compilaciÓn de cuentos - ministerio de educación

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Page 1: COMPILACIÓN DE CUENTOS - Ministerio de Educación
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Brillante Oscuridad 4

Caballos Salvajes 9

Cuando Seas Grande 14

El Dulce Canto de Luciana 16

El Interrogatorio 21

Mi Cuerpo y yo a las Cuerdas 24

No Entiendo 27

Al Derecho y al Revés 30

La Llave 32

Í N D I C E

Page 4: COMPILACIÓN DE CUENTOS - Ministerio de Educación

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Abrí mis ojos y allí estaba en ese lugar lejano y solitario, pero a la vez tan lleno de vida, en el cual permanecería por toda la eternidad. Los días al igual que los años ya no serían una cuenta regresiva en mi vida, desde ahora serían un

recuerdo lejano de aquella primavera.

Entonces recordé ese día en donde empecé a tener conciencia de la vida. Mi madre con su sonrisa artificial y corazón destrozado, cubría con maquillaje aquella amargu-ra por la que tenía que pasar. Mi padre con su traje impecable y su tabaco encendi-do, los dos aparentaban la familia feliz que no éramos. La menor de tres hermanos, dos hombres que para mi padre eran su orgullo; el ser mujer lleva consigo una vida de servicio, la cual estaba marcada al nacer, ¿de qué sirve ser mujer, si el único pro-pósito es mantener a un “hombre” feliz? Para mí la vida es mucho más que seguir a esta sociedad machista, citando a Frida Kahlo “Amurallar el propio sufrimiento es arriesgarte a que te devore desde el interior”. Y eso era exactamente lo que esta so-ciedad estaba haciendo conmigo.

Mi madre sabía muy bien estas palabras que constantemente refutaba de mi boca.

• “Nunca tendré hijos ni me casaré” le dije a mi madre.

• “Es la ley de la vida, Dios nos dio el don de procrear y tú no serás la excepción. Ade-más, ¿Qué harás si lo único que sabes es servir?” Respondió con voz de resignación.

Por duro y triste que sonara no quería terminar como ella, dando un paso a la som-bra de un hombre que no me daba la oportunidad de crecer ni vivir una vida.

B R I L L A N T EO S C U R I D A D

Por: Carla Custodia

Page 5: COMPILACIÓN DE CUENTOS - Ministerio de Educación

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¿Cómo es la vida fuera de aquí, cómo es el mundo sin reglas y sin estereotipos?

Deseaba encontrar las respuestas a estas preguntas tan enigmáticas.

Tomé lo único que tenía en mi ropero: el traje de casa y el de la iglesia, el más limpio

y elegante pues era con el que me mostraba en sociedad. De algo ha de servir tanto

esfuerzo de mi madre, días y días en esa máquina vieja que le dio mi padre con el

único propósito de remendar sus trajes de tela costosa, mientras ella se vestía con los

remiendos que dejaba de su ropa.

La noche fría y las calles llenas de mujeres de mala muerte y hombres insatisfechos.

Nunca hay una mujer suficientemente completa que cumpla sus necesidades. Acele-

ré mi paso pues quería estar lejos lo más pronto posible, dejar atrás mi familia que

no era la culpable de mí actuar, quería vivir y con ellos no estaba destinada a eso.

En lo lejos unas luces iluminaron mi camino y desviaron mi pensamiento de lo que

estaba a mis espaldas.

• ¿Por qué tan sola? preguntó un hombre de sombrero. -Seguí mi paso acelerado y mi

respiración pasó de la calma al miedo infinito-.

• ¿Tranquila estoy de paso y veo que vamos por el mismo camino, quieres que te lleve?

-Nadie había tenido un gesto de amabilidad conmigo excepto mi madre, así que me

sentí halagada-.

Respiré profundo y abrí la puerta, me subí al auto en la parte delantera, -nunca lo

había hecho-, fue una sensación indescriptible. Puse mi cara normal frente a él, no

quería que supiera que esto era tan novedoso e indescriptible para mí.

• ¿A dónde se dirige una mujer sola y a estas horas de la noche? -Dijo aquel hombre-.

• A donde pueda encontrar una vida. ¿Existe ese lugar? –Respondí-.

Rió a carcajadas pero su gran bigote no dejaba ver su expresión en totalidad.

• ¿Una vida?, ¿estás loca acaso? Una mujer no tiene la oportunidad de ser libre y si

así lo fuera sería en otra vida.

Page 6: COMPILACIÓN DE CUENTOS - Ministerio de Educación

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• No importa si me cuesta la vida pero por lo menos lo intentare, -le dije-.

• ¿Qué tiene de malo soñar?, es lo único que puedo hacer por mí misma y de lo que

no tengo que pedir permiso.

Me miró y detuvo el auto.

• ¡Bájate!, dijo, ¿por qué? -Le pregunté-.

• En este mundo no hay cabida para tu pensamiento.

Cada palabra en contra fortalece más mis ganas de salir de esta sociedad podrida.

A lo lejos se oían disparos, entonces empecé a correr por entre los matorrales -tan

rápido como nunca lo había hecho-, vi luces, así que corrí hacia esa dirección, cada

vez que me acercaba veía más su grandiosidad. Era una casa enorme y lujosa.

Toqué la puerta y abrió porsupuesto una mujer.

• ¿Qué quieres mujerzuela? Preguntó.

• Con voz temblorosa le respondí: Quería saber si puedo descansar en su casa, he

caminado toda la noche y estoy exhausta.

• Rió en voz baja y dijo: ¡Que ilusa eres!, ¿acaso crees que somos una beneficencia?

Al fondo una voz gruesa y de mando preguntó:

• ¿Quién es, Lourdes? -La mujer con susto respondió- Una mujer de paso señor.

• ¿Qué quiere? Preguntó nuevamente.

• Esta vez entre risas respondió: Comida y donde dormir, dice que viene de muy le-

jos.

Escuché sus pasos acercándose, eran fuertes y con propiedad.

• Si quieres dormir y comer deberás trabajar, si no, ¡lárgate! como todas sabrás solo

servir.

Page 7: COMPILACIÓN DE CUENTOS - Ministerio de Educación

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Crucé la puerta de aquella casa inmensamente lujosa y en la que ni en mis sueños más profundos imaginaba que existía.

Mi propósito no era servir, pero unos cuantos pesos no caerían mal para continuar el rumbo que había comenzado, así que empecé a trabajar. El dueño de la casa era un coronel de mucho rango. Su esposa una bella dama de la que su expresión se me hacía conocida, -la de mi madre-. Tenía todo lo que soñaba pero no era feliz, gran detalle que lo material no recompensaba.

