué me ha quedado bonito el pareado? - Precioso - asintió sarcásticamente Ariadne. Un golpe. Estaba tan ocupado con la chica, que se había olvidado de que él también estaba jugando, así que le acabaron dándole y, por tanto, enviándole al Cementerio. Desde ahí vio como una lluvia de pelotas cayó sobre Ariadne; eran tantas que acabaron tirándola al suelo. La profesora hizo sonar el pito, alarmada, mientras él corría a su lado. - Ariadne, ¿estás bien? - se le adelantó la profesora. - Estupendamente. Deker, sin replantearse siquiera si le fuera a molestar o no, ayudó a la joven a levantarse y descubrió que cuando ella apoyó el pie, hizo una mueca de dolor. La profesora también se dio cuenta también, por lo que se dirigió a él: - ¿Puedes llevarla a la enfermería? - Para algo soy el caballero de brillante pelambrera. - Prefiero andar... El quejido de Ariadne fue omitido deliberadamente tanto por la profesora como por él, que la cogió en volandas como si fuera la princesa de un cuento. A la muchacha no le quedó otra que rodearle el cuello con los brazos, mirando hacia otro lado. Deker entró en el internado por la puerta que daba al patio. A pesar de llevar sólo tres días ahí, conocía el inmenso edificio bastante bien, por lo que sabía que podía atajar bastante cruzando la cocina y el comedor. Precisamente por eso eligió recorrer los pasillos autorizados para los alumnos, que rodeaban estas salas. - No te creas que no sé lo que estás haciendo - dijo Ariadne con su habitual frialdad. - Debes admitir que esto es romántico. Los dos solos. Muy juntos - bajó la voz para que ésta adquiriera un tono sedoso, seductor.- Podría incluso hablarte muy bajito al oído para que sólo tú me escuches. Muchas matarían por eso. - Yo no. - Se me había olvidado que eres La inflexible princesa de hielo - rió Deker, agitando la cabeza de un lado a otro.

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- Por favor, no sueltes algo del tipo “a mí eso no me detendrá”. - ¿Por quién me has tomado? - le dedicó una sonrisa torcida.- ¿Por uno de esos héroes de novela fantástica y romántica que, seguramente, devoras a solas en tu habitación? - Jamás - habían llegado a la enfermería, por lo que Deker la colocó en una camilla; fue a irse cuando Ariadne le retuvo del cuello de la camiseta, atrayéndolo hacia ella para susurrarle.- Esos siempre, absolutamente siempre, están buenos. Tan solo la miró a los ojos. Mira por donde, una fierecilla no domada... Dio un par de pasos hacia la salida, volviéndose un poco para mirar por encima de su hombro derecho, al mismo tiempo que agitaba los dedos de la mano izquierda a modo de despedida. - Espero que se ponga bien, princesa.

Al día siguiente, el patrón se volvió a repetir. En general, la gente la trataba como si fuera una apestada: la ignoraban o si no lo hacían, era el centro de comentarios hirientes. Además, Erika había iniciando una nueva táctica pasivo-agresiva que, desde aquel primer día, había hecho de la convivencia algo horrible. Por suerte, había tenido con que entretenerse, pues el material que su padre había ido recopilando sobre el Zorro plateado era bastante extenso y también los profesores habían comenzado a mandar deberes. - ¿Estás bien? - le preguntó Jero nada más verla sentarse a su lado.- Tienes tantas ojeras que pareces una gótica. - Estuve leyendo hasta tarde. - No deberías... - No creas que puedo dormir mucho. No es fácil con Doña mirada fija e inquietante - se encogió sobre sí misma al sentir un escalofrío recorriéndole la columna vertebral.- Cada vez que nos quedamos a solas, tengo miedo de que me apuñale. Jero soltó el periódico que tenía entre las manos para apoyar el codo derecho en la mesa y la barbilla en la mano, ladeando levemente la cabeza. A Tania le sorprendió ver que su amigo contemplaba a Erika con una expresión extraña que no terminaba de descifrar. ¿Se estaba perdiendo algo? - Sí... Erika no es de fiar...- murmuró. - ¿Ocurre algo? - ¿Eh? - Jero se volvió hacia ella, distraído, aunque debió de regresar a la realidad al ver su expresión preocupada; de hecho, sonrió, divertido, agitando la cabeza de un lado a otro.- Nah, tranqui, ya sabes, siempre me ha puteado por ser becado. Ah... Era eso. Menos mal... La verdad era que se había quedado bastante más tranquila al conocer aquella respuesta, pues le preocupaba que Erika hubiera podido herir a Jero de alguna otra forma. Había perdido a Rubén gracias a ella, no podría soportar que también dañara a Jero. - ¿Has terminado? Una voz masculina les sobresaltó, por lo que tanto ella como su amigo se volvieron para ver a Deker sentándose junto a ellos. El revuelto cabello castaño oscuro le caía sobre los ojos, los cuales estaban hundidos y surcados por oscuras ojeras. Tania pensó que ofrecía un aspecto bastante horrible, aunque se guardó las palabras para sí. El muchacho, mientras tanto, permanecía ajeno a todo salvo al periódico que había cogido y que estaba ojeando. Jero, por su parte, sonrió de forma canalla, dándole un codazo amistoso, además de guiñándole un ojo. ¿Desde cuándo son amigos?

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- Anoche estuviste ocupado, ¿eh, Don Juan? - le dijo, acompañándose de una risita. Se volvió hacia ella para informarla de lo sucedido.- No ha dormido en nuestra habitación y mira que cara. Uno más uno...- Deker siguió ocupado en su lectura, lo que no sirvió para detener a Jero que volvió a la carga.- ¿Quién es? Dime quién es, anda... El interpelado le fulminó con la mirada antes de regresar al periódico. - Mira, mi compañera de habitación podría asesinarme y el tuyo podría asesinarte. Qué de cosas tenemos en común, ¿no? - comentó Tania. Ambos se rieron, aunque sus carcajadas se vieron interrumpidas cuando Deker se puso en pie súbitamente y se marchó. No pudieron evitarlo, se asomaron para ver qué había leído para provocar esa reacción, pues ambos sabían que no se trataba de ellos. Vieron una serie de noticias, que no les parecieron demasiado interesantes: una mujer había tenido quintillizos, se iba a remodelar un colegio... Ese tipo de cosas. Entre aquellas breves noticias, se les pasó una muy, muy breve. Una en la que informaban de un robo de en una casa que había sido atribuido a unos rateros, aunque la policía se había sorprendido de lo sofisticado del trabajo.

Álvaro Torres despegó la mirada del periódico que tenía entre las manos para arrancar la página y, apretándola con fuerza entre los dedos, reducirla a una pelota de papel arrugado que tiró hacia un esquina del despacho donde había una papelera. Encestó limpiamente. Él ni siquiera lo vio, puesto que enlazó las manos y descansó en ellas la frente, cerrando los ojos para lograr, con éxito, el controlarse. Estaba en su lujoso despacho. Justo frente a la mesa donde se encontraba, había una enorme puerta de cristal con las persianas subidas para poder vigilar a su secretaria; el problema radicaba en que ella también podía verle a él. - No ha sido un simple robo - murmuró entre dientes. Desde que, hacía dos días, había llegado a su casa y había descubierto que no estaba la caja de música, estaba histérico. El pequeño objeto no era suyo, se lo había dado Mateo un par de días antes de desaparecer para que lo guardara en su caja fuerte; desde la ausencia de su mejor amigo, había comprobado exactamente todos los días que la cajita seguía en su sitio. Había estado ahí hasta hacía dos días. Llamó a la policía, la cual examinó el lugar dedujo que era un mero robo, que un yonki cualquiera se habría colado para robarle. Por supuesto, no les había explicado lo de Mateo, pero, aún así, habían demostrado ser unos verdaderos inútiles... Estaba claro quién había sido. El Zorro plateado.

