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1 EL YOGA EN EL MUNDO CONTEMPORÁNEO Article publicat al nº 9 de la revista YOGA JWALA - Publicació anual de la AEYI (Associació espanyola de ioga Iyengar) any 2008. Cuando uno intenta hacer una aproximación sincera en el sendero del yoga, necesariamente se aproxima no solo a la gran India, si no también al amplio, lejano y profundo oriente. El sonido mántrico de los antiguos rituales, la mezcolanza de aromas exóticos y su mágica luz crepuscular, nos traen atávicos recuerdos de profundas vivencias anímicas, destellos lejanos de nuestras raíces espirituales. Acercarse al origen del yoga, significa mirar en la insondable oscuridad de la noche más lejana, donde toda memoria humana ha extraviado su capacidad y, no obstante, asoma un centelleante y misterioso recuerdo de bienaventuranza (ananda). El “ananda”, la paz, la pureza, el orden y la armonía de unos tiempos pretéritos en los que el ser humano, andaba junto a los Dioses. Una melancólica y devota añoranza embriaga nuestra alma al adentrarnos en estas épocas remotas, que se extravían en el tiempo, difuminándose en espacios oníricos, donde el ser humano, aun en ciernes, balbucea sus primeros pasos sobre la tierra. Porque adentrarse en el origen del yoga, no es otra cosa que adentrarse en el origen del ser humano. El sendero del yoga, es tan antiguo como la humanidad, que sobre la tierra, ha buscado el modo de vivir en consonancia con su destino, estando en paz consigo mismo y con su entorno socio-cultural.

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EL YOGA EN EL MUNDO CONTEMPORÁNEO

Article publicat al nº 9 de la revista YOGA JWALA - Publicació anual de la AEYI (Associació espanyola de ioga Iyengar) any 2008.

Cuando uno intenta hacer una aproximación sincera en el sendero del yoga, necesariamente se aproxima no solo a la gran India, si no también al amplio, lejano y profundo oriente. El sonido mántrico de los antiguos rituales, la mezcolanza de aromas exóticos y su mágica luz crepuscular, nos traen atávicos recuerdos de profundas vivencias anímicas, destellos lejanos de nuestras raíces espirituales. Acercarse al origen del yoga, significa mirar en la insondable oscuridad de la noche más lejana, donde toda memoria humana ha extraviado su capacidad y, no obstante, asoma un centelleante y misterioso recuerdo de bienaventuranza (ananda). El “ananda”, la paz, la pureza, el orden y la armonía de unos tiempos pretéritos en los que el ser humano, andaba junto a los Dioses. Una melancólica y devota añoranza embriaga nuestra alma al adentrarnos en estas épocas remotas, que se extravían en el tiempo, difuminándose en espacios oníricos, donde el ser humano, aun en ciernes, balbucea sus primeros pasos sobre la tierra. Porque adentrarse en el origen del yoga, no es otra cosa que adentrarse en el origen del ser humano. El sendero del yoga, es tan antiguo como la humanidad, que sobre la tierra, ha buscado el modo de vivir en consonancia con su destino, estando en paz consigo mismo y con su entorno socio-cultural.

