cinco horas con mario - página del poeta josé lupiáñez

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Febrero 2011 EL FARO EL FARO EL FARO EL FARO EL FARO 1 PLIEGOS DE ALBORÁN Nº 24 FEBRERO 2011 Cinco horas con Mario Está previsto que el próximo 27 de marzo se represente en el Teatro Calderón de Motril (bajo los auspicios del Área de Cultura del Ayunta- miento) la obra de Miguel Delibes Cinco horas con Mario, con motivo de la celebración del Día Mundial del Teatro. La versión que ha llevado a cabo Ángel Cobo se estrenó el pasado 14 de enero en el Auditorio de Salobreña, con el pa- trocinio del Área de Cultura de la ciudad y la Fundación Martín Recuerda. La elección de la misma, aparte de facilitarnos el acercamiento a la verdad dramática de esta pieza clásica del tea- tro de la postguerra, guarda además un doble propósito: por un lado, recordar y rendir ho- menaje al autor, recientemente fallecido y a su obra, como no podía ser menos y, por otro, re- conocer a Marian Sanz de Acedo su «labor tea- tral y cultural desarrollada durante tantos años... y el mostrarnos, en la interpretación de esta obra, todo su talento y sensibilidad de actriz vocacio- nal», tal y como se nos indica en el programa de mano. Yo tuve el privilegio de acudir al estreno al que me refiero y viví aquella noche con ver- dadera emoción... Resulta difícil ser objetivo, cuando todo el mundo conoce mi particular debilidad por el trabajo como actriz de Marian y, muy especial- mente, por su voz, que es honda y sabia, llena de matices, de variantes, de registros; una voz con duende, que sabe llevarnos de la ternura a la tragedia o del tormento a la alegría, sin que nos demos cuenta. Yo creo que su voz prodi- giosa y su manera de transmitirnos los textos son elementos determinantes de su labor artís- tica y me hacen recordar aquel teatro de la pala- bra, en el que la fuerza de ésta propiciaba el espectáculo del oído, tan importante entonces como el espectáculo de la vista para cuantos gozaban de una comedia o de un drama; ese teatro, digo, que vivieron y entrañaron los españoles de nues- tro Siglo de oro en los corrales de comedias... Pero no sólo es la voz en su caso, claro está, son también el gesto, el movimiento, la naturalidad de su estar en la escena los que convierten en verdaderos a los personajes que encarna, logran- do con ello, aproximarlos a nuestra conciencia y a nuestra sensibilidad. La he visto hacerlo y me han admirado siempre su versatilidad y su elegancia cuando se enfrenta al espectador y se crece ante él, interpretando con seguridad y acierto otras heroínas, como en este caso, a María del Carmen Sotillo, la viuda del catedrá- tico Mario Díez Collado, del que afirma Sobejano «es el alter ego más semejante a Delibes». Todo un reto para una actriz un monólogo-diá- logo de esta naturaleza, tan complejo y desorde- nado en lo temporal, que repasa los momentos de una vida mediocre, sin brillo, llena de contradic- ciones y de pequeñas mezquindades; una vida a través de la cual se desnuda el alma de Carmen, al tiempo que va poniendo de relieve, sin que ella se percate, el alcance real de la figura de su ma- rido, que yace en el ataúd, y su compromiso como periodista e intelectual, propiciando así el contraste de mundos y de mentalidades. Me consta que detrás de esta puesta en esce- na hay muchas horas de estudio y de trabajo; mucho tiempo dedicado a escudriñar el texto que adaptó el propio Delibes en 1979, a partir de su novela de idéntico título de 1966. Pocas variantes significativas se aprecian en el segui- miento del mismo como referente y sí más bien una voluntad de respetar en lo esencial la trasla- ción del autor de un género al otro, en esa espe- cie de regreso a los orígenes de la dramática pura, que hunde sus raíces en el monólogo. En este sentido la representación fue dignísima, con un decorado sobrio y adecuado: esquela a gran tamaño, que luego desaparece en los primeros compases de la obra, mesa de despacho con si- llón, útiles y una edición de la Biblia, las sillas ali- neadas y el ataúd cubierto en su interior con un velo, en el centro del escenario. Tras las voces en off del principio, que tratan de reproducir la at- mósfera del velatorio –creando de ese modo un espacio dramático invisible–, cobra protagonismo la figura de Carmen, sobre la que descansa el peso de la representación. Ella es sin duda el arquetipo humano, el ejemplo vivo y parlante de una de esas dos mentalidades: la conservadora e intransigen- te, la inmovilista. A lo largo de la noche, Car- men, a solas con el cadáver de su marido, irá evocando su relación con él y dando repaso a los años compartidos, en un ir y venir de tiem- pos y de recuerdos: noviazgo, boda, vida de fa- milia...; una vida de pequeñas traiciones, de in- felicidad e incomunicación, con tan escasos mo- mentos de plenitud; una vida de fracaso, del que Carmen hace responsable único a su marido, por su falta de ambición y el exceso de integri- dad moral que les impidió disfrutar de mayores ventajas y de una posición social más reconoci- da y acorde a su condición. Y justamente todo esto nos lo hacía sentir Marian en su manera de ser Carmen, porque nos llegaban su egoísmo, su inconsciencia, su falta de escrúpulos, su do- ble moral, su orgullo de clase, su falta de mise- ricordia, su pensamiento rancio, su anacronis- mo, su desconsuelo relativo... Marian nos llevó a esa noche en vela de Car- men Sotillo y la observamos deambular, sentar- se y levantarse, soltarse el pelo o descalzarse sobre las tablas, como si no la viera nadie, y la estábamos mirando todos y admirándola... Nos hizo creer en el personaje del que se había he- cho dueña y a través de él asistir a ese que Gon- zalo Sobejano, uno de los mejores estudiosos de Delibes, llama «duelo de la locuacidad con- tra el silencio, de la mujer viva ante el hombre muerto». Sí, hizo que se nos apareciera Carmen Sotillo, avivando con esas repeticiones, tópicos, muletillas y refranes del texto su pensamiento casi obsesivo y supo transmitirnos la necesidad de redención del personaje ante su esposo, de cuerpo presente; y al hacerlo, su fuerza expresi- va como actriz fue creciendo, a medida que nos acercábamos a la confesión final, que pretendía ser victoria contra el difunto, al tiempo que re- conocimiento de una culpa sorda para la que reclamaba una suerte de perdón o de dispensa. El silencio de Mario, su ausencia, agigantaba su protagonismo como antagonista y como mo- delo humano opuesto al de su mujer. Y el con- flicto creció ante nosotros y acabó por envol- vernos, como lo hizo la magia del teatro en la noche de Salobreña; una noche que finalizó con el público en pie dedicando su aplauso sentido al magnífico trabajo del equipo, del director y de Marian, a quien todo el mundo abrazaba con entusiasmo. JOSÉ LUPIÁÑEZ CON MOTIVO DEL DÍA MUNDIAL DEL TEATRO, SE REPRESENTARÁ EL PRÓXIMO 27 DE MARZO, LA OBRA DE MIGUEL DELIBES CINCO HORAS CON MARIO, DIRIGIDA POR ÁNGEL COBO. FUE ESTRENADA EL PASADO 14 DE ENERO EN EL AUDITORIO VILLA DE SALOBREÑA CON VERDADERO ÉXITO. A LA IZQUIERDA LA ACTRIZ MARIAN SANZ DE ACEDO, QUE INTERPRETÓ MAGISTRALMENTE EL PAPEL DE CARMEN SOTILLO, LA VIUDA DE MARIO DÍEZ COLLADO, Y CONSIGUIÓ UN APLAUSO LARGO Y ENTUSIASTA DEL PÚBLICO QUE LLENABA LA SALA. A LA DERECHA EL CARTEL ANUNCIADOR