Llevaba ya tres días sin ir a clase y, aunque no las echaba de menos, sí que añoraba el ir a caminar por los pasillos o los terrenos. Seguía confinada en su habitación. Durante un momento, abandonó la lectura del libro que tenía entre las manos para mirar por la ventana. La luz entraba por el cristal, iluminándolo todo, aunque no era un consuelo, todo lo contrario: podía ver lo azul del cielo, lo buen día que hacía... Deseaba estar en los terrenos a la sombra de un árbol. Soy el maldito conde de Montecristo, se lamentó, enterrando la cabeza entre las almohadas. Alguien llamó a la puerta, sorprendiéndola. No era idiota. Sabía que no tenía ni un solo amigo en el colegio, nadie se iba a escaquear de clase para visitarla. A menos que...

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Antes de que pudiera responder, un joven se escabulló en su habitación, dedicándole una sonrisa socarrona que provocó que Ariadne sintiera el ardiente deseo de borrársela de los labios. No sabía qué andaba mal en Deker Sterling, pero, definitivamente, algo no funcionaba del todo bien en aquel maldito chico. - Mademoiselle Dantès - saludó con cierta sorna. Alzó la mirada, esforzándose por ocultar la turbación que sentía. ¿Cómo demonios había acabado diciendo precisamente eso? La coincidencia la asustaba, la aterraba, aunque no tuvo ningún problema para esgrimir su habitual desdén. - Ya que te empeñas en dirigirte a mí, ¿podrías, al menos, llamarme por mi nombre? Deker se sentó a los pies de su cama, curvando los labios de forma torcida y mirándole a través de su desastroso flequillo castaño oscuro. Ella, por su parte, colocó el separador entre las páginas del libro, lo cerró y lo colocó en su regazo; todo ello, por supuesto, sin dejar de mirar al chico con serenidad. - Es mucho más divertido así. - ¿Se puede saber qué haces aquí? El muchacho apartó con delicadeza la fina sábana que cubría a Ariadne, que volvió a quedarse muy quieta. Deker se inclinó sobre el tobillo, pasando los dedos con suavidad sobre el vendaje, como si por el mero hecho de acariciarlo, fuera a curarlo. Ariadne se quedó sin palabras. - Si me preguntan, negaré que lo he dicho - él volvió a mirarla a los ojos; tenía siempre un brillo burlón, incluso maquiavélico, en ellos, y en aquel momento estaba apagado.- Pero me apetecía verte. Se le quedó mirando, como si esperase que añadiera algo. De hecho, se dio cuenta de que a Deker le sorprendió la ausencia de comentarios, lo que la hizo deducir que él creía que iba a lloriquear por la falta de visitas. No lo expresó, pero sí que sonrió para sí: si esperaba lágrimas para consolarla, iba listo, aquello no le afectaba lo más mínimo. En lugar de eso, dijo: - Si sigues con la absurda idea de... - Ha sido increíblemente difícil, por cierto - Deker prosiguió hablando, ignorando sus intentos de cortarle el rollo.- A tu padre le ha faltado poner un cordón policial. No deja que nadie se acerque. - Ya veo lo eficiente que es. - Yo no soy “nadie” y lo sabes. Ariadne se retiró el pelo de la cara detrás de las orejas, ladeando la cabeza para volver a mirar por la ventana. No sabía qué decir. Cuando volvió a enfocar la mirada en Deker, el chico estaba curioseando sus cosas: estaba frente a una de las estanterías que poblaban las paredes, examinando los libros, los discos, todo. - ¿Se puede saber qué haces? - Se sabe mucho de una persona mediante sus cosas - respondió distraídamente, mientras pasaba un dedo por el lomo de los libros.- Intento desentrañar el misterio que hay detrás de La princesa de hielo. - No hay tal misterio. - ¿Cómo qué no? - se volvió hacia ella de nuevo, sonriendo.- Nadie te conoce. Todos se preguntan por qué rechazas a todos los chicos que se te declaran. Ariadne no respondió. Deker clavó una rodilla en el colchón, colocando las manos sobre éste para inclinarse sobre la chica, acercando su rostro al de ella. La sonrisa burlona de Deker centelleaba. Ariadne siguió como si nada. - ¿Por qué lo haces, por cierto? - Porque ya le he entregado mi corazón a alguien.

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Tuvo la sensación de que Deker iba a decirle algo, pero que se lo pensó mejor y se echó hacia atrás. No dejaba de sonreírle. Fue hasta la puerta, donde echó un vistazo antes de salir por ella, no sin antes despedirse: - No te preocupes, Rapunzel, acudiré a tu torre a visitarte de nuevo. Y sin más se marchó. Definitivamente Deker Sterling es un personaje curioso. No habían pasado ni cinco minutos desde que Deker se había marchado, cuando la puerta se abrió de nuevo, aunque fue distinto: aquella vez la visita le hizo ilusión. Se le iluminó tanto la sonrisa como la mirada al ver a aquel joven alto, fornido, ataviado con un elegante traje azul marino, camisa de un tono más claro, corbata y deportivas. - ¿Te has puesto elegante para mí? - inquirió, juguetona. Colbert se sonrojó al instante. Lo supo porque, como llevaba el pelo engominado hacia atrás, podía verle la punta de las orejas, que estaban teñidas de color escarlata. El joven hizo como si nada, acercándose a ella y bajando la mirada para observarla. - Qué graciosa. - Prefiero la ropa negra, pero... Sigues estando muy guapo. - Tu tío me dijo que habías tenido un accidente - Colbert se pasó una mano por la nuca, parecía preocupado, también culpable, por lo que ella sonrió.- ¿Estás bien? - Si llego a saber que un mero esguince te traería a mí, me habría provocado uno - enarcó una ceja, mientras enredaba un dedo en un largo mechón de pelo con aire provocativo. Las orejas de Colbert echaban humo, por lo que ella se rió. - No vas a cambiar nunca, ¿verdad? El joven cerró los ojos, visiblemente angustiado. Se pasó los dedos por la frente, a punto de exhalar un suspiro, aunque acabó moviendo la cabeza de un lado a otro, pesaroso. Por eso, Ariadne le dedicó una amplia sonrisa, encogiéndose levemente de hombros. Colbert pareció pensárselo mucho, pero al final se sentó en la cama, no a los pies, sino muy cerca de donde ella tenía la cadera. Estiró un poco el cuello, lo suficiente para curiosear el libro que tenía entre las manos: Harry Potter y el prisionero de Azkaban de J.K. Rowling. Estaba casi en perfectas condiciones, aunque las hojas se veían manoseadas. Alzó una ceja. - Es uno de mis favoritos. - Por más que lo leas, el profesor Lupin no se hará realidad. Ariadne se inclinó hacia delante y se deleitó al observar que Colbert se quedaba muy quieto, tenso. Lo conocía demasiado bien como para saber que tenía miedo de lo que podía suceder si se movía. Ella siguió a lo suyo: alargó el brazo para alcanzar la cabeza de Colbert, despeinándole el oscuro cabello. - Así mejor. Aprovechó la evidente confusión de Colbert para agarrar su corbata y tirar de él con fuerza hasta que sus labios se encontraron. A Ariadne le sorprendió gratamente que Colbert no se separara, que siguiera con aquel beso torpe y apasionado. Se dejaron llevar. Colbert se abandonó por completo al beso, por lo que acabó tumbado al lado de la muchacha sin separarse. Sin embargo, acabó por darse cuenta de lo que estaba sucediendo, lo que le llevó a incorporarse con brusquedad, como impulsado por un resorte. Cerró los ojos, echando la cabeza hacia delante para reposar el entrecejo en la yema de los dedos. - ¿Qué acabas de hacer? - Robarte un beso. ¿No es evidente? - Soy tu protector - le recordó con voz trémula.- Debo cuidar de ti, no besarte. No me está permitido hacerlo, aunque...- se volvió hacia Ariadne, humedeciéndose los labios.- Aunque...- apartó la mirada de nuevo.- No importa. Ariadne se recostó en la espalda de Colbert, cerrando los ojos. - ¿Sabes por qué ese libro es mi preferido? - susurró.- Porque me lo regalaste tú.

