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Cómo las neurociencias demuestran el psicoanálisis Traducción de Agustín Kripper y Luciano Lutereau

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Page 1: Cómo Las Neurociencias Demuestran El Psicoanálisis - Gérard Pommier

Cómo las neurociencias demuestran el psicoanálisis

Traducción deAgustín Kripper y Luciano Lutereau

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Gérard Pommier

Cómo las neurociencias demuestran el psicoanálisis

Traducción de

A g u s t ín K r ip p e r y L u c ia n o L u t e r e a u

^eJf?vS

Page 3: Cómo Las Neurociencias Demuestran El Psicoanálisis - Gérard Pommier

Pommier, Gérard

Cómo las neurociencias demuestran el psicoanálisis

- Ia ed. - Buenos Aires : Letra Viva, 2010.262 p .; 23 x 16 cm.

ISBN 978-950-649-301-1

1. Psicoanálisis. I. Kripper, Agustín; Lutereau, Luciano. Trad.

CDD 150.195

Edición al cuidado de L e a n d r o S a l g a d o y P a b l o P lu sn f .r

© 2010, Letra Viva, Librería y Editorial Av. Coronel Díaz 1837, (1425) C. A. de Buenos Aires, Argentina

e - m a i l : [email protected] / w e b p a g e : www.imagoagenda.com

Traducción de Agustín Kripper y Luciano Lutereau

Ilustración de tapa: Academia de ciencias

Título original: Cotnent les neurociences demostrent la psychanalyse

Por la edición francesa: © 2004, Flamarion (París, Francia)

Primera edición: Octubre de 2010

Impreso en Argentina - Printed in Argentina

Queda hecho el depósito que marca la Ley 11.723

Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra bajo cualquier método, incluidos la reprografía, la fotocopia y el tratamiento digital, sin la previa y expresa autorización por escrito de los titulares del copyright.

índice

I n t r o d u c c i ó n . Lo qu e se p o n e en ju ego verdad eram en te en el d ebate

entre las neurociencias y el psicoanálisis...............................................................

Primera parte. El cuerpo crece con el impulso del lenguaje......................

C apitu lo 1. Las neuronas se pagan de palabras: la lección del desgaste . . .

C apitu lo 2. La sobremaduración nerviosa y la herencia filogenética. . . .

C apitu lo 3. ¿Hay un piloto en el avión? El sujeto de los aprendizajes’ . . .

C apitulo 4. La humanización invierte la tiranía genética................................

Segunda parte. La influencia del cuerpo psíquico sobre el organism o .

Capitulo 5. El cuerpo psíquico recubre las áreas orgánicas del cerebro. . .

C apitulo 6. El organismo crece con el ir y venir de la pulsión........................

C apitulo 7. Las sensaciones pulsionales son empujadas hacia el alambique del h ab la ................ ......................................................................

C ap itu lo 8. El habla, trabajadora de izquierda, reprime la pulsión, vividora de d erech a ...................................................................................

C apitulo 9. Del cuerpo pulsional al cuerpo de las frases................................

Capitulo 10. Las modificaciones corticales de la pulsión por acción del habla .

C apitulo 11. Las excepciones del lenguaje de los sordomudos y del japonés confirman la reg la .......................................................................

Icreerá parte. Si existe un inconsciente, ¿cóm o definir la conciencia? .

C apitulo 12. ¿Puede funcionar la conciencia de la visión como un modelo de la conciencia?..........................................................................

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C ap itu lo 13. La memoria humana es organizada por el s ím b o lo ..................115

C a p ítu lo 14. La conciencia humana se distingue de la conciencia de losanimales ............................................................................ 127

C apítulo 15. Los m a len ten d id o s de la palabra i n c o n s c i e n t e .................................137

C a p itu lo 16. La batalla del sueño.........................................................................149

C a p itu lo 17. ¿En qué condiciones se vuelve consciente un sujeto?..................157

C a p itu lo 18. La placa giratoria entre consciente e inconsciente¿cuál es el rol del lóbulo prefrontal?............................................. 163

C a p itu lo 19. La conciencia moral regula la conciencia de las percepciones . 175

Cuarta parte. ¿Es el cerebro la computadora de un cuerpo máquina? . 179

C a p ítu lo 20. Los primeros pasos del cerebro com pu tad ora ..........................181

C a p itu lo 2 1. Al buscar el apoyo de las neurociencias, el cognitivismo buscamostrar que el cerebro es una computadora..............................185

C ap itu lo 22. Las neurociencias muestran que el cerebro no es unacom putadora.................................................................................193

C a p itu lo 23. Computadoras discordantes y sin programa..............................199

Quinta parte. Las ciencias en lucha contra su fantasma ideológico. . . 203

C ap ítu lo 24. El retorno de lo físico-matemático al cuerpo en la modernidad 205

C a p ítu lo 25. Una ciencia que produce “ ideas” capaces de contradecirla . .217

Capi tu lo 26. Consecuencia paradojal: sobredosis farmacológica.Ahora es el cuerpo el que debería cuidar del alma..................... 225

C a p itu lo 27. El d ob le rostro del h om b re m áq u in a en la literaturan e u r o c ie n t í f i c a ............................................................................................... 233

Capí tu lo 28. Desencuentros de la ciencia y de su sujeto................................. 243

Bibliografía 255

I n t r o d u c c i ó n

Lo que se pone en juego verdaderamente en el debate entre las neurociencias

y el psicoanálisis

¿Es el cuerpo nada más que una máquina, cuyos engranajes bastaría con desmon- lai para comprenderla? Del mismo modo que la marcha se debe a la contracción de músculos, ¿no responden los comportamientos a un mecanismo interno, que a lo sumo sería un tanto más sofisticado? Todos los días se anuncia o se confirma el des- i abrimiento del gen de la psicosis maníaco-depresiva, de la homosexualidad, de la .morexia, del alcoholismo, etc. Solamente en la primera semana de ju nio del año 2004, por ejemplo, Antonio Damasio, director de investigación de la Universidad de lovva, ■ leí laraba a L'express: “Sí, hay una biología de los sentimientos” ; y Lucy Vincent, doc- u >i a en neurociencias, anunciaba al Parisién l.ibéré'. “ Enamorarse es una cuestión de química”. En este sentido, las neurociencias a veces sirven de arma contra el psicoa­nálisis.1 Sin embargo, en las últimas décadas, el descubrimiento freudiano afianzó su teoría y su método; su práctica prosperó y su campo se expandió. Y aún así, no dejó de ser clasificado usualmente como una creencia que tiene efectos carentes pruebas que los demuestren. Un cura, después de todo, ¡no prueba nada!2

I n este terreno, investigadores eminentes buscaron borrar la ruptura de Ereud con la neurofisiología. G. M. Edelman, premio Nobel en neurociencias, dedicó su libro

1 Según un sondeo publicado hace unos años en el diario l.e Monde, el 86% de los mvestigado- les médicos más celebres del planeta predecían una margmalización definitiva del psicoanálisis para el año 2000.

' I lay que distinguir la cura que resulta de una sugestión no reproducible de la que se verifica en cualquier caso. Isabclle Stengers mostró que la medicina se volvió científica cuando distinguió el electo terapéutico por sugestión del que actúa sobre su causa ( 1 ‘ln v en lio n des Sciences, Paris, Odile lacob, 1993).

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Gf.RARI) PoMMIKH

de 1992 “a la memoria de Darwin y de Freud”. Su título: Biología de la memoria, ¡no dejaba prever tal padrinazgo! El inconsciente cerebral de Marcel Gauchet3 desarrolló con el mismo espíritu las hipótesis que Freud abandonara al mismo tiempo que sus estudios sobre las neuronas y las cantidades nerviosas. Del mismo modo, Jean-Pierre Changeux escribió en el prefacio de El hombre neuronal que la idea de su libro le había surgido luego de un encuentro con los redactores de la revista psicoanalítica Ornicar?. Sin duda, teniendo en mente el inconsciente freudiano, los cognitivistas bautizaron “ inconsciente cognitivo” a ciertos reflejos condicionados y procesos de aprendizaje que no ameritan tal denominación. Sin embargo, esta suerte de respeto por el psicoanálisis se parece mucho al que se tiene por una mujer anciana, cuyas opiniones serían obsoletas o se habrían desencaminado.4

Desde hace más de veinte años, y con el impulso de sus primeros grandes descubrimientos, muchos neurocientíficos invitan a los psicoanalistas a poner sobre el tapete el eterno debate del cuerpo y el espíritu, del alma y la materia, de lo orgánico y lo psíquico, del materialismo y el idealismo.5 ¡No hay duda de que tal repartición de roles habría dado como ganador al neurocientífico por anticipado! Con la ayuda del genetista, aquél habría podido proseguir la obra de la Ilustración y del progreso contra el oscurantismo y los avalares psíquicos del animismo. Pero ningún psicoanalista -salvo error u omisión- se inmiscuyó en este penoso remake, a excepción de algunas cortesías envenenadas. ¿Por qué entrar en el debate mal plan­teado de una pretendida división entre el alma y el cuerpo?6 Desde luego, existe una división entre el sujeto y el organismo en el que aquél aparece, aunque no por medio del alma, sino gracias a la materialidad del lenguaje: la palabra (parole]7 está, de al­guna manera, “ tallada en el cuerpo”, y el organismo la mantiene en su memoria, por ejemplo, en forma de síntoma.

3. M. Gauchet, L’lnconscient cerebral, Paris, Senil, 1992.4. En la introducción de L’Homme neuronal, J.-P. Changeux escribe, por ejemplo: “Disciplinas fi-

sicalistas en sus inicios, como el psicoanálisis, terminaron defendiendo, en el plano practico, el punto de vista de una autonomía casi completa del psiquismo, retornando a su cuerpo doctrinal la defensa de la división tradicional entre el alma y el cuerpo”.

5. La distinción idealismo/materialismo hoy en día ya no interesa más que a la filosofía. Sin embar go, en este debate que seguramente resurgirá algún día, este libro mostrará lo que esta biparti­ción debe a la represión.

6. Independientemente del psicoanálisis, existe una concepción “materialista” del pensamiento que se niega a oponer la actividad mental y sus fines. Según Alain Prochiantz, por ejemplo, el pensa­miento ya está siempre comprometido con la totalidad del organismo” (l.u ( 'onsiiui non tlu cer- veau, Paris, Hachette, 1 989 ). En este sentido, se piensa con las manos, e incluso con los pus, l.u- dwig Wittgenstein escribió que él pensaba con su tintero, porque sólo llegaba .i ti|ai sus pensa­mientos al ponerlos por escrito.

7. [Adoptamos el siguiente criterio, arbitrario pero distinto: traducimos mol pot palalna y /wrolepor habla, excepto en el caso de que se especifique entre corchetes la expresión ni ip.mal en fran­cés. N. de los T.]

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G o m o i a s n i i i u o o i i n c i a s i u m i i f s t r a n ki i 's io o a n a i is is

Desde sus comienzos, el psicoanálisis subvirtió esta oposición gracias a uno de sus mayores descubrimientos: el de la pulsión, que anima lo psíquico al mis­mo tiempo que integra lo somático. Muchos conceptos psicoanalíticos no son ver­daderas innovaciones. Una intuición del inconsciente, por ejemplo, existe desde la Antigüedad.8 En cambio, la pulsión introduce una novedad radical: dialectiza .ti punto de invalidar toda oposición entre lo mental y lo cerebral. El psicoanálisis tomó su punto de partida apoyándose en este concepto bifronte, que subraya desde sus inicios que una oposición entre lo psíquico y lo somático no le concierne. ¿Cómo podría la pulsión tomar partido por lo espiritual contra la carnal, al modo de las iglesias que, durante siglos, mantuvieron el oscurantismo en nombre de esta oposición? Las razones para batirse en duelo con los neurocientíficos se reducen a partir del momento en que el psiquismo ya no se opone al cuerpo.9 Nadie duda de que los procesos psíquicos se articulen con lo orgánico. Indudablemente, algún día se pondrán en evidencia nuevos soportes cerebrales y conexiones inéditas. Pero esto nó explicará el funcionamiento psíquico, que no podría reducirse al del cerebro sin exponerse a errores en el método10 y, por lo tanto, en los resultados.

Una vez aclarado este malentendido, los psicoanalistas podrían pensar que tienen poco que aprender de las neurociencias. Después de todo, estas últimas demuestran más bien laboriosamente procesos que son habituales en su práctica. G. M. Edelman y G. Tononi, por ejemplo, establecieron lo siguiente: “La percepción consciente y la memoria deben ser tomadas como dos aspectos de un único y mismo proceso”." Ahora bien, ¡desde hace mucho tiempo la cura psicoanalítica funciona sobre el mismo principio, sin otro laboratorio que el habla! Su experimentación es incluso más elocuente, dado que se realiza según un proceso inverso, mostrando que la memorización discursiva genera el retorno de percepciones conscientes.

Asimismo, algunos conceptos freudianos son sometidos a experimentos regularmente, mientras que se verifican fácilmente en la vida ordinaria. Estos experimentos son hechos, las más de las veces, partiendo de la base de una profunda incomprensión de las nociones psicoanalíticas (incomprensión que se explicitará

8. Véase, por ejemplo, el Gorgias o La República de Platón. En el mito de la caverna, los hombres no son conscientes de la realidad.

9. Hacia el final de su vida, Freud escribió al inicio del Esquema del psicoanálisis: “De lo que llama­mos nuestra psique (vida anímica), nos son consabidos dos términos: en primer lugar, el órga­no corporal y escenario de ella el encéfalo (sistema nervioso) y, por otra parte, nuestros actos de conciencia, que son dados inmediatamente y que ninguna descripción nos podría trasmitir. No nos es consabido, en cambio, lo que haya en medio; no nos es dada una referencia directa entre ambos puntos terminales de nuestro saber. Si ella existiera, a lo sumo brindaría una localización precisa de los procesos de conciencia, sin contribuir en nada a su inteligencia”. En S. Freud, Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, vol. XXIII, 1988.

10. Después de Cabanis, quien, hace más de un siglo, escribía que “el cerebro secreta pensamiento como el hígado secreta la bilis”. P. j. G. Cabanis, Rapport du physique et du moral, Paris, Bailliére, 1884.

11. G. M. Edelman, liiologie de la conscience, Paris, Odile Jacob, 1992, p. 209.

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t if-R A K l) Pl IN IM II U

en el transcurso de estas páginas). A pesar de estos malentendidos, algunos neuropsicólogos de buena fe intentan salvar la herencia freudiana, según ellos en peligro: buscan mostrar que se podría -mirándolo bien- localizar en el cerebro algo com o el inconsciente. Así, el concepto de “ represión” mereció una publica­ción en la prestigiosa revista Nature: “Suppressing Unwanted Memories by Executi- ve Control” 12, en la pluma de Michael C. Anderson y Collin Creen. Su experimento del olvido podría, según ellos, “ proporcionar un modelo viable para la represión”. Todos lo sabemos: preferiríamos olvidar ciertos recuerdos (i. e. los reprimimos). Sin embargo, esta banalidad fue sometida a un experimento -por lo demás inade­cuado, dado que se utilizaron ratas para verificarlo. Luego de un estudio estadísti­co de importancia, se prueba que los primates reprimen ciertos recuerdos (en efec­to, ¡puede imaginarse que los experimentos no deben ser algo que los divierta mu­cho!). Los mismos investigadores reprodujeron enseguida la experiencia en hu­manos y constataron que, en efecto, ciertos recuerdos asociados a acontecimientos desagradables son reprimidos. Martin Conway14 comentó en Nature los resultados de estos investigadores. Subraya “ la ubicuidad de los fenómenos de inhibición en la memoria humana’, recordando que del 20 al 25% de células del córtex tienen funciones inhibitorias y que “tales redes neuronales podrían dar lugar al tipo de represión propuesta por Ereud com o el fundamento de las neurosis”. M. Conway es un hombre abierto y de buena voluntad, pero debería haber leído más atentamente a Freud: habría observado que la inhibición difiere de la represión.14 De cualquier modo, todo ocurre como si este artículo de Nature legitimase su cientificidad gracias a la colaboración de algunas ratas y una batería estadística. ¿Es esto necesario? ¿Por qué estos investigadores bien predispuestos se toman tantas molestias, cuando el sillón y el diván son suficientes?13

Se tiene la impresión de que las neurociencias, útiles en su campo, carecen de interés para el psicoanálisis. Solamente haría falta calmar las ambiciones de algunos neurocien tíficos (o más bien de sus zelotes) decididos a marginar el psicoanálisis en la universidad y los centros de salud. Pero esta posición defensiva desatiende el beneficio enorme que proporcionan las neurociencias, la cuales muestran a su pesar cómo el lenguaje modela el cuerpo mucho más profundamente que lo que el síntoma histérico permitía presumirlo. Se leerá en este libro que, al mirarlas mejor, las neurociencias

12. Nature, n° 410,2001, p. 366-369. Michael C, Anderson y Collin Creen, especialistas de la memo ria, trabajan en el depírtamento de psicología de la universidad de Oregon (Estados Unidos).

13. Martin Conway es director del departamento de psicología experimental de la universidad de Hristol.

14. l a inhibición concierne a tina actividad consciente que un sujeto no consigue efectuar. La repre sión concierne a una representación de la que el sujeto no es consciente.

13. Desde luego, una curapsicoanalítica no es un experimento en el sentido en que los fisiólogos lo comprenden. Pero, retroactivamente, las lecciones obtenidas de varias curas proporcionan prue­bas en el mismo sentido que las experiencias científicas.

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Cóm o l a s n k u u o c i l n c i a s d l m u l s t k a n i.i i-s i c o a n a i i s i s

corroboran algunas teorías que el psicoanálisis había sido el único en conjeturar hasta ese momento. Ellas explicitan (aunque no era tal su objetivo) hipótesis que I i cutí había deducido de ciertas repeticiones sintomáticas. Ellas permiten asimismo podar el campo de las teorías psicoanalíticas, el cual se volvió demasiado frondoso. Ellas ponen fuera de juego a aquellos que utilizan el psicoanálisis con fines místicos0 de dirección de conciencia indebida. Ellas obligan a los psicoanalistas a elegir su1 ampo, porque hay que reconocer que algunos de ellos renunciaron a la naturaleza ( mitifica de su disciplina por preferir las delicias del amor de transferencia y las tertidumbres de la secta. Las clarificaciones que resulten de este debate tendrán consecuencias sobre la dirección misma de las curas.

Se verá que las neurociencias dan una profundidad de campo insospechada al trabajo del inconsciente. Tomemos un ejemplo: existe en el hipotálamo una zona estrecha considerada com o un centro de placer. Ésta puede ser auto-estimulada implantando micro-electrodos, como lo demostraron los trabajos de J. Olds."' Las i alas bien educadas saben hacerlo. Al acostumbrarse a estos placeres solitarios en el secreto de su laboratorio, ya no paran de entregarse a ellos, incluso si les es necesario saltearse una comida. Al actuar de este modo, estos animales se drogan con sus propias morfinas. Por otra parte, nosotros procedemos de la misma manera cada ve/ que algunas de nuestras actividades excitan esta parte del hipotálamo derecho.I sta excitación puede ser bloqueada a nivel de los receptores de dopamina1 por el antagonista adecuado (Pimozide, Haloperidol). Tenemos aquí una observación interesante, cuyo resultado no era buscado por los neurofisiólogos. En efecto, esto muestra que ciertas moléculas bloquean los neurotransmisores del goce: las mismas que son empleadas empíricamente por los psicofármacos desde hace mucho tiempo para regular la sintomatología de las psicosis (Haloperidol). Es un exceso de goce lo que engendra el sufrimiento psíquico, pudiendo conducir a la locura. ¡Qué coincidencia interesante! Desde hace varias décadas, los psicoanalistas conjeturan que estas psicosis proceden de una falta de interdicción del goce."1 Esta hipótesis quiza hacía sonreír a los organicistas, ¡pero hoy en día fue corroborada por las neurociencias! El exceso de goce no se activa a nivel del “supuesto” centro de placer (en el hipotálamo), sino que procede de una falta simbólico,14 y el hipotálamo funciona solamente como un relevador. Se medirá la importancia de esta experimentación

16 Desde la experiencia de ). Olds y P. Milner en 1954, el hipotálamo lateral es considerado como el centro del placer. Una rata a la que se implantan electrodos en esta región se autoestimula apo­yándose sobre un pedal. Véase J. Olds, “Self-stimulation of the brain”, Science 127, p. 315-324; consúltese igualmente B. Cardo en Confmntations psychiatriques, 6, 1970

17 la dopamina es el neurotransmisor específico del placer.IH Véase J. Lacan,“Deuna cuestión preliminara todo tratamiento posible de la psicosis”, Hscrm.i ir,

Buenos Aires, Siglo XXI, 2002.19 Eso no impide, por otra parte, que algunos neurocientificos continúen buscando un gen de la

psicosis, mientras que sus propios resultados indican que constituye un camino sin salida.

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al evaluar, justamente, los lugares respectivos de los medicamentos y de la cura por la palabra \parole].

A un psicoanalista no se le ocurrirá minimizar tales descubrimientos. Pero es cla­ro que una función no se explica por sus efectores. Un músculo determinado per­mite, por ejemplo, realizar un movimiento dado, pero la intención de este movi­miento es otra cosa. Lo mismo ocurre en el cerebro: el psicoanalista solamente ob­serva que la causa que activa el aparataje neuronal no se encuentra en el aparataje mismo. Es su responsabilidad explicar cómo funcionan las determinaciones de las que el organismo pareciera estar separado. Sin duda, las explicaciones disponibles al día de hoy ya no bastan: es necesario precisar los conceptos y mostrar lo que los diferencia de un chamanismo latente. Este esfuerzo se impone si se miden las es­peranzas que despiertan las neurociencias (25.000 participantes en un congreso en los Estados Unidos en el 2001). También puede descontarse que, con un poco de paciencia, los neurocientíficos se darán cuenta de que la subjetividad -que no es la versión posmoderna del alma- no se encuentra al cabo de la molécula. Asimismo, sobre todo se volverá evidente que cada vez más resultados de las neurociencias son incomprensibles sin el psicoanálisis. No será una victoria del hombre neuronal so­bre el hombre psíquico, ni tampoco un triunfo del psicoanálisis, el cual, por otro lado, jamás intentó convencer a nadie.

Para hablar de un modo aún más radical: no se trata solamente de distinguir el funcionamiento psíquico de la fisiología del cerebro. Aunque importe marcar esta di­ferencia sin una querella inútil a propósito de su espíritu científico, del que nadie es propietario en el debate, no alcanza con afirmar que el psiquismo nunca será redu- cible a un funcionamiento biológico, o que la fisiología del organismo no se desarro­llaría sin el psiquismo. Aún es necesario entrar en los detalles, mostrar cómo la estra­tificación de las áreas corticales (o la lateralización cerebral) marca esta construcción; aún es necesario apreciar hasta qué punto las características humanas de la conciencia son incomprensibles sin las del inconsciente freudiano, tributario del habla. Ocupados por recoger pruebas “orgánicas”, los neurocientíficos en efecto olvidan el habla, cuyo soporte, lejos de ser espiritual, también es material. Pareciera como si rechazaran dar crédito a su valor, renunciando así al valor del sujeto que lo enuncia. Privados de este crédito, ¿cómo podrían situar la conciencia? Esclarecer el problema de la conciencia, opaco hasta el día de hoy, es una apuesta importante de las páginas que siguen.

Llegará un día en el que el más pequeño átomo del cuerpo humano habrá sido analizado y, una vez examinado el conjunto de los engranajes, las moléculas y los cables de transmisión, se ignorará aún dónde se encuentra el centro de mando. La neurofisiología elucida problemas importantes de comunicación interiores al orga­nismo, pero, cuando trata la cuestión del centro de decisión (el sujeto), plantea el problema en términos tales que impiden resolverlo: si existiese una “causa orgánica del sujeto”, este último sería objetivado y, por lo tanto, anulado.

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Uno de los intereses del debate entre el psicoanálisis y las neurociencias es plan­tear claramente la pregunta acerca de qué es un “sujeto” y, al hacer esto, comenzar a responder dicha pregunta. Las neurociencias muestran la existencia de procesos que les cuesta mucho integrar sin recurrir a conceptos que no pertenecen a su campo ni a su experiencia. Son aquellos conceptos los que intentaremos evaluar. Se verá que muchos resultados no son interpretables en sus propios sistemas de referencia. Así, se comenzarán a tener algunas ideas más precisas sobre este cuerpo del que somos, tan conflictivamente, los curiosos locatarios.

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P r im e r a p a r t e

El cuerpo crece con el impulso del lenguaje

El ser humano crece. Franquea las etapas que lo conducen a la madurez sin pre­guntarse qué fuerza lo empuja. En el fondo, ésta es una pregunta inútil para alcan­zar dicho objetivo. Ulteriormente, cuando considere tanto el camino recorrido como sus aptitudes y resultados, ya nada le permitirá establecer una jerarquía entre su ca­pacidad para hablar, caminar, contar, escribir, trabajar, amar y reproducirse. La mis­ma inteligencia mágica y la misma capacidad para aprender parecen obrar siempre y en todos lados, cambiando solamente de objetivo según los procesos de la madu­ración y la edad.

Ahora bien, no sucede nada de eso. Existen condiciones de posibilidad del creci­miento y el aprendizaje que hacen de la palabra [parole] oída, y luego pronunciada, la condición previa a esta expansión de las capacidades humanas. Las neurocien- cias proporcionan a este expediente documentos irrefutables. En principio, se exa­minarán los resultados de las experiencias de involución del sistema nervioso cuan­do éste entra en inactividad (fenómeno conocido con el nombre de desgaste). Las consecuencias son enormes en cuanto se trata de estas neuronas particulares que re­gistran los sonidos, dado que es necesario que nazca el sujeto de la palabra [parole] antes de que este sujeto (en adelante identificado) se lance al aprendizaje. Esta con­dición previa supone la existencia de un soporte orgánico en espera de estas poten­cialidades. Al nacer, el material neurobiológico sobrepasa las necesidades fisiológi­cas. Esta “sobremaduración” es, por otro lado, simétrica a la prematuración, noción clásica a partir de Darwin. Estas constataciones conducen a una inversión comple­ta de la perspectiva según la cual el genetismo (o epigenetismo) dirigiría, de alguna manera, la humanización del hombre.

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C apítulo 1

Las neuronas se pagan de palabras : 1

la lección del desgaste

Desde 1940, D. O. Hebb estudió el modelado de las sinapsis, notando su dege­neración selectiva durante los aprendizajes.2 Las conexiones nerviosas se desarro­llan proporcionalmente a su utilización. Como Hebb lo demostró en el caso de la visión, cuanta más información circula en una vía nerviosa, más conexiones sináp- ticas se incrementan y devienen eficaces.3 Por el contrario, las capacidades sináp- licas se obliteran en los animales criados en la oscuridad, que muy pronto pierden toda posibilidad de aprendizaje de las formas visuales.4 La misma constatación vale para los ciegos de nacimiento operados en la madurez: ellos no recuperan su ca­pacidad visual normal. Esta interacción entre el sistema nervioso y el medio exte­rior muestra que el organismo se construye conforme a su actividad y que, lejos de ser el primero, el cerebro es tributario no solamente de la sensación, sino del modo

I [En francés: sepayer de mots. Expresión que significa contentarse con palabras vanas; hablar mu­cho y hacer poco. Aunque constituye una expresión caída en desuso en español, “pagarse de” toda­vía se conserva en algunas expresiones actuales como, p. ej„ “pagarse de sí mismo”. N. de los T.)

I. Más recientemente, la eliminación de estructuras redundantes fue verificada en el curso del modela­do epigenético del sistema nervioso y de la zona de unión neurona!. Véase J.-P. Changeux, P. Courré- ge y A. Danchin, “A Theory of the Epigénesis of Neural Works by Selective Stabilization of Synaps- es”, Proceedings of the National Academy of Science, USA 70, 1973, p. 2974-2978; J.-P. Changeux y A. Danchin, “Selective Stabilization of Developing Synapses as a Mechanism for the Specification of Neuronal Networks”, Nature, 264, 1976, p. 705-712. Asimismo, se observó el nacimiento de redes nerviosas transitorias durante las modificaciones neonatales de la visión (Ramva et al., 1987).

I. D. O. Hebb, La Psychologie du coniportenient [ 1949], París, PUF, 1958.I Véase M. Jeannerod y F. Vital-Durand, “Les deux étapes du développement visuel moteur”, Lyon

medical, 236,1975, p. 725-734. La privación de sensaciones genera un efecto máximo si no se pro­duce durante un período crítico luego de nacer (dos meses en el gato, cuatro meses en el mono).Más allá de este período, los efectos de la privación son irreversibles.

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de reaccionar a ella.’ Las neuronas presentes al nacer degeneran si no son utilizadas antes de una fecha límite. Este fenómeno, llamado desgaste, fue estudiado por Jean- Pierrc Changeux y Antonio Danchin en ciertos nervios durante la actividad mus­cular animal. Ellos mostraron que la actividad muscular reduce las fibras nervio­sas a una sola por músculo (mientras que este último se encuentra poli-inervado al nacer)." Este desgaste funciona en un bucle cerrado: el individuo construye él mis­mo su sistema neuronal en función de su propia actividad. Esta auto-organización conviene a una teoría organicista según la cual el bagaje innato se modela en fun­ción de las circunstancias.

Sin embargo, el desgaste toma otra dimensión cuando se trata del aprendizaje de una lengua. Los psicolingüistas destacaron que ciertas neuronas especializadas en el registro de sonidos específicos degeneran si no se las utiliza a tiempo duran­te el aprendizaje. Si un niño no escucha ciertos sonidos durante sus primeros me­ses, no sólo los distinguirá mal a partir de entonces, sino que no los podrá pronun­ciar. Las posibilidades de audición y de fonación de los niños sobrepasan lo que su lengua materna seleccionará efectivamente7. Un niño puede escuchar y reproducir una gran variedad de sonidos. Si las potencialidades del lenguaje ofrecidas de ante­mano por el sistema nervioso no son utilizadas, se instala un desgaste para las so­noridades que no forman parte de la lengua concernida.

Este fenómeno demuestra la importancia de los efectos del lenguaje sobre el cuer­po. En efecto, en función de los sonidos escuchados, algunas neuronas prosperarán, mientras que aquéllas que habrían podido recibir sonidos ausentes caen en desu­so. Este desgaste varía durante el compromiso en la lengua. El japonés proporciona un bello ejemplo de esto: esta lengua no contiene los fonemas “ra” y “ la”, a diferen­cia de lenguas occidentales com o el inglés o el francés8. De modo que los japone­ses adultos difícilmente distinguen estas sonoridades. Hecho mayor: no solamente no las han aprendido, sino que no pueden escucharlas. Los japoneses no solamente aprenden ciertos fonemas excluyendo otros, sino que, sobre todo, las áreas percep­tivas y fonatorias de los sonidos faltantes involucionan. Ellos ya no pueden pronun­ciar activamente ciertos fonemas, porque las áreas corticales sensoriales concernidas

5. Esta necesidad de la interactividad fue demostrada por R. Held en el Massachussets Institute of Technology, gracias a la desconexión viso-motriz de gatos jóvenes que podían ver normalmente a su alrededor, a excepción de sus patas (basta con colocarles alrededor del cuello una especie de prenda en forma de embudo). Estos animales no pudieron adquirir una coordinación viso-mo­triz normal. El acto coordina la intención motriz y el control visual. El cerebro se desarrolla con la condición de esta interacción con el medio exterior.

(i. Véase J.-P. Changeux y A. Danchin, “Selective Stabilization of Developing Synapses as a Mecha- nism for the Specification of Neuronal Networks”, op. al.

7. Véase M. Piatelli-Palmarini, “Evolution, Selection and Cognition: from ‘Learning’ to Parameter Setting in Biology and in the Study of Language”, Cognition, 31, 1989, p. I 44.

8. | No es el caso del español con el fonema “ra”, que comparte con el japonés. Por ejemplo: haraki-ri. N. de los T.j

IK

fueron reabsorbidas pasivamente. En cambio, inmersos en otro contexto lingüísti i o, los niños de pecho japoneses de dos o tres meses reproducen fácilmente dichos lonemas, como sus jóvenes amigos occidentales.

I ojos de ser innata, la razón de existir de la neurona se encuentra fuera del cuerpo. Se dirá que la función crea el órgano. Esta observación, en apariencia banal, no debe ocultar su alcance: no se trata de una función fisiológica, sino de una función relativa al lenguaje, extracorporal. El sonido posee una materialidad que tiene la misma efi­cacia que la actividad para un músculo. Sin embargo, las modalidades de esta efica­cia difieren totalmente. Cuando una función crea un órgano (por ejemplo, un mús­culo que se atrofia o se hipertrofia según su utilización), un trabajo mecánico va del cuerpo al cuerpo. En el desgaste vocal, por el contrario, la materialidad de los sonidos tiene efecto sobre las neuronas:9 pareciera como si el lenguaje instrumentase los ner vios y los hiciese prosperar en el mismo sentido que el ejercicio expande la muscula- i ión. Si se hace esta comparación, se debe considerar que las neuronas se comportan como músculos con los sonidos de la lengua. No sobreviven si no hacen su ejercicio con el peso de las palabras: fracasan por más que estén perfectamente “alimentadas” e insertas en la anatomía (y siempre que no sufran ninguna lesión).

Finalmente, en lo que concierne al lenguaje, el desgaste de ciertas neuronas es tri­butario de una condición suplementaria. Comparado con otros fenómenos de des­gaste, el problema se eleva a la segunda potencia cuando se trata del habla. El soni- ilo de las palabras comporta -al igual que la visión- una cara sensorial cuyo ejerci­cio desarrolla la red sináptica concernida. Pero esta percepción sonora sólo adquie­re una significación gracias a un intercambio con el entorno, que reconoce el senti­do de las palabras empleadas (sin relación con su sonoridad). En el aprendizaje de una lengua, lo que cuenta es el valor del intercambio de los sonidos, y en este res­pecto el modo de interactividad entre el sujeto que aprende y el que enseña impide emplear el término de “auto-organización” : los sonidos útiles son, sin duda, selec­cionados en función de las capacidades de la audición, al igual que para el modelo de la actividad muscular. Pero la significación de los sonidos depende de un sentido ilado por una instancia exterior: ella rompe el modelo organicista de la auto-orga­nización. Esta ruptura de la autarquía organizacional se distingue del modelo mus­cular. El organicismo no puede dar cuenta del modelado de la neurona, porque las únicas sonoridades eficaces son aquellas que significan algo para el Otro."’

9. El lenguaje pone bajo presión el crecimiento del organismo, para parafrasear lo que lacques Mo nod describe en Le Hasard el la Nécessité: “La presión intensa de selección que debía empujar al desarrollo del poder de estimulación y del lenguaje que explícita sus operaciones”.

10. El concepto de Otro define el conjunto de las determinaciones que ayudan al nacimiento de un sujeto. Subsume el deseo de la madre y del padre, pero también las relaciones de esta mujer y este hombre con sus propios padres. Es una noción transgeneracional que será más explicitada en las siguientes páginas.

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Sin haberlo buscado, las neurociencias muestran que no solamente el lenguaje posee una materialidad sonora (la física ya lo había probado), sino que además en­gendra y alimenta el crecimiento de ciertos conjuntos de neuronas que, sin la mú­sica verbal, fracasarían. Puede deducirse que, si no se habla a un niño en absoluto, el desgaste es global: se deteriora. Hasta la aparición del hombre, los sistemas de in­formación fueron innatos. A partir del hombre, el sistema de información que ac­tualiza a los otros viene del exterior. En adelante, es innato que no sea innato. ¿Acaso existe un alegato más convincente a favor de la materialidad del lenguaje? Las pala­bras parecieran pertenecer a un dominio “espiritual”. ¡Pero no! Ellas comienzan por construir estas neuronas, más tarde irremplazables para la identificación, los apren­dizajes y el desarrollo del cuerpo humano.

C a p ít u l o 2

La sobrem aduración nerviosa y la herencia filogenética

I.A p r e m a t u r a c ió n , s im é t r ic a d e u n a s o b r e m a d u r a c ió n

Al nacer, el sistema nervioso humano está inacabado. La vaina de nervios (la mielinización de los axones) aún va a desarrollarse durante varios meses. Este de­lecto acarrea cierto grado de incoordinación motriz.1 La mielinogénesis cortical no se completa antes de la edad de los cinco años, prosiguiendo luego durante décadas. Este retardo neurológico distingue al ser humano de casi todos los animales, funcio­nales desde sus primeros días.2 A esta maduración incompleta se añaden la incapa­cidad para andar y una proporción relativa de la cabeza y los miembros que impide la autonomía. Estas características imponen la idea de una “prematuración” del ser humano. Pero este término escamotea otra desproporción: el sistema nervioso del hombre está sobredimensionado en relación a sus necesidades fisiológicas. Desde luego, se necesitarán varios meses para acabar el enfundado de las neuronas, y aún muchos otros antes de adquirir una autonomía motriz. Pero estos hechos cuentan menos que la sobredimensión del sistema nervioso.

A la prematuración fisiológica corresponde una sobremaduración neurológica, notable a primera vista: basta con atender a las proporciones de un niño de pecho para comprender que el tamaño de su cerebro no corresponde a la de su organismo. A esta desarmonía corresponde una desproporción del material presente, ya que los

I. Una vez constituido, este enfundado será interrumpido en intervalos regulares por los nudos de Ranvier, particularidad que acelera la propagación del influjo nervioso.Los pandas, por ejemplo, son una excepción a esta regla.

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I iPUARD l'< íM M II K

conjuntos de neuronas disponibles al nacer exceden por mucho las que serán em­pleadas. El excedente desaparecerá. La exuberancia frondosa de conexiones se vol­verá rala, como si la humanización la desbrozara. La existencia de órganos motores aún inactivos, cuyo funcionamiento habría que prever, no explica la importancia extraordinaria de esta masa nerviosa dispuesta a ser empleada. Ocurre más bien lo contrario, ¡el cuerpo humano no es muy competente! Las capacidades de integra­ción neurológica sobrepasan las aptitudes fisiológicas. Por ser “orgánico”, este exceso no corresponde a futuras funciones orgánicas: queda a la espera de lo que va a venir a activarlo desde el exterior. La sobrepoblación de neuronas llama a una conexión hacia fuera sin la cual fracasa. El lenguaje actualiza este exceso cuantitativo.

La sobremaduración corresponde a una inversión de la distribución de informa­ción entre el interior y el exterior: sin su conexión externa, el organismo no sobrevive a la degeneración de este excedente aparente. Para disponer de una metáfora adapta­da a esta particularidad humana, sería necesario trastocar el concepto de neotenia.’ Según la tesis neoténica, el hombre no sería más que un chimpancé muy disminuido: las neuronas de este fracasado habrían trabajado por cuatro para subsanar su retar­do. La debilidad (y no el lenguaje) sería entonces la causa de la humanización. ¡Pero ocurre todo lo contrario! Es de sobremaduración que conviene hablar. ¡La neotenia quiere dar cuenta de la necesidad de una adaptación a causa de una fragilidad, mien­tras que la sobredimensión neurológica potencia un progreso constante!

Puede considerarse el lugar del sistema nervioso de los humanos en la escala de los seres vivientes desde el punto de vista de su incremento cuantitativo.4 También puede notarse que el porcentaje del volumen del cerebro humano se multiplica por cuatro en el transcurso de su crecimiento. Pero, si uno se contenta con evaluar estos datos, se oblitera lo más importante: en el hombre, las nueve décimas partes de las conexiones no están aún instauradas cuando viene al mundo. La sobremaduración es innata, pero las conexiones sinápticas no lo son. No solamente una sobremadura­ción espera ser valorizada, sino que además sus enormes potencialidades no progra­man ninguna actividad precisa. Su devenir depende de la cultura que la potencia.’

La hominización del cerebro no resulta de un simple incremento cuantitativo, como si cien mil millones de neuronas hiciesen la diferencia con los monos. En efec­to, esta superioridad solamente depende de una reducida diferencia genética (entre el hombre y el chimpancé, el 2% del conjunto del genoma). En realidad, esta dife-

3. 1.a tesis neoténica sostenida por líe Beer postula una prematuración del ser humano: éste no po dría sobrevivir sin unos esfuerzos de adaptación inmensos que finalmente asegurarían su supe­rioridad.

4. A! nacer, el cerebro de un macaco representa el 65% de su tamaño adulto. Esta proporción dis­minuye a 40% en el chimpancé, 30% en el australopiteco, y, finalmente, 23°/» en el hombre.

5. Los aprendizajes no corresponden a la "epigénesis”, término que los neurofisiólogos prefieren em­plear. Este término tiene el inconveniente de emparejarse con los genes, los cuales (listamente notienen ninguna relación con este proceso.

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C o m o l a s n k d k o c i k n c i a s d u m u k s t i i a n i;i p s ic o a n á l is i s

inicia cuantitativa sólo se vuelve funcional con la condición de una diferencia cua- litativa previa: un nuevo sistema de información que genera enseguida un aumen­to de la masa neuronal, con sus localizaciones hemisféricas disimétricas y un cór lex prefrontal sobredimensionado. A esta diferencia macroscópica se añaden distin- t iones a nivel celular. Por ejemplo, las células piramidales" son más numerosas en el neo-córtex humano, y sobre todo presentan la particularidad de asociarse según i onexiones córtico-corticales. El número de fibras que se proyectan hacia los estra­t o s subcorticales es mucho menor. Este tipo de conexión lateral, necesaria para el ti atamiento de la información, refleja la importancia de las relaciones significantes humanas, que forman un mundo por sí solas. El córtex asociativo representa cer- úi del 90% del córtex humano. Para una información proveniente del exterior, una carpeta de información córtico-cortical nueve veces más voluminoso está abierta y, en estas condiciones, la realidad psíquica prevalece sobre lo real. Las conexiones de esta “ neo-realidad” con el mundo “real” se vuelven en cierto modo secundarias, y asintóticas. Las informaciones de las interconexiones de la superficie poseen un gradiente de verdad superior a aquellas que vienen de las aferencias subcorticales del otro mundo “real”.7 La diferencia cualitativa que distingue al hombre del animal no se encuentra en el cuerpo en sí mismo, y el “psiquismo” se apoya primero sobre esta diferencia. Por “psiquismo” se entiende, en principio, la inmensidad del mun­do onírico de los bebés de pecho, que sueñan muchas horas por día. No consagran lo esencial de sus vidas a la percepción, sino a su mundo privado. Este psiquismo de icpresentaciones-cosa será relevado por las representaciones-palabra del lenguaje.

El sistema nervioso central del ser humano está sobredimensionado en relación ,il organismo, porque de antemano está provisto de una función que no es ni mo­lí i/ ni sensitiva: la del lenguaje. En efecto, la masa neuronal supernumeraria no tie­ne un programa preestablecido. La gimnástica impuesta por la construcción sig­nificante, y sobre todo los aprendizajes que dirige, utilizan una sobremaduración enorme no contactada que deja el campo libre no sólo a la capacidad de compren­der y de hablar, sino a la de obrar en consecuencia. El ser humano hereda una can- lidad supernumeraria de neuronas no conectadas, y esto con anticipación al inves­timiento en sistema de comunicación que las adquisiciones relativas al lenguaje y s u s consecuencias van a provocar.

Última característica fisiológica de la sobremaduración: el incremento de co­nexiones. Los músculos estriados se incrementan en proporción al ejercicio, pero

(i Las células piramidales, que deben su nombre a su forma característica, está ubicadas en la su­perficie del cerebro. Ramón y Cajal las denominó “células psíquicas”, demostrando una intuición sorprendente.

7, Por ejemplo, tuvieron que pasar milenios para que el hombre concediera que el universo no esta­ba animado por Espíritus. Por otra parte, no es seguro que se haya liberado de esta creencia ver­daderamente.

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C iF.KAKI) F O M M I IU

sus conexiones permanecen inmutables. El sistema nervioso también crece en fun­ción de un trabajo suplementario, pero además posee una cualidad única: el núme­ro de sus conexiones se incrementa, y esto no importa a qué edad de la vida. Las ca­pacidades fisiológicas pueden aumentar cuantitativamente, mientras que las capa­cidades neurológicas pueden incrementarse no solamente cuantitativamente, sino también cualitativamente.

F l e x ib il id a d y c r e c im ie n t o , c u a l id a d e s de la s o b r e m a d u r a c ió n

La hipótesis de una sobremaduración requiere tres condiciones: que el siste­ma nervioso no esté conectado al nacer, que pueda incrementarse en el transcur­so de la existencia, y que este aumento sea transmisible. Las investigaciones actua­les muestran una gran plasticidad del sistema nervioso, que no se compara con el crecimiento relativamente programado de los otros tejidos. Único en su género, el tejido neuronal se modifica durante toda la vida. La flexibilidad del tejido nervio­so en el transcurso de la vida embrionaria es conocida mejor hoy en día.8 El siste­ma nervioso crece a petición.

En el pasado, el sistema nervioso tuvo una reputación de rigidez: se pensaba que una neurona destruida no se reemplazaba, que al cableado le faltaba flexibilidad y que la degeneración comenzaba muy pronto. ¡No ocurre nada de eso! En realidad, nuevas neuronas aparecen mucho después del nacimiento, en particular en las áreas cruciales para el aprendizaje y la memoria. La hipótesis de un cerebro adulto sin neurogénesis y presa de una degeneración constante ya no es pertinente.9 Contra­riamente a su reputación de inmutabilidad, y según Alain Prochiantz:10 “Todos los días se desarrollan nuevas fibras nerviosas, se deshacen sinapsis y se forman otras

8. La diferenciación de los embriones se lleva a cabo a partir de puntos organizadores: cuando las cé­lulas inician una especialización, sus vecinas buscan imitarlas. Lo mismo sucede en las mini-redes de neuronas: cuando un acontecimiento confiere a una de ellas la arquitectura de cierta función, la mini-red vecina la copia, de modo que se constituye un conjunto de neuronas con una funcio­nalidad determinada. Este mecanismo de inducción neural, puesto en evidencia en 1930 por Hans Spemann, es activado por un neurotransmisor químico, por un simple contacto. También se desta­ca, durante el desarrollo embrionario, el fenómeno de muerte neuronal: del 10 al 80% de las neu­ronas mueren, según las regiones, en el transcurso de la embriogénesis cerebral. Esta muerte de las neuronas resultaría de una selección epigenética. Durante el desarrollo del embrión, los efec­tos de la inducción son reversibles por algún tiempo, luego se vuelven irreversibles.

9. Véase I. Rosenfield, Ülnvention de la métnoire, Paris, Flammarion, 1994. Esta flexibilidad fue estu­diada primero en los animales. Robert Sperry, conocido especialmente por sus trabajos sobre el split brain, trabajó antes sobre la plasticidad del sistema nervioso, más grande que la de los otros tejidos: por ejemplo, experimentó las transferencias de aprendizaje de un lado al otro del cere­bro de los peces, o las duplicaciones de los sistemas mnésicos en los gatos y los monos.

10. La Construction da cerveau, op. en.

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C ó m o i a s n i í u r o c i i -.n c .i a s d k m u h s t k a n i i p s i c o a n á l i s i s

nuevas”. Asimismo: “ ( ...) algunos factores de crecimiento que aseguran la madu tación de neuronas siguen estando presentes en el organismo adulto igualmente, ilondc están implicados en el mantenimiento y la plasticidad del sistema nervioso” 1'I sle autor observa también que: “ En sus detalles, el desarrollo cerebral no obedece .i ningún automatismo, a ninguna fatalidad (más que a la del ambiente sensorial, •i lectivo o cultural)”. Hoy en día, las imágenes de diagnóstico médico muestran una neurona viva y más plástica que cualquier otra célula, y áreas cerebrales de la ma- yor plasticidad. El cerebro se modifica permanentemente bajo el efecto de las exci- Itu iones recibidas.12

(Cuando algunos niños sufren de algunas anomalías congénitas, si la función de- lu lente se vuelve efectiva después de una operación, el área cortical correspondien le crece en el cerebro. Por ejemplo, los niños que sufren de sindactilia nacen con los dedos empalmados. Cuando estas malformaciones son operadas, las manos reco- | >■ ,in su funcionalidad y los territorios corticales se desarrollan en algunas semanas en los sitios aferentes de los diferentes dedos. Las imágenes de diagnóstico médico muestran, en promedio veinticuatro horas después de la operación, una distinción metical de las representaciones del pulgar y el índice.13

A medida que se acumulan más experiencias, más se comprueba que, en la pri­mera infancia, pareciera como si no existiese ninguna distribución innata de las ,u cas cerebrales: ellas son utilizadas por la primera función que las ocupe. Más aún, l.is zonas corticales del adulto ya no están más reservadas estrictamente: las neuro- n.is pueden reconectarse según las circunstancias, modificar sus funciones e inter- i .nublarlas.14 Se pueden observar resultados incluso luego del condicionamiento de un,) sola neurona.15 A la plasticidad del sistema nervioso, confirmada a partir de los li.ibajos de Eric Kandel, recientemente premio Nobel de medicina, se añade una p.u licularidad excepcional de este tejido. Al contrario de los otros sistemas, el apa- i ,iio nervioso conserva las capacidades de desarrollo del embrión a lo largo de toda

II Ibiil., p. 67.I Pu r a efectuar el misino gesto mental, dos individuos apelan a conjuntos de neuronas diferentes.

I )e la misma manera, un individuo no recurre a los mismos grupos de neuronas según las épocas de su vida. Las actividades ejercidas modifican la estructura del cerebro, que presenta una gran variabilidad y una plasticidad intensa.

I V Véase B. Renault, L. Carnero, “L’exploration du cortex par son activité électromagnétique”, Pourla si ience, 302, décembre 2002.

II I II {uman Brain Project del Nacional Institute of Mental Health (Estados Unidos) se propone es­tablecer un mapa del cerebro a partir de las investigaciones de H. Eox, profesor de neurología en el I le.ilth Science Center de la universidad de Texas, y de Jack L. Lancaster, responsable del diagnósti- in por imágenes biomédico del Research Imaging Center of San Antonio, todavía inacabada, esta . .litografía ya muestra que cada uno posee su propio cerebro, que no se parece ni siquiera al de su hermano, aunque fuese un verdadero gemelo. Los cerebros humanos difieren desde el nacimten lo, mucho más que el rostro o las huellas digitales, y sus divergencias se acentúan con la edad.

11 Véase especialmente J. C. Eccles, Évolution du cerveau et création de la conscience, Paris, Fayard, 1992.

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< ll KAKI * IJIIM M II K

la vida.1" Múltiples experimentos muestran que el medio y los aprendizajes modi­fican las neuronas. Varios equipos de neurofisiólogos constataron que, cuando los ratones son sometidos a ciertos ejercicios, esta gimnástica conlleva una madura­ción de las capacidades neuronales correspondientes, y sobre todo un incremento del número de células.17

¿Es T R A N SM IS IB LE EL IN C R E M E N T O N EU RO N A L?

Un último problema permanece irresuelto: ¿se transmite el incremento de las ad­quisiciones neuronales a la generación siguiente? La herencia de los excedentes no fue probada aún. Pero, ¿acaso no existen fuertes presunciones de ella? Si se conside­ra a los humanos después de un siglo, su tamaño y su peso se incrementan regular­mente de una generación a la otra, y esta progresión se transmite (yo soy más gran­de que mi padre, y más pequeño que mi hijo). ¿Por qué no ocurriría lo mismo con el tejido nervioso, por lo demás tan flexible y adaptable cualitativamente y en sus co­nexiones? Tal argumento no supone una modificación genética: simplemente pone al tejido nervioso a la altura de lo que se espera de él. El fenómeno de desgaste hace pensar que el incremento cuantitativo del sistema nervioso se transmite. Si al nacer existen células que podrían ser utilizadas, y que se deterioran si 1 1 0 lo son, es porque son heredadas de generaciones anteriores que han legado esa reserva supernumera­ria. El desgaste demuestra que el incremento cuantitativo de la reserva neuronal se transmite hereditariamente. Cada generación hereda un material neurológico pro­porcionalmente más importante que sus capacidades fisiológicas en conjunto, las cuales no tienen que responder por este incremento y permanecen inmutables.

Nacemos más grandes que aquello nos volvemos. El cerebro del niño de pecho se prepara para eventualidades que nunca se presentarán. ¿Por qué tal exceso de neu-

16. “Una de las grandes innovaciones de los vertebrados es haber conservado un sistema nervioso embrionario en el adulto”. Así, la epigénesis ( ...) es 1111 proceso de adaptación que prosigue du­rante toda la vida” (Alain Prochiantz, “I.e développement et l’évolution du systéme nerveux”, in Y. Michaux (dir.), Le Cerveau, le langage, le sens, Paris, Odile Jacob, 2002, p. 33). “El desarrollo embrionario prosigue, pues, en forma silenciosa en el adulto por la generación de nuevas células raíces que migrarán, se diferenciarán y se insertarán en las nuevas redes neuronales, desde el na­cimiento hasta la muerte” llbui., p. 35).

17. Véase el artículo de N. Toni el al. (“LTP Promotes Formation of Múltiple Spine Synapses Bet ween a Single Axon Terminal and a Dendrite”, Nalure, 402, 1999, p. 421-425), que va más lejos que los trabajos ya conocidos del equipo de Dominique Muller (Génova). Algunas neuronas de rata hiperest i muladas presentan una red mucho más rica y enmarañada que la de una rata poco estimulada. Una enzima, la CAM-Kinasa, es activada a nivel de lassinapsis durante potencializaciones a largo plazo. Implica la duplicación de las sinapsis de algunas neuronas, un incremento de su numero y una complejización de sus enmarañamientos. F.stas experiencias realizadas con ratones muestran un incremento neuronal.

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C o m o i ,a s n is u r o c ii ín c ia s u k m u k s t k a n w k s ic o a n a i is is

roñas? Quizá porque los aprendizajes, los ejercicios concretos de inteligencia y la so- Itic ion de nuevos problemas no son los únicos que engendran una proliferación si- uaplica y el nacimiento de nuevas conexiones. Quizá la actividad onírica desembo- 1 . 1 en el mismo resultado: después de todo, los sueños son una experiencia, al igual que los aprendizajes. ¿Por qué no engendrarían ellos también una proliferación de .1 sones? Así, se comprendería por qué los conjuntos de neuronas poseen tal exce­dente al nacer, como si los millares de sueños que son los exploradores de una vida también hubiesen engendrado su propia proliferación neuronal, su jungla de den- di ilas y conexiones. Sobre la pantalla en blanco de sus neuronas, cada hombre debe hacer sus propios sueños.

¿( TAI ES EL APARATO DE LA HERENCIA FILOGFNETICA?

Si la proliferación de la masa neuronal se transmite, termina representando una herencia Jilogenética, porque, ¿cómo comprender de otro modo el nacimiento de un m i humano provisto de un sistema nervioso central sobredimensionado en relación a las capacidades de su cuerpo? Cuando, en Moisés y la religión m onoteísta , Preud evoca una herencia filogenética, escribe: “La subrogación simbólica de un asunto por otro - lo mismo vale en el caso de los desempeños— es cosa corriente, por asi decir natural, en todos nuestros niños. No podemos pesquisarles cómo la aprendieron, y en muchos casos tenemos que admitir que un aprendizaje fue imposible."1 ¿Cómo 1 omprender esta explicación por la “ filogénesis”, a la que Freud hubo recurrido con liecuencia para dar cuenta de ciertos aspectos de la transmisión cultural?

¿Qué índices se poseen de este “ tesoro filogenético”, sino esta masa de neuronas supernumerarias que exceden las necesidades fisiológicas? Pero, para que estas neu- 1 unas tomen vida y se animen, es necesario que escuchen la música de las frases: bas­ta con que los niños balbuceen y comiencen a jugar con los sonidos para que ense­guida se orienten en la arquitectura sintáctica interna de la herencia cultural, que hace proliferar este paquete de nervios y esta maleza de axones en barbecho. De esto se deduce que el “ tesoro filogenético” es incomprensible si se consideran únicamen-

18 S. Freud, “Moisés y la religión monoteísta”, en Obras completas, Buenos Aires, Amorroriu, vol. XXIV, 1988. Asimismo: “Entretanto, la investigación analítica arrojó algunos resultados que nos dan que pensar. Tenemos, en primer término, la universalidad del simbolismo del lenguaje". Igual­mente, se lee en la misma página: “Además, el simbolismo se abre paso por encima de la diversidad de las lenguas; si se emprendieran indagaciones, probablemente su resultado seria que es ubicuo, el mismo en todos los pueblos. Al parecer, pues, estaríamos frente a un caso seguro de herencia arcaica, del tiempo en que se desarrolló el lenguaje. Sin embargo, se podria ensayar otra explica ción. En efecto, acaso alguien diría que se trata de unos vínculos cognitivos entre representacio­nes, establecidos durante el desarrollo histórico del lenguaje, y que ahora no podrían menos que ser repetidos cada vez que un individuo recorre su desarrollo lingüístico”.

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GP.UARD PoM M IflI

te las neuronas o el lenguaje. Es necesario relacionar estas dos mitades, la una con la otra. F,1 excedente de neuronas es actualizado por la gramática, los símbolos y las palabras que moldean. Este bagaje relativo al lenguaje parece encontrarse en el exte­rior, com o una especie de bolsa de herramientas que hay que recoger y utilizar. Pero recogerla implica hacer de ella una parte del cuerpo, porque de inmediato toma po­sesión de los axones supernumerarios, a los que considera como su hogar.

Desde el nacimiento, esta herencia no se enrosca sobre la espiral de un cromo­soma, porque no es pasiva. ¡Basta con ver crecer un niño para constatar que el pe­queño diablo no está hecho de aquélla cera blanda y maleable, tan cara a Locke y Condillac! No, el diablillo se desenvuelve activamente, ¡con otra cosa que aquello que se le enseña! Desde el comienzo, posee un material propio: la brújula y el sex­tante, pero también el timón, las velas y todo lo necesario para que la embarcación avance, incluso con viento en contra, con tal que sople. Con tal que sople el habla. Esta herencia filogenética da más de lo que cualquiera pueda gastar. Es más gran­de que el legado de cada cultura, porque el bosque de axones en espera podría re­cibir todas las lenguas sin excepción. Un niño de pecho ama a la humanidad en­tera. El acto ligero que gramaticaliza la música vocal transforma la materia sono­ra inerte en un instrumento de conquista del mundo. Quien haya sabido dominar bien pronto una cosa tan salvaje como la voz, igualmente sabrá domesticar el mun­do que esta voz nombra.

ÍNDICES DE LA HERENCIA FILOGENÉTICA

Si existe una transmisión filogenética, debe encontrarse su marca en dos pun­tos: por una parte, del lado del sistema nervioso, como lo muestra la sobremadu­ración. Y, por otra parte, en la lengua misma. Una memoria filogenética, ¿se trans­mite al mismo tiempo que la sintaxis, que ordena las palabras en frases? El estudio comparado de gramáticas verificó la hipótesis de los gramáticos de Port-Royal, ami­gos de Descartes: las reglas de la sintaxis son universales y, a la vez, atemporales. En este sentido, la gramática no lleva la marca de la herencia filogenética de un pueblo en particular, sino que vale para todos los seres hablantes. En la vida de una lengua, sin embargo, se puede notar una simplificación de las reglas que, en sus principios, permanecen idénticas. Por ejemplo, se destaca la mayor complejidad gramatical de las lenguas antiguas y de las lenguas “madres”, que se simplifican a medida que en­gendran nuevos dialectos. No se trata de una especie de degeneración de la lengua, dado que se aplican las mismas reglas, aunque de manera flexibilizada.

Esta simplificación puede ponerse en paralelo con una evolución religiosa que, de manera universal, conduce desde el animismo al totemismo, y del totemismo al

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C o m o l a s n k u k o c ii ín c ia s i il m u k s t u a n u i, p s ic o a n á l is is

monoteísmo. El animismo de las múltiples religiones individuales se simplifica cuan­do reagrupa un número más grande de familias, de clanes, de tribus, y se globaliza más aún cuando las religiones pretenden hablar en nombre de la humanidad ente- i ,i I os exorcismos y los ritos privados se simplifican en este trayecto. Ahora bien, existe una relación entre los usos religiosos y los modos de hablar. Existen reglas y lubúes que presiden lo que se dice y lo que no se dice.

I a relación entre las reglas del totemismo y el uso de la lengua aún se observa en algunas tribus amazónicas. Cuando el jefe muere, no se deben pronunciar palabras que evoquen su tótem durante cierto tiempo. Así, la lengua es modificada por los liaumatismos psíquicos de los que guarda memoria. Estas modificaciones lingüís- licas se regulan al mismo tiempo que las prescripciones relativas a los intercambios matrimoniales.19 Así, la estructura de la lengua se encuentra regida al mismo tiempo por los ritos mortuorios y matrimoniales, que se vuelven complejos en pocas gene- i ai iones. Esta estructura se simplifica conforme a la evolución de las leyes del tote­mismo, y aún más cuando evoluciona del totemismo al monoteísmo.

lomemos otro ejemplo, relativo a la transmisión de un estilo. Los sinólogos y los especialistas en literatura china señalaron una característica de la retórica chi­na: el uso de la “vía indirecta”.20 Conviene no evocar directamente aquello de lo que se quiere hablar, sino emplear ciertas fórmulas, metáforas y digresiones destinadas ,i decir sin decir. Por supuesto, lo propio del habla es permanecer aproximativa y acumular rodeos para describir un objeto. Pero los letrados chinos empujaron este arte más lejos que cualquier otra civilización, hasta el punto de que una novela a veces concluye dando la impresión de que aún no ha comenzado. Este estilo espe- i lal afecta por igual a la realización del caligrama chino, conciso e inmutable desde hace milenios. Quizá haya que atribuir a la naturaleza de la escritura china este gus­to por la “vía indirecta” y el rodeo: el caligrama, contrariamente a la escritura alfa­bética, conserva una potencialidad pictórica y, en consecuencia, pulsional, que exi­ge tener cuidado y usarla únicamente con precaución (ocurre lo mismo con los je­roglíficos egipcios, cuyo uso se exigía en toda clase de rituales).21 El gesto que traza la letra adquiere por sí mismo un valor de encantamiento. El estilo traduce silencio­samente una determinada relación con el mundo.

Para concluir, se evocarán algunos ejemplos donde la marca de la historia es le­gible en el habla. Algunas lenguas llevan marcas directas de violencias sufridas por

19. Véase L’Anihropologie structurale (Paris, Plon, 1958), de Claude Lévi-Strauss, donde se describen las leyes puntillosas que presidían, hasta hace poco aún, el intercambio de mujeres en esas tribus.

¿0. Véase R. Lanselle,“Sur le mode de l’indirect: d’un art chinois de la lecture”, in T. Marchaisse (éd.), Dépayser la pensée. Dialogues hétérotopiques avec Franfois lullien sur son usage philosophique de la Chine, Paris, Les Empécheurs de penser en rond, 2003, p. 171-210.

21. El escriba, que era parte de la jerarquía religiosa, debía librarse a toda clase de actos propiciato­rios antes de escribir. El ka (“espíritu” ) de algunos letrados demandaba, en efecto, precaucio­nes particulares.

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el pueblo que las habla, y estos monumentos traumáticos influyen en su cultura. Las grandes migraciones de poblaciones de los siglos pasados significaron impactos psíquicos para aquellos que dejaban su país, aún cuando lo hacían con un espíritu de conquista. En Quebec, e incluso hoy en día en Luisiana, el francés ha conserva­do la forma del siglo XVIII, fijado por el abandono de la madre patria. En los Esta­dos Unidos, muchas comunidades de Nueva Inglaterra continúan no solamente ha­blando la lengua del exilio, sino también llevando las vestimentas y plegándose a las costumbres de aquellos tiempos, como si todo se hubiese detenido con el desarrai­go. Los españoles que colonizaron América del Sur aún hablan, en algunos países, la lengua del exilio. Muchos giros lingüísticos, com o el empleo de vos (para decir tú), todavía prevalecen en Argentina, como en el siglo XVIII. En este mismo país, una in­terpelación afectuosa: Che, que corresponde al tú (en el caso de “Pues dime, tú . .. ”), es de uso corriente.22 ¿De dónde proviene? Era utilizada para decir tú por los indios guaraníes que habitaban la Argentina antes de la llegada de los inmigrantes. Fueron vencidos, sino completamente exterminados. La interpelación afectuosa Che evoca el tiempo detenido de la masacre. Los españoles matan a los guaraníes y luego di­cen tú del mismo modo que ellos. El lugar del origen, conquistado sobre el enemi­go, permaneció como el de la mayor familiaridad: la del tuteo.

En la España de Isabel la Católica, la expulsión violenta de los judíos y de los mu­sulmanes fue acompañada por muchas fijaciones lingüísticas. Los judíos sefardíes, en exilio en el contorno del Mediterráneo, continúan, aún hoy, hablando en ladino, una lengua castellana conforme a la de aquella época. En la misma época, mientras que a fuerza de armas los moros eran cazados en España, la lengua castellana inte­gró sonoridades verbales tomadas del enemigo. El dulce sonido [j] se transformó en una especie de [r] gutural, la jota, que debe mucho a una sonoridad arábiga. La lengua de estos ocupantes musulmanes, que finalmente habían gobernado con to lerancia durante mucho siglos una gran civilización “judeo-islamo-cristiana”, deja­ba así la marca del vencido en el castellano. De manera significativa, el latino de los sefardíes no pronuncia la jota, dado que el exilio de los judíos antecedió a la inte­gración de esta sonoridad al castellano. Sin duda, estos pocos ejemplos son simple­mente alusivos. No obstante, indican que una lengua transporta la historia de quie­nes la hablan, como el testimonio ciego de sus traumatismos.

22. Ella sirvió de sobrenombre al argentino “Che” Guevara.

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C apítu lo 3

¿Hay un piloto en el avión? El sujeto de los aprendizajes

I >1 I.A IMITACIÓN A LA IDENTIFICACIÓN

El niño de pecho imita ciertas mímicas de los adultos: es al otro a quien ve an­tes que a sí mismo.1 Quizá esta imitación ya da forma al organismo en alguna me­dula.2 Más tarde, cuando comienza a jugar con los sonidos, el niño los articula si­guiendo los movimientos del rostro familiar que le habla y que ya sabe imitar. Bal­buceará tanto más rápido si se balbucea y se canturrea con él. Al principio, los pri­meros balbuceos no designan ningún objeto en particular, y su significación es sola­mente la de una expresividad que acompaña la presencia de alguien. Antes de enun- i lar frases comprensibles, un niño pronuncia pseudo-frases que no quieren decir nada. ¿Para qué sirven? Ponen en acto lo que es primero, es decir, el sujeto de una enunciación (independientemente de lo que signifique). Mientras que la significa- i ion de las palabras le es incierta, el niño hace como si hablara. La imitación sirve de rampa de lanzamiento. Pero, al imitar fielmente, el acto elocutivo va más lejos y traiciona lo que imita. Se desdobla bruscamente, porque de repente la voz permite hacer mucho más que imitar. Un rostro que imita al otro lo duplica, y eso es todo. Pero, cuando una voz imita la melodía de una voz, sabe fabricar enseguida una me­lodía que ya no es imitativa. El imitador se embarca en su propia máquina vocal: el

1. 1 lenri Wallon considera que ciertos actos “primeros” no corresponden a ningún aprendizaje: es lo que sucede con el hecho de chupar, de seguir un objeto con mirada, de acercar la mano a este objeto o incluso de imitar las mímicas de un adulto. Pero en este conjunto de hechos verificables, existe una profunda heterogeneidad: el acto de imitar aliena en primer lugar al niño de pecho al deseo del Otro. ;EI resto se sigue!

2, A veces sucede que los niños adoptados se parecen mucho a sus padres adoptivos.

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sujeto acaba de despegar. Su nacimiento procede de una gramaticalidad autentifica­da por la persona a la que “ habla” : ningún niño balbucea espontáneamente. Cuan­do balbucea, su madre puede responder “sí” a lo que él chapurrea, aunque este con­junto sonoro todavía sea incomprensible.3

El adulto da al niño su lugar al asegurarle que escucha lo que dice. El niño es re­conocido como sujeto de sus vocalizaciones por el adulto que lo escucha y le res­ponde, como si su chapurreo quisiese decir algo. A cambio de este reconocimien­to, el niño acepta los sentidos que el adulto da a los sonidos de la lengua. A cam­bio de este don, que es menos un segundo nacimiento que el nacimiento subjetivo propiamente dicho, el niño se interesa por lo que se espera de él. Una vez recono­cido en este lugar, el niño se asemeja y cumple con alegría lo que se le pide. ¿Cómo rechazaría estos pedidos, cuando acaba de recibir el don inestimable de su propia subjetividad?

En primer lugar, el niño utiliza la lengua consigo mismo. Las sonoridades son las primeras cosas que toma (como si las agarrase con las manos), que manipula y con las que puede jugar. Vocalizadas, estas cosas sonoras son las primeras en caerles en las manos al sujeto, y “manufacturadas” de ese modo, a partir de allí ya no son más que representaciones-cosa, cuya primera función habrá sido el nacimiento del sujeto. Nuestra primera lengua de fondo, estrictamente privada, se establece gracias este chapurreo de puro dominio. En principio, hablamos un lenguaje de “represen­taciones-cosa” : son las sensaciones pulsionales que memorizamos, que asociamos con otras sensaciones pulsionales pasadas. Y, en la medida en que nuestro dominio de este universo sonoro es reconocido, aceptamos, en función de esta deuda, inter­cambiar nuestras representaciones-cosa por representaciones-palabra del Otro. Así, esta lengua, maternal y extranjera, se vuelve la nuestra. Pero -n o tan locos- no por eso abandonamos nuestra lengua propia: continuamos hablando sólo para noso­tros esa lengua privada de representaciones-cosa, en el secreto de la represión. Es la lengua utilizada en los sueños, en la profundidad hipnagógica de nuestras sole­dades, cuando nos hablamos a nosotros mismos sin siquiera comprendernos. He­mos contraído un pacto según el cual, a cambio de nuestro reconocimiento, repri­mimos nuestra lengua privada, y empleamos esta lengua común que, por lo demás, jamás dominaremos por completo. Nadie exterior al lenguaje aprende a servirse de éste del modo en que podría hacerlo con una herramienta. Y porque está identifi­cado, el niño acepta que los sentidos de los sonidos con los cuales balbucea sean los del Otro. Abandona así su chapurreo privado y reconoce que tal cosa es designada con tal palabra, que a su vez se define con tal otra (“ Esto es eso” ).

3. Por otra parte, más tarde seguimos siendo siempre un poco los sujetos de este chapurreo de amor: a menudo nos dirigimos a nuestros parientes y allegados, sobre todo para hablarles, más que para significar algo preciso.

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CÓMO LAS NKUROCILNCIAS DEMUESTRAN El PSICOANÁLISIS

El, NACIMIENTO DEL SUJETO IMPLICA I.A GRAMATICALIDAD DEL INTERCAMBIO

Temporalmente, el reconocimiento subjetivo viene primero: una gramática del "yo" |je]4 al “ tú” anteceder y regula el valor de intercambio y el rol denotativo de las palabras. Este reconocimiento intersubjetivo es la condición para que un sonido designe una cosa determinada (denotación). Y, gracias a esta gramática, los sonidos poco a poco adquieren un sentido en el interior de frases delimitadas. Un sonido aislado de este contexto del don y el intercambio aún no significa nada preciso (para no disgustar a Cratilo)5. Del “yo” [je] al “ tu”, una gramática del amor da un sentido a un sonido determinado y, a partir de esta condición, el vocabulario se desarrolla.6 ( lomo los sentidos de los sonidos sólo aparecen gracias a la sintaxis, el desarrollo de las neuronas se vuelve tributario de este proceso. Cosa inmaterial, la gramática m o­dela la flexión de los sonidos, cuyo ritmo y rendimiento estimulan el crecimiento de los nervios. Este crecimiento atestigua orgánicamente su función “lingüística”, si podemos llamar así a esta primera propiedad exclusiva del amor.

Pero el potente andamiaje de la relación con el Otro no deja rastro en la materia­lidad lingüística. El escultor no aparece en la escultura. Condición del aprendizaje, l.i gramática no depende de ningún aprendizaje. La gramática da la impresión, una vez que funciona, de que siempre ha estado en actividad. La sintaxis procede de la relación con el Otro, y com o este Otro antecede al sujeto, aquella parece innata. Si iluda, éste es el motivo por el cual Noam Chomsky pensó en una “capacidad de len­gua genéticamente determinada” y que existiría una “gramática universal” innata.7 Es conocido el argumento que Chomsky formuló en los años ‘50 a favor del innatismo de la gramática: la “pobreza de estímulos”. Nadie enseña gramática a los niños, expli­caba, entonces es innata.8 Pero, ¿cómo no ver, por el contrario, la potencia extrema

4. [Cuando sea necesario, salvaremos la diferencia en francés entre je y moi indicando entre cor­chetes sólo en el caso de que se trate deje, dejando sin tal indicación cuando se trate de moi. N. de los T.)

5. Véase Cratilo (Paris, Flammarion, 1998), donde Platón discute sobre la adecuación natural délos sonidos con lo que designan.

6. Un niño tiene en cuenta espontáneamente a la persona a la que se dirige. Los niños políglotas cambian de lengua en función de la lengua materna de su interlocutor, incluso si éste también es políglota. Por ejemplo, un niño hijo de madre inglesa le hablará en su lengua, mientras que se dirigirá en francés a su padre si éste tiene esa nacionalidad. Igualmente, no hablamos de la mis­ma manera con nuestros diferentes interlocutores, según su lugar endogámico u exogámico, se­gún la jerarquía social, la amistad, etc. o, si de su interloculterlocul los sujetos e

7. Noam Chomsky postula la existencia de un “subsistema que tiene un carácter integral específico y que, en efecto, es el programa genético para un órgano específico” (Théorie du langage et théo- rie de l’apprentissage, Paris, Seuil, 1975). Las teorías psicolingüísticas que se apoyan sobre las neu- rociencias se basan en la misma hipótesis que Chomsky. Suponen la existencia de estructuras in­natas que figuran una especie de órgano del lenguaje.

8. N. Chomsky. Knowledge ofLanguage: its Nature, Origine and Use, New York, Praeger, 1986.

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del estímulo que constituye el deseo del Otro? La gramática da la impresión de ser innata, porque aparece armada una vez que la represión de ese deseo se lleva a ca­bo.9 En el intercambio, el niño es inicialmente reconocido como sujeto por el Otro. Y el primer acto de este sujeto, radica en buscar liberarse de ese Otro hablando en su propio nombre, diciendo “yo” ¡je]. Al hacer esto, reprime el deseo del Otro, que lo quería como objeto, com o “él”. El niño pasa así del “él” al “yo” ¡je].

“Él”, que imitó, se vuelve una tercera persona para el sujeto en el que se está con­virtiendo. El parloteo comienza por imitar, pero las condiciones de su realización ponen un término al transitivismo que lo inicia.10 El uso de esta “tercera persona” significa que el actor de la palabra [parole] habla desde otro lugar, donde se identi­fica como sujeto: genio del verbo, acaba de aprender a contar hasta tres. Abandona así una dualidad “especular” que lo habría reducido del dos al uno, y luego del uno al cero (dualidad que por lo demás permanece como un tiempo de imitación po­tencialmente regresiva).

D e l a id e n t ific a c ió n a los apren dizajes

La identificación procede del compromiso con la palabra [parole]. En conse­cuencia, regula ya no el deseo de imitar, sino el de realizar lo que el otro espera: el m odo de comer, de ser limpio, la capacidad de caminar, de aprender en general (lo que llamamos educación). La identificación del sujeto se establece repentinamente durante los inicios del balbuceo. Los aprendizajes la siguen. Nadie comienza a ha­blar de la misma manera en que aprende el resto. La apropiación de la subjetividad condiciona la construcción del cuerpo. Los sonidos sólo se integran en función de la identificación, la cual permite enseguida la integración de otras funciones tan vi­tales como la alimentación, la marcha, la reproducción sexual, etc. El lenguaje, fun­ción que no es fisiológica, y que depende del lazo con el otro, autoriza funciones que dan al cuerpo no solamente su humanidad", sino también su viabilidad.

9. Lo mismo vale para otros conceptos que parecen a priori. Las “estructuras innatas” de Chomsky hacen pensar, salvando las distancias, en los conceptos a priori y en las intuiciones puras de Kant (véase Kant, La Dissertalion de 1770, Paris, Vrin, 1976, p. 75).

10. Existe una demostración a posteriori de este descentramiento del sujeto que abandona la imi­tación. Se puede destacar que, hasta una edad determinada, los niños hablan de ellos en tercera persona, y esto más tiempo aún cuando su madre hable de ellos (pero también de ella misma) en tercera persona (“Mamá dijo que...”). En vez de decir: “Jules va a comer”, un niño dirá un día “Yo [je] voy a comer”: el nombre propio viene en posición tercera.

11. Jean-Pierre Changeux, contradiciendo tales observaciones (a propósito de las cuales, sin embargo, él realizó importantes descubrimientos), escribe: “parece probable (...) que el desarrollo del lazo social sea al principio la consecuencia y no la causa de la expansión del neo-córtex” (L’Homme neuroml, op. cit., p. 328).

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C ó m o i .a s n l u k o c i l n u a s u l m u k s i k a n k l p s i c o a n á l i s i s

El lenguaje permite la acción que estructura el crecimiento del cuerpo. Cuando solamente se ve el resultado, podría pensarse que son los actos los que son estructu­rantes, sin observar que la identificación es su condición previa. Como lo afirman varios teóricos12 al examinar el producto acabado, la actividad estructura el desarro­llo fisiológico. Cuando Marc Jeannerod escribe: “El sujeto y su cerebro interrogan el ambiente, habitándolo poco a poco y, finalmente, dominándolo” 13, la intenciona­lidad y las representaciones-meta parecen regular el acto sin condiciones previas y parecen abrir directamente la vía a los aprendizajes. Esto es verdad para los anima­les, que así potencian su bagaje innato. La acción confronta el yo con el mundo, y el cuerpo se construye en función de la ejecución del movimiento, que, de repente, valida la representación. Pero el niño no se adapta a su medio a través de interaccio­nes progresivas: ingresa de una vez en el mundo humano desde que lleva un nom­bre. Y sus capacidades de aprendizaje dependen de su identificación, que rige el es­tado de sus neuronas. Sin duda, es necesaria una memoria para la acción, pero sería inutilizable sin un sujeto de esta acción. Para ser estructurante, el acto debe poseer un sujeto que, preliminar e implícito, permanece imperceptible, porque en princi­pio no es localizable sino en su acto elocutivo.

Aprender a hablar se distingue de los aprendizajes propiamente dichos, tal como lo corroboran experiencias como las de Anne Christophe: “Debería ( ...) haber una correlación entre la capacidad para aprender el lenguaje y la capacidad para apren­der otras cosas. Ahora bien, esta correlación no existe”.14 Más aún: las observaciones de muchos neurofisiólogos muestran que la identificación del sujeto antecede a los aprendizajes.15 Para los zurdos, una lateralización inversa de la habilidad manual de­bería ser acompañada por una inversión idéntica de los hemisferios cerebrales, pero esto no es lo que ocurre generalmente. Porque el compromiso con la lengua (que se transcribe en la izquierda mayoritariamente) antecede a los aprendizajes.16 Es nece­sario primero que un sujeto se identifique gracias al habla para que aprenda lo que hacen los otros humanos. Una posición ortonormal del hemisferio dominante es

12. Véase, por ejemplo, Maine de Kiran, Mémoire sur la décomposition de lapensée, 1805, Paris, Alean, 1930, t. III). Para él, la acción voluntaria destinada a modificar y apropiarse del ambiente con­diciona la subjetividad y la conciencia: “Si el individuo no quisiera o no estuviera determinado a comenzar a moverse, no conocería nada (...) no sospecharía ninguna existencia, ni siquiera la suya propia”. Muchos otros sostuvieron este valor iniciático del acto (especialmente Goethe, I Ien- ri Wallon y Paul Ricouer). Todo lo que vive actúa, y el acto da su sentido a la intencionalidad.

13. Véase M. Jeannerod, Le Cerveau machine, Paris, Fayard, 1983, p. 203.14. A. Christophe, “L’apprentissage du langage”, in Y. Michaux, (dir.), Le Cerveau, le langage, le sens,

op. cit., p. 200.15. Julián Barry, Neurobiologie de la pensée, Paris, Presses universitaires de Lille, 1995, p. 246.16. A partir de Paul Broca, se sabe que las marcas mnésicas de las palabras están representadas en el

hemisferio izquierdo para la totalidad de los diestros, pero también para la mayor parte de los zurdos. (En este libro, retendremos esta generalidad para simplificar la discusión).

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G é r a r d P o m m ie r

compatible así con una lateralización zurda. Un sujeto se identifica hablando antes de volverse zurdo o diestro.

Esta lateralización zurda o diestra del cuerpo humano depende mucho del pasa­je de la imitación a la identificación: el niño imita primero al Otro que tiene frente a él, com o en espejo; luego se apropia de su imagen al precio de una inversión del es­pacio. Basta con observarse en un espejo e imitar más o menos hábilmente los ges­tos propios (por ejemplo, intentando cortarse una mecha de cabello) para intuir­lo. Para imitar el acto más simple, hay que invertir lo que es visto, es decir, dejar de imitar. Si un niño se contenta con imitar, no aprende nada: debe reprimir para apro­piarse de la actividad menor, y haciendo esto lateraliza su cuerpo (dado que es nece­sario invertir lo que es visto). Como consecuencia de esta identificación que repri­me la imitación, el cuerpo humano será zurdo o diestro. ¿Se ha visto alguna vez un perro zurdo o diestro? Esto ocurre porque un perro es perro de nacimiento, a dife­rencia del humano, cuyo cuerpo psíquico modela el organismo.

La capacidad para h a b la r se a c tu a liza c o n la e n tra d a en e l co m p le jo de Edipo

Para hablar, hace falta identificarse y llevar un nombre que autentifique esa identificación. A todo lo niño se le da un nombre, pero durante todo un tiempo ese nombre todavía no le pertenece. Está pegado a él como una etiqueta (hom o­loga en esto al “él”, no al “yo” [je]). Llevar un nombre debería ser fácil: el nombre propio se asemeja a las otras palabras y parece fabricada a partir de la misma ma­teria. Sin embargo, el don del nombre transmitido de generación en generación no asegura que vaya a ser tomado por el niño. La transmisión pasiva no dice nada aún del acto de quien lo toma. Cuando el niño se enfrenta a su padre (o a cual­quier ley), usualmente por asuntos domésticos, actúa por primera vez en su nom ­bre. Un niño muy pequeño hace tonterías para tomar su nombre. Esta toma de po­sesión significa entonces abstractamente una especie de asesinato del padre. Por­que si este nombre fue bien dado, tiene que ser tomado en este sentido mortífe­ro: al marcar su oposición a cualquier regla, el niño transgrede una ley paterna, y toma así su nombre. Cuando hace una tontería, es por ese nombre que es viva­mente llamado al orden. Esta identificación del sujeto impone un reconocimien­to y un deber con respecto al padre, cuyo lugar fue así tomado.17 La identificación con el nombre acarrea una consecuencia: impulsa a pagar una deuda por el precio del acto sacrificial. Reclama ser absuelta del lado de un padre, cuyo don ciego fue pagado con una muerte fantasmática.

