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Introducción...............................................¿Quiere que le recite?.................................Osorio.........................................................La cultura en los años cincuenta..............La popularidad de Rivera..........................Políticas Nacional e Internacional de Rivera.........................................................El que no llegó a presidente.......................Historia de Los Churumbeles....................La toma de posesión de Fidel Sánchez......Fidel............................................................Fidel y Corea..............................................Los prendedores de Fidel...........................Los amigos de Fidel...................................La campaña presidencial...........................Sánchez Hernández y el terrorismo..........El gobierno del Coronel Arturo Armando Molina........................................................La verdadera historia de un arzobispdo..La Transformación Agraria......................Confesiones sobre la Transformación Agraria en El Salvador..............................

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Contenido

LO QUE NO CONTÉ SOBRE LOS PRESIDENTES MILITARES.

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Comentario del autor................................El corto gobierno del General Romero......

Apéndice....................................................El presidente Osorio visto por el presidente Molina

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Lo que no conté sobre los presidentes militares© Irma Lanzas, heredera de Waldo Chávez

Velasco, 2006

Edición DigitalSan Salvador, El Salvador, C. A.

© LEA Editorial 2016.

Derechos reservados. Esta publicación está protegida por la Ley de Derechos de Autor y no puede ser preproducida total ni parcialmente en ninguna forma ni por ningún medio, incluidos la fotocopia y el archivo electrónico, sin la autorización previa y por escrito de la Editorial. Su

contravención es constitutiva de delito y habilita a los titulares del Copyright a exigir

las sanciones correspondientes.

Introducción

Conocí a Waldo Chávez Velasco a prin-cipios de 1949 cuando él tenía 16 años

y yo 15. Un intercambio de miradas desató un torbellino, un romance, muchos versos y car-tas. El amor de adolescentes maduró y, frente a la tumba de San Francisco de Asís, ante Dios, sellamos el compromiso de estar unidos en los buenos y en los malos tiempos “hasta que la muerte los separe”. Mantuvimos la promesa hasta que esto último sucedió el 8 de julio de 2005, fecha en que Waldo, adelantándoseme un poco, se salió del mundo y estará en algún sitio esperándome para que continuemos el viaje que iniciamos hace tantos años.

Waldo comenzó su carrera literaria sien-do todavía un niño. Cuando lo conocí ya ha-bía sido director de la “Página Infantil” de La Prensa Gráfica y era en ese momento director del periódico Alma Joven que publicaba su co-

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legio, mientras yo dirigía la Revista de la Es-cuela Normal España.

Al terminar el bachillerato comenzó sus estudios de Derecho en la Universidad de El Salvador. Dado que venía de una familia po-bre, trabajaba, lo cual no le impedía encontrar el tiempo para estudiar y visitarme a diario, pues ahora yo también, ya graduada de maes-tra, trabajaba en San Salvador.

Ese año, 1952, fue mágico. Entre paseos en las tardes de verano, o empapados por la lluvia, florecíamos. Ambos éramos lectores in-cansables, y el amor que sentíamos por la poe-sía nos unía entrañablemente. Queríamos ser buenos poetas. Pero Waldo también tenía ta-lento para otros estudios y obtenía excelentes notas en sus materias de Derecho. Por esto, y por sus publicaciones en los periódicos, en su mayoría de poesía, se había ganado por ese entonces un lugar como “joven promesa” en el mundo literario salvadoreño.

A principios de ese año participó junto a otros compañeros universitarios en un re-

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tiro ofrecido por el Seminario San José de la Montaña. A raíz de esos momentos intensos escribió unos poemas que hicieron creer a al-gunos que podría inclinarse al sacerdocio. Po-cos meses después ganó el primer premio en el concurso de poesía promovido por la Univer-sidad de El Salvador, con un poema titulado “Canción de amor para la paz futura”. Esto dio lugar a que le ofrecieran una invitación para participar en el Congreso por la Paz que se realizaría en Pekín. Me pidió mi opinión y yo lo animé a que aceptara pues era un premio por su hermoso poema y me parecía que, para alguien que solamente había viajado a Guate-mala, esa era una oportunidad de ir a conocer el mundo, que según decía Ciro Alegría, era “ancho y ajeno”. Y así, con la curiosidad y el entusiasmo de sus 19 años, se fue el muchacho con la promesa de que en unas cuantas sema-nas me traería un lindo kimono.

Esta aparente separación de ahora me hace recordar aquella primera, que siempre nos pareció que fue la cosa más absurda que nos había sucedido. Cuando quiso volver no lo dejaron entrar al país, pues según la forma

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de ver en aquellos años de la llamada guerra fría, ese viaje a territorio prohibido lo había convertido en miembro del Partido Comunis-ta, y por tanto en alguien peligroso. Fue una desilusión para Waldo y aún más para mí, que sabía lo que a él le interesaba, lo que amaba, y que, siendo un espíritu libre, no habría podido someterse a ninguna clase de sectarismo ideo-lógico.