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Lo único que hizo Colbert fue enlazar sus manos con las de ella, quedándose en silencio durante un instante. - ¿Quién era ese, por cierto? - ¿Te vas a poner celoso? - inquirió Ariadne, atónita. Después se echó a reír, dejándose caer sobre la almohada. Cuando logró calmarse (lo que le fue difícil dado el aspecto ceñudo de Colbert), buscó la mano de él y se la acarició.- Eres al único al que le robo besos. - Al salir saltó sobre esto. Alguien lo dejó. Colbert sacó de su americana un pequeño libro de edición de bolsillo. Ojalá fuera cierto de Marc Levy. No se lo había leído, pero sí que había visto la película. Al abrirlo, curiosa, encontró que alguien había escrito algo en la primera hoja:

1. c4 Lo supo interpretar al instante, quizás más guiada por una corazonada que por la fría lógica que solía ser habitual en ella. Era un movimiento de ajedrez que consistía en avanzar el tercer peón dos casillas. El peón blanco, claro, puesto que en ajedrez las blancas siempre movían primero. Estaba claro lo que significaba aquel breve mensaje: la estaban retando. Apertura inglesa. Curioso.

La última clase de aquel día era biología y geología que se impartía en el laboratorio de la segunda planta, una sala rectangular con una única hilera de mesas alargadas donde cabían tres estudiantes. La profesora que la impartía había estado ausente los primeros días del curso, así que aquella sería la primera clase. Como Tania había tenido que ir al baño en el descanso y el laboratorio se encontraba en el ala sur, tanto ella como Jero llegaron tarde, por lo que no les quedó más remedio que sentarse en la penúltima fila. No obstante, no fueron los únicos rezagados: Rubén entro poco después esgrimiendo una encantadora sonrisa, mientras que Deker lo hizo como si nada, guardando la novela que estaba leyendo en la mochila. Por indicación de la profesora, el primero se tuvo que situar en el asiento vacío que había a la derecha de Tania. - Y usted, señor Sterling, hará equipo con la señorita Navarro cuando regrese - acabó diciendo, lo que arrancó una breve sonrisa en él y varias miradas asesinas en algunos chicos que eran fans de La princesa de hielo. Debió de darse cuenta del malestar general de la clase, ya que alzó su mirada azul por encima de sus gafas de montura cuadrada.- Dejad de mirarme así, señores. No os pido que sean amigos o que se besen por las esquinas. Les pido que trabajen en mi clase... - Y, de hecho, los miembros del grupo compartirán la nota...- susurraron tanto Jero como Rubén a su lado. La profesora Lozano se les quedó mirando. - Eso es, Dúo dinámico - asintió, frunciendo los labios. Los dos chicos compartieron una mirada, antes de intentar disimular la risa, mientras la mujer prosiguió con aire severo.- Si alguno de vosotros hace algo bien, repercutirá en la nota de los otros dos. Por las mismas, si hace algo mal, influirá en las notas de los otros. ¿Entendido? - Todos los años la misma historia - murmuró Jero. - Ya veo - asintió Tania, también en voz baja. La profesora Lozano se presentó y comenzó a explicarles el temario que iban a ver a lo largo del curso, además del sistema de evaluación y otra serie de datos típicos de la introducción de una asignatura. Pronto descubrió que, a pesar de ser una mujer bajita, entrada en años y poca cosa en general, tenía un carácter fuerte que hacía que absolutamente todos sus alumnos permanecieran en silencio, temerosos de despertar su ira.

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El que no hablaran, sin embargo, no quería decir que la atendieran. Por lo menos en el caso de Tania no era así, pues no podía evitar mirar a Rubén. Lo peor era que él le devolvía el gesto, aunque también era cierto que su expresión era rara, indescifrable. ¿En qué piensas, Rubén? ¿Por qué no puedo saber en qué estás pensando? Le hubiera gustado preguntárselo, de hecho estuvo a punto de escribirlo en una hoja arrancada de su cuaderno. No obstante, notó la enfurecida mirada de Erika, lo que le hizo cambiar de opinión: quería volver a ser su amiga, estar en su círculo, no seguir siendo la apestada número uno. Por eso decidió ignorar a Rubén en lo que quedaba de clase. Cuando ésta acabó, el chico fue a decirle algo, pero ella alzó la barbilla con decisión y le dejó con la palabra en la boca; por el rabillo del ojo comprobó que Erika había visto la escena. Al menos algo salía bien. En el pasillo recordó que iba con Jero. Había salido tan rápida para evitar a Rubén que se había olvidado de su amigo, por lo que se detuvo para esperarle. Sin embargo, el que fue a su encuentro no fue Jero, sino Rubén, que la miraba con ojos turbios, como si estuviera entre preocupado y enfadado. Tania dio media vuelta, cruzando los brazos sobre el pecho. De repente sintió una presión en el brazo derecho. Se volvió, sorprendida, a tiempo de ver como Rubén, visiblemente enfurecido (se daba un aire a un toro bravo, de hecho), la arrastraba a lo largo del pasillo. En cuanto encontró un aula vacía, la empujó hacia el interior de una manera tan brusca que Tania trastabilló y tuvo que apoyarse en un pupitre para no caer. - ¿Se puede saber qué estás haciendo? - le preguntó con un hilo de voz, mientras se apartaba el rubio cabello de la cara.- ¿Por qué has tenido que hacer eso? Rubén permanecía de espaldas a ella, se cubría la cara con las manos. - Perdona. No debería haberme enfadado - dijo al fin. - Tengo la sensación de que siempre te estoy perdonando - observó Tania, dolida. Estaba harta de todo lo relacionado con Rubén: el no poder evitar pensar en él, el dolor que le provocaba y las mentiras y los problemas...- Estoy cansada de andar perdonándote, ¿sabes? - Antes te iba a decir que deberíamos hablar. - No quiero hablar contigo. - Siento comunicarte que ya lo estás haciendo - Rubén se volvió, sonriendo a duras penas. Debió de darse cuenta de que no le estaba haciendo gracia, puesto que volvió a ponerse serio.- Yo... Sé que te he ignorado desde que regresamos... - Y luego te enfadas porque te ignoro - le interrumpió. - No me he enfadado por eso - le aclaró con rotundidad.- No me he enfadado contigo. Es Erika y su comportamiento... - ¡No quiero saberlo! - Pero, Tania, déjame... - ¡No! ¡No quiero saber nada de ti! ¡Nada! No quiero que me vengas llorando porque tienes problemas con tu novia. Ni quiero que te acerques - dijo, airada, mientras se acercaba a la puerta.- ¡Déjame en paz! No te vuelvas a acercar a mí. Cada vez que lo haces, salgo más herida todavía... Se marchó del aula dando un portazo. ¿De qué narices va? ¿Por qué narices tiene que venir a lloriquearme por Erika? Son novios, vale, bien, pero yo no tengo por qué consolarle... ¡Que se busque a otra idiota! Además, cuanto más me relacione con él, peor. Rubén me mentirá más, yo sufriré más y más paria seré y no, no quiero seguir siendo una paria... ¿Por qué me tiene que hablar de ella? ¿Por qué? ¿No ve que me duele? Estaba tan alterada pensando en lo sucedido que no se dio cuenta de que había desandado el camino, regresando al laboratorio de biología. Toda la clase estaba ahí. Toda la clase se calló en cuanto ella llegó.

