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42 CORRUPCIÓN Y CALIDAD INSTITUCIONAL EN AMÉRICA LATINA José Antonio Alonso 1 LA LUCHA CONTRA LA CORRUPCIÓN Y LA AGENDA DE DESARROLLO L a lucha contra la corrupción se ha abierto espacio como uno de los componentes obligados en toda agenda nacional de desarrollo que se pretenda exitosa, formando parte de las tareas de fortalecimiento y mejora de las instituciones. Superada la oleada neoliberal que dominó la década de los 80, se entiende, hoy mejor que antaño, que no cabe el desarrollo sin instituciones de gobierno que sean legítimas y eficaces, y que no es posible asentar instituciones legítimas, ni prácticas aceptables de gobierno en un entorno que resulte permisivo o tolerante con la corrupción. Al tiempo, se tiene más claro también que en un entorno competitivo de alcance global, la promoción o amparo de prácticas corruptas no hace sino distorsionar la competencia, en perjuicio de todos. Evitar de manera concertada este tipo de prácticas debiera formar parte de las tareas obligadas de una gobernanza aceptable del proceso de globalización. No siempre ha existido una convicción tan clara acerca del fenómeno. Con anterioridad, la comunidad internacional había tendido a juzgar con tonos más bien permisivos las manifestaciones de corrupción fuera de las fronteras nacionales, especialmente en los países en desarrollo. A esta actitud subyacía una combinación de ventajismo, mala conciencia y percepciones equivocadas. Se entendía que la corrupción, en ese tipo de países era no sólo inevitable, sino incluso conveniente si se quería activar el clima de negocios y vencer las rocosas resistencias de las respectivas burocracias nacionales. Este juicio se acompañaba, en ocasiones, de otro alusivo a la inconveniencia de abordar un tema que, inevitablemente, incursionaba en el delicado ámbito de los asuntos internos de un país (un aspecto especialmente sensible para gobiernos e instituciones internacionales). Y, en fin, todo ello se combinaba con la idea de que un comportamiento sancionador de las prácticas corruptas de las empresas nacionales en el exterior no hacía sino penalizar la capacidad competitiva propia, en beneficio de quienes eran más tolerantes con el fenómeno. Nos encontramos, pues, aquí con una nueva versión del dilema del prisionero: el óptimo individual de cada uno de los implicados se contraponía con lo que podría ser el óptimo colectivo. La situación dio un giro radical en el entorno de la década de los 90. Son muchos los factores que ilustraron este cambio. Sin duda influyó en sus 1 Catedrático de Economía Aplicada, Universidad Complutense de Madrid.

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CoRRUPCIóN y CALIDAD INSTITUCIoNAL EN AMéRICA LATINA

José Antonio Alonso1

LA LUChA CONTRA LA CORRUPCIÓN Y LA AGENDA DE DESARROLLO

La lucha contra la corrupción se ha abierto

espacio como uno de los componentes

obligados en toda agenda nacional de

desarrollo que se pretenda exitosa, formando

parte de las tareas de fortalecimiento y mejora de

las instituciones. Superada la oleada neoliberal

que dominó la década de los 80, se entiende, hoy

mejor que antaño, que no cabe el desarrollo sin

instituciones de gobierno que sean legítimas y

eficaces, y que no es posible asentar instituciones

legítimas, ni prácticas aceptables de gobierno en

un entorno que resulte permisivo o tolerante con la

corrupción. Al tiempo, se tiene más claro también

que en un entorno competitivo de alcance global,

la promoción o amparo de prácticas corruptas

no hace sino distorsionar la competencia, en

perjuicio de todos. Evitar de manera concertada

este tipo de prácticas debiera formar parte de las

tareas obligadas de una gobernanza aceptable del

proceso de globalización.

No siempre ha existido una convicción tan

clara acerca del fenómeno. Con anterioridad, la

comunidad internacional había tendido a juzgar

con tonos más bien permisivos las manifestaciones

de corrupción fuera de las fronteras nacionales,

especialmente en los países en desarrollo.

A esta actitud subyacía una combinación de

ventajismo, mala conciencia y percepciones

equivocadas. Se entendía que la corrupción, en

ese tipo de países era no sólo inevitable, sino

incluso conveniente si se quería activar el clima

de negocios y vencer las rocosas resistencias de

las respectivas burocracias nacionales. Este juicio

se acompañaba, en ocasiones, de otro alusivo

a la inconveniencia de abordar un tema que,

inevitablemente, incursionaba en el delicado

ámbito de los asuntos internos de un país (un

aspecto especialmente sensible para gobiernos e

instituciones internacionales). Y, en fin, todo ello se

combinaba con la idea de que un comportamiento

sancionador de las prácticas corruptas de las

empresas nacionales en el exterior no hacía sino

penalizar la capacidad competitiva propia, en

beneficio de quienes eran más tolerantes con el

fenómeno. Nos encontramos, pues, aquí con

una nueva versión del dilema del prisionero: el

óptimo individual de cada uno de los implicados

se contraponía con lo que podría ser el óptimo

colectivo.

La situación dio un giro radical en el entorno de

la década de los 90. Son muchos los factores que

ilustraron este cambio. Sin duda influyó en sus

1 Catedrático de Economía Aplicada, Universidad Complutense de Madrid.

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AnuArio iberoAmericAno 2012i. AnÁLiSiS

orígenes la temprana normativa que EEUU aprobó

en 1977, tipificando como delito el soborno a

funcionarios extranjeros: una norma que emplazó

a toda la comunidad internacional a revisar sus

actitudes previas ante la corrupción. Tras un largo

período en el que se había logrado esquivar el

tema, bajo la dirección de Wolfensohn se motivó

un cambio significativo en la posición del Banco

Mundial respecto a esta materia: en la reunión

que este organismo tuvo con el FMI, en 1996, se

acordó que la lucha contra la corrupción y por la

mejora de la gobernabilidad pasaban a constituir

aspectos centrales de su estrategia de desarrollo.

A partir de ese momento el Banco Mundial, y

tras él otros Bancos de Desarrollo, como el BID,

se sumaron activamente a la lucha contra la

corrupción, incluso en sus propias prácticas de

licitación de sus proyectos de financiación.

En ese mismo año, 1996, un grupo de trabajo

del Comité de Asuntos Fiscales de la OCDE

aprobó una recomendación orientada a eliminar

la deducibilidad fiscal de los sobornos en el

exterior, y, finalmente, en 1997, los 30 miembros

de la OCDE suscribieron la Convención para la

Lucha contra la Corrupción en el Extranjero, un

avance decisivo en esta materia. De forma casi

paralela, la Organización de Estados Americanos

(OEA), a raíz de su Cumbre de 1994, puso en

marcha un grupo de trabajo relacionado con el

combate contra la corrupción. Como resultado, en

1996 se aprobaba la Convención Interamericana

contra la Corrupción (CICC), que ha concitado

un amplio respaldo en los países de la región.

