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MUNDO Las ferias no son solo espacios de aprovisionamiento e intercambios locales o regionales, sino también expresión visible y transparente de las relaciones sociales. Conocer una feria es como entrar a la cocina de una casa, ya que desde ahí se hacen más fácilmente perceptibles los códigos propios de la cultura del lugar. TESORO CULTURAL OUTRO OLHAR FERIATICA ÁNGEL Reseña Cultural por Juan Márcos Rodriguez Columna por Clarissa Figueiró Opinión por Alexander Chacón Entrevista por Alexander Chacón Las ferias vecinales son el refugio de la esquiva identidad posmoderna As feiras de Montevidéu e a essência do seu povo Ferias de acá y de un poco mas allá 27 años de feriante no es nada Artículo Extranjeros Extranjeros MÁGICO MUNDO MÁGICO

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MUNDO

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MÁGICOMUNDO MÁGICO

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Las ferias son un espacio histórico de intercambios, pero no solo de mercancías, sino también de historias, de vivencias, de códigos, de costumbres e informaciones. Las ferias son entonces un espacio de intercambios económicos y socio-culturales, donde se superponen sus características de institución social, forma económica y entidad cultural.

La identidad en posmodernidad o alta modernidad, según se prefiera, se ha visualizado y conceptualizado por autores como esquiva, difícil de construir y una vez construida; dificultosa de sostener. El sujeto al no poder mantener una identidad constante flota en un espacio de múltiples posibilidades identitarias, pero cada vez que se quiere aferrar a una, esta se escabulle entre sus dedos. Bauman definiría el problema con una analogía “El vagabundo no sabe cuánto tiempo permanecerá donde se encuentra hoy, y generalmente no depende de él cuándo terminará su estancia”.

Enfoquemos la identidad como se enfocan los roles. Según esta todos desempeñamos distintos roles que son compatibles entre sí, ejemplo: Un padre, es a la vez hijo, a la vez marido, a la vez hermano, a la vez trabajador, a la vez tío etc. En todas ellas podemos anclarnos, porque la realidad identitaria cambió y es hora de que asumamos ese cambio. En materia de identidad, ahora cualquier actividad que se realice por un periodo sostenido de tiempo puede constituirse en identidad, no es necesario una carga ideológica pesada, un credo religioso impositi-vo o una capacidad monetaria abultada.

Frente a este mar de posibilidades cambiantes y posi-bles, se erige como un rompe olas la feria de barrio.

La burbuja en el cual viven los feriantes los ha mantenido aislado de los constantes cambios de la alta modernidad. Sus patrones de comportamiento se han mantenido incólumes, el argot con el que se relacionan no ha sufrido mayores cambios y tampoco es objeto de burlas por parte de la cultura dominante. No les ha tocado vivir la angustia del proceso multicultural. La alta modernidad no ha logrado penetrar una identidad monolítica como la del feriante. La feria maneja códigos lingüísticos propios y una kinésica propia, un ejemplo: “me volví loco, me volví loco, me volví loco” no reza un auto-diagnóstico de una patología psicológica, el feriante nos dice que bajo tanto sus precios que parece que perdió la razón. Se preocupan uno por el otro. Cuándo un feriante necesita levantar su puesto, su vecino que vende lo mis-mo, ó sea son competencia, le presta presuroso su apoyo y no sólo para levantar el puesto, también, para ordenar la verduras y poner la balanza, eso es bajar el concepto moral a la cotidianeidad.

Primeramente, me atrevo a enmarcar una moral del verbo, no un amoral escrita sobre papeles exóticos, avalada por grandes instituciones o una moral detentada por elites económica, más bien una moral humana “El llamado moral es absolutamente personal, se deriva de mi responsabilidad, y la necesidad de hacer el bien así surgida no puede suscitarse ni paliarse por la conciencia de que los demás lo hagan por mí, o de que ya he cumplido con mi parte al seguir al pie de la letra lo que los demás hacían”.

Segundo, el feriante desarrolla una relación simbió-tica no sólo con su compañero de rubro, además lo hace con el cliente casero, saben de sus vidas, penas y alegrías y muchas veces funcionan como trámite catártico, donde al caminar y hablar se liberan la psicotoxina del casero. Y, por último, la tradición del feriante hace que este oficio se transmita de generación en generación, con una historia personal, sus propios hitos e inclusive su propia asimilación de la religión.

Nos decían que la posmodernidad o alta modernidad lo permeaba todo, es mentira. Si no me cree piense en un martes, jueves, sábado o miércoles, viernes o domingo cualquiera. Asista a la feria de su barrio, recuerde mis palabras y realice el ejercicio de ver cada patrón desa-rrollarse en una danza frenética y alegre que sólo puede entregar la creencia en lo imperecedero.

