consumo de cultura
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Cambiar la cultura de consumo por el consumo de cultura: Un reto educativoTRANSCRIPT
Cambiar la cultura del consumo por el consumo de cultura:
Una tarea educativa
“Tenéis de todo, pero no os basta. Os quejáis. ¡En Francia se pasan la vida
quejándose! Os encadenáis de por vida a un banco, y hay ansia de poseer,
frenesí, prisa...” (Amela, 2007) Estas frases, pronunciadas por Moussa Ag Assarid
como respuesta a la pregunta “¿Qué es lo que peor le parece de aquí?” del
entrevistador Víctor Amela del periódico barcelonés “La Vanguardia”, revelan una
realidad abrumadora, pero que por cotidiana, es ignorada por quienes la vivimos.
Assarid es un pastor nómada del pueblo Tuareg, que hoy en día estudia Gestión
en la Universidad de Montpellier – 1 en Francia y es autor del libro “En el desierto
no hay atascos. Un Tuareg en la ciudad”, y nos invita así a refexionar y repensar
nuestra actitud frente a los bienes y recursos materiales, sobrevalorados en la
cultura occidental a la que pertenecemos.
Tan sobreestimados son los valores económicos y materiales, que muchas
culturas ancestrales son vistas con malos ojos y tildadas con el despectivo mote
de “primitivas” por el simple hecho de no pertenecer al sistema de compra y venta
de bienes y servicios. Para nuestro sistema de valores, es incomprensible que
alguien viva feliz apenas con lo esencial, que se niegue o no tenga acceso a usar
productos de la última evolución tecnológica o que no acumulen riquezas por el
solo placer que produce la sensación de poseer. Estamos tan preocupados por
conseguir, adquirir y acumular, que nos ha tomado miles de años, sin importar el
sistema económico preponderante, darnos cuenta de que en medio de esa lucha
encarnizada, nuestra humanidad se ha convertido en un esquema en el cual el
valor de la persona es proporcional a la cantidad y precio de sus pertenencias.
Afortunadamente, la vista de los conglomerados capitalistas, así como de los
estudiosos y académicos de los asuntos económicos y financieros, está tornando
hacia aquellos humanos que han quedado rezagados en la lucha por el tener, pero
que al no pertenecer a culturas que son conocedoras y a la vez habitantes de
lugares que les proveen lo necesario para su subsistencia, se ven abocados a
condiciones de vida que no se compadecen con la dignidad propia de un ser
humano, y muchas veces, con la propia de un ser vivo. Ese brutal medio de vida
basado en el poseer, está tendiendo por fin a humanizarse al tomar en cuenta a
sus víctimas, llamadas “pobres” o, como los generaliza el Dr. C.K. Prahalad
(2005), “La base de la pirámide”.
En este orden de ideas, este texto aborda un aspecto importante para el
crecimiento de una sociedad, como es el que llamaré “consumo de cultura”, en
oposición a la generalizada “cultura del consumo”. Para esto, se tocará el tema del
consumo como base de nuestra sociedad, para posteriormente comentar la forma
como el capitalismo se hace incluyente según lo narra C.K. Prahalad en su libro
“La oportunidad de negocios en la base de la pirámide”. Con estas bases, se
expondrá a continuación una experiencia de difusión musical llevada a cabo en
comunidades vulnerables de Colombia, para ofrecer a manera de conclusión una
visión personal sobre el papel del educador musical en la construcción de una
sociedad consumidora de cultura.
