cómo acabó la dominación de españa en américa

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ENRIQUE PIÑEYRO -==-- CÓMO ACABÓ LA Dominación de España en AMÉRICA , '. PARÍS GARNIER HERMANOS, LIBREROS-EDITORES S, RVE DEI 8AIICTS-PERBS, 6 Robado del archivo del Dr. Antonio Rafael de la Cova http://www.latinamericanstudies.org/cuba-books.htm

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Page 1: Cómo acabó la dominación de España en América

ENRIQUE PIÑEYRO-==--

CÓMO ACABÓ

LA

Dominación de Españaen

AMÉRICA

, '.

PARÍSGARNIER HERMANOS, LIBREROS-EDITORES

S, RVE DEI 8AIICTS-PERBS, 6

Robado del archivo del Dr. Antonio Rafael de la Cova http://www.latinamericanstudies.org/cuba-books.htm

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OBRAS DEL MISMO AUTORDE VENTA BN ESTA LIBRBRíA

Uombres y Glorias de América1 tomo en 18.0 Tela flexible. (Biblioteca Contem­

poránea). . . . . . . . . • . . • • • • • . . • •. 3 35

El Romanticismo en -España1 tomo en 18.0 Tela flexible. (Biblioteca Contem­

poránea). . . • . . . . • . • . . • . • • . . • .• 3 35

Biografías Americanas1 tomo en 18.0 Tela flexible. (Biblioteca Contem­

prwánea) . .•........••.••..••• ; 3 35

Vida y escritos de J. C. Zenea .1 tomo en 18.0 Tela flexible. (Biblioteca Contem-

poránea) . • • • • • . • • • . • • • • . • • • • •• 3 35

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NOTA PRELIMINAR

Además del trabajo, que ocupa la mayor partedel presente volumen, sobre Cánovas del Castilloy su política americana, y sobre las escenas últimasde la dominación de España en América, com­prende el tomo dos escritos más cuyo contenido meparece ajustarse bien al tema principal, y aun aña­dirle algo para completarlo. El primero es un para­lelo entre las batallas de Ayacucho y Santiago deCuba, consideradas respecto á sus resultados y susconsecuencias políticas inmediatas. El segundo esun estudio crítico y biográfico de José MaríaHeredia y Heredia, el precursor de la independen­cia de Cuba, el poeta, que fué uno de los que prime­ro laboraron y se sacrificaron por ella. Con latriste suerte que á este vate infortunado cupo ycon sus versos patrióticos, puede en cierto mododecirse que se inaugura la última serie de duros y

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VIII ~OTA PRELIMINAR

sangrientos eslabones de la cadena de dolores, quepor fin se rompe al terminar, en r898, el régimencolonial de España en las Antillas, capítulo finalde una historia muy larga.

Mucho se ha publicado, en los Estados Unidos yen España principalmente, sobre la guerra entreestos dos países, breve contienda que en menos decuatro meses privó de cuanto en América le que­daba á la nación que descubrió, conquistó, pobló ycivilizó tan grande porción del continente. Mi tra­bajo, sobre todo en su parte militar, es una rápidaojeada; pero me ha parecido que podría ser útil yno enteramente inoportuno que un cubano relate yjuzgue también los sucesos que precedieron y si­guieron á la famosa «Resolución» de guerra lanzadapor el Congreso de la República norteamericana,desde el punto de vista en que forzosamente ha deestar colocado un hijo de la Grande Antilla, dela última tierra de América que .se levantó enarmas contra España en busca de su indepen­dencia.

Tratando de sucesos que ocurrieron hace ya algu­nos años, he creído poder hacerlo sin pasión hostil,con suficiente imparcialidad. Por 10 menos, me heempeñado en lograrlo.

Parls, 1908.

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PRIMERA PARTE

Cánovas -del CastiJJó y su Política

americana -

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Importancia del papel de Cánovas en la historia deEspaña. - Bosquejo biográfico hasta su unión conel General Q'Donne11 en· 1854. - Sus escritos litera­rios é históricos.

. Don Antonio Cánovas del Castillo es sin dis­puta el político español que mayor influenciatuvo en los sucesos que dieron por resultado laretirada final de España del territorio americano.Aunque había ya desaparecido del mundo, inopi­nadamente, cuando ocurrieron las escenas últimasde la gran catástrofe, allí estuvo presente hasta

. el último instante la innegable .influencia de susideas políticas y de sus actos de ministro omni­potente; porque es él además, sin género algunode duda, á mi parecer, el hombre de estado· másnotable é importante que produjo España en todoel ~so del siglo XIX.

A medida que se recorre la historia de lanación, se afirma en el ánimo más y más la con­vicción de que, si bien se debe en parte dema­

.siado grande á la política de Cánovas 10 que:España sufrió y 10 que España perdió en el año

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fatal de 1898, no hubo, sin embargo en eseperíodo otro ministro que á él pueda equipararse,ni en talento, ni en energía de carácter, ni en fijezade propósito.

Ni igual ni parecido pudo haberlo, es claro, du­rante el primer tercio del siglo, entre las angustiasy el desconcierto de la dura guerra con Napole6nBonaparte. Tampoco bajo el despotismo humi­llante del rey Fernando, tan incapaz como malin­tencionado. Pero desde que falleci6 el tirano, yhubo Cortes y Ministros responsables, y dispuso elpaís de medios de imponer hasta ci,erto puntosu vo­luntad á despecho del militarismo sofocante en­gendrado por la sangrienta guerra civil, que dej6

'por herencia el difunto soberano, muchos fueronlos personajes civiles y militares que, con título dePresidentes del Consejo de Ministros, bajaron ysubieron las escaleras del Palacio Real; ninguno enrealidad desempeñ6 su encargo con el vigor deCánovas; ninguno despleg6 sagacidad, tes6n, labo­riosidad iguales; ninguno en fin, cuando tuvopoder é influencia suficientes, es decir, en el pe­ríodo verdadero de prueba, sigui6 con brío y condecisi6n á la suya comparable, línea de conductamenos torcida 6 menos vacilante.

Un servicio, un gran servicio trat6 desde muytemprano de prestar, y muy cumplidamente 10realizó. Puede asegurarse, sin temor de caer enerror 6 de cometer injusticia, que á Cánovas espe-

. cialmente se debe el verse hoy la politica españolalibre del íncubo sofocador del mllitarismo : servi-

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DB BSPAÑA BN AMÉRICA 5

cio inapreciable que hasta remota posteridadllevará y conservará su nombre circundado de res­plandeciente aureola.

No le fué dado por supuesto completar ese emi­nente servicio sino allá hacia el término de su ca­rrera, pues debió vencer antes dificultades infinitas.El militarismo, como úlcera envejecida y endure­cida, cubría y devoraba por todos lados, por todoslos caminos, el cuerpo de la nación; y es curioso,pero muy natural, que Cánovas mismo (I), paraentrar joven en la política activa y no perdersedesde luego en el montón de .simples ambiciosos,necesitó empezar por ponerse á la zaga de un cau­dillo, militar y muy militar, del General Don Leo­poldo O'Donnell, á cuya sombra se movió y cons­piró para organizar y hacer estallar el pronuncia­miento famoso de I854. Cuando llegó á los oidos deljoven conspirador la noticia del combate indecisode Vicálvaro, corrió « en tartana» desde Madridhasta Aranjuez y Manzanares, á ponerse alIadodel perplejo General O'Donnell y salvarlo del ato-

(r) Naci6 Cánovas en Málaga el 8 de Febrero de r828. La fede su bautismo, en la Iglesia parroquial de los Santos Már·tires, dice que era hijo de Don Antonio y Doña Juana Cas·tillo, sin la partl.cula delante del uno 6 del otro apellido, acasopor descuido del escribiente del cura. El hijo la antepuso des­pués á su segundo apellido, porque asf la usaron probablementesus ascendientes, 6 acaso por eufonfa y formar un bloc compactocon toda su firma. En España las .particu1as de los nombres sequitan y se ponen con facilidad. A D. Arsenio Martinez deCampos, por ejemplo, todos solfan llamarlo Martfnez Campos,por brevedad y también por eufonfa; y asf 111 hago yo algunasveces en este trabajo.

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lladero; animarlo, escribirle un manifiesto breve yenérgico, que sirvi6 de ahí en adelante de pro­grama de la revoluci6n, y que atrajo en tomo deljefe pronunciado á muchos que, dudosos hasta en­tonces, desconfiaban, y temían su carácter vio­lento y ambicioso.

Gan6se Cánovas así la protecci6n del vencedory obtuvo, apenas seguro el triunfo, el nombra­miento de Auditor de Guerra, un puesto luego enel Ministerio de Estado, y por último un cargo di­plomático en Roma, además de la credencial.dediputado por Málaga en las nuevas Cortes. Púsoloesto inmediatamente en franquía, di6le impulso yvelas henchidas para lanzarse en el revuelto marde la política española, á los veintiséis años, comouno de tantos futuros adalides. No de otro modohubiera podido surgir tan pronto quien como él,huérfano de padre, pobre, con madre y cuatro her­manos menores, llegó en 1845 de Málaga, su ciudadnatal, de diez y siete años no más, con objeto debuscar en la capital del reino medios de estudiar,de trabajar, de vivir y prosperar. Por fortuna teníaya dentro de sí para salir airoso en la empresa laalta dosis D(~~esaria de talento y de constancia.

Precisamente residía entonces en Madrid un tíosuyo, malagueño como él, relacionado con indivi­duos del gobierno y del círculo de la gente denegocios: el conocido costumbrista andaluz SerafínEstébanez Calder6n, El Solitario, como solía fir­mar us escraos en prosa y verso, que le tendió

-nano, le consigui6 para empezar un pequeño

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empleo en empresa ferroviaria, le prestó libros, ledió consejos y 10 lastró para atravesar con menosriesgos el periodo más difícil, los nueve años quedebían correr entre su arribo á la capital y elpronunciamiento salvador.

Nunca olvidó al protector el protegido. En labiografía que del Solitario publicó D. Antonio Cá­novas en 1883, trabajo largo, pero interesante ápesar de su andar demasiado lento, dijo de su tío,en frase que ya por sí sola basta para empezar á darexacta idea del fondo de orgullo y altivez del carác­ter del sobrino, que era Calderón la única personade este mundo á quien había debido auxilios y pro- .tección. « Todo 10 demás» añade « 10 he conseguidoy conquistado sin deberlo absolutamente á nadie,sino á mí propio » (1). Y como 10 demás aquí estodo en realidad, pues El Solitario falleció en 186],antes de los grandes servicios, los grandes puestosy honores del que había sido su joven protegido,es fácil descubrir la honda satisfacción de sí mismoque apenas se disfraza en esas líneas.

En el curso de este periodo inicial de nueve añosse hizo abogado y abrió bufete; fué .luego redactordé un periódico politico, La Patria, que dirigiaJoaquín Francisco Pacheco, quien pronto com­prendió su mérito y le traspasó la dirección. Co­menzó á ejercer, y ya .con aplauso, la oratoria, pe­rorando en el café y en reuniones públicas; luegopor encargo de un editor compuso la novela titu-

•(1) El. Solitario» y su tiempo, tomo JI, p. 254.

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lada La Campana de H'Uesca, tomando por argu­mento con tino romántico el período agitado dela historifl de Arag6n en que rein6 Ramiro elMonje. Sigue en esa novela débilmente las huellasde Wálter Scott, y está escrita en lenguaje delibe­radamente arcaico, por influencia sin duda delSolitario, gran pecador y exagerador en punto áarcaísmos.

También escribía versos en esa época, y aun lossigui6 escribiendo después, hasta el fin de sus días, .siempre con cariño; ni dej6 pasar, sin aprovecharla,toda ocasi6n posterior de corregirlos y limarlos,hasta en I887, fecha de la última edici6n, que sugran -renombre de estadista, es de suponer, ayud6á colocar fácilmente entre el público lector deambos hemisferios. No son dignas desgraciada­mente esas poesías de quien como orador y comoministro subi6 tan alto, y poco 6 nada se hubieraperdido dejándolas inéditas ú olvidadas. Versificarfué en él verdadera, aunque no constante manía;y mejor es no insistir, ni recordarlo, á no ser en loque pueda ilustrar sus ideas políticas.

En ese mismo período juvenil, antes de terminarlos estudios de jurisprudencia, di6 principio á sustrabajos de historiador, la parte más s6lida y másútil de cuanto escribi6, y puso manos á una conti­nuaci6n de la historia de Mariana, comenzando,con el ( ambicioso» título - él mismo así lo cali­fica - de Historia de la Decadencia de España, unensayo sobre el reinado de la casa de Austria.,

Cuando en su ascensi6n política tocaba ya el

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apogeo de. su fortuna, desaprobó enérgicamentetodos esos ensayos juveniles, y en especial este tra­bajo histórico, que declaró « incompletisimo, sal­picado de graves errores nacidos de no haber eje­cutado por su propia cuenta investigaciones direc­tas y formales ll. Años adelante, en 1869, aprove­chando el ocio forzado á que su alejamiento delpoder 10 tuvo condenado desp?-és de la caída deIsabel 11, rehizo ese estudio y 10 publicó de nuevo,esta vez con el título más modesto de Bosquejo his­tórico de la Casa de Austria. También se arrepintiópronto de haberlo dado á luz; y cuando, no muchodespués, supo que alguien en Francia «espontánea­mente había comenzado á traducirlo y publicarlo )),hizo cuanto le fué dable hasta lograr que se suspen­diera la publicación, ofreciendo en cambio una«próxima y mejor edición II : propósito que no llegóá ejecutar.

Siempre recordó con satisfacción este último tra­bajo, porqu~ no obstante sus radicales deficienciaspermaneció firmemente convencido de la idea his­tórica que en él desenvuelve, idea que hoyes ya untruisme, que desde mucho antes era un lugar co­mún para cuantos fuera de España estudiaban esaépoca yesos sucesos; pero que en España mismasonaba aún como una paradoja y hasta comoherejía. Esto es : que la decadencia nacional co­menzó al poco tiempo de su auge mayor y era bienvisible ya en el reinado mismo de Felipe 11, á pesarde las victorias de San Quintin y Lepanto y de laconquista de Portugal. Esa súbita elevación de

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España, que en el gran horizonte de la historiauniversal surge y se desvanece como relámpago,fué resultado inmediato de una coincidencia politi­tica, de una combinación diplomática, que bienpudo no haber tenido lugar 6 no haber dejado ras­tro : el matrimonio de Juana, la hija de los ReyesCatólicos, con el Archiduque Felipe. (( Sin ese ma­trimonio II escribe Cánovas (( jamás hubiera alcan­zado España el predominio que en los días de Car­los V y de Felipe n, por no tener riqueza, ni sol­dados en bastante número para lograrlo, bien queéstos fueran los más disciplinados y valientes deaquel tiempo... Toda la historia está en este hecho,al parecer insignificante : los soldados que el GranCapitán llevó de Málaga para conquistar á Nápoles,iban ya descalzos y hambrientos. Así se correnaventuras á las veces gloriosísimas, mas no se fun­dan permanentes imperios II (1).

Los diversos "artículos y opúsculos de Cánovassobre el reinado de Felipe IV, escritos expresa­mente para completar y en parte sustituir al Bos­quejo; la carta que precede á la biografía de laPrincesa de ~boli por G~ Muro, y otros trabajosafines, son 10 mejor que nos ha dejado y se leentodavía con interés; no han envejecido aún, peroel deplorable estilo no puede ayudarlos á durarmucho más, á pesar de la solidez de la construc­don del aparato crítico y á pesar de que el autor,en frase no más modesta que el F orse non morra

'TI El« Solitario I y su tiempo, tomo n, p. 126-129.

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DE ESPAÑA EN A~ÉRICA II

de Manzoni, dijo que las páginas de su carta im­presa dirigida á Muro « acaso no morirán, porquelas de histona mueren rarísima vez, á causa deque unas sirven de precedente á otras en la len­ta depuraci6n de la verdad )J. El punto me pa­rece dudoso, si se trata como aquí de aconteci­mientos remotos de que no puede el narradortener conocimiento directo; es preciso además queacuda á salvarlo, á mantener~o vivo, la belleza 6la distinci6n de la forma, el encanto del estilo.

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JI

Cánovas, Subsecretario de Gobernación. - Primera inter­vención en cuestión de América: la expedición á Méjico.- Cánovas como orador. - Ministro de la Gobernación.- Segunda intervención en asunto americano: la re-incorporación y abandono de Santo Domingo. - Susideas y su programa sobre el porvenir de España enAmérica.

Cánovas, unido siempre á la suerte política delGeneral O'Donnell, continuó ascendiendo gradual.mente en su carrera de empleado público. Era enI862 subsecretario de Gobernación, á inás dediputado, cuando juzgó que su deber le mandabarenunciar ese puesto para poder sin escrúpulo deconciencia votar contra la conducta del GeneralPrlm en Méjico y contra la retirada de la divisiónespañola con ese caudillo allí desembarcada. Nunca

.había aprobado ni la alianza con Francia ni laexpedición concertada, pero sostenía ahora que,una vez desplegada al viento en Méjico la banderaespañola, no se debió partir sm pelear, sin imponercondiciones á trueque de la retirada, y mantenerileso el prestigio de España como potencia ameri­cana. Fué éste pues su primer encuentro con el

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espectro americano, que tanto había de inquietarlodespués y amargar tan cruelmente sus últimosaños; que aun en largo periodo posterior á sumuerte violenta y su repentina desaparici6n man­tiene discutida y acusada su memoria, por creerlos adversarios que su política en América contri­buy6 á precipitar las desgracias que abrumaron ála patria; por pensar los amigos que, si hubiera él·vivido un poco más, no habrian ocurrido los tristesepisodios de la guerra con los Estados Unidos, nise habría resuelto la cuesti6n de manera tan des­graciada, con tanto inútil sacrificio de dinero, desangre y de prestigio nacional.

El segundo encuentro con el mismo espectro tuvolugar en I865. Había sido ya Ministro, encargadodel mismo departamento del Interior, 6 Goberna­cion, en que antes había desempeñado la subsecre­taría. Su importancia entre los políticos creci6bastante en ese momento, á pesar de que el gabi­nete en que figur6, presidido por D. Alejandro Mon,dur6 únicamente siete meses 'y medio. No era undurar excesivamente breve, en tiempos en que otrosministerios contaron su vida por semanas, no pormeses; y Cánovas, además, se distingui6 presen­tando en ese corto espacio, y logrando que fuesenaceptadas y votadas, importantes reformas encuestiones de gobierno interior, como delitos elec­torales, imprenta, derecho de reuni6n, etc. Engrado mayor que su importancia política había au-·mentado su reputación y su influencia como oradoren el parlamento.

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En ese arte difícil, que requiere para sobresalirtanta práctica como disposiciones naturales, llegómuy pronto á adquirir gran maestría, á ser un ver­dadero debater en toda la fuerza del término á lamanera de Charles Fox en Inglaterra, y ningunole aventajó, ningún otro quizás en España llegótampoco á su nivel. Cuando se ponía de pie en losescaños del Congreso ese diputado, ó ministro, deestatura mediana, aspecto imperioso, anchasespaldas, ojos con lentes de miope que velaban suligero estrabismo, que atenuaban 10 que de torvoy duro tenía á veces su mirada, y un conjunto enfin de facciones que hubiera sido de fealdad hastadesagradable, si no las iluminara vigorosa expresiónde inteligente é inflexible voluntad, - apenasoíanse los primeros acentos de su voz llena y viril enel tono congénito, magistral, dominante, compren­díase que en aquel recinto ni había, ni podía haberatleta parlamentario más dueño de su palabra,me­jor armado por la vasta instrucción y la completaconfianza en sí mismo que siempre le acompañaba.Castelar á su lado era un poeta amplificador enprosa rotunda, más musical que elocuente. Losdemás, ülózaga, Martos, Ríos Rosas, Moret, habla­ban bien, con facilidad mayor ó menor, se distin­guían entre sus colegas por diferentes cualidades;pero Cánovas reunía todas las indispensables paraconvencer ó dominar por la fuerza del razona­miento y la autoridad de la persona.

En sus improvisaciones notábanse mucho menoslos defectos de forma de sus otras obras. Ha-

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DE ESPAÑA EN AMÉRICA 15

blando incuma menos frecuentemente en la oscu­ridad, el mal gusto, la monotonía que afean suslibros y sus discursos de Academias y Ateneos.

Dembada la monarquía en r868, cuando con­taba él justos cuarenta años de edad, sus faculta­des en perfecto desarroll oy ardiendo en su pechola ambici6n de gobernar, de salvar definitivamenteel país del preg,ominio de .caudillos militares, ofre­ci6le la suerte ocasi6n de' preparar eficazmente lasatisfacci6n de ese anhelo, mostrándole un huecovacío, digno de su talla, el puesto de creador de unpartido nuevo, de restaurador de la monarquíaconstitucional, sentando al hijo de la soberanadestronada en el solio restaurado. El orador y elhombre de acci6n, íntimamente combinadosdesde esa fecha en tarea digna de su empuje, hi­cieron de él en 10 adelante la primera, la promi­nente figura de la política española. Su elocuenciaal servicio directo 6 indirecto, según las ocasiones,pero constante, de ese designio ulterior, afirm6sobre base s6lida su popularidad y le granje6 elrespeto de unos y otros. i Qué diferencia entre lavida pública del hombre de Estado prudente yenérgico que apunt6 desde r854 en el autor delsobrio y conciso manifiesto de Manzanares, y(vaya de ejemplo) la de aquel otro literato, sim­ple aficionado en política, el poeta AdelardoLópez de Ayala, que escribi6 también otro Mani­fiesto, mucho más famoso, anunciando al mundodesde Cádiz, en r868, el pronunciamiento de losgenerales de mar y tierra contra la Reina : decla-

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maci6n larga y difusa, que acaba con aquella frasecelebérrima: ¡Viva España con honra/grito vulgar,vano y ruidoso, sin significaci6n precisa, que muyadecuadamente sirvi6 de santo y seña al pronun­ciamiento.

Pero sin anticipar más los sucesos, vuelvo ahoraá la segunda acometida de Cánovas en la políticaamericana, á la escena del 29 de Marzo de 1865,en que al discutirse la retirada de las tropas espa­ñolas de Santo Domingo, acordada, ya casi consu­mada, por el gabinete cuyo jefe era el General Nar­váez, expuso Cánovas con gran vehemencia lasideas, los temores y las arraigadas preocupacionesque, para desgracia suya y de su patria y de suscolonias, debían durante el resto de su existenciaser norte invariable de toda su política en América.

La reanexi6n á España de la parte oriental de laantigua isla Española fué error muy craso y muygrave. Ambas partes procedieron bien engañadas :Santo Domingo crey6 obtener con España la pazy tranquilidad que el estado anárquico de la repú­blica y el miedo á posibles invasiones del vecinoHaití irremediablemente le quitaban; y Españaimagin6 que Santo Domingo seria una colonia másá explotar y gobernar como explotaba y gobernabaCuba y Puerto Rico, sin reconocer ni otorgar á sushijos especie alguna de franquicia local ni derechopolítico. En el año que sigui6 á la reincorporaci6nsurgieron por diversos lados partidas numerosasde descontentos armados, y Pedro Santana, elantiguo Libertador, el que promovi6 ahora la

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DE ESPAÑA EN AMÉRICA 17

anexi6n, la dirigi6 y llev6 á cabo merced á su in­fluencia y su prestigio y su poder, debi6 él mismomuy pronto reconocer que el sistema de gobiernoimplantado por los españoles era realmente inso­portable. El amargo desengaño cost6la vida á esedébil é imprevisor caudillo, que se mantuvo sinembargo hasta el fin fiel á la palabra y la fe empe­ñadas. Pero muri6 de tristeza, sucumbi6 desespe­rado, dejando consignada y condenada, en susdespachos oficiales al Capitán General y al Ministrode ffitramar, que no pueden hoy todavía leerse sinprofunda lástima, la desatentada conducta delos jefes civiles y militares que mand6 España ágobernar en Santo Domingo. Son esos documentos10 único que hoy nos atestigua el hondo pesar quenub16 el ocaso de la vida de ese pobre hombre, dequien, como única compensaci6n, crey6 Cánovasoportuno decir que había sido « modelo de los másvalientes españoles, de los más insignes patricios ll.

Al desaparecer Santana, todo se derrumbó; el paísse levant6 en masa, sombríamente resuelto á reco­brar la independencia perdida; y España, cansadaal fin de tanta ruina y tanta sangre vertida y tan­tas sumas extraídas, sin provecho de nadie, deltesoro de Cuba, decidi6 retirar su ejército yabando-nar la empresa. '

El terrible Narváez era dueño de la mayoría de. las Cortes, como lo son siempre allí 105 gobiernosbajo cuya direcci6n se eligen; y un voto conformeno era dudoso. Cánovas, empero, que no tenía com­prometida en el desastre su responsabilidad per-

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sonal, aunque había sido su propio partido el queacept6la malhadada reanexi6n, juzg6 que le tocabaahora oponerse al proyecto de retirada, y prepar6cuidadosamente el largo y vigoroso discurso, quedesde su asiento del Congreso pronunci6.

E& un discurso-programa por decirlo así, uno deesos actos que anuncian y comprometenel porvenir.El orador, aunque simple diputado entonces, sinhaber todavía representado prominente papel,había de ser pronto Ministro de Wtramar, diezaños después Presidente del Consejo, por ende per­sonaje político de 10 más encumbrado y respetadodel país; y expres6 en ese discurso ideas y opinionesá que conformaría su conducta en momentos crí­ticos, é imprimiría en cuestiones de Am~iica á sunaci6n rumbos peligrosos que podrían traer, quetrajeron, desgracias irreparables.

El que como historiador desde su primera juven­tud buscaba la explicación de la decadencia deEspaña en un estudio incompleto y prematuro,pero en que divisaba desde lejos con penetrantemirada algunas de las verdaderas causas; sobrecuyo ánimo siempre pes6 cruelmente el enflaque­cimiento ya secular de la patria fervientementeamada; extraviado, ofuscado ahora por el temorde no conservar 10 poco que del pasado esplendorle quedaba en América, emprendia el camino quemás pronto llevaría á perderlo todo. He aquí suspalabras bien curiosas, bien características, aunqueno de las más felices ni de mejor forma, pues repitedemasiado un mismo verbo sin necesidad:

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« Todas las naciones tienen necesidad de conser­var su posición en el mundo: la que tienen necesa­riame~te, la que están llamadas á tener por susespeciales circunstancias. Nosotros, que tenemoscerrado el Norte por la gran nación francesa, porencima de la cual no pasaremos jamás, porque ni>tendremos nunca fuerza para ello; nosotros que te­nemos cerrado ya también el Oriente por la penín­sula italiana, que forma hoy una nación más fuerteque la nuestra; nosotros, que tenemos tiempo hacerrado el Sur nada menos que por tres naciones:por Inglaterra que posee á Gibraltar, hoy más pre­cioso que nunca por desgracia á causa de la aper­tura del istmo de Suez ; por la Francia desde Arge­lia que se adelantará, que avanzará hacia nuestracosta misma tarde ó temprano; por el imperio deMarruecos en fin, menos fácil ciertamente de domi­nar que Santo Domingo; nosotros, digo, en tal si­tuación ¿ iremos á cerramos también el camino deOccidente, único abierto ya á nuestra actividad yá nuestra gloria? »

La anexión de Santo Domingo fué lastimosaequivocación, el orador mismo por tal desde su ori­gen la tuvo, y el resultado á los cuatro años con­firmó cuanto se temía. Era, pues, necesidad fatalla pronta retirada, en las mejores posibles condi­ciones, como el gobierno «moderado» la aconsejabay resignadamente la proponía. Raro en verdadparece que hombre de inteligencia tan clara, depalabra tan franca y tan segura, como Cánovas,no 10 viese y comprendiese del mismo modo. Lo

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veía y 10 comprendía, aceptaba el abandono porsolución final, pero juzgaba preciso triunfar pri­mero para retirarse después; intentar nuevamente10 que durante dos años se había estado en vanoprobando, alistar nuevas tropas, verter sangre,gastar sumas sin término y sin tasa, y todo ¿paraqué? Lo reveló sin rodeos: «Para que no se declare

. á la faz del mundo que España puede ser vencidaen las Antillas, para que no quede consignado enel exterior que España no puede pelear entre lostrópicos. l)

IExtraña precaución, tan ilusoria como cruel!Empapar en sangre el suelo dominicano, desbara­tar riquezas sin cuento, para encubrir 10 que erapúblico y notorio, 10 que, como había sucedido,podía muy bien otra vez suceder. Así imaginabael ilustre politico encadenar el porvenir, impedirde antemano la pérdida de las dos islas, que al cabose perderían junto con otras muchas cosas, sin queen el conflicto final influyera, por de contado, en 10más mínimo, el recuerdo del abandono de SantoDomingo.

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1I

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III

Ministro de Ultramar.-- Proyecto de reformas en Cubay Puerto Rico. - La Junta de Información y su fra­caso. - Insurrección de Cuba.

Volvió Cánovas á ser ministro de la Corona en1865, encargado esta vez de los negocios de Ultra­mar, en gabinete presidido por ü'Donnell, queduró un año y algunos días. La ruidosa interven­ción que había tenido poco antes en la cuestión delabandono de Santo Domingo y su conocido interésde historiador patriota en el engrandecimiento delpoder de la nación máS allá de sus costas, 10 desig­naban de antemano para dirigir los asuntos colo­niales. Las islas de Cuba y Puerto Rico, gobernadaspor militares con facultades ilimitadas de « gober­nadores de plaza sitiada» conforme á un decretovigente de Fernando VII, carecíán ·de toda repre­sentación en las Cortes de la nación desde que los« progresistas » de 1837 expulsaron de ellas á lose1egidos ese año mismo ya presentes' en Madrid, yacordaron al mismo tiempo que serían ambas islasregidas por leyes especiales, leyes de que no se tratóen esa Legislatura, y que al encargarse Cánovas

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22 CÓMO ACABÓ LA DOMINACIÓN

del ministerio no se habían ni promulgado ni si­quiera presentado y discutido, quedando en pie ysiempre aplicado el ukase del rey Fernando.

En presencia de esa situación, hombre de lasdotes intelectuales de Cánovas no podía entraren un ministerio, que si bien creado poco antes,era ya conocido por s~ inercia hostil á toda conce­sión de derechos políticos á los distantes colonos,sin ensayar por 10 menos alguna. transformación,dejar algún r~tro profundo de su paso por aque­llas oficinas. A los cinco y medio meses de su en­trada, el 29 de Noviembre, publicó la Gaceta unReal Decreto que convocaba para el año siguienteuna junta de veintidós comisionados, elegidosenCuba y Puerto como 10 eran los regidores de losAyuntamientos, pero ahogados anticipadamenteentre un número mayor de vocales nombrados porel Gobierno; sin más comisión unos y otros queformular votos y ruegos, l~s cuales el Ministro deningún modo se comprometia á atender ó satisfa­cer. Podiase, además, vaticinar desde un principiocon toda seguridad que á la cita no asistiría elmismo Ministro que la daba. La vida de'los minis­terios, que raras veces, ya se ha dicho, se ~ntaba

por años, mucho menos larga había de ser en losúltimos revueltos y confusos tiempos del reinadode Isabel 11.

Así fué. La. Junta de Información, éste era sunombre, se reunió en efecto en Octubre de 1866,siendo ministros otros individuos de color políticomuy distinto; deliberó á puertas cerradas, en pro-

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fundo secreto, en medio de general indiferencia.El Gobierno, más ocupado en luchar por su exis­tencia que dispuesto á remediar males de coloniaslejanas, no hizo el menor caso de los votos formu­lados, si por ventura los leyó, punto dudoso; losComisionados se dispersaron, y jamás hombreshonrados perdieron tiempo en tarea más ingratay más estéril. La historia de sus cuitas no interesóal volver ni á los mismos cubanos y portorrique­ños, pues al nombrarlos habían previsto, mercedá la experiencia, el inevitable fracaso.

El grito de independencia que al año siguienteresonó en los campos de Cuba, llamó á sus hijos áotra especie de combate é inauguró la era de ho­rrores, el infausto decenio que comienza en la islacasi al mismo tiempo, 10 de octubre de 1868, diezdías después no más de haber quedado vacante eltrono en la peninsula.

En la fecha escogida para la insurrección deCuba influyó más, aparte de los agravios ante­riores, el desaire sufrido por los miembros de laJunta de Información, que la memoria del aban­dono de Santo Domingo por la metrópoli. De estamanera Cánovas, en virtud del encadenamientonatural y lógico de los sucesos, indirectamentecontribuyó á precipitar el conflicto armado entrela colonia y la madre patria.

Fué la tercera vez que en su vida pública apa­rece Cánovas enfrente de la Esfinge americana,pero mirándola ahora no ya de soslayo como des­pués de la expedición á Méjico, ni con carácter

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24 CÓMO ACABÓ LA DOMINACIÓN

de simple opositor sin esperanza de influir en lasolución final como al terminar la intriga de SantoDomingo. En esta otra vez la situación de las cosasy la suya propia permitían abordar derechamenteel problema propuesto y buscar la solución. Rehuyóel cuerpo, permítaseme la expresión; trató deaplazar la dificultad escudándose con un expe­diente que alejaba por corto tiempo la necesidadde luchar con ella; tuvo miedo, en una palabra.Gran lástima á la verdad. En Cuba, entre cubanosmuy respetables y respetados, existía entonces undeseo sincero de reformas al- abrigo de España, ysi hubiesen sido otorgadas, á muchos hubieran de­jado satisfechos. El problema cubano por tanto,si no definitivamente resuelto, habría perdido sumás grave, su pavoroso carácter. La situaciónnunca volvió á ser la misma, ni en Cuba ni del otrolado del Atlántico; y el que más adelante estabadestinado á ser casi un dictador en su patria, alcaer de su puesto de ministro en r866 debía ahorapermanecer, durante ocho años, sin intervenir niinfluir de manera alguna directa en la marcha delos negocios públicos.

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ti t

IV

Se separa Cánovas de O'Donnell y permanece fiel á Isa­bel II. - Caída de la Reina. - Cánovas y Guizot. ­La guerra de España en el Pacifico. - L. de Ayala,Ministro de Ultramar. - Cánovas, abogado de los in­transigentes de Cuba. - Constitución de 1869. - Ama­deo 1. - La República. - Gobierno Provisional. ­Proclamación de Alfonso XII por Martinez Campos. ­Prisión de Cánovas. - Regente interino.

No volvi6 á ser Cánovas ministro, como va indi­cado, en 10 que á Isabel II quedaba de reinar; nitampoco el General O'Donnell. Perdi6 éste laPresidencia del Consejo inmediatamente despuésde haber sofocado y castigado con escandalosa du­reza una insurrecci6n militar, no más vituperableque la suya de 1854. Víctima de intrigas palaciegas,present6 forzado su dimisi6n, y baj61a escalera realjurando que nunca más servi ría á soberana taningrata, por cuya defensa se había echado encimala odiosidad de la sangrienta represi6n. Púsosemuy pronto á conspirar con amigos y con antiguosadversarios, resuelto á buscar el ~odo de lanzarladel trono; pero muri6 al año siguiente, en Noviem­bre de 1867, voluntariamente expatriado, en un

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pueblo francés, Biarritz: precisamente el lugar deFrancia en que el tren de ferrocarril, que conducíaá Isabel II en su marcha hacia el destierro, hizo sualto primero, con objeto de que el Emperador yla Emperatriz de los franceses saludaran y conso­laran á la reina destronada.

Cánovas, cual de su carácter era de esperar, di6prueba famosa de consecuencia y de firmeza abste­niéndose de conspirar con nadie en sentido hostilá la soberana, aunque no se privara de desaprobartotalmente su conducta política y de manifes­tarlo, audacia que le costó ir, por decreto del pe­núltimo ministro de Isabel, temporalmente des­terrado á Carrión de los Condes, villa del antiguoreino de León, en condiciones, como apuntó élmismo luego, « muy pasaderas 1,. Con acento pro­fético, dirigiéndose á los débiles y presuntuosos,consejeros de la Reina que privaban después delfallecimiento de Narváez, sucesor de O'Donnell, yla llevaban á la ruina, les dijo en su tono más alta­nero y magistral :. « Por el camino que seguis, noiréis en paz 11.

Cuando triunfó en Alcolea la revolución antidi­nástica, se apartó de los vencedores, que 10 llama­ban, que 10 invitaban, pues entre ellos figurabanen primera línea muchos de los que militaron en lasfilas de la Unión Liberal bajo la jefatura deO'Donnell; pero quiso conservar intacta su lealtadá la familia real. Elegido diputado en las Cortesreunidas en 1869 se instaló en los bancos de laoposición, sin hostilizar demasiado á la mayoría.

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por 10 mismo de no tener gran confianza en laempresa, que ésta acometía, de reconstituir lamonarquía con nueva dinastía, pero diciendo sar­cásticamente que hasta entonces nada habían he­cho todos más que ganar una batalla, cosa queno significaba mucho para quíen, como él, ce nose dejaba convencer por la victoria. »

En los ocho y medio años que, desde la disolu­ción del último ministerio Q'Donnell, pas61ejos delpoder, con tiempo bastante que reservar á sus estu­dios favoritos y en más ó menos atenuada op~si­

ción parlamentaria, crecieron á los ojos del públicosu importancia y su prestigio, al mismo tiempoque aumentó mucho el tesoro de sus conocimientos:filosóficos, históricos, literarios; que templó m.ásfinamente sus facultades, y que agregó algo á susdotes oratorias· : más serenidad, seguridad mayoren la improvisación. Todo en una palabra se des­arrolló ampliamente en el sentido natural de sutemperamento y de su carácter.

En el Parlamento, lleno de confianza ensímismo,convencido de su intelectualidad superior á la detodos los que veía en torno suyo, recordaba algo áGuízot, el ministro de Luis Felipe. Faltábale, esverdad, en su apostura y en su entonación, la su­prema distinción del célebre orador francés, asícomo en su palabra la dicción intachable, y en elfondo de su erudición las grandes ideas generalesdel autor de la Historia de la Civilización en Fran­cia y en Europa. Pero en cambio no tenía la rigidezde Guizot y, á pesar de la ingénita arrogancia, sa-

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bía mucho mejor que el otro ganarse voluntadescuando eta preciso conseguir un fin; mostrar sin­cero deseo de conciliación, y respetar opinionesadversas. Resultado de estas prendas debía ser queno acabase la carrera de este jefe de partido espa­ñol en catástrofe parecida á la de Guizot, que nollevase él también á la ruina á su monarca. Cáno­vas supo vencer pacientemente dificultades, amol­darse á 10 imprevisto; porque era, sea dicho breve­mente, de la materia de los que hacen y mantienenm(jnarquías, no de los que las comprometen y des­baratan.

Tampoco disminuyeron en este largo aleja­miento del poder su interés 'y su vigilancia en lascuestiones de América, como no podía menos de seren quien pronunció aquella frase ominosa del dis- .curso de Marzo de 1865, sobre ce el camino de Occi­dente, único abierto á nuestra actividad y á nues­tra gloria ll. Ministro era él en el gabinete O'Don­nell, cuando ocurrieron los sucesos principales dela guerra con Chile y el Perú, y oyó y aplaudió enel Consejo las instrucciones belicosas y violentas desus colegas de Estado y Marina al jefe de la escua­dra, que trajeron el bombardeo, sin objeto práctico,de Valparaíso; y el inútil, estéril combate navaldel Callao, en que ambas partes sufrieron pérdidasequivalentes sin resultado alguno, ni político nimilitar. Ambos lados 10 celebran y conmemoraná la par como jornada gloriosa de su historia.

Pero el General Zavala, ministro de Marina,había escrito que era preciso, á causa de la pérdida

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de la goleta Covadonga, no dejar, ~ en mal lugar lahonra de España, el prestigio de su Gobierno y elbuen nombre de la Marina, en unos mares dondejamás habían surcado fuerzas tan poderosas comolas que se hallaban al mando de Méndez Núñez ll.

La escuadra abandon6 inmediatamente después elocéano Pacífico, sin más satisfacci6n que los dosactos de guerra mencionados, y Cánovasmostr6 enlas Cortes de I861 que persistía vivo siempre su in­terés en la cuesti6n. España luego tard6 muchosaños antes de reanudar relaciones con las repúbli­cas del Pacífico. En las palabras de Cánovas sen·tíase que la imagen del « camino á Occidente II

espejeaba siempre ante los ojos del ex-Ministro.Sin embargo, probabilidad ninguna había ya de

que se renovase contienda tan remota y sin objeto;otra más pr6xima y más grave se entabló al año si­guiente, y ésa hasta el día mismo de su muerte de­bía ser preocupación incesante de Cánovas delCastillo : la iniciada en Cuba dos semanas despuésde la batalla de Alcolea; aunque este último sucesono tuvo y no podía tener influencia alguna en lafecha escogida por el grupo de cubanos, que en co­marca interior del oriente de la isla, no unida porferrocarril con otra alguna, proclam6 la indepen­dencia de la isla, sabiendo muy bien cuán desigualy desesperada sería la lucha, pero convencidos yatodos, al cabo de largo pedir y de largo aguardar, deque ninguna libertad, ningún derecho político po­dia obtenerse buenamente de la nación conqUÍita­dora.

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3° CÓMO ACABÓ LA DOMINACIÓN

Este acaecimiento, para Cánovas inesperado,turbó en extremo su espíritu, aun cuando creyeraseguro que la insurrección cesaría muy pronto, ven­cida. Su mayor temor nacía del afán de reformasliberales que aparentemente poseía á sus ad~ersa­

rios de la Península, á la mayoria en las Cortes; re­formas que, aplicadas á Cuba, mucho á su juicioagravarían, en vez de simplificar, la situación. Sutemor no tardó en desvanecerse ante la actitudasumida por el poeta dramático á quien la revolu­ción confió en su primer ministerio la cartera detntramar, Adelardo López de Ayala, el cual si bienno había estado en Cuba, como tampoco Cánovas,y no daba pruebas de conocer su historia y su espe­cial situación, se dejó rodear en Madrid por agentesdirectos é indirectos de los que en Cuba predicabanla represión á sangre y fuego, sin concesión ni mise­ricordia; y su alma indiferente y sus hábitos pere­zosos de artista aceptaron gustosos que otros letrazaran un camino y 10 ayudasen á recorrerlocómodamente. Por esta razón, cuando el cubanoNicolás Azcárate, que había ido á Madrid á laJunta de Información en 1866 y se había quedado,y fundado luego un periódico diario, en que entu­siastamente sostenía la idea de reformas en Cubabajo la bandera de España, fué á ver al Ministro conrecomendación muy expresiva del General Serrano,jefe del poder ejecutivo, para recordarle los com­promisos que tanto él, Serrano, como el GeneralDulce, columnas ambos de la revolución triunfante,habían contraído de tiempo atrás con los liberales

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cubanos, dió Ayala por única respuesta á su inter­locutor estas palabras acompañadas de sonrisa muydesdeñosa : « Todo 10 que usted me dice está muybien; pero, amigo mío, ha corrido mucha aguabajo los puentes»: agua que no pudo traer quizásmayor desgracia que el llevar á ese poeta dramá­tico al ministerio de illtramar.

En las Cortes Constituyentes de 1869, elegidascomo expresión del nuevo régimen, levantó Cána­vas la voz en su calidad de diputado por Murcia,á propósito de una exposición suscrita por nuevemil españoles de Cuba pidiendo el aplazamiento detoda especie de reforma en las Antillas. Quería élque fuese oída y atendida. La ocasión, el asunto,la petición, todo fué trascendental y fatídico. Em­prendía Cánovas en ese momento el camino funestoque á él y á su patría arrastraban á segura ruina.

Esos nueve mil españoles, á cuyo servicio Cána­vas se ponía, eran los amos verdaderos de la isla deCuba. Allí peleaban las tropas nacionales para man­tener y robustecer la supremacia de esos nueve milindividuos, en su inmensa mayoría nacidos enEspaña, y á buena parte de quienes cuadrabaperfectamente una frase admirablemente gráfica deEnrique J. Varona: « De mozo de cordel á negrero,de negrero á título de Castilla. Esta ha sido laescala ll. Ellos gobernaban el país, habían sidosiempre el poder oculto detrás del trono. Ahoraprocedían por primera vez abiertamente, los Capi­tanes generales obedecían sus órdenes, halagabansus pasiones, sacrificaban el prestigio del rango y

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del puesto á sus caprichos y sus apetitos cubiertoscon el manto del patriotismo. Si por ventura inten­taban aquéllos oponérseles, eran depuestos, expul­sados ignominiosamente. Tal fué, literalmente, elfin que tuvo el segundo mando en Cuba del Gene­ral Dulce en r870. Lo mismo aconteció más de unavez en otras partes de Hispano-América.

Las reformas quedaron por supuesto aplazadasindefinidamente y los firmantes de la exposición,al encontrar unidos en la misma votación al Minis­tro y á miembro tan principal de.1aoposición comoCánovas, hallaron colmados sus deseos, realizadocuanto podían esperar; y confiados en el apoyo queles aseguraba la impunidad, continuaron su detes­table política en tierra cubana.

Desde ese instante quedó sellado virtualmenteun pacto entre Cánovas yesos intransigentes delotro lado del océano; quedó él constituido en defen­sor de sus intereses políticos, y ya se le oirá procla­marlo así más adelante, en discurso pronunciadoveintiún años después, como oportunamente serecordará.

Redactada por las nuevas Cortes una' nuevaConstitución, que regiría poco tiempo, que Cánovasmismo sustituiría por otra, la votó, sin embargo, átítulo de jefe de 10 que se llamaba oposición liberal­conservadora, nombre que también daría él á sunuevo partido; y la votó, porque establecía 10 quepara él era 10 esencial, un régimen monárquicoconstitucional. Explicó que, magüer sentirse endesacuerdo con otros capitulos de la nueva consti-

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tución, si se lograba con ella traer la paz,levantarcon firme pulso una monarquía, que era antes quetodo 10· que al país al presente faltaba, bajaría lacabeza, se daría por vencido, « y así como paraeso ».agregó al concluír. « no os creo dificultadesahota, no os las crearé jamás !l. El tono eS el desiempre en las grandes ocasiones, arrogante, per­sonalísimo; pero revela bien, esta vez como lasotras, el fondo sólido de patriotismo en que su opo­sición estaba fundada.

Electo Rey de España el príncipe Amadeo deSaboya, hizo éste cuanto á su alcance estuvo poratraerlo á su lado; mas en balde, y muy prontoCánovas cansado del papel modesto, secundario,á que su oposición parlamentaria se reducía,cambió de actitúd, convencido de que el nuevomonarca no echaba raíces en el país, y de que lasituación rápidamente empeoraba : todo esto 10consignó en carta de despedida á sus electoresen Octubre de 1872.

Amadeo renunció al trono poco después; fun­dóse la república; cayó miserablemente ésta alcabo de un año de vida; sucedió1e un gobierno im­provisado tras pronunciamiento mili~ar con elGeneral Serrano otra vez á la cabeza. El cuadroque ofrecía España al mundo en ese triste momentose encuentra por Cánovas trazado con estas pala­bras, más precisas y claras de 10 que él solía, apenasexageradas, puestas por prólogo á un libro publi­cado en 1874 :

« Por tierra las instituciones todas y todas las

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leyes, solamente nos resta un principio eficaz, el dela fuerza, y la fuerza no es aquí ya amparo del dere­cho, sino instrumento de medros personales. Acab6el influjo de los hombres de Estado y de los ora­dores, acab6 hasta el de los sofistas y charlatanes,que en épocas como la presente suele ser más du­radero : todo, absolutamente todo en este BajoImperio, de nuevo está á merced de los pretorianos..Como no hay monarquía ni República que servir,el que á toda costa se empeña en servir 6 figurar,tiene que contentarse con fatigar sus labios enalabanza 6 defensa del caudillaje. España atra­viesa, sin la menor duda, el más miserable periodode toda su larguísina historia ll. (1)

No había formado parte Cánovas del Congresode Diputados de las otras Cortes Constituyenteselegidas en 1873, que suspendieron sus sesiones,al mismo tiempo que manu militari fenecía la Re­pública el tres de Enero de 1874. Bien de sentirsefué la ausencia del experimentado adalid; porquesi hubiese estado presente en la sesi6n final, habriaquizás pronunciado algunas palabras dignas deconstante recordación, cuando aparecieron en elrecinto de la Cámara los dos ayudantes del Ge­neral Pavía, Capitán General de Castilla la Nueva,

. con encargo de trasmitir á Don Nicolás Salmerón,sentado en su sillón presidencial, la orden breve yterminante de desalojar inmediatamente el localjunto con los diputados todos. Ya estaba por

(1) Los Oradores Griegos, por Arcadio RODA (pr6logo), 1874.

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otra parte el Palacio de las Cortes ocupado porla Guardia Civil, cuyos disparos de fusil no tar­daron en resonar bajo la techumbre de aqueledificio, sacrosanto asilo de la soberanía nacional.Las amargas y enérgicas frases del prólogo, queacabo de citar, permiten suponer que si en esa ma­ñana histórica hubiese estado Cánovas allí, nohabría permanecido en silencio, y el siempre re­suelto enemigo de toda forma de prepotencia mi­litar habría estigmatizado con fiereza el inexcu­sable atentado.

Ese año 1874. en que añadió el militarismo un•nuevo triunfo á su larga historia, es período capi­tal de la vida de Cánovas. Durante él, eficazmenteayudado por la misma terrible situación en que sehallaba la nación, extraviada como en laberintosin salida, empleó su pluma, su palabra, sus rela­ciones sociales, sin tasa y sin reposo, con objeto deconvencer á cuantos, juzgando como él, patrióti­camente, la situación, sentían que la única soluciónposible era resucitar y restablecer el olvidado prin­cipio hereditario de la monarquía constitucionalde España. La proscripta reina Isabel convino enrenunciar irrevocablemente á todo derecho, á todapretensión al trono, en favor de su hijo Alfonso; áéste, pues, la representación nacional, apenas pu­diera constituirse, debía invitar pacífica y solemne­mente á venir á sentarse en el trono vacante, en elpuesto que era suyo, en que sus mayores se senta­ron : tal era su teoría y tal su esperanza.

Sostuvo después, y siempre, una y otra vez, que

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todo había llegado á tenerlo preparado, que todoestaba virtualmente conseguido, cuando recibió lamás desagradable y penosa sorpresa: la noticia deque el General Don Arsenio Martinez· de Campos,á la cabeza de una brigada compuesta de poco másde dos batallones, se había precipitado á proclamar,en nombre del ejército, Rey de España en el campode Sagunto, á Don Alfonso XII, hijo de Isabel n,el 29 de Diciembre de 1874.

Terrible, penosísimo contratiempo fué la noticiapara quien pacientemente, con la credencial deRegente interino, de futuro primer Ministro, en elbolsillo, creía tener formado un nuevo partido, esta­blecido minas y tendido los hilos eléctricos que ha­bían de producir la explosión de entusiasmo paraelevar sobre el pavés al jovenpríncipe, sin interven­ción de ningún caudillo militar insubordinado!Muy grande fué su disgusto. En el desconcierto en­gendrado inmediatamente por el intempestivo pro­ceder del General Campos, pareció peligrar lagrande obra proyectada, y Cánovas, inocente de loque pasaba, se encontró perseguido, conducido áprisión en Madrid y acusado como conspirador,por orden del Consejo de Ministros, cuya Presiden­cia ejercía Don Práxedes Mateo Sagasta. Conspi­rador ciertamente no fué Cánovas, como lo habíasido el General pronunciado; en esta coyunturaprecisamente no había querido aceptar ese papely había declarado al mismo futuro soberano quejamás lo asumiría.

Otros, muchos otros, es verdad, conspiraban por

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él. Pero era de un todo innecesario. El contagio sepropag6 por los aires de batall6n en batall6n deun extremo al otro del pais, el grito de Sagunto re­percuti6 entre las tropas acumuladas en el Nortecontra los carlistas, y á las cuarenta y ocho horasel Capitán General de Madrid, Primo de Rivera,en quien Serrano y Sagasta tenían depositada suconfianza, fué· en persona á poner en libertad áCánovas, quedando en el acto constituído con elnombre de Ministerio Regencia el primer gabinetede la Restauraci6n, Cánovas por de contado en élprovisionalmente como Regente interino, luegocomo Presidente del Consejo de Ministros; yAde1ardo López de Ayala, á despecho de su parti­cipaci6n en el pronunciamento de 1868 y delmanifiesto de Cádiz cuya paternidad universal­mente se le reconocía, con la cartera de IDtramar,ya por él desempeñada varias veces.

Los « nueve mil » firmantes de la consabida ex­posici6n saludaron con alborozo desde el otro ladode los mares la conjunci6n de esos dos astros; ellales aseguraba la continuaci6n de su omnipotentesupremacía en el porvenir de la isla de Cuba. "

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v

Insurrección de Cuba. - Cánovas Primer Ministro. ­Gobierno de Martinez Campos en Cuba. - Conveniodel Zenjón. - Duelo parlamentario entre Cánovas yMartínez Campos. - El General temporalmente des­prestigiado. - El rencor de Cánovas. - El partidoliberal se declara hostil á reformas en Cuba.

No entra en el plan de este trabajo seguir pasoá paso la historia política de Cánovas del Castilloen los veinticuatro años de vida y de gloria que lequedaban. Lo poco que he dicho era indispensable.y he podido decirlo sin alej arme de un punto devista americano. Voy de aquí en adelante á man­tenerme en los limites que por sí solo señala el ti­tulo .de esta primera parte.

Luego que se vi6 Cánovas desembarazado de lasprimeras grandes difieu1tades inherentes á la re­construcci6n del país político y la realeza restau­rada. volvI6 los ojos á la insurrecci6n cubana;porque siempre se sostenía á despecho de los re­fuerzos incesantes despachados á través del océanoy de las grandes sumas echadas en lo que. cada díamás, parecía abismo sin fondo. No solamente sesostenia, sino que amenazaba durar indefinida-

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mente; pues el bárbaro sistema 'seguido para com­batirla había probado bien su ineficacia. El pueblocubano,agüerrido por siete años de constante lidia,no temía al clima, se habituaba á la dura vida quellevaba, la tierragene:rosa aseguraba el sustento yla maleza espesa le ofrecía abrigo en los casos ad­versos; mientras el' soldado español, víctima de lainclemencia del cielo, sucumbía, en númello 'mayorque por los azares de la campaña, por las enferme­dades y la anemia inevitable. Mas los que impe­raban en la Habana y otras ciudades, y desde allítodo lodecidian, los nueve mil adversarios de lasreformas, con sus familias; sus amigos y sus depen­dientes, dueños siempre de la situación, no teníandeseo alguno de ver terminada la insurrección. Ellalos mantenía en el goce tranquilo de sus privilegios,y de ella muchos vivían. Eran contratistas del apro­visionamiento. general de las tropas en campaña,ganaban sumas crecidas, adelantaban fondos alGobierno á cobrar pronto muy aumentados, quese reservaban liquidar en ajuste de cuentas final,recibiendo en el ínterin sumas parciales; y resi­dían en la capital y en tddas las ciudades importan­tes, llenos 'de orgullosa satisfacción, armados comomilicianos voluntarios, con oficiales ,de su propioseno, sin obligación de salir á campaña ni afron­tar ningún género de peligro.

Sin embargo, :10 cierto era, por otra parte, quela metrópoli, España, sacrificaba sus hijos más jó­venes, .empo~a su tesoro, empeñaba subsidia­riamente su crédito, y á medida que la guerra'du-

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raba, aparecía ante el mundo como incapaz dedominar una insurrección, que sin cesar declarabacomo sostenida por desalmados á la cabeza de par­tidas de negros y mulatos; partidas que inviernotras invierno anunciaba como ahuyentadas de~sus

guaridas y exterminadas. Cada año, cada mes yhasta cada día que la lucha persistia, entrañabatambién otros peligros más graves, podía acaso pro­ducir un conflicto con los Estados Unidos, un rom­pimiento de relaciones diplomáticas á causa de lamultitud de reclamaciones que á menudo surgían,como había es~ado ya muy cerca de suceder; yIadiós entonces á la esperanza de acabar con lainsurrección I

Esto Cánovas claramente 10 veía, y ahora quepor primera vez le tocaba comprometer su respon­sabilidad de Ministro, pues solamente desde losbancos de la oposición había hasta aquella fechatratado de la guerra de Cuba, y siempre sobrealgún punto especial y concreto, ahora debía á sureputación, á su reconocida sagacidad, encontrarmedio' de resolver el arduo problema, precipitar eldesenlace á cualquier costa.

Figuraba en España en ese momento un hombrecuya notoriedad, cuya popularidad excedian quizásá la suya, un militar, un caudillo afortunado, elGeneral Martínez de Campos, el que antes de nadiehabía abierto al Rey la senda que conducía al trono,el que había logrado acabar la insurrección car­lista; á quien acaso la fortuna, pensaban muchos,reservaba el favor de poner término también á la

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dificultad cubana. A los oídos del primer Ministrono podia menos de haber llegado esa idea, ese voto,partido del seno de sus mismos amigos, aun delmismo palacio real, donde se tenía fe. muy pro­funda en aquel caudillo. Pero el General Camposdebía ser y era para Cánovas la persona menossimpática de toda España, porque le había robadoelrenombre de restaurador del trono, porque habíadesoído sus consejos y deshecho sus planes; porqueera de todos modos amenaza viva y efectiva de quecon su influencia y su prestigio renaciese una vezmás la plaga odiosa del militarismo y el caudillaje.Tenía un carácter demasiado noble y altivo paradejarse Cánovas dominar por la envidia, sentíasedemasiado superior á su rival en cuanto importabapara gobernar y mantenerse en el poder; pero erarencoroso, no perdonaba fácilmente las injurias.Precisamente había siempre contado el rencorentre las cualidades indispensables del verdaderohombre de estado, hasta el punto de atribuir á lacarencia de ese reprobable sentimiento el fracasodel Conde Duque de Olivares, ministro, 6 favorito,que era 10 mismo, de Felipe IV. Estas son las pala­bras de Cánovas en sus Textos y Reflexiones acercade la Revolución de Portugal, palabras muy detenerse en cuenta para conocer bien al que lasescribi6 : « Le dañaron su exagerado amor á losmedios suaves y hasta su bondad íntima: y su faltade rencor (1). »

(1) Estudios del reinado d8 Felipe IV, tomo 1, p. 162.

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¿Cómo, pues, había de perdonar tan pronto Ytan fácilmente al General del grito de Sagnnto, yofrecerle él mismo ahora ocasi6n de ceñirse nuevoslaureles? Ceder se hizo empero inevitable, refren6sus íntimos escrúpulos, llev6 á firmar al Rey' elnombramiento, y en los primeros días de Noviem­bre de 1876 desembarc6 Martínez Campos en laHabana acompañado de nuevos refuerzos; y entr6en campaña con el título de General en Jefe, de­jando á Don Joaquín J ove11ar de Capitán Generalde la isla. Ambos cargos los había hasta entoncesdesempeñado una nrisma persona, estableci6se porprimera vez, temporalmente, la divisi6n de man­dos, 10 cual contribuy6, es posible, á satisfacer 6aquietar la suspicacia y las dudas del primer Mi­nistro.

