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¿«CLAN» Y/O GALDOS? Stephen Miller E n los últimos meses de 1984 se publican cuatro ediciones de La Regenta, y se promete otra más para un turo próxi- mo (1). La primera traducción al inglés ha salido, publicada simultáneamente en edi- ción de bolsillo y encuadernada en Inglaterra y los Estados Unidos (2). Y, se dice que La Regen- ta es la segunda novela de la literatura española después del Quijote, que «lo de 'La heróica ciu- dad dormía la siesta' puede acabar siendo tan conocido como lo de 'En un lugar de la Man- cha' ...» (3). Tanto bombo y platillo están provocando cier- tas disidencias. Durante la presentación de una de las nuevas ediciones de rtunata y cinta, el editor Francisco Caudet y los prosores Julio Rodríguez Puértolas (conocido estudioso y edi- tor de Galdós) y José Alvarez Junco disputaron el rango de La Regenta a vor de dicha novela galdosiana (4). Si aquellos prosores intentaron reivindicar a rtunata y Jacinta desde un en- que socio-literario, o ancamente marxista, los que abogan por la novela de Alas lo hacen desde una perspectiva más puramente literaria. Citan la direncia entre Balzac y Flaubert como caso paralelo el Galdós-Alas; una comparación que hace hincapié en, precisamente, los valores co- munes a Flaubert y Alas, no tan característicos de Balzac y Galdós. Y dado que la estética Flau- bert-Alas está más cerca a los gustos contempo- ráneos reinantes que la de Balzac y Galdós, se comprende el punto de vista desde el cual se va- lora en tanto La Regenta. El asturiano rancio y clarinista veterano Jesús Evaristo Casariego es más comedido en su reac- ción al gran éxito de que goza la novela de «Clarín». Concede a rtunata y Jacinta y a La Regenta un puesto de igualdad como las dos grandes novelas nacionales del siglo XIX. Sin embargo le molesta el tanto hablar en «el diti- rambo y la hibérbole» de la historia de Vetusta; en esto cree ver «uno de esos contrastes impul- sivos y nada intelectuales tan característicos» de 134 España: «pensar y sentir pasionalmente a banda- zos» (5). Y añade: «En 1884, padecimos de una verdadera «escasez» clariniana; en 1984, me atrevo a decir que estamos presenciando una verdadera 'inflación' clariniana». Francisco Aya- la, que nunca es dado a grandes entusiasmos en sus ponderados juicios literarios, expresa tam- bién cierta reserva ente a la exaltación de La Regenta. Después de hacer determinadas preci- siones en torno a la segunda novela de «Clarín», Su único hijo (1891), menciona «la glorificación oficial de La Regenta» y «el peligro de que suce- da con Leopoldo Alas lo mismo que con Cer- vantes, al unir el nombre a un sólo libro, con la exclusión del resto» (6). Desde una perspectiva menos dependiente del criterio personal, es obvio que la mente po- pular, el mundo editorial y el académico se preocupan muchísimo más por Galdós que por «Clarín». Desde agosto de 1983 TVE ha repues- to versiones cinematográficas de Fortunata y Ja- cinta, Nazarín y rianela; también presentó una producción original de La de San Quintín. En septiembre del 83 se estrenó en el Teatro de la Comedia, de Madrid, la tragicomedia de Ri- cardo López Aranda Isabel J reina de corazo- nes; se trata de una visita, en diciembre de 1902, de Galdós a la reina vieja y destronada en París. Desde el 24 de octubre hasta el 15 de enero de 1984 se mantuvo en cartel (en el Teatro Bellas Artes en Madrid) la nueva versión de Casandra por Francisco Nieva. Durante este período han salido dos ediciones de rtunata y cinta, y otras de Misericordia, Doña Peecta, Marianela, Trlgar y La de Bringas: también la primera edición de Rosalía, una novela galdosiana inédi- ta de 1871, e comentada por casi todos los pe- riódicos del país. Finalmente, en enero del 84, la devolución del manuscrito de El doctor Centeno a manos españolas, después de cuarenta y cinco años bajo la custodia de la embajada de Francia, coincidió con el anuncio de un proyecto de tra- ducir la obra completa de Galdós al ancés en Hitos y mitos de «La Regenta»

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  • ¿«CLARIN» Y/O GALDOS?