El consumo: un tirano implacable
Una interesante reflexión sobre el consumo como cultura, se encuentra en el
capítulo “Abusos y Excesos: Una reflexión sobre el consumo” de un grupo de
psicólogas de la Universidad Javeriana de Bogotá. En el mencionado texto, se
describe cómo la economía de mercado, cuya dominancia es patente desde hace
ya cerca de varios siglos, ha devenido en los últimos cincuenta años de una
sociedad productiva, en la que el consumo estaba orientado a la apropiación de
bienes y servicios en función de las necesidades, a una sociedad de consumo, en
la que dicha apropiación se basa en factores de hedonismo y egolatría,
privilegiando el constante estímulo de los sentidos. Esto se ha desarrollado, según
las autoras, en la medida en que se han ido borrando los límites entre la
necesidad, asociada con los elementos indispensables para el buen desarrollo
físico y mental, el deseo, como elemento que permite seleccionar objetivos y
desarrollar los planes y trayectorias para lograrlos, y las ganas, consideradas
como la búsqueda de satisfacción inmediata de gustos individuales y
generalmente pasajeros (Ariza de la Hoz, Perdigón Alcázar, & Quintero Álvarez,
2008).
Así, elementos como la estética corporal o el turismo, que hace unos años “se
ubicaban al final de un camino productivo pleno de esfuerzos y sacrificios, en el
cual el ahorro era un valor determinante” (Ariza de la Hoz, Perdigón Alcázar, &
Quintero Álvarez, 2008, p. 157), son ahora puestos de manera constante e
insistente al alcance de las personas, de forma tal que “la promesa de satisfacción
tiende a aparecer incluso antes de que se configure cualquier tipo de necesidad o
apetencia” (Ariza de la Hoz, Perdigón Alcázar, & Quintero Álvarez, 2008, p. 159).
Con este sistema, una escala de valoración de los bienes y servicios a disposición
de las personas, que según lo expuesto y aplicando un análisis jerárquico rápido y
superficial, podría establecerse en tres niveles como necesario, importante y
complementario según satisfagan una necesidad, realicen un deseo o satisfagan
un gusto, es reducida únicamente al nivel máximo por cuenta de la visión
inmediatista de la sociedad de consumo.
Como evidencia de esta evolución de los hechos, puede verse el artículo que
Victor Lebow, un consultor de mercadeo, escribió en la revista “Journal of
Retailing”, titulado “Price competition in 1955” (La competencia de precios en
1955), que para algunos resulta ser el dogma de la vida moderna, y cuyas
descripciones hoy son mucho más ciertas de lo que fueron en el momento en el
que Lebow analizaba y detallaba su entorno. En resumen, este autor hace
referencia al costo de mantener el estilo de vida en la Norteamérica de ese año.
Pero de todo el artículo, la sección más conocida y citada en diversas fuentes, es
la que trata sobre las costumbres de consumo norteamericanas, bajo el título “The
Real Meaning of Consumer Demand” (El significado real de la demanda del
consumidor).
En ese apartado, Lebow expone como específicamente “la medida del estado
social, de la aceptación en sociedad, del prestigio son encontradas ahora en
nuestros patrones de consumo. El mismo significado e importancia de nuestras
vidas se expresa en terminos de consumo” (Lebow, 1955, p. 3). De esa manera,
los objetos que se consumen deben ser producidos, consumidos y descartados de
una forma rápida y cada vez más costosa, que incremente la sensación de poder
que esto ofrece. Esto lleva a un peligroso concepto que domina la sociedad: que
solo tiene valor para el medio social aquel que está en capacidad de consumir, y
específicamente, de consumir objetos y con aún más profundidad, objetos
costosos.
Con estos antecedentes, es común ver como muchas grandes compañías y
empresas, como lo expresa C.K. Prahalad (2005), aún peor que afectar los medios
de subsistencia de las personas de escasos recursos económicos, les hacen un
gran perjuicio a estas personas que por su situación no acceden a los patrones de
consumo mencionados en los párrafos anteriores, cuando no los toman en cuenta
en absoluto ni para sus planes de mercadeo, ni para sus desarrollos de productos.
Esto nos lleva al concepto que se expone en el libro “La oportunidad de negocios
en la base de la Pirámide”, de la transformación de los pobres en consumidores
como motor de lo que Prahalad llama un “capitalismo incluyente”, que se discutirá
en el siguiente apartado.