Estaba sola en el comedor haciendo la limpieza cuando el coronel se me acercó y dijo:

• ¿Qué hace una mujer joven y bella trabajando para vivir? Si quisieras tendrías un marido que cumpliría con su deber de mantenerte.

• En mi vida no hay espacio para los hombres, y menos si son la desgracia de una mujer. –Respondí-.

• Ese pensamiento tuyo en algún momento cambiará. -Dijo él-.

Pasé cinco años en aquella casa, reuní el dinero suficiente para poder emprender de nuevo mi viaje.

No di marcha atrás y caminé con paso firme como nunca lo había hecho. Llegué a un lugar en donde la tranquilidad se olía en el aire, entonces me hospedé en un ho-tel maravilloso, estaba acostumbrada a la buena comida y a una buena cama. Con las largas horas de enseñanza de mi madre decidí construir mi propio negocio: una modistería. Tenía que sacar provecho de mis conocimientos.

Era la vida soñada sin reglas, sin voz de mando, ¡era libre!

Me desperté a la madrugada con un dolor tan fuerte como si me golpearan con un martillo. Sudaba como nunca y mis lágrimas no cesaban.

• Tendrá a lo mucho un mes más de vida, -dijo el doctor-.

• ¿Es definitivo, moriré? Pregunté.

• Si, le recomiendo que le diga a su esposo los cuidados que debe tener.

• Soy soltera. -le dije-.

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Cobro su pago y se fue. Me dediqué a vivir mis últimos días felices. Comí hasta reventar, baile, bebí, grité, lloré. Siempre sola. No me sentía mal por eso, todo lo contrario, estaba inmensamente feliz.

No supe nada de mi familia. ¿Es un castigo haber terminado así? No lo creo, es lo que decidí vivir. Si las cosas no hubieran sido de jerarquía y sometimientos, hasta tendría hijos y me hubiera casado, pero ahora estoy muriendo sola y en un lugar lejano. En donde mi lucha por ser libre se llevó acabo. Hoy cierro mis ojos con una sonrisa en mis labios que definen mi satisfacción de que morí viviendo como quise.

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El primer golpe fue un recto de mi derecha a su nariz. Rompí con mis nudillos su tabique, la sangre brotó inmediatamente; luego, en cuestión de segundos con un uppercut1 mi izquierda buscó su mentón, era mi noche de suerte... lo encontró.

Quedó desplomado en el piso, respirando con dificultad a causa de la hemorragia nasal, sus ojos miraban sin mirar, no lo determiné más sabía que estaría en el suelo por mucho tiempo, le di la espalda, di unos pasos y me acerqué al lavado de aquel sucio apartamento. Respire profundo, me miré al espejo, organicé mi cabello, tomé el labial el maquillaje y me retoqué. Luego, guarde todo en el bolso, agarré mi cha-queta y salí por fin de aquella asquerosa madriguera.

No sé por cuánto tiempo conduje aquella noche, pero no había amanecido aún y decidí aparcar en un restaurante de gasolinera, de esos que están abiertos las 24 horas. Es raro ver a las personas que te puedes encontrar tan avanzada la noche: ancianos pensionados que les cuesta dormir, jóvenes desequilibrados que pareciese se fueran a suicidar en cualquier momento, conductores que trabajan largas jorna-das y se toman un respiro; ¡Ah! Y yo: una mujer de éxito en tantos campos pero de fracaso en fracaso en lo sentimental.

C A B A L L O S S A L V A J E S

Por: El último tarpán de las estepas’

1- Golpes altamente efectivos que van generalmente dirigidos a la barbilla. Toma bastante tiempo poder perfeccionarlos puesto que requieren que todo el cuerpo trabaje sincronizado.

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¿Acaso los buenos hombres se habían extinguido? – Pensé-, ¿Acaso la fidelidad era una mentira, una cualidad que no posee nuestra especie? ¡Malditos pingüinos penacho amarillo2! -los odiaba-.

Me senté en la mesa más próxima a la entrada, vi al mesero acercarse, usaba una camisa impecable de la que colgaba un botón de hojalata con el nombre “FRED”, llevaba un pantalón más ajustado de lo normal, texanas de cascabel y todo el con-junto acompañado de una sonrisa de moneda de cuero.

•¡Bienvenida!, ¿Qué va a pedir, señorita? -Dijo amablemente-

•Café y tostadas - Respondí sin más-.

Anotó en su libreta el pedido mientras decía:

• Enseguida le traigo, ya estoy con usted, nuevamente la moneda de cuero y se retiró.

Pensé: debe ser nuevo o su novio se lo hace muy rico.

Mientras tomaba el café galopaban en mi mente recuerdos de mi adolescencia, veía a mi madre parada frente a la puerta de mi habitación, diciéndome: “Estudia mucho, obtén un buen empleo con buena paga, así no dependerás de ningún hombre y no tendrás que aguantarle nada a nadie.”

Mi padre por su parte me inculcaba: “Si aprendes bien y eres dedicada, no tendrás que lidiar a ningún patán” – me lo decía mientras sujetaba el saco de arena al que yo golpeaba con todas mis fuerzas cada tarde-.

De pronto, una imagen afuera del restaurante me trajo de regreso: un motociclista se detenía muy cerca de la puerta de ingreso (no era normal, me causó desconfianza). Bajo su motocicleta y sin quitarse el casco avanzó hacia la puerta -Ya estaba segura, venía a robar-. Cruzó la puerta, no miró a nadie alrededor, su mirada y sus pasos iban fijos hacia donde se encontraba el hombre de la registradora.

2- Los pingüinos penacho amarillo al conocer una hembra forman una pareja a la que le serán fieles de por vida.

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En la caja, facturando, estaba un hombre grande y corpulento que más parecía un

ex de la lucha libre, mas eso no intimidó al del casco, una vez frente a él sacó su

automática 9 mm y le apuntó a la cara.

¡Abre la maldita registradora! –Dijo-. Saca sólo los billetes.

El hombre de la registradora estaba petrificado de miedo. Solo musitó un sonido

apenas perceptible - No dispare, por favor-.

Nadie en el restaurante (incluyéndome) se atrevía a hacer nada, ni siquiera a mover

un dedo, solo mirábamos absortos y en silencio la escena.

¡No te atrevas a abrir esa registradora WALL WEST!, -se escuchó una voz que venía

desde la cocina que quedaba en la parte del fondo-. Mírate Wall, tiemblas tanto que

pareciera que te fueras a mear. Luego pudimos ver a una mujer, obesa, de unos 52

años, armada con una escopeta de doble cañón que sin dejar de apuntar al hombre

del casco, aparecía tras Wall.

Esto no le incumbe señora – Replicó exasperado el motociclista- denme los billetes y

nadie saldrá herido.