No era Martínez de Campos en realidad de ver­dad un gran militar ni un buen político, perolsí era .un hombre honrado, verídico, de carácter natural­mente abierto y aun afable; de incansable actividaden campaña, aunque en la paz vacilante y hastatímido; mas en uno y otro caso vanidoso, ansiososiempre del puesto primero, y sin darse tiempo átitubear cuando para buscarlo y ganarlo necesitá­base sobre todo valor, audacia y fe en su estrella.Fiando en ella acept6 volver á Cuba, donde yahabía estado, cuya clase de guerra conocía, y dondesin distinguirse particularmente, había pernta­necido hasta ganar las insignias de brigadier.Ahora con los entorchados del grado más alto delescalaf6n militar español, asumi6 inmediatamente

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la dirección de las operaciones en toda la isla. Re­corrió de extremo á extremo elterritorio insurrec­cionado, desplegando toda su estrategia de cono­cedor del terreno y de capitán avezado á las con~

tiendas civiles, durante un año entero, en la esta­ción favorable y en la adversa, hasta quedar plena­mente convencido de que.guerra de ese género eaaquellas especialísimas condiciones podía ser in1xmominab1e, porque no era dado á España. soportarmucho tiempo más la enorme pérdida de vidas ylos cien millones de pesos que aproximadamentecada año le costaba; ni los insurrectos disponiande fuerza y de recursos sufici~tes para arrollar ála metrópoli en campo abierto. Apenas autorizadodesde Madrid para proceder conforme á esas ideas.con su intrepidez y prontitud geniales buscó, pro­vocó él mismo un desenlace, proponiendo directa­tamente á algunos jefes insurrectos un aeamoda",miento, para ambas partes honroso. Logró por 1in10 que anhelaba, justificando así con. el éxito unavez más lo que él, no sin agudeza, llamaba.« sua:corazonadas D.

Ese desenlace¡ conocido con el nombre de Con..venio del Zanjón, por el lugar de la entrevista deci­siva, resultó luego no ser más que una soluciónpasajera, temporal; llevó en sí necesariamentedesde el principio ese carácter, porque en vez deservir al gabinete de Madrid como estimulo para .cambiar fundamentalmente el sistema de gobernarlas colonias, se interpretó como excusa para conti­nuar los errores. antiguos bajo falsa apariencia de

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otra cosa, y barajar y confundir miserablementelas promesas del General Campos. No fué éste,pues, fué Cánovas el responsable del fracaso quesobrevino al poco tiempo, así como de todas sus fu­nestas consecuencias.

Sin exceso de malicia paréceme que dados losantecedentes puede pensarse que sorprenderia nomuy agradablemente á Cánovas que el mismo per­sona.je á quien tantos se empeñaban en considerarcomo el restaurador de la monarquia, obtuvieseahora en concepto de todos los laureles de pacifi­cador de Cuba.

Lo positivo es que cuando Martinez Campos,terminada su última campalia, reunió en sus manosel gobierno superior, civil y militar, de la isla yvolvió. á la Habana, recibió las pruebas más con­vincentes de que poseía la confianza de las masaspopulares cubanas, y la de bastantes españolesentre los más susceptibles de ceder á ideas liberales.animados todos por la esperanza de que lograrareorganizar el país y fundar la verdadera paz moralen consonancia con la material obtenida por la cesa­ción de la guerra, y por el volver á sus hogares dela mayor parte de los insurrectos. Y he aquí quecuando el General con más fe se consagraba á sutarea, trajo el telégrafo un despacho del ministeriopresidido por Cánovas ordenándole embarcarse in­mediatamente para España, porque el gabinetedeseaba consultar éon él las reformas de Cuba.El 5 de Febrero abandonó, pues, las costas de laisla, perdiéndose con su partida las ilusiones y las

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esperanzas de los que con la paz restablecida creye~

ron realmente iniciada en el país nueva era de jus­ticia y libertad.

En esta ocasión, no cabe duda, estalló en Cáno­vas por fin el rencor de hombre de estado, la pasiónque faltaba en el Conde Duque de Olivares, y queabundaba en él. Dominado por tan avasallador sen­timiento hizo volver al pacificador de Cuba con eldoble objeto de quitarle prestigio, de anularlo polí­ticamente, si era posible; pues demasiado conocíala insuficiencia del General en ese terreno; y deevitar al mismo tiempo que las reformas ampliasy sinceras que su rival consideraba indispensablespara Cuba, lastimasen los intereses de los espa­ñoles netos, de los millares intransigentes, núcleoallí de su clientela política, desde que en nombrede ellos había tomado la palabra en las Cortesde 1869. Ambas siniestras intenciones no tardaronen dibujarse claramente á la vista de todos.

Llegado á Madrid el General, 10 menos que hablóCánovas con él fué sobre asuntos de Cuba. Era unmomento confuso de la lucha de partidos y grupospolíticos, Cánovasse 'sentía menos firme en supuesto, menos dueño de la situación que el añoantes, y llegó á convencerse de que sería movi­miento estratégico oportuno de su parte abandonartemporalmente la posición á la cabeza de los nego­cios y colocar en su lugar á Martinez Campos. Eraéste en política una figura aislada, tenía fama yprestigio, pero no séquito organizado, y para for­mar gabinete había por fuerza de escogerlo entre

3.

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ccrreligionarios y amigos de Cánovasmismo, cuyamayoría sólida tenía que ser su único medio degobernar, su único apoyo. Al menor signo del quehabía creado esa mayoría y era su jefe indudable.vendría al suelo el sucesor, el intruso, que por talsin remedio 10 debían consid~ar. Francamente loreconoció así y 10 dijo Martínez Campos después desu caída en el Senado, hablando el 9 de Marzode r88r : ( Yo sabía bien que el señor Cánovas ensu inmenso talento y en su costumbre de mando,aunque hiciera todo 10 posible en favor mío, al finhabía de salir su carácter y decir: Venga eso. »Esto precisamente sucedió; nueve meses estuvo elinexperto militar moviéndose en el vacío, y cayópor virtud del impulso mismo que 10 había subido,por obra y gracia del antecesor y del sucesor, queeran una persona misma. Pero el General en tantohabía dejado bien en evidencia su ninguna compe­tencia en política y en táctica parlamentaria, quees 10 que importaba poner en claro.

Por desgracia junto con el efímero Presidentedel Consejo quedó también sacrificado el porvenirde Cuba española, y con la noticia de la caída delúnico hombre importante y de prestigio en Españaconvencido de la necesidad de reformas verdadera­mente liberales, llevaron las auras al suelo ameri~

cano gérmenes de descontento y de discordia, queprendieron, que brotaron, crecieron, y quince añosdespués se convirtieron en nueva insurrección; queseria la última, que provoearia definitivamente laresolución del intrincado problema, de una manera

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que Cánovas mismo con su penetrante miradanunca entrevi6.

No podía Cánovas por de contado permanecersin replicar á los diversos ataques que el Generalen esos días le prodigó. Hízolo sin piedad, agña.enconada, elocuentemente, y los dos 6 tres párra­fos siguientes de una de sus respuestas en esosdebates merecen citarse, porque tal vez no hayaotros que mejor expresen su temperamento orato­rio y el tranquilo vigor que conservaba, aun en lainvectiva y en el ardor de la improvisación.

Martínez Campos, presa de su vanidad, incons-.ciente á veces. cometi6 el error de excitarlo recor­dándole como un cargo que había desaprobado su'pronunciamiento de Sagunto, y Cánovas replic6de esta manera : ce Dados mis principios, mis con­vicciones y mi manera de ver las cosas, el mayorsacrificio que yo he hecho á la monarquía de DonAlfonso XII es el tener á Sll señoría á mi lado...Así como antes de la Restauración el General Mar­tínez Campos y yo no habíamos visto las cosas dela misma ~anera, así en el instante crítico en que.elGeneral Martinez Campos marchó á Sagunto, tam­poco las vimos su señoría y yo de una maneraigual. Por estos motivos ha podido decir el GeneralMartínez Campos que hizo la proclamación deS. M. el Rey Don Alfonso XII contra mi opini6n;pero el que como yo tetÚa entonces tan alta y dificilrep~taci6n. nada estaba obligado á explicar;nadie, absolutamente nadie, podía superarle en eldeseo de que aquella causa triunfara.

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« ¿Es serio acaso, cuando se trata de un hechotan grande como la restauraci6n de una monar­quía, pretender que todo se ha hecho al levantardos batallones sin disparar un tiro, y negar la co­operaci6n de grandes elementos, de inmensas fuer­zas, cuando casi todo estaba hecho, cuando habíapor una parte el derecho de la dinastia del Rey,que imperaba y se sobreponía sobre muchas con­ciencias, y cuando concurría hasta el desengaño delpaís, que buscaba casi unánimemente en la procla­maci6n del monarca la paz, la tranquilidad y laseguridad que ha conseguido después? Todos losdemás ejércitos, todos los demás generales, todoslos que no quisieron desenvainar su espada contrael Rey, todos los que aceptaron su proclamaci6ndesde el primer instante, ¿es que fueron vencidos6 conquistados por los dos batallones del GeneralMartinez Campos? ¿Quién puede arrogarse el de­recho de decir que ha hecho la Restauraci6n?

l( No, como la restauraci6n se hizo por sí sola ypor la fuerza de los acontecimientos, cualquiera lahubiera hecho en aquel momento. Los movimien­tos del país, que 10 condujeron á aquella soluci6nsalvadora, necesitaron en un instante dado de di­recci6n. Que ellos existían, que nosotros no los crea­mos de ninguna manera, es verdad; pero es evi­dente que hubo un instante en que necesitaron unaorganizaci6n. Pues bien, esa organizaci6n confiadaá mí por S. M.la Reina madre y por su augusto hijo,esa organizaci6n la hice yo, y la llevé tan adelante,que ya en' el punto á que la llevé, cualquiera, en

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cualquier momento, yen cualquiera circunstancia,la habría realizado. »

Era tanto más cruel el ensañamiento de Cánovascontra Martínez Campos cuanto que en esa épocahabía ya perdido el General bastante de su aureolade pacificador de Cuba, por haber retoñado en eloriente de la isla nueva insurrecci6n. Pero Campossostuvo desde luego públicamente que la culpa deese renacimiento debía recaer sobre los que contrasu voluntad 10 habían hecho prematuramente vol­ver á España. Cánovas y su gente tuvieron con esemotivo particular empeño de exagerar la impor­tancia de la segunda guerra, 6 u guerra chiquita »como la llamaron; de la cual por cierto, pues notard6 en ser sofocada, y dur6 apenas diez meses,encomiaban expresamente el hecho de haber se­guido, para acabarla, los generales Blanco y Pola­vieja, sistema muy distinto del contemporizadorde Martfnez Campos, fusilando á diestro y siniestrosin misericordia. El mes mismo - Junio de 1880- en que pronunci6 Cánovas el discurso á que per­tenecen los párrafos citados, había ya concluído lanueva guerra, sin haber nunca salido de límitesmuy reducidos.

De ahí en adelante, por algún tiempo, hasta quetuvo lugar entre ambos rivales una reconciliaci6ntardía, no desperdici6 Cánovas oportunidad pú­blica 6 privada de perseguir y acosar á su adver­sario. De esta manera operaron cambio radical,completo, como tramoya de teatro, en el estado yel porvenir de las Antillas, así como en la marcha

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SO C6MO ACABÓ LA DOJmfACI6N

de la política española, la ({ guerra chiquita D Y laeliminaci6n virtual de Martínez Campos.

y no hubo el menor cuidado de disimularlo 6 decohonestar la transformación. En Mayo de I86gdijo en el Congreso de Diputados el Ministro deUltramar, Elduayen, el más intimo de los amigospolíticos de Cánovas, estas palabras: « La capitu­lación del Zanj6n es la más digna, la más noble, lamás levantada que se ha firmado en ninguna denuestras discordias civiles D, y tras su Ministro aña­di6 el Presidente del Consejo: que ese Compromiso« entre adversarios, que se han batido valerosa­mente y como hermanos se han dado un ahrazo depaz, seria l~ente cumplido JI. Menos de un ,añodespués, ya por tierra en Madrid el que ajustó elcompromiso, dijo en el mismo Congreso otro lugar­teniente de Cánovas, Romero Robledo, hombreentonces de toda su confianza, valiéndose al efectode imagen bien grotesca y de mal gusto,' que lacapitulaci6n ofrecida á Cuba había sido como «unahoja de parra que auojó el Gobierno á la insurrec­ción para tapar la vergüenza de su derrota D. Alsiguiente día fué el tumo de Cánovas, yen tono másgrave, cual á su importancia correspondía, pero nocon gusto ni correcci6n mejores, añadi6 que el sinobjetivos que defender » aquellos insurrectos nohabían sido (e más que gavillas de bandoleros, quevivían de la ruina y del incendio » (1).

(1) Lo más cruel acaso de este impolitico discurso fué valersedel nombre del jefe insurrecto Mb:imo Gómez para apoyar con

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El resultado podía preverse: las concesiones pac­tadas 6 anunciadas en el Zanjón quedaron comopalabra vana, sin valor ni sentido práctico alguno.La ley electoral, 10 mismo que la provincial, lamutlicipal y demás que luego se promulgaron, nofueron las mismas que regían en la Península sinoconfeccionadas ad hoc, cuidadosamente amañadaspara que, ó confirmasen unas las vastas facultadesde los Capitanes Generales, ó robusteciesen otrasel predominio de 1asecci6n española intransigente,yo- se diera pronto el case de que eligieran comoDiputados á las Cortes las dos islas, en gran mayo­ría, á españoles nacidos del otro lado del Atlántico,

su testimonio 10 que el orador afirma acerca del estado de debi­lidad á que habia llegado la insurrección.

También en la biografia de Cánovas por A. Pons y Umbert(Madrid, 1901, p. 625), sólido é importante trabajo, se dice' alconcluir .. que un cabecilla de la última insurrección elogiabaen acto público y solemne á Cánovas del Castillo, afirmando quesi éste viviera, Cuba seguiria hoy siendo parte de España D. Nosé si la alusión es también á Máximo Gómez, al gran cabecillade esa insurrección, pero es probable; y de'todos modos tam­poco se especifica el acto ni la fecha precisa. Mientras no sehaga asi, será licito consi,derarlo inverosimil; ni se puede co~­

prender que existiera jefe insurrecto capaz de raciocinar deesa manera.

Posteriormente se publicó en la Habana que, visitandoMáximo Gómez la redacción del Diario de la Marina, órganode intereses españoles en Cuba, al encontrarse enfrente de unretrato de D. Antonio Maura, dijo que si las reformas proyec­tadas por ese Ministro de Ultramar en 1893 se hubiesen apli­cado, no habría probablemente habido segunda insurrección,y Cuba seria siempre española. Esta profecla retrospectiva esmuy posible que la formulase Gómez, para decir algo agra­dable en aquel recinto; y muchos, antes y después del Generalcubano, han pensado, opinado y hablado de idéntica manera.En el • pudo haber sido D cabe todo. 1

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es decir, á los que nunca habían querido quehubiese tales elecciones, ni apetecían más liber­tades que las envueltas en sus antiguos monopo­lios y su prepotencia.

El cansancio real de diez años de guerra, ámuerte casi todo el tiempo, yel deseo vivísimo deluchar ahora pacíficamente en busca de un arregloeficaz ahorrando á la patria nuevas ruinas y mise­rias, aconsejaron á los nacidos en la isla no des­mayar, no desesperar, y organizarse tranquila­mente en nuevo partido político para pedir á Es­paña con nombre de autonomía el manejo de susasuntos é intereses locales: lo que Inglaterra des-,

o pués de la gran rebelión del Canadá en r837 y r838 .concedió á esa colonia, sin regatearlo demasiado,en r839 y r840' Ello acaso hubiera mantenido inde­finidamente atado el lazo entre la metrópoli y lacolonia, sobre todo cuando la experiencia demos­trase que ni el honor ni el interés sufrirían así humi­llación ó menoscabo. Tarea ardua, es verdad, arduaen extremo, que sin embargo emprendió y conti­nuó durante años el partido autonomista, formadoentonces de lo más granado del país; firme en supuesto,.á despecho de injurias, desaíres y persecu­ciones, hasta que la ciega obstinación de los pró­ceres políticos españoles precipitó el otro desen­lace, y llevó todo á un abismo después de años enCuba de paciente sufrir y esperar.

Cánovas era siempre el grande, irreducible adver­sario de todo cambio radical en el gobierno de lasAntillas, y -1 triste sino de su país! - fué también

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por su inteligencia, su pasado, su energía, así comopor consentimiento casi universal, su primer hom­bre de estado. Representaba y defendía con elo­cuencia, no sólo la política antigua, secular, quehabía hecho perderse todo el continente y que poratavismo inconsciente era aún el Credo de muchos,sino al mismo tiempo intereses particulares profun­damente arraigados en el suelo cubano, con los quecontaba para ayudar á mantener en pie el dominionacional, porque de ellos esperaba, como dijo enuno de sus discursos, ( las grandes abnegaciones,los grandes sacrificios á que se prestaron en el Con­tinente durante la guerra que produjo la indepen­dencia de las repúblicas hispanoamericanas D, yagregaba ( porque ejemplos de heroísmo, y grandesy muchos, hubo entonces seguramente D en favorde España. « Cumplid, pues, con 10 que os mandael deber, porque si no lo cumplís, yo digo que noencontraréis nunca, digo más, y con un sentimientoprofundo por cierto, y es que no será justo que en­contraseis, que encontremos todos, nadie que sacri­fique algo, ni por la bandera, ni por los intereses,ni por la gloria de España (1). » Su palabra y suejemplo mucho pesaban en aquellos instantes. Lapolítica americana por él proclamada se respetabacomo una institución nacional. Así, cuando en 1881,por juego natural del tablero político, creyó deberretirarse temporalmente del poder y ceder el puesto

(1) Discurso de 29 de Marzo de 1865,11 propósito del aban­dono de Santo Domingo, ya antes citado.

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al partido contrario, al antiguo progresista, quereconstituido ahora se llamaba fusionista, no per­dió este partido tiempo en darse cuenta y titubearsobre el camino que debla escoger su política enAmérica, sino que se apresuro á s'rJUir humilde­mente las huellas del' predecesor. 1.. poco de for­mado por Sagasta el nuevo gabinete, gritó con suvoz estentórea, muy alto, desde la tribuna, León'y Castillo, Ministro nombrado de Ultramar, estaspalabras : « La autonomía es imposible de unamanera irrevocable. j AutonOlnistas, jamás 1»

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VI

España é Inglaterra como potencias coloniales. - Párra­fos de tres discursos de Cánovas. - Conflicto posibleentre España y los Estados Unidos. - España amigade los Estados Unidos en el siglo XVnI. - Breve his­toria de las relaciones políticas entre ambas nacioneshasta empezar la gnerra civil americana.

La idea de que llegara España en día pr6ximoá perder 10 poco que de su vasto imperio en Amé­rica le quedaba, mantuvo siempre inquieto y per­turbado el espíritu de Cánovas. A esa angustiadebiéronse quizás muchas de sus opiniones en cues­ti6n tan complicada, tan candente, palpitante sincesar. « ¡Ah! plegue á Dios» escribía en 1883, en sulibro El Solitario y su Tiempo, «plegue á Dios con­servamos por siempre la mermada herencia que re­cibimos de nuestras padres! » (1).

Fija la mente en el recuerdo de 10 perdido delinmenso territorio que por espacio de trescientosaños posey6 España en el norte y el sur del mundode Co16n, buscaba consuelo 6 explicaci6n, al re-

(1) Tomo II, p. 132.

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CÓMO ACABÓ LA nOMINACIÓN

cardar que Inglaterra también había perdido anteslas vastas colonias que forman hoy la mayor partede los Estados Unidos, y confortaba el ánimo repi­tiendo que metr6polis lejanas de extensi6n relati­vamente reducida difícilmente podían conservarpor la fuerza espacios tan enormes y tan apartados.Pero olvidaba, me parece, que España é Inglaterrano los habían perdido de una manera misma ni porcausas idénticas. Perdi6los España por su malapolítica colonial, por su insensato sistema de go­bierno, por su egoísmo, y por esa misma causa lasdej6 luego incapaces por mucho tiempo de gober­narse ellos solos, condenados á larga prueba deanárquico desconcierto. Reivindicaron su indepen­dencia, con ira, con violencia, porque eran escla­vos, tratados como esclavos, y aprovecharon unacoyuntura favorable mientras duraba la impoten­cia en que por la guerra con Napole6n estaba su­mida la metr6poli. Los esclavos no han de amar áquien los explota sin piedad en su exclusivo inte­rés, apelaron á las armas, y es bien notorio que,desguarnecidas casi esas regiones por los apuros dela Península, fueron al principio únicos adversariosrealmente temibles de la independencia, los penin­sulares intransigentes allí establecidos, auxiliadospor campesinos criollos ignorantes, que necesitaronpráctica y tiempo para comprender la libertad polí­tica y la dignidad de la idea republicana.

Inglaterra, por el contrario, al comenzar la luchaarmada contra sus colonias, entr6 en guerra, puededecirse, contra trece naciones coaligadas, pues cada

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una de esas colonias formaba un todo político, au­tónomo, sus habitantes habituados á gobernarse,á respetar leyes por ellos mismos discutidas y vota­das.

Comenzaron los angloamericanos las hostili­dades contra la metrópoli en 1775 sin más inme­diato agravio que la tentativa de imponerles sinconsultarlos nuevas contribuciones, agravio queEspaña infirió perennemente á sus colonias, desdeque las ocupó hasta el año mismo en que definiti­vamente evacuó las islas de Cuba y Puerto Ric9.Defendió sin duda Inglaterra su señorío enérgica­mente, y momentos hubo en que pareció llevardecididamente la ventaja; pero la firme constanciade las colonias en su derecho al territorio por ellasdesmontado y cultivado; la unidad del esfuerzo, noobstante inevitables vacilaciones; la dicha de haberencontrado para poner á la cabeza hombre portantos conceptos extraordinario como Jorge Wá­shington; y el muy directo, muy eficaz auxilio quepor mar y tierra Francia les prestó, decidieron ensu favor la contienda al cabo de ocho años. Estas,y otras causas menores, aseguraron la victoria dela insurrección, no lo vasto del campo de batalla,que después de todo no 10 era tanto, y que no habíade arredrar á quien ha sabido, como Inglaterra,sin hablar de la India, que es caso distinto, man­tener contentos bajo su bandera al Canadá, á laAustralia, cuya área no es menor que la inmensaque ocupan hoy los Estados Unidos.

Estas fueron las frases de Cánovas pronunciadas

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en el Congreso de Diputados el primero de Abrilde 1870 :

11 Compréndese bien que la nación española des­parramada por todo el continente americano; quela nación inglesa, desparramada por una inmensasuperficie en el Norte de América, no llevaran allímás que un aliento tibio de su ser, no llevaran..allímás que gérmenes sobrado débiles para poder _pes­tar á tales países todo el desarrollo físico, todO.elprogreso moral, todos los elementos intelectualesy positivos, en fin, de que eran ellos susceptibles.

«y desde el momento en que una nación se en­cuentra desproporcionada con su misión y sinpodercumplir sus fines providenciales en un terrilloriodeterminado por su extensión, por su población 6por otras circunstancias, entonces naturalmentesuena la hora de la separaci6n; entonces viene, -sí,naturalmente, el rompimiento de los lazos que-unen.las posesiones lejanas con la madre patria, yesoslazos los rompe la guerra, la guerra que no es ciega,como genera1men~ se piensa... Sí, la guerra de­mostró en 1810 y en 1820 que la nación españolaera incapaz, porque carecía de fuerzas morales yfísicas suficientes, para retener, hacer progresar yvivir en todo el gran. continente de América; esamisma guerra hizo patente á los ojos de Inglaterray á los ojos de la:historia1que los Estados Unidos,con su inmenso territorio, tenían ya un. derechosuperior al de su met1'ópo1:i para encargarse!de-cma­plir en él las leyes del progreso -humano, tantomoral como físico. »

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Precisando más su pensamiento y aplicándoloahora á la isla de Cub~, dijo en el Congreso el 3 deJulio de 1891 :

« ••• aquel ejemplo que visteis de un gran conti­nente superior en poblaci6n á tÍosotres, inmensa­mente superior en territorio; aquel ejemplo de me­dio continente luchando con una naci6n relativa­mente pequeña y esquilmada por sus desgracias,no podrá repetirse jamás en el territorio de Cubacon una pob1aci6n que será inferior necesaria­mente á la de la naci6n española, y que siempreque. en día desgraciado, en la isla de Cuba seempeñe una lucha entre peninsulares é is1eñO$, lavictoria será siempre de los ,que pesan más, de losque son más. de los que más ríos de sangre puedenderramar, y de los que más tarde ,6 más tempranohan de extinguir toda resistencia por la mayorfuerza física y aun por la mayor fuerza moral. l)

La cuesti6n, pues, á debatir'en Cuba era, segúnel ilustre orador-ministro, de fuerza, y nada másque de fuerza. "Efectivamente, en el intermedio quesepara los dos discursos á que pertenecen las doscitas anteriores, hab16 más abierta y claramente, el7 de Febrero de 1880, y 1anz6 al viento para seroídas en las Antillas otras palabras, cuyo frío ycortante cinismo asombra hoy todavía. puesto asíen boca de un hombre de ciencia, un :fil6sofo, unsoci6logo, de un creyente en fin que se jactaba de lafirmeza y sinceridad de su fe cristiana :

«La C1HSti6n en la isla es ante todo ,de recursosy de ann.BS, ,no hay que,equivocarsej toda otracosa

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60 CÓMO ACABÓ LA DOMINACIÓN

sería un acto de candor, indigno de nuestra previ­sión de hombres políticos; es cuestión de armas yrecursos para sostener bayonetas, porque no es nimás ni menos que una cuestión nacional. ¿Tenéismedios de sostener un ejército suficiente? Puesechaos á dormir sobre el porvenir de la isla deCuba ",

Sorprende esta exageración de fuerza brutal ápoco más de dos años de terminada la década deguerra en Cuba, « diez años de dolorosa recorda­ción y de eterna enseñanza 11, como dijo en su alo­cución de despedida el General Jove11ar al ceder laCapitanía General de la isla á Martinez Campos,como más digno de completar, depuestas las armas,la obra de la pacificación. Insistió además el mismoGeneral en recordar en ese documento que comotriste memoria de esos diez años quedaban c( dos­cientos mil cadáveres sobre el campo y setecientosmillones de pesos desprendidos de la fortuna pú­blica y privada 11. Por esta razón, á despecho de lavehemencia y de la altiva confianza de Cánovasen los discursos citados, penetra en el que hoy loslee la sospecha de que no dijera el orador en ese'momento 10 que realmente pensaba, de que fuese10 que callaba más de 10 que ,decía. Así quizás seexplica únicamente que tanto recalcase sus pala­bras para hacer creer á sus oyentes algo de que noestaba tan seguro como 10 fingía.l!'r La posibilidad de un conflicto producido poralgún incidente ocurrido en Cuba flotaba siemprecomo fantasma amenazador entre las relaciones de

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España con los Estados Unidos, relaciones quenunca fueron cordiales, aunque á menudo fuesendiplomáticamente correctas. No fueron cordiales niaun cuando en 1779 España, llevada al remolquepor Francia, se declar6 en favor de las trece colo­nias en su 'contienda con Inglaterra, declaraci6nque hizo lo más en voz baja posible y bien á rega­ñadientes; movida únicamente por la esperanza derecobrar de los ingleses á Gibraltar, esperanza queel ministro de Luis XVI explícitamente garantiz6;y de volver también á entrar en posesi6n de la Flo­rida occidental, que le habían quitado como equi­valente de la restituci6n de la ciudad y puerto dela Habana, sitiados y tomados por la escuadra deLord Albemarle, no mucho antes. España no reco­br6 ~ Gibraltar, pero se apoder6 al menos de laFlorida, causando por cierto con la toma de Pansa­cola grave perjuicio á sus semialiados los america­nos sublevados, pues las tropas que de la Floridaretir6 Inglaterra fueron seguidamente á reforzarla defensa de Nueva York y la de Baltimore, ciuda­des ambas en poder todavía de la metr6poli.

Carlos III declar6 la guerra á la Gran Bretañaporque Francia con instancia se 10 pidi6; perorehus6 firmar pacto alguno con el Congreso de Fi­ladelfia, y no hubo forma de hacerle recibir oficial­mente al Enviado americano, que fué nada menosque John Jay, el gran jurista, uno de los comisiona­dos que luego firmaron el tratado de paz final conInglaterra. Jay, después de vanas tentativas porespacio de más de dos años para obtener el recono-

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cimiento oficial de la independencia de las ~ecolonias y su propio carácter diplomático, se re­tiró lleno de disgusto, indignado por el desaire ásu patria y á su persona, en Junio de I882,

cuando saltaba ya á la vista que estaba asegu­rada la independencia americana, pues la paz conInglaterra se firmó al año siguiente.

Ni siquiera entregó España la suma entera conque había ofrecido contribuir á título de subsidioy en vez de auxilio militar; como tampoco ocUltósu ardiente empeño de encerrar á la nueva naciónentre los montes Apalaches y el océano Atlántico,impidiéndole llegar al Mississipí y tener salida ·porel golfo de Méjico : conducta muy conforme sinduda con sus verdaderos intereses presentes y fu­turos, que no seria equitativo vituperar con·exceso: pero que bien justifica lo que escribióGeorge Bancroft en su ya clásica Historia de losEstados Unidos desde el desculH'imiento del Conti­nente hasta el tratado de paz con la Gran Bretaña :{( De todas las naciones europeas fué España la másfirme y perseverante en su hostilidad hacia losEstados Unidos. Con seguro instinto vió en eltriunfo de éstos el ejemplo provocador que llevaríaá romper las trabas de su sistema colonial particu­lar, y el temor de la futura influencia de la repú­blica di6 forma á supolitica en el período de lalucha» (I).

(1) Cánovas, siguiendo la tradición corriente en España, con­-densa su opinión en antitesis débil de una de1l1ls poeaias esctrita

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DE BSPAÑA EN 'AMÉRICA.

Una vez transcurrido en los Estados Unidos elmob1ento más critico de su historia, los años queinmediatamente sucedieron á, la victoria; y luegoque se cre6 y aprob6 la Constituci6n y se organiz6el nuevo Gobierno con Wáshington de Presidente,tuvo pronto España sobradas ocasiones de com­prender cuán inc6modo vecino le quedaba, tantoal norte de su Florida, como por la parte de Tejasjunto á su Méjico 6 Nueva España: situaci6n do­blemente peligrosa, porque mientras las fuerzas dela una decaían de manera bien visible en Europay en América, la enana república nacida en 1783 setransformaba rápidamente en gigante : los doscalificativos son del Conde de Aranda, el perspicazministro de Carlos IlI.

Las diñcultades en la frontera floridana, agrava­das por el General Andrew Jackson, poco escru­puloso invasor, futuro Presidente de grande em­puje, que por ese rumbo operaba entonces contraSeminales y otras tribus de indios salvajes, llegaroná tal punto que en una ocasi6n inesperada, e1'terri­ble General se fué hasta Pansacola, la sitió y tom6,'deponiendo al Gobernador: todo ello sin declara­ci6n de guerra ni cosa parecida. España tuvo al :finque resolverse á traspasar la Florida integra á larepública, á trueque de ciertas concesiones por ellado mejicano, y de la suma de cinco millones de

el!. 1854, en que alude !la rept\blica de los Estados Unidoscon estos términos :

.St ítlfisl á Dios, fIl bsnefieio ingrata.

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pesos aplicada á extinguir antiguas reclamacionesreconocidas de ciudadanos americanos. El tratado,que el Senado en Wáshington pronto ratificó, no10 fué por España hasta algún tiempo después,en 1821.

Libre la república de esa espina de la Floridaclavada en el pie, volvió su atención por otro rum­bo que tanto, acaso más, le interesaba, á la insu­rrección de las colonias españolas en el norte y elsur del continente, ya convertidas también en re­pJÍblicas, aunque estuviera aún España lejos dedarse por vencida y se sostuviera siempre por .di­versas partes de aquel vasto campo de bata­llas.

Un suceso que en tiempo de Carlos III ya pre­veía su otro ministro el Conde de Florida Blanca yque mucho lo asustaba, vino por fin el 8 de Marzode 1822. En ese día James Monroe, Presidente delos Estados Unidos, dirigió un Mensaje al Con­greso anunciando su intención de reconocer la in­dependencia de las repúblicas creadas en la Amé­rica meridional. El Congreso votó muy pronto lasuma necesaria para enviar allá ministros plenipo­tenciarios, y el 19 de Junio inmediato ManuelTorres, Encargado de Negocios de la República deColombia, fué presentado á Monroe por su Secreta­rio de Estado, y constituída así la primera legaciónhispanoamericana en Wáshington. Las Cortes,reunidas entonces en Madrid, no. dispersadas aúnpor la aproximación del ejército francés del Duquede Angulema, protestaron con energía; mas 10

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DB ESPAÑA EN AMÉRICA

hecho qued6 hecho, y el gran efecto moral produ­cido.

Pero al disfavor debía suceder un beneficio, conel que España, la dormída España del último dece­nio del reinado de Fernando VII, muy probable­mente no contaba. En r825, hallándose la repúblicade Colombia en el momento más pr6spero y felizde su breve existencia, aprestaba junto con Méjicouna expedici6n militar para encaminarla á Cuba yarrancar al monarca español la grande Antilla, loúltimo que, con Puerto Rico, en América le que:daba, y con que amenazaba la tranquilidad de lasnuevas naciones, cuyas costas bañaban los dosmismos golfos, de Méjico y. de las Antillas, que cir­cundaban la isla de Cuba. Al socorro de Españaacudi6 el gabinete angloamericano y se dirigi6, encuanto tuvo noticia del proyecto, al Ejecutivo deColombia para que suspendiera los preparativos dela expedici6n, con el pretexto de que los EstadosUnidos, diplomáticamente asociados en eiOS mo­mentos á Rusia y á la Gran Bretaña, trataban deconseguir del Gobierno de Madrid que reconociesela independencia de las antiguas colonias, y sedevolviera así la paz á todo el continente. Todo portanto se desbarat6. Días turbios y revueltos oscu­recieron luego el horizonte, desencadenaron tem­pestades en las dos bien intencionadas repúblicashermanas, y el proyecto pasó, « desvanecido en lanoche y en el vierito. »

Es bien sabido que debi6se igualmente á la acti­tud angloamericana que fracasara en sus proyectos

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respecto á Cuba el Congreso que al año siguiente sereunió en Panamá, al que asistieron delegados deColombia, Perú, Méjico y Centro-América, y en elque también estuvo presente un representante deInglaterra, aunque naturalmente no tomó parte enlas deliberaciones. Para ese Congreso tambiénsalieron delegados de los Estados Unidos; uno deellos murió en el camino, el otro no llegó á tiempo;llevaban ambos instrucciones muy meditadas res­pecto del porvenir de Cuba, y desde entonces supoel mundo que era piedra angular de la política an­gloamericana el statu ·quo en las Antillas españolas.Si no podían ser independientes (pensaban) porfalta de elementos internos suficientes de estabili­dad, si tampoco podía Cuba anexarse á los EstadosUnidos sin provocar la ira y la oposición directa,armada quizás, de Francia é Inglaterra, preferíael Presidente que continuasen tales como estaban,es decir, en poder de una potencia inerte y débilcomo España, pero de ningún modo agregada ápaises como Colombia ó Méjico, donde la esclavitudestaba abolida, institución funesta que existía enCuba, y que por desgracia era interés supremo de lamitad meridional de la república de los EstadosUnidos conservar y proteger.

Acaecía esto en 1826. Por espacio de treinta ycinco años más, es decir, hasta la rendición delfuerte Sumter en el puerto rebelde de Charlestonen 1861 y la explosión violenta de la guerra civilamericana, un partido potente, numeroso y con in­lluencia en la política nacional superior á la q~e su

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número mismo justificaba, no ces6 de introducircomo desider4tum en su programa la anexi6n deCuba, bien por compra directa á España, bien decualquiera otra manera. Mas no era un partido queboscaba patriótica y desinteresadamente el en­gtandecimiento material de la naci6n, era el gmpode estados donde existía la esclavitud de la razanegra, donde imperaba como dogma intangible, ycon ese grupo los que de otros estados por conve­niencia política se les adherian: Pedían á Cuba,porque el mismo régimen dominaba en Cuba yporque, anexada ésta, aumentaría en el Senado fe­deral el número de votos necesarios para imponersu predominio y perpetuar la esclavitud.

Ocurrieron durante esos treinta y cinco afiosdentro y fuera de Cuba diversos incidentes que re­petidamente parecieron muy pr6ximos á producirel rompimiento deseado entre las dos naciones.

En 1851, después de desembarcada en la costacubana la expedición « filibustera·» al mando delantiguo General del ejército español Narciso López,- e~edición que tan desastrosamente acabó enpocos días, - cincuenta de los expedicionarios,ciudadanos americanos casi todos, con el CoronelCrittenden, hijo de Kentucky, muy popular entrelos suyos, al ver que el pueblo cubano no acudía enfavor de los invasores, se reembarcaron; que­riendo huir en botes hacia los Estados Unidoscayeron en poder de un barco de guerra español,y conducidos á la Habana fueron fusilados todosinmediatamente, después de bre~e juicio verbal.

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Al saberse en los estados del sur 10 sucedido, hubomuy viva emoción, yen Nueva Orleáns un motinpor las calles con saqueo del consulado español,retratos desgarrados, bandera ultrajada y otrosdesafueros. No faltaron las airadas reclamacionesdiplomáticas consiguientes. Todo á la postre searregló, pacíficamente, cual debía ser, dadQ elindiscutible derecho de España de tratar á su modolos que su suelo invadian en son de guerra, ydado el atentado innegable de los amotinados.

. Daniel Wébster, Secretario de Estado, expresó lapena que al Presidente 10 sucedido había causado,ofreció la indemnización natural por el daño cau­sado, y pidió solamente á España que no tratase tancruelmente á los demás prisioneros encerrados enCeuta y en otros presidios con 10 cual contribuiríaá extinguir la indignación tan generalizada en elsur de la república (1).

Más prÓ:bmO pareció el conflicto en 1854. Unvapor correo americano, el Black Warrior, quehacía habitualmente la travesía entre Mobile yNueva York tocando en la Habana para embarcarúnicamente pasajeros y correspondencia, fué dete­nido, multado; y embargado luego por negarse á

(1) La indignación fué en España también muy grande, enopuesto sentido naturalmente; y el más indignado de los espa­ñoles parece haber sido Cánovas del Castillo, como se ve en doscomposiciones violentisimas escritas en esos mismos dias, éinsertas en su tomo de Poestas. Titúlanse : La Invasión pi,,4­tica de Cuba; y la segunda as!: ¡Cie"a España I Canto degue""a con ocasión de un insulto inle"ido en Nueva O"le4ns 4nuestra bande"a.

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pagar la mu1ta. Achacábasele la contravenci6n deno declarar la carga que conducía á Nueva York,puerto de su destino, requisito que nunca antes sele había exigido, y que parecia inútil, pues no po­nía en tierra parte alguna de esa carga. Como esteproceder sucedía á otros u1trajes á barcos ameri­canos en el mismo puerto de la Habana, se consi­deró este último como provocación deliberada, yhubiera sin duda precipitado las cosas, si el CapitánGeneral, que al principio apoyaba altiva y obstina­damente á sus subordinados y referia á Madridtoda reclamación sin· siquiera oirlas, no hubiesecreído prudente dirigirse á la casa consignataria delvapor en la Habana, transigir privadamente ellitigio mediante la devoluci6n del vapor, las con­cesiones del caso y la indemnización de perjuicioscorrespondiente. Aunque no se aplac6 tan prontola cólera de algunos miembros del gabi,nete delPresidente Franklin Pierce, la reclamación ca­recía ya de sustancia, por decirlo así; y lo que di­plomáticamente quedaba por arreglar se ajustóluego sin gran dificu1tad.

El episodio de más resonancia, ya que no el másgrave, fué otro, en el mismo año, antes de zanjarseel asuntodel Black Warrior. Reuniéronseen Ostendeen el otoño de r854 los tres plenipotenciarios acre­ditados por los Estados Unidos en Inglaterra, Fran­cia y España, para discutir, por indicación delmismo Secretario de &tado americano, la cuesti6nde Cuba tratada desde el punto de vista especialamericano; cuestión sin embargo europea en cierto

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modo, pues de España dependia la solución, y áellos por.. tanto en virtud de sus cargos parecíacorresponder : eran James Buchanan, que elegidoPresidente dos años después, sería el predecesor deLincoln; J. Y.Masan, miembro del gabinete enWáshington varias veces, que p~aneceria deMinistro en Francia hasta su muerte en 1859; yel que fué espíritu activo, alma de la conferencia,Pierre Soulé, impetuoso y elocuente francés natu~

ratizado en Luisiana, que en esa focha representabaá: la república en Madrid, aunque no es á él áquien alude Cánovas en su discurso de 1865 á~op6sito de la evacuación de Santo Domingo,cuando dice que un ministro extranjero andabaen· un tiempo por la capital ce enseñando cuatromil millones de reales como precio de la isla deCuba 11, recuerdo que aprovecha para añadir quenunca en España habría qQ.Íen aceptase porprecio de la isla ni aun oferta superior, ce porquela conservación de la isla de Cuba está en elsentimiento, está en el coraz6n de todos los espa..ñoles »,

El manifiesto en ~uyo tenor pronto se pusieronde acuerdo los tres arúspices americanos, y quepor orden del Congreso se hizo público algunosmeses después, pero con esta fecha al pie: Aix-la­ehaPelle, Octubre 18 de 1854, proclamaba que e11

virtud de 10 necesario que la posesión de Cuba erapara los Estados Unidos, se. procedería á ofrecerá España la suma de ciento veinte millones dedollMs; pero que si este Gobierno, sordo á la voz

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de su propio interés, y aconsejado por la obstina­ción de su orgullo así como por falsa idea del honor,rehusaba la oferta, se verían los Estados Unidosen el caso de tratar de quitársela por la fuerza, siá tanto llegaba su poder; como 10 estaría un .partí:­cular para derribar la casa incendiada del vecino,si no encontrase otra manera de salvar la suya delas llamas.

Hay que tener presente para comprender, ó ate­nuar, la desusada y agresiva franqueza de estedocumento diplomático, que por ese tiempo, ó·pocoantes, mientras en Cuba estuvo de Gobernador ge­neral el Marqués de la pezuela, creyeron muchosque el Gobierno español, cediendo á excitaciónamistosa de Inglaterra y á sus antiguos compromi­sos con ella, no estaba muy lejos de inclinarse á.favorecer la abolición de la esclavitud en la isla.Ello no era cierto, pero los españoles de Cuba, bienconvencidos de que el ansia de anexar la isla nacíaúnicamente del empeño de afirmar y extender esainstitución en la vecina república, respondian á susamenazas con esta f6rmula : « O espaiWla ó afri­cana », con 10 que daban á entender que abolirianantes ellos· mismos la esclavitud. Algunos, másexaltados todavía, anunciaban que dejarían á lQSnegros apoderarse de todo, primero que el tem­torio pasar á manos de los Estados Unidos.

El manifiesto de Ostende en realidad salió á .luzun poco tarde, y á nadie asustó. La coyuntura favo­rable de la guerra de Crimea en que tan enzarzadasestaban Iaglat:ena y Francia, se aproximaba ya

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á su término con la caída de Sebastopol al añosiguiente. Los que conocían la política interior delos Estados Unidos y 10 que pasaba detrás de lasapariencias, sabían que algo muy grave para elporvenir de los esclavistas surgía ahora y rápida­mente crecía. España pudo muy bien dejar pasar laafrenta del manifiesto sin darse por agraviada yoir con sonrisa de desdén las baladronadas que con­tenía. Los hados, en esos momentos por 10 menos,estaban otra vez de su lado.

La acción agresiva é invasora del partido escla­vista americano, que en 1854 llegó á su intensidadmayor, había desde ese año mismo comenzado ádecaer, á perder crédito é influencia, por abusarde su fuerza, sobre todo de la paciencia y espíritude conciliación de sus aliados políticos del norte dela república. Al quedar suprimido el pacto quedesde 1821 limitaba el área de la esclavitud y laencerraba dentro de límites geográficos precisos,limitación que, con el nombre de Compromiso deMissouri, había asegurado al país más de treintaaños de paz á despecho de los gritos y amenazasterribles que de un lado á otro invariablemente secruzaban, cre6se una situación enteramente nueva.Dentro de ella fué menguando la antigua suprema­cía de los dueños de esclavos y formándose en losestados libres un nuevo partido, resuelto á impedirtoda extensión de la esclavitud; partido que en lasiguiente elección presidencial combatió con éner­gía la candidatura de Buchanan, firmante del ma­nifiesto de Ostende, que á sus opiniones sobre la·

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anexión de Cuba debía gran parte de su popula­ridad. Al hacerse el recuento de los votos emitidosen Noviembre;de 1856 vióse con asombro que lanueva agrupación contraria á la esclavitud habíareunido más de un mill6n trescientos mil votantes,en total de poco más de cuatro millones. Tan res­petable minoría sería suficiente para decidir enfavor de Abrahan Lincoln la pr6xima campaña; yéste, Lincoln, el elegido, tres años después, conpocas lineas de su puño y su firma al pie, decreta­ría la abolici6n de la esclavitud, y quedaría parasiempre destruído el régimen que tanta sangre ydolor simboliza en la historia de América.

Ya la anexi6n de Cuba no volvería á ser Planchaesencial-en la plataforma electoral de ningún Pre­sidente americano. Los gritos de «Española 6 Mri­cana» no volverían tampoco á oirse en la isla. Muyal contrario, mientras los negros de los EstadosUnidos ascendían á la categoría de hombres libres,con los mismos derechos políticos que sus amos enel suelo mismo donde habían sido esclavos, los deCuba continuarían, por más de veinte años, culti­yando todavía la tierra y arrancando contra suvoluntad cañas de azúcar y hojas de tabaco, sinsalario, sin ningún género de derechos, bajo el cieloabrasador, y encima siempre el horror del látigoestallando contra sus cuerpos.

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VII

Relaciones entre España y los Estados Unidos después dela guerra civil. - El General Grant. - Coniradiccionesde la politica de Cánovas en &paila y en Cuba. - Sujuicio sobre los Estados Unidos.

A los tres años de concluída en 1865 la guerracivil de los Estados Unidos reventó en Cuba. la pri­.mera grande insurrección, la de los diez años deduración y la que logró acabar el General MartínezCampos por medio de promesa de que cambiaría elrégimen de gobierno seguido hasta entonces y quegozarían los cubaBos de iguales derechos que losespafíoles en Europa. De esos ofrecimientos hechoscon el beneplácito del jefe 4el gabinete, esdecir, deCánovas, unos, como va dicho, se olvidaron; y secumplieron mal y á medias los demás. ¿Por qué?Alguna razón importante debió haber para tangrave error, y en efecto no es difícil encontrarla.Cánovas, y con él una mayoría muy grande de lanación española, estaba plenamente convencido deque los cubanos buscaban y pedían derechos ylibertades locales, únicamente para romper en sudía con mayor facilidad los lazos que á España los

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ligaban; de que por consiguiente no debían abri­gar la menor confianza en ellos, ni aun en los naci­dos en la isla de padres españoles; y que era en fincuesti6n de vida 6 muerte para la metrópoli con­servar á cualquier costa en los hijos de España, enlos que de España habían salido para trabajar yquedarse allí, la supremacía que en todo tiempo seles ha1:?ia asegurado. Con ellos, con la guarniciónpermanente y con las tropas de la península pediasolamente contarse, de ningún modo con la masadel pueblo cubano. La fuerza, siempre la fuerzabruta; por eso no hablaba él más que de bayonetasy redondeaba el párrafo de su discurso con la frasedesdeñosamente familiar: (l Echaos á dormir sobreel porvenir de Cuba. »

Sin embargo, parece imposible que no preocupa­sen mucho al mismo tiempo á Cánovas las rela­ciones con los Estados Unidos, y llegase hasta elextremo de no guardar muy presente en la memoriatodo 10 que por la vía diplomática había pasadoentre España y esa república, y el riesgo tantasveces corrido de una guerra por la conservaci6n deCuba, guerra que estuvo una 6 dos veces á puntode estallar, como sus compatriotas de la isla 10creyeron y 10 temieron, guerra á que los estadoslibres de la república se hubieran por inexcusablecomplacencia dejado arrastrar, y que sólo quitaronal fin de la esfera de lo muy posible la indignaciónnacida de la ruptura del compromiso del Missoa.riy las escenas sangrientas en el suelo libre:de)Kan­sas, por intentar los del Sur aproveChMse:de..fazaña

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judicial tardía que los autorizaba á trasportar allí~us esclávos y su arrogancia y sus desmanes.

Después, terminada la guerra civil, abolida la-esclavitud, desprendidos por consiguiente los polí­ticos del Sur de toda idea 6 deseo de anexi6n deCuba, y cambiada radicalmente la direcci6n de la-política nacional, ¿podia Cánovas por ventura igno­Tar que nunca se apartaba la atenci6n del puebloamericano de la suerte de Cuba, que continuabamuy interesada en saber cuánto en la isla sucedía?¿Era acaso prudente de parte de un hombre deestado previsor fiarlo todo á la fuerza y aceptarsin temor la idea de no contar para nada con labuena voluntad ni con los derechos naturales delpueblo cubano? ¿Tan seguro estaba él acaso de

-poder luchar con ventaja y á tal distancia, con-cubanos y americanos á un tiempo mismo, si elcaso se presentase, que bien pudiera acontecer?

Demasiado recordaría él que á las pocas semanasde instalado como Presidente de los Estados Uni­dos en 1869 el General Ulises Grant comunic6 ésteá su Secretario de Estado, Hámilton Fish, el vivo-deseo que tenía de reconocer en la primera opor­tunidad el carácter de beligerantes á los insurrec­-tos cubanos, y que el Secretario fué quien de ellologr6 disuadirlo, anunciándole el plan por él con­·cebido de inducir á España á que directamente ce­-diese la isla á los cubanos mismos por la suma de-doscientos millones de pesos con la garantía de losEstados Unidos. El proyecto fué puesto en marchainmediatamente, nombr6se nuevo plenipotenciario

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para Madrid, se encareció á éste la importancia desu misión y salió en el primer vapor á su destino,de manera de estar en la capital de España lo máspronto posible. Fué recibido el 31 de Julio, y enseguida expuso el objeto principal de su misión enun despacho cuyo párrafo esencial terminaba conesta frase : ee La lucha se aproxima al momento enque, según la práctica de las naciones, no es posiblenegar por más tiempo á las partes su carácter debeligerantes. »

Ese reconocimiento oficial era sin embargo con­siderado por los banqueros y comerciantes de larepública como inevitable precursor de una guerra,porque ella sería de preferirse á soportar las trabasque, conforme á un viejo tratado entre ambas na­ciones, traería consigo la declaratoria de belige­rancia. Por consiguiente no tuvo lugar el recono­cimiento, ni entonces ni después, en parte por estarazón, y en parte porque el Secretario logró persua­dir al Presidente de aplazarlo, recordándole la im­portancia de no interrumpir la redención tan bri­llantemente iniciada ya de la enorme deuda con­traída durante la guerra civil; y también por elestado poco satisfactorio en que entonces se encon­traba la marina de la república.

Tampoco podía Cánovas haber olvidado que aunmás cerca estuvo la guerra, á consecuencia del fusi-

. lamiento en masa por el Gobernador de Santiagode la tripulación y varios más de los que halló ábordo del vapor Virginius. Emilio Castelar, jefedel poder ejecutivo, en su angustia ante la tem-

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pestad que sentía venirle encima, pidió en esa oca­sión auxilio y consejo á Cánovas, su amigo per­sonal, aunque su adversario político, y éste, comoen ocasión posterior 10 recordó, le dió el consejo deceder inmediatamente á las exigencias de los Esta­dos Unidos, pues bastantes dificultades tenía yaencima la agonizante república española paraecharse por añadidura tan grave querella con lapoderosa comunídad del otro lado del océano.

La .tenaz é inflexible oposición á toda políticaverdaderamente liberal en Cuba tenía por fuerzaque provocar á la larga nuevas insurrecciones, yéstas renovar más desagradablemente cada vez elriesgo de polémicas y desavenencias con los EstadosUnídos. El más experto piloto de la nación, el quetan felizmente había contribuído á sacarla del des­gobierno en que se perdía, iba ahora con los ojosabiertos, sin torcer el rumbo, hacia la escollera for­midable contra la cual el naufragio podía ser irre­mediable.

¿Qué motivo, qué consideración es bastante sutiló profunda para explicar todo 10 que parece existirde contradictorio en la conducta política de esteautoritario y dominante ministro? En la constitu­ción por él redactada, y aceptada por las Cortesbajo la influencia de su palabra, se empeñó en con­ciliar, siquiera en apariencia, el dogma de la mo­narquía hereditaria con el principio de la preponde­rancia.de la voluntad nacional y el sufragio popular,poniendo en ella la dosis mayor de libertad que ásu juicio era dado á la patria practicar; y sin em-

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bargo se empeña luego en negar que esa~ do­sis de libertad monárquica pudiera adecuarse ágobernar, atraer y conservar colonia como la islade Cuba, más rica y adelantada que cualquiera delas provincias españolas. i A este enigma sólo se leencuentra una respuesta; la clave que en parte 10resuelve se escapó de los labios del ministro en elmismo discurso de 3 de Julio de 1891, de que hecitado ya unas palabras. Léanse estas otras y pésesey examínese bien 10 que contienen :

« Yo he tenido ocasión de decir á cuantos índivi­duos del partido autonomista cubano me han hon­rado en particular con su conversación y su con­fianza : empezad antes de pedimos cosas que encierta medida pudieran ser posibles y legítimas, em­pezad, antes de eso, por hacer una cosa, difícil, loreconozco, pero absolutamente indispensable, yesa cosa es convencer á los que profesan en Cubalas ideas incondicionales en favor de la madre pa­tria, convencer á los españoles todos, de que envosotros no queda ningún resquicio, ningún ger­men, ninguna sombra de separatismo. Empezadpor damos esa confianza, que si esa confianza tu­viéramos, si nos la pudierais infundir, ¡ah! ¡cuánde otro modo pudiéramos aplicar la política ul-tramarina I » '

Este párrafo, naufragio definitivo de la espe­ranza de cuantos habían estado forjándose la ilu­sión de una vida soportable con España, fué eldoble funeral de todo plan eficaz de autonomíacubana. Cualquiera forma de gobierno autonómico,

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aun estrictamente encerrada dentro de los límiteslocales, más reducidos, quitaría á esos españoles de« ideas incondicionales» á que Cánovas aludía, quehabían sido y eran antiguos y constantes clientespolíticos suyos, las verdaderas causas de su viviry prosperaren el suelo aquél, donde casi todos ellosno habían nacido. Cualquiera reforma sincera­mente liberal los despojaba de la singular y antiguaascendencia y predominio de que gozaban. Nohabían de consentirla voluntariamente jamás,mientras hallasen términos hábiles de oponerse ycombatirla; menos que nunca desde que el mismoCánovas había fabricado 6 inspirado las pocasleyes, de apariencia liberal, que á título de refor­mas se habían promulgado, reservando cuidadosa­mente para esa minoría insaciable el poder y lainfluencia que en el gobierno de la isla, en su polí­tica y administraci6n, igual que en su industria,su comercio y su riqueza, siempre habían tenido.Para no hacerlo, para evitarlo, contaban siemprecon poderoso conjuro; de su boca, si no de sus co­razones, nunca se apartaba la frase mágica irrefu­table : « todo hijo del país es separatista, encu­bíerto 6 declarado !l. ¿C6mo, pues, esos 'autono­mistas, con cuya conversací6n y cuya confianzaaccídental Cánovas se honraba, habían nunca deconvencer de su españolismo y del modo tan com­pleto y absoluto que exigía, á los que de antemanoestaban muy interesados en no dejarse convencer?Hablar así, imponer en tales términos semejantecondici6n, era descorrer cruelmente ante los refor-

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mistas y autonomistas, es decir, ante el pueblocubano, un porvenir de luto y de dolores, puessolamente ferro et igni se puede intentar desalojarde sus posiciones á quienes el legislador mismoayuda á encastillarse y defenderse.

También es muy de tener en cuenta para com­prender el grave error de ruta del piloto, al dejartan fuera de sus cálculos el interés 6 la conductaposible de los Estados Unidos, que Cánovas enrealtdad no conocía ni penetraba bien el caráctery la historia de esa república. Encuéntrase de elloprueba sobrada en el discurso por él leído en elAteneo de Madrid el año de 1885, incluído en eltomo III de sus Problemas Contemporáneos. Endos de sus capítulos analiza breve y superficial­mente 10 que llama « la democracia y el conceptode la soberanía II en aquella república, insistiendomás de 10 necesario en punto que apenas tieneya más que un interés hist6rico relativo, como su­cede con la elección de los Presidentes, de la cualen la práctica directamente decide el sufragio uni­versal y no los compromisarios, como dispone lacontitución; 6 dando exagerada trascendencia á lacorrupción oficial y á 10 que pesadamente expresaen esta larga frase: « asentimiento que suele prestarla naci6n al mal ejercicio de la soberanía usual porlos partidos )l, que en resumidas cuentas viene á serigual á 10 de antes.

Descúbrese algo como acento personal inte­resante en esta observaci6n suya: « la voz de losEstados Unidos siempre es oída, en los mensajes

5.

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constitucionales de su Presidente, con algunazozobra por parte de otras naciones »; y calificaen seguida de « contestable 11· el derecho que sudiplomacia se atribuye « de proteger el NuevoMundo de las intrusiones del despotismo extran­jero 11 (1).

Para Cánovas, como para muchos otros en Es­paña y fuera de España, la república angloameri­cana era sobre todo el país del dollar omnipotente,una naci6n de comerciantes y especuladores frené­ticamente dedicados á ganar, gastar, ostentar su­mas fabulosas; y nada más fácil por tanto queatraer y contener á sus gobernantes con el cebo dellucro y promesas de franquicias arancelarias yaumento de tráfico mercantil. Error profundo, esclaro. No soñaba él ciertamente que ese derechoque la república se atribuia de enderezar entuertosen su propio continente, y que él hallaba inacepta­ble, sublevaría un día el país de un extremo alotro, indignado, estremecido por 10 que, de aten­tado en atentado y de horror en horror, llegarlala política del omnipotente ministro á ser por úl­timo en la isla de Cuba.

(1) Tratando, en una nota, de cosa tan menuda como lasfacultades que los Ayuntamientos acumulan sobre sus Alcaldesó Ma"cws, aventura este aforismo: • La democracia municipalbusca ya alli sus Césares, desconfiando de las Asambleas, comotodas las democracias los han buscado y eIN:OJltrado hasta aquien la historia••

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VIII

Inquietud y disturbios en Cuba. - Deuda nacional. ­R. Robledo, Ministro de Ultramar. - Le sucede Be­cerra, y luego Abarzuza. - Segunda insurrección. ­Cánovas Presidente del Consejo, sube al poder por sép­tima vez. - Düerente clase de guerra en Cuba.Vuelve Martínez Campos de Capitán General.

El grito proscriptor de toda especie de autono­mía (r), lanzado en 1881 por el ministro de ffitra­mar del gabinete progresista, heredero en esa yotras cosas de Cánovas y de los conservadores,grito acompañado de un resonante J'a'más, vocabloque en política nunca debiera usarse, como advirtióun día Napoleón TII á Rouher, su propio mini&­tro (2), desanim6, pero no desesper6 á los autono­mistas cubanos. Tres años solamente iban trans­curridos desde que cesó la lucha armada, no sehabían aún borrado las hondas huellas materiales ymorales de la dura y larga campaña, y no era pru­dente ni sensato abandonar una nueva políticaapenas iniciada.

(1) Véase p6.gina 155.(2) ftmile Or.x.Ivma, L'Emp¡re libéral, tome X, p. 229.

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Mas el tiempo pasaba, sin traer remedio ni co­municar esperanzas, y la impaciencia del partidode acción, de los que nada esperaban ya de España,era cada día más difícil de contener. En 1883 elcoronel cubano Ramón Bonachea fué el primeroen lanzarse al campo otra vez, por su propia cuentadesembarcando en Manzanillo con pocos compa­ñeros : él y cuatro más no tardaron en perecer fu­silados por sentencia de consejo de guerra. En 1885el brigadier Limbano Sánchez hizo lo mismo, conmás gente, por el lado de Santiago: Sánchez y sucamarada Ramón González murieron en combate,cinco fueron fusilados, los demás condenados ácadena perpetua.