El capitalismo incluyente
Hasta ahora, se ha puesto de presente el “lado obscuro” del capitalismo y de la
sociedad de consumo. Ese lado que nos identifica y que ha puesto distancias y
barreras entre las personas en función de sus pertenencias. Ese lado que ha
relegado a un sector de la sociedad a ser maltratado e ignorado porque no se
adapta a exigentes patrones de gasto desaforado de dinero. Pero
afortunadamente, hay consumos que vale la pena examinar y promover. Son los
consumos de salud, de disciplina y de respeto. Si bien no son elementos tangibles
o materiales, o servicios plenamente cuantificables, la cultura empresarial se ha
dado cuenta de que al promoverlos obtiene mejores ganancias que con los objetos
materiales.
Coimbatore Krishnarao Prahalad, es un físico de la Universidad de Madras con
postgrados en administración del Instituto Indio Ahmedabad de Administración y
de la Escuela de Negocios de Harvard (Wikimedia Foundation, Inc., 2010). En la
actualidad, se desempeña como consultor corporativo de varias empresas de gran
envergadura y como titular de la cátedra Harvey C. Fruehauf de Administración de
Negocios en la Escuela Ross de Administración de Negocios de la Universidad de
Michigan. Su vivencia como habitante de un país como la India, que concentra a
400 millones de personas en situación de pobreza, es decir, aproximadamente la
décima parte de quienes viven en esas condiciones en el ámbito mundial
(Prahalad, 2005), le permitió ver y entender las verdaderas necesidades de estas
personas y vislumbrar la forma como realmente pueden ser ayudadas por la
empresa privada, más allá de las dádivas u obras sociales que ésta pueda llevar a
cabo.
Su exitoso libro “La oportunidad de negocios en la base de la pirámide”,
expone las ventajas y bases procedimentales de la creación de un sistema de
consumo que incluya a los más de cuatro mil millones de personas que tienen que
sobrevivir con un presupuesto económico de menos de dos dólares al día. Su
filosofía principal, en palabras del autor, es que “si dejamos de pensar en los
pobres como víctimas o como carga, y empezamos a reconocerlos como
empresarios creativos y con capacidad de recuperación, y como consumidores
con sentido de valor, se abrirá un mundo de nuevas oportunidades” (Prahalad,
2005, p.2). De esta forma, se estimula la innovación “en tecnología, productos y
servicios, así como en los modelos empresariales” (Prahalad, 2005, p.2).
Posteriormente, hace un resumen y una reflexión sobre las barreras
intelectuales que las grandes corporaciones, los gobiernos, las agencias de
asistencia y las organizaciones de la sociedad civil tienen hacia los habitantes con
bajos recursos. Dichas barreras se refieren a cinco puntos fundamentales, que se
resumen así:
Los pobres no tienen poder adquisitivo, no representan un mercado
viable
El acceso a la distribución en la base de la pirámide es muy difícil
Los pobres no tienen conciencia de marca
No existen conexiones entre los consumidores de la base de la pirámide
Los pobres no aceptan fácilmente la tecnología
Dichas suposiciones, arraigadas por muchos años, además de constituir una
enorme falta de respeto a las personas en situación de pobreza como integrantes
activos de la sociedad, han impedido acercarse a ellos de manera adecuada en
términos de ayuda y alivio de su situación. Como lo expone el autor, “el enfoque
tradicional para la creación de capacidad de consumo entre los pobres ha sido el
de proporcionarles los productos o servicios de manera gratuita. Tal ha sido el
estilo de la filantropía. (…) la caridad puede producir buenas sensaciones, pero
rara vez soluciona el problema de manera escalable y sostenida” (Prahalad, 2005,
p. 25).
En este sentido, Prahalad propone estrategias que permitan acercarse de
manera conveniente, eficaz y productiva al mercado de los menos favorecidos en
el aspecto económico. Estas estrategias pueden resumirse de la siguiente forma:
Crear capacidad de consumo: consiste en adaptar los productos y
servicios a las condiciones de los pobres, es decir, no esperar a que
tengan el dinero suficiente para comprar por grandes cantidades sino
permitirles el acceso al mismo producto o servicio en cantidades
pequeñas, útiles y económicas. También el acceso y la disponibilidad a
esos productos y servicios no debe representar un impedimento para
beneficiarse de los mismos.
