crónicas médicas de la primera guerra carlista (1833-1840). crónica ix expediciones carlistas

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Crónicas médicas de la primera guerra carlista (1833-1840) Javier Álvarez Caperochipi Doctor en Medicina y Cirugía 2009 Crónica IX Las expediciones carlistas y los Legitimistas Europeos 9-1 Introducción La muerte de “Zuma” fue el principio del fin. No quisieron que se notara el golpe, pero todo fue diferente. Los carlistas volvieron al asedio de Bilbao, con mayor intensidad que antes y estuvieron a punto de enterrar al ejército de Espartero, pero solo fue un espejismo, estos se repusieron y consiguieron levantar el cerco Posteriormente organizaron “Expediciones Carlistas” por el país esperando extender la lucha a otros territorios, reclutar más gente, conseguir más abastecimientos, diversificar los frentes. Era una forma original de lucha, de resultados difíciles de prever; varios miles de soldados pasaban meses de un lado para otro, desde Navarra a Castilla, Cataluña Andalucía. Para Von Goeben las expediciones fueron un gran error, equiparable en el descalabro del ejército carlista, a la pérdida del general Los carlistas daban signos de fatiga, la sangría de hombres y dinero empezaba a pasar factura El apoyo internacional a la causa carlista, no se puede comparar con el liberal. Les dieron buenas palabras y consejos, algo de dinero, cierta cantidad de armamento y sobretodo la colaboración a título personal de legitimistas europeos; ese era el bagaje de los partidarios de don Carlos. Los colaboradores del ejército carlista, irán apareciendo poco a poco, de improviso, sin avisar. Se presentarán al mando jugándose la vida en el envite, entrarán en España de forma clandestina. Se trata de gente muy especial con una mezcla de idealismo, generosidad e inconsciencia; habían oído hablar de la guerra que se estaba librando, creían en la legitimidad del pretendiente y en sus países les habían sugerido que verían con buenos ojos su participación en la contienda. Bullón de Mendoza cree que fueron cerca de 250, serán los Quijotes del siglo XIX. Los primeros casos que conocemos fueron el del cirujano Frederick Burgess, del que hemos hablado ampliamente en el capítulo que hacía referencia al general Zumalácárregi; el capitán Federico Henningsen, escocés que se apuntó de voluntario con 19 años y que escribiría unas renombradas memorias de la contienda. Y Charles Didier que llamaría a don Carlos como “fraile de sangre real”

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Crónicas médicas de la primera guerra carlista (1833-1840) Javier Álvarez Caperochipi Doctor en Medicina y Cirugía 2009

Crónica IX

Las expediciones carlistas y los Legitimistas Europeos

9-1 Introducción

La muerte de “Zuma” fue el principio del fin. No quisieron que se notara el golpe, pero todo fue diferente. Los carlistas volvieron al asedio de Bilbao, con mayor intensidad que antes y estuvieron a punto de enterrar al ejército de Espartero, pero solo fue un espejismo, estos se repusieron y consiguieron levantar el cerco Posteriormente organizaron “Expediciones Carlistas” por el país esperando extender la lucha a otros territorios, reclutar más gente, conseguir más abastecimientos, diversificar los frentes. Era una forma original de lucha, de resultados difíciles de prever; varios miles de soldados pasaban meses de un lado para otro, desde Navarra a Castilla, Cataluña Andalucía. Para Von Goeben las expediciones fueron un gran error, equiparable en el descalabro del ejército carlista, a la pérdida del general Los carlistas daban signos de fatiga, la sangría de hombres y dinero empezaba a pasar factura El apoyo internacional a la causa carlista, no se puede comparar con el liberal. Les dieron buenas palabras y consejos, algo de dinero, cierta cantidad de armamento y sobretodo la colaboración a título personal de legitimistas europeos; ese era el bagaje de los partidarios de don Carlos. Los colaboradores del ejército carlista, irán apareciendo poco a poco, de improviso, sin avisar. Se presentarán al mando jugándose la vida en el envite, entrarán en España de forma clandestina. Se trata de gente muy especial con una mezcla de idealismo, generosidad e inconsciencia; habían oído hablar de la guerra que se estaba librando, creían en la legitimidad del pretendiente y en sus países les habían sugerido que verían con buenos ojos su participación en la contienda. Bullón de Mendoza cree que fueron cerca de 250, serán los Quijotes del siglo XIX. Los primeros casos que conocemos fueron el del cirujano Frederick Burgess, del que hemos hablado ampliamente en el capítulo que hacía referencia al general Zumalácárregi; el capitán Federico Henningsen, escocés que se apuntó de voluntario con 19 años y que escribiría unas renombradas memorias de la contienda. Y Charles Didier que llamaría a don Carlos como “fraile de sangre real”