El país, no obstante la profunda pena que sacri­ficios tan sangrientos y tan inútiles le causaban,permanecía en tanto resignado, tranquilo, y. noabandonaba el partido autonomista su tarea deapaciguar y mantener el orden público. Pero hu­biérase dicho que España por su parte como depropósito buscaba ocasiones de exasperar á la colo­nia. Ésta, devorada de tanto tiempo atrás por una.administración inmoral, saqueada por aventure­ros sin conciencia, supo con espanto que Cánovas,vuelto al p~der, ordenaba que se cargase sobreCuba únicamente, sobre Cuba sola, todo el costoenorme de los diez años de guerra civil, liquidadoentonces por primera vez. Debía la isla incluirlosinmediatamente en su presupuesto, satisfacerlo,y esto, i oh sarcasmo! dijo Cánovas, contestando á'as protestas del hábil é infatigable defensor en

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Madrid de los intereses de las Antillas, el cubanoRafael M. de Labra, esto 10 hacía en nombre de larealidad nacional. i Realidad nacional! eufemismonuevo, vago, incomprensible casi, para encubrir lainiquidad, nunca antes vista en España, de forzaruna provincia á soportar ella sola los gastos de con­tiendas civiles (1).

El partido empero continuó su predicación, supropaganda, sus esfuerzos reiterados en pro de lainjusta metrop6li, hasta que fué vertida la últimagota destinada á hacer el vaso desbordarse : elnombramiento por Cánovas, para desempeñar elministerio de Ultramar, de D. Francisco RomeroRobledo, que había sido, que era en los asuntos co­loniales su confidente, no sé si decir también, sugenio malo, inspirador de las resoluciones peoresde este moderno Riche1ieu.

No perdió tiempo el nuevo Ministro; púsose enel acto á desquiciado, á desbaratado todo, lan­zando precipitadamente á ciencia y paciencia de sujefe multitud de Reales Órdenes en el sentido másrestrictivo posible todas; desdeñando quejas, pro­testas, súplicas que por doquiera se le dirigían, aundel lado de sus amigos; llevando en su presuncióny su violencia las cosas otra vez á la situación de105 días más oscuros que precedieron á la guerra,

(1) Para los sucesos pollticos en Cuba de 1878 á 1895, hetenido á la vista la obra: DesdtJ el Zanjón hasta Bait'tJ. Datospat'a la historia política tU Cuba, por Luis Estévez y Romero.Habana, 1899; utillsimo repertorio, muy imparcial é intere­sante.

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y originando en los diversos ramos de la adminis­tración pública una verdadera anarquía. El partidoautx>nomista acordó retraerse, y hubiera cesadosus esfuerzos pacíficos y realizado su disolución,si se hubiese permitido á Romero Robledo comple.tarsu obra nefasta. Pero semejante danza infernalde contradicciones y mentidas l;'eformas no podiadurar, y en Noviembre del mismo año IB85 la. si­tuación rápidamente cambió con la caída del mi~niste:rio Cánovas y la subida al poder de Sagastay su partido, con Don Antonio Maura de Ministrodemtramar.

Un rayo deesperanza iluminó entonces por brevetérmino el encapotado horizonte cubano. lo Noconozco ningún conspirador tan peligroso» dijo elnuevo Ministro (l ni creo haya hecho nadie en contradel amor de la isla de Cuba á España tanto comoha hecho la administración del Estado en aquelpaís JI, y con esas palabras curiosas de introdue-­ción presentó al Congreso de Diputados el primerproyecto de autonomia concebido en la metrópoli,proyecto tímido, diminuto, insuficiente, que enCuba sin embargo se recibió con agradecimiento,que se aceptó como el principio de una era nueva~

pero que murió á muy poco de nacer, condenadoirremisiblemente por la expresión de indignadasorpresa con que en el Congreso 10 oyó leer Cánovasdel Castillo. Entre los pliegues del entrecejo delJúpiter de la política española quedó ~esde luegoahogado y perdido ese modesto ensayo de gobernarracionalmente territorio tan distante y tan dife~

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rente de su metrópoli, cual era la isla de Cuba,que consideraba España radicalmente diverso entodo, mas no para otorgarle franquicias y reco­nocerle personalidad política.

El Ministro Maura, como si hubiera acabadopor infundirle miedo su propia aDra, no manifestóen suma vivo deseo de verla prosperar, á pesar deque para conciliarle amigos repetía sin cesar portodos lados que nada había en ella que semejaseautonomía política, en 10 cual decia la verdad pura.Mas á los pocos meses, espontáneamente, abandon6la cartera de Ultramar. Sucedi6le Don Manuel Be­cerra, político inferior, sin alteza de miras, que re­chazó desde luego 10 que era esencial en el proyecto:Maura, la diputaci6n única, la Cámara insular.Tambien Becerra desapareci6 pronto de la escena.N~mbróse en su lugar á Don Buenaventura deAbarzuza, que fué antes republicano y seide deEmilio Caste1ar, hombre honrado y bueno, perodébil y de voluntad incierta, que invitó á RomeroRobledo, lugarteniente de Cánovas que en nombre.de éste conducia la oposici6n, para buscar entrelos dos una fórmula que todos pudiesen aceptar.Algo informe maquinaron, que abortó en seguida,pues se reducía á una transformación aparente depormenores sin color y sin sustancia. Así enmen­dado, fué el proyecto por fin votado, promulgado enla Gaceta de Madrid en Marzo 1885, y nunca apli­cado.

Aunque hubiera sido mejor, era ya demasiadotarde; hacia ya un~mesque en-el oriente de la. isla

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de Cuba, punto de partida de todas sus grandesrevoluciones, se habían organizado y levantadonumerosas partidas desatando en todas direccionesuna insurrecci6n general, destinada ésta en finá desmoronar una por una todas las afirmacionesde Cánovas, á destruir todos sus cálculos, desmen­tir sus profecías, y mediante la intervenci6n deci­siva de los Estados Unidos, privar á la postre, parasiempre, á la España contemporánea de la « mer­mada herencia » que en los mares remotos deOriente y Occidente le dejaron sus inmediatos as­cendientes.

Casi desde el primer momento se hall6 Cánovasenfrente de la nueva insurrección, bien resuelto ácombatirla y aniquilarla á todo trance. Comenzóen Febrero, y subi6 él al poder como Presidentedel Consejo de Ministros, por séptima y última vezen su vida, el 23 de Marzo de 1895. Era un Minis­terio como todos los que había presidido desde larestauración de la monarquía, y más que todos,compuesto en.su mayor número de medianías res­petables, sobre las cuales él, como un sol, derra­maba luz bastante para prestarles el fulgor de quecarecían. En ese alto puesto se mantendría sólida­mente sentado, hasta la mañana misma del día fu­nesto de su muerte, es decir, dos años y medio;y durante ellos, sin reposo sería esa importuna re­volución cubana, y el método rápido y certero quehabía concebido y puesto en práctica de acabar conella, la incesante y devoradora ocupaci6n de su vi­goroso espíritu. Pero de la gravedad real del pro-

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blema, de la radical, profunda diferencia que entreese lance postrero y todos los anteriores había,tardó bastante en darse exacta cuenta.

En el espacio de veintisiete años que separa unode otro ambos movitllientos, la situación de la isla,política, social y econótllicamente considerada,había cambiado en extremo. La esclavitud estabaya abolida, sin recibir indemnización alguna losúltimos poseedores de siervos, ni aun la indirectade rebaja parcial de aranceles, con que se hubierancontentado; y en ciertos departamentos muche­dumbres de gente de color estaban listas y ansiosasde engrosar las filas insurrectas y pelear por la in­dependencia del suelo en que ellos ó sus padreshabían sido esclavos: soldados adnllrables paraquienes la vida al aire libre de noche y de día eraun hábito adquirido, indiferentes á los rigores delclima y de la intemperie; que corrieron á aprender,á ejercitar al lado de los veteranos de la otraguerra, el arte de combatir en guerrilla, de des­bandarse y reunirse alternativamente. El azúcar,fruto principal de la agricultura del país, había idobajando lentamente de precio desde algún tiempoantes, por causas variadas interiores y exteriores,que no importa enumerar ahora, y los dueños delas fincas no embolsaban ya las pingües gananciasanuales de otras épocas, ni los almacenistas y co­merciantes españoles de la Habana y demás ciu­dades importantes disponían ya de sumas en abun­dancia que adelantar al Gobierno, para ajustar suscuentas después, y cobrar saldos fantásticamente

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exag«ados. Buena parte del numerario indispen­sable en campaña debía ya venir de España, yEspaña comprometeue con los prestamistas, noya s610 subsidiariamente como enantes, sino' muyexplícita y dh'ectamente. :En fin, cosa que sobre­manera inclinaba la balanza, los antiguos y ague­rridos jefes ClIbanos, que vivían emigrados, disper-"sos por todo el mundo, Máximo Gómez, los Maceos,Calixto Carcia, Castillo, tantos otros. retirados y~os en tierra ajena á trabajos diversos,acudieron á incorporarse en las filas, á infun.ditconfianza á todos. Conocedores como eran del te­rreno, D.O temían á las uopas que enviara España.por numerosas que fueran; porque sabían el modode atacarlas y burlarlas, y auguraban. á esta insu.-:.rrección muy larga vida, por 10 menos no inferiorá 10 que duró la primera. Pero en esta segunda seconsideraban más seguros del éxito, si no exclusi­vamente por su. propio esfuerzo, el cual por de con­tado estaban pI'Qtltos á mantener hasta donde una.paciencia y una energía infatigables 10 permitiesen,auxiliados en último caso por el agota1liÜento ine­vitab1e de la hacienda pública, en Cuba y enEspaña, ó por la intervención de la vecina repú­blica, provocada, excitada por el bárbaro sistemaque contra combatientes y no combatientes aca­baba el Gobierno es.pañol. por adoptar siempre ensus guerras coloniales, en América ó en Asia.

Todo esto Cánovas 10 sabia muy bien, no podíaescaparse á su experiencia, á su penetrante mirada;mas le ittlportaba poco, no se resol"ria á creer que

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la « criminal rebeldía » de la' demacrada y estro­peada colonia pudiera resistir bastante para dartiempo á tales sorpresas, y persistía convencido deque u la victoria seria siempre de los que pesan más,de los que más ríos de sangre pueden derramar ¡).

Estas palabras fueron pronunciadas en 18g1, nohabía cambiado de parecer, su confianza era igual­mente firme cuatro años después. No había razónpara imaginar que en. tan breve intervalo hubieseflaqueado.

El hombre, sin embargo, no era el mismo, lossesenta y ocho años de vida que iba á cumplir, losdesengaños sufridos, la soledad relativa que susoberbia y su impaciencia le iban formando entol'BO, agriaban y ensow.brecían su carácter. Lacontradicción á menudo le irritaba; el que, aun sinapostatar de su antigua fe y sin negarle su respeto,se apartara de su lado y osaba ponérsele enfrente,como 10 hizo Dou. Francisco Silvela, abogado emi­nente á quien los descontentos creían acaso lla­mado á sucederle un día, era tratado con altaneríay ferocid.ad inauditas. En la primera oportunidadlanzó á Silvela airado apóstrofe, echándole en caratodo lo que á su protección debía, recordándole queél lo habia hecho ministro y llevado á formar partede su gabinete, pero que entre ambos habría siem­pre gran diferencia, pues no era él, Cánovas, de losque ocupan el poder y pasan como otros sin dejarla huella más leve.

Alardes de ensoberbecimiento de esta laya lequitaban algún prestigio, y si bien sus fieles con-

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tinuaban apellidándolo « el monstruo ll, como áLope de Vega en su tiempo por sus variadas apti­tudes llamaban « monstruo de la naturaleza ll, otrosirreverentes repetían en voz baja la fórmula, cuyapaternidad se achacaba á Posada Herrera, su an­tiguo colega en la Unión Liberal de la época deO'Doonell : « Orador de primer orden, hombre deestado de segundo, escritor de tercero. II Su estrellavisiblemente ya palidecía; pero siempre a11i era elprimero, el incomparable, el único, y sobre todosresplandecía, ve/ut ínter ígnes Luna minores.

Antes de abordar francamente· el problemacubano, que tan inesperadamente amenazador otravez le venía ahora encima; antes de tratarlo á sumanera, pues ignoraba aún si llegaría á adquirirtanto vigor y ser tan formidable como el anterior,prefirió temporizar, por corto tiempo al menos, yno poner en práctica todavía la idea tremenda quebullia en su espíritu, hasta poseer mejor los elemen­tos esenciales.

Habíase reconciliado hacía ya algún tiempo conMartinez Campos, y cediendo segunda vez á suges­tión general logró fácilmente convencerlo de la ne­cesidad de volver al país donde había ganado elnombre envidiable de Pacificador. El iluso cau­dillo, que no era como él rencoroso, aceptó, á pesarde que no le delegaban como antes facultades ex­traordinarias, ni le sometían plan nuevo de con­ducta, ni le ofrecían más que algunos cañonerospara bloquear la isla, con unos cuantos miles másde soldados. Estaba él siempre muy cerca de creer

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que su presencia bastaba para imprimir en todomás favorable aspecto. Dió de esta manera unaprueba más de su incapacidad real, de la superfi­cialidad de su memoria y de su espíritu; pues debíaocurrirsele que, después de haber pasado años reti­rado de la política activa y en relativo silencio,satisfecho con la importancia que se le daba en elpalacio real, donde la viuda de Alfonso XII, llenade ·sustos siempre por la suerte futura de su hijo,ponía mayor confianza en él y en su espada queen la de otro alguno; después de no haberse en esetiempo ocupado ni poco ni mucho en asuntos cuba­nos ni hacer el menor esfuerzo por reclamar ó re­cordar las promesas no cumplidas del Zanjón, eranatural que su nombre y su persona no significasenni anunciasen soluci6n alguna que pudiera inte­resar 6 satisfacer á la revoluci6n cubana.

Embarc6se, pues, á la buena de Dios, sin plandefinido ni esperanza cierta; y dirigiéndose á laparte oriental de la isla, asiento' principal de lainsurrección en esos primeros meses, desembarc6en Guantánamo el 16 de Abril de 1895. Prontoquedó penetrado de 10 serio del caso, y pretendióvanamente limitar la esfera de su acción ence­rrando su primera campaña dentro de las fronterasde la provincia de Santiago en que la encontr6,cubriendo al efecto con diez mil soldados y unrosario de fortines improvisados la línea que laseparaba de la provincia central del Camagüey.Fué el primero de los numerosos errores de cálculo

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y de las equivocaciones lastimosas que, en esteúltimo capítulo importante de la historia de suvida, debían dejar algo empañado e1lnstre de sugloria militar.

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SEGUNDA PARTE

1nsurrccdón dc J895 - Martinczdc Campos y W CY]CT cn Cub.a

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José Marti. - Máximo Gómez. - Fracaso de MartínezCampos: envia su dimisión á España. - Carta suyaá Cánovas. - Weyler nombrado Capitán General deCuba. - Bandos. - « La Reconcentración •.

Cinco días antes de llegar Martínez Campos deCapitán General esta segunda vez al suelo cubano,habían desembarcado por la costa del norte en lamisma región, José Julián Martí Y Máximo G6­mez, que volvían á la isla al cabo de larga au­sencia. G6mez, hijo de Santo Domingo, habíaestado resuelta y generosamente consagrado alservicio de la independencia de Cuba, desde laprimera hora hasta la última, durante los diezaños de la guerra contra España; elevado ahora alpuesto de General en jefe, se mantendría con he­roica constancia, no debilitada por los años, :firmeen su corcel de batalla, hasta la hora final enque, replegadas lentamente las huestes españolas,evacuaron por fin el territorio; y tendría la sa­tisfacción de verse en sus últimos años rodeadopor la gratitud del pueblo á cuya emancipacióntanto había contribuido. Marti, por el contrario

6

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víctima prematura de su ardiente patriotismo,había trabajado con tesón infatigable organizan­do, preparándolo todo, en el intermedio de las dosinsurrecciones, hasta dar la señal del grito de Fe­brero de 1895, que levantó de su aparente sueñoal pueblo, ansioso de medirse en duelo mortalsegunda vez con el Gobierno español. Acudiaahora á tomar parte en la obra de reconstituir larepública, á dejar colocado en su puesto al Generalen jefe, y volver á los Estados Unidos, - donde sele consideraba, como en todo el resto de América,víva y varonil encamación de la patria cubanaanhelada, - á consagrarse allí en cuerpo y alma ála más oscura, más difícil y no menos grande tareade acopiar y encaminar á la isla los recursos mili­tares necesarios en su desigual pelea, empresa que~ solo hubiera podido desempeñar cumplidamente.La fortuna no lo quiso así. Poco después de haberseapartado de Gómez, él y M>S pocos que le acompa­ñaban se encontrarOltl de súbito frente á un nu­meroso destacamento espaiol, hubo breve tiroteo,retir6se el reducido grupo cubano, y siguió sucamino la columna enemiga llevándose el cadá­-ver del pobre Martí, que desde el primer mo­mento había caído ~talmeu1eherido.

No pudo sobrevenir á, Cuba en esa hora críticamás sensible desgracia. pena mayor, que el verSI1Ctmlbir tan misera.blell:D.eltttt..en encuentro casual,,apenas comenzada l:a lucha.~ 1,9 de Mayo de I895.en el 'ft'Idor -de la vida, á los cuarenta y dos años·de edad, á ese brillante joven. en quien xeposaban

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DE ESPAÑA BN AMÉRICA 99

tantas y tan fundadas esperanzas. De todo enefecto era digno; tenía palahra inspirada, talento,instrucción, energía¡ fe profunda; era dulce de ca­rácter y sabía convencer, arrastrar, entusiasmar.Habría sin duda llegado á ser, al triunfar y esta­blecerse por fin la nueva república en 1902, supri­mer Presidente; y con plena confianza pudohaberse profetizado que, al cumplirse su términoprimero, comprendiendo bien 10 grave de esa pri­mera proeba decisiva, en que le tocaría dar leccióny ejemplo inapreciables, prestaría á su patria, máscorrecto, no menos desinteresado que el mismoJorge Wáshington, el servicio supremo y delicadode ayudar á elegir é instalar al sucesor, quien­quiera que hubiese sido, sin soñar, sin pretenderperpetuarse en el poder, aunque él al menos cierta­mente lo merecería. Dis aliter visum!

La noticia de la muerte de Martí fué una 'de laspocas noticias no desagradables para su causa reci­bidas por Martínez Campes en toda esta segundaépoca de su gobierno en Cuba. El resto de ella fue­ron descalabros y amarguras, viendo día por dia

. crecer la itisurrección, y no osando esperar resul­tado alguno de entrevistas con los jefes, pues notenía condiciones nuevas que ofrecer, ni el adver­sario las hubiera escuchado, perdida como estabatoda confianza en él y en el ministerio Cánovas áquien representaba. Hizo lo que estuvo á su alcancey, aunque reClbi6 de España hasta ochenta milsoldados de refuerzo, poco pudo realizar. Mientrasoperaba en el centro de la isla, Gómez y Maceo

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unidos rompieron la línea de torreones y de fosocontinuado, que había trazado y fuertemente guar­nicionado de Júcaro á Morón, para cerrarles conesa segunda valla el paso hacia occidente. Al sa­berlo, abandonó operaciones por otras partes, tras­tornó su plan de campaña y corrió á interceptarla marcha de los dos generales cubanos, con cuantatropa le fué dado reunir instantáneamente. Así lle­garon perseguidor y perseguidos hasta las cercaníasmismas de la Habana. Los cubanos, montados enligeros y escogidos caballos, que iban arrebañandoy cambiando por otros en el camino, volvían gru­pas sin cesar contra el enemigo, á hostigarlo, á. sor­prender un campamento ó apoderarse de un con­voy, dispersarse ó reunirse más adelante después.Penetró por fin Martínez Campos en la capital dela isla, prácticamente vencido, aunque no fueradado al vencedor obtener el fruto completo de suvictoria. Máximo Gómez se mantuvo en la juris­dicción de la Habana, mientras recorría Maceo elresto del occidente de la isla hasta plantar, segúnse cuenta, por intrépida jactancia, la banderacubana en el cabo mismo de San Antonio.

En la Habana tuvo el General en jefe que sopor­tar ataques, para hombre como él más desagra­dables aunque menos peligrosos: una tempestadde reproches y denuestos de los eternos insaciablesintransigentes que allí siempre tuvieron su asientoy predominio mayor. Echábanle en cara más quenada que no hubiese fusilado á diestra y siniestrasuficiente número de prisioneros de guerra y veci-

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DE ~SPAÑA' EN ~ÉRICA '

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sospechados de simpatizar con el adversario; y'1Zarle ese cargo concurrían casi sin excepci6ns los nacidos y venidos de España, incluso gran

Jope de militares. Sin más amigos de su lado queel resto [escaso de los antiguos autonomistas queallí quedaban, desesperado y colérico, envi6 por úl­timo su dimisi6n á España por el telégrafo.

Este desenlace era indispensable y el mismo Ce­nera! 10 había previsto : así se desprende de unacarta ce confidencial », que muy poco después dehaber desembarcado esta vez, y apenas hubo to­mado el pulso á la situaci6n, dirigi6 á Cánovas delCastillo: carta interesante en extremo, típica sobretodo, que vi6 la luz pública en 1902, incluida porel Duque de Tetuán en apéndice á sus A puntes delex-Ministro de Estado, Madrid, 2 vols. La carta,no generalmente conocida hasta el presente, es unapintura exacta de aquella guerra especial y delestado del país, á que volvi6 por mal de sus peca­dos; yesal mismo tiempo retrato fiel del hombre,en privado naturalmente franco, que en el secretode una carta expone sus íntimos pensamientos,todo 10 que en documento oficial no se atrevería áconsignar:

Manzanillo, 25 Julio r895.

Señor D. Antonio Cánovas del Castillo,

l4i muy querido y distinguido Presidente : tengo untrabajo improbo y ésta es la razón por qué no le escriboá usted, sabiendo que por los Ministros se le da cuenta demis cartas: hoy pensaba escribir á usted y me acaba de

6.

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entregar Aldecoa la carta tan cariñosa que usted le <lió.Con este doble motivo entro con toda brevedad en ma­teria, pues 10 que tengo que decir es muy grave, y sóloá usted compete el apreciar quién, más que usted, debetener conocimiento de ello. Cuando llegué aqui había grandesaliento en los partidos verdaderamente españoles, des­aliento causado por la divisi6n y encarnizamiento con quese tratan; creí que podria traerlos á buen camino; meequivoqué; no son las ideas las que los dividen, son lastmeillas particulares. Los constitucionales, que san losmáa Ylos mejores, han padecido bajo el poder de los refor­mistas, y éstos están enfurecidos conmigo porque creen,sin razón, que yo me inclino á los primeros; puedo ase­gmar á usted que no es exacto, me he limitado á tratarde deshacer las cábalas, Y eso á medias. Los autonomi3tasestán de buena fe, no tenian más camino que marcharfran­camente á la insurrecci6n, 6 tomar la actitud que hantomado : al principio sirvieron, hoy no son más que unestado mayor; las masas, como sucede siempre, se han idocon los que más exageran.

Poco se puede contar con los tres aunque van revi­viendo los constitucionales, no le queda más recurso áEspaña que sns propias fuerzas.

Aunque al mes de estar aqui comprend! la gravedad dela situaci6n, no queria creer en ella : mis visitas á Cuba,PrinciJÍe y Holguin me empezaron á espantar; pero portemor á ser pesimista, no dije todo 10 que creía, y yodecid! no visitar sólo las poblaciones de las costas sinoentrar por el interior y confirmar por nú 10 que sospe­chaba y me decian mis subordinadbs : decid!, pues, re­correr algunos puntos de las Villas, Spíritu, Príncipe yBayamo, y he sacado esta triste impresi6n. Los pocos es­pañoles que hay en la isla (1) sólo se atreven á procla­marse tales en las ciudades: el resto de los habitantes odia

(1) Reñ&ese evidentemente Campos á las ciudades interioresde.J.asregiones que menciona, pues en los puertos, comoCi.en­fu.., los españoles eran numerosos. En occidente, la Ha­bana, Matanzas, Cárdenas, contenian buen n ÚInero de ellos.En la capital eran muchos; 10 son todavía, aunque menos que

utea.

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DB ESPAÑA. EN AM~RlCA 103

á España; la masa, efecto de las predicaciones en la pm1SI1yen los casinos, de la conjuración constante y del aban­dono en que ha estado la isla desde que se fué Pola­vieja (I), han tomado la contemplación y licencia, no porlo que era, error y debilidad, smo por miedo, y se hanensoberbecido; hasta los timidos están prontos á seguirlas órdenes de los caciques insurrectos. Cnando se pasapor los bohíos del campo no se ven hombres, y las mu­jeres, al preguntarlas por sus maridos ó hijos, contestancon una naturalidad aterradora: K En el monte con Fu­lano. » Ni ofreciendo quinientos ó mil pesos por llevar unparte, se consigue; es verdad que si los cogen los ahorcan;en cambio ven pasar una columna, la cuentan y pasan losavisos voluntariamente, con una espontaneidad y unavelocidad pasmosas.

Además de las partidas grandes hay las pequeñas;éstas son las que nos favorecen, porque cometen mil fecho­rías y los desacreditan; es verdad que si el daño 10 hacená algún insurrecto, son ahorcados.

Los cabecillas principales dan muerte á todos los OC)­

rreos; pero tienen una genet'osidad fatal con los prisionerosy heridos nuestros.

No puedo yo, representante de una nación culta, ser elprimero que dé el ejemplo de crueldad é intransigencia :debo esperar á que ellos empiecen.

Podria t'econcentt'at' las familias de los campos en laspoblaciones; pero necesitaría mucha fuerza para defender­los : ya son pocos en el interior los que quieren ser volun­tarios; segundo, la miseria yel hambre serian horribles yme verla precisado á dar ración, y en la última guerra

(1) El Teniente General D. Camilo Polavieja, ya mencionadopor 8Ul1 crueldades en la.guerra chiquita l. Es el que hizo vol­ver de España á Manila al pobre, al noble Dr. ] osé Rizal parafusilarlo, á pesar de que el General Blanco había creído másque suficiente pena el desterrarlo á la Peninsula. Los porme­nores de este cruel asesinato juridico-milltar se encuentran,aunque no completamente todavía, en el libro Vida y escritosdel Dr. ] osé Rizal, por W. E:. Retana, publicado últimamenteen Madrid (1908).

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llegué á dar cuarenta mil diarias : aislarla los:pobladosdel campo, pero no impediría el espionaje : me lo harianlas mujeres y chicos : tal vez llegue á ello, pero en uncaso supremo, y ct'eo que no tengo condiciones pat'a~el caso.S610 Weylet' las tiene en España, porque además reune lasde inteligencia, valor y conocimiento de la guerra : re­flexione usted, mi querido amigo, y si hablando con él,el sistema lo pyefiet'e usted, no vacile en que me t'eemplace :estamos jugando la suerte de España, pero yo tengo creen­cias que son superiores á todo, y que me impiden los fusi­lamientos y otros actos análogos. La insurrección hoy díaes más grave, más potente, que á principio del 76, loscabecillas saben más y el sistema es distinto de aquellaépoca.

Con las fuerzas que vienen en Octubre, ¿concluirápronto? No lo sé: á veces lo creo fácil, otras muy difícil;si pudiéramos impedir los desembarcos ganaríamos mu­cho. Los marinos trabajan bien, pero ni en esta guerra nien la pasada se ha hecho lo que yo creo conveniente : lazona de peligro para los contrabandistas es de tres millas,que por la noche, con la borea del mar, la salvan en mediahora; y es muy casual que los vapores de guerra, que tie­nen treinta leguas de costa, lo puedan evitar; son vistospor el humo y por los palos á siete millas, y ellos no divi­san los botes sino á una ó dos; pueden éstos colocarse,antes que los alcancen, fuera de la zona, ó acogerse alestero, y pasar el barco sin ver nada : faluchos como losguardacostas en las ensenadas, quietos por el dia y vigi­lando por la noche, darían más resultado, y entre todosno costarían lo que un torpedero y se guarnecían con 320

y 640 soldados (sic) : este proyecto no gusta, y, sinembargo, me aferro á que es el único partido.

Vencidos en el campo ó sometidos los insurrectos, comoel país no quiere pagar ni nos puede vet', con reformas ósin reformas, con perdón ó con exterminio, mi opinión lealy sincera es que antes de doce años tenemos otra guerra;y si todavia nosotros no diéramos más que nuestra sangre,podrían venir una y otra; per~ ¿ puede España gastar loque gasta? Problema es éste que no se ha de resolverahora: en este momento no hay más que pensar en some­terlos, cueste lo que cueste; pero que á los estadistas como

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usted, á los que tienen que mirar al porvenir, debe preocu­parles, y ver si se halla el medio de evitarlo.

No puedo concluir sin decirle á usted que nuestro sol­dado es un mártir por sus sufrimientos, el más discipli­nado del mundo, el más manejable y, con buena direc­ción y buenos jefes, el más valiente: que tanto él como laoficialidad tienen un espiritu levantado. I Ah I si yo pu­diera alimentarlos bien I Pero los convoyes son nuestramuerte, el racionamiento es poco menos que imposible.

No puedo hablar mal de los insurrectos en el mismosentido; están fanatizados y esto casi les iguala á los nues­tros,

Esta es la impresión que he sacado de mi visita, que sicensurabilisima en un General en Jefe, me ha servido paraconcluir de fijar mi concepto.

..• Usted sabe cuánto le quiere y respeta:Su afectísimoamigo, q. b. s. m.

ARsENIO MAR'rtNEz DE CAMPos.

Todo el bárbaro plan, posteriormente mandadoponer en práctica por Cánovas, como único modode acabar la guerra, se encuentra sugerido, bosque­jadoenestacarta; y resulta, pues, Martínez Campostan responsable de él como el Ministro que 10adopt6, como el militar que 10 ejecut6. Cánovas noqueria otra cosa, su rabia contra la « criminal re­beldía II se 10 gritaba al oído, y desde el primer mo­mento 10 hubiera quizás ordenado. Pero no insisti6al principio, se di6 tiempo para meditarlo y com­pletarlo, calculando muy probablemente tambiénque si Martínez Campos fracasaba, como de ante­mano 10 temía, quedaría con solo eso justificado 10que tuviese de excesivamente cruel, al mismotiempo que se vería libre de una vez y para siempredel rival, desacreditado ya de veras aun entre los

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militares, hecho jirones el manto de pacifi. :-adorcon que tan gloriosamente se cubría. Fusilar, pues;perseguir mujeres y niños, asolar; «reconcentrar »,

porque ahí está en su carta el vocablo luego tantristemente famoso: -tal, según Martínez Campos,era el plan que la situación exigía; único queaconseja, frustrado el suyo; y no era posible dejarde atender á su indicación, porque, como· dice, seestaba « jugando la suerte de España ll. Pero eso sí,otro, no él, había de ejecutarlo, porque tiene sus« creencias, superiores á todo ll, que no consentían« fusilamientos y otros actos análogos ll.

Cuando el telégrafo llevó á Madrid la dimisióndel Capitán General de la isla de Cuba, no titubeómás Cánovas, la aceptó; y en verdad no podíahacer otra cosa. Llamó á Weyler, que estaba enCataluña, dispuesto á todo, aguardando el llama­miento. La voluntad de hierro, el ardor, la resolu­ción de vencer que animaban al nuevo Procónsu1,no necesitaban estímulo ni espuela ni recomenda­ciones especiales; todo estaba ya discutido y con­venido entre los dos. Pidió solamente, según luego,no entonces, se dijo, un plazo, un máximum dedos años para acabar la tarea; y dándose inme­diatamente á la vela desde Cádiz, desembarcó en laHabana el 10 de Febrero de 1896.

La noticia de su salida produjo espanto de unextremo al otro del país á que se dirigía; hizo en elacto abandonar sus hogares á muchos; unos, inde­cisos hasta ese momento, fueron á aumentar las

insurrectas; y numerosas familias eInigraron,

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refugiándose en las regiones vecinas, EstadosUnidos,Méjico,]amaica.¡ Tal era el terror' que sunombre solo inspiraba! Contaba entonces el Te­niente General Don Valeriano Weyler y Nicolauunos cincuenta y seis años de edad, había hecho enCuba, durante la guerra civil anterior, parte de sucarrera, dejando bien sentada su reputación de'ensaiíamiento y de crueldad, haciendo campañalas más veces al mando de cuerpos libres de mili­cianos 6 guenilleros : reputación que, en cuanto á10 inhumano y fiero, había confirmado y aumen­tado como Capitán General de Filipinas en la san­grienta y destructora campaña de Mindanao.

A la semana de haber llegado á Cuba publicó suprimer bando célebre, ordenando juicio sumarísimoy peaa de muerte, por consejo de guerra verbal, á.los culpables de catorce crímenes, que especificaba:eJltre ellos incluía el inventar ó circular noticias quedirecta ó indirectamente pudieran favorecer álain­surrecci6n, y el emitir de palabra ó por escritoCQ88. alguna en menoscabo del prestigio de España6 del ejército español; decreto que costó la vida áun número muy grande de inocentes, victimas másque de la acusación, del feroz y precipitado proce­dimiento. Seguidamente·dispuso que en los cam­pos de Santiago y Puerto Príncipe. es decir, enmásde la mitad de la isla, se cerrasen herméticamentesin excepción todas las tiendas de comercio y lastabernas, y nadie se moviese de un punto á otrosin pasaporte especial de la autoridad militar.

El ca¡go más grave, contundente y.decisivo que

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lOS CÓMO ACABÓ LA DOMINACIÓN

contra la dominación de España en aquel país po­día forinularse, era la innegable hostilidad, que entodo él, á despecho de amenaz¡l.S y castigos, bro­taba y se manitestaba, de mil formas y por do­quiera: entre la juventud estudiosa 10 mismo queentre los labriegos sin instrucción alguna, entrericos y pobres, en ambos sexos, en todas edades.Así se vió en el continente en el primer cuarto delsiglo XIX, Yasí ahora en Cuba en el último cuartode la misma centuria. « El país no nos puede ver D,

confesó Martínez Campos en su carta. Contra eseuniversal sentimiento se propuso Weyler luchar,para probar al mundo, de acuerdo con su jefe su­perior, con el elocuente favorito de la nación quepresidía en Madrid, que esta vez al menos, apro­vechando la exigüidad relativa del territorio y lamucho menor población y los recursos limitados,podía España bajo aquel cielo combatir y triunfarsobre sus vasallos americanos.

Mas para lograrlo era indispensable no prescin­dir de medio alguno que pareciera eficaz, ir dere­cho sin escrúpulos ni contemplaciones contra ladificultad : de ahí el plan final llamado de « la re­concentración », recomendado por Campos, con elcual Weyler creyó segura la victoria, y que si habíade surtir todo su efecto antes de cumplirse el tér­mino fijado, los dos años en que había prometidoacabar su horrible misión, exigía pronta, violentaaplicación, pues iban ya más de seis meses del plazocorridos.

El primer bando, el- que hacía á los campesinos

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DE BSPAÑA BN AMÉRICA 109

reconcentrarse en las poblaciones fortificadas, apa­reció en Octubre, y uno tras otro fueron sucedién­dose bandos, hasta quedar el gran designio ente­ramente planteado en Febrero de 1897 : los cam­pos en la mayor parte de la isla abandonados, de­siertos, únicamente recorridos por las columnasespañolas y las cubanas; las huertas despojadas deárboles frutales, de legumbres, de flores; los ta­lleres de toda especie, los establecimientos del trá­fico y las necesidades cotidianas, las posadas, lastabernas á orillas de los caminos, destruidos, arra­sados; yen las ciudades, villas, pueblos, miles y mi­les de individuos nacidos en Cuba: viejos~ mujeres,niños, en su mayor parte, acorralados, apiñadosen tomo de fortines, detrás de alambradas, consu­midos por el hambú~ y la fiebre, víctimas del ardordel sol, del rocío matutino, sin más recurso paravivir que tender la mano á guisa de pordioserosé im­plorar socorro de otros que apenas si conservarian10 suficiente para ellos mismos.

El país contemplaba horripilado acumularsetanta ruina sobre el suelo, antes tan fértil, yermoahora y desolado. Allí se perseguía, se combatía,se moria, y como al son de música infernal pareciatodo correr desalado hacia el abismo. No era licitoni aun trabajar para ganar el sustento. Tenía prohi­bida Weyler la exportación de tabaco en rama, porodio á los millares de cubanos emigrados en Flori­rida y otros estados de la república vecina, que vi­vían del producto de esa industria, y aplicabanademás sus ahorros diarios á comprar armas para

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sus hermanos de la isla. Prohibido igualmenteestaba fabricar azúcar en los ingenios, y los insu­rrectos por su lado incendiaban los campos de cañapara quitar recursos al Gobierno. El dinero conque incompleta y malamente se pagaba á la tropaespañola, venía, por primera vez en esas propor­ciones, de España, 1a cual, sombría y callada,también, se arruinaba por 10 que Cánovas llamaba,y ella creía, « cuestión nacional ».

Weyler en tanto al frente de cuarenta bata­llones, como en sus proclamas 10 anunciaba, re­coma la mitad occidental de la isla, reservando·para más adelante aventurarse hacia el centro yel oriente, donde la insurrección ganaba cada díaen vigor y extensión, favorecida por 10 tremendodel mismo sistema; y adonde nunca llegó á ir.

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II

Cleveland y Olney. - Mensaje presidencial de Diciem­bre 1896 Y despachos de Mr. Olney. - Resolución sobrebeligerancia cubana. - PIan de conducta política conlos Estados Unidos para ayudar desde Madrid la acciónde Weyl~ en Cuba. - Caso del AUi4fJC8. - Cuestión,Mora. - Caso del Competit01'.

Tales crueldades, tales horrores en la última dé­cada del siglo XIX no podían consumarse ocu1ta,ysilenciosamente, como en días tenebrosos de la anti~

güedad 6 de la Edad media. El mundo entero tenia,que saberlo, por más que el proc6nsul español, quecon tan frío y metódico empeño los ejecutaba, hi­ciera cuanto estuvo á su alcance por ahuyentar tes­tigos, por expulsar corresponsales de periódicosextranjeros. En España apenas se 9Elbía; pero enlos Estados Unidos, de una á otra frontera, los nu­merosos millones que los poblaban, leían y tenían ,día tras día ante los ojos, descritos en sus periódi-,cos con los más vivos colores, cuadros pavorososde 10 que en la isla pasaba; á que respondían queji­dos de lástima, gritos de c6le.ra. que resonabandentro de inñnitos hogares americanos. ma1di~,

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ciendo al verdugo, compadeciendo á las víctimas,creando al fin una corriente general de indignaci6ny simpatía, que acabaría por transformarse enimpetuoso torrente y arrastrar al abísmo al pro­c6nsul feroz y al Ministro soberbio y al dominio yal dominador.

Ni por un instante es de suponerse que Cánovas,el cerebro más poderoso que nunca concibi6 y di­rigi6 política en España, de quien en Madrid solíadecirse, no en son de burla, que sentía crecer lahierba, dej ase de poner oído atento, y no percibieseel ruido de la opini6n pública agitada del otro ladode los mares. Oíalo sin duda alguna, y al mismotiempo 10 temía; pero abrigaba cierta confianza enel carácter naturalmente lento y circunspecto delPresidente de la república Grover Oeveland, ytambién de su Secretario de Estado RichardOlney, ambos antiguos abogados respetabl~, ene­migos de soluciones violentas y sin gran simpatía áemociones y agitaciones populares. Además, la pre­sidencia del uno, y por consiguiente la secretaríadel otro, debían finalizar el 4 de Marzo de r897,precisamente en la época en que el plan asolador deWeyler habría adquirido su completo desarrollo.No habrían Presidente y Secretario tan á últimahora de enredarse en el espinoso y peligroso pro­blema cubano.. Sin embargo, en los oídos del Ministro españoldebía zumbar á menudo el eco de cierto párrafo delMensaje de Oeveland al Congreso en el mes deDiciembre anterior, concebido en términos bas-

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DE ESPAÑA BN AMÉRICA

tante amenazadores, que algo grave parecían pro­fetizar. Decía así :

«Cuando esté bien probado que no puede Españasofocar la insurrecci6n, y no quede duda de que enCuba su soberanía ha dejado de existir respecto átodos sus legítimos fines; cuando se vea que lalucha desesperada por restablecerla, degenere enpugna sin más objeto que el sacrificar inútilmentevidas humanas y destruir completamente la cosamisma que es materia y sustancia del conflicto;entonces, ciertamente, se presentará una situaci6nen la cual por cima de nuestros deberes para conla soberanía de España, se nos impondrán otrosmás elevados, que sin titubear tendremos que re­conocer y que cumplir )J.

Antes de ese Mensaje, el4 de abril de r895, ha­bía ya escrito Olney y dirigido al Ministro deEstado, que era el Duque de Tetuán, un extensodespacho para ofrecerle, espontáneamente, coope­rar con España á la inmediata pacificaci6n de laisla, y buscar entre los dos algún medio, no sugerido,que sin desconocer 6 mermar los derechos sobera­nos de España, asegurase al pueblo cubano engrado razonable las prerrogativas y facultades deun sel/-government local. Proposici6n, oferta yexplicaci6n no pasaron de términos bastante vagos.Fuélo aun más la respuesta del Ministro español,y manteniendo ambas partes la más amistosa ca­rrecci6n en la forma, nada pudo resultar de tenta­tiva semejante, excepto revelar una vez más que

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el gabinete Cánovas no queria intervención de na­die en las cuestiones con su colonia.

Por la misma época, 2 y 6 de Abril, el Senado yla Cámara de Representantes en Wáshington acor­daron una ee resolución» idéntica, en que invitabanal Presidente de la República á reconocer los de­rechos de beligeranres en los cubanos, y aun á ofre­cer á España sus amistosos oficios con el fin de obte­ner la independencia de la isla, pacíficamente con­cedida. Y por último, cuando en esa misma prima­vera se reunieron delegados de los dos grandes par­tidos políticos en que la nación se dividía, paradesignar candidatos en las elecciones presiden­ciales del mes de Noviembre inmediato, y trazar elprograma de ideas y aspiraciones de cada uno de lospartidos, ninguno de los dos olvidó expresar en élsu interés y simpatía por los cubanos en la luchacon España y pedir en favor de ellos la acción delpoder ejecutivo.

Estas manifestaciones, platónicas, por decirloasí, y que por sí solas no acarreaban efecto prácticoalguno, culminaron, después de las elecciones yantes de la instalación del nuevo Presidente, en elpárrafo citado de Cleveland, el cual no había sidocandidato, ni hubiera podido serlo conforme á leyno escrita y práctica siempre respetada; no teníaya pues, interés personal en la política, yal retirarsegrave y solemnemente de la vida pública, creyó"deber suyo pronunciar esas palabras memorables.

La ee inusitada severidad» de Weyler, eufemismocon que alude Olney á los bandos del General, no

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DB B8PAÑA E~ AMBRICA

se impuso á la consideración del pueblo americano.ni la excitó. hasta que ella misma creció y llegó ásu ápice de intensidad en. 1897. Hasta entoncesCánovas. convencido sin duda. y muy probabre­mente con razón, de que los Estados Unidos nuncaentrarían: en una guerra con España movidos úni­cemente por deseo generoso de dar á Cuba la inde­tpendencia. si. no interviniese además una razón.·un agravio especial y concreto que los espo­·leara, los punzara hasta dolerles vivamente. habiajuzgado que podían su politica y su diplomacia con­formarse sin peligro á este plan de conducta : su­

·ministrar rápida y abundantemente al capitánGeneral de Cuba los medios de acabar. pronto yde la más violenta y eficaz manera, la insurrecciónen el breve término convenido; y en el entretantoevitar todo disentimiento serio con los EstadosUnidos, discutiendo lo que ocurriera sin exceso deacritud, y en último caso cediendo una por una ásus más apremiantes reclamaciones. El resultado.final del plan dependia· á su parecer únicamentedel fume pulso militar del proc6nsul en Cuba. Unavez aplastada la rebeli6n, volveríase Cánovas tran­quilamente á los Estados Unidos, á decirles que.habia desaparecido todo pretexto, toda base parauna intervención oficiosa como la que constante­mente ofrecían, pues Cuba era ya otra vez hija que­rida y preferida de la nación madre, á quien tantodebia y de la cual no podria separarse jamás.

Mucho, sin embargo, debió costar al espíritu or­gulloso de Cánovas, al dominante carácter de este

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sucesor del Cardenal Jiménez de Cisneros, no me­nos erguido y severo que el otro en cuestiones dedignidad y honra del Estado, la serie de humilla­ciones, á que 10 condenaba ese propósito de con­tener amigablemente á los Estados Unidos, mien­tras en Cuba se llevaba adelante, tan silenciosa yapresuradamente cual las circunstancias 10 permi­tieran, la obra de sangre y fuego al duro proc6nsulencomendada. Compréndese bien así la grandísimaimportancia que daba á la conservaci6n de Cuba;de Cuba aun arruinada y reducida en parte á ceni­zas. I Qué dolor indecible no habria ese mismohombre experimentado, si hubiese vivido algunosmeses más de los que vivi6, si hubiese presenciadola catástrofe á que, con los ojo~ bien abiertos ycomo de la mano, había conducido él mismo á lapatria, esa patria que hubiera querido hacer pode­rosa y grande, cual antes había sido y que tanint.ensamente adoraba I

La primera satisfacci6n dada á los Estados Uni­dos fué á propósito del vapor correo Alliance, de lalínea regular americana de Co16n á Nueva York, alcual un cañonero español, á la altura de la puntade Maisí y á más de tres millas de la costa, dispar6repetidos tiros de cañ6n con bala, por suponer quepodría llevar una expedici6n cubana en auxilio delos insurrectos. « Este Gobierno » escribi6 en se­guida el Secretario de Estado americano, « esperauna pronta desaprobaci6n de ese acto ejecutado sinautoridad para ello, y la correspondiente satisfac­ci6n de parte de España. Debe insistir é insiste al

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mismo tiempo para que se expidan órdenes inme­diatas y positivas á los comandantes navales espa­ñoles de no molestar el comercio legal americanoen su paso por aquel canal, y abstenerse de actosque arbitrariamEinte pongan en peligro vidas y pro­piedades, legítimamente amparadas bajo el pabe­llón de los Estados Unidos n. Tal como se 10 pidie­ron tuvo que hacerlo con toda la posible dignidadel Ministro de Estado, Duque de Tetuán, parientemuy cercano y heredero del título que llevó al finde su vida el General Leopoldo ü'Donnell.

La segunda satisfacción nació de la llamada cues­tión Mora. Un cubano, Antonio Máximo Mora, ciu­dadano naturalizado de los Estados Unidos, resi­dente en Nueva York, supo en un día de 1869 porla Gaceta Oficial de la Habana que todos sus bienesradicados en la isla quedaban preventivamenteembargados y en poder de la Autoridad superior,por suponérsele enemigo de España ocupado enactos hostiles á esta nación. Los bienes consistíanen su mayor parte en fincas de fabricar azúcar,«ingenios» como allí se llaman, que poco tiempodespués quedaron demolidos por mala administra­ción y descuido de los arrendatarios, á quienes elmismo Gobierno los confió; y que no tardaron enconvertirse en terrenos baldíos y ruinas destecha­das. Parecida suerte corrieron casi todos los propie­tarios de fincas que emigraron de Cuba á los Esta­dos Unidos, en los primeros ~os de la guerra queduró de 1868 á 1878. Cuando llegó la hora de entre­gar á los ciudadanos americanos los bienes antes

7.

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embargados, se neg6 Mora, como era natural, árecibir los despojos informes que le ofrecían. Esta­'bleci6 en Wáshington su querella, la diplomaciade los Estados Unidos present6 su reclamaci6n alGobierno en Madrid, y al cabo de años de contro­versia acord6 en 1886 el Consejo de Ministros, sién­dolo de Estado D. Segismundo Moret, y de Ultra­mar D. Víctor Balaguer, ofrecer para Mora comoindemnización y finiquito de cuentas la suma re­donda de millón y medio de pesos. El interesado,hombre de edad ya avanzada, en la indigenciaahora y cargado de familia, aceptó sin vacilar; yentre los dos mencionados Ministros españoles yel Plenipotenciario americano, quedó firmado eldocumento final.

Componíase el ministerio entonces de tt fusionis·tas » bajo la jefatura de Sagasta, y cuando lostt liberales-conservadores », es decir, los Canovistas,se enteraron del pacto firmado en favor de Mora,1evanb¡.ron desde las Cortes el grito al cielo, tra­tando la reclamación, y por consiguiente la soluciónacordada, de inicua, de fraudulenta, de infame.Era tal el ascendiente de Cánovas en el Parlamentoque, aun sin confesarlo, todos en él estaban per­suadidos de que si el ministerio vivia y duraba erapor condescendencia suya, y la atm6sfera especialde suspicacia hostil que crearon los Canovistas consus ataques llegó á ser tan densa é irrespirable,que muchos tímidos entre los seguidores de Sa­gasta, sofocados, se llenaron de susto. Creyóse ne­cesario el voto del Congreso para incluir en el pre-

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supuesto la partida correspondiente y verificar elpago; no osaron afrontar los ataques de la oposi­ción en este terreno; y desgraciadamente para losmismos opositores quedó así en suspenso otra vezla cuestión Mora, indefinidamente. Error gravecometido por los amigos de Cánovas, y, es de su­poner, de acuerdo con él. Aunque hubiese real­mente habido algo torcido, algo objetable, en elfondo de la reclamación (y probablemente lo ha­bía), el Gobierno español fué el provocador de ladificultad, embargando sin procedimiento, sin

:formllci6n de causa, por simples sospechas alega­das, y dejando luego perderse, los bienes de queindebidamente se incautó. No era decente ni dignobuscar á esas horas escapatoria y embrollos depicapleitos, sobre todo comprometida cual 10 estabaya la palabra y la firma de la nación; y muy á costasuya iban á verlo.r~ Transcurrieron cerca de nueve años. Apenas en­cendida la segunda insurrección, avocó á sí el casoel Congreso en Wáshington nuevamente; y hubovoto formal reiterando la reclamación. Apoyado enél, presentó al gabinete Cánovas el Ministro ameri­cano, por orden expresa del Presidente, el 18 deJunio de 1&)5, el acuerdo de las Cámaras, acom­pañado de nota en que resaltan estas palabras :« El haber durado casi un cuarto de siglo la recla­mación por d.a.ños y perjuicios reconocidos de quefué víctima el mencionado ciudadano de los Esta­dos Unidos, y el haber consentido que, en el es­pacio de muy poco menos de nueve años transeu-

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rridos desde que, con esperanza de pago inmediato,fué aceptada la transacci6n ofrecida por el Go­bierno de S. M., no haya' sido ésta cumplida, prue­ban sin género alguno de duda que la paciencia yel espíritu de conciliación de mi Gobierno han idocon el de S. M. en el presente caso más allá de 10que debi6 haber sido, tratándose de un ciudadanoque, cargado de años, arruinado en su salud y ensu fortuna, se aproxima rápidamente al sepulcro. D

El gabinete liberal-conservador de Cánovas, pres­cindiendo esta vez de las Cortes, acordó verificarel pago pendiente; busc6 el dinero, y termin6 elincidente.

Paso por alto varias otras reclamaciones de reso­nancia menor, igualmente ajustadas pronta y obse­quiosamente, para detenerme s610 en las peripeciasdel negocio del Competitor, goleta mercante quesalida de Cayo Hueso con algún armamento y va­rios expedicionarios á bordo, entre ellos unos cuan­tos ciudadanos americanos, fué apresada á fines deAbril de r896 cerca de San Cayetano al occidentede la isla, y remolcada á la Habana, adonde lleg6el 29. El cargamento había sido ya desembarcadocuando ocurri6 el apresamiento, y únicamente seencontraban en el barco el capitán, su segundo yun corresponsal de peri6dico : los tres declararonser ciudadanos americanos.

La explosión de júbilo, de frenética satisfacci6nque esa captura produjo entre las autoridades dela Habana, se comprende fácilmente. Aunque cap­tura bien pobre, pues consistía en un pequeño barco

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de vela, del que armas, papeles y expedicionarioshabían ya desaparecido, era en realidad la primeraexpedición « filibustera» de que sorprendía el Go­bierno alguna cosa, y tuvieron particular empeñode encomiar y exaltar el caso, como si presintiesenel porvenir; pues como era la primera, debía tam­bién ser la última, la única.

En 1851, en ocasión idéntica, los apresados ciu­dadanos americanos llegaron á la Habana, y al díasiguiente estaban ya muertos y sepultados. Deter­min6se ahora, con igual objeto, someterlos inme­diatamente á juicio verbal sumarísimo ante con­sejo de guerra naval, acusados de piratería y rebe­lión; y como no había en la ocurrencia más sen­tencia posible que la de muerte, ejecutarla á laspocas horas de pronunciada. El Cónsul de los Esta­dos Unidos, á quien negaron permiso de visitará los presos, porque habían sido prontamentetrasladados á la fortaleza de la Cabaña, del ladoopuesto de la bahía, telegrafió en el acto á suGobierno 10 que bien adivinaba que intentabanhacer, no obstante 10 pactado en el tratado de 1785y el,'protocolo aclaratorio de 1877, documentos quegarantizaban á los procesados americanos los trá­mites:del juicio criminal ordinarío y facilidades decompleta defensa. Presente en la memoria de todos10 que en Santiago había hecho en 1873 el Briga­dier Burriel con los prisioneros del Virginius apre­sados en alta mar, temblaban ante la idea de 10que pudiera pretender hacer con los de este bar­quichuelo, apresado en aguas jurisdiccionales,

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.hombre de temple ten inflexible y sang11i.nariocomo WeyIer. Varias veces en entrevistas con elCónsul le aseguró· que ni el tratado ni el protocolotenían á su juicio que ver con el caso actual, y queestaba resuelto á fusilarlos. Queríase, es claro, más.que castigar á éstos, espantar, aterrar, ¡>or mediode pronta y ejemplar escena de venganza, á losmuchos que suponían preparando en el Norte otrasexpediciones de la misma laya.

Pero la Habana no era Santiago, el cable no sepodía esta vez dar por cortado, como de los alam­bres del telégrafo al aire libre alégó Burriel en 1873,para no hacer caso de las órdenes de Castelar ycontinuar la matanza. Las órdenes expedidas deMadrid, á instante petición del plenipotenciarioamericano, llegaron, la sen~cia de muerte pro­nunciada después del juicio sumarísimo, que em­pezó y acabó en la misma mañana del día 8 deMayo, quedó en suspenso, y se hizo 10 que de Es­paña ordenaron : el proceso integro fué remitidopor Corteo para examen en Madrid del ConsejoSupremo de Guerra y Marina.

Mucho trabajo sin embargo costó aquietar y aca­llar al Capitán General. Preciso fué que el Ministrode tntramar primero, luego el mismo Presidente delConsejo, le dirigiesen despachos (1) por el cable.explicándole el tenor y la importancia del tratadoy del protocolo \rigentes, y la necesidad imprescin-

(1 ) Véase el teno de esos despachos en los A puntes del ,"K-Mstlislro till Eslado 1)w¡N8 de TlltuAn, tomo n, Madrid, 1902.

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dible de que el Gobierno, oído el Consejo Supremo,decidiera libremente si procedía ordenar la ejecu­ción, ó conmutar la pena, Ú otorgar perdón con­forme al II derecho absoluto de gracia ll, que eraprerrogativa de la corona. Meses después, el juicioy el fallo pronunciado en la Habana fueron anula­dos por el Supremo; instruído nuevo procedi­miento en la misma ciudad, con más respeto á lostrámites y más atención á las estipulaciones diplo­máticas, se impuso por de contado pena de muerteotra vez; pero tampoco fué ejecutada; y al añosiguiente esos prisioneros del Competitor, comotodos los demás ciudadanos americanos encerradosen los castillos de la Habana, fueron puestos en li­bertad. ttbsoluta para complacer á Mr. Mac-Kin­ley, nuevo Presidente de los Estados Unidos.

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III

Palabras de Cánovas : sus dudas. su incertidumbre. ­Muerte de Maceo. - Nuevo plan de reformas para Cubay Puerto Rico ideado por Cánovas. - Dupuy de Lome.- Nota del Secretario de Estado Sherman al Ministroespañol y Real Orden con que se contesta.

Aunque era Cánovas sin disputa del número deaquellos entre los hombres de estado qúe sabenecharse á cuestas sin susto y sin desfallecer las másgrandes responsabilidades, la enorme labor que enese tiempo de él exigieron los asuntos cubanos, in­fluía ya visiblemente en su salud. á pesar de 10robusto de su constituci6n; y aun en su carácternotábase alguna alteraci6n. No podía tampocodejar él mismo de observar que era ya menos res­petado, menos temido; que peri6dicos de la mayorcirculaci6n, el Imparcial, el Heraldo, otros de pro­vincias, se atrevían á calificar de funesta su polí­tica en América, y dudaban ya obstinadamente desu clarividencia y de su acierto. En más de unaocasi6n necesit6 desplegar grandes esfuerzos devigorosa elocuencia, con objeto de acallar disiden­cias que en tomo de él asomaban, 6 para arrastrar

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y mantener compacta la mayoría en escrutiniossobre negocios de Cuba, la isla rebelde, en que,como en insondable abismo, cada día se arrojabany se perdían más y más batallones y sumasenormes.

Para confortar á sus seguidores apelaba otrasveces á recursos indignos de él; por ejemplo, en eldiscurso en que les dijo que « dos balas nada más J

bastarían para hacer cesar la resistencia en la isla,dando á entender así que la cuestión no era conun pueblo entero, sino que todo dependía de dospersonas, un dominicano y r un mulato, antiguoarriero» como Martinez Campos 10 había llamado,-es decir, Máximo Gómez y Antonio Maceo; empe­queñeciendo de propósito esa revolución, que contodo su gran talento y los cuantiosos recursos á su-disposición, no lograba vencer, ni siquiera desna­turalizar. Era empeño constante suyo afirmar quesu política era la inalterable convicci6n del país, yasí decía: «En tanto no me falte el apoyo de Dios,la confianza de ~a corona, el voto del país, que yoveo y espero ver unido sin distinción de opinionesy partidos, persistiremos en nuestro esfuerzo y ennuestra actitud de negarnos á toda concesión á los·rebeldes en armas. Si cualquiera de esos elementosme faltasen, si la nación demostrara su voluntadcontraría á esos designios, si de algún modo eficaz,indudable, indicara su cansancio de la lucha, sudeseo de renunciar á ella, yo abandonaría la vidapública, y por el dolor que me producirla seme­jante abdicación de la historia de mi patria, no

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resistiría mi vida física á tan gran desgracia. » Eltono es bien elevado, bien sincero, mas por lomismo demasiado personal, demasiado orgulloso.Esas bellas palabras eran el corolario de una atre­vida afirmación precedente: « Nuestra soberaníajamás se extinguirá en América, porque Cubaserá siempre española. jI

Hay-empero motivos de creer que su fe vacilaba,y este último párrafo de su discurso bien 10 revela.;no era ya la fe robusta, la esperanza firme con queestrechó la mano á Weylcr en la entrevista final.Ni aun la noticia de la escaramuza en que inopi­nadamente, sin sospecharlo el mismo oficial 'SU­

balterno que mandaba la tropa española, pérdi6la vida Antonio Maceo, en Diciembre de 18g6,fué bastante á levantar su corazón, por vez pri­mera quizás, róído por la incertidumbre. FJ pá­rrafo amenazador del Mensaje de Oeveland ator­mentaba su sueño, y le hacía ver á 10 lejos algoespantoso, como la inscripción de fuego en el murode Babilonia.

