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NOT AS Y COMENTARIOS COPERNICO, · ENTRE TRADICION Y REVOLUCION J. E. BoLZÁN* "La historia y la leyenda tienen, al cabo, un mismo fin: pintar sobre el hombre momentáneo, el hombre eterno". (VícToR Huco, El 93) Considerando que el mejor favor que se puede hacer a un enamorado de la verdad es ayudar le a colocar en la debida perspectiva valorante su propia obra, emprendemos nuestro breve trabajo como homenaje a Nicolás Copérnico (14 . 73-154 ·3) en el VQ Centenario de su na cimiento; intentando contribuir así a una mejor matización de su figura, colocada providencial- mente entre el pasado de una venerable tradición basal, y el futuro de una potencial revolución imprevista . Los antecedentes Acertadamente ha señalado Alexander Ko y que "sería de incalcula- ble interés para la hi storia y la fenomenología del pensamiento humano poder reconstruir y reconstituir los hitos del pensamiento copernicano". 1 Lo * Miembro de la Carr e ra del Investigador, Consejo Nacional de Investi- gaciones Científicas, República Ar gentina. 1 CoPERNIC, Ni colás : Des révolutions d es orb es céles te s, .ed. latino-fran- cesa a car go de A. Koyré, Parí s, 1934, Prefacio. 133

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  • NOTAS Y COMENTARIOS

    COPERNICO, · ENTRE TRADICION Y REVOLUCION

    J. E. BoLZÁN*

    "La historia y la leyenda tienen, al cabo, un mismo fin: pintar sobre el hombre momentáneo, el hombre eterno".

    (VícToR Huco, El 93)

    Considerando que el mejor favor que se puede hacer a un enamorado de la verdad es ayudarle a colocar en la debida perspectiva valorante su propia obra, emprendemos nuestro breve trabajo como homenaje a Nicolás Copérnico (14.73-154·3) en el VQ Centenario de su nacimiento; intentando contribuir así a una mejor matización de su figura, colocada providencial-mente entre el pasado de una venerable tradición basal, y el futuro de una potencial revolución imprevista.

    Los antecedentes

    Acertadamente ha señalado Alexander Koyré que "sería de incalcula-ble interés para la historia y la fenomenología del pensamiento humano poder reconstruir y reconstituir los hitos del pensamiento copernicano".1 Lo

    * Miembro de la Carrera del Investigador, Consejo Nacional de Investi-gaciones Científicas, República Argentina.

    1 CoPERNIC, Nicolás : Des révolutions des orbes célestes, .ed. latino-fran-cesa a cargo de A. Koyré, París, 1934, Prefacio.

    133

  • cual, sin dudas, constit-uiría un importante capítulo de un tratado que aún resta por escribirse acerca de la p icología de la invención en el campo de la" cienciasY

    in pretenderlo aquí y ahora, tal estudio llevaría a concluir que Copér-nico constituye un claro y sorprendente e-jemplo de- cómo una concurrencia fortuita de causa~ pudo acabar conduciendo, más allá de las intenciones del autor, a transformar, a trastocar toda w1a compleja y multisecular imagen del universo y aún del hombre en él, y hasta tal punto que ya es lugar común hablar de " la revolución copernicana"J con amplia y 'aria recu-rrencia a una a labanza que, justa como lo es en gran parte, no toca tanto al Copérnico real cuanto al copernicanismo que se ofigjna mús hiC'n tar-díamente.

    En e fecto, Copérnico no fue un rc,·olucion ario ni de hecho - pues su teoría no le es totalmente original- ni de intención -pues él mismo no pretendió fijar más que una imagen geométrica simplificada del uni-verso--; todo lo cual no impidió que los elemento implícitos en su geome-tría del universo pudieran conducir a la dicha revolución, de la cual so-mos herederos.

    Los precursore

    En qué sentido no es Copémico totalmente original _e ha rá claro a poco que recorramos rápidamente la historia y fijemo nuestra atl'nción en..aJgunos precursores que con mayor o menor justificación y frutos expusieron ideas tocanlt'S a una imagen no geocéntrica del universo." Así, ya a fines del siglo v a.C., d pitagórico Filolao sostendrá que la tierra gira alrededor del fuego universal, "el corazón del Todo",6 según un c.írculo oblicuo, tal cual Jo hacen el sol y la luna, agregando al sistema la contra-tierra y otra tierra, inhabitada, en oposición a la contra-tierra.

