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1 Complejidades de una paradójica polémica: estructuralismo versus instrumentalismo 1 por Mabel Thwaites Rey Introducción El propósito de este capítulo es analizar el aporte realizado por dos autores centrales en el desarrollo de la problemática del Estado en el marxismo: Ralph Miliband y Nicos Poulantzas, así como el rico debate que ambos entablaron en los años setenta del Siglo XX y que se conoció como ―instrumentalismo‖ versus ―estructuralismo‖. ―Como nunca antes, los hombres viven hoy a la sombra del Estado‖. Con estas palabras inicia Ralph Miliband * la introducción a su libro El Estado en la sociedad capitalista, publicado en Londres a comienzos de 1969 y con prólogo fechado en julio de 1968, poco después de los sucesos del mayo francés. El libro de Miliband da cuenta de las características que asumió el modelo de Estado Benefactor en el occidente capitalista desarrollado, así como de los límites y desafíos que su implantación supuso para la transformación revolucionaria. Pocos meses antes, Nicos Poulantzas ** edita en París su obra Poder político y clases sociales, 2 en la que también se delimitan los contornos de la dominación estatal. Aparecidos estos trabajos, entre 1969 y 1976 se da entre ambos autores una interesante polémica en las páginas de la revista inglesa New Left Review, y se abre todo un campo de nuevos estudios, críticas y revisiones teóricas sobre el Estado capitalista. Como señala Tarcus, la obra de cada uno y el intercambio entre estos autores “cierra un ciclo de largo silencio en la producción teórica marxista sobre el Estado desde los tiempos de Lenin, Trotsky y Max Adler, sólo interrumpido por la solitaria labor de Gramsci ‖ (1991: 7). 3 Este debate entre Miliband y Poulantzas, convertido en un punto de referencia obligado para la teorización subsiguiente sobre el Estado capitalista (Hall, 1980; Barrow, 2007) trascendió en el mundo académico con la simplificada etiqueta de 1 Capítulo II de la segunda parte del libro “ESTADO Y MARXISMO: UN SIGLO Y MEDIO DE DEBATES”, Mabel Thwaites Rey Editora- Editorial Prometeo. Buenos Aires. ISBN 987-574-176-0.- 1º edición 2008- 3º edición 2013. 2 La versión original en francés lleva como subtítulo Del estado capitalista. En castellano se tradujo como Poder político y clases sociales en el Estado capitalista‖. 3 Debates sobre el Estado Capitalista, Miliband, Poulantzas y Laclau, Estudio preliminar de Horacio Tarcus, Ediciones Imago Mundi, Buenos Aires, 1991.

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    Complejidades de una paradójica polémica:

    estructuralismo versus instrumentalismo1

    por Mabel Thwaites Rey

    Introducción

    El propósito de este capítulo es analizar el aporte realizado por dos autores

    centrales en el desarrollo de la problemática del Estado en el marxismo: Ralph Miliband y

    Nicos Poulantzas, así como el rico debate que ambos entablaron en los años setenta del

    Siglo XX y que se conoció como ―instrumentalismo‖ versus ―estructuralismo‖.

    ―Como nunca antes, los hombres viven hoy a la sombra del Estado‖. Con estas

    palabras inicia Ralph Miliband* la introducción a su libro El Estado en la sociedad

    capitalista, publicado en Londres a comienzos de 1969 y con prólogo fechado en julio de

    1968, poco después de los sucesos del mayo francés. El libro de Miliband da cuenta de

    las características que asumió el modelo de Estado Benefactor en el occidente capitalista

    desarrollado, así como de los límites y desafíos que su implantación supuso para la

    transformación revolucionaria. Pocos meses antes, Nicos Poulantzas** edita en París su

    obra Poder político y clases sociales,2 en la que también se delimitan los contornos de la

    dominación estatal.

    Aparecidos estos trabajos, entre 1969 y 1976 se da entre ambos autores una

    interesante polémica en las páginas de la revista inglesa New Left Review, y se abre todo

    un campo de nuevos estudios, críticas y revisiones teóricas sobre el Estado capitalista.

    Como señala Tarcus, la obra de cada uno y el intercambio entre estos autores “cierra un

    ciclo de largo silencio en la producción teórica marxista sobre el Estado desde los tiempos

    de Lenin, Trotsky y Max Adler, sólo interrumpido por la solitaria labor de Gramsci‖ (1991:

    7).3

    Este debate entre Miliband y Poulantzas, convertido en un punto de referencia

    obligado para la teorización subsiguiente sobre el Estado capitalista (Hall, 1980; Barrow,

    2007) trascendió en el mundo académico con la simplificada etiqueta de

    1 Capítulo II de la segunda parte del libro “ESTADO Y MARXISMO: UN SIGLO Y MEDIO DE DEBATES”,

    Mabel Thwaites Rey Editora- Editorial Prometeo. Buenos Aires. ISBN 987-574-176-0.- 1º edición 2008- 3º edición 2013. 2 La versión original en francés lleva como subtítulo Del estado capitalista. En castellano se tradujo como

    ―Poder político y clases sociales en el Estado capitalista‖. 3 Debates sobre el Estado Capitalista, Miliband, Poulantzas y Laclau, Estudio preliminar de Horacio Tarcus,

    Ediciones Imago Mundi, Buenos Aires, 1991.

  • 2

    ―instrumentalismo versus estructuralismo‖. Ubicar su contexto es útil no sólo para

    entender el significado específico que tuvo en el momento en que se produjo, sino para

    precisar los alcances de los aportes que cada uno de sus protagonistas hizo a la

    comprensión de la naturaleza del Estado capitalista contemporáneo. Y para juzgar su

    validez en un tiempo histórico que, a diferencia de aquel de los años setenta en el que la

    crítica al Estado capitalista se ligaba a un horizonte socialista superador, está signado por

    la degradación que el neoliberalismo impuso a escala planetaria. Pero también por una

    nueva etapa en América latina en la que la discusión sobre el Estado recobra significación

    política.

    Cada relectura que se hace de un autor o de una problemática teórica

    determinados carga, ineludiblemente, con el peso de la mirada epocal desde donde se

    efectúa esa ―visita‖. El significado, entonces, puede ser diverso si se cambia la

    perspectiva de análisis. Desde los albores del nuevo milenio, la recuperación de los

    aportes de Miliband y Poulantzas tiene un sentido específico: vislumbrar la tensión entre

    dos tradiciones que coexisten en el marxismo contemporáneo y rescatar lo más

    genuinamente iluminador de cada una de ellas. Si Miliband representa una línea que

    persigue dar una batalla intelectual y política que traspase los límites del marxismo y

    convenza con argumentos sólidos a los no convencidos, Poulantzas expresa la prioridad

    de saldar la discusión hacia el interior de las fronteras del marxismo y trazar una línea de

    acción coherente con los objetivos revolucionarios. Mientras Miliband pone todos sus

    recursos intelectuales al servicio de demostrar, con la contundencia de los hechos, los

    males de la dominación en el capitalismo, Poulantzas intenta construir una explicación

    teórica rigurosa y autosustentable sobre la naturaleza del Estado capitalista, más allá de

    los hechos puntuales en los que se encarna. Si el primer Poulantzas aspira a traducir los

    debates estratégicos del comunismo europeo en sofisticados términos teóricos, Miliband

    pretende hacer del socialismo el ―sentido común‖ de su época, capaz de llegar a amplios

    sectores de la sociedad. Ambos, sin embargo, persiguieron hasta el fin de sus respectivas

    vidas el objetivo de construir un socialismo democrático.

  • 3

    Los tiempos del debate

    El Estado Benefactor

    Durante los años sesenta y setenta, Miliband y Poulantzas reflexionaron sobre las

    características que había adoptado la dominación capitalista modelada por la intervención

    estatal de tipo keynesiano-benefactor. Sus primeros libros se gestaron al tiempo que

    maduraba un período de gran activación política y social, que tuvo en el mayo francés de

    1968 su expresión más emblemática. Movilizaciones estudiantiles, huelgas y protestas

    obreras sacudieron a la mayoría de las ciudades importantes de Europa, incluidas la

    Praga del ―oriente socialista‖, y también de Asia y de América latina. El mundo se agitaba

    y en el horizonte parecía posible, una vez más en el convulsionado siglo XX, trascender el

    capitalismo para construir alternativas socialistas.

    Así describe Miliband ese tiempo: ―Un profundo malestar, un universal sentimiento

    de posibilidades individuales y colectivas que no se han realizado, penetra y corroe toda

    sociedad capitalista avanzada. No obstante todo lo que se ha dicho acerca de la

    integración, del aburguesamiento y de todo lo demás, ese sentimiento nunca ha sido

    mayor que ahora, y nunca antes, en la historia del capitalismo avanzado, hubo un tiempo

    en que más personas se dieran más perfecta cuenta de la necesidad del cambio y de la

    reforma. Tampoco ha habido un tiempo en que más hombres y más mujeres, aunque no

    las muevan intenciones revolucionarias, se hayan mostrado más decididos a obrar en pro

    y en defensa de sus intereses y expectativas. El blanco inmediato de sus demandas tal

    vez sean patronos o autoridades universitarias o partidos políticos. Pero (...) el Estado es

    aquello con lo que los hombres tropiezan constantemente en sus relaciones con otros

    hombres, hacia el Estado se ven llevados cada vez más a dirigir su presión; y del Estado

    esperan obtener el cumplimiento de sus esperanzas‖ (Miliband 1988: 259).

    El corolario de esta reflexión -que sintetiza el ―clima de época‖- es que la cuestión

    del Estado ―realmente existente‖ en el capitalismo, devenía crucial para la teoría y la

    práctica revolucionarias. Desentrañar su naturaleza y características, entonces, era un

    imperativo político de primer orden para quienes apostaban a una transformación social

    profunda, que trascendía en mucho el propósito académico de aportar a su comprensión

    en términos teóricos. Las dos obras que volverían a poner en el centro del debate la

    cuestión clave del poder y el Estado en el marxismo no fueron producidas por dirigentes

    políticos, sino por sendos profesores universitarios, que siguieron las reglas de la

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    producción académica antes que las urgencias de las prácticas organizadas e inmediatas

    de los sectores populares. En esta circunstancia, podría señalarse una cierta continuidad

    con la tradición del marxismo occidental posterior a los años veinte, caracterizada por

    Anderson (1979) por su distancia con las prácticas políticas concretas y significativas. Sin

    embargo, el hecho mismo de que Miliband y Poulantzas reflexionaran específicamente

    sobre el Estado es un dato en sí mismo relevante e ilustrativo de los cambios en el ciclo

    histórico que se habían producido en la segunda mitad del siglo XX. En tanto la

    transformación revolucionaria reaparecía en la lucha política de las sociedades de

    occidente, el poder político, los aparatos estatales, en suma, el Estado, volvían a estar en

    el orden del día.