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Page 1: Cinco horas con Mario - Página del poeta José Lupiáñez

Febrero 2011

EL FAROEL FAROEL FAROEL FAROEL FARO 1

PLIEGOS DE ALBORÁN Nº 24 FEBRERO 2011

Cinco horascon Mario

Está previsto que el próximo 27 de marzo serepresente en el Teatro Calderón de Motril (bajolos auspicios del Área de Cultura del Ayunta-miento) la obra de Miguel Delibes Cinco horas

con Mario, con motivo de la celebración del Día

Mundial del Teatro. La versión que ha llevado acabo Ángel Cobo se estrenó el pasado 14 deenero en el Auditorio de Salobreña, con el pa-trocinio del Área de Cultura de la ciudad y laFundación Martín Recuerda. La elección de lamisma, aparte de facilitarnos el acercamiento ala verdad dramática de esta pieza clásica del tea-tro de la postguerra, guarda además un doblepropósito: por un lado, recordar y rendir ho-menaje al autor, recientemente fallecido y a suobra, como no podía ser menos y, por otro, re-conocer a Marian Sanz de Acedo su «labor tea-tral y cultural desarrollada durante tantos años...y el mostrarnos, en la interpretación de esta obra,todo su talento y sensibilidad de actriz vocacio-nal», tal y como se nos indica en el programa demano. Yo tuve el privilegio de acudir al estrenoal que me refiero y viví aquella noche con ver-dadera emoción...

Resulta difícil ser objetivo, cuando todo elmundo conoce mi particular debilidad por eltrabajo como actriz de Marian y, muy especial-mente, por su voz, que es honda y sabia, llenade matices, de variantes, de registros; una vozcon duende, que sabe llevarnos de la ternura ala tragedia o del tormento a la alegría, sin quenos demos cuenta. Yo creo que su voz prodi-giosa y su manera de transmitirnos los textosson elementos determinantes de su labor artís-tica y me hacen recordar aquel teatro de la pala-bra, en el que la fuerza de ésta propiciaba elespectáculo del oído, tan importante entonces comoel espectáculo de la vista para cuantos gozaban deuna comedia o de un drama; ese teatro, digo,que vivieron y entrañaron los españoles de nues-tro Siglo de oro en los corrales de comedias...Pero no sólo es la voz en su caso, claro está, sontambién el gesto, el movimiento, la naturalidadde su estar en la escena los que convierten enverdaderos a los personajes que encarna, logran-do con ello, aproximarlos a nuestra concienciay a nuestra sensibilidad. La he visto hacerlo yme han admirado siempre su versatilidad y suelegancia cuando se enfrenta al espectador y secrece ante él, interpretando con seguridad yacierto otras heroínas, como en este caso, aMaría del Carmen Sotillo, la viuda del catedrá-tico Mario Díez Collado, del que afirmaSobejano «es el alter ego más semejante a Delibes».

Todo un reto para una actriz un monólogo-diá-logo de esta naturaleza, tan complejo y desorde-nado en lo temporal, que repasa los momentos deuna vida mediocre, sin brillo, llena de contradic-ciones y de pequeñas mezquindades; una vida através de la cual se desnuda el alma de Carmen, altiempo que va poniendo de relieve, sin que ellase percate, el alcance real de la figura de su ma-

rido, que yace en el ataúd, y su compromisocomo periodista e intelectual, propiciando asíel contraste de mundos y de mentalidades.

Me consta que detrás de esta puesta en esce-na hay muchas horas de estudio y de trabajo;mucho tiempo dedicado a escudriñar el textoque adaptó el propio Delibes en 1979, a partirde su novela de idéntico título de 1966. Pocasvariantes significativas se aprecian en el segui-miento del mismo como referente y sí más bienuna voluntad de respetar en lo esencial la trasla-ción del autor de un género al otro, en esa espe-cie de regreso a los orígenes de la dramáticapura, que hunde sus raíces en el monólogo.

En este sentido la representación fue dignísima,con un decorado sobrio y adecuado: esquela a grantamaño, que luego desaparece en los primeroscompases de la obra, mesa de despacho con si-llón, útiles y una edición de la Biblia, las sillas ali-neadas y el ataúd cubierto en su interior con unvelo, en el centro del escenario. Tras las voces enoff del principio, que tratan de reproducir la at-mósfera del velatorio –creando de ese modo unespacio dramático invisible–, cobra protagonismola figura de Carmen, sobre la que descansa el pesode la representación. Ella es sin duda el arquetipohumano, el ejemplo vivo y parlante de una de esasdos mentalidades: la conservadora e intransigen-te, la inmovilista. A lo largo de la noche, Car-men, a solas con el cadáver de su marido, iráevocando su relación con él y dando repaso alos años compartidos, en un ir y venir de tiem-pos y de recuerdos: noviazgo, boda, vida de fa-milia...; una vida de pequeñas traiciones, de in-felicidad e incomunicación, con tan escasos mo-mentos de plenitud; una vida de fracaso, del queCarmen hace responsable único a su marido,por su falta de ambición y el exceso de integri-dad moral que les impidió disfrutar de mayores

ventajas y de una posición social más reconoci-da y acorde a su condición. Y justamente todoesto nos lo hacía sentir Marian en su manera deser Carmen, porque nos llegaban su egoísmo,su inconsciencia, su falta de escrúpulos, su do-ble moral, su orgullo de clase, su falta de mise-ricordia, su pensamiento rancio, su anacronis-mo, su desconsuelo relativo...

