con la 2ª bandera en el frente de aragon.- francisco cavero

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    CON LA SEGUNDA BANDERA

    EN EL FRENTE DE ARAGN

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    ZARAGOZAEDITORIAL HERALDO DEARAGN. Coso, 100

    1938

    CON LA SEGUNDA BANDERAEN EL FRENTE DE ARAGN

    (MEMORIAS DE UN ALFREZ PROVISIONAL)

    POR

    FRANCISCO CAVERO Y CAVERO

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    SALULDO A FRANCO: ARRIBA ESPAA!

    ZARAGOZA, 1938. II AO TRIUNFAL

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    A los que viven en la Bandera;

    y a los muertos que viven en lainmortalidad.

    EL AUTOR

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    AL LECTOR

    Amigo que lees estas pginas, quiero hacerte una advertencia.No esperes encontrar una novela de guerra al tipo clsico.Esto no es una novela por dos razones.Primera: porque es un relato de hechos rigurosamente ciertos. Tal vez haya

    restado valor a la narracin, pero vers en ella lo que yo vi con mis propios ojos.Segunda razn: porque, contra lo tradicional en tales novelas, yo no condeno la

    guerra. Reconozco que tiene sus molestias pero se compensan sobradamente.Tampoco esperes que el protagonista muera. El protagonista soy yo; y gracias a

    Dios estoy vivo, aunque ligeramente enfermo. Enfermedad que aprovecho para hilvanar

    estas cuartillas. Luego, Dios dir; tal vez pueda escribir otro libro.Y si a la sucesin de hechos, he aadido algn comentario, disclpalo; es hijode mi entusiasmo y de mi carcter de espaol que abandon todo lo que ms quera enel mundo, para acudir a la llamada de su Patria en peligro.

    Yo no fu a la guerra para conquistar honores. Pero, por lo menos en este pe-riodo que queda condensado en mis cuartillas, he ganado el mayor que a que podaaspirar. He estado ocho meses CON LA SEGUNDA BANDERA EN EL FRENTE DE

    ARAGN.Aragn ya sabe lo que eso representa; quiero que toda Espaa lo sepa. Por eso

    te invito, lector amigo, a que pases a la pgina siguiente.

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    I DE MADRID A ARAGN

    El da 27 de marzo de 1937, en el Planto,reciba orden, la Octava Bandera de la Legin,de trasladarse a Casa Gozquez. Al mismo tie m-

    po lleg un oficio del coronel Tella (ascendidopor aquel entonces) destinndome a la SegundaBandera, junto con el pasaporte para que pudie-ra incorporarme a Zaragoza.

    El capitn Obeso (muerto gloriosamente enBrunete) me rog que no me despidiese deaquella bandera, donde por primera vez, bajo loscielos madrileos, luc mi estrella de oficial,hasta despus de terminado el relevo.

    A medioda comenz el trajn. Cargar lascocinas, las ametralladoras, los morteros, lasbombas, las cajas de municiones; toda la impe-dimenta que lleva a su cargo la Seccin de

    trabajos, como se llama oficialmente (o laPelota, s prefieres el argt de la Legin).Armamento y municin suficiente para desarro-llar un combate no muy largo; precaucin esta,que es base de muchos de los xitos de la Le-gin.

    Luego, la concentracin de la fuerza. Loscamiones nos esperaban en la que fu magnficacasa de Oriol, entre pinos y con salida a barran-cos desenfilados. Sin embargo, los rojillos te-nan, sin duda, un observatorio, porque cuandolas compaas y secciones nos retirbamos de

    puntillas, dejando nuestro lugar a un batalln deInfantera, nos acompa desde el mismo mo-mento en que iniciamos el cruce de la carreterade La Corua, una lluvia de obuses del docecuarenta (una menos veinte, en el argot delfrente). Esas molestsimas granadas que explo-taban por todas partes, y que al reventar parecendejar en libertad un ciento de gatos cada una.

    Mejor. As, relevar ms aprisa, comentabaJamet-ben-Allah, el sargento moro de mi sec-cin, que me acompaaba siempre, con su fu-sila (el cerrojo ms pulido de la compaa)colgada invariablemente sobre su capote requi-

    sado, bajo el cual asomaban las botas tambinrequisadas, que dificultando su andar le dabanun pintoresco aspecto de marinerote desembar-cado.

    Cada caonazo, tena como eco un ms de-prisa y abrirse; pero afortunadamente no huboque lamentar bajas, y cuando la Bandera sereunin al pe de aquel soberbio edificio, que ami juicio y sin ofender al arquitecto, est arran-cado de una pelcula americana, enmudecieronlos caones.

    Luego; horas, camiones Creo que con es-

    tas dos palabras, convenientemente barajadas, sepuede definir exactamente un relevo en el frentede Madrid. Recuerdo un pequeo suceso.

    Eran las dos de la madrugada y aun rodabacaminos madrileos el camin de mi seccin.Yo dormitaba en el baquet cuando se detuvo; elconductor se ape y hurgaba sin resultado elmotor, alumbrado por los haces de luz de losotros camiones que nos adelantaban. Al fin se

    dirigi a m: Se ha descargado la nodriza

    medijo si tuvieran ustedes algo de gasolina larellenara.

    Interrumpiendo mi sueo, record que todoslos legionarios iban provistos de una botellitadel inflamable lquido, que sirve de antitanque alos espaoles. Sacudindolos, para despertarlos,ped a los ms prximos su dotacin; de entrecapotes y mantas, entre bostezos y alguna pala-brota, surgieron tres de ellas, que a tientas vertiel conductor en el cilindro metlico. Pero cuan-do ocup su puesto y cerr en alegre portazo,diciendo ese ya est de todos los mecnicos,

    fueron intiles sus esfuerzos. Durante diez mi-nutos el run-run del motor de arranque.

    Al final se ape, volviendo a destapar el ca-pot. Meti las manos en la nodriza y cuando porcasualidad oli uno de sus dedos, las palabrotasfueron ya de las que ofenden a odos mediana-mente educados.

    Acerc una mano a la mnima parte de minariz que emerga del capote, y core (con mssuavidad, es cierto) sus palabrotas. Apestaba aaguardiente; y aguardiente llenaba las panzas detodas aquellas botellas, destinadas a cazar tan-

    ques rusos.Me re de buena gana y no dije nada a los

    legionarios. All en el interior del camin semodulaba una sinfona de ronquidos.

    Habamos dormido un par de horas en el al-macn de Intendencia de Casa Gozquez, dondelas pilas de sacos vacos nos brindaron un mu-llido lecho.

    Haba llegado el momento de despedirme, yempezaron los apretones de manos y los deseosde buena fortuna. Cuando me encontr al te-niente que mandaba la Veintinueve Compaa,

    le ped que me dejara traer conmigo a Demetrio,el fiel asistente que llevaba ya ms de un mestrasladando el colchn y algunas mantas de mipropiedad, por todos los suburbios madrileos.El teniente Garca-Alegre se neg en rotundo; lefaltaban hombres en la compaa.

    Y as despus de saludar a Obeso (por ltimavez), a Usaletti, Liebana, Von Cheveko, Lanza,Fuentes, Gonzlez, Fernndez, Gil de la Vega,Noriega, todos aquellos que habamos com-partido mi guerra en Madrid, tuve que despe-dirme tambin de Demetrio.

    Fu una despedida triste; y cuando arranc

    el coche que me llevaba a Getafe, y se qued enla carretera, lo sent mucho. Por eso cuando el

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    coronel Tella pelo canoso sobre ojos vivs i-mos me autoriz para traerlo, decid volver apor l, sin tardanza.

    Otra vez a la aventura del transporte militar.Un camin sala para Fuenlabrada; all encontrotro que me dej en Valdemoro, y desde Va l-

    demoro a Casa Gozquez, como un seorito, enel ligero de una batera de Artille ra.

    Cuando llegu, estaba formando la Banderapara salir hacia su nuevo destino. Antes que yoa l me vi Demetrio; y saliendo de filas vinocorriendo a mi encuentro. Una sola mirada lebast para comprender que se vena conmigo; yun minuto despus, con el colchn y las mantasa cuestas, me estaba guardando un puesto en uncamin de requets que sala para Legans.

    El viaje en aquel camin tena algo de epo-peya de las carreteras. El conductor era un mu-

    chacho de origen mejicano y requet de cora-zn, y su ayudante un galaico que enseguidatrab conversacin con Demetrio en su comndialecto, con tal ternura de diccin que no pare-ca sino un prado con sus vaquias y todo, ibaa asomar por su boca de un momento a otro.

    Pero, desde luego ni el mejicano ni el galle-go tenan idea del arte de Sir Malcom Campbell,y as; tras de dejarnos el toldo en un rbol,arrojar brutalmente de la carretera a un inofen-sivo balilla y perdonar magnnimamente lavida a varios morazos que se plantaban en me-dio de la carretera para pedir plaza; a las nueve

    de la noche, a faros apagados y entre una regu-lar llovizna, nos despedamos de los milagrososmecnicos en la estacin de Legans.

    Llova, como digo, y el tren no sala hastalas once del da siguiente. Y como sabamosmanera, decidimos instalarnos a dormir en elmismo coche que haba de traquetearnos hastaPlasencia. Ocupamos un departamento, y De-metrio hizo una excursin al pueblo. A la mediahora volva con todas estas cosas imprescindi-bles. Una vela, una lata de atn, dos panes, algode chorizo y cuatro huevos duros.

    Y as pasmos una noche, la ms tranquila detodo mi frente de Madrid, mientras llova siDios tena de qu.

    * * *La Segunda Bandera actuaba, segn mis no-

    ticias, en el frente de Aragn. La primera vezque haba yo visto autnticos legionarios, fu enla Sierra de Alcubierre, cuando se acababa deocupar y yo era un simple chofer (algo mejorque el mejicano requet, modestia aparte) queaquel da tuvo el honor de conducir al generalUrrutia entonces teniente coronel hasta

    aquellas avanzadas.

    Recordaba el tiroteo constante que percibdesde el puesto de mando, y tanto como el silbarde las balas aquel vozarrn muestra de truenoy sirena de vapor de un hombrote que enton-ces era teniente y ahora es el capitn Marra.Recordaba tambin la teora de heridos y algn

    muerto que desfil ante m aquella tarde; poralgo cantaban los legionarios

    En la sierra de Alcubierre,hay una fuente que manasangre de los legionarios,que murieron por Espaa.

    Y recordaba haber odo hazaas en Huesca.El cementerio, la casa de Pascualn, el Manico-mio; toda una serie de operaciones, que habancubierto de gloria a los banderines de las com-paas y regado de sangre todos los alrededoresde la invencible Huesca.

    Alguna vez, haba estado en un bar, inme-diato a un sargento de la Bandera botas relu-cientes como espejos y haba odo algo de lode Irn.

    Por eso estaba orgulloso de mi destino, du-rante los tres o cuatro das en que peregrin portierras extremeas y castellanas, rumbo a miAragn, donde me esperaban tantas cosas queri-das y tanta gloria para la Bandera, que por estarcompuesta en su mayora de paisanos mos eragloria para Aragn. Demetrio dormitaba, satis-fecho de viajar en primera, y yo hice una granamistad con un sacerdote castrense de Trujillo

    que me acompa hasta Valladolid. Muchascosas podra contar del viaje, pero no tienennada que ver con esta historia.

    * * *El 7 de abril me incorpor en Caminreal.

    Pueblo grande de la provincia de Teruel, ocupa-do militarmente; casas de barro, alojando ofi-ciales de la Legin, y calles polvorientas, ani-madas de canciones legionarias.