    Stephen Miller

    En los últimos meses de 1984 se publican cuatro ediciones de La Regenta, y se promete otra más para un futuro próximo (1). La primera traducción al inglés

    ha salido, publicada simultáneamente en edición de bolsillo y encuadernada en Inglaterra y los Estados Unidos (2). Y, se dice que La Regenta es la segunda novela de la literatura española después del Quijote, que «lo de 'La heróica ciudad dormía la siesta' puede acabar siendo tan conocido como lo de 'En un lugar de la Mancha' ... » (3).

    Tanto bombo y platillo están provocando ciertas disidencias. Durante la presentación de una de las nuevas ediciones de Fortunata y Jacinta, el editor Francisco Caudet y los profesores Julio Rodríguez Puértolas ( conocido estudioso y editor de Galdós) y José Alvarez Junco disputaron el rango de La Regenta a favor de dicha novela galdosiana ( 4). Si aquellos profesores intentaron reivindicar a Fortunata y Jacinta desde un enfoque socio-literario, o francamente marxista, los que abogan por la novela de Alas lo hacen desde una perspectiva más puramente literaria. Citan la diferencia entre Balzac y Flaubert como caso paralelo el Galdós-Alas; una comparación que hace hincapié en, precisamente, los valores comunes a Flaubert y Alas, no tan característicos de Balzac y Galdós. Y dado que la estética Flaubert-Alas está más cerca a los gustos contemporáneos reinantes que la de Balzac y Galdós, se comprende el punto de vista desde el cual se valora en tanto La Regenta.

    El asturiano rancio y clarinista veterano Jesús Evaristo Casariego es más comedido en su reacción al gran éxito de que goza la novela de «Clarín». Concede a Fortunata y Jacinta y a La Regenta un puesto de igualdad como las dos grandes novelas nacionales del siglo XIX. Sin embargo le molesta el tanto hablar en «el ditirambo y la hibérbole» de la historia de Vetusta; en esto cree ver «uno de esos contrastes impulsivos y nada intelectuales tan característicos» de

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    España: «pensar y sentir pasionalmente a bandazos» (5). Y añade: «En 1884, padecimos de una verdadera «escasez» clariniana; en 1984, me atrevo a decir que estamos presenciando una verdadera 'inflación' clariniana». Francisco Ayala, que nunca es dado a grandes entusiasmos en sus ponderados juicios literarios, expresa también cierta reserva frente a la exaltación de La Regenta. Después de hacer determinadas precisiones en torno a la segunda novela de «Clarín», Su único hijo (1891), menciona «la glorificación oficial de La Regenta» y «el peligro de que suceda con Leopoldo Alas lo mismo que con Cervantes, al unir el nombre a un sólo libro, con la exclusión del resto» (6).

    Desde una perspectiva menos dependiente del criterio personal, es obvio que la mente popular, el mundo editorial y el académico se preocupan muchísimo más por Galdós que por «Clarín». Desde agosto de 1983 TVE ha repuesto versiones cinematográficas de Fortunata y Jacinta, Nazarín y Marianela; también presentó una producción original de La de San Quintín. En septiembre del 83 se estrenó en el Teatro de la Comedia, de Madrid, la tragicomedia de Ricardo López Aranda Isabel JI, reina de corazones; se trata de una visita, en diciembre de 1902, de Galdós a la reina vieja y destronada en París. Desde el 24 de octubre hasta el 15 de enero de 1984 se mantuvo en cartel (en el Teatro Bellas Artes en Madrid) la nueva versión de Casandra por Francisco Nieva. Durante este período han salido dos ediciones de Fortunata y Jacinta, y otras de Misericordia, Doña Perfecta, Marianela, Trafalgar y La de Bringas: también la primera edición de Rosalía, una novela galdosiana inédita de 1871, fue comentada por casi todos los periódicos del país. Finalmente, en enero del 84, la devolución del manuscrito de El doctor Centeno a manos españolas, después de cuarenta y cinco años bajo la custodia de la embajada de Francia, coincidió con el anuncio de un proyecto de traducir la obra completa de Galdós al francés en

    Hitos y mitos de «La Regenta»

  • los próximos años; a esta magna obra siguió la traducción de La Regenta.