Maldita basura – Agregó la mujer quien no dejaba de apuntarle – ¿Crees que me

rompo el lomo día y noche para que un imbécil venga en cuestión de minutos a lle-

varse todo mi trabajo así como si nada?

Señora – Dijo sin dejar de apuntarle a Wall-, ¡O me da el dinero, o le disparo a este

cabrón!

Wall abrió la registradora, sonó la campanilla, en ese momento la mujer dejó de

apuntar al motociclista para apuntarle a Wall. ¡No bromeo Wall! – Enfatizó la mujer.

Donde le des uno solo de mis billetes te vuelo los sesos.

• ¿Pero, qué diablos les pasa? – Exclamó furioso el del casco, ¡SOLO ENTREGEN-

ME LOS BILLETES Y YA!

La mujer dejó de apuntar a Wall y apuntó de nuevo al motociclista – Será mejor, dijo,

que bajes esa arma, des vuelta a ese trasero y regreses por donde viniste.

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• ¡A la mierda maldita anciana! – Gritó irritado y esta vez apunto su 9mm hacia ella. Aquí mismo nos disparamos los dos.

• Puede ser insecto – dijo ella serenamente, pero mira tu arma… Yo podría salir herida; ahora mira la mía pedazo de excremento, y alzando la voz agregó: “Un solo disparo de esta bebé y te vuelo toda la cabeza.”

El del casco intento decir algo pero ella lo callo gritando:

• ¡UNO!

El hombre estaba paralizado.

• ¡DOS!

Entonces bajo su arma, dio media vuelta y avanzó hacia la puerta, a su espalda que-daba Wall y la mujer que continuaba apuntándole con la escopeta, dio uno, dos, tres pasos cuando todos escuchamos el estruendo. Él también lo escuchó, pero tan sólo él lo sintió; Sintió la bala penetrando el casco, sintió la bala atravesando el cuero cabelludo, la piel, sintió su cráneo haciéndose polvo y ya no sintió nada cuando su cerebro se hacía puré. Cayó ipso facto.

La mujer levantó la tapa que separaba la barra del salón, llevaba su escopeta ya descolgada en una sola mano, camino hasta llegar al cuerpo.

-Mira Wall -dijo-, es una suerte que llevara casco o imagínate limpiar sangre por todas partes. Se inclinó y de uno de los bolsillos de los vaqueros saco la billetera, la abrió y tomó los billetes.

Será mejor que todos se vayan – agregó mientras se volvía a poner de pie- No se preocupen por la cuenta, la casa paga.

Todos salimos obedientemente sin decir nada, parecíamos entes hipnotizados; salí, camine hasta mi Mustang 72, encendí el motor, las luces y eché a andar. Solo fue hasta llegar a la autopista que reaccioné, mire mis manos sobre el volante, tembla-ban. Los nudillos de mi mano derecha estaban hinchados, me dolían, era un dolor

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palpitante, me gustaba. Subí la velocidad hasta que la aguja marco los 90, encendí la radio, sonaba una canción de los Stones no recordaba el título, pero era exquisito escuchar el cliff de guitarra y la voz melancólica y desgarrada de Mick:

“…La fe se ha roto,las lágrimas deben ser lloradas

vivamos un pocodespués de morir”

Y entonces recordé el nombre de la canción, WILD HORSES.

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Juliana disfrutaba los rayos de sol que atravesaban las barras de metal que deco-raban el viaducto provincial. Ella, con 30 años, recién había logrado enfrentar sus mayores temores. La amplitud de su vestido disimulaba las evidencias de su

reciente embarazo. Ella, virgen, había dado a luz a su pequeña en una ciudad muy distinta a la que conocía. Juliana pensaba en el largo camino que la había traído de vuelta a su tierra natal, a esa que con tanta vehemencia la había maltratado por su manera de pensar.

Atrás quedaron los días en que atreverse a decir que no quería ser una ama de casa más le valió golpes, humillaciones, restricciones y - lo que más le dolía- el destierro al que la sometió su gente. Fueron muchas las lágrimas que derramó pero no se rindió, huyó, luchó, maduró y triunfó. El llanto de un bebe la trajo de vuelta de sus pensamientos. A su lado, Ángel, su eterno amigo, le sonreía con esa pureza que solo aquellos que comprenden tu pasado lo pueden hacer.

•¿En qué piensas?

•En mi tierra, las mujeres no estudian, menos diseñan puentes.

•Y tú eres la viva muestra que se les dañó la tradición.

Eso era precisamente lo que más le molestó a su mamá cuando se despidió, el día que salió huyendo de su pueblo, después de que el hijo del alcalde amenazará con demostrarle para que era que estaban hechas las mujeres bellas como ella. Juliana se había negado a ser su mujer y esa decisión le podría costar la vida.

C U A N D O S E A S G R A N D E

Por: UXOR

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Al lograr escapar de aquel hombre que la había acosado desde su niñez se dirigió corriendo a su casa, tomó su tula, echó lo que pudo, partió el cerdito de barro y salió al pasillo buscando a su abuelo. Lo encontró en el solar, mirando el horizonte, fumando. Cuando estuvo cerca de él, se arrodilló y le pidió su bendición.

•Desde que naciste, mi japonesa, vi en tu ojos que cambiarías este pueblo.

•Aquí no pertenezco, ‘nonito’. Debo irme. No sé cuando regrese.

•Tranquila, Dios guiará tu camino. Nos vemos en el cielo mi niña.

Una lágrima recorrió lentamente la mejilla de Juliana, sabía que no volvería a ver a su abuelo con vida, ella no podía regresar a su casa.

•Te prometo, ‘nonito’, que con cada paso que dé honraré tu nombre.

Al levantarse se encontró con los ojos de su mamá, quien llena de furia le reclamaba por el desplante que le había hecho al hijo del alcalde, recordándole que no encon-traría un hombre mejor.

•Si no sirves para ser mujer, vete de esta casa.

Juliana corrió a coger el bus que salía hacia la capital. Allí no conocía a nadie, pero muy dentro de ella sentía que desde ese momento su vida mejoraría.

•¿Es duro regresar a esta tierra?, -le preguntó Ángel-.

•Ya no. Cumplí. Mi idea hizo que ahora este puente sea una realidad.

Se agachó hasta el coche, miró a su pequeña y le dio un beso en su naricita. -la niña sonrió-.

•Te garantizó mi Alejandra que continuaré trabajando para que puedas vivir en un mundo donde puedas ser lo que tú quieras.

Una leve brisa le trajo un olor que le recordó a su abuelo. Cerró sus ojos, palpó el piso de cemento y sonrió. Ella estaba cumpliendo su promesa.

