cómo construir el escenario de tu novela
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Cómo construir el escenario de tu novela
© Ana Bolox, 2017
Todos los derechos reservados.
Imagen de portada: Canva.
Diseño: Ana Bolox
Fecha de edición: Octubre de 2017
www.anabolox.com
A Cris Mandarica,
una vez más, por su tiempo, por su ayuda y su amistad.
¡Qué afortunada soy!
Gracias, Cris.
Introducción
Querido lector, tienes entre tus manos un libro dedicado exclusivamente al escenario en
el que se va a desarrollar tu novela y el modo en el que lo puedes utilizar para conseguir
objetivos diversos.
La razón fundamental que me ha decidido a escribirlo no es otra sino la de
auxiliar, en la medida de lo posible, a aquellos escritores en ciernes que tienen
dificultades para crear el mundo donde ha de desarrollarse su historia. El principal
impedimento para lograrlo normalmente radica en que los escritores principiantes
suelen tener una idea equivocada de lo que de verdad es el escenario de un relato o de
una novela.
En realidad, no es sólo cosa de ellos (y quizá éste sería un buen motivo para que
también los escritores más avezados leyeran el libro) porque, desgraciadamente, muchos
novelistas creen que la construcción del escenario es algo imprescindible, por supuesto,
(¿dónde, si no, transcurriría la acción y se moverían los personajes?), pero sólo le
otorgan una importancia relativa. Están seguros de que casi nadie, y mucho menos el
lector de hoy en día, está dispuesto a deglutir página tras página de descripciones
interminables. Así que ¿por qué molestarse en desarrollar un buen escenario?
De acuerdo, son escritores que se encuentran en un estadio más avanzado que el
del principiante, pero ellos también están equivocados. No en lo que se refiere al
segundo punto. Ahí tienen razón: el lector actual es un lector con prisas que quiere ir al
grano, sin parafernalias ornamentales que le roben tiempo. Sin embargo, yerran en el
primero puesto que en el escenario de cualquier obra narrativa, sea del género que sea,
reside una de las claves de toda buena historia de ficción. ¿Por qué? La respuesta es
muy sencilla y, tan obvia, que tú mismo puedes contestarla si lo piensas un poco y te
pones en modo lector…
¿Ya la tienes? Claro que sí: al lector le encanta que le transporten a otros mundos
en los cuales pueda vivir una aventura. Seguro que tú, como lector, también has
experimentado ese deseo. Y apuesto a que, cuando un autor ha conseguido introducirte
en su universo, te has olvidado del tuyo propio y te has entregado al ficticio en cuerpo y
alma.
Si como lector has tenido la fortuna de vivir esta experiencia, como escritor tienes
el deber de conseguir que otros también la vivan. Y por tanto es imperativo que prestes
al escenario de tu historia tanta atención como prestas a la trama, a los personajes o al
conflicto.
El éxito en la construcción de un buen escenario para tus historias reside en
encontrar el punto exacto en el que das la información necesaria para que tu mundo sea
tan vívido y atractivo que el lector no pueda resistirse a entrar en él, pero sin llegar a
sobrepasar la línea que marca la frontera donde la seducción y el hechizo se transforman
en tedio.
¿Y cómo encontrar ese equilibrio? ¿Dónde está el truco? En cambiar la idea
errónea que tenemos sobre el escenario, normalmente asimilado sólo al lugar y tiempo
en los que transcurre la historia. Si das ese paso, abres tu mente a nuevas ideas y
estudias los múltiples usos que tiene el escenario de una historia, empezarás a
transformar una vacua descripción en mundos auténticos y seductores donde no sólo
vivirán tus personajes, sino el lector de tus historias. Y de eso trata este libro.
En él vamos a hablar del escenario y de los elementos que lo componen. Vamos a
aprender cómo trabajarlos para que tengan un resultado efectivo y también cómo
incorporarlos a la novela y cuándo hacerlo.
Estudiaremos la importancia de los detalles concretos, la forma de introducir al
lector en la historia mediante la estimulación de sus sentidos para que sienta que forma
parte de ese universo.
Pero iremos mucho más allá y aprenderemos a utilizar el escenario para presentar
el estado de ánimo de los personajes así como la manera en que se ven afectados por el
entorno que los rodea. Es decir, conoceremos nuevas herramientas para mostrar
aspectos de nuestros personajes sin necesidad de contárselos al lector. ¿Te das cuenta de
la varita mágica con la que contarás a partir de entonces? Saldrás del grupo de escritores
que no saben transmitir si no es contando las cosas y aprenderás a revelar a tus
personajes de forma mucho más sutil: mostrándoselas.
Pero el escenario no sólo es el lugar donde se desarrolla la acción. También lo es
el tiempo en el que sucede. Así que éste será otro de los aspectos que estudiaremos en el
libro. Aprenderemos a manejar el tiempo dentro de la novela para beneficiar nuestros
intereses como novelistas y también estudiaremos cómo mantener bien situado al lector,
desde el punto de vista temporal, en todo momento. Veremos cómo podemos hacer las
transiciones temporales de forma efectiva, de manera que no interrumpan la acción pero
quede claro que nos hemos movido hacia delante… o hacia atrás, porque, sí, también
veremos cómo introducir flashbacks de manera adecuada, sin que rompan el ritmo y
que, por el contrario, cumplan con la función que se requiere de ellos.
Como ves, el escenario es un cofre del tesoro que no tiene fondo en las manos de
un escritor que ha aprendido a manejarlo. Bien utilizado, puede ayudarnos a mostrar
emociones, reforzar el tema de nuestra historia, crear conflicto, mover la acción,
frenarla… Todo ello con un único fin: enriquecer nuestra novela, de manera que
proporcionemos con ella una gran experiencia al lector.
Nos queda mucho trabajo por delante. ¿Empezamos?
CAPÍTULO 1
1
¿Qué es el escenario y por qué es tan importante?
Por experiencia personal sé que los escritores principiantes suelen tener una idea
equivocada de lo que verdaderamente es el escenario de una historia. Pensamos que la
respuesta correcta a la pregunta planteada en el título de este punto es precisamente la
expresada en la Introducción. Y, sí, por supuesto, el escenario provee a la historia del
tiempo y del espacio donde ésta debe moverse, pero, aunque acertada, es una respuesta
incompleta. El escenario de una historia es mucho más. Es, de hecho, un elemento
crucial dentro de ésta.
El escenario incluye, además del espacio y el tiempo, el trasfondo histórico, el
pensamiento de la época, sus creencias, la cultura imperante, el modo en el que los
personajes hablan y se comportan, así como un buen montón de detalles más que van a
influir de forma notable en la trama, los personajes, el tema e incluso en el tono general
de la obra.
Cuando era profesora en un colegio de Secundaria, en Madrid, cada vez que
comenzábamos una nueva unidad de literatura lo hacíamos fijando ese trasfondo
histórico del que te hablo. Los chicos siempre me decían: «Profe, pero esto es historia,
no literatura» y yo siempre les contestaba lo mismo: «Para entender una obra literaria es
preciso conocer el momento histórico en el que fue escrita y también el momento
histórico en el que se desarrolla». Apúntatelo porque es fundamental, y no sólo para los
estudiantes, sino también para ti como escritor. Cuando vayas a ponerte manos a la obra
con tu novela, éstos son detalles importantísimos que has de tener en cuenta si quieres
lograr esa verosimilitud de la que hablábamos antes y que diferencia una historia que el
lector lee con gusto de una de la que el lector sale decepcionado.
No obstante, la mayoría de escritores noveles, que conocen la importancia de crear
personajes casi perfectos y que se devanan los sesos construyendo el armazón de su
historia para que todo encaje, no prestan la misma atención a la creación del escenario
donde todo lo anterior ha de tener lugar. Y éste es un enorme error porque el escenario,
es decir, el mundo que vas a crear para tu historia, no sólo te provee del telón de fondo y
el plano físico-temporal sobre el cual se desarrollará la acción y se moverán los
personajes, sino que cumple unas funciones cruciales dentro de ella, sin las cuales la
historia jamás alcanzará el nivel al que cualquier escritor debería aspirar.
Así que primera tarea de este libro, antes de que continúes leyendo, es la de
suprimir la idea de que el escenario de una novela se refiere únicamente al lugar
donde transcurren los hechos. Es errónea. Deshazte de ella porque, si la mantienes,
estarás echando a perder uno de los puntales sobre los que se basa una buena historia y
perdiendo la oportunidad de utilizarlo para mejorar la tuya.
Un buen escritor siempre utilizará el escenario en el que tiene lugar su novela
como algo más que el simple lugar donde se desarrollan los hechos.
Anota:
El escenario no sólo vale para “decorar” la historia.
El escenario es una herramienta útil para otros menesteres, tales como buscar
problemas a los personajes y complicarles la vida, además de servir como soporte para
entenderlos, tanto a ellos como a los conflictos con los que tienen que enfrentarse.
Por otra parte, un escritor que utiliza el escenario de forma adecuada consigue
algo sumamente importante en la construcción de su historia: hacerla verosímil. La
verosimilitud es una pieza del rompecabezas narrativo a la que no debemos renunciar
nunca. Si conseguimos que nuestra historia sea creíble, el lector aceptará cualquier cosa
que le contemos. Si no lo logramos, entonces es bastante probable que abandone el libro
con un pensamiento no muy halagador para con su autor. Habremos perdido un lector.
Y lectores son precisamente lo que queremos tener, ¿no?
El escenario es también uno de los instrumentos con los que contamos para
establecer el ambiente emocional y anímico de nuestra obra y uno de los elementos
narrativos que podemos utilizar para influir en el lector a través de su imaginación.
El escenario es, por tanto, un arma poderosa de la que obtendremos jugosos frutos
si sabemos manejarla con acierto. ¿Nos damos cuenta de lo que esto supone? Bien
empleado no sólo ayuda al lector a situarse y hacerse una imagen mental del lugar
donde los personajes se mueven, que es a lo que remitía nuestra primera respuesta, sino
que, con el uso adecuado de los recursos que pone a nuestra disposición, podemos
utilizarlo para manipular al lector.
¿Tenía o no tenía razón cuando afirmaba que el escenario es una potente
herramienta en manos de un escritor hábil? Espero que tu respuesta sea afirmativa y que
ya hayas empezado a pensar que la importancia del escenario es grande y variada, y por
tanto bien merece la atención que requiere.
Así que empecemos a aprender ya. Pero… antes de meternos de lleno a aprender
para qué puedo utilizar el escenario de mi novela, vamos a conocer cuáles son los
elementos que lo componen. Si los reuniéramos en una lista sucinta, los tres primeros a
los que yo prestaría atención serían: el lugar o mundo físico, el tiempo y el entorno.
1. El mundo físico: informa al lector del lugar en el que se desarrolla la novela y
es el elemento que otorga sensación de espacio.
2. El tiempo: a la hora de trabajar este elemento en nuestra novela, hay dos tipos
de tiempos que debes tener en cuenta: uno se refiere a la época en que se
desarrolla; el otro, lo que dura la historia en sí.
3. El contexto: dentro del escenario de una novela, el contexto es el conjunto de
detalles sociales, culturales, históricos, religiosos, políticos, etc. que van
indefectiblemente unidos al lugar y momento en el que tu novela se desarrolla.
Pero vamos a ver cada uno de estos elementos con un poco más de detalle.
2
Elementos del escenario
1. El mundo físico
El primer elemento del escenario de una novela es el lugar, el espacio en el que se
desarrollan los hechos. Si consigues darle vida a ese espacio, todo lo que en él suceda
tendrá una credibilidad mucho mayor.
Dentro de este elemento se encuentran todos aquellos detalles que
ineludiblemente debes incluir para crear ese ambiente físico en el que tus personajes se
van a mover. ¿Dónde están (país, región, ciudad, pueblo)? ¿En el exterior (playa,
montaña, calle, parque) o en el interior (de una casa, de un edificio, de una iglesia, de un
hospital…)?
Pero, además, también tendrás que contar con los rasgos geográficos (e incluso
topográficos) del lugar, el clima y cientos de detalles como ésos que son
imprescindibles para conseguir que el escenario de tu novela resulte verosímil. Es lo que
llamamos el entorno.
El entorno documenta al lector sobre aspectos como el clima, la vegetación, la
fauna, etc., del lugar en el que se desarrolla la acción de nuestra novela. El clima, por
supuesto, dependerá de la estación del año en la que tenga lugar la historia. Así que
tendrás que ofrecer al lector información sobre si está lloviendo o, por el contrario, es
un día soleado. Si hace frío, calor, si el ambiente es húmedo o seco, etc.
Lo mismo ocurre con la vegetación. Ten en cuenta, por ejemplo, si los árboles de
la zona son de hoja perenne o caduca. Dependiendo de la estación del año, tendrás que
describirlos repletos de follaje o con las ramas desnudas. Presta suma atención a estos
detalles, porque es fácil deslizar errores tontos a causa de cosas como éstas que
estropearán nuestra historia, restándole credibilidad tanto al relato como al autor.
Y, por supuesto, no olvides la geografía del lugar. De una u otra forma (ya sea
positiva o negativa), todos nos vemos influenciados por el aspecto geográfico de la zona
en la que vivimos y esto es algo que también afectará a los personajes de tu novela.
Parece que sólo los escritores de ciencia ficción o de fantasía están obligados a
preocuparse de eso que en inglés llaman worldbuilding, pero no es cierto. Sea cual sea
tu género, debes ocuparte de construir con habilidad el mundo de tu historia y hacerlo
vívido: si tu personaje se encuentra en un bosque, el lector tiene que oír los aullidos del
lobo, el ulular del búho y el croar de la rana cuando pasemos junto a una charca, oler el
perfume empalagoso de una flor y sentir la boca pastosa cuando se le reseca la garganta
con el polvo de un camino.
Como escritor de ficción, tienes un deber: crear el mundo de tu novela de tal
forma que sea algo vivo dentro de la mente del lector. Es lo que se llama “crear una
sensación de lugar”. Si no logras construir ese universo, de manera que el lector no
pueda sino introducirse en él y vivir como si fuera real, no habrás conseguido el
objetivo que persigues, el de crear esa sensación de lugar.
De momento aquí te dejo algunos consejos para crear un mundo vívido y
auténtico para tus personajes.
¿Cómo es?
Lo primero que debes tener claro es el tipo de mundo, por supuesto, así que dedica un
buen rato a pensarlo. Luego, cuando lo hayas diseñado, elige aquellas características
más llamativas, las que lo hacen especial, y aquéllas con las que puedes transmitir
verosimilitud, y haz una lista con ellas. Incluye también detalles específicos y
significativos, de manera que con todo ello te asegures de que el lector podrá hacerse
una idea clara y, sobre todo, viva del mundo en el que se han introducido al meterse en
tu novela.
Detalles a gran y pequeña escala
Sí, los detalles a gran escala son necesarios para hacernos una idea global del lugar,
pero no te olvides de los que aluden a las cosas pequeñas, menudencias, incluso, pero
que son los que realmente construyen la verosimilitud de un escenario y le dan la
riqueza que el lector espera encontrar allí. ¿Qué comen tus personajes, cómo visten,
cómo hablan…? Son cosas como éstas las que, sin que el lector sea consciente de ellas,
le van descubriendo cómo es el mundo en el que se ha sumergido.
Los personajes ven…
¿Lo sabías? Sí, claro que lo sabes, como yo, y, sin embargo, cuántas veces nos
perdemos como escritores en largas descripciones que no logran ni la mitad de lo que
conseguiríamos al trasladar, a través de sus propios ojos, el mundo en el que los
personajes viven.
¿Por qué no utilizar más este recurso? ¿Por qué en vez de contárselo al lector, a
través de la voz narrativa, no pones la descripción del lugar en la del personaje y filtras
todos esos detalles que has listado previamente a través de su mirada? Piénsalo.
2. El Tiempo
El tiempo, que puede comprenderse tanto en un sentido amplio (como el de la era, el
siglo o el año) como en un sentido más cercano (la estación, el día de la semana y la
hora del día), es un elemento del escenario tan esencial como lo es el lugar; así que, al
igual que ya dijimos con éste, es muy importante que mantengas orientado a tu lector
desde el punto de vista temporal en todo momento, tanto en su sentido más amplio
como en su sentido más cercano. Ahora bien, ¿sabías que tenemos dos tipos de tiempo
dentro de una historia?
Seguro que uno de ellos lo tienes muy claro: aquél que indica cuándo ésta tiene
lugar. ¿En la época actual, en el pasado, en el futuro? Si es en la época actual, ¿cuándo?
¿En qué año? ¿En qué estación del año? ¿En qué día y en qué momento del día: por la
mañana, por la tarde, por la noche? Si es en el pasado o en el futuro, ¿estamos en la
Edad Media, en la Edad de Piedra, en el 2529, en…? El escritor debe situarnos
temporalmente. Pero no basta con esto. También debe informarnos sobre cuánto va a
durar la historia que nos está contando: ¿Un mes? ¿Un año? ¿Un siglo? ¿Tal vez sólo un
día…?