La magia se esfumó antes de que termi-nara el año: Waldo entró a la categoría de exi-liado, y yo “fui como la tarde que se queda sin pájaros”.

Se radicó entonces en Costa Rica desde donde envió cartas a varios periódicos acla-rando su posición. En una carta abierta pu-blicada en el periódico Patria Nueva, en 1953, dijo: “Por haber ganado un premio universita-rio con un poema, y expresado en él, sin cre-dos, sin consignas —que nunca las tuve— mi devoción pacifista, fui invitado por el Congre-so Mundial de la Paz para asistir a él”. Y más adelante expresa: “No veo por qué luchar por la Paz, por la Paz, así, sin adjetivos, y asistir a

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un congreso por ella, lleve implícito un com-promiso moral con el comunismo. Yo no he adquirido ninguno, y únicamente he reafirma-do con mi viaje la certeza de que la lucha por la Paz es un grito arrancado del corazón de los pueblos, y no de códigos marxistas, capitalis-tas, religiosos o ateos.”

En 1954, en carta al director de Diario Latino, renueva lo que era ya casi un clamor: “Ya expliqué por la prensa nacional los moti-vos y causas de mi viaje al Congreso por la Paz que se celebró en Pekín en 1952, y, con carácter definitivo, deseo aclarar la total falsedad de las afirmaciones que me imputan una determina-da orientación política. Ni antes, ni ahora, he pertenecido o pertenezco a ninguna organi-zación política nacional o internacional.”

Fue un período frustrante para él y para mí pues no comprendíamos cómo la decisión quizás ingenua de ambos, de que hiciera aquel viaje, traería como consecuencia el que estu-viéramos separados por algo de lo que él no participaba.

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Afortunadamente hubo oídos que lo es-cucharon. El escritor Serafín Quiteño le habló al presidente Osorio de la tremenda injusticia que se le estaba haciendo al joven poeta y el presidente decidió ofrecerle una beca para ir a estudiar a Italia.

Partió hacia Europa y por sus cartas me di cuenta de que había entrado a un mundo cultural que le ofrecía muchos retos y oportu-nidades. Al poco tiempo ya estaba inmerso en él y comenzó a enviar una serie de artículos con los que quería compartir su vivencia de la Europa literaria de aquél momento.

Un tiempo después llegué yo también a estudiar Filosofía y Letras a la universidad de Bolonia en donde Waldo seguía su carrera de Leyes.

Vivimos muchos años allí y en otros paí-ses. La vida estudiantil era muy rica. Museos, teatro, cine-clubes, exposiciones de pintura, música, hacían que, además de la excelencia de las universidades, la formación de una base cultural amplia se diera en forma natural.

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Waldo era muy inquieto, gran lector, y tenía una extraordinaria capacidad para dominar diferentes disciplinas. Se distinguió como un buen estudiante de Derecho, pero llegó a ser director del Teatro Universitario de Bolonia. Leía novelas de suspenso y ciencia ficción y participaba como ponente en los foros de His-toria del Arte. Estudiaba Ciencias Políticas, Historia, Comunicaciones, y preparaba los mejores espaguetis que puedan existir. Debo reconocer que era mejor cocinero que yo.

Después de su época de estudiante Waldo trabajó como director del teatro de Bellas Artes de El Salvador, luego ingresó al servicio diplo-mático en Austria y Alemania, y ya de regreso al país estuvo en Casa Presidencial en el últi-mo año del presidente Julio Adalberto Rivera. Aquí se inicia el período de su vida en que tuvo una relación cercana con algunos presidentes militares. Por un tiempo fue director fundador del periódico El Mundo y allí estaba cuando el presidente Fidel Sánchez Hernández le pidió que le llevara las comunicaciones de su gobier-no. Waldo pasó a dirigir el Centro Nacional de Información y trabajó como comunicador

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en ese período y en parte del siguiente, con el coronel Arturo Armando Molina. Con este úl-timo y en el breve tiempo del general Carlos Humberto Romero, también fungió como cón-sul general en Nueva York.

Con todos los presidentes con quienes trabajó desarrolló una relación de amistad y cariño. Quizá por ello quiso escribir sobre sus vivencias durante ese tiempo, además de que vio que había muy buen material para un tra-bajo literario.

Waldo Chávez Velasco nació para ser es-critor. Era sorprendente su creatividad y la pa-sión que ponía en todo lo que hacía. Una vez que comenzaba algo escribía con una tremen-da rapidez como si las ideas le empujaran los dedos para que les diera vida en el papel.

