contraviento 4

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1 marzo 08 # 4

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Prosa y Poesía

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Page 1: Contraviento 4

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marzo 08

# 4

Page 2: Contraviento 4

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Redacción 4

Isidro Rodríguez GallardoPoema de noche treinta de octubre

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Luis PizarroImpresiones de una visita al nuevo Museo del

Prado

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Ana TorresMelodía

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Josep CataláDestronada

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Page 3: Contraviento 4

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Foto: RAFAEL PALOMO

10 Borja RodríguezEl sueño de Ratón

12 Alejo de la OrdenDe la complicidad

13 José Luis LoarcePaseos y paseantes

14 Teresa RuizFrancisca

18 Roberto LumbrerasMomento estelar (radioteatro)

Page 4: Contraviento 4

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Contraviento#4Dirección: La Pica En Flandes

Colaboraciones:Luis F. Pizarro | Josep Catalá | Ana TorresIsidro Rodríguez |Teresa Ruiz | José LuisLoarce | Alejo de la Orden | BorjaRodríguez | Roberto Lumbreras

Diseño:Seño

Fotografías:De sus autores en Flick.com

Publicidad:La estampita

Contacto:

Queda autorizada la reproducción parcial ototal de los contenidos.

Distribuyendo CONTRAVIENTO en formato pdf seahorra papel y se escucha el suspiro de algún arbol.

Puertollano marzo 2008

[email protected]

La ronda de los presos1890. Óleo sobre lienzo. 80 x 64 cm.

Museo Pushkin. Moscú. Rusia.

Van Gogh realizó este lienzo, copia de una estampa deGustave Doré, durante su estancia en el manicomio deSaint-Rémy, debido a que le retiraron el permiso para salira pintar y escogió quedarse voluntariamente dentro de suhabitación.El tema del cuadro reflejaba el estado de ánimo del pintor,que precisamente a comienzos de 1890 comunicó a suhermano Theo su intención de volver a marcharse al nortey abandonar el hospital, cuya atmósfera le resultaba cadavez más opresiva.La escena, inmersa en una irreal luz azulada, resultabastante claustrofóbica, no sólo no existe ningún horizontey los muros de la prisión parecen prolongarse hasta elinfinito; además, la forma poligonal contribuye a aumentarla sensación de sitio cerrado, acentuada por el círculo depresos, que parece dar vueltas sin fin. En el preso mascercano al margen del lienzo, volviendo la mirada alespectador, Vincent se ha representado a sí mismo.

www.ciudadpintura.com

f o t o p o r t a d a

Un lector nos envía el siguiente correo:

“Leo con atención el "Se busca" de la página 3 en Contraviento...Aquí está la solución: en el Salón de Arte Ciudad de Puertollano,ésta fue una de las obras seleccionadas (y, por tanto,premiadas) en la edición nº LVIII del pasado año 2007.Se titula "Paseo de colores" y su autora es NATALIA ZHYLITSKA.”

SE BUSCA de CONTRAVIENTO #3

en

por Eduardo Martínez

clic

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en la noche del treinta de octubre, mientras débil y cansado...

ni el llanto reunido de un millón de poetasalcanzaría el caudal que se desborda desde lo más profundoy me recorre incansable sin convertirse en corriente que se funda enalgún mar…me vertería en más de un millón de las cuencas vacías que habitan losnichos de los cementerios.y las fosas y los panteones y las cunetas de los senderos de las guerrasinacabables…qué fugaces tus ojos y tu risa y tu cuerpo y tus abrazos y tus palabrasdelgadas… corren y se desvanecen y vuelve y la angustia se diluye en laesperanza que sustentan los recuerdos y el eco del sonido de las palabrasperdidas.avanzan y destruyen y clavan las uñas y desgarran las venas y agujereanla masa de los pulmones que se desinflan sin acabar de perder el airenunca y la agonía se hace lacerante e infinita…sobre la mesa que oculta la madera agrietada con un paño entre tosco einquietante por la sabiduría del paso del tiempo y de la vida enpermanente fuga con migajas aquí dispersas y allí reunidas en ocasionalmontículo asediado por las últimas moscas de un verano cualquiera unapequeña mancha de borde ya un tanto renegrido muestra en su centro elaún rojo brillante de tu sangre.agacho la cabeza lentamente y rescato ese tesoro con la punta de lalengua y lo llevo hasta el centro del hueco de mi boca y se diluye en misaliva y aprieto hasta dolerme los ojos esperando encontrar una señalque me diga que eso que siento dentro en el mismísimo centro eres loque siempre serás ya para siempre…..en los desiertos donde la muerte viste de camuflaje está el llanto de losperros los gritos de los perros el lamento de los perros el terror que hacetemblar a los perros los ojos desorbitados de los perros,…lo llenan todo y no hay hueco vacío ni grieta que no se agrande ni puertaque no se abra ni corazón que no se rompa….como yo que me lleno de desasosiego cuando el sol en la medianoche enla plenitud del sueño me despierta con la certidumbre de la lejaníaimpuesta y te busco hasta encontrarte a veces en el pliegue de unasábana o en el hueco que deja mi cabeza en la almohada o encima de loscalcetines arrebujados sobre los zapatos y hasta que de pronto te notolatiendo en el cuello por el impulso que llega desde el centro allí dondela gota de sangre se fundió con la saliva…y respiro y vuelvo a respirar y lloro y retorno al llanto…dónde estabas ungüento bálsamo salado lleno de vida por qué noacudiste a reparar la angustia a alejar la zozobra a permitir mi baño debautismo tan repetido y tan necesarioy hoy que es treinta de octubre y que podría ser desde tu ausenciacualquier día porque qué más da lo que de numero sea el día si eso nohace llenar el hueco ni parar el latido lacerante de un golpe de vida queme arroja contra el suelo sin clemencia y escarbo en mis escombros enbusca de las raíces que me sostienen como hoja en el huracán de estedesasosiego de amor descoyuntado…me alimenta esa gotita reseca de sangre que circula en libertad en misadentros y mis ojos de martes melancólico dibujan en las comisurasresecas de mi boca una sonrisa incrédula porque sé que no hay retorno yque no existe el camino al paraíso si alguna vez y lo dudo llegamos aquíde allí…

isidro rodríguez gallardo, eso me dijeron.

P O E M A D E D E O C T U B R E

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Impresiones de una visitaal nuevo Museo del Prado

Foto

: L.

Piza

rro

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Durante mucho tiempo estuvimosesperando contemplar la ampliación del Museodel Prado, la importantísima y fenomenalpinacoteca española; ahora que la hemosvisto, vivimos sentimientos contrapuestos. Situviéramos que transmitir la primerasensación, diríamos que nos ha decepcionado.Por fortuna, podemos ahondar en la visita ytratar de encontrar las luces. Quizás haocurrido como cuando esperas esa película dela que te han hablado maravillas y luego no erapara tanto.

Y es que, a simple vista, Rafael Moneoparecería haber pensado más en laarquitectura en sí misma, que en la pintura, enlos pintores y en el propio Museo del Pradocomo lugar de exhibición de cuadros. Y si no,¿cómo explicar que, si hablamos de ampliaciónde la superficie destinada a espacio expositivo,apenas hayamos notado que el Prado haganado nada? En efecto, como se recordará, lapintura española del siglo XIX se exhibía en elcercano edificio del Casón del Buen Retiro, queahora ha desaparecido como lugar expositivo,siendo trasladados los fondos hasta las nuevassalas de la ampliación, cambiando,prácticamente, un lugar por otro. Se dirá quelas nuevas salas son mejores y más modernas,pero lo que es en superficie apenas se nota laampliación.