    Parece, pues, que cualquier intento de elevar «los valores Clarín» en la bolsa cultural a expensas de «los Galdós», o a base de sólo La Regenta, es timorato. Se comprende el gran ahínco de los clarinistas en hacer que se les adjudique a Alas y su obra un lugar mucho más público y destacado en la conciencia literaria de la gente. Pero es un empeño muy diferente decir que La Regenta, o cualquier otra novela del siglo XIX o del XX,tenga una categoría semejante a la del Quijote(7). Muy probable es, en cambio, que la «segunda» novela, sea cual fuere, esté siempre muy ensegundo lugar. lCómo pretender que una razatenga dos síntesis globales de su ser y estar en elmundo? O lque una obra de «ayer» reciba tal reconocimiento si no es por «bandazos»? En lugarde dividir el mundo literario entre clarinistas ygaldosistas, creo interesante aprovechar el másque merecido interés despertado por «Clarín» ysu obra para emprender un ensayo de comprensión de «Clarín» y Galdós juntos. Un ensayojustificado no sólo por la tendencia equivocadaen estos días de enfrentarlos a los dos, sino porrecordar que su relación era muy otra: nadie ensu tiempo escribió tanto y tan bien de Galdóscomo Alas; y nadie tan buen lector contemporáneo de La Regenta como don Benito, prologuista de su 2: edición, y que advirtió a «Clarín» en1885 su intención de pedir prestados elementosde esa novela para su obra futura (8).

    * * *

    Sobre las diferencias de temperamento, familia y situación personal, me parecen decisivas en las trayectorias vitales de Galdós y «Clarín» las fechas respectivas de nacimiento: 1843 y 1852. Cuando abandonó en 1862 el pequeño mundo de su provincia canaria, llegó al Madrid en que se iba fraguando lentamente la Revolución de septiembre de 1868. No importa -desde nuestra perspectiva aquí- que fracasara la revolución al dar en la Restauración (1874). A pesar de reconocer plenamente lo funesto que llegaron a ser los años 70 y 80 para sus ideales liberales, Galdós mantuvo siempre algo del optimismo sociopolítico de su primera etapa madrileña. Después de participar y presenciar momentos tan aciagos como la noche de San Daniel (10-IV-65), la sublevación de los sargentos del cuartel de San Gil (22-VI-66), y su paso por la calle de Alcalá a ser fusilados, Galdós creía haber visto y vivido varios años de lo que podía haber sido una España nueva y mejor. En la obra póstuma de senectud Memorias de un desmemoriado, recuerda que estaba de viaje entre París y Las Palmas con su familia cuando estalló la Septembrina. Desde «el vapor América, correo de Canarias», en el puerto

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    de Barcelona, Galdós «presenció una revolución de alegría, de expansión en un pueblo culto»; y mientras su familia siguió para Canarias, el joven Galdós, hombre mucho más del centro del país que de la periferia, bajó del barco para «llegar a la Villa y Corte» y tener «la inmensa dicha de presenciar, en la Puerta del Sol, la entrada de[l general liberal] Serrano ... Ovación estruendosa, delirante» (9). Y a los pocos días vino «Prim, el héroe popular de aquella revolución», y el hombre cuya muerte a raíz de un atentado selló para Galdós -en retrospectiva- el fracaso de la revolución democrático-popular (10).

    «Clarín» tiene nueve años menos que su amigo. Cuando deja la universidad ovetense para la Central de Salmerón, Camús, Canalejas y Giner en el otoño de 1871, la Revolución ha perdido a Prim y la debilidad del efímero reinado de Amadeo de Sabaya da pie a que se prepare otra guerra carlista. Y el Madrid que conoce no es el del joven Galdós ocho años antes; el centro nacional no es ya el foco de aquellos inspiradores «episodios nacionales» de los 60, sino un gran río revuelto con la reacción a la expectativa. Juan Oleza habla del debate interior clariniano entre «el amargo desencanto presente y la esperanza remota en la germinación interna de los ideales revolucionarios» (11). Aunque dieran en muy poco, la década de los 60 era para Galdós una época de «germinación interna» de la revolución que había que hacer, y que produjo la Constitución de 1869 con sus garantías referentes al «sufragio universal, libertad de cultos, de enseñanza, de imprenta, de reunión y asociación, y la conveniencia de la Monarquía constitucional como forma de gobierno» (12).

