colgados del desierto africano - la mili en el...

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8 LUGO DOMINGO 14 DE MARZO DE 2010 EL PROGRESO 1 2 Colgados del desierto africano LA MILI EN EL SÁHARA ▶ Sus vidas dieron un vuelco cuando fueron llamados a cumplir el servicio militar a 3.000 kilómetros de casa, en pleno desierto y en un momento en que la mili superaba el año. Pero el Sáhara les forjó carácter y, en muchos casos, las mejores amistades. En mayo, ex reclutas del Sáhara de toda España se encontrarán en Galicia. TEXTO: CARMEN UZ FOTOS: EP/PEPE ÁLVEZ «ENTONCES, el servicio militar era muy cabreante. Era obligato- rio y tenías que romper con tu vida para ir a hacer la mili, aunque después, con el paso de los años, estamos encantados de haber co- nocido un territorio y un pueblo tan diferente como el saharaui». Quien habla es Julio Méndez Me- néndez de Llano. Pasó por el Sá- hara entre 1969 y 1970 y resume a la perfección el sentir de muchos españoles y lucenses que cum- plieron el servicio militar en el desierto africano, en ese momen- to provincia española. Aseguran que la experiencia fue impactante y dura, pero coinciden en que el ambiente de camaradería era tan extraordinario que de allí salieron amistades inquebrantables. Sin embargo, la vida llevó a cada uno por un camino, hasta que en 2005 uno de esos reclutas que quedaron prendados del Sá- hara, el catalán Juan Piqueras, de- cidió poner manos a la obra para volver a reunir a los camaradas. El éxito fue tal que el número de ex militares que participan en el encuentro anual que este colectivo lleva a cabo no para de crecer. Este año será del 21 al 23 de mayo en- tre A Coruña y Santiago y ya hay apuntadas 126 personas (entre ex reclutas y acompañantes) de Bar- celona, Madrid, Cáceres, Teneri- fe, Jaén, Torremolinos, Salaman- ca... y también de Lugo. Entre éstos está el propio Julio, uno de los coordinadores del encuentro, que asegura que permanecer más de un año en el desierto, a 3.000 kilómetros de la familia y en un ambiente exclusivamente militar «crea carácter». LLEGADA EN ANFIBIO. En el caso de Julio fueron 15 meses. Tras dos prórrogas, a los 23 no le quedó más remedio que partir hacia el Sáha- ra, dejando atrás esposa, un hijo y un puesto de funcionario en la antigua Organización Sindical. En ese tiempo sólo tuvo un per- miso de 40 días, para conocer a su segundo hijo, y tuvo que recupe- rarlos al final. Pero Julio presume de «camaleónico» y asegura que en dos días ya estaba adaptado al ejército y al desierto. Reconoce que tuvo un puesto cómodo, ya solo por estar al lado del mar y no sufrir las altas tem- peraturas del interior. Fue en el Batallón de Instrucción Militar (BIR) de Cabeza de Playa, a donde llegó tras desembarcar en un anfi- bio y donde todos los reclutas que arribaban al Sáhara pasaban los tres primeros meses. Él se quedó allí, como formador y testigo del desasosiego con el que llegaban los jóvenes. «Para algunos era extremadamente duro porque nunca habían salido de su casa. Recuerdo un caso particularmente dramático, un joven que venía de un caserío vasco, del que nunca había salido, y que solo hablaba euskera», cuenta Julio, que coin- cide con sus ex compañeros en que en los momentos bajos siempre había alguien al lado para inten- tar levantar el ánimo. «En esas condiciones el sentimiento de amistad era muy profundo». Para este ex soldado del Sáhara son más los buenos momentos pa- sados en el Sáhara que los malos, afirma, al tiempo que recuerda con especial cariño el ambiente de «fiesta diaria» del mes de interva- lo que había entre la marcha de un reclutamiento y la llegada del siguiente. En uno de esos reemplazos desembarcó en Cabeza de Playa Ramón Luaces, con 21 años y tras una mala jugada del azar. Traba- jaba en un banco de Barcelona cuando fue llamado a listas, y, en parte por decisión propia y en parte por la presión de sus padres, decidió anotarse en el sorteo de «El Sáhara cometió un error histórico, pero España lo abandonó» El dolor por la situación del pueblo saharaui, que desde mediados de los setenta permanece bajo el yugo de Marruecos, es si cabe más fuerte entre los españoles que convivieron con sus gentes, extraordinaria- mente hospitalarias, como puede comprobar cualquiera que todavía hoy viaje a esta parte del desierto africano. En opinión de Julio Méndez, con- cejal del PP en la capital lucense a principios de los noventa, el pueblo saharaui cometió un «error histó- rico» con el movimiento político y militar de liberación que inició en los sesenta para independizarse de España y que le llevó a una situación todavía peor, dice. «Quiso que Espa- ña dejara aquello y ahora está bajo un régimen dictatorial», afirma, aunque al mismo tiempo recalca el papel poco digno que jugó España. «Hubo y hay una dejación absoluta, de España y de los organismos inter- nacionales», afirma. Situación actual Una parte está ocupada por Marruecos y en la otra el control es del Frente Polisario y varios miles de saharauis siguen refugiados en Tinduf (Argelia), la parte más in- hóspita. Existe un alto al fuego pero Marruecos no accede a convocar el referéndum de autodeterminación al que se comprometió con la Onu. Los ex reclutas del Sáhara tienen una página web, www.sahara-mili.net, donde cuelgan historias de su particular mili 3