    Pero estas conocidas especulaciones pitagóricas no tuvieron más vida que la de la misma escuela, si bien Simplicio6 nos conserva noticia de una

    !! Al modo de la conocida obra de liADA:\IARD, 1.: Psicología de la in,ven-ción en el campo matenuítico, ed. castellana, Buenos Aires, 19~7.

    s Cfr. KuiiN, T. S.: The Copernican revolution, Cambridge, 1957. ~ De propósito elegimos el término "no geocéntrico'' en lugar del más

    positivo "h

  • variante, también pitagórica, según la cual aquel fuego central se hallaría dentro de la tierra.

    Será ahora en lleráclides de Ponto (ca. 388-312) - muy alabado por Diógenes Laercio donde se hallará lo que podemos denominar un sistema semi-heliocéntrico: dice que la tierra, si bien continúa situada en el centro del universo, no es ya inmóvil sino que sufre un movimiento de rotación al rededor de su eje/ girando todos los planetas excepto Venus y Mer-curio, que lo hacen alrededor del sol8- en torno a la tierra. Por ello es que denominamos semi-heliocéntrico a su sistema.

    Aproximadamente por los mismos años, Eudoxo de Cnido (/l. 368-365), que aprendió astronomía con los sacerdotes egipcios de Heliópolis y tuvo su propio observatorio en Cnido, construye su sistema de esferas homocéntri-cas, mostrándose también cual un agudo teórico. Según el breve relato de Aristóte les0 y el más detallado de Simplicio, 10 así como algunos estudios modernos que dejan más en claro el panorama,11 aparece Eudoxo como el punto de partida firme de la astronomía tradicional. A fin de explicar las observacione o "salvar las apariencias", sostiene que los movimientos apa· rentes del ciclo se explican admitiendo que los astros son solidarios a esfe-ras concéntricas, con el centro común en la tierra in móvil, y siendo la esfera más exterior la perteneciente a las estrellas fijas. Este modelo parece, en principio, muy simple; pero cuando hubo Eudoxo de dar cuenta de los moviMientos de los planetas tomando como supuesto que se movían según movimientos circulares y uniformes, tal cual lo exigía la concepción de un mundo upralunar perfecto, le fue necesario recurrí r a una complicada maquinaria de esferas concéntricas, hasta alcanzar el número de 27.1 2

    Este sistema, modificado por Calipo (ca. 370-300) con la introducción de las "esferas compensadoras" y elevando así el número total necesario a 56, será el adoptado por Aristóteles13 en su sistema geocéntrico de un universo claramente distinguido entre el reino infra lunar - corruptible y el reino supralunar -incon~ptible.111

    7 SIMPLICIO, o.c. , p. 512, líneas 9-20. 8 Véanse los testimonios en HEATH, TH.: Aristarchu.s of Samos. The

    ancient Copernicu.s, Oxford, 1913, p. 255 ss. 9 ARISTÓTELES, .llet., 1073 b 17-1074 a 14. 10 SIMPLICIO, o.c., p. 468, 17 SS. 11 Cfr. H EATH, o.c., p. 193 ss. 12 Es decir, 3 para la luna, 3 para el sol, y 4 para cada uno de los cinco

    p lanetas entonces conocidos : Marte, Venus, Mercurio, J úpiter y Saturno. n ARISTÓTELES, !l!et ., 1073 b 32-a 8. u Importa destacar aquí que se halJan en ARISTÓTELES, De caelo, 297

    b 17 ss., los dos primeros argumentos claros acerca de la esfericidad de la tierra, pues si bien antes Pitágoras y Parménides lo habían soslenido, nin-guna explicación dieron al caso. De los dos a rgumentos de Aristóteles, uno

    135

  • Y llegamos así al célebre Aristarco de Sarrws (/l. 280 a.C.), "el Copér-nico de la antigüedad" como lo denomina Heath en su citada obra. Hábil geómetra, escribió un breve pero sorprendente tratado "Acerca de los ta-maños y distancias del sol y de la luna" ; 16 pero lo que nos importa aquí es señala r que es Aristarco el primer decidido heliocentrista. Gracias a Ar-químedes y otros autores antiguos, sabemos que sostuvo la inmovilidad de las estrellas fijas y del sol, haciendo coin cidir el centro de éste con el centro de la esfera de las estrel1as fijas; la tierra aparecía así girando alrededor del sol/6 y Plutarco añade que también enseñó estaba la tierra sometida a un simultáneo movimiento de rotación según su propio eje.17