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Cuando llovía por estas partes la naturaleza florecía, y florecía tanto que contras-taba con el dulce canto de Luciana, la niña que por excelencia era tierna, bella e inteligente. El aroma de las flores, la letrilla de los ruiseñores, los altares de la

luna, la dulce y tierna mañana reflejaban la felicidad de aquella chiquita.

El tiempo lentamente avanzaba, pero en un cerrar y abrir de ojos, se encontraban con el otro día, lleno de sorpresas que en algunas ocasiones les producían felicidad y en otras les lastimaban el alma. Pero, ¿Por qué?

Porque más allá de vivir el día a día, se debía a todo un ritual de ellos y ellas, en don-de Luciana no entendía nada, no sabía porque y no guardaba en su esplendoroso diario inadvertido alguna semejanza entre lo que pensaban unos y hacían los otros.

Ella solo quería cantar para deleitarse de lo que la madre naturaleza le dio: una voz con una dulce sabiduría para inventar sus propias canciones, sus propios ritmos y sus propios sabores. Era lo único que podía entender a su pequeña edad.

Pero como el beneficio de la vida, es avanzar y crecer para estar más grande, empe-zó a tener otras ideas, otras expectativas, que pronto tendría que descubrir.

Mami… mamita, quiero jugar… quiero correr, quiero saltar, quiero… quiero… quie-ro, le decía insistentemente Luciana a esa mujer, que con mucho amor la arrulló en sus abrazos, le arrancó sentimientos hermosos, cada vez que saltaba en su vientre.

E L D U L C E C A N T O D E L U C I A N A

Por: Aguilar

Page 17: COMPILACIÓN DE CUENTOS - Ministerio de Educación

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Juliana, esa mujer fuerte y tierna, madre de Luciana, con una sabiduría sobrenatural,

quería decirle muchas cosas, pero tantas… tantas, que el tiempo entre una palabra y

otra era una odisea, ella era la comprometida de relatarle lo que algún día le indicaron.

Luciana, tú eres una mujer, tú eres el ángel que Dios nos dio a esta familia, tú eres

la sutileza que todos esperamos cuando el Doctor Carriora nos dijo: –En tu vientre

tienes una niña –

Tú eres por naturaleza, el ser delicado, tierno y bello que tu padre y yo esperamos

ansiosamente el día en que naciste, por todo esto tienes que comportarte como una

mujercita.

Pero Juliana en un momento de cavilación, se preguntó:

¿Y quién me dijo todo esto?

O ¿será que así somos las mujeres? ¿Seres angelicales, tiernas y amorosas que no

podemos ver más allá o ir más allá de lo que realmente queremos?

Estos interrogantes sucumbían constantemente en el pensamiento de Juliana. Se de-

cía: ¿será que puede existir algo diferente para poder fortalecer a mi pequeña Lu-

ciana? Podrá el río desviar su cauce fácilmente? ¿Será posible que el dulce canto de

Luciana pueda tejer el telón en varios colores, olores, sabores para cambiar el rumbo

de ser mujer? Buscaré justificar que Luciana es fuerte como el árbol plantado en la

mitad de la granja, que a pesar de los fuertes vientos del oriente, occidente, norte o

sur, se mantiene erguido, firme y sólido como una roca.

-Buscaré encontrar la posibilidad que Luciana sea la mujer capaz de levantar mil ki-

los, que representan la sabiduría, la tenacidad, la inteligencia, la honestidad, la for-

taleza y la independencia, pues esto simboliza –pensaba Juliana– la enorme firmeza

que nos da el universo, la tranquilidad que nos inspira las vegetaciones, la libertad

que nos da el aire y el agua y el aroma que nos dan las flores.

El tiempo transcurría. Ya Luciana se aprestaba a asistir a sus primeras clases en el jar-

dín del barrio. Allí una profesora amablemente recibía a la pequeña Luciana, quien

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descubrió muchas bondades de estar con niñas y niños de su misma edad. Como siempre, sus mayores expresiones fue el canto. Le cantaba a la naturaleza y se hacía cómplice de ella para divertirse y divertir a quienes la rodeaban.

Mientras tanto Juliana y su esposo se preparaban para traer su segundo retoño al mundo. El padre quería que su amada esposa pariera un niño, pues ya la niña esta-ba, y efectivamente así pasó.

El período entre el querer ser madre y padre por segunda vez fue lento, pero llegó, brotó de las entrañas de Juliana ese ser fuerte, hermoso y particularmente el gran deseo de su padre, pues sería su compañía y lo enseñaría a ser como él, es decir, un hombre.

Los momentos eran espectaculares para los unos y los otros, mientras el pequeño bebé vivía su propia existencia, pero el tiempo como siempre andaba a su ritmo, igual que Luciana, cumplió su primer añito de existencia, empezaban a brotar sus primeros dientes, a titubear sus primeras palabras, dar sus primeros pasos, sus lindas sonrisas, sus mimos y sus bellas caricias eran encantadoras, Carlitos era particular-mente hermoso. Sus pequeños rizos dorados daban ese esplendor que se entreteje entre el sol y la luna, sus ojitos color café mostraban la ternura del niño que todos vemos; sus manitas inquietas estaban todo el tiempo revisando qué había en su en-torno mientras Luciana disfrutaba de la compañía de su hermanito.

El tiempo continuaba su travesía en donde todo se desarrollaba normalmente. La pequeña princesa y el príncipe, rodeados por la agraciada naturaleza, que combina el cantar de los pájaros, el ruido del agua que cae en cascada todo el tiempo, el soplo del viento, la tranquilidad de la luna y los frescos aromas de las flores hacían de estas dos hermosas criaturas la alegría de mamá y de papá.

Pero había algo que se interponía justo en este momento, donde Luciana ya casi era una doncella y Carlitos se aprestaba a ser el varoncito de la casa, pues sus roles por parte de una colectividad ya parecían estar definidos, por lo que Carlitos pare-cía estar destinado a jugar con sus carros, sus balones y sus juegos toscos, mientras Luciana por su parte debía jugar con sus muñecas, con sus lozas plásticas, con sus

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escobas pequeñas que la hacían verse como una verdadera ama de hogar.

Juliana en medio de todos los trajines del día a día, se dijo:

•Esto no puede ser-

•Tengo que buscar la manera de que mis pequeños tesoros cumplan sus verdade-ros roles de niña y de niño, como dos seres que Dios me dio. Mis pequeños hijos, primero que todo deben vivir su infancia, como les corresponde. Es decir, Luciana seguirá siendo la niña feliz de siempre, Carlitos por su parte prolongará ese gesto de amor y ternura que tiene en el brillo de sus ojos.