    Que yo sepa, no existe ninguna declaración clariniana equivalente a la galdosiana que citaré a continuación, y que proviene de «Observaciones sobre la novela contemporánea en España» (13). Para Galdós en 1870 la clase media, la responsable de la Revolución, «es hoy la base del orden social»; «asume por su iniciativa y por su inteligencia la soberanía de las naciones, y en ella está el hombre del siglo XIX con sus virtudes y sus vicios, su noble e insaciable aspiración, su afán de reformas, su actividad pasmosa». La novela que Galdós ambiciona para España tiene que dar forma», «ser la expresión de cuanto bueno y malo existe en el fondo de esa clase, de la incesante agitación que la elabora, de ese empeño que manifiesta por encontrar ciertos ideales y resolver ciertos problemas que preocupan a todos». Mucho más característicos de «Clarín» son los comentarios satíricos que recuerdan a Larra, o el hablar de tales aspiraciones, afanes, agitaciones e ideales como de algo no realizado y que le hace falta a la sociedad española. Galdós podía distanciarse de esa misma realidad. Por haber vivido un poco del potencial de la so-

  • ciedad, no permitía que se le extinguiera una visión esperanzadora. Donde «Clarín» y Larra dan rienda suelta a su ingenio satírico, que no deja títere con cabeza, Galdós se limita al comentario irónico en el cual se conserva, por el contrario, la visión de una sociedad mejor organizada.

    * * *

    Un segundo foco de atención en la relación «Clarín»-Galdós muy bien puede ser la vida provincial que constituyó el ambiente normal de Alas y la residencia madrileña preferida por Galdós. Según Juan Antonio Cabezas el joven estudiante Alas, que pasa su primera etapa en Madrid durante el otoño de 1871, «no satisface ninguna de las curiosidades espirituales que pensaba satisfacer... y, en cambio, sufre una aguda crisis de melancolía... 'en aquel Madrid que [le] parecía tan grande y tan enemigo en su indiferencia para [sus] sueños y [sus] ternuras'» (14). Como descanso de Madrid «qarín» salí_a de la ciudad para esperar la noche, mirando amba, buscando «en el cielo estrellado esa 'mitad del paisaje de nuestra tierra, que es común a todos los desterrados'» (15).

    A diferencia del licenciado Alas que va a Madrid para doctorarse, y que toma muy en serio sus estudios, Galdós es sólo bachiller cuando se matricula en la Universidad Central en otoño de 1862. Sus novelas ambientales en esta época, sobre todo El doctor Centeno, confirman la versión de las Memorias de un desmemoriado de los primeros tiempos madrileños suyos: se escapaba de las cátedras para «gandulear por las calles, plazas y callejuelas, gozando en observar la vida bulliciosa de esta ingente y abigarrada capital» (16). Lo que para «Clarín» era motivo de melancolía le sentaba a Galdós de maravilla. El Madrid de doña Berta y el de Felipe Centeno -creaciones de autores de cuarenta años justos-no podrían ser más diferentes. No sólo por lo que les ocurre, sino también por la manera de reaccionar a su experiencia, por su manera de narrarla. En La Regenta Madrid apenas existe si no es el lugar a donde va Mesía «a cepillar un poco el provincialismo» (Cap. V). En Fortunata y Jacinta Madrid es España. Galdós, desde «Observaciones» y doña Perfecta hasta sus actuaciones como presidente de la Conjunción republicano-socialista y diputado republicano a Cortes en pleno siglo XX, considera «la Villa y la Corte» como el punto donde se reunen las posibilidades de progreso nacional. Para «Clarín», como se aprecia en el cuento «De la comisión» y La Regenta (Cap. VIII), Madrid es sólo el centro administrativo donde se coordina la división de poderes y espolios efectuada y disfrutada por caciques de provincia como el Marqués de Vegallana y Mesía mismo.

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    Teniendo presentes estas experiencias tan distintas de la Revolución de 1868 y de Madrid como centro nacional, podemos entrar en materias más propiamente literarias. A pesar de ser gran viajero europeo, empezando con su primer viaje al París de la Exposición Universal en 1867, Galdós nunca llegó a dejarse dominar por lo extranjero como Alas, que probablemente no salió del triángulo formado por Oviedo-Zaragoza-Andalucía. En el prefacio a Solos de Clarín (1881) «Clarín», como podría haberlo dicho Larra, comenta que «ahora los muchachos españoles somos como la isla de Santo Domingo en tiempo de Iriarte: mitad franceses, mitad españoles; nos educamos mitad en francés, mitad en español, y nos instruimos completamente en francés» (17). Galdós, quizás por haber dejado sus estudios universitarios mucho antes que «Clarín», se formó en un ambiente mucho más nacional en el cual como admite ser Alas, ser «afrancesado» no era aceptable (18).