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En los antiguos textos, ya sean védicos, egipcios o hebreos, observamos claras indicaciones de un orden social establecido basado en dictados “superiores” (manu) a los que el individuo debía someterse por ley (dharma). Estaba claro cual era el destino de cada uno, en función de la raza (Varna), clase social-oficio (casta) en la que se nacía. No se le ocurriría bajo ninguna circunstancia salirse de éste esquema incuestionablemente “Divino”. Pues se percibía como un deber de cuna con el que había que actuar consecuentemente. Pensando que: “Una buena labor en la tarea encomendada en esta vida, nos traerá un destino (karma) mejor en la próxima (reencarnación)”. El sistema de vida fundamentado en una cosmovisión tradicional inamovible (mas allá de la repugnancia que pueda ocasionar hoy en el mundo contemporáneo) daba una gran estabilidad social. Donde los ancianos realmente podían impartir justicia y enseñanza. En este contexto, la pedagogía a fin de perpetuar el sistema, había de ser claramente imitativa y repetitiva. Había que ser y hacer, lo que era y hacia el maestro (guru). Pues fue lo que a su vez, él aprendió del suyo. Imagen última de aquello a lo que se debía aspirar a alcanzar. Observemos por ejemplo como se entendía (y como se entiende aun hoy en muchos lugares de oriente) el concepto “original”. Original lejos de referirse a lo “novedoso” como se comprende actualmente en occidente, se entiende en oriente en el sentido de tal cual al origen, es decir, igual al “original”. Podemos observar como gracias a esta actitud, después de miles de años, millones de orientales cantan, bailan, pintan, esculpen, construyen, visten y comen. “Sin prácticamente el menor cambio.” Esto ha permitido que antiguos linajes de maestro-discípulo permanezcan todavía en activo, incluso cuando las enseñanzas son trasmitidas exclusivamente de “boca a oído”. De generación en generación se ha perpetuando un conocimiento y unas técnicas acordes, hasta nuestros días. Claro está que, debido a la colonización técnico-materialista occidental, todo oriente se está transformando a un ritmo vertiginoso. De ahí una de las crisis culturales mas espectaculares de la historia, pues frente a un evidente cambio de “imagen” (integración en las multinacionales, democracia, tecnología, ropa, alimentación…) el núcleo socio-cultural se metamorfosea y resurge del sustrato ancestral con nueva apariencia, pero en buena medida, todavía fiel a sus principios. Pero hay más, el vínculo consanguíneo familiar, de “clan” muy poderoso en la antigüedad, esta todavía muy vivo, pues se percibe aun como una evidencia “sensible” de pertenencia. El individuo por sí mismo tiene escaso sentido fuera de su contexto familiar, se siente parte de un todo orgánico junto a sus extensos parentescos. Esto hace que su vivienda, su posición y sus tareas se relacionen con los demás miembros del clan en constante cohabitación simbiótica. Gustando siempre de la compañía de los demás. Que no son percibidos como algo ajeno.

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Si en contraposición, observamos las tendencias occidentales hallaremos un individualismo a ultranza. El núcleo familiar se ha ido estrechando, en la mayoría de los casos a padres e hijos cuando la pareja se mantiene estable. Si no, se establecen relaciones parentales-maritales fuera del círculo consanguíneo. O se disgrega la familia en unidades independientes madre o padre. Si es que no se prescinde de éste directamente (madres autónomas, inseminación artificial, adopciones…). Así mismo la amplia y rápida movilidad de gentes en la geografía, genera un mestizaje multicultural y racial que difumina poco a poco los sentimientos de pertenencia “nacional” y racial. Todo ello lleva a que el individuo se experimente cada vez más a sí mismo como algo exclusivo y propiamente individual. Experiencia absolutamente asombrosa, para un oriental que siempre ha venerado a aquellos que poseían esta capacidad. Otra de las características, es que como restos atávicos de un sentir común en el pasado. Todavía, en ciertos lugares, se percibe vivamente la “presencia” de los antepasados, ya fallecidos, como guía y protección en los asuntos cotidianos. Imaginemos por un momento, miles de años atrás como debería ser esta identificación del individuo con las fuerzas de la naturaleza, con el vínculo consanguíneo, con la presencia de los ancestros, con las leyes sociales definidas por los Dioses… Ese mundo de contornos indefinidos entre lo individual y lo colectivo, entre lo tangible y lo etérico, entre lo soñado y lo vivido, es en el que se desarrollan las epopeyas épicas más extensas de la historia de la humanidad, el Bhagavatan, el Ramayana, el Mahabarata… Historias donde los Dioses y los hombres conviven en su andadura, historias donde el hombre siempre va acompañado desde lo Divino por guías, demonios y protectores que definen su destino. Este es el sustrato mágico sobre el que se fundamenta la cultura espiritual de la India. Donde cada lugar, cada nombre, cada acción revela una profunda simbología, plena de una sabiduría trascendente e inabarcable que embriaga el corazón de aquellos que se acercan anhelantes y sin prejuicios a semejantes obras. ¿Hay algo, que podamos rescatar, de todo ello en el mundo de hoy? Sin duda, seguir el impulso añorante de paraísos perdidos nos lleva a quijotescas elucubraciones de hidalgos eremitas que como paladines del pasado, luchan por permanecer ignorantes del trascurrir de los tiempos. Así mismo, desdeñar cualquier enseñanza por el hecho de que hunda sus raíces en la tradición, a favor de una flamante y novedosa modernidad (nueva era), nos puede llevar a prácticas carentes de fundamento, aparentes, superficiales y efímeras. No todo tiempo pasado fue mejor, tampoco peor, sino claramente distinto.

