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Page 1: Critchley, Simon; Marchart, Oliver y otros - Laclau. Aproximaciones críticas a su obra

SIMON CRITCHLEY Y OLIVER MARCHART Laclau © FCE - Prohibida su reproducción total o parcial 1

Simon Critchley y Oliver Marchart (compiladores)

Judith Butler - William E. Connolly - Simon Critchley

Fred Dallmayr - Mark Devenney - Torben Bech Dyrberg Rodolphe Gasché - Jason Glynos - David Howarth

Ernesto Laclau - Oliver Marchart - J. Hillis Miller Aletta Norval - Rado Riha - Urs Stäheli - Yannis Stavrakakis

Jelica Šumič - Linda M. G. Zerilli

LACLAU APROXIMACIONES CRÍTICAS A SU OBRA

Introducción (fragmento)

Simon Critchley y Oliver Marchart

Una vida en la política La obra de Ernesto Laclau es uno de los intentos contemporáneos más innovadores e influyentes de revivir y rearticular el pensamiento político en una época en que sus fundamentos se han vuelto cada vez más inciertos. Los conceptos tradicionales de la teoría política se consideran cada vez más “esencialmente cuestionables”. El sentido de las categorías tradicionales del pensamiento político ya no puede darse por sentado. Si no podemos recurrir a fundamentos seguros, nos vemos obligados a formular preguntas fundamentales: ¿cuál es la naturaleza de la “política” y “lo político”? ¿Hasta qué punto es posible la “sociedad”? ¿Cómo tendríamos que concebir al “sujeto”? ¿Cómo se construye la “identidad” social y cultural? ¿Cómo podríamos delinear las fronteras de la “comunidad”? ¿Cómo deberíamos conceptualizar la relación entre el “poder” y el mundo social? ¿Cuál es la naturaleza, si es que la tienen, del “orden”, la “representación”, la “ideología”? ¿Cómo podemos reconsiderar las nociones de “libertad” e “igualdad”? ¿Podremos revivir nuestras ideas de “democracia” y “emancipación”?

La obra de Laclau ha intentado responder todas estas preguntas y reformular los conceptos básicos de la teoría política en el momento

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mismo de su desintegración.1 No obstante, siempre ha afirmado que las razones de esta desintegración no deben buscarse sólo en la teoría. Para Laclau existen factores históricos que condujeron al colapso de las antiguamente estables categorías de la teoría política: la retirada general de la idea misma de un fundamento último o básico de la sociedad; la proliferación de nuevas luchas políticas y sociales desde la década de 1960 en adelante; la multiplicación de los centros de poder en épocas de un capitalismo cada vez más desorganizado; la relativa decadencia del Estado nación y los conflictos poscoloniales entre el mundo desarrollado y el mundo en vías de desarrollo; el fin de la hegemonía del compromiso fordista y el fin de las ideologías totalizadoras que sustentaron la Guerra Fría. Por el contrario, la teoría está lejos de desvincularse de otros ámbitos sociales y hay numerosos ejemplos de desarrollos intelectuales que han provocado una serie de efectos históricos. Por lo tanto, para Laclau (1994: 2), la separación entre teoría política y práctica política es “en buena medida una operación artificial”.

Podemos apreciar la contaminación recíproca de los campos político y teórico en la propia biografía intelectual de Laclau. Se crió en la Buenos Aires de los años cuarenta y fue profundamente influido por la experiencia del populismo peronista. En 1958 se afilió al Partido Socialista Argentino y participó activamente del movimiento estudiantil. En 1963 se unió al Partido Socialista de la Izquierda Nacional, un desprendimiento del Partido Socialista Argentino, y fue uno de sus líderes políticos hasta 1968, como también el editor de Lucha Obrera, la publicación semanal del partido. En entrevistas posteriores, ha declarado que su “primera lección de hegemonía” data de aquella década. En los años sesenta la Argentina fue testigo de una rápida dislocación social y el golpe de Estado de 1966 provocó la proliferación de nuevos antagonismos. Simultáneamente, el peronismo intentó ofrecer un horizonte alternativo a los símbolos del anti establishment y hegemonizar cada vez más las demandas sociales. “Todo lo que más tarde intenté pensar teóricamente -recuerda Laclau-, la dispersión de las posiciones de sujeto, la recomposición hegemónica de las identidades fragmentadas, la reconstitución de las identidades sociales a través del imaginario político… todo eso lo aprendí en aquellos años, en el curso del activismo práctico” (NR: 180). Ya como editor de Lucha Obrera, es decir, veinte años antes de la publicación de Hegemonía y estrategia socialista, escrito en colaboración con Chantal Mouffe, Laclau escribía editoriales en las que defendía la hegemonización de las tareas democráticas por la lucha socialista en favor de los intereses de la clase

1 Claramente no está al alcance de esta introducción ofrecer un panorama completo de la obra y las ideas de Ernesto Laclau. Para esto, véanse Torfing (1999), Smith (1998), Howarth (2000) y Howarth et al. (2000).