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Crónicas médicas de la primera guerra carlista (1833-1840) Javier Álvarez Caperochipi Doctor en Medicina y Cirugía 2009

Mención especial al oficial austríaco Schwarzenberg, que comentaría el papel maravilloso de las alpargatas navarras en las marchas; calzado a base de esparto (trenzado de fibras vegetales, arbustivas y lona), que se aseguraba a la pierna con cintas y cuya virtud principal era su gran resistencia. En varias ocasiones se hace referencia al calzado, al parecer las tropas isabelinas no tenían previstas las famosas marchas de un sitio para otro y el tema del calzado lo llevaban mucho peor, no tenían repuestos y la tropa se quejaba amargamente Nos ocuparemos ampliamente de los legitimistas, pero volvamos a los primeros párrafos, a las expediciones o correrías carlistas, a los viajes de ida y vuelta por España, sin un plan muy concreto. Los caballeros legitimistas contaran los numerosos problemas sanitarios de estas expediciones, que escucharemos más adelante en boca de sus protagonistas. Anticipamos que todos coinciden, en el angustioso problema que significaban sus propios heridos en las expediciones. Tenían que ir de un lado para otro y los heridos eran un lastre. Los más leves, los llevaban con ellos, otros los trasladaban en expediciones complementarias a sus hospitales de Vascongadas o Cantavieja, y a muchos los tenían que abandonar a su suerte. Les acompañaron también fiebres y diarreas, faltas de suministro, de calzados y de dinero, un sin fin de penalidades que irán apareciendo.

-

La Expedición Real

Fue la exposición más famosa y más desconcertante en la que intervino el propio Pretendiente. Una locura y un desastre organizativo que estuvo a punto de conseguir más de lo previsto. Mentes poco informadas organizaron la famosa Expedición, de Navarra a Madrid para conquistar la capital, pasando por Cataluña y el Maestrazgo. Un supuesto paseo militar glorioso. Los primeros contratiempos los tuvieron en Aragón y concretamente Huesca y Barbastro. En lugar de adhesiones, encontraban resistencias, los mozos se escondían en los montes para no ser obligados a incorporarse a filas, los locales recibían hostilmente a la Expedición y los cristinos les acosaban por todos los lados. El resultado fue malo, el ejército sufrió muchas bajas, el hambre fue una de las constantes, los robos y el pillaje una consecuencia. Sin cumplir los objetivos, los carlistas fueron sobre Madrid, gracias al apoyo de Cabrera, y al llegar a la capital la encontraron desguarnecida, ya que el ejército de Espartero había salido a buscar al carlista por una zona donde este no se encontraba. El pretendiente pudo llegar a entrar en Madrid casi sin posición, pero no se decidió a ello; al parecer había negociaciones en secreto para casar a los hijos de Cristina y Carlos. Al día siguiente las cosas ya no eran igual Madrid estaba fortificada, las negociaciones habían fracasado y la Expedición debió volver. Este fue el principio del fin de la primera guerra carlista.

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Hemos explicado los detalles de la Expedición Real, porque este es el ambiente que van a encontrar los ilustres soldados colaboradores, que van a enfrascarse en la lucha con una valentía inusitada, en unas circunstancias totalmente inesperadas. La primera parte de la decepción va a ser la marcha Navarra Cataluña de la Expedición Real, van a pelear todos los días, dormir a la intemperie, pasar hambre. Especialmente penosa fue la marcha por Aragón, los propios protagonistas harán comentarios alusivos en sus memorias como veremos a continuación. El hambre será su principal drama. Uno de ellos afirmaría que, - en Aragón habíamos estado casi a dieta, en Cataluña pretendían que nos olvidáramos de comer-. Las marchas se cobrarán vidas, al atravesar ríos, especialmente el Cinca y el Ebro, con numerosos casos de ahogamientos; aguas con rápidos, barcas destruidas por el enemigo. Escucharemos casos de suicidios de soldados que ya no aguantaban más, epidemias de mosquitos y fiebres. Un compendio de penalidades