    Mas estas ideas de Aristarco acabaron sin éxito pues a ciertas oh jeciones que podríamos denominar antropológicas (idea de ]a tierra y del hombre en ella como centro del universo) se agregaron otras propiamente astronómicas -aunque en sí mismas erróneas como aquella según la cual si fuera cier-to que la tierra se desplaza alrededor del sol, deberían aparecer deforma-ciones angulares en las constelaciones ( téngase en cuenta que por entonces no se tenían conocimiento de la enorme distancia a que están situadas las estrellas con relación al sistema solar) . De aquí que Arquímedes, Apolonio de Pérgamo y especialmente Hiparco con su gran autoridad, hayan mante-nido y dejado a sus sucesores cual herencia la teoría geocéntrica; y hasta tal punto que ya entrando en nuestra era. Ptolomeo de Alejandría (fl. 127-151) publica su célebre Almagesto {el Gran Libro, de los árabes) o Sintaxis A1athel7UlJi,ca, un verdadero sistema completo de gcocentrismo en el cual sigue a Hiparco, pero mientras éste había declarado equivalentes a los sis-temas según epiciclos y según excéntricas, Ptolomeo preferirá estas últimas para el caso del sol, por resultar todo más sencillo; no obstante, para el resto de los cuerpos celestes debe recurrir a. un complicado sistema mixto de epiciclos y excéntricas, especialmente para el caso de la luna y de mer-curio, al cual sistema agrega el "circulus acquans", un círculo ad /wc des-tinado a dar razón de las variaciones de velocidad observadas en los pla-netas. Cabe hacer notar que Ptolomeo abandona así, de hecho, la exigencia aristotélica de movimientos circulares uniformes para los cuerpos celestes.

    De aquí en más y hasta alcanzar a Copérnico, las ideas d

  • impondrán sin mayores variantes y con una hegemonía tal que no alcanzan a poner en sus justos términos, ni en la Edad Media ni en el Renacimiento: la sabia advertencia precisamente de un teólogo medieval y cuyo eco llega hasta nosotros: "Dos son las maneras como interviene la razón para expli-car una cosa: de un modo, para probar suficientemente una tesis, así oomo en las ciencias naturales se dan razones suficientes para probar que el cielo se mueve con velocidad uniforme. De otro modo, se alegan razones, no como suficientes para probar una tesis, sino tales que, supuesta esa tesis, se muestra su congruencia con los efectos subsiguientls; y de este modo se ha-bla en astronomía de excéntricas y epiciclos, porque hecha esa suposición se pueden explicar las apariencias sensibles de los movimientos del cielo. Y sin embargo esta razón no es demostrativa, porque tal vez pudieran explicarse también a partir de otra hipótesis".18 Precisamente el olvido de tal admonición llevará, lamentablemente, al desgraciado proceso a Galileo.

    Sea como fuere, cierto es que junto a opiniones antiaristotélicas como la de Nicolás de Cusa, para quien ya no hay ni "arriba" ni "abajo", ni "centro del universo" ni su circunferencia extrema, siendo la tierra uno de los tantos cuerpos celestes, aparece un Georg Peurbach publicando, en 1472, su Theoricae rwvae planetarum -a fin de reemplazar el antiguo tratado De Sphaera, de Sacrobosco, muy popular todavía en este siglo xv-considerando el universo como estricto ptolomeico, si bien adiciona a los seis movimientos concebidos por Ptolomeo, un séptimo de "ttepidación'710

    y hace cristalinas las esferas matemáticas de aquél. Girolamo Fracasloro escribe, en 1538 cuando ya Copérnico tenía totalmente desarrollado su sistema, al menos según su Comentariolus- su Horrwcentricum sive de stellis liber, intentando representar el movimiento de los planetas sin recu-rrir a excéntricas y epiciclos sino solamente a movimientos circulares. E independientemente de Copémico pero seguramente influido por él ya que era su amigo, Celio Calcagnini (14.79-1541) intentará demostrar, en 1519, "Quod coelum stet et terra moveantur vel de perenni motu terrae", soste· niendo que es la tierra quien se mueYe, pero refiriéndose sólo al movimiento de rotación, no al de revolución.