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- ¿Ya te ha dicho Rubén que lo dejes en paz, huérfana? - preguntó un chico. - Borja, no hace falta rebajarse - Erika apoyó una mano en el hombro del tal Borja, sonriendo de forma ladina, por lo que Tania se preparó para recibir un nuevo golpe. La chica se acercó a ella, ladeando la cabeza.- Te ha quedado claro cuál es tu lugar, ¿verdad? No eres una de nosotros, eres una sucia traidora, una pu... - Déjala en paz, Erika. Jero había sido el que había rugido, dándose prisa para interponerse entre ambas. La interpelada frunció los labios en un deje infantil, aunque no siguió con su perorata. Eso no hizo que Tania recuperara la compostura, de hecho le seguían temblando las piernas y aquel maldito nudo seguía en su garganta. Salió corriendo de ahí, conteniendo las lágrimas a duras penas.

- ¡Estarás contenta! La sonrisa de suficiencia de Erika le dejó muy claro que así era, por lo que Jero sintió que la bilis le ardía en el estómago de puro asco. Apretó los puños, sintiendo que la ira comenzaba a hacerle perder la razón. - ¿Qué ocurre? Era Rubén. Acababa de llegar. El muchacho miró a su novia y a él alternativamente, en silencio, pidiendo una explicación con la mirada. Jero, harto de aquella maldita situación, fue a abrir la boca, aunque alguien se le adelantó: - La hija de puta de tu novia ha hecho llorar a una chica más. Nada nuevo en realidad - sintió que alguien tiraba de él; era Deker que le apartaba de Erika y sus amigos, que parecían dispuestos a partirle la cara a ambos dos.- Resulta curioso como a unas las atacas de frente y a otras lo haces a traición - Deker, instándole con las manos a que siguiera a Tania, añadió.- Mmm... Aunque, bueno, no menos curioso es que una zorra poligonera se crea la reina de Saba. - ¿Qué has dicho? - chilló la aludida. - Creo que ha quedado bastante claro - acertó a pronunciar Jero. Deker prácticamente le empujó hasta que giraron la esquina, donde le soltó y señaló con un gesto de cabeza los baños que había en dirección norte. - Estará encerrada. Ve a consolarla. - Gracias. Pero Deker no le respondió, se despidió con un gesto y siguió con su camino.

Toc, toc. Alguien estaba llamando a la puerta del cubículo en el que se había encerrado y lo peor era que no cejaban en su intento. Normalmente se hubiera sentido irritada, pero estaba tan triste, tan herida y tan humillada que no podía sentir nada más. A decir verdad sólo podía llorar. - Sé que estás ahí, Tania...- dijo una voz dubitativa.- Te oigo llorar... No llores, anda. - ¡Vete! ¡Déjame sola! - chilló. - N-no... No me voy a ir. Cerró los ojos. Respiraba agitadamente porque seguía llorando y, de hecho, había comenzado a hipar con fuerza. Se restregó los ojos con el dorso de la mano, antes de armarse de valor para descorrer el pestillo. Aún así, siguió sentada en la taza del váter, sintiendo como las lágrimas caían por sus mejillas y como su pecho se revolvía violentamente. Jero abrió la puerta, mirándola con pánico. Primero alzó las manos, después las volvió a bajar, se rascó la zona entre el labio y la nariz para, al final, situarse frente a ella. La abrazó con

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torpeza, dándole palmaditas en la espalda más fuerte de lo que debía, pues casi la descoyunta. Al acabar, miró hacia arriba, visiblemente azorado. - Deja de llorar... Por favor... - ¡No quiero! - exclamó entre sollozos. Jero abrió mucho los ojos; en su rostro apareció una mueca de espanto, que Tania decidió ignorar para seguir deshaciéndose en lágrimas.- ¡Todo es una mierda, ¿vale?! ¡Todo! >>Yo siempre caigo bien. Siempre, siempre. No... No estoy acostumbrada a esas cosas. Y... Y Rubén no me lo pone fácil tampoco... ¡Por no hablar de mi padre! ¡Quiero encontrarle! ¡Tengo que encontrarle! Y por más que busco, sigue tan desaparecido como los últimos meses... ¡Y estoy harta de todo! Se puso en pie de un salto, Jero se apartó un poco asustado. Se secó las lágrimas de nuevo, saliendo del cuarto de baño a toda velocidad, mientras Jero la seguía intentando calmarla, aunque ella no escuchó ni una sola de sus palabras. Fueron así hasta la primera planta, donde tuvieron que recorrer los larguísimos pasillos hasta llegar a la inmensa biblioteca que había en el ala oeste. Irrumpió ahí a toda velocidad, dejándose caer frente al primer ordenador vacío que vio. Jero cogió una silla y la arrastró hasta situarse a su lado, visiblemente preocupado. Al mismo tiempo, ella seguía muy ocupada abriendo un navegador de Internet y tecleando un servidor de correo electrónico en el cuadro de la dirección. El muchacho, de improviso, le agarró las manos con fuerza, obligándola a mirarle a los ojos. - Para - le dijo, decidido. Pero ella también lo estaba, por lo que se soltó con brusquedad para volver a situar los dedos sobre las teclas. Sin embargo, Jero volvió a la carga, repitiendo el mismo movimiento: le sujetó por las muñecas, por lo que Tania le miró con ferocidad, necesitaba que le soltara ya. - Si me obligas, soy capaz de arrancar el teclado - le dijo el chico. - ¿Qué? - preguntó de mala gana. - Estás... Alterada - pronunció con cuidado, como si temiera que le fuera a atacar.- Lo cual es comprensible, MUY comprensible - añadió con rapidez, un poco asustado.- Pero así puedes cometer tonterías. Párate a pensar, Tania. - No voy a hacer ninguna tontería, voy a coger el toro por los cuernos. - Vale...- asintió Jero. Instantes después se humedeció los labios, preguntando con cara de circunstancias.- ¿Y eso se traduce en...? - Le voy a decir al contacto de mi padre que tengo lo que buscaba. - ¡¿Qué?! ¿Estás loca? ¡Eso es peligroso! El profesor de guardia les chistó para que bajaran la voz, al fin y al cabo estaban en la biblioteca. Por eso, Jero se aproximó todavía más a ella, que seguía a lo suyo: había entrado en la cuenta de correo de su padre y le estaba escribiendo uno a Rondador Nocturno:

Sé absolutamente todo sobre ti. Cómo contactar contigo, cómo Mateo Esparza te encontró... Todo. También sé que lo tienes preso y que anhelas cierto objeto que él tenía. ¿Te crees que era idiota, por cierto? ¿Cómo iba a llevarlo al encuentro con alguien tan poco fiable como tú? Mateo dejó un seguro, pues se temía lo que le ibas a hacer. Es decir, me dejó a mí lo que tanto buscas. Sí, lo tengo yo. Y si quieres recuperarlo, lo primero que debes hacer es liberar al señor Esparza. Si todavía estás interesado en tu querido objeto, contacta conmigo para que podamos hacer el intercambio: Mateo Esparza por lo que tú ya sabes.