No obstante, sí es verdad que la nuevaentrada, cercana a los Jerónimos, presenta unaspecto inmejorable en lo que se refiere a lacirculación y distribución de visitantes.Espaciosa, moderna y recordando vagamenteal imponente museo francés del Louvre, lavista se nutre, además, con una tienda másadecuada que la que existía antes (sobre todopara lo que cabe esperar de museo tanimportante como el madrileño), así como unaamplia cafetería, una delicia para hacer un altoen el camino, si la visita se prolonga. Pero noolvidemos que a lo que vamos al Prado no es,básicamente, a tomar un café, sino a verpintura; yo diría que a ver más pintura queantes y mejor colocada, y en esto no hemosganado tanto como era de esperar de unproyecto que generó grandes expectativas.Baste ver cómo buena parte de los cuadros deVelázquez siguen expuestos en salaspequeñas, en las que “les falta el aire” (véaseLas Hilanderas, del que, sin embargo, hay queresaltar que se expone en su tamaño original,

ajeno a los añadidos con los que lo hemoscontemplado anteriormente).

Por cierto, que otra decepción vienedada, a nuestro entender, por la malacolocación de La Venus del espejo, obracumbre del maestro sevillano, traídaexpresamente desde Londres para realzar laexposición Las fábulas de Velázquez (una delas que conmemora la ampliación, junto a lamuy acertada, por ejemplo, Los Grecos delPrado), que pasa casi desapercibida entreotras obras magníficas, entre las que Las tresgracias de Rubens le roba parte delprotagonismo que debía tener.

Así que creemos que el Prado sigueteniendo un grave problema de espacio y quesería muy necesario disponer de todos losmetros para colgar cuadros que se puedendisponer en el también próximo edificio delMuseo del Ejército, si es que éste se traslada aToledo, traslado que le vendría muy bien anuestra principal pinacoteca.

Por otro lado, si es de justicia resaltar laimportancia de la visita al restaurado Claustrode los Jerónimos, espectacular en susdimensiones y resplandeciente tras la limpieza(uno por uno), de sus 2.820 sillares, muy bienintegrado en la visita, y con un maravillosovacío central creado por su linterna, opinamosque Moneo lo ha encerrado en una camisa dehormigón que, vista desde el exterior,presenta una concepción ajena al edificiogótico que tiene al lado. Si a ello le añadimosque el nuevo edificio ligado a la ampliación,tampoco se relaciona con los circundantes,creemos sinceramente que la mezcla resultacuando menos chocante, salvo que estemosequivocados (que también puede ser) aquellosque esperábamos un lenguaje más homogéneoentre todos los edificios mencionados, incluidoel mismísimo Museo, obra de Villanueva.

En fin, polémica hubo y –creemos–polémica seguirá habiendo. Sin embargo, de loque no puede caber duda es que Rafael Moneoes un genio que no pasa nunca desapercibido,y que el Museo del Prado ha ganado enespectacularidad, y hay que visitarlo. No dejende hacerlo.

Luis Pizarro

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Dos cuerpos desnudos,un rayo de Sol entra por la ventana.Se deshacen en besos,se comen un poquito másy más con sus miradas.¿Se aman?

Cacho y cacho de piel,de carne, de suaves hondonadas,de oquedades y huesos,de húmedas miradas.

El deseo del abrazoes ahora un bulto humanoque avanza y avanza sin descanso.

La melodía del placerTiene ecos de bemoles.

Dos ísquiones, dos sacrosmarchan unos sobre otros.La colmena de los besosse sitúa bajo el omóplato izquierdo.

La música suma sostenidosagudísimos.El columpio de los brazosenmarañan las miradas.

¡Fa mayor rebota en los cristales!

Ella cae a un lado,él a otro.La respiración ahoraes el epílogo líricodel momento épico.

El lirismo del instanterepleto de metáforaspoco a poco va fugándosepor la ventana.

SILENCIO.

Lo malo de las poesíases que siempre acaban.Lo bueno de las metáforases que se guardan.

M E L O D Í A

ANA TORRES

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Destronada del pasado,derrochando ingenuidaden somieres de cristalte destilas a mi lado.

No es mi forma de mirar,ni esta cerveza caliente,ni nostalgia de presente;

es tu olor a soledad

lo que tiñe de moradolos rincones de este bar.

No me importa cuál fue el saldo,

liquidé tu libertad.Hoy es tarde, y ya he endosado

el cheque que no me das.

(Josep Catalá)Albacate, marzo de 2008

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Un pequeño sorbo que le abrasó lagarganta cuando llevaba ya cuatronoches dando tumbos por el filo de lascalles, serpenteando canalones,meciéndose para dormir al raso en las

tejas vueltas de algún tejado. Casas que se sueñan ala luz de la luna, proyectan su silueta en el contraluzde la calle.Y aquí se acurruca Ratón para encontrar un trozo deborra y cubrirse medio cuerpecito, que no quiereverse por más tiempo en el decorado pintado quehacemos nosotros. Ha ido y ha visto. Y fue la sombrade Gato quien, con un salto tremendo, le hizo luegosalir despedido con el corazón en la boca corre-que-te-corre-que-te-corre-corre: ya estamos aquí, en loque parece trastienda de la parte de atrás decualquier cosa. Cajas sin fondo y carteles desvaídos,catálogos de ayer por descuidos de hoy; suciedad enla penumbra de este almacén.

Ha corrido mucho, las patas le tiemblan y se siente

desfallecer, pero tiene suerte y encuentra un papel delque roer un ratito. Roe. Roe. Roe. ¡Cataclás! Otrosusto. Otro miedo diferente. Después pasos yarrastrar la voluntad hasta otra parte. Ha subido auna de las cajas para no ser aplastado por el peligro,que camina imprevisible por la estancia. Ratón subeotro trecho, tiembla y se estira para conseguir asirsecon sus patitas a la madera, para poder ganar la cimade la caja donde murieron dos lagartijas, que yacentiesas como momias en letargo. Ahora sed. Lasbordea y se asoma para descubrir, no sin asombro,que donde pensaba un par de cajas las hay a cientos,todas impregnadas por cierto limo de incierta malasuerte. Pero Ratón no se detiene en estas cuestiones,baja las cajas o interviene papeles para pasar pordebajo de ellos, siempre con su tic-atic-atic-atac deaquí para allá, que es el sonido que va ofreciendo lamadera a su paso.

Allí una lata vierte aceite sucio sobre la chapa:cataclón, cataclón. Más allá el viento en el cristal:

el sueñoderatón

Esto no es un cuento, porque se trata de un ratón que bebió ginebrade un tapón que cayó al suelo.

Borja Rodríguez...

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psuisssss, toc, toc, toc. No se sabe dónde laelectricidad y su zumbido fluorescente: zummmmm.Y más adentro, aún más adentro, oímos el sollozoanónimo. A ratón le sorprende su corazoncito comode juguete: troco troco troco troco troco troco trocotroco troco, de tamborilero de hojalata al que leacabasen de dar cuerda, y es entonces cuando seasoma y empieza a descubrir.

