contribuciÓn de las humanidades mÉdicas … · medicina interna del hospital de la cruz roja de...

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TEMA DEL MES ON-LINE N. o 1, Marzo de 2006 ISSN: 1886-1601 Director: Prof. Mario Foz CONTRIBUCIÓN DE LAS HUMANIDADES MÉDICAS A LA FORMACIÓN DEL MÉDICO Prof. Diego Gracia

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Page 1: CONTRIBUCIÓN DE LAS HUMANIDADES MÉDICAS … · Medicina Interna del Hospital de la Cruz Roja de ... publicación de una serie de “Monografías ... de Chile (1997)

TEMADEL MESON-LINE

N.o 1, Marzo de 2006ISSN: 1886-1601

Director: Prof. Mario Foz

CONTRIBUCIÓNDE LAS HUMANIDADES

MÉDICAS A LA FORMACIÓNDEL MÉDICO

Prof. Diego Gracia

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TEMADEL MESON-LINE

N.o 1, Marzo de 2006

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Consejo Asesor

Dr. Francesc Abel i FabreDirector del Instituto Borja de Bioética (Barcelona)

Prof. Carlos Ballús PascualCatedrático de Psiquiatría. Profesor Emérito de laUniversidad de Barcelona

Prof. Ramón Bayés SopenaCatedrático de Psicología. Profesor Emérito de laUniversidad Autónoma de Barcelona

Prof. Josep Egozcue Cuixart (†)Catedrático de Biología Celular. Universidad Autónomade Barcelona

Prof. Sergio Erill SáezCatedrático de Farmacología. Director de la FundaciónDr. Antonio Esteve. Barcelona

Dr. Francisco Ferrer RuscalledaMédico internista y digestólogo. Jefe del Servicio deMedicina Interna del Hospital de la Cruz Roja deBarcelona. Miembro de la Junta de Govern del ColegioOficial de Médicos de Barcelona

Dr. Pere GascónDirector del Servicio de Oncología Médica yCoordinador Científico del Instituto Clínico deEnfermedades Hemato-Oncológicas del Hospital Clínicde Barcelona

Dr. Albert JovellMédico. Director General de la Fundación BibliotecaJosep Laporte. Barcelona. Presidente del Foro Españolde Pacientes

Prof. Abel MarinéCatedrático de Nutrición y Bromatología. Facultad deFarmacia. Universidad de Barcelona

Prof. Jaume Puig-JunoyCatedrático en el Departamento de Economía yEmpresa de la Universidad Pompeu i Fabra. Miembrodel Centre de Recerca en Ecomía i Salut de laUniversitat Pompeu i Fabra de Barcelona

Prof. Ramón Pujol FarriolsExperto en Educación Médica. Servicio de MedicinaInterna. Hospital Universitario de Bellvitge. L’Hospitaletde Llobregat (Barcelona)

Prof. Celestino Rey-Joly BarrosoCatedrático de Medicina. Universidad Autónoma deBarcelona. Hospital General Universitario GermansTrías i Pujol. Badalona

Prof. Oriol Romaní AlfonsoDepartament d’Antropologia, Filosofia i Treball Social.Universitat Rovira i Virgili. Tarragona

Prof. Carmen Tomás-Valiente LanuzaProfesora Titular de Derecho Penal. Facultad deDerecho de la Universidad de Valencia

Director

Prof. Mario Foz SalaCatedrático de Medicina. Profesor Emérito de la Universidad Autónoma de Barcelona

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La Fundación Medicina y HumanidadesMédicas (FMHM), creada en el año 2001 porJosé Antonio Dotú, editor de fecundatrayectoria en el ámbito de la Medicina, tienecomo objetivo primordial fomentar el estudio,la divulgación y el debate, al más elevadonivel científico posible, del complejo campode conocimiento de las HumanidadesMédicas.

El año 2003 la FMHM inició sus actividadescon la publicación de la revista ilustrada“HUMANITAS Humanidades Médicas” queya desde su primer número, dedicado a laeutanasia, mantuvo el máximo nivel de interésy aceptación por parte de suscriptores ylectores. En el bienio 2004-2005 la FMHM haproseguido su actividad editorial con lapublicación de una serie de “MonografíasHUMANITAS” que ha seguido gozando delmáximo grado de aceptación por parte de suslectores. En esta fecunda labor editorialrealizada por la FMHM desde el año 2003 seha conseguido un nivel de calidad científicamuy relevante, de modo que algunas de lasrevistas o monografías serán, sin duda,publicaciones de referencia sobre el temadebatido durante algunos años. Estossatisfactorios resultados sólo han sidoposibles por el importante apoyo de los

Consejos Editorial y Asesor y por el máximoprestigio nacional e internacional de loscolaboradores elegidos. Uno de los mejoreslogros de las publicaciones de la FMHM hasido el de fomentar el debate en temas degran complejidad, siempre con un gran rigorcientífico y evitando los apriorismosdogmáticos.

En este mes de marzo de 2006, y comofruto de una muy acertada y oportunasugerencia del Patronato de nuestraFundación, la FMHM inicia una nueva etapaen sus actividades con la puesta en marchade una publicación, únicamente en soporteelectrónico, con el objetivo de dotarla de unamayor difusión y accesibilidad, y de estemodo aumentar de modo exponencial elnúmero de lectores y, al tiempo, estimular laparticipación activa de éstos generando undebate enriquecedor en relación con lostemas expuestos.

La nueva publicación, de periodicidadmensual, titulada “HUMANITAS HumanidadesMédicas, Tema del mes on-line”, se ocuparámes a mes de temas de especial interés en elárea de la Medicina y las HumanidadesMédicas. Los artículos contarán con unamplio resumen en español y en inglés e iránprecedidos por un Comentario elaborado por

PRESENTACIÓN

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el Director Invitado. La revista dispondrá,además, de una sección de Foro Abierto a laque los lectores podrán enviar sus opinioneso comentarios sobre los temas expuestos.

Como ha ocurrido en etapas anteriores, larevista electrónica cuenta con elimprescindible apoyo de un Consejo Asesorformado por personas del máximo prestigioen las distintas facetas de la amplia área deconocimiento de las Humanidades Médicas.Los temas y autores elegidos para los tresprimeros números de la revista son lossiguientes:

Contribución de las HumanidadesMédicas a la formación del médico

Prof. Diego Gracia

Epidemias: ¿una historia de ida y vuelta?

Evelio Perea

Los nuevos desafíos de lareproducción asistida

Prof. Dr. Enrique Peñaranda Ramos

Creo que ha sido un magnífico acierto delConsejo Asesor haber propiciado la eleccióndel tema “Contribución de las HumanidadesMédicas a la formación del médico” como

primera cuestión a tratar en la nueva revistaelectrónica de la FMHM. El tema elegido esauténticamente crucial en los intereses deestudio, difusión y debate de nuestraFundación. Como es bien sabido, losextraordinarios avances técnicos de laMedicina que han propiciado la obtención delogros insospechados hasta hace pocos añosen la lucha contra la enfermedad no han idoacompañados de la incorporación en loscurrícula de las Facultades de Medicina de laformación adecuada en los problemas éticos,jurídicos, filosóficos, sociales y económicos,que acompañan al avance tecnológico en laMedicina de hoy. Hemos tenido la fortuna decontar con la colaboración del Prof. DiegoGracia, auténtica autoridad y referenteintelectual en esta área, para estudiar ydiscutir en profundidad el pasado, laactualidad y el futuro de las HumanidadesMédicas, y describir las muchas dificultades,no exentas de esperanza, de mejorar en elfuturo este aspecto tan esencial de laformación del médico.

Espero y deseo que el inicio de esta nuevasingladura de la FMHM obtenga el éxito quemerece y que contribuya de forma muy eficaza un mejor estudio, conocimiento y difusiónde la Humanidades Médicas.

Prof. Mario Foz Director Científico

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Parece que finalmente será realidad que a finalesde este decenio dispondremos de un espacioeuropeo de educación superior (Tuning, 2003).

La enseñanza de la Medicina y de otras cienciasde la salud no va a ser una excepción y, de hecho,ya hace un tiempo que se aprecian movimientosen este sentido (Carreras Barnés,2005). En estecontexto, algunas facultades de Medicinaeuropeas están aportando datos sobre el perfil delmédico que se debe formar para el siglo XXI(Universitat de Barcelona, 2003). Es de esperarque este nuevo entorno favorezca un resurgir dela profesión que lleva unos años en situación decrisis, lo que llevó a alguien a decir que nunca laMedicina estuvo tan bien y los médicos tan mal.

La coyuntura parece, por tanto, favorable y cuentacon otros aliados para el éxito; así elprofesionalismo (Blank, 2003), corriente nacida enNorteamérica y extendida al resto del mundo,plantea este resurgir del médico basándose en lademostración explicita del compromiso con elpaciente y del mantenimiento de la competenciaprofesional con todo lo que este pronunciamientoconlleva.

Uno de los elementos clave para este resurgirserá el hecho de dotar a los futuros médicos deuna formación global que contemple, al lado de unelevado nivel de conocimientos, el aprendizaje enhabilidades, actitudes y valores. Estasperspectivas deben conducir a un sistemaeducativo que ponga, por encima de todo, elénfasis en un proceso de aprendizaje que preparea los estudiantes para una continua mejora de lacompetencia a lo largo de toda su prácticaprofesional; es lo que se ha denominado “lareflexión en la acción” (Gull, 2005).

Es evidente que los enormes avances de latecnología aplicados a la Medicina de los últimos50 años y la reestructuración paralela de lapráctica profesional en las organizaciones desalud han desplazado, aunque nos pese, elhumanismo de la práctica médica. En nuestrasfacultades los alumnos se deslumbran fácilmentecon muchos de estos “descubrimientos” que sonimpartidos por profesionales más preocupadospor lo que es la generación de nuevosconocimientos (investigación) que, a su vez, lesva a permitir currículos brillantes, que por facilitaresta formación global que se propugna. La

COMENTARIOEDITORIAL

Prof. Ramon Pujol Farriols

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primera página de uno de los más prestigiosos textosde Medicina dice claramente cómo compaginar avancecientífico y práctica profesional: “los cambiosacelerados que ha experimentado la Medicina son elresultado de la proliferación incontenible de informacióncientífica y de la necesidad de fusionarla en el arte y lapráctica de esta ciencia” (Harrison, 2006).

Es cierto que parte de la ciudadanía ha caído también enun ansia consumista biomédica, pero no es menoscierto que numerosos hombres y mujeres enfermosnecesitan unos profesionales de confianza que reúnanaparte de los imprescindibles conocimientos otrosvalores imprescindibles para una buena relación mutua.

La propuesta de impulsar la formación en HumanidadesMédicas en nuestras facultades parte precisamente dela base de que éste ha de ser también un instrumentoestratégico en la consecución de estos médicos delsiglo XXI (Glavin, 2003). Para realizar este análisis nadiemejor que Diego Gracia, quien ha demostradosobradamente su capacidad en este campo. Estoyseguro de que la lectura del trabajo que encontrarán acontinuación les permitirá ver un futuro másesperanzador.

Bibliografía:Gonzalez J, Wagenar R. Tuning educational structures inEurope. Bilbao: Universidad de Deusto, 2003.Carreras Barnés J. Competencias genéricas, ¿quién lasdefine?, ¿cómo se adquieren?, ¿cómo se evaluan? EducaciónMédica Internacional 2005;8: S9.Facultat de Medicina. Competències que han d’adquirir elsestudiants de Medicina durant els estudis de pregrau a lafacultat de Medicina de la Universitat de Barcelona. 2003.Blank L, Kimbull H, McDonald W, Merino J, ABIMFoundation, ACP Foundation, EFIM. Ann Intern Med 2003;138: 839-841.Gull SE. Embedding the humanities into medical education.Med Educ 2005; 39: 235-236.Harrison. Principios de Medicina Interna. 16ª edición. México:McGrawHill, 2006; 1.Glavin RJ, Maran NJ. Integrating human factors into themedical curriculum. Med Educ 2003; 37 (Supl 1): 59-64.

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CURRICULUM VITAE

• Licenciado en Medicina y Cirugía (1970)• Premio Extraordinario de Licenciatura (1970)

• Doctor en Medicina (1973)• Diplomado en Psicología Clínica (1968)

• Especialista en Psiquiatría (1974)• Colaborador Científico por oposición del CSIC (1974), en situación

de excedencia voluntaria desde el año 1978• Profesor Agregado de Historia de la Medicina de la Universidad Complutense

de Madrid (1978)• Catedrático de Historia de la Medicina de la Universidad Complutense

de Madrid (1979)• Director del Departamento de Historia de la Medicina (1978-1983)

• Director del Departamento de Salud Pública e Historia de la Ciencia(1989-1994; 1998-2002)

• Director del Master en Bioética de la Universidad Complutense de Madrid (1988-)

• Director del Seminario X. Zubiri de la Fundación Banco Urquijo(1972-1988)

• Director de la Fundación Xavier Zubiri (1988-)• Académico de Número de la Real Academia Nacional de Medicina

de Madrid (1989-)• Académico de número de la Academia de Medicina de Santiago

de Chile (2001-)• Profesor honorario de la Facultad de Medicina de la Universidad

de Chile (1997)• Miembro del Comité Directivo de la Asociación Internacional

de Bioética (1992-1995)• Miembro del Consejo Asesor de Sanidad del Ministerio de Sanidad

y Consumo (1993-2000)• Miembro del Patronato de la Fundación de Ciencias de la Salud

(1990-2003) y Presidente del mismo (2003-)• Miembro de la Comisión Nacional de Reproducción Humana Asistida

del Ministerio de Sanidad y Consumo• Presidente de Comité de Bioética de Castilla y León, creado por Decreto 108/2002, de 12 de septiembre

(BOCyL nº 181, de 18 de septiembre de 2002, p. 12121)• Consultor de la Oficina Panamericana de Salud (1997-)

• Miembro del Comité Científico de la Fundación de Ayuda contrala Drogadicción (2003)

• Premio Van Rensselaer Potter de la Federación Latinoamericanade Bioética (2003)

• Miembro de la World Commission on the Ethics of Scientific Knowledge and Technology (COMEST) de la Unesco (2004-2007)

• Vocal del Consejo Rector del Centro Nacional de Trasplantes y Medicina Regenerativa (BOE jueves 15 abril 2004, p. 15438)

Prof. Diego Gracia

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• Profesor de Humanidades Médicas en la Universidad Carlos III de Madrid.