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8 LUGO DOMINGO 14 DE MARZO DE 2010 EL PROGRESO

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Colgados del desierto africano

LA MILI EN EL SÁHARA ▶ Sus vidas dieron un vuelco cuando fueron llamados a cumplir el servicio militar a 3.000 kilómetros de casa, en pleno desierto y en un momento en que la mili superaba el año. Pero el Sáhara les forjó carácter y, en muchos casos, las mejores amistades. En mayo, ex reclutas del Sáhara de toda España se encontrarán en Galicia.

TEXTO: CARMEN UZFOTOS: EP/PEPE ÁLVEZ

«ENTONCES, el servicio militar era muy cabreante. Era obligato-rio y tenías que romper con tu vida para ir a hacer la mili, aunque después, con el paso de los años, estamos encantados de haber co-nocido un territorio y un pueblo tan diferente como el saharaui». Quien habla es Julio Méndez Me-néndez de Llano. Pasó por el Sá-hara entre 1969 y 1970 y resume a la perfección el sentir de muchos españoles y lucenses que cum-plieron el servicio militar en el desierto africano, en ese momen-to provincia española. Aseguran que la experiencia fue impactante y dura, pero coinciden en que el ambiente de camaradería era tan extraordinario que de allí salieron amistades inquebrantables.

Sin embargo, la vida llevó a cada uno por un camino, hasta que en 2005 uno de esos reclutas que quedaron prendados del Sá-hara, el catalán Juan Piqueras, de-cidió poner manos a la obra para volver a reunir a los camaradas. El éxito fue tal que el número de ex militares que participan en el encuentro anual que este colectivo lleva a cabo no para de crecer. Este

año será del 21 al 23 de mayo en-tre A Coruña y Santiago y ya hay apuntadas 126 personas (entre ex reclutas y acompañantes) de Bar-celona, Madrid, Cáceres, Teneri-fe, Jaén, Torremolinos, Salaman-ca... y también de Lugo. Entre éstos está el propio Julio, uno de los coordinadores del encuentro, que asegura que permanecer más de un año en el desierto, a 3.000 kilómetros de la familia y en un ambiente exclusivamente militar «crea carácter».

LLEGADA EN ANFIBIO. En el caso de Julio fueron 15 meses. Tras dos prórrogas, a los 23 no le quedó más remedio que partir hacia el Sáha-ra, dejando atrás esposa, un hijo y un puesto de funcionario en la antigua Organización Sindical. En ese tiempo sólo tuvo un per-miso de 40 días, para conocer a su segundo hijo, y tuvo que recupe-rarlos al fi nal. Pero Julio presume de «camaleónico» y asegura que en dos días ya estaba adaptado al ejército y al desierto.