- Esto es muy mala idea...- susurró Jero, asustado.- Muy, muy mala idea. - Conozco a mi padre - declaró Tania tras releerlo y pulsar el botón de enviar.- Sé que no le llevaría lo que quiera que Rondador quisiera, se lo dejaría a alguien de confianza... Por si acaso. O puede que en una cámara de seguridad... No sé, tampoco importa. Sólo tenemos que acudir a la cita, fotografiarle, seguirle o... No sé, ya veremos.

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- ¿Ya veremos? - Jero pestañeó con nerviosismo. Después enterró el pálido rostro entre las manos, ahogando un suspiro.- Estupendo. Nos citas con un tío peligroso y lo único que tenemos es tu “ya veremos”... Estamos jodidos.

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Capítulo 8 Un fin de semana con tío Alvaro

Pasó una semana sin que tuvieran noticia alguna de Rondador Nocturno, el misterioso contacto de su padre, lo cual alivió de sobremanera a Jero. Cada mañana revisaban juntos el correo electrónico de Mateo y cuando comprobaban que no habían recibido ninguno nuevo, el chico suspiraba aliviado. A decir verdad, después de que se le pasara el berrinche, Tania había comprendido que, en realidad, Jero había tenido razón: había sido poco cauta, por no decir kamikaze. No dejaban de ser dos chavales, ¿cómo iban a poder con aquel hombre que había secuestrado a su padre? - Quizás deberíamos pedir ayuda a alguien - le susurró a Jero. Estaban haciendo los deberes de aquel día en la biblioteca; se habían puesto en uno de los recovecos más alejados de la entrada, junto a una ventana y tres estanterías que estaban colocadas de tal manera que parecían dejar una pequeña sala con sólo tres mesas largas. Tenían la suerte de estar solos, lo que les permitía hablar y estar tranquilos, alejados de los constantes cuchicheos que rodeaban a Tania. Ésta, aunque agradecía el que Deker Sterling la hubiera defendido, seguía preguntándose por qué ella todavía era una paria social, mientras que el chico seguía en el anonimato. Jero mantenía que como Deker pasaba de todo y era poco amistoso, la gente prefería ignorarle, no fueran a salir escaldados. - ¿Al ejército? - inquirió el muchacho.- ¿La policía? - Ninguno nos creería - Tania hizo una mueca al ver la decepción de su amigo.- Cuando les dije que habían secuestrado a mi padre, me costó una barbaridad que lo hicieran - se encogió de hombros.- No quiero ni imaginar lo que dirían de todo esto. - Puede que Rondador no nos responda - opinó Jero esperanzado. Por un lado, Tania deseaba que tuviera razón, pues temía el momento de enfrentarse a él; por otro, quería que no la tuviera, pues Rondador Nocturno era el único hilo que tirar para encontrar a su padre. Habían leído absolutamente toda la información sobre el Zorro plateado, pero no habían encontrado nada que les fuera útil. - Déjame el ejercicio tres, no logro que me salga. Le tendió el cuaderno y Jero lo recibió sonriendo, mientras se afanaba en copiarlo a toda velocidad. Era un poco desastroso en los estudios, de los que no pasaba de un seis, las pocas veces que lo lograba. Por esa razón, Tania se preguntaba muchas veces cómo podía ser un alumno becado; también le chocaba que fuera el único de sus hermanos en acudir al internado. Sin embargo, no se atrevía a preguntar, suponía que Jero se lo diría algún día. Estaba esperando a recuperar su cuaderno, cuando alguien llegó. La princesa de hielo. La chica había vuelto a clase el día anterior, todavía cojeaba un poco, pero, al parecer, el esguince se le había curado perfectamente. Torció el gesto al instante, no la podía soportar con aquellos aires de grandeza, aquella soledad que no dejaba de ser una muestra de que estaba por encima de todos los demás. La princesa de hielo se acomodó en la mesa que había frente a ellos, dándoles la espalda, mientras se colocaba los auriculares de un bonito y moderno mp4 azul. - ¿Por qué tiene que venir aquí? - murmuró, malhumorada. - ¿Por qué no es costumbre que las bibliotecas reserven el derecho de admisión? - inquirió Jero sin levantar la vista del cuaderno, sonriendo. Al comprobar que ella seguía fulminando a La princesa de hielo con la mirada, el gesto se le esfumó de los labios.- No empieces. - Me cae mal - se excusó con un mohín pueril. - Pues a mí no.

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- ¡Oh, venga! Si ni siquiera nos ha saludado - arrugó la nariz, desdeñosa.- Y he oído como Erika le contaba a Sandra que lo ha vuelto a hacer: le ha roto el corazón a un pobre chaval de segundo de la ESO que se coló en su habitación para visitarla. ¿No es cruel? Jero no respondió, nunca lo hacía cuando hablaban de ese tema. Iba a insistirle, pues le cansaba que no terminara de tomar partido, cuando se dio cuenta de que su teléfono móvil (rosa y de tapa) vibraba sobre la mesa. Estiró el cuello para cerciorarse de que seguían solos y, después, lo cogió, hablando muy bajito: - ¿Si? - Hola, preciosa, ¿estás ocupada? Sonrió al reconocer la voz: era su tío Álvaro. Tanto él como Lucía habían mantenido el contacto con ella, la llamaban a menudo, se interesaban por como iba todo, también le enviaban alguna carta... - ¿Estás seguro de que llamas al número que crees? - inquirió, divertida. Se echó hacia atrás en la silla, a punto de echarse a reír.- No vaya a ser que estés ligando conmigo. A mi padre no le haría gracia. - ¿Tanto ha sonado a frase de ligoteo? - Un poco. - Bueno...- al otro lado del teléfono, Álvaro pareció considerar todo aquello.- Al fin y al cabo eres mi rubia favorita e iba a concertar una cita... Si te parece bien, claro. El primer fin de semana que había pasado en el internado Bécquer Tania descubrió algo que no sabía: muchos alumnos regresaban a sus casas el viernes después de clase. También se podía salir del internado durante el fin de semana con el permiso de los padres, por supuesto. Como los de Jero estaban lejos, él le había explicado que siempre se quedaba ahí porque, además de engorroso, era caro el ir y venir a su casa. - ¡Oh, por favor, sí! - exclamó en voz demasiado alta. Jero se volvió para observarla con el ceño levemente fruncido, como si se preguntara con quién estaba hablando. Entonces reparó en que su amigo no podía permitirse el salir de ahí, lo que le llevó a sonreír y a hablar con voz aduladora: - Oye... ¿Podría venir un amigo? - Si sus padres firman la autorización, perfecto. Regresó a su asiento para poner al día a Jero, mientras planeaban entre los tres cómo iba a transcurrir el fin de semana. El chico se animó al saber que podría pasar algo más de dos días en Madrid, pues no había llegado a estar en la ciudad, a pesar de que el internado estaba cerca; de hecho, durante el resto de los días se le olvidó el temor a morir por contactar con Rondador Nocturno y se dedicó a hacer planes y listas de cosas que deseaba ver. Así, el viernes después de terminar las clases, los dos corrieron hasta sus respectivos dormitorios para cambiar el uniforme por ropa normal y coger sus maletas. Se reunieron en las escaleras que había entre los dos corredores para bajar a toda velocidad hacia el recibidor de la escuela, donde el conserje les buscó en una lista antes de dejarles salir. Seguían sin tener noticia alguna de Rondador Nocturno, lo que había mejorado todavía más el humor de Jero (¡seguro que ya no usa esa cuenta!, había dicho esa misma mañana tras revisar la bandeja de correo). Álvaro les estaba esperando en los terrenos que había alrededor del antiguo castillo. Se había apoyado en su Mercedes de color oscuro, llevaba gafas de sol, uno de sus trajes de marca y su rubia cabellera brillando como el oro. Varias alumnas seguían apalancadas en la entrada al internado, murmurando entre sí y soltando risitas sin dejar de mirarle. La viva estampa de un anuncio de Tommy Hilfiger. - Flipa - dijo Jero, a su lado, tras soltar un silbido.- ¿Ese es el amigo de tu padre? ¿El del súper cochazo? - ella asintió, divertida y hastiada a partes iguales.- ¡Es alucinante! - soltó su amigo, añadiendo después con una mueca.- El coche, no tu tío.