Bajo la luz verde de la lámpara industrial, hay unasilla que apenas soporta a un hombre envuelto en sugabardina, los pantalones caídos y abiertos sobre laspiernas, los faldones de la camisa vertidos a amboslados, la cabeza en un abismo, el escaso pelo sucio,como sucio es todo en este cuadro, como sucio es elgemido que sale de su garganta y se desliza bajandoen un hilo de baba hasta el pecho desnudo. Llora ytirita, y es cuando Ratón descubre que junto alhombre se arquea de vergüenza un bastón blanco,tirado en el suelo, irrecuperable. Es un bastón deciego. Al lado la botella de ginebra, con su tapónrepleto. Bebe Ratón. El vapor le abrasa. Entoncescomprende. Se acerca y, temeroso, toca las patas dela silla, se ase y trepa hasta la banqueta, desde allí velos pies de la mujer, que se ha ocultado tras las cajaspara vestirse; se tambalean.

Lo que vio Ratón lo llenó de miedo. El hondo vaporde la ginebra casi le ahoga cuando, cerca de la bocadel gran hombre, se aferraba con fuerza al cuello dela gabardina y, desde allí, veía aquellas manosgenerosas temblar de llanto, y el sexo abandonadocomo un guiñapo sobre la banqueta. Semen y sangre.Entonces se volvió y quedó sin aliento. Eran dos ojosblancos en mitad de unacara como de león. Él habíavisto otros rostros, peroninguno como aquél. En elfondo de aquella gran lunade nácar, vio el reflejo deun animalito pequeño quehabía bebido ginebra de untapón que cayó al suelo.Dio un pequeño respingohacia atrás -un respingo deratón- y tuvo que agarrasecon lo que pudo para noaventurarse al vacío quesupone el vértigo de unhombre.

Ratón volvió.

Salió como pudo de aquelsitio al tiempo que veíatambalearse a la mujerdesnuda, subió por unbajante, salió al alero deuna terraza, trastabilló por unas tejas a la luz de lanoche, bajó a la calle, se hundió en alcantarillas ypasadizos secretos, oía el rumor del agua y de él huía,o lo seguía por acequias diminutas, inmensosreguerillos que conducían a otro laberinto de ruidos

y de olores, de calidez, de oscuridades y, como ahora,de claridad dormida al final del tubo de plástico.

Olía a zanahoria y a patata. Cuánto había estadocorriendo si la luz del día se colaba por los agujerosmetálicos, si ella preparaba la comida en casa. Desdeallí Ratón veía dos ojos grandes, marrones, tambiénvio caer los trozos de verdura por encima de sucabeza, el cuchillo de un lado para otro, el escándalode las cucharas. Otro encontronazo y se miraron.Entonces Ratón quiso volver.

O no había espacio para dar la vuelta, o quizás laúnica salida que vio fue la de la luz entre los aguje-rillos del fregadero. Los gritos de Ana le infirieron lafuerza necesaria para meter la cabeza y reventar elcuello a trompicones. Sus patas traseras eran dosmolinillos que buscaban socorro, que arañaban eltubo sin poder hacer nada. Quería la luz, quería aire.Quería vivir. Los chillidos de Ana se clavaban en losoídos de Ratón, y así, con la cabeza completamentefuera, el pequeño hocico entre el vapor del hogar dela patata, de un lado para otro, como una cucamonagraciosa, los ojos de Ratón recibieron el agua.Primero fue un baño tibio el que salio del grifo y quele hizo detener las patas, muy agradable, pero poco apoco el sueño se fue tornando terrible y comenzó aabrasar su diminuta cara, a arrastrar cualquier formade sueño, a hervir.

Allí quedó muertecito, paralizado, limpio deremordimientos, como un niño al que peinasendespués del baño. Su carita mojada le echaba el pelohacia atrás en diminutos mechones. Y entonces, en

los ojos de Ana, nerviosos, aterrados, crispados por loque acababa de hacer, capaz y asesina, comenzaron areflejarse, como un mal sueño que fuera a durar parasiempre, los ojos de Ratón. §

Borja Rodríguez...

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III

Los sueños que en noches clarasarreciaron escapados, cual furtivos,lejos del fragor cotidiano, acudensúbita y extrañamente posibles.Para ti se hizo la nochey el terciopelo que la abriga,como apuesta última en su senode tanto amor imaginado.Así, te ofrezco el silencio azul,siempre turbado por tu presencia,un eco mudo de lo inexplicable,dejándome retazos de la sangre,rehaciendo el rastro segurode la incesante y cruenta lidde enamoradas voluntades errantes.

Óyeme, antorcha de otras auroras,mujer de acero, intensa y rotunda,crepitación ansiosa del deseo,resplandor de vírgenes amaneceres:sólo los dioses podrán segarel fruto que alienta nuestro destino.

IV

Llego y te encuentroy estás en todo aquello que me mira,entre los rumores de siempre quieta,sin pertubar el leve ademánpintado por tu mano generosa.

Irrumpo perdido y allí estás tú,inventando gestos en cada palabra,y me tiendo en tu pecho con ternura,seduciendo palmo a palmo los rinconesdel alma a la espera de esa olaque me secuestre a tu ancho mar.

Y háblame otra vez del mundoque seduce a tu sonrisa perfectaantes de que pierda pie y ruededesde esta mentira a la nada.Y sal ahí fuera y díme quedosi el hombre ha vuelto a renacer,a pesar de la grisura sublimeque nos hacen, a ciegas, respirar.Posa tus manos en mi fiebreabriendo mis carnes a la luzde tu recóndito y feraz territorio… y sorprendamos al nuevo día quetorna ya perezoso a despuntar.

I

Te eligieron los diosespara posarte, sombra imposible,por caminos de luz y abnegación;llegaste frágil, rotunda y tiernasusurrando la turbadora melodíaque intenta acariciar mi perdición;occidente tu sonrisa, seductora y ardiente,con mirada de otros tiempos,de tu cuerpo, en perfecta lógica quecimenta el cálido y suave fluir.

Sólo el suspiro que no es humanopuede quebrar el sentido de tus días;cuando la duda se agigantay te enaltece, soberbia,una sospecha de amor –apenas asido-cobra forma entre tus manos,como rastros de caricias furtivasque ya, de antaño, robamos al olvido.

II

Cuando tus ojos, siempre en danza,intentan dar razón de la alegría,una lágrima surca segurael íntimo sendero de la tristeza;entonces, por vericuetos conocidosde inhóspitos pensamientos, llegatu lucidez amarga que amansalos trémulos y lejanos ecosde esta ardiente soledad que me vive.

Y porque puedes abarcar yasegura el horizonte de tus brazos,tu cuerpo ha estampado en derredorla huella indeleble de la luz.Y así labios, manos, piel todaSe han conjurado en estampidaapurando los instantes en que tu vozcomo arrullo de paraisos perdidos,quizá estrangulados, rocía tenuela incertidumbre de nuestro misterio.

Alejo de la Orden

De la complicidad

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Nuestras vidas, además de “ríos que van a dar en la mar,que es el morir” (en los versos manriqueños) son trayectos de laciudad, caminos que muchas veces no van a parar a ningún sitiosino al principio, caminos cíclicos acaso. Pasear las calles, lasplazas, los parques ha contribuido a civilizarnos y a ser lo quesomos. Sólo cuando el hombre pisa y camina las ciudades laspuede llegar a conocer, y éstas acabar reconociéndole. Nada mefastidia más que pasar por algún lugar nuevo sin convertirme enpeatón al menos un tiempo, aunque sitios hay que se niegan aabrirse para tan poco, que te niegan su cronología corta, comoamante pasajera que rechaza el goce fugaz o comprado.