Es decir, a la hora de manejar el tiempo de nuestra novela, hemos de tener muy
claros dos conceptos: el del tiempo externo y el del tiempo interno de la historia. Si no
has oído nunca hablar de ellos, tranquilo, es muy fácil diferenciarlos:
A. El tiempo externo es la época en la que la historia se desarrolla: la Edad
Media, el siglo XVIII, la actualidad, el futuro (en el caso de una obra de ciencia ficción,
por ejemplo).
B. El interno es el tiempo que transcurre durante los acontecimientos que tienen
lugar en tu historia. Es decir: ¿cuánto tiempo le va a llevar a tu protagonista alcanzar el
final de la novela? ¿Un mes? ¿Un año? ¿Una década? ¿Sólo un día, como el “Ulises” de
Joyce?
Así que en la lista que has de tener presente en todo momento para situar
temporalmente al lector, deberían aparecer estas preguntas:
¿La historia que estoy contando se desarrolla en el presente, pasado o en el
futuro?
¿En qué estación del año?
La escena concreta que estoy escribiendo, ¿en qué momento del día tiene lugar:
por la mañana, por la tarde o por la noche?
¿Yo lo tengo claro? ¿Y el lector? ¿Se lo estoy haciendo ver con claridad?
2.1. Saltos temporales
A veces, el tiempo externo de la historia no correrá de forma cronológica. Habrá
ocasiones en las que, por ejemplo, para hacer más emocionante la novela querrás
presentar los hechos de manera en que tendrás dar un salto temporal. En estos casos, es
imprescindible que mantengas orientado al lector (de igual forma que lo haces cuando
cambias de lugar) y puedes lograrlo de muy diversas formas. Aquí te dejo algunas:
Incluir una fecha al inicio de la escena o capítulo en el que se ha producido el
salto temporal: «23 de enero de 1986». Si hasta ese momento la novela venía
desarrollándose en los años 60 o en los 90, el lector verá que la historia se ha
movido en el tiempo (hacia delante, en el primer caso; hacia atrás, en el
segundo).
Si estás narrando dos historias diferentes que tienen lugar en épocas distintas,
puedes ir alternando los capítulos: uno para una de las épocas y el otro, para la
otra. También podrías utilizar una fuente distinta para marcar el período de
tiempo en que te encuentras. Imagina que tu novela cuenta dos historias
distintas, una se desarrolla en 1450 y la otra en la actualidad. Podrías usar un
tipo de fuente para los capítulos que se desarrollan en el siglo XV y otra para los
que tienen lugar en el XXI.
Otra forma de hacerlo es utilizar distintos tiempos verbales: el pasado para la
parte de la historia que ocurren en 1450 y el presente para la parte que se
desarrolla en la actualidad. Personalmente no me gusta esta opción, pero si a ti
sí…, ahí la tienes para que la puedas usar.
No tengas miedo a dar esos saltos en el tiempo si la novela los requiere, pero
tampoco te lances al vacío con ellos. Utilízalos sólo si son necesarios, porque corres el
peligro de perder al lector: puede ocurrir que hayas conseguido meterlo en la historia y
que se interese por un personaje determinado, y ahora vas y le cambias de época, le
pones delante otro personaje al que no conoce y que quizá no logre interesarlo. Si la
historia necesita este tipo de cambios, adelante, pero no te pongas a experimentar
porque sí.
2.2. De qué modo nos resulta útil un uso inteligente del tiempo
2.2.1. Utiliza el momento del día para crear un efecto dramático
Un detalle tan simple como el momento del día en el que tiene lugar la acción que se
está narrando añade colorismo y variedad al tono de tu novela. Fíjate lo diferente que
resulta el efecto de una mañana luminosa para un personaje que el día anterior encontró
al amor de su vida y acaba de levantarse, del efecto de una noche oscura en la que una
unidad militar embarca para dirigirse a una zona de guerra.
Ten siempre presente el tipo de símbolos que asociamos a distintos momentos del
día. Mientras que un amanecer alude, en el imaginario del lector, a un renacimiento, una
nueva oportunidad; la oscuridad de la noche es muy útil para representar misterio,
peligro e incluso la muerte.
Utilizar este tipo de herramientas, sobre todo si se hace con creatividad y de forma
innovadora, enriquecerá enormemente tu novela.
2.2.2. Muestra el paso del tiempo para crear sensación de urgencia o de
anticipación
Debes esforzarte por mostrar que tu novela no es algo temporalmente estático porque
así conseguirás que el lector tenga la sensación de que se ha introducido en un mundo
que se mueve, que avanza, que cambia. Pero no sólo por ello.
Mostrar el paso del tiempo también te puede ayudar a crear esa sensación de
urgencia en el lector e incrementar, así, el suspense y la tensión. En mis novelas
policíacas, por ejemplo, utilizo esta técnica para provocar (en el lector y en los
personajes) la sensación de que el tiempo se acaba, de que el asesino puede llegar a
escapar: cada día que pasa sin que aparezca una nueva pista es distancia que pongo
entre el detective y el criminal. El primero se desespera, el segundo se frota las manos:
cada vez está más cerca de irse de rositas. El tiempo se agota, las presiones llegan, el
detective siente el aliento de su superior en la nuca y el lector cree que, por una vez, en
una novela policíaca de tipo cozy no se hará justicia… ¿Ves a lo que me refiero?
Así que ten siempre a la vista este recurso y utiliza el paso del tiempo, y hazlo
correr más deprisa, cuando quieras crear esa sensación de urgencia, de que todo se
puede echar a perder.
2.2.3. Muestra los efectos del paso del tiempo en el escenario
Mostrar cómo va evolucionando el escenario a medida que pasa el tiempo dará un fuerte
sentido de historia y evolución a tu novela. Por supuesto, lo harás si han ocurrido
hechos llamativos: ¿Han pasado las hordas de los hunos por la aldea donde vive tu
personaje principal? ¿Ha sucumbido tu ciudad a una erupción volcánica? ¿Ha sufrido
los efectos de una guerra? Pero aunque nada de esto suceda y tan solo transcurra el
tiempo, también tienes que mostrarlo. El Nueva York de los años 50 del siglo pasado es
muy diferente al actual. Si tu historia comenzó entonces, tendrás que ir mostrando al
lector cómo cambia la ciudad.
Yo he vivido siempre en Madrid, en la calle Ibiza. Luego me independicé y me
compré mi propia casa en otro lugar. Seguí yendo por allí con asiduidad y notaba los
cambios poco a poco. Pero cuando mi madre murió (mi padre lo hizo unos años antes) y
vendimos el piso, dejé de ir con la misma frecuencia y ahora, cada vez que paso por allí,
me sorprendo de cómo han cambiado las cosas. ¡Y eso que sólo han pasado unos pocos
años!
¿Qué ha hecho el paso del tiempo en el lugar donde transcurre tu novela? ¿Cómo
han cambiado las calles? ¿Sigue ahí la panadería de siempre? ¿El cine continúa siendo
un cine o lo han transformado en una macrotienda de ropa? ¿Las aceras son más anchas,
están más limpias, han abierto alcorques en ellas y plantado árboles?
2.2.4. Cómo hablan tus personajes
El tiempo en el que viven ha de ser uno de los elementos que influyan en la forma de
hablar de los personajes. No puedes hacer que un hombre del siglo XVI diga «Eh, tío,
¿qué pasa?» (aunque tampoco puedes cansar al lector del siglo XXI con una forma de
hablar de hace medio milenio: cuidado con el “vos” y demás).
Pero, es más, si tu novela recorre un largo periodo de tiempo, debes conseguir que
el habla de los personajes vaya evolucionando y adaptándose a los giros y maneras de la
nueva época. Si tu personaje era un niño en los 70, tendrás que hacerle hablar como lo
hacían los niños de esa época, pero el tiempo ha pasado y ahora es un señor de cuarenta
años que debe expresarse de forma muy diferente, no sólo por su edad, sino también
porque vive en otro momento histórico, social, cultural…
Debes asegurarte de que el tiempo en el que se desarrolla tu novela (y cada parte
de ella) resulta verosímil y una forma de conseguirlo es a través de las voces y acciones
de los personajes.
Consejo:
Cuando construyas la escaleta de tu novela, añade un apartado para
cada escena en el que puedas anotar información, como el momento
en el que se está desarrollando, en qué lugar, qué tiempo hace, etc.
Te ayudará a evitar errores cronológicos o cambios en el clima o en
el paisaje que tan mala impresión dan cuando el lector se percata de
ellos.
3. El contexto
Hace algún tiempo leí en internet un ejemplo magnífico que ilustra la importancia del
trasfondo histórico. Imagina que lees esta frase: Sally escondió las manos detrás de la
espalda y cruzó los dedos antes de responder.
Ahora te planteo una pregunta: ¿significaría ese gesto lo mismo si Sally es una
joven del siglo XXI que si es una joven del siglo XVII? Imagina que nos encontramos
en Salem, en 1692. Obviamente, en el segundo caso, en una época y un lugar en los que
la obsesión principal era perseguir y quemar brujas, un gesto como ése, que indicaba la
existencia de una mentira, habría apuntado a la pobre Sally como una clara candidata a
la hoguera.
El contexto es un elemento fundamental del escenario en una novela por varias
razones. Por ejemplo, el contexto determina qué es posible y qué no lo es en el lugar y
el tiempo en el que tus personajes se mueven. Nadie se sorprende de ver a Han Solo en
una nave espacial, pero desde luego ni tú ni yo esperaríamos encontrar a la Pimpinela
escarlata en el Halcón Milenario. Pero es que, además, tenemos otro tipo de contexto no
directamente relacionado con el momento histórico o el lugar en el que se desarrolla la
historia. Me refiero a un contexto emocional, que provee al lector de un mayor sentido
del detalle en lo que se refiere al mundo que has creado para tu novela. Por ejemplo,
todos sabemos (o podemos imaginar con bastante aproximación a la realidad) el tipo de
emociones que suscita un nacimiento y también el que suscita la muerte de alguien
cercano. Es algo que conocemos porque lo hemos experimentado. Cuando haces que
haya un nacimiento o una muerte en tu novela estás situando al lector en un contexto
emocional que conoce y, por tanto, creando en él una determinada impresión.
Para conseguir que el contexto se convierta en un elemento más real del escenario
de tu historia:
Piensa en cómo está organizada la sociedad en el mundo de tu historia.
¿En qué tipo de comunidad viven tus personajes? ¿Viven en el campo, en la ciudad?
¿Cuáles son las costumbres? ¿Y cómo reflejarás todo ello en la novela? ¿Cómo va a
actuar tu personaje principal ante esos usos y costumbres? ¿Los va a respetar? ¿Los va a
desafiar?
Investiga cualquier aspecto del contexto en el que tiene lugar tu novela. Si
tu historia va a desarrollarse en un periodo de tiempo y en lugar real, una época y un
espacio que existieron, investiga ambos puntos de manera que no metas la pata
diciendo, por ejemplo (y esto me lo he encontrado en una novela) que alguien se tomó
una taza de chocolate en una historia que tiene lugar antes del descubrimiento de
América.
No es necesario que emplees una cantidad exorbitante de tiempo investigando
(eso podría llevarte a la parálisis por análisis y hacerte olvidar tu verdadera tarea:
escribir la novela). Bastará con que tomes notas resumidas sobre:
Aspectos demográficos: cómo estaba conformada la sociedad de ese momento,
qué grupos sociales existían y su sistema de creencias.
El sistema político imperante.
Cuáles son las costumbres y las prácticas culturales. Qué era lo socialmente
aceptable y qué no.
Es posible que muchos de los datos que recopiles no los uses de forma directa en
tu novela, pero tener claro cuál era el contexto de la época en la que se desarrolla tu
historia te ayudará a crear personajes y diálogos que cuadren con ella, que el lector
sienta reales porque resultarán verosímiles.
Y, por cierto, hablando de todos esos datos que has recopilado y finalmente no
usas en tu novela, quizá te estés preguntando cómo elegirlos, cómo saber cuáles incluir
y cuáles no. No puedo darte una regla fija que lo establezca, pero sí algunas
indicaciones que te ayudarán.
La respuesta depende, en muchos casos, del tipo de género al que pertenece tu
novela: la novela histórica, la fantasía y la ciencia ficción, por ejemplo, suelen mostrar
al lector una imagen más completa del contexto en el que se desarrolla la historia de lo
que lo hacen otros géneros, así que una buena idea es preguntarte cuánto necesita saber
el lector para que en su mente se dibuje una imagen suficientemente ilustrativa del
contexto. No desperdicies espacio y palabras en descripciones que no tienen un objetivo
concreto y sólo “adornan” el texto. Si no son necesarias, ¡fuera! Sácalas de la novela.
Recuerda que cualquier elemento descriptivo que incluyas en el texto debe
cumplir una función: suministrar una experiencia emocional al lector, hacer avanzar la
historia, situar la acción… Y esto no sólo se aplica al lugar y al tiempo en el que se
desarrolla la novela. También lo hace en lo que se refiere al contexto. Grábatelo como
una regla de oro y tus novelas mejorarán notablemente.
CAPÍTULO 2
1
¿Para qué puedo utilizar el escenario?
El escenario tiene múltiples usos en una novela. En este capítulo vamos a ver varios de
ellos. Te aconsejo que cojas papel y boli para ir haciendo anotaciones, de manera que
puedas tenerlos presentes cuando te pongas a escribir tu novela y les saques el mayor
partido posible. Vamos a ello.
1. Para introducir al lector en el mundo que hemos creado
El español es un idioma rico en refranes que recogen la sabiduría popular fruto de la
experiencia de cientos de generaciones y seguro que entre las decenas de ellos que has
oído alguna vez se encuentra éste: Allá donde fueres, haz lo que vieres, lo cual viene a
decirnos que nos amoldemos a las costumbres del lugar en el que nos encontramos.
¿Qué lección se saca de esto (aparte del consejo de amoldarte a los hábitos del
lugar en el que te encuentres)? Que cada país, región o comarca tiene sus tradiciones,
usos y maneras. Es decir, que aunque como seres humanos pertenezcamos a la misma
especie y eso nos haga tener mucho en común, somos diferentes y esa diferencia la
marca, en cierta medida, el lugar del que procedemos y en el que vivimos.
¿Pero a qué viene esto, qué relación tiene con el escenario de una novela y, sobre
todo, con su importancia dentro de ella? Muy sencillo, se llama «naturaleza humana,
carácter o personalidad». El lugar de donde cada uno de nosotros procede ha moldeado
nuestra personalidad en cierto modo. No es el único elemento que lo hace, por supuesto,
ni quizá el más importante, pero el hecho es que se trata de un factor que influye en
nuestra manera de ser. ¿Somos iguales los europeos del sur que los nórdicos? No, desde
luego, y hay muchas razones que explican la diferencia, pero tenlo por seguro: una de
ellas se debe al espacio en el que hemos nacido y crecido. Si esto es así en el mundo
real, ¿por qué debería ser diferente en el de la ficción?
Si queremos enganchar a nuestro lector y mantenerlo pegado a la historia que
hemos escrito, uno de los métodos más útiles para conseguirlo es lograr que se
identifique y empatice con el protagonista de nuestra novela. Hay muchos modos de
hacerlo: a través de la personalidad del propio personaje, de las emociones que suscita
con lo que dice y hace, pero también mediante un empleo inteligente del espacio en el
que se encuentra. Y ya venimos al punto que nos ocupa.
A fin de lograrlo, no sólo tenemos que hacer las cosas de forma que el lector se
sienta en la piel del personaje a nivel emocional, sino también que viva donde él lo
hace. Es decir, que el lector vea con sus propios ojos lo mismo que está viendo el
protagonista, que huela lo que él huele, que experimente en carne propia el mundo en el
que nuestro personaje habita.
Da igual si nuestro escenario es real o inventado, su importancia es la misma en
este sentido: debe invitar al lector a introducirse en él y vivir allí. Y para ello es
imprescindible que aprendamos a utilizar el escenario de nuestra novela de forma
inteligente.
Es cierto que algunos escritores no prestan una atención especial al escenario en el
que se desarrollan sus historias, de manera que éstas podrían tener lugar en cualquier
parte del mundo. Otros, sin embargo, utilizan la ambientación como parte esencial de la
novela. ¿Podría alguien imaginar a Erica Falck y Patrick Hedström, los protagonistas de
La princesa de hielo, investigando el crimen de Alexandra Wijkner en un pueblo de la
Mancha? ¡Claro que no! Fuera de Fjällbacka, estos personajes hacen tan buen papel
como Sancho Panza en un pueblo del Oeste americano.
Como escritora de novela policíaca, creo que Camilla Läckberg se salta a la torera
buena parte de las reglas que deben regir una historia detectivesca y, sin embargo, me
gustan sus novelas. ¿Por qué? Entre otras razones porque me introducen en un mundo
extraño para mí y, por tanto, muy llamativo para la curiosidad humana: una pequeña
localidad sueca, las relaciones, a veces tempestuosas, entre familias, las murmuraciones
y cotilleos, el clima… Es decir, presenta un escenario muy sugerente que me atrae como
un imán.
