con el tiempo en los talones

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Page 1: Con El Tiempo en Los Talones
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Mario López Guerrero

CON EL TIEMPO EN LOS TALONES

“Sean éstos nuestros mejores tiempos o sean los peores, son los únicos que tenemos."

A. Buchwald

Ediciones MLG

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Mario López Guerrero

CON EL TIEMPO EN LOS TALONES Título original: Con el tiempo en los talones Segunda edición Diseño y redacción: Mario López Guerrero Ilustración: Mario López Guerrero © Mario López Guerrero, 2013 ISBN: 978-1-291-67331-9 “SÍ se permite la reproducción total o parcial de este libro. SÍ se permite su transmisión y difusión. SÍ se permite la crítica constructiva del mismo. SÍ se permite escribir libros a quienes les interese escribir libros y leer libros a quienes les interese leer libros. SÍ se permite citar al autor si se considera necesario. Y SÍ se permite ver el lado alegre de la vida.” Si quiere ponerse en contacto con el autor contacte con MLG. MLG es un sello editorial creativo de Mario López Guerrero. www.mariolopezguerrero.com [email protected]

¡Muchas gracias!

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“A mis abuelos que siempre estarán en mi corazón”

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ÍNDICE

.......................... 6

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...................................23

.............................34

......................43

.................................54

............................................59

.................................................66

.............................................................73

................................81

...........................................................100

..................................109

..............116

.....................121

............................................129

.....................................................136

.............................................................145

....................................................156

................................................................163

..............................................166

.........................................................178

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“El tiempo es lo que más deseamos tener, pero, por desgracia, lo que aprovechamos menos.” WILLIAM PENN

Querido diario: Verás, tengo un problema. No es que sea un quejica, pero quejarse de vez en cuando es bueno, sobre todo cuando todo el mundo se queja. Como decía mi maestra: “el que no se queja, se queda fuera de la foto”. En realidad no era mi maestra, era mi vecina del quinto, pero siempre que nos encontrábamos en el portal, tenía algo que enseñarme. Es más, cuando nos encontrábamos en el ascensor también tenía algo que enseñarme. Incluso cuando nos encontrábamos fuera del portal, siempre tenía algo que enseñarme. Su vida se reducía a enseñar a los demás lo que tenían que hacer en general y a mí en particular. Siempre estaba diciendo frases y refranes sobre la vida. No sé si ella se los aplicaba, pero parecía tener

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respuesta a todas las preguntas. Incluso tenía todas las respuestas aunque tú no preguntaras nada. Ella siempre tenía algo que decir. Y una cosa que decía muy a menudo es que la gente se quejaba, no importaba el porqué de la queja, lo único importante era quejarse. Quejarse era un vicio para todo el mundo y mi vecina del quinto se quejaba de eso. Cada uno con su queja. Sales de casa y alguien se queja del tiempo. Llegas al portal y alguien se queja del ruido de la noche anterior. Vas en el coche y ahí ya no oyes quejas, pero intuyes que todos los conductores se van quejando. Y si no lo intuyes, bajas la ventanilla y te das cuenta de que es una guerra de todos contra todos. ¡Es la queja! Llegas a la tienda y alguien se queja de que es muy temprano. Vas a la cafetería y alguien se queja de que el café está muy caliente. Vas al fútbol y olvídate de ver el fútbol, es una competición a ver quién se queja más. Por cierto, el árbitro siempre lleva las de perder ¡Un hurra por las madres de los árbitros que nadie se acuerda de ellas para bien! Podemos decir que la queja es un vicio y como vicio es muy difícil abandonarlo, por eso me quejo de la queja. ¡Qué vicio! En fin, que siempre me acordaré de aquellas frases de mi vecina del quinto como la de que “el que no se queja, se queda fuera de la foto”. Realmente, apostaría a que esa frase no era suya e incluso apostaría a que no te interesa mi relación con

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mi vecina del quinto, así que ahora vayamos al grano. Querido diario: tengo un problema. ¿Cuál es el problema? Que no tengo tiempo. No me da tiempo a hacer todo lo que quiero. Es más, no sé si lo que quiero, lo quiero hacer y lo que hago es en realidad lo que quiero hacer. Me explicaré. Me paso el día haciendo cosas, pero cuando pienso en todo lo que he hecho, me doy cuenta de que no he hecho todo lo que he querido, ni he querido hacer todo lo que he hecho. Más fácil: hago cosas, pero ¿qué cosas hago? Esa es la cuestión y para esta cuestión nunca me dio una explicación mi vecina del quinto. Debe de ser uno de los grandes dilemas de la humanidad que quedan sin resolver, sino mi vecina del quinto me habría dicho algo sobre el asunto. O quizás mi vecina del quinto sí lo sabía y se lo callaba para que nadie supiera controlar su tiempo. O quizás, ella hablaba de todos los otros temas, para que nadie le preguntara sobre el tiempo. Lo cual es bastante rato porque las conversaciones más típicas hablan sobre el tiempo. Ahora que lo pienso, creo que mi vecina guardaba el secreto del tiempo. Todos corriendo con el tiempo en los talones y ella siempre con tiempo a todas partes. Parecía que bailaba con el tiempo y nunca quiso bailar conmigo ¡Qué lástima no haberme dado cuenta antes! Me gustaría volver a encontrarme con ella y preguntarle por el secreto del tiempo, pero ahora ya

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es tarde. Concretamente, las doce de la noche. En fin, querido diario, que tengo un problema y es que no me da tiempo a hacer todo lo que quiero ¿por qué? No lo sé. Si lo supiera, no hubiera escrito todo esto. El caso es que yo le pongo ganas y buena intención, pero el tiempo es el que es y no es suficiente para todo lo que tengo que hacer en el día. Verás, empiezo a hacer todo lo que tengo que hacer y de pronto, me encuentro haciendo otras cosas y cuando me quiero dar cuenta, ya es tarde y se ha acabado el día. Está claro que me gustaría encontrarme con mi vecina del quinto y que me dijese lo que sabe, pero sólo te tengo a ti, así que espero que me ayudes a aclararme. Aunque ahora que lo pienso, con el tiempo me pasa lo mismo que con mi vecina del quinto. Cuando escribo en este diario, siempre acabo perdiendo el tiempo hablando de mi vecina del quinto. Escribo, escribo, escribo y ahí aparece ella, para cambiarme el tema y no centrarme en mi problema. O quizás ella sea mi problema. ¡Vaya! No sabía que tenía un problema con mi vecina del quinto. Sí, ella es la culpable de que yo no tenga tiempo para hacer todo lo que quiero y ahora que ya tengo mi queja, ya puedo salir en la foto ¡Bien! Pero, ¿para qué quiero una foto? Yo lo que quiero es tener tiempo para hacer todo lo que tengo que hacer. ¡Vaya! Esto va a ser más complicado de lo que pensaba.

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Lo que quiero es tener tiempo y lo que no quiero, es perderlo. No sé si escribir en este diario me ayudará, pero de momento he descubierto una cosa: tengo un problema para concentrarme en decir algo y mucha facilidad para dejarme ir por las ramas. Quizás esto tenga que ver con mi problema con el tiempo. Y además, creo que he descubierto otra: echo de menos a mi vecina del quinto. Por cierto, querido diario, mi nombre es Gregorio y dirijo una tienda de relojes. ¡Qué contradicción! ¡Hasta mañana!

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“El valor del tiempo está en boca de todos, pero en la práctica de pocos.” LORD CHESTERFIELD

Querido diario: Hoy ha pasado algo muy curioso. Ayer escribía sobre mi problema con el tiempo y hoy en la tienda ha entrado una persona. No, no ha sido mi vecina del quinto. Tampoco es que nunca entre nadie. Por suerte, no nos va mal en la tienda. ¡Vaya, ya me estoy liando otra vez! Te decía que hoy ha entrado una mujer que se llama Irene y que me ha hecho una propuesta. ¡Hacía tiempo que una mujer no me proponía algo! Le he dicho que si quería que apagara las luces y encendiera unas velas, pero me ha dicho que prefería que no lo hiciera. Por favor, ¿dónde ha quedado el romanticismo? ¿A dónde vamos a parar? ¿Qué será de nosotros sin un poco de emoción en la vida? Creo que no tengo un problema con el tiempo. Lo mío es un problema con el mundo. Hablo de un asunto y

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mi cabeza está pensando en otro. Hay tantos asuntos en el mundo que reclaman mi atención, que ya no sé a cuál atender y a cuál no. Y además, como no me gusta discriminar, tengo que atenderlos a todos. ¡Es lo que tiene ser buena gente! ¿Por dónde iba? Ah, sí. La mujer que ha entrado en la tienda. Pues bien, querido diario. Esa mujer me ha propuesto hacer un seminario sobre gestión del tiempo en mi tienda de relojes. Ha dicho que una tienda de relojes era un lugar muy apropiado para dar crédito a lo que ella comentaba sobre cómo gestionar bien el tiempo. En eso estábamos de acuerdo. Luego ha dicho que era muy apropiado que yo pagase para que ella pudiera impartir el seminario y ahí ya no estuvimos tan de acuerdo. No sé cómo lo hizo, pero al cabo de un rato le firmé un documento para patrocinarle el seminario. Eso sí, conseguí que me diera dos invitaciones. Así que vamos a dar un seminario sobre gestión del tiempo en mi tienda de relojes, ¿qué te parece? Ya estoy viendo los anuncios en los periódicos. La gente vendrá en masas a mi tienda y le hablaremos del tiempo. Les importará el tiempo y yo les venderé relojes para que sepan cuánto tiempo tienen. Aunque ahora que lo pienso, creo que esa tal Irene tiene mucha labia. Sabe negociar muy bien y me ha convencido. No he sabido decirle que “no”.

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Resulta que ella me regala dos entradas para quedar bien conmigo, pero yo le pago todo el seminario y pongo la tienda. Creo que no ha sido tan buen negocio. Es cierto que vendrá gente al seminario, pero ahora me toca a mí venderles los relojes y no creo que sea buena idea hacerlo en el medio del seminario. No me imagino a ella hablando y yo diciendo: esta frase la ha patrocinado tal marca de relojes. Tendré que pensar una estrategia para la venta. Al fin y al cabo, no hay tiempo que perder. Pase lo que pase, lo que está claro es que si no aprendo a gestionar mi tiempo, por lo menos, aprenderé a negociar como lo hace Irene. ¡Qué labia tiene! O ella tiene mucha labia o soy yo el que se deja llevar. O las dos cosas. Creo que estoy descubriendo mi verdadero problema con el tiempo y con el mundo y es que me dejo llevar fácilmente por lo que sucede. ¡Vaya! Escribir en este diario parece una terapia. Es posible que me vaya a servir de algo y que no sea una pérdida de tiempo. ¿Por qué te escribo? No me lo preguntes si no quieres saberlo. Está bien, te escribo porque tenía tiempo y no sabía qué hacer con mi tiempo. Sinceramente, cuando empecé a escribirte, pensé que sería una pérdida de tiempo, pero ahora que he empezado, no te quiero dejar. Soy un cabezota, lo sé. Pero quiero acostumbrarme a escribirte todas las

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noches y que te acostumbres a leerme. Y que sepas que ya no eres una pérdida de tiempo. ¡Toma piropo! De momento, ya he descubierto que mi problema es mi vecina del quinto, es decir, que en lugar de estar centrado en lo que tengo que hacer, me dejo llevar por ella y por otros asuntos y acabo perdiendo el tiempo que tenía que aprovechar para hacer lo que en realidad debería de hacer. En otras palabras: me dejo llevar. ¿Por qué me dejo llevar? No lo sé, por eso escribo un diario. Es absurdo. Sí, lo es. Pero más absurdo es saber que tienes un problema y no hacer nada con él. ¡Ojo! Que porque sea absurdo, no es malo. A mucha gente nos gusta lo absurdo, sino cómo se entiende que mucha gente viva conociendo sus problemas y sin hacer nada para solucionarlos. Yo en cambio, estoy decidido a solucionar mi problema con el tiempo. Eso creo. Tengo que saber manejar bien el tiempo porque el tiempo es oro y el que lo pierde es un bobo ¡Vaya! Esa frase recuerdo que me la dijo una vez mi vecina del quinto. ¡Ya está! Tenía que aparecer ella otra vez. Es como si cuando me pongo a pensar, siempre aparecieran los mimos pensamientos. Es una especie de rotonda. Vueltas y vueltas al mismo tema, con los mismos problemas y las mismas soluciones que no solucionan nada. Tendré que pensar en cómo salir de la rotonda porque seguir dando vueltas en ella parece un poco absurdo. Quizás todo en esta vida tenga

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mucho que ver con lo absurdo. Querido diario, quiero salir de la rotonda. Quiero dejar de irme por las ramas y centrarme en lo que de verdad importa. Quiero olvidarme de mi vecina del quinto y hablar de lo que tengo que hablar. Quiero saber qué hacer con mi tiempo. Vale, es verdad, lo reconozco. En el fondo, no quiero olvidarme de mi vecina del quinto. Ella ha sido una maestra para mí y es muy difícil olvidar todo lo que uno ha aprendido con el tiempo. ¿Qué me estás diciendo? ¿Quieres que me olvide de ella y de todo lo que he aprendido? Te lo voy a poner muy difícil, entonces. Porque ellos llevan conmigo muchos años y nos atan muchas experiencias. Estamos atados y con nudos bien fuertes. Tú verás lo que haces. Por cierto, este viernes comenzamos el seminario de gestión del tiempo y el título es bastante sugerente: “¡Fumarse el tiempo mata!” Te seguiré escribiendo.

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“El tiempo pertenece a aquel que sabe cómo utilizarlo.” LEONARDO DA VINCI

Querido diario: ¡Buenas noches! La educación ante todo, porque así me lo han enseñado. Es un hábito que tengo y que no quiero perderlo. Verás, hoy he estado hablando con Irene sobre el tiempo. Lleva lloviendo desde enero y la cosa no parece que vaya a mejorar en los próximos días. No es que me queje de la lluvia porque es buena para las plantas, pero yo no soy una planta. Luego, Irene ha estado hablando del tiempo conmigo y me ha dicho que todo es cuestión de hábitos. Le he dicho que no quería habituarme a la lluvia y ella ha dicho que me olvidara del clima, que quería hablar de lo que de verdad importa, del tiempo. He insistido en que a mí me parecía muy importante que lloviera, pero que también era bueno que hiciera sol de vez en cuando. Es más, que yo preferiría que hiciera más días de sol que de lluvia. Y ahí, Irene ha estado muy acertada porque me ha dicho que ella preferiría que me centrara en lo que

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tenemos que hablar y no perdiera el tiempo. ¡Qué fácil es decirlo! He contraatacado con un buen golpe. Le he dicho que yo soy así. Que me voy por las ramas y no puedo hacer nada. Que va en mi personalidad y en mi ADN. Que lo siento mucho, pero que se tendrá que acostumbrar como ya me he acostumbrado yo. Que han sido muchos años perfeccionando la técnica de irse por las ramas y no iba a desprenderme de ella tan fácilmente. Irene se ha quedado callada. El argumento había sonado muy sólido. Luego, Irene se ha puesto a reír. El argumento había perdido todo su valor. Resulta que me ha dicho que me olvide del ADN y de que soy así o de que esa es mi personalidad. Que yo puedo decidir cómo soy y que irse por las ramas es un comportamiento y que cualquier comportamiento se puede cambiar. Eso sí, que cambiarlo lleva tiempo. Sus palabras han sonado como una dulce melodía para mis oídos. De hecho, mientras ella hablaba, sonaba una dulce melodía por el hilo musical de la tienda. ¿Lo has oído, querido diario? ¡Puedo cambiar! No me voy por las ramos porque sea así; me voy por las ramas porque me comporto así. Yo todavía no lo tengo muy claro, pero Irene ha dicho que con el tiempo, lo tendré más claro. Intentaré explicarte lo que me dijo Irene. El caso es que estamos acostumbrados a hacer las cosas de una determinada manera y por miedo a no

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cambiar, seguimos haciendo todo igual y perdemos el tiempo siempre en las mismas cosas, por ejemplo, yo hablando de mi vecina del quinto. Somos como el tiempo que decidió llover y de momento, no ha parado. Pues nosotros igual. Decidimos hacer las cosas de una manera, lo que Irene llama hábito, y ahí nos mantenemos. Somos la lluvia que no para un momento y nos quejamos de que llueve. Según ella, somos “animales de costumbres”. Aquí casi la liamos porque yo le dije que yo era “mono” según el horóscopo chino y le pregunté qué animal era ella, pero por la expresión de su cara, creo que ella no sabía qué animal era. O quizás no quiso contestarme porque era irse por las ramas. ¡Cómo no me voy ir por las ramas si soy mono! Irene se olvidó del horóscopo y siguió diciendo que las personas hacemos las cosas como siempre las hemos hecho y punto. No nos preguntamos si hay una forma mejor por miedo a encontrar una peor; y por esa razón, hacemos lo que hacemos y perdemos el tiempo como lo perdemos. La cuestión son los hábitos. Yo pensaba que ya no estaba de moda eso de ponerse los hábitos, pero parece que todos tenemos nuestros propios hábitos. En fin, que parece que la culpa no es de mi vecina del quinto, sino de mi hábito de acordarme de ella. La culpa de no gestionar bien mi tiempo, no tiene que ver con los demás, sino conmigo mismo.

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La verdad es que me gustaba más antes cuando pensaba que la culpa era de mi vecina y visto que ahora soy yo el culpable, no sé si quiero ir al seminario de Irene. Me ha echado la culpa y se ha quedado tan tranquila. Si por lo menos, hubiera habido unas velas y un poco de vino, hubiera sonado diferente. De todas formas, creo que lo mejor es que vaya al seminario ya que se hace en mi tienda y lo he pagado. Si no aprendo a gestionar el tiempo, por lo menos aprenderé a negociar como ella. ¡Me encanta como habla! Por cierto, Irene me ha pedido que le escriba una lista con los cinco hábitos que me hacen perder el tiempo, pero le he dicho que no tenía tiempo para hacerla. Ella se ha reído y me ha dicho que entonces tengo muchos malos hábitos. Le he dicho que si yo y mis hábitos habíamos llegado hasta esta edad juntos, tampoco serían tan malos. Y ella me ha contestado, que lo importante no son los años, sino cómo los disfrutamos. Ahí me hizo daño. Le pregunté que por qué no se dedicaba al boxeo después de todos los golpes que me estaba dando y me contestó que leyera su biografía ¡Punch! Mi respuesta no se hizo esperar: no tengo tiempo para leer tu biografía. Resultó que ella había sido campeona de boxeo en su juventud y por una lesión lo tuvo que abandonar. Ahora se dedicaba a dar seminarios de motivación y de gestión del tiempo.

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Después de contarme brevemente su historia, volvió a lanzarme otro directo: si no tienes tiempo para escribir cinco hábitos, ¿para qué tienes tiempo? ¡Buena pregunta! Tengo tiempo para hacer lo que tengo que hacer y no todo el tiempo que realmente quisiera. ¡Mala respuesta! Según ella, lo único que tenía era tiempo. Concretamente veinticuatro horas al día a una velocidad constante de sesenta minutos por hora. Me convenció. No me podía quejar de no tener tiempo cuando era lo único que realmente tenía. Según ella, tenemos tiempo y nos dedicamos a decidir lo que hacer con él. Lo que tenemos que hacer es tomar decisiones, elegir qué hacer con el tiempo. No podemos hacer cosas y luego quejarnos por no tener tiempo. Tenemos que ser conscientes de que tenemos un determinado tiempo y luego decidir lo que hacer con él. ¡Sí que tenemos tiempo! No se trata de correr como locos perseguidos por el tiempo, sino de bailar con el tiempo como hacía mi vecina del quinto. Y ahí es donde entran los hábitos. Lo que hacemos por hábito, no lo decidimos conscientemente. Si es un hábito bueno, ganamos tiempo para otras decisiones. Si es un hábito malo, perdemos tiempo para otras decisiones. ¿Qué es lo importante? Saber decidir qué hacer con el tiempo. Es decir, llenarse de buenos hábitos y dejar los malos hábitos. Parece que en el fondo hay algo sencillo en todo este

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lío. Estamos hechos de hábitos y tenemos que saber quitarnos unos y ponernos otros. Pensé que nunca diría esto, pero todos tenemos que ponernos los hábitos. Igual cierro la tienda de relojes y abro una tienda de hábitos. Será más adecuada para hablar del tiempo. Querido diario, creo que en los próximos días lo que voy a aprender es a tomar decisiones con Irene, así que ¡Buenas noches y felices sueños! La educación ante todo, que es un hábito que no quiero perder. Nota: escribir cien veces “tengo tiempo”.

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“El tiempo es el material del que está hecho la vida.” BENJAMIN FRANKLIN

Querido diario: Hoy ha sido la primera sesión del seminario de Irene. Han venido casi veinte personas y dos niños. No es que los niños no sean personas, pero han demostrado una alta capacidad para llamar la atención y he preferido destacar su presencia. Déjame que te cuente cómo ha sido. Bueno, déjame que te lo escriba. Al principio nos ha hecho aplaudirnos unos a otros por haber asistido al seminario. No sé para qué sirve, pero nos hemos aplaudido. Sobre todo los niños, ¡qué fuerza tienen para aplaudir! Según Irene, era una forma de despertar el cerebro. Desde luego yo nunca me había despertado con aplausos. Nos ha dicho que para estar al cien por cien hay que tener los ojos bien abiertos, los oídos bien limpios y el cuerpo preparado para el movimiento. Me vino a la mente una imagen del lobo de Caperucita

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roja: ojos grandes, orejas grandes y ¡Ñam! Ha dicho Irene que para atender, tenemos que poner todo nuestro cuerpo en disposición de atender. Atender escuchando, atender con la mirada y atender con las sensaciones del cuerpo. Pensé que lo siguiente iba a ser ponerse a bailar, pero no. No ha habido baile, lo cual se agradece porque hubiera quedado bastante mal. Nos hemos presentado y hemos dicho lo que opinábamos del tiempo. Casi todos teníamos la misma palabra en la boca: nos falta tiempo. Irene me echó una mirada y entonces me acordé de que lo único que tenemos es realmente, tiempo. Pero lo dije tarde. Nota: volver a escribir cien veces “tengo tiempo”. A partir de ahí, una pregunta centró toda la sesión: ¿Para qué queréis más tiempo? La pregunta sonó extraña y parece que nadie se la hubiera hecho antes. O mejor dicho, que todo el mundo se la había hecho antes, pero nadie había encontrado la respuesta adecuada. Otra especie de rotonda como la de mi vecina del quinto. ¡Quién construye las carreteras en el cerebro! Irene hizo mención a una señora que se llamaba Bronnie Ware. Al parecer se trataba de una enfermera australiana que llevaba años trabajando en cuidados paliativos y había convivido con los enfermos en sus últimas semanas de vida. Y de esa convivencia extrajo cuáles eran los principales lamentos de estas personas

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al final de sus días cuando ya no les quedaba tiempo. El primer lamento que dijo Irene que había dicho Bronie que habían dicho sus pacientes era que “ojalá hubiera tenido el coraje de vivir una vida fiel a mí mismo, y no a lo que los demás esperaban de mí”. ¡Vaya! Esta reflexión me hizo preguntarme muchas cosas sobre mi vida, mis estudios y sobre la tienda de relojes que dirijo que era de mi padre como antes fue de su padre y antes había sido de su padre. Toda una tradición, todo un hábito, toda una decisión que no admitía discusión. Pero ¿qué quiero yo para mí? ¿Qué me voy a echar a la cara cuando ya no tenga tiempo? ¿Por qué dejamos para el final las buenas preguntas? Resulta que la mayoría de las personas viven la vida que otros han programado para ellos y a la hora de la verdad, luego se quejan de no haber hecho realidad sus sueños. Otra vez con las quejas para salir en la foto. Pues yo no quiero salir en la foto ¿Cuáles son mis sueños? ¿Tengo sueños? ¿Cómo quiero vivir? ¿Cómo quiero ser? ¡Vaya! Creo que nunca he tenido tiempo para este tipo de preguntas. Creo que es bueno saber para qué estoy viviendo. Suena filosófico, ¿verdad? Pero es que si yo no lo sé, puede que esté viviendo los planes de otra persona. Esto ya no suena tan filosófico, suena más bien, a una película de mafiosos. Vaya, no sabía que formaba parte de la mafia hasta ahora. Pues tendré que hacerme una oferta que no pueda rechazar. Tendré

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que decidir primero cómo quiero vivir. ¡Qué curioso! Tengo el hábito de despertarme todos los días y hacer todo lo que tengo que hacer, pero no sé por qué tengo que hacer todo lo que tengo que hacer. Es como construir un puente en el desierto. El puente quedará muy bien construido, pero para qué se ha construido el puente. ¡No tiene sentido! Es como hacer un aeropuerto en el que los aviones no puedan aterrizar. En fin, las personas somos así. ¡Qué importante saber decidir lo que uno quiere ser y cómo quiere vivir, sin tener que vivir el sueño de otra persona! La verdad es que no me esperaba que empezásemos así el seminario, pero según Irene, primero hay que hablar de lo importante y lo importante es la vida. Nota: primera decisión, voy a aclarar cómo quiero vivir y cuáles son mis sueños. El segundo lamento que Irene dijo que había dicho Bronnie que habían dicho sus pacientes era “ojalá no hubiera trabajado tan duro”. ¡Vaya! ¡No todo es trabajar! ¡En eso estoy de acuerdo! Pero si no trabajo, no gano dinero y siempre hay facturas que pagar. La cuestión fue polémica, pero Irene lo centró muy bien: “si queréis, perdemos el tiempo en justificar por qué es necesario trabajar, pero qué tal si nos preguntamos para qué queremos el tiempo. ¿De verdad que lo queremos para trabajar?” ¿Qué es lo que realmente queremos? Esa es una buena pregunta.