J áCtábase siempre de continuar adherido almismo antiguo programa, en frase celebérrima,tersa é inequívoca, proclamado por él desde antesde brotar del suelo cubano la última explosi6n,en el importante discurso de 3 de Julio de 1891:I Porque es preciso que tengáis la seguridad de queningún partido español abandonará jamás la isla deCuba, que en la isla de Cuba emplearemos, si fuerenecesario, el últinw hombre y ·el último peso. » Si el'Caso~no fu~ tan serio y tan triste, podría recor-

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darse aquí el verso con que Alfredo de MUsset 'COn­

testó á una parecida amenaza dirigidacontraFran~ciapor el poeta alemán Beck:er : OÚ dtnfC est-iltMnbé, ce d8rnier oss81ttefld? - ¿Dónde se emplearonese último hombre y ese último peso?

Sin embargo de esos propósitos, al eum.plirse elaño de abierta por el General Weyier su formidableau:I1paña, pareció de súbito amainar la resoluciónde Cánovas y enseñorear su espíritu la idea por éldemasiado olvidada, desatlm.didamás bien, de quela fuerza bruta, aun tan grande como la de Españarespecto de Cuba, no era suficiente por sí sola pararesolver el problema.

Corrió entonces por Madrid de boca en boca lamás inesperada sorprendente noticia : Cánovas,encerrado en su biblioteca, sólo con su secretario,había concebido y dictaba una constitución auto­nómica para la isla de Cuba y Puerto Rieo. Asíera, aunque pronto se supo que eran solamente lasbases escritas de un articulado subsiguiente, queseria el definitivo, que algún día se redacta.ria,sinprisa ninguna, pues á las bases acompañaba condi­ción expresa de que nada de ello entraría á regirhasta después de concluída la guerra; á pesar deque en Puerto Rico reinaba una paz inalterada, yde que, considerado en España como la u coloniamodelo l>, bien merecía Puerto Rico la prueba deafecto de ver comenzar por ella el 'experimento.

El proyecto era hermano de 1:000 lo que inspiró,redactó y promulgó su autor desde que restauró lamonarquía: una cosa en la apariencia, otra en tea-

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lidad; autoritario en el fondo. liberal en la superfi­cie; igual á la constitución vigente en España. porél hecha; igual al partido por él formado. liberalconservador de nombre. con fuerte dosis de 10 queel segundo adjetivo significa en el lenguaje y prác­tica de la politica. y con muy poco de libertad real.Adelántase el nuevo plan autonómico un POCO. nomucho. más allá. del bill que. por influencia siempredel mismo Cánovas. votaron las Cortes en 1895 yse llamaba vulgarmente fórmula Romero-Abar­zuza. Pero como aquel plan y esta fórmula estabanya muertos cuando nacieron. á nada ahora condu-

. ciria insistir en inane é insípido paralelo.Cánovas demasiado sabía 10 que hacia, y su posi­

ción no había cambiado. Su objeto no fué halagaró seducir á los antillanos. quienes en el punto á quelas cosas habían llegado no iban á dejarse cautivary arrastrar por cantos de sirena enronquecida. Noignoraba que sería trabajar en balde. Dirigíase enese momento con su flamante plan de aparenteautonomia á otra raza de americanos. en especialal Presidente Qeveland y á su Secretario Olney. alautor y al firmante del terrible párrafo del Men­saje, que 10 desasosegaba más que podían hacerlolos cubanos. Era en fin ese papel artículo de expor­tación. pero no para las colonias sino exclusiva­mente para el extranjero.

El día mismo que firmó la Reina Regente eldecreto pasando en consulta al Consejo de Estadoel aborto de ~ánovas. telegrafiaba el Duque deTetuán al Ministro de España en los Estados Uni-

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dos estas palabras : « Gaceta pasado mañana sá­bado publicará Decreto. Dentro pocas horas tele­grafiaré síntesis de todo, é íntegro 10 más esencial.Entretanto no dé crédito á noticias que ahí sepubliquen, porque seguramente serán inexactas, ysi en algo aciertan, será por intuición ó casualidad D.

Al siguiente día recibióse en efecto en Wáshingtonotro telegrama de cerca de dos mil palabras con lasíntesis y los párrafos íntegros ofrecidos: todo paraganar diez días sobre el correo ITal era la premurade dar á conocer unas disposiciones que, con eladitamento de 10 indefinido y distante de la épocade su ejecucci6n, en verdad no merecían tantaprisa!

Era entonces Ministro de España en los EstadosUnidos Don Enrique Dupuy de Lome, valenciano,joven aún, pequeño de estatura, de risueña fisono­mía, de mirada dulce y atrayente, que había llegadorápidamente á tan alto é importante puesto diplo­mático merced á su actividad, su viveza y su cono­cimiento del inglés y de otros idiomas. Debía alaño siguiente, á causa de estupenda indiscreciónpor él cometida, insertar violentamente su nombrepara siempre en una página triste del capítulo finalde la historia de España en América; pero antes,por su carácter afable y sus maneras insinuantes,supo ganarse sin gran dificultad amistades y sim­patias en los tres años largos que llevaba de resi­dencia en el país. El gabinete de Madrid apreciabamucho sus servicios.

Maestro Dupuy además en el arte de agradar y

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lisonjear, sabía adivinar 10 deseos de sus jefes émes al encuentro. En cuanto recibió el extensodespacho telegráfico y 10 hubo pasado á Olney, seapresur6 á decir á Tetuán que « la opinión del Se­cretario de Estado, que es también la del Presi··dente de la República, sobre las reformas, es queson cuanto se puede pedir, y más de lo que ellos,esperaban... La prensa que empez6 á atacarlas sin,conocerlas, ha hecho el silencio á su alrededor. La­cuestión cubana está hoy muerta en el Congresoy la opinión, y á eso hay que atribuir también elpoco ruido que aquí se hace)J. Absteníase pordecontado el comunicante de sugerir que cuando esaspalabras telegrafiaba, el 13 de Febrero, faltabanmenos de tres semanas para que el Presidente, bienresuelto á retirarse definitivamente de la vidapública, cediera el puesto al sucesor, personifica-oci6n de otra política y otro partido; y que, sin inte­rés ya en los negocios, leerian Presidente y Secre­tario salientes muy someramente la no breve sínte­sis de las reformas comunicada. Respondie!!~

pues, con un mero cumplimiento, que á nada loscomprometía. Eran ambos hombres demasiadoprácticos. para dar suma importancia á lo que emsimple proyecto y vago anuncio. Además en el tri­mestre anterior á la toma de posesión de un nuevopartido en el gobierno nacional, nadie de Wás.­hi:ngton piensa en otra cosa que en los cambios depersonal alto y bajo que la rotación política pro.·duce é impone.

La fomma persistía en negar á Cánovas sus fa-

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DE ESPAÑA BN AMÉRICA

VOI'eS. Las noticias eran más y más desanimadoras,contaba Weyler cerca de año y medio de marchar,contramarchar y expedir bandos homicidas, sin 10­grar el :fin anhelado, y se aproximaba ya la estaci6nen que el calor y las grandes lluvias suspenden casitotalmente las operaciones militares. Llegó en esosmomentos á Madrid la primera nota diplomáticaimportante escrita, después de la inauguración·del Presidente Mac-Kinley, en la Secretaria de·Estado sobre la cuestión cubana. Tiene fecha 26 ·deJunio 1897, y está dirigida al Ministro español enWáshington. Fírmala John Sherman. anciano demás de setenta y cuatro años, hermano del célebre·General del mismo apellido, miembro de gran pres­tigio é influencia en el Senado, al que perteneció,hasta que hizo renuncia del puesto para poder ocu··par el de principal Secretario del nuevo Presidente.No se encuentra en esta nota el tono forense, y'moderado de las que escribió el circunspecto.Mr. Olney, va derechamente á su fin sin dete-,nen;e en busca de matices suaves y términos me-­dios. ce No ha habido incidente » dice « que tanto·haya afectado los sentimientos del pueblo ameri­cano é impresionado tan dolorosamente á su Go-,biemo, como los. bandos del General Weyler, man··dando incendiar 6 destechar las casas, destruir las.cosechas, suspender los trabajos agrícolas, devas­tar los campos y forzar la población. rpral l á.abandonar sur hosares. pata ir en busca de priw­ciones y emerm.ed.ades en· las atestadas. y mal pro-.vistas ciudades guamecidas...

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1'1 Contra estos aspectos del con:flicto, contra estedeliberado imponer de sufrimientos á inocentes yá no combatientes, contra medios tan reprobadospor la voz de la civilizaci6n humana, contra el usocruel del incendio y el hambre para lograr por rum­bos indirectos é inciertos 10 que el brazo militarparece no poder conseguir directamente, se ve elPresidente en el caso de protestar en nombre delpueblo americano, y en nombre también de la hu­manidad.

« El contarse un millar 6 más de nuestros ciuda­danos entre las víctimas de tal política, la delibe­rada destrucci6n de millones de pesos honrada­mente ganados y ahorrados por americanos, y laparalizaci6n en fin del comercio y el tráfico normal,confieren al Presidente el derecho de formularestas reclamaciones concretas. Mas no puede, parallenar completamente su deber, limitarse á esos mo­tivos especiales de queja, sino también se cree obli­gado por otros altos deberes que le impone elpuesto que ocupa, á protestar contra el sistemaincivilizado y cruel con que se hace la guerra enCuba. Cree tener el derecho de pedir que lo quese hace en son de guerra casi á la vista de nuestrascostas, lo que tan vivamente afecta á ciudadanosamericanos y á sus intereses en toda la extensi6ndel territorio, se ejecute al menos conforme á los ro­digos militares de los países civilizados ».

Estocadas tan directas penetraron esta vez, do­lieron y sangraron. No era POSible que el Gobiernoespañol se dejara exponer así á la execraci6n uni-

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versal, sin replicar, sin lanzar enérgica protesta.La Real Orden, como la llaman, escrita en contes­taci6n, dirigida también al plenipotenciario espa­ñol,· como la de Sherman, y en la que es lícito yverosímil descubrir por varias partes el estilo deCánovas, está fechada en San Sebastián el 4 deAgosto de 1897, Y debe por tanto ser uno de losúltimos, acaso el último documento público en queempleó su pluma el eminente publicista. En con­junto sin embargo es un escrito débil é insuficiente.

No se aventura hasta negar los más de los cargosalegados, pues se fundan en los bandos mismos delCapitán General de Cuba insertos en la Gaceta yfijados en los muros, y conviene en que « hasta enla propia Peninsula española se han dejado arras­trar á idénticas inexactitudes en sus juicios algunosadversarios políticos ll. Pero la defensa mayormenteconsiste en una larga argumentaci6n ad hominemcon el fin de probar que fué peor que la de Españala conducta de los Estados Unidos del Norte,treinta años antes, en su lucha contra los Estadosrebeldes del Sur; es decir, en la lucha contra lapotente, rica y marcial oligarquía de los dueños decuatro millones de esclavos, los cuales, casi hastael último semestre de la larga contienda de cuatroaños, ganaron reñidísimas batallas en que, suma­dos ambos lados, llegaron á quinientos mil loscombatientes; y en veinte ocasiones 6 más estu­vieron y parecieron á punto de triunfar definitiva­mente. Comparar la resistencia de la pobre, despo­blada y desventurada isla de Cuba con los once

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ricos y vastos estados, que tras mucho tiempo deinfluencia y predominio en el gobierno central deque tan á menudo formaron parte~ se consti­tuyeron al fin en república independiente, reamo­cida como beligerante por Inglaterra, FI'BDtia,España misma y otras naciones, es absurdo dema­siado evidente para requerir refutación. Buaquella guerra colosal una y otra part2 deiendianintereses trascendentales, iIu:nensos, y vencióaquella de las dos cuyo programa importaba másá la humanidad entera. En Cuba peleaba el go­bierno español con tanto encarnizamientu sólo pormantenet esclavizada y explotada, en exclusivoprovecho suyo, una colonia distante, en cuya pros-­peridad apenas influía, pues no le compraba susproductos agrícolas é industriales, y lo que prin­cipalmente le enviaba eran empleados civiles y mi­litares.

De esta controversia diplomática nada resultó,nada podía resulta r; y acaecimientos posterior~

iban pronto á cambiar la forma y el carácter de lasrelaciones día por día más tirantes y quebradizasentre las dos naciones.

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PARTE TERCERA

Muertc dc Cánovas. Cambio dc Gobiernoy dc pol itica

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Dimisión de Cánovas. - La Reina no la acepta. - Cáno­vas en Santa Águeda. - Miguel Angiolillo en París. ­Entrevista con el Agente cubano. - R. E. Betances. ­Precauciones en Santa Águeda en defensa de Cánovas.- El 8 de Agosto: asesinato de Cánovas. - Ejecuciónde Angiolillo.

En Junio de 1897 oíase por toda la península es­pañola, en la prensa y entre el público, un vagomurmullo, sordo y tímido al principio, que fué pocoa poco generalizándose en ciertos círculos, y quepor ese tiempo levant6 de pronto la voz y se atre­vi6 á pedir el relevo del General Weyler. Lleg6 elrumor á crecer y extenderse, bastante para queCánovas, tan renuente ahora como antes á cambiarel hombre y el sistema, juzgase necesario yopor­tuno contenerlo y sofocarlo pronto. Aunque, 10mismo que antes y que siempre tenía, inalterable­mente, de su lado á la mayoria de las Cortes, hizoademán de retirarse de la escena. La constituci6n,mejor dicho, el conjunto de las leyes políticas vi­gentes, todas, de un modo ú otro, obra suya, po­nía para todos los efectos prácticos encima de la

8.

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soberanía nacional el« poder moderador» del trono,del Rey, de la Reina ,Regente en este caso; y áésta, pues, tocaba dirimir el conflicto que aparen­temente surgía entre el Ministro y una parte pe­queña. aunque ruidosa y activa, del pais, levan­tando una barrera contra ese movimiento públicó,aumentado, como había llegado á estarlo, con laadhesión importante de Sagasta, de Moret y deotros jefes adversos, ansiosos de sucederle y deim­primir, decían, distinta marcha á la política se­guida en Cuba.

·Aprovechando el pretexto de un gesto algoviolento de la mano de su Secretario de Estadocontra un Senador en el recinto mismo del Senado,presentó Cánovas la dimisión de todo el gabinete.El desmán inesperado del correcto y caballerosoDuque de Tetuán vino muy á tiempo para excusarotra explicación de la retirada; pero todos estabanbien convencidos de que el problema ante el sobe­rano era si debía ó no continuar gobernando, aso­lando y fusilando en la isla de Cuba, bajo la égidade D. Antonio CánOV8S1 el General D. Valeriano·Weyler. La Reina Regente vaciló, ó fingió vacilar;consultó ligeramente á éste ó aquél, porque en elepi3odio no hubo sustancia, nada más que ade­manes y apariencias y palabras como en piezas deteatro de magia; todo ello sin realidad alguna. LaReina rehusó aceptar la dimisión.

Volvió, pues, Cáno.vas al antiguo puesto, del que·no se había apartado, templado nuevamente elacero de sus armas y su poder. Satisfecho, pero 00

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contento, bastaba mirarlopllra comprender quelos sesenta y nueve años de edad cumplidos el8 de Febrero anterior, y la tensión penosa de su es­piritu en los veintiocho meses que llevaba alfrente del gobierno, 10 hablan envejecido bastante,y menguado mu~ho el vigor de su constitución.-En 1896 habia pasado el verano entero sin salir deMadrid; esta vez decidi6 descansar una corta temM-parada fuera de la capital, y atender á su salud.Despues de visitar á fines de Julio á la familia realen San Sebastián, acompañado siempre de suesposa, dama hija de padres pemanos, con quienno muchos años antes se había unido en segundasnupcias, sin haber logrado sucesi6n ni ahora niantes, fué á tomar las aguas sulfurosas de Santa'A~Q, en el distrito de Vergara, á unos cincuenta.Jdlométros de San Sebastián.

Pocos dias antes llegaba á Paris, procedente de'Inglaterra, un joven italiano, de Nápo1es, de veinMtisiete años, llamado Miguel Angio1i110, tUias Go11i(por abreviaci6n quizás) que anidaba en su faná-

/ "tico y revuelto espíritu el criminal intento de iráEspaña á matar al Presidente del Consejo de MiM-nistros, á Cánovas, tÍ quien suponía, á quien decla­raba, con obstinada obcecación, responsable de lascrueldades que odiosos agentes subalternos infli­"gieron en Barcelona á los individuos encarcelados-por sospechas de complicidad en los atentados, queen diversos puntos de la capital de Catalufia hablantenido lugar y costado la vida á gran número delpersonas. Esos prisioneros del castillo de Monjuich,

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después de largo encierro y de haber sido someti­dos, según se decía, á tormentos terribles, aúnpeores que los de la antigua Inquisición, la cual almenos procedía conforme á ley escrita y trámitesde antemano fijados, habían sido en definitiva úni­camente condenados á ser expulsados de España.El Gobierno francés no los quiso admitir en su te­rritorio, y sólo en Inglaterra pudieron refugiarse.Angiolillo, antiguo obrero tipógrafo, luego perio­dista, condenado por escritos subversivos en 1895á prisión y multa en Lucerna, de donde fugó, habíaviajado por Francia y España, residiendo algúntiempo en Barcelona. En Londres, donde luegoestuvo, conoció á algunos de esos deportados anar­quistas españoles, y se dijo entonces que había for­mado su audaz é inexcusable proyecto homicidaoyendo discursos y relaciones de lo sucedido enMonjuich, que se hicieron en un meeting famoso enla gran capital inglesa celebrado en protesta contrala excesiva severidad de que fueron victimas esosespañoles, inocentes sin duda ante la justicia,puesto que nada de lo que se les imputaba se lespudo probar, y habían sido simplemente expulsa­dos; mientras otros. declarados culpables y senten­ciados á muerte, fueron ejecutados.

Apenas llegado á París, fué el revolucionario ita­liano á hacer una visita al que era entonces Agenteconfidencia! de la insurrección de Cuba, mejor di­cho, representante de la Delegación que en NuevaYork centralizaba los negocios exteriores de lanaciente república, delegación ocupada sobre todo

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en remitir á la isla armas y municiones de guerra,como era allí perfectamente legal, mientras no lasacompañasen cuadros de hombres uniformados óarmado~ que de los Estados Unidos partieran ácombatir contra una potencia amiga. Servía, pues,el Agente cubano de núcleo en París para aunarlos esfuerzos privados y favorecer de todas las ma­neras posibles y legales la causa cubana.

Desempeñaba activa y generosamente ese en­cargo el doctor Ramón Emeterio Betances, nacidoen 1830 en la isla de Puerto Rico, educado enFrancia, qu~ además de médico. profesión quesiempre había ejercido y de que vivía, había aten­dido á veces intereses diplomáticos de la repúblicade Santo Domingo, de cuya legación había sidoprimer secretario y como tal recibido la condeco­ración de la Legión de Honor del gobierno francés,en 1887. Contaba Betances ya sesenta y siete años,y llamaba siempre la atención por su aspecto her­moso y nada común. Alto, moreno, con larga ypoblada barba en que los hilos blancos y negrosparecían estar en proporción igual; cabellera casienteramente blanca, espesa, riza, despeinada, re­vuelta siempre; facciones correctas, ojos un tantoapagados por estar en parte cubiertos por párpa­dos algo caídos, que le prestaban marcada expre­sión de dulzura meditabunda y melancólica. Habíavivido constantemente engolfado en la política; suidea fija, constante, había sido desde la niñez laindependencia de su isla natal, y mientras no pu­diera por ella hacer más que una vaga propaganda

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en el extranjero, consagrábase á ayudar eficaz­mente á los cubanos en cuanto á su alcance estu­viera, sacrificando sin contar su tiempo y suener­gía.

Afanábase igualmente por socorrer á todos los-emigrados pobres en París, de cualquier lugar que-viniesen, si eran víctimas de alguna tiranía. Ro-deábanle á menudo republicanos españoles, y conD. Manuel Ruiz Zorrilla, de quien era el médicode confianza, cultivó hasta el :fin íntimas relacionesde amistad. Era en :fin un verdadero temperamentode apóstol, su exaltación patriótica parecía á me­nudo rayar en fanatismo, y siempre su corazóndominaba á su inteligencia. Murió en París, en Sep­tiembre de 1898, tras largo sufrir, lleno de triste­zas, y exclamando, aún en sus últimos días, quepara él era igualmente desagradable que PuertoRico fuese colonia española ó territorio yankee. Sufe, sus ideas y su exaltación hasta el :fin permane­cieron inalterables.

Hablaron de Betances á Angiolillo en Londres;algún republicano español probablemente; y deahí su'visita apenas llegó á París. Díjole sin muchosrodeos que estaba firmemente decidido á ir á matará Cánovas en expiación de los horrores de Mont­juich; que lo movía esa razón y no otra; que loscubanos ó la suerte de Cuba en nada particular­mente le interesaban; pero como la desapariciónde enemigo tan hábil é irreconciliable podía acasotraerles alguna ventaja en la contienda empeñada,~C11día á preguntarle, si no le sería posible ayudarle

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DE Ii&PAÑA BN AMÉRICA"

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con la suma de mil francos para los gastos deviaje (1).

Betances, que oía siempre con benevolencia, concalma y atención á todo el mundo, y respondia,como hablaba generalmente, con cierta lentitud;desaprobó sus ideas y su proyecto combatiéndolo,fuertemente, é insistió cuanto pudo por disuadirlo;El hombre escuchaba, al contrario, con marcadaimpaciencia, y acabó por interrumpirlo diciéndole:ee No hablemos más, si usted cambia de parecer yquiere socorrerme, ahi le dejo mis señas para queme envíe la suma... 11

Betances en verdad dud6 mucho sobre cuálespodian ser las verdaderas intenciones del visitant~,calculando que si en Londres 10 hubieran juzgadocapaz de ejecutar 10 que anunciaba, no habrían fal­tado amigos de los anarquistas para facilitarle loque necesitase. Proyectos del mismo jaez ademáshabía él conocido muchos, que ni siquiera luegose intentaban poner en práctica. Pero el hombre,que nada tenia de vulgar ni de jactancioso en ade­manes 6 palabras, le interes6; se figur6 que podiaestar realmente en algún grande apuro, y se deci­dió á hacer 10 que, con cuantos á él acudian enbusca de socorros, acostumbraba. Sin consultar ánadie, después de breve lucha consigo mismo, delos fondos cubanos en su poder, á los pocos días

(1) BIItMIus, po!' Luis BONAFOU-X, 1 voL, Barcelona., Imp.Modelo, 1901, P. 22•.

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recibió Angio1i110 la suma, anónimamente, « en unsobre del doctor Betances » (I).

Cuenta Don Fernando Cos Gayón, Ministro dela Gobernación en el gabinete por Cánovas presi­dido, á cuya disposición estaba anualmente paragastos secretos la suma de dos millones de reales (2)que había en Santa Agueda Cl con el exclusivo objetode cuidar de la seguridad del Presidente del Con­sejo nueve agentes de policía, y veinticinco guar­dias civiles mandados por un Teniente )l. A pesarde tales precauciones, llegó Angio1i110 á ese balnea­rio, no por cierto excesivamente concurrido, y ánadie parece haber inspirado el menor recelo; sehospedó en el mismo hotel, que formaba parte delestablecimiento hidroterápico, donde su futura víc­tima residía; y se inscribió en el registro con elnombre de Emilio Remualdini, de profesión tene­dor de libros y corresponsal del periódico II P6polo.Sin prisa y sin ruido estudió el terreno. Cánovasmismo notó su presencia, y sin llamarle particular­mente la atención preguntó quien era ese bañista,que con tanta cortesía siempre 10 saludaba; cuandole informaron que era un comerciante italiano serioy taciturno, atraído sin duda por la excelenciacurativa de las aguas, no pensó más en él. Losagentes de policía tampoco, á ju~ar por 10 queno tardó en suceder.

(1) Betanus, por Luis BONAPOUX. Ibid.(2) Nl&rologia del Excmo. S". D. A1IIonio C4MfJas dtü Cas­

IiUo, por el E. S. D. Pernando Cos GAYÓN, Madrid, 1898.

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El domingo 8 de Agosto de vueltaPCánovas-en elhotel, después de la misa de diez, ·sentóse ~n lagalería interior paralela al patio, á esperar la:cam­pana del almuerzo, y leer mientras tanto un peri6­dico. Quitóse los lentes y aproximó mucho á susojos el papel, como suelen los miopes. El asesinose acercó, se detuvo, y casi á quemarropa le dis­paró tres tiros de revólver, todos mortales; luegouno más al aire, según algunos cuentan, comosalva en su propio honor por 10 firme de su pulsoy el éxito tan completo de su hazaña bárbara yhorrible.

Cayó Cánovas desde el primer disparo sin senti­do, no lo recobró ni un instante, y expiró poco des­pués, sin haberse por tanto dado cuenta de nada.Fué su muerte como Julio César deseaba la suya,repentina é inopinada, y aun más de lo que fué ladel mismo gran romano. Así, trágica y violenta­mente, sucumbió este ilustre hombre de estado,el más enérgico, el más laborioso, el más comple.­tamente consagrado, acaso, en cuerpo y alma, ásu gran tarea, que desde los días del Cardenal Ji­ménez de Cisneros hubo en España.

Nadie puede hoy saber si los mil francos en di­nero cubano enviados por el doctor Betances faci­litaron al anarquista italiano la ejecución de suem­presa; pero asombra, como extraña coincidencia,que hasta el último instante la cuestión de Cuba,mal planteada y mal manejada como por Cánovasy por todos siempre 10 fué en las esferas altas óbajas del Gobierno español, se hallara también a11i

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¡presente, al fenecer el que tan obstinada y dura­mente estuvo empeñado en resolverla; y que des­pués de su muerte, 10 mismo que en vida,estaba.destinado, en último resultado, á empujarla, á lan­zarla en sentido contrario á aquél que tan ansiosa­mente deseaba.

Angio1i110, que no podía ni en sueños pretenderescaparse de aquel lugar, permaneci6 impasibleante el dolor de la viuda desesperada y ante elhorror indignado de los asistentes, pero sin jac­tancia alguna. Solamente al oirse llamar asesino,hab16 para exclamar: II no soy asesino, he vengado

_á mis hermanos. » Conducido luego á Vergara, ca­pital del distrito donde se instruy6 su causa, com­.pareci6 el 16 del mismo mes ante un ConsejQ deguerra. En sus respuestas neg6 complicidad 6 rela­ci6n alguna personal con los presos de Monjuich,anteriores á la época en que fueron deportados;quiso luego tratar de la guerra de España en Fili­pinas yen Cuba (1), el Presidente del tribunal lecortó la palabra y en el acto se le condujo al ca­labozo otra vez, fuertemente aherrojado, como 10habían traído. Sentenciado á muerte inmediata­'mente,fué ejecutado al siguiente dia, dentro de loS'muros mismos del castillo, ante muy reducido nú­mero de personas.

(1) V.-e. Clutux, Antonio C/lnovas del CasnUo, 1 vol., Parls,,lmprJmerie F. Levé, 1897. ....

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II

Nuevo ministerio : General Azcárraga Presidente. ­Nuevo Ministro americano: su nota del 23 de Sep­tiembre de 1897. - General S. L. Woodford. - Caídadel ministerio Azcárraga. - Sagasta Presidente delConsejo. - Relevo de Weyler. - Nombramiento deBlanco. - Respuesta á la nota de Woodford. - Laautonomía en Cuba. - Mensaje de Mac-Kinley.

Profundo, justo y muy sincero fué el duelo deEspaña por la pérdida de quien tan gran vacío pa­recia dejar en la política nacional. Su sombra, si noél, continuó, algún tiempo más, mandando y gober­Ilando, pues se constituyeron en nuevo ministeriolos mismos que bajo sus órdenes habían trabajado,con la sola diferencia de que el Ministro de laGuerra, General Azcárraga, pasó á ocupar la Presi­dencia, conservando siempre su antigua cartera.

Pronto vinieron nubes ominosas del otro lado delAtlántico; el cielo se ennegreció, y, como una bo-

o 1'I'8SCa, llegó un nuevo Ministro Plenipotenciario delos Estados Unidos. Fué éste recibido oficialmentepor la Reina Regente; yen seguida, exactamentemes y medio después de la muerte de Cánovas, el23 de Septiembre, dirigió al Secretarlo de Estado

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una nota, que en vida hubiera arrancado del altivoé irascible Presidente un grito de cólera, capaz dehacer temblar las paredes de su despacho.

11 Por espacio de más de dos años » se dice en unode los párrafos de esa nota « se ha sostenido enCuba una lucha sin igual entre los habitantes des­contentos de la Isla yla Metrópoli. No solamente sehan extendido sus efectos destructores á un terri­torio más amplio que en contienda alguna ante­rior, sino que sus consecuencias se han hecho sentirmás profundamente y se ha destruído una sumainfinitamente mayor de vidas humanas y de ri­queza pecuniaria; prosiguiendo la lucha aún en losmomentos actuales su obra desoladora por una yotra parte. De día en día toma fuerza la convicciónde que es ilusorio para España esperar que Cuba,llun en la hipótesis de haberla podido sojuzgar porel completo aniquilamiento de sus fuerzas, puedajamás mantener con la Península relaciones que niremotamente se parezcan á las que un tiempo sos­tuvo con la Madre Patria. Ita política, cuyo obje­tivo evidente es quitar todo valor á la isla para elcaso de triunfar los cubanos, hará inevitablementeque no tenga valor para España en el caso de quelogre llevar á cabo la reconquista emprendida, seaque Cuba vuelva á su anterior situación de terri­torio dependiente, sea que se la dote hasta ciertopunto de una administración propia (1) ...

(I~ Copio esta vez la traducción tal como se enr.uentra en elLibro Rafo español, Madrid, 1898. ..

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Cl Pesando maduramente todos estos hechos y sinprejuicio ha llegado el momento, según el criteriodel Presidente, de que el Gobierno de los EstadosUnidos considere con reposo y decida de modoclaro la naturaleza y métodos de sus deberes, tantopara con sus vecinos cuanto para consigo mismo.El Gobierno tiene continuamente que entender enasuntos que afectan á los intereses inherentes desus ciudadanos en Cuba y á los que á éstos concedenen ella los Tratados. Contempla á la Isla sufriendouna casi completa parálisis de muchas de sus másnecesarias funciones comerciales, por razón de losimpedimentos que se ponen y de los estragos cau­sados por esta lucha intestina, que tiene lugar ála vista de sus costas »... concluyendo esta pri­mera parte de la nota con una frase que pareceanunciar, que anuncia con precisión matemática,10 que en próximo dia iba realmente á suceder :« Y por cima de todo tiene un natural y legíti­mo temor de que pueda sobrevenir algún inci­dente repentino, que inflame las mutuas pasio­nes, hasta el punto de hacerlas indomables; yacarree consecuencias, que por muy deplorablesque fueran, acaso no serían posibles de evitar )l.

En la segunda parte de la nota, entrando en lasconsecuencias de las premisas anteriores, agrega:

« Surge por tanto la cuestión de si España no hatenido ya un espacio de tiempo razonable para res­tablecer la paz y no 10 ha logrado aún, á pesar de latremenda acumulación y gasto de sus recursos y delempleo de medidas de inusitada severidad. Los

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métodos de que España se ha valido para la luchano dan esperanza de paz inmediata, 6 de establecerrenovaci6n de las condiciones de prosperidad, queson esenciales á Cuba en S11 trato con sus vecinos.La impotencia (inability) de España impone á losEstados Unidos un grado de sufrimiento y de per­juicio que no puede desconocerse. SeguramenteEspaña no puede aguardar de los Estados Unidosque permanezcan ociosos dejando padecer grandesintereses, que se agiten nuestros elementos políti­cos y que el país se alborote perpetuamente,mientras no se hace ningún progreso aparenteen la solución del problema cubano. Tal políticade inacci6n por parte de los Estados Unidos nohabía en realidad de traer beneficio alguno paraEspaña, Inientras que acarrearía á los EstadosUnidos incalculable daño 11.

He aquí ahora 10 más grave : la intervenciónanunciada y la conminación que la acompaña :

(e Yo espero que el Gobierno de S. M. creerá en 10desinteresado y amistoso de los deseos de los Esta­dos Unidos, y en el elevado prop6sito y sinceroanhelo de lqs Inismos, de dar su ayuda, s6lo con elobjeto de que pueda llegarse á un pacífico y dura­dero resultado, justo y honroso al mismo tiempopara España y para el pueblo cubano, y sólo. encuanto esa ayuda sea necesaria para lograr el finapetecido. No puedo desfigurar la gravedad de lasituaci6n, ni ocultar la convicci6n del Presidente,de que si sus presentes esfuerzos fueran infructuo­sos, su deber para con sus conciudadanos deman-

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DB ESPAÑA' EN AMÉRICA

daría una pronta decisión acerca del curso de la'acción que el tiempo y las transcendentales cir­cunstancias pudieran exigir ».

La amenaza, en esta'S últimas líneas apenas dis­frazada, se agrava aun más al final con la preten­sión de que « en el próximo mes de Octubre» todo,'de un modo ú otro, quedase concluido. (y estába­mos en la última semana de Septiembre!

Firma la nota M;r. Stewart Lyddon Woodiord"abogado y hombre político de importancia en ele!;tado de Nueva York, en cuya ciudad principaldel mismo nombre había nacido. Contaba ya se­senta y dos años de edad, cuando Mac-Kinley 10designó para Ministro Plenipotenciario en España.y su carrera pública había sido muy honrosa y dis­tinguida. Incorporado como voluntario en el ejér­cito nacional cuando empezó la guerra civil, se re­tiró en 1865 con el grado de « Brigadier-general lt.

Elegido después vice-gobemador (Lieutenant-Go­vernor) del estado de Nueva York fué, cumplido sutérmino, durante seis años más, District-Attorneyde los Estados Unidos en la misma ciudad; y de subufete de aQügado, á que últimamente se habiareducido, lo sac6 Mae-Kinley para enviarlo á la Le­gación en España, juzgando que en las difíciles con­diciones en que las relaciones entre ambos países seencontraban, eran más útiles que nunca la corte­sía proverbial y la ecuaniInidad de carácter delnuevo Ministro, cualidades que llevaba pintadasen su abierta y amable fisonomía.

Como no era posible que los sucesores de Cánovas,

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los que con él compartían la responsabilidad detodo 10 acaecido hasta entonces en la dirección dela politica cubana, aceptasen ciertas frases de lanota y el perentorio plazo final; como Weyler evi­dentemente ni cumplia ni podía ya cumplir la pa­cificación prometida; y como además el partídofusionista pedía el poder y anunciaba una nuevapolitica, que por sí sola podía ayudar en buenaparte á declinar ofertas oficiosas del Presidenteamericano, tiempo era de que los continuadores, losepígonos de Cánovas, se retirasen de la escena conla satisfacción de haber al menos durado, de habervivido cincuenta días, después de desaparecido elque entre ellos hacía el papel de Alejandro Magno.

Formóse sin tardanza el nuevo ministerio, des­collando en él Sagasta como Presidente y Moretde Ministro de IDtramar. La primera y más impor­tante tarea que se le imponía era por supuesto re­plicar á la nota conminato ria del Enviado de losEstados Unidos; pero quisieron antes dejar bienaclarada y bien patente la transformación radicalque estaban resueltos á introducir en la dirección ymarcha de los asuntos cubanos. En efecto el 6 deOctubre, á los dos días de constituíd~ el gabinete,estaba ya televado el Teniente General Weylery nombrado para sustituirlo en el mando de Cubael Capitán General Don Ramón Blanco, quienhabía aceptado la comisión de ir á aplicar a1li unplan de autonomía, que febrilmente redactabamientras tanto el Ministro D. Segismundo Morety Prendergast. Blanco se embarcó el I9 para la

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Habana, y el 23 se puso en manoslde Mr. Wood­ford la contestación que el nuevo Ministro de Es­tado daba á la nota del mes anterior.

Es el más largo ye1 más verboso de cuantos docu­mentos contiene el Libro Roio de la Legislatura dei898. Ocupa en él ocho páginas grandes en 4°. Noentra todavía en pormenores de la especie de auto­nomía que va S. M. á decretar para las Antillas, sinduda porque los ignora, no habiendo aún Moretacabado de escribirlos. Anuncia solamente que« á la acción militar, ni un solo día interrumpida ytan enérgica y viva como las circunstancia:s 10 exi­jan, pero siempre humanitaria y atenta á respetarcuanto sea posible los derechos privados, habráde acompañar la acción política, encaminándosefrancamente á la autonomía de la colonia, por talmanera, que del íntegro afianzamiento de la inmu­table soberanía española surja la nueva personali­dad que habrá de gobernarse á sí propia en losasuntos que le sean peculiares ll. En gracia de estasconcesiones, cuyos detalles no sabía aún y cuyaeficacia era todavía problemática, aparte tambiéndel grado de absoluta sinceridad á que en realidadalcanzase, pasa prontamente el nuevo Ministro ápedir que el Presidente de los Estados UnidosIr emplee dentro de sus fronteras la energía y vigi­lancia necesarias, que eviten en absoluto los recur­sos de que viene surtiéndose como de inagotable ar­senal desde un principio la insurrección, y que á lavista de todos funcione en Nueva York una Juntainsurrecta, que alardea públicamente de organizar

9.

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y mantener la hostilidad armada y la constanteprovocaci6n española JI. Era demasiado pedir, encambio de lo poco que se ofrecía.

El Ministro, nuevo aún en el mundo político,ignoraba acaso que cada vez que los abogados,procuradores y agentes de policía secreta del eo.biemo español en los Estados Unidos, que eranmuchos y muy bien retribuídos, denunciaban unaexpedici6n « filibustera 11 en preparaci6n, se poníainmediatamente en juego la máquina de la justi~

cia nacional; y que hubo sentencias de prisión quese ejecutaron, y armamentos embargados yexpe­diciones desbaratadas; pero nunca nadie vi6 allí« Junta insurrecta» ni alarde público de 10 quedice. Igualmente descuida tener en cuenta que elPresidente de los Estados Unidos no legisla á suantojo por Reales Ordenes y Decretos como losMinistros Españoles escudados detrás de la parti~

cipaci6n nominal del soberano, que no se conoceallí el recurso del biU de indemnidad, y que esfuerza atenerse estrictamente á la letra de la ley6 á la interpretaci6n del Tribunal Supremo.

Pero del modo mismo que el Duque de Tetuándej6 bien demostrado en su alegato del año ant&rior que conocía muy mal la historia de la guerracivil americana, así el autor de este papel de 1897revela ignorar la legislaci6n y el derecho públicode aquel país. Pensó tal vez que en sugerir dema.,siado, poco se compromete; y por ese camino pudoel Ministro Don~Pío Gu116rl pedir nuevas leyes para

a

el caso, y pena de muerte, y hasta exclamar con el

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Don Juan de Aragón del drama de Víctor Hugo:

Et si vos éehajauds sont petits. ehanfJez-les I

El partido polí.tico, que con tanto magisterioofrecía ahora· á Cuba una constitución auton6mica;exigiendo que á una todos en aquella isla y en losEstados Unidos se pusiesen de rodillas á cantarleHosanna, era exactamente el mismo que en 1881,por boca de su Ministro de Ultramar, había lanzadoaquel grito vibrante: Autonomistas, iamás I y s~

guido humildemente las huellas, el ejemplo y ellenguaje de Cánovas.No estaría bien, no seria justodudar de la sinceridad con que á última hora dabaeste paso, aunque prácticamente equivalía á asirseen la tormenta de la única tabla á la vista en·elnaufragio; pero era lícito pensar que ni la fe niel entusiasmo 10 llevaban á cambio tan grande; ymás lícito á los cubanos) amaestrados por agriaexperiencia, desconfiar, aguardar, examinar, antesde entregarse vencidos.

La especie de autonomía l( hispánica n, nam~

mos1a. .así, en forma de Real Decreto, que lasCortes podrían luego aprobar, reducir 6 modificar,que de improviso aparecía, hubiera sido excelente.muy oportuna, en 1878, y hubiera producido losmejores resultados en la época en que se ofre­ci~ou y en que se esperaban grandes reformas átrueque de la capitulación voluntaria del Zanjón;En :r897 era ya demasiado tarde. Muchos desen~

gaños primero, mucha sangre derramada y mu­chos rencores acWDtl1ados después, hacían im~

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¡56 OOMO ACABÓ LA. DOMINACIÓN

sible aceptar lo que, al fin y postre, era bien pre­cario y bien mezquino.

A fines de Noviembre apareció el Real Decreto,en todos los tonos de antemano pregonado, y sevió desde luego que era selj-government, autonomíalocal, en dosis muy moderada. El Gobierno se re­servaba perpetuamente fijar desde Madrid los mi­llones que con el nombre de 11 gastos de soberanía.debía pagar la colonia, la cual tenía que establecerlos ingresos, es decir, los impuestos directos é indi­tectos, necesarios para satisfacerlos, sin derecho dediscutir siquiera el monto de la suma. Reservá­base igualmente el Supremo Gobierno escoger ynombrar los encargados de administrar justicia.Nombraba la mitad más uno de los vocales del Con­sejo de Administración, cuerpo ideado antes porCánovas, que sería uno de los dos del Parlamentoinsular, con facultades enteramente idénticas á lasde la Cámara de Représentantes, elegida por elpueblo con ciertas restricciones. El Gobernador Ce­neral, jefe del ejército y militar por consiguiente,escogía además él solo, libremente, los Ministros,sin atender á indicación de las Cámaras, ni necesi­tar su conformidad. Por último, si se dejaba al paísla facultad de formar los aranceles de sus aduanas,era bajo condición de favorecer hasta en un treintay clD.co por ciento la producción nacional, sin querecíprocamente ofreciese España favor alguno á laproducción cubana, á sus azúcares y su tabaco.Bastan, me parece, estos pocos rasgos para ver bien10 menguado y raquítico de semejante autonomía.

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DB BSPA&A EN AMBRICA IS7

Casi en todas partes se recibió este novisimo ava­tar de la política española en América con sorpresay con algún recelo. España, que 10 sentía, que 10veía, demostró gran prisa de poner en marcha elsistema, é hizo que antes de nada empezase elGeneral Blanco por nombrar Ministros suyos á cu­banos afiliados en el antiguo partido autonomista,y con ellos también llenase las vacantes en laadministración á medida que fueran presentán­dose. Los más de los antiguos autonomistas esta­ban en la guerra ó en la emigración; pero en laHabana quedaba el estado mayor á que el partidose hallaba últimamente reducido, y este grupo dejefes fiel á la vieja bandera bajo que habían com­batido, se prest6 á colaborar en la desesperadaempresa. Entraron en el ministerio de Blanco muydistinguidos hijos del país, que en definitiva nopudieron hacer otra cosa que comprometerse in­útilmente, y colocarse en abierta oposición á lamayoria de sus compatricios. Sucesos posteriores,que nadie, es verdad, hubiera podido fijamente pre­ver, ni siquiera un dia de vida permitieron al régi­men autonómico. Acallaron en el pecho esos auto­nomistas la desconfianza que no podian menos desentir si recordaban la doblez de otras ocasiones, ápesar de que bien podian descubrir en el alejamientosistemático de los españoles, de los antiguos dueñosde todo, en sus sombrias miradas y sus fúnebresprofecías, que era aquello breve paréntesis sin basey sin porvenir, nacido de circunstancías efímeras,y que con ellas muy probablemente desaparecería.

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158 CÓMO AcaBÓ LA DOJmfACIÓN

FJ ·Presídeate de los Estados Unidos.por.suparte, sin fe en el éxito de la reforma,.en nada ÍD"!

tentó estorbar su aplicación, . sino al contrario.Su Mensaje de Diciembre, primero que dirigía alCongm;o después de la inauguración, aunque nooculta 10 incierto del resultad<>, puede en conjuntDconsiderarse como favorable. Ocúpase extensa-.mente, más extensamen.te que ningún otro antes.en los asuntos cubanos, y hacia el final, dice .:«Que el gobierno de Sagasta ha entrado por uncamino en el cual no puede· ya volver atrás sindeshonor, apenas es lícito ponerlo en duda; que-enlas pocas semanas que lleva de vida se ha esfou:adopor demostrar la sinceridad de sus declaraciones.- esindudable. No impugnaré yo su sinceridad, ni sedebe por impaciencia ponerle obstáculos en la 1:a-t­rea que,ha emprendido. Debemos honradameRteá España y á las relaciones de amistad que conella nos ligan, concederle un plazo razonable;pararealizar y comprobar la eficacia· que atribuye .alnuevo orden de cosas, á que está irrevocabl&.mente comprometida. Ha relevado al Genem1cuyas órdenes feroces infiamaban el corazón~ricano é indignaban al mundo civilizado. Ha lIlQo"

dificado el sistema horrible de la reconcentraci6at:y se ha. resuelto á socorrer á los desvalidos,,- ypermitir el cultivo de sus tierras á cuanros lodeseen, garantizándoles protección oficial .paratodas sus legítimas. ocupaciones. No queda ya enlas prisiones de la isla un solo ciudadaaó ame.ricano. de que· tenga conocimiento este~Gobier-

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no. El porvenir inmediato nos dirá si es posibleconseguir una paz honrosa y justa para Cuba ypara &paña, al mismo tiempo que equitativa paranuestros intereses, tan íntimamente ligados comoestán con la suerte de la isla. Si esa paz no se ob­tiene, será preciso que iniciemos nosotros por nues­tra parte otro género de acción 11.

Con tales auspicios y tal benevolencia, si nohubiese sido tan tarde, si los cubanos en campañahubiesen podido prestarse á experimento en queno creían y que les arrebataba en la hora más crí­tica la recompensa de sus afanes y sus penas, la au­tonomía, otorgada en Madrid bajo la presión de lanecesidad, hubiera quizás quedado planteada elprimer día de Mayo de r898, hubiera acaso conti­nuado algún tiempo, y aun durado años y años.Aunque bien difícil es concebir á los españoles deAmérica, á despecho de todo su pasado, de todasu historia, tranquilos y contentos, sin sus viejosmonopolios, sin la secular supremacía.

Pero los hados en marcha se aprestaban ya áresolver de otro modo la cuestión, y el angustianteproblema á desaparecer sin haber llegado al puntode plantearse.

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PARTE CUARTA

Preámbulos del conflicto

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Motín en la Habana. - El Cónsul Lee. - Entrada delMaine en la Habana. - Una frase de Dupuy de Lome.- Carta á Canalejas. - Voladura del Maine. - Fallosde la Comisión americana y de la española sobre ca\lS8Stde la explosión. - Impresión del pueblo en los Esta­dos Unidos y en España. '.' ~~~~!Í5?~

Tr~ acontecimientos, el uno esperado, lógico yna~al, los otros dos, inesperados, fortuitos, sor­prendentes, ;vinieron en rápida sucesión á atacar, ádebilitar, y el último á inferir golpe de muerte, ácuantas ilusiones y esperanzas alimentaban.Españay los amigos de España de conservar y salvar sudominio en Cuba por medio de concesiones, vagastanto como tardías.

A la segunda semana de creado por el GeneralBlanco su ministeri~ autonomista, no pudieron yamás los antiguos intransigentes y Voluntarios ar­mados de la Habana soportar el odioso espectáculode su derrota. El 12 de Enero algunos oficiales se­guidos de centenares de exaltados salieron á lascalles recorriéndolas á los gritosde :¡M"era BlaMCOI¡Viva Weyler! ¡No más autonomía! y asaltaron

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los edificios donde se redactaban 6 imprimíanlos tres peri6dicos que habían abrazado y de­fendian ideas autonomistas. La tropa hizo causacomún con los amotinados (I), cost6 trabajo sofo­car el tumulto Y el terror cundi6 por toda la ciu­dad; exactamente como en los días más tristes ycrueles de la guerra de los diez años, los dias acia­gos de Dulce, de Caballero de Rodas y de Valma­seda.

El C6nsul de los Estados Unidos, el antiguoGeneral Confederado, Fitzhugh Lee, jefe en untiempo de la caballería del ejército mandado porsu tío, el gran Roberto Lee, que representaba en laHabana desde hacía ya un año á la Uni6n, y sehabía hecho apreciar de todos por su serenidadmarcial, su franqueza y su afabilidad, no erahombre fácil de asustarse y conocía bien el carácterdel español en Cuba. Por eso mismo juzg6 desdeluego en peligro la Vida de los ciudadanos amen·can¿s en la capital de Cuba, y telegrafi6 á su go­bierno sugiriendo la conveniencia de enviar algúnbarco de guerra, que en caso de urgencia pudieraservir de refugio 6 de simple protecci6n. El Secre­tario de Estado di6 pronto la orden y el 24 deEnero el crucero acorazado de segunda clase,Maine, que estaba anclado en Cayo Hueso, entró

(1) General La To MR. DAY (Te1egram.). Th,," news­pap" olficss aUacksd by Spanish olficers and mob. Saw soldis"s,ssnl lo p"ouct lhem, fraUt'niring wilh mob. (Information andCorrespondence in "s Maine disaster. - Document nO 230. ­Washington, April, IIth. 1898, p. 83.)

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gallardamente, en son de paz, su mástil único decombate cubierto de flámulas y banderolas, en esepuerto de la Habana, de donde ni el barco ni lamayor parte de su tripulación debían jamás salir.

Era el caso que hacía ya mucho tiempo, variosaños, que sin razón especial, sin saberse por qué, novisitaban la.bahía de la Habana buques de guerranorteameric¡¡.nos. Prodújose así, apenas empezóá hablarse de la ida probable del Maine, en Cuba yen España, cierta sorpresa, cierta emoción, algoartificíal al principio, que fué creciendo poco ápoco, fomentada por el malestar general en la islay por la escasa habilidad con que se manejó el casotanto del lado de España como del de América.

Antes de salir el Maine para la Habana hablá­base con frecuencia en los círculos políticos deWáshington de la situación en la capital cubanacreada por el motín del 12 de Enero, y he aquí 10que se encuentra en el Libro Rofo español ya citado,páginas 99 y 100, con la firma del Ministro de Espa­ña en aquella capital: «••• el jefe del servicio delHérald en Wáshington, persona aquí importantey generalmente bien informada, me ha dicho que áconsecuencia de los recientes sucesos, el Presidentetenía. decidi~o, si se repetían, desembarcar tropasde los buques de guerra para proteger el Consulado.Me ha preguntado qué se haría si así sucediera. Yole he dicho que se haría juego, que España no se so­metería jamás á 10 que se hace con Corea ó conCreta ll. Comunicó esto á Madrid por el cable elinquieto Dupuy de Lome, que con más actividad

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que tacto 6 inteligencia dirigía la Legaci6n; 'y elMinistro de Estado por cierto no hall6 inoportunala bravata, pues por telégrafo igualmente le' res­pondi6 en estos términos. « V. E. ha hecho muybien en considerar como insoportables esas even­tualidades ll. La opini6n pública americana, tanmalamente prevenida ya al juzgar las cosas deCuba, por los horrores de la reconcentraci6n pri­mero, y ahora por los vivas p6stumos á Weyler en laHabana, no había sin duda de cambiar y aplacarsepor medio de fanfarronadas diplomáticas de talgénero, repetidas, abultadas, como ésta 10 fué,' porlos periódicos de una otra y otra parte.

A los quince días, no más, de haber contribuídoel Enviado español con sus poco mesuradas pala­bras á aumentar las preocupaciones y prejuiciospopulares, apareci6 en un diario de Nueva York,anunciado previamente con grandes golpes detam­boril periodístico, el facsímile de una carta pri­'vada del mismo Dupuy, dirigida mes y medio antes,á D. José Canalejas, propietario de El Heraldo deMadrid, político radical, no miembro entonces,pero ya amigo importante del gabinete' Sagasta,que había estado poco antes en Nueva York yenWáshington con misi6n oficiosa del Gobierno enbusca del mejor modo de contentar y atraer á losemigrados cubanos. Completaba' Canalejas su ex­cursi6n en la Habana, y ahí recibi6 la carta de quese trata, que le fué substraída, bien en la oficinade correos, bien en su casa misma por algún escri­biente 6 visitante, pues corrieron varias versiones,

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yes la última1a.que más verosímil parece: Al-llegará -Wáshington el facsímile publieado en .el N e'iJJ

YOf'k Jownal, estall6 allí como petardo en los·circulos oficiales.

El Subsecretario de Estado fué: sin pérdida detiempo á ,inquirir en la Legaci6n española el gradode.antenticidadde la carta publicada. Dupuy de

,Lome 'le contest6 que era auténtica, y le agreg6,:oonformé lo relata á su superior en telegrama del:-mismo día, « -que como Ministro de España nadatenía que decir, sosteniendo-mi derecho- á: mani­festar.mi opini6n reservadamente, como-con tanta

-frecuencia y- menos discreci6n' 10 han-hecho' los-agentesamerica.nos)l. tSiempre;Gomose ve; el ano-gante y mal sistema -del Tu quoque, á que tan afi­

,-áonsdos han sido los diplomáticoS' españoles en sus;.polémidls con los Estados Uttidos I

.EHwnistro de Estado le contestó al siguientedía .reconociendo u la imposibilidad de su conti­nuaci6n en el cargo que con tanto celo 1I desem­

; peñaba. y admitiéndole, «:con pena, la dimisión-·por V¡E. reiteradamente presentada ll. Como en-los dos despachos del Plenipotenciario -desgra-. ciádo no se Jee' tal'dimisi6n exlp1ícitamente 'aire­

cida;dedúcese que el. superior evitaba con 'esmeroreprender el error del subordinado y parecer cas­tigarlo, quizás porque á Dupuy, hechura de Qáno-

. vas, que allí lo coloc6, cubría y protegíaísiemprelaeombra del gran ,Ministro. 'Desagradó' natural­mente al Presidente Mac Kinley esta manera de

-proceder, creyéndose con. derecho á esperar algo

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más sincero y más directo; di6 esto margen des­pués á un pequeño debate entre ambos gobiernos,en que al fin se declar6 satisfecho el agraviado.

Dos pedazos de la carta de Dupuy despertaronespecial repugnancia entre los oficiales superioresdel Gobierno federal. El primero, por contener unjuicio acerbo, violento, del carácter y el papel deMac-Kinley como hombre público, 10 que causóparticular sorpresa á cuantos del Enviado españolsolamente conocían la sonrisa melosa y las manerascortesanas. Es éste : « El Mensaje ha desengañadoá los insurrectos, que esperaban otra cosa, y haparalizado la acci6n del Congreso, pero 10 consi­dero malo. Además de la natural é inevitable gro­sería con que se repite cuanto ha dicho de Weylerla prensa y la opini6n en España, demuestra unavez más 10 que es Mac-Kinley: débil y populachero,y además un politicastro que quiere dejarse unapuerta abierta y quedar bien con los 1'ingoes de supartido. »

El otro fragmento ch0c6 aún más en las regionesparlamentarias, porque revelaba con claridad exce­siva que todos los espontáneos ofrecimientos gene­rosos del Gobierno español respecto á un futurotratado de comercio muy liberal entre Cuba y losEstados U~dos, con objeto de fundar sobre basesmás equitativas que hasta entonces las relacionesmercantiles con un país que compraba casi todo elazúcar y la mayor parte del tabaco producido enla isla. Dice este párrafo á Canalejas 10 siguiente :« Sería muy importante que se ocupara, aunque no

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fuese más que para electo, de las relacipnes comer­ciales, y que se enviase aquí un hombre de impor­tancia para que yo le usase para hacer propagandaentre los senadores y otros, en oposici6n. á laJunta... »

Si tal era el fondo del pensamiento oficial en ma­teria de tratado de comercio y de estipulacionesreciprocas, si tan diferentes eran la apariencia yla realidad, lo mismo acaso será, pensaban muchos,esa tan decantada autonomia en que los cubanos nocreen; y no creen, agregában otros, quízás porqueconocen demasiado lo hueco y mentido de las pro­mesas de su metr6poli.

El resultado, en extremo pernicioso, prepar610sánimos para imaginar desde luego lo peor, cuandoocurri6 de súbito en el puerto de la Habana latremenda catástrofe, que tan terribles consecuen­cias para todos produciria.

El JI de Febrero recibi6 Dupuy de la Secretariade Estado sus pasaportes, entreg6 la Legaci6n á unEncargado interino, y fué á Nueva York á embar­carse para España. Ahí mismo antes de partir supoque en las primeras horas de la noche del I5 unaexplosi6n repentina habia hecho volar en pedazostoda la proa del Maine y hundido el resto del barcode hierro en el fondo de la bahía, causando lamuerte de doscientas sesenta personas á bordo,entre ellas dos de sus oficiales. Si el ex-Ministro ple­nipotenciario comprendi6 desde luego la gravedaddel suceso en las criticas condiciones en que ocu­rría, cruelmente debi6 afligirle abandonar de esa

10

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manera infortunada, contra su voluntad, el paisen que tantos años habia vivido, que tan bien creíaconocer, precisamente cuando más útiles hubieranpodido ahora ser sus servicios, en la peligrosa situa­ción que tan inopinadamente en esos instantes se-presentaba.

El terrible suceso entenebreci6 más, como inmensa nube negra, el ya bien oscuro campo de lasrelaciones diplomáticas entre los dos países. A pesardel decidido empeño que se observó en toda laextensión de la república de no perder la calma, deproceder sin precipitaci6n, no podian esconderselos sintomas de invencible desconfianza que por-diversos lados aparecían. Mientras unos aguarda­ban con paciencia el resultado de las pesquisascomenzadas y el fallo definitivo que se había con­fiado á un tribunal formado por respetables yexpertos oficiales de marina de alta graduación,otros decían y repetían en privado que un buquefondeado en medio de una bahía, en la estaci6nmás favorable del año en aquel clima, respecto átemperatura; con casi todos sus hornos apagados,en hora silenciosa y tranquila de la noche, no eraprobable, no era verosímil que repentinamentevolase hecho pedazos por accidente interno; queacaso manos criminales acercaron á su costado elpetardo eléctrico destJuctory homicida, causanteúnico del desastre.: La incertidumbre, la suspicacia popular no halla­

han ocasi6n de calmarse, sino muy al contrario,'cuando aparecían en los peri6dicoS' noticias par-

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tidas de la Habana y de Madrid, afirmando comohecho indiscutible que ni el Comandante del Mameni la mayor parte de sus oficiales se encontrabaná bordo en la noche de la explosi6n. Esto, á habersido exacto, poco 6 nada significaría en cuanto á­la causa del accidente; pero sabíase con certeza enlos Estados Unidos que el Comandante escribía ensu cámara y había corrido á la cubierta al sentir lasacudida y oír el estruendo, como también que losoficiales allí estaban, contándose dos de ellos, cuyosnombres se decían, en la lista de las víctimas (r).

También mucho disgustaron luego las exclama...ciones de indignación del General Blanco, precip¡'tadamente comunicadas á España, y de ahí á todaspartes por el Ministro de Estado, suponiendo lasmás aviesas intenciones en el oficial americano quesolicitó su consentimiento para despejar por mediode pequeñas cargas de dinamita los escombros departe del Maine, una vez terminadas las visitas yacabado el examen de los encargados de averiguar.la causa de la explosión. Su objeto único era extraerde allí los numerosos cadáveres que aún quedabanbajo la enorme masa de hierro encajada en el fangodel fondo de la bahía, y sepultarlos decentemente.Ante la estrepitosa vocería que se armó, se aban­donó el inrento, los restos permanecieron insepul­tos, y el Gobierno americano, al tomar en Enero

(1) Todavia en libro de un espafiol liberal y no amigo deWeyler : Arturo Amblard, Notas Coloniaw, publicado en Ma­drid, 1904, se repite 111: misma afirmaci6n tantas veces desmen",tida en los Estados Unidos.