• Profesor del European Bioethics Course de la Facultad de Medicinade la Universidad de Nimega (Holanda)

• Miembro del Core Group del European Master in Bioethics (1999-2000)

• Académico Correspondiente de la Real Academia Hispano Americana de Ciencias, Artes y Letras de Cádiz (30 de mayo de 2002)• Doctor Honoris Causa de la Universidad de San Marcos

de Lima (2003)

LIBROS• Persona y Enfermedad. Una contribución a la Historia y Teoríade la Antropología Médica. Madrid: Universidad Complutense,

1973.• Teología y Medicina en la obra de Miguel Servet. Villanueva de Sijena:

Instituto de Estudios Sijenenses Miguel Servet, 1981; 2ª ed., 2004.

• Ética de la calidad de vida. Madrid: Fundación Santa María, 1984.

• Voluntad de Verdad: Para leer a Zubiri. Barcelona: Editorial Labor, 1986.

• Fundamentos de Bioética. Madrid: Eudema, 1989.• Primum non nocere: El principio de no-maleficencia como fundamento

de la ética médica. Madrid: Real Academia Nacional de Medicina, 1990.

• Introducción a la Bioética. Bogotá: El Buho, 1991.• Procedimientos de decisión en ética clínica. Madrid: Eudema,

1991.• Ética y vida: Estudios de bioética. Vol. 1: Fundamentación de la bioética.

Vol. 2: Bioética clínica. Vol. 3: Ética de los confines de la vida. Vol. 4: Profesión, investigación, justicia sanitaria. Bogotá: El Buho, 1998.

• Como arqueros al blanco: Estudios de bioética: 1998-2002.Madrid: Triacastela, 2004.

• La deliberación moral. Madrid: Triacastela (en preparación).

OTRAS PUBLICACIONESColaboración en más de cuarenta libros, de los cuales en varios

ha sido editor.Ha publicado más de ciento cincuenta artículos en revistas especializadas.

Miembro del Consejo Editorial de las revistas• Theoretical Medicine

• Medical Humanities Review• Medicine, Health Care and Philosophy

• NTM-Zeitschrift für Geschichte und Ethik der Naturwissenschaften,Technik und Medizin• Medicina Clínica

• Revista Española de Salud PúblicaHa sido director de Investigación Clínica y Bioética.

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Desde el siglo XIX vienen distinguiéndose dos tipos deHumanidades, generalmente calificadas de “viejas” y “nue-vas”. Pertenecen al primer grupo las que se cultivaron en laAntigüedad grecorromana y en el Renacimiento, y que a par-tir de la obra de Marciano Capella se sistematizaron en el lla-mado catálogo de las Artes liberales. Entre ellas están la Gra-mática, la Retórica, la Poética, la Música y las demás Bellasartes, Pintura, Escultura, etc. Eran saberes propios de perso-nas “ociosas” o “desocupadas”, entendiendo por talesaquellas que no necesitaban dedicarse al trabajo manual parasubsistir. De ahí que las llamadas Humanidades florecieran entorno a los palacios reales y las casas de los nobles, ya queéstos se consideraban sus naturales protectores y mecenas.

Durante el siglo XVIII se generalizó una fuerte reacción contraeste tipo de humanismo. Las revoluciones liberales acabaroncon buena parte de las viejas estructuras nobiliarias y con lacultura palaciega y cortesana que subsistía debido a sumecenazgo. La aparición, por otra parte, del nuevo espíritucientífico, que en el siglo XIX representó paradigmáticamenteel movimiento positivista, dio como resultado el nacimientode las llamadas en Francia “Ciencias morales y políticas”,“Ciencias culturales” o “Ciencias del espíritu” en Alemania,y “Ciencias sociales” en el ámbito cultural anglosajón. For-maban parte de ese grupo la Psicología experimental, laSociología empírica, la Antropología social y cultural, la Histo-ria documental, etc. Éstas son las denominadas, ya en elsiglo XX, “nuevas Humanidades”. Ellas se concibieron comoel obligado complemento de las Ciencias naturales, que tantoéxito venían teniendo desde la época de Galileo y Newton. Siéstas se ocupaban del estudio científico de la Naturaleza, lasnuevas Ciencias sociales o humanas debían hacer lo mismocon el del hombre, la sociedad y la cultura: convertirlos enobjeto de análisis metódico y riguroso, evitando las veleida-des del pasado.

El positivismo redujo el conocimiento humano al análisis delos “hechos” científicos o positivos. Lo demás era vistocomo rémora del pasado, repleta de mitos y especulación.Era preciso reordenar el mundo en torno a lo que Comte lla-mó el “régimen de los hechos”. Lo que esto podía significarera de todo punto obvio en el campo de las llamadas Cien-cias naturales. En el ámbito de las Ciencias sociales la cues-tión no estaba tan clara, aunque sólo fuera porque no se ocu-pan de los hechos de la naturaleza, sino de los fenómenosculturales. La cultura no es la naturaleza sino, en buena medi-da, lo opuesto a ella. La cultura es obra humana. Y en tantoque tal, resultado de procesos de valoración. Dicho de otromodo, lo que indagan las Ciencias sociales son los valoresde los seres humanos: religiosos, culturales, sociales, mora-les, estéticos, económicos, etc. Evidentemente, los valoresno son hechos, y por tanto no pueden ser objeto directo delconocimiento científico, entendido éste al modo del positivis-mo. La solución a este problema consistió en dejar de ladolos valores en tanto que fenómenos puramente subjetivos,toda vez que resultaban incompatibles con el conocimientocientífico, para analizarlos como fenómenos sociales y cultu-rales. Dicho de otro modo, lo que se hizo fue reducir los

valores a hechos, analizándolos sólo en su dimensión dehechos sociales. Habría dos tipos de hechos, los “hechosnaturales”, objeto de las Ciencias de la naturaleza, y los“hechos culturales”, tarea propia de las Ciencias sociales oculturales.

Todo esto ha tenido su traducción directa en el mundo de laMedicina. Por Humanismo médico se entiende unas veces elcultivo de las Bellas artes, al modo antiguo, y otras el estudiode la salud, la enfermedad, la curación y la asistencia sanita-ria como fenómenos culturales, a través de las llamadasCiencias sociomédicas: la Historia de la Medicina, la Psicolo-gía Médica, la Sociología Médica, la Antropología Médica,etc.

¿Es todo esto suficiente? Indudablemente, no. Y ello porqueel conocimiento humano no puede limitarse al estudio de loshechos, ni tampoco al de los valores entendidos comohechos, sino que necesita también ocuparse de los valoresen tanto que valores. El estudio de los valores en tanto quevalores no puede ser, ciertamente, objeto de ciencia, ni podrállamarse científico. Pero es absurdo confundir conocimientohumano con conocimiento científico. Sobre los valores puedey debe pensarse, reflexionarse. De hecho, no son subjetivos,como el positivismo pensó, sino que gozan de una evidenteobjetividad. Por otra parte, son lo más importante que tene-mos los seres humanos, aquello que da sentido a nuestrasvidas. La enfermedad no es sólo un asunto de hecho sinotambién una cuestión de valor. De ahí la importancia de la for-mación del médico, y en general de los profesionales de lasalud, en este campo. En su aspecto especulativo y teórico,del estudio de los valores se ocupa la Filosofía, en sus dife-rentes partes, Lógica, Ética, Estética. En el práctico, estasmismas disciplinas, más las clásicas Bellas artes, Literatura,Poesía, Pintura, etc., que si algo han intentado siempre eshacer plásticos los distintos valores, tanto en el ámbito de lasalud como en el mundo de la enfermedad.

La formación de los profesionales de la medicina no seráadecuada ni estará completa si al estudio de la salud y laenfermedad en tanto que “hechos”, naturales y sociales, nose añade un adecuado conocimiento, a la vez teórico y prác-tico, del mundo de los “valores”. Esto hace necesario que enlos programas universitarios no estén sólo representadas lasCiencias biomédicas y las sociomédicas, sino también lasHumanidades Médicas. Algo que a día de hoy no se ha logra-do, y que, tal como van las cosas, entre nosotros no seráfácil conseguir en el próximo futuro. En nuestros medios uni-versitarios existe una reacción extrema contra este tipo desaberes, liderada las más de las veces por quienes parecerí-an más próximos a ellos, como son los cultivadores de lasCiencias sociomédicas. A pesar de lo cual, las HumanidadesMédicas acabarán institucionalizándose en nuestros progra-mas y planes de estudio. Hay dos razones para ello. Una, elauge que ya tienen en el mundo anglosajón y en algunos paí-ses europeos. Y otra, que son una ayuda fundamental enorden a promover un ejercicio de la medicina más humano yde mayor calidad.

CONTRIBUCIÓN DE LAS HUMANIDADES MÉDICASA LA FORMACIÓN DEL MÉDICO

SUMARIO

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From the nineteenth century, two types of Humanities havebeen characterized and qualified as “old” and “new”. Thosecultivated during the Greco-Roman Antiquity and the Renais-sance belong to the first group and, from Marciano Capella’swork were systematized into the so-called catalogue of Libe-ral Arts. Among them stand the Grammar, the Rhetoric, thePoetry, the Music and the remaining Fine Arts, like Painting,Sculpting and so on. These areas of knowledge were genuineto “idle” or “non-busy” people, that were meant to be so bynot requiring to be devoted to manual work to survive. That iswhy the so-called Humanities flourished around the royalpalaces and the nobility houses, since the noble consideredthemselves their natural protectors and patrons.

During the eighteenth century a strong reaction against thiskind of humanism was generalized. The liberal revolutionsended up with a great part of the nobility structures and thepalace and court culture that subsisted due to their patrona-ge. Otherwise, the appearance of the new scientific spirit,that in the XIXth century represented the positivist move-ment, paradigmatically, resulted in the birth of the so-called“Moral and Political Sciences” in France, “Cultural Scien-ces” or “Sciences of the Spirit” in Germany, and “SocialSciences” in the Anglo-Saxon cultural world. The experimen-tal psychology, empirical sociology, the social and culturalanthropology, the documentary history, etc. belonged to thisgroup. All of them were referred to as “New Humanities”after the XXth century. They were conceived as the manda-tory complement of the natural sciences that had been sosuccessful from the time of Galileo and Newton. If thesewere devoted to the scientific study of nature, the new socialor human sciences should do the same regarding the humanbeing, the society and the culture: to turn them into an objectof methodical and rigorous study, avoiding the whims fromthe past.

The positivism reduced the human knowledge to the analysisof the scientific or positive “facts”. The rest was seen as ahindrance from the past, full of myths and highly speculative.It was found compulsory to rearrange the world around whatComte called the “regime of facts”. What this could meanwas clearly obvious in the field of the so-called natural scien-ces. In the field of the social sciences this point was not soclear, at least due to the fact that they did not embrace natu-ral facts but cultural phenomena. Culture is not nature but, toa great extent, the reverse of it. Culture is a human work.And as such, a result of evaluative processes. In otherwords, what the social sciences inquire into were the valuesof human beings: religious, cultural, social, moral, aesthetic,economical, etc. Obviously, values are not facts, and therefo-re they cannot be a direct object of scientific knowledge,being the last one considered in the positivist way. The solu-tion to this problem consisted of putting aside the values aspurely subjective phenomena, given the case they resultednon-compatible with the scientific knowledge, to analysethem as social and cultural phenomena. In other words, whatthey did was to turn the values into facts, analysing them onlyfrom their dimension of social facts. There would be two

kinds of facts, the “natural facts”, object of the natural scien-ces, and the “cultural facts”, a genuine task of the social orcultural sciences.

All of this has found its direct translation within the world ofmedicine. When it comes to the medical humanism the notionrelates sometimes to the thriving of fine arts, in the antiqueway, and other times to the study of health, illness, healingand the healthcare assistance as cultural phenomena,through the so called sociomedical sciences: history of medi-cine, medical psychology, medical sociology, medical anthro-pology, etc.

Is this enough? Undoubtedly not. The reason is that thehuman knowledge cannot be limited to the study of facts, andeither to that of values understood as facts, but it also needsto embrace the values as values. The study of values as purevalues cannot, certainly, be an object of science, neither becalled scientific. But it is absurd to confuse the human kno-wledge for the scientific one. Values can and must bethought of. In fact, they are not subjective, like the positivismthought, but they enjoy a clear objectivity. Besides, they arethe most important values to human beings, those that givesense of our lives. The illness is not only a fact issue but alsoa value matter. That is why both the physicians’ and the restof healthcare professionals’ education, in this field, are ofgreat importance. Philosophy, in its speculative and theoreti-cal sense, aims at studying the values, through its differentscopes, logics, ethics, aesthetics. In its practical sense, the-se same disciplines plus the classical fine arts, literature,poetry, painting, etc., have always tried to make the differentvalues plastical, both in the world of health and that of illness.