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Es fundamental tomar conciencia clara del sustrato perceptivo-cultural del que surge cualquier impulso evolutivo a fin de comprender cuales son sus características y peculiaridades. Capacitándonos así para poder discernir (viveka) lo relevante de lo accesorio, lo caduco de lo perenne. Cualquier modificación de las sendas ya trazadas, requiere de una gran valentía, de una comprensión certera y profunda que permita asumir esa gran responsabilidad con absoluta convicción. Esta es la tarea que llevaron a cabo los grandes yoguis. Pioneros del desarrollo evolutivo de la naturaleza humana e indagadores de su destino último. Un ejemplo paradigmático de esta avanzadilla de la humanidad, lo tenemos en la vida de Sidarta Gautama, el Buda (500A.C.). Su necesidad de comprender el origen del sufrimiento lo lleva a romper todos los tabús palaciegos y eremíticos y a acometer “por si mismo” el camino del autoconocimiento.

Pero los hombres en vez de ver el cielo azul que nos señala el maestro, vemos su dedo. Así labramos gigantescos dedos de oro y construimos inmensos templos para adorarlos. Su conclusión es suya, pero, ¿cual es la nuestra? Quizás mejor que tomar sus conclusiones, tomemos ejemplo de su determinación en pos del conocimiento, que nos lleve a desarrollar la autentica libertad.

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Es precisamente en la senda del yoga (yogadharsana), en la que tenemos un excelente elenco de ejemplos donde en pos del encuentro con la Verdad, que subyace en la apariencia de las cosas, se rompe con la tradición. Donde el individuo, por vez primera, se suelta de los constreñidos patrones del pasado y busca su camino hacia la libertad. Es ya en el propio Bhagavad Guita* donde Sri Krishna muestra el camino del yoga al príncipe Arjuna un guerrero (khatria) y no a un sacerdote (brahmán). Instándole a hollar el sendero más allá de las adoraciones y los rituales védicos, ya por esas fechas “letra muerta”. Es en el Bhagavad Guita donde Krishna, la más alta autoridad espiritual imaginable, da este impulso primigenio al ser humano a fin de que labre su propio destino. Ya no es suficiente seguir los mandatos de la ley eterna (sanatanadharma) ni desarrollar la filosofía especulativa (Sankya), es necesaria ya, la “acción consciente” (yoga). Krishna muestra la triple senda del yoga que todo hombre deseoso de alcanzar un equilibrio estable en su auto desarrollo habrá de hollar desde ese momento: El camino de la voluntad-acción (karma yoga). El camino del sentimiento-devoción (bhacti yoga). El camino del pensar-conocimiento (jñana yoga). Innumerables son las escuelas que se han especializado unidireccionalmente en una de estas ramas del desarrollo yoguico, mas al evidenciarse su indisociable relación, nos vemos obligados a una aproximación integral (purnayoga) de los mismos. Es en el descubrimiento de los patrones ocultos del pensar, sentir y querer que podemos avanzar en pos de un autoconocimiento capaz de ofrecernos verdaderas transformaciones personales, como base a una elevación auténticamente espiritual Por otro lado disponemos del primer tratado sobre la psicología de la trascendencia. Los Yoga Sutras de Patanjali, texto referencial y fundacional del yoga donde se describe de forma escueta (cuatro capítulos y 196 aforismos) las vicisitudes de la mente en pos de su desarrollo trascendente. Este primer tratado de yoga recoge enseñanzas orales que probablemente se habrían perdido de no haber sido escritas. No obstante, el texto está sumamente condensado a fin de poder memorizarlo en su integridad y posteriormente comentarlo con todas las ampliaciones que el maestro considerara oportuno. *Texto fundamental, muy influyente y ampliamente comentado de la literatura Hindú, de incierta fecha ¿2000, 1000, 700 A. C.? y autor, pues se considera que fue un capitulo añadido al Mahabaratha de Vyasa (¿5000, 2000 A.C.?) a fin de “actualizar” su mensaje y dar preponderancia a la figura de Krishna, (avatar de Vishnu) como encarnación del Señor.

