cuatro damas: capítulos 15, 16 y 17

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Capítulo 15 Ecos del tiempo - ¿Qué es un eco del tiempo, papá? Tania estaba sentada tras el escritorio de su padre, las piernas le colgaban y todavía no alcanzaban el suelo; de hecho, su padre había tenido que ayudarla a acomodarse, pues la silla era demasiado alta. Ante su pregunta, su padre se volvió hacia ella, sonriéndole con cariño infinito. - ¿Por qué lo preguntas, cielo? Tania frunció los labios, arrugándolos primero hacia la derecha y luego hacia la izquierda. ¿Se enfadaría papá si le decía la verdad? No, papá nunca se enfadaba. - Lo he leído en esos papeles. Había alargado el dedo índice para señalar una serie de hojas escritas a mano, que había estado leyendo porque podía hacerlo. Ya era una niña mayor, sabía leer y le gustaba demostrárselo a sí misma y a los demás. Su papá se acercó al escritorio para coger las hojas. Lo hizo como cuando ella cogía a su Baby Born, como había visto coger a los bebés... ¿Aquellos papeles eran el mapa de un tesoro? ¿Papá los trataba así por eso? Su papá miraba los papeles con una sonrisa en los labios. Después, se arrodilló a su lado. - Mamá llamaba así a las fotografías. - ¿Y por qué no las llamaba fotos? - Porque tu mamá era especial, cariño, era muy especial. - ¿De verdad esto es seguro? - preguntó Jero con un hilo de voz. - Llevo conduciendo desde los trece y soy excepcionalmente buena...- Ariadne, ladeó la cabeza divertida, estirando los labios con un mohín petulante.- Como en todo, a decir verdad. Bueno, salvo algún deporte, pero, bah, tampoco es importante. - Tú no nos mates, por fa... - No te he obligado a venir, puedes bajarte si quieres. - Tampoco he dicho eso. - Pues deja de quejarte. La discusión entre Ariadne y Jero era como el ruido de la lluvia contra los cristales en una tarde en la que estaba ocupada: estaba ahí, era algo constante que escuchaba, pero no le prestaba atención alguna. Desde que les había dicho que su padre le enviaba a buscar a un tal Y en las fotografías, no había dejado de pensar tanto en el secuestro de su padre como en su madre y en los recuerdos que tenía del primero. Se encontraba en la parte de atrás de un coche negro que, según Jero, era una auténtica joya por la que vendería hasta su ropa interior. Era uno de los vehículos que Felipe Navarro tenía escondidos en el internado por si algún ladrón lo necesitaba o, al menos, eso le había explicado Ariadne mientras los guiaba a través de los túneles. ¿Y si esta pista tampoco nos lleva a nada? Agitó la cabeza, no, no debía pensar en ello, no debía ser negativa para no gafar nada. Mejor regresar a la realidad, donde, por algún extraño motivo que desconocía, Jero estaba inclinado hacia delante y le decía a Ariadne: - Sinceramente, creo que a vuestros pasadizos les falta algo. No sé, unas antorchas o algo. Les faltan personalidad y encanto. - ¿Sabes lo absurdo que sería llevar una antorcha? - Pero molaría agitarla y hablar con acento cubano.

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Siguiendo el mensaje que acaban de descubrir, Tania, Jero y Ariadne regresan a Madrid para saber qué nueva pista les ha dejado Mateo. Por otro lado, Deker Sterling sigue con sus propias pesquisas, aunque algo que no esperaba se entromete en su camino.

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Capítulo 15 Ecos del tiempo

- ¿Qué es un eco del tiempo, papá? Tania estaba sentada tras el escritorio de su padre, las piernas le colgaban y todavía no alcanzaban el suelo; de hecho, su padre había tenido que ayudarla a acomodarse, pues la silla era demasiado alta. Ante su pregunta, su padre se volvió hacia ella, sonriéndole con cariño infinito. - ¿Por qué lo preguntas, cielo? Tania frunció los labios, arrugándolos primero hacia la derecha y luego hacia la izquierda. ¿Se enfadaría papá si le decía la verdad? No, papá nunca se enfadaba. - Lo he leído en esos papeles. Había alargado el dedo índice para señalar una serie de hojas escritas a mano, que había estado leyendo porque podía hacerlo. Ya era una niña mayor, sabía leer y le gustaba demostrárselo a sí misma y a los demás. Su papá se acercó al escritorio para coger las hojas. Lo hizo como cuando ella cogía a su Baby Born, como había visto coger a los bebés... ¿Aquellos papeles eran el mapa de un tesoro? ¿Papá los trataba así por eso? Su papá miraba los papeles con una sonrisa en los labios. Después, se arrodilló a su lado. - Mamá llamaba así a las fotografías. - ¿Y por qué no las llamaba fotos? - Porque tu mamá era especial, cariño, era muy especial.

- ¿De verdad esto es seguro? - preguntó Jero con un hilo de voz. - Llevo conduciendo desde los trece y soy excepcionalmente buena...- Ariadne, ladeó la cabeza divertida, estirando los labios con un mohín petulante.- Como en todo, a decir verdad. Bueno, salvo algún deporte, pero, bah, tampoco es importante. - Tú no nos mates, por fa... - No te he obligado a venir, puedes bajarte si quieres. - Tampoco he dicho eso. - Pues deja de quejarte. La discusión entre Ariadne y Jero era como el ruido de la lluvia contra los cristales en una tarde en la que estaba ocupada: estaba ahí, era algo constante que escuchaba, pero no le prestaba atención alguna. Desde que les había dicho que su padre le enviaba a buscar a un tal Y en las fotografías, no había dejado de pensar tanto en el secuestro de su padre como en su madre y en los recuerdos que tenía del primero. Se encontraba en la parte de atrás de un coche negro que, según Jero, era una auténtica joya por la que vendería hasta su ropa interior. Era uno de los vehículos que Felipe Navarro tenía escondidos en el internado por si algún ladrón lo necesitaba o, al menos, eso le había explicado Ariadne mientras los guiaba a través de los túneles. ¿Y si esta pista tampoco nos lleva a nada? Agitó la cabeza, no, no debía pensar en ello, no debía ser negativa para no gafar nada. Mejor regresar a la realidad, donde, por algún extraño motivo que desconocía, Jero estaba inclinado hacia delante y le decía a Ariadne: - Sinceramente, creo que a vuestros pasadizos les falta algo. No sé, unas antorchas o algo. Les faltan personalidad y encanto. - ¿Sabes lo absurdo que sería llevar una antorcha? - Pero molaría agitarla y hablar con acento cubano.

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- No te lo tomes a mal, pero te faltan atributos para ser Ana de Armas... - Tienes razón, me parezco más a Yon González - Jero le guiñó un ojo, haciendo después como que se soplaba las uñas. - Pues yo te encuentro más parecido al Gnomo. - ¡Eh! - No me puedo creer que estéis hablando de esto - suspiró Tania, hastiada, recostándose en el asiento de nuevo. Entonces comenzó a observar un paisaje que le resultaba familiar: tráfico, edificios altos, muchísima gente... Ya habían llegado a Madrid.- ¡Oh, casa! ¡Al fin! - se acercó al asiento del conductor.- ¿Sabrás llegar a mi casa? - Conozco Madrid, tranquila. - ¿Segura? - ¡Y dale! - exclamó Ariadne.- Oye, si creéis ambos dos que podéis hacerlo mejor, pues hacedlo. ¿Quieres conducir? Le hubiera encantado replicar, pero ni se le ocurrió nada, ni pudo echarle nada en cara porque la chica no tardó en encontrar el edificio donde vivía. Tras aparcar, los tres subieron al apartamento que estaba en penumbra con todas las persianas bajadas y varias telas sobre algunos muebles. Seguramente Lucía se había pasado por ahí para cerrarlo, para dejarlo de la mejor de las maneras ahora que nadie iba a vivir ahí. Le costó un poco verlo todo así, pero la vez anterior había sido tan dura que se había inmunizado en cierta manera. Por suerte, en aquella ocasión previa el que le acompañaba era Rubén. Seguramente Jero era de más confianza, con quien más había hablado y a quien más conocía, pero seguía siendo Rubén con quien prefería pasar los momentos más duros... Todos en realidad. ¿Pero por qué estaba pensando en él en ese preciso momento? Agitó la cabeza, se obligó a olvidarle y avanzó hacia el despacho de su padre. - En el salón están los álbumes de fotos, pero en esos sólo salimos nosotros dos, mamá y tío Álvaro y tía Lucía - les explicó, mientras encendía la luz del despacho. Le bastó echar un vistazo para saber que alguien lo había ordenado, sí, eso tenía que ser obra de Lucía, Álvaro era demasiado señorito y, seguramente, no sabría ni sujetar una escoba en condiciones.- Pero papá guarda una caja con fotos de su juventud. Tiene que estar ahí. Se agachó frente a la estantería para coger una caja de cartón que había en la balda más cercana al suelo. Cuando se incorporó, se dio cuenta de que Jero había cogido una de las fotos que había sobre el escritorio: exactamente una de ella ahí sentada con dos coletas, un agujerito negro en su dentadura infantil y las manos manchadas de pintura. - ¡Qué mona! - Anda, suelta eso - le pidió con una sonrisa. Depositó la caja sobre la mesa y se acomodó en la silla de su padre, al mismo tiempo que se percataba de que Ariadne estaba observando atentamente las estanterías. Había alzado una mano y acariciaba el lomo de los libros con delicadeza. - Tu padre es muy minucioso, ¿verdad? Y ordenado. - Sí. - Tiene los libros ordenados alfabéticamente y agrupados por autor, como si fuera una biblioteca - comentó distraídamente, antes de reunirse con ellos.- La mesa no la ha ordenado él, ¿verdad? - Tania se sorprendió tanto que Ariadne debió de tomarlo como un sí, puesto que añadió a modo de explicación.- En realidad no está ordenada, las cosas sólo están apiladas. Mira esas carpetas: son de distintos colores, pero no están agrupadas como tal... - A veces me das miedo - comentó Jero. - Cuando mi padre desapareció, dejó la mesa echa un auténtico desastre - dijo Tania mientras revisaba las fotografías por el reverso: su padre siempre apuntaba quiénes salían en las fotos, dónde se habían hecho y cuando.- Había muchísimos libros y papeles revueltos... Seguramente había entrado en un momento de exaltación periodística.

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- ¿Exalta qué? - se extrañó su amigo. - Cuando descubría algo se ponía como loco, entraba como en trance - se encogió de hombros, antes de añadir.- Anda, échame una mano y busca alguna “Y” por ahí. Fue a decirle lo mismo a Ariadne, pero la chica había regresado a la estantería. Estuvieron así un buen rato, en silencio: ellos dos rebuscando entre aquel montón de fotos de la juventud de Mateo, mientras Ariadne seguía observando su biblioteca con aire pensativo. Al final, fue ésta la que regresó al escritorio con el ceño fruncido, como si hubiera algo que no terminara de cuadrarle. - Creo que falta un libro. - Y yo creo que nos estamos equivocando - suspiró Tania, acompañándose de un gesto de cabeza.- Lo más parecido a una “Y” que he encontrado han sido fotos con un tal Ismael y otras con un tal Iván. - Mmm, en Nada no hay ningún personaje que se llame así - observó la chica.- Puede que una i griega sea lo más parecido que encontró a uno de esos nombres en el libro. - Ya lo he pensado, pero ninguno de los dos me suena de algo. - ¿No sabes nada de ellos? - Sólo que el tal Ismael tiene el bigote más feo que he visto nunca - le respondió Jero, dejando escapar una carcajada.- Mira, mira que ridiculez de bigote. En cuanto la chica tuvo la fotografía entre las manos, abrió los ojos desorbitadamente, por lo que Tania se sorprendió igualmente. Vale que fuera un bigote curioso, además de ridículo, pero tampoco era para semejante reacción. - Conozco a este tío. - ¿Es un ladrón? - inquirió Tania. - Nop. Mejor - Ariadne sonrió, mientras le enseñaba la fotografía que mostraba a Mateo con el tal Ismael sonriendo y con una jarra de cerveza en la mano.- Os presento a Ismael Prádanos o, lo que es lo mismo, el que escribió el libro que estabais buscando.