Marian nos llevó a esa noche en vela de Car-men Sotillo y la observamos deambular, sentar-se y levantarse, soltarse el pelo o descalzarsesobre las tablas, como si no la viera nadie, y laestábamos mirando todos y admirándola... Noshizo creer en el personaje del que se había he-cho dueña y a través de él asistir a ese que Gon-zalo Sobejano, uno de los mejores estudiososde Delibes, llama «duelo de la locuacidad con-tra el silencio, de la mujer viva ante el hombremuerto». Sí, hizo que se nos apareciera CarmenSotillo, avivando con esas repeticiones, tópicos,muletillas y refranes del texto su pensamientocasi obsesivo y supo transmitirnos la necesidadde redención del personaje ante su esposo, decuerpo presente; y al hacerlo, su fuerza expresi-va como actriz fue creciendo, a medida que nosacercábamos a la confesión final, que pretendíaser victoria contra el difunto, al tiempo que re-conocimiento de una culpa sorda para la quereclamaba una suerte de perdón o de dispensa.El silencio de Mario, su ausencia, agigantaba suprotagonismo como antagonista y como mo-delo humano opuesto al de su mujer. Y el con-flicto creció ante nosotros y acabó por envol-vernos, como lo hizo la magia del teatro en lanoche de Salobreña; una noche que finalizó conel público en pie dedicando su aplauso sentidoal magnífico trabajo del equipo, del director yde Marian, a quien todo el mundo abrazaba conentusiasmo.

JOSÉLUPIÁÑEZ

CON MOTIVO DEL DÍA MUNDIAL DEL TEATRO, SE REPRESENTARÁ EL PRÓXIMO 27 DE MARZO, LA OBRA DE MIGUEL DELIBES CINCO HORAS CON MARIO, DIRIGIDA POR

ÁNGEL COBO. FUE ESTRENADA EL PASADO 14 DE ENERO EN EL AUDITORIO VILLA DE SALOBREÑA CON VERDADERO ÉXITO. A LA IZQUIERDA LA ACTRIZ MARIAN SANZ DE

ACEDO, QUE INTERPRETÓ MAGISTRALMENTE EL PAPEL DE CARMEN SOTILLO, LAVIUDA DE MARIO DÍEZ COLLADO, Y CONSIGUIÓ UN APLAUSO LARGO Y ENTUSIASTA

DEL PÚBLICO QUE LLENABA LA SALA. A LA DERECHA EL CARTEL ANUNCIADOR

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2 EL FAROEL FAROEL FAROEL FAROEL FARO

Cultura/Narrativa

Carolina Molina,una madrileña

enamoradade Granada

LA ESCRITORA MADRILEÑA CAROLINA MOLINA, AUTORA DE TRES NOVELASDEDICADAS A GRANADA: LA LUNA SOBRE LA SABIKA, GUARDIANES DE LA ALHAMBRA

Y SUEÑOS DEL ALBAICYN

FCO. GILCRAVIOTTO

La escritora Carolina Molina (Madrid, 1963)cuenta en su página web que, cuando vino porprimera vez a Granada, ya conocía el nombrede sus principales calles y plazas: Zacatín, Elvira,Alcaicería, Bibarrambla, Mesones, etc. Las co-nocía a través de las lecturas que habían llenadosu infancia y adolescencia. Unas lecturas que,en su caso, van del romancero medieval a Gar-cía Lorca, pasando por los románticos y todoslos viajeros que han hecho parada y fonda ennuestra ciudad. Después, ya adulta y escritora,de las cuatro novelas que hasta ahora tiene pu-blicadas, tres se las ha dedicado a Granada –La

luna sobre la Sabika, Guardianes de la Alhambra ySueños del Albayzín– y una a su Madrid natal.

Este amor de Carolina a Granada es algo que,desde que conozco su obra literaria, me vienemartilleando la mente. Cierto que tiene prece-dentes, pero no por eso deja de ser menosimpactante. Los casos más llamativos para míson los de Mérimée y Manuel de Falla. DonPróspero, sin conocer aún nada de España –sólo la conocía por las referencias de los her-manos Hugo, sobre todo Abel que fue paje deJosé I–, situó en Granada el primero de los re-latos que integran su libro primerizo El teatro de

Clara Gazul: una deliciosa historia de amor en-tre un inquisidor y una gitana –indudable pre-cedente de Carmen–, que termina con el triunfodel amor sobre el fanatismo inquisitorial. Nopodía ser de otra manera en un romántico. Fa-lla –todo el mundo lo sabe– creó su obra musi-cal Noches en los jardines de España, pensando es-pecialmente en los jardines de Granada, que sóloconocía por las referencias de María Lejárragay Martínez Sierra. Cuando al fin la conoció de-cidió quedarse a vivir para siempre en Granada.Aquí hubiese permanecido hasta el día de sumuerte si las atrocidades de la guerra y los crí-menes fascistas no lo hubieran animado a hacerla maleta y largarse.

Carolina es otro caso de amor parecido. Na-cemos donde el azar dispone, pero despuésamamos la tierra que nosotros elegimos. Ellaha elegido Granada para escenario de sus nove-las y lo más curioso es que, como en los casosprecedentes, antes de conocerla ya la tenía ele-gida. Otra curiosidad es que esa Granada queella llama «mi referencia y refugio», no se pare-ce en nada o en casi nada a la Granada actual.Era más bella, más exótica y arbórea que la ac-tual, cada día más anodina y ramplona. Federi-co García Lorca, que la vivió y pateó antes deque promotores y munícipes entraran a saco enella, la definió así: «Granada tiene dos ríos,ochenta campanarios, cuatro mil acequias, cin-cuenta fuentes, mil y un surtidores y cien milhabitantes». Esta Granada, que ya no existe másque en los libros y en la mente de algún viejocentenario, es la que ha enamorado a Carolina.Por ella y para ella ha echado a volar su imagi-nación y su pluma. Novelas históricas, pues, perotambién novelas de lo cotidiano, de lo que fue yya no es; unas veces con la mirada puesta en el