- Las expediciones de Gómez, Guergué, Basilio García y Negri

Aunque esta expedición apenas contó con la colaboración extranjera, la sacamos a colación por la similitud con la Expedición Real. El General Miguel Gómez Damas, antiguo colaborador de Zumalacárregui, dirigió esta expedición, con objetivos menos ambiciosos que la del Pretendiente. Eran expediciones admirables por su originalidad y absurdas por el planteamiento. Pretendían llevar la sublevación a otros territorios, sumar adeptos a la causa y colaborar en hacer multiplicar los objetivos del contrario. Según Stendhal, esta aventura demostraría, que España ni era carlista ni liberal, después de más de seis meses de recorrido norte- sur de España, regresaría con un contingente parecido de soldados, unos 3000, algunos habían muerto en contienda y otros se habían incorporado a las filas. En realidad no había pasado nada importante Esta expedición tuvo menos problemas que la Real, no pasaron tanta hambre, ni cometieron tanto pillaje, seguramente por el recorrido menos conflictivo y castigado: Asturias, Galicia, Andalucía. El General Gómez conquistaría efímeramente más de 20 capitales y ciudades diferentes. Al llegar el ejército de Gómez a una población, desaparecían autoridades y jóvenes, que se escondían en el monte; el general se aposentaba en la casa o palacio principal; la tropa se suministraba de todo: pan, piensos, ganado para comida, mulas y caballos, alpargatas y mantas; después imponía un tributo a la ciudad, arrasaban las casa aisladas y se hacían acompañar de guías para los senderos y caminos de salida. Unos días

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después se iban a otra ciudad, sobretodo si tenían aviso de acercarse alguna tropa enemiga. También les tocaría combatir y pelear, y tendrían heridos y bajas, pero muy pocos, ya que se escabullían sin pelea siempre que era posible. A su manera solucionarían el angustioso problema de sus propios heridos. Muchos se abandonarían a su suerte, porque la gravedad de las heridas y la necesidad de ir de un sitio a otro no permitían llevarlos. Otros se conducirían en expediciones pequeñas a los hospitales afines en Navarra, Vascongadas o Maestrazgo; El capitán Andechaga conduciría una de ellas y el coronel Isidro Díaz otra. Los más leves los llevaban en carruajes con el ejército; en alguna ocasión que eran perseguidos, estos carruajes se quedaban rezagados y con frecuencia detenidos y fusilados. Los prisioneros era también un asunto que requería estrategia. En muchas ocasiones lo normal era fusilarlos, pero desde el tratado de Lord Elliot, esa costumbre se había apaciguado. Gómez era partidario de intercambio de prisioneros, y si eso no salía bien se solían trasportar con el ejército en espera de llevarlos a las cárceles más estabilizadas como las del Maestrazgo. A pesar de las dotes de mando y conciliación de Gómez, 3000 soldados no se controlan fácilmente, hubo casos de indisciplina y de vulneración de las normas de la expedición, como la que relatamos a continuación. En la zona de Casa de Moya, una avanzadilla carlista entró en el pueblo por un lugar de donde se suministraba agua a la aldea. En dicho pozo común, muchachas aguaderas llenaban sus botijos. Los soldados entablaron conversación y más tarde las violentaron y violaron. Avisado el general, les sometió a un juicio, castigando con pena de muerte a los que intervinieron y apaleamiento a los que consintieron. La impresión era que la expedición de Gómez, no siguió las directrices del partido e hizo la guerra por su cuenta. Al concluir las correrías, el general sería sancionado, por no seguir las órdenes del mando Juan Antonio Guergué y Yaniz, natural de Aguilar de Codés- Navarra fue el jefe de la denominada Expedición a Cataluña, que con 2.700 hombres partirá en agosto de 1835 hacia Aragón y Cataluña, que conquistará sin oposición la ciudad de Huesca y después se dirigiría a Cataluña. Esta expedición fue la mejor desde el punto de vista táctico; duraría cuatro meses y terminaría con 3000 soldados más, casi todos catalanes; en algún momento presentarán problemas de abastecimiento, calzado y alimentos; solucionaron momentáneamente la situación gracias a los 22.000 reales que llevaban en las arcas al iniciar la correría. Guergué fue un general muy caballeroso, preocupado por el trato a los prisioneros; en determinadas circunstancias ordenaba ayudar a los hospitales por los que pasaba, como al de San Lorenzo de Morunys, proporcionando camas, mantas, y alimentos sobrantes. Mas tarde don Carlos le nombrará, general en jefe del ejército carlista principal del Norte, hasta la derrota de Peñacerrada, que fue sustituido por Maroto.