Un espacio de sociabilización. Esos espacios, que se nos aparecen como lugares de esparcimiento, de paseo, de tránsito, de paso, se transforman en el espacio de tra-bajo de muchos, en el que los frutos de su actividad, los valores de uso, se convierten en mercancías, en valores de cambio, como diría la sociología y la economía clási-ca. Este tipo de espacios son lugares de encuentro y de intercambio de bienes, pero principalmente de informa-ción. Michèle de La Pradelle nos describe la situación de un pueblo del sur de Francia que todos los viernes vive el mercado, y lo vive de una forma distinta, porque la feria es en sí misma una realidad en movimiento: “El mercado de Carpentras es una realidad en movimiento, siguiendo una trama similar, cada viernes es un aconteci-miento diferente. Los actores, los productos, la extensión y la densidad del mercado varían constantemente, principalmen-te según las estaciones del año”.

Ahora bien, decíamos que en este tipo de mercados no se intercambian únicamente bienes y servicios, sino que ser el espacio de encuentro y relaciones sociales se convierte muchas veces en un motivo primordial para aquellos que arriban a las ferias. De La Pradelle nos comenta que “la mayoría de mis interlocutores tienden a minimizar sus compras en el mercado (...) todo pasa como si cada uno reivindicara para sí mismo una relación esencial-mente lúdica y simbólica con el mercado”.

A su vez, este espacio de relaciones sociales, lúdicas y simbólicas, se presenta también como un lugar de traba-jo. Es decir, el ámbito desde el cual generar ingresos que garanticen la producción y reproducción de sus condi-ciones de vida. Sin embargo nos interesa resaltar que el espacio feria es vivido como espacio de placer y socializa-ción no solo por los clientes. En este sentido, el estudio de de La Pradelle sostiene que “tratar el mercado como un momento de placer (y no como un “método de distribución”) es una norma de comportamiento que también se da entre los feriantes. Para seducir al cliente, es esencial que no sea evidente que se está allí para vender”.

El intercambio económico. Como toda forma de intercambio, involucra todos los aspectos de la sociedad. Se encuentra aquí en filigrana la noción que postula que el intercambio de bienes está siempre enraizado en rela-ciones de parentesco, de familia, de amigos, religiosas, etc.; el intercambio es por sí solo un significado.

Se trata entonces, al volver a esta sociabilidad prime-ra y esencial que es el intercambio, de subrayar la com-plejidad humana recordando que una práctica económi-ca se inscribe ante todo en lo social y que puede asegurar ya sea la subsistencia, ya sea el reconocimiento social, o la seguridad social de un grupo o individuo. Tenemos que guardar en mente que existe una pluralidad de racio-nalidades que estimulan la acción socio-económica.

Lo económico se ancla definitiva y firmemente en las prácticas sociales, esto permite evitar inscribir su origen demasiado rápida y fácilmente en la lógica individual de la opción racional. Porque es un animal social, el ser hu-mano intercambia permanentemente con los otros, pero no siempre por las mismas razones ni del mismo modo.

Tesoro culturalRefugio de la esquiva identidad posmoderna

En definitiva y a modo de cierre, las ferias no son solo espacios de aprovisio-namiento e intercambios locales o regionales, sino

también expresión visible y transparente de las relacio-

nes sociales. Conocer una feria es como entrar a la

cocina de una casa, ya que desde ahí se hacen más

fácilmente perceptibles los códigos propios de la cultura

del lugar”.

Artículo

Reseña Cultural

Juan Marcos Rodrigues Tesoro culturalJuan nació en la ciudad de Rivera. Es Editor y Corrector.

Tiene 34 años y vive en Montevideo hace más de 10 años.

ellos. También se refirió a la necesidad de regular los horarios y el establecimiento de los puestos, lo cual -dijo- debe ser “algo acordado que implique el menor impacto y el mejor desarrollo del trabajo”.

Para ello el equipo de Martínez ha mantenido diversas reuniones con la defensoría del vecino y también con feriantes para la redacción del protocolo el que tendrá que incluir reglas claras de seguridad, convivencia, mejoras de servicio y comodidades.