Juliana seguía empeñada en que sus pequeños eran dos gotitas de amor y ternura y que por nada del mundo permitiría eso que siempre le dijeron a ella y le enfatizaron:

•Juliana tú eres mujer y tu hermano es un hombre y por eso de ser mujer tienes que ser sumisa y dependiente. Tu hermano te cuidará, por eso –exaltaba Juliana con reproche- hicieron de mí, efectivamente una persona dependiente de una sociedad que me dijo qué estudiar, cómo actuar y qué hacer.

•¡No, no y no, eso no puedo permitir para mi hija y mi hijo! Ellos son dos seres que brotaron de mi propio vientre y que ahora tienen a una madre que no permitirá que eso suceda.

Por su parte Luciana, esa niña encantadora continuaba deleitándose de los dones que le otorgó la naturaleza, es decir, cantar, cantarle a la vida, cantarle a lo que ella ama, cantarle al aire, cantarle a todo lo que le rodeaba.

Mientras tanto, los cuatro integrantes de la familia, disfrutaban de lo que hacían todos y cada uno de ellos, el padre empezó a asumir que el dialogo, el juego y la camaradería los hacia a todos cómplices de ese gran amor que debe reinar en su hogar, pues Juliana puso todo de su parte para romper esas fuertes costumbres de apuntar a que las niñas cumplían un rol y los niños otro padrón.

Luciana en un arte de sabiduría y con su do mayor le puso una linda melodía, a la célebre frase de Nasreen Amina -2013:

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Nací libre¡¡¡ y seguiré siendo libre ¡¡¡

“Ser una mujer libre, es tener pasión por la catástrofe.Para derribar la opresión desde los cimientos e iluminar la oscuridad de la historia:

Para declararse, a gritos, dueña de una voz, un cuerpo y una vida…Una mujer tiene que pensarse terremoto, un fuego que devora,

Una flor que muerde”…

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Ninguna pesquisa había sido tan eterna, y ninguna se le podrá comparar. En mis años como fiscal había resuelto cientos de casos con la ansiedad y urgencia del mejor de los sabuesos, y con una sed de justicia que, ingenuamente, pensé que

lograría saciar apresando tantos cacos como fuera posible.

Pero ese día todo fue distinto. Me encontraba frente a esos ojos vacíos -y frente a su abogado de oficio- realizando preguntas que con certeza no podrían ser resueltas, y que sembrarían en mi alma infinitos interrogantes igualmente enrevesados.

•Me alegra que se sienta en paz aquí, donde, ¿sabe?, nos acompañará un buen tiempo. Y con ‘buen’ me refiero a largo -aclaré-, porque adentro no es que se pase bien.

Su expresión pétrea sugería una escultura, inquietante y difícil de descifrar. Sus labios se mostraban naturales, cómodos en su silencio. Sin embargo, nada logró sobresal-tarme más que sus ojos.

•Ya sabrá que la ley es generosa con personas como usted, si le interesa cooperar.

Ni un titubeo. Comencé a sentirme inusualmente exasperado, ansioso.

•Podría poner de su parte, por lo menos asentir de vez en cuando, llorar como muchos hacen, jurar su inocencia, justificar su maldad.

E L I N T E R R O G A T O R I OPor: Óscar Felipe Dávila

Page 22: COMPILACIÓN DE CUENTOS - Ministerio de Educación

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Perdí la noción del tiempo, malgastando infinitas razones sin lograr siquiera una expresión de molestia, o de cortesía ante la inquebrantable insistencia por su confe-sión. Siendo un hombre fuerte, recio, me jactaba de conocer todas las maneras de finalizar la pantomima y otros juegos que pudiesen presentarse en un interrogatorio; a pesar de ello,me perturbó imaginar lo que ocultaba su silencio, su vehemente y absorta mirada, su respiración tan tranquila.

Habiendo meditado cierto rato, acepté que para destrabar siquiera un gesto, tendría que ser tan visceral como el mismo crimen.

•Seguro disfrutó cada puñalada.

Se esbozó una sonrisa. Tímida, pero milagrosa tratándose de una piedra.

•Incluso en las noticias -continué-, sus vecinos dicen que su marido “le pegaba mucho”.

Su mirada volvió a sumirse en sí misma. De cualquier forma -sin importar los balbu-ceos de su defensor, un pelmazo que dada la oportunidad sería el primero en eva-porarse de la habitación-, sabía que el nuevo cuestionario estaba dando resultados.

- ¿Unos cuantos piquetitos1 y luego a la dormir? ¿Juntos como Dios manda? -

irónico - ¿Y la vida sigue, seguramente más tranquila porque lo tiene en la casa,

calentándole las cobijas?

La mujer sonrió nuevamente, esta vez de manera notoria. Continué preguntando. No quería que su excitación fuese entintada por la muerte roja2, quien despiadada y de manera irremediable se paseaba por cada espacio de su mente.

•Y cuénteme señora, ¿qué pensaba descubrir en ese par de noches que durmieron juntos? ¿Qué era más cariñoso, más cómodo incluso? ¿Que así dejaría de lle-gar golpeada al colegio? ¿Que ahora beberían solamente para celebrar? ¿Que logró lo que esperaba?

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Ella comenzó a reír -mientras el tinterillo golpeaba la mesa, instándola a mantener la cordura, sin dimensionar que se hallaba ante una situación fatalmente trastornada-. No olvido la crueldad del cuadro. Tampoco imagino otra manera de moverla, de lograr tan sólo unas palabras.

- ¿Dimos en el punto verdad? -le dije-. Usted encontró lo que buscaba. Pero, aquí entre nosotros... y este pendejo que la está “asistiendo” -haciendo un gesto sar-cástico con los dedos-, diga claro y sin más demora, ¿¡que pretende una señora como usted al apuñalar a su pareja, empijamarlo y dormir con él, no una sino dos noches!?

Finalmente, tranquila y aparentemente reflexiva, habló.

•Le enseñé que era verdad -dijo, casi inaudible-. Que cuando sangramos, sangra-mos de la misma manera.

Sus palabras me estremecieron, pero fue el inmenso abismo revelado a través de sus ojos lo que logró aterrarme. Comprendí que debía concluir el interrogatorio.

Inspirado en noticia del 18 de septiembre de 2015. Recursos en línea [17/03/16]: http://www.eltiempo.com/bogota/la-historia-de-la-mujer-que-asesino-a-su-esposo-y-durmio-con-el/16379705; http://www.noticiascaracol.com/colombia/mujer-ma-to-su-esposo-y-durmio-dos-noches-con-el-cadaver.

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R O U N D 1Siete meses de preparación. Cien días de trabajo, sudor y dudas. “¡Sacrificio!” – gri-taba el entrenador cada vez que el cuerpo parecía desmoronarse. Esta noche sube al ring, por unos momentos de gloria, o tal vez, sólo algunos pesos en el bolsillo.