17. El nombre propio es “totémico”, como lo atestiguan los patronímicos, cuya etimología siempreremite a algún animal, plante, objeto, lugar que fueran alguna vez totemizados en homenaje alpadre muerto.

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C o m o la s np.u r o c ie n c ia s d e m u e s t r a n kl p s ic o a n á l is is

De inmediato, la identificación autentificada por la toma de posesión del nom­bre abre el registro de la deuda, de donde procede el apetito de aprender. Los ni­ños tienen sed de aprender para pagar sus deudas. La intencionalidad del aprendi­zaje cambia de sentido para el ser humano, dado que su identificación implica un deber. De modo que la acción más simple se inscribe en el orden de esta deuda, la cual nunca orienta la intencionalidad de los animales. El sentido de un deber oscu­ro, pero seguro, condiciona la acción humana, para la cual la satisfacción de las ne­cesidades permanece subordinada a este deber.

Con una intuición sorprendente, Freud describió en Tótem y tabú una“incorpo- i ación primitiva” del padre totémico por medio de la devoración. En el origen de la i ivilización, un festín caníbal habría sellado el pacto social de los hermanos y su en­lútela en la cultura. No se trata solamente de un mito sobre el origen de la humani­dad, sino de un proceso que vale para cada niño. Esta vía“oral” describe el momento en que el sentido del alimento se bifurca en la vocalización de las palabras por me­dio del llanto que lo reclama. Como esta equivalencia entre alimento y el llanto se l ransforma en palabras gracias al advenimiento de un sujeto, y com o este sujeto au­tentifica su nombre en un enfrentamiento con la ley paterna, el acto de hablar vale como una devoración del padre. El objeto pulsional maternal se transforma en de­voración paternal en el momento en que el nombre de este padre identifica a aquél que habla. Ingresar en la lengua por la flexión del primer balbuceo es también re- signarse a la partida de ajedrez del Edipo y jugar los primeros movimientos. Avan­zar el peón, defender la torre, atravesar el obstáculo con el caballo, evitar la diago­nal del alfil en la obsesión del mate. Programática, esta identificación con el nom­bre muestra la homotecia de la estructura de la frase y del complejo de Edipo. Con el parloteo y una vez identificado el conductor, éste puede pilotear la máquina. La melodía de la voz es el goce de la madre apartado en el hueco de la palabra [paro­le]. Gozar de esta palabra [parole], sin tocarla, según el pliegue distante del erotis­mo humano, dominar las palabras de esta lengua materna, es hacerse el padre. Ha­blar supone esta identificación primordial con el padre: es ya hablar muy desde alto, en nombre del Tótem.18

Gracias a la toma de posesión del nombre, el “yo” [je] se separa del “él”, así como el patronímico se separa de las otras palabras de la lengua materna. Busquemos en mi diccionario: el patronímico no aparece. Una vez desenmascarado, el patroními- i o difiere de las otras palabras definidas, entre ellas, en el dédalo infinito del dic- i ionario. El nombre propio no representa al sujeto ante otro significante. Asesino poderoso, rompe el círculo de los nombres comunes y así se vuelve amo de la infi­nitud de significantes, estos esclavos encadenados los unos a los otros. Y el fantas-

IH. El nombre por el que el niño es llamado generalmente no es el patronímico, pero tiene la misma estructura que él, y sobre todo la misma función. En las amnesias de identidad, por ejemplo, el olvido se produce tanto con el nombre como con el apellido.

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CifKARI» POMMIKK

ma parricida que subtiende esta apropiación también engendra la deuda. La pala­bra [parole] se paga.

L a p a la b ra [p a r o le ] e n t r o n i z a a l r e y n e u r o n a

Las minúsculas vibraciones engendradas por la voz, ¿pueden alimentar los ner­vios, hacerlos crecer, y hacer proliferar las sinapsis? ¿Conducen los sonidos a las neu­ronas de modo tal que realicen una gimnástica sutil que las ejercite, del mismo modo que el entrenamiento deportivo desarrolla la musculación? La materialidad sonora no se encarna tan inmediatamente. Las neuronas aferentes al lenguaje ocupan un lugar relativamente modesto, pero como su accionamiento regula la identificación, y como esta última condiciona los aprendizajes, las consecuencias sobre el organis­mo inmediatamente son hegemónicas. Este modelado del cuerpo no se apoya sobre los puntos de detalle, sino en sus características esenciales. Si se considera el cuerpo una vez formado, se olvida que las condiciones vitales de la humanización no perte­necen al organismo: su sujeto es el del habla, cuyo accionamiento se produce “ fuera del cuerpo”. De este modo, el nombre de este sujeto depende del complejo de Edipo, cuya partida se juega “ fuera del cuerpo”. Solamente cuando este sujeto se ha identifi­cado con su nombre, integra los aprendizajes que mecanizan el cuerpo de cerca. No vemos más que este último mecanismo, ¡como si fuese natural! Los sonidos de las palabras accionan la gramática de las frases de donde procede la identificación. Y, a partir de ella, los aprendizajes formatean el organismo según los pliegues de su cul­tura de adopción. La identificación aísla el puesto de mando y condiciona el deseo de aprender. En relación consigo mismo, el sujeto tiene la impresión de no pertene­cer verdaderamente al cuerpo, dado que se actualiza al mismo tiempo que se habla al otro. Sin embargo, es a partir de él que el organismo se modela, se orienta, toma su estatura, pone a jugar sus músculos: acciones todas que construyen cada vez un cuer­po inédito, con sus reacciones musculares, fisiológicas y endocrinas. El conjunto de órganos después depende de las selecciones neuronales tal como la identificación las orienta. Aunque se hiciera un repertorio de los efectores fisiológicos de este proceso, su funcionamiento sería incomprensible sin la identificación que lo inicia.

El crecimiento de poblaciones enteras de neuronas depende del compromiso con la palabra [parole] según un triple escalonamiento: las neuronas se desarro­llan, en primer lugar, gracias al estremecimiento de los sonidos y las estimulacio­nes agudas que engendran. Entonces, el sonido toma sentido gracias al Otro, m o­vimiento oportuno para que el sujeto se identifique. Las actividades humanas, des­de las más simples hasta las más complejas, proceden de la fe otorgada a este sen­tido, que legitima este circuito de informaciones. Finalmente, el sentido adquirido por el sonido se propaga según un movimiento infinito. En efecto, una palabra sig-

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C o m o l a s n e u k o c i i .n c i a s d u m u l s t r a n i l p s i c o a n á l i s i s

iilln a .ligo a condición de que sea explicitada por otra palabra. El sentido remite al ■.unido de otra palabra que, a su vez, remite a su sentido, etc. De modo que la atri- lna ¡ón de sentido pone al sonido en una cadencia continua: como la sonoridad de una palabra llama a otra, y después esta última a otra, el pensamiento ya no deja de pensar. Una vez que las estimulaciones sonoras ocasionales que asocian una cosa y un sonido comienzan a articularse con el sentido, todo sentido se carga de un nue­vo sonido, que hace de la música nuestra acompañante ordinaria. En medio de un bisbiseo, así como del silencio más grande, eso murmura, eso canturrea en nuestro uilci ior; incluso ya no le prestamos atención, eso nos acuna. Al principio dormi­mos, eso nos pilotea, y nos dejamos hacer. La incompletud de cada palabra funcio­na como una especie de motor perpetuo que carbura solo, según su propia incom- plelud de sentido. Las palabras nunca más terminarán de asociarse entre ellas du- i ante el transcurso de la vida. La existencia del sujeto es remolcada por el lenguaje, que su habla domina esporádicamente.

Para un niño recién nacido, las conexiones nerviosas proliferan gracias a la mú­sa.i que escucha. Se decuplican cuando los sonidos cobran un sentido. Se centu­plican cuando quien las ha escuchado las canta a su vez, convirtiéndose en sujeto. I lesdc lo alto de esta identificación, en adelante, él puede aprender. El conjunto de la motilidad impulsa su crecimiento, que depende de este centro siempre excéntri- Mt. El incremento del número de conexiones sinápticas, pero también de la masa i le neuronas, se eleva al cuadrado con los aprendizajes. Las neuronas se comportan i orno los músculos de los campeones cuando el esfuerzo se los solicita; su número aumenta según las circunstancias. La capacidad de crecimiento cuantitativo proce­de del nacimiento del sujeto (salto cualitativo), correlativamente a los aprendizajes y .1 la adquisición de nuevas funciones. Este exceso de potencia invierte la situación ,i favor de las conexiones: ellas que, sin la débil canción de una mujer, habrían des­aparecido, cobran el poder y aseguran su imperio sobre el cuerpo, cuyo centro de mando se encuentra, a partir de ahora, “afuera”, aunque su materialización parez- i.i encontrarse “adentro”.

Revolución en el palacio. Una pareja inesperada toma el poder: la Palabra [pa- role] entroniza al rey Neurona. Sin ella, él no habría podido crecer, y, sin ella, él no sería nada de un día para el otro. Semejante al Faraón, cuya legitimidad depende de su matrimonio con su hermana, la Neurona reina como un príncipe. Quizá no con­trola cada detalle, pero asegura su hegemonía en todas partes. Domina como los re­yes, que son miembros “orgánicos” de su propia sociedad, pero que también se en­cuentran “ por encima” de ella, porque no obtienen su legitimidad sino de la Pala­bra [parole], gracias a la cual el cuerpo cayó bajo su influencia. Los reyes son así, po­seen dos cuerpos: uno espiritual, y otro material.19

19. Véase E. Kantorovicz, Les Deux Corps du roí, Paris, Gallimard, 1989.

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C apítulo 4

La hum anización invierte la tiranía genética

¿Q ué im p o rta n c ia o t o r g a r a l p r o g r a m a g e n é t ic o ?

El cerebro dirige, pero, ¿quién dirige el cerebro? De las células sensibles a los neu- rotransmisores, y de éstos a los efectores, se tropieza con un problema de circularidad. ¿Dónde situar el centro de mando? ¿En un súper-conjunto de neuronas? ¿En una hí- per-glándula? ¿En un mediador superdotado al que corresponderían las decisiones? ¿En la hendidura sinóptica? Cada uno de estos órganos pertenece a esta máquina que gira en círculos, donde cada efector no es más que un mediador, determinado por sus componentes. Con el fin de romper esta circularidad, algunos neurofisiólogos conje­turaron una facultad de auto-organización del encéfalo que sería capaz de construir modelos y utilizarlos en cálculos. Pero, ¿de dónde proviene el “modelo”?

Como último recurso, este papel fue impuesto a los genes, tan geniales, en lugar de a nosotros.1 En junio del año 2000, el investigador británico John Sulston, uno de los “padres” de los trabajos sobre el genoma humano, declaraba: “ Por primera vez, va­mos a ser capaces de tener en nuestras manos las instrucciones para hacer un hom­bre”. (¿No sabe, pues, cóm o tomarlas?). Sin embargo, ahora sabemos que los genes no son los “responsables” del organismo: cada secuencia se comporta de modo diferen­te según sus interacciones con otras moléculas. Se ha vuelto clásico subrayar que, si el gen representa el último término del análisis genético, no hay ninguna autonomía. Generalmente, su expresión depende de otros genes que lo dirigen. Además, si inclu­so fuesen desmenuzados hasta el último átomo, ¿de dónde obtendrían su autoridad?

1. Sean cuales fueren las reservas de los investigadores, los medios de comunicación presentan el mapa del genoma como un centro de mando. Véase, por ejemplo, la primera página del New York Herald Tribime, del 27 de abril de 2000, que anuncia el desciframiento del genoma como el mapa de un esquema rector.

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Se pensará que los genes son como son debido a los genes de los padres, siendo ellos mismos la consecuencia de los genes de sus propios padres, etc. Así, el determinismo orgánico es empujado hacia el pasado. El gen se hunde en el abismo de la noche de los tiempos. ¿De dónde viene nuestro programa? Al actuar, no hacemos más que lle­var a cabo los mandamientos de nuestros ancestros, sin duda ya al corriente de la si­tuación actual. El pensamiento prelógico no siempre florece donde se lo espera: nos encontramos frente a una nueva presentación del culto a los ancestros.2

La interpretación preformacionista de la genética molecular tuvo éxito porque responde a una necesidad mágica de explicación.3 El genoma retoma por su cuenta las propiedades misteriosas de aquello a lo que hace un tiempo se llamaba la “vida”, y que solamente podía explicarse como un don de Dios. En este sentido, la genética es divinizada, pero no viene simplemente a suceder a los dioses caídos. En efecto, es considerada como la responsable de todos los comportamientos humanos, mien­tras que las divinidades antiguas dejaban a los hombres su responsabilidad.4 La espe­ranza de una inocencia maravillosa subtiende el “ todo-genético” : ¡es completamen­te aliviante considerar que ya está todo escrito en el cuerpo! Paradojalmente, el or- ganicismo retoma la bandera de las religiones, al hacer genuflexiones delante de los genes, oráculo moderno de un destino hoy en día aún más implacable que ayer.

La vida se subordina a la no-vida, porque los genes en sí mismos no son vivien­tes; son más simples que las proteínas. El genetista Richard Lewontin recusaba cual­quier rol directriz del ADN, porque éste cuenta con las moléculas más inertes que se pueda imaginar:5 el ADN no es más que el lugar de ciertas reacciones químicas. Por lo tanto, los genes están lejos de ser la “esencia de la vida”, como afirmaba, sin em­bargo, en 1992 la Comisión británica de ética de la terapia génica. La biología había

2. Nada nuevo desde Malebranche: el germen contiene su posterioridad futura, la cual contiene a su vez en germen su posterioridad futura, etc.: “manzanos, manzanas y semillas de manzano, por siglos infinitos o casi infinitos en esta proporción de un manzano perfecto a un manzano en la semilla”. (Recherche de la vérité [1700], Paris.Vrin, 1962-1970,1.1, p. 47-48).

3. Inducir una causa desconocida a partir de un efecto contenido en esta causa corresponde a lo que David Hume denominaba el uso de una causa “desproporcionada al efecto”. Es el caso, por ejemplo, del argumento teológico que pretende probar la existencia de Dios a partir de la orga­nización de la naturaleza.

4. La revista Nature anunció (una vez más), a principios del año 2000, el descubrimiento del gen de la esquizofrenia, ubicado en el cromosoma 22 (como lo habría mostrado la supresión 22q 11). Interrogado mucho antes, el profesor de genética Denis Lacombe precisaba, sin embargo, que no había encontrado más que en el 2% de los casos una micro-supresión ligada a una esquizofre­nia y un caso de autismo.

5. “El ADN es una molécula muerta entre las menos reactivas, las más químicamente inerte que exis­ta... No tiene ninguna capacidad para reproducirse. Muy por el contrario, es producida a partir de materiales elementales por una compleja maquinaria celular de proteínas (...) . No sólo el ADN es incapaz de fabricar copias de sí mismo (...) , sino que es incapaz de fabricar cualquier cosa” (R. Lewontin, “The Dream of the Human Genom”, New York Review of Books, 1992, p. 31 -40).

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invocado una especie de plan de organización suplementaria a las reacciones físi­co-químicas para comprender la reproducción del ser vivo: este programa heredi­tario debía trascender las generaciones, en la forma de aquello que Claude Bernard primero llamó una “ impulsión primitiva”. Pero una teoría científica mecanicista no podía aceptar este postulado.

En un artículo publicado en 1961, Ernst Mayr6 quiso paliar el defecto “vitalis- ta” gracias al gen. Según él, un “programa genético” se inscribe en la secuencia nu- clcotídica de ADN y en adelante es no vitalista, puramente mecanicista. La noción de “programa genético” reemplaza a la de “vida”, a partir de expresiones tales como “ intencionalidad mecánica”. Los organismos tienen la apariencia del ser vivo, pero se contentan con efectuar programas. No obstante, este punto de vista fue criticado por Richard Strohman7 en un artículo aparecido en 1997. Según él, hacía falta intro­ducir el paradigma de la epigénesis para mostrar que la función no resulta de una proteína, sino de la interacción de varias proteínas. Las redes epigenéticas tienen así un efecto retroactivo sobre la actividad del ADN y el ARN. Así, el organismo, toma­do en su conjunto y en su medio, contrabalancea la dictadura de lo “genético”.

Con el mismo espíritu, Henri Atlan discutió la idea de programa genético: “ ¿De dónde viene esta idea de que se encontraría en la estructura del ADN un programa más o menos análogo a un programa de computadora? ¿En qué consiste esta presun­ta analogía?”.8 Desde luego, el lenguaje del genoma es binario, como el de las com­putadoras. Pero Henri Atlan se opone a esta analogía porque “ todo programa pue­de ser reducido a una secuencia binaria, pero no toda secuencia binaria es necesa­riamente un programa”.9 Las secuencias codificantes de ADN son traducidas en se­cuencias de aminoácidos por medio del código genético, pero se puede confundir codificación y programa.10 El ADN solamente presenta datos, y la máquina plurice­lular en su conjunto los utiliza. Es por eso, según Henri Atlan, que el organismo se

6. E. Mayr, “Cause and Effect in Biology”, Science 134,1961, p. 1501 -1506.7. Véase R. Strohman, “Epigénesis and Complcxity. The Corning Kuhnian Revolution in Biology”,

Nature biolechnology 15, 1997, p. 194-199. Escribe particularmente: “La era de Watson y Crick, que había comenzado como una teoría y un paradigma del gen correctamente definido y de for­ma estricta, evolucionó luego de manera errónea hacia una forma resucitada y esencialmente molecular de determinismo genético”.

8. H. Atlan, La fin du « tout génétique » ? Vers de nouveaux paradigmes en biologie, Paris, Éditions de l’INRA, 1999, p. 23.

9. lbid., p. 24. Igualmente: “Hasta el día de hoy, nadie ha descubierto en el ADN esta estructura ló­gica supuestamente de programa de computadora”. Fran<;ois Jacob ya había relativizado la no­ción de programa al describir dos especies diferenciadas según sus roles y sus relaciones con los órganos de ejecución. Una funciona con flexibilidad, la otra de manera más rígida (F. Jacob, La logique du vivant. Une hisloire de l’hérédité, Paris, Gallimard, 1970, p. 17).

10. "El ADN sólo presenta muy pocos elementos de sintaxis y, que nosotros sepamos, no posee ni el menor elemento de semántica que permita ver allí la estructura de un lenguaje, ni siquiera for­mal” (H. Atlan, op. ci!, P. 24).

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(iP.KARD POMMII R

desarrolla en su totalidad y la estructura se modifica a medida que el organismo se realiza (en un modelo de red auto-organizadora). El código genético sólo indica los límites de la acción, o bien da la posibilidad de reaccionar gracias a un suplemento de informaciones no innatas." Mientras más se complejizan los organismos, más pueden aprender y recordar. Cada hombre es el resultado de su historia. En cam­bio, las abejas son poco más que clones, las unas de las otras.12

De este modo, el genetismo fue atemperado por los partidarios de las tesis epige- néticas, para los cuales los genes no ofrecen sino potencialidades que son actualiza­das por otros factores, a los cuales se añade para cada individuo su historia afectiva, social y cultural. Apoyan esta tesis el hecho de que gemelos monocigóticos, genéti­camente idénticos al nacer, no tengan el mismo el sistema nervioso. En este mismo sentido, G. M. Edelman constata una intensa selección de grupos neuronales según leyes, para algunos, genéticas y, para otros, epigenéticas: el repertorio secundario de neuronas depende del medio y de los comportamientos que “ tallan efectivamente por selección diversos circuitos funcionales”. La selección se efectúa tomando como base la experiencia a una edad precoz, y continúa durante toda la vida. Por ejemplo, los mapas del cerebro que corresponden a informaciones táctiles cambian de fron­tera según la cantidad de dedos utilizados.

En el programa genético de un organismo complejo, se distingue una parte “ce­rrada” y una parte “abierta”, que ofrece cierta libertad de respuesta. Un programa parcialmente rígido posee, por otro lado, potencialidades de adaptación. El progra­ma deja al organismo una capacidad para aprender, pero impone restricciones so­bre el momento del aprendizaje y sus condiciones. Los genes conllevan cierta inde­terminación que permite actuar al ambiente. Pero, ¿en qué medida? Esta cuestión lanzó un debate entre los partidarios del genetismo y el epigenetismo, en un mar­co en el cual las determinaciones culturales, e incluso el inconsciente, podrían, se­gún ellos, encontrar su lugar.13

11. Algunas instrucciones son ejecutadas integralmente, y otras permanecen como capacidades o potencialidades. No se trata de un “programa” genético, dado que el organismo controla la acti­vidad de los genes, incluidas las de los genes de desarrollo. Como lo destaca Henri Atlan: “Dado que los mismos genes de desarrollo dirigen el desarrollo de organismos tan diferentes como los de una mosca o un ratón, su actividad debe depender de otra cosa, que no puede ser más que su ambiente genómico o celular”.

12. “Con el desarrollo del sistema nervioso, el aprendizaje y la memoria, se relaja el rigor de la he­rencia”. (F. Jacob, op. cit., p. 337).

13. El enfrentamiento entre estas teorías no es novedoso: la teoría preformista, llamada de la evolu­ción, propuesta en el siglo XVIII por Charles Bonnet, postulaba una especie de encaje de gérme­nes. En el huevo, el ser venidero existía preformado, y este homúnculo se desarrollaba después. Poseía en sí mismo células germinales que contenían otros homúnculos, y así sucesivamente. A esta teoría se opuso la de Caspar Friedrich Wolff, la primera de las teorías epigenéticas. Luego ve­rían la luz otras teorías, según las cuales se distinguían dos partes no exclusivas: una determina­da hereditariamente, y otra dependiente del ambiente.

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U ) M U L A S IN L U K l A .ir.P il.lA a i m m w M i n n n • • -

¿Puede adoptarse una posición intermedia que tenga en cuenta a la vez el aspec- to genético y el de la cultura, considerada com o un factor epigenético? En este caso, el armazón biológico propondría solamente potencialidades y restricciones, des­pués desarrolladas y modeladas por la cultura. La interacción con el medio ventila­ría así los sofocantes determinismos genéticos.14 Sin embargo, si lo epigénico se en­cuentra fuera del gen, siempre pertenece al organismo, y por extensión a los facto­res que tuviesen un efecto sobre este último.

Hay que añadir, sobre todo, que la epigénesis no tiene el mismo sentido para el hombre que para el animal.15 Los animales heredan comportamientos innatos que les permiten hacer frente a sus necesidades. El hombre también dispone de estos com ­portamientos, aunque ninguna experiencia lo pruebe. Los “niños salvajes” cataloga­dos no habrían vivido sin haber pasado al menos algún tiempo en sociedad. Es im­probable que se trate de sujetos “naturales”. Es conocida la experiencia de Federico II, rey de Sicilia: ninguno de los niños que él habría hecho criar, con la prohibición de hablarles, sobrevivió. Es verdad que este hecho histórico tiene sobre todo el va­lor de un mito científico, porque ciertamente otros factores, además de la ausencia del habla, jugaron en esa situación. Pero, desde aquél momento perdido en los ana­les de la Edad Media, existe una contra-experiencia masiva: nadie osaría dejar de­liberadamente a un niño fuera del abrigo del habla. Existen potencialidades inna­tas en el ser humano, pero su realización depende de un factor que no lo es. Para el conjunto de los animales, las potencialidades de aprendizaje se realizan en función de su genetismo. Para el hombre, prevalece lo contrario, de m odo que jamás se sa­brá qué es lo que sólo depende del bagaje genético en un ser cuyos gestos más ele­mentales dependen de su relación con el entorno. Sin el habla, las potencialidades de los genes son letra muerta.

El lenguaje se sitúa en el medio exterior, pero representa más que un factor epi­genético entre otros: tanto el gen como el epigen no realizan su potencialidad sino en ciertas condiciones “culturales”. Gracias a la cultura, el sujeto nace de una má­quina que muere sin aquella. El lenguaje no es un elemento epigenético que actua­ría retroactivamente sobre los genes.16 Pero la identificación que autoriza condicio­

14. Aquí aún se trata de un antiguo debate: la actividad interior/exterior concierne a cada ser anima­do, que vive en equilibrio inestable con su medio. Claude Bernard escribía a propósito de esto, en sus Lefons sur les propriétés des tissus vivanls (1866, p. 6): “El fenómeno vital en su totalidad no se encuentra, pues, ni en el organismo ni en el medio: es, de alguna forma, un efecto producido por el contacto entre el organismo viviente y el medio que lo entorna”.

15. El animal, antes que transformarlo, se adapta a su medio. En cambio, el hombre se adapta trans­formándolo, y no es más que el resultado de este proceso: se adapta a las transformaciones que otras generaciones provocaron, y él mismo provocará otras nuevas.

16. La “retroacción” ajusta lo que debe hacer un sistema organizado en función de lo que hace. In­troduce en el sistema los resultados de su actividad pasada. No es el caso del hombre, dado que la cultura lo antecede.

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na la realización del código. Esta inversión de la situación entre bagaje innato y ad­quirido diferencia la animalidad de la humanidad. Ninguna herencia genética hu­mana se desarrolla por fuera de una cultura, sin la cual aquella no se actualizaría ja­más. Para el hombre, la transmisión hereditaria pierde su valor absoluto y se vuel­ve relativa. En cambio, la cultura es una necesidad absoluta.

En el ser humano, la actividad no se dirige desde un interior innato hacia un afue­ra cultural. ¿Quiere decir esto que se dirige desde afuera hacia adentro, dando crédi­to a las tesis de los sensualistas?17 Tampoco se trata de eso. Porque la única condición previa que autoriza la cultura es el nacimiento del sujeto. A partir de la aparición de la subjetividad, el medio exterior es aprehendido activamente, y no pasivamente.18 Esta “captura” es tanto más activa cuanto que el lenguaje no se reduce a un banco de datos inerte y exterior al cerebro. Este banco se subjetiva y se actualiza bajo la presión del símbolo, que hace de él un sistema inventivo en expansión constante.

E l lengu aje in vier t e la perspectiva d e l s is t e m a d e in f o r m a c ió n

La teoría de la evolución postula que los seres vivos resultan de la formación espontánea19 de algunos raros sistemas animados. De los animales unicelulares al hombre, la biología describió sistemas de complejidad creciente, caracterizados por la integración sucesiva de subsistemas en conjuntos más amplios. Con cada descu­brimiento de un nuevo nivel, se consideró una sistematización más sofisticada de la formación de los seres vivos. Francis Jacob20 mostró que, desde el siglo XVI, se descubrió un orden más elevado de la estructura en cuatro ocasiones. A comienzos del siglo XVII, la disposición de superficies visibles permitió establecer una prime-

17. Según los sensualistas, el organismo no es más que cera modelable. Para el abad de Condillac, el recién nacido es un ser indiferenciado y pasivo, una especie de “tabla rasa” o de “cera blanda”. Todo lo que aprende le viene de las sensaciones: “No hay idea que no sea adquirida: las prime­ras vienen inmediatamente de los sentidos; las otras se deben a la experiencia” {Essai sur ¡'origine des connaissances humaines, Paris, Galiléc, 1973, p. 107). Leibniz se rebeló contra estas tesis: “Se me opone este axioma, acogido entre los filósofos, de que no hay nada en el alma que no venga de los sentidos. Pero es necesario exceptuar al alma en sí misma y sus afecciones (...). Ahora bien, el alma encierra el ser, la sustancia, lo uno, lo mismo, la causa, la percepción, el razonamiento y muchas otras nociones que los sentidos no sabrían dar” (Nouveaux Essais sur Ventendemenl liu- main, reproducido en I.a Monadologie, Paris, Deiagrave, 1983, p. 209).

18. En el sentido en que Gcorges Canguilhem señalaba: “Lo propio del ser vivo es hacer su medio, componerse su medio”. (“Le vivant et son milieu”, La Connaissance de la vie, Paris, Vrin, 1965).

19. Reconociendo en ellos algunos rasgos generales: está constituidos por células, utilizan los mis­mos isómeros ópticos, su ácido desoxirribonucleico contiene su información genética y su ener­gía procede de reacciones donde las fosforilaciones se combinan con la utilización de un com­puesto químico o de la luz.

20. F. Jacob, La logique dn vivant, op. cit.

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tu estructura, de primer orden. A fines del siglo XVIII, las relaciones entre los ór­ganos y las funciones dieron una estructura de segundo orden, que se integra a ni­vel de la célula. A comienzos del siglo XX, el descubrimiento de los cromosomas y los genes permitió establecer una estructura de tercer orden. Finalmente, a media­dos del siglo XX, la molécula de ácido nucleico mostró la programación de una es- tructura de cuarto orden.

La pregunta por la transmisión de la información inicialmente se dirigió hacia pro­blemas relativos a la relación entre el germen y el soma. August Weismann mostró que las células somáticas reproducen células somáticas, mientras que las células germina­les engendran células de dos tipos. Las células germinales no son producidas por el or- ganismo. El cuerpo de los seres vivos se injerta lateralmente en sus células germinales, rodeadas “de millares de células somáticas, cuyo conjunto forma la unidad superior del individuo”. Como las células germinales se reproducen por bipartición, a la mane­ra de los protozoarios, siempre contienen la misma sustancia hereditaria.21

Los genetistas describen una estructura alojada en los cromosomas; atribuyen a su fijeza la memoria de la especie, y a sus cambios, la aparición de especies nuevas. La herencia de los seres vivos se apoya en los genes,22 por un lado, y en su interac­ción con las proteínas, por el otro. Esta transmisión sería automática, de modo que Erwin Schródinger puedo escribir que los seres vivos, lejos de escapar a las leyes de la física, ponen en juego “otras leyes de la física aún desconocidas pero que, una vez reveladas, se volverán por igual parte integrante de esta ciencia”.23 Con el código ge­nético, la materia y la energía son subordinadas a una información que une los ele­mentos, se mide, se transmite y se transforma. Así, la construcción y la estructura­ción del organismo se vuelven un problema de comunicación.

Estas concepciones de la transmisión biológica cambiaron por completo cuando, en 1964, James Watson y Francis Crick establecieron que un orden de sucesión de un número finito de bases constituía el código de instrucción al que la célula obedecía para sintetizar las proteínas. La biología contemporánea cambió así de lenguaje: se apoya menos en la mecánica, la física y la química clásica que en la teoría de la co-

21. Los individuos se injertan en las células germinales como excrecencias: ya no es más la gallina la que produce los huevos, sino que, según Samuel Butler, el huevo encontró en la gallina el medio para volver a hacer un huevo.

22. La proteína es la unidad de ejecución química, y el gen regula la reproducción de una función y su variación. Simple secuencia de ADN, el gen contiene una información de la que depende la producción de una de las proteínas que constituyen al ser vivo. El ADN humano contiene entre 30.000 y 40.000 genes que representan solamente el 5% de la secuencia (se ignora el rol del 95% restante).

23. E. Schódinger, Whal’s Ufe?, Cambridge Univcrsity Press, 1956, p. 67. Asimismo escribe: “La fibra cromosómica contiene cifrada, en una especie de código en miniatura, todo el devenir de un or­ganismo, de su desarrollo, de su funcionamiento ( .. .) Las estructuras cromosómicas también po­seen los medios para poner en ejecución este programa. Son a la vez la ley y el poder ejecutivo, el plano del arquitecto y la técnica del constructor” (Ibid., p. 18-19).

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municación: mensaje, información, programa, código, instrucción, decodificación.24 El mensaje constituido por la disposición de moléculas químicas a lo largo de un po­límero posee el código de la herencia. Ella forma la estructura de cuarto orden que determina la forma, las propiedades y el funcionamiento de un ser vivo.

Estos cuatro niveles se validan y desencajan entre sí. En cada nivel de organiza­ción se constata un cambio brusco, tanto de métodos como de objetos, y lo que era verdad en un nivel inferior, no lo es más en el nivel superior. Cada nivel de integra­ción conlleva una nueva característica que actúa sobre los niveles inferiores, y la ló­gica interna propia de cada sistema se encuentra así modificada. El programa de in­tegración aumenta en función de las capacidades de informaciones.25 Más reciente­mente, otros biólogos (Henri Atlan) retomaron la misma idea, mostrando que los sistemas “emergentes” no son la suma de los sistemas de los que provienen, sino que, por el contrario, modifican su funcionamiento. Este modo de integración se verifica para el conjunto de los seres vivos, de los que ninguno escapa a su dirección reglada: la estructura de cuarto orden regula la puesta en actividad de los tres otras.

Sin embargo, el ser humano no es una excepción, dado que en su caso hay que pen­sar en una estructura de quinto orden, es decir, en un sistema de información espe­cífico, sin el cual las potencialidades del cuarto orden serían letra muerta. El lenguaje human es a la vez una condición de la identificación que permite los aprendizajes y un sistema de denotación del mundo. Si este aparataje es necesario para poner en ac­tividad el código genético, entonces se dirá que el lenguaje constituye un instrumen­to de información superior al de los genes. De modo que el nivel de integración del lenguaje de quinto orden26 remodela la totalidad de los subconjuntos integrados an­teriormente. En este sentido, Francois Jacob escribió: “Del mismo m odo que los me­canismos que rigen las transferencias de información obedecen a ciertos principios, es posible, en un sentido, ver en la transmisión de una cultura a través de generacio­nes una especie de segundo sistema genético superpuesto a la herencia”.27

Pero, ¿se trata de una “superposición” o de una inversión completa de la orien-

24. Esta nueva concepción habría sido apropiada para Aristóteles, ya que el admite que un logos se conserva y se transmite en el ser vivo. Sin embargo, es necesario aclarar una ambigüedad respec­to del término “información”, distinguiendo la que es automáticamente eficaz de la que requiere de la conciencia y obliga a tomar una elección. La información difiere de la conciencia de la in­formación.

25. Como escribe Francois Jacob, “esta argumentación de programas acarrea la tendencia a incre­mentar las interacciones del organismo y de su medio por el que se caracteriza la evolución. El instrumento de información más sofisticado actúa retroactivamente sobre los procesos de infor­mación anteriores” (op. cit.).

26. Así como “Dios”, el “alma”, la “vida”, y luego la “energía”, designaron lo que no aparece en la pues­ta en movimiento de lo inanimado. Igualmente, la “psyché”, el “sujeto”, el “lenguaje”, pueden ex- plicitar este quinto orden, por lo demás con los mismos riesgos de pseudo-trascendencia expli­cativa si no se precisa que el lenguaje es una cosa material.

27. F. Jacob, op. cit., p. 342.

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C ó m o i a s n e u r o c ie n c ia s d e m u e s t r a n e i. p s ic o a n á l is is

Lición? El bagaje genético humano no es simplemente cuantitativamente superior al de los animales. Se produce una inversión completa del sistema de información, porque el genetismo no se potencia sino gracias al lenguaje. Esta inversión es mu- i ho más que una propiedad “emergente” de las arquitecturas neuronales huma­nas: éstas no se explican por las propiedades de los niveles subyacentes, profunda­mente modificados o incluso contradichos. Por ejemplo, la reproducción sexual del ser humano es reorganizada por el lenguaje, hasta el punto de que la elección de género masculino o femenino ya no depende de la anatomía. Asimismo, el de­seo y la reproducción sexual tienen como condición ciertos significantes. A la in­formación genética, que, con la reproducción, introduce la sexualidad y la muerte, se añade la información proporcionada por el lenguaje, que reacciona sobre esta información genética. La muerte cambia de sentido, hasta el punto de que el sig­nificante de la muerte del padre y de la transmisión de su nombre se vuelve con­dición de la reproducción de la vida. Un hombre que no ha tomado el nombre de su padre, en el sentido del conflicto edípico, ya no experimentará el deseo de dar este nombre a un hijo. Es un hecho: los hombres que no toman en consideración “el nombre del padre” tienen las mayores dificultades para procrear.

Francois Jacob escribió: “ El ser vivo representa la ejecución de un designio, pero que ninguna inteligencia ha concebido. Tiende hacia un fin, pero que nin­guna voluntad ha elegido. Este fin consiste en preparar un programa idéntico para la generación siguiente. Consiste en reproducirse”.28 ¿Corresponde al hom­bre esta generalidad? ¿Podría decirse que, para él, cada vida busca realizar el pro­grama que “ la herencia traza en el niño”?29 En la especie humana, el deseo de te­ner hijos es tan variable, sometido a condiciones simbólicas tan drásticas, y a ex­cepciones tan numerosas, que hay que reconocer que este instinto de reproduc­ción no existe en el hombre.

De modo que al día de hoy ninguna experiencia prueba que se pueda aplicar al hombre lo que vale para los animales, a propósito de los cuales, como lo escribe F. Ja­cob: “el mensaje de la herencia no permite la menor intervención concertada desde afuera (...) Todos los fenómenos que contribuyen a la variación de los organismos y de las poblaciones se producen con total ignorancia de sus efectos”.30 Por el contrario, para el hombre, sin el sistema de información cultural, el programa genético es letra muerta. No es tanto que “el programa no reciba lecciones de la experiencia”,31 sino que la subjetivación que autoriza el lenguaje condiciona la realización del programa.32

28. Ibid., p. 10.29. Ibid.30. Ibid., p. 11.31. Ibid.32. Sólo una vez realizada esta condición, “sin pensamiento para dictarlo, sin imaginación para re­

novarlo, el programa genérico se transforma realizándose”. (Ibid., p. 319).

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Para los animales, los datos genéticos son hegemónicos y se encuentran bajo la influencia más o menos grande de factores epigenéticos. En el hombre, las determi­naciones genéticas actualizadas por el lenguaje hacen pensar que, en un momento dado de la evolución humana, las necesidades de información son puestas brusca­mente a favor de la cultura, transformada en una condición previa. No se trata de una condición epigenética entre otras, sino de una condición sitie qua non. Es ne­cesario medir la brutalidad de este cambio de sistema de información, cuya conse­cuencia fue el incremento de la masa nerviosa, y sobre todo su indeterminación fun­cional al nacer, característica única entre las especies.33 Este cambio de sistema no se puede cumplir progresivamente, como podría hacer pensar el aumento del peso del cerebro según las especies de monos, y luego en los homínidos. El incremento del peso de la materia gris es una consecuencia antes que una causa. Fue necesario un suplemento de material neuronal debido a un cambio brusco del sistema de in­formación. Porque no hay transición entre un sistema de información, en el que un signo denota una cosa, y un sistema lingüístico, en el que una palabra se define por otra palabra, antes que por denotar algo.

Este salto podría compararse justamente con el pasaje de la escritura ideográ­fica a la escritura alfabética. Los dos sistemas de información son inconmensura­bles el uno con el otro, aunque el primero haya servido de base de lanzamiento para el segundo. Admitamos por un instante, para dar un ejemplo, una hipótesis que fue propuesta para explicar el nacimiento de la escritura alfabética por “acro- fonía”. El vocablo “aleph”, por ejemplo, quería decir “ toro” en varias lenguas semí­ticas del país de Canaan. El aleph del protofenicio inicialmente figuró la cabeza de un toro para designar la sonoridad A. Luego, este signo sirvió para pronunciar solamente el sonido “A”. Pero, ¿quién piensa hoy en día en el toro al leer la letra A, la cual, sin embargo, dirige siempre hacia nosotros su cabeza y sus dos cuernos apuntando hacia abajo? Este cambio radical pasa de una designación pictográfi­ca, en la que un signo indica una cosa, a un sistema en el que un signo define un sonido que entra en la grafía de una palabra.34 El sujeto de la sensación (el que ve un toro) se transforma así en un sujeto que debe reprimir la imagen para servir­se del sonido.35 Este proceso verificable en la historia de la escritura es idéntico al

33. En otros dominios, también se producen deslizamientos de terreno después de los cuales el tiem­po anterior se vuelve incomprensible. Por ejemplo, el mundo cristiano ya no podía comprender el animismo de los griegos y los romanos. O también, después de Descartes, la escolástica y la fi­losofía medieval cayeron en el olvido muy rápidamente. E incluso, ¿quién puede imaginar hoy en día el espacio mental de un verdadero cristiano del tiempo pasado, del que cada instante te­nía un sentido religioso?

34. G. Pommier, Mnissnnce el rcnaissance de l’écrilure, Paris, PUF, 1993.35. Sea lo que sea de esta hipótesis, ilustra un procedimiento siempre verificable, el del pasaje de una

escritura por medio de dibujos a su fonetización (escritura por jeroglífico [re'htis]), y luego al ais­lamiento únicamente del valor sonoro del signo.

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que cumple en habla: ella liga sonidos entre sí para producir sentido. El sistema de información se desconecta de la sensación y se conecta con su propio banco de datos: la realidad se valida únicamente gracias a esta banco. El valor de verdad de las palabras depende entonces de la comunidad de sentido atribuida a los mis­mos sonidos por un conjunto de individuos.

( iracias a esta conexión cultural externa, el sujeto asegura su identificación, y luego sus aprendizajes. ¿Cuál es la “parte animal” del humano después de esta fe- i lia? Este es un punto problemático. Naturalmente, nadie duda de la organicidad del cuerpo, pero se trata de un producto cultural. No se pude imaginar la “naturale­za” del hombre a partir de aquello en lo que se ha convertido. Además, ¿quién es este hombre hoy en día? Si la inversión de su sistema de información data de su identifi- i ación como sujeto de la palabra [parole], que dirige después un progreso infinito, el "hombre de hoy en día” existe desde el primer rastro de totemismo, es decir, des­de el certificado de la primera tumba.36 Enterrar a los muertos significa que fue ne- t esario rendir homenaje al padre como precio de la apropiación violenta del nom­ine propio, según la fantasmática edípica. La existencia de una tumba significa que los hombres que la cavaron llevaban un nombre gracias al cual hablaban. El suje- lo se asegura de su lugar en su enunciado gracias al nombre totémico, el del padre muerto.37 El hombre no pudo conectar su banco de información fuera de sí mismo sino a condición de tener el código de acceso, es decir, su nombre.

Salto c u a l it a t iv o del a n im a l al h o m b r e

Un cambio de sistema de información representa un salto cualitativo prodigioso. Algunos ncurofisiólogos como J.-P. Changeux sostienen que ningún cambio cualita- livo distingue el cerebro animal del cerebro humano. Las células nerviosas, los neu- lotransmisores y las hormonas del hombre se asemejan a las de los otros seres vivos, i uyas moléculas también pertenecen al mundo inanimado: carbono, hidrógeno, ni­trógeno, oxígeno. F,1 funcionamiento del sistema nervioso, uniforme y universal, ya no sería específico. Las únicas diferencias comprobables serían cuantitativas.38 El in­

te El equipo del antropólogo Eudald Carbonell acaba de descubrir en Atapuerca (España) un ins­trumento funerario que data del 350.000 a. C. Véase L’Anihropologie (mayo de 2003).

37. Se puede discutir al infinito sobre la universalidad del complejo de Edipo, pero la universalidad del totemismo en su relación con el nombre y la cultura de los ancestros no fue puesta en duda por ningún antropólogo.

38. Jean-Pierre Changeux escribe, por ejemplo: “Ninguna categoría celular, ningún tipo de circuito particular es propio del córtcx cerebral del hombre. Las piezas y los tornillos de la máquina cere­bral humana están extraídas de un repertorio muy semejante, sino idéntico, al de! ratón”. O tam­bién, a propósito del cerebro: “Éste está construido con las mismas piezas sueltas que el cerebro de la rata o del mono” (L’lloinmc neuronal, op. cit.).

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V il'K A H Il r O M M IE R

cremento cuantitativo, impresionante, del córtex pre-frontal, no tendría un resultado cualitativo observable en neurofisiología: ni una nueva hormona, ni conexiones neu- rofisiológicas de un nuevo tipo. Entonces, se debería pensar que el hombre es un pri­mate un poco más evolucionado que sus predecesores. Este punto de vista justifica las analogías entre el hombre y el animal.

Sin embargo, ¿no se impone lo contrario de manera irrefutable? Este sueño de que seríamos animales un poco más perfeccionados olvida que un cambio fun­cional es un cambio cualitativo. Si un trozo de madera sirve para fabricar un arco, las moléculas de la madera permanecen idénticas, pero el cambio cualitativo pega justo en el blanco. ¿Acaso no proporciona el área de Broca del lenguaje un cam­bio cualitativo extraordinario? Este lenguaje exterior a la máquina le asegura una cualidad nueva, y orienta su funcionamiento hasta el punto de que se impone un incremento cuantitativo. En realidad, las neurociencias muestran enormes dife­rencias cualitativas entre el animal y el hombre: provocan una ruptura en la ca­dena de la evolución. El sistema de conexiones que regula la conciencia funcio­na según circuitos inéditos. La lateralización cerebral, que no es innata, atestigua un cambio completo del sistema de información y engendra una progresión po­tencialmente infinita: este cambio cualitativo controla el aumento y las remode­laciones del sistema nervioso. El enorme crecimiento regulador del lóbulo pre- frontal lo atestigua. Los neurofisiólogos medirían mejor estas diferencias si acep­tasen tomar en consideración el punto de vista del psicoanálisis, el cual permite comprender su sentido. Por ejemplo, Antonio Damasio declaraba recientemen­te: “Lo que llamamos ‘relaciones sociales’ o ‘cultura’ no viene más que de nuestros cerebros. Son éstos los que producen y transportan los comportamientos, las no­velas, los poemas o las leyes”.39 Pero, un cerebro, ¿ha sido alguna vez otra cosa que un conjunto de potencialidades, ineficientes fuera de la cultura?

39. Antonio Damasio, director del departamento de neurología de la universidad de Iowa, entrevista en L'Express del 13 de junio de 2000. Última obra publ> nozaavail raison (A1 ° Eie Jacob).

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S e g u n d a p a r t e

La influencia del cuerpo psíquico sobre el organismo

Un niño de pecho no comprende las palabras que se le dirigen. Solamente com ­prende que se le habla y que, a cambio, su llanto es comprendido. Así se encuentra delimitada la condición esencial de su humanización, es decir, su existencia de su­jeto. También se da cuenta de que se interpreta algo a partir de su llanto, algo que acepta o rechaza. Esta demanda que le es hecha se apoya sobre sus necesidades y sus sensaciones, de modo que se añade al organismo un “cuerpo psíquico” que corres­ponde a la demanda de los padres. Positivo o negativo, este deseo de los padres re­clama y aliena constantemente al niño, quien, para ser un sujeto, debe rechazar esta demanda por encima de cierto umbral. Las pulsiones, que son el modo de apropia­ción de este cuerpo psíquico, calcan sus exigencias en un organismo que las satisfa­ce más o menos, o incluso las rechaza.

Este punto de vista freudiano sobre los primeros instantes de la vida no es más que una hipótesis que, según los psicoanalistas, es confirmada ampliamente por sus consecuencias. En efecto, las modalidades de estos inicios implican diferentes for­mas de la represión de este deseo de los padres, represión necesaria para que se li­bere el deseo. Y de esas modalidades proceden la estructura y las formas de la psi- copatología.

El método hipotético-deductivo evocado hace un momento puede no resul­tar convincente. Pero hoy en día existen otras pruebas sustanciales aportadas por las neurociencias (las cuales, sin embargo, no se preocupan por ellas). Los capítu­los siguientes detallan estas pruebas, comenzando por los efectos del cuerpo psí­quico pulsional. Ya se ha dicho que la demanda de los padres es excesiva, idealiza­da, y, por encima de cierto umbral, insoportable y reprimida en consecuencia. Tam-

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bien se proporcionarán aquí los elementos que muestran que la pulsión es reprimi­da por el habla, según un circuito cuyo rastro podemos seguir del hemisferio dere­cho al hemisferio izquierdo. Las pruebas demostrativas son, para algunos, conoci­das desde hace unas décadas, pero, todavía aquí, estos resultados brutos aún ame­ritaban una lectura psicoanalítica. Ésta toma aún más fuerza si se examinan los ca­sos límite, como el del lenguaje de los sordomudos, o algunas particularidades de la lengua y la escritura japonesa.

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C apítulo 5

El cuerpo psíquico recubre las áreas orgánicas del cerebro

La p u ls ió n a to r m e n ta a la s sen sa cio n es

Cuando se estudia la neurofisiología humana, nada es más divertido que las lá­minas de pequeños hombrecitos dibujados en el cerebro: las áreas sensoriales y mo­trices recortan en el córtex unas especies de homúnculos, cuyas formas se extienden en proporción a sus innervaciones. Los órganos motores poseen sus representacio­nes, cuya superficie depende de su número de neuronas. El cuerpo sensitivo posee unos labios enormes, unas manos inmensas, mientras que el tronco y el sexo se en­cuentran más reducidos. El mapa de estas áreas corticales fue trazado por primera vez por Wilder Penfield,1 y presenta varias curiosidades: la zona del rostro está deba­jo de la zona de la mano, en lugar de estar allí donde debería, a saber, cerca del cue­llo. Y las partes genitales están representadas debajo del pié, mientras que hubiéra­mos esperado encontrarlas entre los muslos. La zona que corresponde a los labios y los dedos ocupa tanto espacio como la zona del tronco en su totalidad.2

1. De 1940 a 1950, el cirujano canadiense Wilder Penfield practicó operaciones de cerebro con anes­tesia local interrogando a sus pacientes (no hay receptor del dolor en el cerebro). El tronco, la mano, el pulgar, el rostro, los labios y la faringe se escalonan partiendo de lo alto del surco cen­tral. A plomo del tronco, descendiendo la cisura vertical, se sitúa el pie, bajo el cual se encuen­tran las partes genitales. El homúnculo está al revés, y sus pies están ubicados contra la cara in­terna del lóbulo parietal, cerca de su cima, mientras que el rostro se ubica hacia abajo, cerca del fondo de la superficie externa.

2. La cartografía de Penfield fue dibujada igualmente en un grupo de simios, y su cuerpo sensorialse asemeja en ciertos puntos al de los seres humanos. Sus áreas se presentan en el mismo ordeny en las mismas proporciones, y la localización del sexo está situada en último lugar y bajo el pie. Hay que concluir entonces que existe en los simios “cierta cosa” que se parece a la pulsión. Esta “proto-pulsión” no es la pulsión propiamente dicha, dado que la pulsión propiamente dicha sólo

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V I I . I\AI\I I I V HVIIVIII K

Nuestro amigo neurofisiólogo nos enseña que estas áreas corticales están estratificadas:3-múltiples áreas corticales tratan cada sensación, según una jerarquía que parte de un área primaria.4 ¿No induce a pensar que un homúnculo “psíquico” se empareja con sus dobles sensitivos y motores? En efecto, existe un estrato cortical pro­pio de las alucinaciones. Esta hipótesis se impone por sus consecuencias. No se puede explicar de otro modo el efecto orgánico inmediato de ciertas representaciones psí­quicas: las parálisis, las anestesias y los calambres muestran la inmediatez de este recu­brimiento. La duplicación de las áreas sensorio-motrices por parte de un área psíquica encuentra su mejor prueba en la formación inmediata de un síntoma orgánico cada vez que un problema psíquico no encuentra solución en la acción (al menos verbal) y experimenta una regresión al cuerpo. Todos han experimentado estos momentos en que una situación inextricable se traduce en una migraña, un calambre, un dolor gástrico, etc. A cada relámpago del inconsciente responde casi de inmediato el trueno del efecto orgánico. Los sueños y las alucinaciones demuestran que el cuerpo psíquico también puede adquirir una relativa independencia respecto de las sensaciones y de la motricidad de la vigilia. Asimismo, las dirige durante los accesos de sonambulismo, lo cual prueba que este cuerpo onírico sabe seducir y controlar al organismo.

Los homúnculos de las áreas sensitivas y motrices no se distinguen del cuerpo psíquico acurrucado en las mismas dimensiones. No hay ningún otro lugar donde ponerse, y se agarra tan bien a ellas que no se lo nota: hay que deducir su presencia a partir de sus consecuencias positivas (el crecimiento y los aprendizajes), y tam­bién de sus estragos (los síntomas). Los organicistas pueden dudar de este recubri­miento, pero ellos mismos ya llevaron a cabo su demostración: el diagnóstico mé­dico por imágenes visualiza las características cinéticas de la neurofisiología y co­rrobora el recubrimiento del área orgánica por parte del área del cuerpo psíquico. Los nuevos procedimientos de diagnóstico médico por imágenes, com o las tomo-

aparece después de la represión de esta “cierta cosa” por parte del lenguaje. Esta “proto-pulsión” debería corresponder a las relaciones perceptivas que los animales mantienen entre ellos y con el mundo, tomando como base sus apuntalamientos por parte de sus necesidades (ya no es más instintiva).

3. El córtex está formado por seis capas superpuestas de células nerviosas (más de 30 mil millones de células para el conjunto del córtex). Los primates poseen hasta ocho representaciones estrati­ficadas de la retina, ligadas entre ellas por redes asociativas.

4. En el lóbulo parietal derecho, la circunvolución parietal ascendente retrorolándica es la sede del área sensitiva primaria (SI). Presenta una proyección del homúnculo (véase W. Penfield, T. Ras- mussen, The Cerebral Corlex ofMan, New York, McMillan, 1957) subdividida en bandas que co­rresponden a diferentes modalidades de la sensibilidad. El área sensitiva secundaria (S2), situada en la porción suprasilviana del parietal ascendente, también comporta una representación somá­tica plurimodal. El reconocimiento de la forma y la orientación espacial, de la imagen corporal y el mundo exterior, se hace en este hemisferio derecho. El ataque de las áreas parieto-tempora- les derechas (en el sujeto cuyo hemisferio relativo al lenguaje es el izquierdo) corresponde a di­versas patologías espaciales, al igual que a una patología alucinatoria específica.

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L O M O I AS N I . I JK O U I N1.IAS D l.M U L M K A N I I l'M i ,i JAINAI IM S

grafías por emisión de positrones (PET), muestran, por ejemplo, que basta con ima­ginar un gesto para que se iluminen las áreas relativas a este movimiento, como si verdaderamente fuese ejecutado.5 La representación mental de una acción contri­buye a realizarla mejor en la realidad. Cuando rememoramos una escena, nuestro córtex visual se activa como si la percibiéramos. Las imágenes por resonancia mag­nética (IRM) también ponen en evidencia un circuito interactivo entre las simula­ciones psíquicas y la ejecución motriz de las áreas específicas. El cerebro de un niño de pecho se ilumina por completo cuando ve a su madre, mientras que sólo brilla una parte cuando percibe a un extraño.

La prueba d e l m iem bro fa n ta sm a

El recubrimiento de cada sensación por parte de un investimiento psíquico repre­senta la actualidad de las pulsiones.6 Existen pruebas más recientes que la de las car­tografías de esta duplicación constante de las percepciones por parte del cuerpo psí­quico. Son las que se obtienen de los dolores asociados a la sensación de un “miem­bro fantasma”.7 Después de la amputación de un miembro, su “ fantasma” puede ex­citarse, tocar objetos, extender la mano, e incluso agarrar un objeto o experimentar dolor cuando se le arranca dicho objeto. A veces se instala un dolor tenaz, a menu­do incurable, que puede durar varias décadas (este dolor no se instala en todos los casos). Durante mucho tiempo, la explicación más extendida del dolor fue que las terminaciones nerviosas deshilachadas, contraídas en el muñón (los neuromas), se encienden, acarreando pseudo-estimulaciones. De modo que los cirujanos tuvieron la idea de seccionar el muñón siempre más arriba, a fin de eliminar los neuromas. Pero en la inmensa mayoría de los casos, el dolor persistió o se amplificó.

5. Decety y Grezes observan que la realización de una acción con el pensamiento activa las mismas áreas del cerebro que la acción efectiva: “La imagen motriz implica un conjunto de regiones am­pliamente distribuidas en el cerebro que son las mismas que aquellas comprometidas en la ejecu­ción del movimiento” (J. Decety, J. Grezes,“Représentations mentales/neuronales et actions”, i ti B. Lechevalier, F. Eustache, F. Viader (éd), la Conscience el ses troubles, Bruxelles, de Boeck, 1998).

6. Se continuará explicando progresivamente la noción de pulsión. Se ha preferido aportar, en prin­cipio, ciertos hechos que atestiguan el investimiento psíquico de las sensaciones.

7. El médico norteamericano Silas Weir Mitchell inventó la expresión “miembro fantasma” luego de la Guerra de Secesión. En el siglo XVI, el cirujano Ambroise Paré ya había observado la persisten­cia de dolores en los amputados. Pero el ejemplo más conocido es el de Lord Nelson, que perdió un brazo en el ataque fallido de Santa Cruz de Tenerife. Nelson vivió en el sufrimiento por su miembro fantasma la “prueba tangible de la existencia del alma”: si un miembro fantasma sobrevive, ¿por qué no lo haría también después de la muerte? Así, tuvo la intuición de una adecuación entre el alma y el cuerpo psíquico. No se desarrollarán aquí los trabajos sobre los miembros fantasmas que fueron citados por los psiquiatras de la época clásica, especialmente Jules Séglas, a fin de explicar las aluci­naciones motrices verbales, tan importantes para comprender el nacimiento del lenguaje.

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V I r. K A K I t rO M M IF .K

Primero se pensará que el problema reside en la longevidad de las representa­ciones mentales de los miembros amputados: sus áreas sensoriales y motrices per­manecen intactas y continúan sus actividades. Pero esta explicación no basta: por un lado, porque el dolor solamente afecta a una parte de los casos y sobre todo, por otro lado, porque el miembro fantasma sufre como si estuviera lesionado aunque no lo esté. Si no se puede explicar el dolor a través de la persistencia de la actividad cortical, se debe establecer la hipótesis de un recubrimiento del área de la percepción por parte de un área psíquica. Induce aún más a pensar así el hecho de que ciertos pacientes amputados a menudo se quejen de dolores en áreas sensoriales sin rela­ción alguna con las del miembro desaparecido, siendo la del rostro la más común.8 El territorio cortical del rostro es invadido por el del miembro amputado, y el dolor se vuelve cada vez más fuerte a medida que avanza la colonización.

¿Se debe esta colonización a la plasticidad de las zonas corticales? En 1977, D. Patrick (University College, Londres) mostró que la inervación de un miembro fantasma a veces se desplaza un centímetro para reimplantarse en otras áreas cor­ticales, esencialmente en el área del rostro cuando se trata de la mano. Así, se pue­de volver a dibujar el mapa completo de una mano fantasma en el área de la cara.9 Una vez cortado el miembro, el mensaje sensorial se dirige hacia dos zonas: el área facial inicial, pero también el área de la mano. Esta modificación de los mapas ce­rebrales explicaría la aparición del miembro fantasma. Cada vez que el amputado sonríe o activa sus nervios faciales, la actividad estimula el área de la mano.10

¿Pero es seguro que la proximidad entre el área cortical del brazo y el área del ros­tro genere esta inervación? Un fenómeno análogo no sucede cuando es la pierna la que falta. El rostro tiene pues una importancia particular, que se debe al rol que juega en la aprehensión del mundo, al igual que la mano. Este fenómeno permanece inex­plicable si no se concibe que la pulsión (el cuerpo psíquico) duplique la sensación. Si la sensación fuese la única involucrada, no podría haber ninguna correspondencia entre áreas sensoriales tan desemejantes. Este fenómeno se explica gracias a la dupli­cación de las percepciones por parte de las pulsiones, que pueden intercambiar sus áreas sensoriales en la medida en que tienen la misma meta (el goce)." Sólo la plas­ticidad de las pulsiones explica la plasticidad del territorio. El miembro amputado sirve para “ tomar” el mundo exterior, es duplicado por la pulsión de apoderamien-

8. Véanse tos trabajos de Herta Flor, de la universidad Humboldt, en Berlín, y los de Vilayanur Ra- machandran, especialmente Le Fanlóme intérieur, Paris, Odile Jacob, 2002.

9. V. Ramachandran, op. cit., p. 51.10. Véase igualmente P. Giraud, A. Sirigu, F. Schneider y J. M. Dubernard,“Cortical Reorganization

in Motor Cortcxafter Graft of Both Hancls”, Namre Nenroscicnce, vol. 4,2001, p. 691-692.11. Por ejemplo, se puede “comer con los ojos”,“joder {emmerder. “enmierdar” ) a alguien”, etc. Gra­

cias al carácter vicario de las pulsiones, las percepciones se entremezclan entre sí. F.l filósofo JohnLocke escribió a propósito de un ciego de nacimiento: “Su amigo le preguntó cómo era el colorescarlata. Y el ciego respondió que era como el sonido de una trompeta”.

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1 ,O M O I AS N I U I I IK II NC1AS U I M U I M K A N I I. H»K IIA N A I.IS I»

lo. Igualmente, el rostro, que concentra en su superficie la boca, las orejas, los ojos, la nariz, “ toma” el mundo. Por lo tanto, es necesario pensar que, antes que la proximi­dad de las zonas, es una pulsionalidad común la que engendra el dolor.

Un segundo argumento importante alega a favor de la pulsión: la ocupación del área del rostro por parte del miembro fantasma a veces se produce algunas horas después de la amputación.12 En un período tan breve, no se produjo ninguna reco­lonización neuronal de un área por parte otra a causa de un brote. Por lo tanto, ya existía otra conexión, hasta entonces inhibida. La amputación desinhibe conexiones preexistentes y ocultas. La conexión era constantemente duplicada por otras redes: las del cuerpo psíquico. En este sentido, V. Ramachandran13 exploró por medio de la MEG, una técnica de diagnóstico médico por imágenes, a cuatro pacientes luego de su operación, y constató que el hemisferio derecho había sido invadido inmedia- l a mente por las aferencias sensoriales del rostro.

El tercer argumento concierne a algunas personas que nacen sin brazos y po­seen miembros fantasmas no dolorosos cuya actividad está ligada a la del habla. El acto de hablar, que se despliega de manera facial, genera un movimiento de “ ma­nos”. Siempre se habla con las manos. V. Ramachandran cita el caso de una jo ­ven nacida sin brazos y cuyas manos fantasmas se agitan cada vez que habla, pero que no se mueven durante otras actividades: “ Cuando hablo, mis brazos fantasma gesticulan”.14 Puede señalarse en este caso que el lenguaje de los sordomudos, expre­sado con las manos, es una duplicación del habla. Las manos se desarrollan al mis­ino tiempo que el lenguaje.

A partir de estos distintos argumentos puede concluirse que existe una enorme redundancia de conexiones entre el cuerpo psíquico y la percepción. Pero la mayor parte de las duplicaciones permanecen invisibles mientras que el miembro esté in­tacto. Las redundancias significan que el carácter vicario de la pulsión le permite pa­sar fácilmente de una zona a otra conservando la misma significación pulsional: de la mano que aprehende el rostro, el cual también aprehende el exterior. La duplica­ción constante de la percepción por parte de la inervación del área psíquica se ma­nifiesta a través del dolor, cuando su área sensorial gemela desaparece.

El dolor resulta de la superposición del cuerpo psíquico sobre el cuerpo sensorial, ausente a partir de ahora. El primero debe hacer el duelo del segundo, duelo tanto más cruel cuanto que la pérdida haya sido traumática. El momento de la amputación es en sí mismo un momento profundamente traumático, sobre todo cuando resul­ta de un desgarramiento, un accidente, una explosión o una herida de guerra. El ac-

12. Demostración hecha en el Massachussets General Hospital por el equipo del doctor David Bor- sook. Véase David Borsook el alii, “Acute Plasticity in Human Somatosensory Cortex, Following Amputations”, Socicty for Neurosciencc Abstraéis, n°l, 1731,1997, p. 438.

13. Op. cit. p. 54.14. Ibid., p. 67-68.

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Gf.RARD I ’ OMMIEK

cidente es traumatizante, y además se acumula con los traumatismos psíquicos del pasado. De modo que, por este trozo psíquico, los equivalentes pulsionales fijan el traumatismo. En este caso, la fijación pulsional impide el duelo: “Algunos pacientes aseguran que el dolor que experimentaban en sus miembros justo antes de la am­putación persiste como una especie de recuerdo del dolor”.15 La mayor parte de los ejemplos de miembros fantasma suceden a un traumatismo violento completamen­te apropiado para generar una fijación. En cambio, se les ahorra el dolor del miem­bro fantasma a quienes pierden su miembro sin traumatismo. Los brazos de los le­prosos se corroen progresivamente y no lo sufren. Por lo contrario, si una gangrena afecta a los leprosos y son amputados, aparece un miembro fantasma a continua­ción de este traumatismo quirúrgico. Ahora se comprende mejor por qué el dolor del miembro fantasma no existe más que en la mitad de los casos, a título de “due­lo psíquico”. No aparece a causa de la ablación de ciertos órganos que no tienen va­lor pulsional. Durante la ablación de un pie, o incluso de un seno, ningún miembro fantasma hace valer sus derechos.16 También se comprende mejor el error de los ci­rujanos que seccionan los muñones subiendo a veces muy arriba hasta la médula cervical, con la esperanza de detener los dolores recurrentes. Al hacer esto, crean una nueva duplicación pulsional del muñón que falta, del que es necesario hacer el due­lo. En efecto, “el fantasma emerge no del muñón, sino del rostro y de la mandíbula”.17 Se trata de una alucinación del brazo que resurge a nivel del rostro.

El investimiento psíquico de las sensaciones también se puede demostrar gracias al fenómeno llamado de “heminegligencia”. Luego de un ataque cerebral, algunos sujetos prestan poca atención a lo que acontece en una mitad de su campo visual, muy a menudo el de la izquierda.18 Ya no se peinan a la izquierda, ya no dibujan a la izquierda, no comen lo que se encuentran en la parte izquierda de su plato. Les tie­ne sin cuidado. Ahora bien, esta negligencia difiere de la ceguera. Estos sujetos ven perfectamente lo que ocurre a la izquierda, pero esta mitad de su visión se encuentra desinvestida pulsionalmente. Por otra parte, cuando se les llama la “atención” sobre eventos que se producen a la izquierda, pueden notarlos. Tan pronto como las sen­saciones se alteran, lo notan, porque el sujeto de la atención es el sujeto del pensa­miento y no el de la pulsión. Si, por ejemplo, se les muestra una mano inmóvil del lado izquierdo, la desatienden, porque no invisten la sensación inmóvil, por lo tan­to puramente pulsional. En cambio, si se agitan los dedos, lo notan, porque la dis­tinción de una cualidad hace intervenir el pensamiento.

15. Ibid., p. 79.16. El seno tiene un valor pulsional para el niño, pero está desprovisto de dicho valor para la ma­

dre.17. V. Ramachandran, op. cit., p. 56.18. Esta localización prcferencial a la izquierda presenta un gran interés, porque se corresponde con

la localización cerebral de la imagen del cuerpo psíquico a la derecha.

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(JOMO IAS NI UI I I H II N C I A S l l l M U I N I K A N I I

El fenómeno de la heminegligencia amerita ser cotejado con otra manifestación clínica, que plantea un problema sin duda análogo: se sabe siempre muy poco acer- i a de la anosognosia, descubierta por Antón Babinski en 1908. Se trata de pacien­tes paralizados de un lado del cuerpo y que no se dan cuenta de ello: siguen tenien­do propósitos que ignoran esta discapacidad. La heminegligencia y la anosognosia complementan las lecciones del miembro fantasma. En la experiencia del miembro fantasma, la pulsión sobrevive y no consigue hacer el duelo por el miembro ampu­tado. En cambio, la pulsión se “desinviste” completamente en la heminegligencia, como si las inervaciones pulsionales colaterales hubieran sido reprimidas especial­mente por el traumatismo.

Una buena demostración del recubrimiento entre lo psíquico y el organismo es proporcionada por la técnica de curación de los dolores de los miembros fantasmas inventada por V. Ramachandran. Utiliza un juego de espejos que impone la imagen del miembro sano sobre la del miembro enfermo. Por medio de un feed-back visual, la imagen virtual del miembro sano se superpone al miembro amputado, de modo que el miembro fantasma ya no parece serlo: se anima correctamente sin dolor, aun­que antes fuese doloroso.19 Más aún: al utilizar este sistema de espejos durante va­rias semanas, el miembro fantasma desaparece. El aspecto normal del brazo entra en concordancia con la sensación del miembro que falta. Este dispositivo permite hacer “actuar” al miembro fantasma como si hubiera vuelto nuevamente a la nor­malidad. Esta puesta en movimiento disminuye el dolor poco a poco, hasta hacerlo desaparecer. El espejo lleva al paciente a reivindicar como suya la parte de su cuerpo cuya desaparición antes negaba. De modo que, como escribe V. Ramachandran: “Era probablemente el primer ejemplo en la historia médica de una amputación exitosa de un miembro fantasma”.20 Atribuye este éxito a los signos contradictorios que lle­gan al córtex. Pero se evocará más bien un duelo logrado de la pulsión: la sensación visual reanima las ramificaciones nerviosas colaterales pulsionales, permitiendo así hacer el duelo de lo sensorial al que la pulsión estaba aferrada.

Este in v e stim ie n to p u ls io n a l fu n c io n a c o m o u n p r e c u r so r d e i a c o n c ie n c ia

Estas observaciones dan una indicación sobre un fenómeno más general: las sensaciones sólo se vuelven conscientes en función de su “ investimiento” pulsional. Freud utilizó frecuentemente la noción de investimiento sin explicarla en detalle. Se

19. V. Ramachandran, op. cit., p. 75.20. Ibid., p. 77. Según Ramachandran, un feed-back visual permitiría curar la mitad de los casos que

hacen la experiencia de la caja con espejos. Según él, el dolor sería solamente una “opinión" que se vuelve obsoleta cuando el paciente ve su miembro fantasma normalmente. La contradicción entre su sensación visual y la sensorialidad traumática haría desaparecer la segunda.

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ClfiRARI) P O M M II U

puede comparar el investimiento con la atención, a la que se parece en un punto: es necesario un acto subjetivo específico para “ investir” una percepción y así volverla consciente. Pero, desde otro punto de vista, sucede que grandes esfuerzos de aten­ción no logran investir cierta representación. Por ejemplo, la mayor parte de nues­tros contemporáneos invisten mal la nueva moneda, el euro, incluso si prestan mu­cha atención. El euro no ha acumulado suficientes capas de eventos psíquicos para que su valor sea investido. El investimiento tiene pues un sentido suplementario, el de la significación21 prestada a un símbolo, una escena o un acto, que consta de va­rias profundidades. No importa cuál percepción pueda ser investida o desinvestida, según nuestra manera de considerarla. Así, cuando el amor por una persona se ex­tingue, su presencia es“dcsinvestida” más o menos rápidamente, hasta el punto de volverse a veces indiferente. Otro caso de esta figura: el acto sexual no tiene el mis­mo investimiento para un adulto que para un niño. El acto sexual de los adultos no corresponde a ningún investimiento para el niño, para quien la pulsión y el ha­bla constituyen los únicos instrumentos de goce hasta la adolescencia. En este sen­tido, la sexualidad de los adultos traumatiza a los niños “ inconscientemente”, por­que corresponde a un goce que los rebasa. No pueden integrarla y, si sufren una se­ducción (incluso sólo fantasmática), no la comprenden. Lo que un recuerdo de se­ducción tiene de inconsciente no les aparecerá sino más tarde, cuando se confron­ten a su vez con un goce idéntico.

Igualmente, para los niños (y a menudo para muchos adultos), los asesinatos y los actos de violencia no son mucho más investidos en la vida que en la fantasía o en las películas. También sucede que, por el contrario, ciertos investimientos son más fuertes en la infancia que en la edad adulta: el investimiento del mundo de los objetos es ampliamente animista (pulsional) para los niños pequeños. El animismo del mundo retrocede a medida que progresa la razón. El saber lo justifica y lo dilu­ye (por ejemplo, una fobia al contacto será reemplazada por los conocimientos so­bre las infecciones y la higiene). La edad adulta no reprime los investimientos de la infancia más que de un m odo precario, proporcionando otros. De manera que los investimientos pueden progresar o experimentar una regresión, según las circuns­tancias. El modo de goce infantil es reprimido por el modo de goce del adulto (que sigue siendo un niño disfrazado).

El investimiento pulsional de la sensación es muy importante para situar la con­ciencia. Se mostrará que, en función del investimiento, automáticamente trazamos líneas divisorias entre lo que nos place y lo que nos displace: este juicio es una con­dición previa para la conciencia, la cual funciona sobre este primer investimiento de la sensación por parte de la pulsión.

21. Esta significación difiere de la intelección. Significación quiere decir que, según un modo de goce actual, un sujeto comprende o no comprende un acontecimiento. El euro no tiene el mismo in­vestimiento de goce que el franco: para algunos sigue siendo incomprensible.

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C a p ít u l o 6

El organism o crece con el ir y venir de la pulsión

Hasta aquí, nuestro amigo neurofisiólogo nos ha seguido fácilmente, pero ahora vamos a pedirle que confíe en nosotros por un momento. No creemos más que él en los “ fantasmas”, y le proponemos una tesis que da cuenta de ello. Así, adherimos al método hipotético deductivo según el cual somos conducidos a elaborar cierta hi­pótesis para dar cuenta de hechos que él puede verificar al igual que nosotros. Por otra parte, también nosotros dudábamos de estas hipótesis que la neurofisiología corrobora hoy en día. Ereud mismo siempre consideró a la teoría de las pulsiones como el mito científico del psicoanálisis: hoy sale de su indeterminación.

El “ c u e r p o p s íq u ic o ” im p u l s a el c r e c im ie n t o d el c u e r p o

Se podría creer que las áreas corticales superponen dos territorios distintos: por un lado, el organismo y, por el otro, el cuerpo psíquico, cada uno dirigiendo sus pro- lúas actividades, con algunas interferencias ocasionales. Así, la mecánica orgánica avanzaría de forma lenta pero segura en el camino de su pequeño hombrecito,1 no sin experimentar, llegado el caso, algunos problemas a causa de las elucubraciones mentales de su compañero de ruta. Pero un fenómeno como el desgaste tiende más bien a probar que el cuerpo psíquico antecede y modela al organismo. Sus exigencias insatisfechas empujan a hablar, a ponerse de pie, a realizar sueños que nos anteceden y de los que somos los niños a cada instante. Tirado hacia delante por un deseo que le antecede, el cuerpo crece y se humaniza: el crecimiento de un niño procede de lo

1. [En francés: suivre son pclil bonhomtne de chemiti. Expresión que significa “avanzar lentamen­te pero con seguridad”, y que en este caso además juega con la figura del “pequeño hombrecito” que se dibuja en los esquemas del cerebro. N. de los T.)

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G é r a r d P o m m i e r

que se espera de él, de una imagen ideal de la que depende más allá de su voluntad, o incluso contra él.2 Bajo la tutela de esta imagen ideal, avanza, durante su vida, des­igual a este otro él mismo, esta psyché que lo llama hacia adelante de él.3

Para medir el alcance de esto, se conjeturará que el cuerpo psíquico depende de la pulsión, modelada en sí misma por la demanda materna. El Otro materno desea idealmente que el cuerpo del niño colme su propia falta, y busca realizar este deseo apuntalándose en sus necesidades, primero las que pasan por la boca, luego las otras. Esta armazón deseante de las necesidades lanza la mecánica de la pulsión.4 Desde su nacimiento, los niños de pecho picotean la comida que sienten que les agarra el cuerpo por otros motivos que el “bien” que confiesa.5

En pos de la claridad, resumamos en algunas líneas lo que diferencia al psiquis- mo humano en su relación primera con la percepción. ¿Qué percibe en primer lu­gar el niño que llora? Si llora, es porque tiene hambre, se dirá. Y se pensará que su primera percepción privilegiada será el seno, que así será su primer objeto de de­seo. Pero este seno es también el instrumento de realización del deseo de la madre: mediatiza su demanda de tener un pene, que sería este niño cebado con leche. Este seno quiere llenar, hinchar, hace del niño un falo en el lugar de la falta del pene ma­terno: esta diferencia entre el falo y el pene da al seno un valor alucinatorio. El falo es el símbolo de la falta materna, mientras que el pene y el clítoris son órganos que encarnan este símbolo. De modo que el seno, destinado a hacer del niño un falo, sirve para realizar un objeto imposible, cuya única realización será alucinatoria. El seno se encuentra aureolado por más que sí mismo: este “más” antecede a la percep­ción y vuelve un evento primero a la alucinación. El niño de pecho comienza por alucinar su objeto de deseo durante sus horas de sueño, alucinación de origen que orienta lo que percibe durante la vigilia. Quiere aquello que se quiere de él, y eso es lo que percibe: el resto del mundo se perfila a partir del seno, o más bien de la fal­ta primera que representa. Es la alucinación de llenar este vacío lo que busca la pul­sión oral, y luego las otras pulsiones.

Absorbido por este vacío, el primer dibujo del cuerpo pulsional en el córtex se calca, para comenzar, en la primera demanda materna oral, a la que se agregan pro-

2. Según estadísticas recientes de la OMS, sólo un niño de cada diez sobrevive a su abandono.3. Aunque la etimología y la multiplicidad de sentidos no lo prueben, en francés la palabra psyché

remite al espejo, el alma y el psiquismo: esta psyché tira el organismo hacia delante gracias a las palabras de la demanda, materialidad con la cual basta con comenzar a jugar para identificarse.

4. El deseo de niño de la madre corresponde a su anhelo de tener un pene. La ecuación simbólica de este deseo se escribe: falo = niño (según el penisneiil freudiano). Desde el punto de vista del padre, igualmente, el deseo de niño calma la angustia de la castración materna (de su madre). Ahí también, niño = falo. El deseo paterno corresponde al anhelo de dar el pene al mismo tiem­po que legar el nombre del padre.

5. Jamás el instinto de los animales encuentra una paradoja parecida. Ellos no reprimen sus instin­tos, ¡todo lo contrario!

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( A m o i a s nf.u r o c ie n c ia s d e m u e s t r a n e l p s ic o a n á l is is

gresivamente las diferentes pulsiones. El homúnculo cortical presenta labios enor­mes, superficie que no es proporcional a la inervación labial, pero sí a la inmensidad de la demanda materna. Por su parte, la representación cerebral del sexo está reduci­da, por lo que uno podría sorprenderse: es que la genitalidad encuentra su lugar en el cuerpo psíquico solamente al final, gracias a una inversión de la última oportuni­dad. Por orden de aparición, el área sensorial oral toma una gran extensión, mien­tras que la pequeña última, que corresponde al sexo, no cubre más que una superfi­cie mínima. Como objeto del Otro, el cuerpo pulsional es una boca y un ano en pri­mer lugar, y nace como sujeto de pleno derecho gracias al sexo. El goce genital so­breviene tardíamente como de emergencia de la demanda materna: la madre qui­so al niño como símbolo del falo, y este niño se defiende trastocando esta demanda del falo en goce de su pene (o de su clítoris). El sujeto se entrega al onanismo contra toda demanda exterior, y además en secreto la mayoría de las veces.6

Estas consideraciones neurofisiológicas sobre las traducciones corticales de la libido otorgan todo su alcance a la invención freudiana de la pulsión. La pulsión, Trieb,7 fue para Freud en primer lugar una “presuposición provisoria y un tanto obs­cura”. Aparece como una fuerza psíquica apuntalada sobre las necesidades y los ori­ficios correspondientes del cuerpo: la boca, el ano, los ojos, las orejas, etc. Lo “ inte­rior” orgánico es modelado, pues, a partir de lo exterior: en otras palabras, como se ha dicho, a partir de la interpretación de las necesidades corporales por parte de la madre en función de su propia falta.8 El cuerpo crece en este límite “psicosomáti- co” en constante extensión.9 La frontera pulsional constituye este límite,10 en el que el cuerpo psíquico se vuelve orgánico. Más allá de los medios que utiliza (el alimen-

6. Esta conversión, que va de una identificación con el falo al goce del pene, es el reverso de la per­versión polimorfa del niño. El goce de la relación sexual se ofrece en esta torsión. Su erotismo debe continuar pagando un derecho de pasaje cada vez que se actualiza la relación sexual.

7. El término “pulsión” era parte del vocabulario de los románticos alemanes. Había sido utilizado en filosofía por Fichte, en el sentido de un esfuerzo acompañado por el “aliento vital” del yo. Qui­zá Freud se haya inspirado en este filósofo cuando distinguió las “pulsiones del yo” de las “pul­siones sexuales”. Freud primero consideró a la pulsión como un motivo recurrente, pero vago, de la organización psíquica: la introdujo sin grandes preámbulos en Tres ensayos de teoría sexual (1903), ante de sistematizarlo en los Trabajos sobre metapsicología (1914).

8. La pulsión así se define -para retomar una expresión de Lacan- como “el eco de una palabra en el cuerpo”.

9. Con una intrepidez increíble (porque no se tenían pruebas de ello en aquella época), Freud llegó a escribir: “Entonces, tenemos derecho a inferir que ellas, las pulsiones, y no los estímulos exte­riores, son los genuinos motores de los progresos que han llevado al sistema nervioso (cuya pro­ductividad es infinita) a su actual nivel de desarrollo”. S. Freud, “Pulsiones y destinos de pulsión”, en Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, vol. XIV, 1988.

10. Cuando Freud escribió que la pulsión es un “concepto límite entre lo somático y lo psíquico”, no es el concepto lo que sería límite: por el contrario, se trata del concepto del límite, de aquello que se produce en una frontera, si podemos llamar así la reversión de lo psíquico en somático, sin lo cual no habría lo psíquico.

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GERARD POMMIl-R

to, el excremento, etc.)> la pulsión figura el enigma de lo que representa el cuerpo para que tal demanda le sea dirigida. Una demanda siempre más grande, aunque obscura, que ama el cuerpo exterior - “psíquicamente”, si se quiere-, mientras que su efecto se materializa “ físicamente”. El enigma de la pulsión aspira a que el cuer­po a sea más grande que él, se desarrolle y se reproduzca. De m odo que las pulsio­nes imponen una presión demasiado fuerte al organismo y son rechazadas por en­cima de cierto umbral.