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Si al final de mis días me voy a echar la culpa de no haber disfrutado de la vida y sólo haber sobrevivido trabajando, más me vale ponerme al día y pensar qué es lo que quiero hacer realmente con mi tiempo. No se trata de una cuestión de supervivencia, sino de poder contar vivencias. Adornó el asunto con un cuento de una madre y un niño. El niño le preguntaba a la madre, que trabajaba como consultora en una gran empresa, cuánto cobraba por hora. Ella le dijo que sobre cien euros. El niño le pidió, entonces, cincuenta euros. Ella se enfadó por las artimañas de su hijo. Primero ablandarla con la pregunta de cuánto cobraba por hora, para pedirle luego dinero. El niño se fue a su cuarto con una buena bronca por sólo pensar en el dinero. La madre se sentó en el sillón y se lo contó a su marido. Éste le preguntó para qué quería el niño el dinero y ella no lo sabía. Así que se quedó pensando en lo que había pasado y decidió subir a la habitación a hablar con su hijo para que supiera que el dinero no podía ser tan importante a su edad. Entró en su cuarto y se sorprendió al ver a su hijo con la hucha rota y contando el dinero. “¿Se puede saber qué haces contando el dinero de la hucha?” Le preguntó la madre. El niño sin perder la sonrisa le dijo: “estoy viendo si tengo cien euros”.

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La madre con cierta irritación le preguntó: “¿Se puede saber para qué quieres tú cien euros?” La respuesta no se hizo esperar: “Para pagarle a tu empresa una hora y puedas venir temprano a casa mañana. Me gusta cenar contigo”. La madre le abrazó durante un buen tiempo y ese abrazo tuvo más valor que todo el dinero de la hucha. ¡Vaya! El cuento nos emocionó a algunos. No todo es dinero en esta vida. Nota: decidir a qué le doy importancia para pasar el tiempo. El tercer lamento que dijo Irene que había dicho Bronnie que habían dicho sus pacientes era “ojalá hubiera tenido el coraje de expresar mis sentimientos”. ¡Vaya! ¡Y yo que tantas veces me los he callado! Resulta que es bueno expresar los sentimientos porque si no, te pasas toda la vida preguntándote por qué no los expresaste. No sé si todos los sentimientos son buenos expresarlos, porque algunas veces he preferido callarme antes de soltar por la boca todo lo que opinaba de determinadas personas o situaciones. Pero es cierto, que luego he pensado una y otra vez qué hubiera ocurrido si hubiera dicho lo que quería decir en aquel momento. El problema no es decirlo, sino cómo decirlo. Hablar en esos momentos hubiese supuesto un ataque envenenado y su veneno hubiera durado toda la vida,

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porque las palabras dichas ya no se pueden borrar. Recuerdo una frase de mi vecina del quinto que decía que la palabra dicha, la flecha lanzada y el tiempo perdido ya no pueden volver atrás. Al parecer se la había oído a unos indios. Mi duda era cuando había estado ella en un pablado indio. El caso es que hay que decir lo que uno siente y sobre todo, saber decirlo. Creo que se trata de tener eso que algunos llaman inteligencia emocional, saber convivir con los sentimientos y saber comunicarlos porque con el tiempo, expresiones como “te quiero”, “te echo de menos”, “perdón” o “gracias” pierden su sentido. Sobre todo cuando se pronuncian ante una tumba, cuando la otra persona ya no tiene tiempo. Hay que saber decirlos en el presente, cuando todos tenemos tiempo para decirlas y escucharlas. Este seminario estaba resultando bastante distinto a lo que me esperaba, la verdad. Íbamos a hablar del tiempo y en lugar de hablar de horas, minutos y los relojes de mi tienda, estábamos hablando de sentimientos. ¡Así no hay quien venda relojes! Por cierto, yo pensaba que era el único que no expresaba sus sentimientos en situaciones incómodas, pero resulta que no, que somos muchos más y que no expresarlos en su momento, nos ha acompañado toda la vida hasta el punto de sentirnos culpables por no haberlo hecho cuando nuestra vida se acaba. ¡Cuánto

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tiempo perdemos por no decir lo que sentimos! Al final, se trata de una decisión: ¿Expresar sentimientos o no? Respuesta: no expresarlos. ¡Error! Pasarás mucho tiempo preguntándote por qué no los expresaste. ¿Expresarlos? ¡Acierto… si sabes cómo hacerlo! Nueva nota: hay que aprender a expresar los sentimientos. El cuarto lamento que dijo Irene que había dicha Bronnie que le habían contado sus pacientes era “ojalá hubiera estado en contacto con mis viejos amigos”. ¡Vaya! Y yo que los estaba descuidando para poder atender bien mi tienda de relojes. Es curioso que cuando vamos a morir, lo único que nos importa es cómo hemos vivido, qué hemos sentido y con quienes hemos estado. Irene ha dicho que no creía que tuviéramos la posibilidad absoluta de decidir lo que nos sucede, pero sí lo que hacemos con lo que nos sucede y decidir con quién queremos que nos suceda. Como diría mi vecina del quinto: la vida decide a quien te encuentras, pero tú decides con quien sigues. Me gusta eso de pensar con quién quiero pasar el tiempo y pensar en mis amigos. Además, estoy seguro de que los verdaderos amigos se cuentan con los dedos y que si no cuentas con ellos, puedes utilizar un ábaco. El caso es que si no tienes a tus amigos cerca, sólo

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contarás con personas que se acercan a ti, pero no por tu amistad. Es más, estoy seguro de que aunque te encuentres bien con tu gente, desearás estar con quienes ya no están, esos amigos que se fueron alejando en el tiempo. Porque si les diste tu amistad en un momento, les diste parte de ti y de tu tiempo que es lo más preciado que tenemos. Querido diario, me estoy emocionando. Venía a hablar del tiempo y hemos estado hablando de la vida, pero es que al fin y al cabo, la vida es el tiempo que tenemos. Nota nueva: mantener a los amigos y recuperar viejas amistades. El quinto lamento que dijo Irene que dijo Bronie que le habían dicho sus pacientes antes de morir era “ojalá me hubiera permitido ser más feliz”. ¡Vaya! Ya está aquí la palabra dichosa de la felicidad. No sé por qué a todo el mundo le ha dado últimamente por hablar de la felicidad, pero resulta que cuando nos morimos también hablamos de esa tal felicidad. Pues algo tendrá de importante ser feliz. Nota: adivinar lo que es ser feliz. Nota dos: descubrir si la felicidad tiene algo que ver con las perdices. Nota tres: escribir un libro sobre la felicidad que se está poniendo de moda. Querido diario, con estos cinco lamentos que dijo Irene que había dicho Bronie que le habían contados

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sus pacientes en los últimos días de su vida, se me viene a la cabeza una idea muy clara: las personas, incluido yo y los dos niños que vinieron hoy al seminario, tendemos a mantener una forma de vida que conocemos y por miedo a cambiarla, seguimos haciendo lo mismo. No importa lo que queramos o lo que pensemos que nos hace felices, sólo importa la seguridad de que hacer lo de siempre, está bien visto y no hay que dar explicaciones, así que es más fácil y más cómodo. ¡No hay que salirse de lo que han dicho que tenemos que hacer! ¡Gire en la rotonda y no tome ninguna salida! Ahora bien, como diría mi vecina del quinto: si siempre hacemos lo mismo, no podemos obtener resultados distintos. En algún lugar he leído que una frase parecida la dijo Albert Einstein. Lo que no sabía es que Albert también conocía a mi vecina del quinto. Vuelvo al tema: si queremos tener más tiempo para lo que de verdad importa, tenemos que cambiar nuestra forma de vivir. No es necesario cambiar lo que nos rodea, sino cambiar nuestra forma de relacionarnos con ello. En otras palabras: tenemos que cambiar nuestros hábitos. Una nueva forma de verlo hará que nos comportemos de una forma distinta y por tanto, de conseguir resultados distintos. ¡La cuestión es cambiar la vista! Creo que voy a cerrar

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la tienda de relojes y abrir una óptica. Antes de acabar la primera sesión del seminario, le pregunté a Irene que a qué vino hablar de lamentos en la primera sesión. Muy sencillo. Me contestó que sólo si tenemos un objetivo claro, podemos encontrar tiempo para cumplirlo. Es decir, que sólo si sabemos para qué queremos más tiempo, podemos encontrar tiempo para hacerlo. Mientras no tengamos claro en qué ocupar nuestro tiempo, nuestro tiempo se irá ocupando solo. ¡Vaya! Eso también lo decía, cómo no, mi vecina del quinto: toda tarea se dilata indefinidamente hasta ocupar todo el tiempo disponible. Es cierto que un principio igual lo pronunció Parkinson, pero quizás se lo escuchó a mi vecina. Por lo que veo, mi vecina se relacionaba con buena gente. Lo malo es que nunca quiso relacionarse más conmigo. Querido diario, el aprendizaje en el día de hoy es: decide para qué quieres el tiempo o se te pasará el tiempo decidiéndolo. Es decir, fumarse el tiempo, mata.

Lectura recomendada *Bronnie Ware: “The Five Regrets of Dying” (Los cinco principales lamentos en la muerte)

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“Al que madruga, Dios le ayuda.” REFRÁN POPULAR

Querido diario: Me da la impresión de que el seminario me va a gustar. Hoy Irene me ha llamado dormilón y lo he reconocido. Lo soy. Irene lo tiene claro: unos somos dormilones y otros madrugadores. En la sesión de hoy, nos ha dividido en dos grupos. A un lado estaban los que les encantaba despertarse con tiempo y prepararse un buen desayuno para empezar la mañana con energía. Al otro lado, estábamos los que éramos más activos por la tarde, nos gustaba cenar tarde y acostarse tarde. Por supuesto, no nos gustaba despertarnos temprano. Contó la historia de Jorge que se levanta el lunes por la mañana temprano y no le cuesta hacerlo. Que cantaba en la ducha y se afeitaba con alegría. Incluso cantaba mientras se duchaba. ¡Qué artista!

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Desayunaba y salía de casa con una gran sonrisa saludando a la gente y dispuesto a darlo todo por la mañana. Evidentemente, había pasado un fin de semana tranquilo y estaba pletórico. Después contó la historia de Lucía, su mujer, a quien le costaba mucho más levantarse. De hecho, aprovechaba la cama cinco minutos más o media hora y si no la llamaba Jorge, se quedaría toda la mañana en cama. Rara vez desayunaba o se tomaba un vaso de zumo porque no le daba tiempo a prepararse algo más. No salía con tan buena cara de casa a esas horas, pero según pasaba el día, se iba encontrando mejor. De hecho, por la tarde era capaz de dar todo lo mejor de ella misma y por la noche tenía mucha energía. Tanto era así, que siempre insistía a Jorge para salir de casa, pero Jorge prefería quedarse y acostarse temprano. No salían mucho juntos y Lucía tenía que salir con sus amigas, pero si se quedaba en casa, Lucía siempre encontraba algo que hacer a última hora mientras Jorge se acostaba. O bien, acababa de ver una película en la televisión de esas que se alargan con los anuncios o bien, leía un libro. Al parecer, Lucía no escribía un diario. Nos contó Irene que según los estudios psicológicos, los madrugadores como Jorge aceptaban más las costumbres y las normas, de hecho habían fijado ese refrán que dice “a quien madruga, Dios le ayuda”. Estos madrugadores se adaptaban a las costumbres y

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buscaban la lógica a todo. Se definían como racionales y realistas y no les importa ser rígidos con sus decisiones. Mientras que los dormilones éramos más imaginativos y preferíamos datos simbólicos antes que datos concretos. Éramos más creativos y buscábamos nuevos esquemas en lugar de seguir siempre la misma lógica. Nos dejábamos llevar más por las emociones y éramos más reacios a seguir las normas y las pautas sociales, entre otras cosas porque muchas de las normas se amoldaban a los modelos de vida de los madrugadores. Aunque discutimos porque nadie se consideraba ni madrugador, ni dormilón al cien por cien, concluimos que eran dos formas extremas de vernos y que todos estaríamos entre las dos formas. El caso es que hay personas que dan lo mejor de sí mismas por la mañana y otras que dan lo mejor de sí mismas por las tardes. O mejor dicho, que dan lo mejor de sí mismas a determinadas horas de la mañana o de la tarde. Que depende del ritmo de vida de cada uno y de sus hábitos. Que no todos tenemos las mismas capacidades a las mismas horas y que es bueno conocernos para saber cuáles son nuestras buenas horas y nuestras malas horas. Los momentos en que debemos hacer aquello que se nos da realmente bien y los momentos que tenemos que dejar para acciones más triviales y que no requieran un gran esfuerzo por

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nuestra parte. ¿A qué se debe todo esto? Te preguntarás, querido diario, si es que los diarios se pueden hacer preguntas. Pues a que todos tenemos un reloj interno. ¡Vaya, esos relojes no se venden en mi tienda! Existe una especie de reloj biológico en cada persona y en todo animal. Es más, no existe un único reloj, sino que es como si nuestro cuerpo fuera un conjunto de relojes y cada uno con su ritmo. ¡Vaya tenemos una tienda de relojes dentro de nuestro cuerpo! Cada órgano del sistema endocrino va estableciendo su propio ritmo, es decir, tiene su reloj. Estos órganos segregan hormonas. Las hormonas funcionan como mensajeras químicas que transportan información de una célula a otra, bien a través de la sangre, bien a través de ciertas proteínas. Y con esa información se regulan las funciones de nuestro cuerpo como el metabolismo, el crecimiento o el estado de ánimo. ¡Mira todo lo que he aprendido, hoy! Verás, el ritmo de los órganos es el que hace que aumenten los niveles de melatonina en el cuerpo cuando se acerca la noche. La melatonina es una hormona que nos relaja y hace que disminuyan nuestras funciones vitales. Es decir, que hace que nos entre el sueño. Por eso nos dormimos. También el ritmo de los órganos es el que hace que en un momento dado se produzca un aumento de cortisol, que es otra hormona y hace que nos

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estresemos. Hace que aumenta nuestra presión arterial, nos pone en alerta y por consiguiente, nos despierta. Ese ritmo que llevan los órganos de nuestro cuerpo es el que hace que las facultades de nuestro cuerpo no se encuentran siempre al mismo nivel, si no que vayan variando de forma regular. Se puede decir que llevamos el ritmo en el cuerpo, pero el ritmo de muchos relojes. ¿Y cómo funcionan? Adaptándose al entorno, sobre todo a la luz solar. La luz es la principal referencia. La recibimos a través de la retina, la cual está conectada directamente con el hipotálamo en el cerebro. Ahí se recibe la información de cuánta luz hay fuera y se regulan las actividades de nuestro cuerpo. Por eso, según la hora del día el comportamiento es uno u otro. Pero no sólo nos adaptamos a la luz. El hígado, por ejemplo, se adapta al ciclo de comidas que hagamos, por eso es bueno comer varias veces al día para no alterar el ritmo del hígado. Es decir, que nuestro cuerpo se adapta al entorno, pero el ritmo de esos cambios depende mucho de nuestros hábitos diarios. Cuando se alteran los ritmos de nuestros órganos, como sucede con el jet lag, es normal que se altere nuestro comportamiento porque nuestro cuerpo intenta controlarlo con hormonas, pero no está acostumbrado a la nueva situación. Se vuelve loco,

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como yo con mi vecina del quinto y no sabe qué hacer. Hace pruebas y nos hace sentir fatiga, desorientación o insomnio. Es como en la Fórmula uno cuando empieza a llover. Los pilotos llevan sus coches a boxes para que les cambien las ruedas. Pues igual, cuando cambiamos nuestra actividad, el cerebro manda a los órganos a boxes para cambiarles las ruedas. Pero hasta que no llegan a boxes, el coche va planeando por la pista. Así nosotros, mientras no nos acostumbramos a los nuevos horarios, nuestro cuerpo va tambaleándose. La verdad es que no entiendo mucho de coches, ya pensaré un ejemplo mejor. Es decir, que cada persona tiene millones de relojes en su interior. Estos relojes han aprendido a funcionar a lo largo del tiempo y llevan su manual de instrucciones en el ADN de cada uno. Pero que se van adaptando a nuestro ritmo de vida y a nuestros hábitos, de forma que cada uno tiene momentos en los que su cuerpo desarrolla hormonas más favorables para estar activos y otros momentos para estar más relajados. Fíjate que es curioso, pero por la mañana en la tienda de relojes, raro es el día en que los empleados no me dicen que traigo mala cara. De hecho, hablan poco conmigo. Sin embargo, por las tardes acabamos siempre tomando algo después de cerrar y yo me quedaría hasta más tarde. Admito que soy uno de esos dormilones que decía

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Irene. Mis horas buenas son por la tarde y mis horas malas, a primera hora de la mañana. Quien me ve temprano, pensará que soy una persona malhumorada y a la que no le gusta hablar con la gente; mientras que quien me ve por la tarde, pensará que soy muy sociable y tengo tiempo para todo el mundo. Y lo gracioso del caso es que los dos tendrán razón. Tengo doble personalidad. La de las mañanas y la de las tardes. En realidad, no es como soy, es cómo me comporto. Volvió a salir el tema de que no es que seamos de una determinada forma, sino que nos comportamos de una determinada forma y podemos cambiar nuestra forma de comportarnos sin dejar de ser quienes somos. Ser y estar ¡Qué gran diferencia! A continuación, Irene habló de la importancia de conocerse y de tomar decisiones en función de nuestras horas buenas y malas. De hecho hubo un joven emprendedor que tenía una empresa de formación y decidió poner todas sus reuniones importantes a primera hora de la mañana que es cuando se encontraba bien. Nos explicó que siempre las tenía a última hora de la tarde y que nunca se encontraba con fuerzas, por lo que llegaba casi derrotado a las negociaciones y siempre salía mal parado. Espero que le vaya bien con su nuevo horario. ¡Un hurra por los jóvenes emprendedores!

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Después, Irene terminó hablando de que esto también sucedía con los días de la semana. Que hay días en los que estás con más energía y otros en los que la energía flaquea. Que hay gente que empieza los lunes con mucha fuerza y otros que odian los lunes. Que no todos respondemos de la misma manera los mismos días. ¡Qué diferentes somos! Se abrió un debate muy interesante y cada uno tenía sus días preferidos. Resultó al final que no era lo mismo hacer una reunión un lunes que un martes o tener una reunión un jueves que un viernes. El día de la semana influía en nuestra disposición para determinadas actividades. ¡Qué curioso! Empezamos a mirar lo que hacíamos por la semana y nos dimos cuenta de que no teníamos en cuenta el día de la semana que era. Que si había que poner una reunión, se buscaba un hueco en la agenda y listo. Pues a partir de ahora, se acabó. Vamos a establecer los días buenos y los días malos. En fin, que en la sesión de hoy hemos aprendido que tenemos millones de relojes en nuestro interior y yo sigo vendiendo relojes exteriores. Y que nuestro cuerpo necesita adaptar su ritmo a lo que hacemos, pero que tenemos que conocer nuestro ritmo para mejorar lo que hacemos. De hecho, si tenemos problemas de sueño puede ser porque nuestro cuerpo no sepa si estamos pensando, soñando, resolviendo un problema, descansando o durmiendo. Si nuestro cuerpo no lo sabe, probará un poco de todo y

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posiblemente, dormir sea lo último que haga. Por cierto, antes de acabar le pregunté a Irene por qué existían esas dos clases de personas: los dormilones y los madrugadores; y me contestó que posiblemente era una cuestión genética, ya que hubo un tiempo en que la sociedad necesitaba a personas despiertas de día y otras de noche para guardar las ciudades. Eso se quedó en el ADN y se pasa de generación en generación. Terminamos el seminario y aunque ninguno quería llamarse madrugador o dormilón, los madrugadores se fueron para casa y los dormilones decidimos tomar una caña antes de ir para casa. En fin, coincidencias o cosas del ADN. Nota para hoy: Es más fácil cambiar la hora a un reloj que cambiarle la hora a nuestro cuerpo. Otra nota: ser consciente de cuando son mis horas buenas y cuáles son mis horas malas. Otra nota más: ser consciente de qué prefiero hacer cada día de la semana.

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“El secreto para tener buena salud es que el cuerpo se agite y que la mente repose.” VINCENT VOITURE

Querido diario: Lo de hoy no ha tenido nombre. Irene ha llegado en chándal y nos ha dicho que lo íbamos a pasar mal. Y efectivamente, llevaba razón. Nos ha hecho correr, saltar, estirar los músculos, agacharse hasta tocar las puntas de los pies, cosa que sólo consiguieron los dos niños que siguen viniendo al seminario. Ha traído unas colchonetas para que hiciéramos abdominales, pero las hemos usado para sentarnos y hablar. Lo hemos pasado realmente mal. Nos hemos dado cuenta de que se nos ha olvidado hacer ejercicio físico desde hace muchos años. Irene fue muy seria en el tema, o cambiamos nuestros hábitos por unos más saludables o nos dará un infarto, nos moriremos y ya dará lo mismo lo que queramos

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hacer con el tiempo. Entre el poco ejercicio, la actividad sedentaria y las comidas copiosas, nos ha dejado claro que el que no se cuida, que no espere que el tiempo lo cuide. La verdad es que podría ser una frase de mi vecina del quinto, pero creo que Irene no la conocía porque no se le veía que hiciera mucho ejercicio. Para que nos quedase claro, Irene nos ha traído a un médico que nos ha dado dos noticias. Una buena y otra mala. Le hemos pedido primero la mala y nos ha demostrado que en la actualidad las enfermedades cardiovasculares son la principal causa de muerte en todo el mundo, tanto para hombres como para mujeres. Le hemos preguntado por la buena y nos ha dicho que la mayoría de enfermedades cardiovasculares se pueden prevenir ¡Bien! Eso sí, hay que prevenirlas, es decir, cambiar nuestros hábitos: reducir el consumo de tabaco para los que fuman y llegar a dejarlo definitivamente, controlar una dieta saludable para evitar la obesidad, comenzar alguna actividad física o controlar la tensión arterial. En fin, que en la sesión de hoy nos ha quedado muy claro que hay que empezar a cambiar de estilo de vida si realmente queremos tener vida, tener tiempo y hacer lo que queremos hacer. Además, tiene lógica lo de cuidarse porque si te sientes bien físicamente, tendrás energía para

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aprovechar mejor el tiempo. ¿De qué te sirve tener tiempo, si no tienes energía? A partir de ahí, le dimos las gracias al médico por meternos el miedo en el cuerpo y comenzamos a hablar de hábitos saludables con Irene. Ahí sí que nos entró el miedo, porque Irene nos propuso olvidarnos de nuestros hábitos, de lo que hemos estado haciendo los últimos años y que empezásemos una vida nueva. Nos dijo que era difícil, pero que los hábitos no se pueden eliminar, sólo sustituir. Que todo lo que habíamos estado haciendo hasta ahora ya estaba guardado en el cerebro y no se podía borrar, pero que podíamos decirle al cerebro que a partir de ahora tendríamos unos nuevos hábitos. El problema es si el cerebro nos quería oír, por supuesto. Eso sí, para crear un nuevo hábito se requiere continuidad e Irene nos propuso que hiciéramos un calendario. Que eligiéramos un hábito nuevo y que cada día fuéramos marcando si lo habíamos conseguido o no. Al pasar los veintiún días, el cerebro empezaría a olvidarse de los hábitos que teníamos antes. ¡Así que el cerebro juega al veintiuno! Ya sabemos el número por el que tenemos que apostar. Y dicho esto, Irene nos dio cuatro opciones para empezar a estar más sanos. La primera opción era beber más agua. Irene nos dio un buen número de ventajas que tenía el agua.

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Yo no acostumbraba a beber agua, pero resulta que es lo mejor para nuestro organismo. Intenté visualizar la imagen del cuerpo por dentro lleno de relojes y echándoles agua por encima. Sí, quedarían más limpios, pero espero que los relojes sean sumergibles. Pues efectivamente, el agua nos limpia por dentro. Elimina la suciedad que nos sobra que son las toxinas. Nos ayuda a digerir lo que comemos y hacemos una mejor digestión. Además, mejora nuestra piel sin necesidad de cremas. Y sobre todo, el problema es que sin agua en el cuerpo, aumenta nuestro esfuerzo cardiovascular, el corazón se cansa y disminuye nuestra capacidad intelectual. Es decir, que beber agua es de listos. Pero Irene tenía algo más que decir. Nos ha hecho una pregunta que parecía inocente. Pero no hay que dejarse engañar por las apariencias, como decía mi vecina del quinto. La pregunta fue: “¿Cuándo bebéis agua?”; La respuesta fue la lógica: “Cuando tenemos sed” ¡Error! Cuando tenemos sed es que nos falta agua en el cuerpo y éste nos avisa. ¡Vaya! Hay que beber agua sin tener sed. La verdad es que nunca me lo había cuestionado de esta manera, pero tiene sentido. Más del sesenta por ciento de nuestro cuerpo es agua y perdemos unos dos litros al día a través de la respiración, el sudor, la orina y las heces. La conclusión es clara. Aunque no sea de ciencias, entiendo que necesitamos beber otros dos

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litros de agua al día, por lo menos. Alguien del grupo ha dicho que en los alimentos que comemos también hay agua, pero Irene le ha dicho que como mucho, sólo nos aportarán una tercera parte de lo que perdemos. Así que tenemos que empezar a beber más agua. Y en este sentido, Irene tuvo el detalle de darnos una botella de agua a cada uno para que empezásemos con nuestro nuevo hábito. Si te soy sincero, todo esto del agua, me ha dejado tocado. Nota: tener agua en la tienda de relojes y beber agua más a menudo. Nota dos: preguntarle a Irene si tiene una tienda de aguas porque sabe vender muy bien y desconfío de que nos quiera vender agua. Después del agua, Irene nos dio una opción más interesante. La segunda opción fue dormir más. Eso nos gustó a todos menos a los dos niños que ya dormían bastante. La idea que nos quedó es que a partir de ahora tenemos que dormir unas siete horas al día porque dormir es una de las funciones más importantes de nuestro organismo. Es el momento en el que el cuerpo se recupera de toda la actividad del día y no deberíamos descuidarla. Si no descansamos lo suficiente, el cuerpo no tendrá la energía necesaria para hacer todo lo que tenemos que hacer y nos exigirá que lo estimulemos con sustancias

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inapropiadas. Dormir es sinónimo de tener fuerzas para estar activos. En este momento me acordé de mi vecina del quinto y cuando me hablaba de Unamuno. Resulta que un buen día, alguien se burló de él por dormir diciéndole: “Yo duermo menos que usted”; a lo que Unamuno le contestó: “Sí, pero yo, cuando estoy despierto, estoy más despierto que usted”. Y es que, sin duda, dormir lo necesario es una clave central para mantener el ritmo del día a día. Es como los relojes de cuerda. Cuenda se paran hay que darles más cuerda. O los relojes que van a pilas. Cuando se acaban, se cambian o se recargan. Pues lo mismo con nosotros, tenemos que parar para darnos cuerda o recargar las pilas. Nota tres: dormir siete horas al día, ser más disciplinado y acostarse más temprano. Nota cuatro: no es necesario pasarse dos horas viendo la televisión y diciendo no echan nada interesante, no echan nada interesante, no echan nada interesante... La tercera opción que nos dio Irene era un poco más complicada: controlar nuestra alimentación. Aunque nos recomendó que hablásemos con un especialista, nos hizo ver la importancia de conocer nuestra dieta, saber qué es lo que comemos porque cuando comemos, lo que hacemos es introducir nutrientes en nuestro organismo, es decir, energía. De una forma sencilla podría decirte, querido diario,

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que necesitamos energía para que nuestro corazón siga bombeando, para que sigamos respirando y para que nuestro cuerpo mantenga una temperatura estable. Esa energía es la que conseguimos con los hidratos de carbono. Además, tenemos una serie de órganos en nuestro cuerpo y de tejidos que requieren recambios y eso son las proteínas. Y por último, alguien tiene que regular todo lo que pasa dentro de nuestro organismo y eso es lo que hacen las vitaminas y los minerales. Es decir, que todos los nutrientes son importantes y hay que saber qué estamos comiendo para saber que estamos comiendo de todos. Ahora bien, creo con el tiempo, todo esto se irá cambiando a pastillas y será más fácil decir que hay que comer la pastilla A, B, C y D. La verdad es que en este momento pensé que Irene además de vender agua, seguro que tenía un supermercado entero y nos quería vender todos los alimentos que tenía. No se lo pregunté e Irene siguió hablando. No quiso hablar sobre dietas, pero sí nos dio dos recomendaciones. La primera era abandonar los alimentos con grandes cantidades de azúcar y limitar el consumo de sal. Ahora bien, lo que sí nos dijo es que deberíamos controlar los hábitos alimenticios, es decir, la pregunta de ¿cuándo comemos?