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trabajadora. De modo que, mientras en la ideología del partido había un evidente reduccionismo de clase, resumido en el supuesto de que existían intereses “naturales” de la clase obrera, la experiencia del populismo argentino le enseñó a Laclau exactamente lo contrario: las alianzas políticas no debían construirse a lo largo de las fronteras de clase, sino más allá de éstas, en un esfuerzo constante por hegemonizar una tarea universal más vasta.

Esto lo llevó a abandonar poco a poco todas las formas de reduccionismo de clase. En los artículos escritos en 1969, después de su traslado a Inglaterra y reunidos luego en su primer libro, Política e ideología en la teoría marxista (1977), Laclau ya criticaba, por ejemplo, la reducción que hacía Poulantzas de la ideología populista de lo “nacional-popular” en el nivel de las clases. En su obra posterior, Laclau extiende y radicaliza su crítica al determinismo “en última instancia” de resonancias althusserianas. Por lo tanto, si seguimos la trayectoria de Laclau como teórico, nos resultará difícil descubrir una ruptura radical en su pensamiento. Lo que encontramos, en cambio, es la ampliación o la dilucidación teórica de aquellas intuiciones que surgieron del activismo político. Cuando comenzó a leer a Gramsci y Althusser, a mediados de los años sesenta, su “interpretación era esencialmente política y no dogmática porque -como él mismo dice- podía relacionarlos directamente con mi propia experiencia argentina” (NR: 199). Incluso su lectura posterior del postestructuralismo siempre estuvo influenciada por la experiencia de la práctica política:

[C]uando hoy leo De la gramatología, S/Z o los Escritos de Lacan, los ejemplos que siempre me vienen a la memoria no son de textos literarios o filosóficos; son de una discusión en un sindicato argentino, un enfrentamiento de eslóganes opositores durante una manifestación, o un debate en un congreso partidario. Durante toda su vida Joyce evocó su experiencia natal en Dublín; en mi caso, son aquellos años de lucha política en la Argentina de la década de 1960 los que me vienen a la mente como punto de referencia y comparación (NR: 200).

Cuatro cambios en el pensamiento político: La novedad de Hegemonía y estrategia socialista

Cuando Hegemonía y estrategia socialista de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe fue publicado en 1985, generó una serie de transformaciones significativas en los debates teóricos y políticos de la izquierda. Aunque inicialmente avivó una serie de discusiones en ocasiones polémicas sobre la “verdadera naturaleza” del marxismo, resultó ser inmensamente influyente en muchas otras áreas, entre ellas la teoría de la democracia, la teoría del movimiento social, el análisis del discurso, los estudios culturales o la teoría de la regulación. Después de veinte años, con una

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mirada retrospectiva y tratando de delinear la trayectoria de la influencia de aquel libro, detectamos por lo menos cuatro razones de su impacto.

En primer lugar, Hegemonía y estrategia socialista transformó los presupuestos mismos de la problemática marxista. Pero Mouffe y Laclau no pretendían el completo rechazo de todo lo que cabe bajo el rótulo de marxismo, sino el fortalecimiento de uno de sus rasgos particulares: la tradición gramsciana. Al ubicar la categoría de la hegemonía de Antonio Gramsci en el centro de la escena, Laclau y Mouffe lograron socavar los supuestos deterministas de las versiones más tradicionales del marxismo; por ejemplo, la del marxismo de la Segunda Internacional. La categoría de la hegemonía les permitió desmantelar la dicotomía marxista entre “base” económica y “superestructura” ideológico política -con la que Marx había coqueteado brevemente en el “Prólogo” a Una contribución a la crítica de la economía política y que era tan importante para Engels-, donde la “superestructura” siempre estaría determinada por la “base” (aunque “en última instancia”). De modo que la primera intervención de Mouffe y Laclau consistió en el debilitamiento del economicismo marxista y en la radicalización del concepto gramsciano de hegemonía.2 En Hegemonía y estrategia socialista, y en particular en la obra posterior de Laclau, la “hegemonía” se ha convertido en el nombre de la lógica general de la institución política de lo social. Como consecuencia de esto, el campo de la política se extendió significativamente a la institución de lo social propiamente dicha, donde las identidades políticas se articulan en un terreno que es primario y no derivable de ninguna “realidad” subyacente, como las “leyes económicas de movimiento” que gobiernan las relaciones de producción.