    Para Anderson, el divorcio entre teoría y práctica que signó al marxismo desde la

    muerte de Lenin, en 1924, estuvo determinado por toda una época histórica. El reflujo de

    los levantamientos revolucionarios después de 1920, sumado a la estalinización de los

    partidos comunistas, volvió imposible una genuina labor teórica dentro de la política,

    circunstancia que, a su vez, contribuyó a impedir los procesos revolucionarios. La falta de

    un desarrollo teórico marxista en este campo no sólo era consecuencia, para el autor

    británico, de los efectos del fascismo o de las restricciones del comunismo de posguerra:

    era tributaria de una etapa de consolidación sin precedentes del capital en todo el mundo

    industrial avanzado. Durante las décadas que siguieron a la Segunda Guerra mundial se

    produjo un crecimiento económico extraordinario, basado en el consumo masivo y el

    pleno empleo, entrelazado con la consolidación del sistema democrático representativo.

    Esto posibilitó, por primera vez en la historia del capitalismo, la emergencia de un

    ―compromiso‖ estable entre capital y trabajo. Como señalan Pszeworski y Wallerstain

    (1987), se configura una suerte de pacto por el cual, mientras quienes poseían los medios

    de producción otorgaban beneficios materiales –vía el sistema democrático- a quienes no

    los poseían, éstos aceptaban no impugnar el orden social. Sobre el trasfondo de este

    desarrollo económico y de la Guerra Fría, se va armando en Occidente una especie de

    consenso político que proclama el ―fin de las ideologías‖ y se concentra en gestionar y

    perfeccionar las instituciones de la democracia burguesa existentes. El Estado, como

    expresión máxima de las relaciones de poder, desde el punto de vista de los teóricos

    burgueses no tenía más significación y, tras los liminares aportes de Max Weber en las

    primeras dos décadas del siglo XX, no había vuelto a ser objeto de reflexión sistemática.

    En el campo marxista, sólo el trabajo de Gramsci quiebra la marcada ausencia de

    profundización teórica sobre la cuestión estatal.

  • 5

    La nueva izquierda

    La polémica entablada entre Miliband y Poulantzas se recorta sobre el telón de

    fondo de los intensos debates que tuvieron lugar en el seno de la izquierda en los años

    sesenta y setenta. La llamada Nueva Izquierda (NI), con presencia en gran parte de

    Europa y Estados Unidos, en Gran Bretaña había adquirido las características de un

    ambicioso agrupamiento de ex comunistas, socialistas académicos y activistas, contrarios

    tanto al autoritarismo soviético como a la cautela de los partidos socialdemócratas. La

    recepción de Althusser y Poulantzas en Gran Bretaña viene de la mano de los editores de

    la New Left Review, dirigida por Perry Anderson, y puede ser vista, en cierto sentido,

    como una forma de saldar cuentas entre las distintas corrientes que encarnaban

    trayectorias y perspectivas diversas dentro de ese amplio conglomerado de izquierda.

    Cuando en 1967 se publica por primera vez en la NLR un trabajo del ―joven filósofo griego

    residente en París‖ –Poulantzas-, los editores incluyen una nota introductoria en la que

    refieren a la necesidad de superar el ―provincianismo‖ en el que consideraban que había

    caído el debate marxista desde los años 20. Trasponer los límites nacionales y recuperar

    la tradición internacionalista del movimiento socialista resultaba, para la NLR, una

    precondición absoluta del trabajo teórico del marxismo.4 Esta misma noción de trascender

    los bordes de cada país era compartida por Poulantzas: ―es conocido el provincianismo de

    la vida intelectual francesa, una de cuyas consecuencias, y no la menor, consiste en

    derribar frecuentemente puertas abiertas, es decir, creer serenamente en la originalidad

    de una producción teórica cuando se encuentra ya mucho más elaborada en autores

    extranjeros‖ (Poulantzas 1971: 11).

    En una interesante cronología sobre la Nueva Izquierda occidental, Meiskins Wood

    (1995) señala 3 años clave que la marcan como corriente: 1956, con la invasión soviética

    a Hungría y la ocupación del Canal de Suez por las tropas británicas y francesas; 1968,

    signado por los sucesos del mayo francés; y 1989, el año de la caída del muro de Berlín y

    el colapso del comunismo. Desde la búsqueda de un tercer camino entre el estalinismo y

    la socialdemocracia, hasta las políticas de identidad y la problemática del discurso,

    pasando por los movimientos anti-guerra y estudiantiles, el maoísmo occidental, el

    eurocomunismo y los nuevos movimientos sociales; desde el marxismo socialista-

    humanista a la posmodernidad, pasando por el althusserianismo, el post-estructuralismo y

    4 New Left Review I/43, May-June 1967.

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  • 6

    el post-modernismo, la noción de Nueva Izquierda se dibuja en un entramado de luchas

    políticas y apasionados debates teóricos.

    Esta Nueva Izquierda se expresa en Gran Bretaña en dos generaciones

    diferenciadas, la más joven de las cuales se muestra más distante que su antecesora de

    las formas tradicionales de activismo clasista, y está más claramente comprometida con

    una práctica eminentemente intelectual y cultural. No obstante, la era de la segunda

    Nueva Izquierda fue también un período en el cual la larga declinación de la militancia

    socialista y aún de la lucha de clases empezaba a experimentar un cambio. La década

    que va de mediados de los sesenta a mediados de los setenta aparecía como un tiempo

    de renovación, con estallidos de rebelión estudiantil, el resurgimiento de la militancia de la

    clase trabajadora y aún la esperanza de la revolución socialista, asociada con el renacer

    del pensamiento radical, incluido el marxismo revolucionario (Meiskins Wood 1995: 22-

    23).

    En rigor, con el término Nueva Izquierda se englobó a un amplio espectro de

    formaciones políticas surgidas en varios países. Pero aunque todas estas formaciones

    tuvieron varios aspectos en común, Meiskins Wood (1995) señala que lo que hizo de la

    Nueva Izquierda algo ―nuevo‖ fue, sobre todo, su disociación de las formas tradicionales

    de hacer política de las viejas izquierdas, tanto del estalinismo comunista como de la

    socialdemocracia. Más particularmente, todos los grupos incluidos en esta denominación

    compartieron un compromiso con las luchas emancipatorias más amplias y diferenciadas

    de la lucha de clases tradicional, tales como las encarnadas por el movimiento estudiantil,

    el de oposición a la guerra de Vietnam o los de liberación de los negros (Meiskins Wood

    1995: 24).

    En Francia, desde el fin de la guerra, el debate anti-capitalista estuvo

    monopolizado por los comunistas y gran parte de la izquierda estuvo signada por la

    relación con el pro-soviético Partido Comunista Francés. Había, por consiguiente, poco

    espacio para los revolucionarios independientes. El aislamiento tuvo dos consecuencias

    contradictorias: por una parte, la falta de acciones prácticas exitosas condujo a un mayor

    énfasis en las cuestiones teóricas y programáticas. Por la otra, la hostilidad del ―mundo

    externo‖ llevó a los pequeños grupos de la izquierda radical a construir lazos de

    cooperación, más allá de sus diferencias políticas. Fue una clase de relación ―dialéctica‖

    entre división y reunión.

  • 7

    En torno a la revista Socialismo y Barbarie, creada en 1949 por Cornelius

    Catoriadis y Claude Lefort, 5 se aglutinaron grupos trotskystas que debatían sobre el tipo

    de relación que debían establecer con la clase obrera: el tema de la vanguardia fue objeto

    de profunda discusión en las páginas de la revista. A partir de 1956, figuras como Jean

    Paul Sartre y Simone de Beauvoir, enroladas en el existencialismo, atrajeron fuertemente

    la atención de los descontentos con el estalinismo. La revista Les Temps modernes, que

    la pareja fundó en 1946 junto a Maurice Merleau-Ponty, fue un referente clave de esa

    corriente. Hacia mediados de los sesenta, en el seno del PCF fermentaban interesantes

    debates que fueron, sin embargo, reprimidos por la dirección (Ross y Jenson 1988). Por

    otro lado, surgían nuevas críticas y perspectivas de la mano de referentes de la filosofía y

    el psicoanálisis, como Althusser, Lacan, Foucault y Derrida, que introdujeron otros

    debates en el seno del marxismo y, aunque de manera más compleja, sus simpatías por

    la revolución cultural china impulsada por Mao Tse Tung. La postura de Althusser, quien

    aún perteneciendo al PCF deploraba la gran miseria teórica del movimiento obrero

    francés y proponía como tarea para los intelectuales comunistas devolverle a la teoría

    marxista su rigor científico, cosechó cada vez más adeptos entre los estudiantes.

    Publicaciones como los Cuadernos Marxistas Leninistas, que a fines de 1964 editaba un

    grupo de alumnos de la Escuela Normal Superior6 seguidores de Althusser,7 son ejemplos

    de la ebullición intelectual francesa de ese tiempo.