Nuevos productos y servicios: si bien no es completamente cierto que
los menos pudientes no consumen los mismos productos y marcas que
aquellos con más recursos, si es cierto que sus condiciones de trabajo,
salud, higiene y alimentación les crean necesidades muy diferentes. Es
por esto, que las empresas deben buscar el desarrollo de productos y
servicios que suplan esas necesidades específicas.
Más allá del consumo: de acuerdo con el orden actual y generalizado de
la sociedad, quien consume es quien decide. “El cliente siempre tiene la
razón”, reza la frase de cajón del comercio. Así, cuando una empresa
decide convertir a una persona con escasos recursos económicos en
cliente, lo convierte a su vez en miembro reconocido de la sociedad. Al
venderle un producto y permitirle escoger entre varias opciones, se le
vende también una dignidad y una confianza reservadas a las personas
con recursos económicos.
Reducir las distancias: “Pobres” y “Ricos” eran dos extremos sociales
irreconciliables. Si un rico daba algo a un pobre, seguramente querría
abusar de él de alguna manera. Si un pobre se acercaba a un rico,
seguramente querría mendigarle o robarle. Por medio del “lenguaje” de
la actualidad, centrado en el movimiento de bienes y servicios a cambio
de ganancias, pobres y ricos establecerán relaciones de confianza que
redundarán en una sociedad menos polarizada.
Todas estas estrategias y principios expuestos por Prahalad, demuestran y
configuran lo que él, desde las primeras páginas del libro llama un “capitalismo
incluyente”. En lugar de utilizar a las personas para obtener beneficios, se les
presta un servicio y se obtiene una ganancia de ello. No se espera una gran
ganancia de cada uno de los clientes, como sucede en la tradicional atención al
cliente de recursos medios y altos. Pero mediante la suma de muchas ganancias
pequeñas y una fidelización de los clientes basada en la dignidad, respeto y
confianza que ellos obtienen de las empresas, las ganancias se multiplican. Y en
el texto, aparecen múltiples ejemplos, que demuestran cómo esto es posible, y
como las barreras del comercio y los servicios caen irremediablemente.
Entre esos ejemplos (Prahalad, 2005), se destaca Cemex, quien
aparentemente vende cemento, ladrillos, varillas, pintura y demás materiales y
accesorios para la construcción de una casa. En realidad, al conformar los grupos
de ahorro y establecer los sistemas de préstamos, vende confianza y disciplina.
Vende seguridad y reducción de la violencia intrafamiliar cuando los pesos que se
quedaban en las cantinas, van a parar más bien a las arcas del fondo común. El
ICICI, otro ejemplo destacable, no vende solamente servicios financieros. Está
vendiendo, además de la confianza y disciplina que también venden Cemex y los
demás ejemplos expuestos, nada menos que la reivindicación de la mujer de
escasos recursos en una sociedad de predominancia patriarcal como la sociedad
india.
Con características y ejemplos como los expuestos, se observa un viraje desde
una cultura basada en el consumo hacia un consumo basado en la cultura. La
evidencia de esto, está en el reconocimiento y fortalecimiento de las comunidades
que se realiza por parte de las empresas al difundir valores como el ahorro, el
respeto y la confianza. Al establecerse estos valores como base de las relaciones
comerciales, permearán su influencia a las relaciones personales e inter –
comunitarias, por lo que la cultura, como conjunto de valores y costumbres de un
conglomerado humano, ha sido el verdadero producto de las relaciones
establecidas en ese capitalismo incluyente que no impone costumbres, usos ni
productos, sino que basa su expansión en una labor primordialmente educativa y
humanitaria de reconocimiento de las personas como miembros activos de la
sociedad.