    El comandante Ruiz-Soldado, el Pater Ra-mn Marcelln, Tejada, Marra, Coloma, Rivera,

    Maci Esparza (que por cierto, segn su cos-tumbre, me recibi con un broncazo y unasconsideraciones sobre la etiqueta militar, artifi-cio que usa siempre para hacerse respetar, segnme dijo luego), Negueruela, Zamora, Escobar,Portols, Cuartero, Sola, Vias, Palmeiro, Pa-os, Lzaro, Barrenegoa, Toribio y Roldn eranmis hermanos de armas, con quien iba a jugar-me la vida tapando agujeros en el frente deAragn. Un frente de 400 kilmetros, manteni-do milagrosamente, con la consigna de resistirfuera como fuese, contando con fuerzas escogi-das, con dos tabores de la Me-ha-la de Tetun,

    la Segunda Bandera de la Legin, la BanderaSanjurjo, que fund Pearredonda, los magnfi-

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    cos guardias de Asalto, un batalln del regi-miento de Carros y un puado de falangistas yotro de boinas rojas importados de Navarra;buenos hermanos, como buen compaero era sujefe el laureado Pueyo.

    Todo esto con Caballera, Artillera y dems

    aditamentos, tan indispensables como elegante-mente desdeados por los de la Gloriosa,constituan la llamada Columna Mvil; la fuerzaque en sus cuarteles de Zaragoza estaba siempredispuesta a acudir a donde fuere necesario,como aquellos bajeles de Barcel en su romn-tica poca de piratas berberiscos.

    La vida militar se deslizaba entre instruccio-nes, bao de la tropa mana del alborotadocapitn Pastor partidas de pker y bromas;bromas de todos los calibres y a todas horas.

    Haba tambin algunos elegantes de la dis-

    traccin; Villarreal, el teniente mdico que nopuede vivir sin montar a caballo; las cacerasmas o menos productivas del capitn Rivera, ylas pescas de cangrejos y ranas, o caceras decaracoles (todo lo ms despreciable del reino deDiana) del Capitn Pastor; el alborotado hedicho, el ruidossimo, repito, capitn Pastor.

    Como una excepcin entre aquel enjambrede gustos diferentes, el pobre Fernando Zamora,paseaba solo a grandes zancadas, luciendo suMac Farlan, aquel que requis en Vivel del Ro.Yo, siguiendo m eterna mana, haca versos; nos quin, que me conoca de antes, corri la voz

    entre los oficiales. Y no tuve mas remedio queescribir tonteras a troche y moche ante el des-precio del Pater poeta laureado y la miradabenevolente del capitn Maca, que tuvo lagentileza de darme a leer las primicias de una suobra que vi la luz en El Noticiero.

    As a versos me sorprendi la orden de mar-cha el da 11 de abril.

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    II SANTA QUITERIA

    Son la corneta (esa corneta que tambin sa-be tocar Reigosa en los ratos en que est sereno)y la Bandera se concentr a toda prisa. El co -

    mandante sali en coche para recibir instruccio-nes, y nos esperara en Zaragoza.

    Antes de media hora estaba todo dispuestopara la marcha, pero el tren que se form enCaminreal aun tard mucho en acoplar el mate-rial.

    Como una seccin de fusileros es fcil deacomodar, pues lleva consigo la mnima canti-dad de impedimenta, tuve tiempo sobrado parapasear por el andn y admirar la soberbia loco-motora.

    La idea de que bamos a entrar en combate(pues era lgico que a combatir bamos) no mepreocupaba todava. Me distraa el afn ruidosodel embarque, con el flujo y reflujo de legiona-rios subiendo a los coches hasta llenarlos. Lasvoces, los mil ruidos, bramidos del monstruoapocalptico que busca acomodo y postura paraecharse en su caverna de fuego y ruidos. Poco apoco qued embarcada toda la Bandera y hacialas diez de la noche emprendamos el viaje.

    A donde bamos? Todava no lo deba saberni el comandante Ruiz-Soldado que ya estaba enZaragoza. Sin embargo las primeras horas, en eldepartamento que ocupaba la alfereca (como

    se nos llamaba con carioso desprecio) se hicie-ron mil conjeturas. Alguno, ms enterado,apunt la idea de que iramos hacia Huesca,madre y cuna del histrico reino de mis mayo-res.

    Luego, la conversacin ces poco a poco, yen posturas inverosmiles, que solo se adquierenen duro entrenamiento de meses y meses deguerra, nos quedamos dormidos .

    Nos despert chirriar de frenos en la esta-cin del Arrabal. All esperaba el comandante;habl con sus capitanes, di algunas ordenes altren y nos dispusimos a seguir.

    Como la plvora corri entre la oficialidadla noticia que reservadamente nos trajo el co-mandante. Los roglios como los llamaColoma haban cortado la comunicacin conHuesca y era preciso dejarla expedita. El co-mandante y sus capitanes trazaban planes, sobrelas curvas de nivel que haba facilitado el Esta-do Mayor, marcadas de crucecitas rojas y azu-les, y en el departamento de la alfereca se co-mentaba, aunque sin planos.

    Apunt tmidamente la "genial idea de quesiendo aquel terreno llansimo, como la palma

    de la mano, sera fcil el combate a pecho des-cubierto. Cada uno aport su idea o comentario,

    y volvindose a acomodar vi con satisfaccinque nadie durmi sin cerciorarse de que colgabade su cuello o estaba dentro del bolsillo, la me-dalla protectora que les diera la madre o la no-via; o la esposa, que de todo haba. Creo aquellanoche subieron al cielo muchas ms oraciones

    que durante las plcidas veladas de Caminreal.Yo ya no tena ganas de dormir; y aprove-

    chando una corta parada del tren me fu a lalocomotora, donde el maquinista no tuvo incon-veniente en recibirme.

    Estaba nervioso el que diga que no hasentido el miedo cuando sale para un combate,miente descaradamente y, adems, el capitnMaci me haba animado al salir para que plas-mase en unos versos algn episodio del viaje,que para m era el primero con la bandera.

    Por eso, mientras el tren corra, yo fu gra-

    bando en mi memoria estos malsimos versosque nunca he querido escribir, pero que de bocaen boca son populares entre la oficialidad de laSegunda Bandera.

    Fu, fu, pi, pi, chaca, chacael tren corre, va que chuta.El maquinista disfrutay fuma de su petacamirando la hoja de ruta.Sesenta, setenta, ochentapalancas, bielas, carbn.El fogonero no cuenta;trabaja como un ladrn

    y la caldera alimenta.Y el invento que hizo Albinpara activar el comercio,hoy va conduciendo al Tercioa cumplir con su misin.Lo dijo San Exupercioy no admito discusin.

    Esta versin que transcribo no es rigurosa-mente exacta, pues el original contena algunaspalabrotas, que el Pater sustituy pudorosa-mente. Quede consignada su colaboracin va-liosa.

    En la brevsima parada de Zuera, aprovechpara reintegrarme a mi vagn y pude enterarmede que un sargento trajo al comandante un tele-grama del capitn de la Falange de Almudvar,apremindonos.

    Este telegrama, sin importancia para la ma-yora, tena mucha para m, porque el capitn encuestin era mi hermano Jorge, que con susfalangistas cubra aquel sector del frente.

    Al poco rato lleg el alba y con sus luces laestacin de Almudvar. Abrac a mi hermano yal decirle Qu hacis por aqu?, me respon-di: Esperaros a vosotros. Reflexion sobre la

    guerra y sus sorpresas; mi hermano, militarprofesional, reclamaba el auxilio de un simple

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    aficionado; un capitalista de la guerra, enfrase del llorado y heroico Juanito Allanegui.

    Claro que no era a m precisamente a quiendeseaba, sino a aquellos legionarios magnficos,gloria de la Infantera espaola, que ya se ali-neaban en los andenes. El comandante fu al

    telfono a recibir las ltimas instrucciones, y yopude, mientras tanto, ver y hablar con un oficialque con un balazo en el brazo izquierdo, llegabaen aquel momento.

    Los rojos, en gran superioridad de nmero yarmamento, se haban colado por sorpresa en laermita y sus posiciones; menos en la batera,cuyos sirvientes la defendan todava, animadospor el capitn Guinea, que con sus soldados yalgunos falangistas y requets que a su mandose haban acogido, mantenan nuestra gloriosabandera en algunos parapetos.

    No era esto lo peor, con ser malo, sino queotra nutridsima columna de bisinios se habafiltrado por el desguarnecido barranco de Viola-da y amenazaba el ferrocarril y aun la carretera.No nos cost comprenderlo al or el paqueocercano; eran los falangistas que mantenan susposiciones en las lomas inmediatas.

    Todava no haba salido el sol cuando toda labandera, con naturales precauciones y el co-mandante a la cabeza, se diriga a esas lomas.All se estudi sobre el terreno lo que convenahacer.

    Desde all se dominaba un barranco, no muy

    ancho, y enfrente unas alturas desde dondetiraba de buten y donde se poda apreciarperfectamente la labor de los zapadores rojosque en las siete u ocho horas que all llevaban,haban puesto incluso alambradas.

    Era yo el ms moderno en la Bandera y su-pona lo que se me iba a ordenar. Por eso cuan-do el Pater marchoso e inquieto como sie m-pre pas a mi lado reclam su bendicin; metranquiliz con una mirada.

    O pronunciar mi nombre y Coloma micapitnme di instrucciones; mi seccin iba a

    ocupar un mogotillo que sobresala en tierra denadie.

    All de mis conocimientos tcticos; desple-gu la seccin y avanc sin un tiro hasta la posi-cin marcada. Destaqu una escuadra a la crestapara que vigilase y me dispuse a esperar.

    No tardaron en darme noticias; se vea mu-cha gente y a su juicio en uno de los barrancoshaba caballera. Mand estas noticias al mando,pero el enlace se cruz que me trajo la orden deretirada.

    Cuando la emprendimos, una ametralladora

    que nos coja de flanco y que antes permanecimuda, nos obsequi con una lluvia de balas;algo ms deprisa que al ir, atravesamos el ba-

    rranco y, gracias a Dios, sin novedad, dej cum-plido mi primer servicio en la Bandera.

    Ya estaba embarcada la gente otra vez; eltren se puso en marcha y supe que reconocido elterreno por el comandante, ide una maniobra,cuyo buen resultado se ver ms adelante.

    El tren volvi cerca de Zuera y all, dondeno haba enemigo, empezamos a buscarle por suflanco izquierdo. La quinta compaa (la ma)iba por el centro; la catorce a nuestra izquierda yla cuarta a la derecha. No puedo jurar donde seestableci la de ametralladoras, pero su tableteoque fu mucho y bueno son todo el dapor nuestra izquierda tambin.

    La marcha de aproximacin dur una hora, yal cabo de ella tomamos contacto con el enemi-go por su izquierda, como estaba previsto. Co-mo siempre, los rojillos derrochaban municio-

    nes, y a m me correspondi establecer mi sec-cin en una loma bastante batida, colocado en lacresta el servicio indispensable, pues nuestrofuego no resultaba eficaz ya que carecamos defusil ametrallador.

    As transcurrieron unas cuantas horas, du-rante las cuales tuve varias que encogerme yrodar por el suelo, pues un tirador de ametralla-dora pareca conocer dnde me encontraba porla precisin con que meta las rfagas en mismismsimas narices. Adems la contrapendienteera casi nula.