    En Gran Bretaña, el desarrollo de la Nueva Izquierda estuvo marcado por hitos

    institucionales que tomaron la forma de revistas influyentes, cuyos cambios de contenido

    y estilo registran la trayectoria de ese movimiento a través de sus varias

    transformaciones. Aunque no se puede extrapolar ni generalizar la experiencia británica,

    ésta ofrece un particularmente bien documentado registro de la transición de la vieja a la

    5 Enrolados en el movimiento trostskysta, sus seudónimos fueron Pierre Chaulieu y Claude Montal,

    repectivamente. Castoriadis, que había sido miembro del PC, creía en la necesidad de organizar un partido de la clase obrera. Lefort, en cambio, siempre renegó de la afiliación partidaria y propuso un camino de organización independiente. Por esos años, Socialismo y Barbarie impulsó el trabajo de base en las fábricas, y logró cierto arraigo en la automotriz Renault. En 1958 el grupo de Lefort dejó la revista y armó la publicación Informations et Correspondance Ouvrieres (ICO), que salió hasta 1973. Una nueva fracción se produjo en 1963, y se creó Pouvoir Ouvrier, que se sostuvo hasta 1969. Socialismo y barbarie dejó de salir en 1967

    (Marcel van der Linden, 1997). 6 Esta publicación, de inspiración althusseriana en el plano teórico, al principio no era pro-china como lo fue

    luego, ni tampoco se situaba en "la línea del Partido". Tomaba posiciones políticas globalmente izquierdistas y favorables a las posturas de Cuba, mientras defendía la teoría marxista contra cualquier contaminación de la ideología humanista. 7 Se trata del llamado círculo de la calle Ulm –donde tenía su despacho Althusser- de la Unión de Estudiantes

    Comunistas (UEC) de la École Normale Supérieure (ENS), un pequeño cenáculo de intelectuales que preparaban sus armas teóricas, que no participaba en las luchas de tendencias dentro de la UEC ni se preocupaba tampoco por movilizar a los estudiantes para la lucha política (Véase Joaquín Salas Vara de Rey, 2006).

  • 8

    nueva izquierda y, en los debates públicos entre una generación con la siguiente, dan un

    elocuente testimonio de los cambios en la izquierda occidental desde 1956 (Mesikins

    Wood). En 1957 aparece la revista The New Reasoner, fundada por los comunistas

    disidentes John Saville y E.P.Thompson, a los que se suma Ralph Miliband. En forma

    paralela, ese mismo año un grupo de jóvenes estudiantes y graduados de Oxford crean

    The Universities and Left Review. Bajo el liderazgo de Raphael Samuel, Stuart Hall,

    Charles Taylor y otros escritores y académicos no vinculados al PC, la ULR proveyó un

    foro vital para la izquierda independiente y activista (Kozak 1995).

    En 1960, ambas revistas se fusionan y se crea The New Left Review, con Stuart

    Hall como editor. La amalgama se debió a que ambas revistas parecían apuntar al mismo

    público, estaban comprometidas en la búsqueda de una clase de lucha cultural que

    sentían que era especialmente urgente en las condiciones del capitalismo consumista y,

    además, las dos tenían problemas económicos y administrativos que complicaban su

    gestión. El foco político común para unir estas corrientes lo proveyó la Campaña por el

    Desarme Nuclear, el primer movimiento por la paz anti-nuclear. (Kozak 1995). Pero como

    destaca Meiskins Wood, los dos grupos llegaban a un proyecto en común no solo

    perteneciendo a distintas generaciones, sino desde direcciones sustancialmente

    diferentes, con la esperanza de convertir sus diferencias en complementariedad. Los

    jóvenes de la ULE estaban menos interesados en la historia y en las tradiciones de la

    izquierda internacional que en el rápido cambio de la sociedad inglesa, y más en las

    cambiantes experiencias culturales que en el activismo político.

    Al grupo de New Reasoner, por su parte, le preocupaban menos los cambios

    culturales inmediatos en Gran Bretaña y estaba más arraigado en las líneas clásicas del

    marxismo internacional y del movimiento obrero, incluyendo la tradición radical británica.

    Miliband no había estado de acuerdo con la fusión de las revistas y pronto se notaron las

    tensiones entre las dos generaciones de miembros. Stuart Hall, que tuvo un duro trabajo

    para conciliar las perspectivas de tantos gurúes de izquierda, dejó la conducción en 1962.

    Gradualmente, la revista cambió. Se hizo de más difícil lectura, con menos artículos y más

    largos, más abstractos y con formato libro. Se eliminaron los artículos más ligeros, cortos

    y vinculados a la coyuntura británica, y ya no hubo lugar para la participación de la

    izquierda no académica en sus páginas, como sí lo había en The New Reasoner. Las

    diferencias en estilo y filosofía llevaron, finalmente, a la ruptura, concretada con el número

    de abril de 1964. Mientras Miliband y Saville fundan Socialist Register, un anuario que aún

  • 9

    continúa bajo la dirección de Leo Panitch, la NLR consolida su fisonomía bajo el liderazgo

    de Perry Anderson, Robin Blackburn, Tom Nairn y otros (Kozak 1995).

    Pensar el Estado desde el marxismo

    En los años sesenta, la opinión prevaleciente era que Marx había dejado una

    teoría económica coherente y elaborada del modo capitalista de producción, expuesta en

    El capital, pero que no había desarrollado una teoría política semejante sobre las

    estructuras del Estado burgués, ni tampoco había diseñado una estrategia o táctica

    acabada de la lucha socialista revolucionaria para derrocarlas (Anderson 1979). Después

    de Lenin, sólo la obra gigantesca de Gramsci, elaborada sobre todo en sus años de cárcel

    y como una suerte de reflexión ―en estado puro‖, puede contarse como un activo teórico

    central sobre la cuestión del Estado. Sin embargo, los avatares de la producción

    gramsciana determinaron que su influencia efectiva no se hiciera sentir sino,

    precisamente, en los años sesenta, tres décadas después de su gestación. ―Aunque la

    enorme inflación de los poderes y las actividades del Estado en las sociedades

    capitalistas avanzadas (...) se ha convertido en uno de los lugares comunes del análisis

    político, la paradoja notable es que el mismo Estado, como sujeto del estudio político,

    hace mucho tiempo que ha dejado de estar en boga‖ (Miliband 1988: 3).

    Avanzar en el análisis de la ―dimensión política‖ fue asumido como un imperativo

    de época por Miliband y también por Poulantzas. Pero ambos tenían propósitos

    inmediatos distintos, y partían de tradiciones intelectuales y estilos expositivos muy

    diferentes. Miliband buscaba, centralmente, desenmascarar a la visión del pluralismo

    democrático que dominaba los desarrollos de la ciencia política anglosajona y expandir el

    pensamiento socialista más allá de las fronteras de los ya convencidos.8 Por eso en su

    trabajo refuta las proposiciones de numerosos autores pluralistas y los confronta con

    abundantes datos empíricos provenientes de los países capitalistas avanzados. Pero

    además, con su trabajo apuntaba a desmentir cierta ilusión socialdemócrata de que al

    llegar al gobierno se alcanzaba el poder real del Estado para producir cambios

    revolucionarios. Finalmente, puede leerse en Miliband un objetivo implícito y sutil: afirmar

    la centralidad y vigencia del conflicto básico entre burguesía y clase trabajadora, frente a

    8―Uno de los objetivos primordiales de esta obra es el de mostrar, pormenorizadamente, que la concepción

    democrático-pluralista de la sociedad, de la política y del Estado, en lo que respecta a los países del capitalismo avanzado, está, en todos sus aspectos esenciales, equivocada‖ (Miliband 1988: 6).

  • 10

    ciertas visiones de la Nueva Izquierda que privilegiaban los cambios culturales como

    explicativos de las transformaciones en el capitalismo avanzado.

    Poulantzas, en cambio, confrontando con la concepción comunista ortodoxa del

    Capitalismo Monopolista de Estado (CME), se proponía construir teóricamente el concepto

    de Estado capitalista como parte de la teoría más general del modo de producción

    capitalista9. La teoría del CME, en su forma más común, afirmaba que el Estado es un

    instrumento del capital monopólico en la era del imperialismo, es decir, el medio a través

    del cual se mantiene la dominación del capital sobre la sociedad civil. Este papel estatal

    es en sí mismo una expresión de la contradicción entre las fuerzas productivas y las

    relaciones de producción, lo que representa la socialización de las últimas en respuesta a

    la socialización de las primeras, pero bajo el control del capital monopólico. La tarea

    revolucionaria del proletariado era, por ende, conducir una coalición de fuerzas

    democráticas que liberarían al Estado de este control y lo usarían como instrumento en la

    transición hacia el socialismo (Clarke 1977).

    Frente a esta concepción sostenida por el PC francés, Poulantzas consideraba –

    en la senda del camino abierto por Althusser-, que la disputa en el plano de la teoría –que

    incluía la construcción de un andamiaje conceptual sólido, autónomo y lógicamente

    inexpugnable- era central para la lucha por el socialismo. Evitar la contaminación teórica

    con las perspectivas burguesas constituía, para los estructuralistas, una condición

    innegociable para hacer avanzar la lucha por el socialismo.10 La materia prima del trabajo

    de Poulantzas la constituían: 1- las obras de los clásicos del marxismo; 2- los textos

    políticos del movimiento obrero; y 3- las obras contemporáneas de ciencia política. Con

    ella pretendía darle estatuto teórico a la realidad de la dominación capitalista de su

    tiempo.

    Miliband y el Estado en la sociedad capitalista

    La importancia que Miliband atribuyó al desarrollo adecuado de la comprensión

    marxista sobre el Estado capitalista, se inicia con su ensayo ―Marx y el Estado‖.11 Esto

    9 ―Este ensayo tiene por objeto la política, más particularmente la superestructura política del Estado en el

    modo de producción capitalista, es decir, la producción del concepto de esa región en dicho modo, y la producción de conceptos más concretos relativos a lo político en las formaciones sociales capitalistas‖ (Poulantzas 1971:7). 10

    Tal pureza, sin embargo, es impugnada por varios autores. Por ejemplo, en una extensa crítica Clarke (1977) señala que la postura de Poulantzas, siguiendo a Althusser, arraiga en la sociología estructural-funcionalista desarrollada por Talcott Parsons. 11

    Publicado en el segundo volumen de Socialist Register (1965). Versión en castellano en Tarcus (1991).

  • 11

    también se inscribe en su percepción sobre las tareas políticas que tenía ante sí la

    izquierda, incluida la que se mantenía dentro del Partido Laborista. En 1966, Miliband

    advertía que ―no es razonable ni realista para los socialistas que están dentro del Partido

    Laborista creer que ellos tienen alguna perspectiva seria de volcar hacia la izquierda a los

    líderes del partido en ningún sentido sustancial. Lo que está ahora en la agenda para los

    socialistas es construir una alternativa política de masas al Laborismo‖ 12 (Panitch 1995).