Llegados a este punto, conviene entonces encontrar posibilidades en este
modelo que permitan ampliar la difusión y fortalecimiento de la cultura en lo
concerniente a las expresiones de la misma, es decir a las artes. Así, a la vez que
la persona con escasos recursos económicos es reconocida como parte de la
sociedad, se le confiere un papel importante en la misma al hacerle partícipe de la
construcción de una de sus principales características. Si bien la radio, la prensa y
la televisión hacen parte de la cultura actual como tal, y su cobertura y
participación llegan tanto a la base de la pirámide como a la cima, existen otras
expresiones de la cultura que han ido perdiendo terreno y se han ido relegando a
una élite capaz de soportar los costos que implica su difusión y organización. En el
caso específico de la música, puntos de interacción entre las agrupaciones y el
público como el concierto, rara vez llegan a los sectores más desprotegidos de las
ciudades y campos.
Sin embargo, una iniciativa como el Sistema Nacional de Orquestas “Batuta”,
llevada a cabo en Colombia, puede verse como un ejemplo que permite vislumbrar
una mejor aplicación de los recursos hacia una parte importante del consumo de
cultura, que se ofrezca como complemento al desarrollo del capitalismo incluyente.
Batuta: Una experiencia positiva para la base de la pirámide
En Colombia, a comienzos de la década de los 90, siguiendo una idea
planteada en Venezuela por el Maestro José Antonio Abreu en los años 70, se
buscó aportar recursos y esfuerzos para el desarrollo de habilidades y
conocimientos musicales en todos los rincones de la geografía nacional. Batuta es
el nombre que se le dio a ese proyecto, que integra en un sistema nacional a un
conjunto de centros de desarrollo musical que cubre desde la formación
instrumental básica hasta orquestas sinfónicas completas de buena calidad. En la
actualidad atiende aproximadamente a 40.000 niños y jóvenes entre los 2 y los 18
años de edad, en 284 centros orquestales ubicados en 102 municipios, en los que
hay conformadas 1.000 agrupaciones de pre orquesta y 48 orquestas sinfónicas
(Fundación Batuta, 2007).
Los centros orquestales están ubicados por lo general en áreas como Ciudad
Bolívar en Bogotá o el barrio Bello Oriente de Medellín (Fundación Batuta, 2007),
que albergan a personas en situación de pobreza, a la cual se le añade el
ingrediente particular en el contexto colombiano, de que muchos de ellos llegan a
dicha situación por cuenta del desplazamiento forzado producto del conflicto
armado interno que lleva más de 40 años. Adicionalmente, en muchos sectores
como los mencionados, tienen gran influencia grupos armados al margen de la ley,
como la guerrilla, los grupos paramilitares, las bandas organizadas de narcotráfico
y las pandillas juveniles locales. Sin embargo, los centros de formación básica, las
pre – orquestas y las orquestas han podido funcionar sin mayores contratiempos.
Adicionalmente, desde el año 2009 la fundación Batuta, en asocio con la Agencia
Presidencial para la Acción Social, ha iniciado un proceso para ofrecer formación
musical a población pobre con diversos tipos de discapacidad (Fundación Batuta,
2009).
El esquema de funcionamiento de Batuta se basa en una estructura mixta, es
decir con participación oficial y privada, en la que los fondos para su
funcionamiento se obtienen a partir de donaciones particulares de entidades o
personas y los aportes corporativos de las entidades estatales y empresas
privadas que hacen parte de la fundación, entre las que se encuentran importantes
empresas como Bavaria (la mayor cervecería del país), Seguros Bolívar (uno de
los conglomerados más grandes del sector financiero de Colombia) e Industrial de
Gaseosas (fabricantes para Colombia de la Coca Cola). Un donante puede
convertirse en aportante y obtener asiento en el consejo directivo, si su aporte es
igual o superior a los US$250.000. Además, la fundación se asocia con otras
entidades para el desarrollo de proyectos específicos, como el mencionado
proyecto piloto de población discapacitada en asocio con la Agencia Presidencial
para la Acción Social, o la diversificación de las actividades culturales en los
centros orquestales que realiza junto con la FUPAD (Fundación Panamericana
para el Desarrollo) y la USAID (Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo
Internacional).