C u a n d o el c u e r p o p s íq u ic o ex a g e r a , es r e c h a z a d o “ al e x t e r io r ”

Si la pulsión se pone en marcha a partir de lo que la madre espera del niño, esta perspectiva no resulta un placer para este último sino hasta cierto punto, más allá del cual este “bien” incestuoso se transforma en su contrario." Este exceso genera una “represión primordial”, más comprensible si se la concibe como un “rechazo”.12 Los cuidados proporcionados al niño por la madre son placenteros, hasta que el pun­to en que se vuelven displacenteros (a causa de la tonalidad incestuosa que adquie­ren). Este displacer latente en el placer cualifica al goce. Tan pronto como el placer pulsional se transforma en una pesadilla, las pulsiones son rechazadas: así, invisten y animan el mundo de las sensaciones.13

En la velocidad crucero de las neurosis, el rechazo pulsional es ilustrado por los vómitos, la defecación, los llantos, las ganas brutales de orinar en ciertas situacio­nes, etc.: tantas reacciones que están lejos de ser solamente un asunto de niños.14 Este rechazo se comprende fácilmente: por ejemplo, para la pulsión oral, cuando el asco genera vómitos. Pero, hecho mayor, lo mismo sucede con lo visual. El niño re­chaza en el mundo el exceso de la pulsión escópica que lo instrumenta. De modo que el conjunto de lo que es visible es investido a continuación por aquello que ha sido rechazado, imponiendo una forma de antropomorfismo constante de la per­cepción. Una especie de tapado de nuestro cuerpo viste el mundo. De esta manera,

11. Es el caso de la anorexia mental del recién nacido, de la que nuestro amigo neurofisiólogo no dis­cutirá que demuestra el investimiento de la pulsión oral por parte de la demanda materna.

12. En 1917, Freud habla de una “represión” de la pulsión. Pero, cuatro años más tarde, en La nega­ción, precisa que se trata de un rechazo (Ausstofiung).

13. El fenómeno de las alucinaciones es incomprensible si no se concibe el collage permanente de la pulsión con las percepciones, o más exactamente con el sistema percepción-conciencia. La aluci­nación se produce con motivo de una despegadura entre la percepción y la pulsión, que enton­ces constituye una “falsa percepción” (normalmente es el caso de los sueños, cuando la percep­ción se detiene).

14. La base orgánica pulsional ofrece al síntoma una posición de repliegue regresivo (por ejemplo, una mujer abandonad puede ponerse a vomitar, en conformidad con la teoría sexual infantil del embarazo oral, o bien ser presa de colitis, diarreas, etc.). Como estos síntomas resultan de un sue­ño incestuoso, son autopunitivos y dolorosos, aunque ponen en juego un goce.

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( A m o i a s NUURotafiNi'iAS d h m u ks i r a n i i p s ic o a n á l is is

se comprende que la pulsión duplique el conjunto de los territorios sensoriales.15 Forma el armazón del cuerpo psíquico, y por medio de éste contamina el conjun­to de lo que es percibido. Así, una fuerza anima las percepciones, la de una especie de un aparecido pulsional que corresponde al investimiento psíquico de lo que fue rechazado al exterior luego de la represión originaria (a causa de la demanda inces­tuosa en exceso).

El sujeto rechaza al exterior la parte incestuosa del investimiento psíquico de su cuerpo, y su propio antropomorfismo inviste cada cosa. Esta “percepción falsa” da su base al animismo del pensamiento infantil o a las religiones llamadas primitivas. También es ella la que explica que, cuando el investimiento pulsional se desprende de la realidad de las percepciones, se desencadenen las alucinaciones. La parte ano­nadante del goce ha sido rechazada, y esta película de nada [néant\, de “nada” [rien], recubre la cosa percibida, fiel en ello a su etimología latina.16 Minada por su “nada” [rien], la verdad de la cosa permanece más allá de la percepción y da la impresión de que resulta imposible conocer la “cosa en sí”.

Lo que fue rechazado al exterior atañe a una parte íntima que no permanece está­tica y retorna, con toda la potencia de la falta: la de haber denegado lo que la madre demandaba. Es una especie de doble ideal que fue rechazado, es decir, matado psí­quicamente, y funciona com o un aparecido. En efecto, un fantasma. La parte nues­tra que rechazamos con la pulsión constituye una forma de asesinato de nuestro ge­melo. La creencia universal en un mundo mágico y antropomórfico, la imaginación animista espontánea de los niños o la potencia del culto a los muertos en todas las culturas son otras tantas demostraciones de la colonización del mundo de las sen­saciones por parte de las pulsiones rechazadas.17 Las alucinaciones son la prueba pa­tológica de ello. Su propio antropomorfismo inviste cada percepción del hombre: la sensación hierve del goce pulsional en exceso que habría podido desbordarlo y en­gullirlo si él no lo hubiese rechazado. El alma que percibe en cada cosa, es él mismo que retorna sobre sí y se arriesga a engullirse. Cualquier manifestación de esta par­te rechazada “quiere decir algo”, le habla al sujeto de su falta.18 Vivimos en un mun-

15. Los dibujos de los niños muestran el investimiento pulsional de sus sensaciones. Los niños dibu­jan los mismos cuerpos en todas las culturas, en función de sus edades. Sus grafitis antropomór- ficos deben sus imperfecciones no a la falta de habilidad, o a un dominio insuficiente, sino a las representaciones del cuerpo pulsional: siempre tendrán dos ojos y una boca.

16. Res, que quiere decir la “cosa” en latín, dió lugar en francés a la palabra “nada” [rien].17. Entre las numerosas observaciones de Freud sobre el antropomorfismo del mundo, se desta­

ca, por ejemplo: “Bajo condiciones todavía no dilucidadas lo bastante, percepciones internas de procesos de sentimiento y de pensamiento son proyectadas hacia afuera como las percepciones sensoriales; son empleadas para la plasmación del mundo exterior, cuando en verdad debieron permanecer en el mundo interior”. S. Freud, “Tótem y tabú”, en Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, vol. XIII, 1988.

18. Esta parte que está fuera “habla” porque el inconsciente pulsional responde por la demanda del Otro: ella está “estructurada como un lenguaje”, como lo destacó Lacan.

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GfKARI) POMMIEK

do que siempre nos dice algo. ¿Pero qué? Hablamos para responder a este universo habitado desde el origen por el símbolo.

En el transcurso de los terrores nocturnos, los niños temen el retorno de los de­monios que habitan los círculos exteriores. La propia monstruosidad de su identi­ficación con el falo les regresa del exterior. Las pulsiones producen las más modesta sensación que duplica una entidad que se nos parece. Es nuestro gemelo ideal que hemos rechazado, matado. Los niños temen que el espíritu del muerto surja de cada cosa. El ser vivo retorna al sitio mismo donde hay un muerto. Así, todo un mundo de aparecidos potenciales puebla el universo, desplegando su duplicación fóbica. La angustia de un retorno posible surge en todas partes donde se perpetró el asesinato de nuestro doble.19 En todas partes, la sensación del ser vivo, en primer lugar, llevó consigo una amenaza de más allá. El asesinato fue cometido en todas partes adon­de la percepción se dirige, y en su lugar mismo podía surgir un aparecido, que era necesario exorcizar: tal es el primer sentido de las palabras.

E l c u k r p o p s íq u ic o se m o d e l a en el t o r b e l l in o pu l sio n al q u e va del

“ in t e r io r ” al “ e x t e r io r ” ( y v ic e v e r sa)

Ahora se pude situar más claramente el “cuerpo psíquico”. En un principio, se presenta como un encaje de cuerpos pulsionales discordantes, en constante lucha por el dominio del organismo. El cuerpo psíquico se localiza en el recorte espacial de “lo que entra” y “lo que sale” : entrecruza la violencia de las pulsiones que van del exterior al interior y (por ejemplo, la pulsión oral) con las que van del interior al exterior (por ejemplo, la pulsión anal). ¿No podría este cuerpo beligerante encon­trar la paz gracias a una especie de imagen global de sí?20 Pero esta imagen es jus­tamente la insoportable perfección de un ideal incestuoso, rechazado afuera inme­diatamente.

De modo que, calcado en las áreas del cuerpo orgánico, el cuerpo psíquico po­see las particularidades extrañas de la pulsión, primero externa antes de ser inter­na. ¡Este hermano falso toma sus órdenes por fuera! No recubre su área cortical por medio de conexiones nerviosas internas: transita por el exterior. Su homúnculo se dibuja en función de las sensaciones. Retorna del exterior siguiendo al revés el cami­no de la represión originaria, que rechazó al mundo la significación fálica del cuer­po. “ Interior rechazado” que regresa a toda costa al organismo, el cuerpo psíquico

19. La primera idea de la “vida” fue la de una vida después de la muerte. Casi todos los pueblos pri­mero comprendieron la vida como una vida en el más allá, hasta el punto que, durante milenios, esta segunda vida les pareció ser la vida verdadera, a la que debían sacrificarse.

20. Su formación existe de verdad: es la identificación con el falo materno (yo ideal). Pero entonces surge otro problema, el de la pertenencia de esta imagen, que objetiva a quien es su soporte.

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COMO I A S N I I IK IM U N C IA S n i íM l l E S I R A N I I l'NK O AN A l.lS IS

lo considera como su presa.21 Algo interno al cuerpo, apuntado hacia el organismo, se encuentra en una relación especularen relación al exterior. Nuestro fantasma in­terno responde al llamado de su gemelo externo, que se refleja en las sensaciones.22

Esta relación en espejo tiene una gran importancia teórica, ya que muestra “físi­camente” que la represión de la pulsión se lleva a cabo según una inversión del es­pacio análoga a la que es necesaria para la apropiación de la imagen del cuerpo por parte del sujeto de la conciencia, cuando se encuentra ante un espejo. El trayecto de la represión “lateraliza” el cuerpo humano, que se vuelve zurdo o diestro. La latera- lización del cerebro humano no forma parte de los datos naturales (al modo de la posición del corazón a la izquierda, del hígado a la derecha, etc.). Las funciones de un hemicuerpo siempre son claramente privilegiadas en la relación con el mundo, y el origen psíquico de esta lateralización ya no se pone en duda. Los neurofisiólo- gos comparan espontáneamente la lateralización manual izquierda/derecha y la la­teralización del lenguaje en los hemisferios del cerebro.23

Ahora se pueden completar los primeros comentarios hechos a propósito de la lateralización en el pasaje de la imitación a la identificación. Para explicar la in­tegración de los aprendizajes, habíamos propuesto una experiencia que constituía una condición previa: mírese en un espejo e intente cortarse un mechón de cabe­llo. Su torpeza le hará intuir la necesidad de la lateralización: para ejecutar un acto que ha aprendido, es necesario reprimir la imagen que, enfrente de usted, lo refleja. Es necesario pasar de la imitación a la identificación (haciendo este acto uno mis­mo). Este movimiento supone una inversión del espacio que lateraliza el cuerpo en su trayecto. Esta im prim atur definitiva de lo orgánico por parte del cuerpo psíqui­co comienza con la represión de las pulsiones y a la vez se traduce por la lateraliza­ción de las áreas cerebrales. La representación del cuerpo en el espacio y la utiliza­ción de este espacio por parte del cuerpo se organizan de acuerdo con esta división entre la derecha y la izquierda que procede de la represión. La física del espejo ilus­tra la obligación de una lateralización izquierda/derecha, pero naturalmente la expe­riencia física del espejo no hace más que dar una intuición de este proceso. El suje­to “se ve”, en primer lugar, en el Otro materno, y copia. Luego, se apropia por inver­sión de este cuerpo externo, com o lo muestran las cartografías cerebrales. La carto­

21. Es por es este motivo que las alucinaciones se producen “por fuera” en caso de una falla de la re­presión en las psicosis. Esta relación en espejo del cuerpo psíquico con el exterior pulsional es demostrada ampliamente por las experiencias de V. Ramachandran. Véase el capítulo anterior.

22. Las experiencias realizadas por V. Ramachandran gracias al espejo para la reeducar los miembros fantasma demuestran esta posición de la imagen del cuerpo psíquico en relación al rechazo de la pulsión.

23. Los zurdos generalmente tienen un hemisferio relativo al lenguaje dominante-izquierdo, rara vez derecho, y a veces bilateral. Véase, por ejemplo, Julien Barry, Neurobiologie de la pensée, op. cit., p. 246.

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grafía cerebral da cuenta de la torsión del espacio que acompaña a la represión, ne­cesaria para que un sujeto se separe del deseo del Otro.

En efecto, la imagen cortical del cuerpo posee una característica notable:24 la de dibujarse en el córtex según un mapa invertido del cuerpo entero. Se trata de una inversión de arriba a abajo, patas para arriba, que se produce de acuerdo con una simple inversión del espacio, como en una cámara de fotos. Así, este cuerpo es sim­plemente un objeto reflejado, es un “él”, aún no “yo” [je]. Como ya se mostró, este “él” tomado en una imagen debe ser reprimido para acceder al “yo” [je ]. La repre­sión completa aparece en la forma de una lateralización, que añade una torsión de derecha a izquierda. Se vuelve bastante evidente que esta inversión del espacio re­prime la imagen del “él” objetivado: nos olvidamos muy rápido a qué nos parece­mos. En calidad de “yo” [je], nuestro reflejo siempre es nuevo y sorprendente. Ama­mos ver fotos de nosotros o mirarnos en los espejos, en proporción directa a esta especie de olvido.

Nuestra situación de diestros o de zurdos nos parece completamente natural, y se nos escapa completamente el hecho de que se haya instalado luego de una tor­sión en el espacio. Pero, si sufrimos algún tipo de shock psíquico, experimentare­mos un vértigo psíquico que nos recordará que la tierra se mantiene debajo de nues­tros pies gracias tanto a la represión como a las leyes de la gravedad. La identifica­ción lleva a distinguir la izquierda de la derecha porque impone la torsión de una inversión del espacio.25

Algunas dificultades de aprendizaje de la escritura corroboran estas observacio­nes sobre la represión: la dislexia a menudo está asociada a la “calidad de zurdo”. En el aprendizaje de la escritura, pareciera como si las letras fuesen legibles primero en espejo en el Otro, frente al sujeto. Por lo tanto, el niño las traza, para comenzar, al re­vés. A medida que se las apropia, primero se las vuelve a poner al derecho, y luego se dan vuelta de derecha a izquierda (contra el Otro), para después escribirse normal­mente de izquierda a derecha, cuando se ha llevado a cabo la apropiación subjetiva completa. Todos los niños son disléxicos durante algún tiempo, que corresponde al período de represión del deseo del Otro. Esta organización del espacio por acción de la represión marca profundamente al cuerpo, hasta el punto de hacer de éste un diestro o de aquél un zurdo. Esta espacialización tiene consecuencias para los apren­dizajes y genera proliferaciones sinápticas cerebrales bastante pronto irreversibles, ya que lo que atañe a la represión es vital para la existencia del sujeto.

24. La noción de área sensorio-motriz es todavía algo distinto que la noción de imagen, la cual, des­de el punto de vista de la neurofisiología, fue inventada por I.ord Russell Brain y Henry Head.

25. La experiencia del espejo es útil sobre todo para dar la ilustración “física” del nacimiento de la gramática. La sintaxis que rige el uso del significante se adquiere en el pasaje de la imitación a la identificación. La lateralización del cuerpo humano corresponde al compromiso del sujeto con la lengua materna (o más exactamente al pasaje del lenguaje recibido al acto de la palabra).

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G o m o l a s n e u r o c ie n c ia s d e m u e s t r a n e l p s ic o a n á l is is

A PARTIR DE UNA INADECUACIÓN CONSTANTE A LA DEMANDA MATERNA SE IMPONE UNA EXPANSIÓN PERPETUA

El cuerpo psíquico nace del sueño de satisfacer a la madre a pesar de todo. La de­manda materna se apoya sobre la envidia del pene que no tiene, pero el cuerpo del niño no podría ocupar el lugar de esta nada. El cuerpo psíquico tan potente resulta de la represión de una “nada”, fuerza de un vacío ávido de todo. El pensamiento se esfuerza por comprender la “ nada”, y aún más por aprehender que esta “nada” aspira al ser. Y sin embargo, es efectivamente en este lugar donde nacemos. El cuerpo psí­quico procede de esta “nada”, pegado como una sanguijuela a lo orgánico justamen­te porque no es nada. La alucinación que hace llorar sin razón al niño desde su naci­miento denota esta llamada. Las representaciones alucinatorias, y luego el pensamien­to, reprimen este gusto por el vacío que se pega a todo y permanece delante de todo. Por medio de la demanda materna, la pulsión se adhirió con sus ventosas al cuerpo, y luego continuó. Insiste indefectiblemente, por un lado, porque proporciona placer hasta cierto punto y, por otro lado, porque la demanda materna sigue exigiendo sa­tisfacción: es una carnívora, eternamente carente de su demanda de origen, y trans­mite este tormento al organismo. Jamás acabamos con la demanda materna.

La imposición del cuerpo pulsional sobre el organismo lo hace carburar en va­cío, del que tiene horror. Genera una actividad constante que modifica el mantillo sobre el que se enraíza. El mantillo se vuelve otra cosa, y no se puede saber lo que habría sido el cuerpo humano sin esta metamorfosis. El Alien del lazo con el Otro contamina el organismo y lo hace proliferar: el cuerpo se sacude, se anima. La acti­vidad se pone en marcha para deshacerse de esta alienación que la genera. El cuer­po psíquico permanece inadecuado respecto de las áreas sensoriales sobre las que se superpone, porque la demanda pulsional materna de origen permanece insatis­fecha. Este defecto realiza una transfusión gracias al recubrimiento de las áreas cor­ticales. El área pulsional nunca logra obtener el goce que la satisfaría, de modo que ignora el reposo: nunca duerme. Un sueño extremo la agita a cada instante y el or­ganismo sufre este retraso. Una falta afecta a las sensaciones, y experimentamos este defecto en la más mínima acción. Así, el ser humano ignora hasta su último día la plenitud y el reposo del alma. Estratificada en la misma área, la representa­ción orgánica no armoniza con su hermana psíquica. El organismo sufre una ten­sión constante: ¡nunca existe el reposo con su gemelo psíquico, este hermano falso siempre insatisfecho! Tanto de día como de noche, lo psíquico contamina lo orgá­nico con la discordia que lo atraviesa en sí mismo: el trabajo de su represión ejer­ce una influencia instantánea en la carne. El organismo resiste a su demanda, que lo haría explotar, si la escuchara. Los homúnculos orgánicos y psíquicos superpo­nen superficies que no se corresponden. El crecimiento del cerebro y el cuerpo re­sulta de esta discordancia.

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G f r a r d P o m m ie r

A causa de esta desarmonía, el ser humano crece, aprende. Crece bajo su coac­ción, pero también rechaza su exceso, al que no se acomoda más que de un modo sintomático. En algunos pasos fronterizos, los conjuntos de neuronas se sublevan: ya no reconocen el señorío de quien las legitimó en un primer momento. El señor feudal prescribe reglas a las que el organismo no alcanza a suscribir: el señor feudal da órdenes contradictorias. Dice que el placer se vuelve displacer por encima de cier­to umbral, que el goce del cuerpo puede acabar por hacerlo explotar, que hay que amar y odiar a la vez, que hay que prohibirse lo que es bueno, exige el respeto de esta ley incluso sin haberla promulgado antes. De m odo que ninguna adecuación, sino sintomática, se establece entre la lógica del psiquismo y la de de sus vasallos orgáni­cos. Esto no determina un sufrimiento y una desarmonía obligatorios. Pero signifi­ca que, cuando un problema psíquico no encuentra la solución a sus contradiccio­nes en su nivel propio (el lenguaje) y se retrae al cuerpo, resulta de ello el síntoma orgánico. Mal que le pese a Leibniz, la armonía no reina entre el cuerpo y el alma. El organismo forma síntomas a la medida de su resistencia a las conminaciones del cuerpo psíquico. El enroscamiento entre lo orgánico y de lo psíquico por medio del síntoma da a esta discordia su cimiento espacio-temporal. Nuestro organismo cre­ce a falta de la significación fálica. Así, conserva para sí mismo su extrañeza, la rela­tiva obscenidad de este atuendo vergonzoso, su habitus óntico.

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C apítulo 7

Las sensaciones pulsionales son em pujadas hacia el alam bique del habla

Las actividades pulsionales acaban de ser localizadas en las áreas corticales de­rechas. ¿Qué relaciones mantienen con las áreas del habla, aisladas en la izquierda desde Paul Broca?1 Al describir las funciones del cerebro, los neurofisiólogos dicen a menudo que el lóbulo derecho prefiere la imagen, lo afectivo, y más aún lo senso­rial. En lo que concierne al lóbulo izquierdo, se hace cargo de las actividades supe­riores, como el habla, la capacidad de contar, la abstracción en general. Las imáge­nes de diagnóstico médico muestran en este caso que la aritmética activa el hemis­ferio izquierdo, mientras que el hemisferio derecho adora las analogías y las com ­paraciones caras a la identidad de percepción de las pulsiones. Robert Sperry2 sis­tematizó estas propiedades: el hemisferio “dominante” es un virtuoso de la lógica y el análisis serial. En lo que concierne al hemisferio derecho, permite una aprehen­sión espacial del mundo, global e intuitiva. Se encierra en lo “sustancial” : analiza y produce imágenes preferencialmente, mientras que el hemisferio izquierdo se espe­cializa en operaciones “diferenciales” verbales y abstractas a la vez.

1. En su célebre comunicación de 1861, Broca notaba: “El desarrollo precoz del hemisferio izquier­do nos predispone, en nuestro primeros momentos, a ejecutar con esta mitad del cerebro los ac­tos materiales e intelectuales más complicados, entre los cuales sin duda se ha de contar la expre­sión de ideas por medio del lenguaje, y particularmente del lenguaje articulado”. En 1874, Karl Wernicke hizo la misma demostración apoyándose sobre una patología. Asimismo, fueron loca­lizadas una zona de agrafía en 1881 y una zona de ceguera verbal pura en 1892. Paralelamente, desde 1876, muchos trabajos mostraron una relación entre las lesiones del hemisferio derecho v algunos problemas de la percepción del espacio.

2. R. Sperry, “Mental Unity FollowingSurgical Disconnection of the Cerebral Hemisphere”, TheHar-veyLectures Series, 62,1968. Robert Sperry, premio Nobel de Medicina y ñsiología en 1981, espe­cialmente conocido por sus observaciones sobre la separación de los hemisferios cerebrales.

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Acabamos de ver que las pulsiones se aferran a las sensaciones y que hacen sufrir al organismo una presión constante. Varios resultados de las neurociencias muestran que este exceso pulsional se vectorializa hacia las áreas del lenguaje. Las experien­cias de R. Sperry establecen una vectorialización que va de lo sensorial a lo relativo al lenguaje. Sperry realizó sus observaciones con sujetos cuyos dos hemisferios ce­rebrales, es decir, el de la pulsión a la derecha y el del lenguaje a la izquierda, habían sido separados quirúrgicamente. Algunas experiencias consistieron en hacer soste­ner a un sujeto split brain un objeto familiar con la mano derecha o con la mano iz­quierda, mientras que no lo puede ver. A continuación, se le pide que lo nombre, según lo tenga en la mano derecha o en la mano izquierda. Se constata que la mano derecha (que corresponde al lóbulo izquierdo) puede “hablar” : el sujeto nombra el objeto que sostiene, mientras que la mano izquierda sabe reconocerlo, pero el su­jeto no puede nombrarlo. La información táctil se extiende al hemisferio derecho, pero la decodificación verbal no se efectúa a la izquierda. Así, la vectorialización es demostrada, incluso si esta prueba aún no dice que se trate de una simbolización de lo pulsional por efecto de lo verbal.3

Otros trabajos corroboran la vectorialización derecha/izquierda de la pulsión hacia el habla. Cada hemisferio trata a las percepciones de forma separada, como lo muestran otras experiencias realizadas gracias a sujetos split brain. Cuando se les presenta, por ejemplo, la mitad de un rostro de una persona conocida, comple­tan espontáneamente este hemi-rosLro con su mitad faltante. Esta experiencia re­sulta incluso más concluyente si se le presenta el hemi-rostro a un solo hemisferio a la vez, tapando un ojo, y luego el otro. Entonces, uno se da cuenta de una carac­terística esencial: el hemisferio dominante puede nombrar el rostro vuelto a com­pletar que percibe, mientras que el hemisferio no relativo al lenguaje no lo consi­gue, aunque pueda reconocerlo. Los tests de Robert Sperry, y luego los de Karl Po- pper y John C. Eccles,4 muestran que las experiencias del hemisferio no relativo al lenguaje sólo se vuelven conscientes luego de ser transmitidas al hemisferio domi­nante. Esta experimentación sugiere fuertemente que la conciencia humana siem­pre es verbal. Si, por medio de un proceso asociativo, el hemisferio dominado evo­ca cierto tipo de sensación, este “recuerdo” no accede a la conciencia, que requie­re del hemisferio relativo al lenguaje para actualizarse. Asimismo, si las actividades oníricas que se desarrollan en el hemisferio derecho no pueden ser transpuestas al hemisferio izquierdo, no serán memorizadas: la memoria supone una conciencia relativa al lenguaje de antemano.5

3. Los mensajes se intercambian entre los dos hemisferios gracias a relaciones, siendo la que corres ponde al cuerpo calloso (alrededor de 200 millones de fibras nerviosas de conducción rápida) la más importante.

4. K. Popper, J. C. Eccles, The Self and ¡ts Brain, New York, Springer, 1977.5. Las efracciones subliminales sólo pueden, en el mejor de los casos, preparar a la conciencia.

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I , H M U I A S N I ' . l l K l l l I h N C I A S 1 I K M U I . S T R A N I I l 'S H .U A I N A I .IS I S

Robert Sperry concluyó de sus experimentos que existe un reconocimiento sen­sorial independiente de la nominación y que es necesario distinguir dos cualidades de la conciencia: una sensorial y otra verbal. Bastaría con realizar un paso suplemen­tario para describir una “conciencia primaria”, independiente del lenguaje y orien­tada directamente hacia la percepción, tanto para el hombre como para el animal.6 Esta hipótesis supone que las reacciones no verbales se distinguen de las manifesta­ciones verbales, que las unas pueden funcionar sin las otras, como si, en consiguien­te, se tratase de centros orgánicos innatos. Sin embargo, esta hipótesis se bosqueja a propósito de sujetos cuyo proceso de hominización ya fue realizado, es decir, una vez hecha la bipartición entre los hemisferios de la pulsión y de lo verbal.

Ahora bien, esta bipartición no es innata, como lo muestran las propias experien­cias de Sperry en los niños. En el split brain, se constata que, a diferencia de los adul­tos, los niños pueden decir lo que tienen en la mano izquierda, y pueden comparar los objetos que tienen en cada mano, como si el corte entre los hemisferios no se hu­biese producido. Cuando la separación de los hemisferios antecede a la pubertad, el cerebro se reorganiza como si la lateralización hubiese sido adquirida no al nacer, sino luego de la operación. Los neurocirujanos notaron una gran plasticidad del cerebro luego del split brain, hasta una edad que va de los doce a los veintitrés años.

Esta última observación hace pensar que la lateralización de los hemisferios ce­rebrales corresponde a una necesidad de la represión. Las huellas mnésicas diferen­ciales del lenguaje se localizan en el hemisferio izquierdo para el 98% de los dies­tros. Las transferencias de la dominancia relativa al lenguaje del hemisferio izquier­do al hemisferio derecho son posibles durante los primeros diez años de vida. Esta plasticidad del área relativa al lenguaje muestra que la localización en sí misma no es innata y que no puede compararse con otras lateralizaciones del cuerpo huma­no. La misma da crédito a la hipótesis de su dependencia respecto de la represión. En efecto, la represión no se realiza por completo sino al final de la fase de latencia,7 cuando la adolescencia llega a su término y la dimensión traumática de la sexuali­dad se descubre en toda su amplitud. Cuando el deseo sexual se conforma con las condiciones de su realización, la infancia se clausura en una represión masiva y bru­tal.8 No resulta sorprendente que a esta edad también el split brain tenga de repente distintas consecuencias. Esta observación significa que, si el quiasma intracerebral izquierda-derecha no es el lugar de la represión, lo que sucede en su nivel lo refleja,

6. R. Sperry escribió a propósito de esto: “Uno de los hemisferios, el izquierdo, que es el hemisferio do­minante o mayor, posee el lenguaje y normalmente es parlanchín. El otro, el hemisferio menor, es mudo y no puede expresarse más que a través de reacciones no verbales”. (R. Sperry, Brain Bisection and Conscionsncss: Brain and Consáonss Experience, New York Springer Verlag, 1966, p. 298-313 ).

7. La sexualidad infantil impone al sujeto problemas complejos que no puede resolver, porque le faltan algunos datos relativos a la genitalidad. Esta puesta en suspenso de los problemas define la tase de latencia.

8. Esta represión constituye la amnesia infantil.

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sin embargo, casi de inmediato. El quiasma intracerebral “encarna” en el sentido de la represión, ya que, cuando la estructura psíquica pasa un límite irreversible, esta encarnación se vuelve igualmente irreversible.

Además de estas importantes experiencias relativas a la articulación entre lo sen­sorial y lo verbal, Robert Sperry notó en los split brain operados que una recupera­ción bastante buena de la conciencia sucede a la separación de los hemisferios ce­rebrales. Pareciera como si estos pacientes poseyeran dos cerebros, que rehabilitan, cada uno por su cuenta, ciertas funciones faltantes. Por lo tanto, habría que concluir que no son dirigidos por centros determinados. Pero Robert Sperry quiso preservar una concepción organicista al conjeturar que el reconocimiento sensorial y la con­ciencia verbal habitualmente eran simultáneos en ambos hemisferios, aunque ina- parentes mientras que no estuviesen separados.9 ¿Es esta tentativa de unificación ver­daderamente útil? Ya que no se trata de centros orgánicos, sino de la realización de una función: la duplicidad de la localización procede de la conjunción disyuntiva en­tre lo inconsciente pulsional y lo consciente verbal puestos así a la obra. Cuando los neurofisiólogos hablan de preferencias del lóbulo derecho por la imagen y lo afecti­vo, y del lóbulo izquierdo por las “actividades superiores”, resulta posible reducir es­tas calificaciones a funciones, si se considera que la pulsión subsume las cualidades “derechas”, que el lóbulo izquierdo va a simbolizar (o incluso reprimir). Esta com­pleja relación entre lo consciente y lo inconsciente es el motivo efectivo de la latera­lización cerebral. Mientras las dos cabezas de esta hidra no sean seccionadas, una re­produce la otra, aprovechando la lateralización cerebral, o por medio de cualquier otra vía intra-hemisférica.

Es la función la que cuenta: cada hemisferio posee áreas que podrían recibir la sensación o la verbalización. Esta repartición entre ambos hemisferios puede inver­tirse: el lado derecho puede tomar el rol del lado izquierdo, y a la inversa. Esta re­partición atípica a menudo parece aleatoria, o bien sucede a los accidentes. Pero, sea cual sea el caso, siempre se impone una distribución funcional de las áreas. Parecie­ra com o si el cuerpo debiese repartir entre dos lugares la relación contrariada entre la imagen y el significante. La plasticidad de las localizaciones posibles (que no son innatas) muestra que la única regla es la que esta coacción impone. La disyunción entre la imagen y el habla utiliza la anatomía, la mayoría de las veces gracias al quias­ma derecha/izquierda.10 Esta lateralización responde a un imperativo: disponer de áreas distintas que mantengan una diferencia de nivel entre lo pulsional (a la dere-

v i r n n n i » n im i v i i n n

9. Véase R. Sperry, “Mental Unity Following Surgical Disconnection of the Cerebral Hemispheres”, op. cit.

10. Ambos hemisferios se comunican gracias a varios millones de fibras que atraviesan el cuerpo calloso. Véase B. D. Maclean, “Sensory and Perceptive Factors in Emotional Functions of the Tribune Brain”, en M. Clynes, Emotions, Their parameters and Measurement, New York, Raven Press, 1975.

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cha) y su simbolización (a la izquierda). La doble localización observable por medio de imágenes de diagnóstico médico corrobora la hipótesis según la cual el trayecto que va desde el lóbulo izquierdo al lóbulo derecho corresponde a la represión de lo pulsional por parte del habla. Esta unión de las áreas corticales sensorio-motrices y del área del lenguaje diferencia cualitativamente al hombre del animal: en este últi­mo, no existe un relevador entre la sensación y la simbolización.

Otras observaciones realizadas a partir del split brain corroboran esta vectoria­lización. Robert Sperry comenzó su carrera com o cirujano intentando interrum­pir crisis de epilepsia paroxísticas por medio de la separación de ambos hemisferios cerebrales. Así, las crisis se detenían, al menos provisoriamente. El hecho de que se reanuden muestra que en realidad el cerebro sólo pone la repartición cerebral dere­cha/izquierda al servicio de una función, la de la represión de lo pulsional por medio de su simbolización. Si las crisis cesan durante un tiempo, es gracias al aislamiento del significante (a la izquierda) respecto a la imagen (a la derecha).

Existen crisis de epilepsia de origen orgánico que son ocasionadas por la hiper- sincronía de varios conjuntos de neuronas. El mismo resultado también se produce tras un recalentamiento psíquico, cuando se abóle la diferencia de potencial entre el deseo y su realización: en este caso, se produce igualmente entre varios conjuntos de neuronas una sincronía que provoca una crisis." En la histeria, algunas imágenes “realizan” el deseo momentáneamente por medio de un símbolo. Por ejemplo, un olor, una música, la visión de cierta escena, una situación particular, el reencuentro de un objeto fóbico actualizan, por la vía indirecta de su símbolo, un recuerdo de deseo del padre, e incluso un fantasma de seducción. Un símbolo formalizado por una imagen (a la derecha) realiza un goce y por consiguiente vuelve inútil una repre­sión por parte del pensamiento (a la izquierda). En este caso, la hipersincronía entre la derecha y la izquierda ocasiona una crisis de epilepsia.12 La realización del deseo inconsciente abóle la diferencia de potencial entre lo pulsional y lo relativo al len­guaje, hipersincronía cuyo resultado será una pérdida de conciencia. De modo mu­cho más común, se producen ausencias, desvanecimientos o pérdidas de memoria histéricas (por ejemplo, olvidos de nombres propios: se “ve” mentalmente la perso­na que no se puede nombrar) en circunstancias análogas. La percepción “ realiza” el símbolo bruscamente, y este último pone en equivalencia sincrónica la pulsión y el significante. La descarga hipersincrónica de conjuntos de neuronas desfasados ha-

11. Véase S. Freud, “Dostoievski y el parricidio”, en Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, vol. XXI, 1988.

12. Esta realización del deseo encuentra su contra-experiencia en el orgasmo sexual, del que muchos autores notaron la similitud neurofisiológica con la crisis de epilepsia. J.-P. Changeux compara el orgasmo con una variedad de crisis de epilepsia refleja (L’Homme neuronal, op. cit.). Asimis­mo, véase R. G. Heath,“Pleasure and Brain Activity in Man. Deep and Surface Electro Encepha- lograms During Orgasm”, Journal o f Nervous Mental Diseases, 154, 1972, p. 3-18.

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Cif kAKI) POMMIEK

bitualmente genera una pérdida de conciencia, cuando existe una causa orgánica. Tanto en un caso como en el otro, lo que se pone en juego es la “conciencia”.

Finalmente, en experimentaciones recientes aún más finas, las imágenes de diag­nóstico médico muestran la disociación entre lo pulsional y lo relativo al lenguaje en un punto crucial: la formación de las palabras. En efecto, las palabras se constituyen en primer lugar con sonidos “pulsionales”, sonidos que después tienen una signifi­cación en términos de lenguaje. La formación del acto relativo al lenguaje se distin­gue del lugar donde, en cierto modo, se almacenan los sonidos. El área de Broca se ilumina cuando alguien comienza a hablar, pero brilla igualmente si buscamos una palabra, si intentamos separar las vocales de las consonantes o si nos imaginamos rimas. Según un proceso distinto, el núcleo dorso-lateral-prefrontal elige las pala­bras, mientras que la región motriz prepara su pronunciación: la palabra está sepa­rada del acto asociativo. Las “ huellas mnésicas” de sonido difieren del habla.

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C a p ít u l o 8

El habla, trabajadora de izquierda, reprim e la pulsión, v ividora1 de derecha

Cada una por su cuenta, las pulsiones empujan al cuerpo a igualar la inmensi­dad de la unidad fálica. Si fuese necesario obedecerlas, la boca no cesaría de devorar, l.i mirada de perderse en el infinito, el excremento de infectar el universo... El exce­so de este empuje constante amenaza al organismo. La actividad sexual las aplaca, ya que la genitalidad invierte por un momento este apetito de infinito. Es porque liene tal función, sin relación con la reproducción, que el erotismo humano tiene un movimiento tan desenfrenado. Pero el sexo aplaca la violencia pulsional sólo de modo provisorio. Un dispositivo más práctico y más ordinario también puede cal­marla: el acto de hablar.

Pa r t ic u l a r id a d del s o n id o e n tr e las pu lsio n es

¿Cómo efectúa el habla esta represión del exceso pulsional? Emisarios del deseo materno, los objetos pulsionales empujan al sujeto hacia lo imposible. Sin embar­go, existe uno con el que el niño puede jugar. El sonido es en primer lugar una sen­sación pulsional como las otras percepciones: está investida por la parte de nosotros mismos que rechazamos. Un llanto se parece a nosotros, está cargado de lo que re-

I [En francés: jouisseuse. El autor construye la imagen del título con dos elementos: por un lado, la oposición entre un habla que trabaja y una pulsión que no trabaja; por otro lado, el elemento gozoso (nótese que el vocablo francés porta la raíz jouir, que se traduce como “gozar”). La defi­nición de “vividor” contiene ambos elementos: “que vive a costa de los demás, sin trabajar, sólo disfrutando de la vida”. N. de los T.]

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chazamos.2 El mundo que los niños perciben los inquieta, porque es investido por la parte de ellos mismos que rechazaron. Se encuentra poblado de dobles, de apare­cidos angustiantes que habitan sus percepciones y los hacen llorar sin razón: los ha­cen repetir el rechazo. Todos recuerdan este animismo de la infancia, fuente de te­rrores nocturnos y de las primeras fobias. Un simple llanto en su desnudez debe su poder de evocación a la represión originaria.

El llanto primero rechaza afuera el exceso de goce soportado por el niño. Se le demanda ser más de lo que puede, y su llanto proyecta sobre el conjunto de las cosas esta reclamación amenazante, cuyo color siempre conservarán. “ Lo que está afue­ra” es esta violencia rechazada por el llanto, matriz de sonidos que van a nombrar lo que está afuera. El llanto, el sonido aislado, el simple ruido, siempre lleva consi­go una potencia más grande que él, hasta el punto de volverse a veces persecuto­rio.3 Las palabras, que se forman con los sonidos primeros, recuerdan el sufrimien­to latente del llanto.

Pero también podemos jugar con las sonoridades, los sonidos: aprender a bal­bucear, y luego forjar palabras. En la armada de las pulsiones, una entre todas las traiciona: el sonido rompe filas al forjar palabras. Es un renegado capaz de renegar de sí mismo hasta el punto de tener sentido. Queda contaminado detrás de él por el llanto primero del que proviene, y su traición programa delante de él la infinidad del vocabulario. Expertas en traición, las letras transforman el goce melódico para producir sentido. Cada percepción corresponde secretamente a una nota de músi­ca, la cual se las arregla con sus hermanas de escala para decir algo. Entre sus per­cepciones, el hombre domestica una: la materia sonora, que lo protege de las otras sensaciones. Las palabras exorcizan la angustia latente de la percepción. Una palabra sabe llevar su sombra sobre el brillo de una cosa: reprime la violencia que la preña. Durante mucho tiempo, los hombres recitaron fórmulas mágicas o plegarias para engatusar lo real. ¡Abracadabra! Mi miedo retrocede cuando corto en rebanadas el sonido de la primera vocal. El concepto no deriva de ningún modo del objeto de la percepción, al que, al contario, protege.

El llanto puede expresar cualquier percepción, que también es su hermana y de la cual se fía. En la vanguardia de nuestros sistemas de defensa, los sonidos recogen sobre sí pequeñas sensaciones que podrían desbordarnos. Realizan una doble me­tamorfosis. Primero que nada, las pulsiones puede convergir hacia la sonoridad. En efecto, las pulsiones se intercambian entre ellas con facilidad, por un lado, porque tienen el mismo objetivo, y por otro lado, a causa de su exceso. La pulsión empuja hacia un placer que llega hasta el displacer y, tan pronto como una de ellas llega de­masiado lejos, otra toma el relevo del placer. Así, pasan de una sensación a otra has­

2. Es por eso que el inconsciente trabaja en la superficie sonora de las palabras: en cualquier mo­mento corre riesgo de implosión con cada sonido.

3. Durante algunas crisis psíquicas -n o necesariamente psicóticas-, el menor sonido agrede.

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ta la puerta de salida de las huellas mnésicas de sonidos. El sonido puede así, él solo, capitalizar la potencia pulsional del conjunto de las otras sensaciones; él, el experto en literalidad, que sabe dar vuelta la fuerza del adversario para oponérsele. Y el so­nido vuelto significante da un portazo a la represión detrás de sí. El proceso de sim­bolización puesto así en marcha se potencializa en seguida al infinito, ya que cada palabra conserva ante él un valor sonoro que llama a su vez a la formación de una frase.4 El sonido transformado en palabra se vuelve el amo indiscutido de las otras pulsiones, cuyos excesos hace pasar por la picadora del sentido.

El universo de las sensaciones capitaliza las pulsiones para tocar música, y des­pués crear sentido con ese sonido. Cuando la protección de las palabras contra las excitaciones coloca una pantalla frente al goce, nuestro intercesor, el sonido, crea sentido, se vuelve legible. La pulsión vocal anima los sonidos, cuya violencia se ate­núa conforme quieren decir algo. El sentido reprime el sonido: olvidamos la músi­ca de nuestra voz para hacernos entender. Y el movimiento de búsqueda del senti­do prosigue, ya que esta música permanece com o el armazón secreto del habla: la melodía de las frases expresa la nostalgia de la significación que el cuerpo debería haber tenido si hubiese estado a la altura de su amor.

El universo de las sensaciones pasa así en su totalidad por la estrecha puerta del amo del vocabulario. “ ¡Yo, alquimista sutil, dirijo! -d ice-. ¡Miradme fabricar la lengua con la leche de mi madre: estos millares de palabras son sus grumos, soni­do cuajado, sonido vomitado! Tú, que me neurofisiologizas y me endocrinologi- zas, quisieras olvidar mi dominio. Pero, ¿acaso no ves que siempre soy el primero en tus propias cartografías? ¿Cómo puedes olvidarte de mí, que controlo tanto de día com o de noche la constancia de los pensamientos, las premoniciones y las alu­cinaciones mágicas?”.

E l s o n id o a s o c ia d o a i . s o n id o escapa a su pr o pia p u l s io n a l id a d

Disfrazadas las sensaciones, las pulsiones asedian al hombre sin que éste pueda defenderse. La voz es una excepción a este asalto generalizado porque es capaz de asociarse a la voz. El llanto se acuerda del llanto, el parloteo remite sus notas las unas a las otras, y más tarde una palabra es definida por otra. Una palabra es en sí mis­ma algo vivo, siempre un poco obscena y en devenir. Cuerpo desnudo que se retuer­ce, cada palabra busca llenarse de otras. El llanto expresa la violencia de una sensa-

4. En la producción del habla, no se puede aislar el sonido del sentido. Como lo escribe F. de Saus- sure: “La lengua es comparable a un hoja de papel: el pensamiento es el anverso y el sonido el re­verso” (Cours de linguistiquegénérale, Paris, Payot, t. II, 4). En un momento dado del despliegue del habla, el sonido forma un sentido “consciente”, pero al mismo tiempo sigue conservando su potencia pulsional, que permanece “inconsciente” en lo consciente.

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ción experimentada, pero no la calma. En cambio, tan pronto como se asocia con otro llanto y se vuelve música, la cosa percibida desvía y separa su violencia gracias a esta bifurcación sonora. El laberinto musical la calma, le hace perder el recuerdo de lo que denotaba. Cantar alivia.5

Las palabras reprimen la fuerza pulsional de las imágenes.6 Pero ellas mismas también son fabricadas, por un lado, con su propia imagen auditiva y, por otro lado, con la imagen de los objetos que evocan. Las palabras resuenan antes de razonar. Su resonancia retumba continuamente, y este eco obliga a razonar para reconocer esta música de fondo, este continuum en abismo. Con la percepción, el impacto de las pulsiones se impone antes de que las palabras alcancen a reprimir su fuerza. La per­cepción encuentra el refugio de una palabra que, tendiendo la mano a otra palabra, separa la angustia. La palabra quizá aún arrastra con ella algunas chispas pulsiona­les capaces de encender otros hogares, pero ahora el fuego quema más lejos en el verbo, genitor de la conciencia. Como una especie de bombero pirómano, el habla sola transporta más lejos las brazas del incendio que dispersa. Porque una palabra aislada sólo protege un instante: a modo de entidad sonora, también ella no es más que una cosa pulsionalmente explosiva. Las palabras en sí mismas son igualmente cosas capaces de ser percibidas a su vez como otras cosas, siempre peligrosamente difluentes.7 Únicas entre las otras sensaciones, las palabras escapan a su naturaleza de cosa, porque se definen por medio de otras palabras: pierden así su valor de sen­sación. Las palabras se purgan de su pulsionalidad anonadante cuando se adosan a otras palabras: escapan así del universo sin ti (sin techo)" de las cosas y construyen otro mundo: nuestra casa.

No se trata simplemente de la asociación de una palabra con otra que especifica la simbolización de la pulsión. Es necesario insistir en la característica principal: la dis­criminación de una cualidad. Una palabra cualifica a otra, y la conciencia comienza con la distinción de una característica, y luego de otra, y este aislamiento de un rasgo coloca una pantalla frente a la percepción. La realidad del pensamiento se separa de lo real exterior, contra el cual protege: distingue una cualidad de la cosa descrita, dismi­nuyendo así en esa medida su fuerza pulsional.'’ filtra rasgo por rasgo y relega detrás

5. En el Diccionario de música, Jean Jacques Rousseau quer la definir el nacimiento de la música por medio de este aforismo: “Quejidos y gritos se vuelven i aillos"

6. Una amiga viajaba en subterráneo recientemente con un ramo en la mano. Una niña sentada ade­lante se inclinó para oler el perfume de las llores. 1 iespues de reflexionar un momento, le pregun­tó: “¿Qué nombre vas a darle a tus flores?”, l a palalu a "llor" no le bastaba. Había que encontrar una denominación más precisa, para circunsci ílm Imalmenle esa gracia, ese perfume: el acto de nombrar se imponía, de alguna manera, para evlt.u la eniluiagliez del olor. Aún faltaba una pa­labra para aprehender la belleza de las llores

7. Tal es el destino de las palabras en algunas psicosis8. (En francés: saris toi(t). luego de palabras cnln- loi (III v loil I leí lio). N. de los T.]9. En términos freudianos, el proceso primario de l a s pulsiones, que busca una identidad de per-

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de esta reja una luminiscencia que impediría la percepción (las percepciones directas deslumbrarían a la conciencia, porque el exceso de las pulsiones rechazadas las invis­te). Como la palabra que nombra aún es una sensación, hace falta una segunda vez una cualificación de esta nominación para que el discurso identifique la cosa nombrada. Así, su ser se disocia de lo real, con el cual mantiene desde entonces tan sólo una rela­ción aproximativamente denotativa. Este proceso cualifica a la “simbolización”, o in­cluso a la represión del valor pulsional del sonido aislado. El sujeto se protege del exce­so pulsional describiendo sus sensaciones: así recupera, a nivel de la frase, el goce per­dido durante la represión. El objetivo pulsional de realizar un ser fálico se reconstruye “afuera”, en la casa óntica que cada frase construye. Así, la persecución del sonido se detiene y se vuelve nostalgia musical. Aún más: la cadena fraseada de sonidos protege de otras pulsiones que el sonido es capaz de cambiar en su propia moneda.

El cuerpo psíquico se aferra a las sensaciones a través de las pulsiones, y retor­na durante cada percepción de la angustia de la castración materna. En efecto, las pulsiones tienen la sola función psíquica de terminar con la angustia de castración colmando a la madre. La relación de los hombres con lo real los angustia a causa de esta insistencia indefinida que reclama la nominación para paliar su innombra­ble. El parloteo, y luego las palabras, vienen a proteger de este real.10 En contrapo­sición a los apetitos del “ Ello”,11 las palabras tensan las redes: simbolizan las percep­ciones, en el sentido en que el sujeto de la gramaticalidad de las mismas en adelan­te se separa de la gramaticalidad del cuerpo psíquico, del cual es así exilado. Lejos del mundo, aprehende la realidad gracias a las redes de palabras que toman sentido gracias al Otro. Al hablar, el goce imposible del cuerpo se transforma en goce de la palabra, erotismo sin fin del pensamiento que achica la plenitud excesiva de la pul­sión. El acto de hablar reprime el exceso de goce pulsional, y se vuelve así una con­dición del goce del cuerpo.

D o n d e se vu elve a c a e r en u n viejo d eb at e : la r e l a c ió n de la im a g e n c o n

EL PENSAMIENTO

Las imágenes, sean visuales, acústicas, olfativas u otras, actúan com o explosivos para la pulsión, la cual las enciende en seguida. La imagen no piensa, se desliza ha-

cepción,“se desvía” en proceso secundario, que funciona en base al principio de una identidad de pensamiento.

10. “No importa, hay más luz cuando alguien habla”. S. Ereud,“Tres ensayos sobre teoría sexual", en Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, vol. VII, 1988

11. En la segunda tópica, Ereud abandona la noción de lugar inconsciente (término que ya no cali­fica más a procesos) por preferir el término de “Ello”. El “Ello” designa el conjunto de la econo­mía pulsional.

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cia otras imágenes12 que se encienden a su vez. Toda detención en una imagen repre­senta un peligro: una imagen, sea interior u exterior, obliga casi en seguida a for­mar un pensamiento, incluso si este pensamiento habla de otra cosa que de la ima­gen. La diferencial del pensamiento escapa a la imagen pulsional. Contrariamente a las tesis de esos primeros exploradores del “hombre máquina” que fueron Epicuro y Lucrecio, la imagen no es la sustancia del pensamiento. Una imagen cualquiera se enuncia bajo la forma de “esto es eso” : define un término por otro y discrimina una cualidad entre varias sensaciones, a las que escapa por consiguiente.

Aristóteles sostuvo que “el pensamiento es imposible sin imagen”. Su aforismo permite intuir que un imposible participa de la relación con la imagen: ella nos im­presiona, en todos los sentidos del término. Delante de ella podríamos quedarnos sin voz, algo que, por otra parte, a veces nos sucede. En ella se refleja nuestro ser irrefle­jo, nuestro ser irreflejable, siempre extraño. Toda imagen espejea, refleja esta parte nuestra que nos angustia, y esta parte inconcebible genera un pensamiento que “re­flexiona” (y “refleja” )13 en su lugar. La extensión de nuestra relación con lo sensible nos cegaría si la mantuviésemos sin esta mediación. Esta inminencia de la ceguera obliga a hablar, precipita el nacimiento del concepto, del que esperamos que ponga término a esta imposibilidad. Nosotros, que somos capaces de vernos en un espejo, a diferencia de la mayor parte de los animales, no lo soportamos más que a fuerza de un pensamiento capaz de decir “yo” [je] y extraerse del “él” del reflejo. Reflexionamos para dejar de reflejarnos.14 Pensamos para “existir”, a pesar de todo. Los significantes nacen de este imposible con fórceps. Porque cada una de ellas ejerce una captación narcisista mortífera, toda imagen (visual, sonora, etc.) genera pensamiento.

Cuando Aristóteles enuncia que “el pensamiento es imposible sin imagen”, este aforismo gana aún más en magnitud si confiesa lo que implica: “Lo imposible de la imagen nos hace pensar”. Un imposible dirige la percepción, y la nominación de las cosas alivia de esta angustia, no porque la palabra sería adecuada a la cosa, sino por­que la palabra se define por medio de otra palabra. La visión no puede tomar con­ciencia de lo que ve sin reflejarse en ello y cegarse ante ello. Para que la percepción se vuelva consciente, hay que nombrarla, luego nombrar esta nominación, y finalmen­te que lo semejante del habla legitime esta operación. Esta pantalla doble de la fra­se protege al sujeto de su percepción del mundo, peligrosa para él a causa de su in­vestimiento por parte de la pulsión rechazada. La “conciencia primaria” del hombre

12. Ellas funcionan por analogía, invocan la identidad de percepción: la cúpula del Panteón, por ejemplo, hará pensar en la San Marcos, en Venecia, a la Santa Sofía, en Constantinopla, o aún en un budín, un seno, etc.

13. [En francés réfléchir significa tanto “reflejar” como “reflexionar”, lo cual genera un doble sentido: el pensamiento a la vez “refleja” (al igual que la imagen) y “reflexiona” (dominio del pensamien­to propiamente dicho). N. de los T.]

14. [Véase la nota anterior. N. de los T.]

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es una conjetura verificada en el momento en que es renegada. ¿Acaso se traiciona a Aristóteles cuando se escribe que “lo imposible de la imagen hace pensar”? En todo caso, se trata de permanecer fiel a las elaboraciones sobre la imagen que le han suce­dido en la historia de las ideas. Este empuje mudo de las percepciones, a partir de las cuales gemina el pensamiento, explica la longevidad del adagio aristotélico: “No hay nada en lo intelectual que no haya estado primero en los sentidos”.15 Si el aforismo ha resistido a las críticas que hicieron valer el hecho de que fácilmente se pueda imagi­nar algo no percibido por nadie, se debe a que las percepciones obligan a pensar, in­cluso si este pensamiento no les concierne forzosamente.16 En particular, el raciona­lismo cartesiano se distinguió al tomar distancia respecto de la imagen.17

La conciencia (y finalmente la ciencia) sólo conquistan su dominio sobre lo real renegando de la sensación (siempre demasiado pulsional). Las imágenes se oponen al pensamiento. La memoria puede asociar imágenes, pero, para que esas analogías sensoriales produzcan un pensamiento, uno de sus términos debe cualificar abstrac­tamente a otro, negando la imagen global en beneficio de esa cualidad parcial. Cua­lidad no es sustancia. Al ser nombrada, toda sensación se divide entre su valor pul­sional y el significante la reconoce, haciendo entrar en razón a una de sus cualida­des con otra. La memoria humana se organiza en función de la represión de la ima­gen, en beneficio de la literalidad de sus rasgos característicos. La codificación de las palabras transforma las imágenes: agazapadas a la izquierda, en el área de Broca, detrás de la cisura de Rolando, traducen las sensaciones a condición de traicionar­las. En lo esencial, las gramaticalizan de modo tal que un sujeto sea consciente de ellas. Deja entonces de estar fascinado por el brillo pulsional de las cosas y, en este exilio, se marca la temporalidad propia del ser humano. El habla siempre da la im­presión de ser aproximativa en relación a lo que describe. El hombre se siente sepa­rado de lo que percibe. La plenitud de las sensaciones se le escapa: antecedió, o será más tarde; pero no por ahora. De modo que el tiempo existe a su vez. De la magni­tud excesiva de las sensaciones a las palabras que la cualifican aproximativamente, el sujeto se instala en su espacio-temporalidad. El proyecto pulsional se calca en las

15. Al igual que su larga posteridad dentro de la que se incluyen, entre otros, a los sensualistas Loc- ke y Condillac.

16. Kant declaraba que iba a un concierto no para escuchar la música, sino porque de ese modo las ideas le venían más fácilmente.

17. Descartes escribe, por ejemplo, en la Dióptrica: “Debemos considerar que hay varias otras co­sas que las imágenes que pueden excitar nuestro pensamiento, como, por ejemplo, los signos y las palabras que no se parecen en ningún aspecto a las cosas que significan”. Descartes no expre­sa una relación de engendramiento, ni el carácter relativo de la imagen y del pensamiento. Es de una ruptura de lo que se trata, cuando escribe, por ejemplo, en la Dióptrica, a propósito de su fa­moso trozo de cera: “Su percepción, o bien la acción por la cual se la percibe, no es una visión, ni una imaginación, y jamás lo ha sido, sino una inspección del espíritu”. (R. Descartes, OEuvres, Paris, Vrin, 1964-1974).

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sensaciones hasta el punto en que el ser humano perdería el sentimiento del tiem­po y del espacio sin su represión, como lo muestran, por ejemplo, los vértigos neu­róticos, las parálisis, las cegueras histéricas, etc. La organización espacio-temporal se funda en proporción directa a la simbolización de la pulsión.

La sim b o liz a c ió n dk l a p u ls ió n

La gran palabra “simbolización” significa que un sonido se define por medio de otro sonido, operación que puede denotar cierta cosa.18 Este “sentido puede ser el de la denotación o el de la ejecución.19 La “denotación”, es decir, el acto locutorio que designa una cosa, puede ser cualquiera o incluso inexistente. En una frase mu­sical, el sonido es remitido al sonido sin ninguna denotación, pero con la produc­ción de un sentido enigmático. Con o sin denotación, toda (rase es ejecutiva: al me­nos produce su sujeto. El acto de hablar para no decir nada preciso, como suele ser el caso, al menos alivia la túnica de Neso de la pulsionalidad. Gracias al habla, ins­trumento específico que coloca una pantalla, fija afuera y reconduce la represión, quien nombra pasa de una posición pasiva a una posición activa: así, nace un suje­to de esta nominación.20 Esta ejecución de la existencia del sujeto es el primer be­neficio de la simbolización. El lenguaje no es una entidad agazapada en una esqui­na del cerebro, donde se entregaría a las actividades superiores de la simbolización. Está constituido por elementos materiales que son en primer lugar sensaciones, cuyo tratamiento depende del acto de un sujeto que no pertenece a un almacenaje de trazos mnésicos de sonidos.

El empuje destructivo de la pulsión inscripta en el cerebro a la derecha se nega- tiviza en frases del lado opuesto, gracias al vaciamiento del sonido. La relación con­trariada del área sensorial con el cuerpo psíquico se dialectiza gracias al lenguaje. Lejos de amenizar incompatibilidades de las resulta imposible desenredarse, la pa­labra “dialéctica” significa aquí que el trabajo de la nada (del sujeto) en el ser (de lo que percibe) empuja a nombrar. El sujeto sostiene su existencia reprimiendo la sig­nificación psíquica de la imagen: el molinillo del habla (el charlatán)21 —lado izquier­

18. En su curso de lingüística general publicado en 1916, Ferdinand de Saussure definió la lengua corno un “sistema de signos”. Utiliza la palabra “signo” con repugnancia: “Si nos contentamos con ella, es porque no sabríamos con cuál reemplazarla” (op ti/., 1.1,1, §1). Esta repugnancia se en­tiende tan pronto como se vuelve claro que la relación del significante con el significado no tie­ne sentido más que en la asociación del significante con el significante. En el movimiento del ha bla, la noción de signo se vuelve entonces secundaria, sino inútil.

19. [Traducimos performance por “ejecución” y performatifpor “ejecutivo”. N. de los T.)20. “Un fenómeno psicológico es consciente cuando el sujeto puede expresarlo por medio del len­

guaje” (Jean Delacour, “Science et consciente”, Pour la saence, 302,2002)21. [En francés : moulin á paroles. Sentido figurado: “charlatán ’. N. de los l.j

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d o - reprime la imagen -lado derecho. La palabra que nombra una sensación for­ma una película protectora contra el exceso de la pulsión, y esta “conexión” se efec­túa gracias a la especie de quiasma de la represión: el sentido incestuoso de la ima­gen del cuerpo se troca por las palabras y su significación. La formación de palabras pasa los sonidos por el molinillo, y este picadillo sonoro se recompone en un enun­ciado: el cuerpo pulsional irrealizable se estabiliza por un instante en cuerpo de fra­se. De un cuerpo al otro, y antes de denotar una cosa o un concepto, la frase signi­fica la existencia de un sujeto que enuncia. Por otra parte, a menudo ésa es la meta del habla: “ ¡Pues claro, estoy aquí! ¿Me escucha?”.

El habla reprime la pulsión gracias a un sistema en el cual los sonidos anulan su propio valor pulsional asociándose los unos con los otros para significar: esta di­ferencial se escribe a la izquierda en la cartografía cerebral (mientras que su origen sensorial reprimido está a la derecha).22 En ese sentido, sería más preciso designar la localización izquierda del área de Broca com o el lugar de las oposiciones de los sonidos entre sí, es decir, de la marcación de una diferencial, antes que el lugar las “huellas mnésicas de sonidos”. Cuando las palabras se unen entre ellas para formar frases, su valor sonoro se atenúa detrás de su sentido. Por lo tanto, el habla reprime el goce pulsional, y el quiasma del lóbulo derecho (sensorial) con el lóbulo izquier­do (diferencial de sonidos) realiza este proceso.23 El habla o el pensamiento hacen nacer al sujeto de la actividad, que reprime la pasividad pulsional. El sujeto se divi­de entre lo que la pulsión exige y lo que ella se vuelve una vez reprimida.

Ahora se comprende mejor la importancia de la boca en las cartografías cere­brales. Si las áreas sensoriales fuesen proporcionales a su importancia funcional (y al deseo inconsciente), la superficie principal debería corresponder al área visual o auditiva. Pero el hombre primero toma conocimiento del exterior por medio de su boca. Se cree que se ve con los ojos. En realidad, se come mirada, y el mundo se or­ganiza en primer lugar en función de criterios gustativos. La alquimia de lo visible organiza su festín según el patrón de lo comestible. Sus gustos y sus ascos prime­ro resuenan en la boca y se tranquilizan con la palabra, hija ella también de la ora- lidad. Fn las cartografías cerebrales, la hegemonía de los labios atestigua la magni­tud del goce oral y la magnitud conjunta de lo que lo reprime, ya que el goce y su represión se cumplen por medio del mismo orificio. La demanda del Otro hincha el cuerpo, lo infla como un globo, comenzando por la boca, ¡que va a traicionar su

22. Si el hombre funcionase sin tener que reprimir sus pulsiones, pasaría directamente de la sensa ción a la motricidad con la ayuda de un proceso de archivo.

23. Para decirlo en términos psicoanalíticos, con un subtitulado neurofisiológico, la represión primor­dial ttiene efecto a la derecha, y corresponde al proceso primario freudiano (la disparidad entre las áreas; sensorial y psíquica genera la búsqueda de una identidad de percepción). Y los callejones sin salida de esta búsqueda de una identidad de percepción generan a la izquierda la producción de pen­samientos, que corresponde al proceso secundario freudiano (de la identidad de pensamiento).

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propia oralidad hablando! Del alimento al sonido, y del sonido a la palabra, lo que se come se vuelve lo que se dice. La demanda dirigida al cuerpo del niño invierte su trayectoria y vuelve a partir del cuerpo al exterior: ¡el sujeto cesa de ser hablado para hablar!24

G p k a k d I ’o m m i i k

24. La palabra “boca” encierra también su contrario: lo abierto y lo cerrado están significados en un solo vocablo.

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C apítulo 9

Del cuerpo pulsional al cuerpo de las frases

La p u l s ió n se a ñ a d e a i a per c epc ió n a n t e s d e volverse c o n s c ie n t e ( sistem a

p e r c e p c ió n - p u l s ió n / c o n c ie n c ia )

Los animales están dotados de un sistema percepción-conciencia. Es necesario prestar atención a lo que perciben para sacar de allí las consecuencias: sus percepcio­nes no son directas. En cuanto a las percepciones del hombre, además están investi­das por sus pulsiones, de las que es necesario protegerse. Lejos de ser una sensación pura, la percepción primera ya está siempre doblada por la pulsión y responde de la demanda materna. Esta demanda inviste todo objeto percibido, fuente así de angus­tia: tal es el primer afecto de los niños ante el mundo. De modo que un pensamien­to de lo que perciban será para ellos la condición de conciencia. Se podría creer que un proceso tal no interviene sino luego de la adquisición del lenguaje, pero es desde el comienzo de la existencia que funciona un proceso análogo al pensamiento en un punto, cuando los sonidos se asocian con otros sonidos. Un niño que llora quizá tie­ne primero una razón. Después llora porque sus lágrimas le hacen llorar.1 El llanto concierne tanto a una experiencia dolorosa actual como al recuerdo de llantos ante­riores. El llanto se acuerda de otro llanto, al igual que una palabra es cualificada por otra que cualifica así al objeto, “mientras que de otro modo y a causa del sufrimien-

I. Para Freud, el nacimiento del pensamiento resulta de un proceso psíquico doble: un primer pro­ceso llamado “primario” compara una percepción actual con las que el sujeto recuerda. Como la identidad de percepción no hace más que desplazar el problema, se pone en marcha un “proceso secundario” según el modelo de una “identidad de pensamiento” (“esto es eso”). Esta puesta en marcha se produce gracias al sonido. S. Freud, “Proyecto de psicología”, en Obras completas, Bue­nos Aires, Amorrortu, vol. 1 ,1988

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CirUAKII l’l 1MM II II

to no podríamos tener ninguna noción cualitativamente clara”.2 l a asociación de un llanto con otro cualifica a un objeto ya diferente del de las sensaciones directas. Este desvío del sufrimiento gracias a las asociaciones sonoras es particular de la concien­cia humana, la cual, desde entonces, difiere de conciencia directa. La represión de la sensación pulsional gracias al habla se vuelve así una cuestión de supervivencia. Una vez cumplida la entrada en el habla, la “sensación pura” se vuelve aquello de lo que nos exilamos: abandonamos el mito de un paraíso original, el de nuestra improba­ble animalidad. Conservamos la convicción de que existen sensaciones inmediatas, olvidando que esta certidumbre es proporcional a la represión.

La conciencia coloca una pantalla frente al mundo y corta el sujeto de percepcio­nes, en adelante “ intelectualizadas” por el lenguaje. Nuestras sensaciones se vuelven conscientes al mismo tiempo que el pensamiento que las cualifica nos protege de ellas, de modo que el exilio del mundo del que hablamos se vuelve nuestra vivencia ordinaria. Vivimos en una retirada del goce inmediato del cuerpo y las percepcio­nes. El cuerpo mínimo, siempre adecuado a sí mismo, que aprovechan los seres vi­vos más pequeños, falta en el ser humano. La conciencia del mundo de los anima­les se contenta con un sistema percepción/conciencia. Para el hombre, la represión de la pulsión impone un sistema percepción-pulsión/conciencia.

A l c o m i e n z o es el v e r b o . P e r o , ¿q u é es el v e r b o ?

Gracias a un modesto parloteo, el nacimiento del “yo” [je] de la enunciación re­prime la violencia del cuerpo pulsional. ¡Pero esta represión no significa una des­aparición! El cuerpo pulsional, que primero empujó al organismo hacia la humani­dad, mantiene sus objetivos. Pintonees, aunque que esté reprimido, este yo ideal bus­ca imponerse cada vez que el “yo” [je] tiene un problema allá arriba, en el mundo donde se hacen frases. Este yo de origen continúa exigiendo todo, al igual que cuan­do representaba lo absoluto de la demanda materna. Se comporta como este alien que, desde el origen, se pegó al organismo y lo forzó a crecer. Después, permanece como la placa giratoria entre el exterior, donde se “ habla bien”, y la máquina orgáni­ca, que él vampiriza. Continúa reclamando lo no le fue concedido. De modo que a cada momento se impone un trabajo de represión. Para proteger a su organismo de un cuerpo psíquico más grande que él, el sujeto asocia las huellas mnésicas de soni­dos que el habla transforma en sentido. El golpe de Estado permanente del pensa­miento asegura el control del “yo” [je] sobre el arlequín pulsional.3

2. Ibid. Ereud llama “neuronas motrices de la vía de lenguaje” al llanto que se acuerda del grito: “hasido creada la primera clase de recuerdos concientes”.

3. Se crea asi el universo nuevo de la realidad psíquica, portador de su propio mundo de sensacio­nes y su propia objetalidad.

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Desde el momento de nacer, la cuestión del ser se plantea al mismo tiempo que la cuestión de la nada, porque se intima al sujeto a “ser” en el lugar de un falo que no es. Pero, ¿cómo “ser” al mismo tiempo que “no ser”? La formación de las frases soluciona con elegancia este dilema. Esta contradicción, sufrida por un cuerpo in­capaz de resolverla sin parcelarse, se traslada a las frases que la reconducen a la pro­gresión infinita de la verborrea. Cada frase se origina en torno al verbo ser (como lo mostraron los gramáticos de Port-Royal). Se estructura según el modelo de un “esto es eso”, y así hace copular una palabra con otra. La palabra no designa una cosa sino cuando es definida por otra palabra en una frase organizada por un verbo, dis­locada de cualquier modo del verbo ser. Si usted dice por ejemplo: “Yo como”, este verbo se descompone entre el “yo” [je] y el término que completa el ser: “Yo soy co­miendo”. En el habla, el verbo “ser” se elide fácilmente. Como el falo, es correlativo de la nada. Yo puedo decir tanto: “ El cielo es azul”, como: “El cielo, azul”. La totali­dad del ser, al que el hombre no sería capaz de alcanzar pasionalmente sin explotar, se duplica en sonido hablado: su habla es su ser desplazado. Presenta una totalidad del ser más económica, aunque de menor goce, que el cebado pulsional o la descar­ga sexual.4 El exceso de goce del “ser”, primero rechazado al exterior, luego tapado por la pantalla de la palabra, se reencuentra finalmente en el verbo “ser”, que une una palabra con otra. El ser fálico, que amenazaba al sujeto, se encuentra de ahora en adelante atado entre dos palabras (“esto es eso” ). La nada del ser fálico rechaza­do se ha hecho verbo, y así su sujeto le sobrevive. De este modo, la gramaticalidad de la frase pone en tensión externa la represión originaria.

En un psicoanálisis, la translación de la angustia de castración del cuerpo al ni­vel del cuerpo de las (rases se mide por el estremecimiento del inconsciente en la superficie de las palabras, en sus rupturas, sus lapsus, sus síncopas. No se pueden aislar dos procesos que serían, por un lado, el consciente, y por otro lado, el incons­ciente. El inconsciente busca realizar el ser fálico gracias a la gramática, y actuar sobre el cuerpo de las frases, esto es, actuar sobre el cuerpo. Inútil ir a buscar el in­consciente en áreas corticales “afectivas” ni, por otra parte, en las huellas mnésicas de sonidos del área de Broca: sus ingredientes se presentifican en la tensión gra­matical, cuando eso habla a alguien, en el entrechoque de las palabras, en eso que las ata al poste del verbo ser. Al hablar, cada uno olvida el exceso de ser de su cuer­po, al mismo tiempo que el exceso de ser de las sensaciones que reflejan este cuer­po. Es por eso que toda sensación se traduce automáticamente en pensamiento:5

4. Es por este motivo que el habla es el instrumento de goce más ordinario, cuyo primer mensa­je es decir “yo soy”. Se sabe que en un sentido análogo Descartes dedujo el ser de cualquier pen­samiento (siguiendo en esto a sus amigos, los gramáticos de Port-Royal). Un pensamiento, es el Ser puesto al abrigo del exterior, entre las palabras. El “yo” [je], aliviado, se refleja aquí.

5. No existe una “conciencia primaria” del hombre semejante a la de los animales. Si hubiese que describir una “conciencia primaria” del hombre, ésta sería la de un caos angustiante, de objetos

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la significación incestuosa, que correría peligro de anonadar el cuerpo, de ahora en adelante fluye a toda velocidad en las autopistas del pensamiento. Los neuro- transmisores del hombre carburan con la nada. ¿Se encontrará el rastro de tal pro­pulsión en las neuronas?6

El “ s u je t o ” su r g e de l a in t e r lo c u c i ó n

Para escapar de la pulsión, “eso” piensa solo, alguien piensa. El sujeto aparece en la línea de fuga de este pensamiento en el momento en que habla a alguien. Un úni­co signo acústico entra en la composición de una gran cantidad de significantes, que toman sentido en función de estar dirigidos al semejante. El sonido [li], por ejem­plo, puede representar un mueble (cama [lit]), un sedimento en un tonel de vino (poso [lie]), una modalidad del verbo atar [lier] o el imperativo del verbo leer [lire], según el contexto. También puede ser la sílaba de una palabra en el curso de su for­mación. Esta anfibología cae cuando [li] se ata en una frase dirigida a alguien, in praesentia o in effigie. Efectiva o mental, la presencia del otro actualiza los sonidos en significantes. El otro del habla nos revela lo que pensamos.7

El sujeto avanza como un funámbulo sobre el hilo de las frases. Las palabras cal­man su angustia y transforman la nada de su cuerpo en ser del verbo. El que habla se libera a medida que se expresa de la cortapisa de la significación fálica. El pensamien­to se prorroga a medida que reabsorbe la angustia: su par ordenado nivela la contra­dicción entre el ser y la nada que lleva toda sensación. El pensamiento entrega un su­jeto a sensaciones que, de no haber estado el verbo, lo habrían anulado. Las palabras que lo liberan no son de él, no son de nadie: pertenecen a una lengua utilizada por un conjunto de semejantes. El semejante hacia el cual corre el pensamiento libera a la percepción de su potencialidad onírica. Si contemplo un objeto bello o un paisaje impresionante, su belleza podría cautivarme hasta angustiarme si permaneciese como su testigo solitario por demasiado tiempo. En cambio, si alguien me acompaña y le hablo de mi emoción o de otra cosa, entonces mi percepción se civiliza. La dimensión excesiva de la belleza se reprime en proporción directa esta transferencia.

fóbicos, de monstruos devoradores, primeros testimonios del rechazo de la pulsión, mundo se­mejante al de los niños o al de ciertas formas de locura.

6. “En el comienzo era el Verbo”, se lee en el Génesis. Un materialista podría burlarse de este aforis­mo, porque el universo no aparece porque es nombrado. Pero no habría considerado la diferen­cia entre la palabra y el verbo. El universo aparece gracias al verbo, porque quien nombra nace él mismo como sujeto cuando habla.

7. En La Parole intérieure (Paris, 1881), M. V. Egger escribía: “Antes de hablar, apenas se sabe lo quese tiene intención de decir, pero [...] enseguida se está lleno de admiración y sorpresa por ha­berlo dicho y pensado correctamente”.

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l .1I M I I | A«i N M U I I H II N C IAS D I M O I M K A N 11 l ’ SH O A N A I IMS

E l in t e r l o c u t o r c a r g a e n t o n c e s c o n el peso d o b i.e del ser y l a n a d a , del

AMOR Y EL ODIO

El ser del sujeto, desplazado por la enunciación de las frases, depende del modo o de la temporalidad de sus vínculos con los otros. Ver el mundo sin hablar de él o sin oír hablar de él se vuelve rápidamente una experiencia dolorosa. Si el hombre cesase de dirigirse a sus semejantes, en algunos días perdería los reparos espacio- temporales de este cuerpo del que no es locatario sino gracias al habla. El alquiler se paga con palabras. Si un hombre ya no encontrase a quien dirigirse, caería en su imagen, a riesgo de ahogarse en ella. Al ponerse a hablar, la cuestión del ser y de la nada se juega de ahora en adelante entre el locutor y el receptor. El habla lleva con­sigo este desafío mortal hegeliano: prorroga la represión en el momento mismo en que se dirige al semejante. La nada que duplica la percepción de las cosas se dialec- tiza así en agresividad respecto al semejante. Pero, en el mismo momento, el seme­jante a quien se dirige el habla autentifica el proceso de la represión gracias al cual existe el sujeto. Es por eso que hablar exige una forma de reconocimiento que, como implica el ser, cualifica la especie de amor abstracto profundamente ambivalente que liga al hombre con el hombre.

La dialéctica de esta ambivalencia tiene una consecuencia: el incremento del sa­ber. Cuando alguien habla con alguien, al mismo tiempo habla de algo. Hablar de­manda el amor, y esta reclamación sólo se efectúa hablando de otra cosa, según una vía indirecta. Se habla de otra cosa que del amor que motiva el habla.8 Esta duplici­dad genera una extensión de la denotación. Hace decir siempre más, puesto que al hablar de otra cosa todavía no se habrá hablado de lo esencial: del amor. Quien ha­bla se empeña en describir en detalle un objeto cualquiera, mientras que un pensa­miento totalmente distinto le obsesiona. De modo que la acumulación de cualidades de la cosa efectivamente descrita va a dar una información más grande que la que habría sido proporcionada por un simple signo. El lenguaje humano parece menos directo y menos práctico que un sistema de signos unívocos. Pero finalmente acarrea un almacenaje de informaciones más extenso, en el orden del saber consciente.

Eso no es todo, porque con esta extensión de los conocimientos otro conocimien­to, el inconsciente, también se revela hablando. Cuando buscamos expresarnos, nues­tro hablar dice más que lo que quisiéramos decir. Formulamos opiniones que pueden sorprendernos a nosotros mismos. A veces forjamos por completo versiones novela­das de eventos y de nuestra vida, o incluso mentimos sin intención previa, o creyen­do que dijimos la verdad. Además de esta proliferación inventiva que el habla añade a nuestras rumias interiores, hay que contar los lapsus, los errores de gramática, los

8. El amor es uno de los destinos de la pulsión (véase S. Ereud, “Trabajos sobre metapsicología”, op. cit.).

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( ir KAKI 1 PoMM IliK

errores involuntarios, así como las agudezas, las burlas, burlarse de uno mismo, las quejas, las agresiones más o menos abiertas: estas manifestaciones se nos escapan. No forman parte de nuestros pensamientos solitarios. El habla añade pues al pensa­miento este montón de informaciones que a menudo siguen siéndonos enigmáticas una vez proferidas. Sentimos claramente que, en estos excesos, pequeños y grandes, se encuentra agazapada nuestra intención más profunda: nuestras ficciones, nues­tros errores y nuestras mentiras dicen nuestra verdad inconsciente. Inútil buscar una localización cerebral del inconsciente, ya que se encuentra en el acto locutorio de los pensamientos ordinarios.9 Sacamos la importante conclusión de que el acto de for­mar palabras no lleva a cabo más que el primer tiempo de la represión. Un segundo tiempo se riza en el momento en que el habla se dirige a alguien.

9. El psicoanálisis experimenta cotidianamente el retorno de lo reprimido por medio de la pala­bra. El dispositivo psicoanalítico suelta dos amarras habituales de la conversación: el analista no es visible, y se expresa con parsimonia. Gracias a esta baja de tensión de la palabra, lo reprimido retorna a través de lapsus, de errores de gramática o de lógica. En la medida en que estas forma­ciones del inconsciente son equivalentes a los síntomas, la acción por la palabra los alivia.

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C apitu lo 10

Las modificaciones corticales de la pulsión por acción del habla

In d ic e s n e u r o f isio l ó g ic o s de la represión d e la pu lsió n po r parte del h a r ía

La represión del sonido por parte del sentido tiene múltiples consecuencias clíni­cas, y también tiene traducciones corticales. De modo general, las imágenes de diag­nóstico médico muestran que el cerebro constantemente realiza una distinción en­tre la representación de cosas o de personas y la representación de palabras que las designa.1 La “representación-cosa” es la percepción investida por la pulsión. La “re­presentación-palabra” es el resultado de la represión de la representación-cosa gra­cias a la palabra. La relación entre lo consciente y lo inconsciente se encuentra de­finida de este modo.2

La representación interhemisférica corresponde a las necesidades de la represión, según las cuales las representaciones-cosa (a la derecha) son reprimidas por las re- presentaciones-palabra (a la izquierda). La imagen es pulsional, lugar ideal de la re­presentación narcisista incestuosa.2 Capitaliza las representaciones-cosa (que pue­den tener otras fuentes pulsionales). La represión hace pasar la representación-co­

1. Todo lector de Freud reconocerá enseguida en estos términos la diferencia entre representación- cosa (Sachevorstellung) y representación-palabra (Wortvorstellung). Las neurociencias ayudan así a elucidar los pasajes oscuros de esta terminología controvertida.

2. Freud escribió en una carta a Karl Abraham en 1914: “Todos los investimientos de cosas consti­tuyen el sistema inconsciente, el sistema consciente corresponde a la puesta en relación de estas representaciones inconscientes gracias a representaciones-palabra que vuelven posible el acceso a la conciencia” (Correspondance 1907-1926. S. Frend-K. Abraham, Paris, Gallimard, 1994). Pue­de leerse asimismo en la Metapsicología de 1915: “la representación conciente abarca la represen­tación-cosa más la correspondiente representación-palabra, y la inconciente es la representación- cosa sola”. S. Freud, Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, vol. XIV, 1988

3. Es por eso que las primeras religiones del padre prohibieron las imágenes.

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G p.r a k d P o m m ie r

sa a la representación-palabra, la pulsión al significante. Reprimir no significa que estas representaciones desaparezcan, sino que son contenidas (com o el agua de una represa) y transformadas en otras representaciones (al modo en que el agua produ­ce electricidad). La doble localización entre imagen y significante corresponde a la disposición derecha/izquierda.

La dimensión pulsional que inviste la sensorialidad de las representaciones de cosas aparece mejor en el momento de las alucinaciones, cuando la representación pulsional se libera de las percepciones en algunas psicosis. La alucinación psicótica corresponde a un momento de levantamiento de la represión de la pulsión (por lo tanto, entra en vigor a la derecha). La pulsión regresa entonces del exterior, es decir, del lugar primero de la demanda del Otro, en forma alucinatoria. Los momentos delirantes suceden a los fenómenos alucinatorios: sus construcciones verbales bus­can racionalizarlos y compensarlos. Son legibles a la derecha, com o el habla nor­mal. Las imágenes de diagnóstico médico muestran que el delirio verbal y las aluci­naciones no corresponden a las mismas localizaciones.4

En otra dimensión, la conservación de las capacidades musicales del hemisferio cerebral derecho es compatible, por ejemplo, con las afasias que afectan al hemis­ferio izquierdo. Muchos músicos que se volvieron afásicos (a veces luego de lesio­nes orgánicas graves) conservan la integridad de sus dones artísticos.5 Trabajos re­cientes muestran que, en una melodía, lo que atañe estrictamente a lo musical se si­túa a la derecha, mientras que los elementos significantes de la música se localizan a la izquierda.1’ Esta observación también vale para las frases, que igualmente tienen una música. Si se escucha la musicalidad de las palabras, ella forma unidades meló­dicas, independientemente del hecho de que signifique algo. Estas características de la música de las frases se sitúan a la derecha, mientras que el sentido de las palabras que las componen se libera gracias a las diferenciales de la izquierda.

Otros resultados de las imágenes de diagnóstico médico corroboran esta rela­ción de la pulsión (sensorial) con el significante (simbólico). Una experimentación de imágenes cerebrales por cámara de positrones muestra que, durante la detec­ción de una diferencia de altura tonal, se observa no sólo una activación de las áreas

4. Sería interesante observar los cambios de localización en las psicosis maníacas: los momentos alucinatorios y delirantes deberían sucederse en un intervalo breve.

5. En su artículo titulado “Grand embarras de la parole avec la conservation des autres facultés in- tellectuelles”, Bouillaud notaba en 1865 a propósito de un músico célebre: “He aquí pues una persona que no puede ni pronunciar ni escribir por sí misma las palabras de un discurso, pero que compone y escribe una pieza de música” (citado por B. Lechevalier, F. Eustache, Y. Rossa, Les Troubles de la perception de la musique d'origine neurologique, Paris, Masson, 1985).