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- Muchos hombres lo encuentran alucinante a él - sonrió Tania. - ¡Normal! - Jero asintió enérgicamente. Debió de darse cuenta de lo raro que sonaba, puesto que no tardó en agregar.- No lo digo de forma gay, ¿eh? Es que... Es guay. Me gustaría parecerme a él, seguro que se trae a las chicas de calle. Tania sólo soltó una risita, antes de acercarse a Álvaro, que la estrechó entre sus brazos con aire cariñoso. Después, se colocó las gafas a modo de diadema para pasar a observarla detalladamente, frunciendo un poco los labios. - Estás más delgada. - Oh...- suspiró la chica. - ¿Qué? ¿No se supone que hay que decir eso? - sonrió el hombre, revolviéndole el pelo como si siguiera siendo una cría de siete años.- En las películas siempre lo dicen. - Cierto - asintió Jero. Álvaro se volvió hacia él, ladeando la cabeza para examinarle. Éste último se encogió un poco, como temeroso, lo que provocó que Tania riera levemente. - Tú debes de ser Jerónimo. Su amigo. - No me llame por mi nombre - suplicó el muchacho, acompañándose de una nueva mueca.- Siempre que me llaman así, me siento como un indio con sus plumas y todo... Con Jero está bien. En serio. Álvaro se quedó muy serio, ceñudo, lo que provocó que Jero palideciera, temeroso. Fue a decirle que, en realidad, su tío le estaba tomando el pelo, pero le entró un ataque de risa que le impidió articular palabra alguna. Sin embargo, a Álvaro debió de darle un repentino ataque de conciencia o algo, puesto que no tardó ni dos segundos en soltar una carcajada; tendió una mano hacia el pobre Jero, que se quedó desconcertado: - Encantado de conocerte, Jero. Soy Álvaro. Los tres se montaron en el coche, donde siguieron riéndose del chico por haberse tragado aquella broma. Éste se defendió argumentando que Álvaro había sido realmente convincente, lo que les hizo reír todavía más. - Bueno, el plan es el siguiente - les informó el hombre, mientras conducía.- Te vas a quedar en mi casa. Lucía tiene trabajo y, además, la última vez estuviste con ella. Tenéis libre toda la tarde hasta la hora de la cena. - ¿Vendrá Lucía? - inquirió Tania emocionada. - Cocinará ella, de hecho. - Tienes suerte - le guiñó un ojo a Jero, arrancando quejidos en su tío.- Tienes muchas virtudes, pero la cocina no es una de ellas... Lo siento. - Al menos no eres tan cruel como tu padre. - Papá siempre se mete con sus platos - le explicó a su amigo, sonriendo al recordar varios de los numeritos que solían montar cuando cenaban los tres juntos.- Álvaro no lleva demasiado bien el que le recuerden que no es perfecto y tiene fallos como todos. - ¡No hables de mí como si no estuviera aquí! Nada más dejar sus cosas en el ático de Álvaro, que estaba situado en plena Gran vía, Tania se llevó a Jero a dar una vuelta por la ciudad. El chico le explicó que era de un pueblo, donde no había ni tanto tráfico, ni tanta gente, ni tantas tiendas... Estuvieron en algunas de ellas como el Fnac de Callao o incluso la enorme librería Casa del libro. - A Deker le encantaría. Creo que estaría tan emocionado que hasta sonreiría, ¡no te digo más! - exclamó al ver la fachada, haciéndola reír. Una vez entraron no puedo evitar silbar de impresión de nuevo.- ¡Es gigantesca! - Te emocionas con poco, ¿eh? Jero sólo se encogió de hombros, aunque se lo confirmó poco más tarde cuando en el Fnac se puso como un niño en plena mañana de Navidad al ver la sección de cómics. Iba de una estantería a otra, señalando ejemplares maravillado, mientras Tania no podía dejar de sonreír. Era