- ¿Necesita algo más, señorito Álvaro? Rosa, su señora de la limpieza, esperaba con calma en la puerta del salón. El espléndido olor de sus albóndigas en salsa penetró por todo su cuerpo, haciéndole la boca agua. Le dedicó una breve sonrisa, tras dejar de leer los papeles que tenía extendidos en la mesita de café. - No, nada. Gracias, Rosa, puedes irte si quieres. - Entonces hasta mañana, señorito. - Hasta mañana, Rosa. Se quedó tal y como estaba hasta que escuchó como la puerta se cerraba tras la mujer. Fue entonces cuando se puso en pie, ignorando a su estómago que pedía a gritos la comida, para alcanzar la estrecha estantería blanca. Entre todos los libros sabía cuál quería, el que tenía por título Leyendas relacionadas con obras de Arte y que estaba escrito por Ismael Prádanos. Acarició el lomo un instante, al siguiente lo abrió para leer la dedicatoria manuscrita:

Para mi gran amigo Mateo, Porque siempre estuviste a mi lado, dispuesto a escuchar los desvaríos de un loco. Por los secretos que hemos compartido, por saber que el mundo no es sólo lo que vemos. Por ayudarme a escribir este libro. Algún día también resolveremos tus dudas, mon frère.

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- ¿Estáis seguros de que no queréis volver conmigo? - Nos llevará Lucía, tranquila. Ariadne se encogió de hombros, antes de arrancar el coche negro y marcharse a toda velocidad, mientras la escuchaban cantar a voz en grito Highway to hell. Después, los dos se volvieron para entrar en la casa de su tía. En cuanto descubrieron que su padre conocía a Ismael Prádanos, el autor de aquel libro que relacionaba leyendas con obras de arte, habían acordado que Ariadne lo buscaría para poder hablar con él. La chica les había ofrecido llevarlos de vuelta al internado Bécquer, pero Tania rechazó la invitación: Lucía aún les estaría esperando pues, al fin y al cabo, estaban pasando el fin de semana con ella. No quería preocuparla, ni asustarla y, además, quería despedirse de ella, pues no sabía cuándo volvería a verla. Nada más entrar en el apartamento de su tía, ésta salió a recibirles con una sonrisa cómplice en los labios. Llevaba el pelo mal recogido y un delantal, la acompañaba el olor a comida recién hecha. - Mírales, ¿qué horas de venir son estas, eh? Tania también esbozó una sonrisilla. - Nos hemos quedado dormidos en casa de Clara, nos hemos despertado hace nada... - Juventud. Divino tesoro - suspiró, divertida, Lucía con los ojos en blanco.- Bueno, entonces supongo que os lo pasaríais bien en la fiesta. - Fue... Interesante - apostilló Jero. - No hemos pasado demasiado tiempo juntas, pero, al menos, nos queda la comida - se encogió de hombros.- ¿Estáis demasiado resacosos como para poner la mesa? Bueno, tampoco es que me importe, sois jóvenes: sobreviviréis - y se echó a reír. Entre los dos no tardaron en preparar la mesa de la cocina y, mientras colocaba los platos y los cubiertos, Tania no dejaba de sentirse tentada de preguntarle a Lucía sobre Ismael Prádanos. Según Ariadne, no era algo demasiado inteligente, ya que no podía controlar lo que haría Lucía y, por tanto, quién podría averiguar lo que tramaban. A ella, personalmente, aquel razonamiento le parecía absurdo y paranoico. Ni que estuviéramos en el medio de una conspiración judeo masónica... Ahora bien, ¿cómo podía sacar el tema sin levantar las sospechas de Lucía? Álvaro y ella habían acordado mantenerla al margen. - Ah, por cierto - dijo entonces Lucía.- ¿Se puede saber qué libro buscas? - ¿Eh? - Llevo sin ver a Álvaro días. Cuando le pregunté lo que sucedía, me explicó que estaba buscando un libro que le habías encargado y que no encontraba - alzó un dedo, apretando un poco los labios.- Que sepas que me parece fatal que no me hayáis pedido ayuda. - Bueno, en realidad no es tan importante - Tania se encogió de hombros, fingiendo incluso desdén, aunque en realidad estaba emocionadísima: tenía la excusa perfecta para indagar.- Es algo más bien sentimental. Algo de mi padre, por eso Álvaro se está molestando tanto, ya sabes que en el fondo es un blandito. - ¿Estáis buscando su diario? - No, qué va. Un libro de un amigo suyo: Ismael Prádanos. ¿Te suena? - No, la verdad es que no - Lucía negó con un gesto, aunque se quedó pensativa.- Pero yo no conozco a todos sus amigos, ese más bien es Álvaro, llevan siendo inseparables desde la universidad. ¿Álvaro? Pues vamos apañados, si Álvaro le conociera me lo hubiera dicho.

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Capítulo 16 El prestidigitador

El conocido ardor del whisky le inundó la boca, cayendo después por la garganta. Deseaba que le abotargara los sentidos, que durmiera su mente... Pero, como siempre, no surtió efecto, su cabeza siempre funcionaba, siempre pensaba. Se echó hacia atrás, acomodándose en el alargado sofá de cuero negro. - ¿De verdad crees que eso hará que dejes de pensar en mí? La voz femenina fue un susurro. Fue sensual. Se vio obligado a cerrar los ojos, pues aquel tono sedoso tan bonito sí que logró emborrachar cada parte de su ser. Los labios de ella seguían tan cerca de su oreja que casi podía sentirlos en su piel. La mera idea de tocarla hacía que su corazón latiera con rapidez, que el fuego le embriagara y que cierta parte de su anatomía se endureciera entre sus piernas. Pero, claro, prefería morir antes que reconocerlo. Por eso, trazó una sonrisa torcida, mientras apoyaba la nuca en el respaldo del sofá. - Siempre he sabido que detrás de ese silencio, se ocultaba un ego enorme. Los dedos de la chica le rozaron el cuello de la camisa, deslizándose después sobre sus hombros, al mismo tiempo que ella le rodeaba para acabar frente a él. Estaban en una sala oscura, donde apenas había luz, tan solo un flexo alargado de color violeta al fondo. Era suficiente. El contorno de la joven se dibujaba contra el nítido morado. Piernas largas, las más hermosas que jamás había contemplando. Estaban prácticamente desnudas, de no ser por los zapatos de tacón imposible y una ridiculez de falda hecha con tul negro que no cubría absolutamente nada. De hecho, podía ver el minúsculo tanga blanco junto debajo. Las caderas, quizás, no eran todo lo curvas que deberían, pero no le importaba, le encantaban tal y como eran. Siguió con su examen hacia arriba. El torso estaba cubierto por un corsé blanco que se ataba a la espalda con cintas de seda que caían desde el borde superior hasta el trasero. Y, para acabar, aquella cara de ojos marrones coronada por una cascada de pelo castaño claro que le caía hasta la cintura. Ariadne Navarro le sonreía, divertida, antes de inclinarse sobre él, teniendo mucho cuidado de no tocarle. - Bromee lo que desee, señor Sterling, pero veo como se le eriza la piel en cuanto me acerco a usted - Ariadne se sentó en el regazo de Deker y sujetó con suavidad la corbata negra que llevaba sobre la camisa blanca.- Anhelas mi piel. Sueñas con probar el sabor de mis labios. - Pensaba que nunca te rebajarías a ser uno de mis Grandes éxitos. Ariadne ladeó la cabeza un instante. Sus ojos ya no brillaban divertidos. Se puso en pie con gracilidad antes de acercarse a una larga barra metálica, a la cual se aferró. Apoyó la espalda en ella, alzando las manos por encima de su cabeza para agarrarse y comenzar a bajar su cuerpo, moviendo sensualmente sus caderas. No se detuvo ahí, prosiguió con su danza, agitando con elegancia cada parte de su cuerpo sólo con la intención de provocarle. Lo conseguía, oh, sí que lo conseguía. Deker se aflojó la corbata, se quitó la chaqueta negra, acalorado, mientras su mirada no dejaba de contemplar el rostro de Ariadne y los dibujos que trazaba su largo pelo en movimiento. Y no pudo controlarse más. Se puso en pie como un poseso, necesitaba alcanzarla, tocarla, tenerla entre sus brazos. De algún modo, se encontró estampándola contra la pared, su cuerpo contra el de ella. Enterró las manos en la melena, disfrutando de su tacto y clavando sus ojos en los de la muchacha. Se quedaron así, en silencio, unos instantes, simplemente mirándose.

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Después, Deker se abalanzó sobre Ariadne y la besó como si lo necesitara para respirar. La besó con pasión, con locura, con deseo, con ardor... La besó como si no existiera el mañana, mientras sus manos seguían perdidos en aquella suave cascada castaña clara. No podía separarse. No quería separarse. Quería más. Como él era más alto, pudo abarcar todo el cuerpo de Ariadne con el suyo, notándolo casi como si se fueran a fundir en uno. Al final, tuvo que soltar el cabello de la chica para agarrarla de la cintura, elevándola un poco, mientras seguía empujando con su cuerpo en dirección a la pared, en dirección a ella. Ariadne dejó de besarle los labios para seguir por la barbilla, por el cuello, por la oreja, la cual mordisqueó con suavidad. Deker estaba a punto de perder el conocimiento, aunque fue lo suficientemente hábil como para soltarle el corsé. Observó como éste caía... Caía... Caía... Y, de repente, la magia del momento, el poder del sueño, se terminó y Deker abrió los ojos de forma desorbitada, incorporándose como guiado por un resorte. Respiraba agitadamente, el sudor perlaba su rostro, su cuerpo y el calor se había adueñado de cada fibra de ser. Logró calmarse un poco, lo suficiente para mirar debajo de las sábanas y encontrar algo con lo que no había contado. - Mierda...- susurró para sí.

Aquel lunes fue el primer día que Tania no se despertó a horas intempestivas, sino con el tiempo justo de acudir a la ducha antes de ir a clase. En el baño, por primera vez, se encontró con muchas de sus compañeras, las cuales seguían mirándole mal, además de siendo muy poco discretas en sus opiniones hacia ella. Sin embargo, Ariadne no tardó en aparecer para sorpresa de todas las presentes, por lo que el objetivo a despellejar fue ella. Tania se apresuró en acabar, aunque estaba muy sorprendida: Ariadne gozaba de su propio baño prácticamente, ya que utilizaba el del ala de los profesores que ninguno de éstos utilizaba al tener el suyo propio en sus habitaciones. - ¡Madre mía, qué maduras! Tania salió de su cubículo, cubriéndose con una toalla mientras sentía que el pelo le chorreaba por la espalda. Se encontró a Ariadne sentada en uno de los bancos, peinándose la larga cabellera con los dedos, al mismo tiempo que suspiraba. Miró a su alrededor, estaban las dos solas, como si todas las demás se hubieran esfumado de repente. - ¿Qué ocurre? - quiso saber Tania. - Se han llevado mis cosas. Son de un original - la chica puso los ojos en blanco.- Bueno, ¿qué? ¿Acabas con la toalla? - Eh, sí... Espera un momento. Tras retorcerse el pelo para quitarle todo el agua posible y desenredándoselo con rapidez, le lanzó la toalla a Ariadne. Después, se vistió a toda velocidad, mientras miraba a la chica de vez en cuando con cierta lástima... Podía imaginarse lo que estaba pasando, pues de no haber aparecido Ariadne, ella hubiera sido... Yo hubiera estado en su lugar. Yo hubiera sido su víctima. Oh... Soy tonta. Tonta, tonta, tonta... Se humedeció los labios, nerviosa, antes de volverse hacia la chica. Ésta se había tapado todo lo posible con la toalla, aunque tampoco daba para mucho. Ariadne lo sabía, lo cual parecía haberla puesto de peor humor.