Esto nos lleva al segundo cambio iniciado por Hegemonía y estrategia socialista. Porque si lo político es primario y constitutivo de lo social y no deriva de ninguna otra instancia, entonces ningún actor social puede reclamar una posición privilegiada en la sociedad. De allí que la “clase” como actor político pierda su privilegio ontológico. En cambio, debemos confrontar el fenómeno de una cadena potencialmente interminable de actores sociales que forman sus identidades alrededor de nociones distintas a la de clase -como las nociones de género, raza, etnia u orientación sexual-. Si bien Laclau y Mouffe no fueron los únicos en “descubrir” lo que luego se conocería como nuevos movimientos sociales, ciertamente fueron más consistentes al expresar las consecuencias de su aparición para el proyecto político general de la izquierda. Porque lo que surgió con estas

2 El desarrollo de la idea de “hegemonía” de Laclau es analizado de manera más extensa en el artículo de David Howarth. Para una valiosa y clara introducción a los principales temas y tópicos de Hegemonía y estrategia socialista, nos gustaría remitir a los lectores al artículo de Fred Dallmayr.

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luchas diversas, desde una perspectiva emancipadora, fue la necesidad de una articulación común entre todos ellos sin asignar por eso ningún nuevo tipo de privilegio ontológico a un grupo o a otro. Para responder a este problema, Laclau y Mouffe presentaron, en el último capítulo de su libro, el proyecto de una democracia radical y plural. Si este proyecto se denomina “radical”, es porque una de sus metas es expandir los efectos igualitarios a cada vez más áreas de lo social. Si, por otro lado, se denomina “plural”, es porque la autonomía relativa de las demandas de los diferentes grupos debe ser aceptada y articulada en un movimiento común más vasto, lo que se conoce como “una cadena de equivalencia”. A partir de este punto, Chantal Mouffe continuó desarrollando en numerosos libros y artículos (véase Mouffe, 1989, 1992, 1993, 1996, 2000) el proyecto de una democracia radical y plural con respecto a y en contraste con el liberalismo político, como asimismo en relación con pensadores políticos como Carl Schmitt. Ernesto Laclau, por su parte -como veremos a continuación-, prosiguió el debate de la democracia radical reflexionando sobre la tradición emancipadora y específicamente sobre la relación entre particularismo y universalismo.

En tercer lugar, Hegemonía y estrategia socialista contribuyó decisivamente al “giro discursivo” de las ciencias sociales. Cuando la identidad social pierde todos sus puntos de anclaje en una realidad supuestamente más profunda, la identidad es el resultado de una construcción discursiva o, para utilizar el término técnico de los autores, de una articulación discursiva.3 De esta manera, lo social propiamente dicho es reconceptualizado por completo por Laclau y Mouffe en términos de discursividad: es simplemente otro nombre para lo “discursivo”.4 Lo que se desarrolló a partir de entonces fue una forma 3 Articulación es uno de los conceptos clave de Laclau y Mouffe. Lo definen como “toda práctica que establezca una relación entre elementos, de modo que la identidad de estos últimos es modificada como resultado de la práctica articuladora”. Llaman discurso a esa “totalidad estructurada” que resulta de la práctica articulatoria (HSS: 105). El lector encontrará en Slack (1996) un análisis del impacto que el concepto de articulación de Laclau causó en los estudios culturales. Resulta interesante observar que, entre los profesionales de los estudios culturales, Stuart Hall es quien más se acerca a Laclau, ya sea con respecto al giro discursivo de la teoría de la hegemonía, las cuestiones de la democracia (véase Hall, 2002) o la “epistemología” (véase el artículo de Hall [1997] sobre “las revoluciones culturales de nuestra época”, cuya fuente de inspiración resulta evidente ya desde el título). En Marchart (2002, 2003) también se tratan algunos aspectos de la relación entre la teoría de la hegemonía laclauiana y los estudios culturales. Para integrar el concepto de articulación de Laclau con el enfoque “rival” de Critical Discourse Analysis, véase Chouliaraki y Fairclough (1999). 4 Es importante advertir que, para Laclau y Mouffe, lo discursivo comprende tanto el plano “lingüístico” como el “pragmático” de la significación. Lejos de ser sólo una cuestión de “palabras”, el discurso siempre se constituye como práctica (véase su “Post-Marxism without Apologies”, en NR, pp. 97-134).