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Huelga decir, que los comentarios diferirán en función del linaje o escuela a la que se pertenezca, hasta el punto de contradecir ostensiblemente el significado de un mismo Sutra o aforismo. El primero de ellos dice: Yoga chiíta vriti niroda. - Yoga es la cesación de las fluctuaciones mentales. Hoy disponemos de comentarios escritos procedentes de diversos maestros y sabios de distintos lugares y épocas, con la tarea añadida (en caso de que no nos identifiquemos plenamente con alguna de las escuelas ya establecidas) de aprender a discernir por uno mismo aquel significado que tenga pleno sentido para nosotros. ¿Qué son las fluctuaciones mentales? ¿Se refiere al acto de pensar en sí?, ¿o a la libre asociación de ideas provenientes de la memoria, que precisamente dificultan el pensar en sí? Sirva esto como ejemplo de la tarea discernitiva que el ser humano contemporáneo que aspira al yoga, se ve en la necesidad de llevar a cabo. Se destila de los Yoga Sutras de Patanjali, el óctuple sendero del yoga (astangayoga), que podríamos considerar como la columna vertebral de esta forma de vida que es el yoga como camino de desarrollo interior. Yama - Fundamentos éticos y morales. Ahimsa – no violencia, inofensividad. Satyam – sinceridad – verdad. Asteya – no apropiarse de lo ajeno. Brahmacharya – continencia, no derrochar. Aparigrahah – no ser posesivo, no acumular. Niyama – Bases para el desarrollo personal. Saucha – pureza. Santosha – contento, satisfacción, alegría. Tapas – austeridad, aspiración ardiente. Svadhyaya – estudio de uno mismo. Isvara Pranidhana – entrega, devoción. Asana – estabilidad, posturas. Pranayama – regulación de los flujos energéticos, control de la respiración. Pratyahara – absorción de los sentidos en la mente, control de los sentidos. Dharana – focalización imperturbable de la mente, concentración. Dhyana – percepción del trasfondo de las cosas, meditación.

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Samadhi – comprensión del fin ultimo de la existencia, Autorrealización.

No es objeto de este artículo desarrollar estos temas, sino más bien hacer algunas sugerencias a fin de facilitar el camino personal para una aproximación seria y coherente a los textos clásicos del yoga. Es destacable que simplemente en el modo de traducir del sánscrito (devanahari) ya queda condicionada la tendencia en su interpretación; es por ello que parece imprescindible cotejar diversos traductores a fin de poder hacerse una idea más aproximada de su significado dentro del contexto de la enseñanza yoguica. ¿Cómo interpretaremos nosotros, desde la prespectiva occidental en el siglo XXI, estos principios fundamentales del yoga? ¿O acaso no los contemplamos como algo sustancioso que nos atañe como practicantes de yoga? y simplemente los observamos como una curiosidad clásica de esta ciencia exótica de desarrollo. Es interesante observar como en los diferentes períodos del progreso humano la tendencia se dirige primero hacia la toma de conciencia en los sentidos, en lo físico, de lo corporal, de la realidad espiritual “encarnada” en la tierra. Tomando poco a poco, conciencia de la propia individualidad. Posteriormente se hace hincapié en el recordar el mundo espiritual, en retomar la capacidad de re-conectar con los mundos invisibles; de percibir la naturaleza espiritual de las cosas; de reconstruir el vínculo entre el individuo aislado en su