The medical professionals’ education will be neither appro-priate nor complete if we don’t add an appropriate knowled-ge, both theoretical and practical, of the world of “values”, tothe study of health and illness as long as they are natural andsocial “facts”. This makes necessary to avoid the fact that inthe university programs only biomedical and sociomedicalsciences are represented, but also the medical humanities.Something that has not been reached to the day, and that, asthings go by, won’t be easy to get in the next future. In ouruniversitary environments, an extreme reactive trend existsagainst these kinds of knowledge, carrying the leadership,most of times, those who would seem closer to them, likethe cultivators of the sociomedical sciences. Despite ofeverything else, the medical humanities are likely to get insti-tutionalised in our program and study plans. There are tworeasons that enlighten this notion. On one hand, the rise thathas already experienced in the Anglo-Saxon world and someEuropean countries. On the other hand, they have proven tobe of great help in order to promote a more human and bet-ter quality practice of medicine.

THE CONTRIBUTION OF THE MEDICAL HUMANITIES TO THE PHYSICIAN’S EDUCATION

SUMMARY

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HUMANITAS Humanidades Médicas, Tema del mes on-line - N.o 1, Marzo 2006 13

TEMADEL MESON-LINE

INTRODUCCIÓN

No creo equivocarme si comienzo diciendo queel humanismo tiene mala prensa. Y que no sólola tiene entre sus críticos sino también entre susdefensores y adeptos. Cuando hoy calificamos aalguien de humanista, nunca sabemos si leestamos alabando o criticando. Tan ambiguo esel término. Mi tesis es que las tremendas difi-cultades que todos tenemos en defender lashumanidades, se deben a que el propio términohumanismo produce en nosotros un ciertorechazo, o, al menos, una velada sospecha. Nodeja de ser sorprendente que un término contanta tradición, sea tan impreciso y resulte tanconfuso. Es algo que merece un cierto análisis,pues si no somos capaces de aclarar el propiotérmino, mal podemos decir con claridad de quéestamos hablando.

TRES VERSIONES DEL HUMANISMO

¿A qué se debe tanta confusión? ¿Por qué sus-cita el humanismo tantas prevenciones? ¿Porqué nunca sabemos a ciencia cierta de quéhablamos al utilizar esa palabra? Mi respuestaes que ello se debe, principalmente, a que el tér-mino humanismo no es unívoco sino multívoco;más me atrevería a decir, equívoco. Se han dadoen la historia, al menos, tres versiones delhumanismo, que hoy coexisten para confusiónde todos. Estas tres concepciones las voy adenominar la “versión teológica” del humanis-mo, la “versión positivista” del humanismo y la“versión clásica” del humanismo. No creo vio-

lentar los hechos si digo que la primera corres-ponde básicamente al pasado, la segunda alpresente y la tercera, al menos eso es lo que yoespero, al futuro. Las expondré sucesivamente.

El pasado: la versión teológica del humanismo

Digo teológica, no religiosa. Esta distinción tie-ne su importancia. No todas las religiones hangenerado una teología. Más cabe decir, y es quesólo algunas lo han hecho. En principio, aque-llas que estuvieron en directo contacto con ellógos griego, esto es, las religiones mediterráne-as del libro, la judía, la cristiana y la musulma-na. De las tres, la teología que más se ha des-arrollado, la teología por antonomasia, es lacristiana, razón por la cual podemos tomarlacomo modelo.

La teología es la aplicación del lógos griego alTheós, es decir, a Dios y a su revelación respec-tiva, sea ésta la que fuere. Tal simbiosis nocarece de consecuencias para ambos términos,la teoría del lógos y la idea del Theós. Aquí nosinteresa sobre todo la primera de ellas, la teoríadel lógos. Y es que la teología es, por más vuel-tas que le demos al asunto, la afirmación de quela razón humana no es autosuficiente para diri-gir la propia vida y, en consecuencia, que el serhumano no es inteligible separado de Dios.Dicho en otros términos, la teología es siemprey necesariamente una corrección radical de lafilosofía, entendida ésta como autonomía de larazón y autonomía del ser humano. Frente aautonomía, teonomía.

CONTRIBUCIÓN DE LASHUMANIDADES MÉDICAS

A LA FORMACIÓN DEL MÉDICOPROF. DIEGO GRACIA

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Esto permite entender algo fundamental, y espor qué durante el periodo en que la teologíadominó completamente la vida europea, la EdadMedia, no existieron las humanidades en cuan-to tales, sino sólo una versión teológica o ver-sión “a lo divino” de ellas. Es el saber humanís-tico clásico, pero en versión teológica, o puestasal servicio de lo que cabe llamar las divinidades.Éste es el sentido que tiene el humanismo has-ta que se produce el proceso de secularizaciónen los siglos modernos. Piénsese, por ejemplo,en la música, en la poesía y, en general, en lasbellas artes.

Hay otra dimensión de lo que hoy llamamoshumanidades que conviene resaltar. Piénseseahora no tanto en las bellas artes cuanto en lafilosofía, por ejemplo, en la ética, en la reflexiónsobre los deberes del ser humano. La tesis bási-ca que va a defender el humanismo teológico esque los deberes morales no puede definirlos larazón humana sola sin la asistencia divina y,por tanto, sin ayuda de la teología. Sin teologíano hay humanismo. Tal es la tesis básica detoda esta corriente.

Pero sería un error pensar que la versión teo-lógica del humanismo desaparece con el proce-so de secularización operado durante los siglosmodernos. Nada más alejado de la realidad. A loque da lugar la secularización es a un cambio deestrategia del humanismo teológico, que ahorase transforma en una especie de nueva pedago-gía teológica. En el ámbito protestante, elhumanismo fue el resultado de la disolución dela teología en ética y filantropía.1 Tal es lo quesucedió en Alemania en el siglo XVIII y lo quealcanzó su expresión máxima en la teologíaliberal de la segunda mitad del siglo XIX. No esun azar que el término Humanismus lo introdu-jera en el vocabulario alemán Niethammer, uncontemporáneo y compañero de Hölderling yHegel. En el ámbito católico, el humanismo fuevisto como la nueva vía o el nuevo rostro de laevangelización. Partiendo del análisis de ladebilidad de la razón humana, se intentó llegara la necesidad de Dios y de la revelación. Tal es,por ejemplo, lo que denominó Jacques Maritain“humanismo integral.”

Esta primera versión del humanismo, la teo-lógica, es la que ha dado lugar a un furibundorechazo y a la aparición, sobre todo en el sigloXX, del llamado “antihumanismo.” La tesisbásica de todo este movimiento es que el huma-nismo moderno es una mezcla de filantropismoy doctrinarismo propios de la mentalidad teoló-gica. Esto es lo que representa entre nosotros ellibro de Félix Duque, Contra el humanismo. Y estambién lo que hizo escribir a Gianni Vattimohace algunos años esto: “La muerte de Dios,que es cuando menos la culminación y la con-clusión de la metafísica, es también la crisis delhumanismo.”2

Una última observación. Hay religiones sinteología. En nuestra cultura occidental religióny teología han llegado a identificarse de talmanera, que ya no resulta concebible una sinotra. Pero esto ni ha sido siempre así, ni muchomenos es necesariamente así. No sólo haymuchas religiones sin teología, sino que habríaque preguntarse si ello no tiene ventajas indu-dables, como la de evitar la excesiva intromi-sión de la religión en asuntos terrenos; porejemplo, en asuntos morales. Un cristiano orto-doxo, de los que rechazan toda la teología pos-terior a Nicea, recordaba muy recientemente queen esas tradiciones poco o nada teológicas laconducta correcta es entendida como terapiaespiritual y no como fin en sí misma. Esas tra-diciones no poseen una teología moral en elsentido estricto de la tradición occidental. Nohay en ellas un discurso racional con dinámicainterna propia sobre las conductas que debenconsiderarse moralmente correctas. No hay unalógica propia de la vida buena sino de la vidasanta.3

El presente: La versión positivista del humanismo

Hay un humanismo teológico y un antihuma-nismo teológico. Pero en cualquier caso la ver-sión del humanismo que hoy goza de mayorvigencia no es ésa sino otra que surgió a partirdel Renacimiento y que alcanzó madurez con el

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movimiento positivista de la segunda mitad delsiglo XIX.

Recordemos brevemente los hitos fundamen-tales de su génesis.4 El descrédito de la razónespeculativa medieval dotó en el siglo XVI devigencia al razonamiento práctico, dialéctico yretórico. Eso explica que los renacentistas reno-varan el ideal humanista ciceroniano. Fue todauna opción filosófica. El saber humanístico pue-de permitirnos un acercamiento, bien que limi-tado, a la realidad. La gramática, la retórica, lapoética, y con ellas las bellas artes, son el modode penetrar en la profundidad de las cosas, dedescubrir sus más recónditos secretos. Frente ala cultura que elevó a paradigma las matemáti-cas, la cultura que hace de la retórica el canonde conocimiento.

El movimiento humanista del siglo XVI sesuele situar en los orígenes de la modernidad.La Oratio de hominis dignitate de Pico dellaMirandola puede servir como santo y seña detoda esta época. La crisis de la Edad Media fuepródiga en consecuencias. Se retorna a la cul-tura greco-romana, a la cultura clásica. El serhumano cobra conciencia de su autonomía y,como consecuencia de ello, inicia un complejoproceso de emancipación. Las letras humanasquieren ser autónomas, en vez de verse a símismas como servidoras de la teología. A suvez, la crisis del pensamiento especulativoescolástico hace que pasen a primer plano lasartes, y con ellas las disciplinas que utilizanargumentos no apodícticos sino dialécticos,como la retórica o la poética. De ahí que la cul-tura del siglo XVI reciba el nombre de huma-nismo. No es por casualidad. Hay un retorno alas fuentes clásicas, al humanismo greco-romano; hay, además, un renovado interés porel ser humano y su autonomía; y hay, final-mente, un cierto desprecio del pensamientoespeculativo a favor del retórico y dialéctico.

Pero este movimiento sufrió un duro revés enel siglo siguiente, el XVII. En él surgió la llama-da ciencia moderna, encabezada por la mecánicade Galileo y de Newton, y surgió también la nue-va filosofía, el racionalismo cartesiano. Una yotra coinciden en un punto fundamental, la posi-

bilidad de establecer, de nuevo, un saber cierto yapodíctico sobre la realidad. De ahí que las mate-máticas se pusieran de nuevo de moda. Verdades que los juicios de experiencia son particula-res, y por tanto no permiten elaborar a partir deellos proposiciones universales que sean verda-deras. Eso es imposible. Pero hay un modo dearreglarlo. Además de los juicios de experienciao sintéticos, hay otros que son analíticos, esdecir, que no dependen de la experiencia. Elejemplo es, de nuevo, la matemática. Por esoéstos pueden ser universales y verdaderos. Puesbien, si somos capaces de elevar la experiencia acategoría matemática, como sucede en la mecá-nica de Newton, entonces tendremos de nuevoun saber universal y cierto sobre la realidad, unaverdadera ciencia. Ése es el origen del raciona-lismo filosófico, de Leibniz a Kant. De estemodo, se supera el blandengue humanismo delsiglo XVI, que a partir del siglo XVII resultaampliamente despreciado, como ha demostradomuy bien Stephen Toulmin en su libro Cosmópo-lis.5

En el siglo XVII reaparece el concepto de“ciencia” como saber cierto y universal, si biende características distintas a las de la epistémeantigua. Tanto los científicos como los filósofosdel siglo XVII creen que la razón es capaz dereconstruir la realidad, y consideran, por ellomismo, que los saberes cultivados por loshumanistas del siglo XVI están faltos de rigor yque no merecen el adjetivo de científicos. Anteel imponente edificio de la mecánica newtonia-na, las humanidades aparecen como saberesblandos, débiles, flojos, carentes de auténticorigor científico.

El descrédito del humanismo moderno se ini-cia en el siglo XVII. Entonces es cuando tomacuerpo la distinción, hoy tan frecuente, entre“ciencias duras”, a la cabeza de todas la Físicamatemática, y “humanidades blandas”, al modode la retórica, la dialéctica o las bellas artes.

Esta dialéctica entre ciencias duras y huma-nidades blandas subió un nuevo escalón en elsiglo XIX, por obra y gracia del movimientopositivista, que a la vez no hizo sino asumir,elaborar y potenciar elementos presentes ya en

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la tradición. Como es bien sabido, el positivismono consideró saber riguroso más que el basadoen “hechos”, más en concreto, en “hechos posi-tivos”, a la cabeza de todos, los “hechos cientí-ficos”. Por tales entendía, naturalmente, lospropios de la ciencia moderna, muy en especiallos de la Física que inauguraron Galileo y New-ton. El saber basado en hechos permitía superarlas épocas oscuras de la historia de la humani-dad, prácticamente todas hasta ese mismomomento, la primera o “mítica” y la segunda o“especulativa”. Felizmente, la humanidad habíaalcanzado la tercera y última, la etapa “positi-va”. Saber para prever y prever para proveer.Todo lo demás debía considerarse fábula fan-tástica o especulación sin fundamento.