    Me entretuve viendo a lo lejos el despliegue

    de la Bandera Sanjurjo, que segn mis noticiasocup nuestra derecha, y desde el mediodahasta anochecido me moj concienzudamenteaguantando un diluvio incesante, con gotas detamao desusado. Aun no haba llegado Deme-trio, y no tena ni un mal capote; opt poraguantar tumbado en el inmenso charco, pero enlas ltimas horas fu tal la caladura y tan inter-minable el tiempo, que me falt poco paraecharme a llorar como un chiquillo. Los sar-gentos Cacheiro y Marciano me proveyeron detabaco, que aun ignoro cmo conservaban seco.

    Al caer la noche ces el tiroteo, que habadurado todo el da, y pude levantarme y estirarlas piernas, sobre el suelo mojado. A pocospasos haba establecido Coloma su puesto demando en una caseta, bastante batida, pero contejado al menos.

    All me fu a recibir instrucciones y lo halltumbado en compaa de Marra y disponindosea dormitar lo posible. Me mand establecer uncuidadsimo servicio en la loma para aguardar alda siguiente.

    Deba compartir el servicio con Palmeiro, yechadas suertes me correspondi la primera

    media noche; me envolv en el capote (que yahaba llegado) y comenc mi montono servicio

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    arriba y abajo de la loma, donde a travs de lalluvia (que segua sin cesar) adivinaba, ms quevea, a los centinelas.

    Palmeiro mand armar una camilla; y comosi toda aquella celeste catarata no fuese con lronc como un bendito hasta que lo despert,

    tan calado como si hubiera dormido en unabaera. Yo me fu a dormitar mi rato libre en lacaseta, donde aun consegu un rinconcito conpaja.

    * * *Las primeras luces nos trajeron un magnfico

    da. Cuando sal de la caseta vi que ya no sona-ban tiros y que los legionarios andaban de piecomo s tal cosa. All enfrente quedaban losparapetos rojos, vacos indudablemente. Aquellanoche se haban dado el bote.

    Por si las moscas se destac un pelotn, y alverlo avanzar sin resistencia, Coloma llam todasu compaa, y con l a la cabeza, como unalegre colegio que saliera de paseo, nos planta-mos en menos de un cuarto de hora en los para-petos rojos.

    All recogimos esa multitud de objetos quecomponen un menaje trincheriano; platos, jarri-llos, mantas y capotes, correajes, municin enabundancia y muchas cartas con indicacin deremitirse desde el monte Zuera, que iban aenviar los milicianos a su zona, creyendo per-manecer all para siempre.

    De todos modos, para sus costumbres, la re-tirada haba sido bastante estratgica, pues norecojimos ni una mala bayoneta rusa de esas queparecen un chuzo de sereno.

    Al ver que all no quedaba enemigo ni sea-les de haber establecido lnea de resistencia enmucho terreno atrs, la Bandera prosigui sureconocimiento. Una noble emulacin se esta-bleci entre las Compaas y empez la mstriunfal marcha que yo recuerde, pues en plan depaseo militar anduvimos unos doce kilmetrossin encontrar ms que rojos despistados que

    hacamos prisioneros.Porque aquella columna que segn los pe-riodiquillos que recogimos iba a entrar en Za-ragoza el da 14 de abril se haba retirado tande puntillas que, sin parar hasta Robres por lomenos, no tuvo tiempo de avisar a los otros; ypor eso la que ocupaba parte de Santa Quiteria,sin saber nada, tena a la Segunda Bandera a susespaldas cortando todas sus lgicas lneas decomunicacin.

    Recuerdo perfectamente cmo cogimos alprimer prisionero. Vena el hombre (sanitariosegn declar), tan tranquilo, con la vista baja ylas manos en los bolsillos. Le sali al encuentroQuiriquentonces tirador de F.A. y hoy sar-

    gento que con su vitola gordinflona, despe-chugado y con el gorro de hule que acababa derequisar, tena todo el aspecto de un rogliobien comido.

    Que hay? fu su saludo.

    Hola! repuso el bisinio.

    Hasta que, molesto por no causar el efectoque esperaba, le agarr de un brazo y tron:

    Pero idiota, no ves quien soy?

    Soy Quiriqu, de la Segunda Bandera!!

    Un momento despus se una a la compaatrayendo en hombros al desmayado rojo. Huboque vaciarle una cantimplora en la cara para quevolviera en s, mientras Quriqu galleaba satis-fecho.

    Al segundo lo agarr el sargento Otero. Eraun alfrez rojo, que al verse ante el capitn,

    temblaba como un azogado; vea llegada sultima hora y tirando de Coloma pretenda lle-varlo aparte para justificarse.

    Vers compaero; yo te explica re

    Y a Coloma le cost trabajo convencerle dedos cosas. Que conservara su vida y que nuncafu, ni sera, compaero de un capitn de laLegin.

    Luego ya una locura. De dos en dos, de cua-tro en cuatro, iban viniendo. Escobar arda enganas de requisar algo y sali tambin a la caza;se trajo un Suomi-Tikakoski, que aun arrastra

    Zoilo, el asistente del capitn; pero se le escapel teniente rojo que era su anterior dueo, entrenubes de polvo de tantos disparos errados. Es-cobar se tiraba de los pelos y se ma ldeca.

    As llegamos a una paridera. Contamos lospresos; eran 23, y Paos, rindose, deca a Co-loma:

    Mi capitn no cojamos ms, que nos vana poder

    En la paridera aun se nos incorporaroncuatro o cinco. De una casa cercana, que a sudecir era hospitalillo, enviaron una escuadra a

    reconocernos; y claro se quedaron con nosotros.Lleg hasta all el comandante, radiante de

    satisfaccin; nos felicit y dirigi unas palabrasa los prisioneros. Momentos despus los envia-ba para retaguardia (aquellos fueron los ciento ypico que el da 14 entraron en Zaragoza) yreuni a la Bandera, porque ya haba llegado elmomento de hacer lo que se narra en el captulosiguiente.

    * * *Era un poco ms de medioda cuando se re-

    uni la Bandera. Se intent que la gente comierapoco haba comido desde que empez la

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    operacin pero hubo que desistir ante losapremios del mando.

    Haban llegado las fuerzas que iban a cola-borar con nosotros; la Bandera Sanjurjo y los deAsalto. En la estacin de Almudvar estaba yaemplazada una batera del 77 novedad de la

    que se nos prometan maravillas y la Avia-cin estaba citada sobre las tres de la tarde. Losdas eran cortos aun y haba que darse prisa; elgeneral Ponte, que se haba establecido con suEstado Mayor en el emplazamiento de la bate-ra, estaba impaciente por coronar aquella mag-nfica operacin.

    Desplegamos otra vez (esta nos toc el aladerecha), tron la batera que se estrenaba enverdad que infunda confianza aquella granizadade proyectiles y comenzamos a avanzar. Nopuedo precisar ahora lo que tardamos en llegar

    al contacto con el enemigo; solo s que al coro-nar una loma vi un llanto como de unos qui-nientos metros y enfrente una altura que juz-gu inaccesible coronada de parapetos, desdednde se nos haca un vivsimo fuego.

    Grit con todas mis fuerzas unas rdenes pa-ra que mi gente se echase al suelo, dando prin-cipio el combate; pero aun no saba como lasgasta la Segunda Bandera.

    Ninguno me hizo caso, sino que corriendocomo gamos se tiraron a la llanura, lanzando alviento unos vivas a Espaa, que se deba or enAlcubierre.

    El grupo ms cercano comenz a gritar:

    Que se van, que se van!

    Y corriendo, sin cesar de tirar a los que co-bardemente huan por nuestra derecha, mearrastraron, electrizado, borracho de entusiasmode verme entre aquellos valientes.

    Corr, corr como un loco; con la pistola enla mano y una laffitte en la otra, alcanc yrebas a los primeros; grit ms que ellos, lancla bomba y no me preguntis cmo porqueno lo s puse pie en los primeros parapetos

    enemigos.All se detuvo momentneamente la avalan-cha. Todo era alegra al verse dueos de ungorrito de hule, o de tal o cual cazadora. Yo,pisando cadveres, me hice cargo de dos fusilesametralladoras abandonados en la huida; miran-do atrs repar el espacio que haba recorrido apecho descubierto, gracias a la cobarda de losrojos.

    Si hubieran resistido, dos nada ms conaquellos fusiles ametralladoras, cuyo mecanis-mo limpio admiraba no hubiera llegado vivoni uno de los que ahora me enseaban alegre-mente la requisa. Adems no tena ni una baja.

    Pens inmediatamente en mi capitn y le en-vi un enlace. Mientras aguardbamos en losparapetos donde se clavaba alguna balavimos nuestros aviones y omos los latigazos delbombardeo, luego se fueron y aparecieron me-drosos, seis aparatos rojos, que despus de lan-

    zar unas pocas bombas donde suponan que sehallaba aquella batera que tanta pupa leshaca, desaparecieron a toda velocidad

    Tambin su artillera hizo algunos disparos,y ante nuestra vista estrope a tres o cuatrosanjurjos de una seccin que vena a relevarnos.

    Apareci el enlace, que ya haba dado conColoma, y dejando mi puesto a la seccin deSanjurjo me fu con la ma en busca de mi ca-pitn, atravesando a la carrera la cresta, quesegua muy batida.

    Antes de salir aun pude ver que la compaa

    de Ametralladoras, que nos haba protegido muybien (Esparza, es tan buen capitn como mal jugador de pker), cambiaba apresuradamentesu emplazamiento, descubierto y batido por laartillera roja.

    En la loma me alcanz un enlace; tena unaorden para Coloma y un papelito para m. Erauna copla que me dedicaba el capitn Maci,que en medio del combate, aun tena humor paraeso y mucho ms. Deca:

    Vamos a Santa Quiteriavenimos de Caminreal.Si siguen as las cosas

    te aguardo en el hospital.Me hizo mucha gracia. Lo que no me hizo

    tanta fu la orden de Coloma. Deca, si mal norecuerdo:

    Va a tirar la arti llera durante diez mi-nutos; al final lncese al asalto con su Compa-a.

    En un parapeto estaba Coloma con la sec-cin de Escobar, Barrenegoa, y Paos. Di elparte (como si no supiera su contenido) y alleerlo reuni a la gente y salimos pa adelante.A mi ver fuimos bordeando por la derecha el

    monte; nos tiraban de izquierda y derecha, des-de los parapetos que conservaban an, desde lasalturillas que dominan Tardienta; pero comobamos algo resguardados dentro de parapetossalvo los trozos descubiertos que cruzbamoscorriendo a todo lo que daban nuestras pier-nasno hubo novedad.

    Lleg un momento peliagudo. El parapetode acab: y hasta el ms prximo (donde ya sevean los soldados de Guinea, que nos llamabana grandes voces) haba un espacio como dedoscientos metros, descubierto y batido conametralladoras de derecha e izquierda.

    Coloma no lo pens; y en una carrera mara-villosa, materialmente bordado por las balas,

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    lleg al parapeto donde se nos esperaba. Tras lpas el bandern y los enlaces y me toc la vez.

    Pas miedo, un miedo horrible, y no meduele confesarlo; pero me encomend a Dios ysal corriendo esperando el balazo mortal. Co-rra, asombrado de ver que las piernas me res-

    pondan an y que las balas silbaban en derredorsin darme. Al llegar, sano y salvo, ya no pensms en ello; todo eran abrazos y alegra de lossitiados que rescatbamos. All estaba Noailles,el mdico de Falange, a quien la ltima vezhaba dejado en la Granja bebiendo cerveza.