    Miliband siempre argumentó que el Partido Comunista estaba demasiado

    condicionado por su pasado, era demasiado burocrático e ideológicamente muy poco

    creativo como para encarar esa tarea. Y los varios grupos trotskystas y pequeños

    partidos, por su sectarismo y aislamiento, tampoco podían hacerlo, pues seguían

    aferrados a su modelo insurreccional derivado de la Revolución Bolchevique. Por eso los

    consideraba enteramente incapaces de generar el apoyo masivo de las clases

    trabajadoras de los regímenes democrático-liberales de los países capitalistas avanzados.

    Pero la cuestión tampoco pasaba, para él, simplemente por crear algún partido de la

    Nueva Izquierda, cuando las bases para tal esquema aún no existían en el sentido de una

    genuina demanda popular de semejante agrupación política. Esto llevó a Miliband a la

    conclusión de que el camino era ampliar la comunidad de los socialistas. Para él, la

    cuestión no pasaba ―por hacer combinaciones de políticas y partidos, sino por un amplio y

    sostenido esfuerzo en la educación socialista, cruzando los límites existentes, libre de

    formulismos y llevada a cabo con paciencia e inteligencia por los socialistas, sean de

    dentro o de afuera del movimiento laborista. Tal esfuerzo no es una alternativa al

    involucramiento inmediato en las luchas, sino un elemento esencial de ellas‖ (Panitch

    1995). La lucha ideológica y política, la batalla ―intelectual y moral‖ de la que hablaba

    Gramsci, era una prioridad absoluta en la perspectiva de Miliband.

    Las fallas de las izquierda en todas sus expresiones –incluso la del nuevo proyecto

    que él impulsaba- para sortear el enorme obstáculo de nada menos que el inmenso

    poder, material e ideológico, de las clases dominantes y de la tenacidad con que lo

    utilizaban en defensa de sus propias ventajas estratégicas, eran agudamente observadas

    por Miliband. La contribución principal de sus textos más importantes, El Estado en la

    sociedad capitalista (1968) y Marxismo y Política (1977) residió en la deslegitimación del

    sistema de poder capitalista y, sobre todo, en desafiar a quienes se proclaman a favor de

    12

    No es este el lugar para tratar la cuestión, pero vale la pena indicar el dilema que se le presentaba a los marxistas en Gran Bretaña ante la existencia de un partido como el Laborista, firmemente arraigado en la clase obrera: estar dentro o fuera del laborismo como estrategia revolucionaria era un debate que resuena a los de la izquierda argentina –de 1955 a 1976- frente al peronismo.

  • 12

    un cambio del sistema, a establecer los puntos estratégicos fundamentales para lograrlo.

    La accesibilidad de su escritura, la claridad de su prosa y el juicioso estilo de

    argumentación, la abundancia de evidencia empírica y el uso ecléctico de las fuentes y

    conceptos son rasgos destacados del trabajo de Miliband (Panitch 1995).

    El proyecto del libro lo empieza a esbozar en 1962, cuando define las líneas de

    una amplísima investigación que creía que le iba a tomar cinco años de trabajo concluir.

    Quería que fuera teórica, analítica y prescriptiva y que analizara temas tales como el

    poder, la dictadura, el comunismo, la democracia, la representación, la burocracia, y que

    comparara el Estado en los países capitalistas, socialistas y los recientemente

    independizados. Aspiraba a combinar aportes de la historia, la sociología y la ciencia

    política. Pero distintos compromisos lo fueron haciendo cambiar y tuvo que acotar el plan

    inicial, llevándolo a concentrarse en una de sus prioridades: confrontar con el pluralismo

    democrático dominante en la academia anglosajona (Newman 2002).

    Panich subraya la importancia de la disputa ideológica en el enfoque de Miliband,

    a la que consideraba una tarea central de los marxistas. Afirma que fue a partir de El

    Estado en la sociedad capitalista que los estudiantes de ciencia política británicos y

    estadounidenses tuvieron finalmente la sensación de que se podría ir más allá de la crítica

    al paradigma dominante y moverse hacia una teorización alternativa. ―Miliband nos dejó la

    certeza de que esa teorización debía ser marxista, y también demostró que debía ser de

    una clase de marxismo independiente que no se apartaba totalmente del mundo

    intelectual no-marxista, sino que podría resultar mucho más agudo si incorporaba los

    mejores aportes a la teorización marxista‖ (Panitch 1995). Precisamente, este punto de

    ―eclecticismo‖ es el que va a ser atacado por Poulantzas, él mismo afincado en una

    perspectiva que hacía de la coherencia, la pureza y el rigor lógico de la teoría un punto

    central de la disputa ideológica y política del marxismo.

    Un “instrumento” complejo

    Miliband identifica la principal deficiencia de la teoría marxista contemporánea del

    Estado con el hecho de que casi todos los marxistas se habían limitado a afirmar, como

    algo más o menos auto-evidente, la tesis instrumentalista contenida en el Manifiesto

    Comunista: ―el ejecutivo del Estado moderno no es sino un comité para arreglar los

    asuntos comunes de toda la burguesía‖. Asumiendo la centralidad de esta tesis, al iniciar

    su libro Miliband observa que ―de una u otra forma, el concepto que esto encarna aparece

  • 13

    una y otra vez en las obras tanto de Marx como de Engels y, no obstante los matices y las

    apreciaciones delicadas que ocasionalmente exhibieron en su examen del Estado –sobre

    todo para explicar un determinado grado de independencia que el Estado podía disfrutar

    en ‗circunstancias excepcionales‘—, nunca se deshicieron de la opinión de que en la

    sociedad capitalista el Estado era, sobre todo, el instrumento de coerción de la clase

    dominante, definida ésta en función de la propiedad y el control de los medios de

    producción‖ (Miliband 1988: 7).

    Es especialmente a partir de este pasaje que se asocia a Miliband con una

    concepción ―instrumentalista‖. Sin embargo, la cita de los clásicos no implica que la

    noción de ―instrumento‖ sea interpretada --por éstos o por Miliband mismo— en el sentido

    de una maquinaria externa y autónoma utilizada por la clase dominante a su voluntad. Su

    análisis es más complejo y fundado que semejante caricatura. Lo que en el párrafo citado

    subraya Miliband es la necesidad de avanzar en la comprensión de los Estados

    capitalistas concretos, partiendo de la concepción ya expuesta por Marx y Engels, y a la

    luz de la realidad socio-económica, política y cultural de las sociedades capitalistas

    ―realmente existentes‖. Para el profesor británico, en tanto Marx había provisto los

    fundamentos conceptuales para el análisis socio-económico histórica y geográficamente

    situado, Lenin lo había hecho para el análisis político y Gramsci había aportado el

    andamiaje conceptual apropiado para el abordaje ideológico y cultural. Por ende, Miliband

    estaba convencido de que la tesis central y la estructura conceptual de la teoría política

    marxista estaba efectivamente establecida y que lo que los marxistas necesitaban era

    hacer más trabajo empírico y análisis histórico de los Estados en las sociedades

    capitalistas, para darles contenido concreto a las tesis y conceptos teóricos ya

    delimitados. Por eso el propósito de El Estado en la sociedad capitalista era hacer una

    contribución para remediar esa deficiencia.

    En la medida en que Miliband produce en un contexto signado por el optimismo de

    la ciencia política anglosajona13 y el auge del llamado ―fin de las ideologías‖, se explica

    que su interés se concentrara en responder, desde una investigación empírica a partir de

    las tesis marxistas, a los teóricos de la democracia liberal y a las corrientes pluralistas.14

    13

    Como señala Borrow, ―por más bizarro que pueda aparecer en retrospectiva, era teóricamente importante dentro del contexto intelectual angloamericano reestablecer el simple hecho empírico de que la clase capitalista existe y de los numerosos mecanismos que pueden ser identificados y que facilitan la cohesión económica de los capitalistas como clase‖ (2006:7). 14

    Miliband confronta con autores pluralistas como David Easton, Robert Dahl, John Galbraith, Sygmour Lipset, que desarrollaron sus obras durante los años cincuenta y sesenta. Discute específicamente la teoría del capitalismo de los gerentes, basada en la separación entre propiedad y control de los medios de producción.

  • 14

    Durante los años de oro del intervencionismo estatal benefactor, el pluralismo planteaba

    que: 1) en las sociedades capitalistas avanzadas se había llegado a una igualación social

    de tal magnitud que tornaba obsoletos los planteos del antagonismo de clases; 2) la

    complejidad de funcionamiento de la empresa capitalista había hecho aparecer una capa

    de funcionariado técnico (gerentes), muy diferente de los propietarios clásicos, lo que

    cambiaba la naturaleza de la relación; 3) ningún grupo o clase tenía poder exclusivo y

    excluyente como para imponer sus intereses e ideas a los demás, sino que todos retenían

    su cuota de poder para influir en el sistema democrático (de donde se seguía que solo

    bastaba con fijar reglas de juego básicas y transparentes para evitar cualquier

    concentración de poder en el Estado); 4) la noción misma de Estado era infructuosa para

    el mucho más trascendente análisis de los intercambios y circulación del poder entre la

    pluralidad de actores políticos, económicos y sociales existente. Miliband les opone a

    estos teóricos los hechos referentes al trasfondo social, los lazos personales y los valores

    compartidos de las élites económicas y políticas y los hechos relativos al impacto de la

    política gubernamental sobre asuntos como la distribución del ingreso y la riqueza (Gold, Lo

    y Wright 1975).

    Lo primero que expone en El Estado en la sociedad capitalista es la existencia

    efectiva de la división de la sociedad en clases y, pese a los avances en el acceso al

    consumo y los cambios en la forma de gestión de la empresa capitalista, la firme

    preeminencia de la clase económicamente dominante y su unidad interna. Luego, para

    develar las distorsiones y mistificaciones del pluralismo liberal, bucea en la forma en que le

    llegan al Estado las demandas múltiples de los intereses dominantes y cómo son

    procesadas para preservar el orden social. En su estudio de la élite gobernante y su

    afinidad social básica con la clase dominante encuentra el autor inglés uno de los ejes

    para demostrar cómo se produce, en concreto, la defensa de los intereses capitalistas por

    parte del Estado. De este modo desmiente, apelando a múltiples ejemplos fundados, la

    pretendida igualación social que, según los pluralistas, hacía imposible identificar un

    núcleo social, económica y políticamente dominante en la sociedad capitalista, y se

    concentra en demostrar la conexión profunda -negada por los pluralistas-, de la clase

    dominante con la élite estatal.