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- Gracias - fue lo único que acertó a decir. - ¿Gracias? - se extrañó Ariadne, dirigiéndose hacia la puerta. Ladeó la cabeza para clavar sus ojos castaños en ella, divertida.- Estás presuponiendo que he pensado en que te putearían y que he decidido venir a llamar la atención para que te dejaran en paz. Cuando, en realidad, lo único que ha ocurrido es que mi baño esta roto. Y, ahora, si me permites, voy a alegrarle la mañana a unos cuantos. Ariadne le guiñó un ojo, chasqueando la lengua, lo que provocó que Tania riera y se sintiera culpable al mismo tiempo. No tardó en seguir a la chica, dispuesta a devolverle el favor, aunque sólo fuera haciéndole compañía en el humillante viaje hasta su habitación. - Oye, espera, ¿y si voy a por tus cosas y esperas aquí? - No pienso esconderme por culpa de Erika y, eh, tengo unas buenas piernas. Al girar por una esquina, se toparon con Deker y Jero. El segundo iba parloteando sin parar, alegre, mientras su acompañante le ignoraba, concentrado en un libro. Sin embargo, ante el encuentro, Jero abrió la boca como si la mandíbula inferior le hubiera fallado y Deker se quedó mirando a Ariadne con las cejas alzadas. - Mierda, he vuelvo a confundir los sueños eróticos con la realidad...- comentó éste. ¿Por qué has dicho eso? ¡Ariadne te va a matar! Pero no ocurrió. Ariadne no estalló. Simplemente se marchó haciendo caso omiso, aunque cerró las manos entorno a la toalla con demasiada fuerza. - ¡Eh, Rapunzel, espera un momento! Deker se quitó la chaqueta del uniforme, mientras se acercaba a ella corriendo. Sin que Ariadne tuviera la oportunidad de detenerse, colocó la prenda sobre los hombros de la chica y la cerró con suavidad. - Luego me la devuelves. Aunque, si quieres, puedes abrazarla como si fuera yo. - Antes abrazaría a una boa constrictor. La joven reemprendió la marcha, mientras Deker regresaba junto a los demás, sonriendo para sí. En cuanto se reunieron, Jero le miró con los ojos un poco entrecerrados, malicioso. - Esta noche has soñado con ella, ¿no? El interpelado no le hizo ni caso, retomó su novela y también su camino, aunque Jero no se dio por vencido y le persiguió. Tania, durante un instante, miró el corredor vacío por donde se había marchado, la que presuponía, su nueva amiga. La habría acompañado, pero Ariadne ya se había ido, así que decidió seguir a los chicos. - No veas como se ha despertado el amigo - le informó Jero tras que su compañero le ignorara un par de veces más.- Una tienda de campaña. - Preferiría no saber esas cosas. - ¡Mujer, si es algo natural! Fue a decirle a Jero que, por muy natural que fuera, no quería saber cómo se despertaba Deker Sterling, pero no tuvo oportunidad. Se dirigían al comedor, por lo que habían bajado a la planta baja y, de repente, alguien tiró de ella. De pronto, de alguna manera, se encontró escondida debajo de las escaleras en compañía de Rubén. El muchacho, que le sonreía abiertamente, le indicó que se sentara al mismo tiempo que se acomodaba en el suelo. Tania lo hizo, todavía sorprendida, aunque, sobre todo, encantada de poder estar a solas con él. - ¿Qué tal te fue el sábado? ¿Encontraste a tu padre? - No. No exactamente - respondió, encogiéndose de hombros. No tardó en notar la preocupación sincera de Rubén; le alegraba ver que se interesaba tanto por ella.- Pero sí que encontramos a alguien que nos podría ayudar... A un buen amigo. Rubén asintió, sonriendo. Se percató de que los ojos del chico brillaban, se alegraba por ella de verdad. - Me hubiera gustado verte con el vestido. ¿Te gustó? - Es el más bonito de los que he tenido.

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- En cuanto lo vi, pensé en ti. En cuanto me lo puse, pensé en que me vieras con él. No obstante, Tania se limitó a observar sus pies en vez de decirle lo que pensaba. No quería pronunciarlas en voz alta, no quería presentarse tan vulnerable ante él que tanto poder tenía sobre ella. - Gracias - dijo en su lugar.- No habríamos podido entrar sin ti. Gracias. - No digas eso. Habrías sido capaz de llevar al ejército para entrar - el chico se rió, aunque no tardó en serenarse, mirándole con seriedad. Antes de que Tania pudiera siquiera reaccionar, Rubén la sujetó por la barbilla con suavidad.- Prométeme una cosa. - ¿Qué cosa? - Que vas a tener cuidado y... Que si necesitas ayuda, me la pedirás. - Eso son dos cosas. - Promételo. Tania le observó un instante. Sus ojos grises tan bonitos seguían brillando, aunque de forma diferente: apasionados, preocupados... Y todo por ella. Sintió un nudo en la garganta, ni siquiera encontraba la forma de conectar cerebro y boca, así que se limitó a asentir. Rubén la imitó, acariciándole la mejilla con suavidad. - Buena chica.

Estuvo ignorando al pesado de Jero durante todo el desayuno. Por suerte, con los años había aprendido a olvidarse del mundo y refugiarse en los libros de donde nadie podía sacarle. Siempre le quedaban los libros con sus historias, sus personajes... Si seguía considerando mínimamente interesante el mundo que le rodeaba era por los libros, mantenían su esperanza. Sin pretenderlo, alzó la mirada de las páginas. Tres personas acababan de entrar en el comedor: un chico alto que pasó de largo, Tania Esparza que se sentó con ellos y ella. Sonrió. La princesa de hielo. El zorro plateado. Rapunzel... Le iba bien tener tantos nombres. ¿Será hoy cuando saque tu verdadera personalidad? Se puso en pie, arrastrando la silla que había a su lado, al mismo tiempo que hacía una reverencia y decía en voz bien alta: - Princesa, si es tan amable. Ella hizo como si no le escuchara, dirigiéndose hacia la zona más alejada de él, pero Deker se interpuso, tendiéndole un brazo. La chica le dedicó una mirada tan gélida que otro se hubiera asustado, pero él enlazó su codo con el de ella y la guió hasta el asiento que había a su lado. Justo enfrente, Tania y Jero los miraban de hito en hito; el resto de la sala murmuraba o se reía por lo bajo. - Estás muy guapa, Rapunzel, pero prefiero tu vestido de esta mañana. Observó que Ariadne sujetaba los cubiertos con demasiada fuerza, aunque era la única señal que notó en ella de su ira. Quería pillarla en un renuncio, demostrar que era una farsante y una ladrona para poder acabar su misión y marcharse de ahí. - ¿No deberíamos hablar de...? - comenzó a decir Jero. - Ya lo planearemos todo esta tarde - le interrumpió Ariadne con desdén. - ¿El qué vais a planear? - se interesó con falsa inocencia.- ¿Una fiesta sorpresa? ¿Un botellón? ¿Un robo? - No recordaba que eras nuevo - suspiró la chica, encogiéndose de hombros.- ¿Por qué será? - inquirió con sorna, aunque luego volvió a exhalar un suspiro.- Dentro de dos semanas en Halloween y Todos los Santos. Se hace un festival escolar. Deker tuvo ganas de echarse a reír. Tenía un plan. Sabía cómo cazar al Zorro plateado y salir de aquel agujero en medio de la nada. - Interesante... Me apunto.

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Tuvo que pasarse la mañana fulminando con la mirada a Tania y Jero para que callaran y no metieran la pata hablando de Ismael Prádanos. Luego estaba él. Deker Sterling. Había dejado de verlo como un acosador para considerarlo un cazador. Ariadne Navarro nunca había creído en las casualidades y aquel comentario, supuestamente inocente, de Deker había activado sus alarmas. Les había preguntado si estaban planeando un robo, precisamente un robo. Sospecha sobre mí, por eso no me deja tranquila... Estaba en clase de historia, la última de esa mañana, y sentada a su lado. Deker siempre intentaba sentarse con ella y, aunque se mostraba tan fría como correspondía al personaje, por dentro deseaba salir corriendo de ahí. La mera presencia de Deker la agobiaba. ¿Y si la descubría? ¿Y si la apresaba? De pronto, las paredes parecieron empequeñecer, lo que la atosigó todavía más. - Señorita Navarro, ¿podría decirme qué periodo abarca la reconquista? Gerardo Antúnez, que ya se había reincorporado a las clases, la miraba desde la tarima, justo al lado de la pizarra donde había escrito en letras mayúsculas: RECONQUISTA ESPAÑOLA. - Siglos octavo a quince - respondió automáticamente. Pudo escuchar un susurro acompañado de multitud de risitas. No tenía ni que volverse para saber que Erika había hecho uno de sus comentarios. Le daba igual, sólo le importaba que Deker seguía mirándola de vez en cuando. Con disimulo, le observó ella a él, encontrándose con el muchacho, aburrido, hojeando su libro de historia; se detuvo en la parte final del tema, la que correspondía a arte y cultura. - ¿Qué opinas del arte mozárabe, princesa? ¿Te gusta? El timbre que señalaba el final de las clases la salvó de responder. Se incorporó como si nada, recogiendo sus cosas y aprovechó que Tania se sentaba junto a Jero en la fila de detrás para pasarle una nota discretamente. Después, se dirigió hacia su habitación donde comenzó a dar vueltas de un lado a otro como un león enjaulado. Estaba así cuando cayó en la cuenta de algo. Se volvió como alma que lleva el diablo hacia su escritorio, observando el tablero de ajedrez en el que llevaba jugando una partida con alguien que no conocía. Era él. Siempre ha sido él. ¿Y cómo cojones lo hacía? ¿Cómo sabía sus movimientos? No se colaba en su habitación, de eso estaba segura; tampoco podía averiguarlo a través de la ventana, era imposible; ni se trataba de un Objeto, llevaba casi toda su vida entre ellos y podía notarlos, rezumaban vida y energía. ¿Entonces...? No. Imposible. Aunque, citando a Sherlock Holmes: es una vieja máxima mía que cuando hayas descartado lo imposible, lo que quede, aunque sea improbable, debe ser la verdad. Magia. Fue hasta su estantería y comenzó a rebuscar con ahínco, con nerviosismo. ¿Por qué coño no ordenaba las cosas con cabeza? Al final, encontró el viejo tomo que estaba buscando y lo abrió para pasar las páginas hasta que halló la que quería. Estuvo a punto de cometer una locura, pero se controló en el último momento, sonriendo para sí. Y según Thomas Fuller, con los zorros hay que ser un poco zorro. Oh, Mentes criminales, me enseñas tanto en cada capítulo. La puerta se abrió tras ella y puso los ojos en blanco, ¿es qué no iban a aprender a llamar nunca? Decidió controlarse, por lo que dejó el libro sobre la mesa y se volvió hacia ellos. - ¿Leyendo ahora? Eso es dedicación - Jero soltó un silbido, antes de dedicarle una sonrisilla maliciosa.- ¿Sabes que tienes mucho que ver con Deker? Aquellas palabras le provocaron arcadas. Si sus sospechas eran ciertas, si Deker era lo que ella creía, no quería compartir con él ni una mísera célula. Ella era alguien honorable, era una

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ladrona, no era ni una criminal, ni una asesina. Jamás sería alguien tan despreciable como para matar... No como Deker, que tenía que pertenecer a los asesinos, no había otra explicación. - Si sigues por ahí, te rompo un brazo - le advirtió. - ¿Sabes algo de Ismael Prádanos? - preguntó Tania. - No hemos podido encontrarle, lo que es un poco raro - le respondió sin dejar de mirar el tablero de ajedrez.- Generalmente es muy fácil encontrar a una persona, ¿sabéis? Siempre hay guías de teléfonos, pedidos de Internet, facturas, registros, la seguridad social... Pero este tío se ha ocultado a conciencia. La dirección que hemos encontrado es falsa, dejó de vivir ahí hace mucho. Tiene un apartado de correos, pero de ahí no podemos sacar más. Tania se dejó caer en los pies de la cama, enlazando las manos con aire abatido. Se acercó a ella, sentándose a su lado. - Eh, no he dicho que no podamos continuar. - ¿Y cuál es el plan? - Mi plan era escaparnos esta tarde al pueblo a visitar a alguien que puede ayudarnos, pero gracias a la indiscreción de alguien...- clavó la mirada en Jero, fulminándole.- Y con alguien me refiero a ti, Einstein. Tenemos que hacer el maldito casting de la función escolar. ¡Yupi! - alzó los brazos, hablando con patente desánimo. - ¡Tampoco he dicho nada! - protestó el aludido. - Vale, quiero dejaros algo claro: no os fiéis un pelo de Deker Sterling. ¿Entendido? - se dedicó a observar a Jero con fijeza pues él era el descerebrado.- No es de fiar. Es decir, que no le digáis nada sobre mí o sobre tu padre o... Directamente no hables con él. - Deker es de fiar. - Y yo soy idiota - soltó con vehemencia, canturreando después.- Vamos a contar mentiras tralalá, vamos a contar mentiras... Los dos se hicieron burla mutuamente. - ¿Entonces cuándo vamos a ir a visitar a ese alguien? - quiso saber Tania. - Si no pasa nada raro, mañana. Y “raro” es una abreviatura de “si Jero no vuelve a meter la pata de nuevo” - y le siguió haciendo burla, mientras Tania suspiraba.