    El sisterru:t de Copérnico

    Pues bien, así las cosas y frente a éstos y otros antecedentes mos y qnt! tal vez no fueran del todo conocidos a Copémico, 20

    18 THOMAS, S. : Sum.ma Theol., I, 32, 1, 2um.

    • • que omJtl-propondrá

    19 Precisamente con una defensa del sentido de esta atribución comien-za Carmody su estudio sobre B. Qurra: CARMODY, F. J.: The astronornir:al works of Thabit B. Qurra, University of California Press, 1960.

    20 Para el conocimiento que Copérnico t nía acerca de estos anteceden-

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  • &éste u sistema del mundo, que nos excusamo de exponer por razones oh\ ias, en su ahora clásica De revoluti~nibus orbiurn coelestium - titulada por Copérnico sólo como De re1:olutionibus pero tan poco apreciada en ge-neral como lo demuestra el hecho de haber conocido sólo cuatro reimpre-siones en sus primeros cuatrocientos años de Yida.:n Digamos solamente, ,para nuestro propósito, que su sistema es prctendidamente heliocéntrico y pretendidamente más simple que el de Ptolomeo.

    Pretendidamente heliocéntrico, porque si bien en su De revolutionibu$1~ desarrolla Copérnico su idea del si tema planetario en cuanto con tituido por siete esferas situadas en torno al sol, donde éste y la esfera última de las estrellas rfijas están en reposo moviéndo ~e las demás - desde )1ercurio a aturno alrededor del sol, haciéndolo la luna alrededor de la tierra, poco después y obligado por los hechos y las observaciones reales se verá exigido a admitir que la tierra se mueve no alrNicdor del sol sino de otro centro geométrico, que sitúa a una distancia del sol equivalen~C' aprox-ima-damente a tres veces el diámetro del mismo sol. Este centro de giro del orbe terrestre rota, a su vez, alrededor del sol ~egún un pequeño epiciclo llevado por una deferente con centro en el sol ;:!3 los demás planetas girarán ·según sus orbes con centro en el centro momentáneo del orbe tcrrestrc.2''

    Es cJaro que así explicado, de alguna manera será el sol centro del unÍ\ erso, mas no estrictamente. ¿ Qué papel asigna Copérnico, al cabo, a este sol? o más que uno que bien podríamos denominar estético, o tal yez hasta metafísico si aceptamos que conoció e hizo uso de la metafísica de la luz, de amplia repercusión vía neoplatonismo y agustinismo medievales ; pues cuando en su De revolutionibus se re[iere a "De ordine caelestium orbium' ', luego de situar los planeta~, declara enfáticamente : " In medio omnium residet Sol", porque, al fin y al cabo, "¿ quién osará, en medio de este espléndido templo, poner en otro o m(~jor lugar luminaria tal, que

    te'. "después de haberme tomado el trabajo de leer cuantos libros de todos lo filó ofos pude lograr" como dice él mismo, vid. D e revolutionibus, introd. "Ad anctissimum Dominum Paulum III".

    :n Actualmente se dispondrá de una ed. facsimilar por ed. Macmillan; y se ha comenzado una N icolaus Copr>rnicu Gesamtausgabe, a cargo de H. M. 1\obis y con la colaboración de estudio os alemanes y polacos, abarcando unos 10 vols.

    :l:! De ret'olutionibus, L. 1, c. 10. 23 De revolutionibus, L. III, c. 22. ~ En su Commentariolus, sostendrá que "no existe un centro único para

    todos los círculos o e fe ras celestes", siendo el sol sólo "el punto medio del unherso", es deci r el centro logrado como promedio de las des\ iaciones que comportan las excentricidades de los dhersos movimientos. Cfr. RosE:-i, E.: T!tree Copernican treatises. 2a. ed., Do' er, New York, 1959; el Co-m.enlariolus se halla en pp. 55-90 y la ci ta en p. 58.