Cuando vivíamos en Madrid (1962) llegó a la casa con las bases del viii Certamen Na-cional de Cultura en la rama de Cuento, pero, por haberlas recibido muy tarde, casi no había tiempo para participar. Sin embargo, se puso en su maquinita y en tres semana escribió su

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libro Cuentos de hoy y de mañana, con el que ganó el primer lugar. Con el dinero del premio compramos el primer carro nuevo que tuvi-mos.

Aunque trabajó en diplomacia, periodis-mo, publicidad, teatro, comunicaciones, siem-pre encontró momentos para escribir algún cuento, poema, ensayo, o para hacer apuntes de novelas que desarrollaría después.

Esto lo hizo en la última década de su vida, en la que revisó y publicó bastantes obras, aunque varias se quedaron inconclusas.

Sin embargo, el día en que sorpresiva-mente se fue tenía cita con sus editores para acordar detalles de la publicación del que pasó a ser su último libro.

Con todo el respeto que merece una obra póstuma, y tomando en cuenta las indicacio-nes que Waldo dio a sus editores, se publica ahora Lo que no conté sobre los presidentes militares.

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Este no es un libro de Historia. Es un li-bro anecdótico que narra en forma amena al-gunos episodios del período de los presidentes militares, con los que tuvo una relación de tra-bajo, en la forma en que los vio. Combina esto con una apreciación de lo que consideró que habían sido algunos logros obtenidos por ellos en beneficio del país, así como las dificultades por las que pasaron los presidentes, y que a ve-ces solo pueden saberlo quienes están cerca de ellos.

Waldo manejaba una ironía sutil, produc-to de su conocimiento de los maestros europeos que la cultivaban, así como de la picaresca, cu-yas obras disfrutaba y admiraba grandemente. Aquí, como en otros de sus trabajos, ha dejado ese sello personal que yo diría no solo es un es-tilo literario sino un estilo de vida, es la forma en que él reaccionaba ante el mundo.

Un ejemplo de ello es la respuesta que dio cuando, después de haber estado tres semanas en coma a raíz de una operación del corazón, abrió por primera vez los ojos dando señales de que ya reconocía su entorno. Yo señalé a la

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enfermera de turno, que era bastante fea, y le dije: esta es la señorita que te va a cuidar, se llama Linda. El la miró fijamente, frunció el entrecejo y con una rapidez increíble contestó: ¡Pues como que se equivocaron de nombre! Esto me dio la seguridad de que después de todo había quedado con su misma forma de ser. Debo aclarar que el personal del hospital en que estábamos no hablaba español.

Al publicar este libro hago realidad el deseo del escritor con el que compartí mi vida por más de medio siglo y del esposo y padre, que amó profundamente a su familia, de la cual en muchas ocasiones afirmó sentirse orgulloso.

Cumplo también con mi deber de ofrecer a los lectores una obra para ser disfrutada, escrita por alguien que conocía su oficio y que por ser tan libre (nunca pudo pertenecer a ningún partido político, logia, grupo esotérico o religión) trató los acontecimientos con un refinado y amplio sentido del humor.

Con amor entregué su cuerpo a la tierra de su país, donde quería descansar, y con amor

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entrego estas páginas llenas de su espíritu para que siga viviendo en quienes lean Lo que no conté sobre los presidentes militares.

Irma LanzasSan Salvador, junio de 2006

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¿Quiere que le recite?

Tenía 7 años de edad cuando estuve al frente del primero de los presi-

dentes militares que conocería en mi vida. A los maestros se les había ocurrido efec-tuar una serie de presentaciones artísticas en Guatemala, y como la única posibilidad de conseguir transporte era pedírselo en au-diencia al “Excelentísimo Señor Presidente, General Maximiliano Hernández Martínez”, me llevaron a la que les fue concedida porque yo participaba en teatro y declamaba poemas en las escuelas públicas.

Yo estaba fascinado por su magnética presencia y por la sensación que me producía estar frente a un gigantesco lagarto de obsidiana. Él debió de haberse percatado de la profunda atención con que lo miraba porque, de entre todos los niños que habíamos sido llevados ante él, se dirigió a mí y, con su voz

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profunda, más de bajo que de barítono, me preguntó quién era yo.

—Yo —dije—, me llamo Waldo, Waldo Chávez. Me gusta declamar poemas en las escuelas. ¿Quiere que le recite un verso?

Hubo un silencio sepulcral en el largo despacho. Temí que me comiera el lagarto.

—Waldo Chávez —dijo el Presidente—, si querés recitar, recitá; si no querés, no recités.

Yo aproveché el momento, di un paso adelante y recité una estrofa de “El nido”, de Alfredo Espino:

Es por que un pajarito de la montaña ha hecho en el hueco de un árbol su nido matinal, que el árbol amanece con música en el pecho, como que si tuviera corazón musical.