Por último, en 2003, se aprobó la Convención de

Naciones Unidas contra la Corrupción, elevando

este propósito a rango de objetivo universal. Se

asentaba así una conciencia compartida acerca de

la relevancia de combatir la corrupción.

Este resultado quizá no se hubiese conseguido

si no fuera por la presión de la sociedad civil:

en este campo fue crucial el surgimiento de

Transparency International (TI), una ONG

centralmente orientada al combate contra la

corrupción a escala internacional. A los dos

años de su nacimiento, en 1995, TI publicaba,

un tanto inesperadamente pero con gran eco

mediático, su índice de percepción sobre la

corrupción referido entonces a sólo 42 países. Los

posteriores trabajos de TI lograron no sólo mejorar

la información disponible sobre el fenómeno

a escala internacional, sino también desplegar

una intensa actividad de presión social y política

para elevar el grado de conciencia y compromiso

respecto al problema. Como consecuencia,

otras instituciones (fundaciones, universidades

e instituciones internacionales) se sumaron a la

tarea de mejorar la información disponible sobre

el fenómeno, mejorando la base de indicadores

disponibles para los estudios empíricos sobre las

causas y efectos de la corrupción. En esta tarea

conviene destacar también el papel de la ONG

International Budget Partnership, que elabora

desde hace unos años el Índice de Transparencia

Presupuestaria, evaluando la disponibilidad,

el contenido y la claridad de los principales

documentos presupuestarios de un amplio

número de países.

Como consecuencia de este proceso, la lucha

contra la corrupción ha pasado a convertirse en

uno de los ejes de los programas de mejora de

la gobernabilidad que donantes e instituciones

internacionales tratan de apoyar. Un resultado que

es acorde con el dilatado consenso que existe en

la actualidad acerca de los múltiples daños que

comporta el fenómeno en ámbitos muy diversos

de la vida social. Pues, en efecto, (1) afecta la

corrupción al ámbito económico, en la medida en

que altera los mecanismos de asignación eficiente

del mercado, abre espacio para la búsqueda de

rentas, desestimula la inversión al incrementar la

incertidumbre sobre los rendimientos esperados y

penaliza, al menos bajo determinadas condiciones,

el crecimiento; (2) afecta al ámbito social, en

la medida que detrae recursos públicos que

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podrían emplearse en propósitos sociales, genera

impactos distributivos perversos, al incrementar

el coste de acceso a los servicios sociales de

los más pobres, refuerza las asimetrías de voz y

de poder existentes en la sociedad y acentúa el

clima de inseguridad jurídica para los negocios;

y (3) afecta al marco institucional disponible,

restándole legitimidad y apoyo social, lo que

termina por minar su capacidad para articular

la acción colectiva de una manera eficaz y para

hacer gobernables las tensiones distributivas y

promover la gobernabilidad.

Acompañan a la corrupción dos rasgos que

conviene subrayar. El primero es su carácter

universal: no existe sociedad alguna que quede

al margen de este problema. Países avanzados

–como EEUU, Alemania, Francia y el Reino

Unido, entre otros–, a los que se les supone alta

calidad institucional, una asentada transparencia

en las prácticas públicas y un vigoroso clima

de competencia en los mercados, han sido

protagonistas de graves incidentes de corrupción

que han saltado a los medios de comunicación.

España constituye un ejemplo adicional que

valida lo dicho. Así pues, en la lucha contra

la corrupción todos, países desarrollados y en

desarrollo, debieran sentirse implicados. Lo que

otorga todo su valor a la cooperación internacional

para generar marcos normativos comunes, al

intercambio de experiencias en la lucha contra la

corrupción y a la mutua emulación.

Ahora bien, que el fenómeno tenga una

existencia potencial en cualquier rincón del

planeta, no quiere decir que sea similar en

todos ellos el grado de gravedad con el que se

manifiesta. Tal como revelan los indicadores al

uso, los países en desarrollo padecen con mayor

virulencia el fenómeno: es más frecuente su

presencia y está menos penalizada su práctica. Lo

que no es sino otra forma de decir que es en los

países en desarrollo en donde, en promedio, más

frágil e imperfecto es el marco institucional y, por

tanto, donde más severas o reiteradas pueden ser

las manifestaciones de corrupción.

El segundo rasgo remite a la extraordinaria

dificultad que comporta erradicar el fenómeno,

cuando éste se generaliza y cronifica en los

comportamientos sociales. La dificultad deriva

de la capacidad que la corrupción tiene para

enraizarse y difundirse en el tejido social. En forma

similar al comportamiento expansivo de una

enfermedad contagiosa, su incidencia se extiende

como consecuencia de su mera presencia y del

efecto multiplicativo de la interacción social: el

ejercicio de una práctica corrupta (no penalizada)

incrementa la probabilidad de que otros agentes

se sumen a esas prácticas en el futuro, a través

de una dinámica acumulativa de difícil reversión.

Ello hace que el fenómeno, cuando se generaliza,

genere auténticas culturas de la corrupción: se

enraíza en los valores que informan la conducta

de los individuos y se integra en las prácticas

colectivas disolviendo la sanción social con que

se pudiera juzgar previamente. En esos casos,

corregir la corrupción se convierte en una tarea

difícil, aunque en modo alguno imposible, que

requiere de un esfuerzo consistente, desplegado

de forma simultánea en diversos ámbitos, bajo el

impulso de un claro liderazgo político y social.

Incluso en esos casos más favorables, es

ingenuo suponer que el problema se puede

erradicar de una vez por todas. Aun cuando se le

combata, su presencia puede aflorar en un nuevo

ámbito, en circunstancias quizá diferentes y bajo

manifestaciones igualmente dispares. El fenómeno

es resistente a su extinción, entre otras cosas porque

se enraíza en el carácter necesariamente imperfecto

de las respuestas normativas que la sociedad

provee. Así pues, más que eliminar el problema,

lo que cabe es proponerse reducir los espacios de

oportunidad que el marco institucional proporciona

al surgimiento de prácticas corruptas, tratando, al

tiempo, de crear los mecanismos para identificar,

perseguir y, en su caso, penalizar esas prácticas.

corrupción y calidad institucional en América Latina

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AnuArio iberoAmericAno 2012i. AnÁLiSiS

Conocida la naturaleza del problema y sus

consecuencias, conviene pasar a analizar cómo

se encuentra América Latina en este ámbito en

términos comparados.