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Basilio García, “don Basilio de Logroño”, fue el primero en interpretar el sentido de las correrías con expediciones pequeñas desde Navarra a Soria, Burgos, y resto de Castilla distrayendo la atención de liberales, asolando las poblaciones que encontraba a su paso, aprovisionándose de víveres, ropa y haciendo nuevos soldados para la causa. La última expedición al final para unirse a Cabrera en el Maestrazgo, no tuvo los resultados apetecidos teniendo huir sin rumbo para acabar volviendo al origen sin ejército. Cometió en su desesperación algunos atropellos, como incendiar una iglesia con más de 100 enemigos dentro. Una de las últimas expediciones fue la del Conde Negri, al que por lo visto le dieron el mando, para que saliera de la influencia del pretendiente Carlos. Estuvo por Segovia, Ávila, León. Fue un completo fracaso y para confirmarlo anotamos unas notas de uno de sus acompañantes: -Murieron numerosos soldados a causa del frío, se necesitaba la mayor resignación para seguir, trepando por laderas de montes nevados, sufriendo desgracias al paso de formidables barrancos. En los ríos helados donde morían ahogados hombres y caballos….-

9-2 Los caballeros legitimistas europeos

Ahora vamos a volver a los caballeros legitimistas europeos, personajes curiosos, que se pusieron al servicio de don Carlos, sin conocer ni el idioma. Todavía nos sigue sorprendiendo, la fuerza interior de estos individuos ilustres, que se vieron “obligados” a sumarse a la guerra. Alguno entre ellos de vuelta a su país ha dejado documentos de extraordinario valor documental y también sanitario sobre lo ocurrido. Otros dejaron vida y fortuna en el empeño, serán considerados como auténticos quijotes. El número de voluntarios lo hemos cifrado en 250. Veamos algunos ejemplos, destacando las facetas dedicadas a las epidemias y enfermedades. Por la época que se incorporaron, el bautismo guerrero de la mayoría, fue por la zona norte de Vascongadas, a mitad de la Iª Guerra Carlista, zona caliente de conflicto guerrero, cerca del reducto liberal de la ciudad de San Sebastián. La frontera con Francia era un punto estratégico de entrada controlado por los carlistas, Irún un lugar de espera a recibir credenciales del Pretendiente para luchar a su lado. Las Expediciones Carlistas era la política guerrera del momento y en lugar donde ubicarse para la batalla.

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Crónicas médicas de la primera guerra carlista (1833-1840) Javier Álvarez Caperochipi Doctor en Medicina y Cirugía 2009

a) El Barón Du Casse y la actitud de los carlistas ante la muerte

El Barón francés apareció en España al comienzo de la guerra junto a Zumalacárregui. Sus primeras impresiones son patéticas. España le parece un país de guerras y enfermos de cólera, donde la muerte amenaza en cualquier instante. Le sorprende la sensación de tranquilidad hacia la muerte que transmiten los carlistas, lo atribuye a su fe religiosa y a la convicción de luchar por una causa justa. Ha visto morir a ingleses y otros extranjeros ateos y el contraste es enorme, estos mueren desesperados y enfadados. En sus primeros pasos coincide con los generales Iturralde, Eraso, Guibelalde, Gómez, Zabala, Guergué, y Villarreal, pero el único general de verdad es “Zuma”, que le ha recibido bien, pero a la vez le ha manifestado que necesita más soldados que oficiales.

b) La herida de bala del Príncipe Lichnowski

Con la guerra carlista internacionalizada, apareció en Navarra Aragón y Cataluña un curioso e ingenioso general polaco a servir en el ejército carlista, el príncipe Félix Von Lichnowski, que había sido mentor del gran Ludwig Beethoven. Pertenecía a esa denominada última generación de los románticos, con sensibilidad artística y poética, con un gran sentido del sacrificio por los ideales y amante de las mujeres. Entró en España disfrazado de criado por Bayona e Irún y se presentó de improvisto en el cuartel de don Carlos, atraído por una causa que consideraba justa y sagrada. Estuvo entre 1837 y 39 combatiendo al principio por el Norte con el Infante Sebastián y después al lado del general Cabrera, del que era un gran admirador, en la zona del Maestrazgo entre Teruel y Castellón; también luchó al lado del Conde de España, general en jefe en la zona carlista catalana, participando en numerosas batallas. Sus memorias, tienen numerosos aspectos de interés. Es un buen biógrafo para sus jefes: Describe con minuciosidad las estrategias bélicas: Narra anécdotas de Cabrera, al que conoció montado a caballo al estilo femenino, obligado por una herida recibida en las posaderas, y al que oyó decir, defendiéndose de los que le acusaban de ser poco religioso: -No soy un beato, pero hago milagros-. También hablaba con respeto de Carlos de Foix, Conde de España, jefe carlista catalán, del que decía era un hombre de unos 60 años, ágil y fuerte, siempre y cuando no sufriera crisis reumáticas que le paralizaban temporalmente. Dejó escritos unos interesantes apuntes sanitarios, que hacen referencia a plagas de insectos hambrientos en verano, en el pirineo catalán, que les ponían hinchados brazos y