El positivismo era consciente de que habíaunos saberes que no se ajustaban al modelo delas llamadas “ciencias naturales” o “ciencias dela naturaleza”. Eran los saberes humanísticos,es decir, los relacionados no con el estudio de lanaturaleza sino con el de los seres humanos, lasociedad y la historia. Era indudable que el aná-lisis del psiquismo humano, o de la cultura, o dela sociedad, o de la historia, no podían hacersecon los mismos métodos que el de la naturalezao los astros. Y ello aunque sólo fuera por un datotan elemental como que en la vida humana jue-gan un papel básico los “valores”, algo comple-tamente distinto a los “hechos”. En la naturale-za hay hechos; en la vida humana, valores.Precisamente porque los valores no son hechos,los saberes humanísticos no podían confundirsecon los científico-naturales. Pero como unasociedad, aunque fuera la positivista, no podíaprescindir de los valores, lo que resultaba nece-sario era someter de algún modo éstos, los valo-res, es decir, la cultura, a lo que Comte llamó, confrase espléndida, el “régimen de los hechos”. Laconsecuencia de ello fue la aparición de las lla-madas “ciencias morales y políticas” en el áreacultural francófona, “ciencia de la cultura” o“ciencias del espíritu” en la germánica, y “cien-cias sociales” en la anglosajona. Siempre se tra-taba de lo mismo, de estudiar los fenómenos cul-turales, pero no en tanto que valores sino entanto que hechos; es decir, de transformar los

valores en hechos. De este modo, cabía hacerciencia de las humanidades; mejor aún, elevarlas humanidades al rango de disciplinas científi-cas, la Sociología, la Antropología, la Psicología,la Historia, si bien de un tipo o rango claramen-te inferior al de las ciencias de la naturaleza.Estas últimas serían las ciencias paradigmáticas,en tanto que las otras serían ciencias sólo poranalogía, o por asimilación. De ahí la dicotomía,tan frecuente hoy, entre hard sciences y softsciences.

Éste es el segundo modelo de humanismo, elde las llamadas “nuevas humanidades”, lasciencias del espíritu, ciencias de la cultura ociencias sociales. Se acepta el credo positivista,se parte del principio de que saber y ciencia sonlo que el positivismo dijo que eran, el hard coredel conocimiento humano, y se considera quelas ciencias humanas tienen el carácter demeros complementos más o menos ornamenta-les. Laín Entralgo recordaba siempre a este res-pecto la expresión alemana Orchideenfächer,disciplinas orquídeas o saberes ornamentales.6Es la segunda versión del humanismo. Frente ala versión teológica, la versión positivista. Nique decir tiene que ambas son, si no incompati-bles, sí claramente distintas e incluso opuestas.Quienes cultivan las llamadas nuevas Humani-dades, la Historia documental, la Sociologíaempírica, la Antropología social o cultural, ven,desde su corazón positivista, con auténticohorror a los partidarios del humanismo teológi-co. El humanismo no es, desdichadamente,incompatible con el odio al discrepante. De ahíque cada uno sea humanista en un sentido yantihumanista en el otro. Y que quien se colocaen el primero de esos términos, el de humanis-ta, condene a los disidentes al infierno del anti-humanismo.

El futuro: La versión clásica del humanismo

Pasado y presente. Humanismo teológico yhumanismo positivista. ¿Y el futuro? ¿Puededecirse algo del futuro? ¿Qué futuro nos espe-ra? Sinceramente, no lo sé. Pero sí sé el futuro

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que yo querría, el que quiero y aquel por el queconsidero que merece la pena trabajar, que noes ninguno de los dos analizados. Y ello porqueen ambos casos se parte de una definición queconsidero incorrecta del humanismo.

Quizá lo mejor es volver a los orígenes, a lasfuentes clásicas. El sustantivo latino humanitasaparece utilizado con una cierta frecuencia porCicerón, sobre todo en su libro De oratore. En élpropone Cicerón un programa educativo, unapaideía. Ésa es la razón de que humanitasviniera a traducir, precisamente, el término grie-go paideía. El programa es el de formación enlas llamadas artes liberales, a diferencia de lasartes serviles. Pero las artes liberales tienen apartir del libro de Marciano Capella una estruc-tura muy precisa. Se dividen en dos grupos, elTrivium y el Quadrivium. Casi nunca se explicala razón de ello, entre otras cosas porque casinadie ha leído el libro de Marciano Capella. Peroen él está muy clara. El Trivium se ocupa de lasdisciplinas formales que el autor considera fun-damentales para la vida, a la cabeza de todas, laretórica. Y el Quadrivium de aquellas otras dis-ciplinas que estudian los realia, las cosas delUniverso. Esto cabe decirlo de otra manera, afir-mando que la primera parte tiene por objeto elestudio de las artes y la segunda parte el de lasciencias. La lógica de ambos tipos de saberes seconsideraba muy distinta. La epistéme era con-cebida como un saber universal y cierto, almodo de las matemáticas, que fue el ejemploparadigmático. Las artes se ocupaban, por elcontrario, de lo particular, y por eso su lógicaera muy distinta, la lógica de la opinión o dóxa.También cabe decirlo de otra manera, afirman-do que las primeras se ocupaban de las “huma-nidades”, en tanto que las segundas tenían porobjeto el estudio de las “ciencias.”

Esto significa que las humanidades no com-ponían lo que desde Marciano Capella se deno-minó Quadrivium, sino fundamentalmente elTrivium: Gramática, Retórica y Poética. Esteúltimo tiene por objeto el estudio de lo que sue-le conocerse como dominio de las “Letras” fren-te a las “Ciencias”, y por tanto utilizan argu-mentos que son dialécticos y retóricos, no

apodícticos. Como es bien sabido, el libro deMarciano Capella se titula Las bodas de Filolo-gía y Mercurio. Se ha discutido mucho el porquédel título, y sobre todo por qué es la Filología laescogida para desposarse con un dios. Y la res-puesta más aceptada es porque Marciano Cape-lla pensaba que la Filología era la ciencia funda-mental. Ahora bien, si eso es así, entonces hayque concluir que para él el Trivium era másimportante que el Quadrivium, o las humanida-des más importantes que las ciencias. Pero estoni fue así antes de él, ni lo sería tampoco des-pués.

En la filosofía griega ésa no fue la actitudmás general. Ello permite entender, por ejemplo,que Platón privilegiara las disciplinas científicasen su ciudad ideal, en especial la matemática, yque a la vez la poesía y la retórica fueran vistascon recelo, como causa de ilusiones y errores.

Ya desde su origen, por tanto, las humanida-des fueron tenidas por sospechosas por quienesbuscaban un saber absoluto, universal y cierto,es decir, quienes consideraban que el saber ver-dadero era el apodíctico o demostrativo. Esosucedió, concretamente, en buena parte de lafilosofía griega y en casi toda la medieval. Deahí que quepa tildarlas de racionalistas. Larazón tiene que ser espejo perfecto de la reali-dad, y la retórica, madre de las humanidades,no tiene ese capacidad, motivo por el cual nopuede ser vista más que como fuente de incerti-dumbre y confusión. Y como la razón donde seencuentra en toda su pureza es en Dios, resultaque el “humanismo” surgió por contraposicióna lo que cabe llamar el “divinismo.” Así, estáatestiguado en el latín clásico el adverbio huma-nitus, por oposición a divinitus. El humanismoquiso pensar lo humano desde sí mismo, nodesde Dios.

El humanismo vuelve a surgir en el Renaci-miento. Mi tesis es que ello sucede porque seproduce un proceso muy parecido al de la épocade Cicerón. Así como entonces perdió vigencia larazón especulativa griega, al final de la EdadMedia hizo crisis la razón especulativa medieval.Frente a la lógica dura, propia de los razona-mientos apodícticos, cobró fuerza la lógica débil,

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propia de los razonamientos dialécticos y retóri-cos, por considerarse más acorde con la vida,con la vida real de los seres humanos. Dicho demodo más genérico, en las épocas de crisis de larazón apodíctica y especulativa, hay un resurgirdel humanismo, porque, entre otras cosas, escuando puede creerse de veras en él. La razónespeculativa y apodíctica no parece que se ajus-te a la realidad, que es mucho más compleja ysinuosa. No está claro que el ideal griego ymedieval de la homoíosis o adaequatio puedaseguir vigente. La razón humana no tiene lacapacidad de penetrar en lo profundo de la reali-dad y descubrir completamente sus leyes. Lamente no es una fotografía de la realidad. Hayuna distancia insalvable entre una y otra. Hasido un error secular creer que la única y verda-dera lógica es la apodíctica o demostrativa. Éstase da en las matemáticas, pero no en la vida real.

Pues bien, mi tesis es que hoy nos encontra-mos en una de esas épocas de crisis de la razón.La crisis se inició a mediados del siglo XIX, enautores como Kierkegaard y Nietzsche, y se hahecho general en el siglo XX. No hay ningúnjuicio de experiencia que pueda ser a la vez uni-versal y apodíctico. Tampoco en el ámbito de lasciencias naturales. Todo saber humano, inclusoel saber científico-natural, es soft. De ahí laimportancia de conocer con precisión la lógicade este tipo de razonamiento, la lógica propia dela dialéctica, de la retórica. Si el siglo XX hareflexionado sobre algo, ha sido sobre la razónno pura sino impura, la “razón histórica”, la“razón vital”, la “inteligencia emocional”, la“inteligencia sentiente”, etc., etc. El siglo XX harevalorizado la llamada lógica débil, la lógicapráctica propia de los razonamientos dialécticosy retóricos. Y cuando esto sucede, las humani-dades son más necesarias que nunca.

¿Qué humanidades? Las humanidades clási-cas o “viejas humanidades”, las bellas artes ylas letras, a la cabeza de todas la dialéctica y laretórica, la buena dialéctica y la buena retórica.Y también el estudio de las ciencias del espírituo de la cultura, por tanto las llamadas “nuevashumanidades”, la antropología, la sociología, lahistoria, la psicología.

Pero hay más. Un auténtico humanismo nopuede contentarse con las viejas bellas artes nicon las nuevas ciencias humanas. Tiene que irmás allá. Tiene que reivindicar el papel de lafilosofía en la formación del ser humano. Laciencia no lo es todo, ni quizá lo más importan-te. Es necesaria también la formación filosófica.En primer lugar, la lógica y la filosofía de laciencia. Ya hemos visto la importancia de dife-renciar los distintos niveles lógicos y saber cuálde ellos se está utilizando. Está también la axio-logía, el estudio de los valores, no ya en tantoque hechos, al modo del positivismo, sino comovalores. Los valores son imprescindibles en lavida humana, por más que no sean del todoracionales. ¿Cómo manejar los valores? ¿Ycómo resolver los conflictos de valores? Y estátambién, obviamente, el estudio de la llamadafilosofía práctica, y muy en particular de la éti-ca. Hoy esto último resulta de todo punto obvio.Lo que ya no lo parece tanto, y sin embargo loes, es que difícilmente se puede trabajar bien enética si no se posee una formación básica enesas otras disciplinas. Y está también la metafí-sica. Pero ella requiere capítulo aparte.

Hay una metafísica especulativa y racionalis-ta. Va desde Parménides hasta Hegel, cuandomenos. La razón débil no hace imposible lametafísica, si bien obliga a que sea distinta, muydistinta. Hay quien piensa que la metafísica hamuerto definitivamente. Yo no lo creo, pero sícreo que la metafísica clásica ya no es recupera-ble. Pero hay otras metafísicas posibles. El sigloXX ha dado buenas pruebas de ello. Pienso enHeidegger. Pienso en Ortega. Pienso en Zubiri. Ypienso en un autor por mí muy querido, y quepuede dar un gran juego en los cursos de huma-nidades médicas, Karl Jaspers. El ser humano seencuentra siempre frente a las ultimidades, aesas preguntas que le sobrepasan. Y aun en elcaso de que no pueda contestarlas, no hay dudaque su propio planteamiento le transforma y leobliga a situarse ante el mundo y las cosas enuna actitud que Heidegger ha llamado de “pie-dad”. Piénsese en lo que Jaspers denomina,siguiendo a Kierkegaard, “situaciones límite”,tan frecuentes en medicina. Qué duda cabe que

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colocan al ser humano frente a las ultimidades yque le hacen tocar el fondo de la existencia. Esalgo sobre lo que se debe reflexionar. Y lashumanidades son las que deben hacerlo.

Quiero terminar esta parte diciendo dos pala-bras a propósito del lugar donde deben enseñar-se. Hace algunas décadas hubo una famosapolémica entre dos filósofos españoles, ManuelSacristán y Gustavo Bueno sobre el lugar deenseñanza de la filosofía. El primero defendía latesis de que debía enseñarse en las escuelas yfacultades técnicas y el segundo optaba por elviejo modelo de las facultades de filosofía. Qui-zá ambos tenían parte de razón. Pero lo que meparece fundamental es reivindicar la importanciade las humanidades en la formación de los pro-fesionales de las distintas carreras, por ejemplo,la medicina. Y, por tanto, la necesidad de asegu-rar la presencia de este tipo de saberes en losprogramas de medicina.

TRES VERSIONES DEL HUMANISMOMÉDICO

El camino recorrido hasta aquí puede parecerexcesivamente largo y complejo. Hasta estemomento no hemos dicho una sola palabrasobre las Humanidades médicas. Ello se debe aque éstas no han tenido nunca entidad propia ydiferenciada, y siempre han dependido del o delos modos como se concibieran las humanida-des en general. Si el término humanidades hasido y es polisémico y confuso, con más razónpueden aplicarse esos dos adjetivos al de huma-nidades médicas. Los médicos han solidoentender por saberes humanísticos todos losque ellos cultivaban en los ratos libres, trasfinalizar el ejercicio profesional de la medicina.

Si se quiere dotar de alguna mayor precisiónal humanismo médico, ello ha de ser a condi-ción de ordenarlo conforme al esquema antesdescrito. Ya hemos dicho que el humanismomédico nunca ha tenido personalidad propia, yque por ello mismo ha vivido siempre al arrimodel humanismo en general. Si antes nos hemosocupado de distinguir tres tipos distinto de

humanismo, era para poder ahora categorizarmejor los distintos sentidos que ha tenido en elpasado y sigue teniendo hoy la expresiónhumanismo médico.