lejano medievo; otras, como es el caso de Los

guardianes, en los románticos.La primera de estas novelas, La luna sobre la

Sabika, publicada en primera edición en Madridhace cuestión de seis o siete años, ha sidoreeditada en segunda edición por la muy grana-dina editorial Zumaya de Mari Luz Escribano.Fue presentada hace sólo unos días en Grana-da. Entre ambas ediciones hay dos diferenciasque, antes de entrar en otros pormenores, con-viene señalar: en esta última edición CarolinaMolina ha añadido un epílogo que nos cuentael final de los amores entre Hamid y Maryem,protagonistas de la novela, que, en la ediciónanterior, todo lector debía imaginar y concluir asu gusto y antojo. A esta novedad la autora haañadido otra: la reducción al mínimo de algomás de trescientas notas a pie de página, quemás estorbaban que aclaraban. Con ellas la es-critora trataba de dar fe histórica de cada episo-dio novelado, algo imprescindible en un ensayoo una tesis doctoral, pero completamente su-perfluo en un relato o una novela, donde el lec-tor tan sólo pide que, lo que se le cuente, seaverosímil y, en algunos casos, –surrealismo orealismo mágico– ni siquiera eso. Era también–qué duda cabe– una evidente señal deprimitivismo novelesco y falta de entrenamien-to que, afortunadamente, en la nueva ediciónha desaparecido. Es indudable que la novela haganado. Lo mismo que, con la nueva portada,también ha ganado en presentación y calidadeditorial.

Hora es de entrar en la novela. La luna sobre laSabika está localizada en la Granada del sigloXIII –entonces, Garnata–, y sus protagonistas

son Hamid, un joven cocinero del cadí –todoun prodigio en el uso de especias y creación deplatos y manjares– y una concubina del mismo,la bella e inteligente Maryem. Ambos son jóve-nes y se aman. Amores clandestinos, por su-puesto. Junto a ellos pululan por la novela otrosmuchos personajes de diversa condición y layaque dan diversidad y amenidad al relato: el yamencionado cadí, un médico judío cuyas inter-venciones rozan lo inverosímil, un caballero cris-tiano que en la parte final de la novela alcanzacierto protagonismo, el padre y la esposa deHamid, el viejo y sufrido filósofo de la Asocia-ción sin Nombre, esclavos, negociantes, criados,eunucos, etc. etc. Todo un cosmos de creacióny recreación que aquí es imposible enumerar.El lector asiste maravillado a todos los aconte-cimientos de la época: bodas, banquetes, entie-rros, juicios, batallas, persecuciones, venta deniños…

Y, para que nada falte, incluso a un temblorde tierra que deja en la calle a una buena partede los presos de las mazmorras. Pero es indu-dable que el núcleo principal de la obra son losamores de Hamid y Maryem. Amores clandes-tinos y llenos de peligros, esenciales para la tra-ma de la novela, que dejamos al lector el placerde descubrir y gozar. Son éstas las páginas máscuidadas de la obra y, a través de ellas, vamosconociendo la psicología de los protagonistas,sobre todo la de Maryem, una feminista avant la

lettre, que, huelga añadirlo, encarna los idealesde libertad y tolerancia de la autora.

El estilo completa los atractivos del libro. Ca-rolina escribe en un español claro y diáfano quehace la novela asequible a todo tipo de lector.

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EL FAROEL FAROEL FAROEL FAROEL FARO 3

Cultura/Narrativa

Que nadie se lo creía.

Que nadie se lo explicaba.

Que a la luz del mediodía

sangre del pueblo corría

por las calles de Granada.

J.G. LADRÓN DE GUEVARA

Morir en Granada (Ed. Alhulia, 2010), la últi-ma obra que ha publicado el motrileño JoaquínPérez Prados, es una novela enormemente atrac-tiva que tiene mucho de crónica periodística,de memoria personal, de búsqueda introspectivade las propias señas de identidad, de evocadorrepaso de una historia reciente que no debe serolvidada. También, de terapia o catarsis, de in-tento de recuperar a ese adolescente que en 1970vivió los hechos narrados, lleno de perplejidad,de interrogantes y sobre todo de futuro, de unfuturo lleno de posibilidades tan vírgenes comosu alma de dieciocho años. Creo que esas sonlas coordenadas en que cabe encuadrar este li-bro, que llega inapelablemente directo al lector,al que envuelve en el aura de sus remembranzas,tan vívidas, directas y cálidas, que se identifica-rán y mezclarán con las vivencias de cada unode los que sigan la peripecia del joven protago-nista, atolondrado, indeciso y soñador, que alinicio del libro no sabe qué hacer con su vida,pero que en sólo un par de meses va a asentarlos pies en la tierra y a descubrir la dureza de surealidad, la realidad de cualquier español de1970.

La novela sigue dos tramas argumentales que,si bien al principio parecen no tener nada encomún, llegarán a confluir en la conciencia delprotagonista, trasunto del autor, y a determinarel lenguaje del relato. El narrador vuelve a Gra-nada en la actualidad («treinta y dos años des-pués de los hechos que vamos a narrar, a unacita a medias entre el recuerdo y la historia»,

El recuerdo y la historia

(Morir en Granada)

EL ESCRITORMOTRILEÑO

JOAQUÍNPÉREZ

PRADOS YLA PORTADA

DE SU ÚLTIMANOVELA

MORIR ENGRANADA,

PUBLICADAPOR LA

EDITORIALALHULIA

ALBERTO

GRANADOS

dice en la página 10, en una perfecta descrip-ción del contenido bipolar de la obra). Un largopaseo por la ciudad le hace volver a su propiabiografía. Desde ese momento, en la primeratrama, el lector irá viendo avanzar una crónicade las negociaciones del convenio de la cons-trucción que se estaban llevando a cabo en aquellejano verano de 1970. Dichas gestiones termi-naron con una manifestación de albañiles y conla brutal e injustificable represión de la misma,que arrojó un luctuoso balance de varias dece-nas de heridos y algo mucho más terrible: tresalbañiles muertos por impacto de bala. La reac-ción solidaria de los trabajadores de la construc-ción, el encierro en la catedral, la vigilancia yaislamiento de los encerrados, el secuestro delas motillos (¡cuánto tiempo sin oír este términotan granadino, que aquí adquiere un inusitadouso literario!), las repercusiones de tan bárbararepresión dentro y fuera del país…

Por otra parte, la novela nos cuenta la pro-blemática personal del protagonista en una se-gunda trama que avanza pareja a la anterior. Esun chico de dieciocho años que vive en Motril yno tiene decidido su futuro: con el bachilleratorecién terminado, no sabe si iniciar una carrerauniversitaria o incorporarse al mundo laboral,ni si hacerlo aquí o en Alemania, en aquella Ale-mania receptora de inmigrantes hispanos queiban a desarrollar los trabajos que la poblaciónautóctona despreciaba. Finalmente, agobiadopor la falta de expectativas, opta por irse duran-te las vacaciones estivales a Canet de Mar a tra-bajar en la construcción, con el objetivo de alle-gar un dinero necesario para seguir sus estu-dios. Allí irá descubriendo un modo de vidamucho más cosmopolita que el que siempre hatenido como único modelo en su Motril natal.Va a descubrir el mundo nocturno de las disco-tecas y las turistas europeas, la sexualidad abier-ta y libre, el compromiso político, los sentimien-tos nacionalistas de un grupo de jóvenes catala-nes, el activismo militante, el amor, el desenga-

ño… de modo que, cuando regrese a su casa, elalma del protagonista habrá cambiado de piel y,aun siendo el mismo, será otro. El autor des-pliega magistralmente el tópico literario del viajecomo rito iniciático del que se vuelve transfor-mado por otros sentimientos, otra cosmovisióny otro grado compromiso.