    Refiriéndose a los países desarrollados, Miliband sostiene que en ellos ―a pesar de

    todo lo que se ha dicho acerca de la nivelación, sigue existiendo una clase de personas,

    relativamente pequeña, que posee grandes cantidades de propiedad en una o en otra

    forma, y recibe también grandes ingresos, por lo general, provenientes en todo o en parte

  • 15

    de su propiedad o de su control de esa propiedad‖ (1988: 27). Y destaca que, por más

    que haya crecido la disponibilidad de bienes de consumo para las diversas clases

    sociales, ello ―no afecta fundamentalmente el lugar que ocupa la clase obrera en la

    sociedad‖ (idem: 28). Sostiene que lo malo de la teoría democrático pluralista no es su

    insistencia en el hecho de la competencia, sino su afirmación ―de que los principales

    intereses organizados de estas sociedades, y sobre todo el capital y los trabajadores,

    compiten en términos más o menos iguales‖ (idem: 141), y por ende ninguno es capaz de

    alcanzar una ventaja decisiva y permanente en la competencia. Miliband pone en

    evidencia las debilidades del pluralismo, mostrando como la cosmovisión compartida por

    las élites económicas recorta el horizonte de posibilidades a la hora de plantearse

    alternativas políticas. ―Las diferencias específicas entre las clases dominantes, por

    auténticas que puedan ser (…), están (…) contenidas dentro de un particular espectro

    ideológico, y no estorban un consenso político fundamental, en lo que respecta a las

    cuestiones capitales de la vida económica y política‖ (idem: 47).

    Esta cuestión de la conexión personal e ideológica entre la clase económicamente

    dominante y quienes ocupan los puestos de conducción del Estado será, como veremos

    más adelante, uno de los puntos más criticados por Poulantzas y por varios de los que

    prosiguieron el debate, como Gold, Lo y Wright, Jessop, Clarke, Holloway y Piccioto. Sin

    embargo, esta cuestión de la conexión interpersonal que destaca efectivamente Miliband

    en varios capítulos, no puede entenderse sin considerar el resto de sus afirmaciones, que

    dan cuenta de los fundamentos estructurales de dicha conexión y, en última instancia, de

    la función misma del Estado capitalista. Por ejemplo, señala que ―el mundo de los

    negocios disfruta de una formidable superioridad fuera del sistema estatal, también, en

    términos de las presiones intensamente más fuertes que, en comparación con los

    trabajadores o con otros intereses, puede ejercer en la consecución de sus fines‖ (idem:

    141).

    El sistema estatal

    Pero el condicionante estructural de las conductas personales y los límites del

    sistema de poder son considerados muy especialmente cuando su análisis se dirige a

    confrontar con las creencias de la socialdemocracia europea. Aquí es difícil asociar a

    Miliband con un enfoque instrumentalista que suponga pensar al Estado como una

    instancia totalmente externa y autónoma, utilizable según la conveniencia de quien

  • 16

    maneje sus resortes inanimados. Lejos de esta visión simplista, desarrolla la noción de la

    autonomía relativa del Estado, a partir de diferenciar los distintos componentes de lo que

    denomina el ―sistema estatal‖ y el ―poder del Estado‖ del ―poder de la clase‖.

    Precisamente, en la distinción entre estos últimos funda la ―autonomía relativa‖ del Estado

    y es un aspecto central para identificar la naturaleza de la dominación política.

    Así, dice que ―el término ´Estado´ designa a cierto número de instituciones

    particulares que, en su conjunto, constituyen su realidad y ejercen influencia unas en otras

    en calidad de partes de aquello a lo que podemos llamar sistema del Estado. Y no se trata

    de una cuestión puramente académica. Pues el tratar a una parte del Estado –

    comúnmente, el gobierno- como si fuese el Estado mismo introduce un importante factor

    de confusión en el examen de la naturaleza y la incidencia del poder estatal que puede

    tener grandes consecuencias políticas. Así, por ejemplo, si se cree que el gobierno es, en

    efecto, el Estado, también se puede creer que el asumir el poder gubernamental equivale

    a adquirir el poder estatal. Tal creencia...nos expone a grandes riesgos y desencantos‖

    (1988: 50). Y afirma: ―...que el gobierno hable en nombre del Estado y esté formalmente

    investido del poder estatal no significa que controle efectivamente este poder. Una de las

    cuestiones que es preciso ventilar es ver hasta qué punto los gobiernos ejercen

    efectivamente el control‖ (idem: 51). Aquí se encuentra la crítica a la ilusión

    socialdemócrata de que ganando el gobierno mediante elecciones se puede manejar la

    totalidad del poder del Estado, sin alterar las bases estructurales en las que tal poder se

    funda.

    El sistema estatal está integrado por: 1) los aparatos de gobierno: autoridades

    legislativas y ejecutivas electas en el nivel nacional, que definen la política estatal; 2) los

    aparatos administrativos: burocracia, corporaciones públicas, bancos centrales,

    comisiones regulatorias, que regulan las actividades económicas, sociales y culturales; 3)

    los aparatos coercitivos: agencias militar, paramilitar, policial y de inteligencia, que

    manejan la violencia estatal; 4) el aparato judicial: tribunales, profesión legal, cárceles y

    prisiones y otros componentes del sistema de justicia; 5) los gobiernos sub-centrales,

    tales como provincias, municipios y distritos.

    Miliband enfatiza la especificidad de las tareas estatales para preservar el orden

    capitalista, como en una suerte de división del trabajo: la necesidad de ejecutar tareas

    comunes que benefician al conjunto de la burguesía impone la existencia de un segmento

    especializado -el Estado- que dispone de poder propio para imponerse a los intereses

    capitalistas particulares en competencia. Pero esto no significa que el Estado sea una

  • 17

    máquina exterior y neutral. Aquí aparece la explicación de por qué, por una parte, el

    Estado en cuanto conjunto de aparatos tiene una relación compleja e intrincada con la

    clase dominante y, por otra parte, la existencia de mecanismos de validación política en la

    democracia representativa, basada en el sufragio universal, permite que lleguen al

    gobierno coaliciones políticas animadas por ideas e intereses no directamente

    capitalistas. Pero es precisamente la determinación estructural del conjunto del sistema

    estatal, que garantiza la reproducción capitalista, lo que impide que los gobiernos, incluso

    de ―izquierda‖, puedan apartarse de las tareas que demanda la reproducción de los

    intereses dominantes, en la medida en que se atengan a acatar las reglas que el sistema

    delimita para su reproducción. Es así como, constreñidos por el imperativo sistémico de

    preservar el orden social, que es capitalista, la mayoría de los gobiernos, incluso de

    izquierda, solo se atrevan a impulsar medidas favorables a la reproducción de los

    intereses dominantes. Asumen que el desarrollo de la empresa capitalista es un elemento

    necesario y deseable para la sociedad, al que hay que dar por supuesto. ―Y lo hacen

    porque aceptan que la racionalidad económica del sistema capitalista es sinónimo de la

    racionalidad en sí, y proporciona el mejor conjunto posible de arreglos y disposiciones

    humanos en un mundo necesariamente imperfecto‖ (1988: 75).

    Mediante ejemplos de las gestiones gubernamentales ―de izquierda‖ en Europa,

    afirma que ―los dirigentes socialdemócratas, en su momento de victoria, y más aún

    después, por lo general se han preocupado muchísimo en tranquilizar a las fuerzas

    dominantes y a las élites del mundo de los negocios en sus intenciones... y en insistir que

    su llegada al poder no constituía una amenaza para los negocios (...) Los dirigentes, una

    vez que llegan al poder (y a menudo desde antes) son siempre más ´moderados´ que sus

    partidarios. (...) Sea como fuere, los nuevos gobiernos de la izquierda se han esforzado

    siempre, hasta el límite de sus fuerzas, en atenuar las expectativas populares...‖ (idem:

    97).

    Miliband insiste contra la ilusión de que el acceso al gobierno lleve de por sí al

    manejo completo del Estado para aplicar medidas radicales a favor del pueblo, que

    supongan alterar las bases materiales de la dominación capitalista. ―En abstracto, los

    gobiernos tienen a su disposición recursos y poderes vastos para ‗esgrimir el garrote‘

    contra el mundo de los negocios. En la práctica, los gobiernos que se han propuesto

    utilizar estos poderes y recursos –y la mayoría de los mismos no lo quieren- no tardan en

    descubrir, dado el contexto en el que operan, que la tarea tropieza con innumerables

    dificultades y peligros. Estas dificultades y peligros se resumen idealmente en la temible

  • 18

    frase de ‗pérdida de confianza‘. Es un testimonio implícito del poder del mundo de los

    negocios el que todos los gobiernos, sin exceptuar a los reformistas, hayan estado

    siempre profundamente interesados en obtener y conservar su ‗confianza‘. Y por cierto no

    hay ningún otro interés cuya ―confianza‖ se considere más valiosa, o cuya ―pérdida de

    confianza‖ se tema más‖ (idem: 144/145).

    En un pasaje de notable vigencia, Miliband señala que ―dado el poder económico

    que descansa en los círculos de los hombres de negocios y la importancia decisiva de sus

    acciones, o de sus inacciones, en aspectos fundamentales de la política económica, todo

    gobierno que pretenda verdaderamente realizar reformas radicales, tendrá que procurar: o

    bien, apropiarse de ese poder, o aceptar la limitación rígida de su margen de acción

    radical por obra de la exigencia de la confianza de los hombres de negocios. Hasta ahora,

    ningún gobierno, ningún sistema político de tipo occidental, cualquiera que haya sido su

    retórica antes de tomar el poder, ha optado por la primera de estas dos posibilidades. En

    vez de ello, los gobiernos de intenciones reformistas, unas veces de mal grado y otras

    veces de buen grado, han puesto un freno a sus propensiones reformistas, aunque nunca

    lo suficientemente fuerte para el gusto de los hombres a los que deberá procurar

    apaciguar. O han adaptado sus reformas a los objetivos de los hombres de empresa (…)

    En este contexto, la política es, por cierto, el arte de lo posible. Pero lo posible está

    determinado, sobre todo, por aquello que parece aceptable a la comunidad de los

    negocios‖ (idem: 147).