El pasado: La versión teológica del humanismo médico

Un primer sentido del humanismo médico es el“teológico”. Lo que éste ha pretendido siemprees complementar el carácter excesivamente cor-poralista e incluso materialista de la medicinacon un plus de humanidad suministrado por lareligión. Las manifestaciones históricas de estetipo de humanismo médico han sido muy abun-dantes. Citaré dos que son particularmente sig-nificativas. Una primera tiene que ver con laconcepción del ser humano. La medicina siem-pre tiene el riesgo de reducir el ser humano a sucuerpo, y entender éste como un mecanismo,todo lo complicado que se quiera, pero mecanis-mo al fin y al cabo, y en tanto que tal, explica-ble por causas exclusivamente materiales o físi-cas. Pues bien, el humanismo teológico hacombatido siempre este modo de pensar, propo-niendo como alternativa una visión del serhumano en la que se aseguraran los fueros delalma y el espíritu, interpretados en el interior dela cultura occidental con las categorías propiasde la tradición cristiana.

La segunda manifestación no tiene que vercon el modo de concebir o entender al ser huma-no sino con los juicios sobre lo bueno y lo malo,lo correcto y lo incorrecto; es decir, con la ética. Elhumanismo teológico ha defendido siempre laimposibilidad de fundar una ética al margen de laidea de Dios, y por tanto también de los credosreligiosos. Sólo a partir de ellos pueden estable-cerse normas de comportamiento verdaderamen-te “humanas”. De ahí que éste fuera el otro modode “humanizar” la medicina. La consecuencia deestos dos enfoques, el antropológico y el ético, esla identificación del médico “humano” con elmédico “cristiano”. Sorprende constatar la per-sistencia a lo largo de toda la tradición médicaoccidental del principio de que la primera condi-

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ción de un buen médico es su fe cristiana. Gale-no había escrito un pequeño tratado cuyo títulolatino dice: Quod optimus medicus sit quoquephilosophus. A los teólogos medievales les faltótiempo para bautizar el título y convertirlo en esteotro: Quod optimus medicus sit quoque christia-nus. Un médico español de finales del siglo XVI,Enrique Jorge Enriquez, publica en 1595 ungrueso libro titulado Tratado del perfecto médico.Pues bien, en una de sus primeras páginas, enuna conversación entre un arcediano de Coria yun médico, el primero dice: “La primera cosa quedeseo tenga un médico es amor de Dios”, a lo queresponde el segundo: “Hablas correctamente, yaque el médico, si quiere ser perfecto, debe sertemeroso de Dios, y debe amarle, y tenerle pre-sente en sus curas y siempre ante sus ojos”.7 Ycasi siglo y medio después, en 1738, año depublicación del libro de Friedrich Hoffmann, unode los más representativos médicos de la época,titulado Medicus politicus, éste afirma que la pri-mera condición que ha de tener un médico pru-dente y sensato es ser cristiano.8

Pero esto que he llamado humanismo médi-co teológico no finaliza ahí. De hecho, ha conti-nuado bajo diferentes coberturas hasta hoymismo. Una de las más frecuentes es la delhipocratismo. Los médicos se han cobijadosiempre tras la figura de Hipócrates para defen-der el humanismo. Esto sucedió en las variaspolémicas hipocráticas de que están salpicadoslos siglos modernos. En España la más sonadase inició ya mediado el siglo XIX, en 1859, en laReal Academia Nacional de Medicina; por tanto,en plena época de auge del positivismo, y giróen torno al binomio espiritualismo-materialis-mo. El primero estuvo representado por TomásSantero y Moreno y Matías Nieto y Serrano enprimer término, y por José Calvo Martín, Fran-cisco Alonso Rubio, Pedro Castelló, FranciscoMéndez Álvaro, Juan Drumen y, colateralmente,por Anastasio Chinchilla, Manuel Hoyos Limóny José Varela de Montes. La segunda posturaestuvo representada por Pedro Mata y Fontanet,el iniciador de la polémica, secundado despuéspor José Ametller. Los primeros llamaban al res-peto y conservación de los ideales hipocráticos,

que ellos confundían con los propios del huma-nismo teológico. Esto se debía, no sólo a su des-conocimiento del sentido de los textos hipocrá-ticos, sino también al hecho de que ya desde losprimeros siglos del cristianismo el texto delJuramento hipocrático fue interpretado en claveteológica y considerado el paradigma por el quedebía regirse un verdadero médico cristiano.

Hoy la polémica sigue, si bien se ha despla-zado desde el hipocratismo al ámbito de la éticamédica y la bioética. En la actualidad existen yadatos más que suficientes para reconstruir lacontienda soterrada que se libra en el campo dela bioética española desde hace no menos deveinte años. Y de llevarse a cabo esa reconstruc-ción, se vería cómo los argumentos de basesiguen siendo los mismos: la imposibilidad deelaborar una ética médica adecuada al margende la religión y la teología, y por tanto la nece-sidad de que el profesional de la salud ordenesu conducta, de modo implícito o explícito, deacuerdo con los cánones de la moral cristiana.La versión teológica del humanismo médico nopasa, probablemente, por su mejor momento,pero tampoco cabe decir que haya desaparecidoo que carezca de vigencia.

El presente: La versión positivista del humanismo médico

Como reacción a este humanismo teológico, hasurgido otro, el segundo, que entiende lashumanidades de un modo radicalmente distintoal primero. Frente a la concepción teológica delhumanismo médico, propone otra estrictamentecientífica. Lo que intenta es aplicar las categorí-as propias de la ciencia al estudio de las dimen-siones sociales y humanas del hecho de laenfermedad. Es el intento de hacer “humanida-des médicas” desde lo que antes hemos llama-do paradigma moderno de las humanidades.Puesto que el positivismo del siglo XIX fuecapaz de convertir el estudio de los valores encientífico a través de su análisis como “hechos”positivos, fundando así la Sociología empírica,la Antropología social y cultural, la Psicología

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experimental, la Historia documental, etc., lasHumanidades médicas consistirán en la aplica-ción de esos saberes y procedimientos al estu-dio de la salud y la enfermedad humanas.Habrá, por tanto, una Historia de la medicina,una Sociología médica, una Antropología médi-ca, etc.

Un ejemplo muy significativo lo proporcionala Historia de la medicina. En sus orígenes, laHistoria de la medicina fue cultivada por perso-nas y grupos que tenían una mentalidad clara-mente teológica y conservadora. Su objetivo noera otro que el de resucitar los valores propiosde la medicina clásica, sobre todo los de la tra-dición hipocrática, a fin de compensar el augemoderno del materialismo y el positivismo. Noes un azar que entre los primeros grandes his-toriadores de la medicina abundaran los quecabe denominar hipocráticos o neohipocráticos.Pero este espíritu propio de las primeras gene-raciones fue poco a poco cediendo paso a otrotipo de talante, más moderno y claramenteopuesto al anterior, en el que la Historia de lamedicina era concebida como un saber estricta-mente positivo, consistente en la reconstrucciónmás fiel posible del pasado, y por completo aje-no a la defensa de ideales religiosos, teológicoso, simplemente, espirituales. La Historia de lamedicina era concebida como una ciencia posi-tiva más, con unos objetivos muy concretos, lareconstrucción de los hechos del pasado médico.

Lo mismo que la Historia de la medicina seconvirtió en un saber positivo y entró de esemodo a formar parte de los programas de for-mación de los médicos, así se han ido introdu-ciendo también en las Facultades de medicina,con mejor o peor fortuna, la Sociología médica ola Antropología médica. Nombres como los deSigerist, en el caso de la Historia de la medicinay la Sociología médica, o Ackerknecht en el dela Antropología médica, son altamente signifi-cativos a este respecto. Ambos autores recibie-ron en la Alemania de los años 20 y 30 lainfluencia de neokantismo, que si algo preten-dió fue eso mismo, fundar las que llamó Cien-cias de la cultura sobre bases positivas, encar-gadas de estudiar no los hechos propios del

mundo de la naturaleza sino los específicos delmundo de la cultura. Se trataba, por tanto, deestudiar los valores, que son lo específico delser humano, pero no en tanto que valores sinoen tanto que hechos. Sólo así el estudio delvalor podía convertirse en científico y someter-se a reglas objetivas y rigurosas.

Este espíritu se convirtió en santo y seña delos historiadores españoles de la medicina porobra de José María López Piñero, que ya desdecomienzos de los años setenta venía propug-nando este enfoque y anatematizando cualquierotro.9 Y si se analiza la situación actual de lasHumanidades médicas en nuestro medio, severá que hoy se halla mayoritariamente repre-sentada por esta segunda corriente, que intentaestudiar, con mejor o peor fortuna, la salud y laenfermedad como hechos culturales, analizán-dolas con los métodos propios de las citadasdisciplinas, la historiografía, la sociología empí-rica, la antropología cultural, etc. Algunas deesas disciplinas están perfectamente institucio-nalizadas en nuestras Facultades de medicina,como es el caso de la Historia de la medicina ydel Derecho médico. Otras, como la Sociología ola Antropología, en mucho menor grado. Encualquier caso, la última revisión llevada a cabosobre la incidencia de este enfoque en los médi-cos y su formación, así como sobre la intercone-xión e influencia de los profesionales de la his-toria de la medicina en las otras cienciassociales, es bastante desalentador.10 Doce añosantes, en 1990, Francesc Bujosa Homar habíapresentado una ponencia sobre la situación dela Historia de la medicina en España al Coloquioeuropeo Nouveaux enjoux de l’histoiree de lamédecine, en la que llamaba la atención, entreotras muchas cosas interesantes, del carácter“confortablemente positivista” en que se halla-ban instalados la mayor parte de los cultivado-res de la Historia de la medicina en Españas, asícomo del “círculo vicioso” en que se encontrabasumida la disciplina y que esterilizaba buenaparte de sus potencialidades.11 Los análisis deBujosa conservan hoy igual o mayor vigenciaque cuando se publicaron, hace ahora dieciséisaños.

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En su lección final como catedrático de Histo-ria de la medicina de la Universidad de Madrid,Laín Entralgo recorrió los tres periodos por losque, a su parecer, ha pasado la Historia de lamedicina: uno primero en el que la familiaridadcon los libros de los antiguos era total, habidacuenta de que aún no habían perdido su vigen-cia; otro segundo, propio del siglo XIX, en el queel empuje de la nueva ciencia médica condenó alolvido toda la tradición anterior, o a lo más ladejó convertida en ocupación de eruditos. A la“vida” del primer periodo sucedió la “muerte”del segundo. Pero tras este segundo, pensabaLaín, había venido un tercero, el de “resurrec-ción”. Ésta se habría dado a partir, sobre todo,de la obra de Sigerist. Sigerist, en efecto, buscóelaborar una Historia de la medicina y unaSociología de la salud que pudieran ser intere-santes y útiles para el médico práctico. En esoconsistía la resurrección. Sigerist no abandonónunca su mentalidad diltheyana y neokantiana,y consideró que ambos saberes había que culti-varlos dentro del marco conceptual de las Cien-cias sociomédicas. Ya es algo, pensaba Laín,aunque no suficiente. De hecho, toda la obra deLaín Entralgo es un intento de ir más allá.¿Hacia dónde? Hacia las Humanidades médicas.No es un azar que el párrafo final del epígrafededicado a la resurreccion de la Historia de lamedicina diga lo siguiente: “Nadie, sin embargo,debe ver un ademán triunfalista en la proclama-ción de esa nueva vida; muy deliberadamente lahe llamado, recuérdese, tenue, amenazada,insatisfactoria, tímida y oscilante. ¿Por qué?¿Qué es lo que todavía impide, para pintarla, elempleo de adjetivos menos cautelosos o másexultantes? Dos razones: que los historiadoresde la Medicina no hemos hecho lo suficientedurante los pasados cincuenta años para desper-tar el interés de los médicos y el de los historió-grafos generales, y que entre los médicos –clíni-cos, hombre de laboratorio o sanitarios-, no sontantos los que con clara conciencia histórica ysuficiente rigor intelectual intentan revisar yrenovar los fundamentos de su saber. Con todo,el empeño sigue su curso, y acaso el recientemovimiento norteamericano que allí denominan

Humanities in Medicine –en el cual colaboranmédicos, historiadores, sociólogos, filósofos,moralistas y antropólogos culturales- sea lamejor prueba de mi aserto”.12 Después de califi-car la resurrección de tenue, amenazada, insa-tisfactoria, tímida y oscilante, Laín Entralgomiraba hacia el futuro y ponía sus esperanzas enalgo que entonces comenzaba a despuntar en elhorizonte, y que él intuía importante, dado quepodía evitar las estrecheces y limitaciones deeste segundo horizonte. De algún modo, presa-giaba la llegada de un tercero. Veamos en quépuede consistir éste.

El futuro: Hacia una nueva versión del humanismo médico

La segunda versión del humanismo médicoresulta, como hemos podido comprobar, tannecesaria como insuficiente. Es obvio que elestudiante de Medicina tiene que formarse enHistoria de la medicina, en Sociología médica,en Antropología de la salud, en Economía sani-taria o en Medicina legal. Esto hoy no resultadiscutible. Pero tampoco cabe negar algo que laexperiencia ha demostrado repetidamente, y esque esa formación no agota ni cubre por com-pleto las necesidades de los profesionales de lamedicina. Esto sólo puede resultarle paradójicoal que desconozca la raíz de todas esas necesi-dades. Veamos cuáles son ellas.

En Medicina se consideran disciplinas huma-nísticas a todas aquellas que se ocupan de lasdimensiones que no son estrictamente biológi-cas o físicas de la salud y la enfermedad, sinoculturales. La medicina se encuentra siempreentre dos mundos, el de la naturaleza y el de lacultura. La enfermedad es un hecho natural,pero es también un suceso cultural. Lo que lasciencias de la cultura han predicado insistente-mente es que la salud y la enfermedad no sonmeros hechos biológicos, sino también y al mis-mo tiempo fenómenos históricos, sociales, cul-turales, etc., y que por tanto el médico no lasentenderá correctamente si no es capaz de ana-lizarlas también desde estas perspectivas.