Después de un corto silencio, el general me abrazó y me dijo que había estado “bueno”.

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No sé si mi participación contribuyó a obtener el transporte. Tal vez no, pero el he-cho es que, a la semana siguiente, maestros y niños íbamos rumbo a Guatemala gritando en los camiones del ejército.

Antes de su llegada, El Salvador vivió por muchos años en la más completa Edad Media en los aspectos social y económico. La economía se basaba en el café —que co-menzó a ser cultivado hacia 1880 y que tuvo como principal impulsor al capitán general Gerardo Barrios, quien fue fusilado deba-jo de la ceiba del Cementerio General por órdenes de un millonario y político llamado Miguel Dueñas—. Por entonces eran varios los bancos que tenían la facultad de emitir billetes, y en las fincas y haciendas cafetaleras no se pagaba con dinero, sino con fichas que solo podían ser cambiadas por alimentos o artículos de consumo en la tienda del patrón de la hacienda.

Todo eso cambió de forma drástica en diciembre de 1931, cuando se produjo un golpe de Estado contra el entonces presiden-

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te Arturo Araujo y asumió el poder el general Martínez, vicepresidente electo de la repúbli-ca, tal como estipulaba la Constitución.

El presidente Araujo (1878-1967) era un rico empresario que había caído en un popu-lismo total, quizá debido a la lectura del escri-tor Alberto Masferrer (1868-1932), de quien consta en los registros que solo estudió la primaria. Masferrer escribía gracias a mucho romanticismo y sentido común. Sus princi-pales libros fueron El dinero maldito —con-tra el consumo de alcohol, droga que, aunque no se crea, era fabricada y vendida por el Es-tado salvadoreño—, El mínimum vital —que versaba sobre economía, aunque carecía de rigurosos estudios económicos y su autor no poseía la formación suficiente en el tema—, y Niñerías —tal vez el mejor de sus libros debi-do a que carece de adornos demagógicos—. Masferrer fue el fundador del periódico Pa-tria. En torno a su persona se estableció casi un culto.

El general Martínez (1882-1966), en-tre otras cosas, organizó un partido político

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de incondicionales denominado Pro Patria. También, al igual que al caudillo nicaragüense César Augusto Sandino, por ser teósofo le fueron atribuidos poderes sobrenaturales, como el de encontrar fuentes de agua potable valiéndose solo de una raíz como instrumen-to. Fue él quien inauguró la dinastía de los presidentes militares en El Salvador.

A inicios de 1932 enfrentó y controló un levantamiento campesino promovido, según la clásica versión, por el entonces recién fun-dado Partido Comunista Salvadoreño1.

En cuanto a la infraestructura del país, lo más importante de la obra del general Martínez fue la construcción de la carretera Panamericana. El Salvador fue el primer país de América que la terminó, éxito que enor-gullecía a los compatriotas, aunque hay que

1 Durante décadas, ese mismo partido aseveró que había influido activa y fuertemente en las masas para ocasionar el levantamiento; pero ese mito pierde peso aceleradamente gracias a investigaciones recientes como la de Erik Ching, historiador norteamericano que consultó documentos desclasificados de la antigua Unión Soviética, los cuales arrojan nuevas luces sobre el tema. [N. del E.]

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tomar en cuenta que ello se debió en buena medida a lo diminuto del territorio nacional.

Su primera revolución económica pa-rece haber sido la fundación del Banco Cen-tral de Reserva, al que le otorgó la exclusivi-dad para imprimir papel moneda, lo que le acarreó el descontento de muchos ricos. En lo social, prohibió que se pagara con un siste-ma distinto al del dinero contante y sonante, otra medida que enfureció a muchos patro-nos. Además, creó el Instituto de Mejora-miento Social, que construyó viviendas para las clases más desposeídas del país y adquirió grandes cantidades de tierras y las vendió a bajas condiciones de pago a los campesinos.

Según los Hernández Martínez, “todos los niños de El Salvador debían tomar leche y bañarse en el mar al menos una vez en su vida”. Por eso doña Concepción, la esposa del general, creó a nivel nacional La Gota de Leche, un programa que entregaba una o dos botellas de ese líquido cada semana a los ni-ños pobres. Él, por su parte, mandó construir en el puerto de La Libertad, frente a la playa

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El Obispo, la llamada Casa Eduardito como recordatorio de su hijo muerto. En ella se alojaban y comían durante tres o cuatro días los maestros de todo el país que llegaban en excursiones organizadas por el gremio ma-gisterial. El Gobierno, además de pagar los gastos, conducía a los niños y sus maestros en vehículos del Ejército.

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