LATINOAMéRICA EN EL MAPA DE LA CORRUPCIÓN

Cuando se sitúa a América Latina en el mapa

de los indicadores de corrupción, tres rasgos

aparecen como caracterizadores de la región. En

primer lugar, América Latina presenta a escala

internacional unos niveles relativamente medios

de incidencia de la corrupción, con mejores

parámetros promedio que los correspondientes

a África o a Asia, pero notablemente inferiores a

los de Europa Occidental y Norteamérica. Por lo

demás, estos indicadores son algo más bajos que

los que le correspondería a la región en función

de su nivel de desarrollo relativo. En segundo

lugar, la región es notablemente heterogénea: en

su seno conviven países con muy bajos niveles de

incidencia de la corrupción con otros en donde

el fenómeno adquiere tintes preocupantes. Esta

heterogeneidad podría permitir que algunos países

de la región aprendan de la experiencia de otros,

creando un marco de cooperación y emulación

mutua. Por último, en promedio, se aprecia un

leve progreso en los indicadores, aunque ese

progreso no es generalizado y tampoco es lineal

a lo largo del período. En todo caso, anuncia un

proceso que, con modestia, puede juzgarse como

positivo.

Percepción de la corrupción

Una primera imagen de la intensidad del

fenómeno de la corrupción en América

Latina lo proporciona el índice de percepción de

la corrupción (CPI, por sus siglas en inglés) que,

desde hace tres lustros, elabora y publica TI. 2 Con

el tiempo este indicador ha ganado en fiabilidad,

en la medida en que ha ampliado la base

informativa y de opinión con la que se construye

y ha incorporado un intervalo de confianza en

los valores ofrecidos. En todo caso, al igual que

otros muchos indicadores de calidad institucional

se construye con medidas relativas, de modo que

el progreso en los indicadores de un área pueden

producirse como consecuencia no sólo de la

mejora propia, sino también de la evolución de

aquellas regiones con las que se compara.

Con estas salvedades, el índice arroja una

imagen clara. América Latina se encuentra en un

puesto intermedio entre las diversas regiones de la

economía mundial, por debajo de Norteamérica y

Europa, pero por encima de África Subsahariana,

Europa del Este, Oriente Medio y Norte de África

(Gráfico 1). Sus niveles promedio de corrupción son

bastante semejantes a los propios de la región de

Asia Pacífico, si bien este último agregado presenta

comportamientos nacionales notablemente

heterogéneos. De acuerdo a su nivel de renta,

América Latina está por debajo del nivel que le

correspondería en el valor del índice, expresando,

por tanto, una intensidad del fenómeno algo más

elevada que la que sugiere el patrón internacional

en función de los niveles de renta respectivos

(Alonso y Mulas-Granados, 2011).

2 El CPI se construye con diferentes evaluaciones y opiniones de los agentes económicos en encuestas llevadas a cabos por instituciones independientes. El índice captura información tanto administrativa como política referida a la corrupción.

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GRÁFICO 1: Índice de Percepción de la Corrupción en 2010

Fuente: CPI, Transparency International.

Los datos que se han ofrecido se refieren al

promedio agregado de la región, incluyendo

el Caribe. Centrando la atención más

específicamente en la región de América Latina, se

aprecia el rasgo que anteriormente se anunciaba:

la heterogeneidad existente en el seno de la región

(Tabla 1). Cabría, de hecho, conformar cuatro

grupos de países relativamente diferenciados.

En primer lugar, hay dos países cuyos niveles de

corrupción, a juzgar por el valor de sus respectivos

CPI, son similares a los de un país de la OCDE: es

el caso Chile y Uruguay, con un índice cercano a

7. En un segundo nivel se encuentra, en solitario,

con un índice cercano a 5 Costa Rica, también con

valores próximos a los de algún país desarrollado.

En un tercer nivel, claramente distanciado de

los parámetros de los países desarrollados, se

encuentra un grupo amplio de países, como

Brasil, Colombia, Cuba, República Dominicana,

El Salvador, Guatemala, México, Panamá y Perú,

con valores del índice de entre 3 y 4. Finalmente,

la situación más preocupante es la de países como

Argentina, Bolivia, Ecuador, Honduras, Nicaragua,

Paraguay y Venezuela, todos con indicadores

inferiores a 3.

Por su configuración, el Índice es relativamente

estable en el tiempo. No obstante, si se toma un

período suficientemente dilatado, como el que se

recoge en la Tabla 1, se aprecia que América Latina

ha tenido una lento, pero perceptible, progreso.

Finalizaba la última década del pasado siglo

con un indicador de 3,1 y el valor que alcanza

ese indicador en el último año del que se tiene

información, 2010, es del 3,5. En conjunto, a lo

largo de algo más de una década, la región ganó

cerca de medio punto (0,4 puntos) en el indicador.

No es un progreso que suscite entusiasmos, pero

marca una línea que es inequívocamente positiva.

No obstante, la evolución de los datos agregados

recoge una realidad mixta, de acuerdo con los

corrupción y calidad institucional en América Latina

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4

3

2

1

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ica d

el Norte

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AnuArio iberoAmericAno 2012i. AnÁLiSiS

países considerados. En concreto, nueve de los

19 países contemplados sufren retrocesos en sus

indicadores de corrupción, aunque alguno de

ellos de intensidad leve; en otros ocho países hubo

mejoras en el período, también algunas puramente

marginales. Entre los países que experimentaron

un más acusado empeoramiento de la situación se

encuentran Perú y Cuba, y entre los que tuvieron

mayor progreso en sus indicadores se encuentran

Uruguay y Colombia.

Argentina 3 2,5 2,9 2,9 -0,1

Bolivia 2,8 2,3 3,0 2,8 0,0

Brasil 4 3,9 3,5 3,7 -0,3

Chile 6,8 7,4 6,9 7,2 0,4

Colombia 2,2 3,7 3,8 3,5 1,3

Costa Rica 5,6 4,3 5,1 5,3 -0,3

Cuba – 4,6 4,3 3,7 -0,9

Republica Dominicana – 3,3 3,0 3,0 -0,3

Ecuador 2,3 2,2 2,0 2,5 0,2

El Salvador 3,6 3,7 3,9 3,6 0,0

Guatemala 3,1 2,4 3,1 3,2 0,1

Honduras 1,7 2,3 2,6 2,4 0,7

Mexico 3,3 3,6 3,6 3,1 -0,2

Nicaragua 3 2,6 2,5 2,5 -0,5

Panama – 3,4 3,4 3,6 0,2

Paraguay 1,5 1,6 2,4 2,2 0,7

Peru 4,5 3,7 3,6 3,5 -1,0

Uruguay 4,3 5,5 6,9 6,9 2,6

Venezuela 2,3 2,4 1,9 2,0 -0,3

Latinoamérica 3,106 3,152 3,600 3,557 0,451

PAÍSES CPI-1998 CPI-2003 CPI-2008 CPI-2010 2010-1998

Fuente: CPI, Transparency International.