El ensamblaje de ambos ejes argumentales es,precisamente, la toma de conciencia social y elmás absoluto rechazo a la injusticia cometidaen Granada, el flamante sentido de solidaridadcon la sangre derramada ante el emblemático edi-ficio de los sindicatos verticales, curiosamentehoy reconvertido en un hotel de cuatro estre-llas en plena Avenida de la Constitución, porentonces llamada de Calvo Sotelo.

Ambas tramas van alternando en los diferen-tes capítulos, a la manera de una novela-crema-llera, al menos en la primera mitad del libro, yaque a partir de la carga policial y los albañilesmuertos, ambos argumentos dejan de ser autó-nomos y se mezclan e interrelacionan cada vezde una forma más indisoluble, de modo que elritmo prefijado se rompe, como muchas con-vicciones en la conciencia de los protagonistas.En esta segunda parte, ambas acciones sirvenrecíprocamente de contrapunto entre el nivelpersonal del chico y el nivel social de los he-chos, entre el recuerdo y la historia.

Hay también dos registros claramente dife-renciados: la vida del muchacho, su toma de con-ciencia, su descubrimiento de la realidad de lavida, su evolución interior, la parteautobiográfica, en síntesis, se reviste de un tonointimista, introspectivo, cargado de elementoscostumbristas. Es el recuerdo. En cambio, loshechos de Granada, la Historia, se cuentan usan-do un tono periodístico que pretende ser obje-tivo, pero que se vuelve solemne y por momen-tos épico, en los pasajes narrativos fundamen-tales. Cuando señalo este tono épico, quierodecir que el autor se deja llevar por su mundoemotivo personal y «se le dispara» un lenguajepropio de arenga o mitin, de narrativa social ymilitante. Un tono que pretende ser un arma car-

gada de futuro o al menos de denuncia. Para ellose apoya en gradaciones, en similicadencias, re-ferencias que pretenden identificar a los alba-ñiles muertos con otras víctimas de la injusti-cia, cercanas en el inconsciente colectivo deaquella época (García Lorca, Mariana Pineda,

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4 EL FAROEL FAROEL FAROEL FAROEL FARO

Cultura/Narrativa

Machado…). El dramatismo también quedareforzado por una serie de fotografías obteni-das del diario Ideal de la época.

Pérez Prados afronta toda esta materia na-rrativa con un equilibrado ritmo que hace queel relato vaya avanzando de forma impercepti-ble, con un interés creciente por parte del lec-tor, especialmente del lector que, por razón deedad, vivió aquellos hechos y el ambiente polí-tico de los estertores del franquismo. Estenarratario preferente, que estará necesariamenteen torno a los sesenta años de edad, reconocerácomo suyas las mil referencias a un pasado aquírecuperado para seducirnos a través de la irre-sistible nostalgia: la aparición de los primerospanfletos antifranquistas, impresos con las «viet-namitas»; el ambiente de flirteo con las turistasy las primeras experiencias clandestinas; el aci-calamiento previo al flirteo y la pretendida famamachista de los latin lovers hispanos; el cine fórum(impagable la referencia a un maravilloso melo-drama de la época: La hija de Ryan, de DavidLean, 1970); el viaje de Motril a Barcelona enun autobús de época; los brotes de militanciaantifranquista y la confusión política, que metíaen el mismo frente las reivindicaciones sindica-les y los afanes nacionalistas del catalanismo; el

repaso geográfico-emocional de la Granadapobre y atrasada de los setenta; los curas obre-ros (con una referencia concreta al párroco deLa Virgencica, un barrio entonces ferozmente de-primido); la costumbre de los encierros en lasiglesias, único ámbito donde las fuerzas del or-den no se atrevían a entrar; las referencias musi-cales de la época (Los Brincos, Lone Star, LosÁngeles, Tom Jones, Serrat, Matt Monro, MaríaDolores Pradera, Peret, Julio Iglesias, Raphael,Karina, Nino Bravo, Mari Trini, Víctor Manuel,Carlos Cano…); las lecturas juveniles de Mar-tín Vigil… Son las mil referencias concretas que confi-guran un telón de fondo anímico en que encua-drar esta novela, ágil, amena, llena de ternura,de denuncia, de solidaridad, de recuerdos aho-ra redivivos. Su lectura termina con un regustoen el alma, una sonrisa en el semblante y conuna combativa necesidad de mantener aquel epi-sodio en nuestro recuerdo: De aquellos hechos pasados nos queda la dignidad, el

recuerdo, la esperanza.

Nos queda la memoria.

Nos queda la memoria, y eso es mucho: esnuestra propia vida, que algún día se hará His-toria.

Primer acierto de Vida nueva: un título dan-tesco, a sabiendas el lector, el autor y en estecaso el comentarista de la obra, que dicho ad-jetivo no pega aquí ni con loctite, si bien dichotítulo parece más que acertado. Aceptar de estamanera el riesgo de ser preciso pese a todo, dabuen augurio sobre la novela.

Transcurre la narración en la bulliciosa apa-cibilidad navideña, en el año 1978. El prota-gonista, Mellao por sobrenombre, evoca aque-llos días en que la pulsión vital de un nuevoaño se sobreañade a la inquietud de los tiem-pos muy jóvenes y, a mayor carga de profun-didad, en una sociedad naciente como lo eraEspaña por esas fechas, casi recién enterradosel Caudillo y el franquismo, recién estrenadala democracia (con perdón por usar palabratan solemne para referirme a lo que hubo y loque hay); y recién aprobada la Constituciónque continúa vigente como ley de leyes. Sondías de inquietud y difusa esperanza, quizáslos mejores tiempos, acaso los peores, puessiempre se tiene esa sensación de ambigüedademocional a la hora de sopesar lo que signifi-caron aquellos sesgos históricos a los que asis-timos, por así decirlo, en primera fila.