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específica de indagación política y social, en ocasiones llamada la “escuela de Essex” del análisis del discurso político.5 En Hegemonía y estrategia socialista se construyeron los cimientos de esta clase de análisis discursivo, en la medida en que Mouffe y Laclau introdujeron algunas de sus herramientas y conceptos clave. Por ejemplo, describieron el mecanismo de la formación identitaria incorporando un concepto de antagonismo sumamente original. Se supone que el antagonismo expresa el proceso por el cual lo social, es decir, el campo de las diferencias discursivas, es homogeneizado en una cadena de equivalencia que opera frente a un exterior puramente negativo. En un estado de opresión, por ejemplo, los diferentes sectores sociales pueden establecer entre ellos una relación de equivalencia opuesta a su exterior constitutivo, el opresor, y no obstante, las diferencias entre esos sectores quedarán olvidadas siempre y cuando su relación antagónica con el opresor permanezca intacta. En una situación de antagonismo decreciente, la relación de equivalencia se transformará poco a poco en una colección de diferencias. Desde este punto de vista, la hegemonía debe entenderse como el intento de construir discursivamente, a partir de un terreno de diferencias, el “bloque histórico” de una formación hegemónica específica. La estrategia de Laclau y Mouffe de reconceptualizar “lo social” en términos de articulación discursiva los ha llevado a formular acaso uno de los postulados más controvertidos de Hegemonía y estrategia socialista, es decir, la imposibilidad de la sociedad: “Lo social es articulación en tanto la “sociedad” es imposible” (HSS: 114). No deberíamos pasar por alto el hecho de que este postulado se desprende claramente del cambio de paradigma iniciado por Mouffe y Laclau, porque si lo discursivo se considera primario con respecto a todas las identidades sociales, entonces la sociedad jamás estará en condiciones de encontrar su fundamento último o alcanzar la totalidad, donde el antagonismo desaparece y la política se termina. La imposibilidad de la sociedad es una consecuencia necesaria del constructivismo de Laclau y Mouffe: “Si lo social no se las ingenia para establecerse en las formas inteligibles e instituidas de una sociedad –escriben-, lo social sólo existe, no obstante, como el esfuerzo de construir ese objeto imposible” (HSS: 112).6

5 Muchos estudios empíricos han sido considerados desde la perspectiva de la “escuela de Essex”. Estos incluyen, por nombrar sólo algunos, el estudio del discurso del apartheid (Norval, 1996), del discurso de la nueva derecha británica sobre raza y sexualidad (Smith, 1994), del populismo peronista (Barros y Castagnola, 2000), del populismo europeo de ultraderecha (Marchart, 2001, 2002), de la ideología verde (Stavrakakis 1997), del discurso gay en el Hong Kong colonial (Ho y Tsang, 2000), del discurso de democratización taiwanés (Lin, 2003) y del imaginario kemalista en Turquía (Celik, 2000). 6 Ernesto Laclau presentó el postulado de la imposibilidad de la sociedad en un artículo anterior a Hegemonía y estrategia socialista, reeditado en NR (pp. 89-92). Allí

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Esto nos conduce al cuarto cambio importante iniciado por Hegemonía y estrategia socialista, al que podríamos definir como un desplazamiento decisivo del pensamiento postestructuralista. Obviamente, el escepticismo de Laclau sobre la posibilidad de que exista una “totalidad cerrada” es compartido por muchas vertientes del postestructuralismo. Pero en Hegemonía y estrategia socialista el pensamiento postestructuralista fue exhaustivamente empleado, por primera vez, como una “herramienta” de análisis político en sentido estricto. Por ejemplo, la teoría lacaniana de los “puntos nodales” fue empleada para dar cuenta de los procesos de la fijación hegemónica del discurso. Sin embargo, la estrategia general de Mouffe y Laclau era “deconstructiva” en muchos aspectos. Esta estrategia conduciría a Laclau en sus obras posteriores a la deconstrucción de numerosas nociones clásicas del pensamiento social y político: poder, orden, representación, universalidad/particularidad, comunidad, ideología, emancipación y, por supuesto, las categorías de la política, lo político, la sociedad y lo social.7 No obstante, como ha aclarado el propio Laclau, es necesario que la deconstrucción se complemente con la teoría de la hegemonía. Si la operación deconstructiva consiste en revelar el momento último de indecidibilidad inherente a toda estructura, la hegemonía nos ofrece una teoría de la decisión tomada en ese terreno indecidible (Laclau, 1996; E: 66-83). De allí que el postestructuralismo haya dado un giro político que Laclau inició en Hegemonía y estrategia socialista y desarrolló en sus obras posteriores.