    Otro factor que hay que tener en cuenta al tratar de las divergencias literarias entre «Clarín» y Galdós es la relación en su obra entre la parte crítica y la creativa. Los dos empiezan con una gran afición a la comedia, pero la olvidan pronto a favor de una combinación de crítica periodística y un cuento de vez en cuando; me refiero al Galdós de los 60, al «Clarín» de los 70. La crítica de estas dos épocas respectivas evidencia en ellos una búsqueda, por medio de suslecturas y juicios, de lo que debe ser la literaturaidónea, necesaria para el momento histórico quevive el país. Aunque Galdós no es reacio a condenar la mala literatura y sus autores, deja pronto -a diferencia de «Clarín», pero como Armando Palacio Valdés (autor con Alas en 1882 del libro de crítica La Literatura en 1881)- la labor dedecir la «verdad desnuda en estilo llano» (19).«Clarín» pasó a ser una especie de pararrayos dela buena literatura en contra de la mala. Muy asu pesar se convirtió en «aquel héroe romano»que «se puso en mitad de un puente para contener él solo a todo un ejército» de plumíferos detoda ralea (20). Galdós optó por la creación. Sibien ésta le creó enemigos al incluir novelas como Doña Perfecta y Gloria, no le expuso a la irade los «tantos gacetilleros, optimistas con veinteduros al mes» y de sus favorecidos (21). Decuando en cuando don Benito casualmente volvía a hacer crítica, o escribía de buenos libros yautores de su preferencia, o se dejaba llevar porla «corriente de benevolencia universal» de laque se separó «Clarín» desde su primer libro.

    Al comprender Galdós la novela que hacía falta para España en 1870, trazó, en el tan citado artículo «Observaciones», un plan de creación novelesca que le ocupó más de diez años en realizar por primera vez en La desheredada (22). Dudaba, se demoraba a veces, pero siempre te-

    Hitos y mitos de «La Regenta»

  • nía esa idea de dar y ser la voz del movimiento social de la clase media desde un punto de vista nacional. «Clarín», por el contrario, no tuvo la suerte galdosiana de recibir lo que Montesinos, refiriéndose a «Observaciones», llama «una revelación súbita de sus propios destinos» como creador (23). Digno de notar es cómo anuncia a Galdós, con quien estaba en contacto constante a partir de 1879, su gran novela: «No sé si sabrá V d. que yo también me he metido a escribir una novela, vendida ya (aunque no cobrada) a Cortezo, de Barcelona. Si no fuera por el contrato, me volvería atrás y no la publicaba: se llama La Regenta y tiene dos tomos -por exigencias editoriales» (24). Y quizás más significativo aún que la manera ésta -como de soslayo- de enterar a Galdós de su libro, es la oración siguiente: «Creo que empieza demasiada gente a escribir novelas y al pensar, de repente, que yo también voy a prevaricar me dan escalofríos». Acto continuo refuerza esta declaración de falta de confianza en su vocación como novelista: «Me veo [en La Regenta] pesado, frío, desabrido, ... y en fin, ha sido una tontería meterse a escribir novelas».

    En este contexto es posible que el estudio más sorprendente -para el no especialista al menos- del número de Los Cuadernos del Norte dedicado a La Regenta sea «Noticia de otras novelas largas del autor de La Regenta» de Martínez Cachero (25). Entre 1880 y su muerte dejó en forma fragmentaria seis de los ocho proyectos novelísticos conocidos. El hombre tan seguro de su razón, vocación y habilidad críticas, se revela dubitante e inseguro como narrador; no claro está, en las dos novelas terminadas, o en la mayoría de los cuentos, sino a la hora de ponerse a emprender y terminar una creación.

    Por la poca correspondencia galdosiana que nos queda y por las obras no publicadas (Unjoven de provecho-ll867?, El hombrefuerte-1870) y dejadas como fragmento (Rosalía-1872), se sabe que don Benito sufría ataques de falta de confianza. Pero no se dejó dominar, por lo visto, tanto como Leopoldo Alas. Guiado por su plan, sin las distracciones de la cátedra y el periodismo como medio de suplementar el presupuesto familiar, Galdós escribía sin parar. Guardaba para la próxima novela, como vio tan acertadamente Montesinos, las rectificaciones y las reformas que le sugería sobre la marcha la novela en que trabajaba.