Tengo ahora la sensación de que ya no paseamos. Nosdesplazamos por las aceras de una gestión a otra, salimos detiendas y rebajas, asomamos los ojos a alguna celebración ocuriosidad del calendario festivo oficial, y poco más: sólo losniños, cuando requieren nuestro cuido, y los perros, siempre, nossacan de paseo. Mi ciudad, lo han comprobado, los fines desemana pierde sus paseantes, no por el clima y sí porque elcomercio cierra. ¿Hacemos de las ciudades meros espacios deservicios o destinos turísticos? ¿Nos exiliamos de nuestras propiasciudades, convertidas al fin en espacios productivos oreproductivos? Los domingos de la infancia, además del cine enprograma doble, eran del parque Gasset, la avenida Alarcos y elPilar, una suerte de eje sobre el que la ciudad giraba sobre símismo, especie de tiovivo de tedio provinciano en el que subíamosy bajábamos según la hora de volver a casa, el estatus social o lasmonedas para comprar altramuces y las aventuras del CapitánTrueno, aquello es historia. En los paseos del domingo la ciudadse enseñaba y se comparaba, se fagocitaba y construía unautorretrato muchas veces despiadado y hasta cruel, pienso enCalle Mayor (Bardem).

Los paseos como espacios físicos, los bulevares yajardinamientos responden a una necesidad del urbanismo y lasalubridad pública, están en la historia de Occidente de los tresúltimos siglos, los crea el hombre para su movimiento y solaz,para un mejor transporte, y es otra conquista más de la burguesía.La norteamericana Los Ángeles no tiene verdaderos paseos, suscalles son autopistas. Los paseantes transcurren sí por infinitasperspectivas de París y Viena, de Roma y Buenos Aires, o de LaHabana que enseña Alejo Carpentier en su breve y asombrosorecorrido fotográfico La ciudad de las columnas, y bajan, entre losque me vienen al texto, por el donostiarra Paseo de la Concha, elbarcelonés Paseo de Gracia, el ribereño Espolón de Burgos, lacalle Mayor de Palencia, Zocodover, Sierpes, la gaditana Alamedade Apodaca. ¿Hay espacios más maravillosos, más literarios, quese reclamen de verdad de su pertenencia a las ciudades?

Las vidas viejas de los occidentales están hechas de estosintramuros y poco más, muy poco más. De ciudades mal trazadas,tiradas sobre el plano como fruto de la conquista o los pactos defamilia, hechas sin cuento cuando el urbanismo no era una cienciay la arquitectura constituía la más hermosa de las ideacionesprácticas del hombre, pero también en otras ocasiones ejemplo dela razón puesta al servicio del poder. Mediterráneos que somos,necesitamos las calles de luz, calles y paseos que sondesembocaduras del espíritu.

Cuando ya nadie pasea las calles, porque no hay tiempoo no hay por dónde, o porque lo hemos sustituido por el jogging yel footing, cuando no por el senderismo campestre, henos aquíajenos de nuestros paseos y alamedas, amnésicos, ciegos acaso deuna mirada asfáltica, ignorantes de algo más que no seanescaparates y luces de neón. Pobres seres no paseantes.

Jose Luis Loarce

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Ilustración: HUMANOFUMA[Flick.com]

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Usté se preguntará por qué estoy escribiendo en verde. Les pedí un boli a lasmuchachas y me dieron uno de ese color. Además, ¿no dicen que ése es elcolor de la esperanza? Pues eso, que es un color bonito... Aunque yo nuncatuve de eso. Y dicen también que es lo último que se pierde. Pues mejor,

como yo nunca supe lo que es, pues otra cosa menos pa perder, ¿no le parece?

Mi padre me pegaba. No sólo a mí. También a mis hermanas y a mi madre. Primero nospegaba a nosotras, la Lucía, la Josefa y a servidora. Nos atizaba con un vergajo. ¿Que quées eso? Pues un latiguillo fino que se hace con la piel de la verga del toro. ¡No vea ustécomo nos arreaba! Luego, cuando se había despachao a gusto con nosotras y nos íbamosa un rincón a lamernos las heridas como pobres perros apaleaos, se empleaba en mimadre. La pobrecilla se ponía entremedias al principio, pero cuando vio que cobrabadoble, lo nuestro y lo suyo, decidió quedarse a mirar en un rincón hasta que le llegaba elturno. Usté no sabe el miedo que pasábamos. Bueno, al principio, porque a todo seacostumbra una. Yo nunca vertí una lágrima, ¿pa qué? ¿pa darle gusto al hijo puta? Sicuando nos ponía la mano encima un rayo le hubiese partío en dos, la tierra se habríaestremecío de felicidá, y yo con ella, aunque me hubiese partío a mí también.

Mi padre era enorme, alto como una torre. Un gigantón chulo y borracho, siempre metíoen broncas pa demostrar lo fuerte que era. Yo he sacao sus hechuras, y eso que ya soyvieja y estoy mu trabajá. Llevaba el mu canalla una muñequera con tachuelas metálicas ycuando nos daba con la mano vuelta nos hacía cortes en mitá de la cara. Pero ya le digo,ni una lágrima, ¿pa qué? Una vez me dio con uno de esos remaches en el ojo y casi lopierdo. El pincho de la muñequera me atravesó el párpado y me cortó por dentroproduciéndome un derrame. Perdí la vista durante días. A veces llegaba mu tarde, más quede costumbre, cuando ya nos habíamos acostao. Nos sacaba de la cama y nos ponía enfila. El terror, el horror, el miedo… no se pueden explicar con palabras. Usté no sabe laque se me organizaba por dentro. Un nudo en el pecho, unas ganas locas de vomitar. Usténo sabe lo que s cuando en el silencio de la noche suenan los gritos, el llanto, las quejas,el vergajo cortando el aire, el golpe de un cuerpo que cae al suelo, las patadas… Elcorazón se te vuelve loco por huir del pecho y la cabeza no te da pa entender… Nosmeábamos encima… A la Lucía la dejó sorda de un oído. Pobrecilla. Era mu menudita miLucía. Ahora con la menopausia le ha dao por engordar y tiene más prestancia y comoahora se pone esos taconazos parece más grandona. Pero entonces era mu poquilla cosa.Aquella noche pa su desgracia no tocó vergajo. ¿Se imagina usté? ¿Puede haber másdesgracia dentro de la desgracia? Pues sí. Sí que puede. Le dio con el puño cerrao. La pillódesprevenía porque estaba pendiente de los golpes que recibíamos las demás y del primerpuñetazo que le descargó la tiró contra la paré, con tan mala suerte que se golpeó contrael muro por el lado del oído derecho. Todavía recuerdo el sonido de la cabeza al chocarcontra la paré. Se quedó sin sentido y le empezó a chorrear un hilillo de sangre del oído.Pensé que la había matao. La miró mu serio y dijo: “aquí no ha pasao ná. Ni anoche, nianteanoche ni nunca. Échala a la cama y no quiero oír una voz más alta que otra”.