La experiencia de la corrupción

Una imagen complementaria al CPI la

ofrecen aquellos otros indicadores

basados en las experiencias directas de la

población con la corrupción, de entre los cuales

destaca especialmente el Barómetro Global

de la Corrupción. 3 En su última edición, de

3 El Barómetro Global de la Corrupción es una encuesta de opinión realizada por TI. El Barómetro mide actitudes frente a la corrupción y las expectativas con respecto a los niveles de corrupción futuros. Con el paso del tiempo, la encuesta podrá medir tendencias de actitud. A diferencia del Índice de Percepción de la Corrupción, basado fundamentalmente en percepciones del sector privado, el Barómetro se centra en experiencias y actitudes del público. Las encuestas similares al BGC se denominan “encuestas de victimización”, por contraposición a las “encuestas de percepción” en las que se basa el CPI.

TABLA 1: La Percepción de la Corrupción en cada país de Iberoamérica

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2010, la encuesta se elaboró sobre la base de más

de 91.500 personas entrevistadas en 86 países y

territorios.

Pues bien, entre las preguntas contempladas

figuran dos que trasmiten claramente la visión que

los ciudadanos tienen acerca de la lucha contra

la corrupción. Una se refiere a si los fenómenos

de corrupción han crecido o decrecido en

los últimos tres años; la otra a si se considera

eficaz o ineficaz al gobierno en su política

contra la corrupción. Los resultados de ambas

preguntas a escala mundial dejan poco espacio

para el optimismo. Seis de cada 10 personas

entrevistadas consideran que las manifestaciones

de corrupción han crecido en los últimos años y

cinco de cada 10 ciudadanos consideran que su

gobierno es ineficaz en esa lucha.

Cuando estas opiniones se distribuyen

geográficamente, se observa que América Latina

no está especialmente mal posicionada, a juzgar

por la opinión de sus ciudadanos. De hecho,

donde se observa un mayor pesimismo por

el crecimiento de la corrupción es en las dos

áreas más desarrolladas: la UE y Norteamérica

(Gráfico 2). Un 73% de los ciudadanos europeos

y un 67% de los norteamericanos opinan que la

corrupción ha crecido en los últimos tres años.

Este estado de opinión puede estar influido por

las circunstancias que rodearon a la presente

crisis. En el caso de América Latina, los que

piensan que la corrupción ha crecido es algo más

de la mitad: el 51%.

GRÁFICO 2: Personas que opinan que la corrupción ha crecido en los últimos tres años

Fuente: Barómetro Global de la Corrupción, Transparency International

corrupción y calidad institucional en América Latina

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70

60

50

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30

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Unión Eu

ropea

Norteam

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Oriente

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N. Áfri

ca

Amér

ica La

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ica La

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Asia Pa

cífico

Balcan

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Turq

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Rusia y

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AnuArio iberoAmericAno 2012i. AnÁLiSiS

Respecto a la eficacia del gobierno, de nuevo

América Latina no aparece con malos registros

(Gráfico 3). En este caso vuelven a ser las regiones

más desarrolladas, la UE y Norteamérica, aquellas

en las que los ciudadanos se muestran más críticos

con los niveles de eficacia de sus gobiernos. En

concreto, el 74% de los europeos y el 73% de

los norteamericanos encuestados piensan que

sus gobiernos son ineficaces en la lucha contra

la corrupción. En el caso de América Latina ese

porcentaje desciende al 32% (un porcentaje similar

a los que piensan que el gobierno es eficaz).

Para hacer una lectura precisa de los datos

ofrecidos en los Gráficos 2 y 3, conviene tener

presente que la información no se refiere a datos

objetivos, sino a una mezcla de percepciones,

expectativas y grados de exigencia de la

ciudadanía. Una opinión más exigente traducirá

un mismo comportamiento negativo del gobierno

en una calificación peor; al igual que esto se

puede producir cuando la ciudadanía se siente

defraudada por la actitud de su gobierno.

GRÁFICO 3: Porcentaje de población que considera que el gobierno es ineficaz

Fuente: Barómetro Global de la Corrupción, Transparency International.

Por último, un dato que resulta revelador es

el referido al porcentaje de ciudadanos que se

han visto obligados a pagar una “coima” como

condición para acceder a alguno de los servicios

públicos más importantes. Este indicador, aunque

derivado igualmente de una encuesta, se refiere a

hechos objetivos y no a opiniones: es, pues, una

buena aproximación al efecto que la corrupción

tiene en la vida de los ciudadanos. En este caso,

la imagen que ofrece América Latina es algo más

preocupante. Tras África Subsahariana, América

Latina es la es la región del mundo en la que más

80

70

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Unión Eu

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Oriente

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N. Áfri

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Amér

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GRÁFICO 4: Porcentaje de población que tuvo que pagar una “coima”

Fuente: Barómetro Global de la Corrupción, Transparency International.

ciudadanos declaran haber tenido que pagar una

“coima”: el 23% en 2010. Esta cuota está muy

alejada de la que presentan las regiones más

desarrolladas del mundo, Europa y Norteamérica,

donde la tasa de ciudadanos que han pagado

una “coima” es del 4%. Además, en el caso de

América Latina se percibe que la incidencia de la

corrupción ha crecido en los últimos años, habida

cuenta de que en 2006 la cuota de ciudadanos que

habían pagado una coima era del 19% y en 2010

subió al 23% antes señalado.

Hasta ahora se ha presentado la realidad

regional de forma agregada, pero es de interés

comprobar, una vez más, que en el seno de la

región existen importantes diferencias (Tabla 2).

Ateniéndonos a los tres indicadores hasta ahora

comentados, derivados del Barómetro Global de

la Corrupción, resulta que los ciudadanos más

pesimistas sobre la evolución de la corrupción en

los últimos tres años se encuentran en Venezuela,

Perú y México; los más críticos con el grado de

eficacia de sus gobiernos en la lucha contra la

corrupción, en Perú, Argentina y Venezuela; y,

finalmente, la proporción de los que han pagado

“coimas” se hace mayor en los casos de México,

Perú y Bolivia. Aunque faltan países de la región

para los que no se ha hecho la encuesta, la relación

de los mencionados da idea de donde el fenómeno

adquiere tintes más preocupantes. Algunos de

ellos, como se ha visto, están presentes en varias

de las evaluaciones negativas.

corrupción y calidad institucional en América Latina

602006

50

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30

20

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Unión Eu

ropea

Norteam

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Asia Pa

cífico

Balcan

es y

Turq

uía

2010

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AnuArio iberoAmericAno 2012i. AnÁLiSiS

Argentina 8 30 62 77 11 12 12

Bolivia 20 34 46 27 26 47 30

Brasil 9 27 64 54 17 29 4

Chile 9 39 53 33 28 38 21

Colombia 20 24 56 46 20 35 24

El Salvador 18 34 48 32 53 15 31

México 7 18 75 52 26 22 31

Perú 9 12 79 85 8 8 22

Venezuela 7 7 86 65 28 7 20

PAÍSES

Fuente: Barómetro Global de la Corrupción, Transparency International.