sostiene, en oposición a las visiones esencialista y fundacionalista de lo social, “que todo sistema estructural está limitado, es decir que siempre está rodeado de un ‘exceso de sentido’ que no puede dominar y que, en consecuencia, la ‘sociedad’ como objeto unitario e inteligible que se basa en sus propios procesos parciales es una imposibilidad” (NR: 90). Pero esto no implica que simplemente podamos descartar cualquier noción de totalidad. La sociedad, y esto es lo que la convierte en un objeto imposible, continúa siendo algo que está presente en su misma ausencia: “Así, el problema de la totalidad social se presenta en nuevos términos: la ‘totalidad’ no establece los límites de ‘lo social’ transformándolo en un objeto determinado (es decir, en ‘la sociedad’). En cambio, lo social siempre excede los límites de los intentos de constituir la sociedad. Al mismo tiempo, sin embargo, esa ‘totalidad’ no desaparece: si la sutura que intenta es en última instancia imposible, no obstante es posible proceder a la fijación relativa de lo social mediante la institución de puntos nodales” (NR: 91). 7 La “inclinación” deconstructiva de Laclau se basa en la convicción, según sus propias palabras, “de que algunas de las rígidas oposiciones que han dominado la teoría social y política durante largo tiempo son simplemente el resultado de haber elegido un extremo de la oposición y haber presentado al otro como su estricta antítesis. Nosotros hemos afirmado, por el contrario, que en la mayoría de los casos los dos extremos opuestos, lejos de rechazarse mutuamente, se contaminan entre sí, de modo que sólo concentrándonos en sus procesos de subversión mutua podremos establecer nuevos juegos de lenguaje que tengan en cuenta las posibilidades históricas que esos aparentes callejones sin salida han abierto para la teoría y la práctica democráticas” (Laclau, 2002: 386).

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Universalidad elusiva: Nuevas reflexiones sobre la revolución de nuestro tiempo y Emancipación y diferencia

En sus publicaciones posteriores a Hegemonía y estrategia socialista, en particular en Nuevas reflexiones sobre la revolución de nuestro tiempo (1990), Laclau ha continuado desarrollando de una manera todavía más coherente la estructura de su postestructuralismo político. Mientras que en Hegemonía… la argumentación era presentada en parte como la genealogía y deconstrucción de la historia del marxismo, Nuevas reflexiones… se propone lo que Laclau define como la “tarea imposible” de presentar el argumento “como una secuencia lógica de sus categorías” (NR: 4). No sería exagerado decir que Nuevas reflexiones… constituye el discours de la méthode de Laclau. Aparte de la profundización sistemática de la argumentación presentada en Hegemonía…, Nuevas reflexiones… incluye dos reformulaciones considerables de la posición anterior. Si bien se mantiene dentro del horizonte, más vasto, de la deconstrucción, Laclau pone mayor énfasis en los aspectos lacanianos de sus argumentaciones previas. Una influyente crítica de Slavoj Žižek (1990; véase también Laclau y Zac, 1994) impulsó a Laclau a suplementar la idea más bien estructuralista de las “posiciones de sujeto”, central en la estructura de Hegemonía…, con la noción del sujeto-como-falta dentro de la estructura. Esto le permitió evitar estancarse en una idea de la subjetividad completamente pasiva -donde la posición de sujeto es determinada por el movimiento constructivo de la estructura-, sin tener que recurrir a la igualmente inadecuada idea de la noción cartesiana clásica o voluntarista del sujeto. En consecuencia, la identidad ya no se concibe como un mero efecto de construcción estructural sino que es el resultado de los procesos de identificación desatados por esa “falta de identidad” originaria llamada “el sujeto”. En segundo lugar, Laclau decidió radicalizar su noción del antagonismo (que comparte con Mouffe) como límite de lo social, incorporando una vez más una categoría más primaria: la dislocación. Ésta debe ahora dar cuenta del hecho de que lo social, o la sociedad en tanto totalidad presupuesta, está siempre ya “dislocado” por un exterior que, sin embargo, no siempre ni necesariamente debe ser construido discursivamente en la forma del antagonismo.8 8 Laclau explica este cambio en una entrevista posterior: “Cuando Chantal Mouffe y yo escribimos Hegemonía y estrategia socialista, todavía afirmábamos que el momento de la dislocación de las relaciones sociales, el momento que constituye el límite de la objetividad de las relaciones sociales, estaba dado por el antagonismo. Más tarde empecé a pensar que eso no era suficiente, porque construir una dislocación social –un antagonismo– ya es una respuesta discursiva. Uno construye a ese Otro que disloca la propia identidad como un enemigo, pero existen formas alternativas. Por ejemplo, alguien podría decir que ésta es la expresión de la ira de Dios, que es un