Como fruto del trabajo de esta fundación, se ha logrado mantener alejados de
la violencia y de los vicios a los niños y jóvenes de esas comunidades, a la vez
que se les ofrece un entorno que favorece el fortalecimiento y desarrollo de sus
habilidades cognitivas. Además, su función principal se ve cumplida al ofrecer a
las comunidades en las que se desarrolla y al público en general conciertos y
recitales de sus estudiantes que favorecen la difusión de la música en la
comunidad. Cabe resaltar que si bien la formación y difusión musical en las
escuelas de Batuta utiliza los métodos y repertorios de música clásica
tradicionales en la instrucción de los instrumentos sinfónicos, se hace también
énfasis en repertorios colombianos y latinoamericanos, especialmente los propios
de cada región en la que se desarrolla (Fundación Batuta, 2007). De esta manera,
la Fundación contribuye a la formación de identidad nacional y preservación de los
valores musicales de la comunidad.
La experiencia de Batuta puede ser analizada desde el punto de vista del
capitalismo incluyente propuesto por Prahalad (2005), para encontrar algunas
características importantes:
Capacidad de consumo: gracias a la labor de Batuta, el acceso a la
educación musical deja de ser privilegio de los niños y jóvenes de la
clase media y alta que tienen acceso a academias, conservatorios y
colegios con formación especializada en música. Además, al formar los
centros orquestales en el seno mismo de las comunidades, se favorece
el acceso y disponibilidad que de otra manera implicarían
desplazamientos de los estudiantes en detrimento de su seguridad y
comodidad y lejos de sus posibilidades económicas.
Nuevos bienes y servicios: al acercarse a las comunidades vulnerables,
Batuta ha tenido que buscar y desarrollar metodologías y contenidos
que les permitan procesos efectivos de formación musical, a la vez que
ofrecen a dichas comunidades bienes considerados hasta ahora
privilegio de la élite, tales como la misma música clásica, el acceso a
conciertos y los instrumentos musicales.
Dignidad y opciones: la posibilidad de encontrar al alcance de su mano
tanto la más selecta música universal como la música que les ha
acompañado desde su folclor y sus costumbres, confiere a los
habitantes en situación de pobreza la sensación de ser tomados en
cuenta por el estado y por las empresas que lo ayudan, reduciendo sus
sentimientos de malestar individual y colectivo. Igualmente, se les están
ofreciendo alternativas a lo que ellos pueden acceder en los medios de
comunicación, que desafortunadamente no siempre es lo más
edificante.
Confianza: cuando el profesor y el alumno de Batuta pueden transitar en
medio de los problemas de seguridad de las comunidades en las que
funciona, se logra un acercamiento mejor a las mismas, hasta el punto
de poder utilizar el centro orquestal para desarrollar actividades de ocio
creativo, aprendizaje y formación de valores. Así se da un voto de
confianza a esa comunidad y esta responde con el respeto a los
integrantes del programa. En este punto, aún se debe recorrer un
camino en cuanto a una verdadera transformación que permita que las
comunidades beneficiadas sean seguras en sí, y no solo para los
integrantes del plan.
Como puede verse, la labor de Batuta como difusor de la formación musical y
de valores culturales en los sectores menos favorecidos de la población
colombiana ha sido de vital importancia y gran éxito. Sin embargo, la contribución
de la empresa privada se encuentra actualmente limitada a los aportes y
donaciones, por los cuales reciben beneficios tributarios. Para amoldarse aún más
a un modelo de capitalismo incluyente, en el cual tanto los pobres como los
pudientes obtengan, además del crecimiento cultural para unos y el beneficio
tributario para otros, ganancias en términos de ingresos y calidad de vida, sería
además necesario realizar una transformación en las costumbres culturales tanto
de las comunidades favorecidas como de la nación en general. Este es el papel
que debe cumplir la educación, como se describe en el siguiente apartado, a
manera de conclusión.