Reconoce que tuvo un puesto cómodo, ya solo por estar al lado del mar y no sufrir las altas tem-peraturas del interior. Fue en el Batallón de Instrucción Militar

(BIR) de Cabeza de Playa, a donde llegó tras desembarcar en un anfi -bio y donde todos los reclutas que arribaban al Sáhara pasaban los tres primeros meses. Él se quedó allí, como formador y testigo del desasosiego con el que llegaban

los jóvenes. «Para algunos era extremadamente duro porque nunca habían salido de su casa. Recuerdo un caso particularmente dramático, un joven que venía de un caserío vasco, del que nunca había salido, y que solo hablaba euskera», cuenta Julio, que coin-cide con sus ex compañeros en que en los momentos bajos siempre había alguien al lado para inten-tar levantar el ánimo. «En esas condiciones el sentimiento de amistad era muy profundo».

Para este ex soldado del Sáhara son más los buenos momentos pa-

sados en el Sáhara que los malos, afirma, al tiempo que recuerda con especial cariño el ambiente de «fi esta diaria» del mes de interva-lo que había entre la marcha de un reclutamiento y la llegada del siguiente.

En uno de esos reemplazos desembarcó en Cabeza de Playa Ramón Luaces, con 21 años y tras una mala jugada del azar. Traba-jaba en un banco de Barcelona cuando fue llamado a listas, y, en parte por decisión propia y en parte por la presión de sus padres, decidió anotarse en el sorteo de

«El Sáhara cometió un error histórico, pero España lo abandonó»

El dolor por la situación del pueblo saharaui, que desde mediados de los setenta permanece bajo el yugo de Marruecos, es si cabe más fuerte entre los españoles que convivieron con sus gentes, extraordinaria-mente hospitalarias, como puede

comprobar cualquiera que todavía hoy viaje a esta parte del desierto africano.

En opinión de Julio Méndez, con-cejal del PP en la capital lucense a principios de los noventa, el pueblo saharaui cometió un «error histó-rico» con el movimiento político y militar de liberación que inició en los sesenta para independizarse de España y que le llevó a una situación todavía peor, dice. «Quiso que Espa-ña dejara aquello y ahora está bajo un régimen dictatorial», afi rma, aunque al mismo tiempo recalca el

papel poco digno que jugó España. «Hubo y hay una dejación absoluta, de España y de los organismos inter-nacionales», afi rma.

Situación actualUna parte está ocupada por Marruecos y en la otra el control es del Frente Polisario y varios miles de saharauis siguen refugiados en Tinduf (Argelia), la parte más in-hóspita. Existe un alto al fuego pero Marruecos no accede a convocar el referéndum de autodeterminación al que se comprometió con la Onu.

Los ex reclutas del Sáhara tienen una página web, www.sahara-mili.net, donde cuelgan historias de su particular mili

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9LUGOEL PROGRESO DOMINGO 14 DE MARZO DE 2010

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1. DE PATRULLA. El ribadense Roberto Maseda, que formaba parte de las patrullas nómadas, en un momento de descanso.

2. EL AAIÚN. Ramón Luaces, en la base de helicópteros de El Aaiún, donde ejerció como ayudante del comandante.

3. DESEMBARCO. Los reclutas llegaban al Sáhara en avión o en barco, pero no había puerto, por lo que arribaban en anfi bios. Uno de los jóvenes de la foto es Roberto Maseda.

4. LOS DE LUGO. Julio Méndez, con la pandilla de Lugo en el Batallón de Instrucción de Reclutas (BIR) de Cabeza de Playa, donde pasó quince meses.

5. AL SON DE LA GAITA. Ramón Luaces, que había empezado a tocar la gaita antes de partir al Sáhara, durante un desfi le el El Aaiún, con traje de gala.

6. HOY. Julio (izquierda) y Ramón, esta semana en el parque Rosalía de Castro. No coincidieron en el Sáhara, pero les une ese «carácter especial» que les ha forjado el desierto, dicen.