    Por el parapeto adelante fuimos corriendohacia la ermita, que ya se vea a los lejos. En-tonces, un balazo de mala pata hiri en el cuelloal pobre Cuartero. Echaba sangre como un toro,y creo que ya no exista cuando pusimos sucuerpo en la camilla.

    El capitn tena prisa; estaban acabando losdiez minutos de preparacin artillera. Y corri-mos por el parapeto apartando a codazos a lossoldados de Guinea, que se apretujaban en lasarpilleras y tiraban como borrachos sobre lamasa de milicianos que en franca huida se des-colgaban hacia Tardienta.

    Marranos gritaban que nos habistenido tres das sin comer.

    Y descargaban el fusil, una y otra vez, pi-diendo a nuestros legionarios municin, de laque andaban escasos. El capitn Guinea quehaba perdido un hijo en el asedio los anima-ba con magnfico espritu.

    Nosotros seguimos a Coloma, que con elbandern pegado a l ondeando al viento dela tarde, iba abrindose la ruta de la victoria.

    El tiroteo era ya mucho ms soportable; sa-limos del parapeto, sin reparar lo que pudira-mos encontrar, y poco despus nos hallbamosante los restos ennegrecidos de lo que fu ermi-ta. Estaba el campo sembrado de cadveresrojos; recuerdo, por el mal efecto que me pro-dujo, un miliciano con la cabeza arrancada decuajo de un caonazo y que, sin embargo, tena

    el puo derecho cerrado a la altura de dondedebi tener la frente. Habamos rescatado SantaQuiteria.

    Form la compaa y fuimos hacia el puestode mando, pues nuestra misin estaba cumplida.Por el camino tropezamos con unos de Asaltocon sus prisioneros; una miliciana gordinflona,con cara resignada, y un francs que queriendomostrase despreocupado en su desgracia mepidi un cigarrillo. Ms haba, pero no repar enellos.

    Media hora ms tarde comamos una lata de

    mermelada (nuestro desayuno), y al cuarto dehora ocupbamos los camiones para ir a Zara-

    goza. Las canciones de los legionarios levanta-ban asfalto de la carretera.

    Dicen los rojos que tienenque tienen mucho armamento,pero no tienen aquellopa luchar con el Tercio.

    Entramos en la ciudad, donde el aspecto delos viandantes daba a entender que ya se espe-raba con impaciencia aquel resultado, que lescorroboraba la algaraba de la tropa. Al llegar alcuartel, sin bajarme del baquet, di la voz de

    Hoy no se pasa lista; a la calle todos

    Y mi seccin despus de dejar el armamen-to, se desparram por todo Zaragoza, comochiquillos traviesos, sin dar importancia a lo quehaban hecho. A divertirse.

    Faltaban Sol, Cuartero, Lzaro y Roldn;Portles estaba herido. Tambin seis legionarios

    haban muerto, y muchos ms geman en elhospital, pero

    No hay quien pueda,no hay quien puedacon la Segunda Bandera

    A las nueve de la noche estaba en mi casa.Era trece y martes; lo recordar ms adelante

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    III LA BATALLA DE LOSCARACOLES

    Dos das de descanso en Zaragoza nos vinie-ron muy bien. Cada cual procur adecentarse

    con sus mejores galas para presumir un poquilloen el paseo de la Independencia.

    Juanito Villarreal estren una soberbia tere-siana; con tantos dorados que, casi lo multaronpor acaparar oro en momentos tan difciles parala Patria.

    El capitn Rivera, al que Mayoral le cantaba

    Qu es aquello que yo veoencima de aquellos montes?La cabeza de Riveraque oculta los horizontes.

    Estren unas botas magnficas, siempre bri-

    llantes por obra y gracia de Boquichi, su po-pular asistente y ex limpiabotas .

    Llenbamos todos los establecimientos cn-tricos y presumamos lo indecible; yo al menos.Era muy agradable encontrarnos a esa seoraque nos vi nacer y orle

    Sois unas fieras.

    O al viejo amigo de la familia, que pregun-taba detalles sobre un asalto al arma blanca yquera saber si gritan los rojos al pincharles.

    El comandante (noventa por ciento de aquelxito) nos saludaba, cada vez que nos cruzaba,con paternal cario. Y los legionarios, al encon-trarnos en los bares, nos decan con voz muyalta, para que todos lo oyesen:

    Se acuerda, mi alfrez, cuando tir us-ted aquella bomba y por poco me da?.

    Pongo por hazaa que habamos compartidoy queran hacer pblica.

    Pero dos das se acaban pronto, y el 16 nosfuimos otra vez a Santa Quiteria. Tenamos queguarnecer aqullo esperando el contraataque.

    Cuatro da pasamos sin novedades dignas demencin. Me correspondi un pequeo sector,del cual era jefe; me instal en una casetilla y enamable compaa con Pascual (el magnficosargento) me entretena oyndole historietas desus quince aos de Legin. Tambin es ciertoque sufr un poco con las lceras mal cerradasde mi pierna derecha.

    Y es absolutamente cierto que en aquellosdas enterramos ms de seiscientos cadveres derojos, y que dejamos por imposibles muchosms, que se vean en los barrancos que van aTardienta; y que por la noche venan los rojos arecoger el armamento tirado. Como es cierto

    que una madrugada el capitn Rivera, a tiros de

    fusil cazador siempre se carg a un roji-llo que pag as su valenta.

    * * *Volv de Santa Quiteria, bastante fastidiado

    con mi pierna. Tanto que, al fin de la caminata,

    desde la ermita a la estacin, no pude ms ytuve que subirme a un mulo.

    Al llegar a mi casa me acost; acostado esta-ba cuando, al anochecer, lleg Demetrio con sueterna sonrisa y me di la noticia

    Est formando la Bandera para salir

    Vaya por Dios! No iba a poder descansar.Intente vestirme pero result imposible que mepusiera las botas. Un poco molesto por no poderacudir al llamamiento de mi Bandera, decidseguir acostado y darme de baja. Aquella nocheno pude dormir pensando en mi desercin y en

    los fregados en que poda verse la colectividad ala que ya tena cario.

    Al da siguiente vino a visitarme el mdicocivil de la Bandera. Pablo Romeo, inofensivocomadrn zaragozano, movilizado voluntaria-mente embarcado a curar dolencias legionarias,en ausencia de sus colegas militares.

    Me cur y mand que siguiera en cama unosdas. Durante ellos me trajo mil noticias de lasoperaciones que le llegaban por conducto de losque iban y venan.

    Pero todo lo que ocurri en aquel breve es-

    pacio no lo vi yo; y por eso no figurar en estelibro, de cuyo contenido soy testigo presencial.

    Para contaros lo que me contaron, prefieroque os lo cuenten. Y perdonad el juego de pala-bras.

    * * *Volv con los mos en Cella, pueblecito tu-

    rolense rico en aguas cristalinas, donde cran losmejores cangrejos de Espaa; codiciada presapara el capitn Pastor. Aquel da comimos unapaella a base de crustceos, como para chuparse

    los dedos.Cuando nos reunimos a comer no ramos losmismos de Caminreal. Mandaba, acciden-talmente, la Bandera, el capitn Rivera, puesRuiz-Soldado haba sido herido en Santa Barba-ra, el mismo da que murieron Toribio, Vias yel pobre Quintana, aquel valiente canario, hom-bre riqusimo, y falangista de corazn, que des-de Sevilla estaba voluntariamente agregado a alBandera, donde prestaba inestimables servicios.

    Aquel mismo da recibimos orden de mar-cha. Pas la tarde en preparativos y al anochecersalimos a pie para Gea de Albarracn. Los rojos

    se haban filtrado otra vez subiendo por el roBezas, hasta su confluencia con el Turia, haban

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    establecido una magnfica posicin nuestroobjetivo y cruzando este ro haban cortado lacomunicacin de Teruel con Albarracn, hostili-zando la carretera desde un monte llamado LosFrontones.

    Cuatro horas de marcha nocturna, sin hablar

    ni fumar, nos llevaron a Gea de Albarracn.Alojamos a la gente y como hasta la hora H(el indicativo a que se ajustan las operaciones yque slo conoce el jefe de la columna) tenamosalgn rato para dormir, asaltamos un caserndeshabitado y sobre jergones, mullidos conmantas y alguna almohada, descansamos unrato.

    A m me toc en suerte compartir una camade matrimonio con Marra. Aun me produce risarecordarlo, como se reir el lector el da queconozca a Marra.

    A las siete de la maana ya estaba la Bande-ra desplegada hacia los Montes Universales.Esta vez conoca nuestra misin, pues por lanoche haba tenido tiempo de colarme en la Co-mandancia a fisgar. Un jefe de la Guardia Civildaba instrucciones a mis capitanes y as supeque nuestra misin era mientras Sanjurjoatacaba de frente molestar a los rojos en suretirada y contenerlos en caso de que desborda-sen en direccin a nosotros.

    Como Rivera mandaba la Bandera se hizocargo de la catorce Compaa (a la que yo habapasado por conveniencias del servicio) Martnez

    Arija, que se haba incorporado en Santa Quite-ria, y al que dbamos muchas bromas por sumana de ser el ms antiguo.

    Tomamos posicin en la cresta, al otro ladodel ro, cogiendo de flanco la posicin roja, quepor cierto estaba muy fortificada ya; emplaz-ronse las mquinas y Virgilio (sargento en-tonces, brigada hoy y chiflado siempre), en-vuelto en su manta multicolor, se sent en unade ellas y comenz el fuego.

    A la hora H, que por lo visto era a lasocho, comenz el tiroteo en la parte donde ope-

    raba Sanjurjo; luego vino la aviacin, que bom-barde muy bien a propios y extraos, y conestas pas todo aquel da gris.

    Al anochecer nos dieron buenas noticias dela operacin, que no haba terminado. Quedabaalgo pendiente para otro da. Dejamos una sec-cin le toc la china a Palmeiro y los de-ms nos fuimos a dormir a Gea. En el casernhaba un piano y tuve que aporrear sus teclaspara solaz de mis compaeros.

    Al otro da amaneci lloviendo, por lo que laoperacin qued aplazada. Ese da fu yo a rele-var a Palmeiro en el monte; por la noche ces lalluvia afortunadamente y en un abriguito cons-truido con un rbol, una lona cubre carga y dos

    fusiles pas una buena noche, siempre hablandocon Pascual.

    Pero sigui lloviendo y la operacin no po-da hacerse; y as pas una semana de lluvia ysol. Cuando no estaba destacado acompaaba alPater y a Pastor en sus arriesgadas caceras de

    caracoles, que luego comamos con gran algara-za.

    Una noche que yo estaba destacado lleg lanoticia de que al da siguiente se terminara laoperacin. Se haban acumulado muchos ele-mentos, pues me hablaron de tanques, y trajeronunos botes de humo para ocultar la Infantera.Pas la noche nervioso otra vez y al clarear mesorprendi la noticia de los centinelas, dicin-dome que en los parapetos rojos no haba nadieya.

    Sali un voluntario a reconocerlos; tras de

    l, una escuadra. Y cuando lleg Rivera, contoda la Bandera, para iniciar la operacin, le dijelo que haba. Desplegamos y salimos en di-reccin a los rojos; efectivamente los parapetosestaban abandonados. Recogimos muchas mu-niciones, derruimos a patadas las chabolas em-pezadas y despus de reconocer el largusimocamino cubierto que desembocaba en una pari-dera puesto de mando donde por cierto ha-ba dejado una mugrienta cuartilla que rezaba

    Abajo estamos

    nos volvimos cantando al punto de partida. En

    honor de las caceras de Pastor la operacinqued en los anales de la Bandera como LaBatalla de los Caracoles.