La sala de profesores siempre le resultaba estimulante. Le gustaba el ruido que se generaba ahí entre los libros, los cuadernos, los bolígrafos y, sobre todo, los profesores. Prefería trabajar ahí que en su despacho, era tan solitario, tan silencioso... Había estado repasando una serie de presupuestos hasta que la discusión entre varios de sus colegas había estallado; desde entonces la contemplaba, divertido, desde su sitio. - ¿Te traigo unas palomitas o algo? Valeria había entrado en la sala hacía cinco minutos exactos: se había servido un café antes de sentarse a su lado, arrastrando la silla para estar lo más juntos posibles. Felipe se encogió de hombros, sonriente, reparando en ella una vez más. Se trataba de una mujer de constitución menuda: más bien baja, muy delgada, daba la sensación de ser pequeñita, como una muñeca. Tenía el largo pelo rubio, los ojos almendrados y era increíblemente guapa, atractiva, sensual. A él siempre le había recordado a Brigitte Bardot; a decir verdad no debía de ser el único, pues el mote que los alumnos le habían puesto era Barbarella, uno de los personajes de la actriz. Valeria, por supuesto, lo odiaba. - Ya sabes que sólo como palomitas cuando veo tu película, Barbarella. Él, faltaba más, siempre se lo restregaba. - Un día se me acabará la paciencia y te atacaré con uno de los tochos que tiene Gerardo en el departamento - la mujer frunció el ceño, fingiendo ofuscación; lo acentuó cruzando los brazos sobre el pecho, además de dándole la espalda.

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Felipe se echó a un lado, sobre ella, acercando sus labios a los oídos de Valeria para poder susurrarle: - Ese día recordaré que soy tu jefe y te ordenaré cuidarme hasta que salga de la enfermería y haré que te pongas un traje de enfermera. No de esos pijamas de profesional, sino el vestidito blanco de stripper. Oh, sería el director más aclamado por los alumnos. - Los dos sabemos que nunca harías eso - se rió ella. - Cierto. No, no lo haría. Aguantaría estoico, haciéndome el hombre, aunque, claro, me vengaría igualmente porque si hiciera eso, caerías rendida a mis pies. Se miraron fijamente. Ella había alzado una ceja entre divertida, hastiada y sorprendida, mientras que Felipe permanecía tranquilo. Al final, Valeria abrió la boca para decir algo, pero no tuvo la oportunidad, pues uno de los profesores se le adelantó: - ¿Y tú que opinas, Felipe? Se trataba de Gerardo Antúnez, uno de los profesores de historia del internado; de hecho, era el jefe de departamento. El hombre se había acercado a él, apoyando las manos en la larga mesa que había en el centro de la sala. Le miraba fijamente, justo como todos los presentes, incluida Mabel Lozano, la otra protagonista de la discusión. - Que aprecio demasiado mi vida como para tomar partido entre vosotros dos. A su lado, Valeria rió, teniendo la delicadeza suficiente para taparse la boca con la mano, intentando ahogar las carcajadas. Qué risa tan bonita tenía. No obstante, no pudo abstraerse, pues sentía la mirada amenazante de sus dos colegas. Por eso suspiró, pasándose una mano por el pelo castaño, mientras se echaba hacia atrás en la silla, meditando bien sus palabras. Justo entonces alguien llamó a la puerta: su sobrina, Ariadne, que ni siquiera esperó que le dijeran adelante para entrar. Su sobrina saludó a todos los presentes cariñosamente, antes de acercarse a él. - Eh, papá, las audiciones van a empezar. ¿Audiciones? ¿A qué se...? Ah, claro, debía de referirse a las pruebas que se llevaban a cabo todos los años para elegir los alumnos que participarían en el festival de Todos los Santos. Como Ariadne era la representante de los alumnos en el consejo escolar, solía encargarse de cosas así, pero aquella tarde habían ideado una estratagema para retrasar las audiciones porque tenía que ir al pueblo con Tania y Jero. Una mueca de desconcierto tiñó su rostro. Por suerte, Ariadne sabía interpretar bien sus gestos y no dudó en ayudarle: puso los ojos en blanco, agitando la cabeza de un lado a otro. - Oh, papá, qué cabeza tienes...- suspiró. - No lo sabes bien, hija mía - puntualizó Mabel, guiñándole un ojo. - Me prometiste que este año me ayudarías. - ¡Anda, si es verdad! Recogió sus cosas con velocidad y se levantó, siguiendo a la chica al pasillo donde dejó de interpretar su papel. Se acercó mucho a ella, bajando la voz para que nadie más les escuchara. - ¿Desde cuándo tengo que ayudarte con estas cosas? - Desde que creo que hay un asesino en el internado - le informó con preocupación.- Hay algo que no te he dicho - frunció el ceño, no era normal que su sobrina le ocultara cosas.- Alguien lleva jugando una partida de ajedrez conmigo desde principio de curso. No sabía quién era, ni cómo averiguaba mis movimientos, tan solo me enviaba notas con los suyos - la chica se detuvo en medio de las escaleras, mirando en derredor, no había nadie.- Ahora creo que es Deker Sterling y que usa la magia para saberlo. Se pasó una mano por la barbilla, preocupado. Magia. Eso eran palabras mayores. La magia no era como en las novelas de fantasía: no había varitas, palabras mágicas o poderes como los de un superhéroe. La magia era una ciencia más, era oscura, difícil y peligrosa. Cualquiera podía realizar un hechizo con la formación adecuada, los ingredientes necesarios y valor, pues era increíblemente fácil perder algo en el proceso, ya fuera una parte del cuerpo, la cordura o el alma.

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Él mismo la había utilizado en ocasiones, sobre todo para destruir Objetos peligrosos, pero solía ser el sello de los asesinos. - Quieres que le observe, ¿no? - Tú sabes reconocerlos mejor que yo. Felipe asintió, reemprendiendo el camino hacia el salón de actos, donde se celebraban aquel tipo de eventos. La sala estaba bastante llena, salvo las cuatro primeras filas que solían reservarse para las personas que juzgaban a los participantes. En ellas encontró a Tania y a Jero sentados, impacientes. - ¿Hay algo en su expediente? - le preguntó Ariadne mientras se acomodaba al lado de Jero, apoyando los pies en el asiento de enfrente y una carpeta sobre sus muslos. - Nada destacable. Nunca hay nada en los expedientes y lo sabes. - Sería tan fácil si en observaciones pusiera: soy un cabrón que mata gente - suspiró, antes de echar la cabeza hacia atrás.- Como odio hacer esto - resopló, mirando después a Jero.- A ti te veo bastante emocionado... - ¿Bromeas? - Jero daba saltitos en el asiento, sí que parecía contento con la situación.- ¡Esto es una pasada! Es como la versión de andar por casa de Tú si que vales, ¡va a ser divertido! - Oh, qué mono e inocente... Te falta corretear por el bosque para ser como Bambi. - Y a ti las gafas para ser Risto Mejide. - ¿Queréis dejarlo ya? - inquirió Tania, suplicante. Ariadne y Jero se fulminaban con la mirada, aunque la chica no tardó en incorporarse, esgrimiendo la frialdad de siempre. Les dio la bienvenida a todos, comenzando así la larga sesión de casting.

Miró su reloj. ¿Cuándo narices iba a comenzar las malditas pruebas? Estaba deseando ver cómo iba a reaccionar Ariadne a su actuación, ¿lograría que se enfadara o que, incluso, se pusiera en evidencia? En parte creía que no lo conseguiría todavía, pero siempre le habían gustado los retos. Como todavía no habían abierto la puerta del salón de actos y el pasillo estaba lleno de alumnos, muchos de ellos nerviosos, él permanecía alejado. Bastante le irritaban normalmente sus compañeros como para tener que aguantarlos en pleno ataque de histeria. De hecho, estaba leyendo apoyado en una pared, justo en la que había esquina con la escalera que iba al piso superior; se había puesto ahí a propósito, pues por ahí tenía que bajar Ariadne de su habitación y, quizás, la oiría hablando de algo con sus nuevos amiguitos, Tania y Jero. Si al menos la escuchara pidiéndoles que desconfiaran de mí... Entonces escuchó voces, no la de Ariadne, pero sí la de los otros dos. - ¡Esto es absurdo! - protestaba Tania, bajando las escaleras.- Deberíamos estar haciendo algo útil en vez de esto. No sé, ir a ver a esa mujer o examinando la caja de música. El tono de la chica era bajo, estaba claro que no quería que nadie la escuchara, por lo que Deker se asomó un poco, lo suficiente para ver que giraban. Aún le daba tiempo. Se movió con rapidez y sigilo, ocultándose detrás de los escalones para poder seguir escuchando la conversación. - La caja es peligrosa, Tania - murmuró Jero.- Es mejor esperar a que Prádanos nos hable de ella, seguro que tu padre la encontró gracias a él. - Espero que le encontremos. Los dos habían llegado al pasillo y se dirigieron hacia el salón de actos para abrir las puertas. No había rastro de Ariadne. Deker permaneció agazapado donde estaba, esperando que la chica bajara las escaleras también, no quería que lo viera subir a las habitaciones. Aguardó ahí hasta que la vio llegar junto a su padre del piso inferior. Miró el reloj de nuevo. No tenía demasiado tiempo, pero sería suficiente para él.