El aire húmedo sabe a ansiedad e impaciencia. Todo alrededor parece haber tenido tonos más coloridos en un tiempo lejano: la pared amarillenta y su pintura descasca-rada, el óxido en los armarios metálicos, las butacas con puntillas salientes, y hasta la bata que cubre el cuerpo y blinda los nervios de camino al cuadrilátero.

El entrenador termina de envolver la cinta en sus muñecas. Los guantes pesan más que siempre, más que en el gimnasio. Mientras dan masajes a sus músculos tensos, sobre su piel brillante y sudorosa, recibe unas últimas instrucciones. Pero lo único que sabe escuchar es “sacrificio”, “sacrificio”, “sacrificio”.

“Ya les toca”- dice alguien que se asoma por la puerta-. La hora de la verdad ha llegado.

R O U N D 2Los ánimos son tan altos como la temperatura. Las paredes sudan tanto como los espectadores. Todo mundo grita, pero nadie se escucha. Todos viven la pelea como

M I C U E R P O Y Y OA L A S C U E R D A S

Por: Adeline

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si sus piernas fueran las que danzaran al ritmo de cada finta. Sus pieles tiemblan al sentir cada golpe.

“¡Duro, pégale duro, como un hombre!”- grita su entrenador con voz afónica e im-potente. No ha podido conectar un solo golpe y empieza a agotarse. Su oponente lee su debilidad, su inexperiencia. Un par de golpes al hígado y ya se ve contra las cuerdas.

“¡Más, más, que ya se cae ese gorila!” – vocean desde el equipo contrincante y la lluvia de golpes no cesa. Con más pasión que técnica logra escabullirse. Pero la pelea ha hecho mella, se marea, se desorienta. En cambio la rudeza oponente supo encontrar su mejilla. “¡uno! ¡dos! ¡tres! ¡cuatro…!” – el réferi empieza el conteo.

R O U N D 3La penumbra se confunde con la realidad. Está de pie, todo alrededor suena mudo y se mueve en cámara lenta. Trata de sobreponerse al dolor y pensar. Con un juego de piernas y tambaleante se aleja de su contrincante. Oxígeno para la cabeza es la necesaria estrategia.

Siete meses de preparación. Cien días de trabajo, sudor y dudas. “¡Sacrificio!” – gritaba el entrenador cada vez que el cuerpo parecía desmoronarse. Se pone en guardia para mostrarle a su oponente que no ha perdido nada. Su contrincante se acerca para acabar la pelea de una vez por todas.

Piensa “sacrificio”. Inhala, “sacrificio”. Suda, exhala, “sacrificio”. Comprime su ab-domen, y con la misma fuerza con que parió a sus tres hijos, lanza un gancho de izquierda a la mandíbula oponente.

Ni siquiera el saco de boxeo fue nunca tan escurridizo. Sus golpes dan al aire como si hiciera boxeo de sombra. Con cada golpe seco y pesado que recibe, palpita en el fondo de su corazón el deseo de la ternura, los besos, las caricias de las crías, del lugar a salvo. “¡Sacrificio!”, recuerda. Y se sobrepone un sentimiento de agresividad, rudeza. De lo aprendido a gusto en el gimnasio, y a fuerza de los golpes de la vida.

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“¡Mechonéala carajo!” – grita un espectador agitado. Es el reflejo de ver dos mujeres pelear. El aire se va de sus pulmones más a fuerza de tratar de atinar un buen golpe, que de los que reciben sus músculos magullados. Sólo hay dos actos conscientes: respirar y la obstinación de rehusarse a perder arrinconada, encogida y cobarde. Una mujer en su interior grita “¡Sacrificio!” y su cuerpo se desenrosca. Se pone er-guida en frente de su oponente. Abre sus brazos y descubre su cuerpo. Levanta su mirada y las luces se apagan.

R O U N D 4Una bermuda ajustada, de un jean que usaba para tierra fría. Una camisa esqueleto, para que hablen sus curvas y la piel respire. Un poco de labial. Otro poco de rímel. Hoy no habrá base para cubrir sus moretones, porque éstos son de “¡Sacrificio!”, y no de “te amo” impresos en su cuerpo por su pareja.

Sabe que volverá al cuadrilátero, pero no el cuándo. Y aunque el resultado no fue tan dorado, de los ganchos y los jabs quedó dinero. El suficiente para que hoy pueda vender arepa’e huevo hecha en casa. El suficiente para dar pan a sus hijos. Sonríe, porque sabe que esa también es la gloria.

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Jorge Andrés, de 12 años, un niño muy despierto, juicioso e inteligente y quien ya cursa grado séptimo se prestaba a dormir, después de que sin querer escuchara en el noticiario de las 7 de la noche las campañas políticas que se hacían para

elegir el nuevo presidente de la nación y quedó extrañado al notar que entre los can-didatos sólo había una mujer.

Sin embargo, recordó que su padre no demoraría en ir a darle las buenas noches y aprovecharía para preguntarle el por qué de aquella situación.

Casi al momento entra Pablo, gran profesional con un alto cargo en una muy buena empresa y a quien Jorge Andrés amaba y admiraba mucho. Sin perder tiempo el hijo le preguntó:

•Papi,… ¿Por qué entre diez candidatos a ser presidente de nuestro país, sólo hay una mujer?

Pablo, se sorprendió un poco, pues subía a rezar con su hijo, a arroparlo y darle el beso de las buenas noches, pero no esperaba ninguna pregunta de esta clase.

•Hijo, pues debes saber que las mujeres son muy buenas madres y esposas; o sea que manejan muy bien las labores de la casa, entre otras cosas; pero para cargos como el de presidente de una compañía o de una nación se requiere de

N O E N T I E N D OPor: Filipo II

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un hombre, puesto que los hombres somos menos distraídos, manejamos varias cosas a la vez, somos más responsables, manejamos mejor los recursos y enten-demos más de esos asuntos. Por ejemplo, para manejar carro también somos más diestros. Ah, y en los deportes ni se diga, porque somos más fuertes.

Jorgito, se queda pensando y se despide de su padre.

•Hasta mañana, papi.

•Hasta mañana hijo, que duermas bien.

Muy temprano al otro día, Sandra, madre, mujer profesional con un empleo de nivel técnico en una mediana empresa, despierta a su esposo y a su hijo con el fin de que no se les haga tarde.

•Jorge Andrés - dice ella, levántate ya; tu ropa está lista sobre la silla, no se te olvide cepillarte bien los dientes, mientras tanto te sirvo el desayuno; te empaqué el emparedado que tanto te gusta y ya te firmé la nota que me trajiste; dile a la profesora que mañana en la mañana voy para que hablemos.