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La mitad del seminario contestamos que cuando teníamos hambre ¡Error! Irene sonrió y dijo: Exacto. Si el cuerpo pide comida es porque le falta. Tenemos que saber administrar cuándo comemos y cumplir unos horarios. Es mejor alimentar el organismo de forma continua que no darle grandes atracones una o dos veces al día. Efectivamente, estábamos hablando de las famosas cinco comidas al día. Irene nos dijo que podíamos empezar por controlar si desayunábamos todos los días, hacíamos una comida y una cena ligera. Luego podíamos incluir un almuerzo de media mañana y otro de media tarde, pero que fuéramos conscientes de estar alimentando nuestro organismo para tener fuerzas y no de que comíamos para callar el estómago o por gula. La verdad es que esto de los hábitos alimenticios da mucho juego. Resulta que mientras algunos no desayunamos, otros se llenan de azúcares. Y luego nos pasamos toda la mañana trabajando y no comemos hasta que se hace tarde y además, siempre hay imprevistos de última hora y comemos mucho más tarde, por lo que comemos con hambre e incluso con prisas. De hecho, no comemos, tragamos. Nos olvidamos de masticar y saborear la comida, que es básico para una buena alimentación. Algunos de nosotros incluso comemos con ansiedad porque tenemos que acabar a una determinada hora;

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nos estresamos porque tenemos que comer, en lugar de disfrutar de ese momento; y la ansiedad y el estrés repercuten negativamente en nuestro organismo. ¡Qué mal comemos! ¡Eso sí que es comida basura! ¡No sabemos comer! ¡Comedores escolares para todos! E incluso, algunos comen y hablan por teléfono al mismo tiempo. ¡Qué difícil es comer y hablar! Y luego por la tarde salimos tarde de trabajar, cenamos tarde y la cena se mezcla con nuestro descanso, por lo que el cuerpo no sabe si tiene que cenar o dormir. Lo que estamos haciendo en esos casos es romper el ritmo del reloj interno del que hablábamos ayer y si el cuerpo no lleva su ritmo, altera nuestro comportamiento. Y si alteramos nuestro comportamiento podemos alterar a los demás. Y si los demás se alteran con nosotros, nos va a sentar mal la comida. Además, después de cenar tarde, nos sentamos en un sillón y vemos la televisión hasta tarde, nos acostamos más tarde y perdemos horas de sueño porque nos levantamos temprano. Es decir, que descansamos menos y alteramos nuestro reloj interno, ¿cómo vamos a estar al día siguiente? Desde luego que no en las mejores condiciones. Estamos forzando a nuestro organismo a que funcione de forma acelerada. Es normal que tengamos el estrés que tenemos porque nos alimentamos como nos alimentamos.

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La conclusión a la que llegamos es que antes de saber qué dieta hacer y lo que tenemos que comer o no, tenemos que pensar y mucho en cómo comemos. Nueva nota: empezar a desayunar todos los días. La cuarta opción que nos dio Irene para empezar con hábitos más saludables fue: hacer ejercicio. ¡Toma ya! Algunos de los allí presentes empezaron a hablar de ir al gimnasio y a mí todavía me dolían las costillas de los cuatro ejercicios que habíamos hecho al principio de la sesión. Pero creo que Irene estuvo muy acertada al diferenciar entre hacer ejercicio y hacer deporte. Lo primero es mover el cuerpo para estar sanos, lo segundo es bueno para mantenerse en forma o para bajar kilos. En todo caso nos recomendó ejercicios de baja intensidad para sentirse bien, es decir, ejercicios que no excedan el setenta y cinco por ciento de nuestro ritmo cardíaco normal. Pero sobre todo caminar por lo menos una hora al día. Nota: empezar a andar una hora al día para combatir el sedentarismo. Otra nota: ¿de dónde saco una hora al día? Otra nota más: ahora que ya tengo un objetivo que es tener una hora para pasear, puedo pensar en cómo sacar tiempo para conseguirlo. Y otra nota: quizás hay que empezar con otro hábito. Y hasta aquí la sesión de hoy. Como dijo Irene: lo difícil venía ahora, teníamos que ponerlo en práctica.

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Para mí ya había sido difícil hacer los ejercicios que nos hicieron ser conscientes de que estábamos muy mal físicamente. De hecho, los únicos que los hicieron bien fueron los niños. También había sido difícil para mí escuchar que nos íbamos a morir antes de tiempo si no cambiábamos nuestros hábitos; y estaba siendo difícil decidir por dónde empezar con mi nueva vida. Y ahora quedaba el más difícil todavía: el ponerlo en práctica. Pero eso no es todo. Antes de irse, Irene dejó un último comentario: Hoy sólo hemos hablado de ciertos hábitos sencillos de cambiar, porque los más complicados son los peores hábitos que seguro que tenéis: tabaco, alcohol y cafeína. Decidles adiós y vuestra salud os la agradecerá. ¿Creéis que no sois capaces de dejarlos? Yo creo que os falta una motivación. Como decía mi maestro Felipe García, imaginad que os dijera que si no los dejáis, se muere vuestra madre ¿seríais capaces? Pues eso. Así terminó la sesión. Si tienes un motivo, cambias los hábitos como sea. Lo importante es encontrar ese motivo. ¡Hasta mañana, querido diario!

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“Ahora que todo el mundo tiene reloj, nadie tiene tiempo.” MICHEL SERRES

Querido diario: En los últimos días he estado pensando qué es lo que quiero hacer con mi tiempo y qué es importante para mí, pero sigo con el mismo problema: no tengo tiempo para todo lo que quiero hacer. Y tampoco tengo a mi vecina del quinto para que me ayude. Todo, todo y todo requiere tiempo. Es más, requiere más tiempo del que parece que requiere. Y por si fuera poco, siempre hay imprevistos porque todo lo que no puede ocurrir, al final ocurre. Es decir, que todo lleva tiempo y lleva más tiempo del que debería llevar, así no hay quien se aclare. Verás, me llaman por teléfono a todas horas, recibo correos constantemente y ahora con tantas redes sociales y mensajería instantánea, no tengo tiempo para contestar a todo el mundo. Es más, si les dedico tiempo a contestarles, no tengo

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tiempo para nada más. Por otra parte, tengo que recibir a los clientes en la tienda, tengo que reunirme con mis empleados, tengo que ir a hacer gestiones, volver a casa, hablar con clientes importantes. Es imposible. Me falta tiempo. Tengo la tienda llena de relojes, pero no tengo tiempo. Y claro, luego tengo que atender a la familia, a los amigos, incluso a mí mismo. Creo que sigo como al principio. ¿Te he dicho ya que no tengo tiempo? En fin, no sé cómo vamos a acabar. ¡Vale! Puede que creas que soy un quejica y me esté quejando de que no tengo tiempo, pero es la verdad. Sí, me estoy quejando. ¡Vaya! Ya salió lo de quejarse. Ahora tocará que hable de mi vecina del quinto: el que no se queja, no sale en la foto. Quejarse y hablar de mi vecina, mis rotondas favoritas. Siempre estarán ahí para que pierda el tiempo que no quiero perder. ¡Vale! Empezaré a pensar de otra manera. Sí hay tiempo para todo. ¡Mentira! ¡No hay tiempo para todo! ¡Todo requiere tiempo! ¡Vale! Pensaré de otra manera. … Es muy difícil pensar de otra manera. … Querido diario: Llevo cinco minutos pensando de otra manera. Me

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puesto de pie, me he tumbado en el suelo y hasta me he subido a una silla. Me he puesto de todas las maneras posibles y no llego a ninguna conclusión. … Querido diario: ¿Cómo se hace eso de pensar de otra manera? … ¡Bien! ¡Vamos a intentarlo! Como pensaría otra persona. Por ejemplo, cómo pensaría, eh, eh, eh… No se me ocurre nadie. … Querido diario: Me gustaría que hablases alguna vez. Bueno, pensándolo bien, prefiero que no lo hagas porque si me hablas, me vas a dar un susto, voy a tener un infarto y ya no voy a tener tiempo. ¡Vale! Lo primero es saber qué es importante y qué no lo es: ¿Tengo que coger siempre el teléfono? ¿Tengo que contestar a todos los mensajes? ¿Tengo que usar todas las redes sociales? ¿Tengo que atender directamente a los clientes? ¿Tengo que reunirme con los empleados?... Me surge otra pregunta. ¿Cuándo tengo que hacer lo que tengo que hacer? ¿Cuánto tiempo le tengo que dedicar? Verás, querido diario. Creo que ya lo tengo: no voy a entrar en el juego de pensar cuánto tiempo me lleva cada cosa que hago, sino cuánto tiempo estoy dispuesto a prestarle. Es otra forma de pensar. Cuánto tiempo de mi vida voy a dedicarle al teléfono.

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Cuánto tiempo a los mensajes. Cuánto tiempo a los clientes. Cuánto a mi familia. Cuánto a mis amigos. Cuánto a mí mismo. No sé cuánto tiempo tiene que llevar cada actividad, pero sí puedo decidir cuánto quiero prestarle. Al final y al cabo, el tiempo es mío y es lo único que tengo. No tengo muchas cosas que hacer, sino que tengo tiempo para hacer muchas cosas. ¿Qué cosas voy a hacer? Lo importante, primero. La verdad es que existen muchas formas de atender al teléfono. Incluso existe un horario para atender el teléfono. Incluso existen otras personas que pueden atender el teléfono. Incluso existen más vías que el teléfono. Y para los mensajes. Hay muchas formas de atenderlos o no atenderlos. Reuniones, clientes, empleados… Hay muchas formas de hacer las cosas. Creo que el truco está en decidir qué hacer con el tiempo. Me ha gustado esa idea de pensar cuánto tiempo quiero dedicar, en lugar de cuánto tiempo me va a llevar. La diferencia es importante. Si yo decido el tiempo que dedico, sólo dependo de mí. En cambio, si me dejo llevar por las actividades, dependeré de ellas y no de mí. Si yo decido el tiempo que le doy a cada cosa, podré terminarla o no. Si la termino, ¡punto para mí! Si no la termino, tendré que aprender a hacerla de otra forma o darle más tiempo otro día. El caso es que tengo que ser yo quien decida lo que hacer con mi tiempo.

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Creo que al final sí he llegado a pensar de otra manera. No se trataba de cambiar de postura, sino de cambiar de pregunta y de respuesta. Últimamente me estoy volviendo muy filosófico y puede que en realidad, eso de la filosofía no sea algo tan extraño. Creo que todos llevamos un filósofo dentro, pero que no está bien visto eso de andar pensando y es mejor dejarse ir, ¿por qué? Porque así, nadie decide lo que tiene que hacer y lo que no, se deja llevar y obedecemos al plan de otro. El que piensa, decide. El que no piensa, se deja llevar y acaba haciendo lo que otros han pensado por él. Interesante reflexión. Lo que está claro es que no hay tiempo para todo y que todo requiere tiempo, incluso más tiempo del que requeriría porque siempre pasa algún imprevisto. Si me dejo llevar por todo, perderé el control del tiempo, pero si decido yo cuánto tiempo le dedico a cada cosa, entonces no perderé el tiempo. Es decir, que pensando de otra manera, encuentras soluciones que antes no sabías. Pensar es bueno y además, es como beber agua, es de listos. Creo que me voy a dormir que hoy ya he pensado bastante. Mañana se lo comentaré a Irene. ¡Buenas noches y felices sueños!

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“Tanta urgencia tenemos por hacer cosas, que olvidamos lo único importante: vivir.” STEVENSON

Querido diario: Hay días que son raros. Verás, mi conversación con Irene ha sido un poco rara. Le he contado mis últimos progresos con esa idea de cambiar mi perspectiva y ella me ha regalado una cuerda. Me explico. Yo le he dicho que viendo los problemas de otra forma, los problemas cambian. Claro, al decirle esa frase se ha creído que he leído un libro de esos de motivación y desarrollo personal que están de moda y que por cierto, sí leo, pero ese es otro tema. Voy al grano. Le he dicho que ya estoy viendo mi problema con el tiempo de otra forma. Que no se trata de pensar en lo que tengo que hacer, sino en cuánto tiempo quiero dedicarle a lo que tengo que hacer. Que el tiempo es mío y soy yo quien tiene que decidir lo que hacer con él y no es él el que tiene que

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decidir qué hacer conmigo. Entonces Irene, cogió una cuerda y me midió desde los pies a la cabeza. Le pregunté si además de su pasado como boxeadora, había trabajado en una tienda de ataúdes, porque me dio muy mala espina lo que estaba haciendo. Irene no contestaba. Me adelanté: un metro sesenta y nueve. Si quería saber mi estatura, había otras maneras mejores de hacerlo que midiéndome con una cuerda. Irene seguía sin contestar, cortó la cuerda y me la dio. Le di las gracias por el regalo pero no sabía lo que significaba. No sé qué extraño ritual es ese en el que una mujer le regala una cuerda a un hombre. Yo soy más clásico para estas cosas, hubiera preferido unas velas y una cena romántica. Entonces ella me dijo que la estirara. Le pregunté si tenía pensado atarme con ella. Me dijo que no y entonces, le hice caso. Estiré la cuerda aunque no entendía el juego. Acto seguido, la cortó por la mitad. Quedó demostrado que si las tijeras estaban bien afiladas, eran capaces de cortar una cuerda. ¡Bien por las tijeras! Después, Irene me preguntó que qué haría yo para volver a unir la cuerda. Parecía que había truco. Una pregunta demasiado simple. Pero me arriesgué con la respuesta: le dije que yo haría un nudo.

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Su respuesta fue seca: “¡hazlo!” Le hice el nudo, que por cierto me quedó muy bonito y ella volvió a cortar la cuerda. Le hice otro nudo que, por cierto, también me quedó bastante bonito y ella volvió a cortarla. Hice otro nudo. Esta vez no me quedó tan bien y ella volvió a cortarla. Seguía sin saber qué tipo de ritual era éste de cortar la cuerda y hacer nudos, pero llegó un momento en que yo no quería seguir jugando y le dije ¡basta! Ella se echó a reír y dijo que por fin lo había entendido. ¿Entender qué? Yo no había entendido nada. Sólo me había cansado de cortar cuerda y atar cuerda, cortar cuerda y atar cuerda. Una imagen parecida a karate kid en la película cuando tiene que poner cera y quitar cera. Irene me volvió a medir con la cuerda y ahora la cuerda sólo me llegaba hasta las rodillas. Lógico, estaba llena de nudos. “Ahí tienes lo que haces con el tiempo”. Y con estas palabras, Irene me dio la cuerda y se fue. ¡Punch! Me dejó KO con la cuerda en las manos y sin entender nada. Creo que ella quería que descubriera algo con tanta cuerda, tanto corte y venga a hacer nudos; pero yo hubiera preferido que me lo dijera con claridad. No se lo pregunté, pero apuesto a que si se lo hubiera preguntado, tampoco me lo hubiera contestado. El caso es que he llegado a casa con una cuerda llena de nudos y unas tijeras.

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¿Qué se supone que tengo que entender? Es pura física. El filo de las tijeras en movimiento corta la cuerda. ¿Y los nudos? Se cogen los dos extremos y bueno, se hace un nudo. No entiendo a qué viene tanto misterio con la cuerdecita. Vayamos por partes. Primero, Irene me midió con la cuerda, la cortó, le hice un nudo, la volvió a cortar, le hice un nudo, la volvió a cortar, le hice un nudo… y al final, la cuerda quedó más corta. ¡Lógico! ¡Vaya! ¡Igual que el tiempo que siempre se queda corto! Eso es lo que le pasa a mi tiempo. Al principio del día parece mucho, pero luego va pasando el día, voy haciendo cosas y cuando echo la vista atrás, resulta que me ha dado tiempo a hacer menos cosas de las que pensaba. Sí, la cuerda pude significar el tiempo. ¿Por qué es más corta? Porque está llena de nudos, que por cierto están muy bien hechos. ¿Quién decidió hacer nudos? Yo. Yo le dije que la forma de unir la cuerda otra vez era hacer nudos y los hago muy bien. De hecho, ahí está la prueba. Una cuerda con nudos por todas partes. ¡Vaya! Eso de los nudos debe de ser lo de los hábitos. Hacemos aquello a lo que estamos acostumbrados y además que creemos que se nos da bien. Hacemos siempre lo mismo y obtenemos los mismos resultados. Así que hago nudos con el tiempo. ¿Y las tijeras? No sé qué son las tijeras. Bueno, sí lo sé,

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son un utensilio para cortar o a veces se utilizan para desatornillar ¿Cómo no voy a saber lo que son unas tijeras? Pero, ¿qué significan las tijeras en todo esto? ¿Por qué Irene tiene esa manía de que descubra las cosas por mí mismo en lugar de que me las explique ella? ¿Por qué la gallinita dijo Eureka? ¿Por qué me estoy yendo del tema? Volvamos a las tijeras. Las tijeras tienen que ser las actividades, lo que tengo que hacer. No, no puede ser eso. Querido diario, no sé si voy a llegar a alguna conclusión, pero conociendo a Irene, todo esto tiene que tener un sentido. Sabes lo que te digo, creo que ya lo tengo. Y si no lo tengo, por lo menos, tengo una idea. Cambiemos la pregunta. Me encanta cambiar las preguntas. Me estoy aficionando a cambiarlas ¡Bien por el cambio! ¿Cuándo terminó todo? Cuando le dije que no cortara más. El truco no es hacer nudos bonitos, sino evitar recortes. Cuando vienen las tijeras, sabes que van a cortar tu tiempo, así que tienes que estar preparado y parar las tijeras. ¡No, no se corta! Si no se corta, hay tiempo. Si se corta, sólo queda hacer un nudo y ver que se ha perdido el tiempo. ¡Vaya! Volvemos a la idea de tomar decisiones. Las tijeras son las situaciones que se dan día a día y

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me toca decidir a mí, en cuáles voy a gastar tiempo y en cuáles, no. Se trata de eso, de decisiones. Puedo decidir qué hacer con el tiempo porque el tiempo no se gestiona, se gestionan nuestras decisiones. Se toman decisiones sobre qué hacer y qué no hacer. Sí, creo que le va a gustar mi reflexión a Irene: no hay que aprender a hacer nudos, hay que aprender a evitar las tijeras que cortan la cuerda. Es decir, tomar buenas decisiones. Sí, al final he llegado a una conclusión.

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“Primero, lo primero” STEPHEN COVEY

Querido diario: Hoy tenía claro que iba a hablar con Irene sobre las tijeras y los nudos, pero es que hoy en la tienda no me ha dado tiempo a hacer nada. Es cierto que he hecho muchas cosas, pero en realidad, no han valido para nada. Es como si me hubiera pasado todo el día haciendo nudos o mejor aún, apagando fuegos y yo no soy bombero, soy relojero. Apagar y encender relojes lo sé hacer, pero apagar fuegos, no. El caso es que hablé con Irene y en lugar de hablarle de nudos y cuerdas, le conté mi experiencia de bombero. De hecho, le conté una teoría de “los fuegos y el tiempo” que en su día me había contado mi vecina del quinto, o no sé si se lo había leído a Stephen Covey, aunque apostaría por lo segundo. Mi vecina o Stephen dijeron que las actividades se pueden dividir entre lo urgente y lo importante. Lo urgente es lo que hay que hacer ¡Ahora! Lo urgente necesita ser hecho cuanto antes, requiere una

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atención inmediata. Es prácticamente todo lo que hacemos por instinto, reaccionamos porque son acciones que reclaman nuestra atención, son muy visibles y si no se hacen ahora, perdemos la posibilidad de hacerlas. Imagínate que estás leyendo un libro y suena el timbre de casa. Sí, ya sé que eres un diario, pero imagínatelo por un momento. Vale, está bien, ya me lo imagino yo por ti. Me imagino leyendo un libro y suena el timbre de casa. ¿Qué hago? ¿Dejo el libro interesante que estoy leyendo o atiendo a la puerta? ¡Correcto! Dejo el libro y abro la puerta. ¿Por qué? Porque es urgente. Si no lo hago ahora, no servirá de nada abrirla más tarde. Así que dejo el libro, abro la puerta y ¡tachán! No hay nadie. ¡Ups! He perdido el tiempo en abrir la puerta y además, he dejado de leer el libro. ¿Qué ocurre? Que no todo lo urgente es importante. Es decir: es urgente porque si no se hace en el momento, ya no se puede hacer, pero ¿qué ocurre si no se hace? La mayoría de las veces no ocurre nada porque muchas urgencias no son realmente importantes. Es más, yo creo que hacemos las cosas urgentes porque son fáciles de hacer, pero mejor nos iría si no las hiciéramos. Desde luego abrir una puerta es fácil. Era urgente, pero nada importante. Lo que de verdad importa es hacer lo importante. Es lógico. Y lo importante no tiene que ver con el hacerlo

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ya, sino con lo que se consigue, con los resultados que esperamos. Por eso, lo importante no exige hacerlo ya; lo importante exige tiempo, iniciativa, motivación. Se trata de hacer lo importante de forma continua para que no perdamos la oportunidad de hacer que las cosas verdaderamente importantes sucedan. Ahora bien, como no exigen hacerlas ya, solemos dejarlas en el tiempo y con el tiempo, se vuelven importantes y urgentes y ahí está el problema: ¡Fuego! ¡Fuego! ¡Qué vengan los bomberos! Ahí es cuando nos convertimos en bomberos y tenemos que ir apagando los fuegos que nos vamos creando. No se puede dejar lo importante para más tarde porque corremos el riesgo de quemarnos. Cuando le conté todo esto, Irene me dijo: “Si es importante y urgente, hay que hacerlo. Si es importante, pero no urgente, se puede ir haciendo. Si es urgente y no importante, se puede delegar en alguien. Si no es importante, ni es urgente, se descarta”. Creo que Irene tiene las ideas muy claras. Lo que yo no tengo tan claro, querido diario, es saber qué es importante y qué no lo es entre todas mis actividades. La verdad es que tengo muy pocas cosas claras. Así que volvía a preguntarle a Irene qué era lo importante y ella dio en el clavo con tres preguntas: ¿Te lo has preguntado alguna vez? Sí ¿Has llegado a

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una respuesta concreta? ¡Hummm! ¿Lo has puesto por escrito?... Querido diario, esto es lo que voy a hacer: voy a dedicarle un tiempo a saber lo que es importante. Voy a dividir mis tareas en cinco grupos. ¿Qué estoy haciendo con mi familia y amigos? ¿Qué estoy haciendo conmigo mismo? ¿Qué estoy haciendo para planificar mi trabajo? ¿Qué estoy haciendo para gestionarlo? ¿Qué estoy haciendo para vender mi trabajo? Mi familia y mis amigos porque quiero vivir con ellos y disfrutar antes de que me muera, porque luego ya no tendré tiempo para ellos. Lo de qué hacer conmigo es algo a lo que le debo prestar atención, porque que yo sepa, el único que va a estar conmigo siempre y en todo momento, voy a ser yo. Lo de planificar el trabajo es importante para saber qué estoy haciendo. Lo de la gestión será sobre todo a nivel administrativo, burocrático y todo ese papeleo que tengo que hacer con la administración. Por cierto este mes toca presentar y pagar los impuestos, como buen autónomo que soy. Y por último, todo el mundo tiene que pensar en cómo vende su trabajo, a quién y por cuánto. El trabajo no deja de ser un negocio constante y para saber negociar, le pediré otro seminario a Irene que negocia muy bien. De cada uno de estos grupos, voy a pensar lo que estoy haciendo. De lo que estoy haciendo, voy a

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decidir qué es realmente importante, qué es urgente y qué no es ni importante ni urgente. De esta forma sabré a qué le quiero dedicar tiempo, a que le debo dedicar urgentemente un momento y qué es lo que me está haciendo perder el tiempo. De hecho, voy a usar colores. Sí, colores. He visto a los niños en el seminario que usan colores todo el tiempo y me gusta cómo quedan. Si encuentro cosas que estoy haciendo y que ellas me están haciendo perder el tiempo, las marcaré en rojo ¡STOP! Si encuentro acciones urgentes e importantes, las marcaré en verde ¡Adelante! El resto de acciones, creo que las marcaré con un montón de colores. Por cierto, tengo que ir a la papelería a comprar rotuladores de colores. No sé si servirá para algo, pero me va a quedar muy bonito y quizás algún día lo exponga en una exposición de arte contemporáneo: aquí el artista quiso provocar al espectador sobre la importancia del estudio analítico de la vida y el tiempo. Y después de hablar de fuegos con Irene, pasamos a hablar de lo que tocaba hablar: de los recortes. Le conté a Irene mis conclusiones sobre las tijeras y los nudos. De hecho, me di cuenta de que los nudos que hacía, los hábitos que había aprendido con el tiempo eran realmente los mismos que me llevaban a hacer de bombero. Estaba tan acostumbrado a reaccionar frente a lo que

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era urgente que cuando me preguntaba qué era importante de todo lo que había hecho en el día, la respuesta se quedaba en blanco. Cuando le dije a Irene que lo que tenía que hacer yo era aprender a frenar las tijeras, ella me felicitó. Pensé por un momento que me regalaría algo distinto a una tijera por descubrirlo, pero no huno regalo. Sólo una palmadita en la espalda. Reconoció que ella había dudado de que yo fuera capaz de entender el misterio de la cuerda por mí mismo. Pero ya ves, hasta Irene se confunde. Las personas podemos sorprender a las otras personas. Sólo porque se hagan una idea de nosotros no quiere decir que esa idea sea verdadera. Podemos sorprenderles y mucho. Es más, hasta podemos cambiar y sorprenderlas. ¡Me encantan las sorpresas! ¡Un hurra por las sorpresas! ¿Quieres que te dé una sorpresa, querido diario? Bueno, como no contestas, te quedas sin sorpresa. La que se llevó la sorpresa como te dije fue Irene con mi razonamiento y la necesidad de saber frenar las tijeras. Pero luego, ella me dio otra sorpresa a mí. Me dijo que a partir de las próximas sesiones en el seminario, íbamos a hablar precisamente de eso, de las tijeras de nuestro tiempo, de cómo evitarlas, frenarlas o hacerlo lo mejor posible para perder el menor tiempo posible. Íbamos a hablar de tomar nuestras mejores

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decisiones. El eslogan podría ser: ¡Evita las tijeras o aprende a hacer mejores nudos! Creo que esta noche voy a dormir tranquilo. No hay fuegos que apagar y no hay nudos que deshacer, por tanto, en lugar de contar nudos y fuegos, contaré ovejitas y me dormiré. ¡Por cierto, un saludo a los amigos de las ovejas! ¡Buenas noches!