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de 1899 posesi6n del puerto de la Habana, sin dudaconsider6 que era ya demasiado tarde para el ob­jeto antes pretendido; y ahí están todavía, diezaños después, tales como se encontraban á raíz delaccidente, los restos del Maine, solamente un pocomás hundidos en el fondo de la bahía; sin haberlogrado hasta ahora la república de Cuba desta­jista que se encargara de la obra de su extracci6n.

El tribunal naval americano pronunci6 su falloel 22 de Marzo. Conforme á él había sido el Mainedestruido por la explosi6n de una « mina subma­rina, sin que el tribunal haya tenido á su disposici6n(agrega) medios ni manera de inquirir y determi­nar sobre quién 6 quiénes deba recaer la responsa­bilidad del suceso )j. El Gobierno español por suparte comunic6 al de los Estados Unidos, con fechadel 3 de Abril, el resultado de sus investigaciones,afirmando 10 contrario: que provino la pérdida delbuque de accidente interior, cuya naturaleza tam­poco él había tenido medios de fijar y esclarecer.

Es probable que el caso continúe perpetuamenteen el mismo estado, con sus dos fases, sus dos as­pectos : cada parte comprometida á creer 10 quesus peritos y representantes aseguraron.

Bast6 saber al pueblo americano, simplificandola cuesti6n bajo el dominio de su persistente emo­ci6n, que los buzos habían encontrado en el cascodel buque, bajo la línea de flotaci6n, el agujero ini­cial de la explosi6n, con las planchas de hierro ensu borde vueltas hacia adentro y torcidas haciaarriba. Recordaron entonces que la Habana oficial

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DE E8PA&A EN AMÉRICA 173

de aquel período se hallaba en verdadero estado deanarquía, como 10 demostr6 el motín del I2 deEnero, encabezado, según el informe de su C6nsul,por militares que gritaban: ¡Viva Weyler y MueraBlanco! De ahí á calcular que pudo haber algúnantiguo empleado importante, 6 alto oficial deVoluntarios exaltado, con relaciones bastante ín­timas en el Arsenal para conseguir secretamenteun torpedo eléctrico de los numerosos que envi6 elAlmirante Beránger, y, con la complicidad de otros,ir á las calladas, de noche, en un bote, á plantarlojunto al barco de guerra de la odiada naci6n, causaimpulsiva de todas las desgracias que en la islaafligían á los buenos españoles; y desde tierraenviar luego por alambres el fluído necesario parala chispa y la explosi6n, no había más que un cortopaso que andar; y 10 anduvo el pueblo americano.

El Comandante del Maine y el C6nsul generaldeclararon ante una comisi6n del Senado de los Es­tados Unidos su convicci6n profunda de que todohabía pasado de esa, 6 de otra manera parecida;y ambos dieron cuenta de los insultos y alardes dehostilidad contra los Yanquis cochinos y su podridaescuadra, de que tuvieron noticia por medio dean6nimos, de hojas impresas, que á guisa de anun­cios hasta en las calles al pasar les introducían enlas manos, así como de las voces y gestos desprecia­tivos que veían y oían los oficiales y tripulantesdesde la cubierta del Maine, proferidos por algunosde los que constantemente, en los lerryboats queviajaban de un lado al otro de la bahía, pasaban

10.

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juntO' al· buque. Sin haberle antes dado importan­cia,volvía todo ahora á robustecer ominosamentelas sospechas (1).

A su vez el pueblo español igualmente reeordabeque el de los Estados Unidos, codiciando desdetiempo ya remoto apoderarse de Cuba, había aH­mentado sin cesar con dinero, armas, municiones,y hasta con gente también, las revoluciones de laisla. Sentíase ahora más convencido que nunca deque solamente se buscaba la oportunidad de unpretexto, decente 6 correcto en apariencia, conobjeto de realizar el sueño dorado de tantos años.

La guerra, por consiguiente, era inevitable. Am­bas naciones, como de Francia y Prusia antes de1870, dijo el famoso periodista francés, Prévost­Paradol, á manera de dos trenes de ferrocarril, lan­zados á todo vapor sobre unos mismos rieles en di­recciones opuestas, tenían indefectiblemente quechocar y producir la catástrofe.

:Muy fina y hábilmente había de trabaj ar la di­plomacia de los gabinetes neutrales de Europa siquería evitar el conflicto, y bien de temerse eraque España, herida en lo más vivo, en 10 más sen­sible de su orgullo nacional, no le facilitaría los me­dios de salir airosa en tan ardua tarea.

(1) CMUlilion o/ a//airs in Cuba. - Stal&nt8?lI be/OH 'luISenal& 01 Ch. D. SIGSBU, March 31, 18g8, p. 486-7. StaI&me'lto/ Bon. Fitz1lug1l Lee, April 12, 18gB, p. 532. - .A Bistory o/,1ItJ SpanwIJ..,Amencafl War, by R. H. TitheriJ1gton, New~

York, 19oa, p."67. - Twent'Y Years o/ '"tJ RtJpublic by HanyThurston Peck, New-York, 1907, p. 540.

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JI

Entrevista entre el Secretario de Estado y el Plenipoten­ciario americano. ~ Las grandes Potencias. - Acuer­dos del Congreso de los Estados Unidos. - El Ministroamericano pide el aniústicio. - Intervención del Ponti­fice. - Mensaje final del Presidente. - Resolución con­junta. - Retirada de los plenipotenciarios.

La larga serie de espinosas cuestiones, por tantotiempo debatidas entre España y la rep-ública an­gloamericana, se estrecha y por sí misma ahora sereduce á una sola, capital. En ella todo se concen­tra y se transforma, y dentro de sus bien definidoslímites se encrespa, se agrava y exige en los másapremiantes términos una solución radical defini­tiva. Acabaron de una vez recriminaciones inútiles.escapatorias, falsas apariencias, de un lado comodel otro. Los Estados Unidos se resuelven á pedir,cueste 10 que cueste, que Cuba sea independientede España, que ésta retire del suelo de la isla suejército, Stlsbarcos, su burocracia civil y militar.Es la expiación solemne y completa que imperiosa­mente demandan los manes de los que perecieronen el M aiM. A ta1 desenlace, por la incontrastable

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.....

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fuerza de la l6gica de los hechos, han venido á cul­minar la estrategia politica de Cánovas, la recon­centraci6n de Weyler y los subterfugios desespera­dos de los últimos ministros que en nombre de so­beranos de España gobernaron en América.

El 22 de Marzo de r8g8 el Ministro norteameri­cano en Madrid, General Stewart L. Woodford.pidi6 al Secretario de Estado una entrevista parael siguiente día; hízolo por medio de esquela cuyasúltimas palabras, inusitadas, curiosas, y hastacándidas, algo extraño y grave parecían desdeluego anunciar: « Como mi conocimiento del espa­ñol es muy limitado, agradecería á V. E. invitaraá su colega el Sr. Moret, para que estuviera presenteá nuestra entrevista y pudiera interpretarla cuida­dosamente 11.

Di6 principio el General republicano á la con­versaci6n entregando á ambos Ministros una«manifestaci6n escrita 11 que traía, ya redactada encastellano, en estos términos: « Al empezar nuestraentrevista debo decir á Ustedes que el informesobre el Maine 'se halla en poder del Presidente.No estoy autorizalio para dar á conocer las tenden­cias ni las conclusiones del mismo, pero sí lo estoypara declararles que si dentro de muy pocos díasno se llega á un acuerdo satisfactorio que asegureuna paz inmediata y honrosa para Cuba, el Pre­sidente no podrá por menos de someter en su tota­lidad al Congreso para su decisi6n la cuesti6n de lasrelaciones entre España y los Estados Unidos, com­prendiendo también en ella el asunto del Maine.

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DE B8PA&A EN AMÉRICA 177

Comunicaré inmediatamente por la vía telegráficaal Presidente cualquiera indicaci6n que al efectopueda formu1ar España, y espero recibir dentro demuy pocos días alguna proposición concreta, queequivalga al establecimiento inmediato de la pazen Cuba».

Recibida por los dos Ministros esta « manifesta­ci6n », que, aparte de su mediano español, eracomo una descarga de p61vora sin bala, precediendoá otra más mortífera anunciada, quiso ante todo elMinistro de Estado español dar cuenta del grandeapuro en que 10 ponían, á sus representantes en lospaíses extranjeros, para que 10 comunicasen prontoá los respectivos Ministros de Negocios Exterioresde las Cortes donde estaban acreditados. De éstosreclamaba en su despacho telegráfico « amistososoficios para que el Presidente de los Estados Uni­dos conserve en la jurisdicci6n del Ejecutivocuanto se refiera á las cuestiones 6 diferencias conEspaña, á fin de llevarlas á términos honrosos. Ytan convencida está España de la raz6n que leasiste y la prudencia con que obra, que no vacila,si el prop6sito referido no se alcanza, en solicitardesde luego el consejo de las grandes Potencias, yenúltimo término su arbitraje, para dirimir las dife­rencias pendientes y lasque en un porvenirpr6ximo puedan perturbar una paz que la Naci6nespañola desea conservar hasta donde su honor yla integridad de su territorio 10 consientan, no s610por 10 que á sí misma concierne, sino también por10 que la guerra, después de encendida, pudiera

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178 CÓMO ACABÓ LA DOMINA.OIÓN

afectar á los detnás países de Europa y América ».Las respuestas diplomáticas ·fueron poco á pocollegando á Madrid; y, como· si de antemano sehubiesen puesto de acuerdo, asumían todas idén­tico tono de tibia y estéril simpatía.

Más difícil que dirigirse á supuestos amigos. de..·bía ser el contestar al principal interesado,estoes,al Enviado de Mac-Kinley, yno estuvo en verdadbien inspirado el Ministro al redactar su réplica.Llámala también, como el otro, « Manifestaciónescrita» y lleva fecha de Marzo 25. Con ·rara faltade tacto comienza tocando en ella, por primera vez,punto enteramente ajeno á la cuesti6n ·enese ins­tante debatida: «un dato (dice) queen algo modificalos términos de las cuestiones brevemente tratadasen la conversaci6n del 23 »; con 10 cual alude á «laautorización pedida por el Capitán del croceroMaine para volar con dinamita los restos de dichobuque, destruyendo así las únicas pruebas que, en'caso de duda 6 de disidencia, pudieran otra vezexaminarse para comprobar, si fuere preciso, elorigen y carácter de la catástrofe ll. No imaginabapor de contado el Ministro la muy sencilla explica­ci6n que el « dato II tenía, y que ya está aquí indi­cada. Woodford inmediatamente la comunicó, yno pudo el Ministro abultar más el incidente.Fuéempezar por un golpe en vago, inoportuno.

Pierde luego tiempo también tratando 'de em;e..

ñar al Presidente de los Estados Unidos 10 que conel infome de su propia Comisi6n debiera hacer,no siendo naturalmente de su gusto 10 que Wood-

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DE ESPAÑA EN AMBRICA 179

ford le había anunciado. Cuanto á 10 esencial, alultimátum de « muy pocos días para el estableci­miento de la paz », responde que el « Gabinete deMadrid nada puede en este orden de ideas sin lanatural intervención de las Cámaras insulares 11; ­

de esas pobres Cámaras que no se habían reunidotodavía, cuyos miembros no estaban aún elegidos,cuyas futuras facultades locales, limitadísimas entodo de antemano, expresamente no alcanzaban,conforme al decreto orgánico de autonomía, á ma­teria alguna que de lejos ó de cerca pudiera trope­zar ó rozarse con la soberanía de la metrópoli;cuando en fin y en sustancia la cuestión pendienteera si había de continuar España disponiendo 50­

beranamente de la suerte de Cuba, alargando óacortando la cadena que la sujetaba. Toda la ma­nifestación no aborda siquiera una vez el fondo dela materia, llénanla voces y palabras, praetereanihil; Y la realidad en tanto estaba allí presente,visible, que inexorablemente pedía concreta é in­.mediata solución.

En Wáshington los sucesos se precipitabanmientras tanto. La Cámara de Representantesacordó el' 8 de Marzo por voto unánime autorizaral Presidente á disponer, por su propia cuenta y áSU parecer, de ·la suma de cincuenta millones deioUars, aplieados á la defensa nacional. Voto idén­tico emitió el Senado al siguiente día. Ordenó tam­bién,la Cámara que se formasen nuevos regimien­tos ¡de artillería. Todo esto sin emoción excesiva,sin >estrépito, antes de .conocer elveredicto>,.del

I

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180 CÓMO ACABÓ LA DOMINACIÓN

Board naval sobre la explosión, que aguardabancon intensa curiosidad. Recibieron por fin ese do­cumento para ellos decisivo el 28 de Marzo; acom­pañábalo breve Mensaje del Presidente, anun­ciando que habia aún negociaciones pendientescon el Gobierno español, y aplazando para un pocomás adelante tratar la cuestión misma con mayordetención y penetrar en ella más á fondo.

En las palabras mesuradas del Presidente, en elmodo como fueron acogidas, en el orden, la calma,la compostura, rasgos no comunes en la ~ámara

popular, generalmente agitada y bulliciosa, adivi­nábase la aproximación de algo nuevo, decisivo ygrande.

La comunicación anunciada para el 4 de Abril,10 fué luego para el 6, y continuó demorándose dedía en dia, entre otras causas, con objeto de dartiempo de reunirse y retirarse de la Habana juntocon el Cónsul general á los ciudadanos de los Esta­dos Unidos que allí quedaban; temerosos, sinfundamento serio acaso, de algún desmán á úl­tima hora del patriotismo enardecido de los Vo­1untarios.

Seguianse entretanto en Madrid sin interrupciónlas negociaciones anunciadas, y el 29 de Marzohabía presentado Woodford un papel con título deAput:te en que enumeraba las pretensiones de suGobierno en esta forma:

II I.o El Presidente me encarga explicarme di­recta y francamente con Vuecencia acerca de la-ondición actual de los asuntos de Cubay del estado

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DB BSPAÑA BN AMBRICA 181

de las relaciones entre España y los Estados Unidos.« 2.° El Presidente piensa que no hay ventaja

alguna en discutir los puntos de vista diversosque respectivamente tienen sobre estos asuntosambas naciones. Seria esto ocasión de discusionesy controversias que podrian alargar, y aun impe­dir quizás, una resolución inmediata.

« 3.° El Presidente me encarga diga á V. 'E. quenosotros no deseamos ni queremos posesionarnosde Cuba; ,

« 4.° También me encarga decirle con la mayorclaridad que deseamos la inmediata pacificación deCuba;

« 5.° Para este:fin sugiere la idea de un armisticioque desde ahora dure hasta el 1.° de Octubre, du­rante el cual se negocie para obtener paz entreEspaña y los insurrectos, contando con los aInis­tosos oficios del Presidente de los Estados Unidos.

« y 6.° Desea también la revocación inmediatade la orden relativa á los reconcentrados, de modoque las gentes puedan volver á sus propiedades, alpar que sean socorridos los necesitados con ali­mentos y recursos enviados por los Estados Uni­dos. Los Estados Unidos cooperarán á este :fin conlas autoridades españolas, para que el remedio seacompleto y efectivo. »

El Ministro de Estado contestó á este A punteel 31. Insiste en lo de antes : esperar la reunión delParlamento insular, pero con ingenuidad, incons­ciente tal vez, agrega : « Entendiéndose que no poreso se amenguan y disminuyen las facultades reser-

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182 C6MO ACABÓ LA DOMINACIÓN

vadas por la Constituoi{>n al Gobierno central ».

Repite 10, del arbitraje sobre la catástrofe delMaine, y respecto al punto capital, al armisticio,no se resuelve á aceptar más que « una suspensiónde hostilidades, pedida por los insurrectos al Ce­neral en jefe, á quien corresponderá en este casodeterminar el plazo y las condiciones de la suspen­sión ¡l. Otra vez el mismo regatear, concederlo me­nos posible, porfiar, y perder el tiempo I

y luego, en el mismo día, la circular de siempre álos representantes en el extranjero, para conoci­miento de las Cancillerías! Más digno parece quehubiera sido negarse á todo desde luego, como ála postre tuvo que ser, é ir derechamente al desen­lace, que se veía venir, ineluctable.

Faltaba.todavía otro extraño episodio para com­pletar la serie de tentativas, inútiles en sí, y másinútiles por el constante eludirlas de parte de Es­paña. Un prelado cat6lico americano, MonseñorIreland, Arzobispo de San Pablo, en el estado deMinnesota, acudi6 á Wáshington, por orden de SuSantidad el Papa, con carácter de mediador ofi­cioso, para trabajar en favor de la paz. Di6 pasosmás 6 *enos discretos entre personas de algunainfluencl8. en aquella capital, se declar6 convencidode que Mac-Kinley y un pequeño circulo de amigosdel Presidente deseaban evitar la guerra; y a).en­tado por sus informes se decidi6 el Pontífice ·ro­mano á brindar sus buenos oficios á ambas partes.Empe7AS por España, pues Mac-Kinley, y es punto .esencial en la cuestión, no autorizó las gestiones del.

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DE ESPAÑA EN AMÉRICA

Arzobispo, ni aun indirectamente solicitó de él in­tervención alguna. No podía ser de otra suertecomo desde luego 10 comprenderá todo el que sepael recelo con que la enorme mayoría protestante quecontiene la República ha mirado siempre toda in­mixtión de la Iglesia y el clero católicos en la poli,"tica, y todo esfuerzo para acrecer por esa senda suprestigio y su influencia.

Cuando el Ministro de Estado supo en Madridpor medio de su Embajador cerca de la Santa Sede,que se daban estos pasos en su favor, como cegadosiempre por la venda que la fatalidad mantenía ensus ojos, vió desde luego en el incidente 10 que enél no había, y escribió de este modo á su represen­tante : « Desde el momento en que el Presidente delos Estados Unidos se halla dispuesto á aceptar el.apoyo de Su Santidad, la Reina de España y suGobierno acogerán agradecidos su mediación, ypara facilitar la elevada misión de paz y concordiaque S. S. inicia, prometen también acoger la pro­puesta que de una suspensión de hostilidades for­mule ó trasmita el Santo Padre, haciendo presenteá S. S. que al honor de España conviene vaya unidaá la tregua la retirada de las aguas.de las Antillasde la escuadra am8ricana, con objeto de que la repú­blica norteamericana demuestre también su pro­pósito de no atentar ni sostener voluntaria ni invo­luntariamente la insurrección de Cuba. » No com­prendía, bien se ve, que. no era ya hora de imponercondiciones, y mucho menos tan exigentes é insen,.satas. La.escuadra americana estaba en Cayp

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Hueso y en otros lugares más al norte y al oeste,es decir, en sus propios puertos, en su casa, yenel mar que la baña, á cientos de millas a vecespor consiguiente de aguas jurisdiccionales de lasAntillas. Y todo eso 10 sirve bien adobado con susal y su pimienta: « Porque así cumple al honorde España.»

Ignórase de qué antecedentes dedujo el Ministroque el Presidente estaba dispuesto á aceptar desdeluego, á ciegas, la intervención de Su Santidad;pero sean cuales fueren, es claro que nuevas condi­ciones, tan inesperadas, y en tan altivo tono expre­sadas en momentos de tanta gravedad, equivalíaná suprimir por parte de España toda probabilidadde éxito, á quitar toda base firme al apoyo ofrecidopor el Papa; y asimismo resultó.

Su Santidad no podia proponer la imprevistadisyuntiva al Presidente Mac-Kinley, que no habíasolicitado directamente su intervención, y el Mi­nistro por tanto embarazaba como de propósitodesde Madrid los movimientos del que buscabamodo de salvarlo de la difícil y desagradable situa­ción en que se encontraba.

Es evidente que no se daba el Ministro cuentacabal de 10 que en aquella hora critica ocurría. Noveía que del otro lado del Atlántico un país enterocon más de setenta millones de habitantes se sentia,se creía, á 10 menos, agraviado por el Gobierno deMadrid y por los españoles de Cuba, y pedía laindependencia de la isla, la retirada de España delsuelo, donde, según la explícita declaración de sus

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DB BSPAÑA EN AMÉRICA 18S

propios Generales, nadie « la podía ver ll, comoexpiación de las crueldades de la última campañay de la catástrofe en el puerto de la Habana. Noera cuestión prevista por el derecho internacional,ni que pudiera ser tratada conforme á sus doctri­nas. Era cuestión de sentiIniento de una y otraparte, y desde el momento que España se negabaá discutir y negociar la independencia de la isla,ni con los cubanos solos, ni con ellos y los EstadosUnidos, la cuestión se hacía insoluble por los mediospacíficos ordinarios.

El armisticio, tal como en un principio 10 pro­puso el Presidente Mac-Kinley, hubiera podido seruna solución. Con las cortapisas desde luego im­puestas por España, y pedido como confesión dederrota por los insurrectos, era irrealizable, y sinobjeto práctico además. Los cubanos veían conclaridad pedecta la situación, no querían arreglocon España que entrañase la continuación de susoberanía, esperaban su independencia, y sabíandemasiado que podian contar con la poderosa in­tervención de la gran república vecina.

Todavía una vez más los amigos de España enEuropa juzgaron piadoso insistir, convencerla de lanecesidad de ir un poco más lejos y conceder algomás. Los represE:Utantes de las grandes Potenciasacreditados en Madrid fueron con ese objeto el 9de Abril á visitar en su dOInicilio particular al Mi­nistro de Estado, y éste en la tarde del mismo díales contestó por escrito así :

u Para corresponder á la gestión confidencial por

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J 86 CÓMO ACABÓ LA DOMINACIÓN

Vuecencias realizada, y satisfacer á la vez los de­seos del Pontífice, el Gobierno de Su Majestad haresuelto participar al Santo Padre que con estafecha previene al General en Jefe del ejército deCuba que conceda inmediatamente una suspensiónde hostilidades por el tiempo que estime prudencialpara preparar y facilitar la paz anhelada. » Esdecir, por el tiempo y bajo las condiciones que elGeneral en Jefe, una sola de las partes, estime pru­denciales. Era poco, y llegaba demasiado tarde.

Treinta y seis horas después hacía depositar el- Presidente en las oficinas del Congreso Nacional eltan anunciado y retenido Mensaje. Descargaba enél sobre ambos cuerpos legisladores y soberanos elpeso de las negociaciones infructuosas que portanto tiempo había llevado encima, y después depresentar extensamente las diversas fases de lacuestión, concluye en estos términos : « Probadoestá ya por larga experiencia que España nadapuede obtener de aquello por qué ha estado ha­ciendo la guerra. El fuego de la insurrección puedelanzar llamas, ó arder entre cenizas, conforme alvariar de las estaciones; pero es evidente que porlos medios empleados ni ha sido extinguido ni

, puede serlo. La única esperanza de remediar yaquietar una situación ya insoportable,es una paci­ficación impuesta por nosotros. En nombre de lahumanidad, en nombre de la civilización, en obse­quio también de intereses americanos en peligro,que nos dan el derecho de alzar la voz, la guerrade Cuba tiene que acabarse.

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DE· ESPAÑA. EN AMÉRICA 187

«. En vista de estos hechos y estas considera­ciones, pido al Congreso'que autorice y faculte alPresidente para tomar las medidas que asegurenla cesaci6n completa, definitiva, de las hostilidadeseJ.tre el Gobierno'de España y el pueblo de Cuba;y para implantar allí un gobierno estable, capaz demantener el orden y de cumplir deberes interna­rionales, afirmando la paz, la tranquilidad y laseguridad de sus ciudadanos, tanto como de losnuestros; y para emplear las fuerzas de mar ytierra de los Estados Unidos hasta donde necesariosea para lograr esos objetos.

('( La soluci6n depende ahora del Congreso. Esbien grave y solemne la responsabilidad que le in­cumbe. Yo he agotado cuantos esfuerzos á mialcance estaban, para remediar una situación deC09QS intolerable á nuestras mismas puertas. Prontoá ejecutar los deberes que la Constituci6n y las

-leyes sobre mí imponen, aguardo vuestros acuer-.dos. »

Como el suceso del Maine es siempre, en esteMensaje 10 mismo que en las deliberaciones del Par­lamento, móvilmuy principal de cuanto acontecía

.é iba á acontecer, importa recordar 10 que sobreél, se dice en· este me~tado y trascendental docu­'mento:

" He trasmitido ya al Congreso el informe de laComisi6n naval, encargada de investigar la des­trucci6n del battleship Maine en el puerto de la-Habana la noche del 15 de Febrero. La pérdida de'ese hermoso barco llen6 de indecible horror el cora-

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188 COIIÓ ACABÓ LA DOMINACIÓN

zón de la república. Doscientos cincuenta y ochobravos marineros y soldados con dos oficiales denuestra Marina, que creían reposar tranquilos enel seno de un puerto amigo, fueron precipitados ála muerte, dolor y angustia derramados en sushogares y un duelo profundo en la nación.

«La Comisión naval, que por de contado mereceá este Gobierno confianza cabal, declaró unánimeque la destrucción del Maine fué producida poruna causa exterior, por una mina submarina. Notuvo medios de determinar á quién corresl'ondíala responsabilidad directa de ello. Es punto ésteque permanece en suspenso. De todos modos, elsuceso, sea cual fuere la causa exterior, es pruebapatente é impresionante de que hay en Cuba unestado de cosas intolerable de un todo, pues llegahasta el extremo de no poder el Gobierno españolbrindar seguridad é inmunidad en el puerto de laHabana á un barco de la Marina de guerra ame­ricana, le~timamente allí conducido en misión pa­cífica. »

La cuestión cambiaba, pues, de terreno, pasabadel poder Ejecutivo mesurado y circunspecto á laarena revuelta y el volcánico discutir de las asam­bleas políticas, donde inevitablemente penetra yrepercute el eco de las pasiones populares. Es 10que con razón sobrada temía y decía el Ministro deEstado desde Madrid, - aunque sin hacer 10 sufi­ciente para impedirlo.

Una semana entera de discursos, réplicas y con­trarréplicas, y hasta de gritos y recíprocos insultos.

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DE B8PA&.A. EN AMÉRICA

necesitaron Senado y Cámara de Representantespara ponerse de acuerdo y adoptar conjuntamentela Resolución final, que otorgaba al Presidente lospoderes pedidos, de una vez cortaba el nudo conel hierro, y daba fin á la inextricable y larga contro­versia entre las dos naciones. Quizás desde los tiem­pos remotos del Senado romano no había expedidoasamblea deliberante alguna decreto politico deresultados inmediatos tan grandes é importantescomo los que desde luego envolvía para el porvenirde Cuba, y también de los Estados Unidos y deEspaña, esta Resolución conjunta, de memoria in­mortal, acordada después de la media noche del 18de Abril de 18g8 y firmada el 20 por el Presidente,en esta forma :

« Por cuanto las detestables condiciones, en quepor más de tres años se ha encontrado isla tanpróxima á nuestras riberas como la de Cuba, hansublevado el sentido moral del pueblo de losEstados Unidos, han sido un desdoro de la civili­zación cristiana, culminando, como en el caso pre­sente ha sucedido, en la destrucción de un buquede guerra de los Estados Unidos, con doscientossesenta y seis (1) de su oficialidad y tripulación,hallándose dicho barco en visita de amistad alpuerto de la Habana; y no pueden ya soportarse

(1) El número de victimas de la explosión oscila e¡1 diverSOlldocumentos, oficiales y semioficia1es, entre doscientos sesentay doscientos sesenta y seis, según se incluyen 6 no en él muertesocurridas posteriormente, y atribuidas é consecuencias de laexplosión : murieron 266, se salvaron 88.

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más tiempo, como nos lo participa el Presidentede los Estados Unidos por medio de su Mensajeal Congreso de II de Abril de 18g8, en el cual pro­voca la acci6n del Congreso;

«Por tanto, el Senado yla CámaTa de Represen­tantes de los Estados Unidos de América, reunidosen Congreso, resuelven:

Primero. Que el pueblo de la is1a de Cuba es yo por derecho debe ser libre é independiente.

Segundo. Que es el deber de los Estados Unidospedir, y el Gobierno de los Estados Unidos aqui 10pide, que el Gobierno español renuncie inmedia­

, tamente á su autoridad y dominaci6n en Cuba yretire sos fuerzas terrestres y navales de Cuba y delas aguas de Cuba.

Tercero. Que el Presidente de los Estados Unidosreciba por las presentes el enca.rgo y el poder de em­plear las fuerzas de tierra y de mar de los EstadosUnidos y' llamar al servicio activo de los Estados

,Unidos las milicias de los diversos Estados, hasta elgrado necesario para ejecutar esta resoluci6n.

Cuano. Que los Estados Unidos por las presentes;declaran no estar dispuestos, ni tener la intenci6nde ejercer soberanía, jurisdicci6n 6 dominio sobredicha isla, excepto en cuanto á su pacificaci6n serefiera, y afirman estar determinados á entregarsu gobierno y dominio al pueblo de la isla, una vezcoaseguida esa pacificaci6n 11.

o La resoluci6n fué votada en la Cámara por3II votos contra 6, en el Senado por 4z contra 35 ;pero esta última minoría no estaba compuesta de

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DB B!PAÑA. EN A.IÚ:RICA IgI

adversarios de la independencia de la isla, sino alcontrario; pues en escmtinio anterior habían vo­tado 6'¡ contra 21 un proyecto de resolución que in·cluía el recronocimiento expreso de la República,de Coba tal como estaba ya constituida; y comola Cámara no consintió en ese reconocimiento, los'que esto querían votaron luego con la minoría, quede este modo subió á la cifra expresada., El día mismo que :firmó el Presidente la teSO­

lución conjunta, pidió sus pasaportes el nuevo Mi­nistro de España, Sr. Polo de Bernabé, hijo delAlmirante del mismo apellido, que en Wáshington'desempeñaba idéntico cargo cuando ocurrieron lasdesavenencias á consecuencia de la matanza·de lospuajeros y tripulación del Vi"ginius en 1873, di­ficultad que logró arreglar de una manera en sumano muy desventajosa ni humillante para España.Ahora los tiempos habían cambiado, y ni el padreni nadie hubiera logrado contener la oleada in­mensa que levantó el Mmne al hudirse destrozadoen la bahía de la Habana.

Ita escena paralela en Madrid fué un poco másturbia 6 más revuelta, sobre todo más caracterís­tica. De Wáshington remitieron á Woodford por1:elégrafo copia del texto de la Resolución conjunta,con orden de comunicarla al Gobierno español,unida á formal demanda de renunciar á toda auto­ridad y dominio sobre la isla de Cuba, y retirar deidlí sus fuerzas, con notificación al mi<>mo tiempode las intenciones del Presidente respecto al porve­nir de la isla; fijando por último á España plazo

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hasta las doce del día 23 de Abril, para contestaren la forma que le conviniese. El telegrama estabaescrito en claro, no en cilra; llegó á la dos y medíade la mañana del 21 á poder del Ministro americano,habiendo sido, como era forzoso, leído antes enlas oficinas españolas de Gobernación y Estado.El Ministro español no gastó tiempo en tener fijadasu conducta, pues á las siete de la misma mañanarecibió Woodford del Ministerio de Estado estanota:

« En cumplimiento de un penoso deber tengo lahonra de participar á Vuecencia que, sancionadapor el Presidente de la República una Resoluciónde ambas Cámaras de los Estados Unidos que, alnegar la legítima soberanía de España y amenazarcon una inmediata intervención armada en la islade Cuba, equivale á una evidente declaración deguerra, el Gobierno de Su Majestad ha ordenado ásu Ministro en Wáshington que se retire sin pér­dida de tiempo del territorio norteamericanocon todo el personal de la Legación.

« Por este hecho quedan interrumpidas las rela­ciones diplomáticas que de antiguo existían entrelos dos países, cesando toda comunicación oficialentre sus respectivos Representantes, y me apfe60suro á ponerlo en conocimiento de Vuecencia áfin de que adopte por su parte las disposiciones .que crea convenientes.

« Ruego al propio tiempo á Vuecencia se sirvaacusarme recibo de esta Nota, y aprovecho, etc.'P)w Gull6n ll.

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DB BSPAÑA EN AHÉRIOA 193

El Plenipotenciario contestó en el mismo dia deesta manera:

a: Tengo el honor de acusar recibo hoy por lamañana de su Nota de esta fecha informándomeque el Ministro español en Wáshington ha reci­bido orden de retirarse con toda su Legación y salirsin pérdida de tiempo del' territorio de Norte­América. Vuecencia también me informa que poreste acto quedan rotas las relaciones diplomáticasentre los dos países y cesan las comunicacionesentre los respectivos Representantes. Por 10 tanto,he telegrafiado hoy al Cónsul genera! de Américaen Barcelona que ordene á los Representantes con­sulares entreguen sus respectivos Consulados á losCónsules británicos, y salgan de España en seguida.Por mi parte he entregado esta Legaci6n á la Em­bajada de Su Majestad Británica en Madrid. EstaEmbajada se encargará desde ahora de los interesesamericanos en España. Yo suplico ahora pasa­porte y salvoconducto hasta la frontera francesapara mí y el personal de esta Legación. Me pro­pongo salir esta tarde á las cuatro para Paris.

a: Aprovecho etc. Stewart L. Wood/o1'd ».

EI Ministro de España en Wáshington habíapartido de a11i en la noche del 20 para el Canadá,con toda la Legación, y llegó á su destino, sin nove­dad alguna en el caminQ, habiendo dejado los in­tereses españoles confiados á las Legaciones deAustria y de Francia.

El Gobierno español juzgó prudente proveer deescolta militar el tren en que partía el diplomático

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americano, y gracias á ella no sucedió algo.deplo­rabIe en la estación de Valladolid, donde una tur­bamulta acudió á gritar: ¡Mueran los yanquis! yátirar piedras al tren. También se intentó, cuenta'Woodiord, detener á uno de sus secretarios, pocoantes de llegar á la frontera (I). En Barcelonahubo ese día tumultos sin serio resultado, ylo másgrave que en Madrid pasó fué echar al suelo eláguila de bronce que decoraba en la calle de Alcalála puerta de una compañía americana de seguros.

, Comprétidese por la manera como supo Wood­ford de su Gobierno, en la madrugada del 21, queel Ministro de Estado leyó antes que él la comu­nicación telegráfica recibida en claro, que conocióasí de antemano el 14ltimáHlm, y se decidió por estaraz6n á adelantar el resultado, é intimar al diplo­mático norteamericano la mptura de toda especiede relaciones ofici~s. « El Gobierno de Su Majes­tad al obrar de esta suerte, " dijo Gull6n en tele­grama circular á sus delegados en el extranjero,I se ha propuesto evitar la presentaci6n del uUímá­tum americano, que habrla constituido una nuevaofensa ». Es licito dudar de la oportunidad y con­veniencia de esta susceptibilidad, tal vez exage­rada. El ultimátum no contenía ofensa que no estu­viese ya incluida en la resolución conjunta, y hu­biera podido contestarse al uno'y á la otra con ladignidad y el orgullo que nunca falt6 en las notas

(1) TM American-Spaflis1l Wa,., Nonrich, Conn. 1899. (pro­lotro eanito por Mr. WOODPOJlD. p. 12).

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DE ESPAl'l'A EN AMÉRICA 195

del Ministro de Estado. En cambio, el precipitadopaso trajo algunos perjuicios á terceras personas,sobre todo á españoles dueños 6 consignatarios debuques mercantes. El Gobierno americano, al sa­ber la intimaci6n á Woodford de quedar rotas lasrelaciones entre ambos países, y el considerarEspaña la resoluci6n conjunta como « evidente de­claraci6n de guerra n, di6 por rechazado y anu­lado el plazo, por recibida y aceptada oficialmentela declaraci6n de guerra, y por abiertas las hosti­lidades el 2I de Abril: así además 10 confirm6 elCongreso; y no tuvieron, pues, los capitanes yarmadores tiempo suficiente para hacer entrar enla Habana sus barcos antes del bloqueo. El Almi­rante de la poderosa escuadra reunida en CayoHueso y alrededores, recibió el despacho ordenán-

. dole bloquearlas costas que tenía enfrente, casi á 'la vista. De esa manera fueron sorprendidos yapre­sados buques que no habían previsto tal percance,que no 10 habrian sido, si hubiera implícitamenteaceptado España el plazo que le daban, replicandoal tercer día en el tono y forma que le acomodara,y reservándose así la última pa1abr~ en el desagra­dable desenlace.

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III

Memorándum español. - Sagasta y el decreto de Auto­nomía. - Fragmento de discursos de Cánovas. y pala­bras suyas en Consejo de Ministros. - Cuestión de LasCayolinas. - Cánovas y la guerra con los Estados Uni­dos. - Confianza del pueblo español. - El Gobiernoespañol forzado á consentir en la guerra.

No es fácil todavía darse hoy cuenta cabal y sa-. tisfactoria de las consideraciones que en el Ca­bierno español influyeran para aceptar así, tanpronto, sin titubear, al parecer sin estremecerlela idea de las posibles consecuencias, una guerraque para la nación había de ser tan costosa y tanterrible. Es verdad que en el Memorándum de23 de Abril, escrito por el Ministro de Estadoa para ser conservado en los archivos de las Emba­jadas y Legaciones» de España en todo el mundo,se dice al concluir: « Con tranquila serenidad espe­ran el choque el pueblo y el Gobierno español, deci­didos todos y cada uno á vender caras sus vidas y ádefender, por cuantos esfuerzos alcancen, la legí­tima é histórica integridad de su territorio. Sin ridí­culos alardes, pero con la fiera energía del que ha

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DE ESPAÑA EN AMÉRICA 197

sabido conquistar en la Historia nombre y fama~vidiables, defenderá con las armas el puebloespañol su derecho á permanecer en América, sinque le arredre la magnitud de la empresa, ni la~orme superioridad de medios de que disponesu adversario 11. Pero documentos de esta layanunca explican gran cosa, están siempre concebi­dos y redactados con el objeto primordial de des­lumbrar, de cubrir con expresiones, menos since­ras que pomposas, sentimientos y puntos de vista,de que por prudencia, cuando ha pasado la horade discutir, es fuerza prescindir.

El que esto escribe recuerda que entre los variosespañoles más 6 menos ligados con el Gobierno, queen aquellos días, le fué dado encontrar en París,casi todos al principio parecían convencidos de quelas grandes Potencias de ningún modo habrían deconsentir que los Estados Unidos provocasen yatacasen á España. Cuando los sucesos después seprecipitaban, forjábanse la ilusi6n de que no esta­rian solos en la isla contra el agresor, que los cuba­nos, temerosos de verse luego anexados á los Esta­dos Unidos, se unirían al Gobiem o español para~echazar toda acometida. Error incomprensible esteúltimo, que s6lo olvidando 6 no conociendo lainmensa balumba de cosas pasadas puede conce­birse, y del cual sin embargo parecía el Ministromuy seguro en el citado Memorándum, cuyas pa­labras finales son : « los peninsulares y los lealescubanos, hijos de una Inisma madre y ciudadanosde una Inisma Patria, combatirán juntos contra la

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codicia norteamericana, y se opondrán á que lasAntillas españolas rompan el vinculo sagrado é in­disoluble que las une con su antigua y queridaMetrópoli ». Tales alucinaciones, pronto borradaspor los hechos, algo sugerirán al que busque laclave del enigma, pero no 10 explican suficiente­mente. Y no es de creer que al aludir á cubanos

-leales pensase únicamente el Ministro en los auto­nomistas, pues éstos desde 1897 eran pocos, y á lallegada de Weyler quedaron reducidos casi á unpuñado, aunque hubiese entre ellos, ya 10 he dicho,hombres muy distingt1i.dos.

Cuando Sagasta, presidente del Consejo de Mi­nistros, llev6 á la firma á Palacio el decreto queotorgaba á Cuba la autonomía, observ6 la Reina :« Me han dicho sin embargo que con la autonomíaCuba se pierde. II El MinistrO" replic6 :«i Ay !señora,I más perdida de 10 que está ya I » Repetíaseestaanécdota corrientemente en Madrid, después la hevisto impresa varias veces, y no hay, según creo,motivo para dudar de su autenticidad, aunque nola pueda asegurar. Si estaba ya perdida, si el nuevorégimen no había despertado entusiasmo, ni &0 acep',taban los'cubanos en armas en el campo, ni habíaconvertido á un solo grupo de insurrectos impor­tante, ¿ por qué no haber intentado siquiera algúnarreglo con los cubanos mismos, y con ellos nego­ciado el reconocimiento de su independencia? Esta

'sin duda hubiera sido smuci6n honrosa. Aunque,refiexionándolo bien, ha de creerla prácticamenteirrealizable todo el que recuerde cuáles:siempre fue-

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DB BSPAiil'A BN AMÉRICA 199

ron el temperamento, la arrogancia patriótica, las-pretensiones de los millares de peninsulares estable--cidos, arraigados en la isla, en cuyo beneficio casiúnicamente sostenía España la guerra en los últi­mos tiempos.

Si era todo eso impraticable, ¿por qué no haberaceptado entonces los buenos oficios tan insisten­

-temente ofrecidos, primero por Oeveland, luegopor Mac-Kinley en su Mensaje de 1897, Ysobre todoya cerca del fin, cuando se contentaba él con un

··armisticio y se brindaba gustoso á fa'Vorecer lanegociación con los insurrectos? Esta última ofertade intervención pacífica, una vez aceptada, al ase­gurar la independencia de Coba, habria muy pro­bablemente contenido á los peninsulares españoles,

-trabajados por el miedo de poner en peligro, y aunperder de otro modo, sus bienes raíces, sus indus­trias, todo 10 que era fruto tanto de su trabajommo de la antigua supremacía.

Pero no podía ser. El dominador, el español neto.y rancio, el descendiente directo de los que descu­brieron continente é islas y 10 poblaron hasta donde

'SU número, siempre relativamente corto en propor­-ción al vasto territorio, 10 permitía, jamás estuvopreparado ni resignado á soluciones radicales deesa especie. La sombra de Cánovas del Castillo sur­

.gía y estaba presente en todos los Casinos polítícos,'dOrtde habitualmente se reunían los españoles en"Otbay donde manifestab a n su voluntad, ante la"CUal' las autoridades se inclinaban. La voz del-gran orador se oía aún' más alta que la de nin-

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guno, el eco de sus discursos resonaba todavía.Aún parecía tenérsele delante, aún vibraban suspalabras, sobre todas aquéllas que, sin exagera­ción puede afirmarse, señalan el comienzo delperiodo luctuoso, y hasta el fin 10 iluminan en sumarcha hacia la ruina.

Bien roncas y bien fúnebres parecen ahora,acompañadas por el triste murmullo de los desas­tres de las horas últimas. Acababa él de subir alpoder, con más prestigio y autoridad que nunca,aclamado no solamente por amigos y correligiona­rios, sino también por muchos otros que nunca en

,ese número se habían contado, que 10 saludabanahora respetuosamente, descorazonados por elignominioso fin del anterior Gobierno, precipitadoal suelo por motin que provocaron unos cuantosTenientes de ejército ofendidos por simple artículode periódico. Dijo entonces Cánovas, entre muchasotras cosas duras y tristes, esto, hasta el fin prin­cipio informante de su politica en Cuba :

« Los acontecimientos son graves, gravísimos, lacriminal rebeldia de los cubanos no es una cuestiónde orden público, como afectaba creer el gobiernoanterior; es una cuestión nacional, á la que estáligada para siempre la vida y la honra de España.El ministerio que tengo el honor de presidir por laconfianza de la Corona, no se dejará aventajar porotro alguno en la defensa de la patria. Podría haberquien nos igualara, nadie nos superará. El ejemplode la guerra de los diez años prueba que fué me­nester un ejército formidable de más de cien mil

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hombres para acabar con la insurrecci6n, para obli­garla á pactar. Y dur6 tan largo tiempo, por enviarpaulatinamente todas las tropas que hacían falta.No incurramos en aquel error. Enmendémoslo yembarquemos de una vez para Cuba cuantos sol­dados sean necesarios. El patriotismo 10 demanda,y España no desoirá la voz del patriotismo, que esvoz de salud y de honor... »y esas palabras, escribeun español que conocía bien á sus paisanos, « ar­monizaron admirablemente con el espíritu nacio­nal» (r). Pero es evidente además que la elocuencia,y autoridad del orador les agregaron fuerza y con­ciencia, á que, sin ellas, el espíritu nacional pro­bablemente no habría llegado.

¿Qué hubiera hecho Cánovas colocado en la si­tuaci6n en que Sagasta y sus compañeros se encon­traron en Abril de r8g8? - Pregunta ociosa sinduda, .como cuantas de la misma especie parten deun supuesto sin realidad. Pero es 10 cierto queadmiradores, amigos y antiguos colegas del granministro la formulan constantemente, para resol­verla del modo más favorable á su memoria : unosen busca de consuelo á las desgracias que vinierondespués, otros para abrumar con mejor aparienciade justicia á los que se vieron en el caso de asumirla responsabilidad de una nueva situaci6n.

Nadie ha de creer que á la perspicacia de Cáno­vas dejara de presentarse todos los días de su úl-

1) Luis MORoTa, La Mcwal tU la defTola, Madrid, 1900.p. 34. De este libro copio las palabras de Cánovas.

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timo año y medio de vida el riesgo constante delchoque con los Estados Unidos, á pesar de su pro­pósito deliberado de ceder á las pretensiones deéstos en cuantas reclamaciones con algún derecho6 apariencia de derecho, pudieran presentar. Laprueba de que lo preveía y de que la posibilidad del.conflicto le preocupaba y atormentaba, se encuen­tra en un libro ya citado, los Apu1ftes del Duquede Tetuán, su Ministro de Estado. El Duqu.~ semanifiesta siempre convencido de que su jefe elPresidente del Consejo, á quien en general consi­dera como infalible, habría de todos modos encon-.trado la manera de evitar la guerra con la repú­blica; pero consigna que más de una vez en Con­sejo se aludió á esa peligrosa probabilidad, y queCánovas no la consideraba necesariamentedesas­trosa, pues decía que, llegado el caso, podriase« realizar en bien de España y de su conceptomilitar algo, siquiera semejante á 10 que los Esta­dos Unidos consiguieran en su guerra con Ingla­terra en los años 1812. á 1814. También entoncesla diferencia de fuerzas y poderes· entre uno yotro combatiente no era inferior á la nuestra, y noobstante es 10 cierto que después de dos años desuerte varia, se· concertó una paz igualmentehonrosa para ambos D. (Páginas 124 y 125.)

Si Cánovas hubiese vivido un año en el poder,Dupuy de Lome, su hechura, habría continuadosiempre como Ministro en los Estados Unidos;otros buques dé guerra también habrían ido á vi­sitar la Habana. Dupuy, al paso que. andaba.,.

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hubiera quizás cometido indiscreciones aun mayo­res que la de la carta echada al aire sin precauciónalguna; el Maíne ú otro barco hubiera podidovolar, 6 ser volado, es 10 mismo para el caso, ysobre todo Weyler habría seguido más tiempo su·obra nefasta, provocando protestas cada dia más·vivas de parte del Presidente americano. Muy tra--­bajoso es creer que CánO'Vas en su inmenso orgullose hubiera bajado hasta el punto de aceptar el plazode los tres días fatales y al cabo de ellos cedido sincombatir, él, que se complacía en suponer á supatria capaz de obtener, por 10 menos, paz tan hon-·rosa como la que la república del Norte obtuvo dela Gran Bretaña en 1814, no obstante el incendiode la ciudad de Wáshington y otros descalabros.Más honrosa aún la hubieran conseguido si los de­legados americanos hubiesen podido adivinar el bri- .liante hecho de armas del General Jackson contralos ingleses en Nueva Orleáns ocurrido quince diasdespués de firmado en Gante el tratado de paz.Difícil es hoy, en vista de 10 que en Asia y en Amé­rica sucedi6, imaginar caso idéntico para Españaen la guerra última. Pero Cánovas 10 creía, y es 10que importa fijar.

Es bueno también recordar 10 que pasó en 1885,cuando Alemania se apoder6, juzgándola res nul­líus, de una isla del archipiélago de las Carolinas,perteneciente á España. Cánovas era primer Mi,.nistro, y el Gobierno por él presidido redact6 yenvi6 al de Alemania con ese motivo, conforme ásus propias palabras, relatando el caso. tres ·añOS'

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después en el Congreso de diputados: o: Una pro­testa en tales y tan enérgicos términos, como Es­paña no la ha dirigido á una gran Potencia, ni aunquizá á Potencia ninguna desde hace un siglo... Nosólo había entonces Gobierno en España, sino mu­cho Gobierno, y todo 10 que puede apetecer la na­ci6n española es tener un gobierno semejante siem­pre que en iguales condiciones se encuentre. II Tratóacto continuo de paliar la jactancia del tono, agre­gando que el Gobierno « tenía acordado, para elcaso de que no fueran satisfechas nuestras legí­timas exigencias de honor, una simple ruptura derelaciones diplomáticas )J. Lo que puede acontecer,después de enviada á un Gobierno extranjero notade la naturaleza por Cánovas descrita, no de­pende ya del que la escribe, sino del que la re­cibe.

Es bien seguro que si eso mismo, 6 algo por elestilo, hubiera hecho el Ministro español para res­ponder al A punte de Woodford de 29 de Marzode r898, la guerra habría inmediatamente comen­zado en el golfo de Méjico, « sin dar lugar á nuevasnegociaciones ni á seguir pidiendo las satisfaccionesindispensables» : repito siempre frases del discursode Cánovas. Fué aquello posible en la desavenenciacon Alemania, porque, según Bismarck mismo, esadesavenencia, trocada en conflicto armado, no leofrecería más que el triste recurso de bombardearalgunos puertos de España, pues no había de movi­lizar cuerpos de ejército para desembarcados en laPenínsula y provocar un levantamiento, parecido

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DE RSPARA. RN AMÉRICA. 2°5

al que tan molesto fué á los granaderos de Napo­le6n.

.Cánovas era un civil, y era al mismo tiempo esen­cialmente un hombre de pelea. Lo pregonó enel Congreso Jurídico Ibero-Americano de r892,cuando dijo: «La guerra es para las naciones oca­sión de afirmar su superioridad moral y material,sobreponiéndose á otras de menos ánimos, de me­nos inteligencia, de menos abnegación ideal. » Con­cepto reforzado por este otro, allí mismo procla­mado : la paz perpetua « inmensamente disminui­ria la vitalidad de la civilización» (r).

A Cánovas se atribuye como pronunciada « yabien entrado el año r896», una frase que tiene algodel corte de su oratoria, y hasta, puede quizás agre­garse, un eco vago de su voz y su entonación habi­tuales: «Y si quieren que la bandera española dej ede tremolar sobre Cuba, tendrán que conseguirlocon un glorioso Trafalgar á las puertas de laHabana» (2), palabras cuya exactitud se ha puestoen duda, como suele suceder con mucho de 10 queen forma de interview se publica sin la firma deambos interlocutores.

En distinta ocasión, y de esto tengo prueba irre-

(1) C4novas del Castillo, por Adolfo PONS y UMBlnl't, p. 425,donde se citan ambas frases.

(2) Hallo la frase en un folleto, publicado en Nueva York,an6nimo, con este titulo: Cuba Libre, Independencia 6 A ne~ión.

Agosto de 18g8. Pero apareci6 primero, aunque no se dice, enel mismo Nueva York, en Noviembre de 1896, en otro folleto 1La Pwfidia Espallola ante la Revolución tU Cuba. Por José deArmas y.Cárdenas.

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fragable, pronunció Cánovas otra frase, que en elfondo se asemeja á la anterior, pues igualmenterevela su firme intento de aceptar el duelo con losEstados Unidos, de larga y resueltamente defen­derse en él, y no prever ni completa ni rápidaderrota. Hablando el eminente político en su des- .pacho de la Presidencia, prommci6 estas 6 par~

cidas palabras: « En la Habana: hemos acumWadoy acumularemos cuantos medios de defettsa pode",mos reunir allí, á fin de que el sitio de la capitalde Cuba, si este caso llegase, sea tan difícil paralos sitiadores como 10 fué el cerco de Troya » (I).

El sitio de Troya I j Es decir, diez años I Quientan largo asedio por mar y tierra creía verosímil.ypreveía, no había de prestarse gratuita y volunta-.riamente á concesión tan grande como el abandono·de la isla de Cuba á los cubanos impuesto por losEstados Unidos. Hubiera preferido, 10 mismo quesus sucesores, fiarlQ todo al 'azar de los combatesantes que desprenderse de una soberaní~á la cual,como tantas veces había dicho, estaba ligada para.siempre la vida y la honra de España. Pero sola.--,.mente así, es elaro, hubiera podido evitarse la gue­rra, después de presentado el ultimátum.

(1) Mi comprobante es una carta, cuyo original COWJerVO, deun importante redactor de La Epoca de Madrid, escrita á undistinguido cubano, quien, á ruego mio, preguntó si recordabadónde y cuándo dijo Cánovas la frase anterior sobre el Tra­falgar á las puertas de la Habana. Al aludidCll redactor C01IUVnic6 esa segunda frase, que cito, un personaje politico espafíolmuy conocido, presente en la reunión de amigos doAde Cá­novas la pronunció.

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DB ESPAÑA EN AMÉRICA 207

"Toda España compartía los mismos sentimientos· y las mismas esperanzas de Cánovas y de sus conti-··nuadores. El pasado todo de la naci6n, las lecciones· de su historia, sus tradiciones y leyendas, cuantocontribuy6 á formar el grave y enérgico carácter

·.1UIcional, imperiosamente pedía la aceptaci6n.1neste 10 que costare, del reto americano. Absurdo· seria considerar ahora las cosas bajo el infaustoresplandor del resultado, para determinar 10 que

· pudo 6 10 que debi6hacerse en el primer semestrede :r898. Casi nadie· sospechaba en &paiia la im­portancia real de la'marina de los Estados Unidos'y 10 bien adiestrados que para la ofensiva esta~n

sus tripulantes y sus artilleros así como la exce­lencia'de sus cañones. Hubo Almirante español quepúblicamente lleg6 á decir que las tripulaciones delOs barcos' americanos, compuestas siempre de

·,broza extranjera, de gente allegadiza, no eran de- fiar para los que las mandaban. y estaban siempreen visperas de traicionar 6 desertar (r).

Mucho por el contrario confiaba el pueblo espa­ñol en sus cruceros de rápido andar construídos en

· el N~rvi6n, y su Cristóbal Colón, obra maestra ita-· liana. Más que nada en el probado valor y la in-

(1) De la misma opinión eran- muchos otros. En la proclamadel Capitán General de Filipinas para anunciar la declaratoriade guerra, se lee esto: • Una escuadra, tripulada por gentesadvenedizas, sin instrucción ni disclpUna, se dispone á venir áeste archipiélago con el descabellado intento de ane1>ataroscuanto significa vida, honor y libertad. Preténdese inspirar á101 marinos americanos el coraje. de que son incapaces..•

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genua fe religiosa de los descendientes de aquellosque tan heroicamente pelearon, como era muycierto, en Lepanto, en las Terceras, en Trafalgar,y sinceramente creían, conformándose á la tradi­cional afirmaci6n de Felipe JI, que el fracaso dela Invencible Armada fué causado por los elemen­tos, sin intervenci6n alguna directa de los intré­pidos marinos de Elizabeth de Inglaterra, que enel canal de la Mancha la aguardaron.

Los sucesores de Cánovas hubieran necesitadopara proceder de un modo diferente, en el estrechoy dificultoso paso en que se encontraron, el apoyofranco, explícito, directo, de los que después tanamarga é injustamente criticaron su conducta. ElDuque de Tetuán, enconadísimo contra ellos en susApuntes, Silvela, Castelar, Salmer6n, Romero Ro­bledo, los demás, jefes de partidos 6 de grupos,hubieran debido hablar, predicar, asumir pública­mente l~ responsabilidad que el caso adverso re­quería, si juzgaban que había la guerra de evitarseá cualquier costa. Ninguno 10 dijo, ninguno 10aconsej6 descubiertamente.

Menos que nadie hubiera podido Cánovas ha-o cedo, después de haber llevado tan impertérrita­mente su política hasta el punto de producir elestallido. Cuando él muri6 estaba ya en Europael General Woodford con las instrucciones de Mac­Kinley, en que sin rodeos pedía intervenir en Cuba,siempre bajo el nombre de amigo que ofrece susel buenos oficios », pero en tono ya muy dístinto'~ que el Secretario de Cleveland, y aun antes el

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DS ESPAÑA EN AMERICA 209

de aquél mismo, h~bian empleado. Cánovas, que10 sabia, que oia bien el murmullo de la opiniónpública americana cada vez más excitada, contabarecibir en San Sebastián al nuevo Enviado, sin alte­rar en tanto su plan de conducta, firme en:su tema,bien resuelto á no aceptar 10 que, arruinando todossus cálculos y toda su politica, no podia ser paraél más que un mentis por él mismo dado á cuantohabia dicho y hecho durante su vida entera. Esp~rábalo, pues, sin manifestarse inquieto, y hasta eldia mismo de su trágico :fin sostenia y ap1audia losactos del General Wey1er, la politica del hierro, delfuego y el hambre en la isla, causa inicial de losdesastres y humillaciones que á la patria reservabael porvenir.

Un motivo más pudo haber que llevó á la guerracon los ojos bien abiertos á los sucesores de Cáno­vas, motivo que de propósito he reservado hastaahora, aunque parece haber influido poderosa­mente, y que bastaria por si solo para explicar laincertidumbre de unos y la sombria resignaciónque al cabo se adueñó de todos : el temor de unarevolución antidinástica dentro de la misma E!?­paña, en circunstancias tan dolorosas, con un reymenor de edad y una reina extranjera.

El General Woodford, que residió en Madridocho meses representando con tranquila y afabledignidad á la que, para tantos patriotas españoles,era la impertinente, codiciosa y agresiva repúblicaenemiga; que supo mantenerse correcto y serenoá despecho de las muestras de hostilidad que las

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· 210 CÓMO ACABÓ LA DOMINACIÓN

; familias más elevadas de la sociedad madrileña nole ocultaban ni le escaseaban; y. que con toda subonhomie parece haber penetrado bien la situaci6nen aquellos días revueltos, piensa que realmentelos Ministros se vieron entonces en el caso de escoger

.entre la guerra con los Estados Unidos y la caldaposible de la monarquía (r). Con la guerra podíaperderse Cuba, pero salvarse la dinastía. Sin ella,

· es decir, consintíendo en la independencia de la: isla de Cuba, se perdía acaso juntamente el frágil· trono en que Alfonso XllI debía sentarse. Si escierto que tan cruel disyuntiva surgi6 como una

'amenaza ante los perplejos y desventurados conse-· jeros de la corona en ese triste momento, algo de 10que hoy nos parece todavía difícil de explicar, porsi mismo bastante se aclararia.

Fué en resumen una de esas crisis partícu1ar­'mente temibles en que pueden darse por bien ser­-vidos Y' dichosos aquellos que pudieron no compro­meterse, que no se vieron forzados á echar, como

'desesperado é inútil sacrificio, en la sima abiertabajo sus pies, lo'más grande y más caro: orgullo,reputaci6n, patriotismo. El tétrico anarquista, queá Cánovas quit6 la vida, le prest6 sin imaginarloinapreciable servicio, librándolo del tormento de'vivir en aquellas horas espantosas, en que él mismoacaso en su profunda angustia hubiera buscado en,la muerte su único consuelo.

(1) Th6 .4.11I6rican-SptImísll Wa,.. A 'lIislof''Y by JM Wa,. L.6a­~--rwich, Cann. 1899. (Introducción, escrita por el General

"'1:,. Woodford, pág. 9.)

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PARTE QUINTA

La guerra (Abril - Diciembre J898)

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Principia la guerra. - Bombardeo en Matanzas.-:-- Laescuadra americana en Manila. - Destrucción de laescuadra española y ocupación de Cavite. - El cable deManila á Hong-kong.