Evolución en los tres útimos años

Decreció Estable CrecióEficacia del gobierno

Ineficaz Medio EficazPago de“Colma”

Por último, tiene interés conocer cuáles son los

ámbitos en donde los ciudadanos perciben mayor

corrupción y donde con mayor frecuencia se ven

obligados a pagar “coimas”. A nivel general, los

cuerpos o instituciones en donde la ciudadanía

observa mayores comportamientos corruptos

son los partidos políticos, los funcionarios, los

parlamentarios y la policía. A esta relación se

añade, en el caso de América Latina, la Justicia.

Resulta de enorme gravedad que sean los cuerpos

encargados de las funciones normativas, de

vigilancia o de penalización de las prácticas ilícitas

los que los ciudadanos perciben como los más

corruptos, porque esto supone un debilitamiento

notable de las capacidades correctoras de los

comportamientos indebidos por parte del Estado.

Por lo que se refiere a las “coimas” pagadas,

de nuevo la imagen que arroja América Latina es

preocupante. Los niveles mayores de incidencia

de “coimas” se presentan en la policía, la justicia

y las aduanas. No obstante, si los datos de la

región se comparan con los del resto del mundo,

América Latina sobrepasa las tasas mundiales

en siete de las nueve categorías consideradas.

De todas ellas, en la que la región revela un

problema comparativo mayor es en lo que se

refiere a la justicia: no sólo es uno de los servicios

donde más frecuente es el pago de “coimas”, sino

que está además muy por encima de la media

mundial.

TABLA 2: Opinión sobre la evolución de la corrupción y población que tuvo que pagar una coima.

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52

Calidad institucional y corrupción

Antes se ha dicho que la corrupción es una

manifestación de un problema institucional.

Si existe corrupción es porque el marco institucional

disponible es inadecuado, bien porque su diseño

de incentivos y penalizaciones no es el más

apropiado, bien porque su grado de legitimidad

y eficacia es bajo, bien por una combinación de

ambos factores. De esta afirmación se extrae un

corolario obligado: existe una relación de carácter

endógeno (y de signo negativo) entre desarrollo

institucional y corrupción. Ambas dimensiones

se influyen mutuamente. Por ello, si se quiere

corregir la corrupción no basta con afrontar sus

manifestaciones, es necesario también reformar el

marco institucional que las hace posibles. Señalar

este aspecto es importante, porque sitúa la lucha

contra la corrupción en el marco de los programas

de fortalecimiento y mejora de las instituciones de

gobernanza, cualquiera que sea el nivel –local,

nacional o internacional– al que éstas operan.

Acorde con esta visión puede ser bueno observar

la corrupción en América Latina en el contexto

de los indicadores de calidad institucional de

la región (Alonso y Garcimartín, 2008). De

todos los indicadores disponibles, el que resulta

más integral y fiable es el que elabora el Banco

Mundial bajo el rótulo genérico de Indicador

Global de Gobernanza. Este indicador acoge seis

dimensiones de la calidad institucional: (1) voz y

rendición de cuentas; (2) estabilidad política; (3)

eficacia del gobierno; (4) calidad regulatoria; (5)

imperio de la ley; y (6) control de la corrupción.

Pues bien, cuando se observan los datos, de

nuevo se comprueba que América Latina tiene una

GRÁFICO 5: Sectores más afectados por el pago de “coimas”

Fuente: Barómetro Global de la Corrupción, Transparency International.

corrupción y calidad institucional en América Latina

30Mundo

25

20

15

10

5

0

Polic

ía

Regist

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Justi

cia

Aduanas

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América Latina

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53

AnuArio iberoAmericAno 2012i. AnÁLiSiS

posición intermedia en la escala internacional,

también en este tipo de indicadores (en el Gráfico 6

se compara la región con aquellas dos que ocupan

los lugares extremos por calidad institucional). Por

supuesto, la región presenta parámetros alejados de

los correspondientes a la OCDE, pero se encuentra

muy por encima de otras regiones del mundo en

desarrollo. De hecho, es la segunda región, tras la

OCDE, en calidad institucional, en condiciones

relativamente parejas a Europa del Este.

GRÁFICO 6: Indicadores Globales de gobernanza (2010)

Fuente: Banco Mundial.

La posición intermedia de la región en los

niveles de corrupción es coherente con su

posición, también intermedia, en los niveles de

calidad institucional. Ahora bien, los propios

indicadores de gobernanza tienen una dimensión

orientada a medir la corrupción: si la atención se

centra en este componente, se vuelve a confirmar

que la región ocupa una escala intermedia en los

niveles mundiales, compartiendo ese estatus con

Europa del Este, Oriente Medio y el Norte de África

(Gráfico 7). Por detrás quedan África Subsahariana,

Asia Meridional y la antigua URSS.

2América Latina

1,5

1

0,5

-0,5

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0

Voz y re

ndición d

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África SubsaharianaOCDE

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54

Transparencia

Un aspecto clave en la lucha contra

la corrupción es la promoción de la

transparencia, especialmente en la gestión

pública. Son la opacidad en los procedimientos y

la discrecionalidad en las decisiones los factores

que amplían los espacios de oportunidad de la

corrupción. La transparencia cohíbe al corruptor y

hace más difícil su tarea al corrupto, al tiempo que

permite a la ciudadanía una posición más activa

en el control de estos fenómenos.

Pues bien, la ONG International Budget

Partnership elabora desde hace unos años el

Índice de Transparencia Presupuestaria (Open

GRÁFICO 7: Control de la Corrupción, 2010

Fuente: Banco Mundial.

Budget Index), evaluando la disponibilidad, el

contenido y la claridad de ocho documentos

presupuestarios básicos en los países objeto

de estudio. Evalúa también la participación en

el proceso presupuestario de los parlamentos

y de las instituciones de auditoría, así como las

oportunidades de la sociedad civil para estar

informada y poder participar en el proceso de

decisión presupuestaria.

Pues bien, la imagen que transmite este

indicador respecto a Latinoamérica confirma dos

rasgos ya señalados para otros indicadores de

corrupción (Gráfico 8): (1) la región ocupa

corrupción y calidad institucional en América Latina

2

1,5

1

0,5

-0,5

-1

0

OCDE

Amér

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55

AnuArio iberoAmericAno 2012i. AnÁLiSiS

un puesto intermedio en la escala internacional,

con un índice (43) que está por encima de África

Subsahariana (28), Oriente Medio y el Norte

de África (23) o Asia Oriental (42), pero por

detrás de Asia Meridional (48), Europa Oriental

(52) y Europa Occidental y EEUU (74); y (2) es

muy dispar el nivel de transparencia en el seno

de la región pues junto a países destacados en

el ranking internacional, como Chile, Brasil y

Perú, existen otros como Nicaragua, Ecuador,

Venezuela, Bolivia y Honduras, que están en los

puestos postreros de la jerarquía internacional.