Como conclusión: el papel de la educación en el consumo de cultura
Al adentrarme en una lectura sobre un campo inicialmente ajeno a mis
intereses como es el de los negocios, sentí la grata sensación de una sorpresa al
encontrar que mucho de lo que ahí se decía hablaba a mi labor como educador de
educadores en una institución de educación superior. Descubrí entonces que el
consumo tiene un lado brillante y atractivo: el de conferir dignidad, respeto y
cultura a las personas. Fue ahí donde me interesé por hablar de un consumo de
cultura. Si bien los medios y la misma academia están diseñados para hacernos
cada día más partícipes de la cultura del consumo, es desde la academia que es
posible establecer nuevos derroteros y patrones en los comportamientos propios
de una sociedad como la nuestra.
Como docente en una universidad que forma educadores, mi misión es clara:
más allá de los contenidos teóricos e históricos musicales a mi cargo, debo
constantemente favorecer un sentido social del para qué se enseña música en una
comunidad. No se enseña música para hacer de cada uno de nuestros pupilos un
potencial intérprete de renombre, así como el profesor de matemáticas no difunde
su conocimiento para que todos sean ingenieros. Si bien una de las grandes
retribuciones para un docente es ver a alguno de sus discípulos descollando en el
área en la que él participó de su formación, en el caso de la formación artística y
específicamente la musical, además de potenciales intérpretes debemos formar
públicos exigentes, con un criterio sólido y con un verdadero afecto por el arte.
Así, los instrumentos teóricos, de análisis y de interpretación que a diario se
construyen y reconstruyen en las aulas de la Universidad en donde laboro, deben
convertirse en canales de acercamiento hacia el arte, que sean favorecidos por los
discípulos en su futuro desempeño profesional. Cada una de las herramientas
musicales, al ser abordada en los escenarios de formación profesional, debe ser
entonces acompañada de su funcionalidad en la construcción de sociedad y
cultura, para contribuir en el futuro a un mayor cubrimiento del arte como
expresión de la sociedad.
De esta manera, Batuta y todos los proyectos similares entrarían a formar parte
de un sistema económico más dinámico y acorde a las exigencias de
autosostenibilidad impuestas por economías en crisis como la colombiana. Con un
público que ha desarrollado en su formación escolar la avidez por las mejores
expresiones culturales y por el refuerzo constante de su identidad musical, la
empresa privada verá como una gran oportunidad su inversión en la cultura
patrocinando conciertos, grabaciones, escuelas de formación y otras actividades
conexas, buscando además la formación y comercialización incluyente de bienes y
servicios relacionados con este medio que les sirvan como fuente de ingresos
económicos tanto a las empresas como a los beneficiados.
También es necesario crear conciencia en los futuros formadores de que los
mejores destinatarios para la educación musical no son únicamente los colegios
que atienden a los sectores más pudientes de la sociedad, la cual es una idea
ampliamente difundida entre los futuros docentes de música. Si bien en tales
escenarios el beneficio económico puede resultar mayor, el riesgo para la
seguridad personal es ciertamente menor y las labores de formación pueden ser
menos dispendiosas, son las comunidades vulnerables y con escasos recursos las
que requieren y solicitan de manera urgente ser formadas en valores culturales
para romper definitivamente con sus paradigmas de falta de oportunidades, de ser
ignorados por la sociedad y, en muchos casos, del crimen como medio de
crecimiento. La labor puede resultar difícil en principio, pero recursos como los
planes de proyección social de la Universidad, realizados por medio de cursos,
conciertos y talleres, son un bello germen que puede dar inicio a una secuencia de
éxitos en la formación de una sociedad que tenga la cultura como prioridad y no
como imposición o simple distracción. De una sociedad que realmente consuma
cultura.
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