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Echó a correr escaleras arriba, todavía sorprendido por lo que acababa de escuchar. Por lo que Tania había dicho era la dueña de un Objeto, algún tipo de caja de música encantada. No era algo importante, no tenía que ver con su misión, pero sentía curiosidad. ¿Qué pintaba Tania Esparza con un Objeto? Era una chica normal y corriente, no era una ladrona, ni... Nada, en realidad. Sabía que en su dormitorio no había nada, solía tenerlo controlado sólo por si acaso y, además, Jero no era una persona precisamente discreta. Por eso fue directo al dormitorio de Tania Esparza. En un principio llamó a la puerta. Si su compañera se encontraba ahí, sólo tenía que decirle que estaba buscando a Jero y no sospecharía nada. Sin embargo, por más que insistió, nadie respondió. No había nadie. Con rapidez, se coló en el interior del dormitorio, cerrando la puerta delicadamente tras él. Un lado de la habitación estaba desordenado y lleno de cosas de marca: ropa, cuadernos, incluso un portátil Vaio rosa con un dibujo de árboles en un tono más oscuro. El otro estaba pulcramente ordenado, con una estantería que guardaba los libros de clase y algunas novelas románticas, además de un portátil Toshiba blanco. Definitivamente el primer lado era el de Erika Cremonte y el segundo el de Tania Esparza. Tras encender el portátil blanco, lo dejó cargando y se entretuvo registrando el interior de los libros, de los cajones, debajo de la cama, del colchón... Nada, no encontró nada. Después se sentó en el escritorio, curioseó los cuadernos, el bote lleno de bolígrafos... Hasta que encontró una maltrecha edición de Nada de Carmen Laforet. Frunció el ceño. En la estantería estaban las cuatro partes de Crepúsculo, Tres metros sobre el cielo, varios tomos de Cosas de chicas (que tenían como portada fotografías de los actores de la versión televisiva, Gossip girl)... El libro que tenía en las manos no pegaba con la biblioteca particular de Tania y tampoco entraba dentro de las lecturas obligatorias del curso. Al revisarlo encontró una carta del padre de la chica que le dejó sin habla. ¿Esparza padre iba tras el Zorro plateado también? No es del estilo de un ladrón matar o secuestrar, son más limpios y tienen Objetos para borrar la memoria... Además... Ariadne sería incapaz de hacer daño a alguien, no. Entonces... ¿Quién coño lo ha secuestrado o lo que sea? Todavía dándole vueltas al tema, se dedicó a examinar el portátil, donde descubrió el exhaustivo (aunque, en su opinión, inútil) trabajo de Mateo Esparza. Además, encontró unos e-mails y, lo que le resultó más interesante, descubrir que Tania Esparza poseía algo denominado La caja de música de Perrault. Oh, las mosquitas muertas siempre ocultan algo. Siempre. Sonrió de forma torcida, al mismo tiempo que apagaba el ordenador y echaba un vistazo para cerciorarse de que todo estaba como antes. Apuntando mentalmente que debía investigar la caja de música, se marchó a toda velocidad, tenía una actuación que realizar. Entró en el salón de actos discretamente, sin hacer ruido, acomodándose en una de las butacas de las últimas filas. Tuvo que soportar una interpretación bastante mediocre de Concierto para violín número cinco de Mozart (la chica sabía realizar los movimientos de forma más o menos correcta, pero le faltaba fluidez y sentimiento), un pobre intento de monólogo de humor y a un chico destrozando Over the rainbow. Con aquella última actuación deseó tener un tomate o cualquier tipo de hortaliza, sobre todo si era dura, para lanzársela. ¿Qué narices era eso? - Eh, bien...- la voz de Ariadne, a priori, era tan gélida como siempre, pero él podía notar tensión en ella. Estaba seguro que la chica también pensaba lo mismo que él.- Gracias. Sí, es suficiente... Vayamos con el siguiente, que es... Sterling, Deker. Se puso en pie para dirigirse hacia el escenario con rapidez, subiéndose al mismo con un ágil salto, que provocó algunas exclamaciones en el sector femenino del público. Se fijó en que

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Jero le saludaba alegremente, mientras que Tania miraba a éste divertido, el director Navarro le sonreía amablemente y Ariadne consultaba la carpeta que tenía apoyada sobre las piernas. - ¿Cuál es tu propuesta? - quiso saber ella. - Me presentaré, princesa - le dedicó una reverencia exagerada, antes de abrir los brazos con teatralidad.- ¡Soy Deker el Magnífico! Saltó del escenario con gracia y elegancia, antes de subirse a uno de los asientos de la primera fila para poder inclinarse sobre Ariadne. Entonces pasó los dedos por detrás de la oreja de la chica, sintiendo su suave melena durante un segundo. Después, deslizó una rosa roja entre las yemas de sus dedos con rapidez para tendérsela a la muchacha. - Y si me permite, princesa, la entretendré con lo más increíble que hay en este mundo: ¡la magia! - le dedicó una sonrisa radiante, que ni siquiera la afectó: Ariadne se limitó a coger la flor y a instarle a que continuara.- ¡Vaya! Tenemos un público difícil por aquí, ¿eh? Mientras el resto de la sala reía, él regresó al escenario. - Por suerte, no sólo me gustan los retos, sino que la magia puede con todo - repitió la ilusión de que hacía aparecer algo de la nada: un cubito de hielo de plástico.- La magia puede, de hecho, convertir un corazón frío como el hielo en... ¡Puro fuego! - mientras alzaba la voz hizo que el cubo de plástico desapareciera junto a un estallido de chispas. - ¡Cómo mola! - escuchó exclamar a Jero. El resto del público se dividía entre reír y mostrarse impresionado ante su pequeño truco; Ariadne, por otro lado, seguía con el semblante átono, sin mostrarle una mera emoción. Tuvo ganas de reír, la estaba humillando en público y la tía ni se inmutaba, ¡menudo auto-control! - Y para acabar mi actuación haré posible lo imposible, lo que tantos de vosotros habéis intentando y no lo habéis logrado... ¿Convertir el metal en oro? ¿Sacar algo por encima del siete en clase de Antúnez? ¿Perder el miedo a La nazi? Nada de eso, señores, me propongo algo todavía más imposible - bajó del escenario de nuevo, acercándose a Ariadne para tenderle una mano.- Y para ello, alteza, necesito la ayuda de la dama más hermosa de la sala. - No. - ¿No va a ayudar a un pobre prestidigitador como yo? - Yo sólo decido quién actúa y quién no. - Nunca admito con “no” por respuesta - se acercó a ella, sonriéndole.- ¿Prefiere que la hipnotice? Podría hacerlo, conozco los secretos de la magia - volvió a tentarle la mano.- Venga, ven conmigo, ayúdame. - ¡Ayúdale! - exclamó Jero, que estaba a su lado. Al final, Ariadne cedió, pasándole la carpeta a su padre antes de aceptar las manos de Deker. Éste dio un salto hacia atrás para ayudar a la muchacha a cruzar por encima del asiento, guiándola después hasta el escenario. - ¿Veis? Milagro, he logrado que me diga que sí. - ¿Desde cuándo te importan las respuestas? - Cierto. Cuando quiero algo, simplemente lo consigo - actuó con rapidez, colocando unas esposas en una de las muñecas de Ariadne y en la suya propia; alzó el brazo, arrastrando el de la muchacha junto al de él.- ¿Veis? Ya no necesito un “sí, quiero”, estaremos juntos hasta que la muerte nos separe... O, bueno, hasta que te liberes. Sabía que Ariadne estaría hirviendo debajo de aquella capa de hielo que esgrimía a modo de armadura, sabía que debía de sentirse muy humillada estando esposada y que podía liberarse incluso con mayor presteza que él. ¿Lo haría? ¿Se descubriría? - Está bien - asintió ella.- Vayamos al aula de tecnología, algún profesor estará encantado de hacerme el favor. Ariadne intentó bajarlo del escenario, pero Deker tiró de ella, provocando que acabaran frente a frente. Agitó la mano que tenía presa para liberarla, quitando la esposa entorno a ella para colocarla en la otra muñeca de la chica; deslizando los brazos de ella entorno a su cuello, como si estuvieran bailando.

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- Me temo que de momento no podemos irnos, es hora del baile nupcial. Se agachó un poco, lo suficiente para liberarse de los brazos de la chica y, así, poder situarse detrás de ella, abrazándola con fuerza. Durante unos instantes sus manos tocaron las de Ariadne, quitándole las esposas y ocultándolas para el público mientras la liberaba. La sala de actos al completo le aplaudió y él se llevó una mano al pecho y otra a la espalda (para esconder las esposas en la cintura del pantalón), mientras hacía una reverencia. - Gracias, gracias - se colocó justo al lado de Ariadne, cogiéndole la mano.- Aplaudid también a mi hermosa ayudante, sin ella no habría sido lo mismo - hincó una rodilla en el suelo, besando la mano de Ariadne.- Gracias, Rapunzel - le susurró. - Si vas a hacer el truco de partir a alguien por la mitad, llámame - murmuró ella con frialdad, soltándose.- Me encantaría ser la que usa la sierra.

Le había dicho a Ariadne que le esperara en su despacho en cuanto terminaran con las audiciones, así que, tras dar el visto bueno a varios de los presupuestos, fue ahí. Se la encontró sentada en el quicio de la ventana, observando los paisajes, mientras retorcía un botellín de agua vacío... Estaba seguro de que su sobrina quería retorcer el cuello de cierto chico larguirucho, pero se guardó esa observación para sí. - El hijo de puta lo ha hecho a propósito - dijo ella con rabia contenida.- Me ha esposado porque sabe que soy una ladrona. Lo que me ha costado no soltarme y calzarle una buena hos... - Lo sé, lo sé - la interrumpió. Ariadne bajó los pies al suelo, mirándole con ansias. - ¿Lo es? ¿Es un asesino? Se acercó a ella, sentándose a su lado en silencio; enlazó las manos en su regazo, sin dejar de mirarlas con aire reflexivo. - No lo sé. Me tiene desconcertado. Y con este bonito uniforme que estáis obligados a llevar, no hay manera de ver el tatuaje...- movió la cabeza de un lado a otro.- Es un escapista muy bueno, lo de las esposas fue alucinante. - A partir de ahora intentaremos olvidar ese numerito de magia, ¿de acuerdo? - Oh, venga, no te pongas así - rió, pasándole un brazo por los hombros.- Has tenido que interpretar personajes peores que la ayudante de un mago. Eso sí, espero que en el festival, seas su ayudante y te vistas con uno de esos vestidos de lentejuelas o plumas... - ¿Por qué no te ofreces a ser tú su ayudante? - Soy el director, tengo una imagen que mantener. - El año pasado Mabel te echó una bronca tremenda delante de mi clase, creo que ya no la mantienes - Ariadne sonrió con malicia.- Además, seguro que entonces Valeria se daría cuenta de que eres todo un hombretón. Esas pantorrillas al aire la volverán loca. - Hasta mi propia sobrina me falta, ¡hay que ver! - exclamó dramáticamente. Escucharon que alguien llamaba, pero el ruido no venía de la puerta del despacho, sino del panel que ocultaba la entrada a los pasadizos. Ariadne se puso en pie entonces, sabiendo que no debía estar ahí cuando otro ladrón se reunía con él; le besó en la mejilla antes de dirigirse hacia la salida. - Ariadne - la chica se volvió hacia él un instante.- No hagas nada raro, ¿de acuerdo? No dejes que Sterling sepa que sospechas de él, ni le investigues, yo me encargaré. Tú sigue ayudando a Tania y a Jero, ¿de acuerdo? - Sí, papá - suspiró divertida. En cuanto su sobrina se marchó, Felipe acudió al panel el cual abrió, encontrándose con Colbert. El joven contempló la puerta cerrada del despacho durante un instante, al siguiente habló en voz baja:

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- He investigado lo que me pediste. Es oficial: no sólo los asesinos están interesados, sino también la familia Benavente... Se dice que los Benavente tienen una parte y que son ellos los que han comenzado la caza del tesoro. - ¿Sabemos por qué los asesinos se han apuntado? - ¿Además de hacerse con uno de los Objetos más poderosos que existen? Felipe asintió distraídamente, no muy convencido. Si había algo que unía a los dos clanes rivales era el querer mantenerse lo más alejados de la familia Benavente, por eso no veía lógico que buscaran el enfrentarse a ellos tan abiertamente. - ¿Alguien más está interesado? - Muchísima gente. Ya sabes lo conocidas que son. - Vale...- volvió a asentir, rascándose la sien distraídamente. Se percató de que Colbert estaba aún más preocupado de lo normal.- Cálmate. No es la primera vez que Las Damas son buscadas. Ya sabes, son como el Santo Grial: famosas, buscadas y nunca encontradas. - He oído que hace catorce años alguien consiguió juntar las cuatro. - Tonterías - hizo un gesto desdeñoso con la mano.- Si eso fuera cierto, sería algo más que rumores, Colbert. Además, dando por cierto el que los Benavente tienen una, ¿por qué ahora estarían buscando las otras tres si ya la tienen? - ¿Y qué vamos a hacer? - quiso saber Colbert.- ¿Empiezo a buscarlas? - No. Necesito que hagas algo más urgente - se acercó a él para ponerle una mano en el hombro.- Colbert, ya sabes que eres en el que más confío y, por eso... Quiero que vuelvas a tu puesto. Quiero que cuides de Ariadne. - Pero si está aquí contigo... ¿Va a empezar a robar ya? - Ariadne está buscando a un periodista. Mateo Esparza - le informó, yendo hacia su escritorio para tomar asiento.- Esparza estaba investigando a uno de los nuestros cuando fue secuestrado. No sabemos ni por quién ni por qué exactamente, sólo que tenía un Objeto y que le dejó varias pistas a su hija. - ¿Y quieres que la ayude en su búsqueda? - Y que la protejas. Colbert asintió, en su rostro había una expresión tirando a extraña, como si estuviera contento y asustado al mismo tiempo. Suponía que el regresar al lado de Ariadne despertaba ambas emociones en él, pero no se iba a arriesgar a dejar a su sobrina desprotegida. - Entonces, supongo, iré a hablar con ella. Asintió, mostrándose calmado mientras Colbert se marchaba. En cuanto la puerta se cerró, exhaló un profundo suspiro. Una vez más, había tenido que callarse información. Como nadie en el clan conocía el mote o los trabajos de los otros ladrones, Colbert no podía saber que, en realidad, Ariadne era Zorro plateado y que, antes que ella, él mismo había empleado ese nombre. Y por esa misma razón le ocultó que los Benavente sí que habían poseído a una de las Damas. Había, en pasado, porque él había mandado robar a una de ellas, que estaba protegida en el sótano del internado sin que nadie supiera su verdadera identidad. Una en nuestro poder, tres que robar.