En casos como éste, el escenario para estos autores es mucho más que el simple
espacio donde sus novelas tienen lugar. Se trata de un elemento más que influye en ellas
casi con la misma importancia con que lo hace un personaje.
2. Para impulsar la trama e intensificar el suspense
2.1. Impulsar la trama
Puedes utilizar el escenario de tu novela como un elemento que te ayude a hacer
avanzar la trama o a intensificar el suspense. Considera el siguiente ejemplo: imagina
que tu protagonista es un joven científico al que ficha una empresa farmacéutica pionera
en investigación. El escenario de tu novela implicará que tu personaje se moverá dentro
de un ambiente intelectualmente muy rico, utilizará alta tecnología, tendrá compañeros
competentes e incluso sobresalientes en el mundo de la investigación, etc. Es decir,
aparentemente se trata de un mundo maravilloso para ese joven científico. Una
oportunidad única en la vida.
Sin embargo, imagina ahora el cambio radical que podrías darle a la trama si
transformas ese fantástico universo al que has hecho llegar a tu protagonista en un
mundo lleno de secretos peligrosos. Lo que aparentemente es una compañía que lleva a
cabo investigaciones en pro de la humanidad posee una cara oculta que encubre
experimentos con seres humanos que ponen en peligro su integridad, su salud e incluso
su vida. Cuando tu protagonista descubra lo que ocurre e intente denunciarlo, el
maravilloso mundo en el que se había introducido se convertirá en un lugar hostil, lleno
de peligros y amenazas del que debe escapar. Has transformado el centro de alta
tecnología y la prometedora carrera de un joven científico en un thriller en el que las
oportunidades para crear suspense e incrementar la tensión se te ofrecerán una tras otra.
Al dar una vuelta de tuerca y revelar el escenario de tu novela como algo muy
distinto a lo que parecía crearás situaciones y circunstancias que harán avanzar la
historia porque obligarás a tu protagonista a tomar decisiones, a transformarse en un
personaje activo, además de plantar en el lector la semilla de la preocupación sobre qué
ocurrirá a continuación.
A todos nos inquieta un cambio en nuestro mundo rutinario. Cualquier alteración
de nuestro pequeño universo supone una amenaza, mayor o menor según sea la
naturaleza del cambio, pero en cualquier caso nos intimida y esto sucede igualmente en
la ficción: por la razón que sea, el mundo de nuestro protagonista se altera e
inmediatamente el personaje se siente amenazado, y el hecho de que se sienta así le
obliga a tomar una serie de decisiones que, obviamente, van a cambiar el curso de la
historia y la van a empujar hacia adelante.
2.2. Incrementar la tensión
Por otra parte, contar con un personaje dinámico, que se sienta motivado a actuar debido
a las nuevas circunstancias que hemos planteado (bien a través de la inclusión de un
misterio, bien mediante la introducción de elementos amenazadores, bien situando al
personaje ante una situación de peligro, etc.) va a incrementar de forma notable la
tensión dramática.
Ten siempre presente un axioma que se cumple en ficción sí o sí: sin conflicto no
hay historia. Puedes crear conflictos para tus personajes de formas muy diversas, pero
no te olvides de ésta: el escenario es un elemento tan bueno como cualquier otro para
construir un gran conflicto y aumentar la tensión.
3. Para determinar ciertos parámetros en la vida de tus personajes y en sus
acciones
¿Te imaginas a la señorita Marple fuera de St. Mary Mead? Sí, ya sé que Jane Marple
también resuelve asesinatos fuera de su idílico pueblecito, pero el personaje viene
determinado por el pueblo. El conocimiento de la naturaleza humana que posee Miss
Marple y la capacita para resolver crímenes quizá no se hubiera dado de haber vivido en
una gran ciudad como Londres.
En este sentido, el momento histórico en el que se desarrolla la novela también
impacta en el tipo de vida que tienen tus personajes, en las elecciones que pueden o no
pueden hacer, en el modo de comportarse, de actuar… ¿Podrías imaginar a la Erica
Falck, de la que hablábamos unos párrafos más arriba, en un pequeño pueblo de Suecia
de hace dos siglos? Sin duda se trataría de un personaje muy diferente.
El elemento temporal es también un elemento básico en la construcción del
escenario de tu novela. Cuando miro atrás y recuerdo que de pequeña, en el pueblo de
Extremadura en el que viví mis primeros años, había una oficina de Telefónica con una
telefonista con la que contactabas para que te “pusiera” con el número de teléfono al
que querías llamar, me doy cuenta de lo mucho que ha cambiado la tecnología desde
entonces hasta ahora, que sólo tengo que rebuscar en las entrañas de mi bolso para
encontrar el móvil y hacer una llamada a través de satélite. ¿Es la misma persona
aquella niña de cuatro o cinco años que la mujer de hoy permanentemente conectada a
internet? Sin duda en mí hay algo de ella, de igual forma que en ella había ya algo que
apuntaba al “mí” de hoy, pero si tuviera que desempeñar un papel en una novela, mi
personaje de hace casi medio siglo se comportaría de forma notablemente distinta al de
hoy.
El escenario, por tanto, debe influir en los personajes de tu novela en una variada
gama de aspectos: creencias, ideales, problemas, esperanzas, objetivos, personalidad…
4. La armonía del escenario y los personajes
Algo muy importante: ambos, tanto personajes como escenario, deben ajustarse de
manera que el conjunto resulte armónico. El plantear tu historia en un escenario
determinado ya de por sí va a predeterminar en cierto modo el tipo de personajes que
aparecerán en él. Para que entiendas con claridad lo que te estoy diciendo: imagina un
género cualquiera, por ejemplo el romántico, ¿crees que el lector esperaría encontrar en
una comedia romántica la lucha inclemente entre un tropel de zombis y los pocos
humanos que aún no se han convertido en muertos vivientes? Aunque por supuesto
siempre hay excepciones, en principio, no se te ocurriría hacer que tu novela de terror
tenga lugar en un paraíso terrenal donde todo es maravilloso, de igual forma que, en
principio, tampoco elegirías un mundo apocalíptico para escribir una novela feelgood.
Esto no significa, sin embargo, que cuando te pongas a crear los personajes que
necesitas para tu novela tengas que diseñarlos de manera que se ajusten al milímetro con
el escenario que has elegido para ella. Si caes en esta trampa, estarás creando
estereotipos y eso tampoco lo queremos. Para evitarlo, trabájalos de manera que
armonicen con el entorno en que se van a mover, pero evitando la clonación de un
prototipo de personaje que el lector ya ha visto cientos de veces en otras novelas de
temática similar.
5. Para hacer evolucionar a tus personajes
No importa el tipo de escenario que hayas elegido para tu novela. Tampoco importa si
cambia a lo largo de ésta. Lo que siempre debes tener presente es que puedes utilizarlo
como un elemento más para transformar a tus personajes, para hacer que evolucionen,
que recorran el arco dramático que ha de llevarlos del punto A (cómo eran al principio
de la historia) al punto Z (en qué se habrán transformado al final). Es más, deberías
utilizar esta herramienta para provocar transformaciones en tus personajes que les hagan
cambiar de algún modo su personalidad, su forma de pensar, de sentir, etc. Puedes
hacerlo de varios modos:
Mover a tu personaje a otro lugar y obligarle a adaptarse a ese nuevo mundo en
el que debe vivir es quizá la forma más sencilla de utilizar el escenario para provocar un
cambio en el protagonista. Ahora bien, para que esta estrategia sea efectiva, habrás de
diseñar tanto el nuevo escenario como la forma en que éste va a influir en el personaje.
Modificar el escenario, es decir, provocar una transformación en el lugar en el
que ha venido desarrollándose la historia, es otra forma de emplear el marco espacial
con esta finalidad.
Hay una tercera posibilidad: puedes dejar al personaje en el mismo escenario
de siempre y no realizar cambios en éste, pero obligándole a que lo perciba de manera
diferente. ¿Recuerdas el ejemplo que poníamos en el punto anterior, el de la empresa
farmacéutica pionera en investigación? Cuando hagas que tu protagonista descubra lo
que realmente oculta esa maravillosa compañía por la que ha fichado, le estarás dando
una nueva visión del entorno. Un mundo que de repente se habrá vuelto peligroso y que,
obviamente, provocará cambios en el personaje.
6. Para crear la atmósfera y el tono que requiere nuestra historia
El lugar en el que sitúas tu novela desempeña también un papel importante a la hora de
crear la atmósfera en la que deseas que se desarrolle. El castillo de los Cárpatos donde
Bram Stoker emplazó su Drácula dista mucho de la colorida atmósfera que todos
disfrutamos en Los puentes de Madison.
En cuanto al tono que quieras dar a tu novela, es algo que debes señalar tan pronto
como puedas. Es una manera de decirle al lector qué se va a encontrar en las páginas de
tu libro.
Yo soy escritora de novela policíaca y, por tanto, mis lectores saben lo que van a
encontrar en mis libros: un asesinato que hay que resolver. Vale, bien, sin embargo,
¿qué tipo de novela van a encontrar? ¿Una historia oscura y deprimente? ¿Optimista?
¿Melancólica? ¿Esperanzadora…? En mi novela, Un cadáver muy frío, en el primer
capítulo sitúo al lector en un lugar cerrado y oscuro que no se llega a especificar. La
atmósfera es agobiante y el personaje que aparece en este brevísimo capítulo se
encuentra en unas condiciones muy deterioradas. Bien, al fin y al cabo mi historia va
sobre un crimen, pero no es ése el tono general de la obra ni su atmósfera. En las
historias de Las cosas y casos de la señora Starling, la atmósfera suele ser luminosa y el
tono, humorístico y mordaz. Cualquier seguidor de las peripecias de Anne Starling lo
sabe. ¿Pero qué pasa con aquel lector que llega a ti por primera vez? Yo no espero
mucho para dejárselo claro. El capítulo 2 comienza así:
No parecía una asesina. La anciana señora Lacey entró en el Danny’s
Coffeeshop, el lugar donde se habían citado, envuelta en un abrigo de paño
grueso y abrazada a su bolsito de imitación de piel de cocodrilo, como si
temiera que alguien fuera a arrebatárselo en cualquier momento.
En mi caso, he elegido utilizar este pequeño párrafo (más la conversación de
besugos que viene después) tras el opresivo capítulo uno, para dejarle claro al lector que
con esta historia se va a reír, además de disfrutar de un curioso asesinato.
En menos de cincuenta palabras he presentado a uno de los personajes
importantes de la historia, he excitado la curiosidad del lector, que ahora estará
preguntándose por qué una anciana venerable, como parece ser la dulce señora Lacey,
habría de ser una asesina, y he establecido el tono de la historia al enfrentar al lector con
un contraste impactante: el de la primera frase, «No parecía una asesina» con la imagen
de la persona sobre la que hablamos: una anciana aferrada a su bolsito y embutida en un
abrigo de paño. Un contraste que establece el tono general de lo que va a ser la historia:
la investigación de un asesinato con innumerables toques de humor.
Y es que una de las primeras preguntas que tienes que hacerte a la hora de trabajar
tu novela es qué tonalidad-colorido-carácter (llámalo como quieras) deseas darle. Por
supuesto a lo largo de la historia, y según las necesidades de ésta, quizá necesites
cambiarlo, pero una de tus principales tareas consiste en establecer desde el principio el
tono general que la novela va a tener y dejárselo muy claro al lector.
¿Qué tipo de emociones quieres provocar en el lector y cómo vas a conseguirlo?
Cuando te hagas esta pregunta, ten en cuenta la voz narrativa que vas a utilizar. Quizá
quieras emplear un narrador omnisciente para describir un lugar (por ejemplo, una
fiesta) de manera que incites a tu lector a sentir felicidad. Ahora bien, si narras esta
misma escena desde el punto de vista de un personaje al que, por ejemplo, acaban de
despedir o que ha perdido a un ser querido, tendrás que hacerlo de forma muy distinta.
En este caso, por muy radiante que sea el escenario, el personaje, sí o sí, lo va a cribar a
través de sus emociones y, por tanto, nos va a trasladar a un lugar percibido a través de
las pesimistas lentes con que lo observa.
Una vez más: ¿qué es lo que quieres provocar en tu lector? Pregúntatelo y, según
sea la respuesta, elige el mejor modo de conseguirlo, y el escenario o la forma en que se
presenta es, como puedes ver, una herramienta más con la que cuentas para moldear el
tono de tu novela.
Un truco que te ayudará: si deseas presentar un tono melancólico, haz una lista
con aquellos detalles que lo encaminen hacia él. Si, por el contrario, deseas darle un
tono colorista y divertido, enumera el tipo de elementos que estimulan emociones
positivas. Pero de esto, de los detalles significativos, hablaremos en un próximo
capítulo.
Crear el tono adecuado que necesita tu historia es una tarea fundamental porque es
una manera de revelar al lector cómo debería entender las acciones de los personajes.
¿En este momento concreto de la historia, qué quieres que sienta: emoción, aventura, un
incremento en la tensión, en el suspense…?
Por supuesto, puedes utilizar giros inesperados que provoquen en el lector la
emoción que estás buscando suscitar, pero no siempre tienes que valerte de mecanismos
como ése para lograrlo. ¿Por qué no utilizar el escenario de tu historia para alcanzarlo?
Por ejemplo, intenta incorporar connotaciones conocidas tanto del lugar como del
tiempo en que se desarrolla la historia para crear la emoción que quieres suscitar en el
lector.
¿Qué quiero decir con esto? Fácil: seguro que tú, como yo y como el resto de la
población de este planeta, hace ciertas asociaciones a ciertos lugares y momentos. Por
ejemplo, el verano es asociado con un momento de extroversión y alegría, mientras que
el invierno lo asociamos más al recogimiento y la introspección. Lo mismo ocurre con
los lugares, una montaña se asocia fácilmente con la aventura y los viajes, mientras que
una estancia junto al mar se asocia a un momento de relajación y descanso.
Pues bien, puedes aprovechar estas connotaciones que todos relacionamos con
momentos y lugares determinados para mostrar el tono de tu historia, o de un momento
concreto de ella. Las posibilidades son ilimitadas. ¿Quieres enfatizar cómo pasa un
personaje de una situación negativa a una nueva vida mucho más interesante y plena?
¿Por qué no utilizar, por ejemplo, el trascurso de las estaciones como elemento que lo
simbolice? Del invierno, frío y depresivo, a la primavera, llena de vida y color.
Si utilizas este tipo de técnicas para enfatizar con un tono determinado (aquél que
deseas transmitir) la acción de tu novela, intensificarás la fuerza dramática del texto y
conseguirás provocar en el lector una experiencia emocional mucho más intensa y
satisfactoria.
7. El escenario como elemento unificador
Imagina una de esas novelas largas que tienen una trama principal, varias subtramas y
un buen montón de personajes sobre los que se van alternando diversos puntos de vista.
¿Cómo consigue el escritor dar cohesión a todas esas piezas? Bueno, tiene a su
disposición varias herramientas y una de ellas consiste, precisamente, en utilizar el
escenario como elemento unificador. Si todavía no has escrito ninguna novela de este
tipo puede que en el futuro lo hagas y entonces te alegrarás de haber leído este apartado,
porque en él te voy a explicar cómo utilizar el escenario a modo de telón de fondo, de
manera que proporcione coherencia interna y consistencia a la historia, a pesar de las
múltiples tramas, el número de personajes y los diversos puntos de vista.
7.1. Técnicas para utilizar el escenario como elemento unificador
7.1.1. Elegir un aspecto concreto del escenario y hacer continuas referencias a él
Elige un aspecto concreto del escenario en el que se va a desarrollar tu historia, por
ejemplo, el puente que une las dos orillas del río que divide el pueblo en el que van a
tener lugar los acontecimientos que narras. Si lo utilizas para situar varias escenas de la
novela o de forma que distintos personajes hagan notar el puente de una u otra forma, lo
que estás consiguiendo es decirle al lector, sin tener que hacerlo directamente: «¿Ves?
Estamos en el mismo lugar. No nos hemos movido del pueblo». Puedes hacer múltiples
referencias a este puente, siempre de forma consistente, de manera que el lector esté
orientado en todo momento.
Por cierto, el aspecto que elijas no tiene por qué ser físico, como el puente. Puedes
utilizar algo abstracto, como la soledad del lugar, o relacionado con el clima. Por
ejemplo, en mi novela, “Un cadáver muy frío”, la nieve es un elemento unificador para
toda la historia. No sólo porque aparece en distintos escenarios, dándole a todos ellos
una cierta línea armónica, sino porque va a ser la causante de que se descubra el cadáver
cuyo crimen van a investigar Anne Starling y Arthur Crawford. Un simple elemento
climático, repetido de forma consistente proporciona coherencia y unidad.
7.1.2. Elegir varios aspectos del escenario
En este caso no va a ser uno solo, sino varios los aspectos que vamos a utilizar y, a
partir de ellos, vamos a construir nuestro telón de fondo general. Por ejemplo, imagina
una escena en la que el protagonista de tu novela, un médico, está atendiendo un parto.