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agradable ver a alguien así, tan alegre y que se emocionara de verdad con tan poca cosa. Después de que cogiera tres tomos titulados Excalibur, tuvo que arrastrarlo fuera, ya que seguía mirando una figura de un hombre vestido de azul y con un visor amarillo con cristal rojo. - Lo quiero - lloriqueo, alzando las manos hacia la figurita, mientras Tania lo arrastraba hacia la caja para que pagara.- ¡Es Cíclope! ¡Y menudo Cíclope! ¡Cómo mola! ¡Lo quiero! - Me lo agradecerás cuando dejes de verlo. No obstante, frunció los labios con aire pueril, mientras le explicaba lo sumamente genial que era el tal Cíclope (al parecer, su x-men favorito) para que le entendiera. No tardó en hacerlo, puesto que al pasar por el escaparate de una zapatería, sintió un auténtico flechazo. Se quedó pegada contra el cristal, contemplando las botas más bonitas que había visto nunca. - ¡Oh, mira! ¡Son preciosas! Deberían estar en el Prado... - Sólo son botas - rió Jero. - ¡Sacrilegio! ¡No son sólo botas! ¡Son unas botas preciosas! - Ah... Vale... Estaba claro que Jero no comprendía la apreciación, pero se lo pasó por alto, puesto que seguía demasiado ocupada contemplándolas. - ¡Las quiero! ¡Las quiero, las quiero, las quiero! Y en aquella ocasión fue Jero quien la arrastró a ella fuera de aquel lugar, puesto que, como bien le señaló el chico, costaban una auténtica fortuna y no se las podía permitir. - Me lo agradecerás cuando dejes de verlas - añadió él. - ¡Y te creerás tan gracioso! Le asestó un golpe en el estómago, lo que hizo que Jero entrecerrara los ojos, haciéndose el ofendido. No tardó en tirarse sobre ella para hacerle cosquillas, aunque Tania se zafó y salió corriendo sin dejar de reírse. Sus carcajadas se multiplicaron cuando el chico empezó a perseguirla con una sonrisa pícara en los labios. Después de que chocaran con un par de ancianitos y que casi los tiraran al suelo, decidieron dejar de jugar para evitar más accidentes. Sin embargo, no dejaron de reírse, a pesar del susto inicial que se habían llevado. Como acabaron andando un buen trecho, decidieron coger el metro para regresar. Acabaron los dos sentados en un asiento doble de un vagón casi vacío, mientras compartían los cascos del minúsculo I-pod último modelo de Tania. Ésta tenía el aparatito rosa entre las manos, jugueteaba inconscientemente con él, mientras observaba el vacío. Volvía a pensar en Rubén. Era molesto. Siempre acababa acordándose de él. Siempre. Sobre todo en los momentos más insospechados, en aquellos en los que debería estar pensando en otra cosa, como si hasta le quisiera robar todos sus momentos, incluso en los que no debería estar. Estaba tan absorta en sus pensamientos sobre Rubén, que no vio la forma en la que Jero la miraba. La cena transcurrió de forma muy agradable: no sólo se pusieron al día, sino que comenzaron a contar distintas anécdotas divertidas, por lo que los cuatro acabaron riéndose a carcajada limpia. Las que más triunfaron fueron las correrías de Álvaro y Mateo, ya fuera de cuando eran universitarios, ya fueran otras más actuales. Cuando la velada terminó, Lucía se puso en pie y abrazó a Tania con fuerza, diciéndole lo mucho que la echaba de menos y que acudiría a visitarla al internado el sábado de la semana siguiente. Después se despidió de Jero con una sonrisa, para acabar con Álvaro a quien también abrazó amistosamente. Al verla marchar, Tania se sintió triste. Aquello le recordó que las cosas habían cambiado. Antes era habitual que tanto Álvaro como Lucía se pasaran por casa, así que los veía a menudo, aunque siempre era una sorpresa. En

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cambio, ahora tenía que planificar las visitas que, además, eran escasas para lo que estaba acostumbrada. Tras ayudar a Álvaro a recoger la mesa y meter los cacharros en el lavavajillas, se despidió de los dos chicos para meterse en la cama. No llevaría ni cinco minutos tumbada, cuando alguien llamó a su puerta con los nudillos. Instantes después, Jero entró en el dormitorio con cuidado de no hacer ruido, quedándose en la puerta. - No irás a llorar... ¿Verdad? - preguntó, incómodo. - Tranquilo. - Puedo leer tu cara, ¿sabes? - le sonrió con timidez, mientras sus mejillas se sonrojaban un poco.- Sé cuanto estás triste... Como ahora. ¿Quieres contarme qué ocurre? Se quedó un instante callada, retirándose el pelo detrás de las orejas. - Lo que quiero es dejar de estar triste. Jero asintió, como si la entendiera. Debió de sentirse más cómodo (estaba segura que el cerciorarse de que no iba a echarse a llorar, había contribuido a ello), puesto que avanzó hasta sentarse en la cama. - ¿Sabes? Las historias que ha contado Álvaro sobre tu padre y él me ha recordado a un amigo que tenía. Al que era mi mejor amigo. - ¿Era? ¿Hace tiempo? - Sí... Parecen siglos - asintió lacónicamente.- Tu padre y Álvaro parecen íntimos, los típicos amigos inseparables, los que parecen hermanos...- le sonrió, animado.- Ahora entiendo por qué él es tu tutor, seguro que no hay nadie en el mundo en el que confíe más. Tania ladeó la cabeza, sonriendo. Entonces, de súbito, se le ocurrió algo. - ¡Eso es! - exclamó de pronto, agarrando a Jero de la mano con fuerza y sobresaltándolo; se volvió hacia él, daba botecitos en la cama sin darse cuenta.- ¿No lo comprendes? - ¿El qué? ¿Qué si me presionas más la muñeca, la romperás? - Que la persona en la que más confía mi padre es Álvaro, por lo tanto... - ¡Le dio a él el objeto! ¡Claro! - comprendió de pronto el chico, dándose una palmada en la frente.- ¿Crees que estará aquí? Consideró aquella opción para acabar encogiéndose de hombros, mientras decía: - No lo sé - hizo una pausa. Se llevó la mano derecha a los labios para mordisquearse las uñas distraídamente.- Quizás... Debería preguntarle - consideró la cuestión durante unos instantes y acabó agitando la cabeza.- Aunque puede que eso sea una mala idea. ¿Y si se preocupa? ¿Y si nos aparta de todo esto? - ¿Y si traicionó a tu padre? - ¿Qué dices? No, eso no es posible - declaró categóricamente. - Recuerda la carta de tu padre, te instaba a tu confiar en nadie. - Por la misma regla de tres, no debería fiarme de ti - le recordó con suavidad. La mera idea de desconfiar de Álvaro o de Lucía hacía que se estremeciera. No, no podía ser posible...- Sin embargo, creo que deberíamos registrar la casa. - Tu forma de confiar es muy rara... - No, tonto - le interrumpió, acompañándose de un ademán.- Mira, conozco a Álvaro y sé que nunca admitirá que tiene lo que quiera que sea que le diera mi padre. Si es que son iguales en eso...- suspiró.- Me mantendrá apartada, segura. Me protegerá, ¿entiendes? Al día siguiente, Tania se despertó a las cinco de la mañana para curiosear. No era la primera vez que estaba en casa de Álvaro y, por eso, estaba segura de reconocer algo que no debería estar ahí. Sin embargo, no halló nada nuevo, todo seguía como meses atrás: las mismas obras de arte que incluían extraños cuadros de pintura moderna, estatuas y antigüedades.