    Miliband también hace un señalamiento preciso de las condiciones internacionales

    que ya a fines de los sesenta determinaban lo que se llamó años después ―globalización‖,

    y sus efectos sobre los Estados nacionales, que vale la pena reproducir in extenso. ―En la

    actualidad, sin embargo, los gobiernos de intención reformista o ‗izquierdista‘, no tienen

    que contar tan sólo con el poder de su propia clase de industriales y comerciantes, ni es

    únicamente su ‗confianza‘ lo que deben buscar y tratar de conseguir. Tales gobiernos

    tienen que tomar en consideración también, más ahora que nunca antes, el poder y las

    presiones de intereses y fuerzas capitalistas extranjeras: grandes empresas extranjeras,

    gobiernos extranjeros poderosos y conservadores, bancos centrales, finanzas

    internacionales privadas, organizaciones oficiales de crédito internacional, como el Fondo

    Monetario Internacional y el Banco Mundial, o una formidable combinación de todos ellos.

    La ortodoxia económica y financiera, y la debida consideración de las prerrogativas y

    necesidades del sistema de empresa libre no es sólo lo que los intereses nacionales de

    los negocios esperan y exigen de sus gobernantes; estos intereses nacionales están

  • 19

    ahora poderosamente secundados por intereses extranjeros que bien pueden tener una

    importancia mayor. Como ya señalamos, el capitalismo es hoy, como nunca antes, un

    sistema internacional, cuyas economías constitutivas están estrechamente relacionadas y

    entretejidas. A consecuencia de esto, hasta los países capitalistas más poderosos

    dependen, en mayor o menor medida, de la buena voluntad y cooperación de los demás y

    de lo que ha llegado a ser, no obstante profundas y perdurables rivalidades capitalistas

    nacionales, una ‗comunidad‘ capitalista internacional interdependiente. La desaprobación

    que manifieste esta ‗comunidad‘ por las políticas de uno de sus miembros, y la supresión

    de la buena voluntad y de la cooperación que pueden ser su consecuencia,

    evidentemente constituyen ingentes problemas para el país de que se trate. Y mientras un

    país decida seguir siendo parte de la ‗comunidad‘, el deseo de no incurrir en su

    desaprobación tendrá que pesar grandemente en sus decisiones políticas y reducir,

    todavía más, los impulsos que sientan los gobiernos de intención reformista de apartarse

    del camino ortodoxo‖ (idem: 148). Se advierte en este pasaje la plena conciencia del autor

    inglés sobre los condicionantes nacionales e internacionales cada vez más intensos para

    la acción política.

    Si queda claro que Miliband asume el constreñimiento estructural para la acción de

    los gobiernos y la funcionalidad básica del Estado en la reproducción capitalista, el

    subrayar la autonomía relativa le permite marcar, no obstante, las sustanciales diferencias

    existentes en torno al tipo de régimen político. En su polémica con Poulantzas, Miliband

    insiste en la necesidad de diferenciar, por ejemplo, fascismo de democracia.

    Precisamente en su último intercambio con el greco-francés, lo acusará de que su

    esquema teórico, al negar la diferencia entre poder de clase y poder de Estado, conduce

    a igualar toda dominación capitalista, con las nefastas consecuencias para la práctica

    política de los sectores populares que tuvo esta posición en la historia.

    Poulantzas: poder político y clases sociales

    Poulantzas, como señalamos, parte de un objetivo distinto al de Miliband: forjar el

    concepto de Estado en una teoría regional del modo de producción capitalista.15 En Poder

    15

    La producción de teoría es fundamental en el proyecto de Poulantzas, que lo distingue de Miliband. Para él, ―cualquiera que sea el grado de abstracción (el trabajo teórico) es siempre un trabajo que se sustenta en los procesos reales. Sin embargo, ese trabajo que produce conocimientos se sitúa enteramente en el proceso de pensamiento: no hay conceptos más reales que otros. El trabajo teórico parte de una materia prima compuesta no de lo real-concreto, sino ya de informaciones, ya de nociones, etc, sobre ese real, y la trata por medio de ciertos útiles conceptuales, trabajo cuyo resultado es el conocimiento de un objeto‖ (1971: 3).

  • 20

    Político y Clases Sociales establece así sistemáticamente la forma en que la política del

    Estado está determinada por las contradicciones y límites del sistema capitalista.

    En la senda de Althusser

    Este libro de Poulantzas se sitúa firmemente en el esquema conceptual de Althusser.

    A partir del aporte del autor de Para leer „El capital‟, distingue las categorías ―modo de

    producción‖ y ―formación social‖. La primera es definida como una combinación específica de

    diversas estructuras y prácticas, que se presentan como instancias o niveles ―regionales‖:

    económica, política, ideológica y teórica. Estas instancias permanecen unidas en cada modo

    de producción, en el cual predomina siempre el nivel económico, entendido como

    determinación. Pero la determinación en última instancia de la estructura por lo económico

    no significa que lo económico retenga siempre el papel dominante. Es decir, no significa que

    hay una relación mecánica entre lo económico y lo político, donde lo que ocurre en el primer

    campo se refleja de modo directo y automático en el segundo. La relación es más compleja.

    ―Lo económico sólo es determinante en la medida en que asigna a tal o cual instancia el

    papel dominante‖ (1971: 5). De modo que lo que diferencia a un modo de producción de otro

    es la forma particular en que se articulan los distintos niveles y cual es el que juega el papel

    dominante. A esto se le llama matriz de un modo de producción.

    El modo de producción, sin embargo, constituye un objeto abstracto-formal (un ―tipo

    ideal‖, en el sentido weberiano) que no existe como tal en la realidad. Lo que existe es una

    formación social, históricamente determinada, que es un objeto real-concreto singular,

    particular, único y distinto. Cada Estado-nación (por ejemplo, Argentina, Francia, Turquía o

    Etiopía) constituye una formación social específica, con su peculiar constitución histórica. Y,

    a su vez, en cada formación social se da una combinatoria de formas productivas, donde hay

    un modo de producción que predomina sobre los otros y le imprime su carácter a los niveles

    económico, político, ideológico y teórico. En la matriz del modo de producción capitalista se

    observa que: ―1) La articulación de lo económico y de lo político (...) está caracterizada por

    una autonomía –relativa- específica de esas dos instancias. 2) Lo económico detenta en ese

    modo no sólo la determinación en última instancia, sino también el papel predominante‖

    (idem: 25). La consecuencia teórica de la autonomía es que ―hace posible una teoría regional

    de una instancia de ese modo, por ejemplo el Estado capitalista; permite constituir lo político

    en objeto de ciencia autónoma y específica‖ (idem: 25). Es decir, funda la posibilidad de

    analizar la especificidad de la dimensión política. En la medida en que ―las estructuras

  • 21

    políticas de un modo de producción y de una formación social constituyen el poder

    institucionalizado del Estado” (idem: 41), concluye que la condición de la especificidad de la

    práctica política está dada por el objetivo de alcanzar el poder del Estado.

    Poulantzas se pregunta entonces, siguiendo a Lenin, ¿por qué el problema

    fundamental de toda revolución es el poder del Estado? Para responder, interpreta que

    cuando Marx y Engels conciben al Estado como factor de orden, como principio de

    organización, están diciendo que ‖...en el interior de la estructura de varios niveles separados

    por un desarrollo desigual, el Estado posee la función particular de constituir el factor de

    cohesión de los niveles de una formación social” (idem: 43; subrayado del autor). Con

    lenguaje althusseriano, afirma que el Estado ―...es también la estructura en la que se

    condensan las contradicciones de los diversos niveles de una formación. Es, pues, el lugar

    en que se refleja el índice de predominio y de superdeterminación que caracteriza a una

    formación, en una de sus etapas o fases. El Estado se manifesta también como el lugar que

    permite descifrar la unidad y la articulación de las estructuras de una formación‖ (idem: 44).

    Sostiene que las instituciones en las que se materializa el poder del Estado (lo que equivale

    a que tiene existencia real y efectiva) son las instancias en las que encarna el poder de las

    clases sociales (poder que emana de su lugar en la estructura). ―La autonomía relativa de las

    diversas instituciones –centros de poder- en relación con las clases sociales, no se debe a

    que posean un poder propio diferente del poder de clase, sino a su relación con las

    estructuras‖ (idem: 141). Esto es, los aparatos del Estado no tienen un poder propio, sino

    que su capacidad para ejecutar acciones deviene del papel que cumplen en relación a las

    clases, que son las portadoras del poder.

    Pero ¿cuál es la función del Estado? Poulantzas plantea que es la de unificar a las

    clases dominantes, que están compuestas por individuos y grupos con intereses

    contrapuestos y competitivos, y dividir a las dominadas.16 En relación con las clases

    dominadas, la función del Estado capitalista es impedir que se organicen políticamente, lo

    que podría llevarlas a superar su aislamiento económico y, a partir de su articulación,

    trascender el sistema que las coloca en posición subordinada. El Estado mantiene la

    desorganización política de las clases dominadas presentándose como la unidad del

    pueblo-nación, compuesto por personas políticas, por individuos privados. Porque al

    aparecer como el depositario de un interés común, el Estado opera como obstáculo para

    16

    Dice: ―El Estado está organizado como unidad política de una sociedad de intereses económicos divergentes, no intereses de clase, sino intereses de ´individuos privados´, sujetos económicos, lo cual se refiere a la relación del Estado con el aislamiento de las relaciones sociales económicas que es, en parte, su

  • 22

    que se advierta el carácter de la dominación clasista. En cambio, con respecto a las

    clases dominantes, el Estado capitalista trabaja permanentemente en su organización en

    el nivel político, para anular su aislamiento económico.