El padre de la criatura está fuera, fumando nervioso. Poco después vemos a este hombre
dirigirse a su trabajo: labrar la parcela que le corresponde y cuyo propietario es un gran
terrateniente a quien debe rendir cuentas. Más adelante, en la novela, vemos a la mujer
de este hombre que va al colmado del pueblo a realizar algunas compras y nos
enteramos de que esta única tienda también pertenece al terrateniente. A medida que
avanzamos en la historia, veremos a otros personajes, como por ejemplo, el contable
que lleva las finanzas del hacendado, otros pacientes del médico que también trabajan
para él, la hermana del terrateniente que se enamora del doctor…
Esta técnica es muy útil porque permite al lector ir conociendo el pueblo, sus
habitantes, las relaciones entre ellos, etc. poco a poco, a través de pequeñas muestras de
información que no cansan, pero que le ayudan a construir el escenario en el que tiene
lugar la historia y a introducirse en él con facilidad.
7.1.3. Comparaciones
Pero incluso si el escenario cambia, podemos utilizarlo como elemento unificador.
Imagina que tu historia transcurre en un pueblo que ha sido evacuado por las
Autoridades porque van a construir una presa y el lugar quedará bajo el agua una vez
que el pantano esté lleno. Se ha trasladado a la población a un nuevo pueblo, construido
cerca del antiguo, con materiales de baja calidad. Además, el paisaje ha sido seriamente
afectado y la calidad de vida de los habitantes ha bajado notablemente. Muchos han
perdido sus tierras de labor o los buenos pastos a los que llevaban el ganado. En un caso
como éste, la armonía y unidad de la trama podría lograrse haciendo hincapié en las
emociones de los personajes al verse desplazados de su lugar habitual. ¿Cómo?
Mediante la comparación que ellos mismos harán entre su viejo pueblo y el nuevo,
recordando sus casas, mostrando la nostalgia que sienten por el lugar donde nacieron y
vivieron hasta entonces.
Como has podido ver hasta ahora, el escenario de una novela tiene múltiples usos que
podemos utilizar en nuestro provecho como escritores. Ahora bien, para sacarle un buen
partido a todos ellos tenemos que aprender a manejarlo con habilidad y a introducirlo en
la historia con destreza. Y de eso nos vamos a ocupar, precisamente, en los próximos
capítulos.
CAPÍTULO 3
Cómo trabajar el escenario para que tenga un resultado efectivo
¿Recuerdas cuando en el Capítulo 1 decíamos que como escritor de ficción tienes el
deber de crear un mundo vivo al que el lector no pueda resistirse, un universo tan real
que invite a vivir en él? Espero haberte convencido de que se trata de una tarea
fundamental que has de trabajar a conciencia, porque no cabe otra opción que la de salir
exitoso de ella.
Cuando los lectores abren un libro, lo hacen para sumergirse en un universo y
unas aventuras que no experimentan en su vida cotidiana, de modo que gran parte del
éxito de tu historia reside en tu capacidad para construir ese mundo y conseguir que el
lector no sólo se sienta transportado a él, sino que no desee abandonarlo.
Los escritores del siglo XIX podían permitirse el lujo de dedicar tres páginas a
contarnos cómo era una habitación y llenar sus libros de descripciones estáticas, pero
nosotros no. Ese tipo de descripciones creaban imágenes muy reales en las mentes de
los lectores decimonónicos, pero los nuestros son muy diferentes. Tu novela está escrita
para un lector del siglo XXI, que busca entretenimiento más que conocer un mundo que
tiene al alcance de un clic en internet o que ya se sabe de memoria gracias a las decenas
de películas que ha visto.
El tipo de literatura que se escribe hoy en día requiere unas técnicas diferentes
porque es muy distinta a la literatura decimonónica. Actualmente, una novela promedio
consta de unas 100000 palabras, de las cuales la mayoría las necesitas para contar la
historia no para describir el escenario, así que a la hora de construirlo debes perseguir
un doble objetivo:
Provocar en el lector una experiencia emocional potente.
Hacer avanzar la historia.
La importancia de los detalles
1. Sé concreto. Evita la abstracción
Si deseamos que nuestros lectores se sumerjan en el universo que hemos creado para
ellos (y recuerda que ése es uno de nuestros objetivos a la hora de fabricar nuestro
escenario), nuestra primera tarea es seleccionar cuidadosamente los detalles con los
que vamos a edificar ese mundo. No vale cualquiera y tampoco vale una multitud
ingente de detalles. Lo primero es abstracto y ni sugiere ni despierta emoción; lo
segundo puede resultar agotador para el lector y una rémora para nuestra historia. Tu
labor como escritor es ir creando una serie de imágenes que impacten en el lector y lo
hechicen y, para ello, debemos utilizar detalles específicos que estimulen la fantasía del
lector y lo zambullan de lleno en nuestro mundo.
¿Pero qué es un detalle significativo? Es aquél capaz de llevar hasta el lector la
esencia de lo que quieres transmitir y hacerlo con muy pocas palabras. La especificidad,
además, crea la verosimilitud de un texto. Es decir, si logras introducir en tu historia
detalles específicos, estarás haciendo de tu escenario un mundo verosímil en el que el
lector estará dispuesto a quedarse.
Por otra parte, al obligarte a ser preciso te estás obligando a ser un buen escritor.
Una frase como «El paisaje era bonito» es tan vaga que no dice nada, salvo indicar que
el escritor no se ha esforzado por hacer bien su trabajo. ¿Qué es bonito? Lo que es
bonito para mí puede no serlo para ti. Ray Bradbury ejemplifica muy bien esta idea en
su libro Zen en el arte de escribir:
Hace unos años me divirtió y me dejó un tanto perplejo un artículo donde
un crítico, analizando El vino del estío y las más realistas obras de Sinclair
Lewis, se preguntaba cómo había podido yo nacer y criarme en Waukegan,
que en mi novela había rebautizado Green Town, y no me había fijado en
qué feo era el puerto, y qué deprimentes los depósitos de carbón y los
talleres ferroviarios de más abajo.
Pero por supuesto que me había fijado; y, genéricamente mago como
era, me fascinaba esa belleza. Ni los trenes ni los furgones ni el olor del
carbón son feos para los niños. Fealdad es un concepto con el cual nos
cruzamos más tarde y que luego siempre tenemos en cuenta. […] si un
muchacho es poeta, en el estiércol de caballo no encontrará sino flores; que
son, por supuesto, lo único que ha habido siempre en el estiércol de
caballo.
La fealdad, como la bondad, la valentía, el honor, el miedo… son ideas abstractas
que debes evitar en tus textos. Decir que el paisaje era bonito es lo mismo que no decir
nada.
¿Significa esto que no puedes utilizar frases como «El paisaje era bonito»? Por
supuesto que no, pero cuando lo hagas debes asegurarte de que tienen un significado
específico. Por ejemplo, en la novela El secreto de Nag Hammadi, de Tucker Malarkey,
encontramos algo parecido a esa frase y, sin embargo, totalmente diferente:
Se puso de rodillas delante del pequeño espejo para poder mirarse por
debajo del cuello. El vestido era bonito: ésa era su función, pero ella no
sintió esa belleza.
Lo importante de esta frase no es que el vestido fuera bonito (ya nos lo dicen: ésa
era su función). De hecho, cuando el lector la lee no le presta demasiada atención ni
intenta visualizar un vestido bonito. Lo importante de la frase es que la protagonista no
sintió esa belleza al mirarse al espejo. Con esta estrategia, la autora ha delineado una
parte de los sentimientos de la mujer y ahora el lector sabe que, pese a llevar un vestido
bonito, ella no se siente bella. Tucker Marlkey ha manipulado nuestra mente y, sin que
nos demos cuenta, el lector que hay en nosotros comienza a plantearse preguntas: ¿Por
qué no se encuentra bella? ¿Acaso se siente insatisfecha? Y si ésa es la razón, ¿por qué?
¿Qué hay en su vida o qué ha ocurrido en su pasado para que esa mujer vea su propia
decepción reflejada en un espejo?
De esta forma, no sólo estás ahondando en la psicología del personaje, también
estás empujando al lector a que continúe su lectura. Todas esas preguntas que se hace
necesitan una respuesta. ¿Y cómo puede encontrarla? Sólo hay un modo: continuar
leyendo.
Así que no le cuentes al lector que el paisaje o el vestido eran bonitos, ni que
hacía buen tiempo y el parque estaba lleno de niños. Esas ideas son tan abstractas y
vacías de significado que lo leerá de forma automática y tú, como escritor, habrás
fallado tanto en situar al lector dentro del escenario en que deseas que se introduzca
como en excitar su curiosidad e incitarlo a seguir leyendo.
Busca ese detalle único que llame su atención. Si no lo haces es probable que,
después de un rato de paisajes y vestidos bonitos, de buen tiempo y niños jugando, el
lector recuerde que tiene la colada por hacer, o un buen montón de plancha
aguardándole o, peor aún, que quizá ese otro libro que está en lista de espera sea más
interesante que el tuyo.
Por tanto, anota este primer mandamiento en tu cuaderno sobre cómo construir un
escenario evocador y estimulante: sé concreto. Elige detalles que sean pertinentes
para cada momento o situación de la historia, de manera que despiertes la
imaginación del lector, lo cautives y le hagas creer que está viviendo en ese mundo que
has creado. No te limites a crear un espacio físico, esfuérzate por conseguir que ese
espacio sea también emocional. ¡Excita la curiosidad del lector, sedúcelo y despierta su
entusiasmo para atraerlo hasta tu mundo! Si logras que se olvide del suyo mientras lee,
habrás hecho bien tu trabajo.
Para ello utiliza palabras descriptivas. Evita las generalidades y las expresiones
vagas. Sé concreto y evita el abuso de adjetivos que no aportan nada. Memoriza esta
frase: los adjetivos, son tus enemigos. Úsalos sólo cuando realmente los necesites y
esfuérzate en buscar aquél que enriquece tu texto y te ayuda a trasladar al lector dentro
de tu mundo. Si no es así, no lo utilices. Bórralo y sigue escribiendo.
2. Estimula los sentidos del lector
Y para despertar el entusiasmo del lector y atraerlo hasta tu mundo debes estimular sus
cinco sentidos. ¿Cómo? Introduciendo detalles sensoriales. Es común, hablo sobre todo
de los escritores principiantes, que obvien esta herramienta tan útil y de la que tan buen
provecho se puede obtener. Unos cuantos detalles que apelen a los sentidos del lector
pueden marcar la diferencia entre un escenario sin vida y otro en el que el lector esté
metido hasta las cejas.
Pero, además, la adecuada introducción de estos detalles sensoriales no te ayuda
sólo a construir un mundo más real en tu novela, también puedes utilizarla para
caracterizar a un personaje e incluso para exponer su estado emocional. No se percibe
con el mismo tipo de sentimiento el perfume de unas flores en una boda, que el de los
ramos y coronas que acompañan a un ataúd en un funeral. El personaje puede ser el
mismo, pero su percepción del olor será diferente en una situación y en la otra, porque
su estado emocional también lo es.
Es cierto que gran parte de la información que recibimos los seres humanos la
percibimos a través del sentido de la vista, pero nunca olvides que tenemos cuatro
sentidos más, de modo que esos detalles específicos que hemos elegido para edificar
nuestro mundo deben, en algún momento bien elegido, referirse a los cinco sentidos que
tenemos. La razón para ello es evidente: el lector no sólo ve, esto es, no sólo percibe el
mundo a través de la vista. También oye, y huele, y toca y degusta. De modo que, si
queremos introducirlo en el mundo que estamos creando y deseamos que se lo crea, que
sea tan vívido en su imaginación que no tenga otra opción sino la de penetrar en nuestro
mundo y vivir dentro de él mientras le contamos nuestra historia, debemos proveerle de
detalles sensoriales que le ayuden a existir y moverse dentro de ese mundo del mismo
modo en que lo hace en su vida cotidiana.
Aquí tenemos, por tanto, nuestro segundo mandamiento a la hora de fabricar
nuestro escenario: no es suficiente construir imágenes visuales. Debes estimular
todos los sentidos del lector, porque los detalles sensoriales te ayudan a profundizar en
ese mundo que estás creando.
3. Olvídate de la brocha. Utiliza un pincel fino
Como ya se ha dicho (y creo que seguiré insistiendo en ello hasta que la información
quede grabada en tu memoria), el escenario es mucho más que el lugar donde se
desarrolla nuestra historia. Es, de hecho, un elemento tan importante como los propios
personajes. Con él construimos el telón de fondo para la acción. Con él podemos
perfilar la personalidad de nuestros personajes y desarrollarlos, definir su estado de
ánimo, crear la atmósfera que interese a nuestra narración y precisar el marco emocional
de la historia, entre otras cosas. El escenario, pues, es un elemento narrativo sumamente
importante que el escritor debe aprender a exprimir al máximo.
Pero también es un elemento que hay que manejar con cuidado. Si es escaso,
podemos perder al lector, que acabará por no saber dónde se encuentra, y si es
demasiado largo lo aburriremos. En los escritores noveles se observan mucho estas dos
tendencias: unos pecan de escasez y otros de demasiada descripción. En el punto medio,
tal y como afirmaba Aristóteles, es donde encontraremos el auténtico virtuosismo del
escritor avezado.
Hay escritores, como era mi caso (y aún lo es, aunque lucho por superarlo y
confío en que alguna vez alcanzaré la maestría) que optan por un escenario pobre.
Tanto, que en muchas ocasiones el lector queda desubicado y confundido. Quizá es mi
alergia a la descripción lo que me hace huir del berenjenal que suponen largas y
pormenorizadas descripciones, o quizá una alarma que se activa para evitar aburrir al
lector.
Porque, sí, el otro extremo en cuanto a errores sobre la construcción del escenario
se encuentra en el caso de aquellos escritores que no ponen freno a su facilidad
descriptiva y escriben páginas y páginas de explicaciones detalladas y puntillistas. Si tú,
aprendiz de escritor, eres de estos últimos, siento decirte que no estás de moda. Puedes
ser un verso suelto, si esa es tu elección, pero no venderás libros. O, al menos, no tantos
como te gustaría.
Sí, por supuesto, hay grandes maestros de la literatura que, como tú, han optado
por esa vía. Charles Dickens era un escritor de largas y minuciosas descripciones. Yo he
leído a Dickens y lo he hecho cuando mi edad no pasaba de los doce años, esto es,
cuando mi capacidad y comprensión lectora estaban en pleno desarrollo. He de admitir
que, en ocasiones, las páginas se hacían interminables y, sin embargo, he disfrutado a
Dickens. Lo he disfrutado a lo grande. Pero, amigo aprendiz de escritor, el lector de hoy
en día, para bien o para mal (no me posiciono al respecto), no está para estas cosas. Es
un lector con prisas y poco tiempo, de modo que hay que darle lo que pide. Y lo que
pide es: «Sitúame rápido, hazme sentir que estoy allí y continúa con la historia».
Así que vamos a intentar llegar a una solución intermedia: no seamos cicateros a
la hora de detallar nuestro mundo, de manera que brindemos al lector la suficiente
información para que esté bien orientado y, ¡recuerda!, pueda introducirse en nuestro
mundo olvidándose del suyo propio; pero tampoco lo agotemos con un caudal
inacabable de prosa bellamente cincelada (¡quién lo duda!) con el que probablemente lo
único que conseguiremos es que desconecte.
Y ahora volvamos al inicio de este apartado y retomemos las palabras claves:
olvídate de la brocha y utiliza un pincel fino. Es decir, construye tu escenario con
habilidad. Lo que en otras palabras significa que es mucho más efectivo ir perfilando el
escenario, primero, y ahondando en él después, con leves trazos de información,
hábilmente introducidos a lo largo de la narración o dentro de los diálogos, que pintar a
brochazos nuestro mundo con parrafadas que detendrán la acción y distraerán al lector.
RECAPITULANDO
No abrumes al lector con un exceso de detalles sensoriales, además de enlentecer el
ritmo narrativo, puedes colapsar los sentidos del lector y hacer que se desmaye a causa
de tanta experiencia sensorial… Ahora en serio: demasiada descripción y una
abundancia desmedida de detalles escénicos estropearán tu historia e incluso pueden
hacer que se vuelva pomposa, forzada y, por tanto, poco natural. Utiliza detalles
específicos y únicos, inclúyelos en los momentos adecuados (no sólo se crea el
escenario mediante la descripción, también puedes hacerlo en un párrafo narrativo y,
por supuesto, dentro de un diálogo. De modo que escoge bien el qué, el cuándo y el
cómo).
Sé concreto en la elección de los detalles con los que vas a describir tu mundo.
Estimula los cinco sentidos del lector para lograr introducirlo en él y conseguir
abstraerlo de su propia realidad.
Y todo ello hazlo con pequeñas pinceladas estratégicamente situadas. Que es,
precisamente, de lo que nos vamos a ocupar a continuación.
CAPÍTULO 4
Cómo estimular los sentidos del lector
1. El olfato
Pese a que no es el más agudo de nuestros sentidos, ¿sabías que el ser humano es capaz
de discriminar entre dos mil y cuatro mil olores? Tienes una gran cantidad de material
para explorar sólo con los olores. De hecho, podrías llenar todo un libro con ellos.