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percepción “materialista” de la existencia a una experiencia de unidad integrada, a una visión cósmica de la realidad omniabarcante. En este proceso podemos observar, desde posiciones de un hedonismo extremo, donde sólo cuenta lo sensitivo tangible. Hasta posiciones místicas de rechazo absoluto a lo corporal, entendido como pecaminoso. Quizás hoy nos encontramos en una situación paradigmática donde la ley es la absoluta relativizacion, no solo de los límites de la experiencia sensible, sino de la propia realidad existencial de un mundo realmente objetivo, de la posibilidad de experimentar-se como una entidad real, como un “sí mismo”, como un “yo” en el mundo. En el marco de esta relatividad total, ¿que interés puede tener el desarrollo de cualidades de orden ético-moral? ¿Qué buscamos en realidad de las técnicas yoguicas? ¿Una conciencia corporal más profunda? ¿Un espacio de relajación total, como desconexión del mundo y la tarea que nos impone? ¿Un camino de conocimiento para el desarrollo personal y social? ¿Una vía de acceso a los mundos suprasensibles? Es posible que deseemos alguna de estas cosas o quizás todas ellas a la vez, pero, ¿estamos dispuestos a desarrollar nuestra propia e intransferible capacidad de discernimiento (viveka) para adentrarnos con la certeza y el coraje necesarios a tal empresa? ¿A qué y para qué mayores logros en el dominio del cuerpo? ¿Es nuestro interés desarrollar más eficacia en nuestras responsabilidades en este mundo, o mejor adentrarse en estados místicos de sublimación espiritual? Ninguna de estas cuestiones nos puede motivar realmente si, como se realizaba en el pasado, nos adherimos al pensamiento ajeno, a la disciplina (shadana) impuesta por una autoridad en la materia, un maestro (guru) que nos indique en todo momento qué es lo cierto y qué lo falso, qué hacer y qué no hacer, dejando en sus manos nuestro progreso para que, establecidos obedientemente en el dogmatismo, avancemos sin cuestionarnos realmente nada. Pero, ¿quién es capaz en el mundo contemporáneo de seguir semejante camino? Y en cualquier caso, ¿puede ser en la actualidad, ése un camino saludable y verdaderamente de “corazón”? ¿Cuál ha de ser nuestra tarea frente a las conquistas del pasado, como hijos de la compleja contemporaneidad? Quizás debamos, cada uno, reinterpretar de nuevo las bases fundamentales sobre la que se sustenta nuestra tradición a fin de hacerlas verdaderamente nuestra, adecuando los principios intemporales del desarrollo de la naturaleza

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humana a las necesidades reales de unos tiempos en que más que nunca debemos despertar en nuestro interior “aquello que nos lleva de la oscuridad a la luz” (guru) y centrar nuestros esfuerzos en pos de una disciplina de vida (shadana) libremente elegida que nos permita avanzar en la realización de nuestros más profundos y sinceros ideales. Claro está que todo ello no será más que fruto de nuestro orgullo egoísta si no sabemos realizarlo con acentuada capacidad de escucha, con el máximo respeto a los puntos de vista de los demás, especialmente cuando son bien distintos a los nuestros. Con la adecuada consideración a nuestros profesores, pues sus sugerencias pueden ayudarnos a encontrar caminos, quizás en lugares y modos que nunca hubiéramos sospechado. Con el constante reconocimiento de nuestras temporales limitaciones, evitando en todo momento que el miedo se imponga y nos llene de dudas irracionales y con la inmensa devoción que tal empresa requiere. Jordi Esteban Fuentes