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Hasta aquel preciso momento no se había detenido a admirarlas, también a pensar en lo sofisticado que era el gusto de Álvaro y en el hecho de que aquella casa bien podría hacerse pasar por un museo. ¿Y si Álvaro es el Zorro plateado? Agitó la cabeza, riéndose por lo bajo de su propia elucubración. Claro, Álvaro Torres, el señorito más señorito de cuantos su padre había conocido, siendo un conocido ladrón... ¡Qué ideas! Aunque, debía admitir, la imagen mental que le ofreció Álvaro huyendo por las alcantarillas era francamente divertida. Olvidándose un poco de su fracaso debido a aquella idea, regresó a la cama para dormir un par de horas más. La despertó el olor a tostadas y a café, por lo que no tardó en ponerse en pie y salir a la cocina, mientras se colocaba su bata. Ahí se encontró a Jero, que parecía haberse caído en la primera silla que había pillado y que contemplaba la nada, adormilado; también estaba Álvaro, a quien el ama de llaves le estaba colocando bien la corbata. - Sigue siendo un desastre, señorito - le reprendió la mujer. - Oh, doña Rosa, no empiece...- suspiró, separándose. Al hacerlo, debió de verla, puesto que sonrió y se acercó a ella.- Buenos días, preciosa - le señaló con un gesto de cabeza a Jero.- Le he dicho a tu amigo que debo volver al despacho un rato, pero, sinceramente, dudo mucho que se haya enterado. - ¿Volverás para comer? - Sí, sí, tranquila - asintió.- Doña Rosa estará hasta que vuelva, pero, tranquilos, es una santa y no os molestará. Le dedicó otra de sus encantadoras sonrisas, antes de marcharse. Tras despedirle, Tania se sentó frente a Jero y le dio los buenos días a doña Rosa, mientras cogía una tostada del montón que había en medio de la mesa. La buena mujer les indicó que se iba a limpiar y que si necesitaban algo, que la llamaran. - Eno as. Tania supuso que Jero le había dado los buenos días, ya que entre el bostezo y que se había llevado una tostada a la boca, apenas entendió un par de sílabas. Se levantó de su asiento para cerrar la puerta con suavidad y, así, cuando volvió a sentarse poder decirle con tranquilidad: - No he descubierto nada raro. - Si tiene eso, seguramente esté en una caja fuerte - opinó él, encogiéndose después de hombros al añadir.- Al menos, es lo que yo haría. Protegerlo todo lo posible. - Pero eso sería llamar la atención, ¿no crees? - Mmm... Podría ser. Se quedaron en silencio, considerando todo aquello, cuando doña Rosa volvió a la cocina torciendo los labios. - Este hombre no cambiará nunca - mascullaba, mientras se agachaba frente al armario donde había guardados todo tipo de productos de limpieza.- Ni siquiera ordena tras haber pasado la vergüenza que tuvimos que pasar... ¡Qué hombre! - se había incorporado de nuevo e iba armada con un paño y un bote.- Oh, perdonad. Es que su tío me saca de mis casillas... - Según mi padre tiene ese don. - ¿Qué pasó? - quiso saber Jero. - Según el señorito no fue para tanto - admitió ella un poco a regañadientes.- Le robaron una caja de música, puso la denuncia y cuando la policía llegó... Ay - suspiró, agitando la cabeza de un lado a otro y abriendo los ojos demasiado.- ¡Se pensaron que el caos era producido por los ladrones! ¡Y no, nada de eso! Intercambiaron una mirada, que pasó inadvertida para doña Rosa. Ésta se marchó, por lo que los dos tuvieron que ponerse en pie de un salto y seguirla. - ¿Alguien robó una caja de música? - inquirió Tania.

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- Sí - asintió la mujer. Estaba demasiado ocupada sacando brillo de la enorme mesa de roble del salón, aunque se detuvo para mirarlos un momento.- Tranquilos, no fue nada. Era una mera cajita de música, no era muy valiosa... Al menos comparada con lo que hay aquí. Ambos asintieron en silencio, mirándose de nuevo. Justo después acudieron raudos a sus habitaciones para cambiarse de ropa y poder salir a dar una vuelta, donde doña Rosa no pudiera enterarse de lo que hablaban. Habían comprobado que no era precisamente discreta, así que temían que pudiera contarle a Álvaro sus pesquisas y Tania, por el momento, prefería mantenerlo al margen para poder seguir actuando con libertad. Empezaba ya a hacer peor tiempo, los últimos resquicios del verano se estaban yendo con septiembre y ya tenían que ir con manga larga. Aún así, prefirieron pasear por la Gran vía en vez de refugiarse en alguna cafetería. - ¡Genial! - gruñó Tania, pasándose una mano por el pelo.- Por fin damos con el objeto, está cerca, pero va y lo roban. ¡Estupendo! - ¿Crees que fue Rondador? - Puede...- admitió con un hilo de voz; la idea le aterraba porque sin Rondador, estaban perdidos, se habían quedado sin pistas.- Seguro que por eso no nos responde...- soltó un gruñido desesperado, apretando los puños.- ¿Y ahora qué vamos a hacer? - ¿Contarle lo que sabemos a tu tío? - Buff...- resopló ella.- Creo que no tenemos otra opción. Decidieron ir a verle a su despacho, puesto que no querían perder más tiempo. Tuvieron que llamar a Álvaro para que bajara a la planta baja para recogerlos, puesto que el portero del edificio no les dejaba pasar. El hombre se sorprendió al verlos, lo que fue evidente, aunque no dijo nada, simplemente los guió a su despacho y les hizo tomar asiento. Después salió un momento para decirle a su secretario que ya habían acabado y que tenía libre hasta el lunes. Luego, simplemente, cerró la puerta y se volvió hacia ellos, suspirando, mientras se pasaba una mano por los rubios cabellos. - A ver, contadme, ¿qué es lo que sabéis? Aquello les cogió tan de improviso, que Tania se quedó sin palabras y a Jero se le cayó la mandíbula casi como si fuera un dibujo animado. Álvaro pareció divertirse ante aquellas reacciones, ya que volvió a exhalar un suspiro, meneando la cabeza. - Conozco a tu padre, mejor que mí mismo. Sé que te dejaría algo para mí - la miró a los ojos, curvando los labios un poco.- Y, al parecer, a ti no te conozco tan bien porque creía que confiabas en mí. - ¡Confío en ti! - exclamó. - Ya lo veo. - Lo que pasa es que sé que me dejarías a un lado - Tania le devolvió la mirada con dureza. Estaban hablando de su padre, SU padre, así que no iba a dejar que nadie la apartara de la investigación.- Y no voy a permitirlo. Álvaro la contempló muy serio, ella siguió apretando los puños, hasta que, al final, el hombre se echó a reír, agitando la cabeza de un lado a otro. - Te pareces mucho a tu madre, ¿sabes? Pero el carácter, ay el carácter... Ése lo has heredado de tu padre - deslizó una mano por su rubio cabello.- Vamos a hacer una cosa: me decís lo que sabéis, yo hago lo mismo y nadie se ve apartado. Le explicó todo: la carta, la visita a su casa y cómo había encontrado el USB... Únicamente se guardó para sí lo relacionado con Rondador nocturno, puesto que, aunque era verdad que confiaba en su tío, prefería guardarse al misterioso contacto para ella. Álvaro escuchó todo atentamente, acomodado en la silla que había tras su mesa. Cuando Tania acabó, se quedó callado. Había enlazado las manos y la miraba por encima de ella, como evaluándola, aunque, como ella no tardó en comprender, lo que de verdad estaba evaluando era la historia.

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- Desgraciadamente no tengo mucha más información - acabó diciendo. Hizo una pausa antes de continuar.- El día antes de su desaparición Mateo vino a verme. Me hizo jurar que guardaría una cosa, una caja de música y que nunca, bajo ninguna circunstancia, la abriría. - ¿Te dijo por qué? - No - admitió, acompañándose de un gesto de cabeza.- Tampoco insistí. Cuando Mateo me dice algo, es por alguna razón - volvió a callarse durante unos segundos.- Sin embargo, hace una semana la robaron. La policía la está buscando, pero... - ¿Y no tienes ni idea de quién lo robó? - Un ladrón. Tania y Jero lo miraron hastiados, por lo que Álvaro les brindó una nueva sonrisa, seguía pareciendo divertido. Agitó la cabeza con elegancia, mientras se reclinaba en el asiento. - ¿Os pensáis que sólo hay dos ladrones en el mundo? - Eh... ¿Si? - se aventuró Jero. - Pues no. Hay muchos, muchísimos ladrones. Durante un segundo, Tania hubiera jurado que a su tío le brillaban los ojos de forma un poco rara, aunque luego agitó la cabeza. De hecho, bastante tenía con no darse cabezazos contra el escritorio, ya que ni siquiera se había planteado que existieran más ladrones en el mundo que el Zorro plateado y Rondador Nocturno. Después, fue consciente de algo que fue peor que una puñalada... O lo que Tania suponía que sería sentir una: - Entonces... No tenemos nada para continuar.