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Pero no basta con decir eso. Es necesariopreguntarse con algo más de precisión qué eseso de la cultura. El término se utiliza con tantafrecuencia, que lo podemos dar por sabido. Perodista mucho de ser evidente. Como es bien sabi-do, procede del verbo latino colo, que significacultivar. La cultura es lo opuesto a la naturale-za. La naturaleza es aquello con que el serhumano se encuentra en su vida. La cultura estodo lo que hace con ella, con la naturaleza, conel objeto de incrementar sus posibilidades devida. La naturaleza ofrece recursos. Todo lo queel ser humano hace en la naturaleza es transfor-mar esos recursos en posibilidades de vida. Esatransformación se hace mediante el trabajo, y elresultado es la cultura. Cultura es todo lo que elser humano hace con la naturaleza. De hecho,los hombres no vivimos nunca en pura natura-leza. Siempre estamos adaptándola a nuestrasnecesidades, siempre la estamos transformandoen beneficio de inventario. Por eso la cultura esinherente al ser humano. No ha habido nuncani puede haber un hombre puramente natural.Su propia presencia hace que la naturaleza setransforme en cultura.

Y ello por la simple razón de que para el serhumano las cosas nunca son puros hechos obje-tivos. Nada más percibir un hecho, por ejemplo,un color, o un paisaje, el ser humano inicia unproceso que ya no es natural sino cultural. Eseproceso se llama de valoración, estimación oapreciación. No podemos ver o sentir algo y noapreciarlo en más o en menos, apreciarlo o des-preciarlo. Ése es el origen de la cultura. La natu-raleza se compone de hechos; la cultura, de valo-res. Lo mismo que hay un mundo de hechos, hayotro de valores. Y ambos van unidos. La separa-ción de uno y otro es siempre artificial. Para el serhumano no hay hechos sin valores y viceversa.No puedo ver un conjunto de colores o una figu-ra sin valorarlos estéticamente. Pues bien, lomismo sucede con la salud y la enfermedad. Sonhechos, pero también son valores. Las cienciasbiológicas estudian esos fenómenos en tanto quehechos (anatómicos, fisiológicos, bioquímicos,etc.). Pero la salud y la enfermedad son, a la vezque hechos, sucesos humanos, y están llenos de

valoraciones. Hay una, elemental, que es la eco-nómica. La salud tiene precio, y la asistenciasanitaria, también. Pero entran en juego otrasmuchas valoraciones, estéticas, éticas, jurídicas,religiosas, etc. ¿Cómo puede alguien pensar queconoce una enfermedad o entiende a un enfermohaciendo abstracción de todas estas dimensionessuyas? A estas alturas del análisis, supongo quetodos estamos de acuerdo en la respuesta.

Pero el hecho de que nos hayamos puesto deacuerdo sobre la importancia del mundo delvalor en medicina no significa que conozcamosbien ese mundo, ni tan siquiera que sepamos enqué consiste. Así como hemos recibido una edu-cación más o menos sistemática en el conoci-miento y manejo de los hechos clínicos, somosprácticamente analfabetos en el mundo delvalor. Comenzamos por no saber muy bien quées eso de un valor, y menos cómo se puedemanejar técnicamente. Éste es el primer proble-ma de las Humanidades médicas, que tienenque comenzar justificando su propio objeto.Nadie cuestiona la importancia de la Fisiologíao la Bioquímica como disciplinas de hechos, y sialguien las maneja mal, no proyectamos sobrela ciencia lo que sin duda es un defecto de suexpositor; no decimos que la Fisiología o la Bio-química no sirven para nada, sino que tal profe-sor es muy malo y no sabe nada de Fisiología ode Bioquímica. En cambio, en el mundo de lasHumanidades estamos identificando continua-mente la disciplina con quienes la representan,de modo que si las manifestaciones de éstos nosparecen inadecuadas, cosa por desgracia muyfrecuente, no sólo juzgamos negativamente a suautor sino también a la disciplina que represen-ta.

Conviene, pues, que comencemos aclarandoalgo este tema en el que la confusión se hallatan generalizada. Llamó Ortega y Gasset a losvalores “sutil casta de objetividades”. No hayduda que son sutiles, pero en cualquier casogozan de completa objetividad, tanta como lade los hechos. La idea, tan frecuente, de pensarque los valores son completamente subjetivos yque por tanto sobre ellos no cabe ningún tipode objetividad, es completamente falsa. Ella es

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la que llevó, en el siglo XIX, a la idea de que laúnica manera de objetivarlos era convirtiéndo-los en hechos. Las opiniones políticas, se dice,o las creencias religiosas, son completamentesubjetivas, y sobre ellas no cabe discusiónposible. Lo que sí es un dato objetivo es que lasgentes tienen ideas políticas y opciones religio-sas. Por tanto, lo que sí podemos es analizaresos hechos, el hecho social de las distintasopiniones o creencias en materia religiosa, polí-tica, estética, moral, jurídica, etc. Ésa es larazón por la que en el mundo anglosajón aestas ciencias se las denomina, en general,“Ciencias sociales”. Su objetivo es el estudio delas opiniones, creencias, valoraciones, etc. delas personas, pero en tanto que hechos, sinentrar al estudio de las valoraciones en tantoque tales, ya que se consideran subjetivas. Estoes lo que expresa la sabiduría popular diciendoque “sobre gustos no hay nada escrito”, lo cual,además de una simpleza, es completamente fal-so.

Hay, pues, una dimensión del valor que essu análisis en tanto que hecho. Éste es el obje-to de estudio de las Ciencias sociales, y en elcaso de la Medicina, de las llamadas Cienciassociomédicas, las ya varias veces aludidas.Pero con esto no se ha hecho más que rozar elproblema del valor. Porque si los valores, comohemos indicado, gozan de una cierta objetivi-dad, es de suponer que también sobre ellos sepodrá levantar un saber, y no sólo sobre losvalores en tanto que hechos. Dicho de otromodo, además de fijar la atención en los valo-res en tanto que hechos, es conveniente pre-guntarse, al menos, si no debe estudiárseles entanto que valores, y si este estudio puede o noser de utilidad al profesional de la medicina.

Pues bien, la respuesta es que sí, que losvalores pueden y deben estudiarse en tanto quevalores, y que ese estudio resultará de enormeutilidad para todos los profesionales sanitarios.Las disciplinas que se dedican a ello ya no sellaman Ciencias sociales; se llaman Humanida-des. Y las que se ocupan del estudio de los valo-res en el ámbito de la medicina, se llamanHumanidades médicas. Las Humanidades

médicas no pueden confundirse con las Cienciassociomédicas. A eso es a lo que suelen llegar losmás enterados, y no deja de ser un completoerror. Unas y otras difieren por su objetivo y porsus métodos. Son disciplinas distintas, cadauna con su propia especificidad.

Las Ciencias sociomédicas quieren ser “cien-cias”. Sus objetivos son los propios de la cien-cia, el análisis de hechos. Y sus métodos son opretenden ser estrictamente científicos. Losmétodos más propios de la ciencia natural sonlos cuantitativos. Las ciencias sociomédicastambién utilizan esos métodos. El ejemplo para-digmático de ello lo constituye la Sociología dela ciencia, y más en concreto la Sociología de laproducción científica, o la así llamada Ciencia dela ciencia. Bien es verdad que no siempre resul-ta posible la cuantificación en el campo de lasciencias sociales, y ése es el motivo de que hayahabido que poner a punto otros métodos nocuantitativos: son las llamadas metodologíascualitativas, a la cabeza de todas las propias dela Antropología social y cultural. Ni que decirtiene que éstas también son de aplicación en elcampo de la medicina, en la llamada Antropolo-gía cultural médica.

Las Ciencias sociomédicas, pues, se ven a símismas como disciplinas científicas. Bien esverdad que la utilización de métodos cualitati-vos las hace menos precisas que sus compañe-ras, las llamadas Ciencias naturales, lo que haceque se las considere ciencias “blandas”, frente alas otras, consideradas “duras”. Pero aun así,son muy conscientes de que les une con éstasun punto común e irrenunciable: ambas persi-guen el mismo objetivo, el estudio de loshechos.

Pues bien, las Humanidades en general, y lasHumanidades médicas en particular, no sedenominan ciencias, ni se tienen por tales. Sufiliación va por un camino muy distinto. Si sesienten deudoras de algo, es de la Filosofía y desus saberes aledaños, como el Arte o la Litera-tura. Se ven más próximas a la filosofía que alas disciplinas, duras o blandas, sobre hechos. Yello porque sólo la filosofía se ha ocupado delestudio del valor en tanto que valor. El estudio

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del valor en tanto que valor requiere tambiénunos métodos, y estos son, precisamente, losque desde siempre ha venido utilizando la filo-sofía. Si nos remontamos a los orígenes de éstae inquirimos qué es lo que discutía Sócrates consus discípulos en el Ágora de Atenas, la res-puesta sólo puede ser que siempre discutían delo mismo: sobre valores. Unas veces era sobre elvalor justicia, otras sobre el valor piedad, otrassobre la belleza, etc. Y advertiremos tambiénuna cosa fundamental, y es que haciendo eso,Sócrates creía que estaba contribuyendo decisi-vamente a la formación de los jóvenes. Lo cualdemuestra algo de extrema importancia, y esque la formación en valores es quizá la partemás importante del proceso de formación decualquier individuo. Esto no sólo debió verlo asíSócrates, también lo percibieron sus enemigos.Eso explica que le acusaran de pervertir a lajuventud. De hecho, por eso murió Sócrates. Élfue mártir de su propia causa: la de creer en losvalores y pensar que sobre éstos se podía y sedebía discutir, porque de esa forma todos noshacemos algo mejores.

Sobre los valores se puede discutir. Ello sedebe a que no son puramente subjetivos, pormás que su objetividad tampoco sea total. Losvalores, sin duda, no pueden manejarse de for-ma matemática, como una operación de álgebrao trigonometría. Por eso en ellos no son de apli-cación los llamados métodos cuantitativos. Sulógica es distinta. Desde el tiempo de Euclidesse considera que la lógica propia de las matemá-ticas es la demostración. Las verdades matemá-ticas son tales sólo cuando se demuestran.Algunas, como el teorema de Fermat, ha costa-do siglos el demostrarlas. Pues bien, analizadodesde la lógica esto significa que el razonamien-to matemático es, al menos en parte, “apodícti-co”. Apódeixis es un término griego que signifi-ca demostración. La matemática tiene su propiométodo, y éste es la demostración. Cuando deci-mos de los valores que no pueden manejarse deforma matemática, lo que queremos dar aentender es que no cabe demostrarlos. Que dosy dos son cuatro no es un valor, es un hecho. Delo cual cabe concluir que todo intento de aplicar

los métodos cuantitativos al estudio de los valo-res en tanto que valores está condenado al fra-caso. Los valores son cualidades, no cantidades.

Sócrates no discutía sobre cantidades sinosobre cualidades. Y por ello mismo no aplicabamétodos cuantitativos. Tampoco los métodosque hoy suelen denominarse cualitativos, y quefundamentalmente giran en torno al métodoantropológico. Sócrates no utilizaba ninguno delos métodos que hoy son del dominio de la cien-cia, dura o blanda. Su método era otro. Dialoga-ba con sus interlocutores. Dialogar es intercam-biar lógoi, razones. ¿Por qué? En primer lugar,porque sobre los valores se pueden dar razones;más aún, hay que darlas. Los valores no puedenser actitudes completamente irracionales, entreotras cosas, porque se dan en seres humanos, yéstos son y no pueden no ser racionales. Pero esque además, y en segundo lugar, se consideraque el diálogo, el intercambio de razones, pue-de incrementar nuestro conocimiento del asun-to o tema de que estemos tratando. Lo cualsupone, de una parte, admitir que nuestrasrazones no son absolutas; que los demás, dan-do razones distintas e incluso opuestas a lasnuestras, pueden ayudarnos en nuestro caminohacia la verdad. Por tanto, que ellos tambiénpueden tener razón, por más que sus razones ylas mías sean distintas. Es más, el diálogo par-te del principio de que intercambiando razones,ambos podemos incrementar nuestro conoci-miento del asunto y, de ese modo, acercarnosalgo más a la verdad.

Esto es lo que hacía Sócrates en el Ágora deAtenas. No intentaba demostrar nada, no proce-día como un matemático, ni tampoco buscabaimponer su propio criterio. Su lógica no era laque antes hemos llamado apodíctica. Sócratesse halla a mil leguas de Euclides. De hecho,nunca decía a los discípulos lo que debían hacer.Su método era más elemental. Lo único que pro-curaba era incrementar la coherencia, no impo-ner la verdad. Y ese incremento de la coheren-cia lo buscaba a través de un método, hoyconocido con el nombre de élenkhos o refuta-ción. Refutar las incoherencias, a fin de quepoco a poco vaya haciéndose la luz y la verdad

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se abra paso. Sócrates nunca creyó estar enposesión de la verdad. Él siempre se consideróa sí mismo un buscador de la verdad. Eso es loque significa, etimológicamente, “filósofo”. Ypermitir que cada uno dé de sí lo mejor que ten-ga dentro. Que sus valores sean los mejoresposibles, y que sean coherentes. No se trata deque todos tengamos los mismos valores; se tra-ta de que todos reflexionemos sobre nuestrosvalores y optemos por los mejores, aun asabiendas de que nuestro punto de vista no esabsoluto, que no los podemos defender de modoapodíctico, ni por tanto demostrar, y que losvalores de los demás pueden ser tan buenos omejores que los nuestros, y que si guardan unamínima coherencia merecen respeto. Saber es,en primer lugar, tener conciencia de los límitesdel propio saber. Eso es lo que nos enseñóSócrates, el “saber del no saber”. No todo esconocimiento apodíctico, ni tampoco todo esciencia. Absolutizar esos tipos de conocimientoes, simplemente, no saber que no se sabe. Es elpeor de los errores. Y sin embargo resulta abso-lutamente frecuente no sólo en la vida en gene-ral, sino también en medicina.