Lectura recomendada *Stephen Covey: “The Seven Habits of Highly Effective People” (Los siete hábitos de la gente altamente efectiva.)

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“Planifique su futuro porque tendrá que pasar allí el resto de su vida.” MARK TWAIN

Querido diario: Hoy pensé que íbamos a hablar de tijeras, pero no, hemos hablado de elefantes. Tal y como lo oyes. Ya sé que no es tema muy recurrente y que la gente no suele hablar de elefantes, pero los elefantes también tienen derecho a que se hable de ellos. ¡Viva los elefantes! La pregunta de Irene fue: ¿cómo se come un elefante? Sí, cierto, es una pregunta rara y la verdad, como yo nunca antes había comido elefante, preferí no contestar. Si hubiera preguntado por cocodrilo o por cuy, tampoco hubiera sabido qué contestar. De hecho, empecé a pensar si era necesaria una forma especial de hacerlo o si tenía que llevar una determinada salsa. Supongo que simplemente bastaría con echarle un poco de kétchup. La sorpresa es que nadie contestó porque nadie había comido elefante, lo cual no era tan sorprendente, la verdad.

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Así que la respuesta por parte de Irene no se hizo esperar y fue una respuesta bastante sencilla: se come a trozos. Nos reímos pensando que era un chiste. A mí me encantan los chistes y al resto de compañeros parece que también porque empezamos a contar chistes de animales. Sobre todo los dos niños que sabían un montón de ellos. Empezamos con chistes de esos que llaman malos como el consabido: ¿Cómo sacas a un elefante del agua? Mojado; o ¿Por qué la hormiga no cruza la carretera? Porque tiene miedo al hormigón. Después de esos, todo fue a peor, créeme. Te ahorraré una sesión de chistes malos, pero no creo que sea un mal hábito contarlos y reírse. Antes de que la sesión se le fuera de las manos, Irene insistió en que su comentario venía a cuento, que sí que tenía sentido y que no era un chiste. Por un momento, pensé que iba a entrar un elefante en la tienda. Tal y como es Irene, bien podría haberlo hecho para que entendiéramos sus metáforas, pero una cosa es una cuerda y otra un elefante. Por cierto, ¿en qué se parecen una cuerda y un elefante? No es una pregunta trampa, es una pregunta absurda, no le des más vueltas. Querido diario, es tarde y tengo excusa para preguntar estas cosas. Además, mientras no me contestes, podré hablar sobre lo que quiera. El que calla, otorga. Frase que decía, por supuesto, mi vecina del quinto.

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Vuelvo al tema. Pero antes sólo tengo que decir, que tengo un gran problema de concentración y eso debe hacer que atienda a muchas cosas a la vez y pierda el tiempo. Volvamos al elefante. Resulta que un elefante es muy grande y por eso hay que comérselo a trozos. Lo mismo ocurre con nuestros días, que son muy grandes y hay que disfrutarlos a trozos. Todo, por complicado que sea, se puede dividir en partes. Como decía mi vecina del quinto que se lo había oído a un tal Julio César: divide y vencerás. La única forma de enfrentarte a todo lo que tienes que hacer es dividirlo. Primero en objetivos, es decir, pensar ¿qué quieres conseguir en el día de hoy? Después, en acciones ¿qué tienes que hacer? Y por último, unir las acciones por bloques. ¿Para qué son necesarios los objetivos? Para tomarse en serio lo que uno tiene que hacer. Para estar convencido de que es importante y de que no va a pasarse el día apagando fuegos o haciendo nudos. Un objetivo no es una acción, es la sensación de lo que uno tiene que conseguir y lo que va a hacer que terminemos todo lo que empecemos. Una acción se puede empezar y dejar a medias, un objetivo se consigue o no se consigue. Me encanta esta palabra de objetivos. Últimamente no paro de oírla por todos sitios. Tener objetivos en la vida, tener objetivos profesionales, cobrar por

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objetivos, vender objetivos para cámaras, hay que ser objetivos. Es una palabra bonita, pero además de bonita tiene que ser útil. Un objetivo es algo que se quiere conseguir. Es un resultado esperado. Por tanto, tiene que ser creíble. Tenemos que poder creer en él. Si se tiene que conseguir, tiene que ser algo concreto que se pueda decir si se ha conseguido o no. Tiene que ser realizable, es decir, tiene que estar dentro de mis capacidades y posibilidades, si no, se quedará en un objetivo en el horizonte y nunca lo podré ver conseguido. Además de concreto y realizable, tiene que poder medirse en el tiempo. Si no le ponemos un final ¿Cuándo sabremos si lo hemos conseguido o no? Y además de concreto, realizable y evaluable en el tiempo, un objetivo tiene que tener una escena final, es decir, tenemos que visualizar el momento concreto en el que podamos decir que lo hemos conseguido. Por tanto, un objetivo es concreto que empieza con C; es realizable que empieza con R; es evaluable en el tiempo que empieza con E; y tiene que tener una escena final que empieza con otra E; si unimos las cuatro características lo tenemos claro: CREE en tu objetivo. Un juego de letras y palabras que hace que nos podamos acordar de lo que es un objetivo, sobre todo los que no tenemos memoria de elefante. Ahora toca hablar de las acciones que es lo único que

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podemos hacer para conseguir nuestros objetivos. Esas acciones tienen que ser nuestros retos de cada día, porque si los vamos superando, conseguimos lo que queremos. Un reto es la forma positiva de ver un problema. Si lo vemos como problema, nos enfocamos en que vamos a sufrir o nos vamos a cansar, lo cual ya nos predispone a buscar otras actividades para realizar a lo largo del día y entre que decidimos lo que hacer y lo que no, perdemos nuestro tiempo ¡Gran tijera! Por el contrario, si pensamos las acciones como retos, estamos más motivados a sacarlas adelante porque un reto se supera con nuestra dedicación y nuestro esfuerzo. Reto superado, acción completada, paso dado hacia nuestro objetivo. ¡Bien por los retos! Apuesto que eres capaz de convertir tus problemas en retos y verás cómo cambia todo. ¡Es todo un reto! Y por último, ¿cuál es la mejor forma de enfrentarse a estos retos? Yendo por bloques. Cuando en la sesión con Irene hemos hablado de los bloques, hemos hecho un ejercicio sobre cuánto tiempo perdemos llamando, enviando correos y estando en las redes sociales. Resulta que las llamadas se hacen durante todo el día, se envían correos durante todo el día y se usan las redes sociales varias veces al día. La pregunta con la que nos ha picado Irene ha sido: ¿Qué pasaría si fuéramos a correos a enviar una carta, luego fuéramos a una cabina de teléfonos a hacer una

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llamada, entrásemos en una cafetería a tomar un sorbo de café, volviésemos a correos a enviar otra carta, pasásemos por la cafetería a dar un segundo sorbo, nos parásemos a hablar con alguien en la calle y le dejásemos a medias para entrar en la cabina de teléfonos otra vez? Todos en la sala comentamos que la situación era un poco absurda. A mí me pareció bastante cómica. De hecho, mientras ella hablaba yo ya la estaba viendo sobre un escenario de teatro: Con lo absurdo en los talones. El caso es que las actividades se hacen mejor por bloques. Si vas a correos, envías todas las cartas juntas. Si vas a la cabina, haces todas las llamadas. Si entras en la cafetería te tomas todo el café. Si te paras con alguien, acabas la conversación. Y lo mismo ahora que tenemos más ventajas de comunicación. Si vas a enviar correos electrónicos, busca un momento para enviarlos todos y no estar entrando y saliendo todo el día de la bandeja de correos. Si tienes que hacer llamadas, aprovecha un momento del día para realizarlas, no estés llamando cada dos por tres, porque estarás perdiendo mucho tiempo en pensar cuándo llamar y qué decir. Decídelo antes. Trabajar por bloques significa crear rutinas, crear hábitos, pero hábitos bien pensados, de los que te hacen ganar tiempo.

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Se empieza decidiendo lo que queremos conseguir. Se sigue decidiendo lo que tenemos que hacer. Y se acaba decidiendo cómo lo vamos a hacer. Y en caso de duda, sólo cabe preguntarse cómo lo podríamos hacer de otra manera para tener más tiempo. En resumen, que la primera sesión de las tijeras se ha centrado en estar planificados. O nos planificamos o estaremos haciendo nudos todo el día con el problema que conlleva de perder el tiempo. Planificarse significa tener bien marcados tus objetivos de cada día, de la semana, del mes y de tu vida si quieres. Luego, se valoran las acciones que hay que realizar y se hacen por bloques. Poco a poco y por partes. Es como comerse un elefante. Por cierto, no tengo muchas ganas de comer elefante.

PD. Al final de la sesión, a Irene se le ha ocurrido una idea. Nos ha dicho que no se fiaba de nosotros y de que fuéramos a planificar lo que hacemos, así que nos ha pedido que nos comprometiéramos con los demás. Que escogiéramos a alguien del seminario y le dijéramos que lo íbamos a hacer. Que nos diéramos la mano como testigos de nuestro compromiso y así quedaría nuestra palabra en juego. Es cierto que es más fácil hacer algo cuando te comprometes con alguien que hacerlo cuando te comprometes contigo mismo, porque tú te admites

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tus propias excusas y a los demás, cuesta dárselas. Así que este ejercicio de comprometerse con los demás, supongo que dará resultado. Si algún día, querido diario, empiezas a cambiar algún hábito, te aconsejo que te busques a alguien con quien comprometerte. Aunque, pensándolo bien, ¿qué hábitos va a cambiar un diario?

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“La vida causa los mismos contratiempos tanto a optimistas como a pesimistas, pero los primeros saben afrontarlos mejor.” MARTIN SELIGMAN

Querido diario: Hoy no estaba motivado. ¿Por qué? Porque no me había levantado con buen pie; ahora que había vuelto a aprender a desayunar todos los días, no tenía pan para hacerme las tostadas; y aún por encima, al mirar por la ventana estaba lloviendo. Estaba claro que hoy no iba a ser mi día. Mi querida vecina del quinto decía que todo lo que podía salir mal, saldría mal. Es cierto que un día me confesó que esa frase no era suya, sino de un tal Murphy, pero lo importante es que esa frase tiene mucho de cierto. Cuando todo apunta a que nada puede fallar, siempre hay algo que falla ¡Zas! Es como si hubiese un genio maligno esperando el momento adecuado para

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pincharnos. O eso pensaba yo hasta que tuvimos la sesión con Irene. La verdad es que no sé si estoy aprendiendo del tiempo o de la vida con ella, pero el tiempo y la vida es lo mismo porque la vida está hecha de tiempo y otra cosa no tendremos, pero tiempo, sí. El caso es que hoy, Irene vino con ganas de contar cuentos y de ver la vida en positivo, porque según ella, una mirada positiva a las cosas, hacen que nos pongamos en acción y por tanto, hagamos que lo que queremos que suceda, suceda. Puede sonar filosófico, querido diario, pero no lo dudes, es filosófico cien por cien. Según Irene, cuando vemos el lado positivo, tenemos más ganas de hacer lo que tenemos que hacer. Y por otro lado, que si nos centramos en ese lado positivo, en lugar de ver barreras y problemas, vemos retos y oportunidades. Es decir, que si yo esta mañana seguía pensando en que no tenía pan para mis tostadas, lo único que conseguía era cabrearme. Pero si pensaba que era un momento oportuno para probar otro alimento, por ejemplo, una manzana, el cuento cambiaba. Había más posibilidades que sólo tomar tostadas. Y las dos formas de ver la situación eran igual de reales. El problema de no tener tostadas era real. La solución de comerse una manzana, también lo era. ¿Qué no era real? Pensar en que podría comer elefante, por

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ejemplo. Irene tiene mucha facilidad para ver las cosas de otra manera. La verdad es que me gustaría parecerme a ella, porque yo si quiero ver las cosas de otra manera, como mucho me quito las gafas y lo veo todo distorsionado. Intentaré acordarme de los cuentos de Irene. El primero era de dos ratas que estaban dándose una buena zampada en la cocina de una señora. Un poco de queso, restos de jamón, unas migas que había en la mesa ¡Por cierto, qué ricas las migas del a Mancha!… y de repente, las dos ratas vieron un vaso blanco que les llamó la atención. Saltaron las ratas y ¡Ups! El vaso tenía nata. Así que las dos ratas empezaron a ser tragadas por la nata. Empezaron a moverse, pero no había nada que hacer. La nata se las tragaba para adentro. Una rata se dio por vencida por la nata y se dejó ir. La otra rata, no. Se movió, se movió y no paró de moverse. Era absurdo, pero ella seguía moviéndose. ¿Y qué pasó al final? Que tanto se movió que convirtió la nata líquida en nata montada, se solidificó y de un salto salió del vaso. Moraleja: ten cuidado cuando compres nata por si hay una rata ¡No! La moraleja es que no hay que parar de moverse porque las circunstancias sean adversas. Si tienes un objetivo, tienes que moverte hacia él. No hay excusa para dejarte vencer por la nata.

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Es decir, que aunque las circunstancias sean malas, moverse depende de ti. Si no hay tostadas, hay que buscar manzanas. Hay que moverse, ponerse en movimiento y continuar moviéndose. Lo que nos lleva al tema central: la motivación. La motivación es poner en acción nuestros motivos, es la chispa por la que hacemos cosas y por las que dejamos de hacer otras. La motivación depende de nosotros mismos, no de las circunstancias. Es nuestra decisión. Por tanto, estar motivado no depende de que haya pan para hacerse tostadas. Depende de mí, de quitarle importancia a las tostadas y buscar otras opciones. Luego, Irene nos contó otro cuento. Esta vez no eran dos ratas, eran dos personas. No estaban en la cocina de una señora, sino en una cueva. Estaban cansados y se echaron a descansar, pero de pronto… Es curioso, en todos los cuentos siempre pasa algo “de pronto” que lo cambia todo. Es como si hubiese un genio maligno en todos los cuentos que estuviera esperando a que los protagonistas estuvieran tranquilos para pincharles ¡Zas! Exactamente lo mismo que había pensado yo esta mañana. ¡Malditos genios malignos! Volvamos al cuento. Estaban los dos hombres descansando en la cueva y de pronto, el genio maligno de los cuentos hizo que escucharan el rugido de un oso. De un salto se pusieron los dos de pie y se miraron

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aterrorizados. Uno preguntó: “¿Qué hacemos?” Y el otro se agachó para atarse los playeros. Ante lo que el primero se burló: “¿Qué crees que con los playeros abrochados vas a ser más rápido que el oso?”. Y el otro le contestó: “No, pero sólo tengo que ser más rápido que tú”. Moraleja: cuidado con los amigos en una cueva porque te dejarán solos contra un oso ¡No! Hay que estar preparado para enfrentarse a los problemas. Y estar preparados depende de nosotros. Resulta que si hacemos algo motivados, lo hacemos antes y lo hacemos mejor. Tenemos más tiempo para hacer otras cosas y nos sentimos satisfechos. Si lo sabemos, lo que tenemos que hacer es estar preparados para saber motivarnos. La motivación depende de nosotros y hacer lo que tengamos que hacer de forma motivada, es lo mejor que podemos hacer. Lo que está claro es que no todo nos motiva, por eso es importante saber qué es lo que nos motiva ¿Qué te motiva a ti, querido diario? En fin, supongo que no vas a contestarme hoy tampoco. Yo no tenía muy claro qué es lo que me motivaba, pero para eso estaba Irene y un tal Martin Seligman. Al parecer, Martin Seligman era un investigador de la psicología positiva muy importante y basándose en sus investigaciones, Irene nos preparó un test muy interesante. En él aparecían varias preguntas relacionadas con

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diferentes valores, a lo que Selligman llamaba nuestras fortalezas, pero que Irene las relacionó con lo que verdaderamente nos motivaba. En cada una de ellas, teníamos que indicar cuánto nos satisfacía y al completar el test, descubrimos que lo que nos mueve a unos y otros es diferente. Que había personas que se movían por estética, otras por mantener la armonía con el resto de personas, otras que su principal valor era la pasión que ponían en lo que hacían y una que se movía principalmente por espiritualidad. Fue muy interesante descubrir lo que nos motivaba a cada uno, porque así era más fácil saber decidir. Si sé lo que me motiva, sólo tengo que ver qué relación hay entre esos valores y lo que tengo que hacer. Siempre que haya una correlación, estaré motivado y haré las cosas de la mejor manera. Siempre que no se dé ninguno de mis valores, mejor pensar en dejar de hacerlo y que lo haga otra persona. Para terminar, Irene nos contó otro cuento que resultó no ser un cuento, sino un experimento. Resulta que lo que nos sucede a todos es que tenemos lo que se llama “desmotivación aprendida”. Nos gusta desmotivarnos y desmotivar a los demás, pero siempre por su bien. Cuando alguien dice que quiere hacer algo, le buscamos los motivos para que no lo haga. Por ejemplo, si yo decido escribir un libro, mis amigos me dirán que nadie vive de escribir libros. Si digo que

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quiero ser cantante, me dirán que lo haga en la ducha, pero nada más. Si digo que quiero ser jugador de fútbol, me dirán que ya no tengo edad para jugar y que me voy a lesionar. Lo harán por mi bien, pero no resultará tan bueno para mí que me lo digan. El caso es que es mejor decirles que quieres ser todas esas cosas y mientras te dicen que no las hagas, tú vayas dando forma a tu verdadera ilusión: montar una empresa. Si se lo hubieras dicho, seguramente que te hubieran echado para atrás. Desde luego, no te recomiendo que digas que quieres montar una empresa o hacerte autónomo, te tacharán de loco. Pero quién soy yo para desmotivarte. ¡Dilo, hazlo! El tema de la desmotivación aprendida vino a cuento de un experimento, decía. El experimento de los cinco monos. Unos investigadores meten a cinco monos en una habitación. En el centro de la habitación hay una escalera y subiéndose a la escalera, los monos pueden coger unos plátanos. Pero, de pronto… Siempre tiene que haber un genio maligno que de pronto haga algo, ya lo sabes… Resulta que cuando un mono se sube a la escalera, se encienden unas mangueras y les cae agua fría a los otros monos. Al principio, los monos se suben a la escalera y los demás son mojados por la manguera, pero poco a poco se van enfadando porque no quieren mojarse

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más. Así que deciden moler a palos a cualquiera que se suba. Lo intenta uno y el resto se echa encima. Lo intenta otro y le ocurre lo mismo. Al final, los monos se pegan entre ellos y a ninguno se le ocurre subir a la escalera. Entonces, los investigadores deciden sacar a un mono de la habitación y meter a un mono que no sabe lo que sucede dentro. Este mono nuevo lo tiene claro. Ve la escalera, ve los plátanos, mira que los demás no se suben y decide subirse él… ¡Pobre mono! Los demás se echan encima y le dan una paliza. El mono aprende que no se puede subir a la escalera. Luego, los investigadores sacan a otro mono viejo y meten a un mono nuevo. Sucede lo mismo. Los ojos se le ponen como platos al ver los plátanos, se sube a la escalera y los demás le ponen los ojos morados. En fin, que no se puede subir a la escalera. Poco a poco, los investigadores van cambiando a los monos viejos y van introduciendo monos nuevos. Hasta el punto de que en la habitación hay cinco monos que nunca han llegado a subirse a la escalera, ni nunca han sido mojados, pero que han aprendido a pegar a todo mono que se suba a la escalera. Desmotivación aprendida. Eso es lo que nos pasa. Desmotivamos a los demás y muchas veces creemos que lo hacemos por su bien. ¡Error! Y con tanto cuento que hemos tenido hoy, al final de la sesión, Irene nos ha hablado de una historia que fue

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real y poco tiene de cuento. Nos ha narrado la experiencia de Viktor Frankl en los campos de concentración nazi y ha acabado con un texto de él sobre lo importante que es saber que nuestros motivos y nuestra actitud dependen de nosotros y sólo de nosotros, independientemente de nuestras circunstancias: “Nosotros, los que vivimos en los campos de concentración, recordamos a los hombres que recorrían los barracones reconfortando a los demás, dándoles el último trozo de pan que les quedaba. Puede que fueran pocos en número, pero son prueba suficiente de que a un hombre se le puede despojar de todo salvo de una cosa: la última de las libertades humanas, la de elegir su propia actitud en cualquier circunstancia, la de elegir su propio camino.” Así que ha quedado claro que motivarnos dependía de nosotros y desmotivar a los demás, también. Lo primero había que hacerlo, lo segundo mejor olvidarlo. Pero entonces surgió la pregunta. Todo este cuento de la motivación está muy bien, pero cómo funciona en realidad. Y ahí es donde Irene nos dio una breve explicación. Resulta que nosotros somos conscientes de una parte de nuestro cuerpo, pero otra parte funciona de forma autónoma. Se trata del sistema nervioso autónomo, el que controla nuestros actos involuntarios. El que actúa sobre los vasos sanguíneos, los músculos y las glándulas y regula nuestros procesos vitales.

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Cuando nos enfrentamos a una actividad que supone un problema o una amenaza, se despierta dentro de este sistema autónomo, el sistema simpático que es el sistema que nos prepara para la acción. Nuestro cuerpo produce glucomato y cornisol, nos llenamos de energía, crece nuestro ritmo cardíaco y aumenta la presión sanguínea. Tenemos fuerza para realizar nuestras tareas lo antes posible, pero nos estresamos. En cambio, cuando nos enfrentamos a una actividad motivante, se despierta el sistema parasimpático que produce glucomato, cornisol y dopamina. Así se regula mejor la actividad del corazón y se controla nuestra tensión. Favorecemos la circulación de la sangre y la digestión. Nuestro cuerpo se encuentra en un estado más relajado, creamos más glóbulos blancos y plaquetas que nos ayudan en nuestro sistema defensivo. ¡Es la bomba! Es decir, la motivación pone a funcionar el sistema parasimpático de nuestro cuerpo y es más llevadero hacer las actividades, con lo que se despierta la confianza en nosotros mismos y la valentía. Y con esa confianza y valentía somos capaces de dar lo mejor de nosotros mismos. Por eso, estar motivado es mejor para hacer nuestras actividades que estar estresado. Y por otro lado, la motivación repercute en nuestra salud. Cuanto más motivados, mejor salud. Cuanta mejor salud, más motivados. En cambio, cuanto más nos desmotivamos, peor para nuestra salud. Peor

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salud, menos motivados. Son dos círculos viciosos. La cuestión está clara. Si sabemos lo que nos motiva y hacemos todo en relación a ello, viviremos más años y tendremos más tiempo. Si no encontramos nada que nos motive en lo que hacemos, perderemos salud, años y tiempo. Al final, creo que la sesión de hoy resultó muy interesante. Empecé el día con problemas de motivación. No porque no hubiera tostadas, sino porque no me centré en buscar otras alternativas. Eso despertó mi sistema más estresante y me hizo enfadarme con las tostadas. Luego con los cuentos de la motivación, lo empecé a ver de otra forma. Me di cuenta de que tenía más posibilidades y que podía cambiar mi actitud y que en realidad, eso no tenía nada de cuento. ¿En qué se manifiesta este cambio? En que abandonas el estrés que produce el sistema simpático y lo sustituyes por la tranquilidad que te ofrece el sistema parasimpático. Sin quererlo, había dejado de sentir la presión en mi cuerpo, la cual afecta directamente al estómago, y me había quedado más tranquilo. Y mi estómago, también. Y todo con un cambio de actitud. Ahora ya entiendo las claves de la motivación. No sólo lo que me motiva, sino cómo lo que me motiva hace que mi cuerpo esté más preparado para la acción. Lo que veo como una amenaza lo saco adelante, pero me estreso; lo que veo como un reto motivante, lo hago bien y a gusto. ¡Qué importante es estar motivado y

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cuánto tiempo se gana! Entre otras cosas, porque estar desmotivado exige perder mucho tiempo en pensar las razones de esa desmotivación. PD. Al igual que en la sesión de ayer, hemos terminado el seminario comprometiéndonos con los demás a buscar lo que verdaderamente nos motiva.