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  • .aquél desde el cual puede iluminar todo a la vez?".26 Sólo con Kepler hallará el sol su papel centralizador desde un punto de vista cien tífico, pues recién entonces no sólo estará en el foco del movimiento sino que de algún modo jugará también el papel de causa, un papel dinámico que no se halla . en Copérnico. De aquí que hablemos de un sistema pretendidamente helio-céntrico, de un sistema semi-heliocéntrico o, si queremos distinguir más precisamente su estática de su dinámica, podremos decir con Koyré que "si PUní' ers de Copernic est héliocentrique son astronomie ne l'est aucu-nement elle est seulement héliostatique" .26

    Pretendidamente más simple que el sistema de Ptolomco, según es la opinión más divulgada, y que ha tomado origen probablemente en las pala-bras con que el mismo Copérnico acaba su Comentariolus : "Por consiguien-te, bastan en total 34 círculos para explicar la estructura total del Universo y la danza de los planetas".27 Sin embargo esto· no parece ser del todo cierto, no al menos según los datos que aporta el posterior y más maduro De re1-'0luü.onibus -del cual el Comentariolus es sólo un anticipo pues enton-ces un cálculo cuidadoso parece conducir, según K.oestler/~8 a 48 epiciclos; y Neugebauer9 llegará a decir que el modelo copernicano exige casi el doble de círculos que el ptolomeico ;30 mientras que los cálculos de Peurbach para este último conducían a que sólo necesitaba 40 círculos. No obstante, el sistema de Copérnica es, en un sentido, más simple: precisamente en el sentido de su estructura geométrica; pero no lo es para el astrónomo prác-tico:3l para éste continuaba siendo más simple el sistema de P tolomeo. Así, para un observador en la tierra que deseara situar "copémicamente" uno de los. planetas según lo veía, es decir, para situar el lugar aparente (geo-céntrico) del planeta, le sería necesario calcular, en primer término, el lugar heliocéntrico; en segundo paso, el lugar heliocéntrico de la tierra; y así calcu-ladas las distancias sol-tierra y sol-planeta, podrá entonces calcular el lugar aparente del planeta deseado. P ara un observador "ptolomeico", se trata: simplemente de situar el planeta utilizando los desplazamientos angu-lares observados desde la tierra. La verdadera simplicidad del sistema copernicano consiste en haber sabido salvaguardar el principio esencial de uniformidad de los movimientos de las esferas, eliminando el "circulus

    26 De revolutionibus, L. I, c. 10. 2(; KoYRÉ, A. : La révolution astronomique, Hermann, París, 1961, p. 155. :!7 En ed. Rosen, p. 90. 28 KoESTLER, A.: Los sonámbulos, Eudeba, Buenos Ai res, 1963. 29 NEUGEBAUER, O. : The exact sciences in anJ,iquity, 2a., 1957, p. 202 ss. 30 Un interesante ejemplo de tal complejiaad con relación a VeniD?

    pue

  • aequans" de Ptolomeo (pero reemplazándolo por un círculo suplementa-rio) y explicitando al mismo tiempo el. principio de orden que rige el un~v~rso: la concordancia entre las distancias de los planetas al sol y sus períodos de revolución.

    Este principio es el que buscaba precisamente Copérnico, acusando a sus predecesores de "no haber podido lograr ni colegir lo principal: la forma del mundo y la simetría exacta de sus partes",3 2 pero reconociendo al mismo tiempo cuánto les debía, así corno la mayor disponibilidad de medios de que él mismo gozaba.33 Uega a ofrecer, salvando la uniformidad de los movimientos, una imagen sistemática y ordenada del universo según movimientos circulares uniformes: "Tanta nimirum est divina haec Optimi Maximi Opifecis fabrica".34

    El aristotelismo de Copérnico

    Parecería incongruente referirnos ahora al aristotelismo de Copérnico, cuando tanto se ha escrito, en una exageración deformante, acerca de la oposición entre ambos en punto al geo o heliocentrismo del sistema plane-, tario; sin reparar en que no hay posibilidad, en· tanto todos los movimien· tos sort fenoménicamente relativos, de definir el verdadero sistema.

    Sin embargo y a pesar de que no da Copérnico argumentos físicos en pro de sus ideas (y esto está de acuerdo con su espíritu predominantemente matemático) existe indudablemente una physica suhyacente, una verdadera cosmología o filosofía de la naturaleza, que no es sino la aristotélica; y hasta en más de un sentido resulta Copérnico más aristotélico que el mismo Aristóteles.