Lugo en vez de en el de la ciudad condal. «Yo pensaba, me van a dar por la zona y estoy un año en casa como un rey», recuerda con ingenuidad, porque lo que le tocó fue irse al Sáhara. Si hubiera ele-gido Barcelona, se habría quedado en Zaragoza. ¡Pero quién lo iba a saber!

CON LA GAITA A CUESTAS. El viaje al continente vecino fue un poco accidentado —«fuimos en avión desde Getafe y a mí me tocó en una ventanilla con un agujero, por lo que tuve que ir cinco horas con la cabeza torcida porque en-

traba un frío terrible»— y la llega-da, deprimente, pero la estancia resultó mejor de lo que esperaba. Tras pasar por el BIR fue destina-do a la base de helicópteros de El Aaiún. Como le gustaba conducir, se apuntó para camiones, pero por sus conocimientos —en ese mo-mento la cifra de analfabetismo entre los reclutas era muy eleva-da— fue destinado a la ofi cina del comandante. «Y de buena libré, porque en los camiones se traga-ba una de tierra...». Era un buen puesto, reconoce, y le permitió co-nocer buena parte del Sáhara des-

de la comodidad del helicóptero en el que viajaba su jefe.

Ramón guarda buenos recuer-dos. Sesiones de cine, partidos de baloncesto, instalaciones y comi-da más que aceptable —«casi toda venía de Marruecos, de la ayuda humanitaria que recibía y que luego vendía a España; recuerdo perfectamente los sacos de la Cruz Roja»— e incluso música gallega. Llevaba un año asistiendo a clases de gaita cuando fue llamado al Sá-hara y no estaba dispuesto a olvi-dar lo aprendido, así que se llevó al desierto el instrumento, que sirvió para animar fi estas y espantar la morriña a más de uno.

BOTAS ANTISERPIENTE. Roberto Maseda también guarda más re-cuerdos buenos que malos, pero porque el hombre suele quedarse con los primeros, matiza, «porque no se puede negar que pasamos momentos muy malos», dice.

Este ribadense montaba alum-brado público en A Estrada cuando fue requerido por el ejército espa-ñol, pero ni por la imaginación se le pasaba que el destino iba a ser el desierto africano. Recuerda perfectamente el apellido a partir del cual tocaba Sáhara, «Llanos Ponte» y la sensación que expe-rimentó al conocer cuál era su suerte, «incredulidad», y al llegar al desierto con otra veintena de lucenses tras cinco días de viaje: «lejanía, pensábamos que no íba-mos a volver».

El paso por el Sáhara de Rober-to fue muy diferente al de Julio y Ramón. Su destino fueron las tro-pas nómadas. Militares españoles y nativos —hasta 1976 el Sáhara

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Julio Méndez1969-1970

Para algunos chicos resultó

extremadamente duro porque nunca antes habían salido de sus casas»

Ramón Luaces1972-1973

En El Aaiún la comida no era mala, casi toda

venía de Marruecos, de la ayuda humanitaria que recibía y vendía»

Roberto Maseda1969-1970

Eran patrullas de supervivencia: había

serpientes muy venenosas, cocíamos pan en la arena y cazábamos gacelas»

occidental fue una provincia es-pañola— vigilaban las fronteras con Mauritania, Argelia y, sobre todo, con Marruecos, aunque en ese momento todavía no había una situación de conflicto clara y el Frente Polisario era aún muy tímido. «A veces había alguna es-caramuza, pero poca cosa», cuen-ta el ribadense, para quien había peligros mayores durante las ru-tas de ocho o nueve días que hacía por el desierto. Los bandidos; la escasez de agua y de comida, que completaban matando gacelas; la serpiente lefa, para la que lleva-

ban botas especiales; y el desierto en sí, con temperaturas extremas y muy pocas comodidades, por no decir ninguna. «Eran patrullas de supervivencia pura y dura».

Con todo, hoy Roberto se siente «orgulloso» de haber estado en el Sáhara, como la mayoría de sus compañeros. Ninguno de los tres ha regresado, aunque Ramón estuvo a punto de hacerlo en su luna de miel y el ribadense no lo descarta todavía. Porque, como dice Julio, «a muchos les vino muy bien. Más dura es la vida en mu-chas ocasiones».

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