Ambiguos son los personajes que surcan lanovela en su dimensión sentimental (decisiva:la propia obra se quiere a sí misma como par-te de una más extensa «educación sentimen-tal», de la que este título es segunda entrega).Ambiguos, decía, en el sentido de que la ex-trema juventud y las agitadas ilusiones en ple-no desvelamiento del mundo son ambiguas:el Mellao, Flores, Fonde, el Negro, el Guapo,pasan el tiempo entre lecturas «comprometi-das», divagando sobre el sentido del mundo yla existencia, y también haciendo cábalas so-bre la posibilidad de ligar con alguna chica;juegan al billar, se pierden por alguna gambe-rrada, guardan en el bolsillo una cinta magné-tica, la banda sonora de Grease con la esperan-

La vida nueva

za de que sirva a sus propósitos venatoriosrespecto al otro sexo, y dan sus reglamenta-rios bandazos en busca de alguna que les diga«qué bonitos ojos tienes». Todo normal, todoconforme al estilo y maneras determinadaspara esa juventud efervescente que busca conavidez y encuentra más satisfacción en la mis-ma búsqueda que en el encontronazo cotidia-no con la realidad. El relato fluye minucioso,pausado, arropado en una prosa intachable yen ocasiones brillante. Hay en ese afán deBenítez Ariza por narrar detalladamente losepisodios de unas navidades imborrables, cier-to eco barojiano (por más que don Pío no sal-ga bien parado en las conversaciones literariasde los personajes); me refiero a ese contar loevidente, nombrándolo con creatividad y ge-nerando en el lector un sostenido desasosie-

go, la certeza de que, tras lo que se ve, está loimportante, en este caso insondable, y que ló-gicamente no puede verse aunque sí sugerirsecon sutil eficiencia. Nadie que no fuese muyjoven a finales de los setenta puede evadirsede la capacidad de evocación de Vida nueva,ese trazado nebuloso de un tiempo que ya su-cedió y que tiene la doble, turbadora virtud,de haber sido esquivo cuando fue presente ypermanecer en el territorio de lo mítico cuan-do lo recordamos.

Un servidor, al menos, desde que se hizoadulto con todas las consecuencias, siempreha tenido esa impresión: en aquel tiempo, nonos enterábamos de nada; en la actualidad,desde la voluntariosa y traicionera memoria...nos resulta más grande aún el misterio. Ver-dad de nuevo hallada en esta novela. Es deagradecer el grato reencuentro a la pericia na-rrativa de Benítez Ariza.

Si tenían más de diez años y menos de cua-renta cuando falleció Franco, no se pierdanesta novela. Si apetecen un libro que las harápensar y sonreír, dejen de lado el DNI y há-ganse con un ejemplar de Vida nueva.

PS. / Durante la lectura me devanaba elsesamen pensando en qué mote le vendría deperlas a la descarada y un poco altiva Ana delPozo. Al final, se demuestra que el imaginariocomún de finales de los setenta estaba bienprovisto de recursos. Ignoro si el apodo llegóa aplicarse realmente a alguna conocida del au-tor o si es invención suya, para cumplir una deesas promesas que se hacen al lector y que nopueden dejarse sin resolver. Sea como fuere,el resultado sólo tiene un calificativo: magis-tral._____

José Manuel Benítez Ariza

Ed. Paréntesis. Col. Umbral.

Sevilla, 2010

216 pág. 13• - 9’10• ebook

JOSÉ VICENTEPASCUAL

EDIFICIO DE LOS ANTIGUOS SINDICATOS HOYRECONVERTIDO EN HOTEL DE CUATRO ES-TRELLAS, EN LA AVDA. DE LA CONSTITUCIÓN

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EL FAROEL FAROEL FAROEL FAROEL FARO 5

Cultura/Poesía

Carlos Guerrero (Zamora, 1943), pertenece,en razón de su edad, a la generación del 70.Como castellano-leonés, hay que buscar en sugenoma lírico secuencias de ADN que lo acer-can a voces tan señeras como León Felipe, elgran olvidado de Tábara, Claudio Rodríguez –aquien no es necesario encomiar– y ese enormepoeta que es Jesús Hilario Tundidor. Y si Ceuta,donde vivió durante muchos años, le aporta cier-to sesgo andaluz o, dicho de otro modo, el in-flujo de Bécquer y Cernuda, debe a Madrid sualiento cosmopolita y al ambiente coetáneo unaforma de ser y estar en el mundo, de verlo yentenderlo, de integrarse en el tren de la histo-ria. Ésta podría ser, a grandes rasgos, la etopeyaliteraria del autor de Las horas descontadas.

Al acercarse al libro, la primera impresión querecibe el posible lector es, sin duda, la de en-contrarse a la sombra de Luis Cernuda, quien,como nadie ignora, escribió Con las horas conta-

das, una obra fundamental en su bibliografía.Con esta sintonía, nos hace un guiño CarlosGuerrero, intentando granjearse nuestra com-plicidad y, al mismo tiempo que establece unpuente entre Cernuda y él, profundiza el abis-mo que los separa. Él no es un cernudiano, sientendemos como tal el movimiento,pretendidamente transgresor, que, a socaire deLos placeres prohibidos, giraría en torno a Brines,Gil de Biedma, Luis A. de Villena y otros. Ladeuda de Guerrero con Cernuda vendría a serla misma que éste contrajo con Bécquer, igual-mente acreedor de Machado y, en definitiva, detodos aquellos poetas que, entre la brillantezretórica y el desnudo esplendor de la claridad,optan por esta última y, sin precipitarse en elprosaísmo, gustan de pasear por el filo de lanavaja, ocultando bajo la sencillez el a vecescomplejo entramado de su propia experiencia.

Esta sería la palabra clave. Experiencia. Queno es en este caso una mera aventura juvenil,marcada por el deslumbramiento de la nove-dad, sino el acervo de situaciones, circunstan-cias y hechos de toda índole que inducen al co-nocimiento. Y en territorio tan resbaladizo ten-dremos que enmarcar las diferencias entre la

Carlos Guerreroo cómo el poeta descuenta sus horas

EL POETAZAMORANO

CARLOSGUERRERO,

AUTOR DELAS HORAS

DESCONTADAS

posición de Cernuda y la de Carlos Guerrero.Los dos son, desde luego, dos poetas maduros.Ambos conocen bien los ardides del tiempo.Uno y otro, no obstante, derivan por caminosdiferentes.

