comentario del discurso fÚnebre de pericles

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COMENTARIO DEL DISCURSO FNEBRE DE PERICLES

COMENTARIO DEL DISCURSO FNEBRE DE PERICLES

Esta oracin-conservada y, podemos suponer, reelaborada por Tucdides en el libro II de su Historia- fue declamada por Pericles en el invierno del 431-430 a. C. frente al pueblo ateniense, finalizando el primer ao de la Guerra del Peloponeso. Debido a las decisiones de este estratega, la poblacin del tica se hallaba reunida tras las murallas de la ciudad, a salvo as del enfrentamiento directo con el ejrcito espartano, que sin embargo asolaba y saqueaba las tierras. El pretexto inmediato del discurso es la exaltacin de los cados en la guerra, como prescriba una antigua costumbre. Ahora bien, Pericles aprovecha la ocasin para intentar una justificacin de la guerra y, como consecuencia, de su propia persona, cuya posicin se vea amenazado por el descontento de la poblacin. De ese modo perpeta la prctica propia de los sofistas en el marco de la democracia, consistente en ejercer el poder mediante la persuasin por la palabra. Pericles llevaba treinta aos siendo el principal poltico ateniense. Durante ese tiempo se haba consolidado la hegemona poltica y econmica de la ciudad, as como su sistema democrtico. Haban sido tambin aos de esplendor cultural. No obstante el estratego haba sido criticado por sus relativos fracasos militares, su populismo y, sobretodo, su administracin arbitraria del tesoro pblico. Por otra parte, la poltica autoritaria que Atenas ejerca respecto del resto de los griegos -al margen de que cumpliese con la tarea de defender a sus aliados por medio de su soberbia flota, como haba sido decidido en la Liga de Delos- haba conllevado considerables crispaciones con el exterior. Finalmente, Pericles haba sido objeto de diversos ataques ad hominem, siendo acusado de corrupcin. Tambin sufrieron invectivas personalidades de su crculo, como Fidias, Anaxgoras y Aspasia. Por todo esto, su figura a la hora de comenzar la Guerra del Peloponeso estaba dividida entre claros y sombras. No obstante, su capacidad de orador le haba permitido permanecer siempre en el mximo puesto. El claroscuro aumenta en el momento de preguntarse por las causas de la guerra. Valerio Mximo llega a sugerir (Hechos y dichos memorables, 3.1) que se trat de una maniobra para encubrir sus malas gestiones. Por lo dems, en su origen encontramos una serie de conflictos menores que slo pudieron desembocar en terrible enfrentamiento a travs del inters de los gobernantes en el mismo. Tales intereses tenan que ver con la rivalidad entre Atenas y Esparta: el temor de la primera por perder el frreo control sobre su imperio, y el temor de la segunda por verse dominada por ese imperio. Al parecer, buena parte del pueblo ateniense estaba en contra del conflicto, pero fue dejndose convencer por su estratego, que confiaba en la supremaca militar de la ciudad. Tampoco fue del agrado de muchos la decisin de abandonar los campos y refugiarse en las murallas: los propietarios hubieron de ver sus pertenencias saqueadas. Adems, la zona urbana estaba ya superpoblada, y la aglomeracin causara una peste de gran mortandad. En el momento del discurso la enfermedad no estaba an extendida, pero s el descontento por los asuntos mencionados. Por ello Pericles apela al orgullo por lo propio y su defensa, con la intencin de revitalizar la moral de los ciudadanos y, como dijimos, defender la virtud de su liderazgo. El lenguaje que utiliza es de excelente factura, como se puede apreciar an en la traduccin. Las palabras son combinadas con exquisita sobriedad, mientras que la estructura se adopta a los moldes tradicionales pero con idiosincrsicas variaciones. El discurso clsico se divide en cuatro partes: exordio (introduccin dirigida a ganarse la atencin y la benevolencia del pblico), exposicin (desarrollo de la cuestin), argumentacin (presentacin de pruebas a favor de la propia tesis) y peroracin (a partir de lo dado, exhortacin final a la voluntad del oyente). En la modalidad funeraria, el cuerpo del discurso haba de incluir una exaltacin de los ancestros de los cados, una valoracin del herosmo de los mismos, y una consolacin a los familiares. Ha de notarse pues cmo el de Pericles conserva estos elementos pero de una manera peculiar.