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No obstante, la obra de Laclau posterior a Hegemonía… ha dejado cada vez más claro que sería un error reducirla a una variante más de postestructuralismo. El propio Laclau nos señala otras fuentes de inspiración: la fenomenología y la filosofía postanalítica, en particular Husserl y Wittgenstein (NR: 212). Muchas de las argumentaciones de Laclau ostentan un fuerte carácter filosófico. Gran parte de su diálogo con Judith Butler y Slavoj Žižek -titulado Contingencia, hegemonía, universalidad. Diálogos contemporáneos en la izquierda y publicado en 2000- gira en torno a sus respectivos enfoques de Hegel, mientras que la obra de Heidegger ejerce también una significativa influencia en los comentarios de Laclau. La obra de Ernesto Laclau es, sin lugar a dudas, parte de la tendencia filosófica antifundacionalista que podemos encontrar también en Nietzsche, la fenomenología, la filosofía postanalítica y el postestructuralismo. Dadas las filiaciones filosóficas del pensamiento de Laclau, no debería sorprendernos que -en Emancipación y diferencia, una selección de sus ensayos más importantes publicada en 1996- optara por intervenir en los debates sobre políticas identitarias y multiculturalismo, reformulando los fundamentos filosóficos mismos de esos debates.

Básicamente, la cuestión gira en torno a cómo dotar de poder político a las nuevas (y no tan nuevas) identidades y diferencias culturales de una manera emancipadora. El espectro de respuestas posibles va desde el segregacionismo estricto de ciertas versiones sectarias de las políticas identitarias hasta la más festiva y anarquista afirmación de identidades múltiples, fluidas, esquizoides, liminales, nómadas o híbridas. La visión de Laclau ciertamente no es compatible con ninguno de los extremos del espectro. No obstante, estas teorías responden para Laclau a un problema común cuyas raíces categoriales están en la filosofía: el problema de la relación entre universalismo y particularismo. La decisiva contribución de Laclau a este debate teórico político en Emancipación y diferencia consiste precisamente en la reformulación radical de la relación entre lo particular y lo universal. La tensión entre esos términos, nos advierte, no debe disolverse a favor de uno u otro lado. Por una parte, las estrategias puramente particularistas -al encerrarse en su propia identidad cultural o social- no podrían entrar en una coalición más amplia con otras fuerzas ni tampoco desarrollarla. En cambio, estarían en constante peligro de terminar en alguna clase de apartheid autoimpuesto. Por otra parte, la posición puramente universalista -como la de los herederos habermasianos del racionalismo

castigo por nuestros pecados y que debemos prepararnos para el día de la expiación. De modo que ya hay una organización discursiva en el hecho de construir a alguien como enemigo, lo cual implica toda una tecnología de poder en la movilización de los oprimidos. Es por esto que en Nuevas reflexiones… insisto en el carácter primario de la dislocación antes que en el antagonismo” (Laclau, 1999: 137).

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iluminista- corre el peligro de trascender todos los particularismos en nombre del consenso universal y racional. Laclau nos ofrece una respuesta diferente y distintiva: al afirmar la necesidad de alguna versión de universalismo y al rechazar la idea del particularismo puro, Laclau en efecto invierte el estatus de lo universal. Lo universal ya no es el nombre del fundamento primordial de lo social, como lo era la categoría de “la razón” para el Iluminismo, sino que está vaciado de todo contenido concreto y se ha convertido en el nombre del fundamento imposible de lo social, que no es sino otro nombre de la ausencia de todo fundamento primordial.

Así, lo universal no desaparece simplemente, sino que se conserva como una dimensión necesaria de cualquier acción social y política. Dado que el particularismo extremo constituiría un mundo leibniziano de mónadas desconectadas o una guerra hobbesiana de todos contra todos, la universalidad debe continuar vigente como horizonte vacío de lo social: un horizonte que, sin embargo, nunca será llenado del todo por un particularismo dado, aun cuando las fuerzas y los actores particulares se esfuercen por encarnarlo. De este modo, Laclau entiende y reformula el concepto de hegemonía como la relación entre las dimensiones de lo universal y lo particular. En la relación hegemónica, una demanda, un grupo o una identidad particular se hace cargo de la tarea de encarnar la universalidad ausente y vacía. Obviamente, el grupo particular siempre desempeñará, hasta cierto punto, el rol del impostor. Sin embargo, aun cuando ningún particularismo logrará jamás cumplir esta tarea, alguna orientación hacia la dimensión universal continúa siendo indispensable en tanto un proyecto político pretende generar efectos hegemónicos.