Desencadenados, sueltos ya los sabuesos de laguerra, the dogs 01 war, que dijo Shakespeare. la­draron por primera vez, sin morder todavía, el 27de Abril, en la semana primera de oficialmente de­clarada la contienda. Supo el Almirante Sampson,mientras con su flota bloqueaba el puerto de laHabana, que en la vecina bahía de Matanzas ele­vaba el Gobierno español nuevas baterías; y alláfué en el barco de su insignia, acompañado de unmonitor y un crucero, con objeto de echar al sueloesas nuevas defensas, antes de que las acabasende elevar. Duró media hora el bombardeo, disparóel americano trescientos tiros, y se retiró, á suparecer dejando cumplida la tarea. Sin embargo,el Capitán General de la isla participó á la metr6­poli que los disparos únicamente habían produ­cido la muerte de una mula. Gran hilaridad des-

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pert6 en Cuba, en España y en otras partes, tangrotesco resultado; y de esta manera c6mica é ino­fensiva comenz6 la guerra.

El primer encuentro de las dos naciones, im­portante y decisivo, tuvo lugar cuatro días des­pués, mucho más lejos, en la primera mañana delmes de Mayo, y trajo consigo otro resultado y másgraves consecuencias. La escuadra americana del

· Pacífico, estacionada en un puerto de China, reci-· bi6 por 1xe1égrafo el 24 de Abril la noticia de ha­berse abierto las hostilidades, cambi6 en el acto deblanco en gris plomizo el color del casco de susbuques, embarc6 víveres y carb6n, y lentamente,al andar de sus transportes, á las 6rdenes del Como­doro George Dewey, se dirigi6 hacia donde creíaencontrar al Almirante español Montojo con todasu escuadra, á la bahía de Subic; pues en el marde la China le habían dicho que allí su adversario

· lo aguardaba. Nadie estaba en ese lugar, y en la· noche del 30, al fulgor intermitente de la media· luna, que nubes espesas velaban de rato en rato,

arrumb6 la flota hacia la llamada Boca Grande deI la bahía de Manila, llevando á la cabeza el mejor.de sus barcos, el crucero protegido Olimpia, en.cuyo mástil flotaba la insignia del Comodoro.

No imaginaban sin duda en los fuertes y bate­rías de la isla y los islotes que estrechan la entrada

· de la anchurosa y magnífica bahía de Manila, quepor esas angosturas se aventuraría toda una escua­dra, de noche,sin miedo á torpedos y balas decañ6n, en tanta oscuridad, pues los faros y las luces

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DE ESPAÑA EN AM:SBICA 215

no se encendían desde que comenzaron las hostili­dades. Cuando por el ruido y por el humo descu­brieron al fin desde tierra al enemigo, que también:llevaba SUS luces apagadas, había ya pasado lamitad de la escuadra. Disparos y cohetes tardíos,solamente sirvieron para avisar en el arsenal de.Cavite, contra el cual apoyado estaba Montojo contodos sus barcos, así como á la plaza de Manila, la.aproximaci6n de la escuadra enemiga.

El combate principi6 entre cinco y seis de latnij.ÍÍafla, se suspendi6 poco antes de las ocho porhaberse alejado temporalmente la escuadra en lavasta ensenada á rellenar sus depósitos de muni­ciones y dar breve descanso á las tripulaciones; sereanud6 á las once, y poco después de mediodíatodos los barcos españoles estaban 6 hundidos 6incendiados 6 apresados, y una bandera blancaprotegía contra ulteriores desperfectos el arsenal yfuerte de Cavite. La escuadra agresora en tantocontaba únicamente muy ligeras averías y unamedia docena de heridos, ninguno gravemente. Talfué la batalla naval á que algunos dan el nombrede Cavite, por el arsenal frente al cual se dió; Yotros el de batalla de la bahía de Manila. La despro-,porci6n de fuerzas entre ambos combatientes fuéen verdad demasiado grande, los españoles pelea-oron sin esperanza, estoicamente resignados á susuerte, con algo del fatalismo oriental, que, desdelos tiempos de la dominación de los árabes, yantes también, ha sido uno de los rasgos del carác­ter nacional.

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216 CÓMO ACABÓ LA DOMINACIÓN

La ciudad de Manila quedaba indefensa á mer­ced de los cañones del vencedor, del AlmiranteDewey, pues pronto le llegó de la patria la noticiadel bien ganado ascenso y el mensaje de gratitudque el Congreso siempre acuerda en honor de lasgrandes acciones de guerra. Pero no disponía elamericano de tropa de desembarco suficiente paraocupar ciudad tan grande como la capital del Ar­chipiélago; yen la bahía tuvo que permanecer du­rante más de tres meses, en espera de refuerzos que10 pusiesen en aptitud de hacer lucir sobre lasalmenas de la ciudad el embletJ;la de su victoria,el pabellón de las trece listas rojas y blancas y lascuarenta y cinco estrellas, cifra entonces de losEstados que formaban la Unión.

La noticia del triunfo ganado por sus marinos eldia primero de Mayo no llegó á oídos del puebloamericano hasta el 7, casi una semana después.Dewey propuso al Capitán General, apenas enposesión de la bahía, neutralizar el cable telegrá­fico que unía á Manila con Hong-Kong y de ahícon el resto del mundo, con el fin de poder ambaspartes usarlo y comunicar libremente con susGobiernos. El General Augustin, fiel á las expre­siones de su proclama, se sintió horripilado antela idea de tener algo común con adversario tanodiado, y rehusó terminantemente. El jefe de laescuadra halló en la orilla sin dificultad el em­palme de la linea terrestre con el cable, y 10 cortó.Ninguno pudo, pues, servirse más de él; y fué ne­~ario enviar primero por buque de vapor los des-

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DE ESPAÑA EN AMÉRICA 217

pachos á la costa de China: de ahí un inevitableretardo de varios días.

Cometi6 en eso el General español por exceso derigidez y orgullo una grande equivocaci6n, quecausó más adelante á su propia patria gravísimoperjuicio; sin duda no era posible haberlo previsto,mas debi6 por 10 mismo mortificarle en extremo verá qué grande error 10 llev6 su exaltado patriotismo.Manila, cercada al fin por tropas y barcos ameri­canos juntamente, se rindi6 el 13 de Agosto, y eldía antes precisamente habíase firmado en Wásh­ington el protocolo, que suspendía todas las ope­raciones militares. En la isla de Luz6n nadie 10sabía, ni podia saberlo, porque no estaba en con­tacto por el cable eléctrico con España ni con losEstados Unidos. Si el General Augustin, que ya noestaba allí, hubiese accedido á la razonable peti­ci6n del Almirante, y Manila hubiese continuadoen correspondencia con Madrid y con Wáshington,el ataque final y la rendici6n del 13 no habrían te­nido lugar, detenidos ambos sucesos por el proto­colo de paz; y el pabell6n español habría flotadosiempre sobre la ciudad, mientras no hubiesehabido tratado definitivo y acuerdo entre ambasnaciones. Muy probablemente Mac-Kinley, quetanto vacil6 antes de resolverse á telegrafiar á suscomisionados para el tratado de paz en París queexigiesen de España la entrega de todo el archi­piélago, se hubiera, no siendo dueño de Manila,contentado con menos; quizás con la isla de Luz6núnicamente. De todos modos, con Manila todavía

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en manos de España, la posición de los comisiona­dos españoles al discutirse los términos del tratadohubiera sido muy diferente, y las condiciones im­puestas por el vencedor exigiendo 10 que no habíallegado á estar en situación de conquistar, hubie­ran causado verdadero escándalo en Europa, ycreado atmósfera muy favorable en tomo de losespañoles. tan duramente despojados.

No debe tampoco echarse en olvido todo eltiempo que se necesitó para formarse, para cristali­zar entre el pueblo de los Estados Unidos el deseode posesiones lejanas, en remoto continente, hastaforzar al Presidente á cambiar de propósito. 6 másexactamente, á formar el propósito, de alterar ensus más hondos fundamentos la política tradicio-

,na1 de la república. Así pues, volviendo á la intran­sigencia de Augustin. por un rasgo de cólera in­oportuna se puede inconscientemente contribuir1 la pérdida de 10 que valía tanto como un imperio.

Estas reflexiones van más allá de los límites na­turales del presente trabajo. No he creído emperoposible prescindir in toto de relatar algo de esteimportante episodio que, como era de esPerarse,envalentonó más á los unos, descorazon6 á losotros, y contuvo muy oportunamente simpatíasde espectadores, neutrales en apariencia, que qui­zás no habían calculado bien la fuerza en el mar deambos combatientes.

Vuelvo, pues, á mi único tema: el período finalde la dominación de España en América.

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II

Plan de los Estados Unidos en Cuba. - La escuadra deCervera sale de Cabo Verde. - Llega á la Martinica y áCurazao. - No recibe el telegrama que la autoriza ávolver á España. - Entra en Santiago. - El contraal­mirante Cervera. - El bloqueo de Santiago empiezael 28 de Mayo. - Curioso telegrama del Ministro de laGuerra: respuesta de Blanco.

Para nación de propósito, y por ya antiguo sis­tema tan poco preparada á entrar rápidamente encampaña provista de todos ó la mayor parte desus recursos, como 10 estaban los Estados Unidos,el problema planteado por la famosa « Resolución »

parlamentaria de lanzar por la fuerza del suelo dela isla de Cuba el Gobierno y las tropas de España,no podia á primera vista parecer ni inmediata nifácilmente ejecutable. Además de la evidente faltade preparación, el período más adecuado á opera­ciones militares en tierra tropical, que allí empiezaregularmente en Noviembre y termina en Abril, esdecir, la estación en que cesan las grandes Uuvias' yel húmedo calor excesivo, concluía precisamente aldec1al'arse la guerra. La-más elemental prudencia

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ordenaba, pues, aplazar toda acción importante entierra hasta el último trimestre de 1898, y reducirseen el intermedio á un estrecho bloqueo de las costasde la isla, ya que por 10 menos su marina se ha­llaba lista para todo.

España en tierra se sentía, al contrario, muyfuerte; tenía en pie un ejército quizás de cientocincuenta mil hombres, entre tropas de linea ymilicias de antemano movilizadas, sin contar porsupuesto en ese número los llamados, de antiguo ypor excelencia, Voluntarios, que residían en lasciudades, cuyos batallones aparentemente bienorganizados nunca habían salido al campo á pe­lear, compuestos como estaban de los mozos y de­pendientes de las tiendas, fábricas y oficinas decomercio españolas, en los que de coronel á soldadofuncionaban los jefes y capataces de esos mismosestablecimientos, es decir, toda la antigua clientelacivil y militar de Cánovas y de Weyler, todos losque con rigor insaciable siempre se opusieron átoda suerte de reforma imparcial y sincera. Estaespecie de Voluntanos podía dejarse á un ladocomo sin gran valor en el cálculo de la fuerza de­f~nsiva de España para el conflicto final, pues sehabían ellos enganchado especialmente contra losinsurrectos cubanos de las ciudades, insurrectosimaginarios ó reales, contra cuyas vidas y propie­dades reservaban su actividad y sus iras. Cuandollegase la hora mala del descalabro completo, pen­sarían entonces en sus intereses privados antesque en otra cosa, y aceptarían calladamente con-

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formes el triunfo norteamericano como salva­guardia contra represalias posibles, evitando asíel primer choque directo con el pueblo cubano,del cual los separaba todavía un pasado dema­siado ceréano de cruel é implacable prepoten­cia.

Cánovas y los que después de él ejercieron el po­der, acumularon positivamente en la Habanagrandes medios de defensa, y á ello contribuyóantes muy eficazmente Martínez Campos durantesu breve y desgraciado mando último. En el recintode la capital y sus alrededores estaba reunido 10mejor y más importante de.la fuerza militar deEspaña en América. A las viejas fortalezas delpuerto y de la ciudad se habían agregado nuevosreductos científicamente construídos y mejor ar­mados; y nuevas baterías con poderosos cañonesmodernos guarnecían el frente de mar al oeste de)aciudad.

Este fué en consecuencia el plan de conductaadoptado por los Estados Unidos: esperar la esta­ción favorable para los grandes esfuerzos, ayudarcon pequeñas expediciones de armas y pertrechosla ofensiva de los insurrectos, é ir reuniendo é ins­truyendo un cuerpo completo de más de cincuentamil hombres de todas armas para desembarcado enOctubre cerca de la Habana, al mismo tiempo quela escuadra atacaba por mar, destruía fuertes ybaterías, y bombardeaba la ciudad. El bloqueo, es­trictamente mantenido, impediría mientras tantoque del exterior entrasen barcos á proveer esa

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parte de la isla de municiones de guerra y aun otrosartículos de primera necesidad, que muy desde- elprincipio se sabía que iban pronto á escasear.

Todo el plan sin embargo debía por fuerza su­bordinarse á los designios de España, que se igno­raban, que eran 10 imprevisto; y 10 imprevisto enaquellas primeras semanas de guerra tenía unnombre y se sabía de donde podia venir. Era elContraalmirante Don Pascual Cervera y Topete,que en la isla San Vicente de Cabo Verde estabacongregando bajo sus órdenes los mejores barcos.grandes y chicos, de que era lícito á España dis­poner, suponiéndose que con ellos trataría de rom~

per el bloqueo, entrar en la Habana y elevar tanalto como fuera posible el honor y la fortuna mi..litar de la nación.

En Puerto Grande, ancha bahía de esa isla deorigen volcánico, como todo el archipiélago, habi­tadopor negroscasiexclusivamentey gobemadoporel Portugal, á quien pertenecía, estaban, pues, con­centradas por el momento las esperanzas de España,al mismo tiempo que los cuidados y recelos de losEstados Unidos. Por último, después de frecuentes·vacilaciones y numerosas dificultades, vencidascomo mejor se pudo en paraje tan destituído derecursos, levó anclas y partió con rumbo al Oesteel ~ de Abri1la llamada escuadra, compuesta decuatro grandes cruceros acorazados de siete miltoneladas, más ó menos, cada uno, y de tres des­troy~s, 6 cazatorpederos, como en España decían,de nombres pavorosos, Plut6n, Furor, T~ror, con

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grandes máquinas, en cascos reducidos, para obte-­ner extraordinaria velocidad.

Nunca quizás hombre alguno de mar ha empren­dido viaje. al mando de una fuerza naval en másdesola.cdoras oondiciones. Iba el Almirante Cerveraintimamente convencido de que el vapor y el·viento lo llevaban al sacrificio, á un holocaustoestéril, sin. gloria, que traería como infalible re­sultado la mina. de la patria, borrada inmediata.;.mente del mapa. como potencia colonial, acaso'también como ,potencia naval,á pesar de su granposición geográfica;

Una y otra vez 10 dijo Cervera, lo encareció de'mil maneras, escribiéndolo así á su jefe, al Ministro'de ·Marina en Madrid, haciendo que otros, amigos·suyos, 10 repitieran á otros Mimistros y al Presidente I

del Consejo. No titubeó en confesar la verdad, endeclarar con tanto. valor como franqueza y saga­cidad (pero salto voce, es verdad) que Cuba á sujuicio hacía mucho tiempo que estaba perdida para­España, que era inútil tratar ahora de defenderlay conservarla, 10 mismo que la otra isla de PuertoRico, donde el descontento sordamente se exten.día, y que completamente desde un principio.S(thallaba á la merced de la flota americana. La es-­cuadra que se le confiaba era, según él, incalcula­blemente inferior por todos conceptos á 10 que aunen parte podían oponerle los Estados Unidos en elgolfo de Méjico. A nada por consiguiente le eradable aspirar con sus limitadísimos recursos; ydestruídos y barridos éstos; el peligro inminente,

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inevitable, de América pasaba á España misma,acrecido y terrible. Alejar los barcos de España eradejar sus costas sin defensa, y allí en tanto estabalo único que valía la pena de ser defendido : suspuertos y las islas próximas á la metrópoli, lasBaleares, las Canarias.

Es positivo que si hubiese el Gobierno prestadooído atento y favorable á consejos tan sensatos, laguerra para los Estados Unidos hubiera sido másdilatada, más aleatoria, pues habría tenido quebuscar un rápido desenlace atacando lo más prontoposible por mar y tierra la provincia de la Habana,y era de creerse entonces que el activo é intrépidoCapitán Generál Blanco desplegaría suma energíaen defenderse larga y obstinadamente, para dejarlimpio, y á salvo por lo menos, el honor militar.

La voz grave de la prudencia y la experienciapartida de los labios de Cervera, no fué escuchada.Llegó la orden terminante de ponerse en franquía,y obedeció el Comandante general, dándose al marsin saber bien á 10 que iba, sin tener siquiera es­cogido, conforme á las facultades de que estabainvestido, el puerto á que se dirigia, aunque siemprese le había dicho que « el objetivo de la expediciónera la defensa de Puerto Rico JJ.

Hubo sin embargo un momento, breve, fugaz, almismo tiempo que inesperado, en que el Gobiernoen Madrid, sin que se sepa cómo ni por qué (1),

(1) El Capitán de Navío D. Victor M. Coneas, Comandantedel crucero ¡1S/anla Maria Teresa, lo atribuye simplemente al

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sintió pasar y vió brillar ante sus ojos la luz de laverdad revelándole, mostrándole por un instante,claro y fulgente, el secreto del porvenir; pero fuéen balde, como vamos á ver.

Encaminábase el Almirante con la escuadra,lentamente, á su destino, embarazado por el deli­cado mecanismo de sus destroyers, impedido por 10sucio de los fondos del crucero Vizcaya, porqueeste barco, que fué el que mandaron en Febrero ápagar en Nueva York la visita del Maine á laHabana y llegó tres días después de haber éstevolado, volvió á la Habana, y de ahi á incorporarseá la escuadra en Cabo Verde, sin haber entrado endique á limpiarse: razón de la lentitud de su andar.

Mantúvose Cervera durante la travesía en la másbaja latitud, á la altura ó poco menos de la islade donde salió, con lá intención firme de entrar enFort de France, Martinica, para adquirir noticiasde 10 ocurrido en el mundo durante las dos semanasúltimas, reponerse de carbón y víveres, y dejar unode sus incómodos destructores, tan difíciles demanejar. Las noticias que trajo del puerto el Almi­rante Villamil, en nada ayudaron á calmar la pe­nosa incertidumbre que 10 devoraba: las escuadrasamericanas se movían errantes en su busca, y nopudo saber allí del bombardeo de Puerto Rico, puestenía precisamente lugar pocas horas después de sualto breve en la Martinica : bombardeo sin resul- .

desastre de Manila y al bombardeo de Puerto Rico. (LaEsr;uad,a del Almi,an16 Cel'Vera, Madrid, s. a. pág. 97.)

13.

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tado, pero -que convenció al Almirante Sampsonde que no estaba dentro Cervera, y de que no lesería difícil destmir 6 tomar la ciudad cuando leconviniese. Supo en cambio la noticia del desastrede Manila, que levantó ante sus ojos anticipada­mente la imagen de lo que para-él mismo con tantarazón temía.

No halló en Martinica la escuadra ni todo el car­bón que deseaba ni las facilidades que esperaba,y debió alejarse de allí á las cuarenta y ocho horasdejando detrás el Terror, inutilizado, como va in­dicado. ¿Quién hubiera podido anunciar á Cerveoraque el día mismo de su salida, á las pocas horas,llegaría un despacho telegráfico, á él dirigido porel Ministro de Marina, autorizándolo á hacer pre­cisamente aquello que con ardor ansiaba él ejecn~

tar? No 10 pudo leer, no se 10 pudieron remitir,pues á nadie había comunicado su intento de reca­lar en la isla holandesa de Curazao, siempre enbusca de carbón y de noticias. No solamente no 10leyó entonces, sino que no 10 conoció integro hastamucho después, á su vuelta á España en Sep­tiembre, después de la derrota, la prisi6n en losEstados Unidos y el cúmulo de penas de esos cincomeses, los más amargos de toda su existencia. Esetelegrama salvador, suscrito por D. SegismundoBmnejo, Ministro de Marina, estaba concebido enestos términos:« Madrid¡Mayo I2, r898. Desde susalida han variado las circunstancias. Se amplíansus instrucciones para que, si no cree que esaescuadra opere ahí con éxito, pueda; regresar á la:

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Península, reservando derrota y punto de recalada,con preferencia Cádiz. Acuse recibo y exprese de­terminación. »

Si al llegar á Curazao, donde entró el 14 « conesperanza de encontrar el buque carbonero anun­ciado JI, y donde solamente permitieron la entradaá dos de.sus barcos, que fueron el Infanta. Ma1'Ía.Teresa y el Vizcaya, con la condici6n de no perma­necer más de cuarenta y ocho horas y embarcarcuatrocientas toneladas únieas de carbón; si en esemomento hubiese recibido Cervera repetici6n deltelegrama enviado de Puerto Rico á la Martinica.es seguro que, agradablemente sorprendido por lafacultad de volver que tanto anhelaba, habría elAlmirante en el acto cambiado de rumbo, y sin susdestructores, que podía mandar á Puerto Rico,como hizo con uno de ellos, 6 á Cuba los otros dos,proveyéndose en el camino de pequeñas cantidadesde carbón, 6 citando para cualquiera de los nume­rosos recodos 6 ensenadas desiertas de las Anti­llas menores al buque carbonero, que en efectoarribó á eurazao poco después, - habría llegado.sin accidente, es probable, es posible, á Canarias~

y repuesto al fin de todo, penetrado por último.sano y salvo en la bahía de Cádiz. La hipótesis esplausible. Si asi hubiese sido, todo en la guerra:habría marchado de distinta manera, aunque ensuma. la victoria en las Antillas nadie hubiera po­dido arrebatársela á los Estados Unidos, pero sin,la hecatombe en lacosta.de Santiago ni el sitio ~toma;de la misma ciudad.

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Siete días solamente duró en el ministerio deMarina tan súbito y extraordinario cambio de polí­tica; ya el 19 partieron con toda urgencia en di­versas direcciones telegramas, á la Martinica, áPuerto Rico y á Santiago, en que un nuevo Mi­nistro decía : « Si tuviesen medios de comunicarcon el Almírante de nuestra escuadra, manifiéste­se1e que el Gobierno anula telegrama sobre vueltaá España.»

Lo que sucedi6 en el intermedio, fué muy sen- .cillo y no era difícil de predecir, desde el momentoen que por fatalidad inevitable se di6 tiempo áintervenir en la cuesti6n á las autoridades de Cuba.Apenas llegaron los primeros rumores del cambiode planes á oídos del General Blanco en la Habana,telegrafió el 14 al Ministro de Ultramar, su jefeinmediato: « Ruego á Vuecencia me diga con abso­luta franqueza si viene la escuadra. Necesito indis­pensablemente saber la verdad para obrar en con­secuencia. )) El 15 no se había cambiado aún enMadrid de Ministro de Marina, pues el mismo deantes, Bermejo, telegrafi6 al Capitán General dePuerto Rico, centro de las comunicaciones porcable con la América española, que por todos losmedios procurara que llegasen á poder del jefe dela escuadra los últimos despachos á él dirigidos enlos días anteriores.

Pero una vez enterado del nuevo propósito elGeneral Blanco, era éste y no otro quien desde laHabana manejaría las piezas del tablero y ganaría•~ oartida. El 17 telegrafi6 á Madrid de esta ma-

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nera: II Interrogado por mí e(General de Marina,sé que se amplian instrucciones al General de nues­tra Escuadra para qne pueda regresar á la Penín­sula; y como de acontecer esto, la situaci6n aquísería de todo punto insostenible, y no me seriaposible evitar una revolución sangrienta en estacapital y en toda la isla, donde están ya los ánimosextraordinariamente excitados con la tardanza dela escuadra nuestra, ruego á Vuecencia me diga sies cierta la citada orden de retirada á la Península,y caso de serlo, medite el Gobierno la gravísimatrascendencia de ese acuerdo, qne podría ser causade una página de sangre y de baldón, derrumbán­dose nuestra historia, y de la pérdida definitiva deesta isla y de la honra de España. Si nuestra Es­cuadra es batida, aumentaría aquí la decisi6n paravencer 6 morir; pero si huye, el pánico y la revo­luci6n son seguros. »

Lo mismo en sustancia, más brevemente y sintanta imperiosidad, mandó decir el Gobernadorde Puerto Rico. Ambos, en efecto, repetían losgrandes vocablos de honra y de historia, bien ma­noseados, á que Cánovas había agregado en losúltimos tiempos la autoridad de su ciencia políticay su elocuencia. Tales protestas emitidas por losresponsables del gobierno de las dos Antillas pro­dujeron en España su efecto natural de miedo, deterror puede decirse; cambi6 el ministerío de pare­cer, cay6 el Ministro de Marina, sucedi6le el Capi­tán de Navío D. Ram6n Auñ6n, el mismo que enJunta de Generales de marina había arrastrado

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antes la opinión de sus camaradas y sostenido con­tra las observaciones de·Cenoera el viaje á las Anti­llas, y se anuló la facultad de volver á Europa quese concedía al Almirante de la escuadra.

Trasmitió como eco fiel el General Blanco, en lasviolentas· frases de su telegrama, los sentimiento&de sus fanáticos é intransigentes compatriotas· de:la isla, de los que tan mallo habían recibido lan­zándole· al rostro vivas á Weyler y mueras á suplan de autonomía, ahora más envalentonados ápesar de 10 grave de la situación, porque necia­mente confiaban en la escuadra « maniobrera » y.de gran andar, que tenían por muy capaz de me­dirse siri gran desventaja con los barcos americanos.

Obedeció el Gobierno, anuló el telegrama y las­nuevas instrucciones á Cervera. Pero aunque nada.hubiese anulado, era ya tarde, la suerte de ante­mano estaba echada y España no salvaría sus co­lonias. En el último de los:días que mediaron entrela explosión de pavor de Blanco y la recantaci6u.del ministerio, á las ocho de la mañana del 19 deMayo, entraban en el puerto de Santiago los cua·tro cruceros y los dos destructores de la escuadra.bien incl.i.ttad.o ya su Almirante á la idea de que­darse allí, y allí sucumbir de un modo ú otro, á lomenos mientras de su voluntad únicamente depen­diera el giro que los aoontecimientos pudiesen. to-mar.

Don ,Pascual Cervera y Topete, contraa1mUantede la Armada, ya francamente sexagenario, pero:enapariencia muy bien conservado; miembro de fami-

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tia antigua de marinos; sobrino del célebre Topeteque levantó entera la marina española contra Isa­bel II Yprecipitó su ruina; era 'un hombre honradoy valiente, lleno de los más nobles sentimientos, declara y cultivada inteligencia en todo cuanto' serefería á su profesión; de afable carácter, como sues.presiva fisonomía desde luego 10 revelaba, deblando y compasivo corazón. Pero era también devoluntad incierta y, fuera de los comeates, deenergía menos que mediana, incapaz de ir derecho,sin vacilación, al encuentro de la dificultad sindetenerle las consecuencias, cualesquiera que fue­sen, ó el juicio de los demás, una vez bien definiday decidida su conducta. Convencido de la gran su­perioridad en el mar de los Estados Unidos res­pecto á España, se contentó con escribirlo en co­municaciones oficiales, que muy contadas personashabían de leer. Cuando tuvo noticia directa de laJunta de Generales de marina celebrada en Madrid,cuya gran mayoría había acordado, á pesar de noignorar sus razonadas objeciones, que debía laescuadra de su mando partir inmediatamente deCabo Verde á las Antillas en busca del enemigo,cometió el error, en su posición gravísimo, de noprotestar, de no proponer formalmente, sin ruido,que el Almirante ó uno de los cuatro Vicealmirantesde la Armada, superiores á él en graduación, quehabían votado con la mayoría en aquel sentido,viniesen á tomar el mando; y quedar él á bordode segundo jefe, apartando así de su lado la in··mensa responsabilidad moral de 10 que preveía; )"

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al mismo tiempo evitando que algún malquerienteosara sugerir que huía del peligro y abandonaba supuesto antes del combate. No 10 hizo, y quíen,como él, había ocupado puestos elevados é inter­venido en cuanto se había hecho con el fin de acre­centar el poder marítimo de la naci6n, estaba jus­tamente condenado á aparecer, 10 mismo que suscolegas, responsable de la sorpresa profunda y eldisgusto con que luego el país comprendi6 la impo­tencia en que se encontraba.

En Santa Ana de Curazao, penúltima etapa dela escuadra en su ruta hacia el sacrificio, resolvióCervera, que debía ir al puerto, no bloqueado aún,de Santiago de Cuba, como el más cercailO, y elmás seguro momentáneamente para rellenar susbuques de agua y de carb6n. Sin novedad algunaen el camino descubri6 al amanecer del 19 á 10lejos el castillo del Morro y la entrada libre de untodo. No había ningún buque de guerra americanoá la vista, penetr6la escuadra lentamente, y anun­ciada su llegada por el cable á todas partes, comen­zaron pronto á llegar plácemes y congratulacionespor la « felicísima derrota ll, que debi6 Cervera reci­bir con muy moderada y melanc6lica gratitud.

Allí comenzaron en seguida los seis buques árepostarse, hasta donde 10 consentían los escasosrecursos del lugar, de algo de 10 que necesitaban,« faena ll, dice el Capitán Caneas en su libro ya ci­tado, « que se emprendi6 con frenesí ll. Pudieronhacerlo tranquilamente, pues en realidad hasta la

che del 28 al 29 de Mayo no empez6 á estar bien

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vigilada y bloqueada por barcos de guerra ameri­canos la angosta entrada de esa bahía; en cuyosalrededores de mar y tierra se decidiría, menos dedos meses después, sin nadie poder figurárselo deantemano, la contienda entre España y los EstadosUnidos en América.

Mediaron, pues, diez dias apacibles, sin peligro,entre la arribada de la escuadra y el estableciInientodel bloqueo, plazo que inesperada, que generosa­mente otorgaba la fortuna para salir en busca demás cómodo y mejor provisto fondeadero; en Cien­fuegos; 6 en Puerto Rico, que era el designado enlas instrucciones; 6 en la Habana misma, donde,si sucumbía á la entrada, sucumbiría al menos ro­deado de una aureola, que falt6 al triste acabardel 3 de Julio. Al discutir Cervera con sus capitanesel día 26 la oportunidad y las condiciones de la sa­lida, dos de los jefes de su mayor confianza, losmás pr6ximos á su persona en el servicio, su Capi­tán de Bandera y su jefe de Estado Mayor, insis­tieron con vigor en la salida inmediata ese mismodia; los demás, y el Almirante con ellos, resolvie­ron, por lo alborotado que en esos días estaba elmar, esperar mejor ocasi6n. Al siguiente día pusoCervera al Ministro de Marina este telegrama :

a Santiago de Cuba, Mayo 27, 1898. Ayer penséforzar el bloqueo aprovechando temporal, pero elmejor práctico opin6 que el Col6n corría gran riesgode tocar en una laja que hay en la boca del puerto,donde la Gerona perdi61a zapata. No encontré jus­tificado correr este riesgo, suspendiendo la salida,

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de acuerdo con segtmdo Jefe y Comandantes, ex...cepto Jefe de Estado Mayor y el de la 1nl__M a,ía Teresa, que opinaron en contrario. Aquino hay buques suficientemente rápidos para forzarbloqueo. »

y eran j oh dolor! las últimas cuarenta y ochohoras en que el salir no podía ser considerado comoun acto de demencia, pues s610 habia unos cuantosbuques americanos intermitentes, de la escuadra.de Sch1ey, á la vista durante el día, ningunos du...rante la noche, y los americanos mismos notenían certeza aún de que Cervera estuviese dentro:de la bahía; no la tuvieron hasta el 29 en que des­cubrieron de lejos al Col6n; y Sampson no llegó,con la segunda mitad que debía completar laescuadra bloquedora, hasta el r.O de Junio! (r)

Si prevalecía el plan de no hacer nada, de com­pleta inercia, á que Cervera tan sencillamente seresignaba, era claro que la escuadra ya no se mo­verla de ahí, que ahí mismo perecerla; y que sola­mente si de Madrid ó de la Habana se 10 imponían.acabarla de alguna otra manera; pero en ambos·casos en plazo no muy lejano. Mas ni en Madridni en la Habana se daban cuenta exacta de la sima...ci6n. Estupefacto queda hoy el que en los docu­men1:c)s oficiales descubre y signe las huellas deldesconcierto, el desbarajuste de ideas insensatas yproyectos irrealizables que bnllían en las dos capi~

(1) Tlu Aa-tic Fleel ¡'f #he Spa7lish Wa", by R. Ad. W. T.'son, Centuf'Y Magazine, Vol. LVIr, P. 886 et seq. ­ington, uI antea, pl1g. 178.

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tales. Muy curioso ejemplo es el telegrama que el·Ministro de la Guerra dirigió (el 3 de Junio!) alGeneral Blanco proponiéndole que para ee conten­der con la escuadra del enemigo en Manila II seenviasen á Filipinas c( todos los barcos de la escua­dra de Cervera que puedan salir de Sántiago. Estemovimiento (agrega) sería sólo temporal y, una vezconseguido el objeto en Filipinas, la escuadra vol­vería á Cuba sin pérdida de tiempo y fuertementereforzada II (I).

Al contestar Blanco esta consulta del Ministro,no es 10 absurdo del intento 10 que más le choca yenciende, pues él también conservaba fe profundaen el valor de la escuadra y en la audacia de Cer­vera, sino la idea de retirar esos buques y dejar laisla sin defensa por el mar, aterrado Blanco sobre­todo por 10 que en tal caso serían capaces de hacer'sus ingobernables Voluntarios. Esta fué su res'"puesta : « Los Voluntarios, excitados ya hoy porinsuficiencia de la escuadra de Cervera, y conte­nidos sólo por la esperanza de la llegada de unasegunda escuadra de un momento á otro, se suble­varían en masa al saber que en vez de refuerzosse retirarían los pocos barcos que hay. La repre­sión tendría que ser sangrienta, la actitud del ejér­cito para ese caso dudosa, y segura la pérdida de laisla ante la horrible conflagración que aquí sur­giría. II No sería exageración decir que en estaspalabras puede leerse compendiada la historia en-

(1) Documentos referentes á la Escuadra de Cervera ...P. 128.

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tera de la dominaci6n española en América; todala maravillosa epopeya del descubrimiento y laconquista y la posesión de cuatro siglos ya biencumplidos, se reduce, se concentra fielmente en laimagen de esos grupos de peninsulares exigentes ylevantiscos, desde el principio acampados en lasdiversas colonias á la manera de las avanzadas enlas fronteras del Imperio romano, en cuyo bene­ficio había gobernado y dictado la mayor parte desus leyes la remota y empobrecida metr6poli, y ála que en recompensa ellos mantenían y defendíans610 mientras el Gobierno supremo les reconocierasu predomínio y legislara en 10 esencial siempre ensu favor. Pensaba el General Blanco, quien debíaconocerlos muy bien, pues antes había sido Gober­nador superior civil y militar allí durante variosaños, que no vacilarían en renegar de su metr6­poli y sublevarse y hacer correr ríos de sangre, sila metr6poli iniciaba por primera vez una nuevapolítica, si se veía en el duro caso, para no per­derlo todo, de abandonar á su suerte, al peligropor ellos mismos principalmente provocado, hijostan desagradecidos, movidos siempre por senti­mientos tan egoístas.

Pero eran vanas amenazas; Cervera no saldríade donde estaba más que para sucumbir; Españano tenía más barcos de guerra que despachar áAmérica, y los Voluntarios mismos pronto no seconoCerían más con ese titulo, quedando parasiempre de su nombre y sus desmanes en la his­toria de Cuba la siniestra memoria.

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Situaciónmilitarde Santiago. - Aislamiento de la ciudad.- Expedición reunida en la Florida contra Santiago.- Ataque y ocupación de Guantánamo. - Desem-barca la expedición americana. - Los insurrectos.guias y auxiliares. - Calixto Garcia Iñiguez.

El Almirante Cervera, al usar del derecho quesus instrucciones le reconocían y resolver entrar enSantiago y no en Puerto Rico, decidió igualmentede una vez los factores del problema de la guerraentre España y los Estados Unidos, y 10 dej6 plan­teado de modo tal, que fué susceptible de resolu­ci6n en menos espacio de tiempo y mayor t!!cilidadde 10 que todos se figuraban. No era por ese~boJcomo ya he indicado, donde se habían acumuladolos elementos de la mayor resistencia que podíala isla presentar al adversario, sin que sea esto de­cir que estuviera abandonada 6 desguarnecida esa .región oriental del territorio, en que era Santiagola ciudad más importante, y además la segunda enpoblaci6n de todo el país. A causa de la distanciaque de la Habana la separaba, y del bloqueo, ame­naza que desde muy temprano se dibuj6 en el hori-

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zonte, cuidó el General Blanco de atender muy alprincipio á su defensa, y en parte telegráfico alMinistro de la Guerra, expedido el 28 de Mayo, yadentro del puerto la escuadra de Cervera, le comu­nicó, entre otras cosas, que había reforzado la guar­nición de Santiago « con cuatro batallones, tresescuadrones, una batería Krupp de montaña, cua­tro compañías de ingenieros, diez piezas de posi-

'ci6n, cuarenta, y ,siete de plaza Y' correspondientestropas auxiliares ». Ha'Uábase además al frente detoda la región el Teniente General D. ArsenioLinares Pombo, en quienBlanco,su inmediatosuperior, tenía absoluta confianza.

Era también Santiago, después de la Habana,la plaza mejor fortificada por la parte del mar,tanto en virtud de sus condiciones topográficascomo de los recursos de que disponía. La boca delpuerto, estrecha, se halla dominada por alturas demás de sesenta metros á un lado, de cincuenta alotro; en la del Este se eleva el castillo del Morro,al Oeste la batería La Socapa: esta última prontoartilla:da con buenos cañones modernos, desembar­cados de un crucero, como también 10 fueron otras

,baterlas más al interior. Sigue á la boca un canal,también estrecho, de curso torcido, bien provistode torpedos eléctricos,conduciendo á una bahíaespaci.osa, en cuya extremidad hacia la derecha seeleva la ciudad edificada en la falda de otra altura,visibles sus calles y casas como gradas de anfitea­tro. Las defensas por tierra eran mucho más dé­biles, pero no del todo despreciables. Elevadas para

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DE BSPAÑA 'EN.AJl.ÉRlCA 239

·contener ataques de los insurrectos, tenían éstos en·aquellos días prácticamente asediada la plaza, cuyaguarnici6n- sólo en grandes masas se aventurabamás allá de la reducida ,zona de cultivo que, para

·su abastecimiento de agua y de vegetales, sehabía establecido, en tomo de fuertes de piedra,blockhouses y alambradas.

Tales eran en resumen sus medios de defensa.Por tierra, eficaces solamente contra adversariosdesprovistos de artillería de campaña, como lo es­tabanllos cubanos insurrectos; por mar, inútilesamtra el enemigo extranjero, que podía muy bien

· aguardar con paciencia los efectos del bloqueo ri­guroso que con su potente flota podía establecer,sin exponer sus barcos á baterías rasantes y á tor­pedos, seguro en este caso de que la escuadra deCervera seria destrozada si intentaba salir. Laciudad. luego, sitiada por el frente y por el fondo,bombardeada, incendiada, si era necesario, serendirla por último á discreci6n.

La desventaja mayor de Santiago era otra, sinembargo; era el aislamiento, la completa soledaden que se encontraba, sin comunicaci6n por ferro-·carril con el resto del país. Quinientos kil6metrosde montes, bosques, despoblados, 6 distritos en­teramente ocupados por la insurrección, hubierasido preciso recorrer á pie antes de llegar á la pri­mera ciudad, Santa Oara, por ejemplo, en co­nuión por línea férrea con la Habana. Empresairrealizable por consiguiente, á no ser por todo unejército bien provisto para el largo viaje, sin. espe-

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ranza de recursos en el camino y hostilizado sincesar por los cubanos. Así pagaba España el preciode la incuria, la insaciable avidez de su adminis­tración, que año tras año, sin excepción, empleabalas rentas íntegras del país en sus soldados, en sumarina, en su burocracia, en sus expediciones áMéjico, á Santo Domíngo, áotras partes, sin ayudar,sin contribuir jamás con un centavo de peso á laconstrucción de ferrocarriles, ni á obras públicas engrande escala del mismo género; sino al contrario,hostilizándo1as, explotándolas, abrumándolas pormedio de impuestos y reglamentos meticulosos,insensatos, que forzaban tanto á las compañías

. como á los particulares á acudir al Ministerio detntramar en Madrid, y á menudo aguardar mesesy meses para obtener con infinitas cortapisas lasmás insignificantes autorizaciones. Muy poco des­pués de terminada en Cuba la dominación deEspaña, comenzó una Compañía extranjera á ten­der los rieles del llamado Ferrocarril Central, y hoyhace ya tiempo que ruedan sobre ellos trenes devapor con mercancías, con pasajeros, que par­tiendo del extremo occidental de la isla llegan áesa ciudad de Santiago, que no pudo el GeneralBlanco en 1898 socorrer oportunamente por faltade medios de comunicación por tierra y por mar.

La entrada de Cervera en Santiago fué para losEstados Unidos como un favor del cielo, la oca­sión deseada de poner fin á dudas y vacilaciones.Cesó en el acto la penosa incertidumbre. No másgolpes en vago: Sin necesidad de esperar ya pe-

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riodo más favorable para la gran invasi6n y el ata­que directo por el Oeste, parti6 de Wáshingtonorden perentoria al General Sháfter de alistar, yembarcar en los transportes de antemano reunidosen Tampa, puerto de la Florida, el cuerpo de ejér­cito de su mando, para cooperar con la escuadrabloqueadora á la toma de la ciudad y la destruc­ci6n 6 rendici6n de los barcos de guerra encerradosen su bahía. Así se hizo, aunque no con suma pres­teza, venciendo mil dificultades; hasta que una vezen marcha los treinta y tantos grandes transportes,escoltados por doce buques de guerra, doblaron el19 de Mayo la punta de Maisí; y á la siguiente ma­ñana se hallaron por fin frente al lugar de su destinolos 819 oficiales y 16,658 soldados de que constabala expedición (1).

En la terrible partida de juego de azar que es. la guerra, todos los triunfos, diré continuando la

comparación, estaban desde el principio en poderdel invasor, al contrario de 10 que en casos de inva­si6n suele acontecer. Cervera no podría escaparsedel puerto sin choque con la escuadra americana,y todas las probabilidades en contra suya; estabaliteralmente embotellado, bottled up, como decía eladversario, y el tapón que cerraba el cuello de la

(1) Hayen las historias de la guerra publicadas en los EstadosUnidos diferencias en la cilra de hombres que fueron en esaprimera expedición. Mis números son de la obra: The Spanish­AmeYican Way, escrita por el que era Ministro de la Guerra,General R. A. Alger. (Ha"pey and Byolheys, New-York.)

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·botella era más que de sobra duro y apretado, parapoder ser fácilmente removido.

La escuadra bloqueadora, firme en su puesto sincesar, bañando de luz eléctrica durante la noche la

·estrecha entrada, disponía desde los primeros delmes de vasta y cómoda base de operacíones en lamagnífica bahía de Guantánamo, de la cual conpoco esfuerzo se hizo dueño el Almirante, no obs­tante numerosos torpedos sembrados en su boca,que inutilizados por espesa capa de hierbas marinasy caracoles dejaron á sus barcos pasar impune­mente. De ahí en adelante sin n~esidad de nave-

·gar las mil millas que 10 separaban de Cayo Hueso,su antigua base, tuvo, á treinta y cinco millas nomás del frente de Santiago, donde repostar susbarcos de carbón tranquilamente y reparar sus ave­rías.

Todo al sitiador se le facilitaba, todo á los sitia­dos iba día por día dificultándoseles más y más.En la ciudad, si bien no escaseaban aún provisionesde cierto género, como arroz, maíz, aceite, aguar­diente, disminuía la carne, en la zona de cultivolos vegetales frescos, y el temor de faltarles aguaen una fecha próxima les inquietaba, pues casitoda venía en cañerías de una represa, pronto di­fícil de defender, en las afueras, detrás de la po­blación.

y por cima de todo, los nubarrones de la insu­rrección acumulándose en tomo,más espesos, másamenazadores, más formidables. Sin los insurrectos,guías y compañeros, nunca hubieran podido unas

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DE ESPAÑA BN AMÉRICA 243

cuantas compañías de infantería de marina al l

mando de un Teniente· Coronel apoderarse de labahía de Cuantánamo, donde acampabau alrede­dor seis 6 siete mil soldados españoles á las órdenesdel General Pareja. Sin ellós tampoco, en la costaacantilada y áspera de toda esa regi6n de la isla,hubiera sido posible á un cuerpo de ejército de diezy siete mil hombres con artillería, dos mil trescien­tos entre caballos y mulas y los pertrechos corres­pondientes, desembarcar reposadamente, sin quedesde la espesa maleza de las alturas, por vivo quefuera el bombardeo de la escuadra, tropas espa­ñoles provistas de fusilés y cañones cargados conpólvora sin humo, 10 hubiesen diezmado y quizásatropellado en espantosa confusión.

Calíxto Carcia lñíguez, constante y enérgicojefe cubano, que ocupaba toda esa sección. de laisla, donde ya antes, en la guerra de los diez años,se había sostenido con inquebrantable tesón; per·fecto conocedor del terreno en que peleaba ahoraotra vez con su acostumbrado vigor, fué al cruceroN ew York, la nave capitana, á visitar al AlmiranteSampson, á quién desde luego sedujo ce por susmaneras llenas de agrado y su marcial conti­nente» (I). Era su objeto indicarle los puntos másadecuados para desembarcar la expedición y paradisponer él luego sus tropas de manera de cubrir yauxiliar en tierra la operación, desembarazando

(1) R. H. Titherington, obra citada, pág. 217:« 01 mast I"ankand sngaging manne"s and mase soldie"ly appea"ance. »

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de guerrillas españolas todos los aproches, sirviendodesde el primer momento como de vanguardia y deéclaireur al ejército americano en la marcha atre­vida, que desde la orilla misma del mar, desde laensenada de los Altares, (r), emprendió el veteranoGeneral Confederado de la gran guerra civil ame­ricana, el denodado Joseph Whee1er, un día des­pués de haber puesto el pie en suelo cubano,hacia donde estaba el General español Rubín,hacia las Guásimas y hacia Sevilla, donde tuvie­ron lugar los primeros encuentros, y comenzó laretirada del ejército español en su repliegueestratégico, gradual, en suma ruínoso, hacia el re­cinto fortificado de la ciudad de Santiago.

(1) Añade Linares (General en Jefe español) • que sin el auxi­lio de los cubanos nunca hubieran desembarcado los yanquis.La ayuda de los insurrectos fu~ poderosfsima... Prueba deesto es que sólo desembarcaron los norteamericanos dondedominaba mú la insurrección.• (Heraldo de Madrid, viernes9 de Septiembre de 18gB.)

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IV

Campaña de Santiago. - Las Guásimas. - Wood y Roo­sevelt. - El General en jefe W. R. Sháfter : su des·aliento injustificado el 1.0 de Julio. - Diálogo por telé·grafo entre Cervera y el General Blanco. - Ordenterminante de salir la escuadra. - Batalla del 3 de Julioy destrucción de los barcos.

Era imposible ocultarlo. La evidencia brotabapor todos lados : España estaba virtualmente ven­cida desde el día mismo que comenzó la guerra. ElGeneral Blanco, agitado por su espíritu marcial,impulsado por las responsabilidades de su cargo,proclamaba la intención de sostenerse hasta dis­parar el último cartucho; pero muy pocos se sen­tían dispuestos á llevar tan lejos su resolución, ylos gritos y la jactancia en palabras de los más exal­tados de los Voluntarios, á nadie ya engañaban.Detrás de las proclamas altisonantes, juramentospatrióticos y denuestos al enemigo, se distinguía larealidad pálida y ansiosa. íntima, profunda des­animación iba lentamente apoderándose de losánimos: la escasez de dinero, la falta, ya demasiadovisible, de aprestos y municiones; la convicción de

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que por causa del bloqueo nada más podía espe­rarse de la metrópoli; perdida como 10 había sidola última buena ocasión con la llegada de los bar­cos de Cervera, desprovistos de todo y ahora in­moyilizados en Santiago; y por último el temorque de un momento á otro hasta la comunicacióntelegráfica con la escuadra pudiera cesar, todocontribuía á apocar los espíritus más tenaces. Lainsurrección en tanto se extendía rápidamente,robustecida por el auxilio poderoso que _aguar-daba, que se acercaba, y la proximidad del triunfo;mientras las guarniciones españoles, esparcidas porla isla, encerradas detrás de sus fuertes y trochas yalambradas, carecían de muchas cosas, mal ali­mentadas, pues el bárbaro sistema de Weyler alasolarlo todo las privaba también de recursos; ymal pagadas, pues el Gobiemo dejaba ahora trans­currir meses y meses sin abonarles sus sueldos. Losprimeros prisioneros que hicieron los americanos;en Guantánamo el 14 de J nnio, cuando el Capitán·Elliott con dos compañías de infantería de marina'y cincuenta cubanos batió á cuatrocientos espa­ñoles, haciéndoles cnarenta bajas entre muertos yheridos y diez y ocho prisioneros, confesaron éstosque hacía tiempo-ya que no recibían más raciones­que arroz y sal y que ·se les debían seis meses depagas.

Puede decirse que, al abordar junto á Santiagoy empezar á desembarcar la expedición americana'en los últimos días de Julio, comenzó la agonía dela d(lttlinadón· española en América, pues 10 que

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de vida convulsiva le quedaba, debía ya contarse·únicamente por semanas. Hubiérase creído que la­fortuna, cansada al fin de haber protegido tantotiempo á España y haberla mantenido allí á pesarde sus desaciertbS, de su egoísmo y sus crueldades,se decidía ahora por último á precipitar el desenlaceen favor del vengador, ofreciéndole en breve tiempoy breve espacio las vent~jas necesarias para inferirrápidamente el golpe mortal. El Gobiemoameri­cano entonces, como quien ejecuta los decretosdel destino, no titubeó más, y se aprest6 á concen­trar su esfuerzo en aquel reducido palenque, sin te­mor á la estación ni á las enfermedades, hastaacorralar al adversario. El triunfo debía necesaria­mente ser suyo. Nada por dicha influirían ya en elresultado definitivo errores de táctica 6 estrategiaque pudieran cometerse, ni tampoco el valor real delhombre á quien con más 6 menos acierto se con­fiara la ejecuci6n de la empresa.

De los diez y siete mil combatientes de que cons­taba la expedici6n desembarcada, los más, catorcemil, eran veteranos del ejército regular de los Esta­dos Unidos. Había solamente dos regimientos de­milicia ciudadana, el 71 de Nueva York y el 2° deMassachusetts, que de muy poco sirvieron; y ell° de caballería voluntaria, llamad6 popularmentede los RO'Ugh R'Íders, que' á despecho de su nombrese embarcaron desde luego sin sus cabalgaduras, yá pie pelearon hasta el fin. Estos quinientos hom­bres escogidos, - de quienes era Coronel Leonardo' .Wood; el que luego, ascendido á General, gobernÓ'

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provisionalmente con tacto é inteligencia en San­tiago y después la isla toda hasta entregarla enIC}02 á las autoridades elegidas de la República deCuba; y Teniente Coronel el futuro Presidente delos Estados Unidos, Theodore Roosevelt, - tuvie­ron el honor de figurar en el primer combate en lasGuásimas, donde á pecho descubierto avanzaronal surgir de la espesa maleza y vieron principiarel retroceso del ejército español.

A la cabeza de la expedición americana vinodesde Tampa el Mayor General W. R. Sháfter, desesenta y tres años de edad, hombre muy grueso,sujeto á ataques fuertes de gota, que á menudo leimpedían montar á caballo, y 10 mantuvieron ence­rrado en su tienda durante varios de los pocos díasde la brevísima campaña en que tan completamentecoronó la fortuna los esfuerzos heroicos de sus ofi­ciales y sus soldados. Educado para trabajos agrí­colas en la hacienda de cultivo que su padre poseíaen el estado de Míchigan, abandonó todo como tan­tos otros al comenzar la guerra civil y á los veinti­seis años entró á formar parte del ejército federal.Con varia fortuna siguió la contienda hasta sutérmino, llegando al grado de Mayor General en elescalafón de los Voluntarios, y pidió entonces serincorporado al ejército regular, para lo cual aceptóel simple grado y categoría de Teniente Coronel.Al iniciarse la lucha con España era ya Brigadier,y para poder marchar al frente de la expedición áSantiago volvió á usar su título anterior de MayorGeneral de Voluntarios. No asistió personalmente

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á ninguno de los principales encuentros de la cam­paña, los mand6 ejecutar, design6 los jefes, el nú­mero de tropas y el objeto de la acci6n nada más.Por esta raz6n fueron muy discutidos sus actos y supericia militar y provocaron en el país frecuentespolémicas. En una de ellas intervino él mismo, di­rigiendo á un amigo carta impresa de la que bienmerecen recordarse las siguientes lineas :

« No he querido hasta ahora rebajarme á hacerla defensa de una campaña, la cual considero,como Vd. ha dicho muy bien, que no tiene igual enlas guerras modernas. No creo que haya habidonunca otro ejemplo de un ejército que, reunido deprisa, casi sin preparaci6n, recorra como éste mily quinientas millas de mar, desembarque en costahostil con botes descubiertos, obligue á los diezdías á su enemigo á cejar hasta parapetarse detrásde sus trincheras y en la ciudad; y á los quince,fUerce á veinticuatro mil hombres á rendirlas armasá un adversario de menos de veinte mil. No huboen toda esa campaña ni un minuto en que estu­viese en poder del enemigo un solo soldado ameri­cano ni muerto ni vivo, ni cosa alguna pertene­ciente á los Estados Unidos que valiese más de undollar. Y fué sin embargo una campaña llevada átérmino en la estaci6n del año que es en Cuba másenfermiza; única expedici6n además de cuantasjamás partieron de la zona templada á islas delmar Caribe que no acab6 en desastre completo,con la sola excepci6n de la inglesa de I762, lacual, si bien 10gr6 tomar la ciudad de la Habana,

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tuvo antes que sacrificar casi todo el ejército deque se componía... » (1)

Ello es cierto, enteramente cierto, magüere1 tonode 'jactancia excesiva. Pero es positivo tambiénque en los dos combates principales de la campaña,ocurridos ,el día rO de Julio, en el Caney y en lameseta de San Juan, no se halló presente ni uninstante el General Sháfter en lo que técnicamentese llama la linea de fuego, the firÍ1f,g Une, como susadversarios malignamente se 10 recordaban (2). Yes aún más cierto que después ,de esas dos batallas,las dos grandes victorias del ejército americano entierra cubana, fué Sháfter quien menos compren­dió al pronto su importancia, quien menos sospe­chó que ellas dos, con la salida y destrucción de laescuadra de Cervera, que fué la consecuenciadirecta é inmediata, significaban la terminaciónde la campaña, porque 10 dejaban todo práctica­mente decidido de U1Ia. vez, allí y fuera de allí.

Hay. en verdad algo contradictorio y difícil deexplicar en la conducta del General en Jefe después

(1) Vid. Appletons' Cyclopredia of American Biography.Vol. 7, New York, 1900.

(2) En la extensa y más reciente historia militar de la cam­paña publicada en los Estados Unidos (The Campaign 01 San­#ago de Cuba. By Herbert H. Sargent, 3 vols. Chicago) el autor,muy e!1c:omiador de Sháfter, reconoce que violó éste un pritr­cipio fundamental de estrategia al disponer que en un mismodía tuvieran lugar los dos combates en el Caney y en SanJuan: todo ac:onsejaba emplear en San Juan el ejército integroy reservar sólo un regimiento y una ó dos baterias para con­tener'la guarnici6n del Caney. (Vid. The Nation, New York,Feb. 27, 1908, pág. 195.)

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de esos dos reñidos encuentros en San Juan y enel Caney. Ni siquiera calculó bien, á la distancia enque se eD.contraba, 10 cmeles y mortiferosque ha­bían sido, tanto que anunció primero al Ministrode. la Guerra en Wáshington que las bajas en am­bos combates eran entre muertos y heridos unascuatrOcientas, cuando hablan sido más de mil enrealidad. :Mantuvo luego durante horas y horas alPresidente y al Secretario en la más cmel incerti­dumbre respecto á la verdadera situación del ejér­cito, hasta que por :fin el 3, muy temprano, día'ymedio después de las dos victorias, telegrafió quela .linea de tropa con que tenía cercada la ciudadera tan delgada, tan débil, que estaba seriamente

. COBSiderando si debía retirarse unas seis millasmás atrás y tomar nuevas posiciones entre Siboneyyel rio San Juan. No había llegado aún á su des­tino este desconsolador telegrama, cuando elmismo que tan desalentado parecía dirigió la másseca y altanera comunicación al Comandante ge­neral español notificándole su propósito de bom­bardear la ciudad si no se rendía, é invitándoloen este último caso ~ hacer salir de ella antes de lasdiez de la mañana del siguiente dia las mujeres,los niños y los extranjeros. i Extraño enigma! quesin embargo para sus oficiales, para los numerososcorresponsales de periódicos que allí habia,· pasócasi inadvertido en el primer momento, á pesar dela contradicción enorme que envolvía. No httbotiempo de desentrañarlo, de comentarlo, porque

:precisamente en el instante en que la fisonomía

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militar de Sháfter aparecía con esos dos aspectoscontradictorios, salía del puerto la escuadra deCervera, y se oían los cañonazos americanos queechaban á pique ó forzaban á torcer la proa hacialas playasy los bajos de la costa á los seis barcos deque se componía. Los temores, pues, de Sháfter porun lado fueron vanos, por el otro su casi incons­ciente osadía resultó oportuna. Al salir, al per­derse la escuadra, los más :firmes y valientes entrelos defensores de Santiago se sintieron como náu­frag9s que ven la única, la última esperanzaírseles, desvanecérse1es delante de los ojos.

La salida de Cervera y los motivos por qué esco­gió ese día y esa hora para verificarla, nada tienende recónditos; son un caso transparente y averi­guado. Allí entró el Almirante convencido de queallí tendría que permanecer; nunca tuvo más planque evitar el encuentro en el mar con la flota ameri­cana, de la cual pensaba que, aun dividida en dosmitades, era cada una inmc;nsamente superior ála suya; y ahora la situación, de ese modo consi­derada, era mucho más grave. El noble y compa­sivo corazón de Cervera no podía resignarse áconducir á la muerte á sabiendas, con los ojosabiertos, á la luz del día, á cuantos estaban bajosu mando: « la horrible y estéril hecatombe quesignifica la salida de aquí á viva fuerza, porquede otro modo es imposible, nunca sería yo quienla decretara, porque me creería responsable anteDios y ap.te la historia de esas vidas sacrificadasen aras del amor propio, pero no en la verdadera

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DB BSPAliI'A BN AIIBBICA 2SJ

defensa de la patria... He recibido esta mañanaun telegrama que me pone á las órdenes delGeneral en Jefe, á él toca decidir si marcho al su­plicio arrastrando al mismo tiempo á estos dosmil hijos de España... »

El General Blanco, de quien dependia ahoraCérvera, era un alma de otro temple; hombre deguerra de una sola pieza, no obstante sus manerasafables y corteses; aunque no naturalmente cruelcon exceso ó sanguinario, sin escrúpulo de serlo óde asumir la responsabilidad del subordinado suyoque lo fuese, como apadrinó y cubrió en el mismoSantiago, durante la (( guerra chica », al GeneralPolavieja, que dejó allí, lo mismo que luego en Fi­lipinas, terrible reputación de fria é innecesariacrueldad. No había, pues, Blanco de vacilar, si ásu parecer el honor militar pidiera la hecatombeque á Cervera espantaba, y replicó á éste por telé­grafo, lo que éste probablemente no esperaba :11 Si esos cruceros llegan á ser apresados en cual­quier forma dentro del puerto de Cuba, el efectoen el mundo entero será desastroso y la guerra po­drá darse por terminada en favor del enemigo.Hoy todas las naciones tienen la vista fija en esaescuadra, y en ella se cifra la honra de la patria. ElGobierno opina del mismo modo y el dilema noofrece duda á mi juicio» (I).