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Capítulo 17 Daños colaterales

- Debería haber conducido yo - decía Ariadne. - ¡NO! La chica se detuvo en medio de la calle para fulminar a los dos chicos que acababan de exclamar exactamente lo mismo al mismo tiempo y con el mismo tono. Después hizo una mueca, agitando la cabeza con desdén, como si estuvieran locos. - No es por ofender, pero preferiría montarme en un coche con Pierre Nodoyuna. Tendría menos posibilidades de sufrir un accidente - apuntó Jero. - Pues va a ser como si estuvieras con los hermanos Macana porque pienso sacudirte en la cabeza...- exclamó ella. - ¡Protégeme, Colbert! El interpelado, poniendo los ojos en blanco, se apresuró en agarrar a Ariadne por la cintura, impidiendo que ésta lograra alcanzar a Jero, que se refugió detrás de una farola. El chico siguió aferrado a ésta, sin saber muy bien si seguir riendo o salir huyendo. Y Tania contemplaba todo eso desde la distancia. No física, pues estaba ahí junto a ellos en las calles empedradas del pueblo, pero sí emocionalmente. Al ver la escena, al ser consciente de su propia frialdad, se dio cuenta de que el secuestro de su padre la estaba afectando más de lo que creía: ¿desde cuándo era una persona tan callada y tan lejana? Ella siempre reía, siempre hablaba por los codos, siempre estaba en el centro de todo... - ¿Estás bien? Alzó la mirada para encontrarse con aquel joven alto y fornido de cabello negro: Colbert. Acaba de conocerlo, ya que Ariadne se lo había presentado a Jero y a ella cuando, tras la comida, se escaquearon hasta la parte de atrás del internado donde Colbert les esperaba con un coche; él era el encargado de llevarlos hasta el pueblo donde tenían que reunirse con alguien que podía ayudarles a encontrar a Ismael Prádanos. - Sólo un poco nerviosa - se encogió de hombros. - ¡Tranquila, Tania, no dejaré que la princesa me mate! ¡Estaré siempre contigo! - exclamó Jero dramáticamente, acudiendo raudo hacia ella.- ¡Nadie podrá separarnos jamás! ¡Ni siquiera el monstruo de pelo largo! - No descansarás hasta que te tire un zapato, ¿verdad? - Eso podéis dejarlo para después - intervino Colbert, divertido.- Ahora tenemos que ir a una cita, por si no lo recordáis. Sus dos amigos debieron de pensar que tenía razón, puesto que se callaron, aunque Jero le sacó la lengua a Ariadne, que puso los ojos en blanco. Después, los cuatro siguieron recorriendo el pueblo hasta llegar al casco viejo, exactamente a una plaza no muy grande donde había un kiosco de música de piedra y oscura forja. Una vez ahí, continuaron por una de las callejuelas que desembocaban en la plaza hasta llegar a una casa de aspecto antiguo. Era curiosa, como sacada de un retiro rural con sus muros de piedras irregulares, grandes ventanas y un amplio balcón en el primer piso lleno de macetas que le daban un toque de color: claveles y geranios de un rojo intenso, rosas blancas y amarillas, violetas azules y jacintos morados. Colbert fue quien se adelantó a llamar a la robusta puerta de madera. Ésta no tardó en abrirse un par de centímetros, lo suficiente para que un rostro se asomase. - Ah, sois vosotros...- suspiró una voz de mujer.- Pasad. Rápido. Al entrar en la casa, Tania se sorprendió del contraste. Habían pasado de una fachada vieja, sencilla, muy rural, a un interior vanguardista, lleno de todo tipo de lujos: una inmensa pantalla plana, lámparas de diseño, cuadros pop art...

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Se volvió hacia la dueña de la casa. Se trataba de una mujer bastante alta, estaba delgada, pero su cuerpo era robusto, un poco ancho. Su largo pelo negro como la noche le caía por un hombro en una coleta mal hecha que, a pesar de todo, parecía sofisticada. De hecho, las gafas de montura cuadrada y la ropa que llevaba la mujer reforzaban aquella imagen de elegancia. - La mascota y la princesa, curiosa combinación - sonrió la mujer. - Sí, sí - Ariadne le dedicó un ademán desdeñoso, antes de ponerse a curiosear en su bolso y sacar un fajo de billetes morados.- ¿Podemos ir directos al grano, por favor? - ¡Oh, Dios mío, qué de pasta! - exclamó Jero. El muchacho, de hecho, alargó la mano para poder acariciar los billetes de quinientos euros, pero Ariadne le soltó un manotazo y, al mismo tiempo, la dueña de la casa se apresuró en coger el fajo. Tras acariciarlo, comenzó a deslizar los dedos por cada billete con aire concentrado, aunque una sonrisa había aparecido en sus labios. - Veo que es suficiente - observó Colbert. - Felipe siempre ha sabido cómo contentarme - la mujer les guiñó un ojo, chasqueando la lengua, juguetona. Ante el comentario, Ariadne miró al techo, visiblemente hastiada.- Dale recuerdos de mi parte, princesita. - Prefiero seguir manteniendo mi cordura intacta. - Como quieras - sonrió la mujer de nuevo. Fue entonces cuando debió de reparar en Jero y en ella, pues les miró con fijeza; Tania tuvo la sensación de que la estaban examinando con rayos x, aunque logró mantenerse serena, sin demostrar que aquella mirada escrutadora le inquietaba.- ¿Y el pipiolo y la animadora? - Son de confianza. Les estamos ayudando - dijo Ariadne. Pero la mujer no la escuchó, se dedicó a seguir contemplando a Tania. No había manera de que interrumpiera el contacto visual y Tania estaba cada vez más nerviosa. De hecho, empezó a cambiar el peso de su cuerpo de una pierna en otra. - Oiga... ¿Puede pa...? - ¡Shh! La mujer chistó al mismo tiempo que le colocaba el dedo índice en los labios, impidiendo que abriera la boca. Tania abrió los ojos desorbitadamente. ¿De qué narices iba todo eso? No le gustaba nada la expresión de aquella mujer. - Muchas cosas te han sido arrebatadas - musitó la mujer; su voz sonaba lejana, fría, muy falta de sentimientos.- Tu madre, cuando eras pequeña. Tu padre, hace poco... Aunque puede que no sea tan definitivo... Y también a un chico, un chico prohibido... Pero la atracción no entiende de normas, ni de tratos, ni de planes, ¿verdad? Tania dio un paso hacia atrás, asustada. ¿Quién era esa mujer? ¿Por qué conocía tantos detalles de su vida y tan personales? - ¡Basta ya, Nicoletta! - exclamó Ariadne. - ¿Qué ha...? No obstante, Tania no pudo continuar con la pregunta. Ariadne se había interpuesto entre las dos, pero la mujer, la tal Nicoletta, la había sujetado de la muñeca. Ante el contacto, la mujer se quedó tiesa, como si estuviera pegada a una tabla. - Te aguarda un futuro aciago, joven princesa. Dolor... Miseria... Sangre y lágrimas... Eso te espera. Vida y muerte... Muerte y vida... Magia... En el centro, tú. Y puedo ver algo más, princesa: morirás por amor como tantas otras a lo largo de la historia. Pero debes tener algo en cuanto: morir puede ser algo más que perder la vida. Ariadne se zafó bruscamente, quedándose muy quieta en medio de aquel salón, mientras Nicoletta se tambaleaba hasta llegar a la mesa que había en el centro. Se quedó ahí agarrada con los ojos cerrados y el ceño fruncido. - ¿Qué acaba de pasar? - logró preguntar Tania. - Ha entrado en trance - respondió Ariadne encogiéndose de hombros.

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Nicoletta acabó hincando las rodillas en el suelo, doblándose, estaba muy pálida. De pronto, vomitó estruendosamente y cayó hacia atrás, respirando agitadamente. Todo esto es surrealista. - ¿Trance? - logró articular. - Nicoletta es una médium - explicó Ariadne, mientras tanto ella como Colbert ayudaban a la mujer a incorporarse, sujetándola cada uno de un brazo.- Se supone que a veces entra en trance y adivina el futuro. - ¿Se supone? - repitió Tania, extrañada. - Ariadne no cree en esas cosas - le informó Colbert con suavidad; parecía preocupado, incluso miraba de vez en cuando a la chica como si creyera que fuera a desaparecer de repente. - El destino no existe. Es una invención de la literatura. Quiso decirle que se equivocaba, abrazarla por si de verdad fuera a desaparecer en cualquier momento, pero no lo hizo. Sabía que no iba a convencer a Ariadne, pero para ella el destino existía. ¿Cómo si no explicaba que Rubén y ella hubieran acabado viviendo bajo el mismo techo? ¿Cómo se habían reencontrado si no era el destino? Definitivamente el destino existía y, por eso, Ariadne debía andarse con cuidado. El destino y esas cosas. Sin pretenderlo, Tania miró a Ariadne con ansiedad. Tanto Colbert como Jero debían tener la misma expresión, puesto que, de repente, la chica soltó una exclamación malhumorada, mientras agitaba la cabeza. - ¡Dejad de mirarme como si me fuera a dar un infarto! - Pero ella ha dicho...- comenzó a decir Jero. - Si un problema tiene solución, no hace falta preocuparse. Si no tiene solución, preocuparse no sirve de nada - Ariadne se encogió de hombros, antes de ausentarse del salón durante unos instantes. - ¿Shakespeare? - preguntó Jero en voz alta. - Proverbio chino, mentecato - resopló cuando volvió con una bebida isotónica que dejó sobre la mesa para que Nicoletta lo cogiera.- ¿Es que no recuerdas nada de lo que damos en clase o qué? Hablamos de eso en literatura el año pasado. - Lección aprobada, lección olvidada. - ¿Y por qué hemos venido a ver a Patricia Arquette, si se puede saber? - inquirió Tania, esperando evitar nuevas discusiones entre sus dos amigos. - ¿Por qué todos decís lo mismo? - inquirió Nicoletta con un hilo de voz. - Bueno, yo dije Jennifer Love Hewitt - apuntó Ariadne, divertida.- ¿O prefieres Julia de El internado? Ay, no, que Lucas quien veía el futuro... ¿Eso quiere decir que...? - Como digas algo de hacerme pis en la cama, te ayuda tu padre. - Está un pelín muerto para eso. Pero, oye, si contactas con él. - Sabes bien que eso es imposible. Los muertos, muertos están. Nadie contacta con ellos, nadie juega con ellos. Está prohibido - dijo Nicoletta en tono lúgubre. Bebió un buen sorbo de la lata, agitando después la cabeza como para aclararse.- Será mejor que dejemos esta conversación. No debemos tentar a los muertos, que se queden descansando - se estremeció levemente.- Bueno, ¿a quién debo encontrar esta vez? - ¿Esta vez? - se extrañó Tania. - La princesita vino hace relativamente poco, quería encontrar a un periodista, pero no tuvimos suerte - explicó la mujer, mientras se masajeaba las sienes.- Lo que yo hago es una ciencia, pero no es exacta. - Más bien una solución desesperada. Las dos se fulminaron mutuamente con la mirada un instante, al siguiente Nicoletta agitó la cabeza, apoyando el codo en el respaldo de la silla. - ¿Y bien? Necesito información.