Esto también tiene consecuencias obvias para el proyecto político de la democracia radical y plural. Si una política de puro particularismo o pura multiplicidad es la receta para el fracaso y la derrota políticos, entonces una forma radical de posmodernismo no es, simplemente, una opción factible. En consecuencia, la tradición emancipadora en la política y en la teoría no puede ser arrojada simplemente al basurero de la historia. Por supuesto, la desaparición de los discursos totalizadores clásicos de la emancipación y la simultánea multiplicación de las identidades sociales son un hecho histórico. Pero aunque el universalismo puro del proyecto iluminista puede ser puesto a descansar, las figuras y elementos de la tradición emancipadora están en libertad y pueden ser recombinados retóricamente y rearticulados de nuevas maneras. De modo que la deconstrucción de la grandiosa narrativa clásica de la emancipación en singular se ha transformado en una condición previa de los movimientos emancipadores en plural: de allí Emancipation(s). Concebido de esta manera, el proyecto democrático radical sería aquel que conservara conscientemente la tensión ineliminable entre universalismo y particularismo, que aceptara

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totalmente la naturaleza contingente de la empresa política, y en el cual la dimensión de universalidad siguiera siendo un horizonte vacío sin convertirse jamás en otro fundamento positivo.

Un polílogo contemporáneo de la izquierda

Todo esto nos remite al libro que el lector tiene ahora entre sus manos. Muchas de las contribuciones a este volumen se ocupan, de una u otra manera, de la influyente reformulación del concepto de universalismo que propone Laclau. Si bien esta cuestión reaparece a lo largo del libro, en la Parte I (“Filosofía: universalidad, singularidad, diferencia”) hay un especial énfasis en la universalidad. Los autores que participan de esta sección se preocupan por las implicaciones filosóficas o por el “fundamento” de la teoría de Laclau. El papel de Hegel y Heidegger en esta última es considerado, con particular atención, en la cuestión de la diferencia. Rodolphe Gasché investiga el estatus filosófico de la universalidad vacía. Según Gasché, la filosofía actual debería indagar las consecuencias de la dislocación del concepto metafísico de fundamento tal como ha sido desarrollada en la teoría posfundacional del universal vacío de Laclau. Al referirse a la “idea de Europa” de Husserl -entendida como una tarea que trasciende críticamente todas las particularidades-, también propone considerar seriamente una universalidad “menos” vacía que la de Laclau. En su artículo, Linda Zerilli delinea los contornos históricos y filosóficos de la universalidad, y también reflexiona sobre los debates actuales en torno al término. En particular, se ocupa de las implicaciones del “universalismo que no es Uno” de Laclau en la práctica feminista. Fred Dallmayr enfoca su artículo en Hegemonía y estrategia socialista e investiga su relación con la filosofía de Hegel y las cuestiones de negatividad, contingencia y necesidad. Según Dallmayr, Hegemonía… debe entenderse como una importante contribución a lo que él denomina la teoría política poshegeliana. Pero Dallmayr también percibe un tono heideggeriano en la propuesta de Laclau y Mouffe de concebir necesidad y contingencia, fundamento y abismo, en términos de su mutua implicación. Oliver Marchart retoma este punto en su artículo y llama la atención sobre el rol que juega la diferencia ontológica en la obra de Laclau. Considera que el empleo frecuente de la diferencia ontológica es una intervención de “lo estrictamente filosófico” en la obra de Laclau, y que es la base que le permite establecer la diferencia entre universalismo y particularismo. No obstante, él considera que el particularismo debe estar necesariamente suplementado por las categorías de lo singular y lo absoluto como sus “casos límite” ontológicos. Rado Riha también señala, desde una perspectiva lacaniana, la relación intrínseca entre lo

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universal y lo singular, y afirma que ambos coinciden en que el lugar de lo “universal singular” no es otro que el lugar del sujeto. Riha sostiene que la incorporación de la idea de lo universal singular es una intervención tanto filosófica como política, y que por eso mismo subvierte el acercamiento tradicional de la filosofía a la política.