No incluia este despacho aún la orden termi-

\1) Documentos... de Cervera. Op. cit. pAgo 143, 144. 145Y 151.

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254 CÓMO AC.B6 LA DOXINAC~

nante de salir, pero cuando supo Blanco el estado,en'-que la defensa de la ciudad quedaba después de,los combates del r.O de Julio; que Linares seria.mente herido en San Juan trasmitía. el. mando al.General Toral; que el General Vara.del Rey, a.cID­binado á. baJaos, habia caído junto con' la mayorparte de los defensores del Caney; que la guarni­ción de Santiago e:rtenuadapor las privaciones,exhausta ya de fuerzas, renunciaba á toda ~.ranza, y que en, tanto no llegaba la columna salida­de Manzanillo con caballeria y artiUeria al manda;de· Escario, detenida en su marcha penosa por 10&malos caminos y por la incesante hostilidad~de~

los insurrectos,· no titube6 más y envió al Almi-·rante este (l urgentisimo » telegrama : (l Vistos los'progresos- del enemigo.á pesar,' de la heroica. _de­fensa de la guarnioióno reembarque Vueceneia:<tri.,..pulaciones, y. aproveclJ.ando opo1'tUnidad más..~mediata,' salga con todol> los barcos de esa .escu.a-.dm, quedattdo-en: libertad de .seguida derro1:aJqueconsidere oportuna; » Repiti6la.orden al. siguiente..dia'en,forma aim,más:apremia:nte, y Cervem ms-.pondió oon.lac6nica dignidad::'« Mando encendeI':-:.para salir:en'<manto sereembatqUe'lIlifuerza. ~

Sa1i61a esaua.dJla.¡en 'eiecl:o:á 1as.nuew y minu~de' lamaíWla del: 3: de Julio; todos·sus bucos...fueron uno á uno embarrancando incendiados. á.cOrta distanc:ia, menos el dest;nlttor.:Furor, quefuéechado á pique cerca de la boca, y el CristóbalColón, que á las dos de la tarde, á poco más decincuenta millas de distancia en la dirección hacia.

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DE ESPAÑA EN AMÉRICA 255

el Cabo Cruz seguida por todos, izó bandera blancafrente al río Turquino, abríó sus válvulas, y len­tamente se sumergió en fondo de arena, recogiendoen sus barcos el enemigo la oficialidad y la tripu­lación.

Tenía Blanco razón de sobra, aunque no desearatenerla tanto : perder la escuadra era la guerra ter­minada en favor del enemigo. Consumado ese sacri­ficio; sin gloria real ni para el vencedor ni para. elvencido; pues- apenas hubo verdadera luch«, que­daron las colonias de España prácticamente sindefensa y á merced del vencedor.

La escuadra americana contó por todo, en lafamosa jornada un muerto y diez heridos, ningunode gravedad. De los dos mil trescientos hombres ábordo' de la ,española, murieron unos trescientoscin<tWmta, miLsetecientos fueron como prisionerO&iá los Estados-Unidos, y ciento cincuenta 6 un poco.'más,escaparon-por tierra-,y volvieron á'San1iago(r).

(1) Este' combate naval, graDde escena trágica final delPQd.«lr. ,milít.at ,de España en América, se encuentra en, otm 'lugar descrito y considerado de punto de vista diferente. VéaseA"aatldo" SaMClg<J de Cuba, mé& adelante.

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v

Batallas en tomo de Santiago. - San Juan y el Caney. ­Últimos combates. - Capitulación .- Injusticia come­

.tida con el General C. Garcia y sus tropas. - Des­agravio por Wood. - Viaje de Garcia á los EstadosUnidos. - Recepción cordial en Nueva York y enWáshington. - Su fallecimiento inesperado. - « ElCalvario de los Cubanos. »J

Vuelvo ahora el paso atrás, por haberme ade­lantaáo un poco en mi camino con objeto de acom­pañar hasta el :fin la escuadra de Cervera.

Lleg6 desde muy temprano á ser tal el decai­miento de los ánimos, que recibi6 el soldado espa­ñol sin sorpresa ni disgusto la orden de ir cediendoterreno al invasor; y no pudo infundirle alientociertamente la explicaci6n del General Linares ensu proclama : le Soldados : Abandonamos la zonaminera porque no he querido sacrificar vuestrasvidas estérilmente sobre la playa en combate des­igual, con fuegos de fusil, contra el aparatoso alardedel enemigo, que nos combatía á cubierto de lascorazas de sus buques, artillado con los cañonesmás modernos y poderosos. » Era esto recordarlesvivamente la fuerza y los recursos inagotables de

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DB BSPAÑA BN AMÉRICA 257

la naci6n'f.vecina, demasiado vecina, demasiadofuerte, qu(acudía en auxilio de la insurrecci6n delos eubanos, esa insurrecci6n, origen de los malespresentes, que empobrecía y desangraba á Españasin lograr: ésta nunca sofocarla.

Cuando no había ya lugar de retroceder más, ymandaron recibir á pie firme el adversario, no mur­mur6, apartó de la mente cuanto pudo la enormedesventaja de afrontar ahora nuevo y poderosoadversario allí mismo donde todo, tierra y cielo, lehabía sido constantemente hostil; y con la sombríatradicional firmeza de su raza en la defensa, aunen ocasiones como ésta en que se defiende 10 quese siente ya perdido, 10 que n~camás ha de recu­perar, se hizo respetar y admirar por el adversarioen los dos combates del 1.° de Julio.

En el Caney sobre todo, donde atac6 el enemigocon excesiva confianza, cost6 muchas vidas y undía entero, de la mañana á la tarde, al GeneralLawton, para tomar 10 que no podía á su juicioresistirle más de dos horas. Fué contra las posi­ciones españolas al mando de seis mil y seiscientoshombres, aunque no reunidos, pues llegaron suce­sivamente, y con muy poca artillería además; tuvoentre muertos y heridos cuatrocientas cincuentabajas: número muy parecido al del adversario: qui­nientos veinte españoles vigorosamente conducidosy alentados por el Brigadier Vara del Rey, tenaz­mente parapetados en los fuertes y blockhouses pri­mero, luego en las casas y en la fea y viej a, pero86lida, iglesia del pueblo. De los defensores del

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~S8 CÓXO ...'-DABÓ LA 4>OIIINACIÓN

.caney- eayeron muertos 6 heridos unos trescientos,'ciento veinte fueron hechos' prisioneros, los demáshJgraron retirarse- Y' vólver -á Santiagó.- Al 0enem1Vara.:del:Rey se han tributado dapués,en.tEspaña,Y aun en Cuba misma ya imieptndiente,:grandes

.elogios Y honores, bien merecidos. ¡ Cuando él cay6.á las doce de1día, le sucedi6 Y oontinuó:oon igualtesón el Teniente Coronel Puñet, que salió con. losqne aun 'quedabanvivosal;atardecer en:direcci6n.de la ciudad. El agresor logró su objeto sin dnda;pero la enérgica- -resistencia -del'vencidf1 -mantuvoincierto por varias horas el éxito del combate .másimportante, que aliado sesoetuV'O,<·eUlla.:~meseta

de-San Juan.Esta segunda acci6ndel mismo día, !menos bri­

llante, fué más decisiva, nn:gra:Illp8S0- hacia el fin,''Pues por ella quedaron los Estadcs Unidds dueñosde las alturas desde donde el ejército.cuteJamente

,rpodía lanzar- bombas sobre Santiago y·.dt&truirla.l:El Susto é inquietud que en el General Sháfter des­ípertaron 'la tenaz defensa española Y el- crecido,número de muertos Y heridos en ambas aceiones,fueron debilidad pasajera de militar poco acostum­

-bradoalmaudo en jefe, Yno acobardaron el ánimode,los otros 'generales americanos. La inoportuna,idea :lie transportar .unas cuantas millas más atrássus posiciones- mientras ll:egabannuevos refuerzos,totalmente desaprobada en. Wáshington, pasó, 10

.hemos visto, cual vino, á guisa de relámpago.San Juan Y el Caney, repito, desataron el.nudo

principal, .aunque al principio no. pareciera así;

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¡ apusuraron la orden de sacar de allí la eswa.dr-a,'Y:POt:tantosu destrucci6n inmediata. Quedó San­::tiago en tal de8valimiento,materia1·y ,monU que la»llegada de la colWl1na~derefuerzo, traida á marchas.foaadas desde Manzanillo por el Coronel Escario,ll1Oagregóen· sustancia .vigor ni valor alguno á la:rleiensa, privada como ya estaba de las compañías¡escogidas de infantería de marina, que tan bim seportaron el,día de la batalla á las 6rdenes del.dis­rtingllido Capitán:de Navío D. Joaquín .Bustamante,·cquien.. por. 'cierto no pudo reembarcarse. con su'rgente, á causade,una,heri<la·de bala en el vientre. 'que le quitó la ,vida á los pooos días en el Hospital.:militar. La columna -Escario había consumido en~e1 viaje todas sus provWooes,' y vino á -agregar

.:.miles, de bocas donde no había ya bastante para.:dartdecomerá'lo&.enfermosy los sanos de la guar­

-!Dici6ny á los habitantes de Santiago.. .Todo de aqui en,adelante camina, con;pasos wr-

-:tosáveces, pero directos y seguros, hacia el desen­tace, haciala inevitable capitulaci6n en.los térmi­nos que. al adversario, pluguiere ofrecer. :.Este porsu parte·sentía vi\7am.ente· en sus flancos la. aguda

;:espue1a del clima mortífero en aquella terrible esta­-.ción de verano ya comenzada, y las diversas dolen­cias allí endémicas tenían ya atestados de enfermossus hospitales. Veía en tanto el sitiador, por dicha'suya, crecer de día en día su fuerza en número de-hombres y cañones de sitio. Las intimaciones derendirse se repiten, una tregua virtualmente se es­ub1ece, reamase luego la lucha ello en las trin-

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260 CÓ1l0 AOAB6 LA DOIlINACIÓN

cheras, y queda la artillerla española destrozada yfuera de combate. Empiezan el 12 las negociaciones.alargadas por la necesidad de consultar al CapitánGeneral en la Habana, y éste á la metr6poli, hastaque al fin, el 16 de Julio, entre las dos líneas detrincheras, al aire libre, bajo una coposa y gigan­tesca ceiba, firman los comisionados de una y otraparte las bases de la capitulaci6n final, compren­diendo en ella todo el territorio de « la divisi6n deCuba », conservando sus armas los oficiales, entre­gando las suyas los soldados. El Gobierno de losEstados Unidos se comprometía á transportar unosy otros al" Reino de España, con la menor demoraposible» y por su cuenta; mientras los Comisiona­dos de la República ofrecían empeñarse con el Pre­sidente para que permitíera al " soldado españolvolver á España con las armas que ha defendidocon tanto valor )l, recomendaci6n que fué cabal­mente atendida. El objeto era que les fuese dabledesembarcar en los puertos de su destino unifor­mados, con fusiles al hombro, vencidos, pero nohumillados; 10 cual, estrictamente verdadero, nocost6 ningún trabajo al adversario conceder.

Al siguiente día, el 17, á las nueve y media deuna mañana clara y brillante, se verific6 la entregade la plaza en la altura frente al fuerte llamado deCanosa, reunidos Sháfter y Toral, sucesor deLinares; el americano con numeroso Estado Mayory séquito de oficiales de mar y tierra, y ante ellosdesfil6 una parte reducida del ejército rendido, enrepresentaci6n de 10 demás. Antes, en Punta

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DE ESPAÑA BN AMÉRICA 261

Blanca, se arrió lentamente al compás de veintiúncañonazos la bandera española, é inmediatamenteizóse la americana en el Morro y en la Casa deGobierno.

I

Inesperada injusticia cometióse empero en aque-lla mañana histórica, que selló así con una últimainiquidad la serie de ellas, constante y muy larga,que soportaron los hijos de Cuba durante toda ladominación de España.

El General Sháfter, mal repuesto de las alterna­tivas de angustia y de confianza súbita por quehabía pasado, muy satisfecho además de haberobtenido ahora de los españoles algo que ni tanpronto ni tan completo acaso esperaba, quiso sinduda hacer, á los que dejaban de ser sus enemigosen el campo, una concesión no incluída en lo es­crito, sugerida simplemente quizás en lo verbal­mente tratado, y no reservó puesto á ningún jefecubano, á ninguna fuerza insurrecta, para presen.­ciar el acto de la entrega de la plaza y el desfiledel vencido ante el vencedor.

La causa impulsante de tal determinación ni erani podía ser más que el deseo de complacer á losmilitares españoles, cuyos sentimientos tüvieronsus comisionados ocasión de conocer en las conver­saciones que precedieron á la firma de la capitula­ción; evitarles el punzante desagrado de la presen­cia, en momento tan crítico y único, de los hijosde ese país, á cuya deslealtad en suma podian atri­buir todas sus desgracias; esos colonos, no emanci­pados todavía, á quienes siempre habían afectado

15.

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262 CÓMO ACAB6 LA DOMINACI6N

desdeñar en el campo como indignos enemigos; queen susproc1amas y partes militares, en todos suspapeles públicos y privados, .habían tratado deforagidos y latro-facciosos. Ahora que habían te­nido la avilantez de guiar, aconsejar, acompañaral invasor, no podían menos, en virtud de esas yotras rarones, de sentir por ellos irreconciliable.aversi6n. Haber sucumbido en San Juan 6 enlas aguas del mar Caribe por obra del ejército re­gular 6 de la escuadra de los Estados Unidos y desu poderosa moderna artilleria, no los humillaba;seriales por el contrario :duro en extremo soportarlas miradas de esas guerrillas sin prestigio y sindisciplina, mal vestidas, andrajosas, compuestas

'demás negros y mulatos que de blancos descen­dientes de españoles, (r).

Cuando Calixto Garcla conoci6 la forma en queiba á tener lugar el acto de la rendici6n, expusoindignado su sorpresa en -entrevista privada con elGeneral norteamericano, se despidi6 de éste, ysa1i6 de aquella regi6n hacia Holguín, distrito no

:inc1uído en la capitulaci6n, en busca de.otros espa-

(1) Nada exagero, ni en los denuestos ni en el agradeci-- miento al vencedor. Léanse en pcneba las dos cartas, alo.neral Sháfter y á los « soldados del ejército americano '.firmadas por « Pedro L6pez del Castillo, soldado de Infan­tería D en Santiago de Cuba, • en nombre de once mil soldadosespañoles D, el 21 de Agosto de 1898. Encuéntranse integras enla ya citada Historia por el que era Ministro de la Guerraentonces, General Alger, pág. 279-281. Jamás dominador habráacumulado suma igual de injurias y calumnias sobre su victimaen el momento final de su dominaci6n, ni dejado hasta el úl­timo instante memoria igual de su persistente encono.

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. 'DE ESPAÑA UN ,AMÉRICA

.'oo1es contra'quienes combatir. Nada más le que­,daba en,Santiagolpor hacer: había,cooperado en

-' cuanto á su.alcaA(U~ estuvo á la obraque·vino á eje­cutar-e1ejército d~ los Estados Unidos; ~s había.dado cuantos informes y noticias necesitaron ;él en;pen;onaÚsotros de sus generales habían combatido. ron .ellos en Las Guásimas, en Sevilla, en el C~-

.ney, en:-5an Juan;,había,en:fin lanzado oportuna­.;mente susótd.enes,para:que la columna de Escario.en ~ viaje :desde. Mamanillo fuese molestada,atacada, retardada en el camino, objeto que selogró, pues no llegó hasta el 3 por ,la tarde, cer­aada ya la ciudad y destruida la escuadra deCervera, y .llegó cansada, sin aliento; no,pudiendosu jefe hacer otra cosa que 10 que hizo:concertary ,firmar con título de primer Comisiona.<in las ba-

.ses de la capitulación. Podía, ptles~ muy bienGarcía, satisfeCha su conciencia,retirarse á con­tinuar la lucha solo, sin sus aliados de.lavíspera,hasta que en toda la isla se proclamase la paz.

El Gobierno americano mostró después, de va­rias maneras, considerar inoportuna é ~justa laconducta de Sháfter .en ese caso. El General

-.,L. Wood, gobemador de Santiago y·ex...Coronel delos Rough-Riders en la campaña, se 10 dijo, se 10repitió, y le confirió una misión para los Estados

. Unidos. Desde que llegó García á Nueva York re­cibió constantemente del pueblo y de las autori­dades americanas grandes y cordiales muestras derespeto y simpatía, marcadamente encaminadas ádesagraviarlo, á borrar la injusticia cometida con

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él. Fué luego á Wáshington especialmente invitadopor el Presidente de la república, que 10 trat6 conparticular agasajo, así como los Ministros y mu­chos miembros del Congreso. Por desgracia allímismo, á los pocos días, el II de Diciembre de18gB, falleció súbitamente Garcia, sin haber estadoantes enfermo, á los sesenta y un años de edad, res­petado por todos, profundamente sentido por suscompatriotas, que nunca podrán olvidar sus gran­des servicios, su constancia en la lucha y su virilenergía.

El Comandante de Artillería D. Severo G6mezNúñez, en el volumen de su obra, « La Guerra His­pano-Americana », dedicado á la campaña en San­tiago, termina su narración con el incidente de laexclusión de los cubanos en el acto final, y tiene elgusto de cerrar su trabajo con esta epifonema,adornado de puntos de exclamación, y por sí soloformando un párrafo :

« i Empezaba el calvario de los cubanos! »Si calvario hubo, fué ese el único paso en la triste

subida. No creo exista otro ejemplo de nación quedespués de acudir en auxilio de un pueblo atri­bulado, relativamente débil y pequeño, sehayacon­ducido, con más espléndido desinterés que losEstados Unidos con la República de Cuba en losdiez años que van hasta el pr~ente transcurridos.

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II

VI

Campaña de Puerto Rico. - El G~eralMiles. - Desem­barco en Guánica y toma de Yauco. - Segunda expe­dición. - Toma de Ponce. - España seconfiesavencida.- El Embajador francés en Wáshington. - Protocolofirmado el 12 de Agosto. - Capitulación de Manilael 13. - Las Filipinas perdidas. - Resumen de lacampaña. - Opinión del Comandante Gómez Núñez.

Muy desde el principio fijáronse en la isla dePuerto Rico, como en fácil presa, las miradas de losdirectores de la guerra en Wáshington, conside­rada sobre todo como operación excelente para ocu­par el verano, mientras se organizaba el gran es­fuerzo del otoño contra la Habana. La orden de en­viar la escuadra á las Antillas y el hado, fatal paraCervera, que 10 llevó á la bahía de Santiago, tras­tornaron los planes, y por breve tiempo mantuvoen suspenso la suerte del pueblo de Borinquen.

El General en Jefe de todo el ejército regular delos Estados Unidos, Nelson A. Miles, veterano de laguerra civil, sucesor en ese puesto de Grant, Sher­man y Shéridan, hermoso hombre de cincuenta ynueve años, buen soldado, inteligente, humano yvaleroso, completó en los alrededores de Santiago

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mismo y en Guantánamo los aprestos de la expe­dici6n á dicha isla, cuyo mando se reservaba. El21 de Julio se embarc6 en la Playa del Este, acon·pañado de tres mil quinientos hombres de todasarmas, hacia el puerto de Guánica al sur de la islade Puerto Rico, desembarc6 el 25 sin la menor di­ficultad, fué recibido con los brazos abiertos porlos hijos del país, y al siguiente dia entr6 enYauco.

La segunda parte de la expedici6n desembarcóno lejos de allí, y el 28 se hizo dueño sin combatede Ponce, la ciudad más poblada y, después de la

-capital, la más: importante del país. FuéeIuverdadllegar y vencer, como si estuviese la isla aguar·dando ansiosa desde mucho antes al libertadorque vendría á quitarle de encimael yugode]~spaña.i y pensar que Puerto Rico solía servir de argu·mento y de ejemplo á España para contestar á losque, en Cuba y fuera de Cuba, la llamaban .déspota6 tirana! Puerto Rico, la colonia modelo, lacolo­nía feliz, que apenas protestaba, que no se insu­rreccionaba, porque amaba á su metr6poli! Taninesperada explosi6n de deslealtad llen6 á Españade profundo desaliento, brazos y piernas le fla­quearon: la guerra, la defensa no podían tener yaobjeto. Como la puñalada de Bruto á César en eldrama de Shakespeare, fué la más cruel de' todas,tne unkindest cut o/ alt. - ¿Qué recurso quedabamás que rendirel.pabe1l6n? Cuba y Puerto Rrico yaperdidas, las Filipinas á merced del vencedor, lascostas de la-Península expuestas á incursiones del

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,­I

DBBSPA&A EN AMÉRICA 267

enemigo,' triunfante en el Atlántico cual antesen el Pacífico!

Lahora de acabar había llegado. E126 de Agostose presentó en Wáshington en el edificio de la Pre­sidencia, en la ·Casa Blanca, el Embajador de

;Brancia á preguntar de parte del Gobierno espa­.ñoi en qué términos estaban las Estados Unidos:dispuestos á negociar la paz, Y después de variosdías de comunicaciones telegráficas de un lado áotro del océano, firmÓ6e al :fin el 12 de Agosto unprotocolo preliminar, en el cual renunciaba Españaá todos sus derechos y su soberanía en Cuba, cedíaá los Estados Unidos la isla de Puerto Rico ade­más de otra. no designada del gmpo de las Marianas6 Ladrones en el Pacifico; y se reservaba para de­cidirlo en el tratado de paz definitivo la suerte delas Filipinas; es decir, conforme á las palabras deltexto inglés oficial, fJJhich shall determine the control,dÁsposition and Gover1lment 01 the Phitippines; y se­gún el francés: qui devra déterminer le contr6le, ladisposit'on et le GOtIvernement des PMUfrPines.

El Gobiemo español aprobó, muy creido de con­servar en definitiva todo 6 parte principal del Ar­chipiélago Filipino, y solamente pe~er las pose­siones de América; aunque algo diferente debieranhaberle hecho temer esos tres sustantiv6S oscuros,enigmáticos, que deiiberadatnelte inSisti6 en em­plear el Secretario de Estado americano, sin con­sentir que se sustituyeran por otros. La creencia.de España se robustecía considerando que no es­taba en_ese instante la ciudad .de Manila ni trozo

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268 CÓMO ACABÓ LA DOMINACIÓN

importante de la isla de Luzón en poder de su ene­migo.

La verdad era que el Presidente Mac-Kinley notenía en esa primera quincena de Agosto pr0p6sitofijo de exigir la cesión del archipiélago asiático. Detal anexión de país remoto, cosa ajena hasta en­tonces de la política nacional, no se había tratadoni en periódicos ni en meetings en los Estados Uni­dos, donde toda cuestión política nueva se proponey se discute siempre primero en ellos, antes deincorporarla al programa nacional é incluirla en labandera de los partidos. .

Pero como el cable de Filipinas á la costa deChina continuaba interrumpido desde que el Ce­neral Augustín puso á Dewey en el caso de rom­perlo, la noticia del armisticio firmado el 12 nollegó á tiempo á Manila, y el 13 capituló la ciudad,y entró en ella el ejército americano.

Este, para España infortunado contratiempo,contribuyó poderosamente á fijar el sentido de lostres .sustantivos misteriosos del protocolo; y pros­peró pronto entre el pueblo americano la idea deapropiarse el archipiélago entero; á ella por fin seadhirió Mac-Kinley, ya comenzadas en Octubre lassesiones de la Conferencia de París.

Compréndese que alimentara el Gobierno esl'a­ñolla esperanza de no perder del todo su vasto im­perio del mar de la China, doblemente querido por~r suyo desde que Magallanes 10 descubrió, y porla memoria de Felipe n, de quien tomó su nom­bre. Pero del protocolo había solamente dos textos

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DE ESPAÑA BN AMÉRICA 269

oficiales, el inglés Y el francés; ninguno en caste­llano; y en esta lengua no es fácil determinar cuálvocablo corresponde exactamente al control inglés6 al contr8le francés, que tampoco en estos dosidiomas pu~e afirmarse que tengan el mismo sen­tido. Fué muy cruel el desengaño de España cuandotuvo que ceder á la fuerza en la Conferencia, per­petuar con su firma el doloroso despojo y conten­tarse con las douceurs que le ofrecían los EstadosUnidos en cambio: veinte millones de doUars,transporte por su cuenta de la tropa y empleadosespañoles á España, y la admisión de sus buquesy mercancías durante diez años bajo las mismascondiciones que los unos y las otras de los EstadosUnidos.

Las Filipinas eran en realidad para España dealgún tiempo atrás carga bien pesada, Acaso másadelante 10 sean también para el nuevo poseedor,acaso ellas le traigan algún día

Llamas, dolores, guerras,Muertes, asolamientos, fieros males,

como dijo el gran poeta agustino del siglo XVI; Ysiconsuelo puede ser, de consuelo sirva la profecía.

A Puerto Rico pudo naturalmente llegar máspronto la noticia del armisticio. Ocupado un granpedazo al sudoeste de la isla y dos ciudades tanimportantes como Ponce y Mayagüez, faltabasólo marchar hacia el Norte, hacia San Juan, porel buen camino militar que atravesaba toda la pe­queña isla. El 13 de Agosto se preparaba el inva-

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Z'¡o CÓMO ACABÓ LA. DOJUNACIÓN

sor á reñir una.· batalla Y abrin;e ·.el. paso,. cuando..recibió el protoColo,·y tetminó en el acto lacam.­

paña, que el Ministro Alger en su;libro resume enoesOOs'términos : «( Duró dos·.semanas y se redujo á.seis .escaramuzas. Nuestra pétdida total ,fué de.cuatro muertos y CWlftl1td..heridos ».

El ComandanteGómez Núñez condensa también,l:á 9U manera, el resultado político, rematando asísu 'narración: a: Puerto Rico, antes feliz, -gin:le"&hora en la miseria y la esclavitud, ¡Justo cas­tigo, rápid.o, impuesto por ·la Providencia I »

-Sin 'Elmbargo Puerto Rico" que nunca .sufrió los'borrores de guerra .civi11afga y..encam.iz8da como.Cuba,.y pata quien 1aguerra.e%tranjera fué breveé incruento pasatiempo, goza hoy de mlU'avillosaprosperidad material, y coloca á. altos precios susproductos agrícolas entre los.millones de habitantes

< .de.1os Estados Unidos,· sin el·peso de los subidosderechos de aduana que los frutos de ~os..demáspaíses deben satisfacer, derechos que pagaban paraentrar en España cuando á España pertenecía.Tiene un Gobernador civil, un Consejo ejecutivocompuesto por mitad de portorriqueños yrameri­canos,.designados por el Presidente; y una.Cámara.de Delegados, ó Cámara baja, de treinta Y cinco

. :miembros:popularmente elegidos.Es una situación provisional muy superior al

duro régimen de colonia española, superior tam­bién á la autonomía que, gracias á los sucesos deCuba, se trató allí de introducir á última.hora y.que á nadie inspiro confianza.

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VII

. Efecto del pmtocolo en la'Hllbana, - Pllrlida del General'Blanco. - A~ la eniftgade la ísla.'¡)ara el 1.0 de

. Enero 1899. - Comienza la evacuación. - Conferenciay Tratado de París. - Las Filipinas y las deudas deCuba. - Conclusión.

·En la .Habana ose fué sabiendo gradualmentetodo: :derrota de la escuadra, intimación arrogante

·.de Sháfter, cerco estrecho de Santiago;' llegada tar­.dia.de Escario, rendición probable en breve ~r-

.'?mi:no; aunque hubo natural empeño de atenuar enlo posible la gravedad de las noticias. La desapa­rición total de .los barcos de Cervera fué la catás­trofe abrumadora, el golpe mortal. En la escuadra

.habían creído y en ella depositado con fe inven­cible y ciega todas sus esperanzas, con ella se hun­

:dieron una á una en el abismo. Temblábase en Es­·':palia al pensar en lo que pudiera en la Habana·-reuceder, lo que pudieran hacer los revoltosos y des­

'pechados patriotas, que tanto impresionaban ·almismo General Blanco, tan valiente y batallador.

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272 CÓMO ACABÓ LA DO}llNAClÓN

Nada sucedió de lo que tanto se temía. Fruncieronel ceño, rechinaron los dientes, y sin gritar, casi sinhablar, vivieron los primeros días como los heridosdel rayo de Júpiter, sin darse cuenta de lo que lespasaba. La pérdida incalculable, material y moral,que para ellos simbolizaba el protocolo, los teníacomo encerrados en campana pneumática gigan­tesca, sin aire que respirar, sm aliento para que­jarse. Nunca hubieran creído que tan vasto y com­pleto cambio pudiese ocurrir, al cabo de tres ymedio meses de guerra, sin haber siquiera visto alenemigo, salvo de muy lejos, representado desdeel puerto por unos cuantos puntos negros, casi im­perceptibles, allá entre la bruma del mar, en ellejano horizonte.

No se publicó hasta el 15 la noticia de la firmadel protocolo. Al poco tiempo el General Blancopidió que le permitieran renunciar el mando yabandonar la isla, 10 que hizo de bastante malhumor, deplorando no haber podido emplear con­tra el adversario las grandes fuerzas a11i reunidas,aunque debió salir bien convencido de la inanidadde las bravatas de los antiguos Voluntarios. Juzgóque no iba bien con su alta categoria militar latarea inferior de presidir la retirada, y traspasó elmando á General de menos graduación.

La ciudad en tanto continuaba, y continuaríahasta el fin, perfectamente tranquila. El pueblotodo, Voluntarios inclusive, acogió, leyó con sor­prendente apatía el breve y sustancioso artículoprimero del protocolo : « España renunciará á toda

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DB B8PA&A BH AMÉRICA 273

pretensión á su soberanía y á todos sus derechossobre Cuba (r). J)

« No hay ruido ni excitación en las calles ni aundiscursos en los cafés », escribía á su periódico elcorresponsal del Times de Londres con fecha 3 deSeptiembre; como si el largo y enojoso bloqueohubiese agotado la energía en el pueblo; la guerraóla paz, todo les parecía exactamente igual (2).

Conforme á 10 dispuesto en el Protocolo reunié­ronse en la Habana Comisionados nombrados deuna y otra parte para coordinar los detalles de laevacuación de la isla, pretendiendo desde luego elGobierno americano que ésta quedase consumadael r.O de Diciembre, y pidiendo el español que eltérmino se prorrogase hasta el r.O de Enero, puesel 28 de Octubre estaban aún por repatriar másde r30,ooo individuos, de ellos 20,000 enfermos.Alargaron, pues, el plazo los Estados Unidos hastael r.O de Enero de r899, sin perjuicio de ir en tantoocupando, bien sus tropas, bien las cubanas, elterritorio de la isla, á medida que se replegaban álos puertos las tropas españolas y se reembarcaban.La evacuación de Puerto Rico quedó concluída enel curso del mes de Octubre.

Mientras tanto discutían en París desde el r.O deOctubre, reunidos en un sal6n del Ministerio deNegocios Extranjeros, los otros Comisionados en-

(1) Libro Rojo espafiol, Negociaciones diplomáticas hasta lafirma del Protocolo. pág. 126.

(2) The Times, Londres, número del 20 Septiembre 1898,pág. 6.

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274 CÓMO .ACüÓ L4 DOMItiACIÓN

cargados de negociar el Ttatado de paz. Presidíala Comisión americana Mr. W. R. Day, secx:etariode Estado,.que había redactado ~ Protocolo ydiri­gido los negocios exteriores de Li.república como.Subsecretario .de.sde la subida de 'MacpKinley á la.P~esidoncia;y componíanla .además tres senador.ea~

y un antiguo periodista~ dueño del Tribune de.Nueva York-y embajador en París que había sido,Mr. W. .Reid. Al frente:de la Comisión española es­taba Don ~nio Montero Ríos, presidente delSenado. legista eminente, abogaoo muy hábil. muysagaz.; y la comp~taban: un{GeJ1eral de Ingenieros,un Magistrado :del Tribunal. Supremo, y dos más.cubanos de. origen,. el Senador Ab&.rzuza, ex-mi­nistro demtram.ar; y DonW. R. deVilla-Urru1ia.,..Ministro Plenipoten<tiario en. Bruaelas.

Duraron las se8ÍOMShasta.e1 lO de·Di~bre,

día<en: que se fumó.e1.Tratado, docum.eo.ronotable.clara' y ·sobriamente escrito, que parece. haber r~suelto~ordenaday precisamente cuanto, importaba 1

resolver; Fué.lo referente á la posesión del AJ::clli.,piélago Filipino, cual eN. de suponer, 10 más duro.de concet1D.r. y aun.por variOS.días se leve.ntó como.roca contra la cual todo hubiera podido estrellarse,si el desacuerdo insoluble no hubiese implicado lacontinuación de la guerra, peripecia terrible. á la·hora aquella. que debia España evitar. á toda,eo&ta;y se arregló por último de la manera en otro lugarya indicada.

Una dificultad, no mayor; pero que exigió serzanjada muy temprano, fué la cuestión de la.

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DB B8PAÑ"A BN AMÉIl.JCA

enorme· deuda que España atribuía al Tesoro de:Cuba; los cientos ycientlos'de millones de pesosqt1e'la metrópoli por sí y ante si; á partir de la liquida,.,ci6n de los gastos de la insurrecci6n de r868 á I878JempeIlÓ·á echar sobre la isla, y que 'tras: fraudes,des6rdeaes y abusos infinitos habia ido: creciendo:hasta proporciones tales, que Cuba: con tanto'peso .encima nunca más hubiera podido levantarca~en cualquier forma que se hubiera constituído. Ni )un centavo de esa déuda se habia empleado eD:'

beneicio de la isla de Cuba, ni quedaba ahora más1,

rastro de ella en su suelo que 'la desolaci6ily loe'.escombros quedej6 á su paso el General Weyler¡ .Mdntero Ríos sostuvo desde el'principio con agude- .za y suma tenacidad lós' argumentos favorables ála tesis de su Gobierno, y la divergencia de puntos ;de vista entre ambos contrincantes era~ tan grande,quelaespinosá cuesti6n en realidad ni .qued6 ni pu.,..do quedar resuelta en el tratado ¡ fué simple yseneiIllmlentepasada por alto. Nadie puede impedir'que-España se' crea con' derechO' á imponer á Cubael pago de esas obligaciones por ésta no contraidas:jy los-·Estados Unidos, que no tenían la menor ·in..tención de anexar á Cuba, sino cumplir lealmente.'10 ·que'COn absoluta espontaneidad habían ofrecido'hacer, y dejar á Cuba constituirse· en república in·,dependiente, como lb hicieron' cuarenta meses,d~ J

pués de aquella fecha, no temían ni cará<tter' nivoluntad.deexigir'CieCuba el cumplimiento de obli·.gaclones absurdas á que de ningún modo era ima-'ginable que-la antigtta'coloniase creyesecompro-o

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276 CÓMO ACABÓ LA DOMINACIÓN

metida. No será ésta la primera cuesti6n interna­cional que el silenciarla 6 dejarla en suspenso, equi­vale á declarar fallecida, sin esperanza de que ja­más resucite.

Firmado el tratado, realizado ese extraordinariofen6meno, sin precedente en la historia de Américaespañola : una colonia de España evacuada pací­ficamente, entregada tras acuerdo mutuo, por or­den explícita y directa de la metr6poli, con loscumplimientos y graves salutaciones de una cere­monia diplomática solemne y correcta. Y ¡quécolonia I la última, la más rica, la que por sí solapor su movimiento econ6mico y su fortuna inmue­ble representaba riqueza mucho mayor que la deNueva España mejicana 6 del Virreinato del Perúen la fecha en que se perdieron 1

El acto final, celebrado á las doce del día 1.° deEnero de 1899, representada España en él por elTeniente General D. Adolfo Jiménez Castellanos,con su Estado Mayor, y los Estados Unidos porel General John Rútter Brooke, Gobernador mili­tar de la isl a en nombre del Presidente de los Esta­dos Unidos, tuvo lugar en el Palacio de los Capi­tanes Generales, con el orden, la compostura, laseriedad propias de 10 que era el caso en realidad:funerales de algo grande, algo que dejaba de ser,que nunca más se volvería á ver.

Entre salvas de cañ6n desapareci6 de los cas­tillos y edificios públicos la bandera roja y gualdacon su escudo y su corona en el centro, y subi6 lade los Estados Unidos, que provisionalmente debía

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DB BSPA&A BN AMÉRICA 277

flotar y allí fiot6 hasta el 20 de, Mayo de 1902.

Cuba no estuvo' representada oficialmente enaquel acto final, ni necesitaba estarlo, ni se cru­zaron por tanto hoscas y rencorosas miradas que .turbaran moralmente la calma de aquella ceremo­nia. Cuba tenía plena cohfianza en la palabra sa­grada del Congreso de la República de los EstadosUnidos de Norte-América, en la firma de su Pre­sidente, en las actas yen el texto de la Conferenciay del Tratado de París. Aguardaba tranquila lossucesos, convencida de que los cañonazos y lasm úsicas militares de aquella fiesta oficial preludia­ban su vida independiente, y anunciaban su por­venir. Podía por consiguiente presenciarlo todocon serenidad perfecta, aunque no estuviese ofi­cialmente allí, como no 10 estuvo en la rendici6nde Santiago.

Era patente é innegable, sin embargo, que al aca­barse la contienda entre 'los Estados Unidos yEspaña, terminaba igualmente en ese acto la otraguerra más larga y más cruel sostenída en la islacontra la naci6n dominadora; y que costaba á Cubamucha sangre suya, muchos dolores y enorme sumade riqueza perdida, la independencia, por la quehabía estado peleando, puede así decirse, desdeel año 1868 hasta aquel mismo día.

La independencia de la isla oficialmente no em­pieza hasta el 20 de Mayo de 1902, día en que, conceremonia parecida, la bandera cubana sustituy6á la de los Estados Unidos en los fuertes de la bocadel puerto; pero el gran fen6meno hist6rico, la

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278 CÓMO ACABÓ LA DOMINACI6N

dominaci6n de España en América, concluyó-.el 1.0 de Enero de 1899, y entre el humo de las sal­vas de ordenanza en ese día se desvaneció en el·.espacio.

FIN

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SEXTA PARTE

Ayacucho y Santiago de Cuba (J)

(1) Es la parte principal, la parte histórica, de un discurso­conferencia, pronunciado en París, el 20 de Mayo de 1905, enfunción destinada á celebrar el tercer aniversario de la fun­dación de la República de Cuba.

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Voy á tratar brevemente de un suceso decisivode la historia de Cuba, poniéndolo en rápido paran­g6n con otro, igualmente decisivo, de la historiadel continente. Ambos en efecto influyeron confuerza casi idéntica, aunque por sendas opuestas,en la suerte de Cuba.

Cuba, al cabo de siglos de relativa pobreza y devida oscura, sin incidentes, adquiri6, de súbito,grande y especial importancia, cuando el resto dela América española logr6 su independencia. Estosucedi6 al principiar el año de I825, después delgran encuentro de Ayacucho, que en el mes de Di­ciembre anterior di6 por resultado la capitulaciónen campo raso del último, el más aguerrido quizásy provisto de mejores oficiales, entre cuantos ejér­citos pasearon triunfante el viejo estandarte deCastilla y de Le6n sobre el continente esclavizado.

No quedaba desde ese dia al soberano españolmás tierra de América donde enarbolar su banderay ejercer su antiguo poderío que las islas de Cuba yPuerto Rico. Flotaban aún al viento sus colores, es

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282 CÓMO ACABÓ LA DOMINACIÓN

verdad, en los muros artillados del Callao, en al­guna parte de la isla de Chíloe; y aquí 6 alli, enArauco y Costa:firme, pulularon algún tiempo másguerrillas, pero sin gran eficacia ni alcance militar.La gran contienda entre España y la Américacontinental había sido resuelta, bien y de una vez,al firmarse ~1 nueve de Diciembre de I824 la ren­dici6n de Ayacucho.

Ochenta minutos nada más dur6 la célebre ba-talla, ochenta minutos que bastaron para derrum­

"bario que habta·sidG-1UI-'vasto:imperio. En-menosde1hora y media cayóY'J!'erecri61o'que-había resis­

',tido 'más de trescientos :añosJá'.$U propia viciosa; constituci6ny á la envidia, la 8lemistad, -ElIlcubier­,tas 6 declaradas, del mundo entero; 10 que en piey amenazador había permanecido casi el mismoespacio'de tiempo que dur6 intacta la, fábrica im­

,'perlal romana desde Augusto'hasta Constantino.'Bajo lli dominaci6n de&paña quedaban, .pues,

¡ 'fll I82S únicamente dos islas : la más:.gmnde y la'más pequeña del grupo llamado de -las Antillas-mayores.

Para la metrópoli, vencida, humillada, -mas.de'ningún modo resignada á la derrota,-muy distante. en- realidad de aceptarla y darlo todo por perdid(),aumentaba incalculablemente el valor de esos últi­

.mos y pobres restos de su grande opulencia, sobretodo ahora que mejicanos y colombianos eran due­

: los de las costas del Mediterráneo americano. Conambas islas en las manos revivía por momentos

-ante sus ojos laUusión de su prístina pujanza. Así

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DB BBRAÑA- BN ..uIÉRlCA

como toda la historia de. :España, desde fines del.siglo :xv hasta principios.delXIX, aparece infiuídaldesviada, torcida á veces, por las exigencias de su

:política americana, así había de continuar, des­:viada y modificada, en virtud, de la posesión de

..Cuba durante los setenta años. siguientes del si-glo XIX. Soportando 601a la infortunada isla 10 que

.hasta,.ea.tonces babia pesado sobre el continente-entero, se halló de ahí en adelante condenada á·vivir:oomo en el tonnento, lacerada, sacrificadasiempre en uas de intereses, .que:rmnca. etan los

-suyos. Al fin desesperada,· enl0Ciuecida, por la per­: secución y por vejacrones infinitas, sin .medir la.cdesigualdad del con:fticto que provocaba, ella,·~~epti.b1e del-espacio comparada con la. ingente .extensión de tierra que desde California·-hasta:.el estrecho de Magallanes· se revantó contrael opresor, resolvió" impávida desafiar á muerte al·soberano, ahora más fuerte y con más recursos que·nunca; y desgarrada, desangrada, luchar hasta 10último, hasta el aniquilamiento, si de otro modono-podía ser.

.Pero .estaba ya, por misteriosa dispensación dela fortuna, inscrita en el1ibro del destino sentenciainexorable, que imponía á España, á la nación áquien'nada había enseñado la experiencia de 10pasado, .que había explotado y oprimido á Cubalo.mismo que á sus hermanas mayores, humillación·más cruel que la de :r824, humillaciém sin consueloní compensación posible, grave y penosa, cual no·lo.fué.tanto la de Ayacucl1o, porque.a11á en el gran

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284 (0)[0 ACAB6 LA D,)JllNACI6N

circo peruano corrió de ambos lados sangre ame­ricana, pues eran muchos los campesinos ignoran­tes, los indios inconscientes que, más 6 menos for­zados, militaban en las filas españolas. Por el con­trario, en la batalla última cuya consecuencia fuéla pérdida de Cuba y Puerto Rico, en el Ayacuchonaval de 18gB, sobre las olas azules, que en la tibiay plácida mañana del día tres de Julio lamían man­samente 'las playas y los peñascos de granito delfront6n meridional de la isla, se verti6 á torrentes,hasta enrojecerlas, sangre española, es decir, deespañoles venidos del otro lado del océano á com­batir en nombre de su rey, como si esta vez, enexpiaci6n de tanto consejo de guerra convocado,de tanto patíbulo alzado, de tantas descargas ase­sinas en las plazas de las ciudades y en los fosos delas fortalezas, se cumpliera una orden vengadorade destruir con el hierro y con el fuego el poder dela naci6n, que se empeñó en gobernar con el hierroy con el fuego, atenta s6lo á su propio interés y noal bienestar de los gobernados.

Más aún: por la boca misma de ese puerto deSantiago de Cuba, donde se consum61a doble heca­tombe de los tripulantes del Plut6n y el Terror, losdos destroyers de la escuadra de Cervera, fué pordonde, años antes, entr6 cautivo el vapor Virgi­nius, atado al barco de guerra aprehensor, arran­cada violentamente del mástil la bandera ameri­cana que llevaba al ser capturado, y a11i mismo, ácorta distancia, fueron pasados por las armas elcapitán, los oficiales, los maquinistas, los marine-

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DE ESPAÑA BN AMÉRICA

ros, treinta y siete en número, ciudadanos de losEstados Unidos muchos de ellos, que el Apostaderoreclam6 como de su exclusiva pertenencia, comoporci6n que le tocaba de la matanza, preparada yya iniciada, de las ciento cincuenta y cinco per­sonas que el barco apresado conducía. Juzgadosverbalmente en l>ocas horas, fueron ejecutados alinstante, en pocos minutos, por un pelot6n de sol­dados de marina.

No quiero decir que por la mente de los marinosamericanos pasase en aquella mañana el recuerdode lo que habia ocurrido alli en Noviembre de 1873;pero los cubanos, que ciertamente no lo habianolvidado, atraidos del interior hacia la costa por elestampido de los gigantescos cañones, al hallarseen presencia de esa escena tremenda de muerte ydestrucci6n, de ese sorprendente naufragio de Le­viatanes, contemplaron at6nitos esa lecci6n su­blime de la inevitable vindicta, esa confirmaci6nsolemne del incontrastable poder de la inmanentejusticia.

El combate naval de Santiago, notable por susconsecuencias, más notable por haber costado alvencedor la vida de un hombre únicamente, yhaber el vencido perdido todo, hombres y barcos :muertos 6 prisioneros cuantos se encontraban ábordo, salvo unos pocos que nadando llegaron átierra y corrieron hacia adentro, - recuerda ade­más á Ayacucho, vivamente, por haber realizadotanto en muy breve espacio de tiempo.

Elbuque almirante sali6 del puerto y apareci6 ála

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286 OÓJro :AGABÓ LA DOIlIlINACIÓN

'vista del ,adversario á.las nueve y media en puntode la1rnllñana; á las diez y cuarenta minutos, cinco

, de los seis barcos que formaban la escuadra, esta­ban en el fondo del mar 6 yacian incendiados sobrelos arrecifes de la costa. Uno solo en tanto, el CrtS­ltóbal Col~, que por rara coincidencia"llevaba:el!nonibre del gran italiano, primer hombre de 'razalatina que puso el pie en suelo americano, y eraademás allí, en el mar, el postrer baluarte de la,soberanía de F.apaña' en América, naVlegaba toda­

{'via~ con la proa~occidente" lan::r4ndo:llamas entre: las grandes- bocanadas:de 'humo'neg¡t'O y denso quelrbrotaba des11S'...mm.meas. Por su andar ,superiort'creíall1o;capaz de volar, de esfumarse y.petderse.en,la línea lejana del horimnte, dejando ;atrás á sus'(perseguidores; .pronto empero arri6 'su bawlera,-:vo1viÓ'proa:hacia~tierra,abri61as escotil1as'y len--lttltllleIlte:zozo1>ró,11O lejosrde,la,oriUa. Era·la Ullal:de la tarde; precisamente la,hora en que se- dispa­'llaTon!1os ú1timos:taosenA~.

Tal fué la acci6n famosa que puso virb"lmente-término. ái la"gueua. A los caJtocc:e cliasrindióse sin'!másL'combatella cindad..de Santiago 'Y' toda la ca­.. mattaroriental rle Cuba,' aceptando benéVQ1amente: tod$tltdos Unidos laobügacióu,de tmnsportar á su;costa.á .España ,los lVeintitrésrm4l ;s01dados de línea'que.1a:guameáan, encaIgO:,que. en seguida ,confia­~'l'onJáJa .compañía espáñola'qu.e .hasta·entonees ha·

:!.bia:monopolizado el traer y el-llevar tropas á la me­tr6poli. Gozó, asi hasta el fin y-por t=ompleto de su

,~.monopolio.

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DE B!lPANA EN AMB!tICA

Los'vientos'alisios, que en el siglo¡xv llevaron ,á.América los primeros: soldados esPañoles en, las1carabelas de Colón, revolando ahora inútiles é,impotentes en tomo.de barcos de vapor'cuya mar'" ,cha noies,era dwbestocbar ni favofec.!er, pudieJOO!1muy bien reconocer el1l1os que, cuatro siglos des."pués, volvíau verr0icd06 á las costas de donde a.qtt.&. ,llos salieron, los, mismos rOsttos, la misma tez pá....licia, el mismo idioma, y hasta; en la bandera I el;mismo escudo de Castilla y de León; pero si por'arte de magia hubiesen podido penetrar hasta el'fondo de sus' pechos', les habría hecho quizás retro­ceder de espanto la sombría. tristeza, el inmenso:desaüento que contraía. que devastabaahora:esascorazones, antes tan, vigorosamente llenos y pal~·

pitantes de entusiasmo é intrépida osadía.No .creo que exista en los aaa1esde las guerras·

marítimas modernas episodio patético que puedatequipararse á la suerte infausta, que desde el pri....mer momento copo á la escuadra de CerveYa. :es-.paña, que fundaba en ella su orgullo, amriosameu:te·la vi6 partir llevando dentro de sus cascos de acero'todas sus esperanzas, todas sus ilusiones; ilusiones,y espenmzas en que no creían, que de ningún modocompartian el almirante 6 los capitanes llamados árealizarlas. i Contraste. extraordinario é inaudito'lNecesitaríase la prosa fulgurante del autor de Los'Miss1'ables para reproduc:i.r, para evocar aquí laimagen de la conmovedora realidad; necesitarianse¡los colores deTsu fúlgida- pa1~ta para dar exacta:-idea del intenso horror trágieo de esa visión, esa-

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288 OOMO AOABÓ LA DOMINACIÓN

escuadra de barcos, que creían enviar al triunfo yque corrían al más estéril y pasmoso sacrificio. So­los, en aquellos mares, que fueron suyos, bloquea­da estrechamente ahora la entrada de la Habana,no tenían puerto, propio ní ajeno, donde repatarlas averías de su mecanismo complicado, y era paraellos igualmente peligroso el vencer ó el ser venci­dos. En todas las iglesias de España el puebloarrodillado imploraba fervorosamente. la bendicióndel cielo en favor de esas naves, emblemas de supoder, que ingenuamente creía máquinas formi­dables de guerra; y el cielo los veía mientras tantoprecipitarse hacia el abra fatal, en que no habríaotro recurso que morir combatiendo sin esperanza,ó capitular miserablemente acorralados. i Angus­tiosa perspectiva, que fué sin embargo inferíor ála realidad I Cuando el mundo los daba ya pormuertos, esto es, por desamparados y perdidosen el fondo de la bahía herméticamente cerrada,surgieron como espectros salidos del Averno. Apa­recieron para desaparecer inmediatamente, parasucumbir ·sin medios ni ocasión de devolver golpepor golpe al adversario. Vinieron como fantasmas,pasaron como sombras. Lo que era cifra y compen­dio del poder naval de la nación que descubrió ycolonizó el Nuevo Mundo, se desvaneció así, parasiempre, en un instante, cual humo en el espacio.

Cuba encontró allí por fin, sin necesidad denuevo esfuerzo, la seguridad de su porvenir, la po­sesión del don supremo tras del cual corría, por elcual año tras año peleaba.

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DB E8PA~A BM AJlÉRICA 289

En Santiago, como en Ayacucho, se represent6laescena última, la escena de la catástrofe de undrama violento. La historia colonial de España esuna vasta crónica dramática terrible, en que seoyen gemidos incesantes, ayes continuos de deses­peraci6n; pero al final de cada uno de sus cuadros,si bien algo siempre fenece, algo siempre renace 6se funda, más nuevo y más brillante. Así, en apo­teosis de hpmo y de sangre, entre sollozos y gritosde triunfo, ascienden en la historia laS repúblicasque hoy, dueñas únicas de su suerte, viven sobreel suelo que debi6 España al genio de Col6n y queellas, sus hijas, enérgicamente reivindicaron, envirtud de haber nacido y vivido allí durante siglos,en virtud de la equidad, de la justicia; reivindica­ci6n que por último triunf6 en el tribunal supremo,único ante el cual los gobiernos, en esos conflictosde vida y muerte nacional, definitivamente seinclinan, el tribunal cuyas decisiones pronunciael Dios de las batallas.

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Estos son algunos de los rasgos esenciales desemejanza entre las dos jornadas inmortales; perolos acontecimientos posteriores en uno y otro casose eslabonaron de muy diferente manera.

En el largo espacio de tiempo que las separaaprendi6 España á esperar, á recibir, á soportar,estoica y serenamente, el golpe ineluctable. A lostres años de estampadas las firmas en el tratado deParís, el 20 de Mayo de 1902, vi6 la Habanacon ihdecible júbilo al general americano, gober­nador de la isla, ir él mismo, por orden de su na­ci6n, de su magnánimo Presidente, á bajar el signode la ocupaci6n militar, el pabell6n glorioso de loscuarenta y cinco estados unidos, las cuarenta ycinco estrellas en campo azul, que tremolaba en laboca del puerto, y saludar cortésmente la solitariaestrella cubana, que en campo rojo á su vez ale­gremente se elevaba en el aire puro.

Eso pareci6 aguardar nada más España, la anti­gua señora, para saludar con noble dignidad á lanueva república, y anudar con ella relaciones pací-

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ficas y designar una y otra plenipotenciarios queoficial y permanentemente las representasen en lasrespectivas capitales.

De manera muy distinta procedi6 el gobiernoespañol con las otras repúblicas creadas, antes ydespués de Ayacucho, sobre las ruinas de su impe­rio, á pesar del ejemplo insigne que le había ofrecidola Gran Bretaña, al retirarse del territorio en quelas trece colonias victoriosas edificaron la Confe­deraci6n de los Estados Unidos. Inglaterra, vencidaella también en campo abierto, reconoci6 en el acto,sin titubear, la verdad de su derrota, no pretendi6considerar como provisional 10 que era definitivo,olvid6 el eficaz, decisivo auxilio que á la alianza deFrancia debieron las colonias, y fué ella misma di­rectamente en busca de los comisionados ex-rebel­des en París, que eran Franldin, Adams, Jay, parafirmar con ellos un tratado de paz, en términos paraambaS partes igualmente honrosos.

No pienso que de repente, á hora fija, se hubiesenapagado los rencores de la encarnizada y larga lu­cha; no olvido la amargura que al recuerdo deldesastre destilarían aun infinitos corazones; perosus hombres de estado no se creían llamados á obe­decer á impulsos de pasiones exaltadas 6 de patrio­tismo extraviado, por respetables que fuesen susmotivos; y al contrario juzgaron que debían tratarcomo libres y como iguales, sin encono ni reticen­cias inútiles, á los que habian sabido luchar y mo­rir por la libertad.

¿Hubo por ventura en el gabinete de Fer-

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narido VII, cuando se encontró España en casoidéntico, alguno de espíritu bastante amplio y pre­visor, para aconsejar al monarca que tratase delmismo modo á los independientes americanos? No10 hubo, y fué gran lástima. El principal ministro,el que merecía toda la confianza del soberano y sellamaba Don Francisco Zea Bermúdez, al saberoficialmente que el gabinete inglés tenía resueltoreconocer las nuevas naciones de Hispano-Américay firmar tratados ya convenidos con Méjico y Co­lombia, respondió, entre colérico y acongojado, queen esos días precisamente se hallaba su gobiernomás seguro que nunca de sofocar 10 que en realidadse reducía á la rebelión de una minoría de vasallosdesleales, empedernidos en el crimen, viejos en lamaldad, niños incapaces de gobernarse por sí solos;y que en fin, y sobre todo, España jamás renun­ciaría sus legítimos derechos sobre esas tierras porella descubiertas y civilizadas (1).

El despacho tiene esta fecha: Enero 21 de 1825;es deqr, cuarenta y tres dias después de perdida la

(1) Un extracto de este curioso despacho de Zea Bermúdezá George Bosanquet, ministro inglés en Madrid, se encuentra enuna obra americana hace poco publicada: Tile Independ8nu01 tile Soutil-A mll1'ican Republics. A study in "ecogniti<m andIot"eign policy. By F"ede"ic L. Paxson. Phi1adelphia (Ferris andLeach), 1903. Lo encontró y copió el autor en el archivo delFot"eign Olfice, Londres, entre los documentos diplomáticosmanuscritos del año 1825. La respuesta de Canning se ha publi­cado en varias ocasiones; la tengo ahora á la vista en la obratitulada: Histoi"e du MinistUe de G. Canning pa" l'aute"" duP"écis Historique des Evénements gui ont amené la R~olution

Espagnole, 2 vol. Paris, 1828, p. 315-322.

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batalla de Ayacucho. Es evidente que no habría aunllegado á Europa la nueva de la derrota, pero dema­siado sabía el ministro que en los diez años ante­riores se habían ido perdiendo una á una las colo­nias y que no quedaba ya á España más terrenoallí que el que sus tropas materialmente ocupaban.Tal fué el último documento oficial que de Madridsalió siendo Fernando VII, ó creyendo serlo, sobe­rano de la América, en los momentos mismos enque avistaban costas españolas los buques que re­patriaban al Virrey y á los generales de la capitu­lación final; última palabra, que repite, cual ecolejano, sordo y sarcástico, la injuria desdeñosa queoyó el continente tantas veces; que oiría Cuba mu­chas otras, porque la fórmula prepóstera y agresivadel ministro del rey absoluto sirvió después, sinalteración esencial, á los consejeros liberales de suviuda y de su hija, para expresar el mismo inva­riable sentimiento. La nación reservaba siempresus derechos imprescriptibles. Años y años debíanpasar antes de que la resentida metrópoli se avi­niese á establecer relaciones diplomáticamentecorrectas con todas las nuevas repúblicas.

A Cuba quedóle por largo espacio más el penosopapel de víctima de esa incurable obstinación deendurecido patriotismo, condenada por la fuerzade las cosas á servir de punto de partida, de cons­tante trampolíná convulsivas veleidades de lanzarseen pos de 10 perdido. De la Habana salió en 1829 laexpedición que intentó la reconquista de Méjico yque fué á fracasar en la playa de Tampico. El Capi-

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tán general de Cuba maquinó y dirigió la reanexiónde Santo Domingo, tan malaventurada para Es­¡saña como para Santo Domingo; y Cuba en finpagó los gastos de la insensata tentativa de intro­ducirse nuevamente, de soslayo, en territorio con­tinental, embargando al Perú las islas Chinchas.Sin Cuba por base, semejantes alardes de fuerzamalgastada no hubieran podido ni siquiera soñarse.Es claro que no pueden ya repetirse.

Durante los combates en tomo y enfrente deSantiago se oyeron vibrar entre cañonazos las últi­mas campanadas del doble funeral, que resonóantes por los barrancos de Ayacucho, que repercu­tió luego de eco en eco por el continente entero.Cuba, á quien la gloriosa campaña final de Bolívary Sucre transformó, de oscura factoría que antesera, en emporio principal de España por esos mares,guardó siempre en sus oídos inquietos de esclavala vibración de esa campana, y jamás en sus ho­gares se extinguió el amor de la independencia, elsacro fuego, que á toda costa supieron sus hijosmantener perpetuamente encendido.