FRANCISCATeresa Ruiz

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Se llamaba Francisco mi padre. Yo me llamo como él, Francisca. Y luego estaba mihermano Francisco y mi hermano Juan Francisco, ese que iba por ahí con una moto sinpapeles. Es que le gustaba mucho su nombre a mi padre. Y como no quería a nadie, na másque a sí mismo, pues nos puso a tos “Paco”. Era minero. Vivíamos siete hermanos más ély mi madre en una casa, si es que a eso se podía llamar casa, de dos habitaciones. No teníacocina. Sólo un fogoncillo de carbón en el cuarto que nos hacía de estar. No había retrete.Salíamos al patio a obrar y a aguas menores. Había un chambaillo con una tabla que teníaun agujero y allí nos sentábamos casi a la intemperie, con frío, con calor, lluvia o lo quefuese... Y como no había agua corriente, pues teníamos un cubo con cal pa echar al agujero.Así era. Los nueve que éramos de familia, entre mis padres y mis hermanos, dormíamosrepartíos en el estar y un cuartucho sin puerta. Mis hermanos llegaban borrachos y élllegaba reventao de la mina, tirando de un saco con el carbón que mangaba pa calentarnosy eso, aunque le digo una cosa, ¡esa casa no la calentaba ni Pedro Botero que viniese de losinfiernos! Bueno, pues entre eso, la tranca que traía, que ya se había bebío la paga y laspalizas, caía como muerto. Como amaneció el Juan Francisco una mañana, muerto. Nosupimos por qué. Era mu reservao. Nunca nos hablaba. Una noche llegó, no nos habló,como siempre, se tendió en el catre y a la mañana siguiente allí seguía. Madre lo zarandeóun par de veces pa ver si se había quedao dormío y se encontró con el fiambre. Nuncamejor dicho porque estaba más tieso que la mojama. Y no, no es que me ría, ni que quierafaltarle el respeto a los muertos, pero al fin y al cabo era uno menos pa comer y acostarseen el cuartucho.

Yo sé que mi padre se sentía mi dueño. Le gustaba mirarme. No con intenciones usté yame entiende, ¡no que va! Estaba siempre mu borracho. Pero me miraba. Será porque tengosu mismo tipo, así alta y fuerte. Hubo un muchacho que me quería. Yo lo sé porque cuandobajaba por las mañanas a por agua me estaba esperando en la cuesta pa mirarme. Y así undía y otro, hasta que una vez se atrevió a hablarme. ¡Fue la primera y la última! Se conoceque mi padre se enteró y le atizó tal paliza que el pobre no se atrevió a rondarme nuncamás, y de hablarme ¡no digamos! ¡Que pena! Porque a mí me gustaba mucho y yo sé queera bueno. Demasiao como pa emparentar con mi gente.Total, que lo que le decía, que mi padre se creía mi dueño y me apañó una boda con unoque se juntaba con él en el bar. Era igualito de borracho que él, pero flaco y chiquitillo.Vamos, que no tenía media hostia. ¡Imagínese el papel! Yo, que le sacaba siete cabezas yaquel pintamonas enano que olía a borracho que apestaba. ¡Ciega tenía que estar una paenamorarse de él! Creo que el enano cabrón le dio dinero pa que consintiera nuestra boda.Me contaron en el barrio que fue una partida de cartas. Mi padre dijo que a él no le ganabanadie, y el enano le desafió a unas cuantas manos. Mi padre, tan confiao le dijo que siganaba le daría lo que le pidiese. Total, que se pusieron a jugar y mi marido le ganó todaslas manos y le pidió casarse conmigo, a lo que mi padre respondió que sí, que un hombrede verdá pagaba siempre las deudas del juego. Nunca lo supe de cierto, pero me llegaronlos rumores de lo que decía la gente del barrio. ¡Seguro! Total, que me casaron. ¡Cualquieradecía que no! Te llovían hostias hasta el aburrimiento. Porque eso sí, hablar no hablábamosmucho, pero golpes, ¡joder!, ¡los recibíamos a espuertas! Así que dije “sí” y nos fuimos avivir a Toledo a una casa que tenía su madre. Usté verá, con tal de perder de vista a mi padreme habría ido al mismísimo infierno, ¡fíjese usté!

Pero no crea que mi historia cambió. No. ¡Aquí fue un poco más de lo mismo! ¡El sinoque tenemos algunas mujeres! El padre te pega y el marido también. Y encima te callas y tejodes. Y si te pega el marido, pues es mu chungo, pero es un extraño y lo mandas a paseoo lo matas. Así de claro. Pero, ¿en qué lugar feo y triste se convierte el mundo cuando a unala muele a palos el ser que la ha engendrao? ¿Usté me puede decir a mí eso como se come?Te sientes sola, perdía, ya no hay lugar en el mundo donde ir, porque tas quedao sin elmayor refugio: tu padre, tu sangre. No sé si usté me entiende. Claro, que lo del maridotambién tie trago porque te ties que acostar con él. ¡Que asco! Cuatro hijas me hizo elenano hijo puta. ¡Chiquitillo pero siempre dispuesto usté ya me entiende a qué! ¡mal rayolo haya partío a él y a su madre!Un día llegó harto de vinazo, como siempre, y me levantó la mano. Estaba yo preñá de miSole, la monja, la más chica de las cuatro. Me subió una cosa por dentro, así como pa lacabeza, se me nubló la vista y le dije: “enano cabrón hijo puta, a la hija de mi madre ya nole pegas más” y con las mismas agarré una silla y se la estampé con tanta fuerza en toa lacabeza que la rompí. Esa fue la última vez que lo vi, porque agarré a mis otras tresmuchachas y tirando de ellas, los pocos bártulos que tenía y mi barriga de preñá de ochomeses me fui a un pueblo de Cuenca donde yo tenía una amiga que nos recogió hasta queparí a mi Sole y les busqué un colegio a las muchachas. Porque eso sí, mis hijas iban a tener

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la educación que su madre no había tenío. Las metí internas. ¿Que cómo pagaba?Pues verá, yo tenía una piernas mu bonitas, y tenía dientes, antes de que la piorreaesa se los llevara tos palante, que eso sí, la Junta me ha dao dinero pa unos postizos,y tenía dos buenas tetas y fumaba con mucho estilo. Así que me eché a laprostitución. Total, era lo mismo que con el enano cabrón de mi marido peroganando dinero y sin palos. ¿Cómo lo ve? En este negocio estuve hasta que mis hijasacabaron en el internao, que pa eso había trabajao su madre. Aunque pa lo que havalío...Quitando a la Sole que me ha hecho suegra de Dios, las otras... Ya ve usté ¡lavida! La madre puta y la hija monja. Pues bueno, cuando me muera digo yo quetendré enchufe pa entrar en el Cielo antes que otros, por eso de que somos parientes,Dios y yo hombre, ¡que no se entera usté!

Mi madre murió, la pobre. No pudo más con esa vida arrastrá que llevaba. A mimarido no lo volví a ver ni a saber de él hasta que me llegó una carta de la SeguridáSocial diciendo que me habían quedao quince mil pesetas de pensión de viuda.Bueno, ¡menos es ná! Aunque después de to lo que ha aguantao una...Mi padre en cambio no se moría ni con arsénico. No, si bicho malo... ya sabe usté.Cuando se quedó viudo me mandó llamar porque estaba mu malito y mis otrashermanas le habían dao la espalda. Que si no podían olvidar y perdonar to el daño yel dolor. Que si que tó lo que les había costao tirar palante. ¡Pensarían que yo estabatocando las castañuelas! Pero oiga, yo no las critico. Y como yo tampoco podíaolvidar, pensé que de viejo lo tendría to pa mí, pa vengarme. Y así lo hice. Vivíatodavía en el tugurio de mi infancia, que es en el que hoy vivo. Hombre, tambiénvine porque no tenía donde ir y ya estaba cansá de hacer la calle. Las muchachas yano estaban en el colegio. La Sole en el convento, la Paca casá, y de las otras dos, ¿quéquiere que le diga? Pues que no son mu normales y me va a tocar cargar con ellas pasiempre. ¡A ver! ¿Qué espera usté, con ese padre y ese abuelo? Claro, ¿y quién va aquerer tirar de semejantes joyas? La una trastorná, que está más pacá que pallá; la otramedio epiléptica y con una enfermedá mu mala en los huesos. Esto sólo lo aguantauna madre. Oiga, y que me duren muchos años, que son mías y las quiero más quea ná, aunque no sean mu normales.