    Los botes de humo no sirvieron ni para tiz-nar rojos, como pudo decir el comandanteFrutos que por esos das vino en sustitucinde Ruiz-Soldado, delicado para una tempo-radadestinado en comisin.

    Le conoc en Teruel, adonde fu con Colomapara traer municiones. Coloma estaba un pocomosca, porque el da de los caracoles la Ca-torce Compaa le pis el terreno, y la suyalleg al parapeto rojo cuando nosotros volva-mos, cumplido el objetivo; y se hubiera ganadoalguna pesada broma de Rivera de no ser porqueestaba muy entretenido abroncando a Palmeiro,que tuvo la galaica cachaza de dormirse y llegarpoco antes que Coloma; pero, a pesar de sumosqueamiento, me quera mucho y me llev atan delicado servicio.

    Y en la Comandancia de Teruel vi por pri-mera vez al comandante Frutos; temible en suenfado, gracioso hasta la carcajada cuando esta-ba de buenas y fornido de aspecto aunque juraque nunca pes ni sesenta kilos.

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    Aun estuvimos una semana en Gea. Y nosaburrimos concienzudamente, salvo las bromase incidentes que alargbamos todo lo pos ible.

    Un da hicimos una paella en el campo; iro-na de unos hombres que se pasan la vida, deparidera en paridera, por todos los campos de

    Aragn.Otro, discurri Marra que pescsemos tru-

    chas con granadas de mano. Como la estrata-gema no di ms resultado que asustar a losalevines, pretendi desecar una acequia de lacentral elctrica.

    Agarr con sus brazos de gorila el torniquetede la compuerta y se li a darle vueltas, hastaque consigui abrir la entrada de la turbina que,por ser de da, estaba desconectada.

    Empez sta a girar de vaco a una velocidadespantosa; y la oportuna llegada del electricista

    evit que varios pueblos sufrieran un apagnprolongado.

    Otro da, el pobre Campillo del que mstarde har la mencin que mereceme propusoacompaar a unos zapadores que iban a fortifi-car. Fuimos al atardecer para que, de da, deja-sen marcado lo que iban a cavar de noche.

    Entre dos luces vimos una paridera lejanael frente de Aragn estaba cuajado de pa-rideras y unos cuantos roglios que alltenan avanzadilla.

    Campillo, fantstico siempre, arrebat el fu-

    sil al zapador ms cercano, vaci el cargadorapuntando a la paridera y prorrumpi en esten-treas voces:

    Marranos gritaba esta noche iremosy os cortaremos la cabeza!

    Al poco rato nos volvimos a Gea, sin darmayor importancia al incidente. Pero a la medianoche nos despert un horroroso tiroteo.

    Los rojos haban visto sombras, y advertidospor las voces de Campillo (que lo mismo queamenazas les podra haber recitado un romanceo anunciado un especfico) creyeron llegado el

    momento de defenderse; y armaron un cacaocomo para figurar en los partes oficiales.

    Decididamente somos una calamidad cuandoestamos inactivos y, sin duda, por eso nos traje-ron a Zaragoza otra vez.

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    IV GUERRA CHIQUITA

    Pasamos unos das en Zaragoza, llenando lascalles de optimismo y orgullo. Luego salimosotra vez.

    Como siempre, vino Demetrio a avisarmecuando menos lo esperaba. Salimos de noche ysin saber adnde bamos; unos por ignorancia, yalgunos porque los vapores del alcohol, quehaban ingerido en sus ratos de ocio, embotabanligeramente sus inteligencias.

    La segunda Bandera es as. Al aviso de quesale la Bandera, aunque no haya nadie en elcuartel, acuden todos. No s como, pero acuden.

    Y entonces, da la casualidad de que muchastabernas se quedan sin clientela. La calle de laVernica era de las que ms sufran en su censohabitual, al salir de operaciones la Bandera.

    Recuerdo como aquella noche, el Tigrediecisis aos de legionario, sin una herida niun galn abrazaba tiernamente a unos infan-tes que me juro ser hijos suyos; cosa que no cremucho. Mejor dicho; sin dudar que los tenga,creo honradamente creo honradamente que noeran aquellos, porque fueron reclamados poruna mujer que no tena nada que ver con elTigre.

    Y como el pobre sargento Esteban (yo le dilos galones en Gea) me juraba por sus muertos,entre enormes aspavientos, que en aquella ope-

    racin que comenzaba pondra a mis pes nique yo fuera un rey! los galones de sargentoefectivo o perecera en la demanda; luego sedurmi profundamente.

    Entre cnticos, que alegraban la noche pri-maveral, ya alegre de por s, y con nutridoacompaamiento de botas de vino, llegamos amedia noche a Almudvar. All supe que estavez no se trataba de operacin ninguna.

    Podamos cantar aquello de

    Maana no hay parideraaunque lo mande Galera.

    Que tena su explicacin, Galera, joven te-niente coronel, inteligente y agradable, era el jefe de la Columna Mvil. Y, segn contabanlos antiguos, cuando la Bandera lleg al frentede Aragn, la explicacin de futuras operacio-nes era siempre:

    Se trata de tomar una paridera sin im-portancia.

    Y, por eso, paridera, era el nombre anto-nomsico que se daba a todas las operaciones.

    Aquella vez no haba paridera. Se tratabade un vulgar relevo, para permitir un acopla-miento de fuerzas. Estaramos all haciendo vidade trinchera.

    A la catorce Compaa le correspondi elsector de la casilla. La mandaba Garca Mayo-ral, incorporado de alta, despus de su herida deHuesca; tambin era nuevo Manolo Losada, aquien envidiaba su gorro con dorados, y quedeca haber venido al Tercio para engordar. Y se

    arreaba cada latigazo de insulina que haca tem-blar.

    El capitn Mayoral estableci su puesto demando en la casilla de camineros. En una habi-tacin la cama del capitn y el telfono; en otracuatro cajones y una mesa. En una tercera, sobrepuados de paja, dorma Palmeiro. Losada,Martnez de Arija y yo nos fuimos al parapeto.

    Un parapeto largusimo y regularmenteacondicionado. Cuando se hizo el relevo comp a-ramos nuestras fuerzas con las de la compaade Infantera a la que relevbamos; ellos erandoscientos y nosotros ciento diez. A nosotrosnos daba igual, y ellos lo encontraban natural.

    Es que ustedes decan.

    Y la frase quedaba cortada, flotando en el ai-re, como un elogio a nuestro valor, que se so-breentenda.

    Y al fin y al cabo, nosotros, ramos lomismo que ellos; aficionados la mayora, losoficiales; y muchsimos quintos entre la tropa.Pero algo inmaterial, tal vez un soplo vivificantede Milln Astray, flotaba en nuestros banderi-nes.

    La vida de trinchera era aburridsima. Escomo vivir en un pueblo sin poder salir al cam-po. Es una sensacin parecida a la que todoshemos sentido de nios, cuando aun no tena-mos edad de ir al colegio, ni nos dejaban salirsolos y nos moramos de tedio, encerrados encasa, entre juguetes que acababan por molestar-nos.

    Dividimos la trinchera en tres sectores; elprimero para Martnez de Arija (para eso era elms antiguo); el central para Losada, y el msizquierdo (que por ironas del destino, terminabaen una letrina) para m. All, en tres chabolas,

    dorman noches primaverales tres hombresreunidos por el azar.

    De da quedaba uno de nosotros de servicioy los otros dos iban a la casilla a pasar el da conel capitn Mayoral. Neurastnico y simpatiqu-simo, que en aquellos das nos puso al corrientede su odisea en Gerona, hasta que consiguipasarse en Huesca; y nos hablaba de su mujer yde su hijo (mi mujer esperaba descendencia poraquellos das) que haban quedado all.

    Tambin nos ense el juego de la batallanaval, y en esos inocentes entretenimientosbamos desgranando el rosario pesado de losdas de trinchera.

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    Por la maana vena el Capitn al parapeto,en visita de inspeccin y a tomar el sol en aqueldesmonte que pomposamente llambamos pla-za de armas. Entonces apareca Valads (mala-gueo sargento de la Legin) y nos amenizabacon sus cuentos y ancdotas.

    Recuerdo lo que nos remos el da que noscont la vida y milagros de un de un capitn dela Legin (tiempos africanos) que tena muy malgenio. Cont que un da en que sali a pasear acaballo, al apoyar una mano en la silla se laencontr llena de polvo. Se indign y a voceshizo venir a su asistente; y, rabioso, le mordi lacabeza hasta arrancarle algo de cuero cabelludo.Y luego (segn Valads, y all l con su respon-sabilidad), le deca con dificultades de pronun-ciacin:

    Qutame estos pelos!

    All en la plaza de armas, pasaban los ra-tos ms agradables del tedioso parapeto, mien-tras yo admiraba con envidia la magnfica pis-tola ametralladora de Losada. Siempre he tenidoaficin por las armas, y en aquellos das ase-sorado por Martnez de Arija aprenda a des-montar granadas de mano, y comenc a formarla coleccin que hoy tengo a vuestra disposicinen mi casa de Zaragoza.

    * * *Aquel aburrimiento sin un tiro ni una ba-

    ja tuvo un ligero parntesis. Cierto da quenos dedicbamos a enviar al capitn (cadamaana, como l deca en su acento cataln),los obligatorios partes, redactados con fina iro-na. Pero que a la postre tena que figurar el sinnovedad, que tan mal cuadraba con nuestrocarcter de traviesos hombres de guerra. Y unda, yo, decid que hubiese novedad.

    Me haba despertado al amanecer y, desdemi chabola, arrullado por los ronquidos de De-metrio y el araar incesante de una rata zapado-ra, o a mis centinelas hablando a voces con losenemigos. Estos proponan un intercambio de

    prensa, y daban su palabra (poco de fiar, losaba por experiencia), de que no tirara en todoel da, si nosotros no les agredamos.

    Me haca gracia la idea de repetir aquella es-cena tan conocida de que all en el llano tie-rra de nadie se encuentra un rojo y un nacio-nal y, entre insultos y pullas, se entreguen pe-ridicos y a veces materias comestibles, parademostrarse su buena alimentacin corporal yespiritual.

    Por eso d orden de que nadie tirase un tirosin mi consentimiento, y despertado Nuez (elcabo de la buena voz) le mand pactar un pe-queo armisticio, por mi cuenta y riesgo.

    El primero que sali de nuestra parte (ya es-taba el sol muy alto en su carrera) fu el propioNuez. Cuando los rojos se cercioraron de queno pasaba nada, enviaron a otro emisario, y enel llano de Almudvar se celebr, una vez ms,la recproca entrega de papel impreso.

    Pero como la trinchera era largusima y yoera el nico oficial por la razn ya expuestaque la vigilaba, no pude impedir que otro va-liente (estaba expuesto a un pacazo en cualquiermomento) quisiera demostrar a los rojos que ltambin sala. Y como los de enfrente habanpuesto como condicin que haba que salir unode cada lado, inmediatamente hizo su aparicinun segundo bisinio.

    Los mos no podan ser menos; y all fueronotros dos al encuentro de otro par de catalanes.Total que, a la hora de empezar el suceso, habaen el llano de Almudvar un grupo parecido aaquel que se formaba delante de La Maravilla,los domingos por la tarde, cuando haba aficinal ftbol.