•Mijooooo! – Grita, llamando a su esposo – se te va a hacer tarde. Ya está orde-nado tu maletín y tu ropa está lista; y aunque me trasnoché, alcancé a completar el balance que me pediste el favor que te hiciera.

•Gracias, mi amor, respondió el esposo. Hoy me llevo el carro yo.

•No te olvides que por no acordarte, lo sacaste en pico y placa y te multaron y no has pagado la sanción. Yo te llevo y lo traigo esta noche. Ah, y recuerda traerme el dinero que te presté la semana pasada.

•¡Ayyy, de verdad! – dice él. Pero dame más tiempo mi amor, porque estoy muy descuadrado con mis cuentas. Ah, y está noche llego tarde, hay una celebración especial en la empresa por las medallas ganadas por Mariana Pajón en BMX y de Catherine Ibargüen en salto largo.

Jorgito, quien ya estaba desayunando, escuchaba con atención y recordaba las pa-labras de su padre, la noche anterior. Al ver a su madre tan atareada se prestó a la-

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var los platos para ayudarla con todo lo que estaba haciendo. Ella al verlo, le llamó la atención:

•¿Cómo se te ocurre?! Deja eso ahí; esas no son tareas para los hombres, yo, cuando llegue la lavo.

El niño piensa: mi padre dice que los hombres somos menos distraídos y él por no estar pendiente sacó el auto en pico y placa y lo multaron; que manejamos varias cosas a la vez y mi madre realiza todas las tareas domésticas, incluyendo la de ayu-darle con trabajo de la oficina; dice que somos más responsables y no ha pagado la multa de tránsito; también que manejamos mejor el dinero y a pesar de ganar más salario que mi madre se ve obligado a pedirle prestado y no ha podido pagarle por falta de orden en las finanzas. Mi madre nunca ha tenido una multa de tránsito y en los deportes cada vez más mujeres sacan la cara por el país en materia deportiva.

Y cuando veo claras las cosas y tomo la decisión de ayudarle a mi madre de ahora en adelante en lo que más pueda, ella me dice que no… porque eso no es para hombres.

¿La verdad?.... NO ENTIENDO.

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El parto de Ana Rocío fue relativamente fácil, parecido a todos, ruptura de fuente, rotura de saco amniótico, separación del cordón umbilical y el primer llanto. Todo sugería que Ana Luz sería un hombre: el código de honor familiar, la acu-

cia del padre, la angustia de la madre, y la resignación de la nana. Pero no, ella nació desobediente y de pie; jamás aceptó ser la mamá de Ana Luna, la hermana de Pedro, ni la esposa de nadie. Ella se nominaría Ana como la abuela y Ana como su madre, un nombre del cual se ufanaban las cuatro, un palíndromo que cantaban una y otra vez, al derecho y al revés.

Era costumbre familiar repetir un nombre por cada generación, como si el espíritu de su antecesora viviera por siempre con este hecho. Su abuela Ana Aurora, era madre de Ana Rocío, esposa de don Francisco y hermana de la señorita Helena, una matrona esclavizada de la crianza de 15 hijos y un marido. De ella aprendió el delicado oficio de tejer y de su madre heredó el arte culinario, no obstante Ana Luz, poca enseñabilidad practicó con Ana Luna, al contrario, no provocaba certezas en ella sino preguntas y dudas.

Ana Luz, había crecido en un ambiente sano, digno de todas las niñas, y la única ruptura de la vida, hasta ese momento, era su menarquia; pasó llorando los mismos días que tardó en irse el periodo menstrual, pensando que una vez desangrada mo-riría. Afortunadamente ingresó a la escuela, aprendió a leer y los miedos regalados

A L D E R E C H OY A L R E V E SPor: Ana Cecilia Fajardo Rojas -CNA-

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por los adultos y profesoras fueron desapareciendo en forma proporcional a su ca-pacidad lectora.

De pequeña detestó las retahílas -a su entender tontas-, y prometió que Ana Luna jamás repetiría aquella macabra sentencia de la ronda más común de la escuela: “arroz con leche, me quiero casar….”, porque Ella, ni añoraba ser una señorita, tampoco vivir en la capital y menos especializarse en el lavado o el planchado, y si ella no lo había sido, menos Ana Luna, ella estaba predestinada a ser una mujer con cuerpo, cara, voz y pensamiento de mujer.

Todo marchaba bien, hasta que Ana Luna, entrada en la mayoría de edad, ingresó a las una y mil contradicciones con su madre. Ana Luz se percató que en teoría la soli-daridad y comprensión entre las mujeres no es tan clara cuando cada una antepone un interés particular, entonces, de una relación sosegada e igualitaria se pasa a una de poder y rivalidad permanente. Se habían enamorado del mismo hombre.

Madre y abuela asistieron a un llamamiento. Ana Luz no entendía cómo surgieron dos amores, tan distintos en edad y erotismo, por un hombre que aceptaba con be-neplácito la entrega de las Anas.

Primero conversó con la abuela Ana Aurora, quien con sabiduría de vieja, la llevó a reconocer el camino recorrido entre ellas y luego hizo lo propio con Ana Rocío, que resultó ser más cómplice de la nieta que de la hija.

Finalmente Madre e hija se encontraron. Pese a ser coherentes con la libertad, la de-cisión y las preguntas generadas, el ambiente era hostil y árido en primer momento. Fue cambiando en la medida en que la madurez, el cariño y el género se entrecru-zaban en la generosidad filial de las conversadoras. Ninguna de las dos triunfó en su empeño de convencer a la otra para que cedieran el espacio que parecía conve-niente. Las dos ganaron, sin dejar de ser Anas, vivieron en estancias parecidas pero distintas como su segundo nombre.

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Son las 7:32 de la mañana y Alan va en su auto compacto rumbo al trabajo, como es de costumbre. Al llegar a la calle central en la esquina, antes del retor-no, vio a una hermosa joven sentada en la acera, junto a una gran moto roja

que se veía averiada. Esta rubia de muslos torneados parecía en problemas; Alan pensó que sería una gran oportunidad para ser galante e impresionar a esta bella mujer, así que parqueó unos metros atrás, con el retrovisor arregló el cuello de su camisa, se bajó del auto, contrajo el abdomen y se fue caminando hacia ella como James Bond.

•¿Necesitas ayuda? -Dijo Alan con un tono sugestivo-, ¡No hay nada que unos grandes músculos no puedan resolver!

•Obvio, -dijo la rubia al levantarse y extender su mano-. Soy Bárbara y si cargas una Stillson me sirves, si no, por favor córrete para ver quién sí me ayuda.