Un aspecto que quizá convenga destacar es

que, al contrario que en otros indicadores, en

éste hay países de América Latina que superan

holgadamente los índices de algunos países

europeos, como es el caso de España y Portugal.

De hecho, el país con mejor indicador es Chile,

que se sitúa en el octavo puesto del ranking. El

Gráfico 8 muestra una imagen del valor del índice

y del puesto que ocupan los países de la región

para los que existe este indicador en el total de los

94 países analizados.

GRÁFICO 8: Índice de Transparencia Presupuestaria, 2010

Fuente: Open Budget Index, International Budget Partnership

0 0

10

20

30

40

50

60

70

80

90

100

10

20

30

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40

50

60

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Chile

Brasil

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Bolivia

Honduras

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56

LA LUChA CONTRA LA CORRUPCIÓN

Planteamientos generales

La corrupción es un fenómeno complejo y

multiforme, que se presenta en la realidad

económica a través de manifestaciones, niveles

de intensidad y grados de generalización muy

diversos según los casos. No es lo mismo una

corrupción generalizada al conjunto del aparato

administrativo que aquella que se localiza en unos

ámbitos muy precisos de la acción pública; no es

lo mismo una corrupción asentada en pequeñas

“coimas” ocasionales que la asociada a grandes

operaciones inversoras; y, en fin, no es lo mismo

una corrupción transformada en una cultura

extendida al conjunto del tejido social, de la que

el gobierno es parte, que aquella que se manifiesta

como una anomalía en el marco institucional del

país. Si son muy diversas las manifestaciones

del fenómeno, igualmente diversas serán las

respuestas institucionales para corregirlo. Una

observación que apunta hacia la necesidad de

acometer un diagnóstico detallado del problema

en cada caso, como paso previo para identificar

las terapias que se quieren poner en marcha. A

este respecto, es importante tener en cuenta no

sólo el origen y morfología del fenómeno, sino

también las capacidades institucionales y la

voluntad política de las que dispone el país para

afrontar y combatir sus manifestaciones.

Es necesario partir, en todo caso, del

reconocimiento de que la corrupción expresa

una anomalía en el marco de relaciones que todo

sistema político debe establecer entre la riqueza

y los intereses privados, por un lado, y el poder y

los intereses públicos, por el otro. Si la corrupción

existe es porque en un determinado ámbito del

espacio público los intereses privados se han

logrado sobreponer a los objetivos colectivos. En

algunos casos, las prácticas corruptas penetran

en el espacio propio de lo ilegal (es el caso del

soborno, del fraude o de la malversación, por

ejemplo), pero en otras ocasiones esto no llega

a producirse, desplegándose tales prácticas en el

ambiguo campo de lo que cabría denominar como

alegal: un ámbito que carece de prescripción

normativa expresa, aun cuando dé lugar a una

fundada censura moral (ciertas prácticas derivadas

del conflicto de intereses, por ejemplo).

La presencia de corrupción no prejuzga,

sin embargo, el carácter de las normas que

esa práctica vulnera. Dicho de otro modo, las

prácticas corruptas cabe concebirlas como

respuestas (indebidas respuestas) a unas normas

que, según los casos, pueden ser buenas o malas.

Se puede pagar una “coima” para acortar un

trámite innecesariamente largo y prolijo (que

debería corregirse) o para torcer las voluntades en

un proceso competitivo (que debiera preservarse).

Quiere esto decir que la respuesta política frente

a la corrupción no sólo debiera ser impedir su

manifestación, sino también corregir el marco

institucional que la ha motivado, analizando las

circunstancias.

Desmontando tópicos

La corrupción es resistente a su desaparición,

pero la experiencia internacional demuestra

que aunque sea difícil, es posible reducir de

forma significativa sus manifestaciones. Diversos

casos nacionales, como Singapur y Hong Kong,

Corea del Sur y Chile, Uruguay y Mauricio así lo

demuestran, revelando que es posible enfrentarse

con éxito –al menos, con éxitos parciales– a la

corrupción. Por ello, para el diseño de cualquier

política que se pretenda exitosa en este ámbito, es

necesario considerar, como primer paso, qué es lo

que hace tan persistente este fenómeno.

Dar respuesta adecuada a esa pregunta obliga,

en primer término, a eludir dos posibles respuestas

simplificadoras, que emanan de dos visiones

extremas acerca del fenómeno. La primera es que

la corrupción es fácilmente superable, ya que es

el simple resultado de la actividad reguladora

corrupción y calidad institucional en América Latina

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AnuArio iberoAmericAno 2012i. AnÁLiSiS

del Estado: si se reduce ésta, el fenómeno de la

corrupción tenderá a su inevitable y progresiva

extinción. Aunque apunta a un fenómeno cierto

–la excesiva regulación amplifica el espacio

de obtención de rentas de la corrupción–, esta

primera respuesta es incapaz de explicar por qué

en Rusia y en algunos otros países del Este de

Europa la intensa liberalización de sus economías

haya venido acompañada de un incremento

notable de la corrupción. Y, en sentido contrario,

sería difícilmente justificable que sean los países

nórdicos, con economías con grados de regulación

superiores a la británica o norteamericana, los que

presentan los más bajos niveles de corrupción.

El problema de la corrupción, por consiguiente,

no parece que esté asociado tanto con el nivel

como con la calidad, pertinencia y eficacia de la

regulación.

En el otro extremo, nos encontramos con una

respuesta igualmente parcial: la corrupción

responde a valores sociales incubados en el

tejido y en la cultura de una sociedad, por lo

que es difícil que se elimine dado el carácter

inercial de las matrices culturales propias de

cada país. Esta respuesta apunta a un hecho

cierto, en aquellas sociedades donde es débil la

separación entre las esferas pública y privada,

y donde se hacen todavía muy presentes los

sentimientos de lealtad a las familias, grupos o

etnias de procedencia, las acciones corruptas se

perciben libres de penalización moral cuando

el beneficiario pertenece al propio grupo: es lo

que se ha conocido como amoral familism. No

obstante, este planteamiento no tiene en cuenta

que también los valores y las referencias culturales

cambian a medida que una sociedad evoluciona,

y de manera más rápida de lo que uno sospecha.

Por tanto, si se quiere explicar la persistencia de

la corrupción hay que buscar la respuesta en otros

lugares. Un planteamiento más prometedor es el

que alude a las importantes externalidades que

presenta el fenómeno: a medida que aumenta el

número de los funcionarios corruptos, constituye

un coste mayor seguir siendo honrado. Esto es

lo que Bardhan (2005) denomina un equilibrio

dependiente de la frecuencia (frequency-

dependent equilibrium). El equilibrio es altamente

inestable: un leve incremento en el número de los

corruptos hace que merezca la pena para un nuevo

funcionario sumarse a ese tipo de comportamiento.