    Así, por ejemplo, si pone en movimiento la tierra, sacándola con ello de su "lugar natural": el centro del universo,3 6 todavía hace centro dinámico del mismo -tal cual lo hemos visto- al centro de giro de la esfera de la tierra; esfera que, como en el caso de los demás planetas, es real, física, y no simplemente matemática como lo eran para Ptolorneo, más avanzado que Copérnico para el caso. Todavía más: en estricto aristotelismo -pues

    " 32 De revolutionibus, prefacio "Ad Sanctissimum ... ". 83 De revolutionibus, intr. L. 1: "Ita de aliis stellis tentabo fa vente deo,

    sine quo nihil possumus, latius de his inquirere, cum tanto plura habeamus adminicula, quae nostrae subveniant institutioni, quanto maiori temporis intervallo huius artis auctores nos praecessenmt, quorum inventis, quae a nobis quoque de novo sunt reperta, comparare licebit. Multa practerea aliter quam priores fateorme traditurum, ipsorum licer munere, utpote qui primum ipsarum rerum inquisitionis aditum patefecerunt".

    34 D~ revolutionibus, L. 1, c. lO fin. 36 ARISTÓTELES, De caelo, 296 a 24 ss.

    140

  • lo que expondremos no se halla expresis verbis en Aristóteles-- podría in-tentarse una aproximación al sistema heliostático. En erecto, puesto que Aristóteles distingue agudamente entre "elemento teórico" o en cuanto de· iinido, y "elemento real" o en tanto que hallado efectivamente en la natura· 1eza,36 y ha sostenido además que todos los cuerpos que conocemos están compuestos varia y simultáneamente de los cuatro elementos,~7 de modo tal que la tierra real es más bien un cuerpo terroso que Tierra, y el fuego un cuerpo ígneo que Fuego,38 bien podría defenderse con estas premisas un sistema en el cual fuera la tierra centro del movimiento de los planetas sin estar ella misma en medio del universo39 puesto que tal posición corres-pondería sólo al elemento Tierra y no a la tierra real.

    Estaríase así, por analogía, en un sistema sem.igeocéntrico, donde la tie-rra misma podría cumplir un movimiento, al menos como tendencia -pero una tendencia o potencia nunca llenada no tiene sentido- "hacia su lugar natural, si nada se lo impide".40 Mas, ¿qué es lo que le impide a la tierra moverse, de hecho? Precisamente su composición, que la hace restar entre los dos lugares absolutos de que habla el Estagirita,: "El centro y la extre-midad",41 respectivamente destinados a la Tierra y el Fuego; "entre estos lugares existe un intermediario el cual, con relación a cada uno de aquellos lugares (absolutos) recibe el nombre del otro; porque el intermediario es, en un sentido, extremidad, y en otro sentido. centro" ;~2

    De modo tal que esta tierra "aristotélica", si bien de hecho no se mo-yerá por mantenerse en equilibrio entre "el centro y la extremidad", será al menos potencialmente móvil y este nuevo universo será, por su parte, un universo geostático. Pero hay más aún: por cuanto, tal cual apuntamos ya, para Aristóteles no tiene sentido una potencia que nunca llegue al acto, podemos deducir que en algún momento deberá dirigirse la tierra hacia el lugar de la Tierra, pero por cuanto nunca lo ha de alcanzar puesto que la tierra real nunca llegará a la pureza del elemento Tierra, la única posibi-lidad que le queda es describir un movimiento de rotación alrededor de ese punto ideal y centro del universo. Se daría así un uniYerso que podremos

    36 ARISTÓTELES, De gen. corr., 330 b 22. 37 ARISTÓTELES, Jlleteor, L. IV, c. 8. 38 ARISTÓTELES, De gen. corr., 330 b 23 : "así, el cuerpo simple corres-

    pondiente a l Fuego es ígneo, pero no Fuego; el correspondiente al Aire, aéreo, etc.". Para ser más claros, escribimos con mayúsculas cuando se trata del elemento teórico.

    39 Téngase en cuenta. que asimismo distingue Aristóteles entre "centro" y "medio" del universo; cfr. De caelo, 296 b 7 ss.

    40 ARISTÓTELES, De caelo, 31] a 7. 41 AtUSTÓTELES, De ca.elo, 312 a 7. ~2 De cado. 3] 2 a 8.

    141

  • \

    denominar ccntrostático, con la tierra en movimiento; y las diferencias entre Copérnico y el aristotelismo se reducen. Insistamos en que estas deduccio-nes las sacamos nosotros y . no el mismo Aristóteles, pero estimamos que af hacerlo así estamos dentro del más riguroso modo de pensar del genial griego, si se nos permite el atrevimiento.