La Parte II (“Democracia: política, ética, normatividad”) está dedicada a la idea de democracia radical de Laclau y sus implicaciones éticas y normativas. Simon Critchley afirma en su artículo que, para que la teoría de Laclau no caiga en el decisionismo o el voluntarismo, se necesita una dimensión ética -entendida en términos levinasianos de responsabilidad infinita-. Critchley se opone a la reciente distinción propuesta por Laclau entre lo ético y lo normativo, y se pregunta qué implicaría una forma de hegemonía específicamente democrática. Mark Devenney también se muestra preocupado por las implicaciones normativas de la teoría de Laclau desde la perspectiva de la teoría crítica de la Escuela de Fráncfort. Sostiene que toda ontología de lo social se apoya en presupuestos normativos ocultos. Para Devenney, el posmarxismo de Laclau es, en varios aspectos, una crítica comparable a la de la racionalidad instrumental. El artículo de Aletta Norval se centra en la relación entre la democracia radical y las variantes de democracia deliberativa de inspiración habermasiana. Si bien admite que la idea del consenso racional ha sido sobredimensionada por los modelos deliberativos y que los enfoques postestructuralistas reflejan mejor los procesos actuales de toma de decisiones, aboga por un modelo alternativo que tenga en cuenta las borrosas fronteras entre la deliberación, por un lado, y la fuerza de la retórica y la persuasión, por el otro. William E. Connolly propone una manera diferente de incorporar la dimensión ética al compromiso político. Lo que él llama el “ethos de la democratización” no se reduce a los valores liberales, sino que combina las virtudes del “respeto agonístico” y la generosidad crítica en lo que él denomina una “política del devenir”. Mientras que los puntos de referencia de Connolly se encuentran en la trayectoria que va de Nietzsche a Deleuze, Jelica Šumič toma como puntos de partida las obras de Lacan y Alain Badiou. Šumič argumenta que la “fidelidad a la emancipación” es lo que distingue a la democracia radical de otros proyectos hegemónicos y que, de esa manera, incorpora el momento ético a la teoría de Laclau.

En la Parte III (“Hegemonía: discurso, retórica, antagonismo”) el lector encontrará un grupo de artículos que buscan interrogar y desarrollar más a fondo ciertos conceptos clave de la teoría de la hegemonía de Laclau. Se establece un diálogo entre esa teoría y otras disciplinas como el psicoanálisis, la retórica, la teoría de los sistemas o la ciencia política anglo-estadounidense. Jason Glynos y Yannis Stavrakakis defienden la articulación complementaria de categorías lacanianas como la fantasía o la jouissance en la teoría del discurso de

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Laclau. Afirman que la teoría de la hegemonía sólo estará en condiciones de explicar exhaustivamente el funcionamiento de la ideología si incorpora la dimensión psicoanalítica. El artículo de J. Hillis Miller se ocupa principalmente del reciente vuelco de Laclau hacia la retórica. Miller celebra la articulación que hace Laclau entre su teoría de la hegemonía y la retórica, y analiza el vínculo de Laclau con la obra de Paul de Man. Sin embargo, sostiene que si tomamos como criterio la clásica trilogía de gramática, retórica y lógica, comprobaremos que en la obra de Laclau predomina la lógica antes que la retórica. El artículo de Urs Stäheli se ocupa de las figuras rivales del límite, comparando el concepto laclauiano de antagonismo con la figura de la transgresión foucaultiana, por un lado, y la noción del límite luhmanniano, por el otro. Stäheli afirma que si bien Foucault nos deja con más preguntas que respuestas, el concepto de antagonismo de Laclau parece sobrepolitizado en comparación con el de Luhmann, es decir, con una concepción no antagónica del cierre sistémico. Torben Dyrberg se ocupa del concepto de lo político en la teoría de la hegemonía. Observa que la lógica de la hegemonía se encuentra en dos niveles, y por ese motivo propone diferenciar el concepto de lo político del concepto de política. Mientras que la política puede entenderse como el actual proceso de llenar el lugar vacío de la identidad, lo político constituye el terreno primario o la condición de cualquier relación hegemónica. Partiendo de esta distinción, Dyrberg sistematiza la estructura conceptual del análisis del discurso. David Howarth compara la idea de hegemonía en la obra de Laclau, después de haber analizado sus diferentes etapas de evolución, con la ciencia política anglo-estadounidense. En particular, señala cómo podría contribuir la teoría de Laclau a reconfigurar el debate estructura/agencia. Howarth también sugiere algunas tareas futuras de investigación en el campo del análisis discursivo, y concluye la serie de contribuciones retomando una vez más la cuestión de la normatividad y la democracia radical.

Si consideramos el subtítulo del reciente diálogo entre Ernesto Laclau, Judith Butler y Slavoj Žižek, “Diálogos contemporáneos en la izquierda”, quizá no sería demasiado exagerado decir que nuestro volumen es un polílogo todavía más complejo acerca de la izquierda. No sólo porque los artículos se “comunican” entre sí de diferentes maneras acerca de numerosos conceptos y argumentaciones con el afán de extender el horizonte de la teoría de la hegemonía y la democracia radical, sino también porque Ernesto Laclau, con la generosidad que lo caracteriza, se ha tomado el trabajo de responder a cada uno de los artículos de este volumen. Laclau ha escrito mucho más que una simple respuesta, ya que aprovecha la oportunidad de participar en este “polílogo” para especificar y desarrollar más a fondo diferentes aspectos de su teoría.