El diálogo, el intercambio de lógoi tiene unmétodo. Ese método se llama “dialéctico”. Aris-tóteles diferenció perfectamente el método apo-díctico del dialéctico. Son completamente distin-tos. Y por más que pueda parece increíble, el másimportante es el segundo. Son pocas las cosasque pueden afirmarse apodícticamente. Fuera delas matemáticas, prácticamente ninguna, y en laspropias matemáticas más bien pocas. Demostraralgo significa poder afirmar qué solución de unproblema es la verdadera y que todas las demásson necesariamente falsas. Eso es muy difícil, yen cualquier caso supone el límite de lo que songeneralmente los razonamientos humanos.Cuando dialogamos damos argumentos, y argu-mentos que tienen su racionalidad, su razón;pero una racionalidad que por lo general no ago-ta el tema objeto de discusión. Tenemos quizárazón, pero en cualquier caso no tenemos toda larazón. El asunto nos sobrepasa, nos supera; esmás rico de todo lo que nosotros podamos abar-car con nuestra razón. Entre otras cosas, porque

el análisis de cualquier asunto es distinto segúnla perspectiva desde la que se le analice. De nue-vo hay que acudir a Ortega, que en El tema denuestro tiempo escribió aquello de que “cada vidaes un punto de vista sobre el universo”. La pers-pectiva del médico no puede ser la misma que ladel personal de enfermería, ni ésta igual que ladel trabajador social, el gerente de hospital, elfamiliar o el propio enfermo. Y ello no sólo por-que todos somos distintos y tenemos nuestropropio punto de vista sobre los asuntos, sinoademás porque cada grupo, médicos, enfermeras,etc., ha recibido una formación específica, y todaformación permite ver unas cosas pero dejainevitablemente en la penumbra otras. Todo loque forma, deforma, y la perspectiva total nopuede lograrse más que con el concurso de todos.

Ésta es la lógica dialéctica, la lógica de laaproximación a la verdad a base de integrarperspectivas distintas y complementarias. Algotan real como la vida misma; tan real, como queéste es el modo de proceder que tenemos todosen la vida. Si alguna lógica es real, no es la apo-díctica sino precisamente ésta, la dialéctica.Pues bien, esto es lo que no se enseña en nin-gún sitio, ni en las escuelas, ni en las Universi-dades y, por supuesto, tampoco en las Faculta-des de medicina. El médico se cree capacitadopara sentenciar apodícticamente sobre lo quedebe hacerse con el enfermo, sin atender o teneren cuenta, entre otras cosas, su propia perspec-tiva, la perspectiva del paciente, o la de todosaquellos que también se hallan involucrados enesa decisión. Su primer error es lógico: utilizauna lógica inadecuada, incorrecta, y además nosabe que lo hace. No lo sabe, porque nadie se loha enseñado. Es un ignorante y desconoce quelo es. No sabe que no sabe. En la tradición lati-na a los tales se les llamaba insipientes, insen-satos o, también, imprudentes, necios.

Con esto arribamos a un punto fundamentalde este asunto. El diálogo, el intercambio derazones, de razones que no son apodícticas peroque sí son razones, tiene por objeto hacernosmás sensatos, menos imprudentes. No nos va adar la verdad, o al menos no la verdad apodícti-ca, pero sí puede ayudarnos en la búsqueda de

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la sensatez y la prudencia. Y es que ése es elobjetivo de la lógica dialéctica. No es la verdad,que ya sabemos que no vamos a conseguir; es lasensatez, la razonabilidad, la prudencia. Elmédico necesita no sólo saber mucha ciencia.Necesita, además, ser prudente. Son dos cosasmuy distintas. Saber mucho no vacuna contra laimprudencia. El saberse el código de la circula-ción no asegura que una persona vaya a ser pru-dente conduciendo. La prudencia es la racionali-dad en el orden de las decisiones prácticas, es elobjetivo y término de todo el proceso de la racio-nalidad práctica. Y la medicina es una actividadpráctica, en la que el profesional tiene que estarcontinuamente tomando decisiones, diagnósti-cas unas, pronósticas otras y, en fin, unas terce-ras terapéuticas. Para hacerlo necesita, sin dudaalguna, ciencia; pero necesita más, necesita sen-satez, necesita prudencia. Suele pensarse queesto último ha de quedar a su buen juicio y quecarece de reglas. Es completamente falso. Pensareso es ya de por sí imprudente. El mayor impru-dente es aquel que no sabe que lo es.

La búsqueda de la razonabilidad, la sensatezy la prudencia tiene un método. Y ese método sellama, al menos desde los tiempos de Aristóte-les, deliberación. Llevo años dedicado a su estu-dio. Y el convencimiento a que he llegado es queno es un método fácil y, menos, espontáneo.Nadie nace sabiendo deliberar. Si algo nos pideel cuerpo a todos, es imponer, si es necesariopor la fuerza, nuestro punto de vista; es decir,triunfar, triunfar sobre el adversario. El otro essiempre una amenaza, y se convierte en enemi-go cuando se opone a lo que pensamos o quere-mos, aunque sólo sea dando razones distintas alas nuestras. Lo que nos pide el cuerpo es impo-ner nuestro punto de vista, tener argumentosapodícticos o, si no es así, hacer que los que nolo son pasen por tales. Esto es lo contrario de unproceso de deliberación. De ahí que deliberarsea difícil, que exija una educación, un entrena-miento. Debería empezarse en la escuela prima-ria. Alguna vez tendremos que preguntarnos siel objetivo de la educación ha de ser triunfarsobre los demás, imponer el propio punto devista, o si, por el contrario, debe ser una escue-

la de deliberación. Ya hay autores que están cla-mando para que la deliberación sea el métodoen que se forme a los niños desde su más tier-na edad, dado que sólo de ese modo consegui-remos una sociedad deliberativa, una sociedadde personas sensatas, razonables y prudentes.

La deliberación no se enseña en la escuela,pero tampoco en la Universidad, y menos en laFacultad de medicina. ¿Es importante la delibe-ración en la práctica médica? ¿Puede servir alprofesional para realizar mejor su labor, paraser más prudente en sus decisiones, para provo-car menos conflictos, para resolverlos mejor encaso de que se produzcan? A mí no me cabe lamenor duda. Y también tengo claro que eso nose lo van a dar, ni las Ciencias biológicas que seenseñan en la carrera, ni tampoco las llamasCiencias sociomédicas. No se lo van a dar, por-que no pueden dárselo, aunque sólo fuera por-que no lo saben, porque lo desconocen. No deli-bera quien quiere sino quien puede. Y hacerlorequiere una formación específica.

Mi propuesta es que éste debería ser el obje-to de las Humanidades en general, y de lasHumanidades médicas en particular. Antesdecía que las Humanidades han estado siempremás del lado de la Filosofía que de la Ciencia. Dehecho, todo este tema lo han desarrollado siem-pre filósofos, desde Sócrates y Aristóteles aDewey y Habermas. Negar esto es cerrar losojos a la evidencia, cosa bastante frecuenteentre los hijos de Esculapio, defensores muchosde ellos de un positivismo rancio y trasnochadoque ya no tiene otro valor que el puramentenostálgico.

Las Humanidades médicas pueden y debenenseñar al médico varias cosas fundamentales.Una primera, a pensar, a razonar. De eso se ocu-pa una disciplina filosófica, la Lógica. He aquíun tema de superlativa importancia, la lógica delrazonamiento médico. En teoría, eso es lo quedebería enseñarse en una asignatura de nues-tros planes de estudios llamada Patología gene-ral, hoy convertida en mero aprendizaje de laSemiología y la Fisiopatología. Cuando se pre-tende ser fiel al título, que ya es muy pocasveces, suelen exponerse unos conceptos genera-

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les sobre el razonamiento médico que repiten,ahí es nada, conceptos heredados de la tradiciónsensualista que inició Condillac e introdujo enMedicina la llamada Escuela de París en las pri-meras décadas del siglo XIX. Desdichadamente,ése es el estado de la lógica del razonamientomédico en nuestros medios. Cierto que hay algu-nos meritorios intentos de modernizar tal anti-gualla utilizando materiales provenientes de lateoría de la elección racional. Pero tampoco esoes hoy suficiente. Toda la teoría de la elecciónracional parte del principio de que las conse-cuencias son cuantificables, y de que las prefe-rencias también pueden tenerse en cuenta, aun-que sobre ellas no hay discusión posible, lo cuales no sólo falso sino además insuficiente. Estomerecería un abordaje más detenido, más profe-sional, más sistemático. Y convertirlo en campode estudio, de investigación y de enseñanza. Nopuede seguir siendo parcela sólo cubierta poraficionados. Es un error del que se siguen con-secuencias prácticas muy importantes.

Hay un segundo campo, tan amplio o másque el primero. Se trata la filosofía de la realidady, sobre todo, del ser humano. Es importantesaber algunas cosas fundamentales sobre larealidad y sobre el ser humano. Tampoco estopuede dejarse a la intuición o al buen criteriopersonal. Son temas sobre los que se vienereflexionando desde hace muchos siglos, ysobre los que conviene tener ideas claras quepermitan pensar y reflexionar con precisión,evitando errores que pueden ser fatales en pro-fesiones como la de medicina, en la que se estátratando con seres humanos, cuando éstos seencuentran en los momentos más críticos de suvida. No se trata de adoctrinar, ni de dogmati-zar, ni tampoco de ideologizar estas cuestiones.Se trata de pensar, de saber, de reflexionarsobre ellas.

Un tercer campo es el de la estética. Si la lógi-ca trata de un valor, la verdad, y la filosofía delhombre de otro, el ser humano, o la persona, laestética se ocupa de un tercero no menos impor-tante, la belleza en todas sus formas y varieda-des. Decía Moore que un valor es aquello que sidesapareciera del mundo creeríamos haber per-

dido algo importante. Eso significa que la belle-za, o la bondad, o la verdad, o la dignidad, sonvalores “en sí”, o, como prefiere decir Moore,valores “intrínsecos”. Ellos son valiosos de porsí, y las cosas son valiosas en tanto en cuantolos tienen o participan de ellos. La belleza esuno de esos valores. No podemos ignorarla, nitampoco despreciarla. Merece cuidado, cultivo yrespeto. También en medicina. El canon debelleza ha sido siempre el cuerpo humano.Quien se ocupa de los cuerpos no puede notener esto en cuenta. De hecho, existe la ten-dencia, al menos en nuestra cultura, a identifi-car belleza con salud y fealdad con enfermedad.Pero esto no ha sido siempre así, ni tiene queserlo necesariamente. Basta repasar la historiadel arte, la pintura, la escultura, la literatura,para darse cuenta de ello. Analizar las obras dearte en relación a la estética corporal y la viven-cia de la salud, la enfermedad y la muerte: heaquí otro objetivo de las Humanidades médicas.Ahora no se trata de la Lógica médica, ni de laFilosofía de la medicina. Se trata de la Estéticamédica.

Y queda, al menos, otro ámbito importante,fundamental. Se trata de la Ética. Hoy nadiediscute la necesidad de formar al profesional enesta rama, y tampoco se ignora ya que estonecesita un entrenamiento y una formaciónespecíficos, que no pueden dejarse a la puraintuición o al buen sentido de los clínicos. Trasépocas en que la ética médica se identificó, pri-mero con la Religión (tal la Moral profesionalteológica) y después con el Derecho (eso fue laDeontología profesional), parece que ha llegadootra en la que, afortunadamente, se ha desliga-do de esas ataduras que la impidieron siempredesarrollarse de modo adecuado. Eso está lla-mada a ser la Bioética. Lo será o no, dependien-do del modo como la trabajemos. Es la única delas Humanidades médicas que hoy tiene unacierta presencia en los planes de enseñanza dela medicina. Pero es también, por ello mismo, laque concentra más riesgos. Las otras discipli-nas, simplemente, no existen. Ésta sí, y a vecesuno se pregunta para qué, o si no sería preferi-ble que no existiera. Las dos tentaciones antes

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citadas, la religiosa, la de convertir la Bioéticaen un brazo o apéndice de la Teología, y la jurí-dica, la de confundirla con el Derecho sanitario,están dando al traste con muchos programas.