Alan no supo qué decir y quedó atónito, parado con las manos en la cintura junto a la moto, ni si quiera sabía que era eso, pero por su hombría no lo podía admitir, sin embargo esta bella mujer ya había cautivado su interés y el saber qué es Stillson.

Alan se acercó de nuevo con una sonrisa menos pretenciosa y una mano en el bol-sillo.

•Soy Alan Sáenz, no Stillson, pero te puedo ayudar, ¿quizás llevándote a conseguir lo que buscas?

- Está bien -dijo Bárbara-, ajustó sus botas y agregó - no estaré media hora más acá, vamos.

L A L L A V EPor: Alfa Romeo

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Al subirse al auto y mientras reía, Bárbara le dijo:

•¿Porque te sacaste el auto de tu abuelita?, eres tan corpulento que ni cabes.

¡nada que unos grandes músculos no puedan manejar! , ja ja.

•Es mi auto y me parece que para alguien soltero es suficiente, -respondió Alan un

poco tenso-.

Se dirigieron hacia el centro de la ciudad y después de pasar tres talleres cerrados,

dijo Alan:

•Mi padre tenía un taller en casa, allí quizás está lo que buscas, si quieres y puedes

paso al trabajo a llevar unas cosas y te llevo. -Bárbara asintió con la cabeza-.

Unas cuadras más adelante se detuvieron en un salón de belleza muy grande y lle-

no de gente. Alan se inclinó a sacar del baúl una caja, la entró al salón y salió muy

pronto. Detrás de él salieron a despedirlo dos transformistas y a mirar quien lo acom-

pañaba, le mandaron un beso y volvieron adentro.

•¿Ah, entonces eres del otro equipo? -dijo Bárbara-, ahora entiendo, -volteó con

arrogancia su cara hacia la ventanilla-.

•Alan arrugó su frente y airado dijo: -¡Te equivocas, soy Administrador! Me di

cuenta que por la gran afluencia de público femenino en la zona y los bajos

costos de la mano de obra un salón de belleza sería el negocio ideal. Además,

hice un curso de belleza para poder entender la esencia del negocio y la verdad

tengo una visión especial para realizar estos trabajos; para que sepas, las muje-

res hacen fila para que las atienda y el negocio es muy bueno, cuando quieras te

arreglo ese pelo tan maltratado y feo que tienes.

•Bárbara dijo, -mientras abría la puerta para bajarse-: a ver delicadito, mi cabello

está así porque soy carpintera y el aserrín me lo maltrata mucho, así como el

viento en la moto, sin contar que voy al Gimnasio todas las noches y prefiero mis

fierros que andar como princesa con el cabello radiante o como la mascota de

un rico.

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Ambos rieron a carcajadas, Alan se estiró y cerró la puerta de Bárbara, y así se fue-

ron a casa de Alan.

•Cerca de mi casa venden unas ensaladas deliciosas quieres? -dijo Alan-.

•¡Uy no!, -respondió Bárbara-, no soy conejo, yo como de todo, no me privo de

nada, además todo lo que como son energías que gasto en el día.

A medida que Bárbara seguía hablando y contándole su vida, Alan cambiaba su

expresión, ahora una sonrisa se estiraba en su rostro.

Al llegar a la casa tocaron, abrió una ancianita que los invito a seguir.

•Esta listo el almuerzo, y a esta señorita se ve que le gusta el sancocho, -dijo la

ancianita-.

•Bárbara de inmediato se sentó y tomó los cubiertos

•Oye, ¿no te vas a lavar las manos? -le dijo Alan mientras le quitaba los cubiertos

de la mano-.

Ella al sonrojarse se levantó.

•Alan dijo: aséate mientras hago la ensalada, no soy conejo pero sí me gustan las

verduras; vé al segundo piso y al fondo está el baño.

Bárbara subió e iba mirando maravillada los detalles de cada espacio de esa increí-

ble casa, la decoración, las fotografías viejas, las cortinas antiguas pero en perfecto

estado. Al pasar junto al cuarto de Alan lleno de objetos de equipos de fútbol, vio

todo extremadamente organizado, la ropa planchada y doblada, ni rastro de mugre

ni polvo y todo se veía en su sitio; entro al baño y después de lavarse las manos se

quedó pensando su rostro en el espejo, enseguida bajo indignada, se acercó a Alan

y le dijo al oído.

•¡Eres un abusivo!, ¿cómo pones a tu mamá tan ancianita a recoger y arreglar tu

desorden y a encargarse de tu ropa?

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La madre de Alan la oyó, sonrió y le dijo:

•Nooo a este muchacho yo no le hago nada, desde pequeño le enseñé que el machismo no es más que una errada disfunción social, que él no podía depender de nadie ni para vivir, ni para sus cosas y que nadie tenía por qué hacérselas. Desde entonces él lava, plancha, asea su cuarto y de vez en vez me ayuda con la casa. ¡Ah!, y hace la ensalada, le encantan.

Ahora Bárbara era quien cambiaba su expresión. Durante el almuerzo discutieron cómo a cada uno en sus hogares les habían enseñado que el género no hacia el oficio, lo importante era hacer lo que les gustaba, Bárbara con sus maderas y sus manos sin ampollas, y Alan en su peluquería y sin las uñas pintadas.

Al terminar Alan lavó los platos mientras Bárbara los secaba, luego fueron al garaje, allí había muchas herramientas, Bárbara estaba maravillada, se apresuró, tomó una de la pared y dijo:

•¡Acá estás Stillson!, Bueno peluquerito, ¡nos vamos!

Volvieron donde estaba la moto y Bárbara se pudo desvarar, devolvió a Alan la Still-son, quien al mirarla se sonrió y preguntó:

•¿Por qué no me dijiste que era una llave inglesa u hombre solo?

•Ella respondió: porque no me gustan los machitos fantoches, soy una mujer que no se deslumbra por tontos lindos y presumidos, atrás quedaron las mujeres que eran la presa fácil de los galanes.

Entonces se despidieron y mientras Alan se alejaba, Bárbara le gritó:

•Creo que mañana me voy a varar de nuevo en esta esquina.

•Alan volteó y respondió: no puedo, tengo que buscar un pelo rebelde para arre-glarlo, quizás por acá encuentre uno.

Y como si estuvieran de acuerdo en unísono dijeron: ¿a la misma hora? -ambos rieron-.

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Después de un año de una hermosa relación de bonitos y diferentes contrastes, don-de Alan preparaba deliciosas cenas y Bárbara lo llevaba a pasear en moto, una tarde en el bosque de las afueras, Alan le entregó un presente de aniversario. Bárbara lo abrió y una lagrima tocó su sonrisa, era una llave Stillson con el nombre de Bárbara grabado en ella, pues esta fue la llave que abrió su relación.

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