Daniel Martínez y parte de su equipo realizaron diversas recorridas por las ferias del municipio F. En ese marco, el Intendente dijo que ha estado trabajando en un protocolo que implique tener reglas de juegos acordadas con los feriantes y vecinos en la realización de las ferias. En tal sentido, informó que uno de los cambios básicos que impulsará será la instalación de baños públicos en las ferias de Montevideo tanto para que los feriantes como los clientes puedan acceder a

Baños públicos en todas las ferias de Montevideo

Foto

Un niño espera sorprender a su madre con un ramo de flores (de papel)

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Entrevista

Por Alexander ChacónEsta entrevista fue realizada en la feria que se lleva a cabo los sábados en

la calle Acevedo Díaz

Ángel-es Sábados y domingos traslada su puesto de frutas y verduras hacia las ferias

Ángel comenzó ayudando a su padre cuando tenía 17 años y desde entonces no ha dejado las ferias. Hoy con 44 años se divide la semana entre su local propio y dos ferias a las que va los fines de semana. Conversamos con el para ver que nos puede contar despues de estar 27 años atendiendo al público en las ferias Montevideanas.

¿Cuánto tiempo tiene de trabajar en la feria? ¿Participa en otras?

¿Cómo empezó a trabajar acá?

¿Cuál es su rutina en un día de feria?

¿Cómo describiría su relación con los clientes?

¿Cómo es su relación con otros feriantes?

¿Cree que la feria ha cambiado desde que usted empezó? ¿De qué forma?

¿Cree usted que el auge de los supermercados ha debilitado las ferias?

¿Cree que el tipo de gente que viene a la feria ha cambiado?

Empecé a los 17 años y ahora tengo 44, sacá la cuenta. Estoy en esta feria los sábados (Ace-vedo Díaz) y los domingos estoy en la de Democracia y Nueva Palmira. Entre semana tengo un puesto fijo cerca de mi casa.

Mi padre tenía este puesto, empecé a ayudarle a laburar desde los 17 años y después me lo pasó. Con el tiempo conseguí el puesto fijo.

Me levanto a las 4:00 y me voy para el Mercado Modelo a comprar las verduras del día. A las 7:00 me vengo para el puesto para empezar a armarlo y acomodar las cajas, por ahí de las 10:00 empieza a llegar la gente y paso todo el día acá, hasta mas o menos las 15:00 que viene el flete a recoger las cajas, porque yo no tengo camión, acá la mayoría tiene su propio camión pero yo tengo que pagar flete. A las 16:30 por fin llego a casa a descansar. El domingo hago exactamente lo mismo, pero en la otra feria.

Entre semana pago para que me vayan a dejar las verduras directamente hasta mi local, no tengo que ir hasta el Mercado, por suerte.

En general es muy buena y cercana. Ahora, tenés de todo, tenés la gente de paso, que viene, escoge paga y se va. Y también tenés a los clientes fieles, que siempre vienen y me compran a mi, a ellos los conozco mejor, me sé sus nombres, conozco a sus hijos y cuando vienen hablamos un rato. Pero te estoy hablando de clientes desde hace años, algunos hasta han muerto ya.

Nos llevamos muy bien, por suerte. Nos vemos todos los fines desde hace años entonces imagi-nate que ya nos conocemos bien. La mayoría son de la misma época, conocí a sus hijos desde que eran chicos, muchos de esos ahora son dueños de los puestos, o por lo menos atienden a los clientes.

Pah, sí! Es otra cosa. Primero que todo la gente cambió, los pibes de ahora no saben nada, algunos ni siquiera saben lo que es una acelga, los pibes de antes venían a la feria desde ni-ños. También ahora los clientes exigen más, si no los dejás que elijan las verduras no se vende nada, antes mi padre no dejaba que nadie tocara nada.

Otra cosa es que tenés que tener bolsas, la gente espera que uno les de siempre bolsas, antes eso no existía, las señoras venían con las chismosas y las iban llenando mientras iban comprando, el feriante le ponía ahí la verdura directamente.

Al principio sí, la gente compraba casi todo en los supermercados y venían menos a las ferias. Pero creo que en los últimos años la gente está volviendo a las ferias, porque el país está muy caro y la gente se da cuenta que acá la plata rinde más.

Además te das cuenta que hay gente que toma la feria como un paseo, vienen tranquilos, con ropa cómoda, muchos sacan a pasear al perro y ves que no tienen prisa.

En realidad no hay un único tipo de cliente, esta es una feria que se mueve mucho, es un barrio donde vive mucha gente y por suerte ninguno de los feriantes se queja de que no vende, acá todos vendemos.

La gente que viene siempre es muy variada, vienen de todas las edades, parejas jóvenes, familias grandes, y hasta personas solas.

Foto

Ángel en su puesto de la feria de acevedo díaz

4:00 Va para el Mercado Modelo

7:00 Empieza a armar el puesto

10:00 Empieza a llegar la gente

15:00 Desarma el puesto

16:30 Llega a su casa a descansarSÁ

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lo largo de los años

las ferias han logrado

mantener casi intactas

las antiguas costumbres

del mercado y el trueque.

Clarissa FigueiróAlexander Chacón

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