Y esto me lleva al último punto que querríaabordar. El cultivo de las Humanidades médicases difícil, más difícil que el de cualquier otrarama de la medicina. Y ello por una razón ele-mental, porque exige, cuando menos, dos for-maciones, la de Medicina y otra más o menoscolindante con la Filosofía (Estética, Arte, Ética,etc.). Las Humanidades médicas son típicossaberes interdisciplinares. Y de todos es conoci-da la dificultad de éstos. Ser un buen profesio-nal de las Humanidades médicas exige no sólola doble formación citada, sino además la exce-lencia en ambos dominios. Mi experiencia esque cualquier cosa menor que ésa está por prin-cipio condenada al fracaso. Lo cual plantea unproblema que para mí es hoy el más preocupan-te. En nuestras Facultades es obvio que no sehallan institucionalizadas en tanto que tales.Pero es que aunque se incluyeran por decreto enlos planes de formación, el panorama no cam-biaría sustancialmente. Y ello porque carecemosde personas que realmente dominen estas áre-as. Seguimos en la época del amateurismo. Sedirá que no puede haber más que aficionadoscuando no hay puestos específicos que permitanconsagrarse profesionalmente a la investigacióny la docencia. Y es verdad. Como también lo esque las cátedras y departamentos más cercanosa las Humanidades médicas, como son los deHistoria de la medicina, dedican sus esfuerzosde modo prácticamente exclusivo a la aplicaciónde los métodos de la historiografía científica,ignorando, cuando no despreciando, todo lo quepueda caer más allá del ámbito de las Cienciassociosanitarias. Hasta tal punto es esto así, quela esperanza que en algún momento tuve de quelas cátedras de Historia de la medicina, siguien-do el ejemplo de quien fue su máximo impulsoren nuestro medio, Laín Entralgo, sirvieran dematriz propicia para el desarrollo en nuestrasFacultades de medicina de las Humanidadesmédicas, hoy me parece ilusoria. En ese sentido,la herencia de Laín Entralgo puede darse por

enterrada. Y sospecho que si las Humanidadesmédicas acaban entrando en nuestros planes deestudios, que entrarán, será por presión exter-na, por la influencia que vendrá, que ya estáviniendo, de Europa y de Norteamérica, no porla capacidad de nuestras instituciones de refor-marse internamente. En este tema se repite, unavez más, la historia sempiterna de nuestra ins-titución universitaria: que nunca ha sido capazde reformarse desde dentro de sí misma, y quesiempre ha necesitado para sus transformacio-nes la irrupción violenta de algún agente exter-no. Hay conductas que parecen atavismos gené-ticos.

EL FUTURO… ESPERANZA

En un mundo cada vez más global y globaliza-do, carece de sentido pensar que el horizontetermina a la puerta de casa, o en las escaleras dela Facultad de medicina. Ya hemos visto quedesde dentro de éstas es difícil otear signo algu-no que presagie algún cambio positivo. Nues-tros médicos, incluso los que se dedican a lasdistintas Ciencias sociosanitarias, incluidas laHistoria de la medicina y la Medicina legal, sehallan aún en la visión teológica o en la positi-vista. Y los que no, se contentan con ver en lasHumanidades médicas entretenimientos paralos ratos de ocio. No me gustaría ser injusto enlas expresiones, y por eso creo necesario aduciralgunos testimonios. Van a ser de dos personaspor demás ilustres de nuestro mundo culturaldel siglo XX, un filósofo, Ortega y Gasset y unmédico, Marañón.

En 1916, al comienzo de la primera entregade El espectador, escribía Ortega: “Los médicosdel siglo XIX ejercen una filosofía profesionalque es el positivismo. Hacia 1880 era la filoso-fía oficial de nuestro planeta. De entonces acá eltiempo ha corrido y todo ha cambiado un trechoadelante, inclusive la sensibilidad filosófica. Elpositivismo aparece hoy a todo espíritu reflexi-vo y veraz como una ideología extemporánea.Otras maneras de pensar, moviéndose en lamisma trayectoria del positivismo, conservando

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y potenciando cuanto en él había de severospropósitos, lo han sustituido. Inútil todo: losmédicos del siglo XIX se aferran a él; cualquie-ra otra doctrina que no sea el positivismo se lesantoja, no sólo un error –cosa que sería justifi-cable-, sino una reviviscencia del pasado. Y esque el positivismo vivió dentro de ellos en unaatmósfera espiritual impregnada de ambiciónmodernizante, de suerte que el positivismo, nosólo les parece lo verdadero, sino a la vez lomoderno. Y viceversa, cuanto no sea positivis-mo sufrirá su repulsa, no tanto porque les pare-ce falso, sino porque les suena a no-moder-no”.13 Me pregunto si esto que Ortega dice delos médicos del siglo XIX no puede aplicarsetambién a los del XX e, incluso, a los del XXI.

El segundo testimonio es de Gregorio Mara-ñón, por tantos considerado el paradigma demédico humanista. De su pluma salió este textoa propósito del cultivo de las artes y las huma-nidades por parte de los profesionales: “Esinnata la tendencia en los hombres inteligentesque viven sujetos al ejercicio de una profesión,a compensar la monotonía de este ejercicio conla práctica pública o el secreto cultivo de otrasactividades. Todos llevamos dentro una perso-nalidad mucho más compleja que la que indicanuestra fachada oficial. Aun en el caso de quehayamos acertado con nuestra vocación, unatendencia oculta –y a veces más de una- nosempuja a servir en silencio preocupaciones queno son las que sirven para ganarnos el pan ypara catalogarnos en los padrones profesiona-les. Con ello mantenemos vivo, en primer lugar,el afán necesario de la diversión en un sentidoestricto; esto es, de combatir el hastío de losquehaceres rutinarios y oficiales, los cotidianos,derivando parte de nuestras atenciones por sen-deros diferentes. La profesión más sinceramen-te sentida y amada, más encajada con nuestrasaptitudes, acaba por automatizarse, por perdersu roce con el ambiente, convirtiéndose en unmecanismo fácil y, al fin, amanerado.”14 Para elmédico el cultivo de las humanidades y de lasartes ha de tener el sentido de una diversión opasatiempo, útil para quienes ejercen una profe-sión tan exigente y dura como la medicina. De

hecho, eso es lo que él hizo con su dedicación ala historia. Marañón, que era muy inteligente,tiene otros textos en los que matiza estas afir-maciones. Pero siempre acaba considerando queeso del humanismo es una actitud ante la vida,que se tiene o no se tiene, pero que difícilmentepuede enseñarse o aprenderse, razón por la cuallas humanidades deben verse como algo apartede la estricta formación del médico. Él, cierta-mente, rebosaba humanismo y tenía una for-mación humanística más que sobrada. Pero sustextos han servido para que muchos, peor for-mados y menos inteligentes que él, redujeranlas Humanidades médicas a la condición depuro pasatiempo o descanso del guerrero.

Estos dos testimonios, el de Ortega y el deMarañón, demuestran bien que nuestros médi-cos, o bien siguen en la época del positivismo, obien han salido, si es que han salido, de ella,pero no son capaces de concebir las Humanida-des médicas más que como mero pasatiempo. Setrata de una especie de barniz cultural que rela-ja y sirve de descanso al profesional concienzu-do y le permite, además, quedar bien en los cír-culos culturales. Puro pastiche.

Si esto es lo que dicen los más conspicuosanalistas de nuestro mundo cultural, estamosapañados. Huelga toda esperanza. Y sin embar-go, sigo pensando que hay espacio para ella.Basta con mirar más allá de nuestras fronteras,y sobre todo al lugar donde hoy se dirige la vis-ta siempre en Medicina, lo mismo que en otrosmuchos campos, cuando se quiere saber lo quesucederá aquí en el plazo de unos años: a losEstados Unidos. Porque es el caso que en ellosesto de las Humanidades médicas ha consegui-do abrirse paso y goza de una salud que, sin serboyante, cabe considerar de buena. No tengo lamenor duda de que su influencia llegará, y queeso que ahora es posible contemplar allí, loveremos aquí al paso de unos años.

Hay un punto en que la experiencia nortea-mericana me parece envidiable. Y es que elloshan sabido distinguir perfectamente entre Cien-cias sociosanitarias y Humanidades médicas.Allí se han desarrollado los Institutos de Huma-nidades médicas de forma autónoma, sin

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dependencias o subordinaciones a las unidadesde Medicina legal o de Historia de la medicina,que ha sido y sigue siendo lo más frecuente enEuropa. Eso es lo que ha permitido que la Bioé-tica haya podido crecer autónomamente, y lomismo los cursos de Medicina y literatura, oMedicina y arte, etc. Dominios separados y coe-xistencia pacífica entre ellos. Ahí está, quizá,una de las razones del éxito del modelo nortea-mericano y del fracaso del nuestro. Que cadauno valga por lo que hace, sin confusión dedominios. Las Facultades de medicina siguensiendo hoy, en pleno siglo XXI, auténticos rei-nos feudales, a veces con derecho de pernada.Conviene que entre nosotros también acabeimperando la sentencia de don Quijote, de que“cada uno es hijo de sus obras”, no beneficiariode las de los demás.

Quiero terminar recordando a quien más hahecho en este país por las Humanidades médi-cas, Pedro Laín Entralgo. El año 1971 publicóun artículo titulado “Técnica y Humanismo enla formación del hombre actual”. Su epígrafefinal rezaba “¿Agonía del Humanismo?”. Heaquí su comienzo: “¿Para qué todo esto? ¿Paraque el médico interprete mejor sus electrocar-diogramas o el químico practique más hábil-mente una crioscopía o una destilación fraccio-nada? ¿Para que el técnico profesional ganemás dinero en la práctica de su oficio? Induda-blemente, no. Mas tampoco para el simple luci-miento social del graduado universitario en lastertulias a que asista o en las conferencias quepronuncie. La formación humanística del técni-co y del hombre de ciencia tiene, a mi modo dever, un doble ‘para qué’: en el caso de los hom-bres de ciencia y los técnicos no creadores sir-ve para que unos y otros sean plenamentehombres –para que también lo sean de unmodo intelectual y ético y no sólo de un modobiológico y operativo- desde aquello y en aque-llo a que aplican su particular ciencia y su par-ticular técnica; en el caso de los hombres deciencia y los técnicos creadores, para descubrirnuevos horizontes de su haber e incluso, endeterminadas ocasiones, nuevos temas deinvestigación”.

NOTAS

1. Sobre el Philantropinismus que se inicia en Ale-mania a finales del siglo XVIII, cf. Félix Duque,Contra el humanismo. Madrid, Abada Editores,2003, esp. P. 24ss.

2. Cf. Gianni Vattimo, El fin de la modernidad, Bar-celona, Gedisa, 1994.

3. Cf. H. Tristram Engelhardt, Jr. “The Foundations ofBioethics: Rethinking the Meaning of Morality”,en: Jeniffer K. Walter and Eran P. Klein (Eds), TheStory of Bioethics: From Seminal Works to Contem-porary Explorations. Washington, D.C., George-town University Press, 2003, pp. 98-9.

4. Cf. Diego Gracia, “De textos y contextos”. En:Universidad Complutense de Madrid, BibliotecaHistórica Marqués de Valdecilla: Tres Siglos deSaberes Médicos en la Universidad Complutensede Madrid (s. XV-XVIII). Madrid, Biblioteca dela Universidad Complutense, 2001, pp. 17-62.

5. Stephen Toulmin, Cosmopolis: The Hidden Agendaof Modernity, New York: Free Press, 1990.

6. Pedro Laín Entralgo, “Vida, muerte y resurrecciónde la Historia de la Medicina”, en: A. Albarracín,J.Mª López Piñero, L.S. Granjel (Eds), Medicina eHistoria, Madrid, Editorial de la Universidad Com-plutense, 1980, p. 16.

7. Cf. Diego Gracia, “Judaism, Medicine, and theInquisitorial Mind in Sixteenth-Century Spain”,en: Ángel Alcalá (Ed.), The Spanish Inquisitionand the Inquisitorial Mind, Highland Lakes, NewJersey, Atlantic Research and Publications, 1987,pp. 375-400.

8. Cf. Diego Gracia, “El nacimiento de la clínica y elnuevo orden de la relación médico-enfermo”, Cua-dernos hispanoamericanos 1987;(446-47):269-282.

9. José María López Piñero, “Hacia una ciencia socio-médica: Las ciencias sociales en la enseñanzamédica”, Medicina Clínica 1971;65:13-22.

10. Una revisión del estado actual de las Ciencias socio-médicas en nuestras Facultades de Medicina puedeencontrarse en las contribuciones presentadas alXII Congreso Nacional de Historia de la Medicina,celebrado en Albacete el año 2002. En el volumende actas del Congreso (José Martínez-Pérez, Mª Isa-bel Porras Gallo, Pedro Samblás Tilve, Mercedes delCura González, La Medicina ante el nuevo milenio:Una perspectiva histórica, Cuenca, Ediciones de laUniversidad de Castilla-La Mancha, 2004) encon-trará el lector las siguientes colaboraciones: BerthaM. Gutiérrez Rodilla, “La influencia de la Historiade la Medicina en las Humanidades” (pp. 1085-1094). José Luis Peset, “Entre la Historia de laMedicina y la Historia de la Ciencia” (pp. 1095-

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1098), Enrique Perdiguero Gil, “La aportación de laHistoria de la Medicina a las Ciencias Sociales” (pp.1099-1112), Ricardo Campos Marín, “La aporta-ción de la Historia de la Medicina a la Historia” (pp.1113-1126), Luis Montiel Llorente, “Historia de laMedicina y Medicina” (pp. 1127-1133).

11. Francesc Bujosa Homar, “Histoire de la Médecineen Espagne”en Anne-Catherine Bernès (Ed.),Nouveaux enjoux de l’histoire de la médecine :Actes du colloque européen, organisé à l’initiativedu Centre européen d’histoire de la médecine,Strasbourg, 29 et 30 mars 1990. Strasgourg,Université Louis Pasteur, 1990, págs. 7-27.

12. Pedro Laín Entralgo, “Vida, muerte y resurrecciónde la Historia de la Medicina”, en: A. Albarracín,J.Mª López Piñero, L.S. Granjel (Eds), Medicina eHistoria, Madrid, Editorial de la Universidad Com-plutense, 1980, p. 22.

13. José Ortega y Gasset, El Espectador I, en ObrasCompletas, Tomo II, Madrid, Taurus, 2004, pp.166-7.

14. Prólogo al libro Primera Antología Española deMédicos Poetas, de Julián Juderías, Madrid, Edito-rial Cultura Clásica y Moderna, 1957.

15. Pedro Laín Entralgo, “Técnica y Humanismo en laformación del hombre actual”, Asclepio

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