    La sombra de Gramsci

    En línea con su visión de la autonomía relativa del Estado, Poulantzas afirma que ―el

    Estado capitalista, con dirección hegemónica de clase, no representa directamente los

    intereses económicos de las clases dominantes, sino sus intereses políticos; es el centro

    del poder político de las clases dominantes al ser el factor de organización de su lucha

    política‖ (idem: 241; subrayado del autor). Esto implica que, como ya lo planteara Gramsci,

    el Estado garantiza ciertos intereses económicos de las clases dominadas (hace

    concesiones) para preservar su dominación política (función de hegemonía). La noción de

    interés general del ―pueblo‖ es, para Poulantzas, una noción ideológica, pero que ―denota

    un hecho real: ese Estado permite, por su misma estructura, la garantía de intereses

    económicos de ciertas clases dominadas, contrarios eventualmente a los intereses

    económicos a corto plazo de las clases dominantes, pero compatibles con sus intereses

    políticos, con su dominación hegemónica‖ (idem: 242). La conclusión es que tal garantía

    estatal, sin embargo, ―no puede concebirse sin más como limitación del poder político de

    las clases dominantes. Es cierto que se la impone al Estado la lucha política y económica

    de las clases dominadas: esto, sin embargo, significa simplemente que el Estado no es

    instrumento de clase, que es el Estado de una sociedad dividida en clases. La lucha de

    clases en las formaciones capitalistas implica que la garantía por el Estado de intereses

    económicos de ciertas clases dominadas está inscrita, como posibilidad, en los límites

    mismos que él impone a la lucha con dirección hegemónica de clase‖ (idem: 242;

    subrayado del autor). Para Poulantzas, para que el Estado pueda desempeñar su papel de

    garante de los intereses económicos dominantes, está obligado a hace concesiones a las

    clases dominadas. Esto es parte de la lógica de funcionamiento del Estado capitalista.

    Que dichas concesiones sean arrancadas por los sectores populares mediante su lucha,

    no significa que el poder político tenga un juego propio separado del poder de clase. Son,

    en cambio, la forma material en que se manifiesta, en el nivel político, la existencia de la

    contradicción clasista básica que da origen al Estado.

    propio efecto. Partiendo de ese aislamiento, la función política del Estado presenta una ambivalencia característica, según se trate de las clases dominantes o de las clases dominadas‖ (idem: 238).

  • 23

    En cuanto al papel de la lucha de clases, en estos pasajes Poulantzas recupera la

    perspectiva de Gramsci, cuando muestra que el Estado puede incorporar ciertos intereses

    de las clases dominadas sin por eso dejar de ser un Estado capitalista.17 ―En el caso del

    Estado capitalista, la autonomía de lo político puede permitir la satisfacción de intereses

    económicos de ciertas clases dominadas, limitando aún eventualmente el poder

    económico de las clases dominantes, frenando en caso necesario su capacidad de

    realizar sus intereses económicos a corto plazo, pero con la única condición –posible en

    el caso del Estado capitalista- de que su poder político y el aparato de Estado queden

    intactos. Así, en toda coyuntura concreta, el poder político autonomizado de las clases

    dominantes presenta, en sus relaciones con el Estado capitalista, un límite más acá del

    cual una restricción del poder económico de esas clases no tiene efectos sobre él‖ (idem:

    243; subrayado del autor).

    Siguiendo este razonamiento, plantea que el Estado capitalista tiene una doble

    característica: por una parte, por su autonomía respecto de lo económico puede, según sea

    la relación de fuerzas (producto de la lucha de clases), aplicar políticas sociales que

    impliquen sacrificios económicos para las clases dominantes a favor de las dominadas. Por

    la otra, es ―esa misma autonomía del poder político institucionalizado lo que permite a

    veces atacar el poder económico de las clases dominantes, sin llegar nunca a amenazar

    su poder político‖ (idem: 245). Como ejemplo da el Estado benefactor, que no es otra

    cosa que la ―política social‖ de un Estado capitalista en la etapa del capitalismo

    monopolista de Estado. También en línea con Gramsci dirá que ―la estrategia política de

    la clase obrera depende de que se descifre adecuadamente, en la coyuntura concreta, el

    límite que fija el equilibrio de los compromisos, y que es la línea de demarcación entre el

    poder económico y el poder político‖ (ibidem).

    Otro concepto central de Poulantzas es el de ―bloque en el poder‖, vinculado a la

    concepción gramsciana de hegemonía. ―El bloque en el poder constituye una unidad

    contradictoria de clases y fracciones políticamente dominantes bajo la égida de la fracción

    hegemónica‖ (idem: 308). En otros términos, significa que como ―capitalista colectivo en

    idea‖, el Estado tiene la función de organizar a la burguesía en su conjunto y lo hace bajo

    17

    En Notas sobre Maquiavelo, Gramsci dice: "el hecho de la hegemonía presupone indudablemente que se tienen en cuenta los intereses y las tendencias de los grupos sobre los cuales se ejerce la hegemonía, que se forma un cierto equilibrio de compromiso, es decir que el grupo dirigente haga sacrificios de orden económico-corporativo, pero es también indudable que tales sacrificios y tal compromiso no pueden concernir a lo esencial, ya que si la hegemonía es ético-política no puede dejar de ser también económica, no puede menos que estar basada en la función decisiva que el grupo dirigente ejerce en el núcleo rector de la actividad económica" (Gramsci 1975: 55).

  • 24

    la dirección (égida) de la fracción hegemónica (el capital monopolista), más allá de la

    diversidad de intereses y rivalidades que fragmentan a aquella clase dominante. ―La

    hegemonía, en el interior de ese bloque, de una clase o fracción, no se debe al azar: la

    hace posible la unidad propia del poder institucionalizado del Estado capitalista. (...) La

    clase o fracción hegemónica polariza los intereses contradictorios específicos de las

    diversas clases o fracciones del bloque en el poder, constituyendo sus intereses

    económicos en intereses políticos, que representan el interés general común de las clases

    o fracciones del bloque en el poder: interés general que consiste en la explotación

    económica y en el dominio político‖ (idem: 308/309). Para Poulantzas, la cuestión central

    es comprender que la clase dominante no es un conjunto monolítico que posee y maneja

    el aparato estatal de modo racional, planificado y sin conflictos. En cambio, la existencia

    de diversas facciones de clase, con intereses divergentes y en competencia, se resuelve

    en el Estado mismo, que es la expresión materializada en instituciones y políticas de la

    compleja unificación de esa diversidad. Lo que une a las distintas facciones capitalistas,

    competitivas entre sí, es su interés político común en conservar la dominación capitalista,

    que las coloca en posición de explotar al resto de las clases sociales. Y es hegemónica la

    facción que consigue imponer su interés sobre el conjunto (léase el capital monopolista),

    disciplinando al resto de las facciones aliadas y subalternas para preservar el sistema de

    dominación.

    La polémica en la New Left Review

    Tanto estas obras iniciales que comentamos, como el intercambio entre Miliband y

    Poulantzas en las páginas de la New Left Review18 y los trabajos que cada uno de ellos

    produjo con posterioridad, pueden ser hoy recuperados en su condición de aportes

    particulares valiosos para el estudio de la realidad estatal, antes que como exponentes de

    un mero torneo intelectual, tendiente a establecer criterios clasificatorios conforme el valor

    heurístico (más que su utilidad política, dicho sea de paso), adjudicado por los

    comentaristas de sus obras. Como señala Panitch (1995), el significado teórico y político

    del famoso debate Miliband-Poulantzas no debe ser malentendido como el reflejo de

    posiciones incompatibles. En particular, la caracterización de los teóricos como

    representantes del ―instrumentalismo‖ y el ―estructuralismo‖ ha servido más para

    establecer tipologías que para expandir genuinamente el análisis acerca del Estado.

  • 25

    ―Ambos tenían en común un proyecto: proveer un contrapunto a la noción de que el

    Estado moderno occidental había sido liberado de la determinación del poder del capital.

    Por el contrario, se había vuelto un elemento mucho más integral en el desarrollo y

    reproducción del capitalismo moderno‖ (Panitch, 1995). Para Barrow (2002, 2007), el

    debate Miliband-Poulantzas nunca implicó un desacuerdo conceptual o empírico profundo

    acerca de la naturaleza del Estado capitalista. Desde un comienzo se trató, más bien, de

    una disputa epistemológica acerca de si existía una metodología marxista específica que

    brindara un soporte adecuado a las investigaciones y las prácticas relativas al poder

    político.

    Buena parte de los autores que sumaron sus opiniones contribuyeron a construir la

    dicotomía ―estructuralismo‖ versus ―instrumentalismo‖, que ni Poulantzas ni Miliband

    asumieron (Gold, Lo y Wright 1975; Jessop 1977, Carnoy 1993). El estadounidense

    Barrow (2007) señala que el concepto de instrumentalismo asociado a Miliband, no es

    solo una simplificación o una caricatura de la teoría política que desarrolló, sino una

    construcción polémica y artificial sobreimpuesta sobre sus análisis históricos y empíricos.

    Considera que la mayoría de las críticas dirigidas a Miliband durante los años setenta se

    hicieron sobre la base de una construcción analítica llamada ―instrumentalismo‖ que no

    correspondía plenamente al planteo del autor británico. Para Domhoff (1987: 295; 1990:

    40/4) el planteo de Miliband fue totalmente distorsionado y malinterpretado con el mero

    propósito político de exagerar la originalidad teórica de las ―nuevas‖ teorías del Estado

    que se pretendían ―más marxistas‖ y ―mas revolucionarias‖ que la teoría de aquél, un

    autor arraigado en la tradición expositiva de la Ciencia Política anglosajona más clásica.

    En realidad, el fantasma que según Barrow recorre la polémica es el de C.Wright Mills, el

    politólogo socialista independiente que en los años cincuenta describió, en su célebre La

    Elite del Poder, el funcionamiento de la clase dominante estadounidense y con el que

    Miliband mantenía una estrecha relación. El furor de Poulantzas contra el

    instrumentalismo y el historicismo tendría más a Mills que a Miliband como genuino

    antagonista. Del mismo modo, entiende Barrow (2007) que el ―abstraccionismo

    estructuralista‖ de Poulantzas también es una construcción derivada del debate, ya que

    advierte diferencias centrales –e iniciales- en la postura del griego con relación a la de

    otros estructuralistas como Althusser, Balibar, Therborn, Amin, Hindess, Hirst, o

    E.O.Wright. En cuanto a Poulantzas, su influencia llegó a ser más amplia que la de su

    18

    Los artículos se encuentran en castellano en ―Debates sobre el Estado Capitalista/1‖ (Tarcus 1991). Esta edición incluye un excelente estudio introductorio del debate de Horacio Tarcus.