Este simple planteamiento sugiere: (1) que dos

países en similares circunstancias de partida

pueden, sin embargo, acabar en equilibrios muy

dispares en materia de corrupción; y (2) el carácter

acumulativo que puede tener el fenómeno, pues

si se incrementa el número de los corruptos, hay

ventajas netas de alejarse de los comportamientos

honrados.

De este planteamiento se pueden extraer alguna

conclusión de interés para orientar las políticas

al respecto. En primer lugar, parece claro que

las terapias dosificadas (en alcance o en tiempo)

pueden ser ineficaces en el largo plazo; es más,

pueden resultar contraproducentes al frustrar las

expectativas de cambio o generar una impresión

de incapacidad de los poderes públicos. Un

juicio que respalda la necesidad de adoptar un

enfoque aceptablemente integral como guía para

combatir la corrupción. Dadas las externalidades

dinámicas del fenómeno y el papel que las

expectativas tienen en él, puede ser, también,

una buena recomendación iniciar el combate

contra la corrupción por aquellos ámbitos en

donde más fácil es alcanzar resultados en el corto

plazo. Estos resultados pueden ayudar a corregir

las expectativas de los agentes, rompiendo con la

circularidad en la que se basa la persistencia de la

corrupción.

En segundo lugar, la relación entre corrupción

y desarrollo está lejos de ser lineal. Ciertos rasgos

del fenómeno pueden alterar la intensidad con la

que el fenómeno influye en la vida económica.

En concreto, los efectos del fenómeno parecen

depender: (1) del nivel de la corrupción, pues bajos

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58

niveles de corrupción pueden tener un impacto

limitado sobre la dinámica de crecimiento, pero

ese impacto se amplifica en la medida en que

la corrupción se acrecienta y supera un cierto

umbral; (2) del grado de generalización del

fenómeno, ya que no tiene el mismo impacto

una corrupción anidada sólo en determinados

ámbitos de la Administración Pública que aquella

otra que se encuentra ampliamente generalizada

al conjunto de la función pública; y (3) del grado

de previsión de la corrupción, dado que cuando

ésta es altamente regular en su incidencia, es

fácil que los agentes económicos terminen por

integrar sus efectos en la estructura de costes

de su actividad, con limitado efecto sobre la

inversión o el crecimiento. Por el contrario, más

grave es el impacto cuando las prácticas corruptas

son imprevisibles, porque en este caso alteran el

marco en el que operan los agentes, afectando a

sus expectativas.

En tercer lugar, muchos países en desarrollo,

en ocasiones inducidos por los organismos

internacionales y por los donantes, han puesto en

marcha campañas de sensibilización en torno a

los problemas de la corrupción. El resultado de

estas prácticas es ambiguo: para que las campañas

sean efectivas es necesario que sean creíbles y

que se mantengan en el tiempo. Como se deriva

de los modelos de equilibrio dependientes de la

frecuencia, para que se busque un nuevo punto

de equilibrio es necesario conseguir que una

masa crítica de agentes cambien sus expectativas.

Como es obvio, esto no se consigue si la campaña

se percibe como esporádica o inducida desde el

exterior. Es más, el efecto de este tipo de campañas

puede ser contraproducente en la medida en

que alimente el cinismo o la incredulidad de los

agentes sociales.

En cuarto lugar, un tema que ha sido objeto

también de notable atención es el de la

retribución de los funcionarios. Se supone que

cuando los funcionarios están bien pagados y

son socialmente considerados, el coste en el

que incurren al corromperse es mayor, por lo

que habrá un estímulo a reducir por esta vía

la corrupción. Hay quien considera que esta

medida, si bien efectiva para combatir la pequeña

corrupción, es poco eficaz para limitar la gran

corrupción: es decir, aquella en la que por fuerza

existe una gran desproporción entre los beneficios

potenciales con respecto a salarios razonables de

los funcionarios. Lo que sugiere que es necesario

avanzar en varios frentes –y no en uno sólo– en el

combate contra la corrupción.

Por último, es conveniente insistir en que tanto

la corrupción como las medidas para mitigarla son

altamente específicas. Incluso en el seno de un

mismo país pueden existir niveles de corrupción

muy distintos, de acuerdo al sector o la región que

se considere (un fenómeno comprobado, entre

otros, por Kaufman et al., 2003, en su estudio

sobre Bolivia). Lo que sugiere la necesidad de

precisar la morfología del fenómeno en cada

ámbito, como paso previo a su tratamiento.

En todo caso, y acorde con las externalidades

que manifiesta el fenómeno, una estrategia

que parece rendir frutos es afrontar reformas

simultáneas en diversos frentes que se demuestran

altamente complementarios en su incidencia

sobre la corrupción. Es el caso, por ejemplo, de

combinar: (1) medidas dirigidas a profesionalizar

la Administración, mediante unas más exigentes

condiciones de acceso a la función pública,

mejores retribuciones a los funcionarios y unas

más claras medidas de incompatibilidad para

evitar las difusas fronteras entre actividades

públicas y privadas; (2) la reducción de los

márgenes de discrecionalidad de las decisiones

públicas, a través de la eliminación de

regulaciones innecesarias y la definición de

protocolos de procedimiento más claros; y (3) la

promoción de la transparencia de las decisiones

públicas, no sólo como medio de rendición de

cuentas, sino también como vía para alentar la

corrupción y calidad institucional en América Latina

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AnuArio iberoAmericAno 2012i. AnÁLiSiS

competencia entre los proveedores, la eficiencia

de las decisiones públicas y la capacidad de

control de la ciudadanía. Son todos ámbitos en

los que se pueden obtener amplias mejoras en el

caso de América Latina

Una propuesta de trabajo

En un trabajo previo que realizaba un

diagnóstico de la situación de la corrupción

en América Latina (Alonso y Mulas-Granados,

2011), se ofrecía una guía para articular las

políticas de lucha contra la corrupción. Esa

guía de medidas se articulaba en torno a cuatro

grandes vectores: (a) aquellas que reducen el

mercado de rentas para la corrupción; (b) aquellas

que incrementan los costes asociados a la

corrupción; (c) aquellas que reducen los espacios

de discrecionalidad y opacidad de los decisores

públicos; y (d) aquellas que alteran la capacidad

de negociación de los agentes potencialmente

corruptos. Revisemos brevemente sus contenidos.

(a) Reducir el mercado de rentas para la

corrupción. Este grupo de medidas lo que

pretenden es reducir los incentivos asociados a

las prácticas potenciales de soborno y extorsión.

Dos son las líneas básicas en las que se despliega

este propósito: (1) reducir el ámbito innecesario

de incidencia del sector público en las prácticas

de negocio; y (2) incrementar los niveles de

competencia en los mercados, incluidos los que

el propio sector público genera.