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cara, pero que dejaba el camino expedito de la gendarmería de frontera. En la época de invierno se defendían como podían del frío: Cerraban las ventanas con papeles mojados en aceite para que dejaran pasar la luz, y las rendijas de las puertas con las mantas de los caballos; quemaban la madera derrumbando granjas y cuadras. Escribe sobre la dureza de las batallas, caminos poco apropiados, emboscadas, trampas, todo un sinfín de contratiempos para poder avanzar. Una de las cosas que más dolía al caballero, era tener que abandonar sus propios heridos en los pueblos y ciudades después de las batallas, no tenían manera de trasportarlos Respecto a la comida comentaba: -Andábamos exhaustos de víveres, solo comíamos habas que cogíamos por los campos-. En otro episodio hacía mención a una supuesta mala calidad del pan, por mezclas fraudulentas en su composición, que solucionaron a base de hacerlo ingerir de forma abusiva a los propios panaderos responsables, obligándoles a tomar 4 libras de pan en una hora, enfermando ellos gravemente. La expedición Real tuvo en Aragón momentos muy malos. Al atravesar el río Cinca, de aguas poco profundas pero de corrientes rápidas, se quedaron sin barcas, y los soldados atravesaron el río apoyados unos en otros, sufriendo numerosos casos de ahogamientos de soldados. Pero quizás el pasaje más interesante para nosotros hace referencia a una herida de bala en el muslo, que recibió el Príncipe en el valle de Arán, cerca de un puente, que en principio no parecía importante y que se infectó gravemente, con muchísimos dolores y fiebre, por no poder detenerse a curarse durante varios días, debido al ajetreo de la batalla. La primera cura la recibió de un párroco de un pueblo, que le escondió y vendó la pierna; cita Lichnowski, que no le administró el bálsamo samaritano habitual de las curas, pero hizo algo más importante, le cedió su cama para que pudiera descansar. Dominaba entre los cirujanos carlistas, seguramente después del desastre de la herida de Zumalacárregui, que cualquier herida que no marchase bien desde el principio había que amputar la pierna. Asustado por la propuesta de cirujanos catalanes, el general polaco no aceptó el dictamen, echó mano de sus contactos, los contrabandistas de la zona, que le trasportaron a Francia en una especie de tartana, donde fue atendido por el doctor Caussade, que le salvó la extremidad sin mayores dificultades. Al parecer el Príncipe Lichnowski, desconfiaba de los cirujanos españoles, por una mala experiencia anterior, con un señor que ejercía de cirujano obligado por la falta de profesionales; en realidad era cocinero de campaña. El suceso ocurrió cerca de San Sebastián en Tolosa, Lichnowski había recibido una herida de bayoneta leve en una rodilla y el matasanos le había hecho pasar un mal rato. Contó también el Príncipe en sus memorias, una historia sobrecogedora de horrores de guerra. Unos soldados cansados y hambrientos, llegaron a un poblado y entraron en una casa donde estaba una madre con un hijo. Le pidieron comida a la madre, que no tenía y la mandaron a las huertas a por algo de cosecha. Cuando regresó se encontró que

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había matado y descuartizado a su hijo y se lo habían comido. Y es que las memorias de Lichnowski son tan crudas como la realidad que le tocó vivir. Quienes combatieron a su lado, cuentan que era un hombre de extraordinaria valentía y sangre fría para los momentos difíciles. Amigo de sus amigos, generoso con el enemigo después de las victorias. En 1848, años después de terminada la primera guerra carlista, el Príncipe moriría asesinado en Francfurt en circunstancias extrañas.

c) El Barón Guillermo Von Rahden y la comida.