6. M .-C. Botte, S. McAdams, C. Drake,“La perception des sons et de la musique”, en B. Lechevalier,F. Eustache, F. Viaders (eds.), Perceptions el Agnosies, Bruxelles, Éditions de Boeck, 1995, p. 55- 100. Asimismo, H. Platel, S. Faure, F. Eustache,“Neuropsychologie et imagerie cérébrale fonctio-nelle”, L’Année psychologique, 96,1996, p. 641-675.

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% A itw » i nn n r i 'i u n iRmv.in.i isr.im 'ra t nnni r i r n i t m n n im i

frontales y temporales especializadas en los sonidos, sino también de las áreas occi­pitales de la visión.7 La audición genera al mismo tiempo una reacción visual, “ in­conscientemente”, según los autores. Sin duda, no quisieron evocar el inconscien­te freudiano, pero este término cuadra perfectamente, ya que esta conexión atesti­gua la represión que va del símbolo a la verbalización. Existen otras experimenta­ciones de translaciones cerebrales que los investigadores no logran explicarse: co­rresponden a las conexiones entre la sensación y el significante, que activan el área derecha y el área izquierda respectivamente; su conjunción ilustra el retorno de lo reprimido, que va del símbolo a la verbalización. Algunos mensajes registrados gra­cias al hemisferio izquierdo sólo son restituidos por medio del derecho. Algunos es­tudios en tomografía por emisión de positrones muestran que la memorización de una lista de palabras activa el córtex frontal izquierdo (codificación), mientras que su restitución estimula un área situada a la derecha, sin que los investigadores com­prendan el sentido de esta estimulación, a la que consideran como “ inconsciente”.8 En efecto, tienen razón, porque los significantes (a la izquierda) evocaron símbo­los visuales (a la derecha).

Com o lo muestran las imágenes de diagnóstico médico, las áreas cerebrales ac­tivadas por el pensamiento son las del lenguaje. De modo que parece que el habla sólo añade un acto al pensamiento (como escribió san Buenaventura). ¿Quiere de­cir esto que el área de la conciencia es la del lenguaje y que por lo tanto es necesario situar el inconsciente en otro lugar? No, ya que, com o veremos, el habla consciente en sí misma es portadora de lo que reprime para expresarse.

N i n g u n a h u e l l a del “ su je to ” en la c a r t o g r a f ía c o r t ic a l

Aquél a quien se habla localiza el “yo” [je] del habla a cambio. Cuando nos en­contramos con alguien, rara vez eso nos deja indiferentes. La presencia del otro nos causa un efecto. Porque el encuentro con un semejante nos impresiona pulsional- mente, se impone una conminación a hablar o a pensar: el área del lenguaje reprime esta impresión. ¿En qué consiste este poder de revelación poseído por el semejan­te a quien hablamos? Cuando nos escucha, se manifiesta su presencia física. Su apa­riencia, su mirada, el conjunto de las sensaciones despertadas por esta presencia nos tientan. Tan pronto como se encuentra en el mismo espacio que el nuestro, su cuer­po hace un hueco. Esta presencia abrupta enciende el incendio pulsional, y el pensa­miento se precipita, aumenta su caudal, brota sobre sí mismo para colmar esta bre-

7. H. Platel et al., “The Structural Components of Music Perception - A Functional Anatómica!Study”, Bram, 115,1997.

8. H. Platel et al.,“Contributions of Frontal and Medial Temporal Regions to Verbal Episodic Mem­ory: a P.E.T. Study”, Neuro Repon, 8, 2001.

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cha. El inconsciente arde durante esta presencia, es decir, durante el despertar de las pulsiones. Esta presencia del otro nos fuerza a pensar y, cventualmente, a hablar.

La percepción de las cosas se vuelve consciente con la condición de las palabras que las designan, pero estas palabras no cobran sentido más que en el momento en que se asocian en una frase dirigida a otro, real o ficticio. Una percepción, la de la cosa, se vuelve consciente gracias a otra percepción, la de un semejante. El “sujeto” nace cada vez que la pulsión se metaboliza en habla, es decir, cuando las huellas mné- sicas de las palabras comienzan a significar gracias al otro del habla. El “sujeto” no posee ni un área psíquica pulsional ni un área psíquica del lenguaje, sino la diferen­cia de potencial entre estas dos áreas producto del habla (por lo tanto, del sujeto) en la relación con el otro. El sujeto es esta chispa que piensa y habla en esta tensión. La subjetividad se realiza en esta posición bizarra de extraterritorialidad en el momen­to mismo en que se expresa. Las huellas acústicas se actualizan en significantes en el acto locutorio,9 en el momento mismo de dirigirse al otro que dinamiza lo que se vuelve un sujeto. La chispa que activa la máquina surge fuera de la máquina: resulta de la diferencia de potencial que instaura la proximidad de dos cuerpos; cada uno de ellos refleja al otro, pero se diferencian, sin embargo. Esta diferencia en la mismidad hace brillar esta chispa de la subjetividad, cuyo combustible es el habla.

El sujeto que piensa y que habla parece encontrarse paradojalmente en el exte­rior de las huellas mnésicas que utiliza. Un espíritu iluminado considerará esta tesis com o una versión moderna del animismo, inaceptable por la razón. Pero, antes de invalidarla, es necesario recordar cómo se constituyen el interior y el exterior para el sujeto humano (para quien ello es la primera experiencia psíquica). La delimita­ción del exterior y del interior procede de la represión originaria. El niño es desea­do en el lugar del falo que la madre habría querido tener (penisneid): esta represen­tación del cuerpo, rechazada a causa de su valor incestuoso, constituye el exterior, mientras que al mismo tiempo la instancia que rechaza, el sujeto, se instituye como el interior del esta operación. Nuestro cuerpo forma parte él mismo de este exterior en primer lugar, y tal es claramente la experiencia subjetiva que tenemos de nuestro organismo: no somos nuestro cuerpo, solamente lo tenemos. Somos locatarios de esta entidad que se encuentra a distancia de nosotros.10 El “exterior” en relación al cual se sitúa el sujeto también es su propio cuerpo (precisión que debería reasegu­rar al lector iluminado y al neurofisiólogo)." El sujeto de la conciencia es “exterior” al mundo en general (dentro del cual está su propia organicidad): no se encuen-

9. Ya que, mal que le pese a Descartes, el pensamiento nunca es solitario. Cuando “yo pienso”, mi pensamiento responde a alguien, se dirige a él o pone en escena una actividad que le concierne.

10. Una estatua tallada en mármol no sería capaz de renegar de su carácter mineral, aunque su au­tor le sea exterior. Para el ser humano, la relación del sujeto con su carácter de organismo es más compleja, porque su “interioridad” subjetiva se crea al mismo tiempo que la exterioridad, que es a la vez el mundo y su propio cuerpo.

11. En esta medida, se parece al “sujeto trascendental” de los filósofos de la conciencia.

\ i i n n n n r i iiv iiv iir .R

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G i m o i a s n k u h o c ie n c ia s d e m u e s t r a n f.l p s ic o a n á l is is

tra ninguna huella de este sujeto en ningún centro cerebral, del cual se diferencia en negativo.12 Al pensar o al hablar con alguien se forman frases cuyo sujeto es el de esta conciencia. La pantalla doble de la frase protege al sujeto de su percepción del mundo, peligrosa para él en la medida en que la pulsión lo inviste. El sujeto resul­ta de esta puesta en tensión circular. El sujeto “actualiza” su percepción atravesando dos trayectos: el primero va del área sensorial al lóbulo izquierdo que la simboliza (la vuelve consciente) gracias a las huellas mnésicas de palabras. El segundo valida estas palabras gracias al semejante, que es él también percibido pasionalmente. Se trata de dos tiempos, pero esta temporalidad es atravesada instantáneamente: el se­mejante nos hace hablar, aunque tengamos la impresión de hablarle.

Dado que el habla se realiza gracias a la presencia de alguien al hablar de algo, existe este doble quiasma entre ambos lóbulos. Para devanar el almacenaje de las palabras de la izquierda, es necesaria la puesta en tensión de la imagen de la dere­cha. Pareciera como si el sujeto que forma pensamientos, de los cuales enuncia al­gunos en frases, se encontrase en la intersección de las conexiones entre las imáge­nes de la derecha y los signos acústicos de la izquierda. La puesta en tensión del su­jeto de la conciencia exige dos localizaciones sensoriales (la cosa y el semejante) y una simbolización vectorizada entre dos puntos que va de las huellas mnésicas de palabras al interlocutor.13 Entre el lóbulo derecho y el lóbulo izquierdo, el quiasma intracerebral presenta una especie de metáfora encarnada del quiasma que se for­ma entre las huellas mnésicas del sonido y la presencia que condiciona el habla (por lo tanto, la conciencia).14

Una experimentación adecuada quizá localice algún día la excitación de un “área de la atención” que señale este proceso, pero no se sabrá nada acerca de su partida de nacimiento. La activación de la atención de la que procede el sujeto se encuentra afuera, en el entre dos de los actores del lenguaje y lo real frente al que coloca una pantalla. El neurofisiólogo no encuentra en el cerebro más que huellas de este pro­ceso. El organismo no puede revelar un secreto que ignora. El cerebro registra bien los signos de las palabras que le hacen crecer, pero, consideradas por fuera de su di­námica, son incomprensibles. Las huellas mnésicas de los sonidos no dicen nada acerca de la realización del habla. El córtex encarcela las huellas por rebeldía. Cuan­do se registran sus transmisiones eléctricas, cuando se aíslan sus neurotransmiso- res, aún se ignoran cómo esos sonidos toman sentido: dos tercios de los efectores de esta producción se encuentran, en efecto, fuera del organismo. La represión se vuel­

12. Esta negatívidad dio durante siglos la impresión de que el alma difiere del cuerpo, del cual no es más que locataria, según una creencia cuya fuerza es proporcional a la represión.

13. La puesta en tensión de esta vectorialización corresponde a la descarga de la libido, que va de la pulsión a la realización del fantasma.

14. De modo bastante bizarro (pero es un hecho), existe en el cerebro un quiasma anatómico que conec­ta el área sensorio-motriz y el área del lenguaje. Cuando los neurofisiólogos examinan esta distribu­ción, constatan esta característica cualitativa única del cableado cerebral humano sin explicarla.

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Cll'.UAHl) P o M M I l il t

ve a efectuar hablando, y la máquina neuroíisiológica no conserva más que una hue lia parcial de un proceso, uno de cuyos efectores, el receptor, se encuentra por fue­ra de la máquina, y de cuyo material principal -e l habla- la máquina sólo conserva la carcasa sonora. La represión misma se lleva a cabo en el acto, y por lo tanto no se inscribe en el cerebro, sino en la toma de sentido del significante entre los hablan­tes.15 Se encontrará una parte del material utilizado: cables, conexiones corticales de izquierda a derecha y viceversa. La chispa se propaga gracias a una máquina extra- cerebral cuyo cableado interno, tubos y fluidos, son a la vez el resultado y una par­te. Los nervios y los neurotransmisores conectan con cables estímulos que se po­nen en marcha en el olvido del cuerpo (donde, sin embargo, se encuentra su rastro). Las uniones asociativas dependen de una coacción exterior a nivel cortical. En un primer momento, la coacción a hablar resulta de la diferencia de potencial entre el cuerpo psíquico y el organismo. El encadenamiento de las palabras reprime la pul­sión y alivia el cuerpo. En un segundo momento, la concatenación de significantes a partir de sonidos depende de la relación con el otro. Sin duda, algún día se loca­lizarán aún más detalladamente las decenas de sonidos de la lengua. Pero este des­cubrimiento no dirá cóm o un sujeto fabrica frases con ellos gracias al interlocutor.

La bioquímica de la madera no explica el fuego. Lo mismo vale para el habla cuando abrasa los sonidos y los quema: si un observador la redujese a huellas mné­sicas que la objetivasen en el área de Broca, desconocería la chispa que la inflama y su emanación entre un sujeto y sus semejantes. Las huellas mnésicas de palabras se parecen a la madera lista para ser quemada. O más bien son com o un bosque que aún no ha germinado ni crecido; un bosque que no crecerá más que al calor del fue­go que lo abrasa. El bosque crece gracias al incendio que lo reducirá a cenizas. El ha­bla se extiende como este incendio: engendra el material que hace arder.

15 .L e Monde del 6 de marzo de 2004 anunciaba el descubrimiento de las áreas corticales y de los pro­cesos de la represión freudiana (artículo de Hervé Morin del 24/1/2004: “Le refoulement freu- dien sous l’oeil de l’imagerie par résonance magnétique?”). En el número del 9 de enero de 2004 de la revista Science, Michael Anderson anunciaba:“ [...] nuestros trabajos proporcionan el pri­mer modelo neurobiológico de la forma voluntaria de la represión propuesta por Freud”. La pa­labra “voluntaria” basta para indicar que se trata de muy otra cosa.

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Las excepciones del lenguaje de los sordom udos y del japonés confirm an la regla

L o QUE NOS ENSEÑA EL LENGUAJE DE LOS SORDOMUDOS

Algunos problemas del aprendizaje del habla muestran que la simbolización de la pulsión por acción del lenguaje sigue una vectorialización cerebral de derecha a iz­quierda. Cuando un sordomudo de nacimiento se expresa en lenguaje visual, las imá­genes por emisión de positrones muestran que el área izquierda de Broca permane­ce indiferente, mientras que su simétrica se ilumina en el hemisferio derecho. Pero, cuando se expresa una persona que conoce tanto la lengua oral como el lenguaje de los sordomudos,1 el hemisferio izquierdo se ilumina durante el habla ordinaria, mien­tras que su simétrico a la derecha se ilumina durante el lenguaje gestual. Esta expe­riencia refleja la dimensión sensorial pulsional de la imagen gestual en el hemisferio derecho, mientras que la simbolización prevalece en el hemisferio izquierdo.

Simbolización quiere decir que las oposiciones de los signos entre ellos anulan su dimensión de imagen en beneficio de un sentido: por el habla, la música de las palabras se olvida en beneficio de lo que quiere decir. Es la diferencial entre letra y letra, y no cada letra por separado, la que produce un sentido. Cuando el habla se enuncia solamente a través de un gesto, la imagen permanece en primer plano. Esto no significa que los sordomudos hablen un lenguaje de signos pulsionales, sino que para ellos la diferencial significante se establece únicamente durante la comunica­ción con un interlocutor que los ve. Es éste último el que confiere un valor defe- rencial a los signos. Así, el lenguaje gestual de los sordomudos difiere de un lengua­je de signos: el pasaje de la imagen al sentido resulta de la asociación de las imáge­nes entre ellas, y se realiza en su totalidad en la relación con el receptor. Su “elocu­

1. Por ejemplo, porque sus padres son sordomudos, por lo cual esta persona aprendió su lenguaje.

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ción” es regulada por una gramática como en el lenguaje oral. Cada gesto se vuelve, ante la mirada del otro, un significante que remite a otro significante, para alguien que legitima su sentido.

En la lengua hablada ordinaria, la simbolización se lleva a cabo por medio de oposiciones sonoras que no retienen más que su diferencia: su efectuación es esen­cialmente intracerebral y se localiza a la izquierda. Es necesario añadir que este len­guaje ordinario también habla con las manos y que espera, al igual que el de los sordomudos, una legitimación “extracerebral” de su sentido por parte de un recep­tor. En la lengua hablada, cada palabra toma un sentido en primer lugar gracias a oposiciones intrasilábicas y de sílabas compuestas de consonantes y vocales por ac­ción del locutor mismo.2 La simbolización se apoya sobre esta oposición: una con­sonante siempre se sitúa en relación a un elemento vocálico que delimita (lo repri­me). En la palabra, el sonido de la vocal se cierra gracias a la consonante, que apa­rece com o la letra principal para la simbolización, ya que la simbolización consiste en pasar del sonido al sentido.3

El área de Broca registra menos huellas mnésicas de palabras que diferenciales sonoras. El rol de la consonante en relación a las vocales importa para el registro de estas diferenciales: las consonantes cierran la sonoridad, mientras que las vocales se abren indefinidamente. En 1982, M. Kimura4 mostró que las vocales son percibi­das igualmente por ambos hemisferios (duración de 100 a 300 ms), mientras que las consonantes (40 a 60 ms) sólo son percibidas por el hemisferio izquierdo (área de Broca). El hemisferio derecho también consta de una dimensión relativa al len­guaje, pero es musical en lugar de silábica. Los resultados brutos de Kimura signi­fican que el lóbulo derecho se organizado por la pulsionalidad musical de la vocal, mientras que el lóbulo izquierdo registra las diferenciales. La superficie sensorial de la vocal (su color) es mucho más elevada que la de la consonante, que realiza un corte en esta superficie. El hemisferio dominante “simboliza”, en el sentido en que la consonante realiza un corte en el goce vocálico del lóbulo derecho. Esta caracte­rística tiene consecuencias, en el aprendizaje de las lenguas, en función de la super­ficie de las vocales (musicales).

Cada sonido comporta una especie de bifurcación interna entre su valor musi­cal pulsional y el sentido que lo une diferencialmente con otro sonido. Durante una

2. Véase B. Laks, “Phonologie et cognition”, in Y. Michaux (dir.), Le Ccrveau, le langage, le sens, op. cit., p. 245. Según las definiciones admitidas actualmente en fonología, se puede definir una es­tructura silábica universal como un sistema de dependencia entre un ataque consonantico y una “rima”. Esta rima comprende el núcleo silábico, es decir, el núcleo vocálico que rige toda la síla­ba y una coda consonantica.

3. Es sin duda por lo que, cuando se trata de escribir lo que se dice, las escrituras semíticas fueron o son aún puramente consonanticas. No conviene escribir la vocal, cuyo sonido evoca una infi­nidad del goce.

4. M. Kimura, The Neutral Theory o f Molecular Evolution, Cambridge University Press, 1983.

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t VlMO I AS NKUROCI ENCIAS DEMUESTRAN El. PSICOANALISIS

lectura, por ejemplo, los índices gráficos (imágenes) son tratados por el hemisferio derecho, mientras que las diferenciales lingüísticas (simbolización) recurren a las competencias del hemisferio izquierdo. Esta repartición compleja de la lectura, que se encuentra desmontada de algún modo entre su dimensión pulsional y lo que la simboliza, no se verifica en la lengua hablada.5 Experiencias ya antiguas y corrobo­radas desde entonces muestran que esta simbolización verbal entraña una laterali- zación estricta a la izquierda.

CONTRA-DEMOSTltACIÓN DE LA LENGUA Y DE LA ESCRITURA JAPONESA

Esta lateralización solamente se verifica en los idiomas cuyo silabismo reposa so­bre un sistema de oposición entre vocales y consonantes. En efecto, existen algunas lenguas en las que la vocal tiene un rol de primer plano. Esta característica excep­cional se encuentra en Japón y en algunas islas de la Polinesia. En las lenguas indo­europeas o semíticas, la información es discriminada por consonantes. Las vocales juegan un rol limitado, y las sílabas consonánticas desprenden las sonoridades de manera preponderante para la atribución del sentido. Por el contrario, en el japo­nés la lengua se vocaliza fuertemente. El ataque consonántico nunca puede ser do­ble, y los grupos de consonantes internas son extremadamente limitados. Se puede dar cuenta mejor de esta estructuración cuando el japonés importa una palabra ex­tranjera organizándola según su propia silabización. Por ejemplo, “ film” es silabiza- do “firumu”. O incluso “sprint” será silabizado “supurinto”. La cantidad de vocales se multiplica en relación a las lenguas occidentales. Las oposiciones de grupos de voca­les soportan el sentido, y se constituyen frases largas a partir de un encadenamiento de sonidos esencialmente vocálicos. Entonces, se observa una hemidominancia ce­rebral derecha, contrariamente a todas las lenguas silábicas consonánticas.

El investigador japonés Tadanobu Tsunoda, que ha continuado con sus investi­gaciones desde 1955 en la universidad de Tokyo, durante varios años evaluó sujetos de lengua materna japonesa. Señaló una activación mucho más importante del he­misferio derecho que en aquellos que hablan otros idiomas. Sometidos a las mismas evaluaciones, los sujetos de lengua materna japonesa presentan una organización cerebral diferente de la de los sujetos cuya lengua materna no es el japonés. De ello concluyó que la lateralización de los hemisferios cerebrales dependía del aprendi-

5. Las neurocicncias proporcionan hoy en día informaciones detalladas que muestran esta división interna al lenguaje entre su componente pulsional y su simbolización. Juan de Mendoza escribe, por ejemplo: “Existen a partir de ahora buenas razones para pensar que los aspectos formales de la frase (léxico, sintaxis) dependerían de un tratamiento efectuado por el hemisferio izquierdo, mientras que el componente prosódico del mensaje se encontraría bajo la dependencia del hemis­ferio derecho”. (J. L. Juan de Mendoza, Dcux hémisphéres, un cerveau, Paris, Flammarion, 1996).

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zaje de la lengua materna. A modo de contra-experiencia, Tsunoda aplicó estas eva­luaciones a veinte japoneses emigrados de segunda y tercera generación, de entre los cuales dieciocho habían aprendido antes de la edad de ocho años otras lengua que no fuera el japonés (su lengua materna había sido el español, el portugués o el in­glés). Su lateralización cerebral correspondía a la de los occidentales. Otras experi­mentaciones realizadas con japoneses criados en el extranjero pero que habían ha­blado el japonés hasta la edad de nueve años, hicieron aparecer la dominancia late­ral derecha típica de los japoneses. Además, otros seis japoneses de origen extranje­ro (dos estadounidenses y cuatro coreanos) criados en Japón con la lengua japone­sa presentaban esta dominancia “japonesa”.

En este caso, la creación de sentido (la represión) va a apoyarse, en suplemento de las consonantes escasas, sobre la oposición de algunos grupos de vocales o asi­mismo de vocales entre ellas, e incluso sobre el contraste de las palabras entre ellas, tanto com o sobre una oposición en el interior de cada una de las palabras por me­dio de las consonantes. En estas condiciones, el lóbulo derecho va a conservar un rol de primer plano, ya que las vocales son puramente pulsionales, en el sentido de la prevalencia de su sensorialidad. Aquí se vuelve a encontrar el caso mencionado anteriormente del lenguaje de los sordomudos. El hemisferio izquierdo trata prefe­rentemente las sílabas consonánticas de la mayor parte de las lenguas, mientras que el hemisferio derecho tiene una debilidad por las imágenes, en este caso las de las vocales, cuyo color queda en dependencia de la pulsión.

Naturalmente, cuando la represión sólo se produce débilmente por medio de las conexiones intracerebrales, va a reforzarse por otros medios: en primer lugar, porque las palabras se oponen entre ellas; después, y sobre todo, porque el sentido va a establecerse definitivamente en el momento en que se dirige la palabra a un semejante, como en el caso del lenguaje gestual de los sordomudos. Las estructu­ras lingüísticas comunes de las lenguas “vocálicas”, como el japonés, y del lenguaje de los sordomudos, corroboran la hipótesis según la cual la lateralización cortical se encuentra al servicio de una represión de lo pulsional simbolizado “ intracere- bralmente” por las oposiciones binarias más marcadas del consonantismo.

La represión se produce según dos palieres que regulan su efectuación. En pri­mer lugar, existe una especie de trinquete interno en el momento en que se forman las palabras, cuando el goce vocálico se encuentra con el punto de detención con­sonán tico (o más exactamente, la diferencial que ahueca las consonantes). Esta pri­mera limitación intraverbal se produce en el momento en que las huellas mnési- cas intracerebrales son activadas: se efectúa durante el pasaje del área pulsional a la de las diferenciales sonoras. Su eficacia implica una parada brusca importante en la efusión sonora, pero no es más que momentánea. En efecto, cada palabra, en tanto permanece aislada, no se “mantiene” : puede descomponerse rápidamente en una polifonía evocadora de sentidos múltiples.

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l ,nM P I AS NI'UUOCIENCIAS d e m u e s t r a n I I l'SICOANAl ISIS

Es en un segundo nivel, en el momento de la realización de una frase, cuando la palabra se dirige al otro, que la represión se encuentra establecida por completo. En calidad de fúnción de primer plano, el lazo social asegura la represión. Cuando una frase es desplegada en su totalidad y un interlocutor legitima su sentido, su signi­ficación reprime el valor sonoro pulsional de cada palabra aislada. El otro a quien se dirige la palabra lleva la pesada carga de legitimar el sentido volviendo a realizar la represión, la cual se apoyará fuertemente en el semejante: sin duda, esta caracte­rística no cuenta para nada en una jerarquización importante del lazo social en Ja­pón, lo mismo que en un recurso a las culturas extranjeras para legitimar este lazo (técnicas, moda, etc.).

Las c o n s e c u e n c ia s en l a e sc r itu r a

Cuando la represión de lo pulsional por la acción del habla no se apoya en la opo­sición entre lo pulsional y su simbolización intrafonética (cuando las consonantes operan en el interior mismo de las masas sonoras), se deben esperar otras conse­cuencias, además de la lateralización cerebral y del refuerzo del lazo social que acaban de ser examinados. Estas consecuencias son demostrativas si se considera la escritu­ra japonesa, la cual primero tomó prestados del chino sus caracteres. Este préstamo forma parte de las necesidades de una legitimación por parte de una autoridad ex­terior, mencionada más arriba. Así, la civilización china jugó respecto a Japón el rol de un Otro de referencia, y continúa ejerciéndolo, ya que los japoneses siempre utili­zan caligramas chinos para escribir palabras nuevas. Sin embargo, la escritura china es monosilábica, consonántica y tonal, mientras que la lengua japonesa es parisilá­bica y fuertemente vocálica. Existe así un espinoso problema de transcripción, cuya mayor dificultad, por otra parte, no se evidencia de inmediato, ya que concierne a la simbolización de la pulsión en la escritura de una lengua pulsional. La extraterri­torialidad del chino no bastó para solucionar el problema de escritura de una len­gua con una pulsionalidad desenfrenada. La escritura japonesa no consigue hacer frente a esta dificultad sino gracias una especie de desdoblamiento técnico. La escri­tura en general lleva a cabo una represión de la pulsión, como lo muestra su histo­ria: anula lo pictórico en beneficio del sentido. Las escrituras primero fueron dibu­jos, fueron pictográficas e ideográficas, y luego esta grafía se fonetizó. El sentido de las letras unidas entre ellas reprime el dibujo pulsional. Es por eso que las primeras escrituras alfabéticas no mencionan la vocal, demasiado pulsional.'’

El japonés se encuentra con un problema específico de formalización escrita. Fue necesario introducir dos modalidades de escritura: el kana y el kanji (además

6. Véase G. Pommier, Naissance et rettaissance de l’écriture, op. cit.

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(íf.HAKD PoMMIER

de que la escritura china de origen constituye potencialmente una tercera moda­lidad). El primer sistema es más bien fonético, mientras que el segundo es ideo- gramático, o semántico, del mismo modo que la escritura china. El kana no es fonético en el mismo sentido que las escrituras alfabéticas, es más bien silábico. El katiji existía en la China antigua y sus ideogramas poseían un uso semántico sin un correspondiente sonoro preciso que le permitiese ser leído en las diferen­tes lenguas chinas. Pero no ése es el caso del japonés, donde los caracteres kanji no corresponden más que a un único sonido (ya que no existe más que una úni­ca lengua japonesa).7

Sea lo que sea, las dos escrituras usuales del japonés presentan una disociación sorprendente: la del ideograma visible y la del fonograma por definición sonoro.8 El ideograma “se ve” como un dibujo, y luego se fonetiza en pensamiento: la concep- tualización del lector va a reprimir el valor pulsional del dibujo. Es la evolución in­versa en el caso de la otra escritura, fonética, que presenta una simbolización ya rea­lizada, puesto que ya no se percibe ningún dibujo. Pero esta simbolización perma­nece demasiado aproximativa en japonés, a causa del exceso vocálico. Por un lado, la escritura ideogramática muestra lo pulsional (lo que se ve) y, por otro lado, la es­critura fonética revela una simbolización previamente realizada (la letra fonética no muestra ninguna imagen).

Sin embargo, ninguna de estas formalizaciones escritas resuelve el problema de transcripción de la lengua japonesa, a causa, como hemos visto, de su profu­sión vocálica. De lo que se deduce la solución a esta especie de desdoblamiento binocular de las escritura. Pareciera como si uno de los sistemas proporcionase un complemento al otro y com o si, “ fuera” del sujeto, la escritura estuviese car­gada de un trabajo equivalente al del pasaje del lóbulo derecho al lóbulo izquier­do. Se aprecia hasta qué punto la escritura es importante en Japón, la cual lleva a cabo esta tarea. El quiasma orgánico intracerebral es reemplazado por el quias­ma del pasaje del kana al kanji (todo lector impone mentalmente el kana sobre el kanji, y viceversa). Los efectos distintos de los dos tipos de escritura en relación a la lateralización cortical corroboran estas observaciones. Cada uno de los siste­mas funciona con su hemisferio preferencial. No resulta sorprendente encontrar una fuerte predominancia del kana, fonético, a la izquierda, y del kanji, pictográ­fico, a la derecha. También se constata que, com o consecuencia de algunas lesio­nes del hemisferio izquierdo, aparecen dificultades para leer y escribir en carac­

7. [Aunque hoy en día el japonés se haya convertido en una lengua unificada que adjudica a los kan­ji sonidos o lecturas estandarizadas -lo cual es cierto, como sostiene el autor-, cabe aclarar que los kanji tienen varios sonidos o lecturas posibles, que se clasifican en dos tipos: lecturas kan, de origen japonés, y lecturas on, de origen chino -y adaptadas, por lo tanto, a las posibilidades de fonación japonesas. N. de los T.]

8. M. Grossnian, T. Nakada, “A letter is a letter is a letter: Puré Alexia for Kana", Neurology 56,2001,p. 699-701.

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teres de kana, mientras que el uso del kanji es preservado. La experiencia inversa confirmó por igual esta disposición.9

Asimismo, se corrobora la hipótesis de este capítulo: si la lateralización funcional del cerebro depende de la lengua aprendida en los primeros años de vida, eso signi­fica no sólo que el habla modela una función, sino que también esta función crea el órgano, mal que les pese a los organicistas, que querrían hacer depender la función de un órgano genéticamente listo para ser usado desde el nacimiento. La inscripción de las áreas sensitivas pulsionales a la derecha y de la diferencial verbal a la izquier­da no es innata, sino que procede de un modelado corporal por parte del lenguaje. No obstante, eso no implica que lo inconsciente se sitúe a la derecha y lo consciente a la izquierda, porque las imágenes, las representaciones-cosa, sólo se vuelven cons­cientes en su relación con la represión.

9. Los trabajos de Tsunoda citados anteriormente fiieron validados por investigaciones más recien­tes, especialmente desde el punto de vista de sus consecuencias en la escritura. Véase, por ejem­plo Y. Dong et ais., "Essential Role of the Right Superior Parietal Cortex in Japanese Kana Mir- ror Reading”, Brain 123, Oxford University Press, 2000, p. 790-799; o también K. Nakamura et ais., “Participation of the Left Posterior Inferior Temporal Cortex in Writing and Menta! Recall of Kanji Orthography”, Brain 123, Oxford University Press, 2000, p. 954-967.

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T ERCERA PARTE

Si existe un inconsciente, ¿cómo definir la conciencia?

En el inicio de su obra, Freud consideró que algunos fenómenos como los sue­ños, los lapsus, los chistes y, por extensión, los síntomas, manifestaban el retorno de una represión traumática. Estas “ formaciones del inconsciente” eran pruebas de se­gunda mano de la existencia del inconsciente, cuya fuerza ya se presentía desde la Antigüedad. A medida que la exploración psicoanalítica extendió sus investigacio­nes, sus verificaciones clínicas, sus consecuencias culturales -en una palabra, su do­minio- este inconsciente tomó cada vez más importancia. ¿Quién duda aún de la potencia de las determinaciones inconscientes? De modo que, hoy en día, la existen­cia y el funcionamiento de la conciencia se han vuelto un interrogante. Inmerso en su descubrimiento, Freud nunca trató estos temas específicamente, cosa que tam­poco hicieron mucho más la mayor parte de sus sucesores. Sin embargo, no puede definirse la conciencia com o lo que el inconsciente no es, ¡y menos aún considerar­la como una evidencia, puesta una vez más al cuidado de lo sensible!

Resulta que la conciencia es uno de los problemas mayores de la investigación neurocientífica, que no alcanza a precisar su centro ni sus procesos. Algunas fun­ciones parecen importantes, pero ninguna capitaliza las cualidades de la concien­cia. Paradójicamente, estas investigaciones plantean problemas de los que el psicoa­nálisis puede sacar el mayor provecho para asegurar aquello que sirve de base a su práctica: que el sujeto del inconsciente es el mismo que ei de la conciencia (y que no se podría descubrir uno sin reconocer la existencia del otro). Para mostrarla ne­cesidad de esta articulación, se partirá de las investigaciones más recientes sobre la

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Gf.KARI) I ’OMM II U

conciencia de la visión, que presenta una importante ventaja. Cualquiera puede ve­rificar con facilidad que continuamente ve toda clase de escenas sin tener forzosa­mente conciencia de ellas y sin memorizarlas. También se puede guardar el recuer­do de detalles ínfimos por su valor simbólico, pudiendo reaparecer a veces mucho más tarde en un sueño, una vez más en la forma de imágenes. Esta “conciencia”, acto de un sujeto, se establece gracias a una base de datos memorizados a sus espaldas. La cuestión del inconsciente se plantea pues inmediatamente, porque, ¿cómo se or­ganiza la memoria humana? No hay ninguna necesidad de una extensa investiga­ción para reconocer que los símbolos de los acontecimientos más o menos trau­máticos producen sus marcas. ¿Qué es un símbolo? Y, ¿por qué la función del sím­bolo distingue radicalmente la conciencia humana de la de los animales? Una vez discutidas estas cuestiones, se tratarán en las páginas que siguen los malentendidos de la palabra inconsciente, la cual no tiene el mismo sentido para los neurocientí- ficos que para los psicoanalistas. Se expondrá la riña a propósito del sentido de los sueños, controversia respecto de la cual algunos científicos no dieron prueba de un gran rigor. No obstante, esta discusión fue útil, porque el terreno se encuentra des­pejado de ahora en adelante para preguntarse de dónde proviene el destello espo­rádico de la conciencia y cuál es su torre de control. En efecto, es necesaria una to­rre de control, porque si lo consciente funciona al mismo ritmo que lo inconscien­te, toda conciencia humana dependerá del mal del deseo que ella reprime: ella es, al mismo tiempo, conciencia de percepciones y conciencia moral.

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C apítulo 12

¿Puede funcionar la conciencia de la visión com o un m odelo de la conciencia?

La percepción no tiene nada de automática. 1 lay que prestar atención para ser con­ciencia de una sensación. Existe una conexión más o menos laxa entre la percepción y la conciencia,1 que cualquiera puede experimentar empíricamente. La visión permite examinar las relaciones de la conciencia con la percepción más fácilmente que otras sensaciones. La neurofisiología corrobora este hecho. Semir Zeki, profesor de neu­rología en el British College de Londres, ha mostrado desde 1973 que áreas distintas procesan diferentes características sensoriales. Estas experiencias invalidan la idea de una comunicación directa entre las sensaciones y sus receptores cerebrales.2 El men­saje visual, antes de ser encaminado hacia el cerebro, pasa el filtro de un algoritmo de compresión3 que exige, para que la imagen pueda ser reconstituida, un modo de em­pleo y léxicos consignados en las memorias. Los datos de la percepción bruta son re­lativamente débiles en relación a la información que finalmente llega al córtcx.4

1. Según el sistema que Freud llamaba “percepción-conciencia” (S. Freud, “La interpretación de los sueños”, en Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, vols. IV-V, 1988).

2. El nervio óptico se termina en una “pata de gallo”, a partir de la cual se dispersa la percepción bru­ta: el color, la forma, la profundidad y el movimiento son analizados en sitios diferentes. El área visual se subdivide en varios subconjuntos. A partir de un centro primario V I, situado en la ci­sura calcarina, los potenciales visuales se extienden en centros especializados para el movimien­to (V5 y M), el color (V4) y la forma (V4). Un campo parieto-occipital se especializa en la per­cepción del espacio, y otro en la forma (S. Zeki: “La construction des images dans le cerveau”, La Recherche 21, 222, 1990, p. 712-721).

3. El nervio óptico cuenta con 1 millón de fibras para 130 millones de fotoreceptores en la retina. Este millón de fibras comunica con 250 millones de células en el córtex.

4. El cuerpo articulado condiciona el mensaje visual. El 90% de sus datos no son retiñíanos a su sa­lida, sino que vienen de otras áreas del cerebro: las instrucciones del córtex destinadas a proce­sar el mensaje según los recuerdos y las intenciones proporcionan el 50%.

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C ifKAH I) P O M M tl 'U

Esta reconstrucción de la imagen supone una clasificación de las unidades que ac­ceden a la conciencia. La percepción no se reduce a un fenómeno pasivo, ni siquiera desde un punto de vista fisiológico. Es tanto más activa cuanto que nuestras imáge­nes mentales anticipan las percepciones, preparándonos para recibir determinadas informaciones. En todas las etapas de la cadena visual, las sensaciones se conectan hacia atrás con el recuerdo y hacia delante con la intencionalidad. La identificación de los objetos se recorta en diferentes repertorios según los individuos y sus nece­sidades personales. El presente se viste con el pasado, y la comprensión de aquello que se percibe actualmente apenas necesita una información mínima, a la que se añaden los datos ya memorizados. La conciencia está condicionada por conexiones con conjuntos de neuronas diferentes de los de la percepción. Reconocemos nues­tras sensaciones en tanto que las percibimos. Vivimos en un remake.5 La imagen es reconstituida (o incluso anticipada) subjetivamente en función de estas informa­ciones. Este “remontaje” presenta su interés en cuanto que no se lo considere como una operación de filtrado, sino como una simbolización de lo pulsional.

Ver a partir de lo ya visto realza la importancia del período de nuestra vida du­rante el cual aprendimos a ver. Cuando un ciego de nacimiento recobra la vista des­pués de una operación, continúa sufriendo una minusvalía, porque no dispone de los datos que permiten el reconocimiento de los objetos. Los niños operados tardía­mente de cataratas también encuentran dificultades, porque ellos no llevaron a cabo el gigantesco trabajo de conexión de imágenes con otras áreas corticales durante los primeros meses. La recuperación de una capacidad visual plantea la misma dificul­tad que el aprendizaje de una lengua extranjera luego de la lengua materna.6

Francis Crick trató junto a Christopher Kock el problema de la conciencia visual. Estos autores buscaron en el neo-córtex neuronas particulares cuya función habría sido, no la visión, sino la conciencia de la visión.7 Entre las capas de neuronas concer­nidas, las más superficiales sólo dan una respuesta local a los estímulos. Pero las célu­las de las capas 5 y 6 se proyectan directamente hacia afuera del sistema cortical, y tie­nen además una propensión insólita a la descarga en ráfagas. Por lo tanto, los autores atribuyeron a estas células una función de conciencia de la visión. Para ser consciente, la percepción requiere la actividad de otras áreas que permitan su simbolización.8

5. Roger Shepard, profesor de ciencias en la Universidad de Stanford, considera en este sentido la percepción como una alucinación dirigida.

6. Las imágenes cerebrales de diagnóstico médico revelan que el aprendizaje de una segunda len­gua hace intervenir áreas diferentes de las de la lengua materna. No obstante, es posible una in­terpenetración en los casos de una asimilación perfecta.

7. F. Crick, C. Kock, “Towards a Neurobiological Theory of Consciousness”, Seminars in the Neuro- sciences, vol. 2,1990, p. 263-275.

8. Nuestra visión procede en términos de descripción simbólica. Si se imaginase que la visión pro­yecta en el interior del cerebro una especie de pantalla neuronal interna del exterior, sería nece­sario poner otro pequeño ser en el cerebro para ver esta imagen, etc.

I . O M I l I IN r.U K 'H .ir , IN l. l/V * I i n v n r w m n i ' t r.i. i ,-mx-wr»!-.,,.

Ésa es, por lo demás, la experiencia ordinaria: para tener conciencia de aquello que se ve, es necesario añadir a la visión un acto particular. Sin este acto, el sujeto queda olvidado en un sueño en vela: se descarrila, como si estuviese absorbido por sus sen­saciones. ¿Dónde se encuentra el sujeto cuando flota en este estado onírico? Está ab­sorbido por las asociaciones que provocan las sensaciones, hasta que el pensamiento se teje e identifica con la percepción. Esta identificación utiliza un proceso de archi­vo que permite completar datos parciales. Para pasar, por ejemplo, de la visión plana proporcionada por la retina a una visión en tres dimensiones, el neo-córtex conecta una memoria que añade la profundidad.9 El presente depende de la memoria: todo presente es un presente rememorado. El reconocimiento de un objeto se produce en función de un módulo de archivos al que el presente se refiere inmediatamente (este cálculo cerebral además suele estar cargado de errores). Este reconocimiento del con­junto prevalece sobre el acontecimiento actual. Cada instantánea visual fija el sen­tido de una escena desatendiendo sus detalles. Su integración se produce gracias a este sentido, más que gracias a cualidades propias de lo visual. El recuerdo convoca­do por el sentido completa la visión cuando ésta es fragmentaria. Pero lo contrario no es cierto: las lesiones de algunas áreas asociativas de la visión eliminan la concien­cia de la percepción al mismo tiempo que la conciencia de la imaginación e incluso del sueño.10 Cuando, por ejemplo, se reconoce una silla, esto no quiere decir que se podría describir enseguida su color, su forma, etc. Del mismo modo, si se percibe un rostro, suele ser difícil precisar el color de los ojos, los cabellos, la forma de la nariz, etc. Sin embargo, ese rostro sería reconocido si se volviese a presentar.

La conciencia de la percepción forja una visión unida y armónica del mundo a partir de sensaciones fragmentadas e inarmónicas. Las imágenes recibidas por cada uno de los ojos en visión binocular, por ejemplo, son dispares, y la conciencia de la percepción lleva a cabo su integración en centenares de milisegundos." Leemos en visión subliminal y a tirones (según el comportamiento habitual del ojo). Los tiro­nes varían según la naturaleza del texto y reciben paquetes de datos visuales, distin­tos, por otra parte, para los dos ojos. Son más cortos si las palabras son familiares.

9. Un círculo visto por la retina puede, por ejemplo, representar tanto un círculo como la proyección de una elipse: nuestros recuerdos sobrepasan esta ambigüedad introduciendo una profundidad en tres dimensiones. Además, al mensaje visual bruto lo sustituye una colección de cuadros que consig­nan los datos provenientes de las cuatro semi-retinas, a las que se agregan los datos de las áreas cor­ticales. Asimismo, si estamos seguros de que una persona, cuya nuca cabelluda vemos, al darse vuel­ta mostrará un rostro, y no otra nuca, es gracias a un conocimiento memorizado de lo que un ros­tro es (como ocurre con el cuadro de Uené Magritte de 1937: Toda reproducción está prohibida).

10. M. Solms, The Neuropsychology o f Dreams - A Clinical Anatomical Study, Mahwah, Uwrence Er- lbaum Associates, 1997.

11. l.a información visual llega al neo-córtex luego de haber atravesado el núcleo geniculado lateral del tálamo. A través del cuerpo calloso, compuesto de mil millones axones, la información visual une los dos hemisferios pasando del hemisferio derecho al hemisferio izquierdo.

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La lectura se contenta con algunos caracteres y un revestimiento reconstituye la pa­labra a continuación si ya fue catalogada. El revestimiento no depende de las áreas corticales de la visión. Después de un ataque o de una intervención quirúrgica, la conciencia resintetiza rápidamente un nuevo universo, demostrando así que está integrada por una estructura diferente de la estructura la percepción. Gracias a esta integración, los pacientes que sufrieron un split brain hablan de su visión como si estuviese unificada o como si no existiese ninguna zona de transición entre la zona de visión y la zona de ceguera. Además, si se muestra al hemisferio izquierdo la mi­tad derecha de un rostro, el paciente declara ver un rostro entero.12

Estos nuevos conocimientos de las relaciones entre la percepción y la concien­cia son válidos para el conjunto de los animales. Muestran la importancia enorme de los datos archivados para el reconocimiento de lo sensible. Pero el desmontaje de este funcionamiento no tiene en cuenta el investimiento pulsional de la percep­ción. En efecto, es necesario concebir un sistema pulsión/percepción/conciencia, si se quieren examinar las particularidades de la conciencia humana. La existencia de este investimiento pulsional explica por qué la conciencia del hombre pasa por las palabras antes de ser conciencia. ¿A qué debemos tal investimiento pulsional de las percepciones, sino al valor psíquico que fue primero el del cuerpo? El cuerpo tuvo al principio el valor de la ausencia del falo materno, y este investimiento psíquico angustiante es rechazado hacia afuera: anida en lo visible, al cual otorga su antropo­morfismo. Y la visión toma una mayor importancia para el hombre, porque lo que ve se le asemeja y le habla de él (aunque él ignore qué es él mismo).13 Lo visible está tallado a la medida de lo que tiene de más íntimo (y que, sin embargo, ha rechaza­do). Es por esto que el proceso de archivo de la visión toma un carácter particular, poblado como está de símbolos.

12. C. Trevarthen, R. W. Sperry,“Perceptual Unity oí the Ambiant Visual Field in Human Commis- urectomy Patients”, Brain 96, 1973, p. 547-570.

13. La visión tiene un valor psíquico especial para el ser humano. “Somos animales eminentemente visuales, y una gran parte de nuestro córtex se debe, de un modo u otro, a la visión” (G. M. Edel- man y G. Tononi, Comment la matiére devient conscience, op. cit., p. 204).

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C a p ít u l o 13

La m em oria hum ana es organizada por el símbolo

El término “memoria” a menudo es usado para describir procesos que son más bien del orden del reflejo y que no tienen relación inmediata con la conciencia o el inconsciente. El cerebro contiene centenares de sistemas de información, que com­prenden sus propios módulos perceptivos y su propia intencionalidad (de la que el habla forma parte parcialmente). Nada prohíbe elegir criterios operacionales, se­mánticos, procedurales o incluso bioquímicos que permitan clasificar estas reservas de datos. Existen diferentes sistemas de información a corto y largo plazo. Pero, sean cuales sean los criterios, no se puede, sin abusar del lenguaje, considerar un proce­so de causa-efecto como una forma de memoria (por ejemplo, el agua “se acorda­ría” que debe volverse vapor bajo el efecto del calor, etc.). El término de memoria no puede concernir más que a la conciencia,1 cuando la subjetividad clasifica las sensaciones en función de experiencias vividas. Las articulaciones sinópticas nue­vas que ellas engendran escapan, por principio, a las determinaciones genéticas. La memoria así definida no puede, pues, ser imputada al genetismo.

Los intentos de localizar la memoria se han revelado inciertos.2 El sistema ner­vioso en su conjunto tiene la función de una memoria latente, y el acceso a un re-

1. “Ella no puede ser identificada únicamente con circuitos, con cambios sinápticos, con la bioquí­mica, con las tensiones o con la dinámica comportamental” (G. M. Edelman y G. Tononi, Com- ment la matiére devient conscience, op. cit.,p. 121)

2. Las experiencias hechas con roedores con el córtex seccionado en diferentes niveles muestran que ninguna zona es la sede de la memoria. El neurólogo Karl Nashley también mostró que una abla­ción del 50% del cerebro no perturba la ejecución de la mayor parle de las tareas. Algunos auto­res (como F. Crick y C. Kock, op. cit.) establecieron que el hipocampo memorizaba las percepcio­nes, pero que no es absolutamente irremplazable. Por más que algunas lesiones en el hipocam­po puedan perturbar la memoria, ésta se restablece muy rápidamente. Puede concluirse que una pluralidad de memorias se ligan a los órganos de los sentidos y a las áreas de aprendizaje.

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cuerdo se presenta, en principio, como un problema de procedimiento. No se trata de una reserva de imágenes interiores que, comparada con el presente, le daría va­lor. El desmontaje y el remontaje de la representación se realizan según un plegado previo. Los trabajos de Edelman muestran que la memoria no es “representacional”.3 Ella no registra pasivamente acontecimientos que después servirían de criterios para la acción. Mal que le pese a Kant, lejos de ser pasiva, la percepción de la sensación exige un acto. Pero estas generalidades no dicen nada aún de las especificidades hu­manas de la memorización.

La im p osib ilid ad d e m e m o riz a r e l PRIMER SÍMBOLO (¡ENERA la m e m o riza c ió n

Cuando buscamos memorizar un recuerdo, operamos por asociación y semejan­za, donde un recuerdo llama a otro gracias a una especie de gesto mental. El recuer­do regresa por medio de señales que se remontan hasta él. Existe una analogía sor­prendente entre los procedimientos de convergencia de la visión y los de la memoria, y esto gracias a la asociación simultánea de una aportación sensorial y un recuerdo. Esto muestra la importancia de los símbolos, e implica también que la memoriza­ción humana va a depender de los acontecimientos que hayan ayudado a la forma­ción de esos símbolos. Cada percepción remonta cadenas asociativas y se liga a estos símbolos, cuya evocación mina cualquier espectáculo. Toda percepción representa más que ella misma, y por más vacía que esté, presenta al menos el misterio de la re­presentación. Quienquiera que contemple un objeto, experimenta su extrañeza, su distancia respecto de sí mismo, el hormigueo ínfimo que lo anima. Un desierto evo­ca en sí mismo un símbolo: el del desamparo o el de la más grande intimidad.

El hombre no tiene conciencia de ninguna sensación sin la mediación del símbo­lo. Un símbolo fue primero una percepción contemporánea de un acontecimiento. Esta sensación fue memorizada porque su sujeto se encontraba, en aquél momen­to, bajo un determinado estado afectivo que le dio su valor específico. El símbolo se aferra a continuación a la sensación gracias a este trozo subjetivo. Un primer mun­do simbólico aparece a medida que se incrementa el número de percepciones ac­tuales que tienen en cuenta las fortunas y desgracias vividas. En este mundo fluido, los símbolos se actualizan en función de los acontecimientos, y cada uno pasa al si­guiente la posta de su experiencia.

Sin embargo, los acontecimientos no son primero productos que luego son sim­bolizados. No se produjo “primero” un acontecimiento, luego del cual los otros ha­brían tomado su sentido. Porque es el símbolo mismo el que funda el acontecimien­to de origen. El hombre fue confrontado inmediatamente con la significación fálica

3. Toda sensación es “desmontada” entre varias de sus cualidades, cuyas informaciones se repartenen diferentes áreas. El remontaje de estas piezas sueltas antecede a la conciencia.

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de su propio cuerpo para su madre: se trata de un símbolo traumatizante, e incluso del único símbolo en sentido pleno, que va a requerir un esfuerzo constante de in­teligencia y de crecimiento. ¿Por qué es el falo un símbolo, estrictamente hablando el único -desde el punto de vista del psicoanálisis? Porque el falo designa una cosa que no existe, y porque esta ausencia, sin embargo, constituye un llamado funda­dor. El símbolo mismo no llega a materializarse dado que la madre no tiene el falo. A falta de materialidad, la pulsión le ofrece el cuerpo que puede y, sin llegar a sus fi­nes, su empuje persevera, ella contamina las percepciones que también serán presa de la ubicuidad del símbolo. Ningún código previo orienta la lectura de las percep­ciones: los signos recibidos pueden ser ambiguos, dependen del contexto y su sig­nificación puede ser novedosa a pesar de su forma antigua. En realidad, para el ser humano, toda percepción presenta una dimensión nueva, tal como es trabajada por un símbolo falto de realización desde el nacimiento. Lo real siempre es joven.

Este empuje, sin comienzo ni fin, acarrea una consecuencia: el primer símbo­lo no es memorizable. Lo que representa es demasiado grande para la concien­cia, la cual sólo se establece reprimiendo su significación. Esto simplemente quie­re decir que el niño no comprende lo que su madre quiere de él, y que esta in­comprensión es la fuente de lo que quiere comprender: este misterio del símbo­lo exige ser explicado y empuja, pues, a hablar. En este sentido, el símbolo se en­cuentra en el origen de la formación del lenguaje (de lo simbólico). Este enigma es un trauma, y la memorización de las palabras procede de este traumatismo del encuentro con el Otro: solamente en esta ocasión registra una correspondencia entre los sonidos y los objetos. Las huellas acústicas se registran bajo el efecto de esta relación con el Otro, y no porque tendrían un uso práctico. El niño se intere­sa por la correspondencia entre una palabra y una cosa en proporción a su deuda con la persona que se la indica. En la medida en que debe a esta persona su naci­miento subjetivo, intercambia su propio lenguaje por el suyo, y acepta la significa­ción que ella da a las cosas (reprime sus representaciones-cosa privadas, reempla­zándolas por las representaciones-palabra de la lengua común). El niño lo acepta por amor. Un sonido imprime su sentido bajo el efecto de la angustia gozosa en­gendrada por la proximidad de la persona amada. Por esta persona que le habla, el niño experimenta un amor alienante: la emisión sonora le sirve de salvavidas. La palabra coloca una pantalla frente a este amor demasiado grande. Aprender a hablar protege del exceso de este amor, y es gracias a él que la correspondencia de la palabra con la cosa se memoriza con embriaguez. Este primer arrebato cualifi­ca el aspecto maternal de la lengua. Las primeras palabras cantan este amor fren­te al cual colocan una pantalla: lo protegen y lo celebran. Los objetos son nom­brados mil veces alegremente en lugar de la inmensidad de este amor, que no se puede nombrar por sí mismo. Lo imposible del amor no es capaz de dar abasto para paliar esta situación; los sonidos, que clamarán un día esta imposibilidad, se

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G é r a r d P o m m ie k

agarran de las cosas y les graban un nombre: memorial de este hecho inmemo­rial. Después, quedan bajo la dependencia de esta tensión del amor que se relaja quizá por las noches, pero que no muere jamás.

La pulsión está al servicio del símbolo, y la memorización almacena en función de su potencia. Las percepciones no son archivadas automáticamente: cada una es tra­tada según el gradiente de afecto pulsional que engendra. En función de las circuns­tancias, la percepción de un objeto puede, por ejemplo, acompañarse de angustia. Es ésta la que fija el recuerdo. En uno de sus cuadros, Van Gogh pintó un zapato. En el momento que la vivió, la angustia era, sin duda, indecible. La visión de un zapatón en el momento del desamparo, el crujido de las hojas de árbol a la noche, un zumbido de insectos al mediodía: he aquí algunos acontecimientos que pueden ser memoriza- dos para siempre, mientras que los otros accidentes del universo serán olvidados. Las percepciones son memorizadas en función de la violencia pulsional que abrigan.

La memoria del hombre no puede compararse con la de los otros seres vivos, por­que este modo de proceso de archivo la transforma. Este tipo de almacenamiento mo­difica la memorización hasta el punto que el antiguo sistema “animal” se vuelve obso­leto. Nada parecería más natural que una memoria espontánea de las percepciones, se­mejante a la que se encuentra, sin duda, en todos los animales. Pero las pulsiones tra­bajan y desdoblan las sensaciones humanas hasta el punto que los hombres deben ve­rificar constantemente si verdaderamente han percibido lo que perciben, o si no serían las marionetas del sueño de un Otro. No existe ninguna naturalidad inmediata de las percepciones humanas ni de su memorización. El acto de percibir no siempre impli­ca la conciencia, y la conciencia no siempre entraña una memorización.

No se encuentra huella del animal en el hombre, sino únicamente vestigios de su hominización. Existe una memoria de las sensaciones, pero como éstas toman valor simbólico, son percibidas a partir de su historia y de las asociaciones que generan. Un juicio de valor les es atribuido automáticamente. Desde el comienzo, el símbolo ha dado su medida al acontecimiento y ha orientado el juicio subjetivo. El símbolo preci­pita el acontecimiento y condiciona el juicio ulterior. La memoria hace sus elecciones a partir de este último: difiere así de una computadora, que almacena informaciones sin juzgar. La sensación más simple se acostumbra a este juicio simbólico. No es posi­ble hacerse ninguna idea de “sensaciones brutas” del ser humano, porque habría que poder experimentar una sensación que no estuviese contaminada por la pulsión.

La memoria siempre está organizada, sino falseada, por una capa judicativa que la antecede y la orienta. Se puede ser consciente de un recuerdo olvidando los de­talles sensoriales que lo componen: se ignorará, por ejemplo, el color de lo ojos de una persona próxima, aunque se la conozca desde hace mucho. La conciencia des­estima los detalles de la percepción. La sensación de las cualidades pasa a segundo plano, detrás del valor simbólico de la persona concernida: está antecedida por el juicio. El amor por una persona, por ejemplo, hace olvidar algunas de sus particu­

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C o m o i .a s n e u r o o ie n c ia s d e m u e s t r a n el p s ic o a n á l is is

laridades físicas, que se descubren bruscamente apenas la pasión se agota un poco. El sujeto memoriza solamente las representaciones seleccionadas por un juicio pre­vio. Olvida o reprime las otras, a riesgo de enfermarse.

La h u id a h a c ia a d e la n t e d e lo s s ím b o lo s “ s e c u n d a r io s ”

Los acontecimientos de la existencia intentan responder a la pregunta que plantea el símbolo: lo intentan, pero no lo consiguen. En este sentido, la memoria humana es coaccionada a la invención y la ficción ante cualquier acontecimiento, que siempre significa más que lo que realmente es. La memoria de los animales recae en el mis­mo programa, mientras que la del hombre debe inventar constantemente. Esta espe­cie de retardo constante de la memoria, en relación a un acontecimiento primero c informalizable, debería constituir una desventaja. Pero, por el contrario, este retardo vuelve necesaria la invención. El deseo de comprender el universo anima al hombre a causa de este misterio más grande que lo infinitamente grande y más pequeño que lo infinitamente pequeño. Lo desconocido anida en la primera percepción, y luego las otras transmiten su símbolo a los símbolos secundarios. Estos símbolos, que se responden entre ellos, habitan el mundo en conmemoración del primer trauma. De­bido al impacto ante el enigma de las cosas, las nombramos, luego nombramos estas nominaciones y, después de ellas, nombramos a sus hijas y sus nietas.

Luego del trauma primero del encuentro con el símbolo, las cosas y los aconteci­mientos tomarán un valor simbólico, o bien serán olvidados, en función de su rela­ción con el símbolo. Del símbolo en sí mismo, nada podrá decir lo que es, y el mun­do simbólico en su totalidad busca elucidar esta incomprensión. Almacenamos imá­genes, músicas, rostros, escenas más o menos nítidas, más o menos insistentes, que funcionan como símbolos de segundo orden: su luminosidad depende de la rela­ción que tengan con el símbolo mayúsculo, presente por delante y por detrás de lo mnemónico. Cotidianamente, actualizamos estos símbolos sin darnos cuenta de los lazos subterráneos que tejen con nuestros traumatismos pasados.4

El lenguaje no llega a agotar el sentido del símbolo que habría satisfecho el amor maternal. El símbolo de lo que debería haber sido domina desde lo alto la existencia en su totalidad. En una vida, una cantidad de acontecimientos evocan este símbolo, por ejemplo, un nacimiento, un matrimonio, un fallecimiento. En el transcurso de la existencia, los grandes acontecimientos que van a evocarlo estarán contaminados por el símbolo y, a su vez, corren el riesgo de ser marcados por una especie de am­

4. Los símbolos pueden ser simplemente privados, o pertenecer a una comunidad cultural. Las fic­ciones religiosas del “Padre eterno”, por ejemplo, tematizan a la vista de todos, y para millones de hombres, el deseo edípico incomprensible de matar al padre amado. Henos aquí lejos de un in­consciente definido como una reserva de recuerdos o una memoria de computadora.

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GBHAKD P o m m ie u

nesia especial. Así, lo más real suele estar marcado por una especie de irrealidad que llega hasta el olvido. Estas lagunas de la memorización forman el núcleo activo de la memoria. Los símbolos de segundo orden fijan esta amnesia. En efecto, a partir de los acontecimientos que han tenido lugar, pero que están cargados de improbabilidad, se memorizan otros hechos. Por ejemplo, una mujer puede haber olvidado por com­pleto las circunstancias y la fecha de sus primeras reglas: sin embargo, este olvido del acontecimiento organiza la continuación de sus recuerdos. Heterogénea, la memoria selecciona algunos hechos, porque se concentran en lo incomprensible o lo olvida­do. Por ejemplo, la memoria almacena detalles mínimos que rodean un nacimiento, una muerte, un matrimonio, mientras que el corazón de estos acontecimientos per­manece borroso. Dichos acontecimientos comportan un sentido demasiado impor­tante para la comprensión, y los rituales, las ceremonias, la presencia de testimonios oficiales, atestiguan la realidad de esos hechos. La memoria los retiene mejor gracias a sus cualidades periféricas. Ella se estratifica a partir de puntos de amnesia.

Estas máquinas amnésicas funcionan como bombas de vacío: aspiran las remi­niscencias y las organizan en zig-zag; en resaltos y fortines a lo Vauban, construidos alrededor de un agujero central. La fortaleza de la memoria se construye alrededor de este centro vacío. Ella no defiende nada que pueda decirse, y la defensa es encar­nizada. La organización de la subjetividad (psicosis, neurosis y perversión) depen­de del resultado del combate, de la jerarquía y de la guerra de recuerdos, de su ran­go de batalla. La estructura entera de lo memorizable procede de este modo, y la in­teligencia del mundo depende de lo mismo. Un sujeto se lanzará al estudio de las matemáticas o de las letras luego de este golpe irreal, y no porque tenga la disposi­ción (o el gen) de las matemáticas o la literatura.

La memorización no se parece a la acumulación de datos de las computadoras. La memoria humana siembra la discordia; de algún modo, se encuentra “ invertida” en relación a la del animal. Los recuerdos del animal son homogéneos a sus percep­ciones. En cambio, para el hombre, la memoria registra algún hecho para olvidar otro. Al principio, memoriza las palabras para olvidar el amor. Registra las imáge­nes que acompañan a un acontecimiento traumatizante, pero el acontecimiento, en sí mismo, permanece olvidado. Las imágenes memorizadas (los símbolos) lo son en función de un agujero de la memoria que condiciona la memorización ulterior. El sistema de la memoria depende del traumatismo que fija el símbolo.

Los SIMBOLOS DE LA REPRESIÓN SECUNDARIA

Al traumatismo primero suceden otros traumatismos en el transcurso de una existencia. Los símbolos de segundo orden cobran un sentido suplementario cuando memorizan un acontecimiento en sí mismo traumático. Un traumatismo no siem­

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( A m o i a s n u u k o u i n o a s d e m u e s t r a n e l i-s ic o a n á l is is

pre es un gran acontecimiento, y, cuando se trata de amor, a menudo es minimiza­do. Sin embargo, por pequeño que parezca, puede tener importante consecuencias. ¿Cómo nacen estos símbolos secundarios? Cuando se produce un traumatismo, ha­bríamos preferido que no hubiese ocurrido, y en esta ausencia subjetiva seguimos estando presentes gracias a una sensación: un olor, una música, un color, etc. Una escena o, más menudo, su símbolo, permanece así presente en el recuerdo, aunque desinvestido de sentido y minimizado. El símbolo figura entonces un traumatismo o un acontecimiento psíquico incomprensible: presenta lo que el pensamiento cons­ciente ha rechazado integrar. El sujeto prefiere ignorarlo, reprimirlo, no en el senti­do de que el acontecimiento se desvanezca - lo cual es imposible-, sino en el senti­do en el que el sujeto mismo hace como si no hubiese estado presente. El sujeto se sustrae. El símbolo se vuelve un recuerdo a menudo vivaz, pero sin sujeto. Estos re­cuerdos constituyen un mundo de símbolos.5 Las percepciones fijadas no sólo sim­bolizan el traumatismo, sino también sentimientos ambivalentes, conscientemente incompatibles (por ejemplo, el amor y el odio).

El símbolo no es forzosamente el de un acontecimiento traumatizante: también puede ser el de un acontecimiento feliz que vino a calmar el traumatismo. La voz dulce, el juguete pequeño, el trozo de tela, la dulzura de algunos colores, organizan de este modo el mundo post-traumático de la consolación. Sea lo que sea, el cam­po de los símbolos se organiza entre polos positivos y negativos, y un color, un olor, un peluche, una voz, siguen estando presentes para siempre, detrás, en el centro y delante del despliegue del pensamiento. Por ejemplo, de un acontecimiento trau­mático sólo queda un cielo azul. Y, desde esa fecha, los cielos son habitados por su enigma. El motor de la memoria escapa, en sí mismo, a la memoria. Los símbolos (estas sensaciones fijadas) organizan un pensamiento que no los comprende (sím­bolos que siempre significan otra cosa que ellos mismos). Esta incomprensión or­dena la memoria.

La incomprensibilidad del traumatismo obliga a pensar. Es un motor perpetuo. El sujeto se esfuerza por comprender, y nunca termina de fabricar un pensamien­to consciente, que sólo consigue elucidar oscuramente el trauma, si alguna vez lo logra. Este trauma permanece como el secreto de un pensamiento que lo excluye a la vez que lo estructura. El traumatismo tiene, paradójicamente, una función fun­dante. No afecta a un sujeto ya constituido. Por el contrario, fuerza al sujeto a nacer a los símbolos, es decir, al mundo humano.6

5. Algunos traumatismos se vuelven inexpugnables porque el enigma de la pulsión se fija al mismo tiempo que la percepción, de manera que el traumatismo primero, y el símbolo primero, se re­memoran gracias a esta dimensión pulsional secundaria.

6. Los niños, por ejemplo, a menudo se confrontan con un objeto fóbico que los traumatiza. Sin embargo, en la medida en que esta fobia representa la parte castradora del padre, este impacto genera un trabajo de subjetivación más o menos rápido que finalmente será liberador (el objeto fóbico se vuelve el tótem secreto del sujeto, en nombre del cual habla).

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V II KAKI J I ' l JM M I I K

La m e m o ria d e l s ím b o lo in v e n ta ei. f u t u r o

El traumatismo signa la partida de nacimiento paradojal del sujeto: durante su vida interroga sus símbolos, dado que el símbolo del acontecimiento traumatizante pue­de comprenderse en una de sus caras, y permanecer desconocido en otra, de manera tal que continúe representando un enigma que el pensamiento busca resolver, como un secreto desconocido. Aunque se presenta como memoria de un pasado, el símbo­lo genera la invención, fabrica el futuro a la medida del misterio que esconde. Inventa lo que ignora, y el misterio se desplaza poco a poco, más lejos. Migra al mismo tiem­po que se explícita. La infinitud de las ficciones se origina en el misterio del símbolo. El símbolo, fisiparo, crea otros símbolos que después tendrán su propia historia.

Un adulto, por ejemplo, se acordará con insistencia de un árbol de su infancia: re­cordará su grandeza y su belleza, que darán de una vez dimensión a su propia existen­cia. Pero, ¿cuál fue el acontecimiento secreto que cubrió el árbol? ¿De que incidente familiar o amoroso, de qué soledad, de qué desamparo profundo fue cómplice? Eso es olvidado. Sólo se conservan la sombra y el susurro de un follaje, y su símbolo continúa brillando durante toda la vida, amnésico del traumatismo que atestigua. El aconteci­miento del que el árbol fuera cómplice fue más grande que las capacidades de com­prensión. Fue más grande que toda conciencia posible, sobre todo si abrigaba contra­dicciones tan insolubles como el amor y el odio. El pensamiento no sabe cómo decir el oxímoron, y entonces regresa a la imagen, que permanece así fijada en el lugar del trau­ma. Aunque pertenezca al pasado, el acontecimiento queda en suspenso en el símbolo, en espera de su sujeto. Cada árbol plantea la misma pregunta. A la sombra del árbol, la seducción de un adulto fue, por ejemplo, incomprensible, porque las teorías sexuales infantiles no corresponden en nada a la sexualidad adulta. La visión de un árbol pue­de enfermar cuando disimula a Pan, el dios violador. Aunque sea pasado, el aconteci­miento domina el futuro, fijado a un traumatismo jamás subjetivado. ¿Cómo habría podido serlo, dado que la mayor parte de los traumatismos sexuales de la infancia son hechos anodinos, cuya significación sólo aparece más tarde? Los acontecimientos se borran en provecho de los símbolos, y su dimensión traumática permanece incons­ciente, minimizada y aislada de la significación erótica que aún podrían tener.

El símbolo no se oculta en el inconsciente como en un libro vuelto a cerrar, que el ncurocientífico podría abrir un día. Incluso si se encontrase su huella, ésta no di­ría nada sobre un sentido sexual del que estaba desprovista al momento de produ­cirse. La represión no recae sobre el recuerdo, sino sobre un sentido en espera de su sujeto. La comprensión del pasado no termina de retornar a partir del futuro. La “vida” actual se forja en este espacio de incomprensión: designa el retraso respecto de nosotros mismos, que sólo nuestra presencia cualifica, una opacidad de ser, de inconsciencia realizada, que se llama, a pesar de todo, la vida. La vida nombra un retraso, un goce estúpido que ignora su razón.

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( A m o i a s n iíu k o c i i ín c ia s [«¡m u e s t r a n i l p s ic o a n á l is is

La a c u m u la c ió n d e s ím b o lo s se c u n d a r io s “ d e g e n e r a ” e l r e c u e r d o

Esta feliz desventaja de una memoria construida sobre la amnesia evoca una ter­minología interesante introducida por los neurocientíficos G. M. Edelman y G. To- noni.7 Una memorización se produce a partir de subconjuntos seleccionados de cir­cuitos que se encuentran “degenerados” : estos subconjuntos se conectan con diversos circuitos, de manera tal que un recuerdo determinado no puede ser identificado por un solo conjunto específico. En un sistema degenerado, ningún código predetermi­nado gobierna la memoria. La degeneración implica una gran variedad de circuitos que vuelven inexpugnables a los recuerdos. Así definida, la memoria se parece mucho a las reminiscencias corroboradas por el psicoanálisis. La degeneración corresponde a la asociación libre: cada elemento del conjunto degenerado posee varias conexiones con la red. Sus propiedades “permiten a la percepción alterar el recuerdo y al recuer­do alterar la percepción”.8 Ellas engendran informaciones por medio de la construc­ción, de manera que cada acto perceptivo también es un acto creativo: lejos de ser fiel al pasado, la memoria es “creativa y no-reproductiva”.9 Los recuerdos no son pasivos, sino, por el contrario, nuestras acciones en curso reavivan, reconstruyen y utilizan los recuerdos: “ [...] un recuerdo no es una representación; refleja el modo en que el cere­bro modificó su dinámica para permitirla repetición de un acto”.10 Una computadora no utilizará jamás su memoria en este sentido creativo. Cada sensación será inmediata­mente juzgada según un criterio simbólico acerca de lo bueno, lo malo, el bien, el mal, etc., cualidades evaluadas no por ellas mismas, sino en función de la historia pasada de esta percepción. En consecuencia, será memorizada, reprimida u olvidada.11

La a r t i c u la c i ó n d e l s ím b o lo c o n e l tr a u m a lía c e a l a e f ic a c ia d e l

PSICOANÁLISIS

Si me cruzo con el símbolo de un acontecimiento pasado, quizá no me perca­te de él, o lo minimice, pero mi estómago (por ejemplo) se acordará de él. Y tanto más me hará sufrir cuanto que yo haya rechazado ver lo que mis ojos hayan visto sin mí. Un órgano habrá recordado en mi lugar. Yo me preguntaré si mi última co­mida no me cayó mal, o si estoy cansado. ¡Pero no! La pulsión oral solamente tra­duce en su lengua lo que yo quiero ignorar. Cuando el sujeto reprime o minimiza

7. G. M. Edelman y G. Tononi, op. cil., p. 120.8. Ibid., p. 122.9. Ibid., p. 123.10. Ibid., p. 117.11. El desmontaje y el remontaje de las representaciones dependen del símbolo y de su creatividad:

“Una representación implica una actividad simbólica, actividad que, sin duda, se encuentra en el centro de nuestra aptitud semántica y sintáctica con el lenguaje” (Ibid., p. 115).

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G íra r d Po m m ie r

lo que ve, el galimatías de la lengua pulsional se lo recuerda en el dialecto del cuer­po. De una frontera a la otra, siempre se encuentra un idioma vernáculo, un sabir, un pidgin, un esperanto que pasa de contrabando, de un territorio erógeno al otro. El ojo habla gracias al colon, que sabe comunicar sus infecciones a la piel, para la cual la anestesia de una sensación es un juego de niños. Y, cuando la alianza de es­tos señores feudales no basta, la pulsión golpea el corazón: esa bestia galopante y or- gullosa com o un caballo que se embala por nada y sabe mandar a su jinete al sue­lo. Más vale dejar hablar a lo reprimido en la lengua común, conducirlo por los ca­minos de los sueños, de los lapsus, de los actos fallidos, por las grandes avenidas del habla. Puede penetrar tanto como quiera en su infinitud.

Entonces, podremos reconocer un traumatismo reprimido, cuyas sensaciones (que lo acompañaron) son memorizadas y funcionan en adelante com o símbolos.12 Lo que más tarde evoca, no el trauma, sino su símbolo, entraña la formación de un síntoma. Cuando en la vida cotidiana un detalle subrepticio recuerda el símbolo, cada vez que una sensación presenta las mismas características: un color, un olor, un sonido, un detalle o una circunstancia idéntica, el traumatismo nos es recorda­do en esa forma de saber inconsciente que es el síntoma. Es por esto que el trabajo sobre los símbolos, que consiste en subjetivar el traumatismo que representan, in­terrumpe la recurrencia de los síntomas.

El símbolo memoriza el traumatismo: su comprensión sobrepasa al sujeto, que se encontraba ausente. En este sentido, el símbolo es inconsciente, aunque esté expuesto a la luz del día. Atemporal, el símbolo espera en estado de petrifi­cación al verbo que, al darle un sujeto, lo haría desaparecer. La comprensión no disuelve el símbolo ni amortiza la formación de síntomas, sino que el acto pre­senta a su sujeto en la escena traumática, a pesar de que este sujeto nunca com ­prenda lo que ha ocurrido.

Así, la tarea analítica atraviesa un doble obstáculo.13 Ante un síntoma presente, hay que reconocer el símbolo actual responsable de su eclosión. Pero aún no se sabrá qué traumatismo atestigua este símbolo. Ahora bien, es ese traumatismo el que ha objetivado al sujeto, situación que la verbalización puede invertir, dado que el ver­bo introduce al sujeto en el lugar mismo en que el símbolo lo ha cegado. Hay que “asociar libremente” los elementos visuales del símbolo (“¿qué ve usted?” ) con sig­nificantes organizados en frases (“¿qué piensa usted?” ). Con el material de los sue­ños, por ejemplo, lo visual de las imágenes se asocia en diferentes cadenas de pensa­

12. Ocurre que no se pueda hablar propiamente de un símbolo, sino de una simple ruptura: los blan­cos, los defectos, los agujeros de memoria llaman la atención del psicoanalista, porque los sínto­mas se constituyen en su lugar.

13. Cuando el pensamiento consciente se difumina en el sueño, sea por la fiebre, o por la ingesta dealcohol, de medicamentos, etc., resurgen estos símbolos, y no sensaciones brutas. Lo mismo ocu­rre en las condiciones técnicas de la cura psicoanalítica.

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C o m o ia n n k u r o c ie n c ia s d e m u e s t r a n e l p s ic o a n á l is is

mientos. En el transcurso de la cura psicoanalítica, es necesario pasar por la evoca­ción de imágenes14 para restituir los significantes y, sobre todo, su sujeto. Este enca­denamiento introduce un sujeto en el lugar mismo donde la objetivación del sím­bolo engendra potencialmente el síntoma (el saber inconsciente en el lugar de eso que el sujeto no ha querido saber).

Reconocer y aislar el símbolo (por ejemplo en una imagen del sueño, o en un recuerdo infantil), y luego, reconstruir y subjetivar el trauma al que corresponde, genera un beneficio a veces inmediato: el síntoma suelta el cuerpo, tomado como rehén en ausencia del sujeto. Esto no quiere decir que el traumatismo desaparez­ca, sino que cambia de estatuto, conservando su lugar de acontecimiento fundador de la subjetividad. El traumatismo ocasionado por el deseo del padre, por ejemplo, genera síntomas histéricos. Su subjetivación no lo suprime, pero afloja en adelante la cuerda del fantasma, en el que el sujeto puede reconocerse com o el actor eficaz. Aún más: esta ficción se vuelve la rampa de lanzamiento de su actividad. La seduc­ción, por ejemplo, lo enfermaba: ahora sabe servirse de ella para acumular los éxi­tos. El pasaje del estado pasivo del síntoma al estado activo del fantasma genera un progreso considerable. El fantasma de seducción quizá continúa acechando al su­jeto en cada momento de su existencia, pero la metamorfosis de una objetivación penosa en actividad fantasmática libera inmediatamente al cuerpo. Esta ganancia dura mientras la máquina subjetiva se quede en la inercia del fantasma, corriendo constantemente un riesgo de objetivación. La mayor parte de los neuróticos no es­tán enfermos mientras pueden actuar.

14. Einfall, término freudiano traducido aproximativamente por “asociación libre".

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C a p ít u l o 14

La conciencia hum ana se distingue de la conciencia de los animales

La conciencia no diferencia al hombre del animal. Los seres vivos en gene­ral poseen una conciencia, denotada por la atención.1 Esta conciencia condicio­na las elecciones necesarias para la supervivencia. Ella delimita el marco de su li­bertad relativa.2

La c o n c ie n c ia h u m a n a e s t á in d is o lu b le m e n te lig a d a a l in c o n s c ie n te

La conciencia humana, ¿se diferencia de esta generalidad propia de todo ser vivo? Un animal debe discriminar rasgos en una escena en movimiento espaciotemporal. Presta atención, reconociendo un objeto entre aquellos que se presentan. Un pez, por ejemplo, debe distinguir un gusano de un anzuelo, etc. La atención es el único crite­rio que define a la conciencia animal. El hombre tiene un problema muy diferente: antes de ser consciente de un objeto entre otros, primero debe reprimir aquello que se asocia psíquicamente a su percepción.3 Rechaza la inmensidad de sus recuerdos

1. Algunas ondas corticales corresponden a los momentos de atención. El criterio neurofisiológico de la conciencia es la atención, mientras que la intencionalidad, es decir, el hecho de que la con­ciencia sea siempre conciencia de algo (real o imaginario), caracteriza su criterio psíquico (des­de Brentano).

2. Como lo destaca Hervé Livingstone (“Sensory Processing, Perccption and Bchaviour”, Biological Foundations ofPsychiatcy, New York, 1976), incluso un ser unicelular posee algún grado de liber­tad: éste debe tomar decisiones entre el momento de recibir la información, en la superficie de la célula, y de poner en actividad los efectores situados en el interior.

3. Escribir, como lo hace Freud en su carta a Fliess del 6/12/1896: “Lo consciente y la memoria se excluyen mutuamente”, no define aún lo inconsciente. Pero esta observación ya indica la soli­daridad contradictoria entre la conciencia y lo que ella no es. (S. Freud, The Complete Letlers o f Freud to W. Fliess, Cambridge, Harvard University Press, 1985).

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Cir KAKI > 1’o M M II l<

materiales e inmateriales pasados cada vez que quiere ser consciente de una sensa­ción, porque cualquiera de ellas se conecta por las vías metafóricas o metonímicas de la totalidad del Ser. Toda clase de ensueños se conectan con cualquier percepción, las cuales sólo llegan a la conciencia esporádicamente, en proporción directa a la repre­sión (condición primera de la atención). La conciencia se produce en las rupturas de la vida onírica. Lila difiere de la conciencia de los animales porque su propia repre­sión inviste la más mínima percepción. El sujeto de la atención está dividido por las condiciones mismas de esta atención. Su conciencia se realiza al mismo tiempo que él reprime, al estar él mismo organizado por esta represión. De modo que el sujeto de la conciencia humana cambia de sentido: se define en proporción directa al suje­to del inconsciente.4 El sujeto es, al mismo tiempo, el sujeto de lo que acaba de repri­mir, y de lo que dicha represión le permite ser consciente. Un único sujeto realiza si­multáneamente dos operaciones, donde la primera condiciona la segunda/

Por lo tanto, la conciencia y el inconsciente están indisolublemente ligados.6 Existe una forma de inconsciencia en lo consciente (por ejemplo, el lapsus, los chistes, etc.) y una forma de conciencia en lo inconsciente (por ejemplo, podemos ser conscien­tes en el interior de un sueño).7 Este no es el caso en lo que concierne a los animales. Su intencionalidad supone representaciones-meta elaboradas en función de “discri­minaciones perceptivas” de las que poseen el concepto, dado que saben subsumir el rasgo común a diversos perceptos. Sus representaciones-meta no están acopladas a una intencionalidad inconsciente que, en el hombre, modifica el sentido de las per­cepciones hasta el punto de sugerir una duda sobre la realidad de lo real (tan radi­

4. Los neurocientíficos declaran voluntariosamente que nada decisivo ha sido descubierto sobre la conciencia humana. Sin embargo, los resultados son importantes y carecen quizá de la introduc­ción de conceptos adecuados. ¿Cómo comprender el funcionamiento de la conciencia sin medir que la represión la condiciona y que ella hace eclosión al mismo tiempo que el sujeto de la pala­bra [puro/e]?

5. La conciencia reclama la represión de la pulsión, y el sujeto es así dividido. El mismo sujeto está a la vez dividido por su propio goce y entre consciente e inconsciente. La noción fecunda de suje­to dividido fue introducida por J. Lacan. Él pudo decir en el seminario Encoré, del 8 de mayo de 1973: “El inconsciente, no es que el ser piense [...] El inconsciente, es que el ser, al pensar, goce, sin querer saber más nada de eso. Agregaría que eso quiere decir no querer saber en absoluto (Le Séminaire, I.ivre XX, Encoré, Paris, Seuil, 1975).

6. “Así, el uso consciente del lenguaje pone en juego la utilización inconsciente de rutinas lingüís­ticas que, de manera automática, determinan la sintaxis y proporcionan el vocabulario del dis­curso. Esta dificultad -separar los procesos conscientes y no conscientes-, aún mal sobrellevada, constituye el límite actual de la neurobiología” (J. Delacour,“Science et conscience ,Pour la Scien­

ce 302,2002).7. Kant mostró en su ensayo de 1763, Ensayo para introducir en filosofía el concepto de magnitud ne­

gativa, que es necesario distinguir la oposición lógica, cuyos términos se anulan, de la negativi-dad, que conserva una realidad en aquello que negativiza. Del mismo modo que la sombra existe únicamente en relación a la luz, asimismo el inconsciente no es la simple privación de concien­cia. Aquello de lo que soy inconsciente es una figura positiva, aunque su sentido se me escape.