El principal de los incentivos al soborno deriva

de la magnitud de las rentas que están asociadas

a las decisiones públicas: con las demás variables

constantes, cuanto menores sean esas rentas,

menores incentivos habrá a la corrupción. De

esta observación se deriva un corolario obligado:

la reducción del ámbito económico sujeto a

discrecionalidad pública es una buena vía para

limitar los incentivos a la corrupción. Quiere esto

decir, por tanto, que es necesario avanzar en la

eliminación de las regulaciones innecesarias

y disminuir los trámites y procedimientos no

justificados que afectan a la operativa de las

empresas.Una segunda vía para avanzar en este campo

es a través del fomento de la competencia en

los mercados, incluidos aquellos que genera el

sector público a través de su labor de licitación y

contratación de obras y servicios. La competencia

ayuda a reducir los márgenes disponibles para el

soborno, reduciendo de este modo los incentivos

a la corrupción.Como es obvio, estas acciones en el país donde

se realiza la transacción deben complementarse

con otras en el país de procedencia de la empresa,

que prohíba y persiga el recurso al soborno

(cualquiera que sea su manifestación) como vía

de obtención de una transacción por parte de la

empresa. A este respecto parece obligado que se

anule todo beneficio fiscal a pagos en el exterior

relacionados con la obtención ventajosa de una

transacción a través de soborno.

(b) Incrementar los riesgos y costes de las

prácticas corruptas. Un segundo conjunto posible

de medidas debe orientarse a mejorar la capacidad

de las instituciones públicas para detectar, perseguir

y penalizar las prácticas corruptas. A través de

esta vía lo que se está haciendo es incrementar

los riesgos y costes asociados a la corrupción,

reduciendo los incentivos que los agentes tienen

para sumarse a este tipo de prácticas. Cuatro

líneas de trabajo parecen especialmente obligadas

en este caso: (1) una mejora de las capacidades

de inspección y controlaría en el seno de la

Administración, sabiendo que para que estos

sistemas funcionen deben ser independientes y

estar suficientemente dotados de medios técnicos

y humanos; (2) fortalecer el sistema judicial,

garantizando su eficacia e independencia para

hacer cumplir las normas; (3) una mejora de

las condiciones laborales, retributivas y de

promoción de la función pública; y (4) lograr que

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el castigo a la corrupción esté en proporción a los

beneficios marginales que los implicados pueden

extraer de ese tipo de conductas. Si la sanción

no tiene proporción alguna con el beneficio

de la corrupción, es posible que los agentes

prefieran pagar la sanción antes que corregir su

comportamiento.

(c) Limitar la discrecionalidad de los

funcionarios. Aun cuando se reduzca el espacio

propio de la intervención pública en la economía,

existen ámbitos en los que esa intervención es

imprescindible. En esos casos debiera limitarse

al máximo la discrecionalidad en las decisiones

de los funcionarios, para evitar que sobre esas

holguras prospere la corrupción. En este caso

existen cinco ámbitos de trabajo sobre las que

se podría incidir: (1) delimitar procedimientos y

conductas en los procedimientos administrativos,

a través del establecimiento de protocolos que

reduzcan los márgenes de libertad para los

comportamientos corruptos; (2) promover la

transparencia en los procedimientos y decisiones

de la Administración (lo que está muy facilitado

en la actualidad por las nuevas tecnologías de la

información y las comunicaciones); (3) potenciar,

cuando se pueda, dosis de competencia también

en el seno de la Administración, marcando criterios

claros de gestión, de abaratamiento de costes y de

promoción de la productividad en el trabajo de

los funcionarios; (4) facilitar la competencia en

las licitaciones y compras públicas, para lo que es

importante disponer de un marco normativo que

garantice que las licitaciones públicas se realizan

bajo un marco normativo adecuado en el que se

garanticen los criterios de eficiencia, publicidad y

concurrencia; y (5) fortalecer los mecanismos de

reclamación de los contribuyentes y, en general,

de los afectados por decisiones públicas.

(d) Limitar la capacidad de negociación de

los agentes corruptos. Por último, hay un cuarto

conjunto de medidas es el que persigue limitar

la capacidad de poder y negociación de los

agentes corruptos. Aquí hay cuatro ámbitos

que resultan cruciales para obtener resultados:

(1) la implicación efectiva en la lucha contra la

corrupción de los líderes políticos y sociales de

un país, lo que es especialmente indicado en

aquellos casos en los que se parte de niveles

de corrupción relativamente generalizados; (2)

apoyar la actividad de información y vigilancia

que realizan los medios de comunicación, para

que ejerzan una actividad de control y denuncia;

(3) fortalecer la capacidad de acción de la sociedad

civil, a través de sus actividades y campañas; y

(4) promover acuerdos internacionales en materia

de lucha contra la corrupción que ayuden a fijar

estándares, definir buenas prácticas, transmitir

experiencias y promover la cooperación en este

campo.

CONSIDERACIÓN FINAL

La corrupción es un fenómeno del que

ningún país está exento. Cualquiera que sea

su nivel de desarrollo, puede sufrir su lacra. En

el caso de América Latina, tal como se ha visto,

los niveles de corrupción de la región ocupan

un puesto intermedio en la escala internacional.

Se percibe, además, una leve, pero perceptible,

mejora en la situación de la región a lo largo de la

última década. No obstante, los valores promedio

son resultado de comportamientos muy dispares

según los países. Dentro de la región existen

países con niveles de corrupción muy bajos,

pero otros que suscitan la preocupación. Esta

heterogeneidad puede ser un motivo para que la

cooperación intrarregional sobre este tema rinda

frutos, en la medida en que unos países aprendan

de la experiencia exitosa de otros.

La corrupción es un fenómeno altamente

resistente en el tiempo. Juegan a su favor las

importantes externalidades que tiene, que hace

que cuantos más lo practiquen, más difícil

corrupción y calidad institucional en América Latina

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61

AnuArio iberoAmericAno 2012i. AnÁLiSiS

sea mantener comportamientos honestos.

No obstante, la experiencia internacional

demuestra que es posible combatir y reducir muy

notablemente la corrupción. Se han tratado de

ofrecer algunos criterios para informar esa tarea,

así como una articulación posible de las medidas

más relevantes en el combate contra la corrupción.

El modo de ponerlas en marcha, de acuerdo a las

especificidades de cada caso, es tarea de gobiernos

y de sociedades. En este ámbito también América

Latina tiene un importante espacio por recorrer.

BIBLIOGRAFÍA

Alonso, J.A., y C. Garcimartín (2008), Acción

colectiva y desarrollo: el papel de las instituciones,

Editorial Complutense, Madrid.

Alonso, J.A., y C. Mulas-Granados (2011),

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Bardhan, P. (2005), Scarcity, conflict and

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Kaufman, D., M. Mastruzzi y D. Zabaleta

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