De origen prusiano, Von Rahden, soldado, poeta y topógrafo, se incorporó al ejército carlista comandado entonces por el Infante don Sebastián Gabriel y su primera acción de guerra fue en la batalla de Oriamendi, llamando la atención por su precisión y puntería con el cañón. En seguida se notó sus conocimientos de topografía, siendo una referencia Rahden era un militar curtido que había participado junto a los ingleses en Waterloo, donde fue herido de gravedad y después junto a los franceses, en la defensa de la ciudad de Amberes. A sugerencia de su país, se trasladó a España para ayudar a don Carlos, pasando la frontera por Urdax. Don Carlos le recibiría con grandes atenciones, ya que era conocido de su mujer de los años vividos en Salzburgo; las primeras noches españolas, antes de entrar en combate, las pasaría en Irún en un suntuoso alojamiento, propiedad del párroco, con diez soldados de escolta, un carruaje y dos mulas. Lucharía al principio bajo el mando del Infante Sebastián por la zona de Vascongadas y después con Cabrera y el Príncipe Lichnowski por Aragón y Cataluña. Al finalizar la guerra se retiraría a escribir sus memorias. El barón expresa con claridad, las amarguras y penalidades de la guerra, las privaciones y miserias, las marchas angustiosa huyendo del enemigo, especialmente las acontecidas en Concabella, Estadilla y Solsona. A pesar de los malos ratos y de la derrota final, se siente satisfecho de haber participado en la guerra, con la sensación del deber cumplido. En uno de los pasajes de las memorias, refiere el barón, una situación personal de agotamiento extremo, después de diez días de marcha: -Acatarrado, afónico, respirando

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el polvo del camino, hambriento y sediento, manteniéndome sólo con ajo y papel de fumar, durmiendo un par de horas cada día en cualquier pradera; los caballos agotados y moribundos… En tales circunstancias hubiera dado mi fortuna por un vaso de agua… Al llegar a una aldea, una joven aguadera me ofreció un trago de un botijo… cuando acerqué mi boca al pitorro, la chica me tiró con rabia el botijo al suelo…. Creía que ella se burlaba de mi y solo estaba enfadada…Yo desconocía la costumbre higiénica de dejar caer el chorro a distancia de la boca y había chupado la boquilla-. El barón tenía galones, le habían ascendido a teniente general y tenía en muchas situaciones hambre y agotamiento; los almacenes del ejército estaban vacíos, lo que mejor funcionaba era la picaresca; cuando fue consciente de ello, nombró como su ayudante de campo a “un pillo”, desde ese momento mejoró su abastecimiento personal. El pillo se llamaba sargento Mils, un individuo de muchos recursos, que llevaba entre sus bolsillos siempre, sal , pimienta y vinagre, que se aprovisionaba sobre la marcha, sustrayendo lo que podía de cultivos y frutales, que en momentos de abundancia, cocinaba la paella como los mejores cocineros y sabía requisar “ las sobras” para peores ocasiones. Por eso cuando su jefe le decía:-Comemos en cinco minutos-, entonces pasara lo que pasara, sin importar donde estuvieran, siempre tenía una salida airosa, en el peor de los casos una onza de chocolate, o una sopa de ajo aprovechando unos trozos de pan, algo de aceite y unos ajos que siempre llevaba consigo Mils. Un día lo perdió, o mejor dicho creyó perderlo, el cocinero desapareció, se fugó sin decir nada, no lo volvió a ver, pero supo de su existencia. En una correría por Aragón, descansaron en una aldea, no tenían alimentos, pero Rahden recibió un paquete con nueces de su parte. También critica a alguno de los jefes, Sebastián entre ellos, y a la cohorte de civiles y eclesiásticos, los hojalateros, que tenían dineros y se las arreglaban para adquirir comida abundante que no compartían con los demás. Salva de la quema a Don Carlos al que considera de comidas frugales

d) El general Augusto Von Goeben y el hospital de Cuenca

El oficial Goeben, nació en Hannover y en 1836 apareció por la zona de Zugarramurdi disfrazado de campesino para apoyar la causa de don Carlos. Como otros estuvo escondido por la zona de la frontera de Irún esperando que se legalizaran sus credenciales y después estuvo peleando cuatro años hasta finalizar la Iª guerra carlista. De vuelta a su país volvería a su carrera militar alcanzado el generalato, moriría a los 64 años de difteria y erisipela.