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a (i fivm i i n i n r . i ' i w ’t i r .m i.in .i i /r , i v i i 'i v » i i\ n r» r .i. r s n .A /n r a n i i im n

cal llega a ser la subversión de la conciencia). Lo real es para el hombre una especie de Graal que debe conquistar rodeando sus sueños y sus fantasmas, prontos a pre­sentarle un mito o una religión a guisa de explicación de sus percepciones.

Para los animales, la conciencia se vectorializa simplemente entre un reconoci­miento del pasado y una intencionalidad futura. En cambio, la intencionalidad del hombre está condicionada por una represión previa. Si esta última falta, por ejem­plo, cuando se duerme, los sueños (es decir, las alucinaciones del deseo inconscien­te) enseguida se muestran. Una vez cumplida condición de la represión, la intencio­nalidad puede proponerse cualquier objetivo, tendido entre recuerdos y una repre­sentación-meta. Sin embargo, la conciencia de los hombres no se parecerá nunca a la conciencia de los animales, porque los recuerdos, así como las representaciones- meta, quedan contaminados por el deseo inconsciente. La acción tiene una meta manifiesta, al mismo tiempo que es la exploradora del inconsciente.8

A diferencia del animal, cuya actividad innata no deja ninguna duda sobre su in­tencionalidad, el hombre desconoce desde el principio el sentido de su acción. Un acto tan simple como alimentarse debería corresponder a una intencionalidad sin rodeos. ¡Pero no! Algunos niños de pecho rechazan satisfacer esta necesidad elemen­tal (anorexia mental del bebé) según lo que el alimento simbolice. En realidad, to­dos los niños rechazan comer en algún momento, y la discriminación entre lo “bue­no y lo malo no se establece en función de lo útil, sobre el fondo de una concien­cia primaria ligada a la sensación. Lo que el alimento representa para la madre re­gula esta discriminación. Las condiciones de la alimentación no son innatas en el ser humano.9 Más tarde, y sea cual sea su edad, el hombre se conforma con un gran número de rituales, individuales y colectivos, para alimentarse. Los gustos, el ham­bre o la inapetencia son regidos por el inconsciente en gran medida.

1 A REPRESIÓN ORIGINARIA, CONDICIÓN PREVIA DHL DESEMPATE ENTRE LO CONSCIENTE Y LO INCONSCIENTE

Estas condiciones de la conciencia del hombre la dilerencian de la conciencia del animal. Pero, previamente a esta conciencia tan especial, el hombre debe liberarse de una coacción preliminar. Antes de reprimir las asociaciones ligadas a las percep­ciones, es necesario que exista alguien que, en el puesto de mando, sea capaz de re-

8. Como escribe Freud: “El analizado no recuerda, en general, nada de lo olvidado y reprimido, sino que lo actúa”. S. Freud, “Recordar, repetir y reelaborar”, en Obras completas, Buenos Aires, Amo- rrortu, vol. XII, 1988.

9. Su pilotaje automático no es interno: obedece a un profundo transitivismo entre el niño de pe­cho y la persona que lo alimenta. Quien haya alimentado a un niño habrá observado que se rea­liza el gesto mental de engullir cuando el niño deglute.

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V i F . K A K l ) » < ' M M I r H

primir. La existencia del sujeto es una condición previa: él sólo puede ser consciente de un objeto a condición de reprimir que primero él mismo fue el objeto del Otro materno. Esta oposición entre situación objetivada y conciencia subjetiva toma tan­to más importancia cuanto que la primera objetivación del cuerpo es incestuosa: su represión es, pues, vital. El sujeto nace a la conciencia en proporción directa a la inconsciencia de su cuerpo, abstracción hecha de su materialidad, cuya borradura condiciona su atención. Somos conscientes al encontrarnos bizarramente fuera de nosotros.10 Dado que la represión la condiciona, la conciencia da la sensación biza­rra de encontrarse fuera del cuerpo, siendo ella misma peor percibida que cualquier otro objeto.11 A causa de su primer sentido incestuoso, el cuerpo es “obsceno” : li­teralmente, fuera de la escena. En este sentido, nuestro cuerpo es aún más exterior que cualquier exterior. Su ausencia de visibilidad regula la visibilidad.12 La concien cia de lo sensible se organiza alrededor de este agujero del cuerpo.

Pero esta conciencia, entonces, se encuentra en falta respecto de lo que más le in­teresa. La conciencia siempre quiere ser más consciente, porque su propio punto de origen le fue hurtado en primer lugar. Lo que ella quisiera saber se le escapa y la em­puja con fuerza hacia otros saberes. El deseo de saber del hombre está propulsado por lo que no puede saber (la significación sexual reprimida de su cuerpo). La represión impone un black-out absoluto sobre el origen de su propio empuje: esta oscuridad obliga a desarrollar siempre más órganos de sentidos que nunca percibirán el motivo de su propio desarrollo, y que buscarán paliar esta carencia de saber indefinidamen­te. La represión funciona como una especie de bomba de vacío. Su falta de represen­tación, en vía de materialización constante, rige el crecimiento del ser humano.1'

La palabra abstracción tiene un sentido especial para el ser humano, porque ini­cialmente debe abstraerse a sí mismo de la objetivación.14 Para olvidar su propia na­

to. De ahí la curiosa idea de que la conciencia, el espíritu, se encuentra fuera de la materia. Y esta con­secuencia de la represión dio entonces a los religiosos y los filósofos la extraña certeza de una opo­sición entre el espíritu y la materia, el idealismo y el materialismo, lo psíquico y lo somático.

11. El “narcisismo” corresponde al esfuerzo inquieto y necesario para reapropiarse y habitar un cuer­po que la conciencia vuelve un poco extraño para sí misma.

12. Ignoramos el interior de nuestro organismo. Somos sensibles al calor y al frío, pero no oímos nuestro corazón e ignoramos nuestra presión sanguínea. Este desconocimiento es redoblado por el que impone la conciencia.

13. En L’Univers chiffonné (Paris, Eayard, 2001), el físico Jean-Pierre Luminet mostró la positividad del vacío, que no se reduce a una nada, “sino aun nivel de energía fundamental que representa el estado más estable de la naturaleza. Esta energía del vacío puede ser tan grande que domine to­das las otras formas de energía material y, por lo mismo, gobierne la estructura y el destino del universo”. Este vacío del físico se asemeja a aquel que estructura al sujeto gracias a lo que repri me. Para evitar ser absorbido por este vacío, debe producir la conciencia, que, a pesar de Kant, no es un registro pasivo de sensaciones, sino un acto.

14. Los animales son capaces de abstracción dado que reconocen el mundo presente en función de las abstracciones de sus experiencias pasadas.

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( !o m o i .a s n e u r o c i e n c i a s d e m u e s t r a n e l p s i c o a n á l i s i s

luraleza de cosa, nombra los objetos con huellas mnésicas de sonidos que, con la condición de la abstracción de la represión, ya no son más cosas. Al hablar, al pen­sar, reprimimos nuestro pasado en tanto cosas: olvidamos que somos un cuerpo. Cuando hablo con alguien, me abstraigo del universo de las cosas, del que puedo ser consciente. La percepción de una cosa adquiere un sujeto (la conciencia) única­mente cuando la palabra que denota esta cosa se define por otra palabra (un pen­samiento). La conciencia de una percepción se actualiza, pues, gracias al sujeto del pensamiento. El sujeto de la conciencia sigue siendo, en todas las circunstancias, el que porta la palabra, y como los significantes son, en principio, exteriores al orga­nismo, el puesto de mando funciona en esta extraña relación extraterritorial. El su­jeto de la conciencia es el que habla: es exterior a todo aquello de lo que es cons­ciente.15 La subjetividad examina el mundo, abstracción hecha a partir de la corpo­reidad. La representación, incluso la de su cuerpo, escapa al sujeto cada vez que es consciente. Nuestra propia apariencia nos sorprende siempre, o incluso nos parece extraña, a causa de esta particularidad de la conciencia. El organismo prosigue su existencia oscura en esta opacidad.

La conciencia de la vida tomó un sentido sagrado porque la conciencia es pro­porcional a la inconsciencia del cuerpo. De alguna manera, hay que olvidarse de sí mismo para ser consciente, y la vida toma así una dimensión inmaterial más gran­de que el cuerpo que habita.16 Esta ligazón entre la conciencia y la vida otorga a esta última una especie de inmaterialidad. No resulta sorprendente que la vida haya sido considerada como un don divino por tantas civilizaciones.

¿ D isp o n e n los h o m b r e s d e u n p e n s a m ie n t o sin lenguaje?

Los animales recuerdan signos pasados para interpretar los signos actuales: los de sus percepciones, los que son emitidos por sus congéneres, y los propios. Así, los animales comprenden el mundo que los rodea, y anticipan sus acciones. Categori- zan sus perceptos pasados gracias a los conceptos17 de esos perceptos. Reconocen los objetos gracias a sus conceptos, a propósito de los cuales tienen pensamientos, si en­tendemos por éstos una memorización de signos denotativos (un signo designa una cosa). En la medida en que las representaciones-cosas simples generan pensamien-

15. Característica del sujeto trascendental distinguida desde hace mucho tiempo por los filósofos de la conciencia.

16. Leibniz tuvo el presentimiento de que la vida solamente tiene sentido desde el punto de vista de la conciencia. En un diálogo de los Nuevos Ensayos, le hace decir a Filates que nada es más vago que la noción de vida, y Teófilo le responde: “Yo creo estar bastante esclarecido sobre la noción de vida, la cual siempre debe estar acompañada de percepción en el alma”. Para el filósofo, la no­ción de vida no vale nada sin la conciencia.

17. Se llama aquí concepto a la abstracción de una denotación: no exige el uso del lenguaje.

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CfN.UAKI> l ’ <IMM1I K

tos, puede decirse que existe un pensamiento sin lenguaje. Los animales conciben tales “pensamientos”, comprendidos en lo más bajo de la escala de la creación.

Sin embargo, incluso si admitimos que el hombre pueda tener pensamientos en común con los animales, las representaciones-cosa del ser humano difieren de las sensaciones naturales: ellas ya están cargadas de un exceso pulsional más o menos simbolizado. Las sensaciones están en deuda respecto de la pulsión, que depende a su vez de la demanda del Otro, por lo tanto, del lenguaje. De este modo, resulta difícil evocar un pensamiento sin lenguaje que traduciría sensaciones brutas.18

Si se quiere sostener que el hombre también utiliza un pensamiento sin len­guaje, primero sería necesario decidir si se conserva como definición del concep­to “ la abstracción de un conjunto de perceptos homólogos”, o si es necesario m o­dificarla. En efecto, el lenguaje humano no emplea un sistema de signos denota­tivos, sino un sistema en el cual la denotación resulta de la definición de los sig­nos entre ellos, los unos por los otros, al menos según un par ordenado (“esto es eso” ). El hombre utiliza este sistema de comunicación complejo debido al ries­go que representa para él la pulsión, y no a causa de su mayor inteligencia (que se desvía de aquélla). Se reduce a esta modalidad del concepto porque el percep- to lo angustia: esconde lo desconocido de su propia represión. Ninguna percep­ción es directamente consciente, porque angustia al que la percibe hasta el punto de poner en peligro su subjetividad. Ni bien reconocido, el percepto es nombra­do por un concepto, este último en el campo cualificado por un segundo concep­to que lo encierra en el bucle de una frase. La subjetividad respira con motivo de este acto suyo de unión de dos términos. Así, todo pensamiento se vuelve lengua­je verbal, cuyo sujeto es el de la conciencia. Incluso si el hombre memorizara per­ceptos com o los animales (probabilidad indemostrable), estos últimos permane­cerían desprovistos de sujeto, por lo tanto, de conciencia, mientras no se forme un pensamiento que les concierna. Las sensaciones siempre son subliminales. lan pronto como una sensación se vuelve consciente gracias al pensamiento, vuelve a poner en marcha la represión. El habla reprime la inmensidad de asociaciones potenciales de las percepciones y de las palabras que las designan.'1'

18. Por supuesto que existe, si se quiere, un pensamiento sin lenguaje: es el caso de las matemáti­cas. Pero éstas no tienen tampoco ninguna relación con las percepciones. Además, que parez­can no tener lenguaje no quiere decir que no tengan ninguna relación con él. La conceptualiza- ción matemática surge a falta de lenguaje. La cifra se impone a falta de pensamiento, que es su condición previa: ella palia la inadecuación del lenguaje con lo real. El cifrado se impone cuan­do el pensamiento carece de su objeto. El esfuerzo matemático procede del exilio de lo real im­puesto al hombre por el lenguaje.

19. En este sentido, el habla se opone a la polisemia del lenguaje, y el inconsciente está estructura do como este lenguaje que el habla reprime. Véase el aforismo de Lacan: “El inconsciente está es­tructurado como un lenguaje” (y no como el habla). Véase igualmente J. Lacan,“Función y cam­po de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis”, en Escritos 1, Buenos Aires, Siglo XXI, 2002.

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C ó m o i a s n i 'U k o u i ín c ia s d k m u k s t k a n n i. p s ic o a n á l is is

Nuestra conciencia parpadea esporádicamente; el resto del tiempo, soñamos. Nos hundiríamos completamente en este sueño si la para-excitación del habla dirigida al otro no asegurase la flotabilidad de esta atención eclipsada. En todas las circunstan­cias, nuestros hermanos inferiores en la escala de la creación perciben plenamente y sin interrupciones, sin esta pobreza del sueño que obnubila constantemente al espí­ritu humano. El parpadeo de la conciencia atenúa la fuerza de las alucinaciones que amenazan a las percepciones corrientes. El pensamiento nace a la luz de esas luciér­nagas, y el habla destinada al otro valida y decuplica este débil resplandor.20

El s u jeto , f u n á m b u l o d e u n p e n s a m ie n t o siem pr e “ s e c u n d a r io ”

¿Tendría el hombre en común con los animales por lo menos una especie de con­ciencia primaria de las percepciones presentes, discriminadas gracias a percepcio­nes pasadas? Sobre esta base, el hombre se construiría una conciencia superior gra­cias a la añadidura del lenguaje y el pensamiento. Esta hipótesis reserva al hombre una especie de animalidad de base, y legitima así los trabajos neurocientíficos sobre la conciencia que se apoyan sobre la experimentación animal.21

Pero esta hipótesis se invalida en la medida en que el lenguaje desconecta al hom­bre de esta conciencia primaria. En efecto, el lenguaje humano no es un conjunto de signos un poco más sofisticado que el de las abejas o los gusanos. Se trata de un sis­tema cuyos términos se definen los unos por los otros, y que sólo designa al mundo una vez que esta mediación se lleva a cabo -más o menos exactamente. La defini­ción de las palabras, las unas por las otras, reprime su valor de signos (todavía ani­mal, si se quiere), convirtiéndolos en significantes. Un animal es consciente cuando refiere una sensación actual a una sensación pasada del mismo orden (traducción de signo a signo)-. Para el hombre, un signo es validado por otro signo en el habla. El habla es tanto un aparato de protección (para-excitación) contra un mundo pe­ligroso com o un modo de comunicación. Como lo que hay de humano en el hom­bre se construye gracias a la conciencia que autoriza el lenguaje, su hipotética con­ciencia primaria se encuentra completamente subvertida. La analogía entre la aten­

20. Freud no escribió un texto específico sobre la conciencia, como si el estudio de este pariente po­bre se dedujese de las fuerzas contrarias por las que es tirado. Sin embargo, dio una definición precisa al sostener que la conciencia se realiza gracias al sujeto del habla: “Los signos de descarga del lenguaje [ .,.] [conllevan] procesos de pensar a los procesos perceptivos, les prestan una rea­lidad objetiva y posibilitan su memoria”. S. Freud, "Proyecto de psicología”, en Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, vol. I, 1988.

21. Se ignora si debajo de la hominización existe un animal viable, ya que el humano no existe fue­ra de la cultura. Hablar de una “naturaleza” previa, orgánica o fisiológica del hombre, contravie­ne a todos los criterios científicos, ya que nunca nadie ha encontrado un hombre por fuera de la civilización.

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( >1 KAKI > PoM M IF .K

ción, de la que dan prueba los animales, y una especie de conciencia primaria del hombre, se interrumpe bruscamente, ya que la conciencia del hombre funciona so­lamente como contrapunto de su inconsciente.

El lenguaje no impone al sujeto de la percepción un sujeto de la frase que se vol­vería así sujeto de la conciencia (de manera que, por ejemplo, la visión de un color sólo se volvería consciente en el momento en que sería nombrada mentalmente). El sujeto de la conciencia reprime la percepción bruta y se divide así del sujeto de esta percepción: por cierto, ve la misma cosa que este sujeto, pero su percepción es desinvestida de su valor pulsional, frente al cual se coloca una pantalla. El sujeto se divide entre la pulsión que reprime y su conciencia que se concibe en proporción directa a su movimiento ideativo. Funámbulo, el sujeto de la percepción-concien­cia avanza en este equilibrio meta-estable: la conciencia dirige una guerra de movi­miento, y lucha a cada instante contra el valor pulsional de lo percibido, que recha­za hacia la inconsciencia.

La conciencia primaria siempre está minada por la pulsión, de la que se prote­ge a través de las palabras; y estas palabras “reemplazan” el acontecimiento presen­te con los símbolos del pasado. Así, la sensación actual es subvertida por una “esce­na” fundada en una historia única. Sus asociaciones no son simplemente recuerdos: están regidas por los símbolos de la historia privada que se asocian constantemen­te a las percepciones actuales. La singularidad de la conciencia se comparte con los otros sólo parsimoniosamente, porque los símbolos infundióos en las cosas no les dan la misma significación.

Así, el hombre se desconecta de un mundo de signos para entrar en otro univer­so. Ya nunca conocerá ese mundo inmediato donde los signos se casan con las co­sas.’2 Sin embargo, podría creerse que este matrimonio tiene lugar. Una vez realiza­da la represión, de ella resulta una equivalencia entre una percepción presente y su concepto. El proceso es olvidado en beneficio de su resultado: se tiene la impresión de que la conciencia designa un objeto con facilidad. En realidad, la palabra, que pa­rece designar tan fácilmente la cosa, toma su sentido gracias a otra palabra defini­da en una frase. Una gramática y las conexiones infinitas de un léxico legitiman se­cretamente un acto de conciencia como éste. Se examina el resultado del habla (es decir, la denotación de algo) olvidando las condiciones de este proceso, particular­mente el crédito que el interlocutor le otorga para sellar su verdad. En el fondo, el habla permanece suspendida de una interrogación sobre su propia validez mien­tras no sea aprobada por alguien. Cada frase es terminada implícitamente por sig­no de interrogación. En una comunidad cualquiera (incluso cuando se denomina científica), sólo los enunciados mayoritariamente reconocidos pasan por verdade-

22. Imaginemos un cohete lanzado al espacio: una vez. que escapa a la atracción terrestre, ya no de­pende de sus leyes, aunque provenga de ellas. Su pilotaje depende entonces de otra matemática de la información

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( A m o i a s n i i k o < ik n c ia s i i i m u i v i k a n l l l’SU o a n a i i s i s

ros, a veces contra la evidencia. El índice de verdad de una sensación exige el juicio del habla, la cual decide sobre la naturaleza de lo que es acreditado, sino de lo que es en general.

Si una percepción sólo se vuelve consciente gracias al apoyo que toma sobre el léxico y la sintaxis, ¡la consciencia humana parece sobrecargada, comparada con la de los animales! Se mide el enorme retraso del hombre, que debe luchar sin cesar contra su inconsciente, ¡mientras que los animales con conscientes inmediatamen­te! Pero estas dilaciones que el hombre toma para liberarse de sus nieblas psíqui­cas finalmente generaron su ventaja. Estos retrasos lo obligaron a plantear hipóte­sis, hacer mediciones, experimentar, perder tiempo para verificar la realidad de lo real, a fin de asegurarse de que sus fantasmas no le hubieran metido una vez más la cabeza bajo tierra. Estos rodeos llevan finalmente el nombre de ciencia, producida por la raza humana victoriosa de sus sueños, pero que, sin sus sueños, nunca habría obtenido vitoria alguna. La ciencia, niño renegado del inconsciente, puede tomar­le horror tan fácilmente...

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C a p ít u l o 15

Los m alentendidos de la palabra inconsciente

Po s ic ió n d el m a l e n t e n d id o c o n c e p t u a l

Los abismos mudos de la anatomía a veces sirven de metáfora del inconscien­te. Así, al encaje de varios cerebros correspondería la diferenciación de lo primitivo y lo cultural, de lo afectivo y lo razonable, de lo inconsciente y lo consciente, como si las funciones de la conciencia pertenecieran al neo-córtex y las del inconsciente a los sistemas subcorticales. Según Paul MacLean, por ejemplo, el cerebro humano resulta de un encaje sucesivo de tres partes.1 El cerebro reptil comprende la forma­ción reticular y el cuerpo estriado. Es la sede de los comportamientos de supervi­vencia de la especie, genera comportamientos invariables y no se adapta. El segun­do cerebro corresponde al cerebro límbico, sede de las motivaciones y las emocio­nes. Puede responderá una información presente recurriendo a un recuerdo. El ter­cer cerebro, neo-mamífero, está representado por el neo-córtex, capaz de anticipar respuestas a una estimulación gracias al lóbulo frontal. ¿Sería “arcaico” el cerebro reptil de MacLean, al cual habrían venido a añadirse los sistemas límbicos y corti­cales, civilizadores? ¿Por qué llamar reptil a una parte del cerebro? ¿No hace pensar esta denominación que conservamos algo de la serpiente? La interpretación implí­cita de esta historicidad del cerebro querría que lo más arcaico (¿lo inconsciente?) se localice en el cerebro sub-cortical.

En este sentido, pueden examinarse los trabajos recientes sobre los problemas ob­sesivo-compulsivos, aislados como una enfermedad aparte (cuando se trata de un síntoma clásico de la neurosis obsesiva). La compulsión obsesiva es reducida a una

1. “En el curso de la evolución, el cerebro de los primates se desarrolla según tres patrones principales calificados de reptil, paleo-mamífero y neo-mamífero. Así, define una jerarquía de tres ce­rebros en uno. Cada tipo cerebral tiene su propia forma de inteligencia, su propia memoria es­pecializada y sus propias funciones motrices y otras. Cada uno es capaz de operar independienteniente de los otros dos” (P. MacLean, Les Trois Cerveaux de l’homme, Robert Laffont, 1990).

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1 il KAMIl r n M M I I H

oposición entre el córtex y los sistemas sub-corticales. Al examinar esta hipótesis, Roland ]ouvent cita los trabajos de judith Rapaport, para quien la ansiedad obsesi­va tendría como causa un hipo-funcionamiento cortical y un híper-funcionamiento subcortical. Según ). Rapaport, lo sub-cortical sería asimilado a los “comportamiento arcaicos (... ] normalmente reprimidos por el desarrollo del córtex y del pensamien­to”. Pero, ¡es que justamente son algunos pensamientos los que son obsesivos!2

Entre los trabajos más brillantes consagrados a las relaciones entre las neurocien- cias y el psicoanálisis, puede citarse también el de Jean-Paul Tassin, que hace poco recondujo tanto la oposición entre lo cerebral y lo psíquico a la oposición entre dos redes internas al sistema nervioso central: la primera, somato-sensorial, centrada en el tálamo; la segunda, neurovegetativa y afectiva, cuyo centro es el hipotálamo. El in­consciente sería así puesto al servicio de lo afectivo (lo cual requeriría una explica­ción), a la vez que se le atribuye una localización orgánica explícitamente.3

Estos pocos ejemplos alcanzan para indicar que es necesario examinar previamen­te un serio problema conceptual. Los neurocientíficos no tienen más resistencias al psicoanálisis que la media de la humanidad, y numerosos trabajos buscan reservar­le un lugar. Pero su comprensión habitual del inconsciente estorba la investigación, porque éste generalmente es confundido con el preconsciente, es decir, con recuer­dos o procesos que se volverían conscientes si la atención se dirigiese a ellos, o con el pilotaje automático del que dependen la mayoría de nuestras actividades, o incluso con lo no-consciente, es decir, con las actividades realizadas independientemente de la conciencia. Por supuesto, el término inconsciente no pertenece a nadie, y cada cual es libre de usarlo como quiera. Pero el uso constante de la palabra inconsciente en lugar de preconsciente (aquello que podría volverse consciente) o de no-consciente (las actividades automatizadas o automáticas del organismo) deriva más bien de una confusión. Estas categorías son fáciles de distinguir, e incluso sin serfreudiano, puede comprenderse que una actividad que determina la conciencia, sin ser jamás conscien­te ella misma, no tiene nada que ver con lo preconsciente o lo no-consciente.

lomemos como ejemplo el término de inconsciente cognitivo, ampliamente uti­lizado en los trabajos de Francisco Varela: en tanto inconsciente de lo consciente, se infiltra más bien en lo consciente, y nada le divierte más que irrumpir en la memoria declarativa. Algunos hechos masivos muestran que la memoria depende secundaria­mente de procesos neurofisiológicos. Iodos experimentamos, hacia el final de la fase de latencia, la amnesia infantil que la concluye (incluso sin ser psicoanalistas).4 To-

2. Roland Jouvent, “Stress, adaptation y developpement”, en Y. Michaux (dir.), Le Cerveau, le langa- ge, le sens, op en., p. 158.

3. J.-P. Tassin, “Peut-on trouver un lien entre l’inconscient psychanalytique et les connaissances en neurologie?”, Neuropsy 4, 8, 1989, p. 421-434.

4. Véase A. Baddeley, Le Mémoire humante. Théone et pratique, Grenoble, Presses Universitaires de Grenoble, 1993

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dos los días olvidamos y recordamos acontecimientos importantes de nuestra exis tencia o el nombre propio de personas cercanas. La neurofisiología de la memoria no explica nada del inconsciente.

En el mismo sentido, los cognitivistas ponen a la cuenta de una “memoria im­plícita” las repeticiones del inconsciente. Larry Squire y Eric Kandel introdujeron la noción de memoria implícita que comporta, además de los actos automatizados, el ambiente afectivo de la infancia y la educación.5 Estos investigadores asimilan al in­consciente freudiano las estructuras profundas de aquella memoria. Calificar a un proceso de memorización automática como inconsciente conduce inevitablemen­te a una confusión con el inconsciente freudiano.'1

Las investigaciones de Gerald Edelman y de Giulio Lonom conceden con gusto que determinaciones inconscientes contaminan la actividad consciente: “ |... | proce sos inconscientes pueden afectar el núcleo dinámico y así influenciar la experiencia consciente”. Pero de este m odo describen rutinas “aprendidas y automáticas” que se derivan de actividades que primero fueron conscientes: “a partir de acciones cons­cientes, resulta que estas rutinas inconscientes pueden ser aisladas o bien ligadas en serie para dar lugar a bucles sensorio-motrices, contribuyendo a lo que hemos lla­mado cartografías globales”.7 Estos investigadores consideran el inconsciente freu­diano, cuanto mucho, com o una complejización de procesos de automatizaciones. Con el objetivo de no caer en la neurología especulativa, los autores evitan indicar “ los aspectos de la cognición inconsciente”.1* Pero, al hacer esto, ya se encuentran en las bases organicistas que les impiden tener en cuenta los resultados del psicoanáli­sis, o solamente de lo que significa el inconsciente para Freud.

C ar a c t e r ís t ic a s principales del in c o n s c ie n t e f r e u d ia n o

¿Qué es el inconsciente? Hay que precisarlo, porque, una vez eliminado el precons­ciente y lo no-consciente, muchos neurofisiólogos'' estiman que “su” inconsciente no difiere del inconsciente de los psicoanalistas: se trata, según ellos, de recuerdos con

5. L. Squire, E. Kandel, Memory: from Mind to Molecules, New York, Sicentilic American l.ibrarv. 2000. Según estos autores, el soporte anatómico de la memoria implícita difiere del soporte de la memoria explícita, es decir, la parte interna de los lóbulos temporales y el hipocampo, al igual que el circuito parte de él (al que James Papez dio su nombre).

6. M. Gauchet considera que la teoría de la evolución “lleva a interrogarse sobre el fabuloso peso dt la memoria, oscuramente inscrita en el cuerpo y en las almas”. Lo que llama memoria reduce el funcionamiento psíquico al reflejo condicionado (Vlnconscienl cerebral, op. cu. Véase el capitulo

Le réflexe á l’assaut de l’esprit” ).7. Commetu la maliére devtent consaence, op. cu., p . .21 i .8. IbuL, p. 213.9. Véase, por ejemplo, Israel Roseníield, L‘InventUm de la mémoire, París, I lamina non, col I. “( iiamps

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I iFRARP r O M M I l R

gelados y almacenados en alguna parte del cerebro. Quizá nos acordemos de todo, y el inconsciente sería entonces este proceso de archivo exhaustivo del pasado.10 Pero el inconsciente no se define específicamente por recuerdos que escapan a la conciencia y que bastaría con hacer aparecer, del mismo modo en que una computadora mues­tra las informaciones de un banco de datos extraviado. Un recuerdo (y junto con él, la reserva de símbolos correspondientes) permanece inconsciente no cuando es ol­vidado, sino cuando su sujeto no consigue tomarlo en cuenta. La ausencia del sujeto califica su inconsciencia, mientras que el acontecimiento mismo a veces es rememo­rado todos los días (como ocurre con algunas escenas traumáticas).

Muchos filósofos y epistemólogos refutan la existencia de este inconsciente: “Us­tedes pretenden -d icen - probar la existencia del inconsciente gracias a sus conse­cuencias. Pero esta verificación es consciente y no prueba la existencia del incons­ciente: ¡su hipótesis es una paradoja irresoluble!”." Estas críticas suponen que exis­tiría un lugar especial, un inconsciente, considerado como una instancia aparte y con sus propios contenidos. Pero el inconsciente no es un lugar o una sustancia. En primer lugar, es la ausencia de subjetivación de algunas representaciones, que, por lo demás, permanecen memorizables y perceptibles. Algunos procesos son incons­cientes porque no tiene un sujeto: este último no puede o no quiere saber lo que así permanece inconsciente.12 En cuanto a su propio origen, el sujeto no puede co­nocer el lugar de falo que las pulsiones buscan imponerle cuando nace. La meta de la pulsión permanece inconsciente, porque la identificación del cuerpo con el falo materno se contradice con la idea de un sujeto liberado de esta representación in­cestuosa.13 Esta inconsciencia es la de la represión primordial.

La inconsciencia se refiere después al pensamiento que el sujeto no realiza, o del que apenas capta una dimensión. Los contenidos inconscientes son incluidos en continentes perfectamente legibles y perceptibles: sólo la ausencia del sujeto que les sería adecuado los vuelve inconscientes. Por ejemplo, todos los días “se” recuerda un acontecimiento infantil, pero sin medir su alcance, como si le hubiese ocurrido a cualquier otro, o como si se tratase de una película que se vuelve a ver cada tan­

to. Ésta es la hipótesis de Bergson en L’Énergie spirituelle.11. En este sentido, Roger Caillois escribía en Babel que el inconsciente “es por definición incognos­

cible: cesa de ser inconsciente en el momento en que se revelado a la conciencia” (Paris, Galli- ntard, 1948). Asimismo, para Edmund Husserl, hablar de un contenido “inconsciente que sólo se volvería consciente retroactivamente” constituye una verdadera absurdidad.

12. Freud siempre fue pragmático con los conceptos y, cuando pasó de la primera tópica (Ice, Prcc, Ce) a la segunda (Yo, Ello, Superyó), realizó una simple “falsificación”, en el sentido en que la en­tendía Karl Popper. La segunda tópica no invalida la primera, de la que es un caso particular.

13. Se comprende entonces por qué Freud prefirió utilizar el nuevo término de “Ello” para designarcon mayor precisión la represión primordial. El “Ello” nombra la base operaciona! de las pulsio­nes: este cuerpo psíquico especial que vantpiriza al organismo y busca conformarlo a su esque­ma director.

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lo, distraídamente, sin comprender bien de qué se trata, y sin situarla en la historia. Entonces, inconsciente quiere decir que no hay sujeto consciente de un proceso de pensamiento o de un hecho. Estos acontecimientos pueden estar presentes en la me­moria, pero el sujeto se comporta como si no le hubiesen ocurrido, y no compren­de su significación. Se puede tratar de imágenes, de símbolos, de recuerdos. Esta re­serva de sensaciones tiene importancia para quien las rememora a menudo, sin me­dir su valor. Más aún, rechaza interrogar estas representaciones porque recubren un traumatismo, o porque encierran contradicciones impensables, por ejemplo, cuan­do el amor y el odio se dirigen a la misma persona. Memoriosas de estas contradic­ciones, las “ formaciones del inconsciente” son, por consiguiente, contradictorias. Ya que tal es el motivo más fuerte de la inconsciencia subjetiva.

Una imagen onírica, por ejemplo, a menudo es consciente durante el sueño mis­mo, y luego, en cierta medida, en el momento del despertar. Pero le falta el sujeto adecuado a las contradicciones que figura. La imagen se evapora en la medida en que el sujeto busca asirla, porque la conciencia sólo comprende lo no-contradic- torio.14 El pensamiento consciente no integra una contradicción, pero una imagen puede hacerlo: es por esto que el sueño se expresa preferentemente por medio de imágenes. El síntoma también expresa una contradicción, por ejemplo, la del amor unido al odio, o la del deseo ligado a su prohibición.15

Una de las mayores dificultades para comprender el inconsciente freudiano es que éste es el resultado de un acto: la represión. Un sujeto no quiere o no puede sa­ber las implicaciones de una situación determinada, y entonces la reprime. Por otra parte, la reprime tan bien que al mismo tiempo reprime su responsabilidad como agente de la represión. La palabra represión da a entender que un pensamiento, un afecto o un símbolo han sido apartados, “puestos debajo” o rechazados de la con­ciencia. La neurofisiología, entonces, tendría derecho a buscar qué repliegue cerebral abriga estas entidades reprimidas. Ahora bien, la represión no resulta de la oblitera­ción de un término ni de una prohibición que pese sobre una representación o una acción, ya que el pensamiento consciente contiene en sí mismo, de cierto modo en su superficie, el término que su sujeto no valora. Como el inconsciente funciona en el seno de lo consciente, jamás se encontrarán sus huellas autónomas.

14. Freud afirmó desde Lo interpretación de los sueños que el inconsciente no conoce la contradicción. En efecto, en la medida en que un sujeto no puede comprender una contradicción, ésta pernta nece inconsciente.

15. En este sentido, Freud estuvo interesado particularmente por los trabajos de Karl Abel sobre los sentidos opuestos en las palabras primitivas (véase S. Freud, “Sobre el sentido antitético de las palabras primitivas”, en Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, vol. XI, 1988). Abel hizo sus investigaciones sobre los jeroglíficos egipcios (por otra parte, paradigmáticos de la escritura de los sueños). Sus trabajos parecen hoy rebatibles (como lo mostró Érnile Benveniste). Pero la idea merece ser conservada. Se podría mostrar que también en francés existen palabras que poseen sentidos opuestos (por ejemplo, “boliche” o “avant” ).

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El in c o n s c ie n t e fu n c io n a en la su p erfic ie uf: l o c o n s u e n t i

Tomemos un ejemplo de desarrollo contradictorio que implica la presencia de la inconsciencia en lo consciente. En Malestar en la cultura, Freud explica que el aforismo bíblico “ama a tu prójimo como a ti mismo” enuncia, en forma invertida, el objetivo pulsional que consiste en maltratar, explotar y abusar sexualmente del semejante. El mandamiento da la orden de amar, pero, ¿a quién lo prescribe, sino a los individuos presos del odio? Se puede completar el aforismo añadiendo la parte reprimida: “ama a tu prójimo como a ti mismo, tú que lo detestas”. Esta inversión presenta la represión, expresada por el aforismo: lo reprimido no es “depositado” en otro lugar.

Pero ¿no es demasiado simple considerar que el mandamiento del amor repri­me el odio, que sería la verdad del sentimiento dirigido hacia el semejante? Desde luego, más vale dialectizar un complejo cuyas contradicciones generan sus térmi­nos circularmente. En efecto, el odio dirigido al prójimo concierne a una parte de nosotros mismos que rechazamos. Quizá yo deteste pasionalmente a mi prójimo, pero, como este odio me permite existir, lo amo. Lo amo como la parte de mí mis­mo que he rechazado. “Ama a tu prójimo com o a ti mismo, tú que te detestas. Gra­cias a él, te amarás”. Pero la circularidad prosigue su engendramiento inmediata­mente, porque contradictoriamente el amor por el semejante me aliena y, en con­secuencia, engendra el odio.

La conciencia no llega a reconocer una bolsa semejante de ambivalencia. Ella comporta en sí misma el deseo del que es inconsciente. Pero esta ambivalencia sigue siendo legible en la superficie del habla, y no en las profundidades. El punto contra­dictorio debe ser deducido: una frase gramaticalmente bien formada no lo enuncia. El pensamiento consciente es el instrumento activo y privilegiado de la represión: rechaza la contradicción que caracteriza al inconsciente.10 En la frase “ama tu pró­jimo como a ti mismo”, la gramática rechaza igualmente el conflicto entre dos va­lores contrarios, del que uno, el amor, es enunciado directamente, mientras que el otro, el odio, debe ser deducido. La conciencia no muestra así ninguna contradic­ción, aunque el imperativo permite leerla.

El aforismo bíblico muestra el trabajo ordinario del inconsciente en lo consciente. Pero, en este ejemplo, el amor tiene un alcance mucho más grande.17 También es po sible servirse de él para mostrar cómo se articula la represión según el ordenamien­to del complejo de Edipo. Se considerará primero que el mandamiento de amar al prójimo es coextensivo del acto de hablarle. L.as frases están hechas para ser dirigi­das a alguien: ellas se organizan en función del sentimiento dirigido al semejante. A

16. El pensamiento consciente se expresa según los principios de la lógica aristotélica: funciona con el tercero excluido, la no contradicción y la reflexividad.

17. Este primer comentario da sólo una idea de la represión primordial de la pulsión, que regula “odioenamoramiento” del prójimo (según la expresión de I. Lacan).

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I I >MI I I A S N I I I K I I I II NI I AS 11| M I T S I K A N I 1 l ' S I U W N A l I M S

medida que yo le hablo, mi propio pensamiento se devela. Al hablarle, me revelo a mí mismo gracias al alter ego. “Yo” \jeJ me aseguro de mi existencia como resultado de un pensamiento dirigido al otro. Existe así una inestabilidad de la subjetividad: el sujeto nunca tiene por segura su pertenencia al cuerpo, porque el origen grama­tical de su subjetividad depende del otro. Ffablo gracias al otro, desde el lugar del otro, por fuera; y si bien emito los sonidos de las palabras por la boca, ellas regresan a mí por la oreja desde el exterior. “Yo” [je] estoy así tanto adentro como afuera, de acuerdo con uno de los enfoques posibles del sujeto dividido.

He aquí por qué el nombre que lleva el sujeto toma tanta importancia. Todo ser humano que habla es un sujeto, pero que ese sujeto lleve su nombre no está asegu­rado ni es algo constante. El nombre propio ancla al sujeto a su cuerpo según el do­ble eje de su filiación (el patronímico) y su pertenencia sexual (el nombre). Yo, que sólo llego a hablar desde el lugar del semejante, soy por lo menos este “yo” porque llevo un nombre -es cierto que existe un sujeto de la frase, pero que ese sujeto sea “yo” sólo está asegurado si “yo” [je] llevo este nombre. Un nombre no es una eti­queta puesta a los fines de la identificación: me ha sido dado, pero, ¿he sabido to­marlo? Ningún sujeto que hable está asegurado de haber tomado su nombre.18 O, si lo ha tomado, puede escapársele en determinados momentos, dejándolo con un sentimiento de anonimato.

No basta con que un nombre me haya sido dado, aún es necesario que sea toma­do, y este movimiento entre dar y tomar ilustra la ambivalencia respecto del padre. Un padre puede dar su nombre, pero eso no alcanza, porque el niño debe tomar­lo violentamente para identificarse a él. Tomar el nombre del padre es ponerse en su lugar, es decir, matarlo fantasmáticamente, aunque finalmente lo ame por haber permitido que el don del nombre produzca sus consecuencias.19 El padre es a la vez amado —porque da su nombre- y detestado a causa de la rivalidad edípica, gracias a la cual este nombre es tomado.2" El amor y el odio van a corresponder a funciones paternas bien distintas. Las funciones paternas serán repartidas, por ejemplo, entre

IX. Particularmente, el sujeto de la psicosis duda constantemente de su nombre. Habla, esto es se­guro, pero puede experimentar bruscamente que lo que dice o lo que piensa le viene de afuera,como un eco del pensamiento, como un pensamiento forzado, o cuando alucina y se desdoblaentre sus pulsiones y su conciencia. Más a menudo, las mujeres más que los hombres, tienen laintuición de que la posesión de un nombre no está tan asegurada, dado que pueden querer per­derlo por amor.

19. El don más difícil y de mayores implicancias para un padre consiste en aceptar la violencia de esta toma de nombre, latente durante la infancia, pero más sensible en la adolescencia. Esta acepta­ción significa que el padre deja actuar, o que incita a actuar: que autoriza los juegos, que impul­sa a estudiar, que acepta la vida sexual exogámica de sus hijos, etc.

20. La ley francesa autoriza a una madre a dar su nombre a un niño, que llevará entonces el nombre del padre de esta madre. Por cierto, ella puede darle este nombre, pero no es seguro que él lotome, porque ¿qué motivo edípico tendrá para hacerlo? Por el contrario, la rivalidad con un pa dre da un sentido a la toma de su nombre

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varias personas. Ése fue el caso de Edipo en el mito tebano: él tiene dos padres, uno para el odio, otro para el amor.21

Esta articulación entre dos funciones paternas constituye un “complejo”, es decir, un conjunto contradictorio, pero solidario y covariante, rizado según un ciclo deter­minado. Así, en la mayor parte de casos, el odio es reprimido en provecho del amor. Pero este amor al padre se vuelve entonces un enorme problema porque, como todo amor, genera un deseo sexualizado. O, más exactamente, este deseo produciría con­secuencias sexuales si no fuese reprimido. El solo pensamiento de estas consecuen­cias genera un “traumatismo sexual subjetivo”, producto final y núcleo de la repre­sión propiamente dicha en las distintas formas de neurosis. El traumatismo sexual (únicamente subjetivo, naturalmente) estructura la subjetividad ordinaria. Este trau­matismo da su impulso al fantasma de asesinato del padre, reprimido.

El proceso que se acaba de describir articula el pasaje de la represión primordial (rechazo de las pulsiones) a la represión propiamente dicha (referida al parricidio edípico). Una represión que, al principio, se dirigía a la demanda pulsional materna (el incesto), se vuelve, al final del recorrido, una represión del traumatismo sexual por parte del padre (el fantasma de seducción). Lo que era pulsional en el origen, reprimido gracias a la sonoridad de las palabras, desemboca en el problema del su­jeto de este lenguaje y del nombre que le permite apropiárselo.

E s c r it u r a s in t o m á t ic a d e l in c o n s c ie n t e

Este nudo de contradicciones, que se son solucionadas provisoriamente una por la otra, permanece inconsciente: la representación inconsciente no se integra a la que es consciente.22 El inconsciente trabaja en lo consciente a partir de dos dimen­siones, por ejemplo, las de la ambivalencia. Mientras que esta contradicción no sea subjetivada, puede engendrar síntomas que exterioricen la ambivalencia: el cuer­po habla en lugar del sujeto. En esa neurosis ordinaria que es la histeria, por ejem­plo, la ambivalencia respecto del padre engendra un deseo de ser amado (o amada) al mismo tiempo que una ocultación de las consecuencias sexuales del amor (deseo de no deseo). Muchos síntomas proceden de esta duplicidad respecto del padre: la frigidez, las cistitis, la anorexia, o incluso la ceguera histérica. Los problemas de la visión, que llegan hasta la pérdida de la vista en la histeria, muestran cómo un sín-

21. Sobre el mismo modelo, la mayor parte de los niños piensan alguna vez que han sido adoptados. Así, se dan dos padres. Otros delegan una de las funciones paternas que los asusta a un animal fóbico (totémico). La denominación religiosa de un “Padre eterno” ilustra este nudo de ambiva­lencia: la palabra eterno lleva en sí misma la contradicción, dado que significa a la vez “muerte” y “vida eterna”.

22. Por ejemplo, una mujer que quiere cambiar por amor su nombre para tomar el de su esposo, al repudiar su nombre, mata simbólicamente a su padr

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t ;OMO IAS Nt'UROOir.NCIAS DIÍMUF.STRAN I I PSICOANALISIS

toma tan incapacitante sucede a la ambivalencia. Será necesario “ser visto (o vista)” para gustar y ser amado (o amada). Pero, com o hay que reprimir la consecuencia sexual de la seducción, la secuencia completa consiste “en ser visto (o vista) sin ver”. El síntoma se estructura a continuación de la ambivalencia respecto del padre y del traumatismo sexual subjetivo.

Pueden señalarse numerosos signos orgánicos de estas consecuencias y, natu­ralmente, se encuentran relaciones entre estos signos. Así, se tendrá la impresión de haber comprendido el proceso de la ceguera histérica en el organismo, mientras que se estructura por fuera de él, por medio del amor y de la relación con el nom­bre propio. Edelman y Tononi intentaron establecer dichas relaciones intra-orgá- nicas. Como ellos observan, por ejemplo: “una persona que padece de ceguera his­térica puede evitar obstáculos, y sin embargo afirma no haber visto nada. Es posi­ble que, en este tipo de personas, un pequeño reagrupamiento funcional, incluyen­do ciertas áreas visuales, sea activo de manera autónoma y no se mezcle con el re­agrupamiento funcional, sino que sea capaz de acceder a las rutinas motrices de los ganglios de la base y demás”.23

En su esfuerzo por comprender la neurosis y hacerla corresponder con confi­guraciones neurofisiológicas, también escriben, a propósito de la neurosis obsesiva: “ las obsesiones y las compulsiones tiene así los rasgos característicos de las rutinas inconscientes, estereotipadas y rígidas que se imponen a la conciencia como si algu­nos puertos de entrada y salida estuviesen abiertos de manera patológica”.24 Siempre se encuentra un material propicio para este tipo de comparaciones, pero tales ana­logías conciernen a un eslabón intermediario: la causa de los bloqueos no procede de la rigidez portuaria de las neuronas, sino de la posición neurótica del sujeto.

Hacer decir a las neuronas aquello de lo que son la consecuencia reduce las ex­plicaciones al nivel de las que tenían lugar antes de Freud. El deseo sexual era, en el mejor de los casos, considerado como aquello que el hombre conservaba de animal, y que, la mayor parte del tiempo, perduraba en silencio. Esta negligencia en reali­dad era proporcional a la obscenidad con que se consideraba la sexualidad. No sin razón, porque el erotismo humano se determina en función de un horror al inces­to que lo separa para siempre de la naturaleza. La represión no arroja un velo sobre una parte animal del hombre, sino sobre la parte más cultural, que es la que se ho­rroriza del incesto. Tomar el lugar del padre implica una dimensión incestuosa, pero es necesario haberla tomado para hablar en su nombre, reprimiendo el sentido esta entrada en la humanización. El nombre del padre, exterior a los nervios, rige el uso del habla. Hay que tener un nombre para utilizar este sistema de información espe­cial, cuyas condiciones de posibilidad son la represión de lo sexual. A este respecto,

23. G. M. Edelman y G. Tononi, Comment la matiére devient conscience, op. cit., p. 226.24. Ibid., p. 225. Los “puertos” son las conexiones de entrada y de salida de un núcleo al otro, cons­

ciente e inconsciente.

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el horror al incesto o el de la causalidad significante son equivalentes, y la represión se perpetúa en la “ciencia” misma, dado que ella ignora la importancia del habla.

El d e s e o in c o n s c ie n te

La posición del inconsciente en relación a lo consciente acaba de ser detallada en varios de sus aspectos, pero un malentendido especial, que concierne al inconsciente, merece ser tratado aparte: el que concierne al deseo. Conviene examinarlo de forma separada, porque su incomprensión entraña experimentaciones sin relación con los problemas planteados (las experiencias sobre el sueño, por ejemplo, serían aligeradas enormemente si los investigadores tuviesen una idea del deseo inconsciente).

El deseo inconsciente no corresponde a nada memorizado ni memorizable. Se puede ordenar la mezcolanza de hechos pasados, pero no es en este sentido que la historia se subjetiva y que los síntomas desparecen. A menudo, la reconstrucción aporta pocos hechos nuevos, salvo por deducción.25 “Reconstrucción del pasado” quiere decir, sobre todo, que los hechos conocidos, pero deshabitados, cobran sen­tido bruscamente, se encadenan a otros hechos deshabitados. ¡El pasado revive, se subjetiva! Y el saber, sepultado en el dolor del síntoma, en adelante se vuelve obso­leto. Una vez que se lo ha mirado a la cara, se lo puede olvidar. El deseo inconscien­te procede sin duda del pasado, pero no lo respeta y, por el contrario, se esfuerza por escapársele: una simple repetición no poseería ninguna fuerza dinámica pro­pia. ¿Por qué el pasado se repetiría? Por el contrario, un pasado traumatizante en­gendra un deseo de escaparle. El temor al incesto y al asesinato empuja, por ejem­plo, a Edipo a huir, pero él no sabe ni a dónde va ni qué busca. ¡Hay que partir! En este sentido, su deseo inconsciente sólo se define negativamente. La conciencia no comprende lo que busca, sino que lo busca.

El deseo del adulto no consiste en transgredir una prohibición intrafamiliar. Por el contrario, consiste en escapar de la familia. La madre ya no es deseada repetitiva­mente, sino la mujer, la cual, de alguna manera, le permite escapar de la madre. Los términos del deseo incestuoso se invierten punto por punto. En la infancia, la ma­dre era deseada (y esto sigue siendo verdad en las repeticiones neuróticas). Pero el deseo se estructura a continuación con la represión horrorizada de este primer in­cestuoso. El pasaje de la endogamia a la exogamia significa que el deseo se vuelca hacia una mujer diferente de la madre. El incesto es el motor negativo de un deseo que ignora su objeto: lo desconocido es su destino perpetuo. La pulsión incestuo­sa es de ayer, hoy y mañana. En cuanto al deseo, éste sólo se interesa por el maña­na, y espera al sujeto por delante de él: pareciera como si, una vez que el sujeto ha

25. Por ejemplo, cuando un analizante emprende investigaciones y descubrimientos sobre su pasado.

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mordido su anzuelo, el deseo tirase de él hacia delante, sin dejarle la menor chan­ce de liberarse. El deseo inconsciente exogámico ya 1 1 0 quiere saber nada del pasa­do; se encuentra tendido por completo hacia las realizaciones futuras. ¿Hacia qué meta se encuentra tendido el deseo de ahora en adelante? El sujeto no lo sabe. Lo que no quiere atormenta su deseo de otra cosa. Continuamente, transgrede ese pa­sado que querría tirar atrás.26

Desde este punto de vista, el psicoanálisis libera el deseo de las escorias del pasa­do que le ponen trabas. Lejos de reducirse a la repetición de recuerdos patógenos, el deseo liberado de sus fijaciones infantiles se vuelca hacia el futuro. Progresa apo­yándose sobre su contrario en un único “complejo”, propulsado por el rechazo del incesto.27 En consecuencia, el deseo inconsciente jamás puede ser satisfecho, dado que su objeto escapa a la realización. Se podría temer que esta característica fuese una fuente de sufrimiento. La experiencia muestra, por el contrario, que la insatis­facción estructura ordinariamente una satisfacción.28 Este placer de la falta corres­ponde a la relativa perversidad del deseo humano, que se satisface tan constante­mente del deseo por el deseo, hasta el punto de olvidar lo que desea exactamente. Una mujer puede gozar solamente de las miradas concupiscentes que le son arro­jadas cuando se pasea por la calle porque es deseada o porque se lo imagina. Asi­mismo, un hombre puede gozar de un amor imposible, incluso si declara que eso lo hace sutrir. Además, puede hacer de este tipo de situaciones una especialidad, al apasionarse preferentemente con mujeres casadas, extranjeras de los países más re­motos posibles, homosexuales o, más simplemente, mujeres que no lo aman. Nada lo fastidiaría más que su amor fuese correspondido.

La insistencia del deseo inconsciente en lo consciente, y más allá de las razones que el sujeto pueda darse, alcanza a toda observación de la actividad humana. Al es­tudiar el desarrollo de una acción, la neurofisiología describe lo que observa en un área cortical, a nivel de partículas tan elementales como se quiera. Pero no sabría desparasitar esta acción de un contenido psíquico variable que entrañe la partici­pación de otras áreas cerebrales. Este contenido psíquico se complejiza si la acción debe superar una inhibición, o si el sujeto quiere y no quiere realizarla (si está divi­dido), o aún si la acción significa más que su realización inmediata. El motivo de las conexiones de este contenido psíquico escapa al observador (y, por lo demás, muy a menudo también al actor). Sin embargo, según este contenido, el acto será o no será inhibido, generará o no un síntoma. Si la realización deliberada de un acto genera

26. En este sentido, e! grado de imitación en la infancia define el grado de neurosis que culmina en la compulsión de repetición.

27. Las reminiscencias de la infancia no permiten comprender esta característica del deseo, que no entra en el cajón afectivo de la “memoria implícita” descrita, por ejemplo, por los cognitívistas.

28. La producción de endorfinas refleja esta característica del deseo. En efecto, la dopamina anticipa una recompensa que aún no se encuentra allí, de manera que la falta de objeto participa de un goce orgánico.

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involuntariamente un disgusto, retorcijones de estómago o vómitos, el neurofisió- logo registrará de nuevo una excitación de algunos paquetes de neuronas y, buscan­do bien, encontrará un déficit de algunos neurotransmisores. Sin embargo, estas in­formaciones exactas, que son efectos, no dicen nada de su causa. La neurofisiología podría conocer esta causalidad gracias al habla. Pero aquí se trataría de otro proce­dimiento, a menudo invalidado de forma anticipada en nombre de una concepción de la objetividad que arruina lo que pretende estudiar, a saber, la subjetividad.

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C a p ít u l o 1 6

La batalla del sueño

¿Es EL SUEÑO UN TACHO DE BASURA?

Fd debate siempre en curso acerca de la naturaleza de los sueños ilustra la ampli­tud de los malentendidos. ¿Corresponde el sueño a una manifestación orgánica del cerebro a la que se habría atribuido provisoriamente un sentido psíquico?1 Algu­nos neurofisiólogos afirman que La interpretación de los sueños se ha quedado muy anticuada, y que las proposiciones de Freud no se corresponden con las investiga­ciones más recientes. Según ellos, el sueño no tendría ningún sentido, y resultaría del funcionamiento aleatorio de las neuronas. Soñaríamos para liberarnos de re­cuerdos inútiles, de juicios inexactos o de asociaciones sin relación con las regulari­dades del pensamiento. El sueño “recogería la basura”, liberando al córtex de sus in­formaciones inútiles: se trataría de un “aprendizaje a! revés”.2 Así sería para Francis Crick y Graeme Mitchinson,3 que emplearon esta fórmula bien impactante: “soña­mos para olvidar”.4 Pero, ¿tiene verdaderamente necesidad el neo-córtex de libe­rarse de recuerdos excedentes? ¡No es lugar lo que le falta! Después de todo, los más grandes soñadores son los bebés de pecho, a una edad en que se trata menos de ol­vidar que de almacenar recuerdos. ¡Los recién nacidos pasan ocho horas por día so­ñando, y sus períodos de movimientos oculares rápidos supuestos duran cerca de una hora! Lejos de tener un rol de borradura, el sueño pone en escena el deseo: es­timula el sistema nervioso y su crecimiento.

1. En ese sentido, por ejemplo, Glande Debru escribe: “El paralelismo psicofísico, ¿es verdaderamen­te un instrumento útil en la investigación neurobiológica o es solamente una concepción meta física destinada a permanecer como tal? (...) Constituye una filosofía provisoria, un simplismo que no resuelve nada” (Neurophilosophie du reve, Paris, Hermann, 1990, p. 180)

2. J. A. Hobson, The Dreaming Brain, New York, Basic Books, 1988.3. P. Crick, G. Mitchinson, “The Function of Dream Sleep”, Nalure 304 (14), 1983, p. 111-114.4. Esta proposición no contradice a Freud, para quien el sueño corresponde a un levantamiento de

la represión que permitirá después el olvido.

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Para sus investigaciones, los neurofisiólogos se apoyan sobre las eventuales rela­ciones del sueño con las funciones de memorización (como las que son puestas en juego por el hipocampo, centro supuesto de la memoria). Sus experiencias descan­san sobre el siguiente principio: según exista o no un lazo entre los centros de me­morización y las manifestaciones del sueño, éste tendrá sentido o no. El examen de las correlaciones se encuentra fundado, según el uso, sobre el estudio de animales. Esta metodología propone un problema que grava los resultados de estas experi­mentaciones.5 Los animales recurren a representaciones-cosa para evaluar una situa­ción actual, en relación a sus recuerdos, y sin duda sueñan con estas representacio­nes. Los hombres utilizan además representaciones-palabra que se articulan con sus representaciones-cosa. En estado consciente, las representaciones-palabra (el habla) reprimen el valor pulsional de las representaciones-cosa. Sin duda, cuando se duer­me, existen representaciones-cosa que forman, tanto en el animal com o en el hom­bre, “percepciones sin objeto”. Pero estos materiales se corresponden, para los ani­males, con recuerdos de sensaciones pasadas y no con una represión. Nuestras ami­gas las bestias no tienen motivos particulares para reprimir. Algunas representacio- nes-meta se les aparecen quizá al dormir, se trate de recuerdos o proyectos. Pero es­tas percepciones difieren de un retorno de lo reprimido, que utiliza imágenes ma­nifiestas para expresar un contenido latente. ¿Cómo funcionaría la escritura de los sueños de animales al modo de jeroglíficos a descifrar, dado que ellos no hablan ni escriben? Una experimentación puede registrar en ellos el lazo de representaciones- meta con recuerdos, pero nunca tendrá ningún valor en lo que concierne al retorno de lo reprimido, es decir, a lo propio de los sueños del hombre.

Una vez planteada esta reserva metodológica, el sueño tendrá un sentido si exis­te una conexión entre la producción de representaciones y los recuerdos. Para Alan Baddeley, tales conexiones con el hipocampo en el momento del sueño no son corro­boradas.6 En cambio, los estudios de Jonathan Wilson7 mostraron que el ritmo the- ta no se producía solamente en el córtex, sino también en el hipocampo. Asimismo, en 1986, John Larson8 (UCLA) y Gregory Rosev (Universidad de Colorado) mostra­

5. Un hecho mayor habría debido detener a los experimentadores: es que, excepto por el hombre, los primates no forman ondas theta cuando duermen. Y no es seguro que las mismas ondas observa­das en otros mamíferos correspondan a los sueños. Sin embargo, existe una probabilidad, porque algunos perros se levantan durante el sueño, y pueden atacar como si viesen objetos reales.

6. A. Baddeley, La Mémoire humaine. Théorie et platique, Grenoble, Presses uníversitaires de tire- noble, 1993.

7. J. Winson, “Loss of Theta Rhytrn Results in Spatial Memory Déficit in the Rat”, Science, vol. 201, n° 435, 1978, p. 160-163.

8. J. Larson, 1). Wong, D. Lynch, “Patterned Stimuiation at the Theta Frecuency ís Optimal for the Induction of Hippocampal Long-Term Potentiation”, Brain Res 308, 1986, p. 347-350

9. G. M. Rose, T. V. Dunwiddie, “Induction of the Hippocampal Long-Term Potentiation UsingPhysiologically Patterned Stimuiation", Neurosctences l.etter 69, 1986, p. 244-248

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( A m o i a s n m j k i x i h n c i a s n i m u i n t u a n i i i ' s i c o a n a i i s i s

ron una relación entre la estimulación a largo plazo del neo-córtex y el hipocampo, con correlación del ritmo theta. En vista del resultado de estas experiencias, algunos neurofisiólogos, como Alian Hobson y Robert MacCarley, luego de haber sido resuel­tamente hostiles al psicoanálisis, tomaron posiciones más matizadas.10 Ellos habían pensado que el sueño resultaba de señales aleatorias provenientes del tronco cerebral. Hoy en día, Hobson estima que los recuerdos articulan de verdad los sueños.

Para sus demostraciones, estos neurocientíficos recurrieron a protocolos de ex­perimentación muy pesados. Habrían podido dispensarse de este engorro si hubie­sen tenido en cuenta la relación del sueño con el inconsciente. En efecto, sus investi­gaciones se apoyaron, com o ya se dijo, en la hipótesis de que el sueño tiene un senti­do si existe una relación entre la producción de representaciones y la memoria. Este postulado está mal planteado en lo que concierne al hombre, porque no es tanto entre la memoria y el sueño que es necesario mostrar una articulación, sino entre la represión y el sueño. La relación del sueño con la represión (antes que con la me­moria) aparece si uno se pregunta por qué un durmiente que se despierta recuerda sus sueños por un instante, y luego los olvida. ¿Cómo comprender la potencia del olvido de las imágenes del sueño, cuando los soñadores pueden recordarlas algunos instantes luego de despertar? Si los sueños desaparecen tan rápido, es porque son re­primidos y porque expresan, pues, un deseo inconsciente. El problema ya no se plan­tea entre memorización e imagen onírica, sino entre conciencia e inconsciente. Este nuevo planteo de la cuestión es verificable por cualquiera, todos lo días (y teniendo en cuenta los criterios de cientificidad requeridos usualmente). Una vez establecida esta deducción, puede ser corroborada por la cura psicoanalítica, que desmenuza el lugar del deseo inconsciente en el sueño (cuando éste es memorizado).

El. MOMENTO DE ECLOSIÓN DEL SUEÑO

Es lamentable que los neurocientíficos que se interesan por el sueño estudien tan poco los resultados del psicoanálisis. Más deplorable es aún esta situación cuando sus trabajos se llenan de críticas que se dirigen a concepciones psicoanalíticas toma­das de breud, pero a menudo sin relación con sus teorías efectivas. Es el caso, por ejemplo, de Michel louvet, que ataca con virulencia la noción de deseos inconscien­tes expresados en el sueño.11 El sueño, escribe louvet, no es provocado para nada por la realización de un sueño, sino por una activación biológica periódica de las célu­las del puente. Esta actividad de “estimulador cardíaco” de las células pontobulba-

10. “The Brain as a Dream State Generator: An Activations-Synthesis Hypotheses of Dream Proc-esses”, American Journal o f Psychiatry 34, 1977, p. 1334-1348. Y, más tarde, en 1983, F. Crick y G.Mitchinson, op. cit.

11. M. louvet. Le Somrneil et le Reve, París, Odile lacob, 1992.

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res, responsables del dormir paradojal, quizá exista, pero no se trata del sueño. La actividad de las neuronas ponto-genículo-occipitales, escribe Jouvet, “viene a blo­quear las neuronas motoras de la médula por medio de una inhibición descendien­te y potente. Así, el soñador se encuentra paralizado y no puede moverse”. En efec­to, el dormir paradojal se acompaña de una pérdida total del tono muscular (dor­mir profundo), mientras que la excitación de las neuronas está en umbral de máxi­mo despertar.12 Esta descripción es lo contrario de de lo que ocurre durante el sue­ño. Quien haya dormido al lado de una persona que sueña, sabe hasta qué punto puede agitarla. Además, el sonambulismo contradice esta tesis.13

Michel louvet atribuye una importancia particular al momento del sueño que co­rrespondería, según él, a los “ movimientos oculares rápidos” acompañados de ondas theta.14 Durante mucho tiempo, los neurofisiólogos creyeron que los sueños se pro­ducían durante este período, y a partir de esto dedujeron que los animales, que pre­sentaban el mismo fenómeno, también soñaban. Estos trabajos identifican un fenó­meno psíquico, el sueño, con un estado fisiológico, el dormir paradojal. Pero esta re­ducción no se corresponde con la experiencia que cada uno puede verificar: los sue­ños no se producen durante ciertas fases del dormir, sino cada vez que la conciencia baja la guardia. Con una bella obstinación, los especialistas afirman que el sueño se produce durante el dormir profundo. Ahora bien, todo durmiente sabe que su sue­ño sobreviene en cualquier momento del dormir, sin esperar ningún instante pa­radojal. ¿Qué crédito debe otorgarse a estos trabajos que desconocen la experiencia en este punto?15 ¿Por qué los investigadores, habituados a dar lecciones de cientifici-

12. Sin embargo, sería necesaria una estimulación importante para despertar a una persona en fase paradojal.

13. Si Jouvet termina por reconocer un lazo entre el sueño y el aprendizaje (es decir, con una memo­ria), también agrega que no se tiene prueba de ello: “Aunque indiscutiblemente existen relacio­nes entre el dormir paradojal y el aprendizaje en el hombre, es necesario admitir que estas rela­ciones no han podido ser puestas en evidencia en el hombre” (op. cit. p. 163). Sin embargo, Jo­uvet también constata que diferentes cepas de ratones no tienen los mismos movimientos ocu­lares durante el dormir paradojal. He aquí, escribe él, la prueba de que existe un comportamien­to innato de la raza que lleva a los animales a ejecutar ciertos programas comportamentales. El programa de una raza de ratones determinada haría de su dormir paradojal el guardián de su in­dividualidad. ¿Hay que concluir que los sueños, luego de haber sido negados como expresión de un deseo subjetivo, serían un asunto de genes especiales y guardianes de la raza?

14. Se sabe que la actividad eléctrica del cerebro permite distinguir ritmos diferentes que oscilan en­tre las ondas alpha, en estado de vigilia, y las ondas theta, en el dormir profundo. El ritmo theta fue registrado por primera vez en 1954 en la Universidad de Los Ángeles por John Green y Ar- naldo Arduini. Existen entre 3 y 4 fases de “movimientos oculares rápidos” durante una noche.

15. “La producción de la actividad mental no se detiene jamás a lo largo del dormir: y los relatos de sueños muy a menudo provienen de! dormir ligero, antes de despertar” (L. Garma, D. Widlócher, “Le reve entre la clinique psychanalytique et la clinique du sommeil”, Revue Internationale de ps ychopalhologte 23, 1996, p. 541-564).

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G o m o 1.AS NEUROCIENCIAS DEMUESTRAN El, PSICOANALISIS

dad, no toman en consideración este error importante? ¿Acaso no sueñan, a no ser que expresen, en nombre de la “ciencia”, su deseo de ser sin deseo?16

L a REALIZACIÓN DEI. DESEO EN EL SUEÑO

Nadie necesita realizar experimentos de laboratorio para saber que un sueño presenta sucesiones de imágenes cuya escenografía a veces se acompaña de pensa­mientos, pero en cierto modo a título de subtitulado mudo o a veces como una voz en off. Cuando nuestros interlocutores habituales no se encuentran ahí, la imagen prevalece proporcionalmente a la baja de tensión del pensamiento, cuyo destinata­rio pasa a segundo plano durante el dormir. Durante la vigilia, por el contrario, el pensamiento reprime la pulsión, que tomará su revancha desde el retorno del dor­mir. Por lo demás, las imágenes del sueño son travestidas de mil maneras, mostran­do que la represión también trabaja sobre el sueño.17

Existe entonces una relación constante entre los pensamientos y las imágenes, más o menos reprimidas según la vigilia o el dormir. Cuando resurgen, las imáge­nes del sueño marcan una victoria de la pulsión. El sueño está estructurado como el lenguaje del que triunfa.18 Las transformaciones de las imágenes del sueño: la condensación, el desplazamiento, las transliteraciones, las metáforas, las antítesis, y más aún el oxímoron, serían incomprensibles sin el lazo que mantienen con los pensamientos que, de alguna manera, las estructuran a distancia. Una imagen de un sueño realiza un goce al mismo tiempo que se lee como un caligrama. De ma­nera que se encuentra un lazo entre la producción onírica y las huellas mnésicas de las palabras. En esta perspectiva, apoyándose sobre una experiencia hecha en 1991, Louis A. Gottschalk mostró que la aparición de imágenes de sueños estaba siempre asociada a una hiperestimulación de las áreas del lenguaje.1'̂ Asimismo, Arthur W. Epstein y su equipo notaron la desaparición del sueño luego de lesio­nes vasculares hemisféricas del área de Broca.20

16. Hoy en día, algunos experimentadores reconocen finalmente que los sueños se producen en cual­quier momento, pero también que del 60 al 90% de los sujetos que despiertan durante un dor­mir paradojal recordarían sus sueños más fácilmente.

17. Como todas las percepciones, las imágenes del sueño son trabajadas por la pulsión, cuyo exceso corre el riesgo de aniquilar al sujeto: si el sueño fuese hasta el fin del empuje pulsional, viraría en pesadilla. Una pesadilla latente trabaja en todo sueño, por más bello que sea. Éste se trasviste a sí mismo para luchar contra la realización del deseo.

18. Véase el aforismo de J. Lacan: “El inconsciente está estructurado como un lenguaje”.19. L. A. Gottschalk et alli, “Anxiety Levels in Dreams: Relation to Localised Glucose Metabolic Rate”,

Brain Research 538, 1991, p. 107-110.20. A. W. Epstein, “Observations on the Brain and Dreaming”, Biological Psychiatry 17, 1982, 1210,

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( ¡l'kAH Il t'i IM M II K

Las imágenes del sueño no desarrollan una película muda: están subtituladas, pero lo que dicen no siempre es legible. En efecto, la imagen resiste al pensamien­to, no solamente porque siempre, al mismo tiempo, presenta ideas, sino sobre todo porque estas ideas son contradictorias: prefieren el oxímoron. Las imágenes del sue­ño quieren decir algo, pero ante todo ellas muestran un exceso. Este exceso es sexual: es, en principio, el incesto pulsional que se encarna en la sensorialidad de las repre­sentaciones. Y su narratividad después es orientada por el traumatismo sexual, que hace de la muerte del padre la condición del erotismo humano. Es la ambivalencia, y especialmente la referida al padre, la que da a la sucesión de imágenes el brillo del oxímoron, su incomprensibilidad. La imagen casi hablaría, el sonido está muy cer­ca, pero la banda sonora se bloquea trente al oxímoron a causa de una caracterís­tica del pensamiento: no puede enunciar la contradicción. La imagen, en cambio, sabe mostrar el binarismo: múltiple, apila sin esfuerzo varios pensamientos. Ella es siempre más grande que el habla, que no expresa sino una idea a la vez. Es por esto que el sueño prefiere las imágenes a las palabras, no solamente porque dicen más en una única manifestación, sino porque pueden condensar elegantemente una idea y su contraria (es decir, la contradicción que genera la represión).

En el sueño, la imagen domina los pequeños pensamientos que se agitan allí del otro lado, en la banda sonora del lenguaje, incapaz de hacer escuchar sus pre­tensiones ambivalentes. En un único plano relacionado con los acontecimientos en curso, las reminiscencias del pasado o los proyectos, la imagen onírica expo­ne contradicciones que no sabrían decirse incluso en muchas frases.21 Pero, más aún, su luminosidad brilla en proporción a su fuerza pulsional, por principio re­primida debajo de cierto nivel. Es por eso que los sueños se evaporan tan pron­to: la mayoría se olvidan a la mañana siguiente, porque la conciencia gramati­cal resiste primero a la pulsión, y luego a la contradicción (ella acompaña la re­presión primaria y secundaria). Al despertar, las palabras atan las imágenes entre ellas, que, desde que pierden su embriagante ubicuidad, caen en el olvido. Nau­fragio del sueño cada mañana: la conciencia le quita su ansia de infinito; el filo de los pensamientos cepilla la estratificación de las percepciones y lamina su poten­cia.22 Del goce al sentido, las palabras significan primero este punto de detención.

21. Cuando Preud escribe en La interpretación de los sueños: “En general, en la interpretación de un elemento onírico cualquiera es dudoso: a. Si debe ser tomado en sentido positivo o negativo (re­lación de oposición); b. Si debe interpretárselo históricamente (como reminiscencia); c. Si debe serlo simbólicamente; d. O si debe aplicárselo partiendo de su enunciación literal. A pesar de esta multiplicidad de vertientes, puede decirse que la figuración característica del trabajo del sueño, si bien es cierto que no lleva el propósito de que se la comprenda, no ofrece a su traductor dificulta­des más grandes que las que ofrecía a sus lectores la escritura jeroglífica de los antiguo” S. Preud, “La interpretación de los sueños”, en Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, vol. V, 1988.

22. Joseph Conrad escribió que “las palabras tienen más poder que sentido”. Este poder es este ata­vío de la violencia de lo sensible.

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C ó m o l a s n ih moa e n c ía s d e m u e s t r a n e l p s i c o a n á l i s i s

Por las noches, o cada vez que el sentido baja la guardia, las imágenes que las pa­labras encadenan se liberan. De la cárcel de las razones donde se apiñan, apare­cen de nuevo en sus múltiples estratificaciones e infinitas conexiones. Pueden re­gresar de todos lados: los recuerdos, los remordimientos diarios, los deseos y los objetivos que esperan, son algunas de sus provincias. Pueden resurgir del pasa­do, pero también inventar el mañana. Se asemejan a las sensaciones, son el hábi­tat de la pulsión, que pasa fuertemente por la vía de lo visible, lo audible, lo tác­til, lo oloroso: lo que entra o sale del cuerpo.

La imagen del sueño presenta la fascinación de las percepciones, la densidad psíquica de los parecidos, que la historia en curso oculta durante el día. Despier­tos, siempre tenemos mejores cosas que hacer que distinguir su presencia. Trata­mos de olvidarla, para escapar del sueño. La conciencia y la intencionalidad orga­nizan la represión contra esta potencia enorme de los sueños, aquélla misma que desborda a la hora de las pesadillas.

Las imágenes de los sueños funcionan com o el cine, cuyas técnicas mezclan ma­ravillosamente el presente, el pasado, los múltiples deseos: las imágenes dominan y empujan la fuerza narrativa de la historia.23 La visualización impone una dimen­sión excesiva: ella relativiza lo que ocurre, y hace pasar la univocidad del aconteci­miento por detrás de la estratificación de lo sensible, al mismo tiempo que su pul- sionalidad asegura una victoria provisoria del goce. Es desde este punto de vista que un sueño realiza el deseo. Los sueños no buscan comunicar un mensaje. Pero, en la medida en que exteriorizan una represión y traumatismo pasados, la toma de conciencia de lo que representan entraña un alivio considerable del cuerpo.

El exceso de la imagen del sueño se parece a las crisis de epilepsia: justo an­tes del aura epiléptica, una palabra, una frase o un pensamiento se imponen con insistencia según ese fenómeno que los psiquiatras han llamado el pensamiento forzado. Luego, las representaciones alucinatorias, sus colores, sus sonoridades y sus olores estallan en el momento mismo de la crisis. Pareciera com o si un pen­samiento demasiado pequeño explotase bajo la presión de una imagen excesiva. Estas manifestaciones fisiológicas, ¿no traducen un problema entre la pulsión y su simbolización a nivel de las conexiones interhemisféricas? En efecto, los suje­tos con hemisferios desconectados declaran que no sueñan. Sin embargo, los re­gistros electroencefalográficos efectuados cuando duermen muestran una activi­dad eléctrica continua del lóbulo derecho, testimonio de la formación de imáge­nes oníricas. En el mismo momento, el lóbulo izquierdo, al que se deben los pen­samientos del sueño, permanece inmutable. Esta observación muestra una vez más que una vectorialización forzada va de la imagen al habla, del hemisferio de­recho al izquierdo. Estos resultados conciernen también al pensamiento despier-

23. Andréi Tarkovski escribió en su diario: “El escenario expira en el film” (Le temps scellé, Paris, Édi-tions de PÉtoile, Cahiers dtt cinema. 1989).

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G r r a h d P o m m ir k

to y el habla. Estos se despliegan reprimiendo la imagen y la sensación, que son inaparentes en el resultado final: cualquier expresión puramente verbal no está menos asociada a las imágenes. Bajo lo legible, se encuentra lo visible. Hablamos constantemente bajo el golpe de sensaciones. Las pulsiones nos obligan a hablar, o al menos a pensar.24

24. En la carta a Déodat que se puede leer en el De magistro de San Agustín, un padre busca explicar a su hijo el por qué del habla. Se habla para decir lo que se quiere, explica él.

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¿En qué condiciones se vuelve consciente un sujeto?

C a p ít u l o 17

Un grupo de psicoanalistas londinenses temerarios reunidos alrededor de Semir Seki quiso localizar la conciencia en una región neo-cortical bilateral (V5), espe­cífica de la atención, que tendría como particularidad no implicar ninguna activi­dad en el área temporal de proyección.1 Una localización tal sugiere la ausencia de implicación de datos mnésicos: sería entonces el lugar de una conciencia pura (su descripción evoca el sujeto trascendental kantiano que debe ser exterior, por defi­nición, a todo lo que es consciente). Una localización tal de la conciencia, además de no tener nada de específico en relación al ser humano, recae en el esquema de los centros cerebrales.2

La mayoría de los neurobiólogos admite que no se sabría localizar la conciencia, siendo esta última el resultado de la interacción de un mosaico de procesos que van desde la conciencia liminar a la conciencia de sí.3 Sin embargo, esta ausencia de lo­calización, o aislamiento de procesos específicos, no impide definir la conciencia: se trata de un acontecimiento subjetivo, experiencia de una presencia única, holística, incompartible. Se retoma así la definición de la conciencia propuesta por Kühlenbeck, en tanto efecto de un “bucle recursivo” de “todo sistema perceptivo, espacio-temporal

1. S. Zeki el alu, “The colour Centre in the Cerebral Cortex of Man”, Nature 340, 1989, p. 386-389.2. La estereotaxia ha relativizado la noción de “centros”. La destrucción de la región ventral y me­

diana del hipotálamo, por ejemplo, entraña en la rata una bulimia, y la estimulación eléctrica de esta misma región interrumpe la alimentación. Pero es difícil hablar de centro, porque las secre­ciones hipotalámicas se acoplan con la producción de insulina pancreática. Asimismo, la fun­dón fabrica, hasta cierto punto, el órgano mismo para las sensaciones. Para intentar interrumpir los dolores rebeldes, los neurocirujanos se ensañaron con el tálamo. A pesar de su destrucción, el dolor reaparecía, incluso exacerbado.

3. J. C. Eccles, Évolution du cerveau el création de la conscience, Paris, Eayard, 1992.

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y privado”.1 La conciencia aparece como una experiencia esporádica que los apren dizajes economizan al máximo. Cuanto más una acción se automatiza, menos per­manece consciente. Al mismo tiempo, el conjunto de áreas implicadas en esta tarea disminuye: cuando una nueva actividad se presenta, pareciera com o si varias áreas se encontrasen para decidir cuál de ellas es la mejor calificada. Una vez tomada la decisión, y efectuado el rodaje, las áreas supernumerarias se apartan.

La c o n c i e n c i a s u p o n e d i s p a r i d a d e s s i n c r ó n i c a s

El grado de conciencia no resulta de la cantidad de neuronas que trabajan simul­táneamente en el cerebro ni de la intensidad de su actividad. Una actividad neuro- nal, en ausencia de conciencia, puede ser igual o incluso más fuerte que durante la presencia de la conciencia: en las crisis epilépticas, por ejemplo, las neuronas están hiperactivas. Igualmente, cuando se duerme, se supone que la actividad de las neu­ronas disminuye y que no resulta de ello una pérdida de conciencia. Entonces, el ín­dice de actividad de las neuronas cuando se duerme es igual al de la vigilia.5 Como lo remarcan Edelman y Tononi,6 la proporción de neuronas en actividad también puede aumentar en ciertas áreas corticales cuando se duerme. Los autores tam­bién agregan que lo que provoca “un cambio neto entre la vigilia y el dormir no es la cantidad de neuronas despiertas, sino su estructura de estado despierto”. El dor­mir se distingue de la vigila por dicha estructura: la conciencia despierta se acom­paña de una actividad del cerebro suficientemente diferenciada en áreas distintas. Por el contrario, el dormir se caracteriza por una gran homogeneidad de estados cerebrales: las discriminaciones funcionales entre las diferentes áreas tienden a uni­formarse. índice de la conciencia, la disparidad se desvanece cuando el conjunto de las neuronas funciona en sincronía (como es el caso de las crisis de epilepsias, o du­rante el dormir profundo).

La conciencia depende de la complejidad asociativa de varias áreas, y no se redu­ce a subconjuntos de neuronas que la soportarían (no es una función localizable). Cuando los sistemas de neuronas actúan sincrónicamente, la conciencia se desva­nece. En el período de actividad consciente, las neuronas del sistema tálamo-corti­cal sólo se despiertan por sacudidas, de una a cuatro veces por segundo. Por el con­trario, en las condiciones especiales de la crisis epiléptica generalizada, o en el sue­

4. A. Kühlenbeck, The Central Nervous System of Vertebrales, Bale, Karger, 1957. F.sta definición es más amplia que la de atención, aplicable a los animales, pero por inferencia se puede extender esta atención que concierne al mundo a cierto grado de presencia a si, privada y recursiva.

5. M. S. Livingstone, D. H. Hubel, "Effects of Slcep and Arousal on the Processing of Visual Infor­mation in the Cat”, Nature 291, 1981, p. 554-561.

6. G. M. Edelman y G. Tononi, Comment la matiére devtent conscience, op. cit., p. 92.

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l/ IMO I AS NHIRIXRP.NCIAS DEMUESTRAN K1 PSICOANALISIS

ño profundo, esta estructura se sincroniza: se observa entonces un electroencefalo­grama hipersincrónico que corresponde al despertar al unísono de las células cor­ticales. Esta reducción de los aspectos diferenciales entre las áreas es incompatible con la conciencia. El despertar íntegro del conjunto del cerebro se acompaña de un desvanecimiento de la subjetividad.7

La disparidad de excitación entre distintas áreas del cerebro significa que la conciencia resulta de una comparación entre un acontecimiento actual y un acon­tecimiento pasado o virtual. Ella juzga y adapta la acción a los acontecimientos en curso. Esta disparidad corresponde a una comparación entre presente y pasa­do para el conjunto de los seres vivos. La memoria podría pasar por una condi­ción de la conciencia, definida así como un acto de reconocimiento. En el caso de una percepción enteramente nueva, ésta sería comparada con percepciones ante­riores parcialmente análogas. Esto es lo que ocurre con la conciencia de los ani­males, y tal sería también el caso del hombre, sin considerar el sentido simbóli­co de las percepciones.