Así, Con las horas contadas, el dramático librode Luis Cernuda, constituye un ajuste cuentascon la vida, y el autor, consciente de la inmi-nencia del fin, se arroja a las llamas del deseo,buscando en ellas la imposible salvación. El tex-to cernudiano soslaya, sin embargo, la memo-ria. Téngase en cuenta que, apenas unos añosantes de su creación, había encomendado al ol-vido lo que la mayoría de los poetas suelen po-ner en el salvavidas de la historia, en un intentodesesperado de conseguir la inmortalidad. Cuen-ta las horas, pues, el sevillano y se aferra a sucómputo menguante con la misma avidez conque sus manos claman por abrazarse al cuerpoamado de su salvador, apostando a tan efímeroy tal vez imposible casillero el escaso caudal desu esperanza.

Las horas descontadas plantean la cuestión deotra manera. Que la vida es fugaz lo saben des-de siempre los poetas, que han llenado millaresde páginas con este lugar común. Guerrero, sinembargo, consciente de esta trágica realidad,urde una maniobra dilatoria y detiene el reloj.De este modo, la partida de ajedrez que le juegaa la vida queda en suspenso: nada va a suceder–son las reglas– hasta que su rival mueva ficha.Mientras esto sucede, rebobina, desanda la exis-tencia y, uno a uno, van poniéndose en marchalos recuerdos, emprendiendo su anábasis pecu-liar.

Esta especie de retirada, este repliegueaplazador de la muerte, comporta un viaje alque alguien denominó paraíso de la infancia. Ode la adolescencia. O de la juventud. Pero, comose sabe, es la conciencia de pérdida lo que con-vierte a un lugar o una época en el espacio/tiempo mitológicos que, siguiendo a Manrique,es, por pasado, mejor. Éste es el ámbito de Las

horas descontadas, en que, más allá de la anécdotay la utopía, que destacan iconos generacionales,se agazapa el retrato moral de un país, de unos

años y la generación que le tocó habitarlos, com-poniendo un discurso polivalente: los juegosinfantiles, las meriendas con pan y chocolate, eldescubrimiento de la sexualidad, etc., etc., nosdescubren los naipes de la educación sentimen-tal del yo-lírico y crean una atmósfera a cuyoabrigo muestran sus estambres los temas obli-gados de toda gran poesía. El incierto sentidode la vida, el inexorable y veloz transcurso deltiempo, el binomio amor/desamor, la memoriay la muerte, comparecen en el discurso y lo ha-cen sin estridencias, asomando por la ventanaque el autor les franquea, sujetos a su anhelo deequilibrio.

Este afán se refleja en la propia estructuradel libro. Partiendo de un poema que, a modode prolepsis, despeja la atmósfera del conjunto,el autor, en una especie de traveling cinemato-gráfico, enfoca a la voz lírica. Está mirando elmar, a la luz de la luna, y enciende un cigarrillo.A partir de ese instante, un flash-back nos acercay aleja de un pasado, que irá tomando forma ycobrando vida, a lo largo de los 50 poemas, re-partidos en cuatro partes, que componen la en-trega, dividiendo la andadura del poeta en cua-tro momentos que, como en las Soledades

gongorinas, corresponden a las estaciones delaño, con un simbolismo evidente. De forma si-multánea, de la gozosa celebración inicial ire-mos, poco a poco, trasladándonos al registroelegíaco del último capítulo, donde el presenti-miento de la consumación adquiere dimensio-nes bellamente desoladoras.

Las horas descontadas no es el libro que seabre a la esperanza, mirando con recelo al por-venir, sino una obra de madurez que desanda elcamino y hace de la memoria un ejercicio decontemplación. El poeta, narrador omniscientede sí mismo e intérprete parcial de su mundo,celebra, como Whitman, lo uno y lo otro, puesen este viaje de ida, es obligada la vuelta. Nadiepuede arraigar en el pasado y el autor, tras ha-ber exprimido su experiencia y la historia, miraal frente, sereno, pero no resignado: Sabe bienque el final acontece cuando ya se ha perdido lacapacidad de crecer.

DOMINGOF. FAÍLDE

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6 EL FAROEL FAROEL FAROEL FAROEL FARO

Cultura/Ensayo

Recuperar lo perdidoEl escritor Pedro M. Domene (Huércal-

Overa, Almería, 1954) ha publicado en la edi-torial malagueña e.d.a. libros (Col. Lecciones decosas, núm. 10) un volumen de ensayos titula-do Disidencias (en la Literatura Española del siglo

XX), en el que recopila algunas de las reseñasliterarias más significativas publicadas en su-plementos literarios de prensa periódica, talescomo «Cuadernos del Sur», del Diario de Cór-

doba o el diario Ideal de Granada, en conferen-cias o en alguna revista de solera como La pa-

labra y el hombre, de la Universidad de Xalapa,en Veracruz (México). En buena parte, se tra-ta de escritores de finales del siglo XIX y prin-cipios del siglo XX, algunos de la bohemia,otros exiliados, incomprendidos y hasta mar-ginados por el sistema o los mismos estudio-sos de nuestra historia literaria. Pero lo quetambién es cierto es que una considerable pro-porción de ellos se ha visto envuelta en unproceso de recuperación o, al menos, en unintento de la misma. Así ocurre con los auto-res recogidos en la colección de la Fundacióndel Banco Santander, que lleva por título «ObraFundamental», la cual se inició en 1995. El lec-tor interesado encontrará respuesta a losinterrogantes que le puedan surgir en el texto«Una justificación y algo más», donde el escri-tor ofrece esas explicaciones a que aludo (pp.145-147).

Nuestro autor se dio a conocer con un pri-mer libro de entrevistas literarias, tituladoGalería de elegidos (1993), publicado en la colec-ción Batarro, con prólogo de Enrique Vila-Matas. A él siguió Imposturas (2000), editadopor el Instituto de Estudios Almerienses, dela Diputación Provincial de Almería; libro queconstituye una primera recopilación de rese-ñas y ensayos literarios, la cual mucho teníaque ver con sus colaboraciones literarias enprensa y revistas de prestigio nacional e inter-

nacional. Y es que en la trayectoria literaria dePedro M. Domene no debe perderse de vistaesa dimensión periodística en la que se inicióy en la que ha venido ofreciendo buena partede sus escritos hasta la fecha, ampliada muypronto a las publicaciones periódicas de cali-dad; así como sus ediciones antológicas de na-rrativa. Debo hacer referencia a su producciónnovelística, que hasta el momento compren-de los títulos de narrativa juvenil Después de

Praga nada fue igual (2004,1ª ed.; 2008, 2ª ed.) yConexión Helsinki (2009).