    De aquí también que haya una aproximación a otro problema que Koyré considera como distanciante de ambos pensadores :H aquel que se refiere a la posibilidad de sacar la tierra de lo que sería su lugar natural, el centro del universo. La distinción que hemos hecho entre tierra y Tierra constituye el eslabón, pues ya hemos aceptado que la tierra, la única de ambas que puede existir, debe estar desplazada del l·ugar central co~tra lo que dice a la letra el mismo Aristóteles : que centro de la tierra y centro-del universo son coincidentes ;44 que los elementos se definen en fuiJ.ción de los movimientos naturales que cumplen ;45 y que, por consiguiente, si se colocara la tierra en el lugar de la luna, los fragmentos térreos se dirigiáan . . ahora hacia la tierra, sí, pero no por ser esta lierra sino por estar ahora donde está:w

    Y en esta explicación se muestra Aristóteles como mejor científico,. pues finca su argumentación en razones naturales y no como lo hace Copér-nico recurriendo a concebir ]a atracción como "no siendo otra cosa que una cierta apetencia natural dada a las pa1tes por la Divina Providencia del Creador del universo, a fin de que en su unidad e integridad constituyan un todo esférico" ;47 explicadón que vale para el sol y demás planet~, los

    cuales adquieren así la forma esférica a la cual le es connatural moverse según movimientos uniformes y trayectorias circulares. Aquí se aparta . cla-ramente Copérnico de Aristóteles pues si bien habla de una forma. como perfección, no se trata ya de la "morphé" aristotélica, co-principio de 'ser,. de actualidad, sino que es ahora una forma simplemente geométricci la que constituye en su perfección a los cuerpos celestes. Esta forma geométrica es también causa suficiente de aquel movimiento circular cósmico que en

    H } ~ , f , L.'. 59 · 'OYRE, .a revouuz.on . .. , p. . H De caelo, 296 b 16. "Así, aconlece que tierra y universo tienen un

    mismo centro y por ello es que incidentalmente los cuerpo pesados se mue\·en también hacia el centro de la tierra" (296 b 17), cuando formal-mente lo hacen hacia el centro del uni,·erso (296 h 8). Copérnico colocará el sol en el centro del universo, es decir, en el centro del orbe de las estrellas fijas, no de los orbes de los planetas.

    45 De caelo, L. I, c. 2. 46 De caelo, 310 b 3. Hemos analizado más detalladamente esta relación

    entre elementos y lugares en nuestro trabajo "Aristóteles, De caelo, 310 h 11-14.'' a aparecer en ]. llistory of Philosophy. ·

    4 7 De revolutionibus, L. I, c. 9.

    142

  • cuanto tal debe ser siempre natural y no violento ;~8 de aquí que no valgan,. en esta perspectiva, las objeciones de Ptolomeo acerca de que un movimiento• tal haría a las partes inaptas para reunirse, dispersándose la tierra al íin "hasta más allá del unh·erso", y los cuerpos que a ella caen no lo harárr-perpendicularmente. 49

    Aristóteles ya se había referido a los movimientos naturales y violentos, reservando a los elementos sublunares la naturalidad de moYimientos recti·-líneos "hacia abajo" o "hacia arriba" ,50 y a los cuerpos supra lunares, el" movimiento perfecto circular; nl haciendo depender precisamente de esta perfecta traslación superior la dinamicidad de los elementos inferiores,"~ es decir, dando una causa, a toda actividad terrestre. Copérnico, en su respues--ta,53 "naturaliza" ahora el movimiento circular para todos los cueqx>s, la• tierra inclusa, pues "si la tierra se mueve, se ha de decir que lo hace según movimiento natural y no violento"; mas " las cosas que ocurrcm

    , . , . . . , '' segun natura, son conYementes y se conseryan en optlma compos1c10n ; por ello es que la tierra y los movimientos de los cuerpos que le pertenecen• constituyen un conjunto indisoluble y annónico: no existirán fuerzas centrí-fugas que tiendan a desprender la atmósfera ni a retrasar los cuerpos que· libremente a la tierra caen.

    Pero, finalmente, ¿se mue Y e la tierra? Dejando de lado ahora la argu-mentación basada en la explicación de los hechos obscn·ados - que en realidad no prueban nada- señalemos, como curiosidad casi, un argumento "·de conveniencia" reglado según el pensamiento filosófico-natural de Aris·-tóteles : en .función de las c~tegorías de "localizado" y "lo.calizante", arguye Copérnico contra Aristóteles que es absurdo atribuir movimiento al locali-zante . (el mundo supralunar) y no al localizado (la tierra, para el caso) ;541

    objeción que vale precisamente porque el universo de Copérnico es ·finito. como el de Aristóteles. Pero es claro que la atgumentación bien puede ·voi-verse contra el mismo Copérnico, pues no es fácil comprender por qué, en-. las mismas circunstancias, no Se mueYe el so}, ya que é} no SÓlO está.

