crónicas improbarianas

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Crónicas Improbarianas Llegará el día en que después de aprovechar el espacio, los vientos, las mareas y la gravedad; aprovecharemos para Dios las energías del amor. Y ese día por segunda vez en la historia del mundo, habremos descubierto el fuego. (Pierre Teilhard de Chardin) o le pida explicaciones a Newton, querido lector, sobre lo que le voy a contar. Si aún viviera el genio inglés, sano y lúcido, probablemente buscaría la sombra de algún manzano tras su consulta, esperando el momento de una caída casual, aunque difícilmente casual, dado el caso. Hablo de la gravedad en Improbaris, antitéticamente particular, llamándola así por intentar describirle este fenómeno a mejor semejanza de lo que usted quizás bien conoce. No se atraen allí los cuerpos entre sí bajo esas leyes que alían proporcionalidades directas e inversas. No se esfuerce tampoco en suponer que los improbarianos incluido hasta el correspondiente émulo planetario de Newton- asumen y entienden nuestra gravitación universal. No cabe posibilidad alguna de que usted se encuentre de bruces, ni sobre ninguna otra dirección, con un improbariano. En absoluto es posible de que exista algún sostén sidéreo para ambos. Por lo tanto, la reciprocidad consultiva humana- improbariana (o improbariana-humana, que la cortesía universal sí que siempre debe considerarse) la descartamos de pleno. No, querido lector, no intente imaginar nada hasta que yo le describa. Le sería difícil sustraerse a la física terrestre. De los pocos planetas conocidos que no giran alrededor de una estrella, Improbaris es el más extraño. Si lo observáramos desde una distancia razonablemente cercana pongamos que desde una unidad astronómica-, sentiríamos una intensa pulsión que nos declararía la realidad sidérea. Acerquémonos un poco más. Resulta necesario indicar que la nave que nos condujera hacia el planeta estaría obligada a aumentar la potencia de sus motores a medida que se acercara al potencial encuentro. Enfatizo: potencial encuentro. Y a una distancia similar a la que se encuentra nuestra Luna se comienza a advertir la singularidad gravitacional. No se acerca. Tampoco es que se aleje. Se difumina tangencialmente. Si miráramos en vertical desde el cristal frontal, apreciaríamos cómo el volumen improbariano adopta una enormidad abovedada que se desliza en torno a la nave hasta casi desaparecer hacia su popa. Si diéramos la vuelta, seríamos capaces de volver a apreciar la rotundidad planetaria a la misma distancia con que su particularidad nos sorprendió. Quizás ahora, querido lector, usted no pueda sustraerse de una lógica duda astronómica. Las Crónicas Improbarianas, redactas por eruditos improbarianos, hablan acerca de la naturaleza del planeta. Nos cuentan que debido a la ausencia de una estrella tutora, está desprovisto de todo tipo de movimientos rotacionales o de traslación. Sin embargo, no es cómo pudiéramos suponer, la causa de su N

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Cuento de ciencia ficción

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Crónicas Improbarianas

Llegará el día en que después de aprovechar el espacio,

los vientos, las mareas y la gravedad;

aprovecharemos para Dios las energías del amor.

Y ese día por segunda vez en la historia del mundo,

habremos descubierto el fuego.

(Pierre Teilhard de Chardin)

o le pida explicaciones a Newton, querido lector, sobre lo que le voy a contar. Si aún viviera el

genio inglés, sano y lúcido, probablemente buscaría la sombra de algún manzano tras su

consulta, esperando el momento de una caída casual, aunque difícilmente casual, dado el

caso. Hablo de la gravedad en Improbaris, antitéticamente particular, llamándola así por intentar

describirle este fenómeno a mejor semejanza de lo que usted quizás bien conoce. No se atraen allí los

cuerpos entre sí bajo esas leyes que alían proporcionalidades directas e inversas. No se esfuerce

tampoco en suponer que los improbarianos –incluido hasta el correspondiente émulo planetario de

Newton- asumen y entienden nuestra gravitación universal. No cabe posibilidad alguna de que usted se

encuentre de bruces, ni sobre ninguna otra dirección, con un improbariano. En absoluto es posible de

que exista algún sostén sidéreo para ambos. Por lo tanto, la reciprocidad consultiva humana-

improbariana (o improbariana-humana, que la cortesía universal sí que siempre debe considerarse) la

descartamos de pleno. No, querido lector, no intente imaginar nada hasta que yo le describa. Le sería

difícil sustraerse a la física terrestre.