Lecturas recomendadas: *Martin Seligman: “Authentic Happiness: Using the New Positive Psychology to Realize Your Potential for Lasting Fulfillment” (La auténtica felicidad) *Santiago Vázquez: La felicidad en la vida y en el trabajo. *Javier Cebreiros: Ser feliz no implica ser idiota.

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A continuación encontrará una serie de preguntas y afirmaciones que se relacionan con las veinticuatro fortalezas de la felicidad de Seligman. Puntúelas del - según la satisfacción que le produce cada uno de los valores que las acompañan. __ 1/ ¿Está siempre haciendo preguntas y encuentra fascinantes todos los temas y asuntos? ¿Le gusta la exploración y el descubrimiento? Curiosidad: __ 2/ ¿Le encanta aprender cosas nuevas, tanto en una clase como por su cuenta? ¿Siempre le ha encantado la universidad, leer, los museos y cualquier lugar que proporcione una oportunidad para aprender? Querer aprender: __ 3/ ¿Se toma tiempo antes de saltar de forma precipitada a las conclusiones? ¿Basa sus decisiones en sólidas evidencias? ¿Es capaz de cambiar de

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opinión? Pensamiento crítico: __ 4/ ¿Nunca está satisfecho haciendo algo de la forma convencional si existe un modo mejor? Creatividad: __ 5/ Aunque usted puede no pensar sobre sí mismo que es sabio, sus amigos mantienen esa visión de usted. Ellos valoran su perspectiva sobre las cosas y recurren a usted en busca de consejo. Perspectiva: __ 6/ Sea lo que sea lo que tenga que hacer, usted se centra en ello con entusiasmo y energía. Usted nunca hace nada con desinterés o a medias tintas. Para usted, la vida es una aventura. Valentía: __ 7/ Usted es muy trabajador y finaliza lo que empieza. No importa el proyecto, usted saca las cosas adelante a tiempo. No se distrae cuando trabaja, y encuentra satisfacción en terminar las tareas. Perseverancia:

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8/ Usted es una persona honesta, no sólo porque dice la verdad, sino porque vive su vida de una forma genuina y auténtica. Usted tiene los pies en la tierra y no tiene excesivas pretensiones; usted es una persona transparente. Autenticidad: __ 9/ Usted es una persona con coraje que no se aparta ante la amenaza, el desafío, la dificultad, o el dolor. Usted muestra su opinión sobre lo que es justo incluso aunque haya oposición. Usted actúa según sus convicciones. Pasión: __ 10/ Usted valora las relaciones íntimas con los demás, en particular aquéllas en las que el compartir y el cuidado es recíproco. La gente a la que quiere siente muy cercana es la misma gente que le siente muy cercano a usted. Amor: __ 11/ Usted es amable y generoso con los demás, y nunca está demasiado ocupado para hacer un favor. Usted disfruta haciendo buenas obras para otros, incluso aunque no les conozca bien. Simpatía:

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12/ Usted es consciente de los motivos y de los sentimientos de los demás. Usted sabe qué hacer para encajar en diferentes situaciones sociales, y para que los demás estén a gusto. Inteligencia emocional: __ 13/ Usted es un compañero leal y entregado, siempre cumple con su responsabilidad y trabaja duro para el éxito de su grupo. Trabajar en equipo: __ 14/ Usted no deja que sus sentimientos personales sesguen sus decisiones sobre otras personas. Usted da a todo el mundo una oportunidad. Justicia: __ 15/ Usted brilla motivando a un grupo para conseguir que se terminen las cosas y preservando la armonía dentro del grupo haciendo que todo el mundo se sienta incluido. Usted hace un buen trabajo organizando actividades y dirigiendo lo que sucede. Liderazgo: __ 16/ Usted perdona a aquellos que le han tratado mal. Usted siempre da a la gente una segunda

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oportunidad. A todo el mundo. Cree que la personas se lo merecen. Su principio guía es el perdón y no la venganza. Perdonar: __ 17/ Usted no busca ser centro de atención, prefiriendo que sus logros hablen por usted. Usted no se considera especial y los demás reconocen y valoran su modestia. Humildad: __ 18/ Usted es una persona cuidadosa, y sus elecciones son invariablemente prudentes. Usted no dice ni hace cosas de las que más tarde pueda arrepentirse. Prudencia: __ 19/ Usted regula de forma consciente lo que siente y lo que hace. Usted es una persona disciplinada. Usted tiene control sobre sus apetencias y sus emociones, no al revés. Autocontrol: __ 20/ Usted detecta y aprecia la belleza, la excelencia, y/o una actuación de gran nivel en la naturaleza, el arte, las matemáticas, la ciencia, las experiencias

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cotidianas. Belleza: __ 21/ Usted es consciente de las cosas buenas que le suceden, y nunca las da por hechas. Sus amigos y familiares saben que es una persona agradecida porque siempre se toma el tiempo necesario para expresar agradecimiento. Gratitud: __ 22/ Usted espera lo mejor del futuro, y trabaja para lograrlo. Usted cree que el futuro es algo que puede ser controlado. Optimismo: __ 23/ A usted le gusta reírse y bromear. Hacer sonreír a la gente es importante para usted. Usted intenta ver el lado positivo de todas las situaciones. Sentido del humor: __ 24/ Usted tiene creencias fuertes y coherentes sobre un propósito más elevado y un significado del universo. Sus creencias modelan sus acciones y son una fuente de bienestar para usted. Espiritualidad:

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Ahora que ha puntuado cada una de las fortalezas, céntrese en las cinco que más satisfacción le produzcan. Vuelva a puntuar estas cinco de forma consciente y escoja las tres más valoradas por usted. 1. 2. 3. ¡Bien! Acaba de descubrir lo que de verdad le motiva. Siempre que tenga que hacer algo, relacione su actividad con lo que le repercutirá en estas tres fortalezas. Si están las tres presentes, seguro que estará muy motivado. En cambio, si no hay ninguna de ellas, cambie de actividad o cambie la forma de enfocarla porque no tendrá motivación suficiente para seguir con ella.

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“Reflexionamos mucho más en el empleo de nuestro dinero, que es renovable, que en el de nuestro tiempo, que es irremplazable.” SERVAN-SCHREIBER

Querido diario: Hoy he sido todo un ejemplo en la sesión. No me siento orgulloso porque Irene ha preguntado por alguien que sea desordenado y claro, soy el único que se ha atrevido a decirlo. Estoy seguro de que a los demás les pasa lo mismo que a mí, pero como el seminario se hace en mi tienda, no hay más que ver la mesa de mi despacho para confirmar que sí, soy un desordenado. Básicamente, yo les he explicado que tengo mi propio orden y que sé moverme muy bien en el caos de mis papeles, pero cuando me han pedido que les lleve cuatro documentos distintos y algunos utensilios de papelería, ha quedado comprobado que mi caos es un verdadero caos. Yo vivía muy alegremente con mi caos hasta el día de

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hoy, pero este seminario ha hecho que quiera romper contigo. ¡Adiós orden caótico! ¡Te echaré de menos! Aunque seguro que nos sigamos viendo de vez en cuando. Creo que esto no es un adiós, es un hasta luego. Han sido muchos años juntos como para olvidarme de ti ¡Mal! Tengo que olvidarme de ti. Irene siempre dice que todo es cuestión de hábitos y tú eres mi hábito preferido. Tenemos que abandonar los malos hábitos y quedarse con los buenos. Querido orden caótico, te ha tocado ser de los malos. Quizás en otra vida, esto hubiera sido distinto, pero tengo que dejarte. No es por ti, es por mí. Sé que con el tiempo podrás superarlo. La pregunta que hizo Irene para que yo empezara a pensar mal de ti fue la siguiente: ¿Cuánto tiempo tardas en buscar lo que necesitas? Yo le dije que poco. Irene insistió en una cifra. No se la di. Quería apartarnos a ti y a mí y yo no estaba dispuesto a ponérselo fácil. La segunda pregunta fue: ¿Eres consciente del tiempo que pierdes buscando? No le respondí. Nuestra relación se mantenía a salvo. En realidad, no le respondí porque no sabía qué responder. Siempre me he considerado una persona de poco orden, pero no sabía que el orden me estaba robando tanto tiempo al día. ¡Menuda tijera! Ahí tenía claro que sí sabía hacer nudos y tenía malos hábitos desde hace mucho tiempo. Cada vez que tenía que guardar, lo hacía sin pensar. A primera vista, parecía que eso no

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me quitaba tiempo, pero vaya que si me lo quitaba. Desde ese momento, la sesión parecía una misa. Irene preguntaba: ¿Qué hacemos con la documentación? Y todos al unísono: cada papel donde corresponda. Y yo: se van dejando encima de la mesa por orden de llegada hasta completar una montaña, entonces empezamos a hacer la segunda montaña. Me encantaba ver las montañas de papeles en mis mesas, parecía un mapa geográfico con cordilleras y mesetas. Era estética. Lo que pasa es que no todo el mundo tiene los mismos gustos. Irene preguntaba: ¿Los archivadores se revisan? Y todos: sí, se revisan. Y yo: se compra otro archivador para seguir archivando. ¡Qué pérdida de tiempo revisar lo que está archivado! Si está archivado, por algo será. ¡Vaya! Todo un ejemplo de mal hábito aprendido. ¿Para qué archivas algo que luego no revisas? Puede que esté confundido, pero mi cabeza siempre tiene razones para hacer lo que hago. ¿Razones o excusas? Ahora le estaba viendo más claro. Mi cabeza siempre tiene la excusa perfecta para justificar lo que hago. Es la forma de estar tranquilos y vivir en paz con uno mismo, claro. Pero tener justificaciones, no quiere decir que sólo por eso sean válidas o útiles. Porque justificaciones y razones puede haber para muchas opiniones. De hecho, no hay nada tan repartido como la razón, que decía mi vecina del quinto.

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No es lo mismo razonar y justificarse a uno mismo, que tener la razón. Es decir, que mi cabeza me estaba traicionando. Ella pensaba que lo que hacía, lo hacía bien y era sólo para que no me preocupara y lo siguiera haciendo. Podría hacerlo de otra manera y mi cabeza cambiaría de forma de pensar, me justificaría de nuevo y seguiría tan tranquilo. Mi cabeza es un camaleón, cambia de pensamiento según la ocasión. En fin, que hacemos lo que hacemos pensando que está bien hecho, pero podríamos hacerlo de otra manera y seguir pensando que estará bien hecho. Podemos cambiar un hábito justificado como nuestro orden caótico por otro y seguir tan tranquilos. ¡Qué dolor de cabeza! Pensar cuesta, pero es lógico. Si estoy diciéndole a mi cabeza que quiero cambiar algo, ella es la primera en decir que no quiere cambiar. Eso le exige un esfuerzo. Es como estar sentado viendo la televisión y llaman a la puerta. Lo primero que hacemos es mirar al resto, a ver quién se levanta. Estamos cómodos allí sentados y salir de nuestra comodidad, nos cuesta un riñón. Por cierto, ¡Viva los donantes de riñón! El tema es que la cabeza no quiere cambiar de forma de pensar. Así que cuando queremos cambiar, ella se presiona a sí misma y nos duele, ¿para qué? Para que dejemos de pensar y dejemos las cosas como están. Pero no vas a ganar, querida cabeza. Esta vez, no. Si

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quiero cambiar, voy a cambiar. Cueste lo que cueste. La guerra ha empezado ¡A las armas! Yo y mi cabeza, a ver quién puede más. La verdad es que llevamos toda la vida discutiendo ¿Sabes? Me traes de cabeza. Y mientras yo seguía luchando con mi cabeza, Irene seguía con su sesión. Esta vez preguntaba: ¿La mesa tiene que estar libre para poder trabajar? Y todos: sí, tiene que estar libre. Y yo: no, tiene que estar llena de papeles para demostrar que se trabaja. ¡Como si el hecho de que hubiera papeles encima fuera suficiente! ¡Vaya creencia más rara! Irene preguntaba: ¿Para qué queremos los cajones? Y todos: para guardar las cosas de forma ordenada. Y yo: para ocultar lo que queremos que no se vea. Y aquí Irene me preguntó: ¿Podemos abrir los cajones para ver tu orden? Evidentemente, la respuesta fue un rotundo “no”. Irene sonrió, yo cedí y después abrió algunos cajones. Si la tienda no parecía ordenada, al ver los cajones, la tienda parecía estar perfecta. Irene continuó preguntando: ¿dónde tenemos que tener las notas? Y todos: agrupadas para saber dónde están y consultarlas cuando se necesite. Y yo: en todas partes. Irene se fijó en que tenía varios pos-it pegados en la pantalla del ordenador. Me preguntó por qué los tenía pegados en los bordes de la pantalla y le contesté que si los pegaba en la pantalla, no podría verla. A ella no le gustó la respuesta. Se refería a por qué estaban ahí pegados y no en un corcho o todos juntos.

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Le dije que era para acordarme. Si los tenía en la pantalla, los veía y por tanto no me olvidaba de ellos. Ella me preguntó si era necesario acordarme todo el tiempo de lo que tenía anotado y yo le dije que no. ¡Qué absurdo! Para eso los tenía anotados. Entonces, Irene ha seguido con sus preguntas: ¿Para qué los tenía ahí todo el día? ¡Qué arte tiene preguntando, la chica! Irene me estaba empezando a enfadar con tanta pregunta sobre el orden. Sobre todo, porque tenía razón y yo no y me tocaba ceder. Acabó diciendo que ella creía que yo lo hacía por comodidad. ¡Qué razón tenía! Llevaba un tiempo dándole vueltas a ese tema de la comodidad en mi cabeza y va ella y ¡punch! Lo más cómodo es no ordenar. Dejar cada cosa en un sitio y normalmente el sitio más cercano que tengamos. Pero la comodidad no es sinónimo de hacerlo bien o de que sea lo mejor. Irene siguió a lo suyo: ¿Podrías empezar a ordenar de otra forma? Le contesté que me era muy cómodo ordenar así. ¿Y qué tal si piensas en cuando buscas: es cómodo estar buscando cada cosa? No, no es tan cómodo. Y ahí le dio la vuelta a mis argumentos: Si quieres comodidad, ¿qué tal si piensas en hacer cómoda la búsqueda? Es decir, en lugar de hacer lo que es cómodo en el momento de guardarlo, por qué no pienso en lo que es cómodo a la hora de buscarlo.

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La verdad es que visto así, Irene tiene razón. Tengo un hábito muy complicado de quitarme que es el de guardarlo todo como cuadre. Mi cabeza lo defiende diciendo que es práctico, pero ahora veo que no lo es. Y lo justifica además con un nombre: mi propio orden. Pero ese orden me quita mucho tiempo, sobre todo cuando le digo a alguien donde están las cosas y acabo teniendo que ir yo porque nadie las encuentra. Ese hábito lo hago porque es cómodo para mí, pero podría hacerlo de otra manera. La cuestión ahora es ¿podré hacerlo de otra manera? Según Irene, las personas poco perfeccionistas o que no necesitan tenerlo todo bajo su control tienden a ser más desordenadas y la verdad, es que le dije que yo me consideraba poco perfeccionista y prefería adaptarme a las circunstancias que tenerlo todo controlado. Irene siguió diciendo que sólo se trata de una tendencia y que no es una cuestión de ADN. Que uno puede dejar de ser desordenado, porque el ser desordenado es un mal hábito que se coge con el tiempo. Nadie nace desordenado porque cuando nace no tiene nada que ordenar. Querido diario, cambiar un hábito es muy complicado. Díselo a mi cabeza que no quiere levantarse del sillón para abrir la puerta a un nuevo hábito. Y es más complicado si es un hábito con el que llevo conviviendo tanto tiempo. Y es más complicado si me he sentido orgulloso de él, de mi propio caos. Es decir,

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cuanto más justificado lo tiene mi cabeza, más complicado es de cambiarlo. Pero quiero cambiarlo. ¿Cómo voy a empezar a cambiarlo? Creo que voy a utilizar la teoría del elefante: a trozos. Empezaré por algo concreto, por ejemplo: los cajones. Voy a ordenar los cajones ¡No! Mejor empezaré por otro. Antes de ordenar lo desordenado, lo mejor será empezar a crear hábitos de ordenar. A partir de mañana las cartas irán todas en el mismo estante de la estantería. Si lo consigo durante un par de días, comenzaré con otra acción y seguramente acabe ordenando todo. Una vez le escuché a Irene que si nos ponemos objetivos demasiado altos, se quedarán siempre en el propósito. Es lo que pasa en fin de año cuando te pones los mismos propósitos que el año anterior y sabes que al finalizar el año siguiente, dirás los mismos. Es la forma en que nuestro cerebro se queda tranquilo, pero no hacemos nada. Ahora bien, lo más importante no va a ser empezar, sino, continuar con los nuevos hábitos. Quién sabe, igual algún día voy alardeando de ser ordenado. Creo que la sesión de hoy me ha gustado. He servido de mal ejemplo, pero alguien tenía que prestarse voluntario para el bien de los demás. Gracias a mi desorden, hemos aprendido. Así que el desorden algo tiene de bueno. Como decía mi vecina la del quinto: no hay mal que por bien no venga.

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Por cierto, un refrán perfecto para explicar cómo nos podemos justificar de todo y seguir tan tranquilos. Efectivamente, podemos cambiar nuestra forma de ver las cosas. ¡Buenas noches, diario! PD. Para finalizar, nos hemos comprometido con los demás a ser más ordenados. Aunque todos han dicho que lo eran, creo que cada uno tenía su propio orden.

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“Usted puede retrasarse, pero el tiempo, no.” BENJAMIN FRANKLIN

Querido diario: Verás, uno de los principales hábitos que tengo que mejorar según Irene es la cuestión de que aplazo todo lo que tengo que hacer. Que lo voy aplazando con la excusa de que hay otras cosas más urgentes y así se me pasa el tiempo. Ya sé que hay un dicho que dice que “no dejes para mañana, lo que tienes que hacer hoy”, pero Irene es más quisquillosa. Ella dice “no dejes para mañana lo que tienes que hacer ahora”. Porque de eso se trata, uno sólo puede decidir lo que va a hacer ahora. Sólo vivimos en el presente, en este momento. ¡Vaya, ya ha pasado! Es lo que tiene el presente, que dura muy poco tiempo. Lo único que podemos decidir es lo que vamos a hacer ahora. Podemos pensar lo que haremos después, pero no decidirlo hasta que llegue el momento. Por eso, es muy importante saber que no existe el día de hoy para

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hacer todo, sino un montón de momentos en los que hay que ir decidiendo lo que se hace y lo que no. O lo haces ahora o no lo haces. Esa es la cuestión. El tiempo es ahora, porque el pasado pertenece a la memoria y el futuro a la imaginación. El presente es nuestro tiempo y es el momento de nuestras decisiones y de nuestras acciones. ¡Qué complicado esto del tiempo! Yo trabajando en una tienda de relojes y pensaba que el tiempo eran unas agujas dando vueltas. Todo se complicó cuando llegaron los relojes digitales. Entonces, el tiempo pasó a ser números que cambiaban y contaban las horas, los minutos, los segundos e incluso, las décimas de segundo. Ahí empezamos a pensar el tiempo como un contrarreloj. Y yendo contra el reloj, el reloj se ha vuelto contra nosotros. Es como una competición de a ver quién coge a quién. Vamos con el tiempo en los talones, que decía mi vecina del quinto. Pues bien. El tiempo no son números, ni carreras. El tiempo es nuestro momento. El momento de decidir lo que hacemos y lo que no. Es nuestro amigo ¡Qué majo el tiempo! Apetece sacarlo a bailar y no correr contra él. Volviendo al hábito de aplazar y seguir aplazando, nos ha dicho Irene que se llama procrastinación. La palabra ha sonado rara y la hemos cambiado por postergación, posposición y finalmente, por aplazamiento que es lo que todos entendíamos. Vamos, que dejamos de hacerlo pensando que ya lo

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haremos algún día de éstos. Pero como decía mi vecina del quinto: “algún día de estos no es ninguno de estos días”. Al parecer, es una frase que había oído en Inglaterra. Ahora que lo pienso, mi vecina viajaba mucho y nunca me invitó a sus viajes. ¡Ahora sí voy a tener un problema con mi vecina! ¡Qué cara! Vuelvo al tema que ya me estoy yendo por las ramas. ¡Vaya problema con esto de no centrarme en una cosa! El caso es que lo de aplazar lo que tenemos que hacer se trata de una decisión fácil. Tengo que hacer algo y decido no hacerlo, más bien, decido hacer otra cosa para tener la excusa perfecta para no hacer lo que tenía que hacer. Podría llamarlo “justificación”, pero prefiero ser sincero conmigo mismo y llamarlo “excusa”. Otra vez el combate con mi cabeza. Lo normal es que me suceda ante actividades que me resultan incómodas, dolorosas o que no me gustan. Por ejemplo, hay llamadas a clientes para recordarles que nos deben dinero que me resultan incómodas; hay actividades como hacer ejercicio físico que me resultan un poco dolorosas; y hay actividades como llevar la contabilidad de la tienda que no me gustan. Estas tres actividades las voy aplazando y voy haciendo otras. Se acaba el día y ¡vaya! Se quedaron sin hacer porque ya las haré algún día de éstos. El caso es que Irene me ha dicho que no se trata de un problema mío de falta de organización o de que no sepa manejar mis tiempos. Eso me ha hecho sentirme

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bien. Lo malo ha sido lo que me ha dicho después. Ha dicho que me gusta engañarme a mí mismo. Le he dicho que no es verdad, pero ella ha insistido con tantas fuerzas que me ha convencido. De hecho, hace días que llevo pensando lo mismo. Resulta que llevo mucho tiempo engañándome a mí mismo. Primero, me imagino un futuro ideal en el que mañana haré lo que hoy no estoy haciendo, pero claro, luego llegan los imprevistos de mañana y lo que hoy tenía que hacer, se queda sin hacer. Segundo, lo que aplazo se debe a que percibo que son acciones desafiantes, que me inquietan, peligrosas, difíciles, tediosas o aburridas y al aplazarlas, lo que consigo en un cierto alivio. ¡Uf, qué descanso! Por tanto, lo que busco al aplazarlas es realmente sentir ese alivio de no hacerlas. Así que tengo dos opciones: o decido que no las voy a hacer o pienso en otra forma de percibirlas para hacerlas. Pero nunca puedo pensar en que las haré mañana, sabiendo que mañana no las haré. Otras razones de no hacer las cosas pueden ser que no sepa hacerlas y no me atreva a preguntarlas o porque tenga miedo a quedar mal ante los demás porque no sé hacerlas bien; pero de cualquier forma, se trata de situaciones que se presentan incómodas. Así que ya lo tengo más claro. Todo depende de una decisión: lo hago o no lo hago. Si no lo hago, lo digo y pienso en quién puede hacerlo. Si decido hacerlo, sé que tengo que pensarlo de otra

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forma. Mientras vea la actividad como negativa, aburrida o incómoda, sé que no la voy a hacer. Así que voy a tener que pensar en mis actividades de otra manera. Es curioso, pero lo que a mí me parece aburrido, a otras personas, no. Incluso disfrutan con ello. Por tanto, no es que sean aburridas, soy yo el que las ve así. No es que vaya a empezar a disfrutar de todo lo que me parece aburrido ahora, pero seguro que encuentro algo divertido y que me motiva en todo aquello que estoy aplazando. Y además, Irene me ha dado un truco: aplaza el aplazamiento. Me ha dicho que cuando decida ir al gimnasio y el cerebro me diga que no vaya, que aplace ese pensamiento. Le he preguntado cómo hacerlo, claro. Y ahí viene el truco: mientras la cabeza te da razones para no ir, tú vas haciendo la mochila. Mientras la cabeza te sigue dando razones para que no vayas, tú te vas poniendo el chándal. Mientras ella sigue dándole vueltas a que podrías hacer otras cosas y por supuesto, cosas que te gustan más, tú vas saliendo de casa. Cuando estés cerca del gimnasio, tu propia cabeza te dirá: ahora que estás aquí, no vamos a volver, haz un poco de deporte. De eso se trata: aplazar el aplazamiento. No dejarse llevar por esos pensamientos que te dicen que aplaces lo que tienes que hacer.

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Lo que está claro es que lo que no empiezas, no lo terminas. Por tanto, cuando piense en aplazar algo, la única solución que me queda es empezar a hacerla. Y por supuesto, lo que empiezo tendré que terminarlo. Es decir, mejor hacer la mitad de las cosas que dejar todo a medias. Lo que se empieza se acaba. Aplaza el aplazamiento. PD. Después de esto y como últimamente hacemos, nos hemos comprometido con los demás a aplazar los aplazamientos.