Pero, además, el sentido del olfato tiene una característica de la que otros carecen:
el recuerdo. Mary Buckham aporta un dato muy curioso en su Writing Active Setting,
Book 1, Characterization and Sensory Detail: El olor es un tesoro comunicativo. ¿Te
han contado alguna vez que después de tres meses sólo retenemos un 30 % de lo
captado a través de nuestra memoria visual, mientras que tras un año todavía
conservamos el 100 % de lo percibido por nuestra memoria olfativa? Los olores
activan la parte instintiva y más antigua de nuestro cerebro. De manera que, tal y como
la autora de este magnífico libro, cuya lectura te recomiendo, afirma: si descuidas el uso
del olfato en tu narración, estarás desaprovechando un elemento de los detalles
sensoriales sutil pero enormemente poderoso.
Para darte cuenta de la capacidad evocadora que tienen los olores, sólo tienes que
echar mano de tu propia experiencia: si después de treinta años, un día de repente
percibimos un olor que era habitual en los días de nuestra infancia (la naftalina del
ropero en la casa de nuestra abuela o el de los libros recién forrados para un nuevo
curso, por ejemplo) inmediatamente lo reconoceremos. Y no sólo eso: ese olor nos
llevará de vuelta a nuestra infancia. Nos devolverá a un mundo ya perdido que, si es el
que tú estás describiendo en tu historia, será un mundo conocido para el lector y en el
que penetrará a lomos de su memoria y sin darse cuenta.
Así que, como escritor responsable de introducir al lector hasta el corazón de la
historia debes conseguir que el lector huela el mundo que has construido. Debes
despertar su memoria con olores que haya experimentado y estimulen su capacidad
evocadora. Observa la diferencia:
Primera versión: Llovió toda la tarde.
Segunda versión: Al anochecer, abrió la ventana y aspiró el olor a tierra mojada
que había levantado la lluvia vespertina.
En el primer ejemplo informas al lector. Muy bien, ya sabemos que llovió toda la
tarde. ¿Y? ¿Qué más has conseguido? Siento tener que decírtelo, pero nada. No has
conseguido nada más.
En el segundo, sin embargo, no sólo nos informas de que ha llovido por la tarde,
también nos vinculas a un olor que todo el mundo ha experimentado alguna vez. Es un
olor que gusta. Que gusta mucho, de hecho. Si lo traes hasta tu texto, lograrás que el
lector experimente una sensación de bienestar. Un bienestar que ha disfrutado cientos de
veces cuando él mismo ha abierto la ventana después de una tormenta y ha aspirado
profundo, hasta llenar sus pulmones con ese olor delicioso.
Por supuesto, en tu mano está estimular justo lo contrario: una sensación de
disgusto. Y puedes lograrlo igualmente con un simple olor:
Al anochecer, abrió la ventana y el pestilente olor a agua encharcada le hizo
retirar el rostro con una mueca de asco y cerrarla de nuevo.
¿Lo ves?
Pero aún hay más. El uso del olfato dentro de tu narración no tiene por qué estar
destinado sólo a evocar en el lector sus propias experiencias. También debes utilizarlo
del mismo modo con tus personajes y, por supuesto, para describir el escenario. En el
ejemplo de la tierra mojada, por ejemplo, sin mencionarlo, remitimos a un lugar limpio,
donde lo que se percibe es un aroma gratificante. En el del agua encharcada, estamos
dibujando un escenario enlodado e ¿infecto? (¿por qué no?), quizá incluso contaminado.
Si añadimos el zumbido de unos mosquitos, podemos crear en el lector la sensación de
temor a contraer una enfermedad o incluso podemos utilizarlo para que nuestro
personaje enferme por esa razón. Son tantas las posibilidades…
Prueba a ejercitarte. Elige el olor a pan recién horneado, por ejemplo. Introdúcelo
en escenas diferentes: la de una mujer que va a comprar una barra; la de un mendigo
que se detiene ante la panadería para llenarse los pulmones con el olor, ya que no el
estómago; o la del propio panadero, que ya no lo percibe… ¿Cómo lo harías en cada
caso? ¿Y qué perseguirías con ello? ¿Cuál sería el objetivo dentro de tu historia para
describir ese aroma de una forma u otra? (Recuerda que todo lo que aparece en una
historia debe tener una razón. Nada debe sobrar ni ser accesorio. Es nuestro mantra y
debemos tenerlo presente siempre).
2. El oído
Tienes que esforzarte por hacer que tu lector oiga los sonidos de tu mundo, eso le
ayudará a que se vea inmerso en un mundo que no es silencioso, como lo son las
páginas de un libro. Utiliza para ello la voz del narrador y la de los personajes, e incluso
sírvete de los silencios. Juega con el ritmo de la narración: alterna la longitud de las
frases, su dificultad… Pero, sobre todo, presta atención a cómo perciben los sonidos los
personajes de tu historia.
Tal y como dijimos al principio de este capítulo, dependiendo de la situación y el
estado emocional en que se encuentre un personaje, éste tendrá una percepción distinta
del mundo que lo rodea. Las flores de una boda y las de un funeral, ¿recuerdas?
Pues bien, de igual modo que ocurre con el olfato, sucede con el oído. Cuando
describas un sonido, ten en cuenta que debes hacerlo a través de un personaje (en
concreto, aquel sobre el que recae el punto de vista en esa escena particular o capítulo
que estás escribiendo), de modo que su percepción de ese sonido que quieres introducir
en la historia debe ser particular, única y coherente con la situación que esté viviendo y
con su estado emocional. Veamos un ejemplo:
En el primer libro de la serie King and Maxwell, de David Baldacci, Una fracción
de segundo, uno de los candidatos a la Casa Blanca en las próximas elecciones, John
Bruno, acude a un tanatorio para rendir sus respetos a un amigo recién fallecido y dar el
pésame a la viuda. Michelle Maxwel, jefe del equipo de protección del candidato, se
niega a aceptar la propuesta de John Bruno cuando éste le exige entrar solo en la sala
donde el cadáver de su amigo está expuesto. Las reglas de protección establecen que no
se debe perder de vista al candidato ni un solo segundo. Sin embargo, él insiste y ella se
ve forzada a aceptar, de modo que John Bruno entra en la sala donde únicamente se
encuentra el féretro de su amigo y la viuda de éste, sentada en una silla velándolo. La
puerta se cierra tras él y David Baldacci nos ofrece a continuación una escena de
Michelle Maxwell, aguardando a que el candidato salga:
Michelle recorría el pasillo arriba y abajo, mirando el reloj y escuchando
la lúgubre música del hilo musical. Llegó a la conclusión de que, si uno no
estaba ya triste, deprimido o quizás al borde del suicidio antes de llegar,
aquella música anestesiante conseguía que lo estuviera en cuestión de cinco
minutos. Estaba furiosa porque Bruno hubiera cerrado la puerta, pero lo
había permitido. Se suponía que no debía perder de vista a su protegido,
pero las circunstancias de la vida a veces se imponen a las normas.
Nuestra protagonista se siente nerviosa porque no está cumpliendo con su
obligación: vigilar y asegurar la protección del candidato. Así que pasea arriba y abajo
por el pasillo y mira constantemente el reloj. Esa imagen, por sí misma, ya muestra el
estado anímico del personaje: Michelle se siente inquieta por lo que pueda ocurrirle a
Bruno tras esa puerta. Pero también frustrada por haber aceptado la propuesta del
candidato.
¿Cómo traslada Baldacci esa sensación al papel y de ahí al lector? Mediante el
hilo musical, que todos podemos percibir como fúnebre y deprimente (puesto que
estamos en un tanatorio). Michelle no está deprimida, sino irritada, y la podemos
imaginar pensando: «¡Maldita música!». ¿No te ha ocurrido alguna vez? ¿No has tenido
esa sensación, en un momento de máxima ansiedad, que cualquier sonido repetitivo que
llegue a tus oídos te desquicia? Eso es lo que le está ocurriendo a Michelle: el hilo
musical la está sacando de quicio y, de hecho, Baldacci lo confirma después, cuando
dice: Estaba furiosa porque Bruno hubiera cerrado la puerta, pero lo había permitido.
Con un pequeño párrafo y un apropiado elemento sensorial, Baldacci ha mostrado el
estado anímico de Michelle y, además, ha conseguido que el lector, merced a su propia
experiencia de situaciones similares, se ponga en el lugar de ella y sepa perfectamente
cómo se siente la protagonista.
Pero no acaba ahí el uso que Baldacci hace de este párrafo. Con sólo 88 palabras y
una única referencia a un elemento sensorial (en este caso auditivo), el autor también
prepara la explicación (que se dará en el siguiente capítulo) de por qué el grupo de
protección destinado a John Bruno no oyó el forcejeo que, sin duda, debió darse entre el
candidato y sus secuestradores:
—Tiene que haberse producido un forcejeo. Me sorprende que no
oyéramos nada —dijo el agente.
—¿Cómo íbamos a oírlo, con esa música infernal aturdiéndonos por
todas partes? —replicó ella.
¿Se puede sacar mayor partido de tan solo 88 palabras? Éste es un excelente
ejemplo de cómo aplicar los conocimientos que estamos tratando en este libro y sacar de
ellos el máximo provecho.
Esto es lo que tienes que conseguir tú también cuando escribas tu historia. En el
ejemplo que poníamos con el olfato acerca de la tarde lluviosa y la ventana, deberías
preguntarte: ¿Qué oyes cuando abres la ventana y percibes el aroma a tierra mojada?
¿Quizá el ondear de la hierba, agitada por el viento? Y cuando es el pútrido olor del
agua encharcada, ¿qué oyes? ¿Tal vez las pisadas inquietas y apresuradas de las
alimañas que, tras la lluvia, salen de sus madrigueras a la caza de una víctima que les
sirva de cena?
¿Estás despertando en el lector las mismas emociones con un sonido que con el
otro? Claro que no. ¿Pero cuál es en realidad el que quieres que sienta? ¿Qué es lo que
persigues? Para responder a estas preguntas debes echar mano de tu personaje: ¿En qué
situación narrativa lo has colocado? ¿Cuál es su estado anímico? Es decir, ¿cómo
percibe el personaje los sonidos en ese preciso instante de la narración?
Una vez que hayas contestado a estas preguntas y sepas lo que debes escribir, la
pregunta es obvia: ¿qué vas a hacer para despertar en el lector las mismas emociones
que siente tu personaje? ¿Qué detalles concretos vas a elegir? ¿En qué orden los vas a
introducir en el texto?
El sonido que lleves hasta el lector le hará percibir el entorno de una manera u
otra. En tus manos está decidir cuál quieres evocar en su mente. Ya sabes: elige con
cuidado y siempre de acuerdo con el objetivo que quieras obtener.
3. El gusto.
Quizá el gusto sea uno de los sentidos que menos aparecen en las obras narrativas y, sin
embargo, es un detalle sensorial, como lo es el olfato, sumamente evocador. No lo
desaproveches. No lo olvides. Haz que el lector “deguste” tu narración. Dale sabores.
Los tienes a decenas: acres, dulces, amargos, salados… En los casos en los que utilices
palabras como las apuntadas en la frase anterior, estarás proporcionando detalles
concretos sobre el sentido del gusto, pero también puedes hacerlo de forma metafórica,
en forma de símil o con una simple comparación.
Por supuesto (no me cansaré de repetirlo), con el gusto también puedes
representar un estado anímico e incluso físico. En la novela “El testamento maya”, de
Steve Alten, el protagonista, después de bucear por una poza inmunda, alcanza un lugar
resguardado:
La bilis ascendente expulsa el regulador de la boca de Mick y le provoca
una serie de convulsiones. Aspira una bocanada de aire, después otra, y a
continuación se arranca las gafas de la cara y rueda bocarriba agitando
violentamente el pecho y contemplando el extraño arqueado del techo.
La imagen es vívida y aunque obviamente no todos hemos tenido la experiencia
de bucear y llevar un regulador metido en la boca, sí que hemos sufrido alguna vez
arcadas e incluso convulsiones y nos hemos visto obligados a escupir lo que tuviéramos
en la boca en ese momento y a hacer hondas aspiraciones con las que llevar aire fresco a
los pulmones para aliviar nuestra necesidad de vomitar.
Con una simple frase, el autor nos ha situado en un escenario diferente: ya no está
en el agua pútrida por la que ha buceado, sino sobre una superficie (no diré de qué para
no estropear la novela, si es que deseas leerla). Sin embargo, el organismo de Mick
reacciona físicamente a la situación que acaba de vivir, y lo hace con la llegada de
náuseas y con la necesidad vital de respirar (la botella de oxígeno estaba a punto de
acabarse) y devolver el aire vivificador a sus pulmones. Steve Alten sólo ha necesitado
un par de frases bien pensadas para no sólo situarnos en el nuevo escenario, sino
también para ponernos en la piel de Mick. Junto a él, el lector ha abandonado la poza
repugnante por la que hemos buceado y, con él, ahora, sentimos las náuseas provocadas
por ella y la necesidad de extinguir esa sensación de asfixia a la que la botella de
oxígeno casi agotada nos había conducido.
De modo que siempre tenlo en mente: apremia a tu lector para que experimente la
sed que tu personaje siente, haz que se le seque la boca y le raspe la garganta, que no
pueda tragar porque la deshidratación le ha acartonado la lengua. O bien, oblígale a
sentir la acidez del vómito cuando tu personaje no puede contener una arcada. O logra
que se le haga la boca agua cuando le presentes un pastel.
Luego, también, es buena idea asociar los sabores a momentos especiales que todo
el mundo ha vivido: la cena de Nochebuena, una barbacoa en el jardín, la fresca
sensación de un gazpacho recién sacado de la nevera. No le digas al lector que tu
personaje tomó cerezas de postre. Atrápale con una sensación, con un sabor: hazle sentir
la carnosa cereza entre los dientes al morderla. Si logras que piense: «¡Dios, cómo me
apetece comer cerezas!», lo habrás conseguido.
4. El tacto.
Y, por supuesto, oblígale a tocar distintas texturas, a percibir la suavidad de una tela o la
aspereza de una superficie rugosa. Fuérzale a sentir el frío o el calor a través de la piel.
Consigue que se rasque cuando tu personaje no pueda soportar el picor y que disfrute de
las caricias cuando describas una escena apasionada.
El tacto puede ayudarte a describir un escenario sin tener que explicarlo, sin tener
que contar, sino mostrándolo. No digas que el comedor estaba sucio. Haz que tu
personaje apoye una mano sobre el aparador y la palma le quede impregnada de polvo.
No nos cuentes que en la habitación hacía mucho calor, enséñanos a tu personaje
secándose las palmas de la mano sobre las perneras del pantalón o enjugándose el sudor
de la frente con un pañuelo. No recites lo suave que eran los labios de la chica, obliga al
joven enamorado a posar los dedos sobre ellos y transmitirnos esa suavidad.
Por otra parte, asociamos con demasiada facilidad el sentido del tacto a las yemas
de los dedos, pero ésta es una concepción errónea. Sentimos el mundo exterior en toda
nuestra extensión, no únicamente en la mano o en los dedos y por ello el sentido del
tacto funciona como base perfecta para asentar elementos de nuestro mundo que
deseamos que el lector sienta como propios. De modo que, en tu tarea narrativa, no te
limites a mostrar este sentido sólo a través de la mano o los dedos. Utiliza todo el
cuerpo y muestra cómo reacciona a ese mundo exterior. Es decir, no nos cuentes que
hace mucho calor o que tu personaje tiene miedo. La piel húmeda por el sudor también
refiere al tacto. En tus manos está componer la imagen de tal forma que el lector sienta
ese sudor como producto del calor o… del miedo, por ejemplo.
5. La vista.
Ya lo he dicho al principio de este capítulo: la vista es el sentido que más utilizamos
para captar información del mundo que nos rodea. También es el más usado en la
descripción de escenarios, lo cual tiene una explicación lógica: las impresiones visuales
que recibimos son nuestra principal fuente de información, una información en la que
confiaremos más si es recibida por la vista que si se percibe por el oído. Por ejemplo,
imagina alguien que te pisa en el autobús y se disculpa. Si mientras se está excusando,
su rostro refleja mordacidad, es bastante probable que no le creamos. ¿Por qué? Porque
nuestra vista está percibiendo una información que contradice la que recibe el oído y,
como ya se ha dicho, confiamos más en lo que vemos que en lo que oímos.
Así pues, en narrativa, la descripción visual es mucho más común que la de los
demás sentidos y, por supuesto, es una herramienta válida siempre y cuando no se abuse
de ella y se utilice de forma inteligente.
De modo que aprovéchala. Saca ventaja de ella. Cuando introduzcas a tu lector en
un escenario que quieres trasladar de forma visual, no te limites a enumerar un
inventario de elementos como si fuera una lista de la compra. Facilita al lector que
visualice ese escenario que estás creando para él. Elige los elementos que son necesarios
para ello y dibuja la imagen con las palabras adecuadas. Conviértete en un pintor de
imágenes y trasládalas a la mente del lector, que las completará con su propia
experiencia. De esta manera, habrás despertado sus emociones y ahí estará el éxito de tu
trabajo: el lector estará viendo tu mundo con sus propios ojos.