Esta disparidad supone un sistema de conexión adaptada, y Edelman y lbnoni consideran los sistemas reentrantes como la más sólida hipótesis explicativa de la conciencia. “ La reentrada es un proceso continuo de señalización paralela y recursi­va que tiene lugar entre mapas cerebrales distintos, y que pasa por conexiones ana­tómicas masivamente paralelas, en su mayor parte recíprocas”.'1 La multiplicidad de los sistemas reentrantes definida por Edelman y Vernon B. Mountcastle corresponde a la necesidad de, al menos, dos localizaciones para que la conciencia aparezca.' La conciencia resulta de la activación o desactivación de poblaciones de neuronas dis­persas, comprometidas en interacciones reentrantes intensas y rápidas.1" Un aconte­cimiento consciente se produce al implicar una diferencia de actividad entre varias áreas corticales conectadas entre ellas." Edelman y Tononi llaman “ núcleo dinámi­co” a la integración de varios conjuntos de neuronas cuyo resultado es la conciencia. Como la composición de este núcleo cambia según los procesos en juego,“no puede ser localizado en un sitio dado del cerebro”.12 Este núcleo dinámico de la conciencia se desplaza según los acontecimientos, y las áreas que acaban de ser abandonadas

7. Contrariamente a lo que han imaginado los neurofisiólogos del sueño, la actividad onírica tie­ne muy pocas oportunidades de producirse durante el dormir profundo, dado que es necesario cierto nivel de complejidad para suscitar la conciencia (que existe también en el interior mismo de los sueños).

8. G. M. Edelman y G. Tononi, Comment la matiére devtent conscience, op. cit., p. 14.9. De la misma manera que el proceso primario freudiano está necesariamente acoplado al proce­

so secundario.10. “Toda tarea consciente implica la activación o la desactivación de áreas cerebrales dispersas” (G.

M. Edelman y G. Tononi, Comment la matiére devtent conscience, op. cit., p. 73)11. Ibid., p. 162.12. Ibid., p. 174.

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para retornan al silencio.13 Los últimos trabajos de las imágenes de diagnóstico mé­dico corroboran la tesis de la disparidad de los sistemas reentrantes.14

Para describir este aspecto diferencial, Edelman y Tononi emplean el término de complejo.15 Esta complejidad no es aleatoria, aunque su resultado es irregular e im­previsible: sobrepasa los términos de su programación y obliga a la creación de res­puestas innovadoras que escapen a la contradicción misma del complejo. La con­ciencia nace con fórceps: para existir, el sujeto debe resolver una contradicción que lo obliga a inventar más allá de sus propios términos.16

Esta constatación neurofisiológica constituye un avance enorme en relación a las teorías neurológicas y neuroendócrinas que proponen una jerarquización en el cerebro, y que son incapaces de situar un centro de mando, aunque lo sobre­entiendan. Esta carencia las obliga a construir hipótesis genéticas, o a construir modelos en feed-back que suponen un programa pre-registrado genéticamente, o bien un modelo al que el feed-back debería adecuarse. El sistema de reentradas economiza la hipótesis ruinosa de un mapa directriz superior que uniría los dife­rentes mapas implicados.17

L a r epr esió n c o r r e s p o n d e a UNA DISPARIDAD SINCRONICA específica

¿Por qué la conciencia debería surgir con el pretexto de que varias áreas se co­nectan entre ellas? Existe respecto de esta cuestión una adecuación entre el funcio­namiento del aparato psíquico que describe el psicoanálisis y el que expone un neu- rofisiólogo como Edelman. Desde el punto de vista del psicoanálisis, la separación de lo consciente y lo inconsciente exige también la conexión de varias instancias distintas, las que conciernen a la pulsión y las que regulan la efectuación del habla. La disparidad de sincronización entre las áreas es del mismo orden que el que exis­

13. Ibid., p. 175.14. Véase B. Mazover, “Le cerveau de la connaissance: physiologie de la cognition et ¡mages du cer-

veau”, ¡ti Y. Michaux (dir.), Le Cerveau, le langage, le sens, op. cit., p. 84: “En un plano general, se puede considerar que el aporte mayor de estos métodos es demostrar que las funciones cogniti- vas están basadas en la puesta en juego no de una, sino de una red distribuida de áreas corticales que poseen una dinámica temporal”.

15. Ellos comparan esta complejidad con un conjunto de especialistas que discuten entre ellos an­tes de establecer un "equilibrio de complejidad” (ibid., p. 166). Este concepto no corresponde a su uso psicoanalítico, que explícita la interacción entre partes contradictorias y, sin embargo, so­lidarias.

16. Véase J. S. Bruner,“La réponse allant au-delá des informations que lui sont fournies”, Beyond In­formation Given - Studies in the Psychologies o f Knowing, New York, W. W. Norton, 1973.

17. Según G. M. Edelman y G. Tononi: “ [...] el funcionamiento [del cerebro| descansa más bien so­bre las propiedades como la variabilidad, la amplificación temporal, la degeneración y el valor”(op. ot.,p. 115).

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C o m o la s n e u ro c ie n c ia s d em uestran e l p sicoaná lisis

te entre el sistema pulsional (que se ha de reprimir) y el pensamiento (que autori­za la conciencia). La diferencia de potencial entre distintas áreas atestigua el traba­jo de represión, de modo que cuando la represión fracasa, y todas las áreas cobran una hipersincronicidad simultánea, la conciencia queda abolida.

La disparidad de niveles entre las áreas conectadas provoca la conciencia: su chis­pa nace en la diferencia de potencial que existe entre las áreas de la sensación y las del lenguaje. La conciencia de un sujeto resulta de la represión de los peligros de la pulsión, gracias a un proceso reentrante en el sistema simbólico. Se trata de pasar de un sistema de información explosivo a otro que lo desactive. Reentrar equivale a reprimir: el inconsciente freudiano no se define negativamente com o una no-con­ciencia pasiva, sino que resulta de un proceso activo que es la represión. El “yo” [jej* de la conciencia procede de la puesta en tensión del hemisferio dominante y relati­vo al lenguaje. Éste se vuelve así por contragolpe el “yo” [je] de la inconsciencia del hemisferio dominado.18

El acoplamiento de las áreas reentrantes en el curso de una misma acción tie­ne la ventaja de explicitar el m odo de presencia del inconsciente en lo consciente. También permite comprender por qué tantos neurocientíficos confunden (en el mejor de los casos) el inconsciente freudiano con la memoria implícita. Aunque elementales, los movimientos “automatizados” no están aislados: toman presta­do el relevo de una especie de cartografía global19, relevando el movimiento y las sensaciones al hipocampo, a los ganglios de base y al cerebelo. Los mapas locales reentrantes, conectados a la cartografía global, integran el recuerdo de acciones similares: participan de la automatización de la acción en curso. Estas automati­zaciones facilitan en buena medida nuestras actividades, gracias a una especie de piloto automático. Cuando Edelman y Tononi escriben: “Éstas son las cartografías locales que más contribuyen a los actos inconscientes en el cerebro”20, su utiliza­ción de la palabra inconsciente corresponde a estos automatismos. Estos difieren así del inconsciente freudiano, aunque puedan tener con él una relación contin­gente. En efecto, eventualmente es durante una actividad inconsciente, en el pri­mer sentido (piloto automático), que a veces se producen retornos de lo reprimi­do de lo inconsciente (en sentido freudiano), com o los actos fallidos o los lapsus. Durante los momentos de pilotaje automático, el sujeto de la conciencia baja la guardia y el inconsciente puede manifestarse en esta ocasión. El retorno de lo re-

18. La mayor parte de los neurocientíficos llaman “dominante” al hemisferio del lenguaje. A menu­do desean mostrar la supremacía de lo orgánico, pero sus resultados prueban lo contrario, dado que constatan ellos mismos la supremacía del habla. Véase Julien Barry, Neurobiologie de la pen- sée, op. cit., p. 295.

19. Múltiples mapas locales reentrantes (a la vez motrices y sensoriales) participan de la elaboración de la cartografía global, que pone en juego grandes partes del sistema nervioso (G. Edelman y G. Tononi, op. cit., p. 118).

20. Ibid.,p. 119.

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primido es develado gracias a las áreas reentrantes. Id piloto automático no tiene sino una relación azarosa con el inconsciente freudiano, relación facilitada por la actividad reentrante que utiliza la represión.

La noción de sistemas reentrantes margina todavía un poco más el término de localización cerebral empleado hasta hace poco.21 Los términos hoy utilizados, como los de “ localizaciones distribuidas”, reagrupan conjuntos de neuronas pertenecien­tes a varias de las antiguas localizaciones. Al volverse funcionales y ya no anatómi­cas, estas localizaciones distribuidas ganan en precisión y explicitan una cinética cerebral. Pero, aunque en adelante se encuentre animada, esta descripción no dice nada acerca de la subjetividad que preside los intercambios entre conjuntos neuro- nales. Es el caso que queda por completar para situar el nacimiento y la reconduc­ción de la conciencia. El sujeto humano no es el de la atención animal: sobrevivien­te de los callejones sin salida de la exigencia pulsional, vive diariamente una suer­te de obligación de simbolizar un proceso de humanización sin fin. Aún no somos hombres en ningún caso, si ha de entenderse por hombre el sujeto dividido entre su goce y una prohibición que no acepta, obsesionado tal como está por el sueño de una animalidad feliz.

21. ¿Evocaba quizá este término, un poco más de la cuenta, una especie de frenología interna? Las localizaciones corticales, sin embargo, tienen un fundamento científico, lo cual no ocurría en el estudio de las formas del cráneo.

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La placa giratoria entre consciente e inconsciente ¿cuál es el rol del lóbulo prefrontal?

C a p ít u l o 18

Hasta hace poco, ninguna función verdaderamente específica parecía reserva­da al lóbulo prefrontal, es decir, a un tercio de la masa cortical del hombre. Se obtu­vo la atención a partir del famoso caso de Phineas Gage, aquél obrero serio y apli­cado vuelto inestable y querellante luego de un traumatismo del lóbulo frontal. De allí se extrajeron conclusiones demasiado generales sobre el síndrome frontal, es de­cir, problemas de la memoria, del humor y de la afectividad.1 Los neurólogos vie­ron aquí el origen de los problemas de carácter, apreciación que entrañó operacio­nes quirúrgicas en esa zona.2

L a r e f l e x iv id a d : la f u n c ió n principal del n e o - c ó r t e x p r efr o n tal

Estas observaciones empíricas fueron seguidas por aproximaciones más deta­lladas. La integración de las áreas lateralizadas es facilitada por las áreas asociativas prefrontales, que alcanzan a un gran desarrollo en la especie humana. Su descrip­ción fisiológica subraya que ellas mismas no son lateralizadas, y que ocupan un lu­gar determinante en la organización de los comportamientos orientados, en la afec­tividad y en la estructuración temporal. Ellas juegan también un rol en diferentes programaciones de los comportamientos motores, lingüísticos y de rememoración

1. “En pacientes con lesiones del córtex prefrontal |... | se observa igualmente una indiferencia afec­tiva, una pérdida del aliento vital y una actitud de retracción social” (P. Karli, “Le cerveau des affects et des émotions”, in Y. Michaux, Ir ( erveau, le langage, le sens, op. cit., p. 109)

2. Esta función afectiva explica quizá el rncarm/ainicnto de algunos neurofisiólogos por localizar en el córtex prefrontal una especificidad de la esquizofrenia, no sin que los cirujanos apliquen el es­calpelo. Para una lista exhaustiva de las patologías prefrontales, véase Julien Barry, op. cit., p. 235.

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G íh a iu ) P o m m ü i i

voluntaria. Los neurólogos describen el lóbulo prefrontal como una suerte de torre de control sin la cual el tráfico proseguiría, pero desordenadamente.3

Estas funciones están mal definidas, y sin embargo reclaman atención, porque ¿en qué consiste exactamente esta integración que facilita la acción? En el conjun­to variopinto de atribuciones prefrontales, se distingue una cualidad: la reflexivi- dad. Esta especificidad, ¿no merece ser separada de las otras, que quizá proceden de ella? En efecto, la neurofisiología ha mostrado que el córtex prefrontal es responsa­ble de una transposición en espejo específica de los programas motores del hemis­ferio izquierdo, (antes de su ejecución por parte el área motriz del hemisferio dere­cho): la noción de espejo es explícitamente utilizada por numerosos investigadores.4 Para algunos autores, com o Wolf Singer, la conciencia resulta no solamente de la sincronización,5 sino de la reflexividad. Así escribe, por ejemplo: “Estas interacciones de un área con la otra, autorizadas por la sincronización de las neuronas, tendrían lugar ya sea por la intermediación de zonas más profundas del cerebro, como el tá­lamo, ya sea por injerencia de conexiones internas al córtex. Quizá sea en este juego de espejos que se anude la conciencia”.6 Entonces, los numerosos procesos de inte­gración del córtex prefrontal están condicionados por el funcionamiento reflexivo de esta torre de control: todas las estructuras proyectadas sobre el córtex prefrontal son los puntos de mira de aquélla. Este rol de la reflexividad explica la enorme im­portancia de esta zona del neo-córtex (30% de su masa total).

¿Qué rol juega una reflexividad tan sistemática? Se podría pensar que solamen­te aporta un dato suplementario, reproduciendo la sensación o el programa de ac­ción, desdoblándolo, com o si hiciese falta disponer de una maqueta de operaciones para que a continuación la acción sea verdaderamente eficaz. La reflexividad tiene muchas virtudes, y es con toda la razón que se le atribuye un rol principal en la ac­tualización de la conciencia: habría que darse cuenta de lo que se piensa para pen­sarlo conscientemente. Pero, al hacer esto, no se distinguen claramente las diversas especies de reflexividad: la que es específica de la atención, y la reflexividad propia de la conciencia humana (ligada a la efectuación de frases).7

3. “Es entonces en la planificación de la acción, en la organización del comportamiento a largo pla­zo, en las tomas de decisiones, el cálculo de ventajas e inconvenientes de tal o cual acto, que se ma­nifiesta el rol del lóbulo frontal” (M. Jeannerod, “Les fonctions cérébrales”, in Y. Michaux (dir.), Le Cerveau, le langage, le sens, op.cit., p. 53).

4. P. Rackic et alii, Neurobiology o f Neocortex, Chichester, J. Wiley, 1988.5. Véase W. Singer, “Neuronal Synchrony: a Versatile Code for the Definition of Relations”, Neuron,

vol. 25,1999, p. 49-65.6. W. Singer, “Synchronisaton neuronale et représentations mentales” Pour la science, 302,2002.7. Habría que poner en función de estas dos ocurrencias los múltiples sistemas analógicos biunívo-

cos que pueden explicitar la reflexividad de la conciencia. El complemento asociado de un ele­mento actual puede ser la historia individual (el pasado) o colectivo (la cultura). Así, puede ex­traer de la colección personal de símbolos, cuya atemporalidad orienta el juicio. Sería necesariotener en cuenta también el hecho de que, sea cual sea el sistema analógico (proceso primario o

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C o m o i .a s n h u r <h :ik n i:ia s d e m u e s t r a n e l p s ic o a n á l is is

La r e f le x iv id a d propia d e l ser h u m a n o

Clásicamente, la conciencia exige un acto reflexivo, pero, ¿qué es este acto re­flexivo? Por sí sola, la transmisión de una información no caracteriza a la concien­cia: es necesario añadir la reflexividad.8 Según Edelman, la conciencia comenzaría en la conciencia de la conciencia. Esto quiere decir que se produciría cuando un sujeto traduce un sistema de información a otro, que lo produce él mismo como sujeto que refleja9 el primero en el segundo. Cuando un sistema de signos es re­flejado en otro sistema, esta traducción crearía su propio observador.10 Pero, sin duda, los animales disponen de esta reflexividad. Cuando prestan atención, no es tanto que sean conscientes de que son conscientes (fórmula un poco redundan­te), sino que son conscientes de sus percepciones.

En cambio, la reflexividad difiere para el hombre, porque al sistema percep­ción-conciencia se añade la pulsión. Hay que recordar una característica ya dis­cutida de la conciencia humana. Toda cosa amenaza con engullir al que la per­cibe en la infinidad de sus asociaciones (a la manera de un hombre que, priva­do de dormir, cae a cada instante en sus sueños). Cuando este sujeto nombra su percepción, da ya un paso hacia la conciencia. Pero la palabra podría asociar­se a su vez a una infinidad de otras palabras. Y esta palabra emerge de sus múl­tiples conexiones cuando es definida por otra palabra, y el habla así constitui­da se dirige a alguien: ella adquiere de este hecho la reflexividad especial que ca­racteriza a la conciencia humana. Esta última no es la reflexividad general que caracteriza a la conciencia humana, sino la reflexividad discursiva: el hecho de que una palabra se defina por otra palabra. No se puede definir la conciencia simplemente como “ la capacidad de ser consciente del hecho de ser consciente”, com o sostienen Edelman y Tononi," porque esta reflexividad también caracte­riza a la conciencia animal. Para que haya conciencia de la percepción, es nece­saria la represión previa de la pulsión. El pensamiento juega ese rol. De modo que el pensamiento gramatical se vuelve en el hombre la condición de la con­ciencia. El “yo” [je] consciente aparece después del pasaje de la percepción pul- sional al habla. El habla se constituye según una doble reflexividad, propia del hombre: 1) reflexividad de la frase misma; 2) reflexividad de aquél que habla respecto de quien lo escucha.

secundario), está orientado en un solo sentido: va de la sensación a las huellas mnésicas de las palabras, que retroactivamente aseguran la conciencia de la percepción.

8. Algunos mediadores químicos pueden, por ejemplo, dar la información de una baja de tensión arterial que, en consecuencia, será corregida, pero sin que exista ninguna conciencia.

9. [En francés réfléchir significa tanto “reflejar” como “reflexionar”. N. de los T.]10. A partir de un acto de traducción de un conjunto de representaciones en otro, se establecería la

reflexividad que caracteriza a la conciencia.11. Comment la matiére devient conscience, op. cit., p. 247.

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G tR A R O PoM M ILU

Una de las tres características principales de una frase gramaticalmente bien formada es su reflexividad.12 En un enunciado cualquiera del tipo “esto es eso”, una ecuación une “esto” con “eso”, definiendo la conciencia reflexiva de un obje­to. Que exista otra operación que asegure la “conciencia de esta conciencia”, no es verdaderamente necesario para definir la reflexividad del pensamiento. Ella lo es desde que se forma, y esa es su función. Esta reflexividad condiciona por sí sola a la conciencia, como característica principal del pensamiento. Ella constituye la resistencia a partir de la cual la conciencia se separa del inconsciente. La reflexi­vidad no es tanto la conciencia de la conciencia como la línea de quiebre que re­siste al inconsciente. La aislar y ligar dos términos reflexivamente articulados, la conciencia reprime el resto. Dos términos se solidifican en la ecuación de una fra­se, mientras que, al mismo tiempo, el semejante al que ella se dirige se encarga de validarla. La reflexividad de la frase se establece al mismo tiempo que la reflexivi­dad del lazo al semejante.

Esta demostración también se corrobora siguiendo un camino inverso: quien se dirige a un semejante, con el mismo movimiento se asegura de la consistencia de su propio cuerpo. La represión pulsional se acompaña de una importante pérdida de goce del cuerpo, que el narcisismo (o incluso el espejo) buscar paliar: el hom­bre no puede vivir sin amor. La dimensión narcisista sin la cual él desmejora se es­tablece en relación al semejante, y el habla es el soporte de esta relación. Después de todo, la lucha por el goce maquina una reflexividad bífida: el habla sirve para go­zar al mismo tiempo que declara el amor. En este doble movimiento, se realiza la integración de la conciencia. El goce del cuerpo pulsional es reprimido en prove­cho del goce del habla, es decir, gracias a su reflexividad, validada por el semejante al que aquélla se dirige.

Cuando hablo a alguien, soy. Se trata menos de la evidencia filosófica cartesiana que del desplazamiento de la cuestión del ser al nivel del verbo. Gracias a esta trans­lación, existo como “tercero excluido” de mi propio hablar, o incluso como sujeto de la enunciación, exterior a la reflexividad de la frase, en la duplicidad del ser refleja­do ante de mí. La reflexividad implica, en el mismo movimiento: el amor, hablar al otro y formar frases gramaticalmente. La relación con el semejante, la afectividad o la reflexividad de las frases, son las condiciones de la conciencia. Así definida, la re­flexividad propia del hombre es la del habla, correlativa del “estadio del espejo”.13

12. La reflexividad toma parte de los principios de la lógica aristotélica que se encuentran en el Orga- non. La reflexividad, al igual que el “tercero excluido” y la “no-contradicción”, significa que, cuan­do un determinado término se define por otro reflexivamente, esta frase es lógica.

13. Véase Émile Benveniste, Problémes de linguistiquegénérale, Paris,Gallimard, 1966, p. 260: “El len­guaje únicamente es posible porque cada locutor se establece como sujeto remitiendo a sí mis­mo como el yo [je] de su discurso. Por esto, establezco a otra persona, la cual, por más exterior que me sea, se vuelve mi eco, al cual digo tú y que me dice tú”.

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C o m o la s n e u r o c il n c ia s d k m u u s t r a n l i p s ic o a n á l is is

La r e f le x iv id a d g r a m a t ic a l y e l esta d io d e l espeio

A veces se explica el estadio del espejo como un momento en que el sujeto se re­conocería en la imagen porque sería, al mismo tiempo, nombrado por la persona que lo tiene en brazos.14 Jacques Lacan no quiso mostrar (como Henri Wallon lo hizo) un estadio particular del crecimiento del sujeto, sino un descentramiento del cuerpo psí­quico en relación al organismo, momento homogéneo en los comienzos del balbu­ceo y la gramaticalidad. Dicho momento se observa, pero no hay que olvidar su con­dición sintáctica. La relación con el reflejo sólo pone en escena un proceso iniciado por la gramaticalidad. Cuando un niño percibe su imagen en un espejo, se reconoce en la medida en que es ya exterior a sí mismo, como sujeto de su balbuceo. Gracias a esta excentración, se ve fuera de sí: reconoce fuera lo que ha reprimido, es decir, la significación incestuosa de su cuerpo. El nacimiento del sujeto de la conciencia repri­me al mismo tiempo la significación psíquica de la imagen, ese extraño reflejo plano. He aquí lo que hace reír de alivio al niño. La risa es el rasgo propio del hombre que escapa al incesto. Desde lo alto de su lugar de sujeto, el niño ve gesticular en el espejo la representación del cuerpo psíquico pulsional rechazado hacia fuera.

El estadio del espejo exterioriza lo que el habla acaba de efectuar, simple caso par­ticular, en cierto modo tangible, de la existencia del sujeto de la enunciación. Muestra la relación de inclusión disyuntiva entre la imagen y el pensamiento. Pensar permite verse a sí mismo en la medida en que el yo del pensamiento esté fuera de la imagen, a la que contradice y puede así percibir en su extrañeza. La partida ya fue jugada a nivel de las significaciones de las frases: son las primeras en reflejar el yo del que se separa el sujeto; éste se ve en las frases como si pudiese hacerlo en un espejo. El acto de balbu­cear también hace reír al niño, mucho antes de que su balbuceo signifique algo.15

La mayor parte de los animales no se distinguen en un espejo: siempre quedan en el interior de sí mismos. Si ven en un cristal una forma que se anima al mismo tiempo que ellos, no son ellos. Una primera línea de demarcación aparece en los si­mios, de los que la mayoría (los macacos, los babuinos) se comportan ante un espe­jo com o si tuviesen un enemigo en frente,16 en el cual no se reconocerían. En cam­bio, existe un segundo grupo de simios, los antropoides (chimpancés, orangutanes), que saben utilizar el espejo para examinar su cuerpo. Si se les dibuja una cruz roja en la frente cuando duermen, buscan borrarla al despertar, no en el cristal en que la perciben, sino sobre su piel.17

14. Véase J. Lacan,“Le stade du miroir conimc formateur de la fonction du Je”, Écrits, op. cit.15. La significación de las frases refleja al que las pronuncia. La mayor parte de los enunciados no dicen

nada muy particular. La frase asegura solamente de la existencia subjetiva. Cuando, de vez en cuan­do, las frases también comunican un mensaje, conservan esta función primera al mismo tiempo.

16. P. Buser, “La conscience anímale”, l’our ln si tem e, 302, 2002, p. 87.17. En la década de 1960, Gordon Gallup puso a punto el “test de la mancha”. Cuando se pone una

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(iPKAHIl P o m m ip .r

Este auto-reconocimiento debe ser puesto en paralelo con otra línea de demarca­ción que existe entre estos grupos de simios: los antropoides son capaces de inven­tar sistemas de signos que les permiten comunicarse con aquellos que conocen esos signos, estando excluidos los que no los conocen. Todos los animales utilizan siste­mas de signos que valen para toda la especie.18 D. Premack y G. W oodrufP mostra­ron que un lenguaje de signos enseñado por el hombre a los antropoides ensegui­da fue utilizado por estos últimos para comunicarse entre ellos; además, son capa­ces de inventar un sistema de signos que les pertenecería exclusivamente. Cuando los antropoides inventan signos, son imprevisibles y se establecen en función de una actitud de anticipación de la reacción del otro. Estos simios pueden aprender par­cialmente los signos del lenguaje de los sordomudos, pero siempre ignoran la sin­taxis. Así, entre ambos grupos de simios existe una demarcación tanto para el espe­jo com o para el lenguaje de signos.20 En lo que concierne a la relación con el espe­jo, se obtiene entonces la siguiente repartición:

La mayor parte de los animales no se distinguen en el espejo: ven una imagen plana, quizá animada, pero que nunca está ordenada en el campo de lo viviente. Estos animales saben leer signos según un sistema innato que pertenece al conjun­to de la especie;

Algunos animales ven en el espejo otro animal de la misma especie, pero éste no es su reflejo. Pueden aprender a leer un gran número de signos nuevos, pero sólo püeden inventar un pequeño número, puramente denotativos;

Los simios antropoides se reconocen en el espejo. También son capaces de inven­tar signos que denotan un objeto en su ausencia y sirven de mensaje ante algunos de sus semejantes. Pero estos signos están sintácticamente ligados entre ellos;21

En cuanto a los hombres, se reconocen en el espejo. Pero este reconocimiento di­fiere cualitativamente: reconocen la parte pulsional de ellos mismos que han recha­zado. Este descubrimiento jubiloso es correlativo de los inicios del habla y de la di­visión entre yo y yo [je], dado que la gramaticalidad del habla tiene como función la represión de las pulsiones, especialmente las escópicas. La comunicación ya no utiliza más signos, sino que forma frases en las que la palabra denota alguna cosa si es definida sintácticamente por otra palabra.

mancha roja en la frente de un niño, éste sólo lleva la mano a su frente alrededor de la edad de un año y medio.

18. Por ejemplo, las nubes son el signo de una lluvia inminente, etc.19. “Does the Chimpanzee Have a Theory of Mind?”, Behavioral and Brain Sciences 1,1978, p. 515-

526 y 615-636.

20. La misma se corresponde con los criterios establecidos D. O. Hebb (The Organization of Beha- viour. A Nenropsychology Theory, New York, Wiley, 1949).

21. En calidad de inventores, son sujetos de estos signos, pero estos sujetos no están divididos en­tre su enunciación (del signo) y el enunciado de una frase (ligazón gramatical de los signos en­tre ellos).

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C ,O M O L A S N EU R O C 1 E N C IA S D EM U ESTRAN l l r s i e .u n iN n i . i s ia

Cuando la represión presenta dificultades en el hombre, com o en el autismo y algunas formas de psicosis, la imagen del espejo es desconocida. El sujeto no quiere saber nada de su imagen.22 En otras psicosis, la imagen del espejo activa una angus­tia violenta, como si anunciase una muerte próxima. Para estos sujetos, la imagen muestra bien una forma que se les asemeja, pero que no les pertenece y los acorrala como una entidad viviente que los amenaza. ¿A quien pertenece esta vida que ges­ticula en este doble más potente que ellos? Algún Otro la posee, el mismo que em­puja a comer, a beber, a dormir para hacer crecer esa vida de la que es dueño. Esta imagen plana presenta el yo pulsional de origen, alimentado - limpiado - lavado. Se lo puede llamar “él”, y es hablado desde hace mucho. Antes de su nacimiento, ya se hablaba de él: se habla acerca de él en tercera persona.

Esta personificación tercera no es lo propio de la psicosis, sino un momento ge­nético que se prosigue un tiempo posterior al nacimiento. A menudo se escuchan padres que hablan a su niño en tercera persona, y el niño los imita: habla de sí mis­mo com o si no fuese él, sino algún otro, para su placer. El “él” es esa piel muerta del espejo de la que se libera el “ yo” [je] que comienza a canturrear toda clase de frases con las que atrapa su vida de “yo” [je]. El “yo” [je] que juega con los sonidos se sepa­ra del “él” de la imagen. Cuando el “yo” [je] une un sonido con otro, para la secuen­cia que, en el balbuceo, se asemeja a una frase, este acto de unión de los sonidos se­para el “yo” [je] del “él”. El balbuceo transforma la brutalidad del sonido en algo pa­recido al habla. El “yo” [je] se sustrae al “yo” pulsional de las sensaciones brutas, de las que los sonidos forman parte y el espejo atestigua. ¡Qué júbilo liberarse de esta imagen: este doble de sí, este amor de anda! ¡Helo aquí por fin domesticado! ¡El “yo” [je] se divierte! Ahora que hace frases como un señor, ese pequeño “yo” emperifo­llado y aplanado, que gesticula en el espejo, le hace reír. Se divierte, y olvida la obs­cenidad del yo bebé omnipotente de origen: esta vida cortada de la vida, en adelan­te encerrada en los espejos.

G e n e r a l iz a c ió n d e la r e f l e x iv id a d p r o p ia d e l o h u m a n o : el ejem plo del

c á l c u l o

Jean Piaget llamó “abstracción reflexionante” a las actividades mentales ligadas al razonamiento, al contar, a la clasificación. Según él, la conciencia reflexiva del nú­mero sólo aparece alrededor de los siete u ocho años. Piaget eligió este término de reflexividad porque, en este modo de abstracción, el niño no se contenta con perci­bir, sino que pone en ecuación cierta percepción y otra que, en este sentido, se vuel­ve reflexiva. Para contar, por ejemplo, no basta con percibir ciertas unidades, sino

22. Se puede tener una intuición de lo vivido en numerosos mitos, cuentos, leyendas, donde se evo­ca la figura del diablo o de hechiceros privados de reflejo o de sombra.

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GfkAkl) PoMM Il k

que se debe poder reunirías, al menos, por una cualidad común, es decir, abstraer la cifra. ¿Puede ser aislada esta especie de reflexividad de la cifra? No, porque aislar la cualidad común a un conjunto no puede hacerse sin la condición previa del pensa­miento. La condición de posibilidad de la ecuación es previa, y es en este nivel que opera la reflexividad. Por ejemplo, primero “esto es eso”, entonces puedo reunir en un solo conjunto todos los “esto”.23

La preciosa observación de Piaget merece ser conducida nuevamente a su fuente discursiva, y se debería poder reparar en la reflexividad numérica a partir del naci­miento del habla. Jacques Mehler, investigador del CNRS, puso en cuestión la cro­nología establecida por Piaget. Considera que los niños pueden realizar los test de Piaget desde la edad de dos o tres años, es decir, tan pronto como el pensamiento es capaz de distinguir cualidades. Esta dimensión reflexiva de la cualidad por acción del pensamiento aparece después en la abstracción del cálculo.

Pero, ¿no habría que ir todavía más arriba? En efecto, si la posibilidad del cál­culo se establece en relación al habla, se trata en principio del habla del Otro ma­terno. Naturalmente, no existe nada que se parezca a una cifra -con un nombre de cifra- para un niño de pecho: son ciertas cualidades sensoriales que aíslan las unidades las que más tarde serán nombradas por las cifras. Por ejemplo, la sensa­ción de la desaparición cuenta hasta dos, y puede hacer llorar al niño. Otro ejem­plo: el niño al que se fuerza a comer representa para su madre el uno de la ple­nitud, y esta sensación puede hacerle vomitar. Esta cuestión de la separación del uno y de su división está en el centro de las primeras alucinaciones y los sueños. Sea com o sea, es cierto que la sensación del número (sino su nombre) tiene efec­tos verificables.

Respecto de esta cuestión, un artículo de Karen Wynn publicado en la revista N ature aporta elementos sorprendentes sobre la emergencia del número.24 En base al registro de tiempos de fijación visual, los niños de pecho de cuatro o cinco años llegarían a detectar acontecimientos ligados a las características del número. Según Karen Wynn, la identidad de algunas percepciones (la comparación de cualidades) presenta el primer movimiento de un cifrado. Este conteo está recubierto por la no­minación, que detiene su infinito al designar una cosa por medio de una palabra, ella misma definida por medio de otra palabra (según un par ordenado, finito). La relación primera al uno del falo es así recubierta por el desarrollo del lenguaje. Esta es la función misma de la represión: la posibilidad primera de cifrado a partir del deseo del Otro primero es reprimida por el sujeto. Los trabajos de Olivier Houdé aportan un complemento a este estudio: pareciera como si esta discriminación pre­coz a continuación fuese recubierta por el lenguaje. Los niños de dos o tres años son

23. Por ejemplo: “Estos corderitos son negros”, entonces puedo reunir en un solo conjunto todos loscorderitos negros: hay “tantos” corderitos negros.

24. K. Wynn,“Addition and Subtraction by Human Infants”, Nature 358,1992, p. 749-750.

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CBM O I.AS NEtmOCIENCIAS DKMUKSTRAN EL PSICOANALISIS

menos hábiles con el número que los niños de cuatro o cinco meses. Los desempe­ños iniciales sólo se recuperarían varios años más tarde.25

¿Cómo interpretar estos resultados? La relación inicial de los niños con el nú­mero se despeja a partir de la unidad imaginaria que existe entre la madre y el niño. En realidad, dicha unidad funciona sobre todo en el deseo de la madre, que buscar encarnar el uno del falo gracias al cuerpo del niño: este “uno” viene al lu­gar de su falta, es decir, del cero. Luego, de una manera u otra, se produce una se­paración con la madre, y este corte hace intervenir el dos. Para contar justo, de re­pente numera hasta tres, puesto que el primer “uno” se desprende para negar el cero (la ausencia de falo). La existencia del niño implica un conteo hasta tres (0,1, 2).26 La madre sitúa a su niño en el lugar del uno que le falta (cero). Hacer “uno” con la madre realizaría el incesto: en la angustia de ser identificado con el “uno” del falo materno, el niño rechaza este “uno” hacia fuera. Pero, una vez en el exte­rior, este “ uno” continua amenazándolo, porque está presente en todas las percep­ciones. Los niños de pecho más pequeños tienen pesadillas y alucinaciones de que una potencia exterior los va a comer. ¿Cómo luchar contra la amenaza de devora- ción? El primer movimiento fue el de rechazar al exterior lo que amenazaba con unificar. Pero, una vez fuera, la amenaza persiste: luchar contra el monstruo uni­ficante es dividirlo, y esto consiste en contar lo que hay fuera: comparar una cosa con otra, luego con otra cosa. Cada uno puede recordar estos procesos, cuando bajo el peso de la angustia se puso a contar. El niño, y luego el hombre, compa­ran sin fin las sensaciones entre ellas. Cada percepción presente evoca otra según la marcha de cangrejo del proceso primario freudiano. Así, la lucha contra el uno numera las cosas, unas después de las otras. La amenaza de una unidad infinita es lateralizada al exterior a través del conteo. Pareciera como si cada sensación se hinchase del uno devorador al momento de percibirlo, y como si, antes de su im­plosión, hiciese un paso al costado hacia otra unidad: una cosa, luego otra, luego incluso otra... El cero propulsa así la numeración hacia el infinito.

¿Qué hay de comparable entre una cosa y otra, sino ciertas cualidades que tie­nen en común? Estos rasgos de cotejo preforman la cifra, primer concepto que se abstrae del proceso primario. La cifra es el rasgo distintivo que une las regula­ridades de fenómenos distintos. Las comparaciones establecen ecuaciones: con­tar calma la angustia. La ecuación ecuánime calma a quien la realiza, liberado así su propia x desconocida, cuya algebra arriesga de igualarlo a cero. Lo pro­

25. O. Houdé, “Numerical Devetopment”, Cognitive Development 12,1997, p. 373-392. Véase tam ­bién, del mismo autor, “De la pensée du bébé á celle de l’enfant: l’exemple du nombre” en LF Dortier (éd.), Le Cerveau el la Pensée, Auxerre, Sciences humaines éditions, 1999.

26. Curiosamente, el cero sólo será descubierto tardíamente, y durante algunos siglos será objeto de una fascinación horrorizada, antes de ser utilizado en los cálculos.

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G fR A H D PoMMIHIt

pío de la comparación es la reflexividad puesta en ejercicio, también allí gracias a la ecuación.

Se puede mostrar por otras vías que esta reflexividad de la ecuación se articula con la reflexividad de la imagen del cuerpo en su relación con el semejante. De una manera u otra, el giro angular está implicado en la efectuación del cálculo, mientras que no es requerido por la memoria inmediata o el lenguaje. Esta región del cere­bro tampoco es necesaria para comprender los conceptos numéricos que subtien­den los cálculos. Paralelamente, se destacar que los pacientes que padecen de dis- calculia, luego de una lesión del giro angular, también presentan un problema neu- rológico asociado, la agnosia digital: son incapaces de nombrar los dedos que se les designa o se les toca. ¿Cómo comprender este paralelismo? Todo niño aprende el cálculo contando con los dedos, y varios adultos siguen moviendo los dedos, al me­nos mentalmente, cuando cuentan, manteniendo así una referencia a la imagen del cuerpo para realizar sus operaciones. La discalculia demuestra que la reflexividad articula lo numerable y la imagen del cuerpo (del mismo m odo que el movimien­to de contar infinitiza la relación del cuerpo con el uno del falo).

E l l ó b u l o prefro ntal s u b s u m e la r e f l e x iv id a d d e lo a f e c t iv o del espejo y

LA DEL HABLA

El lóbulo prefrontal tiene como rol integrar las diversas funciones, dicen los neurofisiólogos, pero justamente la asunción del “yo” [je] en el estadio del espejo es la condición necesaria para la actualización de todo aprendizaje y de las funcio­nes fisiológicas que éste requiere: ¡es necesario que haya un sujeto consciente en la máquina para que pueda aprender lo que sea! (Y lo genes, que son cortos de vis­ta, tendrían muchas dificultades para reproducir otra cosa que no sean sus progra­mas). Este mismo lóbulo prefrontal también jugaría un rol en el carácter y la afec­tividad, dicen igualmente los neurofisiólogos: pero justamente, la misma relación con el espejo también ilustra los avatares de la relación narcisista, rica en resurgi­mientos afectivos. El córtex prefrontal traduce en una dimensión orgánica la fun­ción de integración psíquica del narcisismo, es decir, la subjetivación del yo reflexi­vo. La importancia para la conciencia humana de la reflexividad, tanto a nivel del habla y el cifrado como a nivel de la experiencia afectiva del espejo, se traduce neu- rológicamente en el desarrollo prefrontal. Esta afectividad puede comprenderse de dos maneras. Se trata, por un lado, de la relación con el semejante y, por otro lado, de un gasto de “afecto”.

En El hombre neuronal, Jean-Pierre Changeux destaca que el pasaje del lóbulo derecho al lóbulo izquierdo se acompaña de descargas de afectos, gasto emocional al que contribuyen los lóbulos prefrontales. En efecto, el pasaje de derecha a izquier­

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L í ü M U LAS N fc U IU K .IE IN L .IA C » ur.iviur.ai w n n «.I. u i v . u n i i n K w . 1 .

da (dicho de otro modo, la represión) solamente es denotado por un afecto, dado que, por definición, la represión escapa a la representación. Su puesta en acto care­ce de significante o de imagen propia. Sólo el gasto de energía que exige la represión la señala. El cuerpo es afectado por la represión, porque una parte de su goce es re­chazada. Su disminución afectiva se reconstruye reflexivamente, en un trayecto que concierne, al mismo tiempo, a la reflexividad de las frases y la afectividad narcisis­ta, propia del lóbulo prefrontal.

La reflexividad no sólo demanda energía, sino que también le hace falta tiempo, porque no es una operación instantánea. Le es necesario cierto plazo para cumplir­se, com o lo demuestran, hoy en día, las neurociencias. Para que haya reconocimien­to de un acontecimiento actual gracias al pasado, es decir, para que cierto aconteci­miento sensorial pueda ser comparado con otro que ya ha sido memorizado, es ne­cesario que el tratamiento de la información que concierna a las sensaciones aná­logas pasadas no llegue después de las sensaciones actuales. Entonces, es necesario que la rapidez de la información que llega del cerebro sea superior a la de los cien­tos de milisegundos necesarios para la percepción. Según Jean-Paul Tassin: “Puede suponerse que el córtex prefrontal mantiene la información activa hasta que el aná­lisis y la clasificación de los estímulos exteriores puedan ser extraídos de su contex­to inmediato y dotados de un sentido”.27 La desaceleración necesaria para el trata­miento de la información se debería, según él, a la secreción de neuromoduladores dopaminérgicos. La inervación dopaminérgica no es asunto de los lóbulos prefron­tales, pero reúne informaciones en el mesencéfalo y pone en relación estas estruc­turas profundas con las estructuras corticales. Si se quiere conceder que los neuro­moduladores dopaminérgicos no son más que mediadores de una función, se ten­drá un argumento más para pensar que la reflexividad del lóbulo prefrontal reali­za la operación principal de la conciencia, la cual extrae al sujeto de la inmediatez de su percepción. En la escala de las especies, el rol del lóbulo prefrontal sería tanto más importante cuanto que la reserva de archivos para consultar crezca. Y esta vez hace un salto cualitativo en la especie humana, cuando esta función de frenado se vuelve la función de la represión.

¿Puede precisarse ahora en qué consiste exactamente la integración? La con­ciencia, según se ha mostrado, resulta de un diferencial entre dos áreas, y el pa­saje de una a la otra especifica al sujeto. Este diferencial se actualiza con motivo de la gramaticalización de las huellas mnésicas de palabras. Dado que esta opera­ción exige la reflexividad, se dirá que el sujeto se exterioriza gracias al lóbulo pre­frontal. Es decir, que también los sistemas reentrantes funcionan más fácilmente cuando se benefician de una mediación, según la vectorialización que va de la de-

27. J.-R Tassin,“La neuropharmacologie de la conscience”, Ronr la Science 302,2002. Véase igualmente C. Constantimidis, G. V. Williams, R Goldman-Rakic, “A Role for Inhibition in Shaping the Tem- porel Flow of Information in Prefrontal Cortex”, Nature 415,2002.

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recha a la izqu ierda, m o v im ie n to p ro b a b le m e n te d ia lec tiza d o p o r el ló b u lo p re-frontal. Engrama de la gramaticalidad, la reflexividad entrelaza la pulsión con elhabla gracias a la mediación prefrontal. El lóbulo prefrontal ocupa casi el 30% dela masa del neo-córtex, material que le es necesario para conectar la reflexividad,para establecer una línea de reparto firme entre lo consciente y lo inconsciente,entre los lóbulos derecho e izquierdo: así, su rol sobrepasa por mucho el de torrede control que a menudo se le otorga. Más bien aparece com o la placa giratoria entre lo cerebral y lo psíquico.

En lo que concierne a esta interacción entre lo cerebral y lo psíquico, Alain Pro- chiantz propone una hipótesis innovadora. En efecto, Prochiantz afirma que “ [...] una estructura psíquica neurótica, de hecho, puede muy bien corresponderse con una estructura de redes neuronales”.28 Por otro lado, considera que esta estruc­tural neuronal podría ser modificada por el psicoanálisis porque, escribe: “En el hombre, hasta una edad avanzada, sino durante la toda su vida, las neuronas si­guen siendo plásticas”.29 Alain Prochiantz se pregunta si esta tesis conmocionaría a los psicoanalistas. Tanto menos es así cuanto que los “nudos neuróticos”, com o los llama Alain Prochiantz, ya fueron descubiertos: son los síntomas, testimonios de contradicciones inconscientes que se anudan en el cuerpo, por falta de poder expresarse en la acción o, al menos, en esa acción que es el habla. El sistema ner­vioso es el agente de esta escritura y, sin duda, algún día se encontrará el equiva­lente de los nudos sintomáticos en la recta imagen del cuerpo psíquico. Pero so­bre todo es necesario concebir que las interacciones entre las diferentes áreas del cerebro ya presenten entrelazos: sus resultantes se anudan en el organismo y lo atan sintomáticamente. Estas hebras se reparten entre el lóbulo derecho pulsio- nal y el lóbulo izquierdo relativo al lenguaje, cuyas funciones son integradas por el lóbulo prefrontal reflexivo.

28. A. Prochiantz, La Construction du cerveau, op. cit., p. 80.29. Ibkl.

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C a p í t u l o 1 9

La conciencia m oral regula la conciencia de las percepciones

Para volverse consciente, el sujeto debe reprimir: le es necesario renegar de sus determinismos. Para dejar de ser un objeto, traiciona a su madre. Esta culpabilidad óntica orienta la conciencia desde su origen. Apercibir cualquier objeto es experi­mentar el peso de una insondable falta original. La más mínima percepción da la idea de una deuda antes de conocer el sentido de ese deber: la sensación más sim­ple ya se encuentra orientada por una ética. Cada acto consciente de la belleza del mundo se acompaña de un deseo de agradecimiento, sin saber a quién. La subjetivi­dad de la conciencia dificulta la objetivación por parte del deseo del Otro. En cierto modo, el hombre se siente culpable de ser sujeto; preferiría creer que no es más que un objeto.1 El lenguaje ordinario no distingue entre la conciencia de las percepcio­nes y la conciencia en calidad de guardiana de la ley.2

L a c o n c ie n c ia e s tá l ig a d a a l a fa lt a d e l r e c h a z o p u ls io n a l

En primer lugar, este sentido de un deber enigmático se orienta y se guía en función de la pulsión. Desde el comienzo, la conciencia es conciencia moral en función de la división de las percepciones según las líneas del placer y el displacer pulsional. La pulsión goza del cuerpo hasta el exceso, y el exceso de placer es re­chazado, duplicando así nuestras sensaciones. El rechazo evita un goce aniquila-

1. Así, se comprende la potencia de las teorías organicistas, que afirman que el cuerpo no es más que una máquina coordinada por neurotransmisores, programada por genes, cuyos comporta­

mientos están determinados.2. Freud escribe así en Tótem y tabú: “Si no andamos errados, entender el tabú arroja luz también

sobre la naturaleza y la génesis de la conciencia moral”. S. Freud, “Tótem y tabú”, en Obras com­pletas, Buenos Aires, Amorrortu, vol. XIII, 1988

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dor, pero engendra una culpabilidad, de m odo que una vez rechazada al exterior, la pulsión se escinde nuevamente entre placer y exceso de placer. La pulsión se di­vide todavía, una vez fuera, entre lo bueno y lo “malo”. El sujeto se arregla con su falta decidiendo qué es bueno y qué es malo, según sus gustos y disgustos. Ya no es él quien satisface, o no, el deseo del Otro: proyecta esta bipartición al exterior. La discriminación hacia fuera de lo bueno y lo malo economiza la culpabilidad del sujeto. Lo que vemos, escuchamos, sentimos, se divide inmediatamente entre placer y displacer, y se clasifica según la escala del gusto propia de cada uno. Nues­tras percepciones son acompañadas de un juicio inmediatamente: esto es bue­no, malo, bello, feo, bien, mal, etc. Como el pensamiento consciente se constituye conforme a un rechazo pulsional, su desarrollo se acompaña de un juicio implí­cito que separa lo bueno de lo malo, lo bello de lo feo, etc. Estas líneas de demar­cación del gusto dividen el mundo de las sensaciones a medida que pensamos y hablamos. A cada instante, llevamos un juicio implícito, del que no damos cuen­ta forzosamente al hablar.

Lo consciente, fuerza positiva, asegura su imperio a fuerza de juicios, de decre­tos inapelables, tomados en función de gustos que escinden el mundo según un or­den tiránico. Solamente una vez promulgada esta elección, nuestro pensamiento la justifica. El pensamiento no piensa nada sin la condición previa de un juicio que sea su razón. Antes de pensar cualquier cosa, la decisión principal que concierne a esta cosa ya ha sido tomada. El pensamiento y la razón no se sitúan en el mismo ni­vel. El pensamiento depende de un juicio cuya sola razón es la existencia del sujeto que se asegura gracias al rechazo violento de cierta cualidad. El universo del pensa­miento está antecedido por una razón que dicho pensamiento no expresa. Un con­junto de razones, de juicios sobre lo bueno y lo malo, el bien y el mal, lo justo y lo injusto, forma una cultura cuyo pensamiento difiere del de otra cultura, dado que no tienen una razón común. ¿Qué viajante ignora que el pensamiento difiere según los países, no porque sus nativos sean irracionales, prelógicos, subdesarrollados, etc., sino porque las razones de sus culturas difieren de las nuestras? Incluso aunque les hiciésemos conocer las nuestras, seguirían pensando de otro modo. La conciencia otorga así su tributo a la cultura.

La c o n c ie n c ia de l a f a l t a edípica

Pero la conciencia no permanece en este nivel de discriminación que correspon­de a la represión originaria. A continuación se orienta en función de la culpabili­dad edípica, que toma la posta de la culpabilidad óntica. El sujeto acaba de sostener su juicio gracias a un pensamiento: “esto es bueno”, o bien “esto es feo”. Pero, ¿quién acaba de pronunciar esta frase? ¿Cómo se llama este sujeto, y cóm o va a llevar su

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V A > m v / i .a o n r . u n t n . i m c i A a u o m u c a i n n n r . i . n u A i A i ’ i n i . o u

nombre sino tomando el del padre? Al mismo tiempo, lleva el peso de un fantasma parricida. La conciencia de la percepción es la de un sujeto que toma su nombre a costa de sangre. Entonces, la condición de la conciencia no es simplemente la exis­tencia de un sujeto: es necesario todavía que este sujeto lleve un nombre. Cuando el nombre del padre tambalea, la conciencia de las percepciones vacila en las neu­rosis o incluso se va a pique en las cegueras histéricas y los momentos crepuscula­res de la neurosis obsesiva. En las psicosis, el sujeto habla por fuera en las alucina­ciones y los delirios, cuando falta el nombre del padre. En contrapunto con sus ca­racterísticas clínicas, la culpabilidad es el afecto del pensamiento consciente, cuan­do el sujeto toma su nombre.3

La fa lt a en l a r e la c ió n c o n e l sem ejante

Todavía es necesario añadir un último término a esta culpabilidad que rige la conciencia. El habla desplaza la cuestión del ser del cuerpo al nivel del cuerpo de las frases. Pero estas frases mismas únicamente son válidas gracias a quien están desti­nadas. Cuando dos personas se hablan, cada una espera de la otra la reconquista de su corporeidad. Cada una busca la realización gemelár de su “Yo soy” al dirigirse al semejante.4 Hablar lleva una violencia latente. Lo demuestran las nubes de corte­sías que lo acompañan a cada instante. De m odo que, en este último nivel, la puesta en juego del ser y la nada se vuelve la lucha del amo y el esclavo. Hablar al semejante nos libera un momento de nuestro valor de cosas. Y es el semejante sobre quien re­cae repentinamente el peso de la cosa. Amamos abstractamente a este semejante, el cual, en tanto dueño del sentido, nos libera un momento de esta túnica de Neso de la Cosa. Pero este amor lo agrede, dando inicio a la lucha del amo y el esclavo. Desde el nacimiento hasta la muerte, el amor (o el odio) del prójimo restablece la represión: habitamos este espacio del amor que nos empuja a pensar o a hablar, a potenciar las huellas mnésicas que aparentemente registramos como computadoras, pero que no actualizamos como ellas (que nunca tendrán razón para reprimir nada).

Por una razón oscura, sin duda ligada a la opacidad del inconsciente, el habla pasa por una herramienta denotativa destinada a aprehender lo real. Pero su fun­ción es ejecutiva en primer lugar. El habla realiza al sujeto: gramaticaliza los impe­rativos y las recomendaciones, la jerarquía y los órdenes de preferencia en la rela­

3. Dar gracias al padre eterno acompañaba cada acto de conciencia en el mundo cristiano.4. El acto de locución se lleva a cabo gracias al semejante, a quien no menciona. Así como el suje­

to de la enunciación está excluido de la frase, aquél a quien se dirige la frase está ausente. La frase que se dirige al semejante lo excluye (no podemos llamarlo el “objeto” de la enunciación). Qui­zá sea por eso que Descartes no le otorgó importancia: “pienso, luego existo” ... pero tú no eres: el ser está de mi lado, la nada del tuyo.

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ción con el otro. La lengua no denota un determinado objeto sino una vez realiza­da esta función. Porque la primera ejecución que se realiza al hablar al otro, es libe­rar al sujeto de la conciencia. Una vez realizada esta ejecución, el decir denota algo a continuación; significa algo solamente en el límite.5 La pregunta por el ser de quien habla, gracias a quien lo escucha, es su problema principal. El “yo” [je] se vectoriali- za hacia el “tú” y orienta la sintaxis de las frases, que así aparece com o la condición de la conciencia de lo real. La violencia de los lazos sociales clarifica la conciencia. El desvanecimiento del lazo social, la soledad, evapora lo real. Así, existe una terce­ra estratificación de la culpabilidad que rige la conciencia. A la culpabilidad pulsio- nal, luego edípica, sucede la de Caín respecto de su hermano Abel. El ojo que, en el poema de Víctor Hugo, sigue a Caín hasta su tumba, no es solamente el de la con­ciencia moral: es el de la conciencia misma de lo visible.

5. Por otra parte, el habla es un recurso tan torpe para hacer esto, que las matemáticas son una he­rramienta más apropiada para medir lo real.

C u a r ta p a r t e

¿Es el cerebro la computadora de un cuerpo máquina?

A pesar de su éxito, se podrían considerar como despreciables las teorías del “cere­bro computadora”. En efecto, la mayor parte de los neurocientíficos de renombre no comparten ese punto de vista. Por lo tanto, no cabría más que esperar que la moda pase y estas construcciones sabiondas se desmoronen, como tantas otras.

Sin embargo, a medida que cada vez más neurocientíficos quitan su apoyo a las teorías del cerebro computadora, nacen nuevas hipótesis, resistiendo incluso los cambios de opinión de Hilary Putnam, su inventor. Los argumentos de Putnam son valiosos, porque, habiendo partido de un punto de vista ajeno al del psicoaná­lisis, alcanza conclusiones análogas sobre la importancia del lenguaje (con el voca­bulario que le es propio).

¿Por qué la teoría del cerebro computadora renace infinitamente de sus cenizas, cambiando apenas el envoltorio del conductismo por el del cognitivismo, o por cual­quier otro, quizá mucho más elegante? Es que, en cada caso, se trata de responder a la obsesión de autonomía del cuerpo máquina. Y, en consecuencia, de reducir la importancia de un inconsciente siempre tributario del deseo del Otro, o al menos de concederle funciones que lo hagan imposible de conocer. En realidad, no se pue­de atribuir la permanencia de estas tesis más que a una resistencia, o bien al deseo de terminar con el deseo. Porque, una vez más, los trabajos de los neurocientíficos concuerdan sobre este punto: el funcionamiento cerebral permanece enteramente abierto sobre dos cuestiones: la conciencia y el sujeto de la conciencia.

Por cierto, no se concluirá que el azar y el caos prevalecen en la discordancia de lo cerebral y lo psíquico. Y, por lo menos, se sabrá que es necesario proponer otra lógica que la de las computadora para formalizar este problema.

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Los prim eros pasos del cerebro com putadora

C a p it u l o 2 0

Desde los orígenes de la cibernética, las tesis de John Von Neumann fueron aplica­das al funcionamiento del cerebro.1 En primer lugar, Hilary Putnam comparó la ac­tividad cerebral con una computadora del que nuestra psicología sería el programa; y esta teoría, conocida con el nombre de funcionalismo, pretendió asegurar siempre, al menos del otro lado del Atlántico, la ortodoxia en materia de filosofía del espíritu. La idea fue lanzada, y un número impresionante de adeptos del hombre cibernéti­co retomaron estas tesis y las desarrollaron. Muchos investigadores, persuadidos de que la conciencia se desarrolla sobre un sustrato orgánico (necesario y suficiente), intentaron construir autómatas neuromiméticos2 que simularan algunas activida­des cerebrales. Informáticos construyeron robots que imitan el cerebro adjuntan­do inmensos bancos de recuerdos a sensaciones actuales. Pero la masa de datos re­querida nunca fue suficiente para obtener un resultado.3 Rodney Brooks y Luc Ste- els construyeron humanoides evitando injertarles un inconsciente (es decir, según

1. J. Von Neumann, “The General and Logical Theory of Autómata of Cerebral Mecanism in Behav- iour”, en L. A. Jeffress (éd.), Cerebral Mechanism in Behaviour, New York, Wiley, 1951, pp. 1-41. En su teoría de los autómatas, Von Neumann define las máquinas naturales (los organismos) como aquéllas cuyas fallas no afectan el desempeño general. Apasionado por el cálculo de probabilidades, elaboró la teoría general de protocolos, a partir de la cual fueron construidos las primeras com­putadoras. Contrariamente a quienes se inspiraron en sus resultados, Von Neumann pensaba que toda medida hacía intervenir la conciencia del observador. Su decisión subjetiva, no matemática, participa de la invención de las matemáticas y no puede ser explicada por ellas.

2. Véase Julien Barry, op. cit., p. 338.3. Es el caso del robot Kimset, creado en el laboratorio de inteligencia artificial del MIT por Cyn-

thia Breazel, y cuyo “rostro” puede expresar sorpresa, ironía, cólera, etc.

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V IIH M R II rUM M IHH

ellos, un banco de datos). Sus robots simples, capaces de interactuar con el entorno, cumplimentaban algunas acciones evitando las distinciones psicológicas.4

Más adelante, Putnam refutó él mismo su demostración, dando al mismo tiem­po un bello ejemplo de coraje intelectual. Su objeción es inapelable: ninguna con­cepción cibernética da cuenta de la intencionalidad, es decir, de la subjetividad. La intencionalidad no se explica por un bucle recursivo resultante de las percepciones. No obstante, el funcionalismo sobrevivió con la hipótesis de que los estados men­tales, es decir, los estados psíquicos de que depende la intencionalidad, serían idén­ticos a los estados del cerebro orgánico. A cada estado psíquico corresponde un es­tado orgánico, y si no puede examinarse el primero, sí puede observarse el segundo. Con esta hipótesis, los estados mentales serían observables gracias a los estados ce­rebrales y, por esta vía, su estudio se reduciría finalmente a las neurociencias.

Pero, entonces, se plantea otro problema: si el funcionamiento del cerebro fue­se isomorfo a los deseos y las creencias, los estados mentales deberían anteceder al lenguaje, dado que este último es exterior al cerebro. Si lo psíquico es isomorfo a lo orgánico, no depende de la influencia exterior del lenguaje. Es necesario, en­tonces, formular la hipótesis de que existe un lenguaje mental anterior al lengua­je constituido por los significantes. Entonces, el aporte teórico que merece discu­sión se vuelve el de un lenguaje mental (un “mentalés”, para retomar la feliz expre­sión de Putnam) precedente al pensamiento y el habla. Es por esta vía que la teo­ría del cerebro computadora es salvaguardada. Existiría una semántica del men­talés, con su sintaxis propia, análoga a la sintaxis de una computadora. Los con­ceptos existirían en el espíritu desde el nacimiento, antes de conocer las palabras correspondientes.5

Esta hipótesis de inmediato encuentra objeciones simples: ninguna representa­ción mental preexiste a la percepción de una silla, de un caballo, etc., por no hablar del conocimiento de lo infinitamente grande, de lo infinitamente pequeño, de lo in­finito sin más, de la física nuclear, etc. En este caso, los partidarios de una concep- tualización mental preexistente sostienen que es necesario reducir estos conceptos a sus “raíces elementales” más sólidas, por ejemplo, las percepciones. Sin embargo, si la conceptualización mental previa considera como raíces elementales fiables lo que se apoya en las sensaciones, cabe preguntarse si estas últimas aportan la menor

4. En 1964, J. Weizembaum y sus colegas del MIT también realizaron un programa lógico, Eliza, “psicoterapeuta", con el cual un paciente podía dialogar. El principio era simple: cada vez que el paciente pronunciaba determinada palabra (por ejemplo: angustia, mujer, niño, soledad, etc.), el programa formulaba una pregunta automática.

5. El prejuicio tenaz de una conceptualización mental que antecede al uso de palabras se remonta a Aristóteles En su libro De interpretalione, Aristóteles sostiene que, cuando comprendemos una palabra, es porque ésta es adecuada a un concepto mental que la preexiste. John Stuart Mili, Ber- trand Russell o Gottlob Frege también consideraron que un concepto preexiste en el espíritu an­tes de seleccionar los objetos de que se habla.

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C ó m o i a s n i u k o c i i n c ia s d e m u e s t r a n i i p s ic o a n á l is i s

certidumbre. Es contra la evidencia de las sensaciones que la ciencia ha progresado desde Galileo6: si el sujeto duda y, por lo tanto, piensa, es a causa de la incertidum- bre de las sensaciones que la pulsión aumenta constantemente. Dudamos espon­táneamente de que nuestras representaciones sean adecuadas a lo real de las cosas. La certidumbre de la adecuación de nuestras percepciones no se establece gracias a una conceptualización mental previa, sino gracias a una reducción de la duda que depende de una discriminación por las palabras y el pensamiento. Arribamos a ese resultado porque otros proceden a la misma operación, con fe en un lenguaje com­partido. El semejante nos asegura la realidad de nuestras percepciones, y lo que él cree reafirma nuestras creencias, originalmente inciertas.

Es en este sentido que avanza Putnam cuando critica la hipótesis mentalista en Representación y realidad.7 Putnam muestra que la significación de las frases no es decodificable por acción del cerebro a la manera de la computadora, sino que de­pende de un contexto exterior al cerebro: la significación, dice él, es “holística”. De­pende el otro, de aquél al que se dirige. El “holismo” critica al positivismo, según el cual el gran número de palabras se reduce a un pequeño grupo de términos.8

Desde el punto de vista holista, la definición de una palabra no depende de la cosa designada, sino del lenguaje en su conjunto y de las creencias que definen esa palabra.9 La intencionalidad misma depende finalmente de aquellos a quienes se ha­bla. En efecto, la intencionalidad de un mensaje es eficaz en función del crédito otor­gado al sentido por una comunidad. No existe un código del habla humana como adecuación entre un signo y una cosa (como ocurre con las abejas, entre otros ani­males). Toda palabra es doble: indica una cosa a condición de ser definida por otra palabra. Un diccionario no es un código. Este cambio de distribución de la infor­mación transforma los datos, y quienes comparan el cerebro con una computado­ra enseguida deberían comprender la diferencia. La denotación de una palabra de­pende de su definición por otra palabra, validada por un interlocutor (que perte­nece al conjunto de interlocutores que reconocen esa definición). Es necesario po­nerse de acuerdo con quien se habla para levantar las dudas que puedan existir so­bre el sentido de una palabra. Una duda infecta el programa para siempre. Su virus amenaza con cambiarlo constantemente. Entonces, puede comprenderse por qué las teorías computacionales, funcionalistas (o mentalistas) tienen tantos atractivos:

6. Véanse en este libro las citas de Descartes relativas a la relación con la imagen.7. Représentation et Réalité, Paris, Gallimard, 1990.8. El iniciador de esta tesis, W. Quine, considera que las expresiones con sentido se reducen a un

vocabulario epistemológico primitivo que corresponde a sensaciones catalogadas (W. Quine, De Vienne á Cambridge, Paris, Gallimard, 1980). Y en Cratilo Platón había sostenido una tesis según la cual las palabras primitivas estarían articuladas con sensaciones.

9. Los adeptos al funcionalismo buscaron refutar estas objeciones gracias a una teoría ampliada: el socio-funcionalismo, que resuelve el problema de la referencia integrando al cerebro computa­dora la sociedad y el ambiente.

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U IK A R D I'O M M II l<

porque proponen poner término a la incertidumbre que mina la representación y lanza una duda sobre su adecuación a lo real.

Y, sin embargo, ¡es esta duda la que es productiva! No se trata del hecho de que el sujeto estaría sometido al error eventualmente, sino que percibe constantemente el mundo a través de su realidad psíquica. El sujeto comienza por alucinar lo que ve, y es por eso que le parece que lo real se encuentra más allá de su percepción. La hi­pótesis de un cerebro computadora contradice la historia de las ciencias, que siem­pre han progresado superando las dudas inherentes a la subjetividad.

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C a p it u l o 2 1

Al buscar el apoyo de las neurociencias, el cognitivismo busca m ostrar

que el cerebro es una com putadora

La p r e c o n d ic ió n d e l p e n sa m ien to r e d u c c io n is ta

El pensamiento reduccionista buscar reducir el funcionamiento psíquico al fun­cionamiento orgánico. Para ello le es necesario apoyarse en las neurociencias utili­zando algunos de sus resultados: se trata de inferir el más a partir del menos, y de ubicar los eslabones faltantes en una cadena de efectos. Por ejemplo, si un gen per­mite la fabricación de una proteína, y si esta proteína participa de la efectuación de una actividad muscular, el comportamiento que permite esta actividad muscular será declarado genéticamente determinado. Las neurociencias engendran así, a pe­sar de ellas, una ideología explícita que se funda sobre sus resultados para justificar teorías del conocimiento y del comportamiento.1 Por lo demás, estas colaboracio­nes tienen consecuencias prácticas. Se consagran programas considerables a la bús­queda de genes de enfermedades mentales, com o si su presencia estuviese ya ad­quirida: J.-P. Changeux, por ejemplo, tiene por demostrada la existencia de un gen de la psicosis maniaco-depresiva. Las estadísticas probarían diferencias de transmi­sión entre gemelos verdaderos y falsos.2 Pero, ¿son útiles las estadísticas para saber que una melancolía corresponde a un duelo patológico? Y, como un duelo depen-

1. Estas teorías también buscan apoyarse en ciertos textos de Freud. Muchos cognitivistas y neu- robiólogos (como Bianca Lechevalier y Bernard Lechevalier [op. cit], K. Pribam y M. Gilí, en Le ''projet depsychologie identifique" de Freud: un nouveau regará [Paris, Puf, 1986]) citan en su fa­vor el Proyecto de psicología. Pero este ensayo no publicado significaba para Freud el fracaso de la explicación del psiquismo por medio de la neurofisiología. Representaba la última tentativa de casamiento entre la psicogénesis y la neurogénesis antes del descubrimiento del psicoanálisis.

2. Véase J.-P. Changeux, L'Homme neurona/, op. cit: la transmisión sería del 50 al 90% para los ge­melos verdaderos, mientras que sería de 0 a 30% para los falsos.

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de de un acontecimiento exterior, la relación con los genes no es tan evidente. Este comportamiento no puede estar genéticamente determinado, dado que reclama la condición previa de un sujeto, identificado únicamente en el lenguaje.3

Sin embargo, las teorías reduccionistas se suceden: infieren la causalidad a par tir de un encadenamiento de efectos -Broca se habría sentido culpable si hubiese sostenido que el área temporal izquierda produce el lenguaje (lo que injustamente Freud le reprochara en su texto sobre las afasias). Los neurocientíficos están menos ávidos de reduccionismo que los genetistas, que enloquecen por él, quizá ayudados por los medios de comunicación, que nos han acostumbrado al descubrimiento de los genes del comportamiento (el alcoholismo, la esquizofrenia, la homosexualidad, etc.). Una operación reduccionista se fomenta cada vez que se propone un sistema encajado de unidades elementales y niveles, cuya jerarquía supone una causa. Es el caso, por ejemplo, de los esquemas propuestos por la escuela de inteligencia artifi­cial, inspirada en el neurocientífico inglés David Marr.4 Éste se chocó, como todos los que han comparado el cerebro con una computadora, con la cuestión del pro­grama: ¿quién pone el software en la máquina? Y, como ya lo habían visto antes que él Descartes o incluso Chomsky, no se puede resolver este problema de otro modo sino invocando a un bagaje innato.5

El cognitivismo ha tomado la posta del conductismo, en franco retroceso en Es­tados Unidos (yen Francia), desacreditado por sus reducciones del funcionamien­to mental a una sucesión de reflejos.6 Uno de los maestros del cognitivismo, Jerry Fodor, tiene confianza de atribuir la “modularidad del espíritu” a órganos separados en el cerebro. La reducción cognitiva del psiquismo a lo cerebral ambiciona reducir las actividades humanas a la “máquina de pensar” de Turing. La cognición trata la inteligencia como un sistema de información de inferencia simple utilizado por to­dos los seres vivientes, en forma de rutinas pre-programadas. Los seres vivos pue­den inventar por fuera de este código, pero en condiciones también programadas para un objetivo. Así, la cognición es presentada como el instrumento de base de la aprehensión del mundo, sin tomar en consideración la invención del error. Sin em­

3. El periódico Le Monde, por ejemplo, interesado por las neurociencias y la genética, afirmaba el 17 de julio de 1993 que un equipo de investigadores estadounidenses estaba cerca de aislar el gen de la homosexualidad. Sin embargo, la nota no hablaba más que de una modificación del cromo­soma X en algunas decenas de homosexuales, y el comunicado de los investigadores añadía que ningún gen había sido identificado.

4. El cognitivismo de David Marr (1945-1980) intenta incluir el psiquismo en su nivel jerárquico más elevado, y sitúa lo orgánico en el nivel inferior.

5. Asimismo, Z. Pylyshyn construyó una jerarquía en el modelo de la computadora, el nivel cogni- tivo que activa la red nerviosa (Z. Pylyshyn, “Computation and Cognition. Issues in the Founda­tion of Cognitive Science”, Behavioural Brain Sciences 3, 1980, p. 111-169).

6. Véase J. Hochmann, “Une psychologie á prétentions neuroscientifiques exclusives devient viteune minable psychologie du sens commun" en Jacques Hochmann, M. Jeannerod, Bsprit, oü es-fu? Psychanalyse et neurosciences, Paris, Odile Jacob, 1991, p. 61.

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( A m o i a s n l u h o i u n c ía s d k m u k s t h a n i :i p s ic o a n á l is i s

bargo, podría escribirse una historia de la ciencia que mostraría que su progreso no es sino una larga sucesión de errores corregidos.

Por otro lado, ésta intención desconoce la fuente del deseo de saber del ser huma­no. Al pretender hacer la recensión de las capacidades de aprendizaje, gracias única­mente a las potencialidades neuronales, el cognitivismo desconoce este deseo de sa­ber. Las capacidades cognitivas humanas no caen del cielo de una razón pura, gracias a un crecimiento progresivo de la acción del saber sobre el capital de las neuronas. La conciencia nace reprimiendo la pulsión sexual, y busca saber para evitar conocer lo que ha reprimido: la represión funciona como su motor perpetuo. El cognitivis­mo excluye este motor de la represión dado que, por principio, desestima lo sexual; y considera que el deseo de saber no tiene otro origen que sí mismo. La cognición emergería de la cognición.“Nuestra actividad cognitiva cotidiana revela que [...] la facultad más importante de toda cognición viviente es [...] hacerlas preguntas per­tinentes que surgen en cada momento de nuestra vida. Ellas no están predefinidas, pero [... ] se las hace emerger”.7 ¿Qué es este “se”, que hace emerger preguntas a partir de una supuesta certidumbre de sensaciones? ¿Por qué el ser humano es inquietado por una duda constante sobre la realidad de lo real, y minado por el inconsciente en lo consciente? Esta duda lo lleva a buscar y, finalmente, a clasificar, aquello de que ha dudado, y el por qué de su duda. Una duda constante perjudica la certidumbre de las sensaciones: hay que eludir el motor inconsciente de la búsqueda.

El s u e ñ o de u n a a u to n o m ía m a r a v illo sa

Para Francisco Varela,8 los sistemas vivientes son máquinas provistas de autono­mía y auto-organización, a las que pueden aplicarse los principios de la cibernética y la teoría de los sistemas, con sus conceptos de causalidad circular, bucle recursivo, jerarquía enredada, autopoiesis, rol organizador del azar, etc. De manera brillante, este autor buscó poner en evidencia las relaciones que los componentes físicos de­ben satisfacer para constituir un sistema viviente.

Todo sistema biológico puede analizarse en función de sus componentes actua­les, al igual que un sistema físico. Una máquina autopoiética es un sistema con una relación interna estable (es decir, homeostática) cuya invariante fundamental es su propia organización, a saber: la red de relaciones que la define.9 Según Varela, el concepto de autopoiesis permite por sí solo diferenciar la fisiología de la psico-quí- mica. Por ejemplo, un automóvil no es una máquina autopoiética, sino una con-

7. F. Varela, Invitation aux Sciences cognitives, Paris, Senil, 1989-1996.8. F. Varela, Autonomie el Connaissance. Essais sur le vivant, Paris, Seuil, 1989, p. 40.9. Como escribe Varela: “Un comportamiento es asimilable a la figura mítica de un proceso infini­

tamente recurrente" (Ibid., p. 62).

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CiP.RAKI) POM M IER

catenación de procesos que no producen sus componentes. Así, la autopoiesis am­biciona definir la organización del ser vivo. Para Dominique Terré, la máquina au- topoiética se caracteriza por su autonomía y por una individualidad que la consti­tuye en una unidad (no se define en función de un exterior). En fin, no tiene ni in- p u t ni output, lo que quiere decir que, si sufre perturbaciones, no restablece menos su autonomía. Este último hecho corresponde a un ideal de autarquía, completa­do para Varela por la noción de “clausura operacional”.10 Varela parte de esta figu­ra para comprender la autogénesis de la célula y la evolución de la especie, que obe­decería a una circularidad generalizada. El ser vivo es así definido com o un sistema autónomo al interior del cual se aíslan subsistemas productores de sus propios ele­mentos. La autopoiesis dirige todos los niveles de los sistemas cibernéticos y del ser vivo, según la estructura analógica de sus mundos respectivos.

Cada sistema viviente defiende su autonomía contra el exterior, y para asegurar esta demostración Varela se apoyó en la fisiología del sistema inmunitario. De este modo, escribe, por ejemplo, a propósito de autarquía inmunitaria:" “Los primeros anticuerpos que se unen al antígeno suscitan, ellos mismos, la producción de anti­cuerpos, y así sucesivamente. Pero este proceso no puede crecer al infinito. Es por eso que el sistema solamente puede ser cerrado”. En este proceso de clausura, el funcio­namiento inmunitario descansa sobre mecanismos de conocimiento que no se dis­tinguen de su actividad. Conocimiento y acción son uno: ningún sujeto tiene modo de conocer lo que pasa al interior de la acción por sí misma. La historia recursiva del sistema inmunitario y su organización dicen solamente lo que es pertinente para el sistema. El sistema no tiene necesidad de decir lo que hace. Aquí no hay sujeto.

De este modo, el sistema nervioso realiza integralmente aquello por lo que está hecho en la acción misma. Si se hace una distinción entre las causas internas y ex­ternas de los cambios de estado del sistema nervioso, ella no puede ser establecida más que por un observador exterior: este último percibe el organismo como una unidad y define su exterior y su interior especificando sus fronteras, mientras que en realidad el proceso es únicamente interno. Así ocurre para un observador que vive una exterioridad por su relación a una interior. Como escribe D. Terré: “ Hay identificación de todo el ser en el interior de una esencia”.12 Los elementos de cono­cimiento no tienen otras características que las de realizarse: no son fenómenos ex­teriores, son puramente interiores. Así, se obtiene una identidad de lo subjetivo y lo objetivo, que vuelve inútil una investigación de los orígenes. Lo operacional corres-

10. D. Terré define un sistema autónomo operacionalmente cerrado como procesos que dependen, por un lado, recursivamente los unos de los otros para su generación y realización, y, por otro lado, que constituyen una unidad reconocible en el espacio (Les Dérives de l'argumentation scien- tifique, Paris, PUF, 1998).

11. F. Varela, Autonomie et Connaissance, op. cit.,p. 205.12. Op. cit.

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l V lM n l AS NiamoeiENC.IAS DEMUESTRAN EL PSICOANÁLISIS

ponde a lo real. No existe otro mundo que el constituido a través de las experien­cias que nos construyen. De manera que la extensión de la noción de autonomía permitió a Varela escribir, a propósito de las representaciones: “ El cerebro no reco­ge, sino que impone una información del entorno”.13 La autonomía del cuerpo así descrito no es iniciada por el deseo.

El bucle recursivo que define la clausura operacional corresponde, por ejemplo, al mismo dispositivo que el de feed-back. De esta manera, en una perspectiva cog- nitiva, la clausura operacional integra felizmente un sistema nervioso cerrado so­bre sí mismo. La visión, por ejemplo, puede ser considerada según las diferentes co­nexiones que conducen del ojo al córtex, del córtex al tálamo y al cerebro: a conti­nuación estos caminos se cruzan indefinidamente en bucle.14 Esta autarquía lleva al extremo la analogía entre la cibernética y el ser vivo. Propone un modelo hipercon- ceptual del hombre neuronal u hormonal, etc. Aunque más sofisticada, se reconoce la misma presión ideológica que la de la psicología del yo u otros sistemas que des­embocan en un “yo autónomo”, homogéneo al sujeto del derecho y al libre produc­tor de la sociedad de mercado.15

Por el contrario, para Henri Atlan el sistema es abierto, por más que esté estruc­turado por el mismo principio de auto-organización.16 Si se asemeja a un sistema en bucle, este último no puede ser completamente cerrado. Justamente, H. Atlan escri­be: “El bucle es cerrado cuando se observa al espíritu humano organizando la natu­raleza, él mismo como resultado de un proceso organizador natural. Y, sin embargo, el bucle no es completamente cerrado, porque este observador de la naturaleza es el ‘yo’, que es capaz de observar la naturaleza y de observarse observando”.17

¿P u e d e aislarse la c o n c ie n c ia del in c o n s c ie n t e ?

Las diversas tesis que acaban de ser citadas sólo dan una pequeña idea del inmen­so campo de investigación que han abierto las neurociencias. Se podría pensar que

13. Op. cit.14. Estas tesis de Francisco Varela y de Dominique Terré son homogéneas a la ideología de las neu­

rociencias desarrollada por Jean-Pierre Changeux o Jean-Didier Vincent.15. Quizá sea a causa del problema que plantea esta concepción del hombre cibernético que Varela haya

querido reintroducir una trascendencia en su sistema volviendo a dar servicio a la religión. En su li­bro L’Inscription corporelle de l’esprit (Paris, Seuil, 1993), elabora una teoría del “no sí-mismo” fun­dada en el pensamiento budista. No hacía falta más que éste para orear la iteración infinita de la cir­cularidad según las tres figuras del grabado de Escher, el teorema de Gódel y los fractales.

16. Lo aleatorio atestigua esta apertura: en el sistema nervioso, por ejemplo, lo aleatorio permite una economía considerable de las informaciones genéticas, que serían insuficientes si debiesen espe­cificar los detalles del funcionamiento de más de 10 mil millones de neuronas. ¿Cómo pudo or­ganizarse la materia en esta forma que llamamos vida?

17. H. Atlan, Entre le cristal et lafumée. Essai sur l’organisation du vivant. Paris, Seuil, 1979.

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Clf.RARI) PO M M II.R

el examen de los procesos conscientes merece ser valorizado en su propio nivel, una vez liberado de sus pretensiones totalizantes. No obstante, un problema mayor sigue en pie, porque no se puede aislar, por un lado, lo consciente y, por el otro, lo incons­ciente. El deseo de saber (cognitivo) es empujado por el deseo inconsciente.

Indirectamente, los cognitivistas reconocen una especie de inconsciente, aunque, hasta el día de hoy, sean funcionamientos preconscientes lo que han llamado de ese modo. Quizá exista también, dicen ellos, un inconsciente freudiano que conduzca a deseos y pensamientos reprimidos y patógenos, pero no nos interesa. Nosotros nos ocupamos de un cerebro concebido como un sistema de tratamiento de la informa­ción. Tales premisas podrían caracterizar a una ciencia que debe dejar de interrogar­se sobre la razón de ser de su objeto para examinar cómo funciona.18 Sin embargo, se plantea un problema, porque la delimitación de este objeto toma como modelo a la computadora, mientras que los resultados actuales de las neurociencias muestran lo contrario. Además, aunque existiesen programas genéticos, equivalentes al software, esto no cambiaría el hecho de que los aprendizajes más simples estén dirigidos por el deseo inconsciente y no por una apetencia cognitiva de la que sólo el hombre estaría afectado (los animales no aprenden sino en el marco de sus instintos innatos). ¿Cómo puede mantener el cognitivismo la hipótesis del inconsciente separándolo de aquello que lo motiva: la sexualidad, la pulsión, o el deseo? Porque para hacer corresponder las localizaciones cerebrales y una computadora haría falta desconectar la máquina de la subjetividad, la intencionalidad y los afectos. Es esto lo que Jacques Mehler y Em- manuel Dupoux declararon: “Adoptamos la posición según la cual la motivación y las emociones son a las ciencias cognitivas lo que la corriente eléctrica es a las computado­ras, a saber, una dimensión que podemos dejar de lado provisoriamente”.19 Después de este corte de corriente anunciado por sus propios autores, ¿cuánto tiempo va a tener el cognitivismo esta apuesta eléctrica? Tanto tiempo como sirva la ideología del hom­bre máquina. Entonces, esto puede durar algún tiempo, porque el hombre sólo sueña con ser una máquina. Esto puede durar tanto más tiempo cuanto que, contrariamen­te a las otras teorías organicistas que se hundieron a medida que se auto-invalidaban, el cognitivismo buscar evolucionar al mismo tiempo que las neurociencias.

En realidad, la crítica principal del cognitivismo no se vuelve tanto contra sus teorizaciones, entre las cuales algunas, frecuentemente brillantes (com o las de Vá­rela), obligan a repensar un buen número de preguntas; el problema no es tampo­co que estas teorías interesantes contrasten con la flaqueza de sus aplicaciones tera­péuticas; es más bien que esta disciplina es un aval ideológico de políticas retrógra­das. A partir de la década del 1980, su apariencia materialista ha legitimado ruino-

18. Así, por ejemplo, Claude Bernard debió cesar de interrogarse sobre el misterio de la vida para descubrir una medicina experimental, sobre el modelo de las investigaciones físico-químicas, que privilegia la no-vida.

19. “De la psychologie á la Science cognitive”, Le Débat, n° 47, novembre, 1987.

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C o m o l a s n e u r o c ie n c ia s d e m u e s t r a n e i p s ic o a n á l is is

sas políticas de salud, enseñanza e investigación. El cognitivismo es mencionado en primer lugar en los esquemas directores de salud mental de la OMS. El sector hu­mano de la psiquiatría ha sido sistemáticamente desmantelado, la formación de es­pecialistas (médicos y enfermeros) ha sido reducida, con el DSM IV, al aprendiza­je de catálogos de equivalencia entre síntomas y medicamentos psicotrópicos, cuyo consumo ha crecido en proporciones extraordinarias. Con la mediación del cogni­tivismo, las neurociencias legitiman así indirectamente las tesis organicistas, y este clima ha hecho arder las acciones de la psicofarmacología.20 Así, el organicismo es ampliamente favorecido sin que haya hecho su prueba científica y sin que sea segu­ro que resulte más económico a fin de cuentas.