El comienzo es, en efecto, un exordio; pero su estrategia consiste en problematizar, primero, la necesidad de un discurso fnebre, cuando podra honrarse con actos a los que son admirados por sus actos, y, segundo, la posibilidad del mismo, debido a la dificultad de valorar las acciones acaecidas de forma comn y adecuada. Acaso la traduccin de he dkesis ts aletheas por valoracin de la realidad no sea la ms correcta desde algn punto de vista, siendo como es realidad un vocablo tcnico de origen escolstico, ajeno al mundo griego. Segn el diccionario x, dkesis significa ms bien apariencia, lo que aparece, lo que sucede, los sucesos; y alethea, verdad, lo que es evidente. Se refiere, en todo caso, a la confusin con que se presentan los hechos, mediatizados segn la posicin de cada uno, de manera que se alejan de lo comn. Los motivos que causan esta dificultad son, o bien el exceso de admiracin, o bien la envidia. Pericles presenta pues un problema grave para una ciudad en guerra, que es su divisin, la dificultad de que se imponga un parecer adecuado para todos. Y, finalmente, casi disculpndose por haber sido elegido para intentarlo, se propone procurar ese estado comn. El siguiente pasaje, correspondiente con la narracin, es la exaltacin de los ancestros y la ciudad, y enlaza directamente con el anterior. Para buscar el fundamento de esa comunidad, se dirige a su origen, y construye una alabanza de su identidad particular. La extraeza en este caso est en que a los antepasados se dedican apenas dos frases, para deslizarse rpidamente hacia el elogio de la generacin inmediatamente anterior a la de Pericles, y a la suya propia. Los primeros, los padres, son alabados por haber forjado el imperio ateniense. Pero la mayor parte de la gloria corresponde a los hombres que ahora mismo an estamos en plena madurez, pues ellos han perfeccionado la ciudad, convirtindola en autosuficiente tanto para la guerra como para la paz. A partir de ese momento, el discurso se convierte en una enumeracin de las excelencias obtenidas por esa ltima generacin. Se exponen los valores propios de Atenas tal y como han pasado a la posteridad; se trata de una imagen de aquella plenitud griega que admiraron Schiller y Hlderlin. sta puede cifrarse, salvando un curioso desplazamiento, en la consigna de la Revolucin Francesa: libertad, igualdad, fraternidad. De forma explcita se hace referencia a la libertad y a la igualdad. Ahora bien, en el lugar de la fraternidad est el respeto por las leyes, tanto escritas como no escritas. Este respeto no se basa en el temor a la coaccin, sino en un reconocimiento de su justicia, de su valor intrnseco. Este elemento es el que cumple la funcin de mantener la lazo entre los individuos, tanto entre ellos como con el Estado, de tal modo que el conjunto se conserve como pueblo. La fraternidad, introducida por los revolucionarios radicales para completar los principios meramente burgueses de libertad e igualdad, tiene tambin este papel, aunque modifica significativamente el fro respeto por una pasin, una forma de amor. De ese modo, Robespierre exiga el amor a la patria y a la humanidad, y, a aquellos en los cuales este sentimiento no flua espontneamente, los consideraba candidatos a la guillotina. Frente a l, Kant, ms fiel en este punto al texto griego, abogaba todava por el respeto como adecuada relacin con las leyes. Por lo dems, la grandeza que enumera Pericles puede caracterizarse como la grandeza del equilibrio, a la manera de las virtudes de Aristteles: equilibrio entre el ocio y el negocio, entre la fortaleza en la guerra y la dulzura en la paz, entre lo privado y lo pblico. Ha de destacarse que todo el cuadro que traza el orador est erigido conscientemente como un modelo para toda Grecia, como el canon de las pleis, al que se imita, sin el original imitar a nadie. Adems, ese modelo se presenta en oposicin al exterior, especialmente al enemigo espartano. Y esa grandeza cultural autctona est en relacin, desde el principio del pasaje, con la grandeza imperial, siendo la primera de algn modo el motor secreto de la segunda. El pasaje termina con una nueva alusin a esta relacin, aunque a la inversa: la grandeza cultural se hace evidente a travs de la grandeza imperial. Ambas grandezas toman su mxima expresin en el hecho de no necesitar cantos poticos de alabanza, y de no poder ser vituperada ni por el mismo enemigo. Mediante estas admirables razones, Pericles pretende llenar el vaco de lo comn con una imagen o ideal que, sin serlo, aparezca como inmediato e indudable. Parece exigir, en ltima instancia, un acto de fe en ese ideal, tanto en lo referente a su justicia como respecto de la promesa de victoria que encierra. No son precisas elucubraciones para afirmar que se trata de un acto de fe en el propio Pericles, como encarnacin viva y representante del ideal esbozado. Posteriormente entra en la alabanza de los cados y el consuelo de los parientes, que sorprenden por su extrema sequedad y frialdad en comparacin con la anterior parte. Los muertos son presentados, convencionalmente, como defensores del mencionado ideal, que prefirieron morir por l antes que rendirse ante el enemigo. Se destaca de ellos su valor, y la gloria que ha de sobrevivirlos en el recuerdo. En cuanto a los parientes, se les niega la compasin, y se les conmina a permanecer serenos y a contribuir como puedan al transcurso de la guerra. En este final anticlimtico se hace transparente el cariz grotesco del discurso, que radica en el hecho de que las criaturas muertas carezcan de valor si no es a travs de su sacrificio en favor de una idea. sta es lo relevante, lo que puede decretar el final de los hombres. Hay motivos para creer que la idea que en este discurso se utiliza no fuera solamente idea, sino que tuviera muchos visos de verdad; no obstante, ello solamente agrava la cuestin. Si es cierto que la Guerra del Peloponeso se produjo sin causas ms graves que las tensiones y recelos de dos potencias que, por lo dems, compartan toda clase de lazos fraternos, entonces la grandeza ateniense que se refleja en este discurso fue puesta en juego por quimeras. Y, de ese modo, la apelacin a ella por parte de Pericles para encubrir sus propios errores, aplacar la justa congoja de los ciudadanos, y lanzarlos por el camino de la guerra, resulta una aagaza sorprendente y tenebrosa. Que a penas es visible por la inmensa belleza de sus palabras.