Por supuesto, no siempre que describas un escenario tendrás que introducir elementos
sensoriales que recorran los cinco sentidos. De hecho, si lo haces, estarás enlenteciendo
el ritmo de tu narración y probablemente saturando al lector con sensaciones que no será
capaz de sentir en sí mismo a causa de esa ración extra de emociones que le estás
sirviendo. No se trata de eso: llenar páginas con detalles y explicaciones que son
innecesarias (recuerda que en tu historia nada es accesorio, todo lo que aparece debe
tener una razón para hacerlo) es un error.
Lo que estás intentando hacer es crear un mundo en el que el lector pueda vivir
junto a tus personajes, y tú, como autor, eres el responsable de que ese mundo cobre
vida en la imaginación del lector y que esa vida sea tan real que no pueda sino sentirse
parte de ella.
De modo que, antes de lanzarte a describir sin ton ni son, pregúntate cuáles son
las emociones o recuerdos que quieres despertar en tu lector, de manera que sienta el
texto como algo vivo. Define qué efecto quieres provocar en él y cuando tengas claro
ambos aspectos, dedica el tiempo necesario a pensar con qué detalles únicos, con qué
olores, sonidos, con qué sabores o con qué texturas vas a conseguirlo. Haz una lista,
elige los elementos más evocadores, los significativos, los más reveladores y luego
introdúcelos en tu texto con habilidad.
CAPÍTULO 5
1
Cómo incorporar el escenario a la historia
1. Situando al lector
Antes de entrar en materia con este capítulo, deberíamos establecer un hecho que no por
obvio deja de ser importante: como escritor, debes tener siempre presente que tu lector
no ha estado nunca en el mundo que estás creando.
Wait a minute! Antes de que te eches las manos a la cabeza y decidas que con este
tipo de afirmaciones te estoy vendiendo humo, párate a pensar un instante. Ciertamente,
ésa debería ser una asunción tan básica que no habría que mencionarla, pero la realidad
es tozuda y en muchas, muchas ocasiones el escritor, sobre todo el escritor novel, se
olvida de que su lector no ha pisado jamás el escenario que está recreando en su
historia. ¿O acaso no te ha ocurrido alguna vez algo así como lector? ¿No te ha
sucedido, con alguna historia mal escrita, que de repente te encuentras en un lugar que
desconoces, acompañando a un personaje que parece que ha llegado allí por arte de
birlibirloque? Y entonces, ¿qué haces? Desconfías de ti, crees que te has saltado algún
párrafo o que has desconectado unos minutos de la lectura y te has perdido. Vuelves
atrás, relees los últimos párrafos, pero no, allí no hay nada que te sitúe.
Efectivamente, la culpa no es tuya. Es del escritor que estaba tan inmerso en su
proceso de escritura, que se olvidó del hecho de que tú no has estado allí antes y de que,
por tanto, tiene que situarte. Incluso aunque el escenario donde se desarrolle la historia
te sea conocido, el escritor debe orientarte. Puede que cada día, de camino al trabajo, tu
lector pase ante la Puerta de Alcalá. Puede que la conozca de memoria y sepa escribir
del tirón en números romanos la fecha que aparece en su frontispicio, pero aun así, si la
escena que estás escribiendo tiene lugar en la Plaza de la Independencia, a la sombra de
la Puerta de Alcalá, debes recordar que tu lector jamás ha estado antes allí dentro del
contexto que estás escribiendo para él.
De modo que tu primera obligación a la hora de mostrar el escenario de tu historia
es introducir al lector dentro de ese espacio y sujetarlo a él. Éste es otro de nuestros
mandamientos: tener siempre presente que el lector jamás ha pisado tu mundo y
que debes ubicarlo en él.
2. Cuándo es necesario introducir el escenario
2.1. En la novela
La mayor parte de los elementos importantes del escenario los introduciremos al
principio de la novela, y también en los primeros párrafos de un nuevo capítulo o escena
en que sea necesario, si el escenario ha cambiado. Recuerda que una de tus labores es
tener siempre ubicado al lector y, por supuesto, no olvides utilizar detalles sensoriales
en tu escenario cada vez que trasladas a tus personajes de un lugar a otro o para indicar
un cambio emocional en el personaje sobre el que recae el punto de vista.
2.2. En una escena
Luego, además, quizá sea necesario dar algunas pinceladas descriptivas dentro de una
escena determinada. Para estar seguro de si hacerlo o no, pregúntate si introducir un par
de trazos que informen sobre si el escenario es importante o no. ¿Lo necesitan los
personajes para moverse? ¿Lo necesita el lector para ubicarse o para visualizar mejor la
escena? ¿Lo necesita el ritmo de tu narración? ¿Te va a ayudar a establecer la atmósfera
anímica de la escena, del personaje…? Hay muchos elementos a tener en cuenta a la
hora de introducir detalles sobre el escenario, pero siempre ten claro dos puntos: si no
es necesario, quítalo; y, en segundo lugar, sé cuidadoso con el ritmo narrativo. Eres
tú quien debe determinarlo.
Patricia Highsmith decía que el conflicto de una historia era tan importante, que
para no desviarse de él siempre lo anotaba en un pósit y lo pegaba junto a su ordenador.
Es una buena estrategia para mantener el rumbo y por ello te aconsejo que hagas lo
mismo con respecto al escenario. Anota en una hoja de papel que tengas a la vista una
serie de preguntas que te mantenga siempre ubicado dentro de tu historia: ¿Dónde
estoy? ¿Y en qué momento del día? ¿Es por la mañana, por la tarde o por la noche?
¿Qué tiempo hace? ¿Qué llevan puesto mis personajes? ¿Qué dije antes de este lugar:
era apacible, desagradable, inhóspito…? Este tipo de preguntas son las que debes
hacerte constantemente, en cada capítulo, en cada escena, en cada momento de tu
historia, porque ésas son las preguntas que se va a hacer tu lector y tú, como escritor,
debes responderle. Al hacerlo, lo estás situando en el escenario por el que transita tu
historia en ese momento y le estás ahorrando al lector que deba volver atrás y releer los
últimos párrafos para saber dónde se encuentra. También te estás evitando que, por
confundir la hora o la ropa que el personaje llevaba puesta, el lector te tilde de escritor
descuidado.
Pero, eso sí, por favor. Si decides que sí, que es imprescindible introducir el
escenario en un momento concreto de la historia, sé hábil a la hora de hacerlo. Si
puedes, intenta entretejer los detalles sensoriales de las partes descriptivas de tu novela
con las otras partes (el diálogo, la narración, la acción, etc.) que componen una escena,
pero sólo si puedes. ¿A qué me refiero? Si te fijas, éstas son partes que se van
desenrollando segundo a segundo en la mente del lector:
Levantó el brazo para protegerse, giró el rostro y lo ocultó hincándolo en la
clavícula.
Lo vemos como una película. Primero el movimiento del brazo, luego el de la cara
hacia un lado y abajo, y finalmente el mentón clavándose en el hueco de la clavícula…
¿Qué pasaría si en mitad de ese movimiento incluyo detalles sobre el lugar donde está
desarrollándose la acción?
Levantó el brazo para protegerse en aquel callejón oscuro en el que los
cubos de basura se esparcían a lo largo de la calzada, llamando a voces a
las ratas que correteaban entre las bolsas con total libertad. Estaba oscuro
y olía a podredumbre. Alguien abrió una ventana y soltó una ristra de tacos
por el escándalo que se había formado. Giró el rostro para evitar el
puñetazo y lo ocultó en la clavícula.
Vale, en este párrafo te he dado un montón de detalles sobre el lugar donde se
desarrolla la pelea, pero he interrumpido la acción de nuestro protagonista. Ahora, la
acción de levantar el brazo está muy lejos de la de girar el rostro, y el lector no las ve
como consecutivas cuando lo son. He interrumpido la escena en su mente. El
movimiento se ha detenido y las medidas que toma nuestro protagonista para evitar el
golpe dejan de formar una película.
Por eso decía antes si puedes. Verás que en ocasiones no te puedes permitir el lujo
de introducir un párrafo descriptivo en mitad de una acción para mostrar una parte del
lugar en el que se están desarrollando los hechos, porque eso la interrumpe y corta el
rollo al lector.
Así que, cuando vayas a hacerlo, pregúntate si hay alguna forma de conseguirlo
de forma natural dentro de la acción de la historia y si, además, puedes hacerlo desde la
mente de tu personaje.
Apenas sí podía ver en aquel callejón oscuro. Levantó el brazo casi a
tientas, giró el rostro para evitar el puñetazo y lo ocultó en la clavícula. El
desagradable olor a podredumbre que emanaba de los cubos de basura,
esparcidos a lo largo de la calzada, inundó sus fosas nasales y el grito de
una de las ratas que campaban a sus anchas por entre las bolsas le hirió el
tímpano. Sintió el golpe en la muñeca, potente y doloroso, mientras alguien,
que se había asomado a una ventana, soltaba una ristra de tacos por el
escándalo que estaban formando.
¿No está mucho mejor de esta forma? Ahora la acción no sólo no se ve
interrumpida, sino que va acompañada de una serie de elementos que la enriquecen y
ayudan al lector a contemplar la escena en su totalidad. De modo que trabaja de esta
forma la introducción de este tipo de elementos dentro de tu novela. Si no puedes
hacerlo de manera natural, replantéate su introducción. Tal vez no sea tan necesaria, al
fin y al cabo.
Si tienes una razón importante para describir algo, hazlo. Si no la tienes, evítalo.
Todo lo que no sea absolutamente necesario sobra. En cualquier caso, si vas a introducir
una descripción, asegúrate de que lo haces desde el punto de vista de uno de los
personajes y filtra los detalles a través de su visión y emociones. Eso te ayudará
muchísimo a establecer el tono que quieres darle a la historia en ese momento.
2
Herramientas para construir el escenario: la descripción
La descripción es la herramienta con la que vamos a trabajar el escenario. Es una
extraordinaria herramienta, pero también puede ser el arma con la que asesines tu texto.
Para evitarlo, es imprescindible que aprendas a utilizarla bien.
De modo que vamos a establecer un nuevo mandamiento: una descripción jamás
debe interrumpir la acción de la historia ni enlentecer (excepto cuando así se desea
por alguna razón importante) el ritmo de la narración.
¿Por qué? Porque si no atiendes a esta regla, es bastante probable que interrumpas
la concentración del lector y lo saques de la historia. En su obra “Para ser novelista”,
John Gardner habla del «sueño de la ficción». Con esta expresión, Gardner se refiere a
que cuando estés escribiendo tu obra debes hacerlo de tal modo que el lector se
introduzca en ella como un sueño y la viva así. Por tanto, un error garrafal que no te
puedes permitir como escritor es despertar repentinamente a tu lector de ese sueño y
sacarlo del libro a trompicones. La descripción mal utilizada conseguirá precisamente
esto: distraerá al lector y lo sacará de ese «sueño de la ficción» que no debería
abandonar hasta la última palabra de tu novela.
La descripción tiene sus trucos y tienes que aprenderlos muy bien para evitar esos
problemas de los que te he hablado: no despertar al lector del sueño en el que lo has
introducido y no detener el ritmo de tu narración.
Veamos cuáles son esos trucos y cómo aprender a utilizar la descripción de forma
efectiva.
1. Utiliza los cinco sentidos
¿Te suena? Espero que sí. También espero que no me llames pesada por repetirlo. Es
muy importante.
Debes utilizar detalles sensoriales en tu texto con el fin de reforzar las frases
generales y las descripciones abstractas. Si en tu novela hay demasiada descripción en la
que no hayas introducido detalles sensoriales, tu lector se aburrirá, tenlo por seguro,
porque la estrategia más efectiva para lograr que entre en el mundo ficticio que estás
construyendo es el uso de la experiencia sensorial. Y recuerda utilizar los cinco
sentidos. No bases todas tus descripciones únicamente en la vista.
2. Precisión.
¿Te suena? Espero que sí. Y una vez más confío en que no me llames pesada.
No basta con ofrecer detalles sensoriales. Además, estos detalles tienen que ser
precisos, es decir, específicos. Seguramente lo recuerdas: con la elección adecuada de
detalles específicos logras algo que es imprescindible para que tu historia sea creíble: la
verosimilitud. Evita la abstracción, sé concreto. Lo específico logrará que el lector se
crea cualquier cosa y le invitará, de forma que no pueda rechazar la propuesta, a
introducirse en el mundo que has creado y quedarse allí, viviendo tu historia.
3. Entremezcla elementos emotivos en tus descripciones
Todo lo que hay en el escenario de tu historia provoca una emoción en tu personaje que
puede ser: buena, mala o neutra. Esta última es la que va a imperar durante la mayor
parte de la novela y por eso debes evitar la descripción salvo:
Cuando te veas obligado a describir algo para hacer avanzar la historia.
Cuando necesites establecer algo que tendrá importancia más adelante.
¿Recuerdas el hilo musical del tanatorio que irritaba a Michelle Maxwell y que
además les impidió a ella y a los otros agentes escuchar la trifulca que se
produjo dentro de la sala, cuando secuestraron al candidato a la Casa Blanca?
Con ese sonido, David Baldacci no sólo estaba creando una emoción (el enfado
de nuestra protagonista), sino que también estaba introduciendo un detalle que
tendría gran importancia después.
Pero volviendo a nuestro asunto, en cualquiera de estos dos casos, debes filtrar la
descripción a través de las emociones que le provoca al personaje, teniendo en cuenta,
por supuesto, el tipo de sentimiento que experimenta (bueno, malo o neutro).
Por ejemplo, imagina un paso de cebra cualquiera en tu ciudad.
Para Juan, que pasa por allí cada día camino de su trabajo, no significa nada en
absoluto. Es decir, experimenta una emoción neutra con respecto a ese punto concreto
del espacio.
Para María, sin embargo, es el lugar donde su marido la besó por primera vez una
noche cuando volvían de cenar, de modo que cada vez que pasa por ahí rememora el
momento y lo hará, por supuesto, desde una perspectiva buena.
Para Matías, un indigente que vive a la vuelta de la esquina, el paso de cebra es el
lugar donde se sienta cada día para pedir limosna y desde el que ve cómo la mayor parte
de la gente pasa sin siquiera ser consciente de su presencia. Sus emociones estarán
ligadas a ese espacio desde un punto de vista negativo.
¿Ves la diferencia?
En el primer caso, cuando Juan atraviese el paso de cebra, no tendrás que
describirlo, si acaso mencionarlo de pasada. En el segundo caso, lo harás a través de la
mente de María y desde una perspectiva positiva. En el tercero, serán los ojos de Matías
los que nos lo muestren y lo harán, por supuesto, de una forma pesimista.
4. Los ladrillos de la descripción
Las palabras son los ladrillos con los que vas edificando tu descripción, de modo que es
muy importante la elección que hagas. Uno de los consejos ya lo conoces: evita las
palabras abstractas. Sé concreto. Y otro consejo a la hora de construir tus descripciones
es que seas muy cuidadoso con el uso de los adjetivos y los adverbios.
Ambas categorías gramaticales existen para ser utilizadas, por supuesto, pero no
debes emplearlas sin antes haberlo pensado mucho. Es un error bastante común entre los
escritores noveles el de abarrotar sus descripciones con adjetivos. Todos hemos pasado
por esa etapa, pero hay que superarla. Una descripción en la que sobresale el número de
adjetivos acompañados por adverbios que los modifiquen es una descripción sin calidad
de la que el lector se percatará. Ese abuso de adjetivos y adverbios advertirá al lector de
que se encuentra ante un escritor que no es bueno o ante un escritor que es perezoso y
no ha realizado bien su trabajo.
Si analizas con detenimiento una buena descripción, observarás que los escritores
con frecuencia hacen un uso muy limitado de los adjetivos y los adverbios. Así que no
los utilices nunca a modo de relleno ni ornamental. Ésa es una mala estrategia. Por el
contrario, los adjetivos (modificados o no por un adverbio) bien utilizados son muy
útiles para matizar los auténticos ladrillos sobre los que debes cimentar tus
descripciones: los sustantivos y los verbos. Es con estas dos categorías gramaticales con
las que realmente debes trabajar. Exprímete el cerebro y trata de expresar con ellos lo
que deseas reflejar, sin necesidad de acompañarlos por un adjetivo o un adverbio. ¿Por
qué decir que la miró intensamente cuando puedes utilizar un verbo potente para
expresar lo mismo: la taladró con la mirada? El segundo ejemplo es mucho más
sugerente. El lector se apropia de esa imagen y la hace suya. Sin embargo, este efecto
no lo logras con el primer ejemplo.
Es obvio que con esto no estoy diciendo que no puedas utilizar adjetivos y
adverbios en tu texto. Y tampoco estoy insinuando que debas pararte a pensar cada
palabra antes de escribirla. ¡Claro que no! Los adjetivos y adverbios existen para que se
los use, mi único consejo que es que lo hagas con inteligencia. Y, con respecto al
segundo punto, mi recomendación es que durante la escritura del primer borrador ni
siquiera te detengas un segundo a pensar una palabra. Escribe tal y como las ideas
llegan a tu cerebro. Ya tendrás tiempo después, cuando llegue el momento de la
revisión, para sopesar cada palabra y elegir la más adecuada.