    Yo, acodado en el parapeto, gozaba lo inde-cible, aunque comprenda la responsabilidadenorme en que estaba incurriendo. Pero, tenatanta suerte en todo lo de la guerra!, y adems,enseguida di orden a Pascual para que cesase elmitin. Pero antes de que Pascual cumplimentasela orden, me llamaron al telfono; Martnez deArija me deca, desde la casilla, con voces que-jumbrosas:

    Pero, que haces qu haces, animal? Hanavisado a la Comandancia, desde el observatoriode Artillera, que en el llano estn haciendo unapaella. Y el comandante viene a ver lo que pasa;te la vas a cargar!

    Mara Santsima! Y Pascual, en vez decumplir mis rdenes, se haba ido tambin acambiar una botella de coac por otra bebidaroja.

    Agarr aquella magnfica estaca que servapara apoyarme y no resbalar en el barro de latrinchera y, saliendo hasta las alambradas, tron

    con una voz que hubiera envidiado Gayarre:Al parapeto todo el mundo!!

    Mi prestigio de oficial y una carrera por todala lnea, blandiendo el soberbio trozo de olivo,bastaron, para que, a la carrera, se reintegrasenlos legionarios a sus chabolas.

    Les mand aparentar un profundsimo sueo,y cuando lleg el comandante (rodeado de todossus capitanes, entre los que vena hacindose ellonguis, el propio Mayoral) pude decir ufano:

    Sin novedad en la posicin, mi coman-dante.

    Y mientras que l (que estaba en el ajo) son-rea con satisfaccin ante el celo de sus oficia-

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    les, Marchena, con sus ametralladoras, tir unpar de rfagas, dando a entender a los rogliosque se haba terminado el armisticio.

    Aquella misma tarde me avisaron de que mimujer haba dado a luz a nuestra primognita, ycomo me dieron permiso haremos un parntesis,

    si os parece, mientras la bautizo.Cuatro das ms tarde provisto de una

    gran bandeja de merengues, me incorpor en lasierra de Alcubierre. A la Catorce le haba toca-do rara excepcin la papeleta ms fcil;guarnecer las tres posiciones intermedias.

    Cuando visitis la sierra de Alcubierre enesa peregrinacin de postguerra que nos hemosprometido todos los espaoles no dejis dever las intermedias. Son tres pequeas posi-ciones que aseguran el enlace de la primeralnea con el pueblo de Leciena, y sirven para

    proteger la carretera, que buena falta haca porentonces, pues a pesar de nuestra presencia, noera raro que los coches que circulaban fuerantiroteados y aun bombardeados.

    Me present a Mayoral, en la principal deellas; un arquetipo de parapeto, que sentir seaderruido, pues con ligeras adiciones a su confortprimitivo puede constituir una originalsimacasa de campo. Y poco despus me fu a lama; otro parapetillo, bien establecido, con sualambrada y todo (lujo en el frente de Aragn)en lo alto de un mogotillo que domina bastanteterreno, y avalorada con la inmediacin de una

    batera del 75, que en la cresta del barrancoapuntaba a la Imposible.

    La Imposible era una posicin roja, clavadaen la misma lnea de nuestras avanzadas, y asllamada porque su situacin la establecieroncuando Durruti lleg con sus primeras hordas,en pretensin de tomar caf en Zaragoza seconsideraba inaccesible.

    Pero no importaba; a su derecha y a unadistancia inverosmil por lo breve, estaba SanSimn. San Simn es la posicin de ms famaen la sierra; y tiene por qu. San Simn es un

    sargento de mi Bandera; pequeo como u ratn,vivo como una lagartija y valiente como el Cid.San Simn, con cuatro legionarios que quedaronvivos de su pelotn, tom aqullo, y por eso sellama San Simn ese montculo, pasara desa-percibido en cualquier topografa decente, yque, sin embargo, es papel blanco para escribirmuchas pginas de la Historia de Espaa. Pre-guntar a cualquiera de los falangistas de Los-tal, que saben algo de la sierra.

    Por cierto, que el propio San Simn mecont un sucedido que tiene gracia.

    Quiso la suerte que a su seccin le corres-pondiese guarnecer la famosa posicin. Y queuno de los falangistas de los que la ocupaban, al

    hacer el relevo, se creyeran en el caso de po-nerle en antecedentes, sin conocerle.

    Esta posicin es San Simn le dije-ron. No sabe usted lo que cost t omarla

    Y San Simn, sonriendo socarronamente,contestaba:

    Un poco, un poco.

    Y se acordaba de aquella tarde en que el ge-neral Urrutia le clav en el pecho las sardinetasde brigada. Ya lo creo que lo saba!

    Pues bien; mi posicin tena un pequeo in-conveniente. Y era el juego de las cuatro esqui-nas a que se entregaba la artillera todos los dasdespus de comer. Primero era un morterazode la Imposible a San Simn luegootro, y otro.

    Luego una llamada telefnica.

    Dicen de San Simn que los estnfriendo; tiren ustedes.

    El capitn de artillera tocaba su pito; se de-senfundaban las piezas y mi batera hacafuego sobre la Imposible. Era puntera fija,fuego rasante y muchos meses de corregir elmismo tiro. No fallaba una; y callaba el morte-ro.

    Pero entonces empezaba la contrabateradesde Alcubierre. Dos piezas del 105 y unanicanora la tomaban con nosotros. Con noso-tros porque como la batera del 75 estaba bien

    oculta, nos metan todos los pepinazos en miposicin.

    La primera tarde fueron ciento treinta; ahoraque, dando gracias a Dios, no explotaban ni porcasualidad. Aquella tarde slo lo hizo una; unagranada del 7 que nos cort el telfono. As,pude enviar a Mayoral un enlace con este parte,que aun creo conserva:

    Han cado ciento treinta granadas, quesupongo enemigas, rompiendo el hilo del tel-fono. Los hilos de nuestras existencias siguensin novedad.

    Luego, venan los artilleros y recogan lasinofensivas granadas. Muchas de ellas, conespoletas ms activas, salieron luego de caonesnacionales. Y dos, que fueron las ms cercanasa m en su cada, figuran intactas en mi colec-cin de trofeos.

    Pasada la lluvia artillera, poda irme un ratoa la posicin de Mayoral. All, con l, nos reu-namos Villarreal, Martnez de Arija, Losadaque vena de la posicin nmero dos y yo.Merendbamos, jugbamos al pker (cuantodinero me cost aquel parapeto!) y pasebamospor los sabinares inmediatos.

    Haca calor, y todos (menos Losada y yo,que queramos ocultar nuestra desmedrada

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    constitucin) usaban como traje unos ligerostaparrabos; as vestidos y con aquellas imp o-nentes porras de sabina que hicimos, parecamoshombres primitivos, dispuestos a cazar, a palosy pedradas, algn diplodocus; que el paisaje,bien se prestaba a tales elucubraciones.

    Tambin hacamos versos; romances idiotas,como aquel que describa la aburridsima vidade parapeto y deca:

    En cuanto la luna rielapintando hormigas y abastos,de cenas mal digeridasque murieron a mis manos,me acuerdo de mi morenaque est en el ro lavando.Cundo me darn permiso;alegra en papel blanco?

    O aquel otro que describe tan a lo vivo lasemociones de un combate ofensivo y traslada alreino de la poesa la amazacotada prosa de losreglamentos tcticos.

    Vamos adelante, vamos!Vamos a por ellos, chicos!Vamos adelante, vamos!hasta que yo toque el pito,y entonces, tirarse al sueloque est cerca el enemigo.Ya estn todos por el suelo

    en decbito supino,que viene la aviacin.Aves de volar cansino,golondrinas que excrementansuciedad de muchos kilos.

    Tambin salamos a pasear por la carretera.All sentados en los poyos, contbamos casos ycosas. Juanito Villarreal nos cont cmo en losprimeros das del Movimiento, en sus islas Ca-narias, entre l y otro falangista, conquistaroncierta ciudad de veintids mil habitantes.

    La cercasteis?

    preguntaba Mayoral.Yo, para no ser menos, les narr un sucedido

    de los primeros azarosos das de Zaragoza. Esrigurosamente cierto.

    Estbamos en Castillejos; entraban y salancamiones y hombres. Tiempos heroicos en losque haba que dominar chispazos en los puebloscercanos a la capital. Y en la capital misma,como todos sabemos. El general dispuso que lasmuchachas de falange cachearan en la calle a lasmujeres sospechosas.

    Y una tarde aparecieron en el cuartel tres de

    ellas, orgullosas de su presa. Una mujercicahumilde de aspecto, con su pauelo a la cabeza;pareca no haber roto un plato en su vida. Pero

    sus aprehensoras esgriman un documento com-prometedor; un mugriento papel, en el que apa-recan en letra de mquina muchos nombres ydomicilios de personas conocidas. Acotadas alpiz, con psima letra, las pruebas de la conju-ra.

    A las ocho en punto.Por debajo de la puerta.

    Por el ventanillo.

    Casi en volandas, compareci ante el hoygeneral Urrutia. Y, ante su severa mirada, seatrevi a disculparse.

    Sabe Usa; como yo reparto el Heral-do

    No me quisieron creer. Pero muchos de loslectores pueden dar fe de que es rigurosamentecierto.

    Y seguamos con los romances:Las mquinas son cigarrasy los fusiles son grillos.En el cielo un bandernde sangre y oro flamea.

    Perdnalos, Seor, que no saben lo que ha-cen!! Este era el comentario de Juanito Villa-rreal. Y que no presuma desde que se enter

    de que era un objetivo para la artillera!.Porque tambin es cierto, lo creis o no. Vi-llarreal sali a cortar sabinas para hacerse unbastn, en la inocente compaa de su asistentey un sanitario; y le paquearon con una piezadel 75. Les fueron cerca los tiros y gracias auna covachuela en la que pudieron guarecerse.

    All nos cogi la festividad del CorpusChristi. No todo haba de ser frvolo en aquelrelevo. Hubierais llorado de emocin si hubie-seis asistido a aquella sencilla misa que nos dijoel Pater; al aire libre, sobre una mesa; comomantel una manta, como cliz una copa de cris-

    tal. Y para alumbrar a la Persona Divina, dosvelas de sebo en botellas de cerveza. El capitn,los cuatro oficiales y todos los legionarios, bar-budos, sucios y silenciosos.

    Al da siguiente buen humor otra vez. Vala-ds me gasto una broma. En mi posicin tenados sargentos. Esteban, miope perdido; Sanabria(no s si os he hablado de Sanabria), sordo co-mo una tapia a consecuencia de un bombazo,cuya representacin grfica es uno de los seis osiete galones que lleva sobre su manga izquier-da.

    Pues esa maana, al despertarme, me en-contr que por orden del capitn, estaban:Sanabria escuchando el paso de los aviones; y

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    Esteban viendo unas seales de banderas queiban a hacerle desde la posicin principal. Lohaba mandado el capitn, y lo haba dicho elsargento Valads.

    * * *Sanabria es un tipo pintoresco. Malagueo

    cerrado (la provincia de Mlaga ha dado siem-pre un nutrido contingente de legionarios), ce-ceante hasta lo exagerado y graciossimo con-tando cuentos y sucedidos. Durante los bombar-deos de la artillera roja se refugiaba en mi cha-bola; y al mediano resguardo que nos ofreca supared maestra, me entretena contando aven-turas suyas o de Chiroba un tipo malague-o, muy popular a su deciro de otro paisano.

    Una preocupacin tena, que alcanzaba elgrado de monomana. La orza; una vulgarsi-

    ma tinaja que al lado de mi chabola contenatoda nuestra reserva de agua. Cuando cesaba unpoco la chorreada de pepinazos, asomaba lacabeza.

