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comentario crítico al texto La tradición de la ruptura de Octavio PazTRANSCRIPT
Comentario Crítico al texto “La tradición de la Ruptura” de Octavio Paz
Miércoles 20 de Marzo de
2013
Reynoso Lara Kesia DeyamantirGrupo: 2652
Edición de Libros
En la búsqueda incansable por la inmortalidad, misma que empieza cuando surge
una conciencia de sí mismo respecto a la otredad, el hombre encuentra reflejo en
su semejante, como si repitiese una y mil veces la misma escena pero con otros
actores, es ese anhelo, casi enfermizo, el hilo conductor que une a la historia, o
mejor dicho, que une a los protagonistas de ésta.
No queda claro si es un deseo de trascendencia o un miedo, cuasi pavor, a
dejar de existir, no al desaparecer o morir físicamente, sino a caer en el olvido,
proceso que sólo unos cuantos, quizá numerados con los dedos de la mano, han
logrado pasar sin ver a través del tiempo, lo que ha hecho que el humano cada
vez posea menos tiempo para labrarse un nombre o reputación capaz de romper
de un solo tajo los infranqueables muros de lo trascendente, aquellos que dividen,
a cuenta gotas, lo relevante de todo aquello que no lo es.
Es por ello que el cristianismo posee tal aceptación y número de feligreses
en el mundo pues es un modo de vida capaz de justificar la existencia de todos y
cada uno de los seres que han pisado la faz terrestre. Aún si se nos olvida al
pasar del tiempo, el propósito de cada uno de nosotros es individual. ¿Qué mayor
logro que ser recordado por el ser Supremo creador de la Tierra y de todo lo que
habita en ella? “Hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados”,¹ dijo
Jesucristo en su famoso Sermón del Monte, palabras que pareciesen destacar a
perfección la importancia e inmortalidad de nuestro recuerdo para Dios.
Nos aferramos a la existencia como náufragos a la orilla. Así como el
mismo Octavio Paz lo dijo:
La creencia en la cercanía del fin requería una doctrina que respondiese con
mayor calor a los temores y a los deseos de los hombres. […] El cristianismo
prometía una salvación personal y así su advenimiento produjo un cambio
esencial: el protagonista del drama cósmico ya no fue el mundo, sino el hombre.
Mejor dicho: cada uno de los hombres. El centro de gravedad de la historia
cambió: el tiempo circular de los paganos era infinito e impersonal, el tiempo
cristiano fue finito y personal.²
Sin embargo, y pese a que el hombre se aferra a repetir una y mil veces la
historia para gravarse en la memoria de los otros y en los anales de la historia, lo
cierto es que, entre periodo y periodo en el que parece caminar el tiempo muchas
personas pierden en él, y su existencia ya no encuentra justificación, a pesar de lo
divino, y termina por ser borrada del todo.
Es lo anterior lo que ha hecho que el tiempo transforme la manera en que
es medido por las sociedades modernas y no sólo eso, ha cambiado la forma en
que éste transcurre. Lo que hoy sucede mañana deja de ser novedad, pasa de
pertenecer al apartado de lo novedoso, a caer en el cajón de lo viejo,
pertenecemos, a una sociedad que exalta la juventud y desprecia la vejez,
desafortunadamente, es este correr del tiempo lo que nos vuelve a todos sujetos
susceptibles a la vejez si no poseemos artículos capaces de mantenernos a la
vanguardia.
Dice Octavio Paz en La Ruptura de la Tradición: “Nuestra época ha
exaltado a la juventud y sus valores con tal frenesí que ha hecho de ese culto, ya
que no una religión, una superstición; sin embargo, nunca se había envejecido
tanto y tan pronto como ahora”.³ Lo anterior es tan irónico, puesto que pareciera
que uno de los móviles de hombre es correr tras lo que no puede alcanzar, ahora
ya dos factores: juventud e inmortalidad, resumiendo los dos en uno sólo ‘existir’.
Y recordando el afán antes mencionado acerca del deseo del humano por
trascender de su época, está de más mencionar el curso cíclico que parece seguir
la historia, lo que desaparece a ratos el concepto de vejez, así el hombre mata a
sus dos enemigos: desafía a lo perecedero al repetir una y mil veces el mismo
ciclo, aunque esto lo hace con otras caras y, vuelve nuevo lo viejo con este mismo
proceso en círculo, como si matase dos pájaros de un solo tiro.