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SÉPTIMA PARTE

José Maria H crcdia

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1

La rama americana!del tronco aragonés de lafamilia de los Heredias, arraigada en la isla lla­mada primero Española y luego Santo Domingo,comienza con Don Manuel de Heredia, hijo de DonPedro, del célebre Adelantado, que por gracia dela « Cesárea Majestad » del emperador y rey DonCarlos V, obtuvo en el año de 1532 la gobernacióny Capitanía general de la provincia de Cartagenade Indias. Don Pedro, hidalgo natural de Madrid,llegó á América y desembarcó en la isla Españoladesde principios del siglo XVI; pero sus hazañas yconquistas, que fueron muchas y variadas, tuvie­ron todas lugar en el continente meridional, en Cos­tafirme, y pueden leerse minuciosamente relatadasen las historias de Oviedo y Herrera y en las Ele­gías de Varones ilustres de Indias por Juan de Cas­tellanos. Fué, con motivo de su gobierno de Carta­gena, sometido á juicio de residencia por el impla­cable Licenciado Sancta Cruz, y enviado luego encalidad de preso á España; igual que 10 fué Cris­tóbal Colón, años antes, por el Comendador Boba-

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dilla, aunque Heredia al menos se libró de la su­prem~ humillación de los grillos en los pies quesoportó el gran Almirante. Logró Heredia.ser en laCorte imparcialmente oído y absuelto, volvió áAmérica, y algún tiempo después en otro Viajenaufragó y pereció tristemente á causa de unaborrasca enfrente de las costas de la Florida. DonManuel, su hijo, heredó entre otras propiedadesuna gran extensión de terreno, toda una provincia,que á su padre fué concedida en Santo Domingo,como indemnización quizás de la pérdida de su

.posición y derechos de gobernador de Cartagena.Esas tierras á fines del siglo XVllI pertenecían

siempre á la familia Heredia, y vivían entonces enSanto Domingo dos hermanos, Don José Francisco,Don Domingo, y un primo hermano, Don IgnacioHeredia, descendientes directos de Don Manuel yherederos del nombre y derechos del famoso Ade­lantado. De resultas del tratado de Basilea y lacesión á Francia en él ajustada de la parte espa­ñola de la isla de Santo Domingo, y ante el temor,por dicha infundado, de ver la isla entera en poderde Toussaint Louverture y del cataclismo politicoy social que fatalmente traeria consigo, salieron dea1li los tres y se refugiaron en la isla de Cuba. Almayor de ellos, José Francisco, estaba reservadoilustrar nuevamente el nombre por medio de unúnico hijo varón superviviente que nacería en laciudad de Santiago de Cuba en 1803, gastarla enel destierro la mejor parte de su vida, errante pri­mero en los Estados Unidos del Norte, en Méjico

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DE ESPAÑA EN AMÉRICA

después, moriría exhausto y desesperado antes decumplir treinta y seis años de edad, y sería, nos610 el primer poeta de la isla de Cuba, su patria,sino que no habría otro superior á él en todo elcontinente americano. Del segundo matrimoiodel otro hermano, Domingo, nacería en la mismaciudad de Santiago de Cuba, cuarenta años des­pués, en I842, otro poeta, bautizado igualmentecon el nombre de José María (I), destinado á bri­llar extraordinariamente en Francia, á ser contadoentre los más notables de su generaci6n y de laescuela que floreci6 después del gran período enque escribieron Victor Hugo, Lamartine, Musset ylos demás, que el mundo entero aplaude y admira.y por muy curiosa, inc;eible coincidencia, el primohermano, Ignacio, que no tuvo hijos, di6 su nombresin saberlo á un niño de raza mestiza, nacido ensu finca de Matanzas en I836, niño que fué adop­tado como hijo por su viuda, dama de origen fran·.res, y llamado entonces Severiano de Heredia; querecibi6 su educaci6n en Francia y lleg6 á ser : pri­mero, Concejal de París; luego miembro de laCámara de Diputados, y por último Ministro deObras Públicas de la República franeesa.

(1) José-Maria de Hérédiá, como en francés se le solla llamar.La particula delante del apellido, que Di Don José FrllJ1cisco Jlisu familia usaron, venia indisputablemente del ascendiente.En paises españoles nO tiene sin embargo la significación queen otras partes se le atribuye.

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n "

José Maria Heredia y Heredia (pues su madrellevaba también ese apellido), el que los cubanostienen por poeta nacional, y de quien únicamentevoy á tratar ahora, na~6 el 31 de Diciembrede IB03 en una casa de la ciudad de Santiago deCuba que se conserva en pie, y que, al celebrarseel primer centenariodesu nacimiento, fué compradapor suscripci6n pública para servir de museo dereliquias en su honor. El padre, que había salidode Santo Domingo dejando a11i los restos de su for­tuna, ejercía en Santiago al nacer el hijo la profe­si6n de abogado, mientras aguardaba un empleoen la carrera judicial que le habían ofrecido y quecuadraba mejor á su carácter prudente, reflexivo,modesto, y á su serena inteligencia. De esas cuali­dades poseemos hermosa muestra en la obra quedej6 manuscrita y que sus descendientes han publi­cado (1). Es, con el simple título de Memorias, una

(1) Memorias sobr, las RlVoltlCioMs de VeMnula por D. Jos~P,a1lCisco H"e4ia, R,gent8 que fu4 .de la Real Audi411Cia 4e

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DE BSPAÑA EN AMÉRICA 3°1

relaci6n vigorosa é imparcial de 10 sucedido enVenezuela durante los años revueltos en que allíresidí6 como magistrado y Regente de la Audíencia,y al mismo tiempo es uno de los escasos documen­tos irrefragables de la misma especie que puedenservir de base á la historia de esos países durante lalarga agonía de la dominaci6n española.

De Santiago pas6 José Maria aun en la infanciaá panzacola con ~u padre, que iba de asesor de laIntendencia de la Florida. En I809, trasladado éstede oidor á Caracas, dej6 provisionalmente á la fami­lia en Santo Domingo, donde volvi6 á estar izadapor corto tiempo la bandera española, y en cuyacapital tenía siempre su casa y sus intereses; peropronto la llam6 á su lado en Venezuela.

. En este último país empez6 realmente la educa­ci6n de José María, bajo la inmedíata dírecci6n delpadre. Una vez, á causa de los dísturbios políticos,debi6 Don José Francisco separarse nuevamentede la familia para ponerla en lugar seguro, mien­tras continuaba él en su puesto de Regente. Comu­nicábase entonces por cartas con su mujer, y deellas se han publicado fragmentos como apéndicedel tomo ya citado. de las Memorias, de dondecopio estos párrafos interesantes sobre los estudiosdel futuro poeta, ya de doce años de edad:

l( Caracas 25 de Mayo de I8I5... A José María queestudíe todos los días su lecci6n de 16gica y lea el

Caracas, seguidas de documentos históricos inUitos... Parls,Librerla de Garnier hermanos, 1895.

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capítulo del Evangelio, 'de las cartas de los Após­toles y de los Salmos, como 10 acostumbraba hacerconmigo todas las tardes; que repase la doctrinawia vez á la semana y el Arte Poética de Horacioque le hice escribir, y de Virgilio un pedazo todoslos días, y los tiempos y reglas del Arte (la gramá­tica de Nebrija probablemente) para ponerlo á es­tudiar derecho cuando venga aquí. » Quínce díasdespués escribe : « El tomo de Montesquíeu quedíee José Maria, es mío, pero recógelo y no se 10dejes leer, y cuída de que repase la doctrina. Mirasi hay quíen le dé lecciones de contar para que apro­veche este tiempo. »

Al través de estas líneas nos parece adívinar algodel carácter del poeta, ya hombre, en el niño, queantes de cumplir doce años, analiza diariamente yaprende de memoria á Horacio y Virgilio, y procedesin embargo con tanta lentitud en sus estudios dearitmética. El sentimiento religioso, que había deacompañarle en toda su pureza hasta el fin, creciórobusteCido por ese constante leer el Nuevo Testa­mento y los Salmos bajo la prudente dirección delpadre, y no se puede menos de ligar ese empeño deque el futuro jurisconsulto no lea aún á Montes­quíeu con ciertos versos del poeta enfrente de lacatarata del Niágara, con la estancia, menos buenaque las otras, aunque concluye con estos dos her­mosos versos :

y tu profunda voz baja á mi senoDe este raudal en el eterno trueno,

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DB BSPAÑA EN AMÉRICA 3°3

y en la cual habla con sumo desdén de :filósofosque ultrajan á Dios cuando escrutan sus miste­

-rios.Comenzó en efecto estudios de derecho en la

Universidad de Caracas; mas quedaron prontointerrumpidos á fines de 1817, por haber sido elpadre trasladado á la Audiencia de Méjico. Salióéste de Venezuela enfermo, agobiado por los dis­gustos sufridos, y no fué tan pronto á ocupar elnuevo puesto, pues se detuvo en la Habana contoda la familia hasta 1819, año en que pasó á Mé­jico con José María. Pero el sino adverso, queperseguía á esa familia, completó su obra lleván­dose al íntegro y leal magistrado, que falleció el30 de Octubre de 1820. Todos volvieron inmedia­tamente á la isla de Cuba.

J osé María reanudó sus estudios en la Habanahasta obtener título de bachiller en jurisprudencia,y pasó á vivir en la ciudad vecina de Matanzas allado de su tío Ignacio, abogado establecido, conquien trató de aprender la práctica del foro, hastasentirse capaz de solicitar en la ciudad interior ylejana llamada Puerto Príncipe título definitivo deabogado. Lo obtuvo por fin en 1823, pero 10 apro­vechó menos de seis meses, pues vuelto á Matanzas,arrastrado por el ardor de sus veinte años, tomóparte en una conjuración contra el poder de Espa­ña, descubierta por el gobierno antes de estallar, quehubiera probablemente abortado de todos modospor falta de preparación, y que condujo á prisión ácuantos en ella tomaron parte. Heredia presintió

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el desastre y tuvo tiempo de retirarse al campo yesconderse en una finca, donde qued6 hasta quelograron sus amigos embarcarlo en un buque ame­ricano, que de Matanzas misma se di6 á la vela paralos Estados Unidos. Ocurri6 esto en Noviembre de1823 : fecha fatídica de su existencia, peripecia de­cisiva de su suerte, fuente de futuras desgraciasy causa remota de su muerte prematura; peroque juntamente afirm6 la toga viril sobre loshombros de ese joven de veinte años no cumplidos,y 10 transform6 en paladín de la libertad é indepen­dencia de su patria, al mismo tiempo que en ver­dadero y gran poeta, libre ya del exceso de sensua­lismo amoroso, de pesimismo y llanto de las com­posiciones juveniles que hasta entonces había pro­ducido y publicado en peri6dicos de la Habana yde Matanzas.

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m

Bajo una terrible borrasca de viento y de nievellegó á la costa tempestuosa de Massachusetts, ydesembarcó, tiritando de frio, en la ciudad de Bos­ton, el que había nacido y vivido hasta entoncesen la tibia atmósfera limitada por el trópico. Eraun joven de veinte años que representaba muchomenos; pálido, sin anuncio de barba en el rostro,delgado, mediano de estatura, de salud incierta,encontrábase súbitamente ahora en región dondetodo le era hostil: el clima rudo, la lengua, puessi bien llegó á conocerla perfectamente, nunca logróconformarse con su pronunciación gutural, ni conlos modales bruscos ni con el puritanismo domi­nante.

No era posible encontrar allí en breve tiempomedios de ganar la subsistencia, para no dependerde su tío Ignacio y de su pobre madre á quien fer­vientemente adoraba. Nada tampoco podía resol­ver mientras no supiese el desenlace de la causa cri­minal que contra él estaba sustanciándose en Ma­tanzas. Salió de Boston, recorrió varias ciudades,

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Nueva York, Filadelfia, algunas otras, cuyo as­pecto y rasgos distintivos describi6 en cartas inte­resantes dirigidas á sus amigos de Cuba, que hansido publicadas después en diversos periódicos deCuba y de Méjico, y revelan cualidades notables deobservador atento y sobre todo de sobrio y eleganteprosador.

Fa116se por :fin su causa al año de haber salido deMatanzas, el 23 de Diciembre de 1824, y fué conde­nado á extrañamiento perpetuo de la isla (1). Lasuerte estaba echada; el destierro debía en efectoser perpetuo, pues no volvería á pisar el suelopatrio hasta doce años después, ya casi moribundo,y por dos meses únicamente. La madre desola4a,renuente á aceptar la eterna separaci6n, le supli­caba que no resolviera cOsa alguna definitiva,porque hacia gestiones activas para obtener su in­dulto; mas él replicó que ni esperaba ni queríanada del gobierno español, y se aprestó á trabajaren Nueva York, á dar lecciones de lengua española.Como muestra sin duda de su idoneidad para elnuevo ejercicio, imprimi6 un tomo de versos coneste título : - Poesías - de - José Maria Hereo­dia - Nueva York: - Librería de Behr y KahI,129 Broadway. - Imprenta de Gay y Bunce ­1825. - Es un pequeño volumen de 162' páginasen 8.0 menor, hoy ya muy raro, y está dedicado á

(1) Años después fué procesado otra vez, aunque ausente,y condenado á pena de muerte y confiscación de bienes porsentencia de tribunal militar; la sentencia se publicó en elDiario deJa Habana, el9 de Octubre de 1832. .

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DE ESPAÑA EN AMÉRICA 307

Don Ignacio Heredia. Al dorso de la dedicatoria.aparece una nota en inglés para decir que ha puestoel autor especial cuidado en los acentos, con objetode hacer más fácil la lectura de sus poesías « á losAmericanos deseosos de aprender la lengua espa­ñola ll. Encuéntranse allí en efecto acentos circun­flejos, inusitados en castellano, sobre vocales queno los necesitan, como existir, sexo, varios otros;previsión que parece bien humilde en U1'I.a colecciónde poesías, originales casi todas, entre las quebrillan, entre muchas muy notables, dos que porconsentimiento general pasan como sus obras maes­tras: la oda al Niágara y el bello trozo descriptivo,en esta edición titulado Fragmento de un poemamejicano, que fué después corregido y aumentadoen la segunda con este otro título, En el Teocalli deCholula. El poema anunciado no fué continuado.

Del Niágara y su famosa catarata habló dosveces : primero en una carta de viaje, descripciónexacta, minuciosa, llena al mismo tiempo de viday movimiento; y después en la oda magnífica,compuesta allí mismo también, en presencia de lamaravilla, oda digna de Quintana, no inferior áninguna de las del ilustre cantor de La 1nvenci6nde la Imprenta : con acento melanc6lico y elegíacoademás, que agrega algo de penetrante y de máshumano al lirismo superior; aunque le falta, es ver­dad, la majestad imponente, la entonaci6n sobe­rana de las silvas del gran poeta español. El espec­táculo de la líquida mole colosal del río Niágaraprecipitándose de tanta altura agitó su espíritu

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hasta 10 más hondo, é interrumpiendo el silencioimpuesto por sus penas y tristezas de proscrito.comienza así :

Dadme mi lira. dádmela, que-sientoEn mi alma estremecida y agitadaArder la inspiración...

Niágara undoso.Tu sublime terror sólo podriaTornarme el don divino. que ensañadaMe robó del dolor la mano impla (1) I

La descripción de la catarata misma, del paisajey de cuanto la rodea. sigue inmediatamente, sinque ante la dificultad de la empresa desfallezca lainspiración :

Sereno corres. majestoso. y luegoEn ásperos peñascos quebrantadoTe abalanzas violento, arrebatado,

" Como el destino irresistible y ciego...... Mil olas

Cual pensamiento rápidas pasandoChocan y se enfurecen.y otras mil y otras mil ya las alcanzany entre espuma y fragor desaparecen.

Ved I llegan. saltan I el abismo horrendoDevora los torrentes despeñados.Crúzanse en él mil iris, y asordadosVuelven los bosques el fragor tremendo...

"'

(1) De esta oda hay en cierto modo dos versiones, una en laedición de 1825, otra en la de 1832, ambas impresas á la vistadel poeta. En general los cambios de la segunda poco 6 nadamejoran el primer texto. Yo sigo aquf principalmente la edi­ción primera, aceptando solamente unas cuantas de las correc·ciones posteriores.

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DB ESPAÑA EN AMÉRICA

Abrió el Señor su mano omnipotente, ,Cubrió tu faz de nubes agitadas,Dió su voz á tus aguas despeñadasYornó con su arco tu terrible frente...

Mas ¿qué en ti busca mi anhelante'vistaCon inútil afán? ¿Por qué no miroAlrededor de tu caverna inmensaLas palmas, i ay ! las palmas deliciosasQue en las llanuras de mi ardiente patriaNacen del sol á la sonrisa y crecen,y al soplo de las brisas del OcéanoBajo un cielo purlsimo se mecen?

Consciente el poeta del valor de su poesía, delgrande esfuerzo tan feliz y brillantemente llevadoá cabo, se eleva en alas de la inspiraci6n hasta noponer ya límite á su ambici6n, y exclama al con­cluir:

Niágara poderoso !I Adiós, adiós. Dentro de pocos añosYa devorado habrá la tumba friaA tu débil cantor. 1Duren mis versosCual tu gloria inmortal! Pueda piadosoAl contemplar tu faz algún viajeroDar un suspiro á la memoria mia.Y yo, al hundirse el sol en Occidente,Vuele gozoso do el Señor me llama,Y al escuchar los ecos de mi famaAlce en las nubes la radiosa frente.

La Meditación ante la pirámide de Cholu1a, quepor su bien sostenido carácter filos6fico y su so­lemne armonía á muchos puede parecer superior ála oda.al Niágara, apareci6,.coUlo dije, incompletaen la edici6n de Nueva York, y á más sin fecha.

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310 CÓMO ACABÓ LA DOMINACIÓN

En la edición posterior, de 1832, dice al pie: Di­ciembre de 1820, es decir, cuando el poeta cumplíaexactamente diez y siete años. En ese año, que esel de la muerte del padre y de su vuelta á Cuba,visitó él, por primera vez probablemente, la célebrepirámide azteca y siguió las huellas casi desvane­cidas del templo que había en su cumbre y de lossacrificios humanos que allí tenían lugar, y debióallí mismo concebir la primera idea de su composi­ción; pero el estilo, el tono, el ritmo severo paré­cenme revelar mano más firme, talento más vig<rroso de 10 que es de suponerse en tan tempranaedad. Cuesta trabajo creer que sea tan anterior á laotra oda. Es 10 cierto sin embargo que las correc­ciones hechas en la segunda edición, al revés de 10que con aquélla sucede, mejoran mucho la versiónoriginal. He aquí dos pequeñas muestras :

Era la tarde ; su ligera brisaLas alas en silencio ya plegaba.y entre la yerba y árboles dormia.Mientras el ancho sol su disco hundiaDetrás de Iztaccihual. La nieve eterna,.Cual disuelta en mar de oro, semejabaTemblar en tomo de él : un arco inmensoQue del Empíreo en el zenit finaba.Como espléndido pórtico del cielo,De luz vestido y centellante gloria.De sus últimos rayos recibíaLos colores riquisimos. Su brilloDesfalleciendo fué. La blanca lunay de Venus la estrella solitaria,En el cielo desierto se veían.

i .

Bajó la noche en tanto. ,Sn la esfera

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DB ESPAÑA BN AMÉRICA

El leve azul oscuro y más oscuroSe fué tornando: la movible sombraDe las nubes serenas, que volabanPor el espacio en alas de la brisa,Era visible en el tendido llano.Iztaccihual purisimo volviaDel argentado rayo de la lunaEl plácido fulgor, y en el oriente,Bien como puntos de oro, centellabanMil estrellas y mil... i Oh I yo os saludo,Fuentes de luz, que de la noche umbrianuminais el velo,y sois del firmamento poesia I

311

Ampere cita y traduce en prosa estos mismostrozos en su Paseo por América, pero él mismo diceque: « traducir esta poesía es privarla de su mú­sica deliciosa y delicada, quitar el esplendor de susol á un paisaje tropical. l) Menéndez y Pelayo enla Antología de poetas hispano-americanos (1893)dice de esta misma composici6n que es «verda­dera poesía de puesta de sol, á un tiempo me­lanc6lica y espléndida ll.

'1],.

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IV

El clima de Nueva York era, en invierno y enverano, demasiado crndo para constitución tandelicada como la de Heredia; su alma latina ade­más se sentía demasiado fuera de su centro, dema­siado oprimida en medio de aquel pueblo, cuyalibertad y grandeza admiraba sin embargo profun­mente, como 10 proclama la generosa composicióninspirada por su visita al sepulcro de Wáshingtonen Monte-Vernon, toda en honor del gran caudilloy del pueblo americano. Mas no había, no podíahaber allí, medio de trabajar con fruto verdaderoni de interesar tampoco su corazón apasionado.Consiguió por dicha, de personaje de tanta signi­ficación como Vicente Rocafuerte, el activo y enér­gico hijo de Guayaquil, que más adelante seriaPresidente del Ecuador, y servía entonces á Méjico,una carta de calurosa recomendación para Guada­lupe Victoria, primer Presidente constitucional dela nación mejicana, que en esos momentos afortu­nados, muy diferentes de los largos años de anar­quía que pronto vendrian sobre la antigua Nueva-

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España, buscaba ansioso quienes 10 ayudasen ensu difícil tarea. No vaciló más Heredia; y en Agostode 1825 se dió á la vela en busca de nueva patriael que había perdido la suya. Desembarcó en bahíapróxima á Veracruz el 15 de Setiembre.

El gobierno español al castigar tan severamente,á despecho de instantes súplicas de la familia y demuchos de los más considerados vecinos de la ciu­dad, 10 que había sido impulso juvenil sin conse­cuencia práctica de gravedad alguna, procedió conexceso de crueldad, como en tantas otras ocasiones,y laboró en su propia contra. El poeta no aguar­daba sentencia tan dura. Pruébalo sin género deduda el no haber incluído en la primera edición desus poesías una sola línea hostil á España y á suciega política americana, pues es claro que el ma­nuscrito del tomo salido á luz á principios de. 1825debió estar listo para la imprenta en 1824. antes detenerse noticia del fallo pronunciado en Diciembre,cuyo tenor no pudo saberse hasta bien entrado elEnero siguiente. Explicase así que no se encuentreen dicho tomo ni la poesía á Wáshington, ni la epís­tola á Emilia, ni otras que consta fueron escritasantes, y compréndese demasiado el por qué de esaomisión, dominado, cohibido. como el autor en esosmomentos se hallaba, por su intenso amor de lafamilia y el vivo interés de su bienestar. Cesó esaconsideración por la marcha misma de las cosas,y lanzóse al fin Heredia resueltamente por la sendainiciada, aceptando el papel, que en cierto modoel destino le imponía, de cantor de la independen-

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cia patria, de bardo de la libertad americana.AMéjico, que acababa de salir triunfante de su luchacontra el poder español, que todavía se hallabaamenazada por España, la cual iba una vez más áintentar la reconquista en 1829; á Méjico, pues,lleg6 nuestro poeta coIi título de cubano insurrecto,de conspirador perseguido y condenado por el ene­migo común,~ Guadalupe Victoria 10 recibi6 comotal con los brazos abiertos, 10 aloj6 provisional­mente en el palacio de gobierno y le di6 un puestoen la secretaria de Estado.

En la travesía de Nueva York á Méjico, al salirde las aguas del Atlántico y cambiar rumbo haciael sudoeste en busca de la latitud de Veracruz, fuéla nave á reconocer en la costa de Cuba el montellamado Pan de Matanzas; el poeta conmovido,que anhelante acechaba esa breve y rápida apari­ci6n de la patria, escribe en el Himno del desterrado,que es una de sus mejores poesías :

I Tierra 1claman : ansiosos miramosAl confín del lejano horizontey á 10 lejos descúbrese un monte...Le conozco I Ojos tristes, llorad I

Es el Pan En su falda respiranEl amigo más fino y conStante,Mis amigas preciosas, mi amante .1Qué tesoros de amor tengo al1i \ .

Y más lejos mis dulces hermanas,y mi madre, mi madre adorada,De silencio y dolores cercadaSe consume gimiendo por mí.

El tono lastimero cesa pronto, la indignaci6n 10

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enciende, el patriota alza la voz, maldice la tristesituaci6n de su patria en la que el blanco cubano esesclavo de España y el negro africano siervo de losdos:

¿Ya qué importa que al cielo te tiendasDe verdura perenne vestida,Y la frente de palmas ceñidaA los besos ofrezcas del mar,

Si el clamor del tirano insolente,Del esclavo el gemir lastimosoY el crugir del azote horrorosoSe oye solo en tus campos sonar?

y el himno termina con estos versos, que en losaños más sangrientos y desesperados de la luchapor la independencia no se apartaban de la memo­ria de los cubanos, manteniendo siempre viva suesperanza:

I Cuba I al fin te verás libre y puraComo el aire de luz que respiras,Cual las ondas hirvientes que mirarDe tus playas la arena besar...

Que no en vano entre Cuba y EspañaTiende inmenso sus olas el mar.

Solamente fueron gratos y apacibles paraJ. M. Heredia los primeros tres 6 cuatro años desu larga residencia en Méjico. Durante ellos escri­bió mucho en verso y prosa, numerosos artículosde peri6dico y varias tragedias, más 6 menos arre­gladas y traducidas del francés, de Jouy, Ducis,Voltaire, M. J. Chénier y el Saúl de Alfieri, todasmedianamente versificadas en endecasílabos libres

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ó simplemente asonantados, y que se representaroncon algún aplauso, según parece..También otra entres actos, que se publicó primero en su périódicoliterario La Miscelánea, titulada Los Ultimas Ro­manos, y que es hasta cierto punto original, á 10que entiendo. La escena pasa en Filipos antes ydespués de la famosa batalla, y las dos escenas conque empieza diriase que son pálida reminiscenciadel Julio César de Shakespeare.

También en ese primer período tranquilo de suvida se casó con una señorita mejicana, se formóun hogar, creó familia y logró una posición, quecreyó segura, como magistrado de Audiencia. Todo,pues, parecía sonreirle. Mas á partir de 1829 cambiala situación del país, la anarquía brota como erup­ción espontánea por todo el territorio; y se renue­van, para durar mucho esta vez, las pruebas angus­tiosas de la guerra civil, guerra ahora sin causareal, sin o tro motivo que la ambíción desapoderadade c~udíllos sin patriotismo.

Como en país revuelto, devorado por contiendacivil, es difícil si no imp~sible á un empleado notomar parte de un lado ú otro en la guerra, militóHeredia en las filas del gobierno contra el generalBustamante pronunciado en Jalapa. Bustamantevenció y por fortuna no le guardó rencor, pues 10dejó de oidor en Toluca. Tiene esta última ciudadpara nosotros particular importancia, porque enella coleccionó é imprimió segunda vez sus poesías,en dos volúmenes, con este título : Poesías - delciudadano - J osé María Heredia, - Ministro de

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la Audiencia de México - Segunda edici6n - Co­rregida y aumentada - Toluca : r832 - Imprentadel Estado á cargo de Juan Matute -. Estos volú­menes, aparte del mérito de su contenido, son unade las curiosidades de la literatura americana.Sábese por testimonio del poeta mismo que fueronél y su esposa quienes juntaron y ordenaron las le­tras de todas y cada una de las planchas de impre­si6n, porque habían aprendido el arte como recurso,como posible manera de ganar la vida, si precisofuese: cosa no improbable en aquellos calamitososdías de trastornos y mudanzas.

Quiso Heredia sin duda ser juzgado conforme~áesta edici6n definitiva, pero la de r825 conservano obstante su importancia, y será siempre bus­cada, no solamente por 10 muy escasa (la de r832también es ya muy rara), sino porque los cambiosy correcciones de la segunda, como ya dije, no me­joran siempre la ver~i6n primitiva.

Precede al primer tomo breve y caracteristicaAdvertencia, en que con modestia no fingida con­fiesa la sorpresa que le caus6 saber que habían sidosus versos reimpresos 11 en Paris, Londres, Ham­burgo y Filadelfia » y que habían sido recibidosfavorablemente por literatos distinguidos 11 pro­rrogando así el día de vida que les había señalado ".V agrega estas palabras, rápido resumen de la hi!>­toria de su vida : « El torbellino revolucionario meha hecho recorrer en poco tiempo una vasta carrera,y con más 6 menos fortuna he sido abogado, sol­dado, viajero, profesor de lenguas, diplomático,

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periodista, magistrado, historiador y poeta á losveinte y cinco años. Todos mis escritos deben re­sentirse de la rara volubilidad de mi suerte. »

Sigue un soneto-dedicatoria, A mi esposa, que sino es conciso, rotundo, impersonal sobre todo, co­como los de su primo hermano autor de Los Trofeos.vale mucho por otras razones, por el acento de pa­sión profunda y sincera y el bello y expresivo símilcon que termina :

Cuando en mis venas férvidas ar<llaLa fiera juventud, en mis cancionesEl tormentoso afán de mis pasionesCon dolorosas lágrimas vertía.

Hoy á ti las dedico, esposa mía,Cuando el amor más libre de ilusionesInflama nuestros puros corazones,y sereno y de paz me luce el día.

Así perdído en turbulentos maresMisero navegante al cielo imploraCuando le aqueja la tormenta grave,

y del naufragio libre, en los altaresConsagra fiel á la deidad que adoraLas húmedas reliquias de su nave.

La novedad mayor de esta edición, en virtud dela cual supera en mucho á la primera, es la secciónúltima de Poesías Patrióticas. Está al fin del tomo

_segundo, colocada así de prop6sito, para poderarrancar las últimas cincuenta páginas de los ejem­plares que enviase á Cuba, donde era evidente quela censura no le había de dar entrada. Son diez yocho composiciones, aunque s6lo llevan el títuloespecial de Patrióticas las doce últimas; pero todastienen un mismo carácter.

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La primera, En la apertura del Instituto Mexi­cano, envuelve elogio magnífico de los adelantos delos Estados Unidos del Norte, presentados comoejemplo y modelo á los mejicanos en 1826. El titulode la segunda, Libertad, dice su tema, pero valepoco. La tercera, Proyecto, es protesta á 10 Byroncontra la tiranía, que s610 huyendo á vivir sobreel mar puede evitarse :

Si el despotismoEl orbe abruma con su férreo cetroSerá mi asilo el mar. Sobre su abismoDe noble orgullo y de venganza lleno,Mis velas desplegando al aire vano,Daré un corsario más al Oceano,Un peregrino más á su hondo seno.

La cuarta, Desengaños, comprende el grito deguerra á los cubanos en 1823 :

La espada y pecho apercibid, Cubanos,Mostrad aliento digno de espartanosy en mi tendréis al vengador Tirteo.

Recorre en ella la historia de su vida; pero escritaen 1829, ya en la hora de los 11 desengaños », con­

. cluye de muy diferente manera :

De mi azarosa vida la novelaTermina alIado de mi dulce esposa.y de mi bija la risa deliciosaDel afán ya pasado me consuela.

De las otras doce, refiérense á Cuba solamentecuatro: A Emilia, A la estrella de Cuba, Vueltr(al

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Sur y el Himno ya citado. De las demás una estádedicada á los Estados Unidos en el cincuentenariode su independencia; otra, En la muerte de Riego,muy violenta de tono, diríase escrita el día mismo,en la hora misma en que recibió la noticia del su­plicio horrible á que sometieron en España al cam­pe6n de sus libertades. A Méjico y á episodíos desus guerras civiles, y también á la expedición dereconquista española que fracasó miserablementeen,Tampico, están consagradas las otras. Hay unamás en M, magnífica por partes, dedicada á SimónBolívar ya en las postrimerías de su brillante ca­rrera, cuando todo se derrumbaba en tomo suyoy aun se le suponía deseoso de ceñirse una corona.Comienza con reminiscencias inútiles, importunas,de Nicasio Gallego y de Quintana; pero hacia elmedio se eleva con sus propios recursos á grandealtura hasta hombrearse é igualar por momentosá Olmedo en su canto famoso al mismo Libertador.

La fina, pálida y ansiosa figura del infortunadopoeta cubano parece verse surgir entre ese grupode valientes composiciones, tan intimamente im­pregnadas del perfume de su amor constante de lalibertad. En ellas brilla con fulgor inextinguible sulirismo bañado en tintes de elegía, su indignacióncontra toda forma de opresión, su rico don de dulcey penetrante melodía. i Cuán duro le sería arrancarél mismo del hermoso libro esas .páginas llenas desus mejores sentimientos, pensar que todos en Amé­rica podrían leerlas, todos, menos sus hermanos,menos sus compatriotas I

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Se ha dirigido á menudo á Heredia el cargo dehaber incluído y hecho pasar como originales enesta edición poesías traducidas 6 imitadas de otrosautores. El hecho es cierto, pero el cargo, si noinjusto, es mucho menos grave de 10 que parece.El primero de los dos volÚInenes de esta ediciónde Toluca contiene una sección especial de 1mita­ciones, declaradas y rotuladas como tales, queocupa las últimas cincuenta páginas. Sobre éstasno puede haber cuestión : imitaciones se llaman éimitaciones son. En el segundo volumen sólo semencionan los nombres de tres autores extranjerosal frente de tres composiciones: Ossián, Byron yBeranger. Pero en varios lugares del tomo, mezcla­das entre poesías originales, hay otras traducciones,de que no se advierte la procedencia. Dos de ellassin embargo, las más importantes quizás, tambiénlasmás extensas, salieron aotesenla edición de 1825y allí de cada una de ellas se declara en nota el.origen. De la primera A la N oclJe dice la nota :e Debo esta canción al dulcísimo Pindemonte D, yde la segunda A Napoleón dice: « Este poema estraducción libre de la última de las tres M essé­niennes Nouvelles, publicadas ha pocos meses porMr. Casimiro Delavigne. » Fué por tanto descuidoú olvido no repetir en 1832 10 que terminantementese había afirmado en 1825; no pudo haber inten­ción de ocultar 10 que era ya público y notorio.A descuido igualmente atribuyo no decir que per­tenece á Ugo F6scolo casi toda la composición titu­lada Los Sepulcros, traducción á veces literal de

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un pedazo del conocido Carme dei Sepolcri. Notrató de disimularlo. F6scolo empieza de estemodo:

AII' om1wa de' cifwessi e dentro l'urneConfortare di pianto, ~ forse il sonnGDelia morte men duro? ..

y Heredia comienza de este modo, que es subastante exacta traducci6n :

De lánguidos cipreses á la sombray en urnas que el amor baña con llanto¿Es más plácido el sueño de la tumba? ..

Imposible equivocarse. Lo mismo puede ale­garse respecto de las otras cinco 6 seis traducciones6 adaptaciones de que no se expresa la fuente. Paraexplicar y excusar cuanto en el caso haya deextraño y vituperable, importa recordar 10 queese año 1832 abraza y significa en la historia deMéjico, y las condiciones especialísimas de la com­posici6n y aparici6n del libro : el poeta autor delos versos, artífice también, obrero de su parte ma­terial; la idea entristecedora de que ese oficio me­cánico pudiera ser único medio de trabajar, devivir; el país con las heridas aun abiertas inferidaspor la rebeli6n que di6 el triunfo á Anastasio Bus­tamante; éste, tirano desalmado, dueño del poder;y por doquiera síntomas pavorosos de nueva revo­luci6n, la cual estall6 por fin en Veracruz á la voznada tranquilizadora del general Santa Anna, re­percuti6 en el acto por rumbos diferentes y venci6

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tras breve y sangrienta lucha. 1Qué situaci6n ! Encarta de Enero 30 de 1833, decía Heredia á sumadre: l( En el mes pasado tuve que salir huyendode aquí y andar errante por bosques y cerros per­seguido como una fiera. Mi casa fué cercada y atropellada é insultaron bárbaramente á Jacoba. lt ­

(Jacoba es su esposa.)En hora tan infausta, en tan adversas circuns­

tancias, se imprimi6 el libro y se termin6 precipita­damente; estuvo la edici6n íntegra, según en lamisma carta escribe, s~s meses almacenada sin cir­cular, por 10 calamitoso de la época, y falt6 deseguro tiempo para pensar en añadirle, como en elvolumen de 1825, una página final de notas expli­catorias de lo que no era enteramente original.. Losdiversos editores posteriores son los que han agra­vado el caso, por no hacer ellos la indicaci6n (1).

Libro venido al mundo, como esos dos tomosde 1832, es por sí solo interesante, mucho más sise tiene en cuenta que ahí está casi toda la obradel insigne poeta lírico, y que por ella puede serdefinitivamente juzgado. Vivi6 apenas siete añosmás, entre penalidades, y no se conocen más ver­sos posteriores dignos de su reputaci6n que la bellí­sima elegía Al retrato de su madre, publicada por

(1) 'Únicamente el tomo editado por Elias Zerolo (Garnielhermanos, París, 1893) ha intentado llenar en parte ese vado.

La carta, de que tomo los dos pedazos anteriores, seencuen·tra en la biografia por P. J. Guiteras y en el Ensayo de 14MBiblioteca H81'ediaM por José Augusto Escoto (Cuba y Anú­rica, Habana.)

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primera vez en la edici6n de Barceiona (1840), laoda Al Oclano, escrita en su última travesía deVeracruz á la Habana en 1836 y, por su interésbiográfico, las octavas de arte mayor que en laedici6n de México (1852) se titulan Al SantísimoSQ.C1'amento y en otras ediciones Ultimes versosde D. J. M. Heredia: son sin embargo de 1838. Noolvido el poema Las Sombras, pero me parece tras­lado no muy feliz á asunto americano del Panteóndel Escorial de Quintana.

No pudieron ser más tristes esos últimos sieteaños de su vida. López de Santa Anna se convirti6en tirano tan cruel como su predecesor, y más falsoy más astuto. Heredia, que 10 había ayudado mien­tras ocult6 sus aviesas intenciones, que con susesfuerzos y con su voto contribuy6 á hacerlo Pre­sidente, escribía poco después estas líneas en otracarta á su mad.re : « Desde sus atentados de 1834nos hemos extrañado uno de otro y si se acuerdade mí es para aborrecerme, s6lo porque no apruebosus yerros y felonias, como la turba de parásitosque 10 rodea. ) La república, descuartizada por fac­ciones, explotada por caudillos sin fe y sin ley, eraespectáculo demasiado horrible para dejar de im­presionar coraz6n tan blando cual el suyo; acabópor dudar de cuanto había creído y adorado, de lalibertad, de la independencia, del porvenir de Mé­jico, llegando hasta á pensar, hasta á decir, que lasituaci6n de Cuba, colonia militar, pero tranquilay próspera, era preferible á la república en Méjicoy en otras partes de América. El Tirteo de la inde-

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pendencia desfalleció bajo el peso de sus desgra­cias, debilitado al mismo tiempo, fuerza es recono­cerlo, por el mal físico, lento y traidor que 10 ibaarrastrando hacia el sepulcro.

El hondo desaliento hizo renacer en su espírituel deseo' de visitar la patria. Ya en 1834, cuandoCristina, la viu,da de Fernando, Reina Gobernadora,proclamó una amnistía general y sin limitación detodo delito político, lo había deseado y solicitado:

I Oh 1 i cómo palpité 1 ...La fantasiaEn mágica ilusión mostróme abiertosLos campos deliciosos de mi Cuba,y entre sus cocoteros y sus palmas,Al margen de sus plácidos arroyos,Con mi familia cara y mis amigosMe hizo vagar. Al agitado pechoPensé estrechar á las hermanas mias,A mi madre inundar en llanto dulceDe inefable ternura, y en su senoDeponer á mis hijos... Mas SañudoArbitrario poder frustró mis votos,Que en la opresa, infeliz, hollada Cuba,De viles siervos abatida sierva,No es dado hacer el bien ni al mismo trono...

Ahora que tantas de sus ilusiones y esperanzasjuveniles habían ido borrándose y perdiéndose enel vasto desconcierto hispanoamericano, resolvióintentar otra vez 10 que ya le habían negado. Paraello dirigió una carta al Capitán General; en elladeclaraba, con su franqueza y sinceridad ingénitas,sin espantarle el violento contraste con 10 que hastaentonces había sido alma de su alma, que sus opi­niones de 1836 no eran ya las que en 1823 habían

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motivado su salida del país, y que 11 las cala.mi­dades y miserias que estaba presenciando en Mé­jico le hacían ver como un crimen cualquier tenta­tiva para trasplantar á la opulenta .Cuba los malesque afligen al continente americano ll. A pesar detan paladina retractación necesitáronse grandesempeños para obtener detduro .é inflexible generalTac6n, gobernador delaislll>, 1lll.concesi6n de pasardos meses nada más alIado de.sa familia.. Cumplidoese término improrrogable debía reembarcarse, yasí fué.

Volvi6, pues, más enfermo y desconsolado quenunca, á encontrar en Méjico una situaci6n menostranquila aun que cuando sali6, y para colmo depenas le quitaron su empleo en la Audiencia, por­que nueva constituci6n privaba de esa facultad á losno nacidos en el país, aun siendo como él de anti­guo ciudadanos. Para sostener su familia, tuvo queaceptar cargo ingrato y peligroso como la direcci6ndel Diario Oficial, que le atrajo nuevas enemistades,ó cargo ínfimo y humillante como el de secretariode la misma Audiencia en que había actuado demagistrado varios años.

Agravados sus males, la noticia de que Tac6n nQgobernaba más la isla le hizo concebir la esperanza,á que se asi6 como áncora de~alvad6n,de volver áCuba, llevar la familia, alargar un poco su existen­cia, morir at menós entre los suyos. Pero el infor­tunio tenaz 10 perseguía, no hall6 puerto de dondesaliera nave en. que embarcarse, pues Tampico sehallaba en poder de levantados contra el gobierno,

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y Veracrnz amenazada, bloqueada por la escua­dra francesa que se preparaba á bombardearla.Pero la muerte estaba ya demasiado cerca. En con­tinuo sufrir, sintiéndola venir, decía á su madre encarta que dict6 el 2 de Mayo de 1839 : « Por si novolvemos á vemos, diré á Vmd. que me he prepa­rado á 10 que el Señor disponga con una confesi6ngeneral, yque he de vivir y moriren el seno de la Igle­sia. » Expir6 antes de cumplirse la semana, el 7 deMayo, en la ciudad de México, y fué sepultado en«el Pante6n del Santuario de Nuestra Señora de losAngeles )l. Clausurado ese cementerio poco después,todas las osamentas que allí quedaban fueron reu,.nidas al azar y conducidas á otra parte. La familia,ausente en Matanzas, acogida al lado de los pa­rientes del esposo y el padre perdido, no tuvetiempo ni ocasi6n de evitarlo. Cuando J. J. Am­pere, en su paseo por América, estuvo allí en 1855,ese triste epílogo de la vida del pobre poeta habíaya tenido lugar.

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Ningún otro poeta hispanoamericano fué enEuropa tan pronta y favorablemente acogido. Eltomito de 1825, á pesar de la evidente juventuddel autor y de los numerosos reparos que porfalta de lima podían hacérsele, despertó simpáticointerés dondequiera que llegó. Era la primera vezque de América se recibía algo en el fondo tannuevo, tan americano, escrito en la lengua de lospoetas españoles de fines del siglo XVIII y principiosdel XIX, la lengua de Meléndez, de Cienfuegos, deQuintana. Aun la parte más debil, las poesías amo­rosas con que el tomo principia, eran versos bien dejoven, sensuales, ardientes y de innegable sinceri­dad, mientras á su lado brillaban vivamente odastan grandemente inspiradas como el Niágara, elSol, A mi caballo, Poesía, y los Versos escritos enuna tempestad, con acento tan personal, tan viril ygeneroso. El aplauso fué general, y i cosa extraña!lo fué en España misma, pues aunque sabían queera obra de cubano perseguido y refugiado en losEstados Unidos, no contenía el tomo una sola com-

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posición patriótica que pudiera chocar á liberalescomo Lista y como Quintana, y no tuvieron escrú­pulo de emitir francamente su parecer. Lista escri­bió una carta extensa, desde entonces muchasveces publicada, en que estudia, critica minuciosa­mente, admira, y concluye diciendo,: « el señorHeredia es un poeta, y un gran poeta. » Tras él lasinteresantes revistas en español que aparecían enLondres, el Repertorio americano bajo la firma deAndrés Bello, los Ocios de. Españoles emigrados.formularon grandes elogios, y quedó la reputaci6ndel joven bardo de Cuba bien establecida en elmundo literario. Más adelante, muerto el poeta, sucarrera toda, su vida de luchas y desgracias, supuesto y valor reales en la literatura de HispanoAmérica, pudieron ser considerados y apreciadoscon algún carácter definitivo, y no faltaron quienesde ello se encargaran. Ch. de Mazade, en un ar­tículo de Diciembre de 1851 en la Revue des Deux­Mondes: « La Sociedad y la Literatura en Cuba D,

fué de los primeros, pero con imperfecto cono­cimiento de la materia. En cambio, el inglés JamesKennedy, en obra notable: Modern Poets and Poe­try 01 Spain (Londres, 1852), escribió la única bio­grafía algo exacta en esa fecha conocida, y tradujobastante bien en buenos versos ingleses cinco delas composiciones de Heredia. Luego Ampere en suPromenade en Amérique, ya citada, y Villemain ensu ensayo Sur le génie de Pindare et la poésie lyri­que (:t8s9) tradujeron en prosa francesa yencomia­ron varios de los mejores trozos.

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En Espafia 'persistió el impulso dado desde laépoca de Lista, y varios de sus más celebrados crí­ticos dedicaron atención á la historia de su vida.á sus obras y sus opiniones politicas. Entre ellosbasta citar dos, eminentes ambos, que escribieron,á cerca de cuarenta años de distancia uno de otro :Don Antonio Cánovas del Castillo en serie de ar­tículos de la Revista española de Ambos Mundos(1855) y Don Marcelino Menéndez y Pelayo en eltomo II de la Antología de Poetas hispanoameri­canos publicado por la Real Academia Esp~ñola

en 1893; los dos con empeño verdadero de impar­cialidad, no avaros de elogios, pero fuertemente in.fluidos por la capital divergencia politica que, enla época en que era Cuba todavía colonia de Es­paña, irremediablemente debía apartarlos de todaintima simpatía con tan vehemente (( separatista >l.

Inútil es hablar de su vasta y firme reputaci6nen América~ en el norte 10 mismo que en el centroy en el sur ha obtenido aplausos sin cesar. Largaseria la lista, aun reducida á sus admiradores másentusiastas. Me reduzco á ttno, que no debo pa­sar en silencio : el argentino Juan María Gutié­'rrez. coleccionador en Valparaíso el año de 1846de la tan leída y estimada América poética. Al llegará Heredia se abstuvo de escoger, de preferir esta 6aquella composici6n, insertó el tomo integro de1825 y añadi6 las pocas más que en esa fecha ha­bían llegado á sus manos en los periódicos ó en laedici6n de Barcelona, porque desgraciadamente noconocía la edición de Tbluca.

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!lB ESPAÑA EN AMBRICA 331

Olmedo, Bello, .Heredia., coD8tituyen la trinidadfamosa que tan1lci> esplendor derrama sobre 1a Amé­rica 'espa.iDla en el periO<io de su lucha por la inde­pendencia, que tan liscmjeras espexanzas permiti6concebir..En' esa trinidad, Olmedo, nacidoen 1780,es .el mayor, Heredia. el más joven, pues naci6lleiiItitrés años después; BeUo era solAiunente unaño menor que Olmedo. :&te falleci6 en Guaya­qW., su ciudad natal, de lesenta y siete años deedad; Belio, vo1untariamelI1tea.Wj.a.do desde much.oantes de Venezuela, muri6 en Santíagode Chile, ro-­deado de· universal consideración, á la edad avan­ZBda de ochenta y cuatro; ,mientras Heredia, entodo infortunado, sucumbi6 antes de traspasar lajuventud, oprimido bajo un cúmulo inaudito :dedesgracias, sin patria, puesaque11a que le di6 el ser10 había arrojado de su seno, y la otra, que10 adoptóy ái la que tanto sirvi6¡ 10 trató como extmnjero y loaltllDldon6 en la 'hora fatal en que, abnnnado) por:eafennedad que no perdona, más necesitaba de pro­tección y amparo.

Andrés Bello, Virgilio amerieano, oom~en sussilvas hábilmente, como 10 hizo el ramer de.l~

Ge6rgfca, la poesía lírica y la didáctica; Olrpedo se.eieme en las alturas de la epopeya al entonar ,la-apoteosis de Bolívar sobre el campode]unin; He­redüi en tanto es siempre pura y únie~nte, lí­rico, subjetivo, para usar el término conSQgrado :lírico pindárico en sus odas al Niágara, al Sol yen tantas atras; elegíaco en SIl meditación deCholitla, sus epístolas, su Him4W del ~.ado .y

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332 CÓMO ACABÓ LA DOMINACIÓN

en el mayor número de sus versos. Expresa lo querealmente siente, en el momento mismo en quelo siente, tal como apresuradamente brota de sucoraz6n vibrante de emoci6n, con menos artesin duda que los otros dos, pero con acento máshondamente conmovido. No ha existido quizáspoeta más espontáneo, más libre de afectaci6n.Cuando fracasa, fracasa de veras, no sabe for­zar con algún éxito la inspiraci6n, y raras vecesmejora., si friamente intenta luego rehacer 6 co­rregir una composición. Cuando no siente, cuandofalta el estro, como no posee tan completamentecomo otros los secretos de su instrumento, no dis­pone de los medios de compensar la falta, de su­plirla en lo posible y disfrazarla con una dicci6npoética perfecta, irreprochable. Fué también en esohijo de la escuela que en su época dominaba to­davía, y lo perdi6 más que todo el ejemplo de quienparece haber sido objeto especial de su admiraci6n,-A1varez de Cienfuegos, el poeta de La Rosa delDesierlo Y La Escuela del Sepulcro. Pero lo que enéste provino de temperamento especial, de su ta­lento naturalmente impetuoso y desordenado, enHeredia se agrav6 por las condiciones hostiles desu niñez errante en tantas regiones diferentes,luego de su juventud en la isla natal, entonces re­lativamente atrasad.a, y en Méjico y en los mismosEstados Unidos, desprovistos de cultura literariasuperior.

Bello y Olmedo nacieron 6 se educaron el unoen Caracas, el otro en Lima, capitales d.e colonias

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DB ESPAÑA Bl'( AMÉRICA 333

más grandes y ricas; recorrieron después países deEuropa donde había mucho que aprender y aplicardirectamente á sus estudíos favoritos; en situaciónellos siempre de aprovecharlo todo, no como Here­día en miserable condición de fugitivo y de pros­crito. Un dato más, un hecho esencial, hay, que nipor un momento debe olvidarse al compararlosentre sí: á la edad en que Heredía murió, ni Belloni Olmedo habían escrito las composiciones quehoy unánimemente se juzgan como sus obrasprincipales.

Sufre también la poesía de Heredía de los efectosde la suma facilidad con que producía, don queposeyó desde el principio, y se recuerda y celebrasu extraordinaria precocidad por cuantos 10 cono­cieron en la niñez. Consérvanse y se han publicadoversos suyos compuestos á los díez años, que cierta­mente no parecen fruto de tan temprana edad.

Lo repito por última vez : su cualidad esenciales, siempre y en todas ocasiones, la sinceridad, laemoción real y profunda. A Heredía puede muybien aplicarse 10 que de Alfredo de Musset díjoTaine : « Celui-lrl au moins n'a iamais menti. J) Conmás verdad acaso, porque habiendo vivido él tam­bién bajo la influencia y en constante admiraciónde la poesía de Byron, no cayó en la afectación dedandísmo y de cinismo tan visible en 10 mejor delpoeta de Rolla y de N amouna, sino que conservóhasta el fin la perfecta y natural pureza de su ins­piración.

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I N DICE

PRIMERA PARTE

r. Importancia del papel de Cánovas en la historiade España. - Bosquejo biográfico hasta su unióncon el General O'Donnell en 1854. - Sus escritosliterarios é históricos. " .•..•_ ••••.•.•• ~ . • . . .• 3

n. Cánovas, Subsecretario de Gobernación. - Pri­meea intervención en cuestión de América: la ex­pedición á Méjico. - Cánovas como orador.--­Ministro de la Gobernación. - Segunda inter­vención en· asunto americano : la reincorpora­ción y abandono de Santo Domingo. - Susideas y su programa sobre el porvenir de Es-paña en América... . . . . . . . . . . . . • • . . . . . • . • . . . [2

nr. Ministro de tntramar. - Proyecto de reformasen Cuba y Puerto Rico. - La Junta de Informa-ción y su frascas<>. - Insurrección de Cuba. . . . 2 [

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lNDJeE

IV. Se separa Cánovas de O'Donne11 y permanecefiel á Isabel II. - Calda de la Reina. - Cánovasy Guizot. - La guerra de España en el Pacifico.- L. de Ayala, Ministro de Ultramar. - Cánovas,abogado de los intransigentes de Cuba. - Consti­tución de 186g. - Amadeo l. - La República.- Gobierno Provisional. - Proclamación deAlfonso XII por Martinez Campos. - Prisiónde Cánovas. - Regente interino.............. 2S

V. Insurrección de Cuba. - Cánovas, primer Mi­nistro. - Gobierno de Martinez Campos en Cuba.- Convenio del Zanjón. - Duelo parlamentarioentre Cánovas y Martinez Campos. - El Generaltemporalmente desprestigiado. - El rencor deCánovas. - El partido liberal se declara hostil áreformas en Cuba ...., . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 38

VI. España é Inglaterra como potencias coloniales.- Párrafos de tres discursos de Cánovas. - Con­flicto posible entre España y los Estados Unidos.- España amiga de los Estados Unidos en elsiglo xvm.-Breve historia de las relaciones po­liticas entre ambas naciones hasta empezar laguerra civil americana..... . . . . .. . . . . . . .. . . . . . . SS

VIl. Relaciones entre España y los Estados Unidosdespués de la guerra civil. - El General Grant.- Contradicciones de la politica de Cánovas enEspaña y en Cuba. - Su juicio sobre los EstadosUnidos..................................... 74

VIII. Inquietud y disturbios en Cuba. - Deuda na­cional. - R. Robledo, Ministro de Ultramar. ­Le sucede Becerra, y luego Abarzuza. - Segundainsurrección. - Cánovas, Presidente del Consejo,sube al poder por séptima vez. ...,.... Diferente clasede guerra en Cuba. - Vuelve Martinez Camposde Capitán General. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 83

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íNDICE

SEGUNDA PARTE

INSURRECCIÓN DE 1895. - MARTÍNEZ DE CAMPOS

Y WEYI,ER EN CUBA

337

l. José Marti. - Máximo GÓmez. - Fracaso deMartínez Campos : envía su dimisión á España. ­Carta suya á Cáp.ovas. - Weyler nombrado Ca­pitán General de Cuba. - :Bandos. - « La Re-concentración lloo. • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • 97

TI. Cleveland y Olney. - Mensaje Presidencial de'Diciembre de 1896 y despachos de M. Olney. ­Resolución del Senado y la Cámara de los EstadosUnidos. - Plan de conducta de Cánovas con losEstados Unidos para ayudar desde Madrid laacción de Weyler en Cuba. - Caso del A/lianee.- Cuestión Mora~ - Caso del Competitor. . . . . . 1II

TII. Palabras de Cánovas : sus dudas, su incerti­dumbre. - Muerte de Maceo. - Nuevo plan dereformas para Cuba y Puerto Rico ideado porCánovas. - Dupuy de Lome. - Nota del Secre­tario de Estado Sherman al Ministro español yReal Orden con que se contesta. . . . . . . . • . . . . . . . 124

PARTE TERCERA

MUERTE DE CÁNOVAS. - CAMBIO DE GOBIERNO

Y DE POI,ínCA

l. Dimisión de Cánovas. - La reina no la acepta. ­Cánovas en Santa Águeda. - Miguel Angiolilloen París. - Entrevista con el Agente cubano. ­R. E. :Betances. - Precauciones en SantaÁgueda en defensa de Cánovas. - El 8 de

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338 íNDIOE

Agosto : asesinato de Cánovas. - Ejecución deAngiolillo . • . . . . • • . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 131

n. Nuevo ministerio: General Azcárraga, Presi­dente. - Nuevo Ministro americano: su nota del23 de Septiembre de 1897. - General S. L. Wood­ford. - Calda del ministerio Azcárraga. - Sa­gasta. Presidente del Consejo. - Relevo de Wey­ler. - Nombramiento de Blanco. - Respttesta ála nota de Woodford. - La autonomia en Cuba.- Mensaje de Mac-Kinley. . . . . . . • . . . . . . . . . . . . 147

PARTE CUARTA

J. Motln en la Habana. - El Cónsul Lee. - Entradadel Maine en la Habana. - Una frase de Dupuyde Lome. - Carta á Canalejas. - Voladura delMaine. - Fallos de la Comisión americana y de laespañola sobre las causas de la explosión. - Im­presión del pueblo en los Estados Unidos y enEspaña...................................... 163

lI. Entrevista entre el Secretario de Estado y elPlenipotenciario americano. - Las grandes Po­tencias. - Acuerdos del Congreso de los EstadosUnidos. - El Ministro americano pide el armisti­cio. - Intervención del Pontifice. - Mensajefinal del Presidente. - Resolución « conjUJlta •.- Retirada de los plenipotenciarios. • . . . . . . . . . • 17 S

lII. Memorándum español. - Sagasta y el decretode Autonomia. - Fragmento de discurso de Cá­novas, y palabras suyas en Consejo de Ministros.Cuestión de las Ca1'olinas. - Cánovas y la guerracon los Estados Unidos. - Confianza del pueblo

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íNDICE 3~9

español. - El Gobierno español forzado á con-sentir en la guerra... .... . .••.• .. ..•...• •..•• 196

PARTE QUINTA

U GUERBA (ABIUI,-DJC'.tBMBRE 1898)

l. Principia la guerra. - Bombardeo de Matanzas.- ~ escuadra americana en Manila. - Destruc­ción de la escuadra española y ocupación de Ca-vite. - El cable de Manila á Hong-Kong. • • . • • • • 213

n. Plan de los Estados Unidos en Cuba. - ~ es­cuadra de Cervera sale de Cabo Verde. - Uegaá la Martinica y á Curazao. - No recibe el tele­grama que la autoriza á volver á ~aña. ­Entra en Santiago. - ElOO11traalmirante Cer-vera. - El bloqueo de Santiago empieza el 28 deMayo. - Curioso telegrama del Ministro de laGuerra: respuesta de Blanco... . .. .. .•.. .. .. .• 219

nI. Situación Inilitar de Santiago. - AislaInientode la ciudad. - Expedición reunida en Tampacontra Santiago. - Toma de Guantánamo. -Los insurrectos, guias y auxiliares. - Desem­barque de la expedición en la ensenada de losAltares. - Calixto Garcla Iñiguez... . . . . . . . . . •• 237

IV. Campaña de Santiago. - Las' Guásimas. ­Wood y Roosevelt. - El General en Jefe Sháfter.- Desaliento infundado de Sháfter. - Ordenperentoria de Blanco. - Salida Y destrucción dela escuadra de Cervera , .. 245

V. Campaña de Santiago. - Batallas de San Juanyel Caney. - Últimos combates. - Capitulación.- Iniquidad cometida con el General Garcla. ­Viaje de Garcla á los Estados Unidos. - Su

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340 IN DICE

muerte en Wáshington. - e El calvario de los cu-banos •..................................... 256

VI. Expedición á Puerto Rico. - El General Miles.- Desembarca en Guánica y toma de Vauco. -

. Segunda expedición. - Toma de Ponce. - Es­paña se confiesa vencida. - El Embajador fran·cés en Wáshington. - Protocolo del 12 deAgosto. - Capitulación de Manila el 13. - LasFilipinas perdidas. - Resumen de la campaña dePuerto Rico, según Alger. - Resultado, segúnGómez Núñez. . . . . . . . • . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 265

VII. Efecto en la Habana del Protocolo. - Partidadel General Blanco. - Acuérdase para el 1.° deEnero la fecha de la evacuación, y comienza éstadesde luego. - Conferencia de Paris. - Las Fili­pinas y la deuda de Cuba. - Traspaso de la isla álos Estados Unidos. - Conclusión........,... 271

PARTE SEXTA

AYACUCHO y SAN'tIAGO DE CUBA.. •• •• • ••• •• • ••• 281

PARTE S-aPTIMA

JOSÉ MARtA HEREDIA... • . • • • • • • • • • • • • • • • • . . . . • 297

Typ. GARl'lIER HERIIlA"OS, 6, rue des Saínls·pi:res, ~t.4.t908

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