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Comunicarse con amor La comunicaciónune; el ataque separa

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estracto del libro volver al amor

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Comunicarse  con  amor  La  comunicaciónune;  el  ataque  separa  

           

El Espíritu Santo acepta incondicionalmente a la gente. Para el ego, esto es escandaloso, porque el amor incondicional es su muerte. ¿Cómo crecerá la gente si todos andamos por el mundo aceptándonos los unos a los otros tal como somos? Aceptar a los demás tal como son tiene el efecto milagroso de que los ayuda a mejorar. La aceptación no inhibe el

crecimiento, sino que más bien lo favorece.   La gente que siempre nos dice qué es lo que tenemos de malo no nos Word no encontró ninguna entrada para la tabla de contenido.ayuda; al contrario, nos paraliza llenándonos de vergüenza y culpa. Las personas que nos aceptan nos ayudan a sentirnos bien con nosotros mismos, a relajarnos, a encontrar nuestro camino. Aceptar a los demás no significa que no hagamos nunca sugerencias constructivas. Pero, como pasa con todo, el problema no radica tanto en nuestro comportamiento como en la energía que lo mueve. Si critico a una persona para cambiarla, lo que está hablando es mi ego, pero si pido a Dios que me sane de mi tendencia a juzgar y después todavía me siento movida a comunicar algo, lo haré con amor y no con miedo. No me moverá la energía del ataque, sino la del apoyo. Con el cambio de conducta no basta. Cubrir un ataque con un baño de azúcar, disfrazarlo con un tono de voz dulce o expresarlo en jerga terapéutica no es un milagro. Un milagro es un cambio auténtico del miedo al amor. Si hablamos desde el ego, movilizaremos al ego de los demás. Si hablamos desde el Espíritu Santo, movilizaremos su amor. Un hermano que está equivocado, afirma el Curso, requiere enseñanzas, no ataques. La sección siguiente del Curso es una poderosa guía para practicar, en las

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 relaciones, una comunicación con la disposición anímica correcta. «Los errores pertenecen al ámbito del ego, y la corrección de los mismos estriba en el rechazo del ego. Cuando corriges a un hermano le estás diciendo que está equivocado. Puede que en ese momento lo que esté diciendo no tenga sentido, y es indudable que si está hablando desde su ego no lo tiene. Tu tarea, sin embargo, sigue siendo decirle que tiene razón. No tienes que decírselo verbalmente si está diciendo tonterías. Necesita corrección en otro nivel porque su error se encuentra en otro nivel. Sigue teniendo razón porque es un Hijo de Dios.»

Los milagros se crean en un ámbito invisible. El Espíritu Santo perfecciona nuestro estilo, nos enseña a comunicarnos con amor en lugar de atacar. Con frecuencia la gente dice: «Bueno, yo les hablé. ¡Realmente me comuniqué!». Pero la comunicación es una calle de dos direcciones. Sólo se produce si una persona habla y la otra la escucha. Todos hemos participado en conversaciones en que dos personas hablan sin que ninguna de ellas escuche nada de lo que dice la otra. También hemos tenido la experiencia de entendernos perfectamente con otra persona sin decir nada. Para comunicarnos de verdad debemos asumir la responsabilidad del espacio del corazón que existe entre

nosotros y el otro. Ese espacio del corazón -o su ausencia- es lo que determinará si la comunicación es milagrosa o atemorizante. A veces, evidentemente, eso significa mantener la boca cerrada. El silencio puede ser una poderosa comunicación de amor. Ha habido veces en que yo estaba equivocada, y sabía que lo estaba, y sabía que ellos sabían que estaba equivocada, y los amaba por tener la amabilidad de no decir nada. Eso me daba ocasión de recuperarme con dignidad. Cuando hablamos, la clave de la comunicación no está en lo que decimos, sino en la actitud subyacente a lo que decimos. Como no hay más que una mente, todos es tamos en una continua comunicación telepática. A cada momento optamos por unir o separar, y la persona con quien hablamos siente lo que hemos escogido, sean cuales fueren nuestras palabras. La opción de unir es la clave de la comunicación, porque es la clave de la comunión. Lo que importa en una comunicación no es buscar nuestro objetivo, sino encontrar un terreno puro del ser a partir del cual construir nuestro mensaje. No intentamos unirnos por mediación de nuestras palabras; aceptamos la idea de que antes de hablar ya estamos unidos con la otra persona. Esta aceptación, en sí misma, ya es un verdadero milagro. El maestro de Dios es un instrumento de la intuición delicadamente afinado. Un curso de milagros dice que, primero y por encima de todo, hemos de escuchar a nuestro hermano. Si después tenemos que hablar, Él nos lo hará saber. Jesús envió una vez a sus discípulos al campo y les dijo que enseñaran el evangelio. -¿Qué hemos de decir? -le preguntaron, y la respuesta de Jesús fue: -Os lo diré cuando hayáis llegado allí. No tratemos de prever lo que tendremos que decirle a un hermano. Lo único que debemos hacer es pedir al Espíritu Santo que purifique nuestra percepción de la otra persona. Desde ese lugar interior, y sólo desde ese lugar, encontraremos el poder de las palabras y el poder del silencio, que traen la paz de Dios.

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