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“Es maravilloso lo mucho que puede hacerse con poco tiempo, siempre que nos hayamos preparado convenientemente y dediquemos por completo nuestra atención a ello.” WILLIAM HAZZLITT

Querido diario: ¡Vamos a una velocidad de dos millones de datos por segundo! ¡Toma ya! Eso nos ha dicho Irene que han dicho los neurólogos. Habría que ver qué diría de esto mi vecina del quinto. Dos millones de datos por segundo es alta velocidad de la buena, no como la de las redes de Internet que prometen las compañías de telecomunicaciones o esas vías de ferrocarril que prometen los políticos. Dos millones de datos por segundo y ¿qué hacemos con ellos? Llegan a nuestro cerebro y nos quedamos con una pequeña parte. La más importante. El cerebro tiene un filtro que es el sistema de

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activación reticular y que no mide más que la uña de un dedo pulgar. ¡Qué cosa tan pequeña y qué importante! Este filtro decide los datos del ambiente que son necesarios para que actuemos y los lleva al centro consciente del cerebro; y decide cuáles son los datos que no son importantes y por tanto, a los que no tenemos que atender de forma consciente. Siempre he dicho que no nos damos cuenta de todo lo que ocurre a nuestro alrededor y parece que es cierto, que sólo nos quedamos con una parte. Y esa parte la podemos orientar nosotros o dejar que lo haga por su cuenta nuestro sistema de activación reticular. ¡Qué listo nuestro cerebro! Este sistema lo que hace es incrementar nuestro nivel de percepción sobre aquello que nos interesa. Por tanto, estamos más atentos, ponemos todos los sentidos en lo que hacemos, nos fijamos más y somos más conscientes de lo que sucede. No es nada raro, lo que hace es decir que si algo nos parece importante, todo lo que tenga que ver con ello es importante y el resto, carece de importancia. Es lo que sucede cuando una mujer está embarazada y empieza a ver a muchas otras mujeres que están en su estado. Igual lo estaban con anterioridad, aunque no más de nueve meses, claro, pero ella no se había fijado. Ocurre cuando vamos a aparcar el coche y nos fijamos en las personas que se acercan a un coche, a alguien

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que lleva bolsas en la mano y las guardará en un coche o vemos que alguien lleva las llaves en la mano. Hay personas que incluso saben la marca del coche que van a sacar por el llavero. Ocurre también cuando buscas un piso y empiezas a ver carteles de “se alquila” o “se vende” por toda la ciudad y antes no te habías fijado. Ocurre todo el tiempo porque nuestro sistema de atención está atento todo el tiempo. Nuestro sistema de activación reticular está hecho para que seamos eficientes. Si no, con dos millones de datos por segundo, nos volveríamos locos para tomar decisiones. ¿A qué viene todo esto? A que en la sesión de hoy, Irene nos ha explicado la importancia de centrarse en una sola actividad. ¡Qué importante! Ahí ha dado en uno de mis peores hábitos, la distracción. Te lo digo, querido diario, por si no te habías dado cuenta de mi facilidad para irme por las ramas y cambiar de tema. Vale, seguro que te habías dado cuenta. Lo que se empieza, se acaba. Si nos centramos en una sola actividad, es fácil poner todas nuestras energías en hacerla y terminarla. Además, nuestro sistema de activación reticular se centrará en aportarnos sólo los datos que necesitamos para nuestra actividad y evitará distracciones. Incluso encontrará oportunidades y formas de hacerlo mejor y más rápido. Hacer una sola actividad, agudiza los sentidos y hace

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que seamos más rápidos. ¡Bien por nuestro sistema de atención! ¡Fíjate tú, querido diario! Yo pensaba que el truco estaba en ser “multitarea” e Irene nos ha explicado que todo lo contrario. Que no debemos pensar que hacer muchas cosas es mejor que hacer las cosas bien. Que ser “multitarea” nos permite hacer mucho, pero dejarlo todo a medias o mal. Que ser multitarea es atender a muchas cosas y a ninguna a la vez. La cuestión es sencilla. Si intentamos hacer varias cosas a la vez, nuestra atención se pone en varias cosas. De toda la información que nos llega, el cerebro tiene que ir filtrando la que es necesaria para cada actividad, lo cual hace que vaya más lento. Y además, como el cerebro también recupera de la memoria, la información que necesitamos para nuestras tareas, más lento va a procesarlas. Es como si encendiéramos un ordenador y abriésemos todos los programas que tenemos y quisiéramos trabajar con todos a la vez: escribir un texto, hacer una base de datos, crear un vídeo, leer el correo electrónico, pasar el antivirus y cambiar el fondo de pantalla. Querer hacer varias tareas a la vez lo que hace es que el cerebro no se concentre, que estemos pensando al mismo tiempo en lo que estamos haciendo y en lo que no, que el cerebro procese más lento y que no seamos capaces de separar la información importante de la que no lo es. Por tanto, lo que tenemos que hacer es concentrarnos en lo que estamos haciendo.

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Una actividad bien hecha siempre será mejor resultado que el estrés de haber intentado hacer muchas y no haber terminado ninguna. Vaya, hoy hemos dado en mi principal mal hábito: la dispersión. Pero es muy fácil, descentrarse y atender a otra cosa, ¿Por qué? Porque hay dos millones de datos por segundo queriendo llamar mi atención. ¡Cómo les voy a hacer el feo de no atenderlos! Creo que el problema es que soy muy bueno con todos los datos y quiero caerles bien a todos. Y eso, no se puede. Para hacer las cosas bien, no se le puede caer bien a todos los datos, hay que elegir a qué datos caerles bien y a cuáles, tenemos que dejar para otra ocasión. PD. Sí, hoy también nos hemos comprometido con los demás a concentrarnos en lo que hacemos. Va a ser difícil, pero hay que hacerlo. Comprometerse es la clave para hacerlo. Nos está gustando esto de comprometerse con los demás, porque si nos comprometiéramos con nosotros mismos, seguro que no lo haríamos.

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“Lo perfecto es enemigo de lo bueno.” VOLTAIRE

Querido diario: ¡Irene tiene razón! ¡La perfección no existe! Creo que llevo toda la vida persiguiendo la perfección y lo que llevo toda la vida en realidad, es perdiendo el tiempo. Cuando quieres conseguir algo perfecto, siempre encuentras algo que se puede mejorar. Lo mejoras y encuentras otro punto de mejora. Lo mejoras y encuentras otro. Nunca acaba. Es lo bueno y lo malo al mismo tiempo. Es bueno porque cada vez te exiges más, pero es lo malo, porque nunca hay un final perfecto. El final lo tienes que decidir tú. Fíjate que hasta ahora yo pensaba que ser perfecto y buscar la perfección era un buen hábito, pero resulta que no. Cuando la gente nos conoce, queremos dar lo mejor de nosotros. Cuando tenemos a un cliente, queremos darle el mejor servicio. Pero “lo mejor” no es “lo perfecto”, es “lo mejor”.

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El concepto que nos ha propuesto Irene en la sesión de hoy es el de la excelencia. No hay que ser perfectos, hay que ser excelentes, dar lo mejor que tenemos. Según ella, buscar la excelencia no es lo mismo que obsesionarse por la perfección. Yo no lo tengo tan claro, porque al fin y al cabo si buscamos la excelencia y ésta se esconde muy bien, perderemos tanto tiempo con ella como con la perfección. El caso es que Irene es una enemiga acérrima de la perfección y dice que la perfección es como el día del juicio final que nunca llega. De hecho nos habló de los cuatro jinetes de la perfección que vienen a su lado. Esta chica siempre tiene unas metáforas muy raras. Creo que es un truco para llamar nuestra atención. ¡Claro! Lo que ella quiere es lo que hablábamos ayer, quiere activar nuestro sistema reticular de atención, decirle a nuestro cerebro lo que es importante y a lo que tiene que atender. ¡Qué lista! Empieza con algo que nos sorprenda, nuestro cerebro se enfoca en lo que quiere decir y ya está. Olvidamos el resto de datos que recibimos para atenderla a ella. Creo que he descubierto su truco para hablar y negociar. Ya sabía yo que iba a aprender más cosas en este seminario. Lo que no he aprendido es a concentrarme en una sola cosa. Sigo empezando un tema y termino en otro ¡Qué difícil es cambiar hábitos! Decía que Irene se ha puesto a hablar de los cuatro jinetes de la perfección.

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El primer jinete se llama “oportunidad perdida”. Resulta que pasamos tanto tiempo buscando la perfección que dejamos pasar muchas otras oportunidades. Cuando un trabajo está hecho, llega un momento en el que por más tiempo que le dediquemos, el resultado no va a mejorar mucho. Es decir, que nuestro esfuerzo en mejorarlo resulta muy costoso y podríamos utilizar nuestro tiempo en otras actividades más provechosas. ¿Nos hemos vuelto adictos al trabajo? ¿Qué hemos dejado de hacer por conseguir algo perfecto? ¿Hemos dejado de ver a personas con las que nos hubiera gustado compartir nuestro tiempo? Tenemos que saber ponerle fin a nuestras actividades o la perfección será la tijera que nos corte la cuerda del tiempo. Me uno al movimiento contra la perfección. No sé si existe, pero mañana creo un grupo en redes sociales. El segundo jinete se llama “las otras”. Si por alguna casualidad, decides hacer otras tareas mientras buscas la perfección en una de ellas, éstas van a quedar en un segundo plano, no las atenderás como se merecen y no alcanzarán el nivel de calidad que te exiges a ti mismo. Además, al no atenderlas, seguro que ellas se enfadan contigo. Está en juego tu reputación. Por una actividad casi perfecta, relegas muchas otras a niveles de baja calidad. ¡Qué dirán las otras de ti! Me las imagino a todas haciendo una manifestación:

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¡Nosotras también existimos! Y tu acción preferida que quiere llegar a la perfección cantándote al oído y para llamar tu atención: toda, toda, toda, te necesito toda. ¡Sí, tengo mucha imaginación! El tercer jinete se llama “aburrimiento”. Y es que si estás con una misma actividad más allá del tiempo suficiente, acabarás aburriéndote de ella. No hay duda. Del aburrimiento, pasarás a la desmotivación y de la desmotivación pasarás a criticar todo lo que has hecho anteriormente, así que es posible que deshagas mucho de lo que habías hecho. Que vuelvas a empezar y ¡Más tiempo que es la guerra! Hay que hacerla perfecta, cueste lo que cueste. Es necesario decidir el final porque el cerebro quiere marcha. Quiere cosas diferentes. Quiere nuevas actividades. Recuerda que está procesando dos millones de datos por segundo y lo estamos concentrando sólo en una actividad. Llega un momento en el que se cansa y quiere concentrarse en el resto de datos que recibe. Ese es mi cerebro: siempre quiere algo nuevo. No es que sea malo conmigo y no me deje centrarme en lo que hago, es que siempre quiere innovar. Pensar algo nuevo. Se cansa rápido de las rutinas. No lo hace por mi mal, lo hace por mi bien, pero tengo que aprender a ponerle normas, a convivir con él. Creo que mi cerebro no es tan malo conmigo, sólo que tiene

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ciertos hábitos que tenemos que cambiar. Así que, querido cerebro, tenemos que hablar. No te asustes, somos amigos. Puede que me metas en muchos problemas, pero también eres el que me saca de ellos. Así que tú y yo somos amigos. Es como con el tiempo. He aprendido que el tiempo y yo somos amigos, pues tú igual. Aunque tengas hábitos que no me gusten, seguro que llegamos a un acuerdo. Al fin y al cabo, no nos queda otra que seguir juntos. No me veo viviendo sin cerebro. Y el último jinete del que nos habló Irene se llama “plof”. Ciertamente, no es un nombre muy bonito. Es ese momento en que nos quedamos sin energía después de tanto trabajar. Intentamos hacer mejor lo que hemos hecho una y otra vez, hasta que llega un momento en que no somos capaces de mejorarlo y eso nos produce estrés. Tenemos que mejorarlo sí o sí. Y cada vez le dedicamos más energía y el cuerpo se para y nos dice que ya hemos gastado demasiada. Pierde la concentración y trabajamos peor. Es ese momento en que nos sentimos ¡plof! Es como acelerar un coche y revolucionarlo pensando que no necesitamos gasolina. No llegamos al final porque a mitad del camino ya la hemos consumido toda. La verdad es que el vivir detrás de la perfección, nos generamos mucha tensión a nosotros mismos y cierta angustia por no alcanzarla.

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De hecho, ponemos la atención en que no conseguimos la perfección e ignoramos los logros que estamos obteniendo. Incluso es posible que dejemos de dormir o de comer, pensando en cómo hacer las cosas perfectas. No es la primera vez que me he quedado hasta las tantas de la noche para terminar algún trabajo que ya estaba bien, pero que quería que estuviera perfecto. Al final, el trabajo no estaba mucho mejor y yo sí estaba mucho más cansado. Tampoco es la primera vez que por hacer un trabajo lo más perfecto posible, me he quedado sin comer. Y ahí el organismo lo tiene muy claro. Se calla, pero piensa: ¡me las pagarás! Y con el tiempo, los malos hábitos a la hora de comer, se resienten. ¡Vaya que si se resienten! El organismo se descontrola y te dice: no querías ser perfecto, pues ahora sé perfecto conmigo. Y dicho todo esto de la perfección, la duda es: ¿por qué queremos ser perfeccionistas? ¿Por qué nos exigimos llegar al máximo? ¿Por qué nos va la vida en ello? No lo sé. Según Irene muchas personas utilizan la perfección como forma de valorarse. Para valorarse a sí mismos tienen que llegar a la perfección en lo que hacen. Tienen que ser el primero, no les vale con estar entre los mejores. Sienten que deben mejorar lo que hacen y que además, pueden hacerlo. Les preocupa la opinión de los demás. Es una forma de demostrarse a sí mismos que valen y

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de demostrárselo a los demás. Pero ¿es necesario? O mejor dicho ¿Hasta dónde es necesario? La excelencia y querer dar lo mejor está bien, pero hay que saber qué es lo mejor de uno mismo. Y sobre todo, reconocer que no se puede dar lo mejor en todo y en todo lugar. De hecho, nos podemos equivocar porque somos personas. Y como personas, podemos echar la culpa a los demás, también. Bueno, eso es habitual entre las personas, pero no debería de serlo tanto. Quizás sea otro hábito a mejorar. No quejarse de los demás y asumir las responsabilidades de cada uno. Vuelvo al tema. La perfección lleva por dentro una idea de autocrítica muy fuerte y quizás está muy relacionada con el miedo a equivocarse y cometer errores. Lo cual es algo muy humano como ya te he dicho antes, querido diario. Por eso es mejor hablar de excelencia y logro. Centrarse en lo que se consigue con nuestras actuaciones y lo que estamos aportando. En realidad, creo que es mejor tomar la decisión de dar algo por finalizado, equivocarse y aprender; que tomar la decisión de nunca acabar por buscar la perfección. Si me equivoco, aprendo y tengo otra oportunidad. Si no decido, lo único que puedo cosechar es un espíritu de culpabilidad por no haber acabado nunca. Y para eso, siempre puedo echarle la culpa a otro. En resumen, que poner el punto final depende de

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nosotros y no es algo que haya que saberlo, sino decidirlo. ¡Hay que decidir cuándo poner el final! El consejo de Irene es que sepamos decir: ¡Se acabó! Son sólo dos palabras, no parece tan difícil, pero las apariencias engañan, querido diario. PD. Ya sabes lo que voy a decirte ¿no? Efectivamente, nos hemos comprometido con los demás a no ser perfeccionistas porque la perfección nunca se alcanza.

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“La asertividad no es lo que haces, es lo que eres.” CAL LE LUN

Querido diario: En la sesión de hoy, Irene nos ha comentado un problema que tiene con su madre. Resulta que todos los domingos comen en familia y su madre le pide que se haga una foto con ella. De esa manera, la madre va coleccionando lo que llama la foto de los domingos. Nunca hubiera pensado que a alguien le hiciera gracia tener una foto de cada domingo, pero el mundo está lleno de personas y cada persona tiene su mundo. Pues bien, a Irene no le gustan las fotos. Es más, las odia. Dice que sale mal en todas y con los ojos cerrados. Así que nunca se hace fotos. Pero con su madre es distinto. Se hace fotos aunque realmente, ella no quiere. Nos ha preguntado qué debería hacer y todos le hemos dicho que tenía que hablar con su madre y explicarle que a ella no le gustan las fotos. En ese momento, Irene nos ha preguntado si eso no sería muy egoísta por su parte, ya que aunque ella tiene derecho a no hacerse fotos, a su madre le apasiona la

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foto de los domingos. El tema ha dado bastante de sí. Pensé que nos acabaríamos haciendo una foto todos juntos, pero claro, no era domingo. El caso es que Irene nos fue llevando al terreno de que es más fácil decirle a los demás que digan que “no” a saber decir que “no”, uno mismo. En muchas ocasiones, nos planteamos la idea de: o bien, ceder y hacer lo que los demás nos piden, o bien, hacer valer nuestros derechos. Lo cual supone tomar una decisión por nuestra parte y sacrificar lo que nos piden o sacrificar lo que queremos. Cuando lo que nos piden, no nos cuesta mucho esfuerzo o realmente nos gusta, lo normal es que aceptemos y no nos preocupe sacrificar otras opciones. Nuestras emociones y nuestra intuición saben mucho de esto. En otras ocasiones, en cambio, cedemos antes los demás y después nos sentimos mal. Nos enfadamos con nosotros mismos y decimos que no volverá ocurrir, pero sí vuelve a ocurrir. Esos momentos quieren decir que teníamos que haber dicho que “no”. Nuevamente, nuestras emociones y nuestro intuición saben de lo que te estoy hablando, querido diario. El caso es que hay que saber decir que “no” a tiempo. En su momento oportuno. Un “no” claro y justificado por nuestra parte. Porque si no, corremos el riesgo de tener que decir que “no” más adelante en un momento inoportuno, menos claro y menos

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justificado, ya que si siempre hemos dicho “sí”, cómo ahora vamos a decir que “no”. ¿Por qué no decimos “no”? Muchas veces es por miedo. Podemos tener miedo a no saber explicarnos. El “sí” no hay que justificarlo, se dice “sí” y se hace. Aunque muchas veces luego no se hace, o se hace tarde, o se hace mal. El “no” requiere justificación y muchas veces no nos vienen las palabras que necesitamos. ¿Podemos hacer algo? Tenerlo pensado. Quienes tienen pensado de antemano qué están dispuestos a hacer y qué no, siempre tienen las palabras correctas en el momento oportuno. Esto es muy interesante cuando un jefe te pide que hagas algo a mayores de lo que te corresponde o un empleado te pide algo que no puedes dar en ese momento. Hay que tener pensado a qué decimos “sí” y a qué decimos “no”. Lo difícil de las decisiones es que surgen sobre cuestiones que normalmente no tenemos pensadas. ¿Qué podemos hacer? Pedir tiempo para pensarlas. Otras veces es por miedo al qué dirán, a qué pasará o simplemente, por miedo a no caer bien. Tenemos miedo de que nuestra relación con la otra persona se estropee a causa de decir “no”. En el seminario, una de las chicas ha puesto su caso como ejemplo. No sabe decirle que “no” a su jefe. Ella es muy eficiente y lleva años trabajando allí, pero el

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trabajo se le acumula en su mesa porque siempre hay cosas para ella y como no sabe decir que “no”, las asume. Pero está cansada. Resulta que tiene miedo a parecer una “vaga” por decir que “no”, tiene miedo a que su jefe se “enfade” e incluso, tiene miedo a que la despidan por ello. Evidentemente, a todos nos parece que con todo lo que dice que hace a nadie le puede parecer “vaga”, ni siquiera a su jefe. Despedirla con tanto trabajo como tiene, tampoco parece muy real. ¿Y qué hay del enfado del jefe? Puede que su primera reacción sea de enfado, sobre todo si nunca antes le han dicho que “no”, pero más se enfadaría si el trabajo que se acumula en la mesa, no saliera adelante o saliera mal. Es por ahí por donde se puede decir que “no”. Ya hay una razón para decir que “no”. ¿Queremos que salga el trabajo adelante o queremos amontonar trabajo? Ahora bien. Lo que hay detrás es el problema de la relación entre las personas. ¿Qué tipo de relación estamos alimentando? Si nuestra relación se basa en decir que “sí” a todo, estamos alimentando a un oso que cada vez se hace más grande y acabará por comernos. Por tanto, decir que “no” puede ser mejor que decir que “sí”. Es decir, un “no” a tiempo puede mejorar nuestras relaciones. ¿Dónde está la clave? En saber la manera de decir que “no”. Evidentemente, no es fácil, pero es necesario si

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queremos decidir sobre nuestro tiempo. Decir que “sí” a todo es la mayor tijera de nuestro tiempo. El “no” siempre tiene que sonar asertivo, no amenazante o agresivo. Tiene que ser un “no” razonado, un no con justificación, pero nunca un “no” con excusas. Irene nos ha hecho escribir la palabra “no” de diez formas diferentes y después unos a otros no hemos pedido cosas y hemos tenido que contestar que no. Sin excusas. Haciendo valer nuestras razones. El ejercicio ha empezado siendo difícil porque a todos nos costaba decir “no”. Pero poco a poco, se ha hecho más fácil. Sobre todo, cuando hemos visto que un “no” a algo, significa poder decir que “sí” a otras actividades. Hemos cambiado una vez más nuestra forma de percibir el “no”. El “no” no tiene por qué ser negativo. Es muy positivo. Lo que sucede es que a nadie nos gusta que nos rechacen, que nos digan que “no”. Pero todos hemos pasado por una situación en la que alguien nos ha dicho que “no”. De hecho, muchos hemos pasado por muchas situaciones en las que nos han dicho que “no”. Y como ese “no”, no nos ha gustado, tendemos a pensar a que hay que decir que “sí”. Que el “sí” siempre es bueno, cuando en realidad, muchas veces es lo contrario. Hay que saber decir que “sí” cuando es “sí”; y que “no” cuando es “no”. Irene nos ha dicho que el truco es que antes de contestar, nos tomemos un tiempo para decidirlo. En

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ese tiempo, nos tenemos que preguntar si es razonable lo que nos piden o va a hacer que después nos sintamos mal. En caso de tener que decir que “no”, hay que hacerlo. ¡No! De forma clara, sin disculpas, nada de “lo siento”. Si empezamos con disculpas, la otra persona jugará con nuestro sentimiento de culpa y nosotros no tenemos culpa de decir que “no”. “Lo siento, no lo puedo hacer”. Como hemos dicho “lo siento”, la otra persona entiende que nos gustaría hacerlo. Así que se va a aprovechar y pedirlo de segundas. Ahora es cuando tenemos que justificar ese “lo siento”. Y ahí la otra persona intentará que lo hagamos para no sentirnos culpables de no haberlo hecho. Es lo que se conoce como chantaje emocional y que a mucha gente le ha resultado bien conmigo. Lo malo, es que lo que se consigue con chantaje emocional, es que el otro haga lo que uno quiere, pero que algún día, se rebele contra nosotros. Y por último, si decimos “no”, es importante repetir lo que nos ha pedido la otra persona. No es suficiente con decir que no, porque la otra persona repetirá la pregunta por si no le hemos escuchado. En su cabeza estará diciendo: ha dicho que “no” porque no me ha oído bien. Si decimos “no” y además decimos a qué estamos diciendo que “no”, la otra persona se tiene que dar por escuchada. Si a ello, le añadimos la razón de por qué decimos que “no”, esa persona sabrá que

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estamos tomado una decisión de forma consciente. Es posible que la otra persona nos mire mal o no le parezca bien que le digamos que “no”, pero es normal, a nadie le gusta un “no” por respuesta. Ahora bien, tenemos la responsabilidad de decidir entre el “sí” y el “no”. Es una cuestión de hábitos. Si seguimos diciendo que “sí” a todo, alimentamos osos que nos comerán hasta que decidamos enfrentarnos a ellos y a lo mejor, ya es tarde. Si sólo decimos “no”, nadie contará con nosotros. Hay que saber decir que “sí” y saber decir que “no”. Es curioso el mundo del “no”. Hasta ahora no había pensado en la importancia que tiene decir que “no”, pero ¡Cuánto tiempo he perdido por no decir “no” a tiempo! PD. Pues sí, nos hemos comprometido a decir que “no” cuando es “no”. PD.2 Por cierto, Irene le dijo a su madre hace años que no quería hacerse fotos y no pasó nada. Mantienen la relación tan bien como siempre. La madre pensaba que a Irene le encantaba. Había sido un mal entendido por decir que sí desde el principio.

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“Fórmula antiestrés: primero no preocuparse por las cosas pequeñas y segundo recordar que casi todas las cosas en esta vida son pequeñas.” ADAM J. JACKSON

Querido diario: ¿Qué es el estrés? ¿Y tú me lo preguntas? Estrés eres tú. Llevo escribiéndote todos los días y tú ni siquiera me dejas una nota. Así nuestra relación no puede mejorar mucho. Vale. Sigues callado. Muy bien. Pues seguiré hablando yo. Hoy, Irene nos ha puesto a gritar como locos. De hecho, hasta los relojes de la tienda se han asustado. Creo que he podido ver algún cuco asomándose por fuera del reloj para ver lo que pasaba. Estaban estresados. No veían la hora de que se acabara tanto grito en la tienda. Después, Irene nos ha hecho golpearnos contra la pared. Si bien es cierto que puso una colchoneta en la pared para que no nos hiciéramos daño. Cosa que hay que agradecerle. Se hizo raro al principio lanzarse contra la pared, pero acabó convirtiéndose en una

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competición. Hasta nos dimos puntos según el salto que hacíamos y había verdaderos profesionales en lanzarse contra la pared. Ganaron los dos niños. Y por último, Irene trajo varios vasos para que los rompiéramos. Luego sacó platos y los rompimos. Siguió sacando cosas y la cosa se puso un poco peligrosa. Algunos de los allí presentes tenían cara de querer romperlo todo, así que le pedí a Irene que siguiera con la sesión, pero sin destrozar nada de la tienda. El seminario me gusta, pero la tienda también. Incluida con el desorden que tiene, que por cierto, ya no hay montañas de papeles en la mesa. ¡Todo un logro! Pero por favor, no mires los cajones. Después de gritar y golpear, nos ha dicho que si tenemos estrés, no lo hagamos. Que sólo es una forma de sacar la rabia para fuera, pero que el estrés se queda dentro. No es suficiente gritar, darse golpes o romper cosas. Que eso puede ayudar en un primer momento para desahogarse, pero nada más. Que no es la solución contra el estrés. ¿Qué es el estrés? ¿Y yo me lo pregunto? El estrés es pura lógica. Nuestro cuerpo ve una amenaza y se estresa, se presiona para enfrentarse a ella. Es decir, el cerebro reconoce una situación problemática como por ejemplo una situación que nos fuerza a procesar información rápidamente. Tenemos que pensar y tomar una decisión, y además ¡hacerlo

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ya!”. El cerebro se presiona, saca fuerzas, acelera el ritmo cardíaco y tomamos la decisión. Que vemos una serpiente en la tienda. El cerebro tiene que actuar y no pensar. Se presiona, saca fuerzas, nuestros músculos se hacen más fuertes, sentimos las piernas y corremos. Por cierto, nunca ha aparecido ninguna serpiente en la tienda. Otro ejemplo. Nos quedamos solos y nos asustamos. El cerebro reacciona igual. Energía, energía, energía. No hay tiempo para pensar, hay que actuar. Más ejemplos. No conseguimos lo que queremos, nos frustramos. El cerebro deja de pensar y energía, energía, energía. Último ejemplo: problemas personales con otras personas. No pensamos. Energía, energía, energía. Y de ahí, no salimos. ¿Qué es lo que hace nuestro querido cerebro? Que recuerdo haber dicho que era mi amigo aunque me meta en muchos problemas. Pues nuestro cerebro decide liberar adrenalina y noradrenalina. ¿Qué consigue con eso? Hace que aumenta la sangre en circulación, aumenta el ritmo del corazón, aumentamos el oxígeno, respiramos más fuerte. Aumenta la tensión en los músculos y se produce sudoración. Se dilatan las pupilas, aumenta la fuerza. Es lo que se conoce como sistema simpático que ya comentamos en su momento. Es la forma en que nuestro cuerpo se adapta a una situación de peligro. ¡El cuerpo quiere acción!