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- Se llama Ismael Prádanos - explicó Ariadne; mientras ella hablaba, Colbert colocó el libro sobre la mesa redonda, empujándolo con suavidad en dirección a la médium.- Hay una foto en la solapa. Él escribió el libro. - Necesito silencio. Los otros cuatro callaron inmediatamente para observar como la mujer disponía todo para llevar a cabo la búsqueda. Con la calma, la frialdad y la meticulosidad de llevar a cabo un ritual, Nicoletta abrió el cajón de la mesa de donde sacó un mapamundi y un atlas muy grueso. Cuando extendió todo de una forma muy concreta, cerró los ojos al mismo tiempo que colocaba las manos sobre el mapamundi. A Tania le sorprendió la calma que aparentaba la mujer, mientras sus manos se movían por los mapas a toda velocidad, recorriendo continentes al principio, luego países y al final pueblos y ciudades. En apariencia, no ocurría nada fuera de lo normal, pero, en cuanto les dio una dirección, la mujer volvió a caer inconsciente sobre el suelo. - Debería haber esperado antes de realizar la búsqueda - opinó Colbert. El joven se acuclilló frente a ella para cogerla en brazos con delicadeza y depositarla en el sofá, donde la cubrió con una gruesa manta de cuadros rosas y violeta. Al mismo tiempo, Ariadne había vuelto a desaparecer en la cocina para regresar poco después con varias cosas entre las manos: paquetes de galletas, refrescos, bebidas isotónicas, una bolsa llena de pastelitos... - ¿Le estás robando para celebrar un cumpleaños? - se extrañó Jero. - Cuando despierte, no se podrá mover y necesitará calorías y azúcar - explicó Ariadne colocando las cosas en el suelo, al lado del sofá.- Por mucho que lo creáis, la magia no es un juego de niños. No se parece a Harry Potter o a Embrujadas o a cualquier cosa que hayáis pensado. La magia no es bonita, no es divertida, es oscura y siempre, siempre, hay que pagarla. - Vaya... ¿Entonces no se usan varitas? - preguntó el muchacho. - Ni puedo convertirte en un hurón botador... Desgraciadamente. - ¡Eh! Y, de nuevo, Tania se sintió lejana, aunque en aquella ocasión estaba concentrada en saborear el triunfo. No solía ocurrirle a menudo.

La profesora seguía soltando su aburrida y monótona perorata. Deker no sabía de qué trataba en realidad, tampoco le interesaba, pues la biología nunca había sido precisamente su asignatura favorita y, además, no estaban dando nada nuevo. Él ya había aprobado el equivalente inglés de cuarto de la ESO, curso en el que estaba preso, así que incluso podía adelantar el temario de un par de cursos. Estaba sentado exactamente en la última fila del laboratorio, apoyado de cualquiera manera sobre la alta mesa blanca, mientras sentía que el trasero le molestaba. Aquellos malditos taburetes eran como un instrumento de tortura. Mientras se acariciaba sus desordenados cabellos, clavó la vista en su compañera: Ariadne estaba sentada a su izquierda, junto a una amplia ventana por la que entraba la luz del día, por lo que su larguísima melena daba la impresión de estar formada por hebras de oro. La muchacha permanecía atenta a la lección, de vez en cuando, incluso, tomaba notas, por lo que su pelo se escurría hacia delante y ella se lo retiraba detrás de las orejas con suavidad. Sin embargo, intuía que no estaba tan concentrada en la clase de biología como parecía, pues una pequeña arruga había aparecido entre sus cejas. Deker, por su parte, estaba convencido de que algo tenía que ver con Tania y Jero, con quien había estado cuchicheando desde primera hora de la mañana en el comedor. De repente, reparó en que, aquel día, sus uñas eran de un oscuro morado metalizado. También reparó en que, a diferencia de habitualmente, no había metido la corbata del uniforme escolar por dentro del jersey sin mangas. La llevaba suelta, cayéndole por sus pechos...

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Recordó lo bonitos que eran en su imaginación y en sus sueños, sobre todo en ese en el que Ariadne llevaba un corsé blanco... ¿Por qué estoy pensando en ella? - Como veo que la geología os interesa especialmente - dijo la profesora Lozano, que impartía aquella extraña mezcla de biología y geología.- Vamos a tener que pensar algo que os motive un poco... ¡Ya está! Quiero un trabajo sobre los distintos minerales y rocas que hemos estado viendo desde la semana pasada... Un murmullo descontento recorrió el laboratorio. La mujer ni se inmutó, se dedicó a mirarlos con severidad, antes de proseguir: - Les doy algo más de una semana. La fecha límite de entrega es el viernes próximo. Lo haréis en parejas...- prácticamente todo el aula comenzó a hablar en un tono que pretendía ser bajo, pero que no lo era; solamente Ariadne y él permanecieron en silencio, ajenos a todo.- ¡Basta ya! - exclamó la profesora, visiblemente malhumorada.- A callar. Seré yo quién organice las parejas, no quiero que esto se convierta, de nuevo, en un gallinero. Deker, disimuladamente, miró a Ariadne. Ya podría tocarme contigo... - Bueno, a ver, dejadme pensar... Ah, ya está - sonrió un poco, satisfecha consigo misma.- La señorita Navarro y el señor Sterling serán la primera pareja, al fin y al cabo son los dos alumnos más avanzados de la clase. Sonrió de oreja a oreja, encantado con el giro de los acontecimientos. El trabajo podrían hacerlo en un rato, como había dicho la señora Lozano eran los mejores de la clase, así que, quizás, con un poco de suerte, podría pasar una tarde entera con ella. Molestándola, claro, intentando que dejara atrás a La princesa de hielo.

Durante lo que quedaba de la clase, además de las dos restantes, Tania tuvo que soportar aquella maldita sensación en el estómago. Era horrible, pero al mismo tiempo... Como si tuviera las dichosas mariposas revoloteando en sus tripas, mientras experimentaba lo mismo que cuando Clara la obligaba a montarse en una montaña rusa. Y todo porque su pareja en el trabajo era Rubén. Además, todo ello conllevaba tener que lidiar con otras cosas: la mirada de Erika, más asesina que nunca, y el malhumor que arrastraba Ariadne. Su amiga no dejaba de maldecir por lo bajo; a la hora de la comida fue peor, pues decidió pagar su frustración con las patatas cocidas, las cuales estaba escachando con el tenedor tan bruscamente que salían trocitos disparados en todas direcciones. De hecho, Tania tuvo que limpiarse varias veces las mangas de la camisa. A su lado, Jero compartió una mirada incrédula con ella mientras se inclinaba para poder susurrarle sin que Ariadne les escuchara: - No me gustaría ser patata. Eso tiene que doler. - A mí no me gustaría ser Deker. Justo en aquel momento el aludido llegó con su habitual novela en mano, la cual depositó en la mesa mientras le dedicaba una sonrisa socarrona a Ariadne. La muchacha le ignoró, aunque había dejado de maltratar a la comida y mantenía su espalda tiesa en la postura que Tania solía llamar “porte aristocrático” porque entonces parecía una princesa de verdad. - ¿Preparada para nuestra cita? - Vale, te voy a informar de cómo va a ir esto, ¿de acuerdo? - le dijo ella con frialdad.- Esta misma tarde nos reuniremos en tu habitación y acabaremos con esto. - Si quieres jugar a la bibliotecaria mandona, pero increíblemente sexy... Funciona. - Yo contigo no juego ni al parchís.

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Deker sonrió de forma torcida, parecía sumamente divertido. Por primera vez desde que el curso había dado comienzo, comió sin sumergirse en una novela, se dedicó a observar a Ariadne que permaneció como un témpano de hielo. Ella, por su parte, siguió hablando con Jero tranquilamente, hasta que alguien se situó a su lado y tosió un poco para llamar su atención. Al volverse se encontró con Rubén. El chico estaba de pie, acariciando distraídamente la correa de su mochila bandolera, mientras la miraba con una sonrisa titubeante en los labios. - Eh...- comenzó a decir, pasándose la mano que tenía libre por el pelo.- ¿Cuándo te vendría bien hacer el trabajo? - Pues... Cuanto antes mejor... Si no te importa. Rubén la observó quedamente, pensativo. - Supongo que tienes cosas que hacer el fin de semana, ¿no? - le guiñó un ojo y Tania se sintió comprendida.- Entonces... ¿Te parece bien esta tarde? - ella asintió.- Di tú el lugar, no me gustaría meter la pata todavía más. - La biblioteca estará bien. Es terreno neutral. El muchacho asintió con un gesto antes de reunirse con Erika, que volvió a dedicarle otra de sus miradas furibundas. Tania exhaló un suspiro, ¿cuándo iba a dejar de castigarla? Cuando Tania llegó a la biblioteca, se encontró a Rubén en la puerta, que la saludó con un ademán antes de adentrarse en el laberinto que suponían tantas estanterías. A medida que caminaban, sentía las miradas de todo el mundo clavadas en ella. La ira la embriagó, ¿pero qué se pensaban? ¿Qué iba a propasarse con Rubén contra su voluntad o qué? Habían llegado al fondo de la sala, que estaba completamente vacío. Rubén se llevó un dedo a los labios, indicándole que callara, mientras se subía de un salto a una mesa y, así, abrir la ventana que había en la pared lateral. Se volvió hacia ella, tendiéndole una mano que Tania aceptó y mediante la cual la ayudó a salir al exterior. - ¿Se puede saber qué haces? - rió Tania. - El patio donde hacemos gimnasia está vacío a estas horas. Vamos. La cogió de la mano para conducirla a través de los terrenos del internado con rapidez, pero también con cierta delicadeza. Tania se lo guardó para sí, mas sintió que Rubén podría guiarla estando a ciegas y se sentiría segura. Siempre se encontraba a gusto a su lado. Al final, como ya empezaba a hacer frío, se colaron en el gimnasio que estaba vacío. Por suerte, el muchacho poseía las llaves, así que no tuvieron ningún problema en entrar. - Qué engañada me tenías: creía que eras un alumno y no el conserje. - Ayudo en secretaría. - Ah, eres un pelota. Eso es peor. Tania se rió con malicia, por lo que Rubén le hizo burla, antes de sentarse en el suelo, apoyando la espalda en uno de los bancos de madera. La chica le imitó, manteniendo cierta distancia a propósito. - Por aquí el trabajar en secretaría se considera un honor, cuenta para la universidad y esas cosas - Rubén se encogió de hombros, con aire un poco despectivo; después, se inclinó un poco sobre ella para añadir con un mohín astuto.- Pero yo lo considero toda una ventaja - le mostró las llaves con las que acababa de abrir la puerta.- Tengo acceso a todo. - Vaya... Al final eres un hombre poderoso. Qué decepción. - ¿No te interesa un hombre poderoso? - No. He visto demasiadas películas, ¿sabes? - repuso ella, echándose el pelo hacia atrás.- Luego se obsesionan con el poder y se olvidan de ti... Prefiero un beso o una conversación a un collar de diamantes. Rubén la miró con fijeza, parecía impresionado. Al final, agitó la cabeza de un lado a otro, parecía sonriente.