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Su primera mala impresión fueron los largos cortejos de mujeres enlutadas. En otro orden de cosas, ya hemos comentado que el entonces flamante oficial alemán criticaría en sus memorias las famosas expediciones. La política del general Villareal de intentar ensanchar paulatinamente los dominios gracias a las expediciones, acabaría en un fracaso con independencia de gestas más o menos gloriosas. Lo peor para Goeben era la política con los propios heridos de las Expediciones, que como luego comentaremos le tocó sufrir en sus propias carnes. Los ejércitos carlistas se veían obligados a ir de un lado a otro, huyendo de la batalla directa, con grandes caminatas y lo que no podían hacer era trasportar a sus propios heridos. La mayoría de las veces los abandonaban a su suerte, en general a su más que probable mala suerte. En el mejor de los casos, se organizaban expediciones de los heridos hacia Cantavieja para ser atendidos en los Hospitales de Cabrera. También consta que Gómez hizo algún pacto con algunas poblaciones y con el mando liberal para formar hospitales neutrales donde se atendiesen a heridos de ambos bandos en igualdad. El paso de los ejércitos por ríos caudalosos era siempre un problema y más con las improvisaciones que presidían las expediciones. En concreto el paso del Ebro, como el del Cinca produjo ahogamientos múltiples, pulmonías, congelaciones, también cientos de deserciones de soldados, que veían sucumbir a sus compañeros y que no querían que les pasara lo mismo. El testimonio de una de las heridas de Von Goeben, es un documento excepcional de la situación sanitaria de la guerra. En una de las múltiples batallas, el caballero fue herido en un brazo, al parecer el impacto del proyectil le dejó el hueso hecho añicos. Los médicos carlistas dictaminaron que la herida era tan peligrosa, que era imposible llevarlo con la expedición, por lo que fue abandonado. Le cogieron prisionero y tuvo la suerte, que los liberales en lugar de rematarlo, lo llevaran al hospital gubernamental de Cuenca. Allí fue atendido por unos soldados- ayudantes de cirujanos-, con permiso para operar, que le amenazaron varias veces con amputarle el brazo, a lo que el se negó sistemáticamente. Cuatro meses después se levantaba por primera vez de la cama y finalmente curó de sus heridas. Sus descripciones del hospital son escalofriantes. Las camas eran sacos de paja con sábanas; había dos enfermos por cama, el fallecimiento era lo más probable, tardaban un par de días en retirar al muerto de la cama, aunque el compañero estuviera vivo. Se hacían las operaciones en las camas dentro de salas generales, la música de fondo de todos los días eran los alaridos de los operados La suciedad dominaba por todos los lados. El alimento más habitual era la denominada sopa (agua, pan, ajo sal y aceite), algún día les dieron carne incomible de oveja. Cita con reiteración, que la fatiga, agotamiento, abatimiento, falta de reposo y de un lugar tranquilo para dormir ocasionó en las diferentes expediciones un abanico importante de enfermedades graves con mortalidad. Von Goeben abandonó España, pobre de solemnidad, rico en honra y en heridas.

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e) El triste final del soldado alemán Gevesee. Estaba el soldado agotado, cansado de la vida, harto de una guerra que no entendía, dominado por una fatiga que no podía recuperar; quería morirse. En las batallas se exponía a las balas liberales, esperando que una de ellas terminara con su vida. Extenuado y hambriento, después de una escaramuza, cometió la torpeza de saquear una casa en busca de comida, siendo denunciado a sus mandos. Avisado el general Moreno de la falta de su subordinado, le castigó dándole una somanta de palos en la plaza de la aldea, para servir de escarmiento al resto de la tropa. La actitud del general fue un poco sorpresiva, porque dadas las circunstancias el pillaje estaba tolerado. Terminado el castigo, el soldado fue ayudado por sus compañeros a subir a su caballo y una vez iniciada la marcha sacó su pistola y se pegó un tiro, quedando muerto en el acto. Fue un triste caso de depresión y suicidio.

f) Otto Von Rappard

Rappard era un oficial prusiano de caballería; entre sus características físicas tenía un labio superior muy grande decorado con un bigote majestuoso, que algunos quisieron afeitar y que el nunca dejó que se lo cortaran, ni siquiera mientras dormía. Prefería morir en campaña antes de perder su bigote. En una batalla cerca de Huesca, recibió una descarga de trabuco, que le destrozó cara y cráneo. Sus amigos lo buscaron entre un montón informe de cadáveres. El oficial fue identificado gracias al bigote.