    48 ¡Y sin embargo el sol no se mueve! Con respecto a la antigua ideal de la "animación" de los cuerpos celestes, en general mal entendida por despreciada formalmente y atribuida casi como dogma a los pensadores me-dievales, será bueno recordar al caso que S. Tomás señalaba entonces : "Lo que dijimos acerca de las almas de los cuerpos celestes no lo afirma-mos sino que lo referimos como opiniones ajenas", In De Causis expositio,. lect. V, fin.

    49 De revolutionibus, L. I, c. 7. so De clrelo, 269 a 32. 51 De caelo, 269 b 1 ss. 52 Meteor., 339 a 20. 53 De re'volutionibus, L. I, c. 8. 54 De re'l!"'lutionibus, L. I, c. 8 in fin.

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  • localizado sino que además tiene la forma geométrica esférica que, como vimos, es causa suficiente del movimiento circular.

    La Revolución Copernicana

    Existe, pues, en Copérnico un buen número, casi un exceso, de elemen-tos tradicionales frente a unos pocos " modemos", y éstos relativamente poco originales según se dijo al hablar de sus precursores. ¿Cómo ha sido posible una "revolución copernicana"? Repare el lector en que no hemos dicho "revolución de Copérnico": nada más lejos de él que provocarla intencionalmente. "Copérnico [ ... ] no es copernicano. No es 'moderno' . .Su universo no es el espacio infinito de la física clásica sino que, como el .de Aristót~les, está contenido y limitado por la esfera de las estrellas fijas. El sol está en su centro y alrededor del sol se elevan los orbes que soportan y conducen a los planetas, orbes );an reales como las esferas cristalinas de la cosmologia medieval. Los orbes rotan a causa de sus formas [ ... ] . Orden ·espléndido, astrogeometría luminosa, cosmo-óptica que reemplaza la astro-biología de Aristóteles". 55

    Pero la reemplaza tan suavemente que la repercusión de sus ideas -la verdadera "revolución copen1icana"- sólo puede explicarse por aquella ~concurrencia fortuita de causas de que hablamos antes, y que ahora podría· .mos resumir reunidas en dos especies :

    a ) causas indirectas o condicionantes: las ideas de Copérnico aparecen en medio de una atmósfera de franca oposición a Adstóteles y donde toda -crítica o novedad era bienvenida y lo sería más posteriormente; a lo cual dehe agregarse un factor de mayor envergadura y alcance: el Renac;imiento '(;omo un todo va surgiendo como respuesta a la "fatiga espiritual", que como en toda época de orden sostenido, produjo la Edad Media.

    b ) causas directas o desencadenantes: probablemente la más importante ·en cuanto originante de toda la posterior evolución del copernicanismo sea la geometrización del universo· que logra Copérnico como interpretación ·de la forma aristotélica, y que le permitió -especialmente a sus sucesoress--desemharazarse de toda ontologización de la realidad cósmica al materna-tizar, finalmente y más allá de él mismo, todo el universo.

    Aquí reside propiamente esa revolución que el mismo Copérnico no ¡podía llevar a cabo precisamente porque su espíritu no le permitió redu· cirse al puro científico al que pretende restringirlo, en un verdadero "tour de force" , Osiander en su tendencioso y positivista prólogo "Al lectorem de H ypothesibus hui us Operis". Todas las v.ías abiertas hacia la ciencia nueva:

    r.:; KoYRÉ, La révolu.tion . .. , p. 69.

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  • el movimiento de la tierra con su exigencia implícita de toda una nueva mecánica; y la igualdad de todos los planetas con la tierra, arrasando así con la división entre universó supra e infra-lunar y pidiendo de este modo también una nueva química, pasan necesariamente a segundo plano desde la perspectiva de la ciencia como saber sistemático e independiente de la filosofía.

    Si, como quería el poeta, .

    "que nunca alcanzan las obras donde llegan los deseos",

    Copérnico re muestra en la historia de la ciencia como diáfano ejemplo . , . anbtetlco.

    Pontificia. Universidad Católica Argentina

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    0.10.20.30.40.50.60.70.80.90.100.110.120.13