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- Y aquí estamos otra vez: tú y yo - murmuró distraídamente.- Y, una vez más, dices las palabras exactas, dices lo que yo pienso... Durante un instante Tania creyó que el tiempo se había congelado, se perdió en lo que acababa de decirle Rubén. Al instante, la magia se rompió, pues recordó la situación. A decir verdad, aunque Erika y los cuchicheos le importaban, nada lo hacía más que el hecho de ser la otra. No quería herir a nadie, mucho menos a sí misma. Por eso, se puso muy tiesa, incómoda, mientras decía: - No sigas por ahí, por favor. De pronto, Rubén pareció terriblemente culpable; se pasó una mano por el espeso pelo, alborotándolo con cierta frustración. Era como si no se hubiera dado cuenta de los derroteros por los que iba la conversación. - ¿Por qué me has traído aquí? ¿No pretenderás que...? - También me doy cuenta de cómo te miran y de cómo te afecta - la interrumpió. Tania abrió la boca, aunque ningún sonido salió de ella, pues aquella respuesta la había cogido por sorpresa. De repente el estar en el gimnasio a solas con Rubén le había dejado de parecer bonito para ser una crueldad, quizás un plan malintencionado. Sin embargo, enseguida supo que el chico había sido sincero y se sintió un poco culpable. - No les hagas caso - dijo entonces Rubén. - Tú no sabes cómo es - se removió, incómoda, intentando no mirarle. - Cuéntamelo. - Es... Como llevar un cartel en la frente - se dio cuenta de que su analogía era más que correcta, por lo que asintió con brío.- ¡Eso es! Es como llevar un maldito cartel luminoso que todos pueden ver y que dice cosas horribles de mí. - Una letra escarlata. - ¿Eh? - ¿No has visto la película? - Rubén colocó el dorso de la mano cerca de la boca como para ocultar lo que iba a decir.- El año pasado en inglés nos mandaron leer The scarlet letter, La letra escarlata, vamos. Yo vi la película. - ¿A dónde quieres ir a parar? - A la protagonista la acusan de adulterio y la obligan a llevar una letra “A” de adúltera en la ropa. Ya sabes, para que todos sepan que lo es. - Entonces deberías ser tú el que lleve la letra escarlata. - Touché. Se quedaron en silencio. Tania, una vez más, sintió ganas de abofetearle hasta hacerle reaccionar. Le hubiera encantado hacerle unas cuantas preguntas, quería saber qué hacía con Erika o por qué le decía aquellas cosas a ella mientras seguía con la primera. No obstante, no quería convertirse en una de esas chicas histéricas, así que decidió, simplemente, pasar del tema. - Hagamos el trabajo, anda. Tras la agotadora tarde junto a Rubén, Tania prácticamente echó a correr hacia el colegio para reunirse con Jero. Lo encontró en las cuadras, estaba cepillando a Blancanieves con suavidad, parecía estar en su propio mundo y, también, parecía melancólico. Supo inmediatamente en qué estaba pensando: en Rubén. Había llegado a preguntarle a Ariadne por el tema, suponiendo que al conocerlos desde antes sabría qué había sucedido entre los dos para que su amistad acabara rompiéndose y de aquella manera tan agria. Pero Ariadne no sabía nada; de hecho, le había respondido que solía estar demasiado ocupada planeando golpes como para fijarse en ese tipo de cosas. - ¿Llevas aquí toda la tarde? - le preguntó nada más entrar. - Os he dicho muchas veces que yo sí tengo amigos - Jero siguió cepillando al caballo un instante, después la miró por encima del hombro, sonriéndole.- Como me has abandonado, he estado con Santi y los chicos.

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- ¿Has hecho el trabajo? - Eh... Bueno... ¡Queda mucho tiempo! - el chico depositó el cepillo en un gancho que había colgado en la pared y comenzó a sacudirse las manos.- ¿Y tú qué tal? - Casi terminado. Rubén me ha dicho que se encarga él de lo que falta para que yo pueda organizar el viaje - sacó su portátil de la mochila, mostrándoselo.- ¿Quieres que lo busquemos en Google? Tras que Jero asintiera en silencio, los dos acabaron sentados ahí mismo, entre el heno, con el portátil entre las piernas. Al principio ninguno habló, pero mientras el sistema operativo se cargaba, su amigo acabó rompiendo la calma: - ¿Qué tal con Rubén? - Como siempre. Se quedó sorprendida, pues no solía hablar con Jero sobre aquel tema. No había hablado de él con nadie en realidad, ni siquiera con Clara a la que seguía llamando de vez en cuando. Por eso, se quedó atónita cuando su amigo susurró: - No entiendo por qué se está comportando así, la verdad.

Deker estaba tumbado en su cama, observando como Ariadne tecleaba el trabajo a toda velocidad. Estaba seguro de que ella estaba tan cansada como él, pues habían pasado dos horas enteras discutiendo sobre cómo llevarlo a cabo. Normalmente, no prestaba ninguna atención a los deberes, pero en aquella ocasión se vio estimulado y disfrutó de cada pulla, de cada argumentación, de cada victoria y también de cada pérdida. Aunque al final sí que habían llegado a un acuerdo y habían decidido escribir la mitad cada uno, bajo la supervisión del otro. De pronto, el incesante tic tac de las teclas se detuvo. Ariadne se puso en pie, mientras agitaba los dedos y se alisaba la falda del uniforme. Él, por su parte, se incorporó un poco, sin dejar de mirar sus muslos. - Ya está mi parte, mañana pásame la tuya. - ¿Es qué te vas? - Ya hemos acabado, ¿por qué habría de quedarme? - Porque estoy aquí. La chica soltó una carcajada que ni siquiera se molestó en ocultar, luego puso los ojos en blanco e intentó salir de la habitación, pero Deker se lo impidió. Se colocó delante de ella para sujetarla de la muñeca y tirar de ella, por lo que ambos cayeron en la cama hechos un lío. Sin embargo, Deker supo deshacer la madeja en la que se habían convertido sus cuerpos para sentarse a su lado. - ¿Se puede saber qué estás haciendo? - inquirió Ariadne, irritada. - Bueno, Catalina Minola, si te hubiera pedido que te quedaras a hablar, no me habrías hecho ni caso, así que... - ¿Es qué te crees Petrucho? - Admitamos que soy mucho mejor que él. De hecho, me gusta pensar que soy como Heath Ledger en Diez razones para odiarte - agitó la cabeza, luciendo una sonrisa socarrona.- Era casi tan guapo como yo. - Oh, si, cierto, pero como en El caballero oscuro. - ¿Insinúas que soy un psicópata? Ariadne le miró con visible desagrado. De hecho, hubo algo en su mirada que le revolvió las tripas, ¿pensaría que era un asesino? En general, los ladrones solían valorar tanto la vida humana que todo lo que tenía que ver con matar era peor que un crimen; los ladrones consideraban a los asesinos la peor calaña del mundo, incluso por debajo de carroñeros, insectos y políticos. ¿Creería Ariadne que él era un asesino?

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- Será mejor que me vaya - repuso ella, acercándose al borde de la cama.- Además, La fierecilla domada no es de mis obras favoritas de Shakespeare. ¿Desde cuándo hay que domar a nadie? - Yo no quiero domarte. Otra vez esa mirada. Estaba claro que Ariadne había descubierto parte de su juego, que algo sabía o suponía y que por eso la conversación no estaba siendo como las otras. Se colocó justo al lado de ella, sujetándola de una mano. - Lo digo en serio. ¿Para qué domarte? Dejarías de ser tú. Y eso sería un crimen contra la humanidad... No sabía qué se había adueñado de él, quizás el recuerdo de aquellos sueños que le visitaban cada noche, pero sintió la necesidad de ver sus claros cabellos soltándose. Por eso, le quitó el lapicero con el que se había hecho el improvisado moño. La cascada de seda castaña cayó entorno a su rostro, sus hombros y Deker aprovechó para apartárselos hasta detrás de las orejas. Durante unos segundos, Ariadne se estuvo quieta a su lado, devolviéndole la mirada, pero al final se separó, parecía violenta. - Escribe tu parte cuanto antes, este fin de semana no voy a estar. - ¿Vas a visitar al que chico ese? ¿Al que le entregaste el corazón? - Sí - respondió, sorprendiéndole.- Me han dicho que Tristán Ulloa está en La Rioja grabando y he de hacerle ver que soy la mujer de su vida - a Deker se le desencajó el rostro por la ironía, algo que Ariadne debió de disfrutar.- Los pelirrojos son mi debilidad. Y, simplemente, se marchó. Aquella noche no pudo dormir, cada vez que lo intentaba en su cerebro aparecían los ojos color miel de Ariadne, pero no expresaban su habitual frialdad o inteligencia, sino aquel asco y aquella repulsión tan intensa. No le gustaba nada que le mirara así, no se sentía bien. Sabe que quieres apresarla, no va a bailar una lambada contigo precisamente... Acabó poniéndose en pie para pasear por la habitación. De fondo, escuchaba los suaves ronquidos de Jero que descansaba plácidamente, tumbado desmadejado en la cama. Había subido con él a la habitación después de la cena, donde le había oído murmurar con Tania detalles de un viaje que estaban planeando para el fin de semana. No eran nada discretos, a decir verdad. Ariadne no había bajado a cenar esa noche. Agitó la cabeza, debía dejar de pensar en aquello. Por eso, se agachó frente a su bolsa de viaje y cogió la última novela que se había llevado. Odiaba coger libros de la biblioteca, que estuvieran manoseado y maltratados, así que decidió que al día siguiente haría un pedido a alguna librería online. Entonces su teléfono móvil comenzó a vibrar encima de su mesilla. Maldito aparato. Lo agarró y salió de la habitación hasta llegar al cuarto de baño, donde se cercioró de que no había nadie en él, antes de acomodarse de un salto en la encimera de mármol donde estaban los lavabos. Una vez ahí, se recostó en el espejo, subiendo un pie hasta la blanca superficie. Tomó aire un par de veces, se preparó mentalmente y, al final, aceptó la llamada. - ¿Qué? - Necesitamos al Zorro plateado ya. ¿Lo has encontrado? - No. - Se nos está acabando la paciencia, Deker - siseó su interlocutor y el chico sintió que la piel le ardía al recordar lo que eso quería decir.- ¡No estás en unas malditas vacaciones, pedazo de inepto! ¡Estás en una misión, imbécil, y se supone que eres el mejor! - Y el Zorro plateado es el más escurridizo. Soy bueno, no hago milagros. - ¿Bueno? ¡No tienes ni una mísera pista, ni una sospecha! ¡Nada! - gritó, por lo que Deker tuvo que apartar el teléfono de su oído.- Ya sabía yo que no eras el indicado... Se le hizo un nudo en la garganta.

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Si enviaban a algún otro, no había nada que le prometiera que ese otro no iba a descubrir que el Zorro plateado en realidad era una chica de dieciséis años, que era Ariadne. No, eso no lo iba a permitir. Era su misión. Era su reto. Era su... - Tengo algo - acabó diciendo a regañadientes.- Hay una chica. Se llama Tania Esparza y sé que tiene un Objeto, una caja de música de Perrault.

Aquella misma noche el cielo era especialmente negro, con las espesas nubes tan oscuras que apenas se distinguían. Ni la luna ni las estrellas iluminaban las estrechas calles, tampoco las farolas que, misteriosamente, se habían puesto de acuerdo para no funcionar ninguna. Era la noche perfecta para cometer algún tipo de crimen y que nadie lo supiera. En medio de aquella oscuridad, Álvaro Torres se escabulló de una vieja casa de piedra de forma sigilosa, como si fuera un ladrón. Ni siquiera se molestó en cerrar la puerta de madera, simplemente se fue de ahí a toda velocidad. Mientras corría, en su cerebro todavía ardía el recuerdo reciente de Nicoletta Ivanova tirada en el suelo de su salón sobre un charco de su propia sangre; además, tenía los ojos blancos, sin mirar nada... Bueno, ya no volvería a mirar nada nunca más... Era lo que pasaba cuando morías.