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El problema es que este estado de alerta desgasta las reservas de nuestro organismo. Y sin reservas y con el mantenimiento del estado de alerta, se producen cambios de humor, nerviosismo, fallos de memoria y pueden derivar en enfermedades como la ansiedad, la depresión, el insomnio o los trastornos de atención. Recordemos que el cerebro está pensando qué es lo mejor para nosotros en este momento. Su decisión es estresarnos. ¿Es la mejor decisión? Para el momento, puede que sí, para los próximos momentos, seguro que no. Estresarse es lógico, pero no es saludable. Porque frente al estrés, el cuerpo necesita descansar. El estrés es un sobreesfuerzo. Es sacar la energía que vamos acumulando para esos momentos en que necesitamos más fuerza de lo normal, pensar más rápido de lo que estamos acostumbrados o pensar en algo que nunca habíamos pensado. Y ese sobreesfuerzo, se paga. No sale gratuito. Lo mejor es no tener que estresarse para realizar nuestras actividades, pero parece que hoy en día, nos movemos por estrés. Es más fácil. El estrés nos obliga a actuar y no requiere un para qué. No lo hacemos motivados, lo hacemos por necesidad. Lo cual hace que no tengamos que pensar. No pensamos y actuamos. Sencillo. ¿Para qué pensar? Es lo que decíamos de la teoría de los fuegos. Si hay fuego, sé que tengo que apagarlo. Si no hay fuego, no sé qué tengo que hacer, así que espero a que haya fuego y así

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sí sé lo que tengo que hacer. Dejarse llevar por el estrés es sencillo, pero es malo. Tanto estrés, nos descontrola el estado de ánimo y al final, toda esa energía que hemos gastado se compensa con un bajón de energía y con no tener ganas de hacer nada. Cuidado con el estrés. Es como un préstamo de energía, pero que tenemos que devolver con intereses. Es una solución financiera a corto plazo y un problema financiero a largo plazo. Incluso a medio plazo. Sobre todo, cuando es un préstamo rápido. Ahí sí que los intereses nos sangran vivos. Hay que tener cuidado con el estrés como con los bancos. Los bancos nos estresan y eso es malo. Para enfrentarse al estrés, Irene nos ha dado varios consejos. Para enfrentarse a los bancos, no. ¡Qué lástima! Los consejos de Irene siempre son buenos. Como se supone que lo eran los de mi vecina del quinto, que por cierto, hace tiempo que no hablo de ella. A ver si es que me voy a estar centrando de verdad en lo que hago y no estoy perdiendo tanto el tiempo. Nos ha dicho que lo primero es no castigarse a uno mismo. Sentir estrés es normal, no somos raros por sentirlo. No tenemos que enfadarnos con nosotros mismos por ser personas. Tenemos todo lo bueno y todo lo malo de las personas. Lo segundo, es compartir con alguien lo que nos preocupa. Que si nos lo quedamos nosotros solos, más nos preocupará. Pero que si lo compartimos, ya

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sabremos que hay gente a nuestro lado y bajará la presión que tenemos con nosotros mismos. Así que frente al estrés, hay que buscarse amigos, familiares o profesionales. La verdad es que no todo el mundo lo hace. De hecho, sólo unas pocas personas en la sala lo hacían. Concretamente, las doce mujeres y los dos niños tenían a alguien con quien hablaban de las cosas que los estresaban. El resto no lo hacíamos. Parecía que hablar de nuestros problemas no era importante y por eso hablábamos de otros temas como el fútbol, que por cierto, también nos estresaba. ¡Qué importante es hablar con los demás! Yo pensaba que era sólo una forma de perder el tiempo de una forma agradable, pero resulta que es la forma agradable de ganar tiempo, porque mientras hablamos, nos desestresamos, nos recuperamos y podemos hacer más cosas. El tercer consejo fue que reconociésemos que estábamos disgustados. Que lo normal es que el estrés nos canse y nos hunda. Nos cambie el humor. ¿Para qué reconocerlo? Para hacer algo que nos guste que sirva de contrapeso. Buscar esas formas en las que se nos pasa el tiempo volando. Hacer algo motivados, con ganas. ¿Por qué? Porque es la forma en que empiece a funcionar el sistema parasimpático que es el contrapeso del sistema simpático. Frente a la emoción del estrés, la emoción de la relajación. Sentirse bien.

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Ya habíamos hablado de este tema cuando hablamos de estar motivados, pero es que es la clave. La motivación es salud, la salud es tiempo y el tiempo es vida. Y ahora, sí. Cuarto: ahora que estamos más tranquilos, es el momento de pensar en el problema: ¿Qué me preocupa de verdad? ¿Para qué es importante para mí? ¿Qué estoy haciendo para resolverlo? ¿Qué no estoy haciendo todavía? ¿Qué más puedo hacer? ¿Qué voy a hacer? ¿Cuándo lo voy a hacer? Según Irene estas preguntas no eran para estresarnos, era una especie de coaching que nos podíamos hacer a nosotros mismos. La palabra coaching sonó muy raro entre nosotros y le preguntamos a Irene qué quería decir con eso del coaching. Resulta que el coaching es hacerse preguntas para encontrar respuestas. Así visto, no parece tan raro. Es como cuando te juntas con un amigo y le dices que tienes un problema y él, que no sabe qué decirte, te pregunta ¿y qué tienes pensado hacer? Pues eso es el coaching. Yo le podría llamar pregunting. El que pregunta no tiene una solución para ti, pero a través de preguntas, tú te vas encontrando tus propias soluciones. Evidentemente, nos dijo que el coaching era mucho más que eso y que le llevaría mucho tiempo explicarlo o incluso que tendría que escribir un libro para explicarlo.

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Tomé nota: igual algún día, Irene escribe un libro sobre lo que es el coaching. En resumen, que estamos muy mal acostumbrados a estresarnos para hacer las cosas y deberíamos hacerlas más por motivación que por necesidad. La forma de superar el estrés es reconociéndolo, calmándose y pensando no en el problema, sino en las soluciones. Pero para llegar a ver las soluciones, necesitamos salir de ese sistema simpático que nos hace quedarnos en la emoción estresante de tener que hacer algo. Es curioso, pero muchas veces, las mejores soluciones frente a un problema aparecen cuando decides no pensar en el problema. Es como hacer una “buena procrastinación”. Recuerdo que habíamos hablado mal de esta palabra, pero puede que tenga un buen uso. Me refiero a hacer un buen “aplazamiento del problema”. Dejas de pensar en él, te tranquilizas, haces lo que te gusta y de repente, el hada madrina de los cuentos, hace que encuentres la solución delante de tus ojos. No todos los cuentos tienen un genio maligno que nos ponga barreras, también existen las hadas madrinas. ¿Magia? No, claridad. El cerebro necesita claridad para poder pensar bien y desde luego, un estado de estrés no permite ver nada con claridad. Es sólo energía, energía, energía ¿Para qué quieres toda esa energía? La sesión terminó con una buena noticia sobre el

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estrés: el estrés es temporal. La mayoría de casos de estrés son temporales. Aunque cuando estás estresado parece una eternidad, cuando empiezas a tomar las decisiones que lo solucionan el estrés se va. Así como viene, se va. ¡Bien por el estrés! Querido diario, que sepas que desde que me gusta escribirte, ya no me estreso. PD. Hoy nos hemos comprometido a no romper nada cuando estemos estresados. Al contrario, hemos decidido hablar con alguien de nuestro problema. Siempre y cuando esta persona no trabaje para un periódico o tenga un blog personal en el que pueda hablar de nosotros. Nuestros problemas requieren intimidad.

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"La opinión de los demás sobre ti no tiene que volverse tu realidad". LES BROWN

Querido diario: Ya sólo quedan dos sesiones del seminario. Creo que voy a echar de menos a Irene, pero siempre me quedará este diario. No es París, pero se le parece. Aunque hoy, Irene ha venido muy reivindicativa. No sé qué le habrá pasado o si habrá discutido con alguien antes de la sesión, pero ha llegado profundamente airada y lo ha pagado con nosotros. Nos ha pedido que levantemos la mano los que hayamos dicho la frase “más vale malo conocido que bueno por conocer”. Todos la hemos levantado, pero hemos dudado en hacerlo por el tono que tenía Irene. La hemos bajado e Irene nos ha echado la culpa de estar cargándonos nuestro mundo. ¡Toma ya! Ha dicho que nos olvidemos de esa frase y de meter miedo a la gente. No podemos aceptar la idea de que más vale hábito malo conocido que bueno por conocer. No podemos seguir con esa educación de que si no haces algo, vendrá el coco y te comerá.

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Irene está cansada de que nos hayamos acostumbrado a responder sólo ante el miedo y los castigos. Tenemos que cambiar. El tono iba aumentando. Según Irene hemos aprendido a vivir con el miedo en lo talones. Hay alguien que nos mira desde el otro lado dispuesto a castigarnos. Es el maligno de los cuentos, seguro. Por eso le tenemos miedo y hacemos todo para que no nos castigue. Tenemos miedo y vivimos con el miedo. Nos hemos acostumbrado a él. Lo hemos hecho nuestro hábito y nos vestimos de miedo. Irene ha lanzado un discurso demoledor contra todo lo que hemos aprendido. Nos ha dicho que la sociedad de hoy se basa en el miedo. Que estamos controlados porque pensamos desde el miedo y desde esa emoción no es posible que hagamos lo que realmente queramos. Por miedo no somos capaces de decir lo que pensamos, lo que sentimos, lo que queremos. El miedo a qué pasará es el que nos tiene controlados. A algunos nos estaba entrando el miedo al escucharla. Luego, ha atacado a los padres por educar desde el miedo a sus hijos generación tras generación con frases como “si no estudias, no serás nada en la vida” o “pórtate bien o papá y mamá se van a enfadar”. Atacó a los maestros que han utilizado el miedo con sus alumnos generación tras generación y han hecho gente que vive con miedo.

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Atacó directamente a los medios de comunicación que sólo sirven para meter miedo a sus sociedades y lo han hecho generación tras generación para tenerlas controladas. El miedo es el hábito más extendido ¿Por qué? Porque funciona. Es una emoción natural en las personas y es fácil de provocarla. Es normal tener miedo porque el miedo es el que hace que nos mantengamos con vida, que no saltemos a una vía del tren cuando el tren viene o que nos escapemos cuando hay un incendio. El miedo es un sistema de alarma frente al peligro, pero no debe de ser un sistema normal de funcionamiento. Y según Irene, todos somos culpables de haber construido una sociedad que da miedo. Nos ha explicado que el miedo lo que produce es falta de confianza y de seguridad en nosotros mismos. Produce aceptación de la vida tal y como nos viene. Acatar las circunstancias, adaptarse y pasar esta vida como un valle de lágrimas. Sin posibilidad de cambiarla. Aceptar lo malo conocido y no querer conocer nada bueno. Y que sin confianza ni seguridad en nosotros mismos, es imposible que cambiemos nuestros hábitos. ¡Pues ya está bien! Irene ha levantado la voz y ha dicho que ya está bien de tener tanto miedo. La verdad es que con su tono de voz, a mí me estaba dando cada vez más miedo. Eso sí, todos empezaron a aplaudirla y hubo quien quiso votarla como nueva alcaldesa de esta ciudad.

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¡Vota por Irene! Yo por supuesto que la votaría. Ya dije al principio que sabe hablar muy bien y a mí, siempre me convence. Irene ha continuado diciendo que la sociedad en la que vivimos es como si escribiera en nuestro cerebro la frase: ten miedo. Y no sólo lo escribe una vez. Lo escribe muchas veces para que actuemos como robots. Lo gracioso del caso es que aunque pensemos que no actuamos como robots, sí lo hacemos. Creemos que pensamos, pero la mayoría de las veces nos dedicamos a justificar lo que hacemos, no a pensarlo. Lo justificamos. ¿Qué justificamos? Lo que hemos hecho y ¿qué hemos hecho? Lo que tenemos programado en nuestro cerebro: nuestros hábitos, nuestros miedos. Nos ha dicho Irene que no va a ser fácil, pero que tenemos que desprendernos de todo ese programa mental del miedo que tenemos en la cabeza y empezar a pensarlo desde otra emoción. Por ejemplo, podemos empezar a pensar todo desde el amor. Ahí se ha puesto romántica la cosa. Podemos pensar desde el amarse cada uno a sí mismo. ¡Toma ya! Según Irene hay que quererse y respetarse. Aceptarse. Tener una relación con nosotros mismos y cuidarla, porque llevamos mucho tiempo olvidándonos de nosotros mismos. Quizás es porque nos tengamos miedo a nosotros mismos y a dar todo lo mejor que llevamos dentro. El caso es que si no cambiamos el miedo por otra

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emoción como el amor, no podremos empezar a entender lo que nos sucede de otra forma y por tanto, nos seguiremos haciendo las mismas preguntas con las mismas respuestas. Luego nos ha preguntado Irene cuántas veces nos castigamos por lo que no hacemos y cuántas veces decimos que perdemos el tiempo. Han salido números muy altos. Y después nos ha preguntado cuántas veces nos hemos premiado y cuántas veces hemos dicho que hemos aprovechado el tiempo. La verdad es que eran muchas menos. A eso se refería, Irene. Cuando hablamos desde el miedo, hablamos desde la desconfianza. Cuando hablamos desde el amor, hablamos desde la confianza. Cuando hablamos desde el miedo, hablamos de castigos, de sufrimiento, de cosas que nos estresan y nos obligan a actuar, pero a actuar de una forma rápida, agobiándonos, presionándonos y resintiéndose nuestro cuerpo. Cuando hablamos de quererse a uno mismo, hablamos de querernos con nuestras virtudes y nuestros defectos. Aceptarnos, perdonarnos por no ser perfectos, por no hacerlo todo perfecto y por cometer errores. Cuando hablamos de quererse, hablamos de conocer nuestros propios valores y empezar a vivir nuestra propia vida, no la vida que nos hayan programado en

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nuestro cerebro de robot. El discurso de Irene quería hacernos pensar que no éramos quiénes éramos, sino que por miedo a ser nosotros mismos, habíamos aceptado vivir la vida de otros que no éramos nosotros. Pues ella quería que fuéramos nosotros mismos, con virtudes y defectos, como seres humanos. La verdad es que yo siempre había pensado que era yo, pero Irene me estaba haciendo dudar de mí mismo. Ya no sabía si era yo o era otra persona. Fui al baño un segundo, me miré al espejo y era yo. ¡Qué susto! Cuando regresé a la sala, Irene seguía hablando de amarnos a nosotros mismos ¡Cuánto amor se respiraba en la tienda! Decía que había que ser fuertes contra los ataques de inseguridad que vengan de los demás. Que no se trataba de no sentirse dañados por lo que nos digan, porque sentir hay que sentirlo, pero sí es sobreponerse a ese daño y saber que sí valemos. Que hay que ser valientes. Ciertamente, las palabras de Irene hoy sonaban más filosóficas que nunca y se veía que se estaba gustando a sí misma. Y volvió a meter caña a la sociedad, a la política, a la religión, a los medios de comunicación. No se salvaba nadie. Por supuesto, la gente del seminario la aplaudía cada vez que hablaba.

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Tomó la palabra con fuerza y lanzó un gran mensaje: “si hacéis un esfuerzo y pensáis en todo lo que os han dicho, os daréis cuenta de que desde pequeños os han inculcado la desconfianza en vosotros mismos, os han creado dudas sobre vuestras capacidades, os han contagiado los miedos de unos a otros y todo eso a qué ha llevado, al gran mal de las personas de esta época: la falta de autoestima. La gente no se quiere porque quererse es malo. La gente no se valora porque valorarse es malo.” Nos ha dejado pensando y resulta que cuando somos pequeños, nos meten el miedo en el cuerpo para que aceptemos las reglas de la sociedad y sobre todo que aceptemos una idea: no nos valemos por nosotros mismos y dependemos de los demás. No para crear lazos entre nosotros, sino para aceptar a los que saben y tienen el poder. Ellos ya han pensado por nosotros y saben qué es lo mejor para nosotros, así que nos dicen lo que tenemos que hacer y lo que no por nuestro bien, pero sin confiar en nosotros. Nadie confía en nosotros y en nuestras posibilidades, por tanto, nosotros tampoco confiamos en ellas. Esa desconfianza se queda grabada en nuestro cerebro desde niños y permanece cuando somos adultos. Es nuestra creencia más limitante. Desconfiamos de nosotros y de nuestras capacidades, por eso siempre tenemos en mente la frase “no puedo hacerlo” antes de “cómo podría hacerlo”. Miraba a Irene y pensé que ella quería cambiar el

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mundo y quería que nosotros le ayudásemos a cambiarlo, pero en mi cabeza tenía claro que yo no podía hacerlo. ¡Vaya! Y si pensara que sí puedo cambiarlo y cómo hacerlo. Puede ser cierto eso de que tengamos el miedo en el cerebro y pensemos siempre desde él. Resulta que el miedo se extiende y se justifica diciendo que es por el bien del otro, pero es una forma de controlar a través de amenazas y riesgos. Una forma de control, que en el fondo, lo que transmite es desconfianza sobre las capacidades de las personas. Por eso, desde la desconfianza es muy difícil construir la autoestima, el quererse a uno mismo. Irene tomo un respiro, bebió un poco de agua y todos la aplaudimos nuevamente. Alguno ya estaba dibujando las chapas para la campaña electoral y buscando un eslogan atrayente: Irene sin miedo. Dejó el vaso de agua en la mesa y preguntó: Entonces, a partir de ahora, ¿qué premios os vais a dar? ¿Cómo os vais a querer? ¿Cómo vais a demostrar que realmente os queréis y que no vivís por miedo? ¿Cómo vais a saber que estáis tomando las mejores decisiones con el tiempo que tenéis? Tenéis que ser conscientes de que lo estáis haciendo bien. No vale sólo con pensarlo, ¿cómo lo vais a hacer? No hubo respuesta, sólo aplausos. Parece que es más fácil aplaudir que responder. Y seguro que es más fácil, no aplaudir que aplaudir. Irene nos aconsejó que nos diéramos algún premio de

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vez en cuando. No de forma constante, sino de vez en cuando. Darnos un premio para ser consciente de lo que hemos conseguido, de los hábitos que hemos ido cambiando, de cómo mejoramos nuestras decisiones, de cómo mejoramos lo que hacer con nuestro tiempo. Luego, matizó que no se trata sólo de un sistema de premios y castigos como estímulos para realizar determinadas tareas, sino de algo más. Se trata de hacernos conscientes de que estamos haciendo las cosas bien y de que estamos disfrutando de ellas. El objetivo de darse un premio es sentirse bien, no con el premio, sino con lo que hemos hecho para conseguirlo. No se trata de una lotería, se trata de una recompensa por el esfuerzo que permita que repitamos más veces ese esfuerzo. Que aumentemos la probabilidad de repetir esa acción más veces. Se trata de que sepamos que estamos haciendo bien las cosas. Sí lo único importante es el premio, ¿qué importancia tiene lo que hayamos hecho? Lo importante es lo que hacemos y el premio tiene que servir de recuerdo de que lo hemos hecho bien. Ese es el sentido del premio. La idea es que dejemos de vivir por miedos y decidamos cómo vivimos, porque al fin y al cabo, sólo tenemos una vida. Esto no es como esos juegos de ordenadores y videoconsolas en los que tienes muchas vidas. No, sólo tenemos una y es para vivirla.

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A veces estaría bien eso de poder vivir varias vidas, guardar la partida y volver a empezar, pero eso no es posible todavía. Creo que ha sido una sesión muy intensa, con Irene en plan política y nosotros, como sus locos seguidores. Eso sí, las chapas han quedado muy bonitas. Sobre todo, cuando las han pintado los niños porque saben de colorear mucho más que los mayores. Ellos están acostumbrados y nosotros hace mucho que no pintamos nada. Así, las cosas nos hemos puesto a decir qué premios nos íbamos a dar por empezar a pensar qué es lo importante para nosotros en la vida. Qué premios nos daríamos por saber cuáles son nuestras buenas horas y nuestras horas malas. Qué premios nos daríamos a nosotros mismos por cada paso que demos en llevar una vida sana. Qué premio nos daríamos cada vez que identificásemos una tijera de nuestro tiempo que nos lo viene a hacer más corto y fuéramos capaces de frenarla. Qué premio nos daríamos por separar lo importante de lo urgente, por planificarnos, por motivarnos, por organizarnos, por aplazar los aplazamientos, por concentrarnos en una actividad y no irnos por las ramas, por evitar el perfeccionismo que no existe y por aprender a decir que no. La verdad es que hoy parecíamos los reyes magos cargaditos de regalos para todos. Y es que el tema de hoy era serio. Hay que empezar a pensar de otra manera si queremos vivir la vida y no

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padecerla. Se acabó el vivir con miedo. PD. El final de la sesión ha sido divertido, no sólo nos hemos comprometido con los demás a que nos íbamos a dar premios, sino que nos hemos dado ideas de premios. De hecho alguno quería regalarse un reloj y aproveché la ocasión para enseñarle la nueva colección. No hay tiempo que perder.

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“La vida es una aventura atrevida o nada.” HELEN KELLER

Querido diario: Mis compañeros del seminario me han propuesto hacer puenting este fin de semana. Por supuesto, les he dicho que no. No sé por qué, pero hay gente que disfruta de esas actividades de alto riesgo. Dicen que les da un subidón de adrenalina como conducir un coche de carreras a más de doscientos kilómetros por hora y eso que nunca han pasado el límite de velocidad en carretera, pero se lo imaginan ¡Qué poder tiene la imaginación! El caso es que hay personas que sienten la necesidad de descargar adrenalina subiéndose a una montaña rusa y otras que, como yo, temblamos sólo de pensar en la montaña rusa. ¡Qué curioso! La imaginación nos hace sufrir antes de que sucedan las cosas. Es pensar en la montaña rusa y ya noto la sensación de estar en ella, pero no estoy en ella. ¡Mi cerebro me engaña! Y aun así, sigo queriendo a mi cerebro. Es cierto que no me gustan las montañas rusas, ni hacer puenting, pero a mí me sube la adrenalina de

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otra forma: dejando todo para última hora. Es como si en el cuerpo entraran un millón de dosis de adrenalina. Y sobre la adrenalina hemos hablado en la sesión de hoy con Irene. Resulta que la adrenalina es una hormona que no es necesaria para el día a día porque en condiciones normales, su presencia en la sangre es casi insignificante. Sin embargo, se desata en situaciones de excitación emocional. Es decir, que cuando nos enfrentamos a una situación peligrosa, nuestro cuerpo produce adrenalina. En ese momento, las reservas de azúcar que hay en el hígado y en los músculos se depositan en la sangre. Porque para eso las reservamos. Así tenemos más energía para enfrentarnos ante un peligro. Creo que todo esto ya te suena porque lo hemos comentado en varias ocasiones a lo largo del seminario. Con la adrenalina, aumenta nuestra presión sanguínea, se contraen nuestros vasos sanguíneos y es difícil que se produzcan hemorragias. Estamos preparados para el combate. El corazón empieza a latir con mayor velocidad, la piel se eriza para permitir una mayor transpiración. Se acelera nuestra respiración. Las pupilas se dilatan para poder ver mejor. En el cerebro se pone a funcionar la amígdala, que en lugar de permitir que razonemos, decide lo mejor para nosotros: atacar o salir corriendo. ¡Es la adrenalina! Y junto a toda esta tensión, también producimos

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dopamina que nos hace sentirnos bien. Nos gusta estar así, por eso es difícil escaparse a un momento de adrenalina. El problema es que se hace adictivo y nos gusta experimentar esa sensación más veces. Necesitamos ese chute de adrenalina y dopamina para responder. Es nuestro momento de euforia, de máxima energía y concentración. Nos encontramos en el mejor momento para darlo todo. Y como nuestra vida sedentaria no nos permite momentos continuos de soltar adrenalina, tendemos a crearlos nosotros para sentirnos más vivos. Es decir, hacerlo todo a última hora nos produce adrenalina y nos lleva a nuestro mejor estado de acción. Es lo mismo que nos sucede cuando tenemos miedo como ya te he contado en otras ocasiones. Imagina que vas caminando por la calle de noche. Bueno, ya sé que me vas a repetir eso de que eres un diario y no puedes imaginar, así que me imagino a mí mismo. Voy caminando por la noche y detrás de mí viene corriendo un dóberman con cara de pocos amigos, ladrándome enfurecido. En cuestión de segundos, mi corazón se acelerará, aumentará mi respiración para tener más oxígeno en la sangre, mis músculos se tensarán para la acción y mi cerebro me dirá: me enfrento o salgo corriendo. No hay momento para la duda. Es una reacción típica porque mi cuerpo ha generado

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adrenalina para enfrentarme a un peligro. No me gusta esta situación, te pondré otra. En lugar de encontrarme con un dóberman, voy a tener un encuentro amoroso. El corazón late más fuerte, la sangre hace que me ponga rojo, los músculos se tensan, las piernas tiemblan, los labios tiemblan, noto mi propia respiración e incluso un nudo en el estómago. ¡Es la adrenalina! La adrenalina es la que nos prepara para esas situaciones altamente emocionales. Como cuando tenemos que hablar en público, estar en una reunión de negocios o cuando en la Universidad, uno se pasa estudiando sin descanso toda la noche anterior a un examen. No es que yo lo haya hecho, pero me lo han contado. La adrenalina es la hormona de la acción. Se activa como respuesta a una situación de tensión, ya sea una tensión que nos guste, como que no nos guste. Aparece una situación que conlleva ciertos riesgos y nuestro cuerpo produce adrenalina para adaptarse a ella. Ahí está la explicación de por qué dejamos todo para última hora. Porque ese momento de trabajar bajo la presión de que es el último momento, nos obliga a darlo todo, a centrarnos en lo que tenemos que hacer y a poner todo lo mejor de nosotros mismos. ¡Es la adrenalina! ¿Qué es lo que tiene de malo? Que como nos gusta y

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tiene buen resultado, nos viciamos y queremos hacerlo todo siempre a última hora. Es una forma de sentir toda esa adrenalina, pero es una forma de depender de ella. Conozco a mucha gente que lo que tienen es “últimahoradependencia”. Y eso sí es un problema, porque a veces no hay tiempo para esa última hora y se quedan las cosas sin hacer. Y además, ese estado si se mantiene en exceso produce estrés y el estrés como hemos visto, acaba por cambiar nuestro estado de ánimo y nos da un bajón emocional. A lo que se une un bajón físico porque hemos abusado de nuestras energías y reservas. Así que el momento de adrenalina está bien, pero convertirlo en costumbre, es un riesgo para nuestra salud y para nuestra vida. La sesión terminó con una cuestión muy curiosa. Porque cuando Irene habló del Dóberman, alguien dijo que los perros olían el miedo. La verdad es que es una cuestión de cultura popular e incluso mi vecina del quinto lo decía, pero me entró una duda: ¿a qué huele el miedo? Se lo pregunté a Irene y su respuesta fue que no creía que el miedo tuviese olor y que los perros no lo podían oler. Ahí se desató un cierto revuelo, pero Irene matizó que los perros lo que hacen es percibir el miedo de una persona, no por su olor, sino por su comportamiento.