Total, y pa no perder el hilo, que mi padre me llamó y que yo acudí, que con mi pagade viuda y la del abuelo podíamos vivir mu ricamente las tres y además nos podíamosacoplar en la casa. Y eso, que nos vinimos de vuelta al pueblo a cuidar del abuelo.Eso sí, como ya le he dicho, me vengué de tó lo que me había hecho. ¿Qué el abuelose cagaba? Pues mu bien, yo lo dejaba con la mierda en el culo to el día, y ustéperdone por el palabro. ¿Qué se meaba? Pues lo mismo. Yo le decía “¿ahora no mepegas, eh, mocetón?” Se le salían espumarajos por la boca de la misma rabia. Y novea usté lo que yo disfrutaba. Y también le decía “¿dónde está el vergajo,pegamadres?” Me miraba con un odio... Yo, hasta me olvidaba de darle de comer,pero aposta, usté ya sabe. ¿Qué se caía de la cama? ¡Uy, que pena! A mí se meolvidaba levantarlo. Y le decía también. “jódete, que esta casa va a ser pa mí cuandote mueras, y eso no va a ser mu tarde”. Bueno, y cosas así. Hasta que un año deaquellos le dio un telele y estuvo agonizando dos o tres días. Yo pensaba ¿a ver si vaa ser que al final Dios existe? Y luego cascó y yo me quedé con la casa porque mishermanos no quisieron ná y además, después de haberlo aguantao to la vida me lomerecía. Nadie dijo ni “mu”.

Al final me he enrollao. Que como tengo dos hijas a mi cargo, que ya se lo he dichoantes, ¿no?, y que no están mu bien. Y que a la vista de la vida que he tenío y que dená me valió en el juicio, porque el abogao era de oficio. Y que yo sé que unaacusación de asesinato es mu gorda. Aunque, oiga, ¿cómo se sabe que yo lo maté?Yo sólo le dí un golpe con una silla y lo dejé allí sangrando. Pero muerto, lo que sedice muerto, a mí no me lo pareció. Bueno, que a lo que iba, que si le podrían dar amis hijas un permiso especial pa que pasen la tarde entera conmigo. No es por mí,es por ellas, que lo están pasando muy mal las pobres; además, ellas solas no segobiernan y me van a hacer un desaguisao en la casa. No va a ser por mucho tiempo,que la abogá que me han puesto las de la asociación de mujeres maltratás (benditassean) dice que no va a ser por mucho tiempo, que la sentencia va a ser favorable. Soyuna mujer inofensiva, que ha luchao y ha pasao na más que calamidades. ¿Usté nocree que ya he pagao tó lo que tenía que pagar? Y mire, pa mí la única condena esestar lejos de mis hijas, que pa estar entre cuatro paredes lo mismo me da estar aquíque allí.

Ilustración: CARITO [Flick.com]

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“¡Abrazaos, millones de criaturas!”.

(“A la Alegría”Oda de Friedrich von Schiller,

“Novena Sinfonía” de Ludwig van Beethoven.)

PERSONAJES:

NARRADORHERMANN: soldado del ejército alemánNATALIE: Suboficial enfermera del ejército francés.

ESCENA ÚNICA

Ginebra, Suiza, 1940.

Fundidos de sonidos de guerra: canción de marcha de la Wehrmacht, discurso de Hitler, sirenas,picados de caza-bombarderos, ruido de artillería, alternado con ráfagas de ametralladora, órdenes a lastropas, ladridos de perros policías, y gritos de dolor.Silencio. De pronto, el panorama acústico de la contienda da paso a un ambiente sonoro antitético quesugiere la vida: cantos de pájaros, el ruido de un manantial y una canción francesa musitada por una vozde mujer.

NARRADOR:Los paseantes en aquella apacible mañana dominical de Ginebra se detenían y cuchicheaban en corros comentando unaextraña escena, que se veía en el templete de música sobre la verde colina que presidía el parque.

Una suboficial francesa con el brazalete de enfermera apuntaba con una especie de diminuta pistola a un soldado alemán.Pero en lugar de llevarlo a Francia lo había conducido a la neutral ciudad suiza, y en vez de encerrarlo en el calabozo, lohacía subir a un templete sin paredes. Y además la mujer no cantaba un himno sino una cancioncilla francesa de amor.El alemán desde luego no tenía cara de miedo, si acaso de confusión. Los uniformes de ambos estaban llenos de barro yrasgados por las alambradas. La mujer, atractiva incluso con las feas gafas de sol de campaña, mostraba una estrellaamarilla cosida en su chaqueta. El alemán no podía ver ya que una venda le tapaba los ojos, y sobre su pecho brillabauna armónica colgada con una cadena.

Sin duda aquella era una pareja extraña, incongruente, que suscitaba una expectación creciente entre los lugareños,convertidos en un público espontáneo.

NATHALIE.- Fin del trayecto, Hermann

HERMANN.- Gracias por todo, Nathalie: ¿Me entregarás a las autoridades francesas, verdad?

NATHALIE.- No temas por eso.

Momento estelarRoberto Lumbreras.

RAD

IOTEATRO

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HERMANN.- Entiendo. Me llevarás primero a un hospital militar. (Transición.) Se oye un alegrebullicio. ¿Es París?

NATHALIE.- Ginebra. Y no te entregaré a las autoridades francesas; ni te dejaré en ningún hospitalmilitar. Estamos en Suiza, Hermann. En un cantón francés. Eres libre. Aunquetendremos que pasar aquí una larga temporada. El mundo está en guerra. Tú eres undesertor, y ahora yo también. Tuviste suerte de encontrarme en tu camino, y de quefuera una sub-oficial enfermera. La pistola con la que te he conducido, no era tal pistola:era mi otoscopio. Por cierto, tus ojos están ya muy bien. Hoy mismo te quitaré la venda.

HERMANN.- No sé como podré agradecerte esto, Nathalie. Me dijiste que eras teniente-enfermera.Pero más pareces una voluntaria de la Cruz Roja.

NATHALIE.- Casi: voluntaria de la estrella amarilla.

HERMANN.- ¡Qué chistosa eres! ¿De qué causa eres tú? ¿Eres una de esas pacifistas infiltradas,verdad? ¡Si os hubiéramos hecho caso a tiempo...!

NATHALIE.- Bueno, ya estás a salvo. Y confío que recuperado del todo. Tenemos que trabajar. Poreso te he traído hasta aquí. El público va llegando por la ladera espaciadamente. Esdomingo y hace una mañana espléndida.

HERMANN.- ¿Dónde estamos? ¿Qué se supone que vamos a hacer?

NATHALIE.- Estamos dentro de un templete, en un parque diáfano que se confunde con el campo.Aquí la gente toca música, recita poesías y muestra su arte en las mañanas dominicales.Como ves, no sólo te he salvado la vida, sino que te he conducido a un lugar para quecomiences desde hoy mismo a ganártela. A ganárnosla. Yo también tengo motivos parapedir la carta de exiliado: actuaremos juntos. Tú sabes tocar y yo cantar.

HERMANN.- Celebro que sigas a mi lado. Me había acostumbrado a ti y a tus amables curas. Sientoque hacemos una buena pareja... Quiero decir, un buen dueto.