  • 26

    contrincante en la polémica: la mayoría de los autores (Jessop, Barrow, Fox Piven,

    Thomas) acuerdan que los estructuralistas poulantzianos tendieron a prevalecer en el

    debate, hasta que la teoría misma del Estado dejó de ocupar un lugar central, hacia los

    años ochenta.

    Pero lo más interesante de resaltar es que, ya desde mediados de los setenta, sus

    miradas políticas habrían de tener más coincidencias que lo que sus desacuerdos

    parecían indicar. Ambos se mantuvieron firmes en su rechazo al estalinismo tanto como a

    la socialdemocracia y pusieron en el centro de su preocupación la ―vía democrática al

    socialismo‖, esto es, una vía que aunara la voluntad revolucionaria con la imprescindible

    expansión de la libertad y la democracia populares. En Marxismo y Política, aparecida en

    1977, y en Poder, Estado y Socialismo, de 1978, asoman más coincidencias que

    disparidades en cuanto a la percepción del problema político central que se le presentaba

    a los marxistas.

    El primer intercambio

    Antes que el debate público comenzara, sus protagonistas intercambiaron en 1968

    una breve correspondencia. Poulantzas le envió a Miliband una copia de su libro con una

    nota en la que le decía que Socialismo parlamentario le había sido muy útil para su trabajo y

    que, además, esperaba sus comentarios y consejos. Miliband recibió el libro justo cuando

    acababa de terminar el suyo y estaba por enviarlo a la imprenta. Su primera impresión fue

    que tenía mucha significación teórica y refinamiento intelectual, aunque lo sorprendió la

    escasez de referencias empíricas. Le agradeció a Poulantzas y le comentó que la lectura de

    su trabajo lo había hecho más consciente de las deficiencias teóricas y limitaciones de

    método del suyo propio, aunque consideraba a ambos textos complementarios. Poulantzas

    le respondió, en un tono muy cordial, que creía que el libro de Miliband era indispensable y

    ―sin falsa modestia, será mucho más importante que el mío, ya que soy consciente de

    ubicarme en un nivel demasiado teórico‖ (Newman 2002: 203).19

    El primer intercambio crítico entre ambos autores tuvo lugar en 1969, en ocasión de

    la reseña que Poulantzas hace del libro del británico en la NLR N° 58. Poulantzas comienza

    su comentario en un tono elogioso, destacando el aporte de Miliband a la teoría marxista del

    19

    Aunque poco después Miliband le comentaría a la teórica italiana Rossana Rossanda que había encontrado que el libro de Poulantzas era una acrobacia hiperteórica que mostraba la debilidad del método althusseriano, él mismo dudaba de que el suyo pecara de exceso empírico. Al punto de dudar antes de mandarlo a imprimir (Newman 2002).

  • 27

    Estado y el efecto ―catártico‖ que producía el haber demolido metódicamente las

    concepciones burguesas del pluralismo democrático, en base a una cantidad formidable de

    material empírico. Pero es precisamente esta profusión de datos lo que lo conduce a

    Poulantzas a plantear su primera objeción epistemológica: el empirismo. Sostiene que

    Miliband cae en el campo ideológico del enemigo al usar sus categorías y responder

    contraponiéndolas con hechos, en lugar de romper el campo epistemológico a partir del

    desarrollo de una teorización marxista autónoma, tarea en la que estaban empeñados los

    althusserianos. La segunda imputación es de subjetivismo (Tarcus 1991). Basándose en su

    propio análisis de las clases sociales como estructuras, afirma que entre la clase burguesa y

    el Estado hay una relación objetiva, mientras el manejo y el personal específicos de las

    instituciones son secundarios. Sostiene que las funciones del Estado están ampliamente

    determinadas por las estructuras de la sociedad y no por las personas que ocupan

    posiciones en el aparato estatal. Considera que si en una determinada formación social

    coinciden la función del Estado y los intereses de la clase dominante, ello se debe al sistema

    mismo: la participación directa de los miembros de la clase dominante en el aparato del

    Estado no es causa sino efecto de esa coincidencia objetiva.

    La réplica de Miliband

    La réplica de Miliband apareció en el número siguiente de la NLR, en 1970. El

    británico, manteniéndose en un registro amable, reconoce el carácter inacabado de su

    abordaje teórico del Estado, aunque recuerda la existencia de su trabajo previo sobre

    ―Marx y el Estado‖ como antecedente. Refuta, sin embargo, la imputación de empirismo

    como descalificación, sosteniendo la absoluta necesidad de investigación empírica para

    desmitificar las visiones burguesas. Se queja de la subestimación que hace Poulantzas de

    la forma en que son consideradas las ―relaciones objetivas‖ en varios capítulos de su libro

    y califica a su crítica de caer en un ―superdeterminismo estructural‖. Para Miliband, al

    reemplazar la noción de ―clase dirigente‖ por la de ―estructuras y relaciones objetivas‖, el

    Estado no resulta "manipulado" por la clase dirigente para que cumpla sus órdenes, sino

    que las lleva a cabo autónomamente y de forma total. Con este enfoque, dice el autor

    británico, se hace imposible diferenciar de modo realista la relación dialéctica entre el

    Estado y ―el sistema‖ y se corre el peligro de no diferenciar fascismo, por ejemplo, de

    democracia burguesa en el manejo estatal. Esta desviación ultraizquierdista es la

    contracara de la de derecha, que supone que cambiando algunos miembros del sistema

  • 28

    del Estado cuando los socialdemócratas ganan el gobierno, es suficiente para transformar

    la naturaleza de la dominación. Miliband sostiene que ―el meollo de la crítica socialista a

    las ―libertades burguesas‖ no es (o no debería ser) que carecen de importancia, sino el

    que son profundamente inadecuadas y tienen que ser ampliadas por la transformación

    radical del contexto, económico, social y político, que las condena a la erosión y a la

    insuficiencia‖ (Tarcus 1991: 101).

    Con el correr del tiempo, la opinión de Miliband se fue haciendo cada vez más

    crítica con respecto a la obra de Poulantzas. Con motivo de la traducción de Poder

    Político y Clases Sociales al inglés, Perry Anderson le encargó a Miliband una reseña

    para la NLR, que salió en 1973. El contenido crítico podría haber sido aún más

    intemperante, de no haber mediado el pedido de Anderson para que morigerara la

    beligerancia del tono elegido (Newman 2002).20 Miliband comienza su comentario

    explicitando la incomodidad que le producía el estilo de Poulantzas: ―es una pena que el

    texto resulte tan oscuro para el lector que no se haya familiarizado a través de una

    dolorosa iniciación con el peculiar código lingüístico y con el método de exposición de la

    escuela althusseriana, con la que Poulantzas está relacionado‖ (Tarcus 1991: 107). Su

    segunda impugnación se dirige al abordaje althusseriano, que asume que los textos del

    marxismo clásico deben ser completados y sujetos a un particular tratamiento crítico.

    Miliband reconoce que este enfoque es legítimo, pero la cuestión pasa por si está bien

    hecho el trabajo de ―desciframiento‖ althusseriano, algo que no cree. El punto de partida

    de Poulantzas de la noción de ―autonomía relativa‖ del Estado es, para el profesor

    británico, correcto, pero el problema consiste en discernir cuán relativa es la autonomía y

    en qué circunstancias lo es más o menos. Dando un paso más adelante en su crítica

    anterior, Miliband califica al enfoque de su colega griego de abstraccionismo

    estructuralista. Con ello quiere decir que ―el mundo de las ‗estructuras‘ y de los ‗niveles‘

    que él habita tiene tan pocos puntos de contacto con la realidad histórica o

    contemporánea‖ (Tarcus 1991: 110) que difícilmente sirva para hacer un análisis político

    de una coyuntura concreta. Le reprocha que en su análisis no se comprende la forma en

    que se da la dinámica de la lucha de clases, confinada a un ―balet de sombras

    evanescentes excesivamente formalizado‖ (idem: 110).

    20

    En la biografía de Miliband se incluyen dos cartas suyas en las que hace referencia a Poulantzas. Una está dirigida a los editores de Monthly Review, interesados en publicar en inglés Fascismo y dictadura. Comenta que considera a Poulantzas un escritor muy difícil, con un estilo poco atractivo, demasiado abstracto, a menudo muy formalista y tomado por el temor hiperalthusseriano de ser contaminado por alguna clase de información factual (Newman 2002: 204). En otra misiva, dirigida a Perry Anderson, dice que tras leer dos

  • 29

    La tercera y más importante crítica que efectúa Miliband se refiere a la necesaria

    distinción entre poder del Estado y poder de clase. Poulantzas considera que el poder del

    Estado no es más que la expresión institucionalizada del poder de la clase. Para él, no es

    el Estado el que tiene un poder propio, sino la clase. Para Miliband, en cambio, negar la

    distinción entre ambos es clausurar toda posibilidad de autonomía del Estado y convertirlo

    en un simple instrumento de una clase determinada o, más aún, eliminarlo

    conceptualmente. La ausencia de la distinción entre ambos tipos de poder lleva a la

    imposibilidad de establecer la distinción entre grados de autonomía política relativa, con lo

    cual la política, tal como en el economicismo, se convierte en un mero epifenómeno. Esto

    lleva a que no se distingan las diversas formas de ejercicio de la democracia burguesa y

    su sistema de partidos y que se ignoren diferencias que pueden ser cruciales para los

    movimientos de la clase obrera.

    Para Miliband, como señala Newman, era crucial distinguir las formas en que se

    expresa la dominación política. Para su generación, la experiencia del nazismo y el fascismo

    habían marcado a fuego la valoración de las condiciones de expresión más básica de los

    derechos humanos fundamentales, incluidos los políticos. Por eso rechazaba todo aquello

    que pudiera ser leído como una desconsideración de las diferencias sustantivas entre

    regímenes dictatoriales y democráticos. Sin embargo, en el caso de Poulantzas parece una

    injusta apreciación, ya que aunque en su Poder Político... no aborda el tema del fascismo, su

    libro siguiente lo dedica íntegramente a analizarlo.

    La respuesta de Poulantzas

    La respuesta de Poulantzas tardó un tiempo en llegar. La hizo en el número 95 de la

    NLR, de febrero-marzo de 1976, cuando ya habían aparecido otros trabajos suyos: Fascismo