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    Otra faceta de las diferencias entre Galdós y «Clarín» como narradores puede ser señera. La correspondencia entre nuestros dos autores referente a La Regenta contiene una advertencia

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    de Galdós para «Clarín» que puede parecer curiosa de primera intención: «Pero Vd. ha visto demasiado. Ha querido pintar todo lo que ve, y vaciarlo en una sola obra. Está V d. pletórico, no encuentra los límites de su fecundidad, tanto más grande cuanto más tardía, y no ha querido reservar nada para otra vez» (26). Parece que Galdós tuvo razón. Recordando que la colección de narraciones breves Pipá, publicada en 1886, contiene obras escritas entre 1879 y 1885, las únicas creaciones clarinianas que salen a la luz después de La Regenta y antes de Su único hijo (1891) son dos fragmentos de novela (27). Y Su único hijo evidencia un cambio estético tan radical con respecto a los temas, acciones, personajes y espacios de La Regenta que respalda la aseveración galdosiana de seis años antes. El crítico «Clarín», sin embargo, publica sin interrupción: ocho Folletos literarios entre 1886 y 1891, más Nueva campaña (1887), Mezclilla (1889) y Benito Pérez Galdós (1889). lQué conclusiones podemos sacar de esta pausa tan notable en la creación clariniana?

    Más de un comentario ha llamado la atención sobre la escena en que Fermín de Pas, en el primer capítulo de La Regenta, observa a la gente de Vetusta con catalejo desde la torre de la catedral, y recuerdan muchos su derivación de la tradición del diablo Cojuelo. Ahora bien; resulta que Galdós en un artículo periodístico del 7 de enero de 1866 -cuando tiene los treinta y tres años del autor que publica La Regenta- se asocia con la misma tradición. Propone la ventaja de instalarse en una veleta muy alta o en un nido de cigüeña o de «asirse a la campana como el [del] buen Quasimodo» como atalayas desde donde se podría «contemplar ... el aspecto de la población... y el movimiento de la multitud» (28). «Qué magnífico», continúa Galdós, «sería abarcar en un solo momento toda la perspectiva de las calles de Madrid» donde hay «dramas, sainetes y comedias que desenvuelven su complicada acción en más de una esquina». Al mismo tiempo renuncia a lo que sería un gran placer -por no ser «el diablo Cojuelo»: «levantar lostejados para registrar con nuestra mirada las interioridades de las habitaciones». Fermín dePas, en cambio, no se contenta con las calles yesquinas de Vetusta; y tampoco «Clarín». DePas pasa «la visual de tejado en tejado, de ventana en ventana, de jardín en jardín». Y, como sudoble Celedonio, que aprovecha de vez en cuando el aparato, también observa «perfectamente ala Regenta ... pasearse, leyendo un libro, por suhuerta ... como si pudiera tocarla con la mano» yel «pasar de las bolas de marfil rodando por lamesa» del billar dentro del casino. Y los recintosque no penetra con la vista investiga «levantando con la imaginación los techos, aplicando suespíritu a aquella inspección minuciosa, como el

  • naturalista estudia con poderoso microscopio las pequeñeces de los cuerpos».

    Si no me equivoco, podemos ver en estas dos versiones de los poderes y los límites de la visión que ofrece la veleta/campanario un factor importante en las diferencias entre Galdós y «Clarín». Una diferencia que nos remite al citado comentario galdosiano sobre el afán de su amigo de incluir y de comprenderlo todo en La Regenta. En toda la obra tan extensa de don Benito no creo que exista ningún personaje semejante a Fermín de Pas. No se da ese producto humano formado por el choque de una gran ambición y unas circunstancias personales que no prometían sino fracaso y extinción. Y menos todavía, que éste sea hijo de una mujer más fuerte que él que está siempre azuzándole con la necesidad de aumentar la lucha. Los personajes galdosianos o se limitan mucho más en sus ambiciones o se destruyen rápidamente como el Tilín de Un voluntario realista o el clérigo José Fago de Zumalacárregui. En esto Galdós creador es como sus personajes. Renuncia por sistema a intentar, contrariamente al «Clarín» de La Regenta, «abarcar en un solo [libro] toda la perspectiva de las calles» e «interioridades de las ha-