    A ve si me rompen la orza deca.

    El centinela, sentado en el parapeto como siaquello no fuese con l, con el desprecio de lavida que slo saben sentir los legionarios, nosanunciaba a voces lo que vena.

    Esta es del diez y medio gritaba.

    Y segua balanceando las piernas sentado enel parapeto. Sanabria y yo nos apretbamos todo

    lo posible a la pared. Y el estallido (si estallaba)o el golpe seco de la granada en el suelo de laposicin, se mezclaba a mis carcajadas. Sana-bria haba terminado su cuento.

    Ande vas Chiroba?

    A bail er trompo, que los toro no megustan

    Fu una temporada de guerra chiquita, diraun morazo de los que acompaaban a Galera.

    * * *Y tan chiquita. No hacamos ms que dir-

    vertirnos. El relevo nos divirti mucho ms an;y despus de unos das en Zaragoza, salimosaprisa y corriendo para Perdiguera otra vez.

    Los rojos, por sorpresa, se metieron en elMonte Calvario, la posicin que enlazaba Perdi-guera y Leciena, colgada de un cerro sobre elmonte oscuro; tenebroso lugar draculesco, don-de merodeaban los rojos.

    Aquel golpe de mano amenazaba seriamentela seguridad de toda la sierra de Alcubierre, yhubo que anularlo reconquistando la posicinsin esperar ms. All fu otra vez la Columna

    Mvil.

    Maana hay paridera,porque lo manda Galera.

    Nos concentramos detrs de Perdiguera. Elbatalln de Carros, mi Bandera y los falangistasde Escribano. Por la derecha, hacia Farlete,funcion la caballera. Y detrs de nosotros el

    77 como siempre.A las tres de la tarde desplegamos. Avanza-

    mos por el llano, sin hacer caso de la artilleraroja, que tir muy bien, justo es decirlo; perocon tan buena suerte para nosotros, como atesti-gua este detalle.

    Entre los camilleros de mi seccin (que ibanseparados an) cay un pepino del 155. Noestall; di un rasponazo en el suelo y vol porlos aires. Unos segundos estuvo zumbandosobre las cabezas de los camilleros. Al fin cay,inofensivo, a sus pies. Guerra chiquita.

    Para qu hablar ms de aquella insulsa ac-cin? Subimos, subimos a mi seccin le tocen extrema vanguardia. Nos silbaron cuatrobalas, que cont, y arriba encontramos ochomilicianos, casi todos extranjeros. Cogimos unaametralladora y rescatamos los cadveres dehermanos nuestros. Nos tumbamos en el suelo ya la media noche nos relevaron y volvimos aPerdiguera. Demetrio se qued dormido y noapareci hasta la maana s iguiente.

    Dos das despus, ya despejada la situacinnos volvimos a Zaragoza. Al montar en loscamiones nos vieron los artilleros rojos y la

    emprendieron con nosotros. Es el relevo msrpido que he visto.

    * * *Luego, un mes en Zaragoza. El comandante

    nos confeccion un horario y, por primera vezdesde que era oficial, conoc el montono servi-cio de cuartel. Por la maana tenamos instruc-cin; sala toda la Bandera formada hasta laGran Va. All se haca un poco de instruccin yvolvamos, desfilando con la banda de cornetasy tambores, que levantaba murmullos de entu-

    siasmo por lo airosamente que manejaba lascornetas, al principio y fin de cada toque.

    Luego, tenamos todo el da libre, salvo losde servicio; y llegamos a adocenarnos un pocoen esa vida burguesa de bar y cine; mejor o peoracompaados, pues ramos muchos los indge-nas en la Bandera, y los que no lo eran habanacabado por traer a sus familias.

    En cuanto al servicio de los subalternos erasencillo; un par de guardias y otras tantas vigi-lancias cada quince das. El servicio de vigilan-cia era entretenido, porque nosotros (segnaverig el primer da, al presentarme al jefe deda), no tenamos nada que ver con la plaza;slo con nuestros legionarios. Cuando yo estaba

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    de vigilancia me limitaba a salir un rato, des-pus de cenar; por el arco de Cinegio a la callede la Vernica; vuelta hacia Bureta, una vuelte-cita por la Peromata y a casa. Encontraba enpleno a la Bandera.

    Porque el oficial de guardia tena mandado

    que nadie saliese del cuartel despus de las diez.Pero no faltaban excusas (asistentes, enlaces,machacantes, rancheros, permisos especiales)para que salieran todos. Adems los alfrecesrivalizbamos en dar facilidades. Era lgico quese divirtiese un poco aquella gente admirableque tanto haca por la ciudad. Eran todos buenoschicos, zaragozanos o aragoneses en su mayo-ra.

    Y si alguno, mal aconsejado por GonzlezByass, como dice Portols, se extralimitaba unpoco, no faltaba quien fiase por l. A los legio-narios de la segunda Bandera se les quera y seles querr siempre en Zaragoza.

    Ved un ejemplo. Un da que yo estuve deguardia, a las once de la noche, cuando me dis-pona a tumbarme, me despertaron dos guardiasde Seguridad.

    Me saludaron, y ante mi invitacin, uno deellos empez a explicar algo que por sus mane-ras me pareci delicado.

    Ver usted, mi alfrez. No es ms quepara que lo sepa usted. La cosa no trascenderpero no queremos dejar de decrselo

    Hasta que apremiados, dejaron los circunlo-quios y el ms decidido dijo:

    Pues que unos legionarios de su Banderaque estaban cenando en un bar, han derribadoun tabique involuntariamente

    Me parece que demostraron diplomacia. Yes que en el campo siempre andaban juntos entodos los tiros, legionarios y guardias de Asalto.

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    V ALBARRACN

    Los ltimos das de aquella temporadita dedescanso los pasamos acuartelados.

    Y el da 6 de julio salimos hacia la provincia

    de Teruel. En un largusimo tren militar. Elcoronel Gazapo, con su habilidad caractersticapara poner contentos a los hombres que dirige,haba dicho a nuestro comandante:

    No tendris ni que bajar del tren; encuanto oigan los rojos que viene la segundabandera huirn

    Y el vaticinio corra de boca en boca.

    Dice el coronel Gazapo que ni bajar deltren.

    Pero ya en Monreal del Campo tuvimos queapearnos unos cuantos. Alguien haba colocado

    unos petardos en la va y era preciso retirarlos.El capitn Rivera se ofreci voluntario paradirigir la expedicin; yo para acompaarle y unlegionario asturiano que conoca la dinamitapara retirar lo que fuese, aunque hubieran inter-ceptado la va con una de las calderas de PedroBotero.

    Salimos en una locomotora hasta el lugar delprimer petardo; el segundo lo haba retirado yaun teniente de la Guardia Civil. El petardo eraun aparato precioso en su gnero.

    Una caja de madera, colocada debajo del ca-

    rril y disimulada con el mismo balastro

    measombraba que los guardias de servicio hubieranreparado en ella y con tres contactos de cobre,que al no llegar a tocar en el carril haban sidocalzado con pedazos de cartn, hasta conse-guirlo.

    El dinamitero comenz a manipular enellos. Rivera y yo, de rodillas a su lado, le ba-mos aconsejando.

    Quita esos hilos que salen de la p ila.

    No hace falta, mi capitn.

    Descalz tranquilamente uno de los contac-

    tos; y otro. No pasaba nada. Pero mi ngel de laguarda me inspir que deba fumar un cigarrillo.Saqu la petaca y ofrec uno a Rivera (siempretiene conmigo la broma de que no le he dado uncigarro jams) y nos retiramos a encenderlo a laparte baja del talud.

    Una sacudida enorme nos tir al suelo; vi-mos un resplandor, omos una detonacin, ycuando nos pudimos poner en pie vimos la valevantada en un trozo de tres o cuatro metros. Eldinamitero yaca sin cabeza, muerto.

    Volvimos a dar cuenta. Se repar la avera

    rpidamente y la Bandera sigui a su destino,cantando, siempre cantando. El tren que cruza-mos se llev al cementerio de Zaragoza el cuer-

    po de un hroe annimo ms, haba muerto porsalvar a sus compaeros.

    En Cella empez la paridera. All supimosque los rojos haban ocupado unas alturas sobreAlbarracn y se haban colado en esa ciudad. Laguarnicin se haba refugiado en la catedral y,

    dirigida por el capitn Guinea (acordaos deSanta Quiteria), resista. Se haba sabido por unteniente de Intendencia que llevaba un convoy,que no pudo entrar como es lgico.

    Para libertar Albarracn se formaron doscolumnas. La de la derecha mandada por Mon-tojo y compuesta por la compaa de ametralla-doras (en la que yo prestaba servicio haca unosdas), y una seccin seguira en camiones hastael kilmetro 20; all tomara una posicin yesperara a que la de la izquierda , compuestapor el resto de la Bandera, llegase por el otrolado del ro. Luego, todo fcil.

    Salimos en los camiones, y con el ligero pe-ligro del caoneo a la altura de Gea los rojostenan en los Montes Universales varias baterasy en un monte un observatorio, desde donde, aldecir del comandante Frutos nos contaban losbotones desde que salamos de Zaragoza llegamos al kilmetro 20.

    Cuando estbamos descargando el material,completamente descuidados, nos lleg de prontouna rfaga de ametralladora, que nos hizo dosbajas. De donde venan aquellos tiros? Nadiesaba contestar; pero el hecho es que nos tira-

    mos todos al suelo y que, poco a poco, pudimosretirarnos, con los heridos y todo el material,hasta un barranco desenfilado.

    Por l subimos y ocupamos una posicinbastante buena, desde donde podamos batir, deigual a igual, a los rojos. All estaba el tenientede Intendencia que diera la voz de alarma. Nosrelat su odisea; tuvieron que retirar a brazo unblindado, que se estrope cuando ms faltahaca, y que pesaba trece toneladas. Y all habaseguido esperndonos a nosotros. Por algo can-taban sus soldados ese himno (el capitn lodestroza con su malsimo odo) para su usoparticular:

    Puede dormir tranquiloeste trozo de Aragn,porque lo defiendenlos soldados de Intendenciaque tienen por emblema el sol.

    Toda la tarde estuvimos esperando intil-mente, ver aparecer la bandera por los llanos delotro lado del Guadalaviar. Al anochecer meenvi Montojo a inquirir noticias al puesto demando, que segn habamos quedado estaraestablecido en la casilla de camineros del kil-

    metro 19.

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    All supe que la columna de la izquierda te-na dificultades para avanzar, pues el enemigono era tan escaso como se supona; pero al am-paro de la noche (que se echaba encima a pasosagigantados) se establecera en unas alturasfrente a nuestra posicin.

    Volv a Montojo y establecimos un serviciode vigilancia, por lo que pudiese ocurrir. Y a lasonce de la noche, cuando yo tranquilamente,sentado con Soler, Marchena y otros sargentos,mientras Montojo dorma, sufri la Bandera elprimero de los cinco ataques que aguant antesde libertar Albarracn y donde se derroch mu-nicin por ambas partes. Ataques que, a mi juicio, dejaron muy atrs a los que yo conocadel frente de Madrid.

    Primero una bomba de mano; luego otra yotra y otra. Y luego un tiroteo infernal, comp o-niendo un poema musical como no so Wag-ner, en el que el crepitar de los fusiles formabala meloda de acompaamiento de bombazosincesantes. Todo esto, en un frente de un kil-metro. Por nuestra parte tres compaas; losrojos unos doce mil, segn supimos luego.