20. Mientras que los psicotrópicos fueron descubiertos empíricamente y que ningún medicamento psiquiátrico es el resultado de investigaciones en neuropsicología.

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Las neurociencias m uestran que el cerebro no es una com putadora

C a p ít u l o 2 2

Es curioso constatarlo: la invención de la computadora procede de algunas in­vestigaciones en fisiología. En base a la delimitación del “medio interior” por Claude Bernard, Walter Cannon descubrió la homeostasis.1 Este principio definió la econo­mía de un cuerpo y sus procedimientos de regulación, en particular gracias al feed- back, que evita los cambios internos peligrosos. Este concepto fisiológico, eficaz lo­calmente, sin embargo propone un problema de fondo, dado que la adaptación se realiza en función de una especie de programa: ¡la computadora no está tan lejos! La homeostasis anuncia la cibernética, término inventado por Norbert Wiener en 1948 para designar la máquina autónoma autorregulada: “Es necesario que la in­formación que concierne a los resultados de su propia acción le sea proporciona­da como parte de la información según la cual deba seguir actuando”. En términos adaptados a la fisiología contemporánea, el sueño del hombre maquina de La Met- trie es rcformulado por Wiener: “Así, para mí, es preferible evitar todas esas pala­bras generadoras de problemas, tales como ‘vida’, ‘alma’, ‘vitalismo’, etc., y decir sim­plemente que no hay razón por la cual las máquinas no puedan parecerse a los se­res vivientes en la medida en que ellas representan bolsas de entropía decreciente en el seno de un sistema en que la entropía tiende a incrementarse”.2

1. W. Cannon, La Sagesse du corps, París, Éditions de la Nouvelle revue critique, 1939.2. El título de la obra de N. Wiener devela el problema de fondo: Cybernétique et Société. L’usage hu-

main des étres humains, París, 10/18,1962. ¡Es todo un programa, en efecto!

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N in g u n a f u n c ió n dk l c er ebr o i.o a p r o x im a a i.a c o m p u t a d o r a

Muchos fisiólogos quisieran aplicar al psiquismo los términos de N. Wiener, con­siderándolo como una parte aún ignorada del cerebro. Entonces, todo sería entera­mente cerebral, y se reduciría al modelo de la máquina de Turing: él presupone que la conciencia y el pensamiento son propiedades funcionales de la materia, aunque desprovistas de procesos biomoleculares. La maquina produciría el pensamiento sin la explicación del vitalismo o el psiquismo.

¿Es el cerebro una computadora que, com o la máquina de Turing, podría resolver cualquier operación lógica? Ninguna investigación neurocientífica corrobora esta hi­pótesis. En el curso de las últimas décadas, algunos investigadores como Israel Rosen- field abandonaron la analogía entre el cerebro y la computadora por preferir la idea de un cerebro “creacionista”, en el sentido en que, gracias a la superposición de sus archivos, crea las sensaciones, las observaciones, los pensamientos y también los re­cuerdos. La visión, por ejemplo, se divide en numerosos subsistemas que no corres­ponden a fotografías, y el acto de ver es “ fabricado” sin programa previo. El recuerdo del déjá-vu participa en la creación de las reglas de la visión según un procedimiento que difiere del de una computadora. En La invención de la memoria, Rosenfield des­taca que ningún cálculo explica cómo funciona nuestra visión del mundo.

G. M. Edelman y G. Tononi también muestran que el cerebro no funciona como una computadora.3 Dos computadoras de igual concepción poseen las mismas co­nexiones, mientras que las conexiones de dos cerebros difieren. No existe en el ce­rebro ningún proceso central único, mucho menos programas cargados de instruc­ciones detalladas o cálculos algorítmicos que coordinen distintas áreas, como en las computadoras. El cerebro de cada sujeto es tan único como su historia. Además, el funcionamiento cerebral no se explica sin la variación: algunas células restringen sus procesos, otras los extienden, otras incluso mueren, esto en función de la histo­ria de ese cerebro, que no dispone de ningún código previo, a diferencia de las com­putadoras. El cerebro aprende sin software y programa sus aprendizajes; regula si­multáneamente una cantidad de funciones corporales. Estos autores notan “ la ap­titud del sistema nervioso para efectuar una categorización perceptiva de las dife­rentes señales para la vista, el sonido, etc. Dividir en clases coherentes, sin un códi­go previo, es propio del cerebro, y las computadoras no lo consiguen”.4 El cerebro es un sistema selectivo variable, único e impredecible.

Confrontadas con un contexto imprevisto, las estructuras cerebrales no isomor- fas pueden dar el mismo resultado y asegurar la misma función que las especializa­das. Además, la memoria y la percepción son no representacionales y dan sus infor-

3. G. M. Edelman y G. Tononi, Comment la matiére devient cunscience, op. cit., p. 1965.4. Ibid.

maciones en función del contexto, sin estar regidas por un procedimiento previo. Las operaciones importantes se cumplen por selección, no en respuesta a códigos preestablecidos. Edelman y Tononi insisten sobre todo en la selección, es decir, fi­nalmente, en la elección... “Debemos concluir que, en sentido generativo, la selec­ción es más potente que la lógica”.5

Así, la neurofisiología cierne el problema (no resuelto) del sujeto de esa elección. Si no hubiese sujeto, no habría elección, como lo exigen las particularidades de mi­les de millones de interconexiones neuronales: la lógica de las neuronas se apoya sobre un principio de incertidumbre, sobre modos de complementación, una fle­xibilidad, procedimientos de catalogación de datos que no corresponden a los dis­positivos de inteligencia artificial. Nunca hay elección forzada. Los caracteres de las percepciones son trabajados separadamente, y su tratamiento cerebral sólo comien­za después de esta segmentación, seguida de una recombinación única, reforzada o complementada, es decir, un plexo múltiple, precoz o secundario. Cada objeto po­see sus memorias, pluralmente propias, con sus redes asociativas específicas. A di­ferencia de las computadoras, el cerebro adora lo fluido. El cerebro funciona con un margen de inexactitud no codificado. Una propiedad destacable, que Edelman y Tononi llaman degeneración, se añade a su eficiencia:6 varias áreas del cerebro dan informaciones según puntos de vista diferentes, o liberan solamente componentes de hechos similares. La robustez de las redes neurobiológicas y su adaptabilidad a ambientes imprevistos son aseguradas de este modo.

Esta diversidad de almacenamiento de la memoria corresponde a una experien­cia por lo demás corroborada por el psicoanálisis. La memoria de un mismo lugar, o de un mismo acontecimiento, por ejemplo, difiere sensiblemente según las edades de la vida y las circunstancias que las acompañan: cada hecho tendrá su propio de­corado, que puede ser el mismo, en función de la impresión producida por el suje­to. La memorización difiere según el traumatismo. Durante un análisis, los aconte­cimientos (o el mismo acontecimiento) se reconstruyen por sacudidas, como si di­versos estratos, diversos puntos de vista lo constituyesen. Un acontecimiento sigue vivo, no ha pasado jamás, sino que sigue estando presente e incluso futuro. Un ado­lescente no puede contar su infancia, como lo hará a la edad adulta, porque tendrá instrumentos diferentes para comprenderla.

5. Ibid., p. 254.6. I.a degeneración significa que informaciones heterogéneas, y para algunos degradadas, concier­

nen al mismo objeto: “Existen diferentes maneras, no todas necesariamente idénticas desde el punto de vista estructural, de producir informaciones. Llamamos degeneración esta propiedad” (ibid., p. 107).

7. ¡La degeneración no parece llevar bien su nombre dado que es más bien el signo de un progreso! Esta palabra se explica por la evolución: al comienzo, muchos conjuntos de neuronas se precipi­tan por una misma función y sólo algunas son seleccionadas. Las otras degeneran, pero siguen funcionando a título de sistema reentrante.

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A diferencia de una computadora, algunas zonas específicas del cerebro aprecian el valor de las informaciones antes de que una respuesta sea dada. Las neuronas con­cernidas en los núcleos de sistemas de valor pueden entrar en duermevela y despertar repentinamente con un acontecimiento importante. Por ejemplo, las neuronas del coeruleus se activan si súbitamente hay un nuevo ambiente: “Ellas activan la emisión de un neuromodulador-en este caso, de la noradrenalina-en casi todas las áreas del cerebro”.8 En fin, las conexiones cerebrales no tienen nada en común con las de una computadora, porque “el hecho específico más impactante del cerebro es el proceso de reentrada”9. Como escriben Edelman y Tononi: “Ningún otro objeto del univer­so, a excepción del cerebro humano, se distingue por estos circuitos reentrantes”.10 A diferencia de las computadoras, que funcionan con códigos, el cerebro utiliza estos circuitos y una selección. Ésta difiere de un feed-back, el cual supone que instruccio­nes previamente codificadas controlan y corrigen el funcionamiento.

Por el contrario del feed-back, la exigencia siempre sobredimensionada del deseo engendra un cambio de las reglas de la partida a medida que ésta se juega. El cuerpo que el deseo habita adquiere propiedades nuevas conforme a su crecimiento. ¡Fun­ciona de manera inversa a la cibernética, en cierto modo! Reglado para desregularse, volviendo sobre cada una de sus facetas hasta sus últimos puntos de imposibilidad, una constante de inestabilidad rige la vida psíquica: anti-homeostática, ella escapa así al esquema del reflejo (que es finalmente el del cerebro computadora).

El ejem plo de l a t r a d u c c i ó n por c o m p u ta d o r a

Una de las funciones importantes del cerebro, su rol en el lenguaje, muestra has­ta qué punto se diferencia de una computadora. La traducción informática de una lengua a otra experimenta esta diferencia. Si el lenguaje fuese solamente un instru­mento de comunicación destinado a designar alguna cosa a alguien, fácilmente po­dría establecerse una traducción con una computadora que hiciera corresponder los dos vocabularios. Se han hecho tentativas de este tipo, pero el palabra-a-palabra, aunque se ajuste a la sintaxis, es poco practicable. La computadora no comprende lo que debe traducir, y no alcanza a elegir, en la polisemia de sentido de cada pala­bra, la acertada. No se puede traducir sin comprender, y una traducción informá­tica entonces debe contar con un módulo de análisis y un módulo de generación. Pero hay ambigüedades, tanto en análisis com o en generación, y pueden acumular­

8. G. M. Edelman y G. Tononi, Comment la maliére devicnt conscicnce, op. cií., p. 107.9. La reentrada depende de ciclos de señalización en la red tálamo-cortical, y el pasaje permanente

de estas señales en áreas paralelas del cerebro, pero conectadas de manera recíproca. La ausencia de un centro único es paliada por la abundancia de circuitos reentrantes.

10. Comment la maliére devient conscicnce, op. cit., p. 73.

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C o m o cvs n i .u h o u e n c ía s d e m u e s t r a n e l p s ic o a n á l is is

se. Las ambigüedades almacenadas dan lugar a una explosión combinatoria cuan­do el módulo de análisis genera una proliferación de hipótesis."

Sin embargo, ya se esbozan algunas traducciones automáticas: son tanto más uti- lizables cuanto que su objeto sea más denotativo y el contexto fácil de analizar. El óptimo denotativo se cumple en el lenguaje físico-matemático, que no requiere nin­guna traducción: la denotación de la matemática a la física se consigue inmediata­mente; respecto de la matemática, ella se denota a sí misma. Para el habla ordinaria, e igualmente cuando las polisemias de los sentidos son reducidas por una computa­dora que comprende de qué habla el texto, tendrá tantas más dificultades para esta­blecer el contexto cuanto que contenga un juicio y una subjetividad. Esta dificultad de la traducción automática muestra que siempre faltará un elemento a toda tenta­tiva de lenguaje formal perfecto (un signo = una cosa). Este elemento será el senti­do de aquello que alguien quiere decir a alguien, y no de aquello que dice efectiva­mente. El lenguaje formal puede traducir la denotación, pero no comprende la eje­cución, es decir, la razón que pone a alguien a hablar con alguien. Este sentido que­da com o el eterno ausente del enunciado, e introduce un equívoco que difiere to­talmente de la polisemia de cada palabra. La comprensión que falta a la computa­dora (y a todos los lenguajes formales unívocos que fascinan a algunos neurocien- tíficos) es exterior a lo que es dado a comprender. Este sentido puede ser detallado por la teoría de los actos de habla inspirados por Austin y desarrollados por Searle: la “ fuerza ilocucionaria” de un enunciado indica el tipo de acto de lenguaje cum­plimentado por el locutor. Pero, sea cual sea el tipo de acto, la informática no trata sino de formas descriptibles; entonces, no programará el sentido.

Puede extraerse otra enseñanza de los problemas propuestos por la traducción automática. Para fabricar un módulo de análisis, los informáticos deben considerar el conjunto de niveles del contexto y acumular un metatexlo para cada término cla­ve. Estos conjuntos de descripciones relaciónales constituyen conocimientos sobre el mundo, del que depende la potencia de un programa semántico. Así, se tiene la im­presión de ocultarse al infinito de lo real y a su movilidad, como si el mundo estu­viese en estado de reconfiguración permanente.12 Pero es más bien el lenguaje el que es infinito y móvil, porque el habla le impone la doble restricción de la ejecución y de la denotación. ¡Este problema no se plantearía si las palabras fuesen signos!

11. L. Dantos, “Linguistique informatique - traduction automatique”, en Y. Michaux (dir.), Le Cer- veau, le langage, le sens, op. cit., p. 269.

12. J.-P. Balpe,“La prograinmation du sens”, en Y. Michaux {dir.), op.cit., p. 349.

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C a p ít u l o 2 3

C om putadoras discordantes y sin program a

Desde hace muchos años, las neurociencias muestran que el cerebro no es una computadora. Sin embargo, esta idea perdura con fuerza. Hagamos de cuenta, por un instante, que esta hipótesis estuviese verificada, y examinémosla. Existen com­putadoras con lenguajes procedimentales, y otros más flexibles con lenguajes objeto, destinados a la concepción de programas. En cada lenguaje objeto se pueden definir filiaciones entre objetos que comunican entre ellas por medio de interfaces. Pero, en lo que concierne a los diferentes objetos de la maquinaria humana -orgánico y psíquico, por un lado; y en el psiquismo mismo: inconsciente y consciente, por otro lado-, aparece la dificultad de una interface. Es necesario distinguir dos órdenes de problemas: en primer lugar, el funcionamiento puramente orgánico; después, su re­lación con el aparato psíquico, que incluye lo consciente y lo inconsciente.

Ante todo, ¿pueden compararse ciertos modos de transmisión orgánica con un lenguaje informático (a condición de no plantear la pregunta por el programa)? Se podría pensar que, al menos en el organismo, la información circula de modo ciber­nético, pero éste no es el caso. En un programa cibernético, la información se con­serva o se borra en función de los resultados obtenidos. La estructura nucleica re­siste a la experiencia adquirida. De este modo, las instrucciones expedidas por una máquina no la conciernen a ella misma. Las del organismo, por el contrario, deter­minan sus propios constituyentes, especialmente los órganos encargados de ejecu­tar el programa. En fin, una computadora nunca copulará con su vecino de oficina: siempre carecerá de la inteligencia inquieta que confiere el deseo. Incluso si una má­quina pudiese reproducirse, sólo engendraría copias de ella misma, mientras que la descendencia en los seres vivos no los duplica. Ellos dan vida a una criatura nueva, y cada generación nace “de lo mínimo vital, es decir, de la célula”.1

1. F. Jacob, op. cit., p. 18.

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(jf.KAHI) I ’O M M II K

Consideremos ahora lo que pasa por el lado de la vida psíquica.2 Las áreas cere­brales se entrelazan con un esquema corporal recubierto por un área pulsional que se dibuja a la derecha, y los signos del lenguaje se escriben a la izquierda. Este entre­lazo conecta sistemas conscientes e inconscientes que habrían podido parecerse a las computadoras, si no hubiese sido por la heterogeneidad de su base de cálculo, de sus datos y sobre todo de la ausencia de programa. La conciencia y el inconsciente inter­fieren constantemente en la realidad psíquica, por ejemplo, en función de la vigilia o del sueño. No se trata de una interferencia mutua, porque de manera decisiva estas instancias poseen el mismo sujeto (dividido). ¡Una sola cabeza para dos intencionali­dades! He aquí lo que complica la comparación entre el psiquismo y la computadora. La conciencia establece cálculos a propósito de situaciones actuales y de decisiones a tomar. Estos cálculos se establecen en base dos, en el modelo formal del pensamien­to (“esto es eso” ). Este modelo es reflexivo y no contradictorio. Sus cálculos podrían compararse con los de una computadora. Pero otra lógica funciona al mismo tiempo, la del inconsciente: no solamente éste no conoce la contradicción, ¡sino que la cons­tituye! Es necesario reprimir porque existen dos deseos contrarios: lo feo resulta de lo bueno, el amor engendra el odio, el asesinato del padre lo hace vivir, el goce enfer­ma, la castración viriliza, etc. Tales contradicciones no acceden a la conciencia. Esta lógica pnra-consistente se denota por el síntoma (en el modelo: “esto es y no es eso” ). El inconsciente no funciona en base dos, sino en base tres. Aproximadamente, dado que su cifrado no responde a una sucesión lineal de determinaciones: no resulta de una puesta en serie (1,2, 3) de determinaciones, sino que uno de los determinantes es el contrario del otro, por ejemplo, -1, 0, +1. Quizá existirán un día computado­ras que funcionen según esta base tres, aunque cabe preguntar quién las construirá y para qué servirán, si no para fabricar síntomas, es decir, para averiarse.

Pero admitamos que se pueda construir dicha computadora, y pongámosla al lado de la de lo consciente. Intentemos hacerlas funcionar juntas. Dos lógicas he­terogéneas van a bascular respecto de la intencionalidad. Durante la vigilia, el in­consciente busca hacer valer sus derechos en el seno de la conciencia, aprovechando el más mínimo momento de inatención para exhibir sus lapsus y sus actos fallidos. En cambio, cuando se duerme, la conciencia pasa a segundo plano, pero sin ausen­tarse totalmente. Durante los sueños, ella permanece siempre ahí, al menos como espectadora, dispuesta a despertar al durmiente si es necesario. No hay que pensar ni un instante en introducir una tercera computadora que conectaría las dos pri­

2. En su libro Comment fonctionne l’esprit (Odile Jacob, 2000), Steven Pinker distingue cuidadosa­mente en su introducción el funcionamiento del organismo del que corresponde al espíritu. Pero, asimismo, modeliza uno sobre el otro. El pensamiento es aquello que hace el cerebro; en parti­cular, trata con información, y la reflexión es un tipo de computación. “El espíritu está organiza­do en módulos u órganos mentales [...] Las especificaciones de la lógica de base de los módulosestán dadas por nuestro programa genético” (p. 29). El lector apreciará este defecto de método.

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meras y armonizarla estas máquinas que se detestan tanto más cordialmente cuan­do que obtienen su energía de su desarmonía. La conciencia regula y reprime el in­consciente, mientras que la discordia del inconsciente funciona com o el motor per­petuo del conjunto. ¿Cómo proponer la modelización cibernética de una maqui­naria en que una computadora reprime los resultados de la otra, de la que, sin em­bargo, extrae su energía?

El organismo y el cuerpo psíquico poseen, pues, cada uno su sistema de infor­mación propia. La neurofisiología del organismo funciona como una máquina pro­gramada con precisión (aunque se ignore quién está en el puesto de mando). Por su lado, la vida psíquica evoca una pareja de computadoras potentes que planifican sus golpes con astucia. Pero lo que la segunda calcula, la primera no lo programa nece­sariamente: desde su punto de vista, es necesario que un organismo marche bien. Eso come, eso bebe, eso duerme, etc., para satisfacer otras ambiciones.3 Las incom­patibilidades de estas dos maquinarias son sintomáticas. Cada una puede hacer a la otra responsable de un síntoma que resulte de su discordia. Y los defensores de am­bas mecánicas pueden pretender que les corresponde arreglar el conflicto. Los ze- lotes de la computadora psíquica pretenderán que son ellos quienes dominan la si­tuación, y disputan el terreno al organicismo. No sin razón, dado que, podrían de­cir, es posible servirse de los cálculos de su computadora para civilizar al otro. ¡Es fácil! Basta con decodificar el cuerpo de las frases cuando el cuerpo se acuesta sobre un diván. Pero el programador cerebral responderá que es muy complicado, dema­siado largo, demasiado caro. Todo eso no le interesa. ¿Acaso no es más simple en­contrar neurotransmisores de síntesis que palien los enredos?

Dos lógicas de la intencionalidad, consciente e inconsciente, están en acción para un único sujeto, que dirige un único cuerpo, del que la fisiología posee también su lógica. El organismo coopera más o menos bien con el cuerpo psíquico, y el sujeto que pretenda dirigir este enganche heteróclito afortunadamente tiene los ojos ven­dados. Sin embargo, los monstruos que tiran del enganche lo hacen uno en rela­ción al otro, jamás uno sin el otro. Bajo el impulso del inconsciente se produce la conciencia para que el vehículo no caiga en la fosa. Bajo el golpe de las sensaciones pulsionales, hay que pensar, identificarse como sujeto gracias a este pensamiento, crearse y crear a cambio un modo de avanzar a sí, una carburación cultural íntimaque reprime la pulsión.

En libertad condicional, el sujeto es quien se desenreda con este complejo de com­putadoras cuyo programa es defectuoso. En realidad, el ser humano crece gracias a

3. Esta ambición concierne a la realización del deseo inconsciente. Se ve el abismo que separa este punto de vista del de Steven Pinker, para quien: “El objetivo último para el cual el espíritu ha sido concebido es producir el número más grande posible de copias de los genes que lo han creado” 0Comment fonctionne l’espril, op. cit., p. 52)

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esta desarmonía, cuyos efectos no se calculan por adelantado, aunque pueda esta­blecerse un cálculo a posteriori. Los efectos proceden de una conjunción disyuntiva, y com o las operaciones desembocan en un único resultado se tendrá -sin razón- la impresión de haber tenido que vérselas con una sola y única computadora. Q u in t a p a r t e

Las ciencias en lucha contra su fantasma ideológico

La neurociencia no cae del cielo de una razón pura. Ella escapa de graves peli­gros, superviviente de un antiguo horror del cuerpo, rehabilitada por la gracia de lo físico-matemático. Como cualquier ciencia, alardea de su objetividad, y nada le m o­lesta tanto como el sujeto, rebelde a toda determinación. En esta medida, la neuro­ciencia produce un tipo de ideología, independiente de la cientificidad de sus descu­brimientos. Esta ideología no es nueva en verdad: es la del hombre máquina, cara a La Mettrie, puesta al día nuevamente. Así, “ se” sueña no ser más que un puro obje­to, una bella mecánica con engranajes reparables e incluso intercambiables: en últi­ma instancia, liberada de la ética pensante del deseo.

Pero este sueño maquínico tiene su contrapartida: en adelante corresponderá a los reparadores del organismo de todo género (farmacólogos, hormonólogos, ciru­janos de la neurona) llevar a cabo la tarea de distribuir esta felicidad reclamada por el noble sujeto desde siempre. Aunque adhiera a la ideología de las neurociencias, este inocente sujeto verá con razón una disfunción de los cables o los neurotransmi- sores en los enredos de su deseo y los embrollos de sus síntomas. Pero, como el sín­toma psíquico ha visto muchos otros especialistas desde Hipócrates, y como nada le divierte tanto como burlarse de los doctores, es muy probable que esta ideología, que hoy en día pareciera haber triunfado, se quede sin aliento dentro de poco. Aún no hemos llegado allí. Hay que estimar al mismo tiempo las luces de una ciencia nueva y las sombras que proceden de esta luz y que rozan el oscurantismo. La lite­ratura de las neurociencias se debate entre dos tipos de publicaciones. Por un lado, los resultados científicos apasionantes; por otro lado, el ensueño del hombre má~

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quina. Este ensueño no es simplemente una curiosidad intelectual, ya que conlle­va consecuencias prácticas desoladoras. A este respecto, la ideología de las neuro­ciencias es tanto más negativa cuanto que se afirman sus pretensiones de hegemo­nía. Sin embargo, se puede esperar que las cuestiones planteadas por la conciencia, la subjetividad y los problemas terapéuticos obliguen a formular otras, anticipadas y esbozadas en el último capítulo.

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El retorno de lo físico-m atem ático al cuerpo en la m odernidad

En una brillante página del Paragranum, Paracclso (1494-1541) escribió que el médico tenía que poseer los conocimientos universales para comprender a su pacien­te. Un ser vivo no representa más que un eslabón en el universo, y su salud depende de su lugar en este ordenamiento.' Según él, había que disponer de la inmensidad de estos conocimientos extraños al cuerpo para comprender sus sufrimientos. Pero en el momento en que escribía estas frases aún se sabía muy poco acerca de este cuer­po, o más bien no se había querido saber nada sobre él. El médico debía conocer el universo, mientras que el conocimiento del cuerpo le estaba prohibido.

D e l o m ás le ja n o a l o m ás c e r c a n o

En primer lugar, el hombre calculó la trayectoria de los astros más lejanos. Mi­dió continentes, la longitud de los mares. Observó la caída de las piedras, la aleación

1. Ya animado por la euforia mesiánica que portaría la ciencia, enumera los conocimientos reque­ridos para quien pretenda curar: “El médico debe saber qué es útil o perjudicial para las criatu­ras insensibles, para lo monstruos marinos y los peces, lo que aman y lo que detestan los anima­les privados de razón, lo que les es sano y malsano. He aquí su cultura en lo que respecta a la na­turaleza. ¿Y qué más? Los poderes de las fórmulas mágicas, su origen y su fuente, su naturale­za: quién es Mclusina, quién es Sirena, qué es la permutación, el transporte y la transmutación, cómo captarlos y comprenderlos perfectamente, qué supera a la naturaleza, la especie, la vida, la naturaleza de lo visible y lo invisible, de lo dulce y lo amargo, qué utiliza el pescador, quién utili­za los cueros, el curtidor, el tintorero, el herrero, el artesano de la madera para la casa, en la cue­va, en el jardín [...], la causa de lo laico y lo eclesiástico, las ocupaciones y la naturaleza de los di­ferentes estados, su origen, la naturaleza de Dios y de Satán, el veneno y el antídoto, la naturale­za femenina y la naturaleza masculina, la diferencia entre las mujeres y las vírgenes, entre lo que es amarillo y los que es bazo, lo que es blanco, negro, rojo y pálido, las causas de la multiplicidad de los colores, de la brevedad y la longitud del éxito, del fracaso y cómo obtener todos estos re­sultados” (Paracelse, (l'uvrcs médeicales, trad. Fr. De Bernard Gorceix, Paris, PUF, 1968).

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C i f H A K I I P o M M I I ' U

de los metales, la física de los fluidos y la de las maderas. Midió el universo con tan­to más empeño cuanto que no se atrevía examinar su propio organismo. Durante si­glos de noche, lo físico-matemático se aplicó únicamente a las estrellas, y después a lo inanimado, antes de regresar a su lugar de origen. En la historia de las ciencias, las in­vestigaciones sobre el organismo progresan con más lentitud que las de los otros co­nocimientos: el cuerpo humano ha suscitado desde hace mucho tiempo una especie de horror sagrado en todas las religiones. Sólo muy tardíamente el hombre se atrevió a interesarse por el ser vivo, para luego pasar a sí mismo. Él mismo fue la última térra incógnita, cuyo acceso él mismo se prohibió durante milenios. La pasión de la medida, lícita para el universo entero, por mucho tiempo estuvo prohibida para su autor. ¿Por qué se esforzó durante tanto tiempo por contar, pero descontándose a sí mismo?

En su Estudio de historia y de filosofía de las ciencias relativas a los seres vivos y la vida Georges Canguilhem destacó la conjunción de dos acontecimientos de apariencia mo­desta en los albores de los tiempos modernos. Uno concernía al movimiento de las es­trellas; el otro, al cuerpo. En 1543, Copérnico publicaba su De revolutionibus orbium celestium, mientras que aparecía el libro de Vesalio: De huniani corporis fabrica.

Para poner de acuerdo sus cálculos con el lugar de percepción visual de los m o­vimientos planetarios, Copérnico había tenido que conceder más crédito a la su­posición de un pitagórico casi desconocido, Aristarco, que al sistema de Aristóteles. Abandonaba la cosmología tolemaica, que contradecía sus ecuaciones. Lo hizo para salvar las apariencias y, quizá, sin darse cuenta de la importancia de su acto. En este sentido, como pudo escribir Alexandre Koyré, él mismo no era aún copernicano.

En el mismo momento, Vesalio comenzaba a describir al ser vivo sin preocuparse por la vida, utilizando ya una lengua análoga a la del médico o el químico. Su obra se titula La fábrica del cuerpo humano: desmonta las piezas sueltas del hombre. El cuerpo ya no es más el “templo de dios” de las Escrituras: los esqueletos y los despe­llejados de la Fabrica descentran al hombre de sí mismo, del mismo modo que los cálculos de Copérnico despojan a la Tierra de su lugar de centro del universo.

Mientras que una nueva matemática celeste revolucionaba la visión medieval del universo, la medicina de Vesalio descentraba la concepción medieval del cuerpo, al cual consideró sin el menor miramiento por su humanidad, teniendo en cuenta únicamente sus funciones. Esta coincidencia histórica comenzaba a reducir la in­conmensurabilidad entre el mundo calculable de las estrellas y el de la vida, consi­derada como excedente a todo cálculo. Poco tiempo fue necesario para que la clase de catalejo que había demostrando la sólida funda mentación de los cálculos de Co­pérnico fuese utilizado para estudiar los cuerpos. Con su lente de aumento, el pers- picillum , Galileo había experimentado las conjeturas copernicanas. A costa de un cambio de sistema óptico, la técnica tendería muy rápidamente un lazo entre Vesa­lio y Copérnico, ya que, poco después de la muerte de Galileo, el holandés Swam- merdam inventaba el microscopio.

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Tal fue la gracia del año 1543: Vesalio y Copérnico, sin ponerse de acuerdo y sin conocerse, habían dado inicio al retorno de lo matemático a un cuerpo desacrali- zado.2 A partir de allí, la velocidad del retorno de lo físico-matemático al cuerpo no hizo más que aumentar. En 1802, Lamarck y Treviranus inventaron el término de “biología”, que designaba un nuevo objeto de investigación. En su Sistema de polí­tica positiva, Auguste Comte la presenta en efecto como “la gran revolución cientí­fica que, con el impulso de Bichat, transporta de la astronomía a la biología la pre­sidencia general de la filosofía natural”.3 No se puede describir más claramente este descenso a tierra de los cálculos que concernieron primero a las estrellas y perma­necieron sin consecuencias prácticas, al menos en la época. Ya no sucederá lo mis­mo cuando las medidas se refieran al cuerpo, el último planeta desconocido. El cues- tionamiento se referirá al método. “El arte de curar, ¿está fundado en bases sólidas? [... ] El arte de curar está pues fundado verdaderamente, como todas las otras artes, en la observación y en el razonamiento”, escribió en 1804 Cabanis.4

Por el contrario, Claude Bernard recomendó separarse de esta medicina de ob­servación hipocrática.3 Dado que no bastaba con que el hombre midiera este cuer­po y examinara las fuerzas que lo animan, le era necesario aún encontrarse en con­diciones de dominarlo.6 Una inversión de posición tienen inicio cuando considera que el naturalismo hipocrático de la medicina de observación es pasivo, mientras que su medicina experimental es una ciencia activa: “Con la ayuda de estas ciencias experimentales activas, el hombre se vuelve un inventor de fenómenos, un verdade­ro capataz de la creación; no se sabría, en esta relación, asignar límites a la potencia que puede adquirir en la naturaleza”.7 Una ciencia de observación no puede cam­biar nada activamente: “ La medicina de observación ve, observa y explica las enfer-

2. Georges Canguilhem refiere que Tomas Kuhn una vez habría calificado a la medicina de “pro- to-ciencia”: “proto” sugiere la anterioridad, el rudimento, pero también una prioridad jerárqui­ca. En este sentido, la proto-ciencia parte del cuerpo, y más tarde regresa al cuerpo, luego del lar­go rodeo de lo físico-matemático (Étude d’histoire el de philosophie des saences concernanl les vi­varos et la nalure, Paris, Vrin, 1994, p. 427).

3. A. Comte, Sysléme depolititjue posilive, Paris, I.ibraire scientifique industrielle de L. Mathias, 1 . 1,

p. 584.4. Coup d'aeil sur les révolutions el sur la réforme de la rnédicine, Paris, Crapart, Caille et Ravier, 1804.

Cuando en 1797 consagró su curso a Hipócrates, estimó que una gran revolución de la medici­na se anunciaba “por el perfeccionamiento del arte experimental y por la aplicación más riguro­sa de los métodos de razonamiento”. Por eso era necesario regresar al talento de observación de los antiguos -ars medica tota in observationibus-, pero aplicando al cuerpo las nuevas leyes de la física.

5. C. Bernard, Principes de medicine experimentóle, Paris, PUF, 1987, p32.6. En 1865, Claude Bernard estableció, en su Introduction á 1’étude de la rnédicine expérimentale (Pa­

ris, Delagrave, 1978) reglas metodológicas y conceptos específicamente biólogos, como el de me­dio interior (que volvió posibles los éxitos de la fisiología).

7. Ibid., p. 71.

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inedades, pero no toca la enfermedad (...) cuando [Hipócrates] sale de la expecta­ción pura para dar remedios, siempre es con el objetivo de favorecer las tendencias de la naturaleza, es decir, hacer a la enfermedad recorrer sus períodos”.8 En cambio, la medicina experimental busca actuar de forma directa: “El médico experimenta­dor ejercerá sucesivamente su influencia sobre las enfermedades tan pronto como conozca su determinismo exacto, es decir, la causa próxima”.9 Era necesario “domi­nar científicamente la naturaleza viviente, conquistarla en beneficio del hombre: tal es la idea fundamental del médico experimentador”.10 Pero era menos la experimen­tación la que calificaba la nueva dimensión de la medicina que la aplicación de las matemáticas al cuerpo. Las experiencias existían desde hacía mucho tiempo: al li­gar las uretras de los animales, Galeno, por ejemplo, refutó la teoría de Asclepíades que discutía la formación de la orina gracias al riñón." En realidad, en ese momen­to visionario, Claude Bernard hablaba de un médico que ya no era más experimen­tador, sino actor. La aparición de un demiurgo hace a la novedad de la experiencia. No solamente las cifras y las medidas de las funciones habrían colonizado el orga­nismo, sino que la mecanización del hombre por el hombre progresaba a cada día. El acto médico fue considerado como un arte durante mucho tiempo. Hoy en día, su referencia científica ya no es más una coquetería.12 La física molecular ha aclara­do una por una las funciones de la biología. La medicina pasa así del arte a la cien­cia, de acuerdo con el deseo de Claude Bernard.13

La t r a n s u b s t a n c ia c ió n d e l o f ís ic o -m a te m á tic o

¿Cómo es posible comprender este movimiento de la investigación que parte de lo más lejos para regresar al cuerpo? Según la audaz y fecunda hipótesis de Alexandre Kojéve,14 el progreso científico procedería del cristianismo. Antes de su era, un obs­

8. C. Bernard, Principes de rnédicine expérimentale, op. cit., p. 152, nota 2.9. C. Bernard, Introduction á l'étude de la rnédicine expérimentale, op. cit., p. 401.10. C. Bernard, Principes de rnédicine expérimentale, op. cit., p. 165.11. Asimismo, para invalidar la opinión de Lycos de Macedonia, que sostenía que la orina era un resto

de alimento, comparó la cantidad de orina con la de las bebidas (C. Galien, “Des facultés natu re­lies”, CF.avres médicales chiosies, trad. Fr. C. Daremberg, Paris, Gallimard, 1994, t. XI, p. 246,249).

12. Un médico incluso puede considerar un tratamiento a la vista de los resultados de exámenes y sin encontrarse con su paciente. La medicina es una ciencia en el CNRS y en el instituto Pasteur, es una práctica para el médico de pueblo o un técnico en un servicio hospitalario, un objeto de consumición y de reclamo en la seguridad social, o aún una fuente de beneficios para un labo­ratorio farmacéutico. Pero, sea cual sea el punto de vista, los datos de las ciencias “duras” se inte­gran cada día más con la medicina.

13. “La medicina es el arte de curar, pero hay que hacer de ella la ciencia de curar” (M.D. Grmek,“Ré- flexions ¡nédites de C. Bernard sur la rnédicine pratique”, Médicine de France, 1964, n° 150, p. 7).

14. A. Kojéve, “L’origine chrétienne de la Science moderne”, Mélanges, Paris, Hermann, 1964).

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táculo religioso se oponía a la aplicación de la matemática a la física. Para los grie­gos, las matemáticas puras pertenecían al mundo perfecto de los dioses. ¿Cómo ha­brían medido ellas la imperfección del mundo sublunar? El movimiento divino de las estrellas concernía al rigor de los cálculos, mientras que medir la impureza de la vida habría sido sacrilego, y los griegos, grandes matemáticos, no supieron llevar a cabo la alianza entre la física y la matemática debido a sus prejuicios religiosos.

La filosofía de este prejuicio se lee en la Metafísica de Aristóteles: las matemáti­cas no tienen relación alguna con la “causa final”. Funcionan independientemente de toda especie de forma: son abstracciones puras. Por consiguiente, en nada con­ciernen a la inteligencia de la vida, inconmensurable con el modelo matemático. La palabra vida ocupa el lugar de la prohibición del saber. La vida tiene otra finalidad que las matemáticas, sostiene Aristóteles, para quien “la reproducción es la finali­dad de la vida”. Ella es su alma, y esa alma se engendra a sí misma: reproduce al ser vivo. Ella es su realidad: ottsia, y su definición: logos. Esta filosofía resulta apropiada para la religión griega, que proscribía toda efracción del cadáver.15 Una prohibición tal no tiene nada de única: las religiones en general consideran al cuerpo como un misterio, si llamamos así al horror sagrado o el sentimiento de obscenidad que re­sulta de la angustia de castración. Sacer, el cuerpo presenta el espejo “ invertido” delo divino: escapa por principio a lo cognoscible.16

La invención cristiana desplaza esta prohibición, puesto que Jesucristo, a la vez hombre e hijo de Dios, unió ambos mundos. Su cuerpo pertenece tanto a la esfera de lo humano como a la de lo divino. Calcular el mundo terrestre se vuelve lícito. La cruz de lo físico-matemático puede unir cristianamente los nombres divinos con la materia pecaminosa. La hipótesis de Kojéve olvida sin duda que la ciencia moderna realizó cada uno de sus pasos hasta el día de hoy contra la Iglesia. Pareciera como si la religión hubiese reunido las condiciones de un progreso que no podía acoger en su seno. Sin embargo, se retendrá lo esencial de esta hipótesis: lo físico-matemático representa la transubstanciación del cuerpo (física) y el espíritu (matemática). Esta transubstanciación tiene com o perspectiva la ciencia moderna, la cual, salvando las distancias, cumple con la promesa de la encarnación cristiana.

¿Qué significa este progreso, sino la realización de la marcha secular hacia el fin de los tiempos prometida en los Evangelios? El tiempo cero del monoteísmo fue primero el del sacrificio de Abraham en el judaismo, y luego, según una repetición

15. La anatomía del sistema nervioso sólo fue entrevista gracias a la astucia de Uerófilo y Erasístrato, médicos de la escuela de Alejandría en el siglo III A.C. Esquivaron la prohibición de abrir cadá­veres al disecar criminales condenados a muerte, pero todavía vivos. Fue necesario esperar hasta el siglo XVII para superar su conocimiento del cerebro.

16. Las religiones sirven a la represión cuando invierten las invariantes del inconsciente. Por ejem­plo, cuando proyectan al cielo el padre asesinado del complejo de Edipo, que se vuelve el padre eterno, mientras que la madre toma un estatus virginal, etc.

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sorprendente, de la crucifixión de Jesús en el cristianismo, lin dos ocasiones el hijo aparece abandonado y asesinado: ¡el pobre! ¿No habría que comprender más bien que en el fantasma neurótico es el padre quien sufre tal suerte, según la inversión del deseo inconsciente que opera así en la religión? El monoteísmo invierte la cul­pabilidad neurótica: transforma el fantasma edípico de asesinato del padre en sacri­ficio del hijo. Este grave pecado edípico así oculto ensombrece la existencia del cris­tiano. El cuerpo es primero un lugar de copulación incestuosa y representa, pues, el lugar sagrado de un misterio más grande que él. Es sacer, también allí: sagrado y objeto de horror a la vez. El cuerpo contiene un secreto que su locatario debe pre­servar. Pertenece a los dioses: el cuerpo es un templo, como dice el Antiguo Testa­mento. Desde el inicio de los tiempos, los hijos esperan que, en el porvenir, en el fin de los tiempos, su fantasma parricida original sea perdonado. Esta esperanza vec- torializa su historia. A la hora del Juicio final, el cuerpo reconciliado consigo mis­mo gozará finalmente, aliviado de la culpabilidad que le sobrecarga. Una redencióny una inocencia venideras animan el progreso, el cual promete el goce del cuerpo: la resurrección.

¿Acaso no es claro que la ciencia seculariza esta promesa de tiempos edénicos? A medida que se extiende su hegemonía, ella integra los ideales anteriores -esto no sería, por ejemplo, más que aquél progreso, que realiza el ideal monoteísta del fin de los tiempos. Para la ciencia, el paraíso se realiza en la fierra, antes de la muerte, y no en el cielo luego del Juicio final. A este título, el médico retoma en su metadiscurso numerosas creencias Cristinas, como la de una eternidad de los cuerpos puesta en obra por medio de probetas, clones, trasplantes, genes, etc.: el sueño de una eterni­dad potencial del organismo hace así una transfusión de la religión a la ciencia. Esta coincidencia sorprendente promete el goce de los cuerpos para hoy, en el momen­to en que la Iglesia católica acaba de abandonar el dogma de la resurrección de los cuerpos en el Juicio final. Al obrar con vistas al progreso, el hombre de ciencia es un mesías que se ignora a sí mismo. Su aspiración de objetividad oculta su propio de­seo, redimido por la sutura de su propia operación que lo ofrece com o víctima eu- carística, él, santo de nuestros tiempos.

El r e t o r n o de l o re p rim id o a l c u e r p o

Cuando Canguilhem describe la medicina “como una ciencia aplicada o una suma evolutiva de ciencias aplicadas”, ¿no la considera como una recién llegada, ol­vidando su larga trayectoria?17 La ciencia médica no se vuelve un subconjunto entre otros de lo físico-matemático. No se aplica al cuerpo corno a la materia. La cientifi-

17. G. Canguilhem, op. cit., p. 423.

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C o m o l a s n h u r o » ie n c ia s d e m u k s t k a n ti p s ic o a n á l is is

zación de la medicina da inicio a un movimiento de retorno hacia su origen repri­mido18: ésa es al menos la hipótesis que puede hacer el psicoanalista.

La violencia de la pulsión rechazada hacia el exterior anima lo real, y para enga­tusarla el sujeto se obstina en medir y calcular19. Al igual que sus hermanas, la pul­sión de saber busca realizar el deseo del Otro, es decir, hacer del cuerpo el objeto del deseo materno. Originalmente, el cuerpo está intimado a igualarse con lo Uno del falo, y esta coacción vuelta hacia fuera empuja a igualar los objetos entre sí: es necesario poner en ecuación una desconocida que, en primer lugar, concierne al cuerpo, pero que busca olvidarlo. La pulsión rechazada hacia fuera inviste lo real, pero, com o continúa amenazando, los cálculos y las medidas buscan domesticarla, mientras que el cuerpo permanece como un santuario protegido de toda medida por el cifrado mismo. Durante milenios, los hombres cifraron el afuera excluyendo el adentro, origen sagrado del número. Como la psicosomática de la pulsión bus­ca hacerlo hacia el interior, lo físico-matemático resuelve hacia fuera la tensión im­puesta por la exigencia de lo Uno.

Las armas forjadas para librar combate afuera se repatriaron un día hacia su puer­ta de origen. Los hombres cesaron de tener miedo a su propio cuerpo cuando se les hizo manifiesto que el mundo exterior no estaba habitado por potencias sobrena­turales (el inconsciente rechazado). Cuando se volvió claro que en ningún lado se encontraba rastro alguno de una potencia divina, sonó la campana que indicaba la hora del retorno de lo físico-matemático hacia el cuerpo. Aunque se pretenda atea, la ciencia primero derribó en el exterior, de lo más lejano a lo más cercano, las ba­rreras de lo sagrado, solamente para luego regresar a su punto de origen. No sor­prende tampoco que en el momento en que el gusto por la medida regresa al cuer­po mismo, la parte que escapa al cálculo haya sido bautizada com o la vida, y que haya sido opuesta a la muerte, reina de la cifra.

La m u e r te rea b so rb e l a v id a

Durante milenios, el misterio de la vida fue considerado com o un don de Dios. Luego, la vida se divorció de Dios y se volvió, después de la Ilustración y durante al­gunas décadas, el concepto operatorio que reemplazó al alma, evitando así conside­rar al cuerpo como una simple máquina. Este “vitalismo”, ¿había cambiado un tér­mino recargado (tal como lo es el de alma) por otro igual de oscuro? En realidad, ha-

18. Una ve/, iniciado, este retorno de lo físico-matemático al cuerpo fue realizado tan bien, por otra parte, gracias a los no médicos. Químico sin formación en medicina, Pasteur, por ejemplo, con­sideraba que la clínica humana era un caso particular de sus investigaciones sobre los gusanos de

seda, los carneros y las gallinas.19. Véase G. Pomntier, Qu’esi-ce que le “R é e l Érés, 2004.

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bía progresado en relación al animismo del siglo precedente:20 la investigación bio­lógica distingue al ser vivo de los materiales que lo constituyen. Aunque el funcio­namiento químico de una célula sea conocido, el principio de este funcionamiento sigue siendo un misterio: esta desconocida a partir de ahora se llama vida. Este con­cepto no explica nada, pero, de otro modo, ¿cómo llamar a un sistema que resul­ta de un equilibrio (sin reducirse a éste) inestable de un conjunto físico-químico?21 El concepto de vida permite examinar las implicaciones mutuas de diferentes inva­riantes y realizar con ellas una síntesis a posteriori, sin plantear la pregunta por una trascendencia. Gracias a la vida, un concepto operatorio pero no explicativo, se pue­de ser mccanicista sin afectar para nada al ser.22

El lugar de la vida siguió estando preservado por algún tiempo. En las Leccio­nes de fisiología operatoria publicadas en 1879 por Mathias Duval (al principio de la lección 14), Claude Bernard enuncia en nombre de la vida una posición puramen­te mecanicista: “La vida reside exclusivamente en los elementos orgánicos del cuer­po; todo el resto no es más que mecanismo. Los órganos reunidos no son más que aparatos construidos en vista de la conservación de las propiedades vitales elemen­tales”. De forma un poco más matizada, escribe más tarde: “Al admitir que los fenó­menos se asemejan a manifestaciones físico-químicas, lo cual es cierto, no por ello la cuestión se aclara en su conjunto; [... ] hay com o un diseño preestablecido de cada ser y cada órgano, de m odo que [... ] parece estar dirigido por alguna guía invisible en la ruta que sigue y conducido por el lugar que ocupa”.23 Este concepto se vuelve incluso más precario cuando Claude Bernard escribe, en el Inform e sobre el progre­so y el avance de la fisiología general, en 1867: “Si las condiciones materiales especia­les son necesarias para dar origen a fenómenos de nutrición o de evolución deter­minados, no por ello se debería creer que es la materia la que engendró la ley de or-

20. Contra el mecanismo cartesiano y la lógica del hombre máquina de Holbach y de La Mettrie, la época clásica atribuyó un alma a cada ser vivo para explicar que la materia pudiese animarse de forma diferente que la máquina, por la gracia divina.

21. Desde un punto de vista filosófico, el problema, por lo demás, es el mismo. Hegel escribió que el organismo se afecta a sí mismo en su propia operación de ser vivo, de manera que entre lo que es y lo que busca no se interpone más que una temporalidad, paso de diferencia: es el concepto en sí mismo, como se puede leer en la Fenomenología del espíritu: “La vida es la unidad inmediata del concepto con su realidad, sin que este concepto se distinga de ella” (Paris, Gallimard, 1993).

22. Lavoisier, por ejemplo, progresa gracias a un mecanicismo estricto: “Incluso se podría evaluar qué hay de mecánico en el trabajo del filósofo que reflexiona, del hombre de letras que escribe, del músico que compone” (“Premier mémoire sur la respiration des animaux”, CEuvres, Paris, Im- primerie impériale, 1862, t. II, p. 697).

23. C. Bernard, Les Lefons sur les phénomenes de la vie commims aux animaux er aux végétaux, 1878, Paris, Vrin, 1966,1.1, p. 50-51. Asimismo, Claude Bernard escribió también a propósito del or­ganismo: “Es, en última instancia, un montón de elementos anatómicos. Cada uno de estos ele­mentos tiene su existencia propia, su evolución, su comienzo y su fin; y la vida total no es más que la suma de estas vidas individuales asociadas y armonizadas” (ibid., t. II, p .1 '1

den y sucesión que da el sentido o la relación de los fenómenos, lo cual sería caer en el error de los materialistas”.

La definición de la vida no aparecía más que en negativo. Cuvier ya la definía com o “ la fuerza que resiste a las leyes que gobiernan los cuerpos brutos”.24 Aunque las propiedades vivientes de un ser sean temporarias, las propiedades físicas de la materia son eternas. Asimismo, para Bichat: “La vida es el conjunto de las funcio­nes que resisten a la muerte”.25 Desvestida y sin justificativo, tan desnuda como un nombre propio, la vida ya no llevaba otro patronímico que no fuera el suyo. Pero esta situación conceptual insostenible no duró mucho tiempo. Esta abstracción de la fuerza vital había preparado el terreno para los conceptos en los que se reabsor­bería y desaparecería, primero que nada con los principios de la termodinámica de Carnot.26 El concepto vago de vida fue reemplazado por el de energía. Al ligar entre sí las diferentes formas de trabajo, las diversas actividades del organismo derivan de la energía del metabolismo.27 El desmontaje de la vida en sus componentes físico- químicos se transforma en una victoria de la muerte.28

La colonización progresiva del cuerpo por parte de lo físico-matemático dio oca­sión para una especie de guerra durante la cual la vida fue en primer lugar acan­tonada en una reserva, para después ser definida en relación a la muerte, antes de que esta última pareciera triunfar finalmente. ¿Qué es la vida, independientemente de las reacciones bioquímicas de átomos inertes? ¿Acaso existe? Lo físico-matemá­tico parece asegurar la victoria de la muerte por todas partes.29 La vida se descom­pone en sus elementos materiales y, una vez atravesado, el misterio permanece en-

24. Lefons d'anaiomie comparée, 1.1, p. 4.25. Auguste Compte retomó esta idea al hablar de “la asociación continua de la vida contra la muer­

te” (Le sysléme de politique positive, op. cit., t. IV, p. 439).26. El punto de vista de Claude Bernard respecto de la evolución del ser vivo funcionaba a la inversa

del de la materia regida por el principio de Carnot-Clausius: la individualidad orgánica en equi­librio dinámico expresa la tendencia general de la vida de retardar la entropía, de resistir a la evo­lución hacia lo inanimado.

27. Las manifestaciones del ser vivo resultan de la conversión de la energía química liberada por la combustión de los alimentos. Pero su principio atañe tanto al mundo viviente como al mundo inanimado: el movimiento, la luz, el ruido, la electricidad, etc.

28. Como escribe Georges Canguilhem: “Este fenómeno podemos captarlo, podemos compren­derlo, caracterizarlo, y es esta muerte que somos llevados a llamar ilusoriamente la vida” (Elude d'histoire el de philosophie des Sciences concernant les vivanls el la nalure, op. cit). En el momen­to de enumerar los componentes de un órgano y describir su funcionamiento físico-químico, la vida se escapa como un jabón que se desliza entre los dedos de quien creía atraparlo, como si no fuese más que este deslizamiento mismo.

29. Claude Bernard escribió en su Cuaderno denotas:"La propiedad vital es temporaria. La propiedad física es eterna” (Paris, Gallimard, 1965, p. 164). Y, como lo nota G. Canguilhem: “Si el organismo es concebido como algo deformable pasivamente por la presión del ambiente [...] si toda espon­taneidad propia es rechazada en el ser vivo, nada prohíbe la esperanza de llegar a reabsorber, en el límite, lo orgánico e n lo inerte” (Elude d ’histoire el de philosophie des Sciences, op. cit., p. 66).

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( .1 II Mil I l ’ l IM M I! II

tero.30 Se sabrá con qué componentes funciona, pero se ignorará qué es lo que fun­ciona.31 La reabsorción de la vida en lo inanimado entraña una contradicción cada vez más evidente.32

La contradicción parece irresoluble, y es posible preguntarse si el concepto de vida 1 1 0 podría haber sido tratado desde un ángulo menos dramático. La simetría entre la vida y de la muerte conduce a un callejón sin salida que la biología mis­ma puede dialectizar. En efecto, las células germinales nunca mueren: no conocen la muerte más que de forma accidental. Los cuerpos vivientes son un anexo provi­sorio de células germinales eternas. Ellas prosiguen una lucha que, a partir de algu­nas células formadas hace millones de años, continúa hasta el día de hoy. La opo­sición entre la vida y la muerte concierne a estos anexos perecederos que son los cuerpos, que pueden reducirse a sus diferentes componentes materiales, inanima­dos por cierto.33 El privilegio otorgado a lo inanimado en la definición de la vida no toma en cuenta la sexualidad, que, de alguna manera, eterniza la vida a pesar de la muerte, su corolario necesario.

El deseo sexual dialectiza la opacidad de la vida. Al poner a un lado la sexuali­dad, la ciencia estudia la vida como lo opuesto a la muerte, la cual es, sin embar­go, su correlato. Por la misma razón, la importancia del lenguaje, que es la con­dición de la sexualidad humana y la característica más llamativa del ser humano, es minimizada. Hablar de un olvido de la sexualidad y el lenguaje por parte de la mayoría de las neurociencias es un eufemismo, ya que se trata de una condición previa sistemática. Por supuesto, muchos sexólogos y psicolingüistas se empeñan en desmenuzar el funcionamiento del lenguaje y la naturalidad del sexo. Pero lo hacen con criterios cuyo principio de objetividad elimina al sujeto, mientras que este último articula el lenguaje como la sexualidad. De modo que esta incom­prensión engendra una regresión al infinito en el genetismo. En base a una elec­ción aparentemente anodina y guiada por el buen sentido, la vida fue definida en oposición a la muerte. Y esta elección acarrea consecuencias hasta el día de hoy:

30. F.n los comienzos del último siglo, el inventor de la vitamina C, Albert Szent-Gyórgi, declaró que la vida no existía. F.n efecto, quizá la vida no exista en calidad de objeto de una investigación cien tífica, puesto que sus funciones se reducen a interacciones químicas que difieren de la vida.

31. la biología progresa hacia su propio fin si, como escribe Claude Bernard en las Lecciones de pa­tología experimental: “Así como la física y la química llegan, a través del análisis experimental, a encontrar los elementos minerales de los cuerpos compuestos, cuando se quieren conocer los fe­nómenos de la vida que son complejos, es necesario descender al organismo, analizar los órga­nos, los tejidos, y llegar hasta los elementos orgánicos” (Paris, Bailliére, 1872, p. 493).

32. La concepción de Claude Bernard ya podía situarse entre dos puntos de vista extremos: por un lado, “la vida es la muerte”, y, por el otro, “la vida es la creación”, aforismo que escapa francamen­te a la reabsorción de la vida en la muerte.

33. ¿Da a luz el huevo a la gallina, o bien la gallina antecede al nuevo? De ahora en adelante, este pro­blema ha quedado resuelto: en realidad, la gallina no es más que un anexo provisorio de un hue­vo eterno.

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se afana por buscar en los genes aquello que depende de la sexualidad y el lengua­je. El resultado no es trivial: la reducción de la vida a la no-vida condujo a un ca­llejón sin salida que impidió sacar partido de un gran número de descubrimien­tos de las neurociencias.

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C a p í t u l o 2 5

Una ciencia que produce “ideas” capaces de contradecirla

Toda ciencia produce una ideología en el sitio donde “sutura” a su sujeto. El término de sutura significa que el sujeto que trata objetivamente un problema se objetiva en el mismo movimiento (cada vez provisoriamente). Durante sus in­vestigaciones, un investigador pronostica, plantea hipótesis subjetivas a propósi­to de un problema real. Si logra demostrar una hipótesis, ella se vuelve una tesis objetiva, umversalmente transmisible. Una vez elaborada, la tesis lo sutura como inventor: prescinde de él (y éste debe hacer una nueva hipótesis para sostener su subjetividad). La ciencia, una modalidad particular de la consciencia, sutura al su­jeto según su propio deseo. Porque un sujeto no sostiene mucho su propio deseo: busca liberarse de él objetivándolo. Lo mismo sucede con el saber físico-matemá­tico, que no cae del cielo de una razón pura. Lo orienta el deseo de acabar con la subjetividad. Su objetividad corresponde al deseo del sujeto de objetivarse, es de­cir, de realizar el deseo del Otro a la vez que anularse como sujeto de una libertad embarazosa y cada vez un poco más culpable. Conocer las determinaciones sería dominar finalmente el deseo, que siempre escapa a las determinaciones. La ideo­logía de lo físico-matemático consiste en imaginar que podrá reemplazar al suje­to en el lugar mismo donde lo sutura. La fabricación de computadoras, clones y robots aptos para reemplazar a los humanos y puestos a punto por un sabio loco forma parle de esta ensoñación. Así, los científicos producen una ideología super­numeraria a sus cálculos e independiente de ellos.

L a IDEOLOGIA del psic o a n á l isis c o n t r a el psic oanálisis

El psicoanálisis no se encuentra por encima de la pelea: no está exceptuado de esta regla y también secreta una ideología. Se puede criticar fácilmente el sueño del

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cuerpo máquina y los estragos que realiza. Pero también existe una ideología del psi- quismo máquina según el cual toda manifestación de la historia de un sujeto es la presentación manifiesta de un contenido latente inconsciente. La noción de un psi- quismo máquina corresponde al mismo cientificismo que el cuerpo máquina y no es menos nociva. En efecto, los determinismos del inconsciente también son cientí­ficos y reductores. El inconsciente calcula con una precisión diabólica. El sujeto del psicoanálisis es el sujeto de la ciencia del inconsciente. El sujeto se encuentra sutu­rado aquí por su síntoma: “eso” le llega sin que se dé cuenta de ello.

La ideología que corresponde a esta sutura presenta al psicoanálisis como una especie de botella de oxígeno que permitiría respirar y hacer frente a una objetiva­ción creciente de la que la ciencia (físico-matemática) sería culpable. Nada sería más pretensioso por parte de los psicoanalistas que rechazar la objetividad (y en conse­cuencia la objetivación) al campo de las ciencias duras, reservando la subjetividad para el psicoanálisis. ¿Acaso no es evidente que la investigación científica necesita una hipersubjetividad? “ Lo que impresiona, escribió Poincaré, son las apariencias de iluminación súbita, signos manifiestos de un largo trabajo inconsciente -el rol de este trabajo inconsciente en la invención de las matemáticas me parece incon­testable”. Las ciencias llamadas duras sólo se endurecen en el momento de su trans­misión, en absoluto durante su creación, que exige mucha inventiva y subjetividad. En realidad, los psicoanalistas no defienden especialmente la causa del sujeto contra los neurocientíficos, porque la defienden en primer lugar contra la máquina obje­tivante que es el inconsciente mismo. La máquina psíquica efectúa cálculos refina­dos, cuya represión puede enfermar. La primera máquina científica objetivante es el inconsciente mismo, que empuja a los hombres a actuar sin saber lo que hacen. El inconsciente calcula y pilotea el destino con tanta precisión que su funcionamien­to genera una sutura del sujeto.1

En base a esta sutura, la ideología del psicoanálisis se desarrolló al margen del psicoanálisis, y pretende asegurar la defensa del sujeto contra la objetivación de las ciencias modernas (cuando el saber del inconsciente mismo sutura a este sujeto). Ella querría oponerse a los perjuicios de la ciencia (aunque ella misma forme par­te de ellos) y ocurre que, en nombre de consideraciones sobre la calidad de vida, el naturismo agroalimentario y los subproductos del chamanismo, pretende defen­der lo simbólico.2

1. Es por eso que los estadounidenses llaman shrink a sus psiquiatras, considerados como “reduc­tores” de cabezas.

2. Véase 1. Illitch, Némésis médicale. Expropiation de la samé, Paris, Seuil, 1975: “Los actos médicos son una de las principales fuentes de la morbilidad moderna”. Como ya escribía Georges Can-guilhem: “Esta amalgama de banalidades adornadas con una reivindicación de autogestión de la salud personal tiene por efecto el nacimiento de las magias terapéuticas” (op. cit., p. 401). Michel Foucault ironizaba a propósito de esta ideología sobre la “ fenomenología acéfala de la compren­sión”, que pretende oponer al progreso de la medicina un culto de la relación médico-enfermo.

La importancia otorgada actualmente al sujeto y el respeto con que se trata a este desconocido en los medios psicoanalíticos se parecen mucho a los misterios de la vida, ese concepto inhallable y, sin duda, productivo en los tiempos de Clau- de Bernard, pero que luego sirvió durante décadas de bastión al oscurantismo. Es necesario tener cuidado, porque el concepto corre el riesgo de ser utilizado, como una prolongación del vitalismo, contra el organismo. Este sujeto podría tomar in­debidamente el lugar del misterio de la vida, y la cuestión no se trata de darle nue­vamente la palabra al vitalismo, con el nuevo ropaje del sujeto. La noción de su­jeto no importa para oponerse al organicismo, sino para especificar la realización de la consciencia en relación al inconsciente. Este objetivo modesto afirma a la vez la subjetividad y aquello que la sobredetermina, preservando así la cientifici- dad de una disciplina que es vano comparar con otras. A diferencia de la ideolo­gía del psicoanálisis, el psicoanálisis “descansa en la concepción general científica del mundo”.3 Freud jamás dudo de que el psicoanálisis se definiera com o “ciencia de lo inconsciente en el a lm a ’ (Wissenschaft von seelisch Unbewusste).4 Sin embar­go, tomados individualmente, los psicoanalistas tienen en su práctica la función de aliviar a sus pacientes de sus síntomas. Toman partido por sus pacientes, en lu­cha contra la cientificidad de sus inconscientes, los cuales calculan con una preci­sión temible. Desde este punto de vista, los psicoanalistas están a favor del sujeto y en contra de la cientificidad del inconsciente. Pero sólo pueden proceder con éxito si conocen los resortes de esta cientificidad y el punto de sobredeterminación sub­jetiva en que puede dialectizarse.

L a IDEOLOGIA de las n e u r o c ik n c ia s c o n era las n e u r o c ie n c ia s

Las neurociencias también producen ideología. Su origen no es un gran mis­terio: procede de la fuerza del deseo (fuerzas más grandes que nos empujan a ac­tuar y nos transforman en títeres previsibles, una vez activada su relojería). Inde­pendientemente de si la máquina sexual marcha bien o acumula fallos, ella fun­ciona com o si la voluntad, la conciencia o el libre arbitrio, estuviesen relegados a un segundo plano. Las maquinarias de fábrica, las redes virtuales actualizadas en tiempo real, hacen pensar en esta potencia no compartida de la libido. Se parece a los pistones metálicos, las bielas, los árboles de levas, las válvulas de de los gran-

3. S. Freud, Correspondance avec le pastear Pfister, Paris, Gallimard, 1966, p. 186. Freud, por ejem­plo, siempre pensó que su cáncer era del dominio de la cirugía y la radioterapia. Extrañamen­te, en los últimos meses de su vida, fue su radiólogo inglés Finzi quien le recomendó un enfoque psicológico (Max Schur, La Mort dans la vie de Freud, Paris, Gallimard, 1975, p 612, nota 22).

4. S. Freud, “Dos artículos de enciclopedia: Psicoanálisis’ y ‘Teoría de la libido’ ”, en Obras comple­tas, Buenos Aires, Amorrortu, vol. XVIII, 1988.

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des complejos industriales. Un cuerpo al que se pudiese controlar como una má­quina liberaría al hombre de aquello que lo maquina. El hombre soñó con ello du­rante siglos de noche, antes de que las verdaderas máquinas le ayudasen a desper­tar, a hacer pie en tierra, a colonizarla. La máquina es su parte angelical, purifica­da de la sexualidad que la desarregla, desprovista de la preocupación por la repro­ducción, de lo que el erotismo tiene de traumatizante. La comparación del cuer­po con la máquina existe al menos desde los griegos.5 Esta analogía latente explo­tó en la era de la Ilustración, como si el hombre hubiese proyectado por prime­ra vez su realización. En los Principios de la fdosofía, Descartes desató una especie de polémica relojera que sólo se extinguiría un siglo más tarde: “Cuando un re­loj marca las horas por medio de las ruedas de las que está hecho, ello no le resul­ta menos natural que a un árbol dar frutos”.6 Cuando tuvo que exponer esta con­cepción de un hombre maquínico a la reina Cristina de Suecia, ésta le respondió: “Jamás he visto que mi péndulo hiciera bebés”. Leibniz forzó la cuestión al escri­bir que: “Todo lo que ocurre en el cuerpo del hombre es tan mecánico como lo que ocurre en mi reloj”. I'ontenelle, también apoyándose en la sexualidad, se su­blevó contra esta comparación.7 Al comentar este argumento de I'ontenelle, Kant distinguió la máquina del ser vivo.8 Cerca de un siglo más tarde, Claudc lkrnard desarrollaba la misma tesis: “ Lo que caracteriza a la máquina viviente no es la na­turaleza de las propiedades físico-químicas, por complejas que sean, sino la crea­ción de esta máquina que se desarrolla antes nuestros ojos en condiciones que le

5. Una máquina puede ser descrita en términos de anatomía y a menudo se designan herramientas por medio de vocablos anatómicos: brazo, rótula, rodillera, tenaza, dedo, pie, etc. Algunas par­tes del cuerpo también son comparadas con mecanismos. Platón comparó las vértebras con los goznes de la puerta (Timeo 74 a) y los vasos sanguíneos con canales de irrigación (Timeo 77 c). Asimismo, para Aristóteles los tendones son catapultas (De moni animalium, 707 b, 9-10). Con­cibe el organismo como una suma de órganos-herramientas especializados: la anatomía aristo­télica es una tecnología general. “La naturaleza no procede por mezquindad como los cuchille­ros de Delfos, cuyos cuchillos sirven para varios usos, pero pieza por pieza. El más perfecto de es­tos instrumentos no es el que sirve para varios trabajos, sino para uno solo” (Aristóteles, La Po- litique, París, Hermann, 1996, libro I, capítulo I, § 5).

6. Principes de la philosophie, IV 203, p. 666.7. B. de Fontenelle,“Lettres galantes”, CEuvres, Paris, Fayard, 1990,1.1, p. 322-323: “¿Usted dice que

las bestias son máquinas tanto como los relojes? [... ] Dos relojes estarán uno al lado del otro toda la vida sin hacer jamás un tercer reloj”.

8. Precisa que, en un reloj, un engranaje es la causa eficaz de otro engranaje. Una parte existe por otra y no en otra. La causa de la producción de los engranajes no se encuentra en ellos, sino fue­ra de ellos, en un ser capaz de poner en práctica sus ideas. El reloj no sabría repararse a sí mismocuando se estropea, no sabría compensar o reproducir las partes que se le quitan. A diferencia deun reloj, un organismo se da forma y se regula a sí mismo: “Los seres organizados deben organi­zarse a sí mismos”. Una máquina no se reproduce. Ninguna parte es construida por otra, ni porel todo, y ningún todo por un todo de la misma especie” (E. Kant, Critique de la faculté de jugar,Paris, Vrin, 1986,2da parte, p. 193).

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son propias y de acuerdo con una idea definida que expresa la naturaleza del servivo y la esencia misma de la vida”.9

Las neurociencias engendran en el mismo sentido “ ideas” que suplemental! sus resultados científicos. La ilusión de un dominio de la psique por parte de la anáto- mo-fisiología o incluso de una reducción de lo psíquico a lo orgánico se apoya en un encadenamiento verificable de efectores.10 La ideología de las neurociencias se es­mera por liberar al cuerpo de los inconvenientes del deseo. De alguna manera, vie­ne a probar que la sutura de la ciencia está bien fundada, es decir, que todo sujeto se define por determinismos orgánicos. En efecto, no ser amo en su morada más ínti­ma, su propio cuerpo, constituye un sufrimiento para el hombre. Estas ideas domi­nan hoy en día el discurso médico.

Así com o es necesario distinguir la ciencia de la ideología de la ciencia y los cien­tíficos, del mismo modo el discurso médico difiere de la medicina y los médicos, enfrentados a diario con la dimensión humana de sus actos. Sus pacientes no se re­ducen a un conjunto de órganos y funciones. Sin embargo, un discurso médico im­personal contradice esta práctica. Resulta de la aplicación de lo físico-matemático a lo biológico, que genera la creencia en un cuerpo maquínico reducido a sus fun­ciones e interacciones químicas y físicas. Al igual que los otros saberes, este discur­so maquina sueños que, en cierto modo, saturan su sutura.

Estas creencias producen “ imaginaciones” sin prueba (por ejemplo, la de un hombre hormonal o un hombre neuronal) que prolongan la creencia en un cuer­po máquina. El sueño de La Mettrie data de 1748:" hoyen día, se volvió una creen­cia de masas, elevada a su potencia plena. Al ignorar ahora por qué viven, los hom­bres están dispuestos a creer que sus genes los programan: ¡es muy necesario poner un nombre a las potencias que nos dominan! Así, las neurociencias se han vuelto la ideología práctica del posmodernismo y del liberalismo. El orden de la sociedad, tal com o es, se encuentra justificado cuando el carácter social del hombre se anula en lo orgánico. A decir verdad, de este modo, todo está justificado. Si las conductas humanas, como las que se ilustran en la guerra, estuviesen “ inscriptas con fijeza en la organización del cerebro del hombre”,17 ¡matarnos entre nosotros sería simple­mente algo conforme a nuestro destino genético! Los hombres ya no estarían guia-

9. Introduclion a l'élude de la médicine experiméntale, op. cit., 2da parte, cap. II, § 1. Para el hombre, aún sería necesario agregar el motor infinito del saber inconsciente: ¿existen relojes que funcio­nen gracias a lo que no funciona, relojerías cuya disfunción sea el motor perpetuo? Si el sueño maquínico es tan poderoso, es para huir de la angustia de esta desarmonía.

10. La mano es, sin duda, el órgano de prensión, y le corresponde un área cortical. Pero esta área es una herramienta, del mismo modo que la mano.

11. Para Descartes, únicamente el cuerpo era máquina, mientras que para La Metlre: “El alma no es más que un término vano del que no tenemos ninguna idea. Concluyamos, pues, intrépidamen­te que el hombre es una máquina”.

12. Véase el prefacio de J.-P. Changeux en L’Homme neuronal, op. cit.

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dos por sus ideales, sino por sus genes, aval que es condición previa de toda ma­sacre, grande o pequeña. En consecuencia, el organicismo y las reducciones del psi- quismo que se legitiman gracias a las neurociencias se encuentran privilegiados en algunos dominios de las políticas de salud y la enseñanza universitaria. Esta ideo­logía sueña con un cuerpo autista sin habla, con un tiempo en que ya no “se” char­la más, en que “se” mide. La existencia de un sujeto contradiría el encadenamiento autárquico de las causas y los efectos, relanzado por un feed-back infinito e inscrito desde siempre en los genes.

Así, las neurociencias prolongan el sueño del Golem, que fascina porque el su­jeto desea prescindir del sueño y se embriaga con la idea de liberarse de sus fantas­mas de una buena vez. En la leyenda hebraica, un hombre consigue animar una es­tatua de barro, un Golem, y la amenaza de la clonación se parece a esta mitología. Pero, más profundamente, si nuestros genes nos fabricaran sin que pudiésemos ha­cer nada al respecto, entonces seríamos los Golems de una maquinaria genética que nos superaría. Arrastraríamos detrás de nosotros un monstruo objetivo -nuestro propio organismo. M ore geométrico, Spinoza escribía que desconocemos la poten­cia de nuestro cuerpo, cuyas potencialidades superan la imaginación: estaríamos en vías de descubrirlo.

¿Por qué la neurofisiología permitió soñar con un cuerpo autista, independien­te de un carácter social, sin el cual no sobreviviría? Este sueño latente se volvió ma­nifiesto a partir de la década de 1980, a la hora de la marginalización de las creencias sobre las cuales la humanidad había reglado su conducta hasta entonces. Sea cual sea su potencia, ningún telescopio encontró en los cielos el rastro de un Dios, instancia represora ideal. Luego de haber abandonado lo infinitamente grande, ¿a dónde fue a buscar la represión su justificación, sino a lo infinitamente pequeño? Un simple sol­dado, un mediador químico, una molécula, una hormona, un gen, etc., se vio así con­ferido el rol de jefe de mando con el pretexto de que la batalla no podría ser librada sin él (lo que es verificable no siempre es verdadero). En este contexto de deflación ideal, el hombre compara su cuerpo con una máquina, como si un pensamiento pre- materialista primitivo pudiese realizarse hoy en día. Una duda cada vez más profun­da minó los ideales revolucionarios, religiosos e incluso progresistas, y puesto que ya nada tenía valor, germinó la idea de una autonomía maravillosa del cuerpo.13

13. La posmodernidad invalida los antiguos ideales sin enunciar una proposición nueva: liberados del peso que los compromete a realizar sus sueños, los cuerpos flotan. Reducidos al conjunto de sus funciones, privados del anclaje que les daba su postura espacio-temporal real, se desensam­blan. Nuestros cuerpos se parecen a la especie de estallido que los figura hoy en día en el arte. In­dependientemente de toda opinión estética, las obras de arte muestran en qué se convierten los cuerpos sin un mañana. Salvando las distancias, los cuerpos sumidos en el sueño científico su­fren un destino análogo: son tratados como paquetes de órganos cuya historización y cuya sub- jetivación se vuelven supernumerarias o incluso quedan fuera del campo.

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C ó m o l a s n l u k o c ip .n c ia s d e m u e s t r a n e l p s ic o a n á l is is

Por otra parte, esta idea de una autonomía del cuerpo tiene consecuencias por sí sola, como si existieran nuevas patologías propias de nuestra época. Cuando la socie­dad ya no tiene ningún ideal hegemónico, se desarrolla una patología particular del cuerpo pulsional. En efecto, las pulsiones por lo general son contrabalanceadas por su sublimación en la forma de ideales. De ahí la aparición de una patología que pare­ce nueva, porque el desmoronamiento de los ideales modifica su presentación. Estas presentaciones siempre pertenecen a una estructura que no cambió, pero su parle pul­sional se infla en proporciones tan importantes que se tiene la impresión de tener que vérselas con nuevas enfermedades. Es el caso, por ejemplo, de la bulimia, la anorexia, la toxicomanía, las depresiones y algunos problemas sexuales, que hoy en día son tra­tados como enfermedades totalmente aparte, cuando son solamente síntomas.

Presa de la ideología posmoderna, la neurofisiología fue utilizada para ocultar el sexo en nombre de una creencia en una autonomía del cuerpo. Esta fe en el hom­bre máquina completa harmoniosamente otras creencias de la época, como las de la psicología del yo, la autonomía del sujeto de derecho o el fetichismo de la mer­cancía. Esta ideología no es la de los científicos mismos, al menos en el momento de sus descubrimientos, que requieren una hipersubjetividad. En cambio, una vez establecidos los resultados, aparecen retroactivamente como determinismos obje­tivantes para quienes se encuentran por fuera de la investigación: el público no in­formado considera que la sutura del sujeto forma parte del resultado. De modo que los efectos de la ideología de la ciencia son más impresionantes para los no científi­cos que para los investigadores. Los “usuarios” son tanto más permeables al cienti­ficismo cuanto que aspiran a la inocencia prometida por el árbol del saber -a con­tracorriente del Génesis.14 La ciencia declara que todo está determinado: he aquí los inocentes. Si el saber inscribe en su repertorio los determinismos, prueba así que el hombre es el objeto de fuerzas más grandes que él.

Así, la ideología de la ciencia (y no la ciencia) cae en la bolsa de las religiones, agravando algunas de sus características: la religión reclamaba la creencia del suje­to. En cambio, la ciencia ignora su propia función religiosa. Reclama una creencia absoluta, porque cree enunciar hechos demostrados e indiscutibles (sin evaluar que a menudo se trata de consecuencias y no de causas). Este cambio de régimen de la creencia también engendra allí por sí mismo nuevas patologías. Cuando el mismo hombre toma ansiolíticos todos los días, rara vez le viene a la mente que así no su­perará la angustia, que, por el contrario, está perpetuando. Solamente habrá esca­moteado su culpabilidad.

La ideología médica enjuga sin rodeos el peso enorme de la culpabilidad que la religión hacía pagar -sin reducirla. Cuando hicieron de Dios el creador universal,

14. Adán habría sido expulsado del jardín del F.dén por haber probado el fruto del saber, según la in­versión habitual de las religiones en relación al inconsciente. ¡F.s todo lo contrario! ¿Promete la ciencia el paraíso?

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las religiones no quitaron a la criatura su parte de libertad. Cuando el psicoanáli­sis transformó la trascendencia divida en inmanencia del inconsciente, no descu­brió la inocencia del sujeto, sino una culpabilidad previa a toda culpa. Pero, desde que existe la ciencia, basta con que ella inscriba en sus frontones que “todo está de­terminado” para que la culpabilidad finalmente sea reprimida con razón. ¿Qué de­terminismos son más absolutos que los que son atribuidos a los genes? Si ése fue­se el caso, ¡ya no seríamos más responsables de nada! Tan grande es la inocencia de este sujeto de ensueño, que desaparece. Según Jean-Pierre Changcux, por ejemplo: “Las Tablas de la Ley están inscriptas en el ADN y los cromosomas”.15 La ideología científica angeliza los cuerpos costosamente: en los órganos, tomados uno por uno tanto como en su conjunto, no se encontrará nada que se parezca a la culpabili­dad. He aquí por qué el discurso médico niega a menudo - o marginaliza- el sínto­ma psíquico, que signa con obstinación la culpabilidad del sujeto. Quizá esta pues­ta en juego subjetiva y paradojal del fin de la subjetividad explique cierta violencia en el tono con respecto al psicoanálisis. Por eso sucede que algunos científicos, pero sobre todo exégetas, se muestran feroces, hasta llegar a la tontería, con todo lo que pueda parecerse a la subjetividad.

La ideología de las neurociencias objetiva al sujeto. ¿Por qué un deseo de objeti­vación tan perfecto, sino porque corresponde al extremo del deseo mismo? Su pro­pia infinidad lo empuja a anularse. La inhumanidad forma parte de la humanidad. Esta enorme transgresión le da su tono eufórico y triunfante. Y aunque su resulta­do, com o se lo presenta, no sea el que busca, engendrará, a pesar de sí misma, otra subjetividad: la que poseeremos cuando una inmensa computadora haya realizado la cartografía de los genes hasta su última molécula. A la hora del descifrado de la úl­tima secuencia, la puerta de salida de la última molécula abrirá la puerta de entrada de un secreto del humano que se autoatraviesa, porque se encuentra fuera de él. La máquina habrá sido desmontada hasta sus conexiones más pequeñas, y el misterio seguirá intacto: la causalidad, acorralada en la fortaleza vacía del cuerpo, permane­cerá inviolada. Durante este auto-atravesamiento, habremos viajado mucho y tam­bién aprendido mucho -y habremos cambiado. Habremos perdido la inocencia y la paz que esta ciencia había prometido otorgarnos. Segundo exilio del Edén.

15. Op. cit., introducción.

Consecuencia paradojal: sobredosis farmacológica

A h o r a es el c u e r p o el q u e d e b e r í a c u id a r del a lm a

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La LOCALIZACION Y EL MODO DE ACCION DEL PHARMAKON

Las contradicciones del deseo inconsciente no engendran somatizaciones ima­ginarias, sino enfermedades reales, y la dimensión psíquica del síntoma no impi­de tratar sus retoños orgánicos más vistosos. La angina, las cistitis, el herpes, por ejemplo, son enfermedades reales cuya naturaleza infecciosa está abundantemen­te probada, aunque su causalidad a menudo sea psíquica. Desde luego, hay que tra­tar la infección con medicamentos adaptados. Pero si se ignora que la acción sola­mente trata efectos, la recaída será tanto más frecuente cuanto que se crea conocer su causa. Estar informado sobre la diferencia entre la causa y los efectos no signifi­ca que los antibióticos serán inútiles, sino que más vale saber que la repetición indi­ca que otra cosa se pone en juego. También es posible obstinarse y llamar al médico y luego, com o último recurso, al cirujano, puesto que a partir de ahora existe una “cirugía psíquica”. Ni siquiera se trata de destrucciones quirúrgicas a nivel del hi- potálamo propuestas con el fin de enmendar las conductas de los desviados sexua­les.’ Se trata de una cirugía que pretende tratar las neurosis obsesivas o las epilep­sias no orgánicas.2

1. F. Roecier, H. Orthner, D. Müller, „The Stereotaxíc Treatinent ot Pedophile Homosexualíty and Other Sexual Deviations", Proceedings ofthe 2"'1 International Conference o) Psychosurgery, Copen hague, 1972.

2. Desde el 2002, en Francia es legal tratar la neurosis obsesiva con escalpelo. Un neurocirujano nos confió recientemente el caso de un paciente que sufría crisis de epilepsia cada vez que quería pro nunciar la palabra "cepillo de dientes”. A pesar de la causalidad manifiestamente psíquica de su mal, sólo escapó a la cirugía porque era demasiado peligrosa.

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Otra cosa es aún la administración de medicamentos destinados a actuar so­bre síntomas psíquicos, sobre la angustia, la inhibición, los delirios, etc. El psicoa­nálisis no proscribe por principio el uso de psicotrópicos (ni más ni menos que el del alcohol o de drogas en general), de las que ninguna civilización prescindió ja­más. Hay que evaluar su uso solamente en función de la estructura y a título de sín­toma. Es un problema de tacto. Va de suyo que el empleo de antialucinógenos en los momentos fecundos de la psicosis representa un gran progreso, mientras que el empleo de antidepresivos en la mayor parte de las depresiones es engañoso y peli­groso. La práctica muestra constantemente que mientras más importante es la re­lación que se establece al hablar, menos necesario se vuelve el recurso a los medica­mentos. Y, de hecho, ocurre igualmente que la toma regular de medicamentos de­teriora a mediano plazo el funcionamiento cerebral, así como la libido, particular­mente la sexual (algunos medicamentos “curan” así la depresión, pero de paso ma­tan el deseo sexual, lo cual genera una depresión: en consecuencia, es necesario se­guir tomándolos).