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g) El besamanos de Von Keltsch

En las expresiones de la guerra, besamanos significaba, el primer intercambio de disparos con el enemigo, el primer contacto con el fuego serio. Al joven prusiano el primer incidente le ocasionó una herida de bala que le atravesó un brazo. ¡Un médico, un cirujano! Pidió el soldado al sentirse herido -Entre nosotros los carlistas, no disponemos de ese servicio-, le contestó su capitán Keltsch tuvo que reponerse como pudo del susto y siguió peleando. Después pasó la noche al raso, con frío, lluvia y sin lumbre Al día siguiente la situación mejoró; había finalizado la batalla, habían dormido algo y a cubierto en una nueva posición. El propio capitán buscó a Keltsch y le hizo la primera cura. En el brazo había orificio de entrada y salida, con poca hemorragia. Le vertió la cantimplora de agua por un orificio, saliendo el líquido por el otro; después le vendó el brazo con tiras de su camisa. La herida curó antes de lo previsto y al terminar la guerra no le quedaba ni cicatriz. Era la madre naturaleza al servicio del novato

Apéndice. Las fiebres románticas de Federico Chopin en Mallorca

Se ha comentado que Chopin residió en Mallorca unos meses durante la guerra carlista. El gran maestro era un enfermo crónico pulmonar desde la cuna; su padre padecía una forma crónica de fibrosis y tuberculosis pulmonar y su hermana Emilia falleció de un proceso respiratorio agudo, que bien pudo ser una forma fulminante de tuberculosis. Se decía que Chopin había heredado la tuberculosis de su familia, tal como se creía en los aforismos hipocráticos: -De un tísico nace otro tísico-. Desde pequeño era un tosedor habitual, con muchas flemas, todas las mañanas necesitaba hacer unos ejercicios respiratorios de expulsión de flemas, que denominaban “toilette bronquial”, creció enclenque con fatiga fácil ante el esfuerzo físico; en la correspondencia de esos años se encontraban alusiones a sus padecimientos: -Tengo que tomar píldoras todos los días y bebo media botella de tisanas-. En otros documentos personales de identidad se escribe: -Profesor de piano, estatura 1,70, rubio, ojos entre grises y azules, tez blanca, orejas desprendidas, músculos débiles, peso 48,5 kilos.

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Crónicas médicas de la primera guerra carlista (1833-1840) Javier Álvarez Caperochipi Doctor en Medicina y Cirugía 2009

Las circunstancias de la estancia de Chopin en Mallorca no fueron afortunadas para el compositor. El invierno de 1838 fue de los más crudos que se recuerdan, las casas no estaban bien acondicionadas, repercutiendo en un empeoramiento de su quebrada salud; por si eso no fuera suficiente contratiempo, se corrió por la isla la noticia que era enfermo tísico, siendo rechazado por la sociedad. Fue tratado por los médicos Pedro Arabi, Bernardo Fiol y Miguel Olea, siguiendo las normas de los grandes tisiólogos europeos. Le ponían emplastes, tomaba tisanas de hierbas de Altea como la Malvarica, que aborrecía, le hicieron sangrías contra su voluntad, le aplicaron sanguijuelas, cataplasmas y dieta estricta que era lo que mejor llevaba. Ni Chopin que había visto la inutilidad del tratamiento en su hermana, ni su acompañante la escritora George Sand, ni seguramente sus doctores creían en la eficacia del mismo Con pragmatismo y sentido del humor, escribía el genio a un amigo contando sus impresiones sobre la atención médica: -En estas dos semanas he estado enfermo como un perro. Pasé de la fiebre a los 18 grados, a pesar de las rosas, naranjos, palmeras e higueras. Tres médicos notables me han atendido: uno olfateaba mis esputos, otro me palpaba para ver de donde procedían estos y el tercero me auscultaba mientras yo expectoraba. El primero me ha dicho que moriría, el segundo que estaba apunto y el tercero que ya estaba muerto-. Muchos especialistas negaban que Chopin padeciera la tisis. Cierto que era un enfermo crónico pulmonar desde niño, pero de una enfermedad pulmonar no tuberculosa, seguramente hereditaria. La mayoría de los investigadores piensan que posiblemente estuvo afecto de una fibrosis quística pulmonar o de dilataciones de los bronquios (bronquiectasias), enfermedades que producían abundantes mucosidades, expectoraciones e infecciones. En esas condiciones de minus-valía pulmonar es muy probable que sufriera una infección sobre-añadida de la tuberculosis ¿En que época? Seguramente antes de llegar a la isla.

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Crónicas médicas de la primera guerra carlista (1833-1840) Javier Álvarez Caperochipi Doctor en Medicina y Cirugía 2009

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