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    hitaciones» de Madrid, el escenario de su obra. Como excepción a esta práctica encontramos Fortunata y Jacinta, novela escrita, sin duda, bajo el signo de La Regenta y a la que debe muchísimo en su plan general: ser la novela enciclopédica de costumbres madrileñas, y, en este sentido, amplificación del escenario provinciano clariniano, pero con su propio censo de personajes y conflictos típicos de Galdós. Este no se agota en Fortunata porque Madrid es más grande, más complejo que Vetusta. Fermín de Pas conoce y es conocido de todos; ningún personaje en Fortunata goza de esa posición o pretende disfrutarla. En el artículo periodístico citado del 7 de enero de 1866 Galdós ni siquiera está seguro de cuál será la veleta más alta de Madrid. En Vetusta no hay duda al respecto. Y según la veleta que se suba, así la perspectiva; en Madrid son múltiples, en Vetusta sólo aquélla desde la que el magistral controla a su dominio. Independiente del gran arte de «Clarín» al hacernos ahondar en la realidad vetustense, en cierto momento esa realidad se agota. A diferencia de los personajes galdosianos que se mueven en un mundo donde uno fácilmente se pierde de vista, Vetusta no permite tal expansión, o relaciones independientes, pero simultáneas entre los personajes (29). En cambio, si no es en Realidad, el mundo de Galdós no ofrece la investigación tan profunda de sus seres como se transparenta en la Ana Ozores y el Fermín de Pas clarinianos.

    * * *

    Este artículo se hace largo ya, y creo llegado el momento de atar cabos y poner punto final. En estos días estoy terminando un libro que titulo Galdós y Clarín: diálogos sobre la novela (1876-1901). Se concentra en el crítico «Clarín» y el novelista Galdós. No por minusvalorar la obra creativa de Alas o su influencia en Galdós. De hecho se habla poco de las novelas de Galdós en sí. Lo que interesa sobre todo es cómo «Clarín» leyó a Galdós en el contexto de la vida nacional, y la literatura francesa. Con notables excepciones Galdós está como mudo. Sus novelas hablan por él. Pero es sólo con la voz de «Clarín» que podemos saber, o creer tener una idea, de lo que entendían los españoles de 1876-1901 sobre Galdós, un novelista ocupado en poner delante de la sociedad de aquella época un «espejo» de los «vicios y virtudes fundamentales que engendran los caracteres y determinan los sucesos» de la vida nacional (30). Y no es que «Clarín» no hiciera eso también, sino que no hubo otro como él mismo que se preocupara por hacer que la gente se enterara de la visión clariniana de España. Con cierta frecuencia Alas se queja de ser para otros lo que nadie era para él: intérprete, propagandista, animador. Quizás con

    Hitos y mitos de «La Regenta»

  • el centenario esta injusticia manifiesta se corrija un poco. Pero aún así será obviamente, tarde.

    De las reacciones a «Clarín» en su día sabemos muchísimo más de las enemigas que de las amigas. Ese «Clarín» es el que ha sido mejor conocido durante su vida y la mayor parte de este siglo. El otro «Clarín» es el que estoy intentando hacer revivir por medio de sus diálogos -cartas y reseñas- con la novelística galdosiana. Ver cómo hombres diferenciados por factores como los aducidos aquí se compenetraron, y llegaron a dar un ejemplo, poco común en la historia, de dos grandes de corazón y de cabeza luchando con los problemas fundamentales del hombre y de los medios artísticos para dar forma a su experiencia. ��Decididamente: «Clarín» y Galdós, //�'"Galdós y «Clarín». ��

    NOTAS

    (1) Dos son facsimilares de la primera edición: la deEdiciones Júcar (1983); y la de la Caja de Ahorros de Asturias (1984) ambas en formato de libro de bolsillo. La tercera es de Juan Oleza (Cátedra, Madrid, 1984), y la cuarta es de Mariano Baquero Goyanes (Selecciones Austral, Madrid, 1984). La quinta será de Santos Sanz Villanueva.

    (2) John Rutherford es el traductor. Penguin Books y laprensa de la Universidad de Georgia las editoriales.

    (3) La cita es del artículo de Ignacio Alvarez Vara, «LaRegenta de la Mancha», Cambio 16, núm. 645, 9-IV-84, p. 129. A continuación se da una muestra de la opinión periodística que pone a La Regenta en el segundo lugar después del Quijote, o, lo que llega a ser lo mismo, dice que esla mejor novela del siglo XIX: Miguel Somovilla, «La Regenta cumple cien años», Tiempo (Madrid), 12-XII-83, p.149, donde cita la opinión de Emilio Alarcos Llorach; JuanCueto, «La Regenta hoy», la Voz de Asturias, 22-1-84; JoséMaría Alfara, «Libros. Centenario de la Regenta», Tiempo,30-1-84; A. P., «Centenario de la Regenta», ABC, 31-1-84;José María Alfara, «La Regenta cumple cien años», Hoja delLunes (Burgos), 13-II-84; Francesc Arroyo, «La Universidadde Barcelona rendirá un homenaje al romanista Martín deRiquer», El País, 7-III-84; Tomás Declós, «Torrente Bailester describe en su última novela un robot que muere clamando al cielo», El País, 23-III-84, cita una comparaciónpor Torrente de Galdós y «Clarín» muy favorable a«Clarín»; Paca Tomás, «La Universidad de Barcelona celebra el centenario de la Regenta con un simposio sobre'Clarín'», El Correo Catalán (Barcelona), 26-III-84 (En estereportaje el catedrático Antonio Vilanova menciona la dudade Los gozos y las sombras de Torrente para con La Regenta); y, José López Martínez, «'Clarín' y el centenario de LaRegenta», Lanza (Ciudad Real), 8-IV-84, cita la opinión deVargas Llosa.