Pero, más allá de esta apreciación intuitiva, conviene aclarar más aún el lugar de impacto del medicamento. Estas precisiones dan una vez más la idea de un malen­tendido persistente. Porque no es al principio de su obra, o en ocasiones raras, que Freud habría hecho alusión al rol de los neurontediadores. Por el contrario, puede encontrarse en la pluma de Freud un gran número de observaciones que subraya la importancia de la química en la presentación de algunos síntomas, por ejemplo, la neurastenia y las neurosis actuales.3 En efecto, hay que subrayar que un aconte­cimiento rara vez produce un síntoma físico. Regresa previamente al nivel pulsio­nal y, tomando como base este repliegue, la secreción de neurotransmisores tiene consecuencias propias. La mejor prueba de ello es que la administración de medi­camentos tiene efecto en los síntomas.

Limitémonos a un problema clínico importante, el de las psicosis. Si se busca comprender el lugar de los medicamentos al interrogar sus diferentes niveles de ac­ción, se constata empíricamente las secuencias siguientes: sin medicamento, un acon­tecimiento determinado genera una angustia específica debido a la proximidad del goce. Por ejemplo, el éxito en un examen, una conquista sexual, el advenimiento de una paternidad, a corto plazo engendran un desastre psíquico. Según las formas de la psicosis, esta angustia provoca pasajes al acto, alucinaciones, inhibiciones, etc. Si un antidopaminérgico -que bloquea el goce- detiene la angustia, las inhibiciones, etc., hay que pensar que el acontecimiento provocó un goce antes de que este goce se volviese excesivo y tuviese como consecuencia alucinaciones, delirios, etc. Las aluci-

3. Para apreciar la importancia de la química, habría que desarrollar la noción de neurosis actual, y sobre todo su relación con una sexualidad infantil, es decir, pulsional, mantenida. En este sen­tido, el lazo con el cuerpo pulsional tiene efectos bioquímicos constantes, al menos en la medida en que la neurosis infantil insista.

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l O M O I AS N fiU KO UKNC IAS DI M U I S I KAN I I l'SIl OANAI ISIS

naciones no son causales; por el contrario, son un resultado. Como la forma toma­da por las alucinaciones (y más aún por los delirios) depende de la posición subje­tiva y es reorganizada por ella, se podría estar tentado de buscar una causalidad en lo que las alucinaciones y los delirios expresan. Sin embargo, no son más que una consecuencia que a menudo refleja mal el acontecimiento precedente. En la secuen­cia “acontecimiento-goce-consecuencias sintomáticas”, el psicotrópico tiene un efec­to en el segundo tiempo. No actúa en el acontecimiento causal.

Algunos investigadores piensan economizar la cuestión de la causa porque algu­nas sustancias químicas pueden provocar equivalentes de manifestaciones psíquicas. Por ejemplo, sostuvieron que si un medicamento o una droga determinados pro­vocan un delirio, sería necesario concluir de ello que el delirio en general tiene una causa química. Esta reducción del mediador a la causa reduce la psique a un órgano que debe ser tratado como los otros, incluso si es virtual.4 La bioquímica y la neu- rofisiología destronaron la noción de localización en beneficio de la de substancia. Un centralismo bioquímico sucedió a un centralismo anatómico.

Muchos laboratorios actualmente proponen una especie de modelo único del impacto de lo psicotrópicos en el paleocerebro. Estas investigaciones privilegiaron los efectos de la dopamina. Algunas neuronas que funcionan con dopamina se en­cuentran en el hipotálamo, pero la mayoría se concentra en una delgada región del tronco cerebral: el mesencéfalo.5 Se atribuye a la dopamina la génesis del placer, del comportamiento sexual, un rol en los comportamientos sociales, así como una im­portancia de primer plano en la génesis de las enfermedades mentales.6 Los neuro- lépticos se oponen a su acción. Por otra parte, esta característica confirma las tesis del psicoanálisis sobre las consecuencias de un exceso de goce en las psicosis.

El área tegmental y el sistema límbico (no cortical) producen la dopamina y son modulados por dos tipos de neuropéplidos. Por un lado, existen productos calman­tes y euforizantes que actúan sobre las sensaciones. Estos psicotrópicos tienen efecto en receptores opioides sobre los cuales pueden fijarse, por ejemplo, la morfina o la metadona en lugar de los neurotransmisores naturales (la encefalina). Por otro lado, existe una serie de productos bien distintos: psicoestimulantes de vigilancia como la cocaína, la cafeína, las anfetaminas, que pueden reemplazar al transmisor natural (la colecistoquinina). Si los euforizantes tienen efecto en las sensaciones, se deduce que su acción se refiere al área pulsional derecha, mientras que si los psicoestimulantes

4. Véase D. Widlócher, Les psychotropes, Paris, I es Empécheurs de penser en rond, 1996.5. Sin embargo, el hipotálamo no puede ser calificado de centro del placer. Se trata solamente de

un aguijón general del placer causado por la producción de dopamina, de la que resulta una es­pecie de puesta en tensión disociada de la meta.

6. E. Zarifian, “Hypothése monoaminergique dans la dépression”. Armales de biologie clinique, Pa ris, 1979.

7. B. P. Roques, “Novel Approaches to Targeting Neuropeptides Systems”, Trends Pharmacological Science 200.21, p. 473-483.

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aumentan la vigilancia, es porque aceleran a la derecha el caudal de palabras y sím­bolos. Las dos grandes categorías de drogas se reparten entre las áreas de la sensación y las del lenguaje, pero debe subrayarse un efecto esencial: tanto en un caso como en el otro, el resultado es el mismo/ Tanto los euforizantes com o loá productos de vigilancia aumentan la producción de dopamina (especialmente a nivel del núcleo accumbens). ¿Acaso no es lógico que el adormecimiento de la pulsión o el aumen­to del caudal simbólico lleguen al mismo resultado?9 Finalmente, hay que subrayar que basta con que la dopamina sea producida para que la recompensa sea anticipa da. Ningún goce real se realizó, pero pareciera como si ése fuera el caso. La dopami na es solamente una predicción de placer que sustituye al placer mismo.10

El antidopaminérgico es el modo de acción más grosero puesto a la obra con los primeros medicamentos de psicosis, los neurolépticos (antagonistas de los recepto­res dopaminérgicos). También es posible una acción más fina al ir más atrás en la serie de los mediadores: la nueva generación de medicamentos, al estilo de la Clo- zapina, interviene antes de la transmisión dopaminérgica y así evita algunos efectos secundarios." En efecto, el “acontecimiento” tiene más bien consecuencias pulsio- nales (por ejemplo, en la esquizofrenia) o en el caudal simbólico (como en la ma­nía). Estos matices son importantes, ya que muestran que el acontecimiento puede repercutir en diferentes niveles de la relación del sujeto con el mundo, lo cual con­lleva algunas modalidades variables de la angustia, el delirio, etc.

L a in v e r s ió n de la c a u s a y el electo

Volvamos al problema general de la toma de medicamentos. Desde luego, los psi­cotrópicos contrarrestan un sufrimiento, que procede de una dificultad inconscien­te, y su utilización plantea un problema sólo cuando el efecto sintomático es tomado por la causa del acontecimiento. En este sentido, las nuevas drogas legales que son los psicotrópicos tienen las mismas consecuencias que las antiguas: impiden que el sín­toma hable y, en consecuencia, perpetúan el sufrimiento psíquico del mismo modo. Creer que una acción sobre el mediador influye sobre la causa acarrea graves con­

8. No obstante, los efectos intermediarios difieren totalmente, puesto que la exposición repetida a los opiáceos disminuye el tamaño de las neuronas dopamtnérgicas, mientras que los psicoesti mulantes aumentan el número de espinas de las neuronas dopaminérgicas.

ó. Por otra parte, asi se puede explicar que algunos psicotrópicos sean, según la patología, calman­tes o excitantes (por ejemplo, las anfetaminas o la nicotina).

10. Sólo hace falta un paso para reemplazar la causa del deseo por la carencia orgánica de la droga: es esto lo que logra el toxicómano. En este caso, el toxicómano es quien toma tanto drogas lega les como drogas ilegales: en ambos casos se trata de actuar sobre el mediador.

11. Por desgracia, estos medicamentos llevan un nombre de código que dice mucho de los deseos desus padrinos farmacéuticos: los llamaron “antipsicóticos”

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( l( lM l) I AS N KU RO U KN C IAS D liM lU iS 'l KAN I I I'S ICOANAI ISIS

secuencias. Pasar por alto el movimiento de una causalidad que es exterior al orga­nismo vuelve a reforzar su represión. En nombre de este error de razonamiento, se medican masivamente la angustia y un número de síntomas que no pedirían más que hablar. Positivo al principio, el saldo se invierte rápidamente.

La neutralización de un neurotransmisor del dolor anestesiaría una sensación desagradable. El alivio del sufrimiento constituye un progreso importante. No obs­tante, se reconoce que este alivio no remedia el problema cuyo dolor manifiesta. Cuando un dolor tiene una causa orgánica inmediata, aliviarlo es importante y be­néfico. El practicante que administra anestesias no olvida este origen físico del su­frimiento. Pero cuando se trata de un sufrimiento psíquico cuya causa está repri­mida, el médico pasa por alto su origen, que muy a menudo ignora. La acción so­bre el mediador a menudo suprime la ansiedad, la angustia, la depresión, etc., pero ello no modifica la causa, que permanece inactiva. Finalmente, la acción sobre el mediador -benéfica en un primer momento— prorroga el sufrimiento. Una angus­tia puede ser calmada gracias a ciertas drogas, y así se evita un sufrimiento psíquico exagerado. Pero el poder anestesiante de la droga no actúa sobre la causa del dolor, la cual, una vez dormida, se rehúsa a hablar. ¡Será una suerte si sus efectos no hacen metástasis en síntomas orgánicos! ¿Es esto en verdad una ventaja, si la angustia su­primida reaparece en la forma de una úlcera o de un tumor?

La neurofisiología muestra algunas articulaciones intraorgánicas. Pero, ¿signifi­ca ello que los comportamientos resultan de estas conexiones internas? La tristeza ya no es causada, por ejemplo, por un amor desafortunado o el fallecimiento de al­guien cercano, sino porque una enzima particular ya no funciona, etc.12 Los afectos, los deseos y los comportamientos giran así en un circuito cerrado, causa sui autística sin relación con el medio exterior. Explicar la tristeza por medio de la represión, por ejemplo, representa exactamente lo que Bachelard llamaba un “obstáculo verbal”.1'

En algunas guarderías estadounidenses, cuyo ejemplo se comienza a seguir en Francia, se administran medicamentos específicos a los niños pequeños que se ba­lancean en su cama. Este balanceo a menudo significa una carencia afectiva grave que puede anunciar el autismo. El médico cura el balanceo. Así, la carencia afectiva

12. Para estudiar el desorden fisiológico de la depresión y obtener un equivalente del estrés en los ani­males, algunos neurobiólogos hicieron sufrir miserias brutales o progresivas a diferentes anima­les de laboratorio. Al haber aislado neurotransmisores, consideran haber descubierto así la cau­sa de la depresión. Pero, ¿acaso no resulta deslumbrante que sus servicios sean la causa de dicha depresión? “Los ratones depresivos tiene déficits de forma espontánea, tanto a nivel del compor­tamiento como a nivel biológico, similares a los que se pueden observar en la mayoría de los de­primidos” (Michel Hamon, “Biologie de la dépression”, Pour la science 302, 2002).

13. “Es decir, la explicación falsa obtenida con la ayuda de una palabra explicativa, por medio de esta extraña inversión que pretende desarrollar el pensamiento al analizar un concepto en vez de implicar un concepto particular en una síntesis racional” (G. Bachelard, La Formalion de l’esprit identifique, Paris, PUF, p. 21).

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sigue haciendo estragos, mientras que la desaparición del síntoma que alivia el en­torno. Por desgracia, lo que sigue es previsible La creencia organicista se volvió tan poderosa que se curan lesiones del cerebro hipotéticas incluso antes de descubrir­las: lo mismo ocurre con el síntoma designado en los Estados Unidos con el nom­bre de m inim al brain damage. Algunos psiquiatras estadounidenses utilizan con en­tusiasmo esta etiqueta para designar una lesión sospechada a causa de las circuns­tancias del parto y la perinatalidad. El daño es muy discreto com o para ser puesto en evidencia, pero se pusieron a punto algunas evaluaciones para identificar a este “daño cerebral mínimo”, sobre todo en los niños llamados hiperactivos de los gue­tos negros. Dicho daño les valió grandes administraciones de anfetaminas desde la más tierna edad. Pal es la potencia de las creencias organicistas, que algunos investi­gadores se sienten obligados a hacer hipótesis orgánicas incluso cuando no es nece­sario. La señora Utah Frith, por ejemplo, realizó importantes investigaciones sobre el autismo, interesándose muy especialmente en los fantasmas que unen a la ma­dre con su hijo. Sin que nada la obligase en sus observaciones, conjeturó la existen­cia de una lesión cerebral, como si eso debiera brindar más cientiíicidad a su traba­jo .14 ¿Es este método científico?

El. ORGANICISMO CAMINA CON I.A CABEZA PARA ABAJO, O PREFERENTEMENTE SIN CABEZA

Con apariencia de cientificidad, el organicismo genera una profunda deshuma­nización del sufrimiento, y por desgracia también en Francia se le comienzan a en­contrar justificaciones.^ Si se vuelven el instrumento de un pensamiento único, los medicamentos, luego de haber liberado a una cantidad de enfermos de los muros del asilo, se arriesgarían a convertirse en muros nuevos. El pensamiento único que co­rresponde a esta política lleva el nombre de distintas nomenclaturas, entre las cuales el DSM IV es la más conocida. Este manual fabricado por los psiquiatras estadouni­denses se presenta com o un estudio pragmático, que se apoya en estadísticas y que está destinado a realizar un repertorio de los síntomas “objetivamente”. En efecto.

14. U. Frith, “A Developpemental Mode) for Autism”, Aulisme infártale, coloquio del INSERM, mo­nografía n" 146, París, Editions de I’ENSERM, 1987, p. 175-183.

15. Por ejemplo, puede leerse en la pluma de Jean-Didier Vincent: “Sólo en apariencia resulta para- doial utilizar una anfetamina (por lo tanto, un excitante) para calmar a los niños aquejados por un síndrome hiperquinético que los vuelve revoltosos y agresivos. Es posible que esta agitación traduzca un déficit del estado central respecto de la catecolamina que la anfetamina permitiríacolmar” (Biologte des passions, Paris, Odile Jacob, 1999, p. 160). Las grandes palabras como “sín­drome hiperquinético” o “catecolamina” enmascaran que un niño seguramente tenga sus razones para ser “revoltoso y agresivo”. Es más fácil administrarle anfetaminas que hablar con él y buscar comprender su sufrimiento.

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Como l a s n e u r o c ie n u i a s d e m u e s t r a n e i p s ic o a n á l is i s

las estadísticas a menudo resultan un instrumento de apreciación útil. Ahora bien, en este caso, las estadísticas no están hechas a partir de casos clínicos, ¡sino pregun­tando a los psiquiatras sus opiniones! Además, este enfoque, modesto en aparien­cia, ahorra el reagrupamiento de estos síntomas según entidades clínicas. No inte­rroga la causa subjetiva de la asociación de varios síntomas. Cuando los “hechos” no son relacionados con una estructura que los genera, la apariencia de cientifici­dad se pone al servicio del desconocimiento. Tal es el abismo de ignorancia que se abre bajo los pies del practicante si sólo dispone del DSM IV, que se enseña ahora en Francia. Porque, ¿qué hacer con el síntoma si no es situado en su estructura? Un dolor de cabeza, por ejemplo, puede ser el signo de una gripe, una migraña o un síntoma histérico. ¡Cuántos estragos si, en todos los casos, se indican aspirinas! Los síntomas aislados son considerados como enfermedades ordinarias, orgánicas. Así ocurrió, por ejemplo, con la depresión o con los trastornos obsesivo-compulsivos, que son síntomas, y no enfermedades. De ello resultan catálogos de síntomas deses­tructurados, nomenclatura que, con competencias limitadas, permite la rápida ad­ministración de medicamentos16 que tienen efecto en algunos neuromediadores. Y de ello resulta una simplificación que, con apariencia de pragmatismo, ha roto con todos los conocimientos de la psiquiatría clásica. Las nuevas clasificaciones han he­cho estallar las antiguas categorías nosográficas, e incluso han tachado de su lista una institución tan venerable como la histeria. Naturalmente, no porque, debido a la presión de los feministas, los psiquiatras estadounidenses cerraran los ojos fren­te a la existencia de la histeria hasta que desapareciera. La histeria ya no es más re­conocida como una estructura, sino que algunos de sus síntomas son considerados como enfermedades en sí mismos y, por consiguiente, son medicados. Por ejemplo, el insomnio, la tetania, la depresión, la bulimia, etc. Se curan las consecuencias sin ocuparse de la estructura en la cual se producen. En este sentido, la histeria se vuel­ve no una nueva patología, sino una patología ignorada nuevamente, devuelta a su estado salvaje, en cierto modo.

En la universidad, el enorme número de estudiantes de psicología y el pequeño numero de psiquiatras en formación están cada vez más orientados hacia el cogni- tivismo, el conduclismo o el DSM IV. Naturalmente, se estudian otros enfoques del psiquismo, pero no tienen más que un rol secundario. El organicismo ocupa los lu­gares de las decisiones hegemónicas. De modo que los psiquiatras o los trabajado­res de la salud mental formados así ya no comprenden nada sobre los conceptos de la vida psíquica, a los que consideran antiguallas. Este estado de las cosas se vuelve tanto más preocupante cuanto que este nuevo organicismo pretende no sólo la he­gemonía, sino la exclusividad, buscando legitimarse, gracias a las neurociencias, sin

16. En muchos países, las prescripciones de medicamentos se hacen a ciegas luego de haber cataloga­do diferentes sintonías numerados. Los seguros exigen una referencia a esta clasificación ni bien se evoca un problema de responsabilidad psíquica.

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( il KAK I ) P o M M Il l<

ningún fundamento. Las neurociencias no descubrieron nada que justifique esta nomenclatura, y su valor científico no se encuentra probado por el simple hecho de que los psiquiatras estadounidenses hicieran adoptar su clasificación a la Asocia­ción Mundial de Psiquiatría. Este esfuerzo por ocupar todos los espacios se practica sistemáticamente a nivel de los Estados, las organizaciones internacionales de salud o a nivel mediático. Un organismo tan poderoso como la OMS, por ejemplo, con sidera al cognitivismo y la farmacología com o el enfoque científico del sufrimiento psíquico, mientras que los descubrimientos de la mayor parte de los medicamen­tos fueron hechos de forma empírica y no resultaron en absoluto de los progresos de las neurociencias, desde luego solicitadas por todas partes.17

Pareciera como si, en el nivel más alto, se hubiesen tomado decisiones para ir en el sentido del organicismo y marginalizar a las competencias cuya rentabilidad in­mediata no se puede evaluar. La economía de mercado no juega la carta de las cien­cias humanas sino en la medida en que justifiquen un “yo autónomo” : el organicis­mo es su modelo ideal. Las directivas de los ministerios aplican esta organización sin la decisión del parlamento ni discusión. En los centros de salud, la psiquiatría clásica se encuentra reducida a trabajos de evaluación, y el armazón de relaciones humanas de la salud es destruida sistemáticamente. Médicos cada vez menos califi­cados distribuyen medicamentos en proporciones extraordinarias a todos los ran­gos de edad, incluidos los niños. Las neurociencias producen una ideología que, por desgracia, legitima dicha política.

17. Las investigaciones farmacológicas se desarrollaron antes que las neurociencias, y en paralelo con ellas. La mayor parte de sus descubrimientos fueron empíricos, pero sus resultados fueron pues tos al servicio de una idea del cuerpo máquina.

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El doble rostro del hom bre m áquina en la literatura neurocientífica

C a p ít u l o 2 7

Algunos consideran a la neurociencia com o un monstruo frío y objetivo. Por el contrario, es una extraordinaria máquina onírica, cuya potencia desarrolla un sueño que existió desde siempre: el del hombre máquina, nuestro hermano, nuestro clon. Si ya está entre nosotros con tanta desenvoltura, es porque lo esperábamos. Desde hace mucho tiempo, soñamos con robots, mecánicas y esclavos dispuestos a servir­nos. Soñamos con mandarlos (¡nosotros, que lo somos!). Estos autómatas nos libe­ran de nuestra parte maquínica (nosotros, que tan poco leñemos por cierta nuestra libertad). La neurociencia engendra una literatura que reaviva los sueños de la hu­manidad más lejanos. Una vez evaluada la potencia de estos sueños, se mide su pre­sencia en los trabajos científicos o de divulgación más serios.

DO S TIPOS DK PUBLICACIONES

Las publicaciones de las neurociencias presentan dos rostros: este Jano descubre uno de sus perfiles en revistas especializadas que explican los objetivos de investi­gación, los procedimientos y los descubrimientos. En este marco árido, la interpre­tación de los resultados se reduce al mínimo. Su otro perfil se descubre en los sue­ños destinados al gran público o en los libros con títulos imponentes. En este mar­co menos austero, las técnicas y los procedimientos no se detallan. En cambio, la in­terpretación de los resultados toma mucha más extensión. Su estilo entusiasta da a entender que los problemas más íntimos del hombre están a punto de ser resueltos. Varios de estos “grandes libros”, quizá escritos por Premios Nobel, comportan una vertiente francamente filosófica. En realidad, acaba de nacer una nueva disciplina: la

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“ neurofilosofía” 1, cuyos exploradores, com o Paul Churchland, se declaran dispues­tos a comerse crudo el conjunto de las filosofías pasadas, considerando a la neuro­ciencia como una “revolución igual a la de Copérnico o Darwin”.2

No faltaron los excesos. La perspectiva de una “neurobiología de la consciencia” a veces mermó prematuramente su credibilidad al exponer tesis un poco reduccio nistas, como las de Daniel C. Dennett.3 Igualmente, si se siguieran las demostracio­nes de Walter J. Freeman, el aprendizaje se desarrollaría sobre el fondo del “universo caótico” del cerebro, y el olfateo abriría la vía de la estructuración de las neuronas: un estado mental organizado aparecería en el momento de la inspiración pulmo­nar, mientras que la expiración reconduciría al caos.4 Las creencias más curiosas se difundieron en nombre de los nervios, el gen y la computadora. Las investigaciones actuales sobre el cerebro generan esperanzas comprensibles, pero también fantas­mas bastante asombrosos (de los que se espera que sorprendan a los investigadores mismos). En Le M onde diplomaticjue de agosto de 2001, un artículo titulado Neuros- ciences kamikazes, de Mariano Sigman,5 explica el programa de investigaciones del instituto Riken en Japón: sus diferentes objetivos se programan en tramos de cinco años. Hacia el 2020, “ habremos vuelto inmortal al cerebro y le habremos fabricado un soporte técnico gracias al cual podrá seguir expresándose y viviendo”. El lector se preguntará entonces si los cerebros van a vivir sin cuerpo (?) y si se creará una vida no sexuada. Pero va un poco más lejos: “ En quince años, se podrán crear computa­doras provistas de cualidades intelectuales, emocionales y capaces de experimentar sentimientos tales com o el deseo”. Pero, ¿qué desearán? ¿Otra computadora? ¿Un ser humano? ¿Le permitirá una sexuación satisfacer ese deseo? Y el mismo lector se dirá entonces que, dado que el deseo sexual tiene con consecuencia la reproducción, la inmortalidad reivindicada algunas líneas más arriba se invalida.

En algunos trabajos, el autor está seguro de antemano de la inminencia de un des­cubrimiento que, según él, ni) sabría resistir a la inmensa panoplia de instrumentos que lo escruta'1. El instrumento de investigación por sí sólo brinda la ocasión para

1. K. Popper y ). tíceles,op. a l.; P. Churchland, Neurophilosohpy: Towardsa UnífiedScienceof theMwcl- Hrain, Cambridge Mass., Mi l Press, 1986; C. Debru, Bioéthique el Culture, Paris, Vrin, 1991.

2. P. Churchland, Matter and Cxmsctousness: a Contemporary Introduclion lo the Philosophy of Muid, Cambridge Mass., MIT Press, 1984, 1984, p. 481.

3. D.C. Dennett, 1.a conscience exphquée, Paris, Odile Jacob, 1993. Según el autor, la imagen del mun­do se construiría tomando como base la estructura neuronal (neuronal nelwork). Esta bizarra bús­queda del animal bajo el hombre se vectorializa de adentro hacia afuera, y no se entiende clara­mente su relación con el proceso de hominización, que más bien parece estar estructurado por un aprendizaje que va del exterior al interior.

4. W. |. Freeman, “The Psychology of Perception”, Scientific American 264, p. 78-85.5. Mariano Sigman es investigador en la universidad de Rockefeller (Nueva York).6. “La neurobiología de la conciencia ( J se presta a investigaciones específicas muy finas y discrimina-

tivas, en la misma medida en que algunos de sus correlatos neurocerebrales pueden estimarse a partirde medios referenciales y de operaciones sustractivas deferenciales (automatizables) a través de la reso-

regocijarse intensamente. La contracubierta del libro de julien Barry, Neurobiología del pensam iento , anuncia que las neurociencias “se abren al dominio de nuestro fe­notipo neurocerebral y sus desajustes, e incluso nuestro estatus existencial’ subje­tivo vivido, revolución sin ningún equivalente histórico” (subrayado por este autor). Sin duda, esta euforia tiene más motivo que la de La Mettrie, ¡que imaginaba que no éramos más que un cuerpo máquina cuyos engranajes sabríamos desmontar al­gún día! Pero, ¿acaso no se trata de la misma certeza enfática?'

D o b l e a l c a n c e : c ie n t íf ic o , l u e g o id e o l ó g ic o

Sin embargo, conviene examinar en otro nivel el doble aspecto de la literatura neurocientífica. En este sentido, es ejemplar el primer libro de [ean-Pierre Changeux, El hombre neuronal, con un estilo que formó escuela.'1 Aunque desde su publicación se hicieron nuevos descubrimientos, la ideología sigue siendo la misma: defiende la idea de un cuerpo máquina. Cuando escribe: “De ahora en adelante nada se opone, en el plano teórico, a que las conductas del hombre sean descriptas en términos de actividades neuronales. ¡Es tiempo de que el hombre neuronal entre en escena!”.1' J.-P. Changeux parece retomar la antorcha de la Ilustración contra la religión, cuya derrota próxima es anunciada: “ Luego de haber laicizado la anatomía del cerebro humano, ¡laicicemos su actividad!”. El hombre neuronal propone una forma de pen­sar nueva, cuyo modelo transforma radicalmente los enfoques anteriores del cuerpo máquina. Por un lado, proporciona informaciones útiles sobre la neurofisiología del cerebro. Por otro lado, extrae de ellas consideraciones filosóficas o más bien ideoló­gicas. Las primeras pretenden ser la prueba de las segundas, aunque sus opiniones ameriten ser discutidas. La ideología de las neurociencias no propone, por lo demás, ideas o grandes concepciones del mundo. Solamente presenta hechos: cada uno de ellos es indiscutible. Pero al ponerlos en serie se propone una causalidad y explica­ciones que ameritan ser discutidas. En este intersticio se desliza un nuevo cientificis­mo, diferente del que lo antecedió, porque no propone una concepción del mundo gracias a la ciencia. El resultado de esta aparente humildad es temible.

nancia magnética (IRM i con un poder separador más elevado que el de la TEP, asociadas a la magne­to-encefalografía (MEG) en tiempo real, más rápida que la TEP” (Julien Barry, op. al., p. 13)

7. Salvando las distancias, esta exultación generada por los éxitos neuro-anatómicos evoca el triunfo pasado de la frenología, cuando en 1825 Franz Joseph Gall mostró, con estadísticas en mano, que basta con palpar la superficie de un cráneo para conocer las características de su propietario.

8. Varios trabajos de J.-P. Changeux fueron citados en las páginas precedentes por su gran impor­tancia científica. J.as páginas que siguen son críticas respecto a su ideología. Pero, incluso desde este punto de vista, la especie de extremismo de sus posiciones tuvo una gran importancia, y sigue siendo un germen útil para el pensamiento (algo que conviene subrayar a modo de homenaje).

9. L'Homme neuronal, op. al., p. ¡59.

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Primer hecho: ninguna particularidad del material neurológico distingue a la os­tra del hombre. Esta constatación justificaría de antemano las analogías con el ani­mal y parece dar la razón a J.-P. Changeux cuando compara la sexualidad del gri­llo con la del ser humano. Cuando un grillo canta a fin de seducir a una compañe­ra, el observador puede escribir un grafo de sus vibraciones nerviosas,’ que corres­ponden a las variaciones de su apetito sexual.10 Esta demostración ilustra un despla­zamiento constante: el mediador (“ la red particular” ) es propuesto como causa (un “comportamiento [...] integralmente determinado” ) de la excitación sexual. Pere­ciera com o si, en el circuito cerrado, ¡la compañera del grillo no jugara ningún rol en las emociones del insecto!"

Este desplazamiento revela un error de método. En efecto, la sexualidad no se rea­liza si no se reúnen ciertas condiciones físico-químicas, fisiológicas, etc. Pero, ¿son estas condiciones de posibilidad la causa del deseo? Tomarla condición por la cau­sa corresponde al sueño de liberarse de la sexualidad de todo deseo. El deseo sexual confronta a cada uno con la alteridad: el cuerpo goza por medio del otro (real o fan- tasmático) y la potencialidad orgásmica depende de esta relación. ¿Será este misterio del orgasmo revelado finalmente por las neurociencias? Desde la noche de los tiem­pos, las religiones reglamentaron el goce sexual, permitiendo así la reproducción de una especie amenazada por las contradicciones de su propio deseo. Freud liberó la racionalidad de estos mitos al reducirlos a sus invariantes inconscientes. ¡Pero final­mente no vamos a liberar de este fárrago gracias a la neurofisiología! Nada más fácil de comprender que el orgasmo: la acetilcolina se activa a nivel del septum (¿cómo no se nos ocurrió antes?): “ El orgasmo no se manifiesta a través de una conducta abier­ta hacia el mundo exterior, sino como una sensación subjetiva, una experiencia in­terna”. Mártir de la masturbación, Diógenes aún poseía pocos argumentos para ne­gar el deseo con un aplomo que desatiende la experiencia más ordinaria.

Por otra parte, el error de método concierne a los apetitos más elementales. Las sensaciones de sed y sufrimiento, por ejemplo, son relevadas por neurotransmiso- res. Pero entonces pareciera que ello autorizaría a tomar el mediador por una cau­sa, com o dice J.-P. Changeux cuando escribe: “ Entonces, ¿por qué no considerar una sustancia de la sed, otra del dolor o del placer, y más generalmente una codifi­cación química del comportamiento?”. En esta descripción, el hambre, la sed, etc., se confunden con la sensación de hambre, sed, etc., y a continuación esta misma si­tuación es reducida a su neurotransmisor. De modo que el neurotransmisor se pre­senta com o maestro de obra. Se podría pensar que, si un ser vivo tiene sed, es por­

to. “Con el canto del grilio, 1...] se puede afirmar sin riego de confusión que su comportamiento está íntegramente determinado por una red particular, un grafo de la neurona y por las impul­siones que circulan allí”.

11. Con apariencia de materialismo, este esquema recae en una autarquía equivalente a la del idea lismo (el mundo es un sueño).

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que le falta agua. Pero, com o el agua se encuentra fuera del cuerpo y puesto que se trata de demostrar una especie de autismo de la sensación, el neurotransmisor se vuelve la causa. Gracias a este toque de varita mágica, el hambre y la sed resultan de un neurotransmisor de la sensación y no de la falta de agua, de alimento, etc. Por desgracia, si se suprime la sensación de sed actuando sobre el mediador adecuado, ¡ello no impedirá que el organismo se deshidrate!

El vicio de método de esta literatura neurofisiológica consiste en tomar el medio por la causa, y el órgano de transmisión por un puesto de mando. Se puede leer, por ejemplo, en El hombre neuronal: “Tanto la facultad de gozar com o la de sufrir están inscriptas en nuestras neuronas y en nuestras sinapsis |... ] muy a menudo estas se­ñales son péptidos: beber con la angiotensina II, comer con la colecistoquinina, ha­cer el amor con la LHRH” 12 (buen día, señora). Esta descripción da la impresión de que el cuerpo funciona en bucle y se trama solo, sin nosotros. Virtualmente, el ser humano se imagina libre y responsable, aunque, en realidad, las células y sus secre­ciones se las arreglen sin él, como grandes: “Algunos millares de neuronas, un pun­to preciso del hipotálamo, deciden en definitiva el equilibrio enérgico del hombre [... ] y de la perpetuación de la especie”.1' He aquí una operación metafísica que res­tablece de repente una trascendencia y legitima una causalidad que, habiendo des­aparecido de los cielos, ahora aparece en lo más secreto de las células. Una determi­nación absoluta del ser se vuelve interior al ser: “ Los comportamientos más funda­mentales de la vida del hombre no dependen más que del uno por ciento de los vo­lúmenes totales del encéfalo, y la triple codificación eléctrica, química y de las co­nexiones, se aplica sin rodeos a su determ tnism oT 4

La p o s t e r id a d dki. Ja n o i.ithrakio Dh las n e u r o c ie n c ia s

El libro de ).-P. Changeux originó en Francia un estilo de pensamiento que ge­neró muchos adeptos. Elegiremos entre ellos a )ean-Didier Vincent, cuya obra, Bio­logía de las pasiones, descansa sobre la misma idea del hombre máquina. J.-D. Vin cent emplea otras herramientas, las de la endocrinología: los métodos varían, pero lo que está en juego sigue siendo lo mismo. Lo nervioso y lo hormonal se diferencian por medio de sus modos de comunicación.15 J.-D. Vincent califica al cerebro hormo­nal de “cerebro impreciso”, responsable de la parte afectiva y apasionada del indivi­

12. Op. ai.13. Subrayado por ).-P. Changeux.14. No pude evitar subrayar este pasaje con una malicia completamente neuronal. No tengo nada

que ver con ello: el neurotransmisor concernido pleiteará a mi favor.15. “El alejamiento, la difusión y la duración de la acción hormonal se oponen, pues, al carácter lo­

cal, inmediato y discreto de la acción neuromediadora” (J.-D. Vicent, op. at., p. 39).

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dúo, que se superpondría a un segundo cerebro, “neuronal cableado”, responsable de las funciones sensorio-motrices y racionales. No nos demoraremos en esta re­partición entre lo “mojado” (afectivo) y lo “seco” (calculador), cuyo grado de cien- tificidad es discutible.

Examinemos antes un concepto específico de la neuroendocrinología, el defeed back, que despliega con originalidad la misma filosofía autárquica que la de las neu­rociencias. El feed-back da al circuito cerrado de la causalidad un aire divertido: al­gunos centros secretan humores que generan diversos resultados, teniendo a cam­bio estos efectos una acción de regulación sobre los centros de los que son efecto.16 En este sistema homeostático, estos reenvíos reconocen una dependencia del orga­nismo en relación al mundo exterior. Pero cierta dependencia se anula finalmente en beneficio de una ley interna.

Esta filosofía más flexible reúne así la idea de un cuerpo máquina. La barrera he- mato-encefálica17 impone una señalización que orienta el feed-back. Cierto lugar, el encéfalo, debe ser aislado para asegurar las funciones del resto del organismo. Tal di­visión entre el cerebro y el cuerpo impide considerar al feed-back como un sistema global (aunque sea eficaz globalmente). Considerado localmente en un medio inte­rior determinado, el feed-back resuelve muchos problemas: por ejemplo, la fisiolo­gía de las hormonas. Pero genera la idea de una causalidad circular, o más bien una sucesión de efectos que, para no ser infinitos, deben inscribirse en otro conjunto.18 Si el feed-back fuese considerado global mente, el cerebro sería una glándula al ser­vicio de un funcionamiento autístico del cuerpo. Se preguntará una vez más dón­de se encuentra el puesto de mando, escamoteado por las vueltas en círculo de este feed-back global. Y se asistiría al mismo desplazamiento que en la fisiología neuro­nal. Si alguien experimenta una sensación de sed, no es porque le falte agua, sino a causa de la elevación de la presión contra las paredes (llamadas osmóticas) inás allá de cierto umbral.

El feed-back, la homeostasis o la cibernética, relativamente verificadas por el sis­tema hormonal, no conciernen a la vida psíquica por lo demás: no existe un “ me­dio interior” psíquico estable que se autorregule con cada perturbación. La vida psí­quica fomenta un desequilibrio constante: el deseo es más grande que sus realiza­ciones sucesivas y el síntoma traduce la constancia de esta desarmonía. Cada prin-

16. Hl hipotálamo, por ejemplo, secreta hormonas adenohipotisarias que activan la secreción tic di­versas hormonas gracias a glándulas periféricas. A cambio, estas glándulas vuelve a actuar sobre la adenohipófisis o el hipotálamo. También existe un feed-back corto, en el cual las hormonas hi polisarias retro-actúan directamente sobre el hipotálamo.

17. El cerebro produce ciertas hormonas que actúan sobre el organismo. Este último puede produ­cir hormonas a su vez, pero el cerebro está protegido de estas producciones secundarias por una barrera llamada hemato-encefálica.

18 La producción de hormonas, justamente, lo muestra bien. Tomemos un ejemplo entre los más visibles: un gran número de desórdenes tiroideos se regulan durante un psicoanálisis.

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cipio psíquico se aparea con su opuesto: la pulsión de vida con la pulsión de muer­te, lo consciente con lo inconsciente, el placer con la realidad, el pensamiento con la percepción, etc. La moneda homeostática no tiene curso en este reino, cuyo des­orden mismo produce sueños, por ejemplo, el de la cibernética, que finalmente le traería la paz.

Aunque su humor muestre que no adhiere completamente a sus propias tesis,19 Jean-Didier Vincent atribuye un rol causal a ciertas células (como Jean-Pierre Chan­geux). Por ejemplo, constata que algunas células intersticiales (las células gliaies) de los ratones influyen en su capacidad de lactancia, y concluye: “ Por lo tanto, son la manera de ser en el mundo de un individuo -pasión maternal- y la supervivencia de sus apetitos las que están condicionadas por los movimientos de algunos milla­res de células no neuronales en una región muy limitada del cerebro”. La acumu­lación de tales ejemplos prepara al lector para las definiciones organicistas del de­seo (del que se espera que den mucho que hablar): por ejemplo, basta con espol­vorear una parcela estrecha del hipotálamo con una pizca de luliberina para pro­vocar un deseo sexual violento. En el momento del orgasmo, a la secreción de este péptido, calificado com o “péptido del deseo”, sucede otro tipo de péptido: las en- dorfinas, que son calificadas, por su parte, com o“péptidos del descanso del guerre­ro”. He aquí denominaciones imaginadas, a continuación de las cuales se impone la conclusión: “¿Qué sabemos, después de todo, de los péptidos secretados por el ce­rebro del joven Edipo cuando fue privado del seno de su madre?”. Una vez abierta la brecha en el frente principal, el autor acumula los ejemplos destinados a alinear la pulsión y el deseo bajo la bandera de la neuroendocrinología. Lo mismo sucede con los desórdenes alimenticios: “Sin que se tenga la prueba formal, no resulta im­posible pensar que algún elemento de naturaleza bioquímica se encuentre en acción en el cerebro del anoréxico, que se trate de la ausencia de una sustancia apropiada para provocar el apetito o, por el contrario, del exceso de un factor responsable de la saciedad”.20 Según una retórica que nunca abandona, el autor afirma en primer lugar “ la importancia de los factores socio-afectivos y, particularmente, el rol de la familia en la génesis de tal afección”.21 Pero, a fin de cuentas, el deseo se reduce a un apetito hormonal, al cual se hace demasiado honor al compararlo con el de la rata, porque no se diferencia en nada del de los mohos: “ En un recipiente con levadura de amasar [... | millones de células hacen el amor [... | Un factor fue aislado en las

19. Es el primero en criticar su método: “No se trata de explicar a través de la biología conductas que son propias del hombre, sino de ceder por un instante a las delicias del razonamiento analógico, cuyos perjuicios denunciamos más arriba, y de mostrar las equivalencias entre ciertas situacio­nes amorosas y lo que sucede en el seno de los sistemas de comunicación en el organismo” (op. cu., p. 267.

20. ¡bid., p. 78.21. ¡bid., p. 80.

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membranas de las levaduras; provoca, por medio del reconocimiento de un recep tor específico, la atracción recíproca de ambos partenaires. Ahora bien, este pépti do tiene una secuencia de ácidos aminados muy parecida a la de la luliberina, cuyo receptor reconoce... Del recipiente con levadura al balcón de )ulieta,.el mismo pép tido se encuentra en acción”.22

Para lean-Didier Vincent, el asunto no deja ninguna duda: entre la prolactina, la luliberina y la dopamina, es “en el interior, por el juego de las hormonas, que ocurre lo esencial del deseo”.23 ¡Qué práctico sería! Por desgracia, el deseo no es un asunto de hormonas, incluso en los casos extremos: las crónicas de los harenes muestran que la castración no elimina el deseo sexual. La castración sólo conlleva una dismi­nución progresiva de las capacidades sexuales y no quita nada al amor. Asimismo, la impotencia de las personas mayores no procede de la disminución de la testostero na. La inyección de hormonas masculinas no arregla sus cuestiones y los deja fríos. Más que las glándulas, es el deseo el que ha envejecido. La degeneración de los sis­temas deseantes controla la máquina.

Para completar el florilegio de las revelaciones neurocientíficas sobre el deseo, se citará el olor, sobre todo el del aliento, que, según Claude Aron, jugaría un rol se­creto, pero poderoso, de excitante sexual.24 Nos enteramos también de que las secre­ciones del prepucio del hombre tendrían un olor de árbol de sándalo y que su per­fume tendría un poder atractivo para la mujer y repulsivo para el hombre.25 ¿Cómo se puede, en nombre de la ciencia, contradecir en este punto la experiencia más or dinaria del deseo? ¡He aquí un misterio cuya hormona esperamos conocer! Asimis­mo, el biólogo G. Dórner buscó mostrar que la orientación heterosexual u homo­sexual de un niño sería influida por la producción de hormonas de su madre du­rante el embarazo, variable según los impactos emocionales que ella sufre. Al estu­diar una población de 1000 hombres nacidos entre 1934 y 1948, notó una mayor frecuencia de la homosexualidad en los que fueron concebidos durante la guerra. El stress materno habría engendrado, según él, una insuficiencia de testosterona.2*’ La creencia en una organicidad de los síntomas obtura de antemano la investigación.

22. Ibid., p. 242.

23. Ibid., p. 269: “El comportamiento es una característica sexual del mismo modo que la melena, la barba y los genitales masculinos. Al igual que estos, es el resultado de la acción diferenciadora de las hormonas embrionarias. Para que el cerebro más tarde pueda hacer al macho, se lo ha de so­meter antes del nacimiento a la acción masculinizante de la testosterona, de lo contrario el indi­viduo será incapaz de comportarse como macho con una hembra”.

24. C. Aron,“La neurobiologie du comportement sexuel des mammiferes”, in |. Delacour (ed.), Neu robiologie des comportements, Paris, Hermann, 1984.

25. Tran Ky, P. Drouard, D. Descombes, l.es Rocines du sexe, Paris, Presses de la Renaissance, 198526. G. Dórner, EGótz.W. D. Dócke,“Prevcntion of Demasculinization and Feminization of the Brain

in Perinatally Stressed Male Rats by Perinatal Androgen Treatment”, Exp. Clin Endocrina!, 1983,8 1 :8 8 -9 0 .

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("YllUO I AS NlilROt ll'.Nl IAS DI M l I SI KAN I I l'SICOANAl ISIS

La ausencia de los padres que partieron a la guerra no parece venir a la mente del investigador ni por un segundo. No considera ni un instante que la homosexuali­dad de los hombres pueda resultar del vínculo especial de las madres con los hijosen la ausencia de los padres.

No hay necesidad de impulsar ninguna investigación para reconocer que el de­seo sexual no tiene más que una relación indirecta con los mediadores hormona­les. Los autistas están desprovistos de deseo sexual cuando crecen, a pesar de la in­tegridad de su sistema hormonal. Sus erecciones están disociadas de todo erotismo. Asimismo, en algunas psicosis, la relación sexual es de una complejidad extrema, y su realización a menudo provoca el delirio y alucinaciones. Por otra parte, la rela­ción sexual no es más simple para los neuróticos, y muchos rituales sociales, sin re­lación con las necesidades orgánicas, participan de su relación. ¿Es la luliberina la que impone el matrimonio? ¿Y la notamina, la unión libre? La sexualidad huma­na requiere una puesta en escena compleja y algún grado de transgresión. (¿Se en­contrará algún día la hormona del fetiche y el gen del tacón de aguja?). Es imposi­ble localizar un centro del placer sexual, y la tormenta neurovegetativa provocada por el transporte amoroso inflama el conjunto de las estructuras nerviosas. Esta ex­plosión llega a sorprender a la consciencia por un instante. Esta característica con­dujo a Changeux a comparar al orgasmo con el ataque de epilepsia. Sin duda con toda la razón, pero de un modo que rebaja el orgasmo a una variedad de epilepsia. Por el contrario, es necesario concebir que el cuerpo imita el transe sexual en algu­nos ataques neuróticos.27

A pesar de las denegaciones y la prudencia anti-reduccionista de algunos, el mis­mo esquema insiste. Para citar una vez más a uno de los que se autocritican más a menudo, J.-D. Vincent explícita esta especie de voluntad de rebajar el deseo con la química de lo inanimado finalmente a uno más acá de la vida. Cuando afirma, por ejemplo, que “ las hormonas y los neurotransmisores se adelantan a la aparición de los sistemas endocrinos y nerviosos. Casi se podría decir que los mediadores ante­ceden a la aparición de la vida”, magnifica la especie de exaltación suicida que a me­nudo anima a la literatura de las neurociencias. ¿De dónde proviene una atracción tan poderosa por lo inanimado, tal fascinación por la pulsión de muerte?

27. Antes de toda experimentación, se puede predecir que el orgasmo animal (si se puede utilizar el término) nunca provoca un estado comparable del cerebro. Por otra parte, también se puede conjeturar que los animales no son propensos a la epilepsia (salvo que haya una lesión orgánica,

naturalmente).

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D esencuentros de la ciencia y de su sujeto

C a p í t u l o 2 8

El r e t o r n o d e l s u je to en la s n e u r o c ie n c ia s

La cadena de las causas y los efectos siempre se remonta más arriba. Cada nuevo descubrimiento pasa por el motor de la máquina. Después aparece, a su vez, como un efecto también en busca de su causa (que aparecerá, ella también, como un efec­to, etc.). El organismo es desmontado sin que se plantee la cuestión del sujeto que lo anima. ¿Por qué interrogarse por un hipotético maestro de obra del que no se en­cuentra ningún rastro en sus equipos? Si existiera, no sería más que una consecuen­cia lejana, una especie de libertad concedida por la programación secreta de la cé­lula. En la medida en que quieren reducir el sujeto a una objetividad orgánica (sea hormonal, genética, molecular,etc.), las neurociencias realizan una reducción “ fisi- calista” del mismo.1 Este último entonces plantea un problema insolubleen su pro­pio sistema, puesto que es incompatible con el determinismo neurológico.

Desde The Aslonishing Hypothesis, surge la pregunta de cóm o preservar un mí­nimo de existencia para el sujeto si, como escribe Erancis Crick, “ nuestras alegrías y nuestras penas, nuestros recuerdos y nuestras ambiciones, nuestro sentido de una identidad personal y libre arbitrio no son más que el resultado de vastos conjuntos de neuronas y de sus moléculas asociadas.2 Para Francis Crick, la conciencia es una forma de memoria a corto plazo que se apoya en la interconexión de numerosas redes cuyo programa es realizado por nuestro destino. Las publicaciones de aque-

1. Esta reducción no es más nueva que su crítica: Leibniz ya destacaba en la Monadologia que, in­cluso si se pudiese visitar el cuerpo corno un molino, nunca se encontrarían más que piezas suel­tas entre las cuales ninguna permitiría comprender el funcionamiento del conjunto.

2. F. Crick, L’Hypothése stupéfiante: á la recherché identifique de l’áme, Paris, Plon, 1945.

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líos que dan crédito a estas tesis presentan la misma característica: se apoyan en la neurobiología, pero dejan para más tarde la solución de problemas tan importan­tes com o los de la subjetividad o de la conciencia.

Como la subjetividad es rechazada de la investigación por parte de una concep­ción cientificista de la objetividad, una especie de preconcepto fue puesto en circu­lación, el de “qualia” : designa los aspectos cualitativos y subjetivos de un aconteci­miento. ¿Pero cuál es su porvenir? G. M. Edelman y G. Tononi plantean el proble­ma en términos que dan a entender que no proporcionará ninguna solución: “Fi­nalmente, en conformidad con nuestra concepción del observador consciente, la presuposición de los qualias estipula que, al estar privados los aspectos cualitativos y subjetivos de la conciencia, no pueden ser comunicados directamente por medio de una teoría científica, la cual por naturaleza es pública e intersubjetiva”.3 ¿Cómo se volverá la conciencia un objeto científico si le retira la subjetividad? ¡Es imposi­ble hablar de la conciencia sin su sujeto!

El término de qualia busca preservar objetivamente la subjetividad. Algunos neu- rocientíficos como Élisabeth Pacherie4 dividen la conciencia entre conciencia cog- nitiva (conciencia de algo) y conciencia fenomenal, que concierne a la subjetividad y la experiencia (los qualias). Algunos investigadores, como David Chalmers,5 lle­gan a considerar que el abismo que separa estas dos modalidades de la conciencia sería infranqueable. En consecuencia, Chalmers propone modelos de tratamiento de la información y la dinámica causal únicamente cognitivos. Y como, por princi­pio, no se puede decir nada de los qualia, eso permite liberarse por completo de esta hipótesis (lo que hace, por ejemplo, D. Dennett).*’

Y la subjetividad no encuentra todavía su lugar, de modo que se asiste al naci­miento de hipótesis destinadas a rehabilitarla. En esta situación “ filosófica” inextri­cable, el sujeto se reintroduce a través de vías sorprendentes: algunos investigadores otorgan a la materia una voluntad inmanente. Así, en su libro publicado en 1992, BrightAir, Brilliant Fire, G. M. Edelman sostuvo la hipótesis de una especie de darwi- nismo neuronal. Algunos grupos de neuronas competirían entre sí para representar el mundo. Las conexiones sinápticas se transforman durante toda la vida a costa de luchas intensas. Edelman interpreta este enfrentamiento como una especie de lucha intracerebral entre las fuerzas del progreso y las de la regresión. La fuerte expresión de darwinismo neuronal impone la idea de que un enfrentamiento de células se pa­rece al de las poblaciones en lucha por su supervivencia. Esta beligerancia de con­juntos de neuronas corresponde a una especie de subjetivación de la materia, a un intento de localizar a un sujeto ilocalizable a nivel de los ejércitos de neuronas.

3. G. M. Edelman, G. Tononi, Comment la muriere devieni conscicce?. op. cu4. H. Pacherie, Naturaliser l’intentionnalité, París, PUP, 1993.5. D. Chalmers, The Conscious Mind, New York, Oxford Umversitv Press. 19966. D. Dennett, La Conscience expliquée, Paris, Odile lacoh ! 994

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Otros biólogos de renombre, entre los cuales hay algunos Premios Nobel, tam­bién buscaron localizar un sujeto de la acción en lo orgánico. J. C. Eccles, en su libro Evolución del cerebro y creación de la conciencia, imagina una interacción entre el es­píritu y el cerebro que localiza en la sinapsis y en el juego de exocitosis vesiculares:7 “En el ser humano, la conciencia encuentra su expresión al permitir la exocitosis de los millares de botones que contiene el neo-córtex”.* Eccles titula uno de sus capí tulos: “Producción de acontecimientos neuronales por medio de acontecimientos mentales”. Articular el psiquismo con lo cerebral a nivel del espacio sinóptico pro­pone la metáfora audaz de un vacío fundador. Si, como consecuencia, Eccles man­tuvo esta hipótesis, la relativizó al dar más claramente la preeminencia al aconteci­miento psíquico sobre el acontecimiento cerebral.9 Las últimas tesis de Eccles tie­nen más importancia desde un punto de vista psicoanalítico. En efecto, sostienen que los acontecimientos psíquicos y el pensamiento pueden modificar el fenotipo a nivel sinóptico.

Finalmente, se destaca la aparición de un curioso irracionalismo posmoderno forjado con las mismas herramientas del racionalismo. Dado que algunos científi­cos -especialistas o no de las neurociencias- se niegan a prescindir de la subjetivi­dad (que controla nada menos que la conciencia), buscan reintroducirla, por ejem­plo, interpretando en este sentido conceptos de la física cuántica todavía oscuros. Al tomar aún más altura para utilizar el materialismo como trampolín de un nuevo es­plritualismo, algunos físicos otorgan un lugar a lo psíquico en el seno de su austera disciplina. Conocido por sus trabajos sobre la relatividad general, Roger Penrose, fí­sico de la universidad de Oxford, es uno de los más activos partidarios de una expli­cación de los problemas planteados por la mecánica cuántica gracias al psiquismo. El “espíritu” viene, según él, a paliar al mismo tiempo las lagunas de la física moder­na y de la neurobiología.10 Asimismo, Brian D. Josephson, físico de Cambridge, Pre­mio Nobel en 1973 por el descubrimiento de un efecto cuántico que lleva su nom­bre, milita a favor de un campo unificado de lo físico y lo psíquico capaz de incluir las experiencias místicas y el ocultismo. Tales hipótesis, frecuentes y heteróclitas, ha­cen pensar que los avances de la ciencia conducen aquí a un callejón sin salida. En todo caso, la cuestión de una “ciencia del sujeto” está planteada.

7. Una exocitosis es el fenómeno según el cual una burbuja intraneuronal revienta en su superfi­cie, dejando su contenido en la falla sináptica. Por una curiosa casualidad, sucede que Freud fue uno de los primeros investigadores que buscaron realizar la hipótesis de las sinapsis. En la mis­ma época, en 1894, Ramón y Cajal fue el primero en conjeturar que la memoria corresponde a cambios fisiológicos a nivel sináptico.

8. París, Fayard, 1992.9. Particularmente Comment la conscience contróle le cerveau, Paris, Fayard, 1997.10. R. Penrose, The Etnperors New Mind: Concernmg Computer’s Mind and the Laws of Phystc, New

York, Oxford University Press, 1989.

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Los trabajos de K. Popper impusieron durante varias décadas una concepción de la ciencia cuyo criterio principal era la exclusión del sujeto. Así, algunas discipli ñas fueron colocadas bajo el estandarte de esta ciencia, incluso si sus déscubrimien- tos resultaban de experimentaciones empíricas (por ejemplo, la farmacología). Al­gunos procedimientos de legitimación se impusieron igualmente, entre los cuales se encontraban la recursividad, la falsabilidad y una experimentación reproduci- ble por cualquier otro experto en circunstancias idénticas. Estas exigencias poppe- rianas van en el mismo sentido: de este modo se asegura que la tesis esté completa­mente libre de toda subjetividad.

Este problema no se plantea para el psicoanálisis, ya que, por el contrario, el suje­to es justamente el que la experiencia hace nacer. Esto no quiere decir que la experi­mentación sea imposible, pero ella es corroborada en otro orden que el de las cien­cias duras, gracias a una colección de sujetos. La cura permite subjetivar traumatis­mos inconsciente, y por ello mismo reducir las consecuencias sintomáticas. Como un traumatismo siempre se produce en circunstancias propias de una sola persona, su experiencia no es generaiizable ni reproducible. Retroactivamente, se extraen las invariantes comunes a varias curas. En cierto modo, el psicoanálisis se experimenta al revés. Desde luego, cada caso es particular y no se puede experimentar con seres humanos como con animales de laboratorio. Pero varios análisis pueden ser pues­tos en serie, y aparecen regularidades que después pueden verificarse en otros ca­sos. Según Israel Rosenfield, una verificación científica del psicoanálisis sería impo­sible: “Algunas cosas simplemente no pueden ser repetidas. Lo cual, sin embargo, no las vuelve menos verdaderas”." ¡He aquí un razonamiento que podría concernir a cualquier ciencia natural! Ningún árbol se parece a otro, y cada hoja de cada uno de esos árboles difiere de su vecino. No obstante, ¡a partir de sus características comu­nes se pueden extraer reglas generales! Asimismo, en análisis, cada caso es singular, pero no por ello corresponde menos a tipos o géneros. Hace aparecer reglas de for­mación del síntoma (según una lógica no aristotélica, desde luego) y del comporta­miento. Lo que así es generaiizable pertenece al dominio de la ciencia, incluso si re­sulta muy desagradable para cada uno de nosotros reconocer que tampoco somos los únicos que nos lo imaginamos.12 Existe una ciencia singular de cada inconscien­te, y en este sentido hay que aceptar que transgrede la definición de la ciencia se­gún Aristóteles, para quien no existe ciencia que no sea de lo universal. En otro ni-

D e l s u j e t o d e la c i e n c i a a la c ie n c ia d e i . s u j e t o

11. I. Rosenfield, La Megalomanía de Freud, Paris, Seuil, 2000.12. Este desagrado también vale para los científicos que niegan la cientificidad del psicoanálisis. Aristo

teles escribió: “Toda práctica y toda producción se refieren a lo individual; en efecto, no es al Hom­bre a quien cura el médico a no ser por accidente, sino a dalias o a Sócrates, o a algún otro individuo así denominado y al que le ocurre accidentalmente ser hombre” (Metafísica, Paris, Vrin, 1986, p. 6).

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C Ó M O I AS N I U KO l U N C IA S I1I M U I ST K A N H l'S II O A N A I ISIS

vel, aunque la particularidad de la cura de un paciente no sea generaiizable, la pues­ta en serie de varias curas es generaiizable y compete a la ciencia.

La ciencia ordinaria hace hipótesis, hace experimentos con ellas y finalmente construye una tesis, de la que la comunidad de expertos exige que sea liberada de toda subjetividad. Para el psicoanálisis, la experiencia viene primero, fiel en ello al precepto de Newton: hypothesis non jingo. Por una parte, el paciente debe subjeti­var esta experiencia y, por otra parte, en el mismo momento, el psicoanalista pue­de hacer la teoría de ella. Ereud no buscó construir teorías a partir de una hipóte­sis, sino que extrajo hechos inadvertidos (los lapsus, los sueños, los actos fallidos, etc.). La teoría vino más tarde. Por ejemplo, escribió en una carta a Ferenczi: “Esti­mo que no se deben hacer teorías -deben caer de improviso en nuestra casa, mien­tras se está ocupado con el examen los detalles”. Es decir, en suma, que la puesta en orden de los resultados siempre es susceptible de “ falsificación” -para retomar esta noción de Popper.13

Las ciencias ordinarias y el psicoanálisis presentan una relación invertida en­tre la tesis y la subjetividad. Es necesario captar la especie de desencuentro, de di­ficultad para aprehenderse mutuamente que existe entre la ciencia y el psicoaná­lisis. Esta relación de inversión participó del nacimiento del psicoanálisis. A partir del Proyecto,14 se constituyó como ciencia, al crear sus propios conceptos y revisar los que tomó de la neurología, la psiquiatría, la termodinámica, e incluso la filoso­fía. Sin embargo, este corte epistemológico firma el acta de nacimiento del psicoa­nálisis de forma extraña, ya que funciona a contrapelo de las otras ciencias.15 Cuan­do algunos saberes se vuelven científicos, abandonan lo que hubo de subjetivo en sus premisas. El psicoanálisis siguió el camino inverso para restablecer, por el con­trario, los derechos de la subjetividad.

Una vez abandonada la neurología, Ereud siempre afirmó que su descubrimien­to en adelante se encontraba separado de la fisiología nerviosa.16 Por otra parte, al­

13. Popper dio prueba de un gran desconocimiento respecto de Freud. Es verdad que el método freu diano no es solamente corroborado por su electo terapéutico, brindó una mirada inédita sobre el deseo, las religiones, la historia, la filosofía, y este descubrimiento tenía con qué inquietar la ra­zón tradicional encarnada -entre otros- por Popper.

14. Freud había intentado resolver los problemas planteados por el síntoma con los modelos del sis tema nervioso y las conexiones neuronales. Pero tracasó y nunca publicó el Proyecto de psicolo­gía: le fue necesario recurrir a otro aparataje, el del habla, que preexiste aun sistema neuronal al cual impone su marca.

15. El corte epistemológico, definido por Bachelard y Althusser, corresponde a la sutura del sujeto. El pasaje de la no-ciencia a la ciencia se lleva a cabo cuando la producción de un saber sutura su sujeto. El paradigma que procede de ella y su reproducción posterior tienen su efecto propio, ín dependientemente del inventor.

16. Escribió, por ejemplo: “Nuestra tópica psíquica provisionalmente nada tiene que ver con la anatomía” (S. Freud, “Lo inconsciente”, en Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, vol. XIV,1988).

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gunos neurofisiólogos com o Edelman y Tonini van en el mismo sentido cuando re nuncian a localizar un área de la conciencia, cuyas determinaciones, escriben, jamás se encontrarán en el córtex, puesto que “las funciones superiores del cerebro exigen interacciones a la vez con el mundo y con otras personas”.17 Esta observación, aun que se encuentre autorizada, sigue siendo bastante poco compartida por los investí gadores, que siguen teniendo por principio el desconocimiento de la subjetividad.

Sea como sea, resulta excesivo exigir al psicoanálisis procedimientos de valida ción que no correspondan a su método. No sabría someterse a criterios de objeti­vidad que en realidad son los de la objetivación del sujeto. La comprensión de esta especificidad es una condición previa para los investigadores que quieran exami nar las relaciones entre la actividad psíquica y la actividad cerebral. Marc Jeannerod observa, por ejemplo, en Espíritu, ¿dónde estás?, a propósito de los progresos y los escollos de las neurociencias: “¿Cómo no ver en esta renovación tecnológica y con­ceptual las razones de un acercamiento cada vez más estrecho con la psicología?”.18 Según él, este acercamiento sería la condición previa de un debate útil entre neuro- científicos y psicoanalistas... “ De otro modo, la única perspectiva sería la de un ig- norabitnus, de un dualismo autosatisfecho, y, en definitiva, de un oscurantismo en­mascarado”. Pero, ¿se trata en verdad de realizar acercamientos conceptuales? Pri­mero es necesario observar que se trata menos de una ignorancia mutua que de la posición cruzada que ocupan el saber y su sujeto.

U n a c ie n c ia d e sh a c e ka s u t u r a de a q u e l io q u e o t r a c ie n c ia s u t u r ó

¿De qué sirve el psicoanálisis? Fue inventado primero con fines terapéuticos y, en este registro, subjetiva el saber inconsciente, que se cristaliza en los síntomas. ¿Qué sucedió en el momento de un acontecimiento traumatizante? El sujeto no quiso sa­berlo, y este saber resurgió después: el síntoma escribe en el cuerpo lo que el sujeto quiso ignorar. Las formaciones del inconsciente, estas impresiones pulsionales fijadas durante un traumatismo, son los vestigios de un momento cuyo sujeto repentina­mente petrificado se parece a esos cuerpos encontrados en las cenizas de Pompeya. La subjetivación del habla le vuelve a dar vida en el punto en que el acontecimien to lo paralizó. La cura psicoanalítica permite tal liberación, que adviene con el suje to que faltaba a un saber inconsciente. El acto psicoanalítico libera al sujeto de una ciencia impersonal, recorriendo así el camino inverso de la sutura de la ciencia.

El síntoma abriga un saber particular bajo una presentación generaiizable: cada expresión del inconsciente condensa un traumatismo pasado que es rememorado por símbolos actuales. Cada uno es único: cierto sueño o cierto lapsus, por ejemplo, son

17. G. M. Edelman y G. Tononi, Comment la matiére devient conscient?, op. cit., p. 10.IR. M . Jeannerod, Esprit, oit es-tu? Psychanalyse et neurosciences, op. cit., p. 71.

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formaciones que nadie produjo antes. En cambio, los síntomas físicos que son su re­sultado a menudo se parecen y pueden ser clasificados en géneros. Las formaciones del inconsciente, cuyas presentaciones varían infinitamente, se sintomatizan de manera relativamente uniforme. Una migraña, por ejemplo, no tiene ninguna singularidad. Un médico puede describirla objetivamente, sin tener en cuenta las particularidades psíquicas de las que procede, que conciernen al saber de un sujeto único. Asimismo, se pueden catalogar las maneras de vivir: los comportamientos amorosos, sociales, alimenticios, etc., según características generalizables. Finalmente, los síntomas y los comportamientos desarrollan un tercer orden de saber, el de la estructura: gracias a la suma de las formaciones del inconsciente, los síntomas y los comportamientos, se sabrá que se trata de una neurosis, una psicosis o una perversión.

El arte del psicoanalista consiste en atrapar al vuelo el saber singular del anali­zante y extraerlo del saber desubjetivado que lo oculta en su síntoma. El pequeño detalle incongruente, el pequeño trozo retornado del saber singular es único, pero pertenece al mismo tiempo a una ciencia general: gracias a él, lo particular se mon­ta en lo general. La singularidad del saber de lo inconsciente se parece a la hoja de un árbol: pertenece a la generalidad de las hojas, aunque se diferencie de sus herma­nas pasadas, presentes y futuras. Hay que agregar que el saber general oculta el sa­ber particular: tan pronto como se describe la hoja, su especificidad desaparece de­trás de los términos generales. Además, este saber general no resulta útil al progre­so de la cura. Incluso sería perjudicial revelarlo al analizante, ya que sería objetivan­te. Para esperar alguna eficacia, hay que aguardar a la aparición de las particulari­dades del saber inconsciente que engendran el síntoma. Sólo importan los detalles únicos de la historia del traumatismo.19 Para situar las singularidades del discurso de su analizante, el analista dispone de la teoría psicoanalítica, que le permite cap­tar las repeticiones y las regularidades sintomáticas (tienen el mismo valor que la experimentación). La singularidad de un saber particular (ocurrencia única de un saber general) puede resubjetivar el síntoma (este saber sin sujeto). Pero no es el sa­ber el que es operativo en la cura.

¿Cómo subjetivar un saber? Como toda ciencia, el saber del inconsciente se las arregla sin el sujeto, pero además posee la particularidad de no ser reflexivo: es un saber que se ignora a sí mismo. El analista no libera un saber a las virtudes curativas. No enseña una prudencia que permitiría conformarse delante de un mal inevitable.

19. En los Estudios sobre la histeria de Ereud, Lucy R. sufre de una rinitis purulenta (síntoma gene­ral) y a menudo tiene la impresión de sentir un olor a cigarro. Esta especie de alucinación recu­bre el recuerdo de un traumatismo sexual. El síntoma de rinitis purulenta precipita la evocación de un símbolo -el olor a cigarro-, según un pasaje de lo subjetivo a lo objetivo que oculta el trau­ma. La singularidad de un traumatismo se desubjetiva al pasar a la generalidad del síntoma (esa es un función). La borradura de un saber particular a causa de una presentación general resulta de la regresión pulsional de las formaciones del inconsciente. Cuando el olor a cigarro se asocia con lo que representa (el trauma sexual), el sujeto se libera del síntoma.

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Gemela al “yo” que habla, la presencia del analista genera la chispa subjetiva que des hacer la objetivación del síntoma. La liberación no viene de un saber, el cual no es más que un beneficio retroactivo e inconstante por lo demás.20 La presencia del ana­lista subjetiva: devuelve al saber inconsciente del síntoma su reflexividad, y, tal como esos seres de la noche que mueren durante el día, este saber se extingue tan pronto com o se sabe a sí mismo. La presencia del analista permite a su paciente estar pre­sente, él mismo, frente a su propio decir, y este acto de “volver consciente” arranca el síntoma del cuerpo. El saber del inconsciente se descubre gracias a la transferencia que le resiste: una vez agarrado por su hebra subjetiva, el nudo del síntoma se aflo­ja, se fantasmatiza e impulsa a la acción (“ ¡Trabaja! ¡Ama! ¡Goza de la vida!” ).

Muchos analistas a menudo piensan que su práctica se opone a la ciencia: en rea­lidad, en primer lugar se opone al saber del inconsciente. Un analizante demanda ser aliviado de la ciencia que su inconsciente manifiesta. Los cálculos tan precisos del síntoma lo entrampan regularmente y, si el psicoanalista está “en contra” de la cien­cia, es en la medida en que su acto subjetiva esta objetivación. Certifica que la exis­tencia del sujeto antecede a los determinismos. No es su consecuencia, sino su con­dición. Los analistas mismos comienzan por resistir, por no comprender nada so­bre el problema de cada paciente nuevo. Gracias a esta resistencia, la presencia del analista subjetiva el saber inconsciente y, por consiguiente, alivia sus formaciones sintomáticas. El inconsciente cuenta y enferma, la presencia del analista descuenta -el sujeto encerrado en esta prisión.

El alivio del cuerpo que resulta del acto analítico proporciona al sujeto una li­bertad que nunca antes había conocido, ya que a menudo desde la infancia vivía por debajo de su potencia. La cura no libera un saber nuevo, sino que descubre un sujeto del saber inconsciente. Por otra parte, se trata de una liberación antes que de una libertad. Un sujeto se alivia de sus síntomas y después se las arregla con su de­seo antes que con el destino que le tocó.21

¿Es UBRE EL SUJETO A PESAR DE LA CIENCIA (DEL INCONSCIENTE)?

Para establecer la posición respectiva del sujeto y del saber, primero es necesa­rio examinar lo que determina antes que nada, que es del orden de un saber. La pri­mera determinación que sufre un sujeto es la de ser el objeto del goce del Otro, algo que acepta hasta cierto punto, más allá del cual rechaza el goce en exceso. Si el goce

20. La mayor parte de los analizantes no sabrían decir qué es lo que los alivió.21. Esta liberación difiere de la del prudente al modo Spinoza, que acepta aquello contra lo cual no

puede luchar, porque habría aprendido a conocerlo. En el análisis, no se trata del descubrimien­to de un saber, sino de la subjetivación de un saber inconsciente, cuya presentación ordinaria esel síntoma.

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G i m o i as n i ukoi ikni ias dkmuiísi kan m psicoanálisis

se realizara en extremo, el cuerpo encantado se reduciría a la bulimia de una boca, a un ano en defecación continua, a un canto sin fin, a una eyaculación infinita. Este cuerpo “puro objeto” no tendría otro sujeto que el Otro del deseo. La represión im­pone un límite, no porque el sujeto se negaría a gozar-por el contrario, lo adora-, sino porque el goce, en extremo, lo anularía. La limitación no sucede a una prohi­bición o la educación: es la condición de una subjetividad que impone un límite a aquello que, sin embargo, quiere. La modalidad según la cual un sujeto se opone a lo que lo determina constituye su síntoma (cuyo sujeto es actualizado por el psicoaná­lisis). Este límite corresponde al nacimiento de un sujeto, en el momento en que re­chaza la objetivación. El primer llanto del niño ilustra este rechazo, que lo sitúa a él mismo como interioridad en relación a este exterior rechazado. Un animal no llora cuando nace. Nace, nada es más simple. ¿A qué tendría que decir no tan pronto?

Si se definiese únicamente por este rechazo, el sujeto no sería más que un efec­to, cuya existencia habría que conjeturar para dar cuenta de la conciencia y el libre arbitrio. ¡Pero este pobre sujeto aparecería así solamente como un elemento cova­riante, discapacitado por los mastodontes cibernéticos que le rodean, comenzando por el inconsciente! El inconsciente dispone de bancos de datos temibles donde se encuentran almacenados detalles ínfimos de la novela familiar, alojados en el plie­gue de la cultura local y la historia filogenética de la humanidad: ante los determi­nismos de tal maquinaria, ¿cómo mantener la hipótesis de un sujeto para definir lo que se parece mucho más a un objeto, una simple marioneta del inconsciente?

Tal sujeto se reduciría a aquél que niega esta maquinaria. Amo de la negación, “él” escaparía así a los determinismos, sería libre a la medida de la traición. Desde su nacimiento, su libertad consistiría en decir no a llantos, y más tarde los síntomas relevarían esta negación.22 Pero el acto de decir no, no escapa a los determinismos: solamente es una contra-determinación, que provoca la ilusión de libertad. El suje­to sigue siendo el efecto de una situación en la que se debate. “ Él” no es más que un resistente heroico, que quizá sepa hacerse respetar, pero que carece de identidad po­sitiva. En efecto, la negación reprime los determinismos que, vueltos inconscientes, continúan piloteando el sujeto sin se dé cuenta: es controlado por aquello que igno­ra, y su pretendida libertad no es más que un afecto proporcional a su inconsciente. Así, se puede discutir la existencia de cualquier libertad puesto que todo parece de­terminado. Por otra parte, la experiencia atestigua el excesivo peso de los oráculos en nuestro destino. En este aspecto, el sujeto humano es menos libre que cualquier animal, el cual se adecúa a su ser y realiza sus instintos sin estados de alma. ¡Qué di­ferencia de libertad entre el hombre y sus hermanos inferiores, que habitan su cuer­po con tanta naturalidad! Sea cual sea la soltura de un hombre, nunca se adecúa por

22. Freud evoca esta negación por medio del llanto en el Proyecto. Desarrolla el mismo punto de vista en La negación, al mostrar cómo el rechazo de las pulsiones encamina el juicio y el pensamiento.

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C iKKAH I) lJi IM M II 'K

completo a su organismo, del cual permanece separado por el espesor del lenguaje. Iguales a sí mismos, los animales son más libres que los hombres.23

¿Existe alguna otra libertad que la de negar los deterninismos? Este problema no tiene salida sin el concepto de sobredeterminación. Muchos filósofos evalúan mal la diferencia entre determinación y sobredeterminación.24 Los filósofos de la conciencia consideran a la conciencia intencional como una trascendencia: no per­tenece al mundo, puesto que lo constituye. Para ellos, el sujeto de la conciencia se localiza en el exterior de aquello de lo que él es consciente. Desde Kant (y filósofo tras filósofo), el sujeto trascendental afirma contra la evidencia la gratuidad de la libertad (aunque tenga un precio). El Ego trascendental (que designa aquello que escapa a la experiencia, pero que permite su realización) no sabría obedecer a las leyes de la causalidad: no se lo puede estudiar con los métodos de las ciencias de la naturaleza, y resiste al determinismo psíquico, a la desviación objetivista que, se­gún Husserl, habría sido el “ fatal error de apreciación” de Freud. Si el sujeto estu viese determinado, sería un objeto, y no se podría hablar de sujeto ni de sujeto de la conciencia.

¡Pero Freud nunca habló de determinismo inconsciente! Por el contrario, intro­dujo el concepto de sobredeterminación.25 Sobredeterminación no significa una cau­salidad múltiple, sino una causación que contiene en su interior su propia contra­dicción. Es, por ejemplo, el caso del trauma sexual que se produce cuando el amor genera el miedo de ser violado (o violada) por la persona amada. La causalidad de un síntoma resulta de determinismos contradictorios que, tomados por separado, no explican nada. Es por eso que no se lo puede curar por medio de explicaciones. La libertad sólo comienza con determinaciones tan contradictorias entre sí que obli­gan al sujeto a elegir. Esta libertad forzada y paradojal del hombre reconoce al mis­mo tiempo su alienación. El inconsciente funciona con la sobredeterminación, que obliga al sujeto a elegir entre varias posibilidades. La causalidad y la libertad son así igualmente inevitables. Es, por lo demás, dar cuenta de la experiencia: el sujeto no solamente sabe reaccionar, sino que actúa. Lejos de ser pasivo, este diablo bueno y pequeño, a pesar de todo, se encuentra en el puesto de mando tanto de lo conscien­te com o de lo inconsciente. Fabrica su prisión con la llave de la contradicción.

23. Auguste Compte evoca “ la espontaneidad animal que consiste sobre todo en estar determinado por motivos interiores” (Systéme de potinque positive, op. al., 1.1, p. 578-580). Sin duda, es a cau­sa de esta plenitud que las religiones politeístas los presentan como dioses.

24. La sobredeterminación difiere de las determinaciones. Por otra parte, a causa del enigma que ella plantea, los hombres se lanzan a la búsqueda de las determinaciones. Esta causalidad subjetiva en verdad los desconcierta: les gustaría liberase de la responsabilidad que implica, que los hace sen­tir culpables de casi todo lo que les sucede, incluso cuando no lo son en absoluto.

25. Freud introdujo el concepto de sobredeterminación en la Traumdeutung, cuando pareció nece­sario salir de la lógica aristotélica para desenredar el nudo formado por varios hilos de pensa­mientos contradictorios a menudo producidos por una sola imagen del sueño

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C o m o i a s N K U K ou ttN U A S d h m u h s t r a n r:i p s ic o a n á l is i s

Por consiguiente, su libertad se afirma en dos tiempos: por una parte, gracias a la negación, y, por otra parte, gracias a la elección que califica su libertad forzada. El acto de decir no da inicio a una libertad que permanece entrampada en aquello con­tra lo que el sujeto lucha. Ya no es el mismo caso cuando hay que elegir. No obstante, dicha sobredeterminación no se libera de la causalidad, puesto que se decide a partir de las determinaciones. Por lo tanto, se trata de una libertad relativa, y sin embargo entera. El sujeto no reniega de los determinismos (¿cómo podría?), sino que entre dos términos será elegido uno, mientras que el otro persistirá en forma denegada. A una causalidad contradictoria el sujeto opone una denegación: no se somete a los determinismos, que, sin embargo, su rebelión reconoce a través de la denegación. Por ejemplo, el padre es a la vez amado y odiado. Si el sujeto elige conscientemente el amor, la parte odiada volverá a salir a la superficie en la forma de un objeto fóbico, presentación denegada del odio del padre. La denegación mantiene la contradicción al realizar una elección: es el índice gramatical de la sobredeterminación.

Se habría podido pensar que los juegos son jugados desde la infancia y que, cuan­do el sujeto actúa alegremente, la libertad es solamente el afecto eufórico de su incons­ciente. Esta libertad se vuelve menos divertida cuando corresponde a una elección. La subjetividad renueva así el problema de la causalidad y el determinismo. Las deter­minaciones psíquicas son dialécticamente contradictorias (a diferencia de las deter­minaciones naturales) y lo que causa el deseo humano no se sitúa en el orden de una respuesta a aquello que se encontraría inscrito desde siempre, sino, por el contrario, en una innovación más allá de toda determinación. Esta diferencia entre una causali­dad siempre futura del sujeto y los determinismos sitúa al psicoanálisis en relación a otras ciencias. Naturalmente, en calidad de ciencia, el psicoanálisis trata de determi­nismos: ¡pero el sujeto humano no quiere estos determinismos que reprime! Actúa, y lo que reprime al mismo tiempo causa un deseo que lo llama delante de él.

En oposición a las tesis del hombre máquina, los sensualistas comparaban el ce­rebro con un mármol en bruto esculpido por una mano exterior. No obstante, esta metáfora poética olvida la sobredeterminación subjetiva: ya que apenas el mármol comienza a ser modelado, éste se anima, entra él mismo en escena, se despliega, ac­túa, hasta el punto que su actividad dispone de otro modo el plan pretendido para él, es decir, las determinaciones. El sujeto dice no a aquello que lo determina, a esta mano de escultor que ama y de la que reniega. El mármol toma forma por efecto de este amor renegado. La estructura psíquica procede de la manera en que un sujeto dice no al deseo del Otro. Estas modalidades de la negación en relación al determi­nismo se resumen en la represión para las neurosis, la desmentida para las perver­siones y la forclusión para las psicosis. El sujeto mismo es más grande que las coac­ciones a las que resiste. No se reduce a ninguna determinación. En efecto, como amo de la negación, antecede forzosamente a aquello en lo que se encuentra comprome­tido. Sin esta libertad del sujeto, el psicoanálisis no tendría ningún sentido y, como

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mucho, constituiría un ejercicio reeducativo sin esperanza. Por el contrario, tiene un sentido gracias a esta libre posición del sujeto, que regula una estructura a la cual escapa: la cura psicoanalítica resulta útil a aquello que la rebasa. Bibliografía

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Page 133: Cómo Las Neurociencias Demuestran El Psicoanálisis - Gérard Pommier

Las investigaciones acerca del cerebro progresaron tanto durante los últimos años que nuestra concepción del hombre se ha visto revolu­cionada: el cuerpo no sería más que una máquina cuyos componen­tes bastaría con reparar en caso de desperfecto; los sentimientos -com o el amor y el deseo-, o las creaciones como la poesía, tan sólo serían una cuestión de hormonas y conexiones nerviosas. En cuanto a ciertas actividades psíquicas como el sueño, el inconsciente o los síntomas, podría disciplinárselas con los medicamentos adecuados. Se trata del eterno debate en el que los neurocientíficos obligan a los psicoanalistas a exponer las razones de su quehacer. Porque... ¿pueden existir dos puntos de vista diferentes, incluso contradicto­rios, acerca de un mismo problema?

Este libro hace justicia a esa oposición infundada, la que debe toda su potencia al desconocimiento de los procesos cerebrales y de la vida psíquica. Además, numerosos descubrimientos neurofisiológi- cos acreditan las elaboraciones de Freud y demuestran que el lenguaje modeliza el cuerpo mucho más profundamente de lo que el síntoma histérico dejaba prever. Esta puesta en tensión del cuerpo por el lenguaje es tan importante que muchos resultados de la neuro- fisiología no pueden interpretarse sin el psicoanálisis: cuestiones tan esenciales como, por ejemplo, la de la consciencia permanecen irresueltos sin el concepto de inconsciente. Considerando el aporte de las neurociencias al psicoanálisis se comienza a tener una idea más precisa acerca de qué es un “sujeto” , pero también de ese cuerpo del que, tan conflictivamente, somos los curiosos locatarios...

Gérard Pommier es psicoanalista en París, Profesor en la Universidad de Estrasburgo y Profesor adjunto de la Univer­sidad de Bogotá, miembro de la Asociation Espace Analyti- que, cofundador de la Fondation Européenne pour la psychanalyse, y director de la revista La Clinique Lacanienne. Es autor de numerosas obras que han sido traducidas y publicadas en varios países. Su último libro publicado es Que veut dire “taire" l ’amour? (Flammarion).

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