5. Los peligros de la descripción
Además de utilizar las palabras abstractas, los adjetivos y los adverbios con moderación
y no extenderte en exceso con tus descripciones, hay algunas trampas descriptivas en las
que se puede caer con facilidad y que debes evitar a toda costa.
Antes hablábamos de la «mirada intensa», ¿lo recuerdas? Yo propuse otra manera
de expresarlo: «taladrar con la mirada». Me parece mucho más visual y provocativo que
la primera opción y, sin embargo, pese a ello, no estaba satisfecha con el ejemplo. ¿Por
qué? Porque la frase que te di para expresar la vehemencia de la mirada de alguien
podría entrar dentro del listado de trampas descriptivas. ¿O no te suena una frase como
«fulminar con la mirada»? Es una expresión tan utilizada que pasa por la mente del
lector sin dejar rastro ninguno.
Algo parecido, creo, ocurriría con «la taladró con la mirada». Y desde luego,
«intensa mirada» no dice absolutamente nada. Casos como estos son los que debes
estudiar con lupa durante la revisión de tu borrador. Señálalos en rojo y párate a pensar
una buena forma en que puedas describir la intensidad y profundidad de una mirada sin
echar mano de expresiones manidas.
Este ejemplo de descripción del silencio lo encontré mientras leía El secreto de
Nag Hammadi y me pareció tan singular y extraordinario que enseguida supe que tenía
que mencionarla en el libro. Presta atención:
Por la noche, Gemma estaba tumbada a punto de dormirse. La luna
eclipsaba las débiles constelaciones transformando el cielo en un pueblo,
más que en una meca, de puntos de plata relucientes. Anthony estaba cerca.
Siempre parecía estarlo. Ella era consciente de su respiración, de los
diferentes tipos de silencio que había entre ellos. A veces, el silencio era
una conversación. A veces se instalaba sobre un plato caliente de
frustración y hervía a fuego lento. Otras veces era frío, oscuro e
impenetrable. A veces era sólo un sueño.
Si durante la escritura de tu borrador, has escrito algo como «el silencio que había
entre ellos era como el de una tumba» o «los separaba un silencio atronador», no te
preocupes. Ese borrador no lo va a ver nadie más que tú. Lo preocupante será cuando
llegue el momento de la revisión, te topes con expresiones como ésas y pienses que eres
muy ingenioso por el símil que has utilizado o por jugar con los contrastes. Piensa que
tanto lo de la tumba como lo del silencio atronador está muy visto. Vale para un primer
borrador: vas deprisa y con esa expresión ya sabes lo que quieres decir. Pero durante el
proceso de revisión debes pararte y exprimir tu cerebro hasta que encuentres un modo
de transmitir al lector eso que querías decir sin utilizar un artilugio léxico que, por el
uso excesivo, esté vacío de contenido.
Por cierto, una de las estrategias que utilizo para mantener mi mente fresca,
alejada de estas trampas descriptivas, es anotar todo aquello que me llama la atención y
leerlo de vez en cuando. Tengo una larga lista de cómo pueden ser las miradas y cómo
las han descrito distintos autores cuyo ingenio me ha llamado la atención. Lo mismo
hago con los gestos, los movimientos, la manera de responder… Y también con el
silencio, por supuesto. El párrafo transcrito ahí arriba ya ha pasado a formar parte de mi
cuaderno de notas.
Una apreciación antes de terminar este apartado. Lo que no puedes utilizar en tu
tarea de narrador (esas trampas descriptivas) sí que puedes usarlo en boca de tus
personajes. No pasaría nada porque uno de ellos dijera algo así como «Está oscuro
como boca de lobo». Eso es aceptable, los personajes pueden hacerlo. Tú, no.
3
Cómo introducir la descripción
Por supuesto, un trabajo previo a la escritura de tu historia o novela es conocer el
escenario dónde se va a desarrollar tan bien como conoces a los personajes. Es decir,
tienes que hacer un trabajo de investigación con respecto al lugar por el que va a
transitar tu historia antes de escribirla.
Durante ese proceso, el esquema sobre el escenario es bastante flexible y en él
puedes (y debes) incluir todos los detalles que se te ocurran. Así luego tendrás una larga
lista de la que elegir los que sean más llamativos o específicos, que serán los que
incluyas en tu texto.
Una aclaración antes de continuar: si tu historia tiene lugar en un solo espacio (lo
cual será bastante extraño), únicamente necesitarás una hoja de trabajo o esquema. Pero
si se desarrolla en varios sitios diferentes, necesitarás una hoja de trabajo por cada uno
de los lugares por los que transcurra la historia.
Ahora ya, sí, vamos a ver cómo puedes introducir en tu texto todo ese material
acerca del escenario que has recopilado en tus hojas de trabajo.
Por supuesto, la decisión final de cómo hacerlo depende de ti y de tu forma de
entender cómo se escribe una novela. Puede que seas de los escritores a los que les
encanta introducir largos párrafos descriptivos que sitúen al lector, tanto desde el punto
de vista espacial como emocional. Si ésa es tu opción, yo no tengo nada que decir al
respecto, sólo aconsejarte que tus descripciones sean vívidas y llenas de sentido.
Sin embargo, si no tienes claro cómo hacerlo, mi consejo es que evites el método
de las extensas descripciones y que utilices el del pincel fino, ¿lo recuerdas? Las
descripciones largas están bien en los bocetos o esquemas que hacemos del escenario,
de hecho, cuanto más minuciosas mejor porque así nuestra idea sobre el mundo que
estamos creando es más amplia. Sin embargo, a la hora de introducirlas en el texto es
mejor ir espaciándolas e incluyéndolas poco a poco, cuando la situación lo requiera y
siempre, si puedes, mezcladas con la parte narrativa, la acción o el diálogo.
Vamos a ejercitarnos un poco. Te pongo a prueba: coge uno de los relatos que
hayas escrito últimamente y estudia cómo has introducido el escenario. ¿Has descrito
párrafos y párrafos de información acerca del lugar? Lee en voz alta. ¿Sientes que esas
larguísimas descripciones interrumpen la acción? De hecho, ¿hay acción? Quiero decir,
¿cómo has empezado tu historia: con acción o con descripción? Si lo has hecho con lo
segundo, ¿cuánto tardas en introducir la acción? Analizando estos puntos, quizá te des
cuenta de que has pedido a tu lector una ración extra de paciencia antes de empezar a
contarle qué es lo que está pasando.
Si ese es tu problema, intenta reescribir ese principio. Primero desecha toda
aquella información que no sea imprescindible. Después, con lo que quede, haz una
reescritura y ve introduciendo esos datos con las pinceladas de las que hablaba
anteriormente en este libro.
Mira unos cuantos ejemplos cogidos al azar de varios libros de mi biblioteca.
Todos ellos corresponden a los primeros párrafos:
—¡La comisaría, señor! —dijo el cochero en voz alta, antes incluso de
que se hubieran detenido los cascos del caballo. Su voz expresaba
desagrado; no le gustaba aquella clase de sitios. El hecho de que aquél en
concreto estuviera situado en medio de la elegancia aristocrática de
Mayfair no era compensación alguna.
Pit descendió, le pagó y subió los escalones de piedra, para entrar a
continuación.
—¿Sí, señor? —dijo el sargento sentado a la mesa de recepción.
—Soy el inspector Pitt, de Bow Street —dijo éste con tono tajante—.
Quisiera ver al oficial superior de guardia.
Silencio en Hanover Close, Anne Perry.
Como ves, el libro comienza con diálogo («—¡La comisaría, señor!») y acción
(«antes de que se hubieran detenido los cascos del caballo»), no con descripción. Y
después, a través de las emociones del cochero («Su voz expresaba desagrado; no le
gustaba aquella clase de sitios»), Anne Perry sitúa (espacial y temporalmente) al lector e
introduce al personaje protagonista. Con sólo noventa y siete palabras sabemos que
estamos tratando con policías, que el héroe que va a conducir la historia es el inspector
Pit, que nos encontramos en una comisaría de uno de los mejores barrios de Londres y
que la época, sin poder precisarla exactamente, es anterior a la aparición del automóvil.
¡Noventa y siete palabras!
Veamos otro ejemplo. Esta vez empezaremos con un poco de descripción:
El sol, que acababa de elevarse sobre la catedral, inundó la plaza de
Zocodover de hilillos de luz rojo sangre.
Fray Hernando de Talavera, confesor de Su Majestad, la reina Isabel
de Castilla, deslizó los dedos por su larga barba canosa, recortada en
punta, y se inclinó discretamente hacia la joven sentada a su lado.
—Supongo, doña Manuela, que no es el primer auto de fe que
presenciáis.
—Os equivocáis. Más de una vez he sido invitada a asistir a este tipo
de ceremonias, pero nunca acepté. Y si Su Majestad no hubiera insistido
tanto en que la representara hoy, creo que…
El estruendo de las campanas de la catedral y las iglesias vecinas
ahogó el final de la frase.
La procesión entraba en la plaza.
El libro de zafiro, Gilbert Sinoué
Este extracto del texto contiene ciento veintiséis palabras, pero al autor sólo le
lleva cincuenta y cinco introducirnos dentro de un diálogo. Antes de llegar a él, y con
únicamente esas cincuenta y cinco palabras, ya sabemos que estamos en Toledo (la
plaza de Zocodover), que es por la mañana (el sol acababa de elevarse sobre la
catedral), quiénes son los personajes de esta escena (fray Hernando de Talavera,
confesor de Su Majestad, la reina Isabel de Castilla), lo cual también nos informa de la
época histórica en que va a desarrollarse la acción (siglo XV) y una discreta joven cuyo
nombre conocemos sólo dos palabras después (doña Manuela). ¿Se puede dar más
información en sólo 55 palabras? Mira qué bien lo ha hecho el autor.
Pero no le basta y Gilbert Sinoué continúa exprimiendo las setenta y una palabras
restantes: vamos a asistir a un auto de fe y ya desde el principio sabemos que doña
Manuela no disfruta con actos como ése. El narrador no lo dice directamente, eso sería
contarle al lector lo que el personaje puede decir por sí mismo: («–Os equivocáis. Más
de una vez he sido invitada a asistir a este tipo de ceremonias, pero nunca acepté. Y si
Su Majestad no hubiera insistido tanto en que la representara hoy, creo que…»). Con
estas palabras, el escritor no sólo consigue que doña Manuela conteste a la pregunta que
se le ha hecho, sino que además informa al lector del disgusto que le causa su presencia
allí.
Analicemos ahora otro par de puntos. Para ello, volvamos al texto de Anne Perry.
¿Cuántos adjetivos ha utilizado la autora en ese pasaje? No los cuentes, ya te los digo
yo: cuatro (alta, aristocrática, tajante y superior). ¿Y cuántos detalles sensoriales? Dos
(los cascos de los caballos y la voz del cochero). Recuerda: noventa y siete palabras.
En el segundo texto, el número de adjetivos es 3 (rojo sangre, larga y canosa). ¿Y
cuántos detalles sensoriales? Tres: uno visual (la luz del sol), otro táctil (fray Hernando
deslizó los dedos por su larga barba canosa) y otro auditivo: (el estruendo de las
campanas de la catedral). Ciento veintiséis palabras.
¿No han aprovechado extraordinariamente bien ambos autores un número de
palabras diminuto? Reflexiona sobre la cantidad de información que te han suministrado
y la manera sensorial que han utilizado para introducirte en la escena. Observa cómo,
con sólo 97 palabras en el primer caso y 126 en el segundo, estás situado, sabes quiénes
son los personajes, tienes una idea mental y emocional de ellos así como del espacio y
momento en el que se está desarrollando la acción. ¡Y sólo te ha llevado unos segundos
(no creo que ni llegue al minuto) leerlo!
Recuerda lo que dijimos en el Capítulo 3: si vivieras en el siglo XIX podrías
permitirte el lujo de dedicar tres páginas para decir lo que Anne Perry y Gilbert Sinoué
han transmitido en apenas un centenar de palabras, pero estás en el siglo XXI y las
cosas son distintas. Tus descripciones deben perseguir un objetivo (situar al lector,
provocar en él una emoción, hacer avanzar la historia…). No puedes entregarte a la
descripción por el mero placer de hacerlo. Recuerda que la mayoría de las palabras de tu
novela tienen un objetivo primordial: contar la historia.
Nota: antes de que me olvide de ello he de admitir que en el segundo texto he
hecho un poquito de trampa. Lo cierto es que comienza con: «Toledo, 28 de abril de
1487» y lo he quitado para demostrar que, aun sin necesidad de decirnos la ciudad y la
fecha, con sus primeras líneas el autor ya nos estaba dando esa información.
CAPÍTULO 6
1
La investigación del escenario
Tú y yo conocemos perfectamente el mundo en el que vivimos y eso nos facilita
enormemente la tarea de movernos dentro de él. Sabemos qué comer, cómo conseguir
un trabajo (bueno, esto más o menos…), dónde ir para pasar un rato con los amigos, a
quién acudir cuando tenemos un problema (de seguridad, de salud…), etc. Si este
conocimiento nos es fundamental para vivir en nuestro mundo como personas reales,
también lo es dentro del universo que has creado para tu historia. ¿Cómo podrías llevar
ese universo hasta el papel si no lo conoces? De ahí que sea necesaria la investigación.
Ahora bien, esta parte del proceso en la tarea de escritura puede convertirse en una
tela de araña que te atrape y no te deje escapar para hacer lo que realmente importa:
escribir la novela. Si no pones coto a esta tarea, te convertirás en un escritor (y los hay)
que dilata tanto en el tiempo este trabajo que acaba por no realizar el verdaderamente
importante: escribir. Así que sé eficiente cuando estés realizando la tarea de
investigación.
Es posible que te estés preguntando: «¿Eficiente? ¿Y qué es ser eficiente?
¿Cuánto debo investigar?». No puedo darte una regla exacta, pero sí advertirte de los
peligros que entraña extender demasiado esta parte del proceso. El único consejo que
puedo darte es que identifiques la información que realmente necesitas conocer para
desarrollar tu historia y sea ésa la que busques. En cualquier caso, a continuación te
muestro algunas pautas sobre cómo investigar los distintos elementos que componen el
escenario de una novela.
1. Cómo investigar el espacio
Realizar una investigación rigurosa del lugar en el que va a tener lugar tu novela es
indispensable si quieres conseguir que el lector se introduzca en ella y viva en el
escenario que le has preparado como si fuera real. Apúntate esta idea y grábatela a
fuego en la mente: cuando el escenario en el que transcurre la historia se hace real a los
ojos del lector, todo en la novela se vuelve para él mucho más verosímil que si le haces
vivir en un lugar que no se cree, un lugar en el que se siente incómodo porque le resulta
poco creíble.
Desde luego, la mejor forma de investigar un lugar es viajar hasta él y conocerlo
con tus propios ojos, tocarlo, degustar su comida, oler sus olores, pero esto no siempre
es posible y no sólo por cuestiones económicas (el bolsillo del escritor no suele ser muy
abultado), sino en muchas ocasiones por imposibilidad fáctica: ¿cómo podríamos visitar
el Nueva York del siglo XIX? Pero si sí lo es y puedes permitirte viajar hasta él,
entonces ve dispuesto a empaparte del lugar. Haz cientos de fotos, anota todos los
detalles sensoriales que tus sentidos registren: ¿cómo suena el lugar, cómo huele…?
Observa con ojos de niño y deja que la novedad te sorprenda: ¿qué encuentras diferente
a lo que has visto hasta ahora?
Cuando no sea posible habrás de utilizar otros medios para realizar tu
investigación. Pero tienes muchos al alcance de la mano. Internet es el primero de ellos
y no sólo por los miles de páginas con información valiosa que puedes encontrar, sino
por la herramienta que Google Maps pone a tu disposición.
Desempolva los viejos atlas que guardas en el trastero y tendrás el mundo
dibujado en unas páginas y a un solo vistazo (aunque ten cuidado con el cambio de
nombres de países que se hayan podido producir desde que el atlas fue publicado).
Por supuesto, cuentas con documentales, con libros de costumbres e incluso con
diarios de viajeros que pasaron por aquel lugar y dejaron escritas sus impresiones y
descubrimientos.
No deseches estas posibilidades ni siquiera cuando el escenario de tu novela sea
totalmente inventado. Este tipo de investigación te suministrará información valiosa que
podrás utilizar para dar mayor verosimilitud al universo que has creado. Aunque estés
escribiendo una novela de ciencia ficción que se desarrolle en un planeta de una estrella
situada a cientos de miles de años luz de aquí, puedes basarte en una localización real e
inspirarte en ella para crear la tuya propia.