NATHALIE.- (Divertida) Te lo confirmo: nuestro aspecto armoniza muy bien. Vamos uniformadosde desertores. Una delegación de desertores de dos viejas naciones rivales. Alguno hastapensará que nos hemos enamorado vigilándonos con el periscopio día tras día.

HERMANN.- O que en el momento del asalto nos hemos excitado con el contacto cuerpo a cuerpo.(Sonriendo) No, esto no lo creerán.

NATHALIE.- No lo creerán, pero querrían creerlo. En estos tiempos la gente anda necesitada dehistorias tiernas y románticas.

HERMANN.- Puede que tengas razón. Y ahora que lo pienso, tu gesto me resulta familiar: Losmiserables, de Víctor Hugo. Pero ¡qué digo!; ¡tu gesto es todavía más noble y arriesgadoque el de esa novela!

NATHALIE.- No me había percatado. Es bonita la reminiscencia. Y sí, puede que hayamos superado aVíctor Hugo. La realidad supera la ficción, a veces para bien. Es esperanzador pensarque hay mucha más poesía en la propia vida que en los libros que la reflejan, que lapoesía no son sólo frases hueras que inventan los escritores.

HERMANN.- Es verdad. (Transición.) Nathalie, me escuecen los ojos.

NATHALIE.- Buena señal. Estoy segura de que hoy mismo volverás a ver.

(Pausa.)

HERMANN.- (Grave.) Nathalie: los ojos me escuecen porque me has hecho llorar... Hacía tiempo queno lloraba de emoción. Tu gesto me ha llenado de una fuerza beatífica. Siento el efectosaludable de la hermandad entre los hombres.

NATHALIE.- Veo que estás curado. Y ahora me refiero a otro tipo de ceguera. La de la razón, la delespíritu. La venda que te hacía extraviar ha caído. (Transición. Bullicio humano)¡Hermann!

HERMANN.- ¿Qué ocurre ahora?

NATHELIE.- El público ya va ocupando los bancos. Ha participado de los oficios religiosos, cada cuálel de su credo o rito. Y ahora se ve resplandeciente, formando parte de unacongregación aún mayor con sus conciudadanos. (Silencio en la muchedumbre.) Elpúblico ha dejado de hablar. Está expectante. Tendremos que comenzar a trabajar.

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HERMANN.- Qué lástima. Me hubiera gustado seguir esta conversación tan... prometedora.

NATHALIE.- El público no sabe si va presenciar música o una pantomima. Pero está radiante yentregado. Aquí la gente es despierta, y muy abierta. Intuyen que habrá algo especial.Sus caras están relajadas, pero sus ojos están atentos: esperan el asombro. Saben quevenimos de la guerra. Saben que nuestros uniformes son antagónicos. Pero nuestrassonrisas, son las sonrisas de la cordialidad.

HERMANN.- Tocaré la armónica.

NATHALIE.- Primero tenemos que presentarnos.

HERMANN.- ¿Y nos comprenderán? Tengo entendido que Suiza es una torre de Babel. Un refugiopara exiliados de todo el mundo.

NATHALIE.- Hay lenguajes universales: la música, la pantomima... la sonrisas y las lágrimas.

HERMANN.- Lenguajes muy contagiosos.

NATHALIE.- En efecto. Por eso el arte siempre ha molestado a los tiranos. Especialmente el teatro.(Transición. Se incrementa el bullicio de la muchedumbre).

HERMANN.- Cada vez hay más murmullos. Espero que vengan muchos. Tenemos que vivir del arte;sin son pocos, que sean al menos generosos.

NATHALIE.- Hay ya un centenar. Parece gente amigable, y yo diría que hasta cultivada. Aquí haymuchos congresos, muchas fraternidades, muchas asociaciones de pacifistas yfilántropos Ellos se lo dirán a los otros. (Transición).

HERMANN.- (Limpia la armónica) ¿Te gustaría alguna canción en especial? Elígela tú, Nathalie:quiero dedicártela.

NATHALIE.- Gracias. Una que sea universal. Pero que no sea Lilí Marlen: esa una canción cursi yencubiertamente belicista. Hermann, templa tu armónica para tocar algoverdaderamente armónico. ¿Qué tal algo alemán y que sin embargo proclame lahermandad entre los pueblos?

HERMANN.- Eso iba a tocar: La Oda a la Alegría de Schiller y Beethoven.

NATHALIE.- Es perfecta.

(Pausa).

HERMANN.- Te has quedado muy callada de pronto, Nathalie.

NATHALIE.- Estoy viendo pasar un ilustre exiliado en Suiza. Los nazis echaron un libro suyo a lahoguera. Quizás su nombre te suene. Su nombre es... Stefan Zweig.

HERMANN.- ¡Claro que me suena! ¡Cómo no me va a sonar! Teníamos en clase un libro suyo... era untexto obligatorio en muchas escuelas de Alemania, un libro aleccionador, sobre lasgrandes gestas del hombre... No recuerdo ahora el título...

NATHALIE.- "Momentos estelares de la humanidad".

HERMANN.- ¡Eso es! ¿Y dices que lo quemaron los nazis?

NATHALIE.- No te hagas el ignorante, Hermann. Había listas en toda Alemania de los librosprohibidos, listas por todos conocidas. Ese libro tuvo que desaparecer forzosamentede librerías y bibliotecas.

HERMANN.- Perdona el disimulo. Me dio vergüenza admitirlo.

NATHALIE.- No te dé vergüenza admitir los errores. Es lo primero para mover a la víctima alperdón.

HERMANN.- Desde luego, esa quema ritual no fue ningún momento estelar de la humanidad. Meavergüenzo. Sí, me avergüenzo de los míos, y también de mi pasividad. Me avergüenzode mi cobardía. (Transición. Apesadumbrado) Coge mis prismáticos, Natalie, y dime:¿Cómo se le ve a Zweig? ¿Está triste?

NATHALIE.- Se le ve pensativo, escéptico; y yo diría que nostálgico. ¡Pobre Stefan! Lleva en el propionombre al patrón de su Viena querida, y le acusan de extranjero. Le han echado de su

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casa tres veces los invasores, y le llaman a él invasor. Le han robado sus pertenenciastres veces, y le acusan a él de ladrón. Ha elevado la lengua alemana a lo sublime, y ahoraprohíben sus libros.

HERMANN.- Oí por la radio que Zweig era un sibarita y un egoísta que coleccionaba cosas valiosas.

NATHALIE.- Más bien lo contrario: gastaba su dinero en recuperar manuscritos de Mozart yBeethoven. Zweig era más austriaco que muchos austriacos. Mucho más noble quemuchos nobles. Estuvo presente en la demolición del viejo Burgtheater de Viena. Sellevó un pedacito de viga como reliquia: allí había estrenado su divino WolfgangAmadeus.

HERMANN.- ¿Tienes tú el librito de Zweig?

NATHALIE.- Lo tengo. Pero en versión francesa.

HERMANN.- No importa. Quisiera tenerlo un momento entre mis manos.

NATHALIE.- Haré algo más: te lo regalaré. Creo que, más que leerlo, necesitas estrecharlo contra tupecho. Debió de ser para ti una gran perdida. Tómalo: Acéptalo como un regalo.

HERMANN.- Gracias. (Emocionado) ¡Cómo sabes leer en mi alma! Ese librito sirvió para forjarnuestro carácter, nos elevó a cotas muy elevadas. (transición). Lo siento. Me he vuelto aemocionar. Los alemanes parecemos muy fuertes pero somos también muysentimentales. Por algo Heine nos llamó "robles místicos".