De los pocos planetas conocidos que no giran alrededor de una estrella, Improbaris es el más extraño. Si

lo observáramos desde una distancia razonablemente cercana –pongamos que desde una unidad

astronómica-, sentiríamos una intensa pulsión que nos declararía la realidad sidérea. Acerquémonos un

poco más. Resulta necesario indicar que la nave que nos condujera hacia el planeta estaría obligada a

aumentar la potencia de sus motores a medida que se acercara al potencial encuentro. Enfatizo:

potencial encuentro. Y a una distancia similar a la que se encuentra nuestra Luna se comienza a advertir

la singularidad gravitacional. No se acerca. Tampoco es que se aleje. Se difumina tangencialmente. Si

miráramos en vertical desde el cristal frontal, apreciaríamos cómo el volumen improbariano adopta una

enormidad abovedada que se desliza en torno a la nave hasta casi desaparecer hacia su popa. Si

diéramos la vuelta, seríamos capaces de volver a apreciar la rotundidad planetaria a la misma distancia

con que su particularidad nos sorprendió. Quizás ahora, querido lector, usted no pueda sustraerse de

una lógica duda astronómica.

Las Crónicas Improbarianas, redactas por eruditos improbarianos, hablan acerca de la naturaleza del

planeta. Nos cuentan que debido a la ausencia de una estrella tutora, está desprovisto de todo tipo de

movimientos rotacionales o de traslación. Sin embargo, no es cómo pudiéramos suponer, la causa de su

N

status quo gravitacional, según cuentan. Dicen que es así porque al principio no había nada y que, en su

privada dimensión, trascendió en un cósmico instante a ser y, cómo para vaporizar los intentos de los

lógicos terrestres –esto lo aporto yo y no los eruditos improbarianos-, sigue siendo. Ya hemos dejado

por sentado que el contacto humano-improbariano es imposible, luego refutarles este argumento –si se

diera el caso- se escapa de nuestras posibilidades. Algunos científicos que conocen la existencia de

Improbaris y su peculiaridad saben de estas crónicas. Deben significarles un inmenso acicate, ya que

con inusitado entusiasmo siguen devanando hipótesis que expliquen su singularidad cósmica. Sin

embargo, no pueden evitar usar referencias humanas para enunciar y desarrollar sus hipótesis. ¿Se

estará usted preguntando, querido lector, si la condición humana es tan arraigada como para impedir

desprenderse de ella y, por ende, imposibilitar nuevos conocimientos en los hombres?

Volvamos a Improbaris, que es eje central de mi relato. Los improbarianos, según se desprende de las

crónicas, viven en sociedades organizadas. Por supuesto a su manera y que ahora intentaré describir con

algunos ejemplos. Existe un sistema judicial que abomina de considerar casos con relativismo. Es decir,

la justicia es ab-so-lu-ta-men-te absoluta. Los comercios no establecen referencia alguna para generar

movimientos mercantiles. Son los improbianos los que establecen en dónde se encuentra el centro de

gravedad –refiriéndonos a la suya particular – económico para que no se produzca ningún tipo de

desigualdad. El dinero no existe. Dicho a la manera terrestre, el improbariano adquiere bienes pagando

con cuotas de necesidad. Podrá entonces adquirir bienes en cantidad proporcional a su necesidad bajo

el referente gravitacional fijado. No se dan observaciones en las crónicas sobre cuestiones afectivas. No

sabemos si cualquier emoción como el amor, la felicidad o sus contrarios están presentes entre los

improbarianos. Sólo algún apunte indica que el improbariano se esfuerza en todas sus facetas

existenciales. Nos agradaría deducir que por el sólo hecho de ser, son cómo pensamos que somos los

humanos, en este aspecto. Este planteamiento inferido probablemente genere en usted, querido lector,

una cierta duda ética, aspecto éste que verticalmente domina nuestras acciones. Es decir, no podemos

desprendernos de ella.

La Crónicas Improbarianas nos hablan de un mundo extraño, que trata con suma tangencialidad algunos

aspectos y valores que aquí en la Tierra les damos una notable importancia y que, no podemos

ocultarlo, muchas veces generan un dolo que, a su vez y en la gran mayoría de los casos, los nutre para

iniciar un nuevo ciclo agobiante. La extrañeza la fundamentamos porque nuestra lógica se sustenta en

una tácita gravedad articulada desde el protagonismo cobrado por la mayoría o los más pudientes. Si

esta gravedad subyugante pudiera mutarse, y es objetivo ya enunciado de la raza humana,

mejoraríamos. Probablemente. Tampoco nunca seríamos improbarianos, y esto sí que es del todo

improbable. Sí que podemos, y es factor humano, esforzarnos, que es factor que caracteriza a los

improbarianos, en valorar debidamente a todos quienes nos rodean, y a todo lo que nos rodea, por ser

lo que son. Sobre todo, para que les permitamos seguir siendo. Todo lo descrito sobre Improbaris, no

debe significarle para que usted me crea, querido lector, esfuerzo ímprobo. Valore mi relato, si fuera el

caso, bajo la misma probidad con que un improbariano asume su extraña condición gravitatoria.

Desproveámonos ya de tanta sustracción ante las verticalidades que nos atraen y atrapan. No se

pretende cambiarle a la Tierra el nombre por el de Probaris, pero sí que podemos ser más honestos que

hasta ahora. Si así fuera, hablaría muy bien de nosotros un improbariano al que le llegara el último

ejemplar de las Crónicas Terráqueas.

© Fco. Hdez

Noviembre de 2009