    (4) Javier Goñi, «Fortunata y Jacinta, la mejor novelaespañola del siglo XIX», El Día (Sta. Cruz de Tenerife), 4-IV-84.

    Stephen Miller

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    (5) Estas y la siguiente cita de Casariego son de suartículo «El centenario de la Regenta está eclipsando el tricentenario del Marqués de Santa Cruz», La Nueva España (Oviedo), 15-III-84.

    (6) Pedro Pablo Alonso, «Presentando el número especial de los Cuadernos del Norte en un ambiente de la Regenta», la Nueva España, 13-IV-84.

    (7) En este sentido el referendo europeo, organizadopor la revista literaria Lire, sobre los «diez mejores escritores europeos ya fallecidos» me parece cuestionable. Sólo el propósito de crear más unión de espíritu europeo puede quizás justificar una selección de ese tipo.

    (8) En la transcripción de una carta del 26-X-85 comentada de Dionisia Gamallo Fierros, «Las primeras reacciones de Galdós ante La Regenta» 7." parte, La Voz de Asturias, I0-VIII-78.

    (9) Galdós, Obras completas, VI, 5.' ed., Madrid, Aguilar, 1968, p. 1.674.

    (10) Dedico bastante atención a las razones del nuncasofocado del todo optimismo socio-político de don Benito en mi libro El mundo de Galdós: teoría, tradición y evolución creativa del pensamiento socio-literario galdosiano, Santander, Sociedad Menéndez Pelayo, 1983.

    (11) Pedro Pablo Alonso, «Juan Oleza: 'En la Regentase proyecta la experiencia personal de Clarín'», La Nueva España, 23-III-84. Véase también la introducción de Oleza al primer tomo de su edición, especialmente las pp. 31-32.

    (12) Diccionario de historia de España, I, 2.' ed., dirigidapor Germán Bleiberg, Madrid, Revista de Occidente, 1968, p. 963.

    (13) Galdós, Ensayos de crítica literaria, ed. por Laureano Bonet, Barcelona, Península, 1972; las citas a continuación son de pp. 122-23.

    (14) Cabezas, «Clarín» el provinciano universal, Madrid,Austral, 1962, pp. 61-62.

    (15) lbíd., p. 63; la familia de León Roch (I, xix) recuerda al joven «Clarín».

    (16) Galdós, Obras completas, VI, p. 1.671.(17) Solos de Clarín, Madrid, Alfredo de Carlos Hierro,

    1881, p. 9. (18) En mi El mundo de Ga/dós, citado en la nota 10, in

    tento explicar en las pp. 37-72, «Tradición del pensamiento galdosiano», la formación nacional de Galdós.

    (19) Palacio y «Clarín», La literatura en 1881, Madrid,Alfredo de Hierro, 1882, p. viii.

    (20) Solos, p. 10.(21) lbíd., pp. 10-11.(22) Véase la primera parte de mi El mundo de Galdós

    para más sobre esto. (23) José F. Montesinos, Galdós, I, Madrid, Castalia,

    1968, p. 34. (24) Esta y las siguientes citas de «Clarín» son de Cartas

    a Galdós, ed. por Soledad Ortega, Madrid, Revista de Occidente, s. a., p. 220.

    (25) Cachero Cuadernos, Año V, núm. 23, enero-febrerode 1984, pp. 87-92.

    (26) Gamallo, op. cit., 3.' parte, 10-VIII-78. La carta esde 6-IV-85 y se refiere a sólo el primer tomo.

    (27) Ver pp. 87-88 del artículo citado en la nota 25.(28) Galdós, Obras completas, VI, p. 1560.(29) Recuérdese en este contexto la imposibilidad que

    los personajes experimentan de saber lo que le pasó a Federico Viera en la incógnita y Realidad.

    (30) Galdós, Ensayos, p. 127.