    Los de la derecha del ro no podamos hacernada. Desconocamos la situacin de las fuerzasy no podamos hacer fuego, exponindonos aametrallar a nuestros propios hermanos. Por esoestuvimos, sin tirar, mirando con los ojos bienabiertos y escuchando aquella apocalptica zara-banda, durante un par de horas. Luego, ces

    todo; el ataque haba sido rechazado.Pero no pudimos dormir. Cuando bamos ahacerlo, nos lleg la orden de bajar todo el ma-terial para ir al otro lado del ro (haban recha-zado el ataque sin ametralladoras) y all fu lasexta Compaa, por barrancadas abajo, en unanoche obscura si las hay.

    * * *A la madrugada estbamos al otro lado del

    ro. Montojo se estableci, con la mitad de laCompaa, en una loma ms alta que dominabacasi todo el frente y a m, con cuatro mquinas,me envi a otra ms avanzada, para proteger ala Catorce, que (cmo no) ocupaba las posicio-nes de mayor responsabilidad.

    Por un barranco bastante pesado subimos ala posicin; era sta un montecillo que domina-ba el barranco que nos separaba de las posicio-nes rojas. Tambin los rojos tenan dos lneas deposiciones; la primera en unas alturas anlogas alas de la Catorce y detrs unos picachos, decuyos nombres siento no acordarme.

    Detrs de aquel monte (montazo, dijimos alcoronarlo, das ms tarde) estaba Albarracn, y

    con esa ciudad la interrogante que nos preocu-paba. Resista Guinea? No se oa artillera; y el

    fuego de fusil no podamos percibirlo por ladistancia.

    La posicin era de lo ms primitivo. Sin msdefensa que el camuflado de las carrascas yunos esquemas de parapeto que haban cons-truido los legionarios hurtando minutos al sue-

    o. Cuatro piedras amontonadas en definit iva.Emplac las mquinas y el da transcurri

    relativamente tranquilo. Relativamente, porquedelante del mal tenderete que serva de puestode mando (all estaban Mayoral y Coloma con-migo) era incesante el pasar y transpasar decamillas. Chorreo continuo de heridos y muer-tos, en ese paqueo intrascendente de las situa-ciones estacionarias.

    Coloma y Mayoral discutan sobre la imp o-sibilidad de avanzar a menos de recibir refuer-zos. El Estado Mayor estaba en ello y, mientras

    tanto, habamos de resistir. No era una opera-cin tan sencilla (luego supimos que los sitiado-res de Albarracn llevaban ms de cien armasautomticas, contra nuestras ocho viejsimasHotchkis) pero se hara.

    Al anochecer estaba reventado y ped unacamilla para dormir. Demetrio me envolvi enlas mantas que arrastraba siempre y me quedeprofundamente dormido. Cuando despert,sacudido por Purroy (el enlace) ya se habaarmado el cacao.

    Y que cacao! Un festejo idntico al de lanoche anterior, con miles de disparos y cientos y

    cientos de bombazos. Me levant escapado.Coloma estaba con los suyos. Mayoral, res-

    ponsable de nuestra posicin, corra de un lado aotro con la pistola en la mano. Yo atenda almunicionamiento de las ametralladoras y corrade una a otra. Cada vez que pasaba por el puestoque tena establecido (bendije mi previsin)para rellenar los cargadores vacos que ibantrayendo sin cesar, vea orgulloso como loscuatro legionarios que tena encargados de esteimportantsimo servicio, sentados en el suelo,recargaban peines y peines, en silencio, sin elms leve gesto que denunciase ni siquiera preo-cupacin ante la lluvia de balas que caan a sualrededor.

    De todas partes llegaban heridos; unos porsu pie, otros acarreados en camillas, por Matutey Vicente, los maravillosos camilleros de laCatorce, que ya estn en el cielo descansando depasadas fatigas, y cuyas efigies copiar algnescultor el da que haya de elevarse un monu-mento a los mejores camilleros de todas lasguerras.

    Purroy, mi enlace (pamplons, criado en Lo-groo y con diecisiete aos mal cumplidos)

    pareca una lagartija. Siempre a mi lado cuandolo necesitaba, atenda a todo. Retiraba heridos,

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    cargaba cajas de municin y corra de los para-petos al puesto de mando, siempre con unabomba dispuesto a matar rojos, con el mosque-tn caliente de tanto disparar y una sonrisa enlos labios. Cuando entramos en Albarracn yaluca los galones de cabo que Montojo le colg

    a mi propuesta.Palacios, el viejo sargento encargado del

    Pelotn, con su eterno trago de vino en loslabios (navarro y de Olite) suba mulos y msmulos cargados de cartuchera y bombas. Asuna hora y otra.

    Al fin, la potente voz de Mayoral se dejabaor.

    Alto el fuego!!!

    Y en los parapetos, oficiales y sargentos re-petan:

    Alto el fuegoooo!!!

    Unos minutos ms tarde se haca la calmaotra vez. Y entre nubes de un acre humazo deplvora, los legionarios se envolvan en lasmantas para dormir un rato. Los rojos no sehaban salido con la suya.

    Y no es que no se acercaran. Que una noche(fueron cuatro las noches que in crescendo serepiti el ataque) a un sargento de la quintacompaa se le llegaron, al resplandor de losbombazos, cuatro milicianos a pedirle municin.Un cargador de pistola entero y verdadero lesdi; y all quedaron los rojazos, patas arriba,

    como prueba de que no se tiraba en balde.Cuatro noches. Cinco veces me despert Pu-

    rroy, porque mi sueo resista aquel estruendo;cinco ataques rojos, desesperados, rabiosos.

    Ciento setenta y cinco mil cartuchos, docemil bombas y trescientas bajas por nuestra parte,segn me dijo Losada que empezaba a ser ayu-dante.

    Campillo (ya os habl de l) llenaba loseplogos de cada noche. Cuando cesaba el ata-que y los rojos, convencidos de su impotencia seretiraban, Campillo lanzaba al viento de la oscu-

    rsima noche, sus bravatas. Venid aqu gritaba, esos canallas

    que os dirigen os estn engaando miserable-mente. Pasad a nuestras filaaaaas.

    Y algn comisario poltico rojo, dndoselasde erudito, le responda:

    Los engaados sois vosotros. Las rei-vindicaciones del proletariado

    No terminaba nunca. Campillo odiaba a losintelectuales, y cortaba rpido:

    Bandidos, canallas, hijos de tal, fuego-oo!!

    Desde luego que no saba lo que eran reivin-dicaciones; ni quera saberlo.

    El pobre Barrenengoa muri como un va-liente, de un bombazo; y Sanz de un tiro, ymuchos otros legionarios; que legionarios ra-mos todos en el peligro.

    Pero se nos haba dicho que espersemos re-fuerzo. Y espermos.

    * * *Fernando Zamora era un caso. Un caso de

    valor y de tranquilidad, como no se ven muchos.Uno de aquellos das (no recuerdo cul) le man-daron hacer un reconocimiento hacia la pariderams inmediata. Siempre parideras en el frentede Aragn.

    Sali con su seccin como a un inofensivopaseo. Y cuando estaba al lado de la paridera losrecibieron con un chorro de tiros como paradesorganizar a la vieja guardia de Napolen. Se

    refugiaron como pudieron y aguardaron la no-che, ya prxima, para retirarse. Fernando seretir el ltimo, como era su deber, y se despis-t.

    Tanto que a las dos horas de llegar el ltimomiembro de su seccin, que retir integra, nohaba aparecido an. Ramillete, el cabo quetanto le quera (meses mas tarde muri Fernan-do en brazos de Ramillete) se ofreci volunta-rio para traerlo vivo o muerto.

    Cuando estaba llenndose los bolsillos debombas para salir en su busca, apareci Zamora.Venia envuelto en su Mac. Farlan, y dijo por

    todo comentario: Buenas noches, qu hay?

    Era un caso.

    * * *Creo que he hablado de cuatro noches y cin-

    co ataques. Y no hay lapsus, porque es que laltima noche (la del da 12) fueron dos. Uno a lahora de costumbre y otro, el ms desesperado yfurioso que yo recuerde, dos horas ms tarde.

    El da 12 haban llegado los refuerzos. Un

    batalln que mandaba el comandante Mediavilla(a quien hiri un balazo aquella misma noche,en el puesto de mando; cosa que no nos chocdespus, porque las posiciones rojas dominabanlas nuestras de tal modo, que hasta el puesto demando estaba enfilado y batido) y nuestra inse-parable Me-hal-la de Tetun.

    Adems trajeron muy buenas noticias. Habavenido mucha fuerza y andaba operando por elotro lado del ro. Nos hablaron de la cuartaBandera y del Batalln de Mrida, entre otrasfuerzas escogidas. Primeramente dijeron queesas fuerzas (que iban muy adelantadas en su

    avance) cogeran por detrs aquellas posicionesque nos traan de cara; pero ms tarde se decidi

  • 8/8/2019 Con la 2 Bandera en el Frente de Aragon.- Francisco Cavero

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    que seramos nosotros los que entrsemos enAlbarracn.

    Por la tarde, subieron los jefes de la Me-hal-la a mi posicin. El comandante Hernndez (quecon la estrella en fondo negro y su cara y ade-manes de nio, tom por un alfrez provisional),

    el simpatiqusimo Galindo y el estirado y pulcroRomero. Con Frutos y mis capitanes estuvieronreconociendo el terreno; y aunque no me lodijeron (yo rondaba curiosamente todos susgestos) averig que al da siguiente entrara-mos en Albarracn.

    Aquella noche, como ya he dicho, fuerondos los ataques. El primero fu rechazado,segn costumbre; pero el segundo, sin duda,choc algo ms, porque el comandante llam altelfono. Yo era el oficial ms cercano en aquelmomento y le puse en antecedentes.

    Se repite el ataque, mi comandante. Peroparece menos fuerte que el anterior.

    Cuando di cuenta a Mayoral de mi opininsobre el festejo, se indign.

    Ms suave? bram Los riones yun palito! Esto te parece suave!

    Fu el ms fuerte de todos. Siempre meequivoco. Para eso soy alfrez.

    * * *An no se haba disipado del todo el humazo

    de la Cheditta, cuando se inici el clarear y

    empez la accin. La artillera

    77, comosiempre empez a corregir el tiro. Los legio-narios fueron despertando de su sueo de mi-nutos y los morazos de Galera se deslizaron(como slo los moros saben deslizarse) hacia supunto de partida. Ellos atacaran por la izquie r-da, mientras la Bandera suba de cara, empezan-do por las parideras en que tan mal se habarecibido a Zamora.

    Montojo lleg con el resto de mi Compaa.Le tena ya preparados los emplazamientos paralas mquinas, y se hizo cargo de toda la base defuegos.

    La artillera empez a zumbar de recio, perolos rogelios parecan dormir an. Nada deno-taba que esperasen aquel ataque por nuestraparte. Calor que no tenan idea de que hubieranllegado los refuerzos (en sus cinco ataques nohaban odo ms que el himno de la Legin) yno les caba en la cabeza que la segunda Bande-ra se decidiera a echrseles encima, ella sla.

    Con la salida del sol se lanz adelante laBandera. All fueron los legionarios, conduci-dos por Mayoral, Coloma y Negueruela (Marraestaba herido de la noche anterior, igual que

    Escobar y Martnez de Arija) y de la primera

    embestida se plantaron en el mismo borde delcarrascal.

    Montojo, con sus gemelos, me seal losobjetivos. Cantaro