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Porque cuando estamos delante de un perro y le tenemos miedo, lo normal es acariciarlo con dudas, aproximarse con desconfianza o mirarle a los ojos para saber sus movimientos. Y el perro percibe que ese comportamiento no es normal, se pone en alerta porque lo considera un desafío y deja aparecer su agresividad. El perro es un animal y no razona. Las personas somos animales y a veces, tampoco razonamos. El perro ve un comportamiento diferente, se asusta y se predispone para atacar. No es que huela el miedo, es que percibe una situación extraña y se pone en alerta. El miedo producido por la adrenalina no tiene olor porque la adrenalina se libera en nuestro interior y ahí se queda. Pero la adrenalina prepara al organismo para enfrentarse a situaciones difíciles y nos comportamos de forma diferente. ¡Qué interesante este mundo de la adrenalina! Y además, querido diario, hoy era la última sesión del seminario, la última hora con Irene. Eso lo hacía especial. ¡Era la adrenalina! PD. Sí, ya lo sabes, era la última sesión y nos hemos comprometido a cambiar nuestros hábitos para mejorar nuestro tiempo.

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“Abracadabra, pata de cabra.” MAGIA POPULAR

Querido diario: Tengo que buscarme un estándar. ¿Qué es eso? Verás, aunque el seminario de Irene ha terminado, se ha pasado esta tarde uno de los compañeros. Precisamente uno de los que decía que era dormilón. Hemos estado hablando y me ha convencido. No sé si es verdad o no lo que dijo, pero tiene sentido. Igual te estás preguntando qué es lo que dijo, pues prepárate que te lo voy a decir: Albert Einstein no perdía tiempo. La verdad es que Einstein era un genio, aunque habrá quien piense que eso es relativo. Pues, según mi compañero, resulta que el genio de Einstein no perdía el tiempo pensando qué ponerse cada día, es decir, cómo vestirse. No. Tenía todos los jerséis del mismo color. Es más, dijo mi compañero que dicen las malas lenguas que sólo tenía uno. De esa forma, no perdía tiempo eligiendo. Al parecer, Einstein no le daba valor a la ropa o a la moda, las consideraba una banalidad, algo que carecía de importancia. No era importante, entonces no le

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preocupaba. Espero que le interesasen los relojes, si no, qué horror de cliente para nuestro negocio. Siguió mi compañero su crítica de Einstein diciendo que no sólo tenía poca ropa y del mismo estilo, sino que para ahorrar tiempo, cortaba las mangas de la camisa para no tener que abrocharse los botones. ¡Todo un genio! ¡Cuánto tiempo se pierde abrochando botones todo el día! Mi compañero siguió hablando de Einstein e incluso llegó a decir que no se preocupaba por su higiene y se afeitaba mal, porque todo eso para él no era importante. La verdad es que llegó un momento en que creo que mi colega se sobrepasaba. Más que saber de Einstein, creo que lo que había leído una revista de esas de curiosidades o lo peor que podemos hacer, encontró todo eso en un foro de internet. En fin, que mientras mi colega hablaba de Einstein y su despreocupación por cómo vestirse, yo me quedé pensando en que en el fondo había una gran idea: buscarse un estándar para no pensar. Es decir, no me puedo pasar todo el día pensando en qué tengo que ponerme, cómo tengo que ir a la tienda, qué voy a comer, qué voy a hacer por la tarde, etc. Es bueno establecer algún estándar y alguna rutina. Por ejemplo, decidir qué tipo de ropa llevo al trabajo y no darle más vueltas. Elegir cuál es mi colonia favorita y no tener que estar probando todas y no conocer

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ninguna. Elegir el camino ideal para ir a la oficina. Elegir las actividades que voy a hacer los lunes o los martes o los miércoles. Una rutina elegida puede hacerme ganar mucho tiempo. PD. Hoy no ha posdata.

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“Con un minuto de tiempo se puede conseguir una pulgada de oro, pero con una pulgada de oro no se puede comprar una pulgada de tiempo” REFRÁN CHINO

Querido diario: Hasta aquí ha sido la parte fácil. Ahora toca lo verdaderamente difícil que es cambiar tantos hábitos de los que hemos hablado. Eso sí, tengo un último secreto que me dio Irene en una carta. Dice así: “Todos los hábitos pasan por ocho fases. En la primera te dirás que no eres capaz de hacerlo. Es normal, nunca antes lo habías hecho o hace mucho que no lo haces, así que el cerebro no es que te quiera engañar, es que tiene otros hábitos que atender y tratará de persuadirte para que no introduzcas uno nuevo. Es bastante conservador. No lo hace por mal. Recuerda que tu cerebro no es tu enemigo, es tu mejor amigo. Es el aliado que necesitas para tus decisiones. Ahora bien, no te lo va a poner fácil. Es como si dijera: tú quieres un hábito nuevo, pues el hábito es como la

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fama, cuesta. Mientras pienses que no eres capaz ya estás caminando hacia la siguiente fase: la de no lo lograré. Es una fase pesimista, pero lógica. El final del camino se ve muy lejos y es más fácil dejarlo al principio que al final. Así que por cuestión de ahorrar tiempo, el cerebro te dirá que no lo lograrás. Además no contarás con resultados efectivos desde el principio y no tendrás grandes éxitos al crearte un nuevo hábito y tu cerebro, por el contrario, sí conocerá otros hábitos, que aunque malos, sí sabes hacerlos y sabe lo que se consigue con ellos. La dichosa frase de más vale mal hábito conocido, que bueno por conocer. ¡No caigas en la tentación! No te vengas abajo en este momento, porque todo el mundo pasa por ello. Es el momento de dar el paso a la siguiente fase: quiero hacerlo. Es el momento de cuestionarte si quieres hacerlo, si quieres conseguir el nuevo hábito por el que estás luchando. No es una pregunta sencilla, es el verdadero motor de todo lo que haces. ¿Quieres? ¿Cuánto lo quieres? ¿Qué es lo que te motiva? Recuerda todo lo que hemos hablado sobre motivación en el seminario. En el momento en que quieres de verdad y estás motivado, ya sabes lo que dice el refrán: si quieres, puedes. Supongo que se lo habrás oído alguna vez a tu vecina del quinto.

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Pues es cierto, si realmente quieres, sólo queda buscar la forma de hacerlo ¿Cómo puedes hacerlo? Busca opciones. Tienes recursos de sobra para hacerlo. Y ahora que sabes que quieres y que puedes hacerlo, inténtalo. Ya sé que las cosas no se intentan, que se consiguen o no se consiguen, pero hay una fase por la que pasamos que es la duda. Los nervios nos engañan y estamos entre la tentación de quedarse o la de seguir adelante. Hay que superar esa fase y pasar a la siguiente: a la de puedo hacerlo. En el momento en que estés convencido de que puedes hacerlo, verás oportunidades y facilidades por todas partes. Verás las señales que te conducen a tu nuevo hábito. Los problemas se convertirán en retos y ya estarás en la línea de meta. Tiene su lógica. Tu cerebro ahora sólo estará atento a las señales que le indiquen el camino para conseguirlo. Recuerda que siempre está funcionando el sistema reticular de atención y tiene que filtrar dos millones de datos por segundo. Ahora mismo, está sólo atendiendo a los que te facilitan el camino. En este momento ya es más fácil conseguirlo que echarse atrás. Así que en esta fase te pondrás a hacer el nuevo hábito como si siempre lo hubieras hecho. Ya lo tienes. Ya es tuyo. Pero cometerás errores, no somos perfectos y ya sabes que la perfección no existe. No te enfades contigo mismo, no te estreses. Dale tiempo al hábito y el hábito te dará tiempo a ti.

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Confía en ti mismo y no tengas miedo. Eres capaz de hacerlo y de hacerlo bien. Y por fin, sólo queda la última fase: lo hice. ¡Enhorabuena! Lo has conseguido. Aplausos. Hábito cambiado. Ocho fases: No soy capaz de hacerlo; no puedo hacerlo; quiero hacerlo; ¿cómo puedo hacerlo?; intento hacerlo; puedo hacerlo; lo hago; lo hice. Así de fácil, así de difícil. Y sobre todo, recuerda una cosa que no te he dicho antes porque es la más difícil de todas, pero ahora ya estás preparado para oírla. Todo esto sólo se puede cumplir con una palabra: compromiso. Comprométete contigo mismo como si te comprometieras con los demás. No es verdad que sea más difícil, sólo que es un hábito al que no estamos acostumbrados y es más cómodo no comprometerse a nada que hacerlo. Hazlo y verás qué bien te llevas contigo mismo, con tus decisiones, con tu vida y por supuesto, con tu tiempo ¡Buena suerte!” Pues aquí llega el final, querido diario. ¡Qué difícil es despedirse! Tengo que dejarte, pero seguro que te echaré de menos, así que de vez en cuando, igual te escribo para decirte cómo estoy cambiando mis hábitos. Y si tú quieres, tú también puedes escribirme. Muchas gracias por haberme escuchado todos estos días. No sabía que los diarios escuchaban tan bien, pero a partir de ahora iré hablando bien de ti. ¡Pon un

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diario en tu vida! En fin, no quiero hacer de esta despedida una tragedia, así que sólo te diré: ¡Hasta pronto! Te dejo porque hoy tengo una cena importante, con luces bajas y unas velas. No, no es con Irene, es con mi vecina del quinto.

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PD. Por cierto, querido diario, sabes cómo se prepara la salsa tártara para la cena de esta noche. Es que no

voy a quedar bien si se lo pregunto a mi vecina del quinto... Vaya, sigues sin contestar.

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“No decides cómo vas a morir ni cuándo. Sólo puedes decidir cómo vas a vivir”.

Joan Baez

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Querido diario: Es imposible terminar este libro sin hacer unos agradecimientos porque como decía mi vecina del quinto: es de bien nacidos ser agradecidos. En primer lugar, gracias a ti, mi querido lector o mi querida lectora si es que todavía estás leyendo estas páginas. Con todo lo que hay que hacer en la vida es un privilegio que saques tiempo para leer y además, para leer lo que escribo. Te estaré eternamente agradecido. En segundo lugar, gracias a quien ha hecho posible que este libro se pudiera escribir. ¡Muchas gracias mi querido ordenador! Sin ti, este libro no hubiera sido posible. O habría sido posible de otra manera, pero gracias a ti, ha sido posible que fuera posible de la manera que ha sido posible. Gracias también a quienes me han animado a escribir una y otra vez, diciendo que lo hago bien o que lo hago mal, porque unos y otros han provocado que escribiera. Motivación los primeros, adrenalina los segundos. Gracias a todos los seguidores en redes sociales que han dado vida a este libro más allá de estas páginas, comentando, participando en concursos, hablando de

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cómo regalar un libro o qué canción ha marcado un momento en su vida. Gracias a quienes confiaron en mí y me pidieron que fuera de evento en evento a hablar sobre la gestión de nuestro tiempo. Gracias a Marisol Vázquez, Pilar Ruiz, Katy Vázquez y Eloy Gesto por hacer posible Open Your Mind, el evento en el que se dio a conocer este libro por primera vez. Gracias a Kay Valenzuela por confiar en mí y ayudarme a dar el salto al otro lado del Atlántico. Gracias a Mery Conchado y Laura Cedrón por llevar la presentación de este libro al Forum Metropolitano de mi ciudad, Coruña. Gracias a Luisa Lorenzo por hacer posible la presentación en ese marco incomparable y lleno de magia que es el Hotel Relais&Chateaux A Quinta de Auga en Santiago de Compostela. Gracias a todas las personas que asistieron a las presentaciones de este libro. Gracias a quienes me han pedido una dedicatoria o una firma porque cada una de ellas ha sido especial para mí. Gracias a todos y cada uno de las más de trescientas cincuenta personas que han comprado el libro en papel y otras tantas en formato ebook. Gracias a todas las empresas y en especial, a esos directores de recursos humanos que han querido cambiar de hábitos en el trabajo con el seminario “Con el tiempo en los talones”. Gracias a cada persona que ha sacado un momento de su tiempo y me ha mandado un correo o un mensaje

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para hablar de este libro. Gracias porque este libro ya no es de quien sacó tiempo para escribirlo, sino de quienes sacan tiempo para leerlo, comentarlo y compartirlo. Gracias porque en el fondo, la vida no es sólo cuestión de vivirla, sino de compartirla. Muchas gracias.

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Mario López Guerrero

CON EL TIEMPO EN LOS TALONES

“Sean éstos nuestros mejores tiempos o sean los peores, son los únicos que tenemos."

A. Buchwald

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(Textos que se quedaron fuera del libro. Una idea original de Beatriz bastos)

Querido diario: Hoy he estado hablando con la mujer que va a impartir las charlas sobre gestión del tiempo y me ha dicho que todo es cuestión de tiempo. __ Querido diario: No me gusta perder el tiempo ni que a los toros se vaya con minifalda. De hecho no me gustan los toros. Soy más de delfines. __ Querido diario: No me gusta perder el tiempo ni que por el fútbol me abandones. Aunque entiendo que si hay un buen partido, el fútbol es fútbol. Espero que tú también lo entiendas. Por cierto, hoy escribo más tarde que voy a ver el fútbol. __ Querido diario: Ya no te quiero.

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Querido diario: Hoy me he levantado dando un salto mortal. He echado un par de huevos a mi sartén. Dando volteretas he llegado al baño. ¿Te preguntarás qué me pasa? Hoy estoy motivado. No. En serio. El vecino ha puesto cinco veces seguidas la canción de Hombres G y no me la he podido quitar de la cabeza en todo el día. Hay gente que tiene hábitos que considera buenos y cree que tiene que ir difundiéndolos por ahí, entre sus vecinos. Convirtiendo a todo vecino en seguidor de sus hábitos. Es como la religión de los hábitos. Hábitos y religión. Siempre unidos. __ Querido diario: En algún lugar he leído que hay que pensar antes de hacer las cosas. Apostaría que es buen consejo para los que piensan antes de hacer las cosas. Permíteme que me reserve mi opinión. Procuro pensar después de haberlas hecho. Es la diferencia entre los que piensan y los que hacen. Aunque creo que todos pensamos y hacemos. Creo que me estoy liando. Debe de ser por escribir sin pensar lo que voy a escribir. ¡Qué vida más dura la de los que hacemos cosas y luego las pensamos! Igual está bien eso de pensar antes de actuar.

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Querido diario: ¡Lo sabía! Hay horas buenas y malas. La ética llega hasta los relojes. No todas las horas se portan bien. Hay algunas horas que se portan mal, por lo visto. Hoy hemos hablado de las buenas horas y las malas horas. ¡Castigadas! __ Querido diario: Mañana tengo revisión médica. No quiero ir. Tengo miedo a lo que pueda salir de esos exámenes médicos. Imagínate que me dicen que estoy mal. Apuesto a que me lo dirán porque ya sé que yo estoy mal. El caso es que si lo dice el médico, me lo voy a creer de verdad y me va a obligar a llevar una vida sana. En fin, no es mala idea, pero uno se acostumbra a un estilo de vida y yo ya no tengo edad para andar cambiando. Bueno, sí tengo edad, pero no quiero. Me estoy liando porque hoy hemos hablado de salud y me he cuestionado si tengo que empezar a cuidarme. La respuesta es sí, pero la acción es: espera un poquito más. Según Irene no hay nada que esperar. Hay que cuidarse y punto. Fácil de decir, voy a decirlo yo también: hay que cuidarse y punto.

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Querido diario: Te extrañará que hoy te escriba a las dos de la mañana. Resulta que me he pasado todo el día haciendo cosas y no hay tiempo para todo. Así que le voy a quitar un rato al sueño para dedicártelo a ti. Para que veas lo mucho que te aprecio. En realidad, es que no me puedo dormir, así que he decidido escribir y a ver si así me entra el sueño de una vezzz zzz zzz zzz __ Querido diario: Necesito una piedra. Hoy Irene se ha puesto a jugar con unas tijeras y a mí me dado una cuerda. El juego consistía en que ella la cortaba y yo tenía que hacer nudos todo el tiempo. Le ha parecido muy divertido. ¡Pues mañana le llevo una piedra y a ver si se atreve a cortarla! __ Querido diario: Me encanta que los planes salgan bien. El problema es que la mayoría de las veces no tengo un plan. __ Querido diario: El motivo de que te escriba todos los días es porque te quiero. Te quiero guardar para no tener que

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memorizar todo lo que escribo. Querido diario: El uno es un soldado, el dos es un patito, el tres es una serpiente. Voy a tener que empezar a pensar otra vez en los números y el orden. Dice Irene que el orden es muy importante y yo le he dicho ¡A sus órdenes! __ Querido diario: Cuando escribo hay algo en mi cabeza que me dice que no lo haga, que lo deje para después, que ya te escribiré más tarde: es mi cerebro. __ Querido diario: Cuando te escribo, sólo pienso en ti. ¡Mentira! Lo digo porque sé que te gusta oírlo, pero tengo que aceptar que me cuesta concentrarme en un solo asunto. __ Querido diario: En la sesión de hoy, una chica empezó a hablar mal de su jefe. No es algo que me extrañe porque en muchas organizaciones parece que es una cultura que prevalece y se mantiene con el tiempo. Los de arriba dicen que los de abajo son unos vagos y los de abajo dicen que los de arriba son todos unos

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enchufados y que no valen para su puesto. Por suerte, hay una chica joven que dice que esa cultura está cambiando. Espero que sea así. Es más, si no es así, terminará por serlo porque otro futuro no le veo a las organizaciones. El cambio es más que necesario. Y ahí está el problema: en la palabra cambio. Cuando hablamos de cambio es como si nuestro cerebro entendiera: cambio y corto. Entiende el cambio como una amenaza y se dispone a enfrentarse a ella. Por eso son tan difíciles los cambios. Esta chica decía que estaba harta de pasarse horas y horas haciendo un trabajo, para que al final, llegase el jefe y le frenase cualquier proyecto. No era estrés lo que sentía, era verdadero odio. A esta idea de que tú trabajas muchas horas y luego llega alguien para frenar todo lo que has hecho, se unieron varios componentes del grupo. Todos con la misma voz: ¡estamos hartos! La verdad es que se desató un debate muy interesante sobre lo que es ser un buen jefe, ser un buen profesional y ser un buen equipo. Los que trabajaban conmigo no opinaron. ¡Menos mal! Cuando hablo de cambio y culturas organizativas siempre hablo de los demás, no de mí. Yo no puedo cambiar el mundo. Los que tienen poder, sí pueden. La misma palabra lo dice, claro. Es cierto que mi vecina del quinto decía que había que predicar con el ejemplo y que hay que ser el cambio que queremos ver el mundo, pero no lo tengo

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tan claro porque casi nadie lo hace y ya se sabe: a donde fueres, haz lo que vieres. Pensaré más detenidamente si yo puedo cambiar el mundo. El caso es que la chica estaba dañada emocionalmente e Irene creyó conveniente que hablásemos sobre asertividad. Que aprendiésemos a decir que estamos hartos, pero antes, que aprendiésemos a decir “no”. __ Querido diario: Hoy ha sido un día de perros. Para empezar, he bajado en el ascensor del edificio con mi vecino Manuel que es ciego y va siempre con Doba, su perro guía. Es un encanto. Y Manuel también es buena persona. Luego, por la calle me he cruzado con Teresa que se dedica a pasear a todos los perros del barrio. La verdad es que no sabía que esa era su profesión pero hay gente que le paga por hacerlo y así se gana la vida. De hecho, su marido es peluquero de perros y tiene su negocio lleno todos los días. La verdad es que la vida de los perros está cambiando. Al cruzar la calle, esquivé como pude lo que viene siendo una pasta mal oliente, que cualquier Sherlock Holmes hubiera adivinado que antes habría pasado por allí un perro con un dueño a quien se le había olvidado llevar una bolsa para recoger lo que se le iba cayendo al animal. Y por último, me encontré con Sansón, un perro pequeño, pero matón. La señora Sara lo pasea todos

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los días y el pequeño sólo sabe ladrar a todos los vecinos. La señora Sara dice que es porque le tenemos miedo y él lo huele. No tengo muy claro que todos le tengamos miedo porque es un perro bastante pequeño, pero sí le tenemos cierto afecto negativo porque no para de ladrar todos los días ¡Qué mal hábito! Lo que tampoco tengo claro es eso de que los perros puedan oler el miedo. Es cierto que lo he oído muchas veces, pero a nadie experto en el tema. Se dice que los perros huelen el miedo y que por esa razón, se vuelven violentos. Pero la pregunta que me asalta es: ¿a qué huele el miedo? __ Querido diario: Escribirte es un subidón de adrenalina. ¡Toma piropo! __ Querido diario: Llegó el momento final del seminario e Irene nos hizo un examen. ¡Ya le vale! Mira que hay formas de acabar un seminario y tuvo que coger la peor. ¡Qué mal hábito tienen algunos formadores!

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59 ENTRADAS Y 500 NOCHES

Mi primer libro

Todo empezó con una pregunta: ¿Qué regalarle a mi madre? Entonces decidí juntar en un libro todos los artículos que había estado publicando desde el 2009 sobre comunicación y formación, envolverlo y regalárselo. Fue el mejor regalo que podría haberle hecho. Pero sin quererlo, también se convirtió en un regalo para mí. Pues en ese momento, acababa de publicar mi primer libro. Un libro lleno de emociones, experiencias, detalles, sonrisas y alguna lágrima. Mi mirada alegre al mundo de la formación y a la vida en general. Espero que os guste.

A la venta en: www.mariolopezguerrero.com

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MARIO LÓPEZ GUERRERO

COACH DE EQUIPOS DE ALTO RENDIMIENTO CONFERENCIANTE Y ESCRITOR

(Madrid, 1980) __

[email protected]

Actualmente es coach para directivos y el desarrollo de equipos de alto rendimiento en empresas,

organizador del Congreso Internacional de Coaching de Santiago de Compostela y colaborador del

Observatorio Europeo de Coaching.

Es director de MLG Worlwide Communication y Responsable de la International Customer Service

Association para Lationamérica.

Conferenciante en eventos internacionales de servicio al cliente, emprendimiento y motivación.

Master Trainer en Consultoras especializado en

Formación de Formadores, Comunicación, Tiempo y rendimiento de equipos. Profesor del Master de Gestión de Recursos Humanos de la Escuela de

Relaciones Laborales de la Universidad de Coruña y Mentor de modelos de negocios y servicio al cliente.

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Ha sido Director general de Consultoras de Formación

y Gestión Creativa.

Doctorando en Ciencias Políticas e Investigador de la Universidad de Santiago de Compostela. Experto en análisis del discurso y construcción de identidades

políticas. Diploma de estudios avanzados en procesos políticos contemporáneos y licenciado en Ciencias

Políticas y de la Administración Pública. Presidente del Colegio de Politólogos y Sociólogos de Galicia,

miembro de la Asociación Española de Ciencia Política (AECPA) y del Centro de Estudios del Pensamiento

Antiguo de Francia. Docente en seminarios y congresos internacionales de Ciencia Política e Historia

Antigua.

Master Europeo en Animación Sociocultural, Experto en Animación por la Universidad de Coruña, Director

de Tiempo Libre. Ha sido director de empresas de intervención social, formador y tutor en el Ciclo

Superior de Animación Sociocultural.

Comenzó su labor profesional con dieciséis años en una tienda, no de relojes, sino de ropa deportiva.