NATHALIE.- Emociónate, Hermann. El tratamiento médico no lo prohíbe. Al contrario: la caldera detu corazón, necesita liberar presión. (Transición.) ¡Ya veo a Zweig! Se acaba de levantara saludar a... creo que es... ¡Richard Strauss! Sí es él. ¡El gran compositor alemán! Y llevauna batuta. Creo que después de nosotros va a haber un concierto. Ahora se abrazan.

HERMANN.- (Feliz). No es de extrañar. Son amigos. Y colaboradores. Últimamente, Strauss hatenido problemas con las autoridades alemanas. Exigió que constara el nombre deZweig como el libretista de su ópera, y... claro...

NATHALIE.- Estoy al corriente. También de la renuncia a su cargo en la Cámara de Música delReich. Tuvo que ver con una carta que le interceptó la Gestapo. Un alegato contra elrégimen. Lo tenían vigilado. Si no es por su fama, lo hubieran procesado.

HERMANN.- Me reconforta saber que todavía hay alemanes con principios. No está todo perdido.(Transición.) Nathalie: ¿No estamos haciendo esperar mucho al público?

NATHALIE.- Oh, no te lo quise decir, pero la representación ha comenzado hace ya un rato. Ellosescuchan y ven atentos cada detalle.

HERMANN.- ¿Has dicho "escuchan"? ¿Cómo lo sabes?

NATHALIE.- Es como si estuviese allí. Lo veo con los prismáticos. Una persona se ha prestado a leeren nuestros labios y está transcribiendo con señas nuestro diálogo; y otro voluntario locomunica con palabras a la audiencia. Estamos conectando con ellos, Hermann. Hayempatía. Y no dudo de que se producirá la catarsis. Parece increíble, Hermann, peroalguno en el público se ha emocionado contigo.

HERMANN.- Sí que lo creo. Yo también en su tierra de tolerancia he comenzado a ser tolerante.(Transición). Estoy listo para tocar para ellos. Pero quisiera verlos.

NATHALIE.- Aprovechemos que esa nube ha tamizado el sol. Te quitaré ya la venda.

NARRADOR.:Nathalie abrió un botiquín de campaña. Hermann esperaba aquella cura como el momento más placentero del día.Natalie le quitó la venda con cuidado. Y luego de observarle los ojos, se los limpió con suma delicadeza y le colocó suspropias gafas de sol.

NATHALIE.- Tus párpados ya filtran la claridad. Comienza a abrir los ojos progresivamente.(Transición) ¿Sabes porqué te recogí de la trinchera? Llorabas cegado en un cráter de obús,abandonado por los tuyos. Llamabas a tu madre… (con una media sonrisa) ¿o quizás a tu novia?

HERMANN.- Mi madre. Es una mujer buena. Pensé que no iba a volver a verme. Pensaba en susufrimiento. Ella no se merecía mi torpeza. Mi torpeza de alistarme. Mi torpeza de ser una millonésimaparte que respondía maquinalmente ¡Heil! a cada "¡Heil!", en esa nación enloquecida; la nación que yano parecía la patria de Kant de Goethe, de Bach…

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NATHALIE.- Contemplé tu llanto, no pedías auxilio, llamabas a tu madre con una congoja que merompía el corazón. Tú, allí, tan fuerte y a la vez tan desvalido, un gigante llorando al igual que un niño.Me pareciste el gigante bueno del cuento de Oscar Wilde.

HERMANN.- ¡Qué bonito es ese cuento de mi infancia! También lo quemaron. Fue una Sección deAsalto de mi distrito. Yo no participé. Pero tampoco me enfrenté a ellos. Y de nuevo perdí unmaravilloso cuento escrito por un genio…

NATHALIE.- Un genio homosexual, que hubiera llevado la estrella rosa…

HERMANN.- Así es.

(HERMANN se percata con estupor de la estrella de David amarilla, que lleva prendida NATHALIE).

HERMANN.- ¿Estoy viendo bien? ¿Qué es eso que llevas cosido en tu uniforme? ¿No es una estrellaamarilla?

NATHALIE.- Exacto. La estrella distintiva de los judíos.

HERMANN.- Pero tú eres francesa. ¿Quién te la ha puesto?

NATHALIE.- Nadie. Me la he puesto en solidaridad con mi raza. Soy judía. Y también francesa.Irrenunciablemente.

NARRADOR:Hermann miró embelesado el rostro de Natalie. Le parecieron absurdos los uniformes, las insignias, y la estrella de Davidamarilla cosida en la guerrera de aquel ángel.

HERMANN.- Y bella. ¡Eres bella y el alma que se trasluce te hace ser más bella aún! Eres un sermaravilloso. Confieso que tu voz, y tus caricias al sanarme me volvían loco.... (Se azora.Transición.) Quítate esa estrella, Nathalie. Tengo miedo por ti. No quiero que te pasenada malo. Dámela a mí: ahora la llevaré yo; ahora debo ser yo el que muestre misolidaridad contigo, con tu pueblo y con todos los que hemos perseguido.

NATHALIE.- (Le entrega sonriente la estrella amarilla que HERMANN se pone en la solapa, tapandoel águila de la Wehrmacht.) Hemos convertido la marca de la xenofobia y el racismo enun símbolo de hermanamiento.

HERMANN.- ¡A qué abismo nos han empujado! Nos incitaban al odio con historias terribles sobrejudíos. Os culpabilizaron de la "trata de blancas".

NATHALIE.- Es verdad. Pero no os dijeron que fue también un judío el científico que acabó con lasífilis. Una ironía del destino.

HERMANN.- Hasta algún predicador nos incitaba recordando que los judíos mataron a Cristo.

NATHALIE.- Pero olvidabais que Jesús de Nazareth era también judío. ¡Nueva ironía!

HERMANN.- ¡Nathalie! ¡Date la vuelta! La pradera ya está llena de gente. Están callados. En la colinahay una orquesta desplegada.

NATHALIE.- Y una multitud de hombres y mujeres se encuentra formada en la cúspide; ¡Es un coro!Esperan. Esperan con la mayor paciencia. Hermann: todos te miran, te sonríen, teaniman.

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HERMANN.- ¡Como si una humilde armónica fuese a dar un gran concierto! No puedo hacerlesesperar. Aunque temo hacer el ridículo. Esta armónica debe de sonar tan floja como undiapasón.

NATHALIE.- (Divertida.) Y en este templete debemos parecer dos figuritas de una caja de música.(Transición) El director de la orquesta me hace señas. Iré yo a ver qué desea denosotros.

NARRADOR:Hermann respiró hondo, se concentró, y comenzó a ensayar el pasaje de Oda a la Alegría en la Novena sinfonía deBeethoven. (Suena en la armónica) Al acabar se oía la voz de Natalie que llegó dando saltos de entusiasmo.

NATHALIE.- ¡Herman, Están preparados! ¡Han interpretado nuestro deseo! Cantarán los coros de laOda a la alegría. En efecto, tu armónica les ha servido de diapasón. Has dado el tonode humanidad que necesitaban. Ahora la fraternidad se manifestará en una música tanpotente como conmovedora. Escuchémoslos ahora.

HERMANN.- Escuchemos esa música. Es el himno de la única y verdadera patria: la patria delEspíritu.

(Se oye, impresionante, el tutti del coro con laOda a la Alegría de Schiller-Beethoven.)

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