Por supuesto, llévate de vuelta a casa todos los elementos de los que se compone
un lugar: el clima, la vegetación, los rasgos geográficos, la arquitectura… Si es un
pueblo, tendrás que recolectar datos sobre la topografía, la fauna y la flora. Si es una
ciudad, aunque también deberías recopilar información de este tipo, quizá te interese
más el tipo de arquitectura que domina, los transportes, los lugares de ocio a los que
acude mayoritariamente la población, etc.
Si realizas un buen trabajo de investigación, contarás con suficiente material para
crear un agudo sentido del lugar, enriqueciéndolo con una buena cantidad de detalles
específicos que lo harán real.
2. Cómo investigar el tiempo
Aunque la historia que narras en tu novela tenga lugar en la época actual, no basta con
señalarlo así, de forma genérica. Tendrás que definir mucho más el tiempo en el que se
desarrolla y decidir si te interesa especificar los hechos relativos a un determinado año,
mes o incluso si es preciso reducirlo a una serie concreta de días.
Si, por el contrario, tu novela es ficción histórica, entonces tendrás que investigar
acerca del periodo específico del pasado en el que tiene lugar. ¿Cuánto investigar y
cómo? Dependerá de las necesidades de tu historia y de la profundidad con que quieras
reflejar la época en que se desarrolla. Mi consejo es que, aunque necesites una
investigación rigurosa, no te dilates en el tiempo a la hora de realizarla porque puedes
acabar siendo un experto de la época que investigas, pero no escribiendo la novela.
Sucede mucho, así que ten cuidado: investigar es necesario, pero escribir la historia lo
es mucho más.
A la hora de decidir con qué detalle quieres describir el marco espacio-temporal
de tu novela deberás tener en cuenta a tu lector ideal: ¿se trata de un lector que desea
encontrar en la historia, además de la historia en sí, un poso nutritivo de detalles
históricos y de nuevos conocimientos que absorber, o tienes un lector al que le interesa
más la ficción y que cree que todo lo que la rodea no es sino una capa necesaria para
darle verosimilitud a la historia?
Son decisiones que te toca tomar a ti. Sopésalas con cuidado y actúa conforme a
ellas.
3. Cómo investigar el contexto
Cuando estés investigando el contexto sociocultural y religioso de la época en que se
desarrolla tu historia, tendrás que trasladar tu mente a ese periodo y aprender a pensar
como se pensaba y se sentía en esa época, porque es la única forma en que podrás
trasladar ese tipo de pensamientos, sentimientos y creencias a tus propios personajes. Si
tu novela tiene lugar durante la Edad Media, tu mentalidad de hombre o mujer del siglo
XXI no vale. Has de realizar un esfuerzo y, después de estudiar la época a fondo,
trasladar su modo de pensar a tus personajes.
Recuerda que el contexto es lo que nos ayuda a entender por qué la gente de una
época determinada se comportaba así o asá, y tus personajes van a vivir en esa época, de
modo que tienes que hacerlos actuar conforme al modo de vivir, pensar y sentir de ese
periodo.
Hoy en día, por ejemplo, la forma en que se expresan los personajes de Las
aventuras de Huckleberry Finn y el uso de epítetos racistas para describir a Jim, el
amigo esclavo de Huck, nos llaman la atención y nos parecen ciertamente
extemporáneos, pero no era así en la época en que Mark Twain escribió la novela. De
modo que aunque ese tipo de lenguaje resulte ofensivo para algunos lectores de hoy en
día, lo cierto es que esas expresiones eran de uso común en aquel momento y hablar de
un “afroamericano” habría sido absurdo.
Otro ejemplo es el Frankenstein de Mary Shelley. No se puede entender esa
novela sin empaparse de los elementos románticos (entre los que se encuentran el
sentimiento de soledad, por ejemplo) y de la transformación que experimentó el mundo
de aquella época en el que la Revolución Industrial comenzaba a cambiarlo todo.
Frankenstein, un monstruo creado por el hombre al que el hombre abandona (soledad),
es una alegoría de cómo la tecnología puede destruirnos, y no se entendería así fuera de
la época en que Mary Shelley la basó.
De modo que, a la hora de investigar el contexto en el que tu novela se va a
desarrollar, que no te preocupe sólo cómo vivían, comían o vestían los hombres de
aquella época. Captura el modo de pensar y sentir, y trasládalo a tus personajes.
4. Planificación de los elementos del escenario
Un buen consejo es que planifiques de forma individual los distintos elementos que
componen el escenario de tu novela a fin de que éste sea verosímil, y para ello nada
mejor que hacerte una pequeña lista e ir tachando ítems a medida que los vayas
completando. Aquí te dejo una, basada en la de un artículo publicado en el Writer’s
Digest, con los elementos básicos a los que debes prestar atención:
Localización: país, región, ciudad, vecindarios, calles…
Época del año: las estaciones, por supuesto, pero también si se desarrolla en
una fecha especial, como vacaciones, Navidad, Año Nuevo…
Momento del día: ten en cuenta que habrá ocasiones en las que las escenas de
tu novela discurrirán a lo largo de distintos periodos de tiempo (dentro de un día) y que
debes mantener orientado al lector en todo momento en lo que se refiere al transcurso
del tiempo.
¿Recuerdas que al principio del libro, en el Capítulo 1, te aconsejaba que a la hora
de construir la escaleta de tu novela añadieras un apartado específico para anotar el
momento del día en el que se está desarrollando cada escena? Aquí tienes el porqué de
ello: que tengas claro el momento en que tiene lugar cada escena hará que sepas
transmitirle esa claridad al lector y lo mantengas orientado.
También debes ocuparte de ello cuando suprimas cierto período de tiempo. El
paso de los minutos, horas, días, semanas, meses, etc., es algo que de una u otra forma
debes hacerle saber o el lector se perderá y empezará a pensar que la historia no “suena”
real, verosímil.
La geografía del lugar: incluye en este apartado todo lo relativo a los aspectos
relacionados con la topografía, el clima, la vegetación, la fauna, etc., y ten en cuenta el
modo en que estos elementos pueden influir en el carácter de tus personajes. Ten por
seguro que no será el mismo si tu novela se desarrolla en el desierto que si lo hace en el
Polo. El estilo de vida (definido en gran medida por este tipo de elementos) influye de
manera notable en la forma de ser, pensar e incluso sentir.
Tanto los personajes como los propios hechos que suceden en una novela se verán
influenciados, de una forma u otra, por estos elementos y ello definirá en cierto modo el
tono y la atmósfera que crees para la historia.
Época: el momento histórico en el que transcurre la novela es fundamental, ya
lo hemos hablado. Los hechos que hayan sucedido en ese período concreto van a influir
en los acontecimientos que vivan tus personajes y en cómo respondan a ellos. Del
mismo modo lo harán también ante las costumbres de la época, la forma de pensar, el
ambiente sociocultural y religioso en que se muevan, etc.
Pregúntate siempre de qué forma influyen en tus personajes elementos como los
valores, los papeles que cada uno debe desempeñar en la sociedad y en la familia, las
creencias o el modo de pensar de la época, y ten en cuenta las respuestas a la hora de
construir la historia.
Investiga, toma nota y planifica estos elementos con detalle, de manera que los
tengas presente en todo momento y te resulte más sencillo “dibujar” el escenario en el
que se desarrolla tu novela.
2
Algunos consejos finales
Llegamos al final del libro y vamos a terminarlo con algunos consejos finales sobre qué
hacer y qué no a la hora de introducir el escenario de tu novela.
1. No empieces la novela con la descripción de un lugar
Al igual que se recomienda no hacerlo con un sueño o con la alarma de un despertador
que suena o con un diálogo (aunque con este último punto yo no estoy de acuerdo), uno
de los consejos que encontrarás con más frecuencia cuando busques información sobre
cómo empezar una novela es el de no hacerlo con la descripción de un lugar. Sobre todo
si es una descripción larga. No lo hagas. Empezar una novela de forma estática no es
una buena idea. Todo lo contrario, es un modo bastante efectivo de perder al lector.
2. Tampoco utilices el escenario…
… ni introduzcas nuevos aspectos sobre él cuando abras un nuevo apartado de la
historia que incluye un cambio en el punto de vista. Imagina que hace un par de
capítulos que dejaste a tu personaje, llamémosla María, con sus asuntos. Durante quizá
veinte páginas has hecho viajar al lector en la historia a través del punto de vista de otro
personaje y ahora quieres volver al de María. En casos como éste no debes retomar el
punto de vista de María comenzando con una descripción del lugar donde está o, peor
aún, incluyendo nuevos elementos del escenario que son desconocidos para el lector. Si
lo haces, le estarás liando.
3. ¡Cuidado con los flashbacks!
Un flashback es una vuelta al pasado. A veces son necesarios, por supuesto, sobre todo
si quieres introducir algo de misterio o dar una explicación sobre algún aspecto del
personaje. También son un buen modo de determinar el escenario, pero no abuses de
ellos. Si tienes que utilizarlos, que sean cortos y vayan al grano y, sobre todo (y una vez
más), no empieces la novela con un flashback.
4. ¡Investiga!
¡Cuidado con la investigación! Puede transformarse en una forma de procrastinación de
la que, si se alarga mucho, nos resultará difícil salir. Ahora bien, que no la utilicemos
para posponer nuestro trabajo real, que es escribir, no significa que no debamos
realizarla. A la hora de escribir una novela, tendrás que investigar elementos muy
variados y uno de ellos será el escenario. Si quieres que resulte verosímil y evitar esas
meteduras de pata que a veces encontramos en algunas historias y que, como lectores,
reprobamos, realiza una investigación seria y rigurosa del lugar y tiempo en el que vas a
desarrollar la tuya. Nunca des por hecho que sabes algo. ¡Compruébalo y asegúrate de
que estás en lo cierto!
Así que investiga. A veces es una tarea pesada, lo sé, pero en la mayoría de los
casos será muy provechosa porque no sólo te ayudará a darle una mayor riqueza visual a
la novela y una mayor credibilidad, sino que la propia investigación se convertirá en
fuente de nuevas ideas, bien para la historia que estás escribiendo, bien para otras
futuras.
5. Usa sólo lo que necesites
Es una tentación, lo sé: has investigado tanto y conoces tan bien el lugar y la época en
que se desarrolla tu novela que tu mente está llena de datos que quieres llevar al texto.
¿Sería un desperdicio no hacerlo, verdad? Pues no. El lector no necesita saber todo lo
que tú has aprendido sobre la Inglaterra medieval para introducirse en tu novela y
disfrutarla. Párate a pensar e incluye sólo aquello que sea estrictamente necesario, lo
que el lector verdaderamente precisa y nada más.
6. Y cuando lo necesites
No agobies al lector con largos pasajes de información. Es mucho más efectivo
distribuirla convenientemente a lo largo de toda la novela en “pequeños paquetes” que
sean asumibles para una lectura ágil y que no interrumpan el curso de la acción. Muchos
lectores de ficción no sólo leen por el simple entretenimiento, sino que también esperan
aprender algo de tu novela, y ésta es una demanda que debes satisfacer, pero siempre
teniendo presente que estás escribiendo ficción, no un ensayo. Si, al añadir información
sobre el escenario te das cuenta de que estás interrumpiendo la acción y restando tensión
a la historia, vuelve atrás y borra todo aquello que esté enlenteciendo el desarrollo de la
novela.
7. Escenario y narrador omnisciente
Utiliza un narrador omnisciente para describir el escenario cuando la magnitud de éste
sea tan grande que quede fuera del alcance del punto de vista de un personaje o cuando
incluya información a la que el personaje no tiene acceso por sí mismo. El punto de
vista omnisciente nos permite mostrar todo aquello que deseemos desde tan lejos o tan
cerca como queramos.
8. Escenario y narrador en tercera persona limitado
Cuando necesites que el lector se identifique con el lugar en el que se está desarrollando
la historia, traslada la visión del escenario a un personaje y llévala a la página desde el
punto de vista de éste, incluye las emociones que le produce y deja claro cómo se siente
respecto al lugar y el momento en el que se encuentra.
9. Utiliza hechos reales (o tan reales como puedas)
Incluso aunque el escenario de tu novela sea inventado, intenta ser tan fiel a la verdad
como puedas. Si la ciudad que has inventado se encuentra en el norte de Europa,
investiga cómo se vive allí, cuál es su clima, el tipo de sociedad, cultura y costumbres
de esa parte del mundo y luego adáptalo a tu creación. Ten por seguro que serán muy
diferentes de las de una aldea en mitad de la selva amazónica. Incluso un lugar cuya
situación en el mapa no hayas definido con mucha claridad necesita que incluyas
“hechos reales” para parecer verosímil.
10. Un escenario totalmente convincente
Se logra incluyendo, además, la historia, las emociones y las actitudes que el lugar y la
época provocan en la gente que vive en él. Pregúntate qué parte de la historia del
escenario en el que tiene lugar tu novela ha influido en los sentimientos y actitudes de
sus habitantes. Cuáles de ellos son interesantes o importantes para tu novela y cómo vas
a incluirlos en ella.
11. Al abrir la novela…
Elige con cuidado qué aspectos del escenario vas a mostrar con el fin de establecer el
tono general de la obra. ¿Qué es lo que quieres evocar en el lector? ¿Melancolía?
¿Humor? ¿Miedo…? ¿Cuál es el tipo de historia que se va a encontrar? Presta también
especial atención al punto de vista con el que vas a abrir. Quizá un narrador omnisciente
es la mejor opción en este momento, cuando el punto de vista de un personaje
determinado todavía no está asentado en la mente del lector. Sé muy cuidadoso al elegir
todos estos elementos en el inicio de la novela. Recuerda que deberás responder
adecuadamente a las expectativas que ya desde este mismo instante estás sembrando en
el lector.
12. Y al cerrarla…
Tendrás que prestar la misma atención y poner el mismo cuidado, porque en el
final de la novela te juegas qué regusto vas a dejar en la boca del lector. ¿Con qué sabor
quieres que se vaya cuando cierre el libro?
GRACIAS
Gracias por haber confiado en mí a la hora de aprender a construir el escenario de tu
novela. Espero que lo que acabas de leer te ayude a mejorar como escritor, pero para
que los nuevos conocimientos que has adquirido sean realmente efectivos no puedes
dejarlos aquí, escritos en estas páginas: tienes que hacerlos tuyos y llevarlos a la
práctica en tus escritos.
Ve aplicándolos poco a poco, de manera consciente, tanto en textos que ya hayas
escrito como en aquéllos que escribirás en el futuro. Si lo haces así, acabarás por
interiorizarlos hasta que su práctica se convierta en algo automático.
¡Ánimo! Ya sabes lo que dice el refrán: la práctica hace al maestro.
¿Me harías un favor?
Si el libro te ha gustado y te ha resultado útil, ¿te importaría dejar un comentario en
Amazon? Sólo te llevará unos minutos, que es poco esfuerzo para cumplir con tu buena
acción del día, y a mí me ayudarás muchísimo ;-).
Si, además, te apetece, puedes dejarme un comentario en el blog o a través de un tuit
(@ana_bolox) o en mi página de Facebook (https://www.facebook.com/AnaBolox/)
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Te invito a que visites mi blog, www.anabolox.com, donde tienes un montón de
artículos y recursos a tu disposición y a que te descargues de forma gratuita mi ebook
“19 consejos que mejorarán tu novela”.
MÁS LIBROS Y CURSOS DE ANA BOLOX
No ficción: libros para escritores
Los 4 pilares de la ficción
Cómo construir tu novela en 10 preguntas
Ficción:
Carter & West
Carter & West 2: Quadrivium
Las cosas y casos de la señora Starling 1: Un cadáver muy frío
Las cosas y casos de la señora Starling 2: Muerte en los Hamptons
Las cosas y casos de la señora Starling 3: Crimen imprevisto.
Crispin Horsfall: La tumba de Vera Thwait.
Talleres:
Taller de novela policíaca
Cápsulas de novela policíaca (el narrador, los personajes, ingredientes básicos
de la novela policíaca, la estructura).
Servicio de mentoría para escritores.
Más títulos, tanto de ficción como de no ficción, muy pronto.
Sobre la autora
Ana Bolox es licenciada en filología inglesa. Ejerce como profesora de idiomas, español
e inglés, y ha trabajado como traductora de textos científicos. Es escritora de novela
policíaca y editora de su propio blog, Detrás de un escrito, donde imparte y ofrece tanto
talleres de novela policíaca como un servicio de mentoría para escritores.
En 2015 publicó en ebook su primer libro de ficción, una serie policíaca que lleva
el título genérico de Carter & West, que se desarrolla en la Inglaterra de la posguerra y
publicado en papel, un año después, por Medianoche Editorial, y cuyo segundo número
verá la luz en breve. En 2017 ha publicado el primer número de una nueva serie: Las
cosas y casos de la señora Starling, cuya primera novela tiene por título Un cadáver
muy frío.
Publica también libros de ayuda al escritor, como éste que tienes entre tus manos,
Los 4 pilares de la ficción o Cómo construir tu novela en 10 preguntas.
Además, ha desarrollado cursos como “Gestión del tiempo para escritores” o
“Mindset para escritores” en la plataforma MOLPE.
Asimismo, publica artículos en las revistas Moon Magazine y Solo Novela Negra.
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Lista de avisos de libros de ficción.
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