Pues bien, Disidencias es un volumen de re-señas y ensayos literarios en el que los autoresque allí se dan cita han sido reunidos con buencriterio por el crítico huercalense y esa volun-tad de conjunto supera con creces a cualquierotro criterio que pudiera aducirse respecto asu heterogeneidad. El prologuista de excep-ción de este libro, Medardo Fraile, señala tansabia como oportuna y acertadamente, en re-ferencia a este punto lo siguiente: «Son casitodos ellos, escritores que dejaron España porimposible, que la añoraron sin remedio, que laquisieron más que nunca y siguieron buscán-dola en editoriales, en las tertulias de los cafés,en periódicos, por la radio y hasta en las ante-salas de los aeropuertos para oír lo que conta-ban los viajeros que acababan de llegar de ella.Unos –muy pocos– se quedaron en España,otros volvieron esporádicamente o murieronen el exilio o acabaron sus días ignorados ocasi desconocidos en la Patria. Gente muy va-liosa, escritores espléndidos… ¿Quiénes fue-ron los exiliados, los que se salieron de Espa-ña o los que se quedaron? Porque, por dife-rentes que fueran, hubo exilios, carencias do-lorosas por ambas partes, mientras otros paí-ses se beneficiaban de lo que perdimos noso-tros» (Medardo Fraile: «Palabras preliminares»,pp. 7-8).

El primero de nuestros cuentistas actualesseñala además que, excepto los cuatro prime-ros autores integrados en el libro (SilverioLanza, Alejandro Sawa, Carmen de Burgos yFrancisco Villaespesa), quienes a su juicio for-marían un núcleo aparte; el resto, once auto-res en total, son los que dan el carácter de di-sidentes a estos escritores: Enrique DíezCanedo, José Gutiérrez Solana, BenjamínJarnés, José Bergamín, Arturo Barea, RafaelDieste, Esteban Salazar Chapela, Samuel Ros,Francisco Ayala, Mercè Rodoreda y DionisioRidruejo.

Pedro M. Domene no se limita a darnoscumplida referencia del autor recuperado y dela obra que ha motivado ese intento de recu-peración, sino que además maneja otras fuen-tes bibliográficas, de las que da cumplida refe-rencia en notas a pie de página y con las cualesofrece una visión lo suficientemente amplia ycompleta de cada uno de estos singulares es-critores. Y lo hace con buen juicio sintético yde conjunto, abriendo caminos para que el lec-tor interesado profundice en aquellos puntosque considere más atractivos y convenientes,en cada caso.

La colección de ensayo de la editorial mala-gueña en que se incluye su libro integra títulosde Rafael León, Vicente Núñez, Miguel Casa-do, Pablo García Baena, María VictoriaAtencia, etc., lo cual da una idea de su apuestay de la seriedad con que ésta es abordada. Porlo demás, el libro se lee con soltura, fluidez yamenidad, nunca resulta demasiado erudito yda cabida a pormenores y datos muchas vecesdesconocidos o ignorados por el lector noespecializado en estos escritores. Una buenaoportunidad para iniciarse en el contacto conuna serie de autores marcados por el destinoadverso y cuya obra no merece el silencio enel que a menudo se ve envuelta.

EL ESCRITORALMERIENSE

PEDRO M.DOMENE,

AUTOR DEDISIDENCIAS

(EN LALITERATURA

ESPAÑOLADEL SIGLO XX),

PUBLICADORECIENTEMENTE

EN MÁLAGA

JOSÉANTONIO

SÁEZ

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EL FAROEL FAROEL FAROEL FAROEL FARO 7

Cultura/Poesía

En el libro Vértigo de las horas (Barcelona, Ca-rena, 2010) el poeta granadino Enrique Morón(1942) nos ofrece un canto constante a la vidatranscurrida, la infancia feliz en el campo (poe-ma «Un secreto refugio»), la inquieta juven-tud, los amores y los trabajos, los momentosmás brillantes, intensos y emotivos.

Los temas predominantes son la tristeza, lamelancolía, la conciencia dolorosa del paso deltiempo y del final que se acerca (la inminenciade los fantasmas), el recuerdo que se difuminay las heridas morales, el miedo y el peligro ace-chante del mundo, el desencanto con los tiem-pos presentes, la resignación fatalista, la indo-lencia y el cansancio de vivir. Por todo ello,resulta un alivio agradable leer poemas como«Extraño Olimpo», donde irrumpe un momen-to de plenitud serena y pacífica; «Venturosos»,donde celebra los hombres que viven felizmen-te de la tierra y con la tierra; y «Brindis», enque admira el milagro de que los amigos con-serven la alegría a pesar de la edad. En el fon-do hay un pensamiento y una reflexión de quelo feliz fue la infancia y la juventud, y de que elpaso de los años, la madurez y la senectudentrañan frialdad, desamor y anquilosamien-to. En cierto modo, es un vivir de acuerdo conla naturaleza.

El poeta se debate, por tanto, entre elvitalismo y la decadencia de la edad. Llega aexpresar su paradoja: «No sé cómo explicar estadiscordia/ que hay en mi ser/ por salvar el nau-fragio.»

Otros temas del libro, también traspasados porcierto deje decadente, son el canto de la amistady del amor, de la naturaleza vivida, de la pasiónpor la poesía, que constituye una forma de dejaruna huella de su paso por el mundo.

El silencio, la soledad, el crepúsculo, la nie-bla, las campanas, el bronce, lo negro otorganun tono simbólico continuo a los musicales ydiscurrentes versos de las silvas sin rima de estelibro. La actitud elegíaca y nostálgica quedapespunteada de certeras imágenes (como en«La mansión del olvido»). Lo que presiente ellector es que el poeta no ha buscado tales ocuales metáforas o símbolos, sino que lo habi-tual es que estos le lleguen de forma instintivaa Enrique Morón desde el vehemente manan-tial de su inspiración poética. Ciertamente, tam-bién hay sentimientos concretados de formaalegórica, algo más racionalizados, en poemascomo «El debe y el haber» (comparándose conun mercader) y como «Igual que un artesano».

La actitud o la intensidad emotiva es lo queprima en el lirismo de Vértigo de las horas. Si ellector quiere conocer el contenido vital, lasanécdotas, las experiencias personales más sig-nificativas de Enrique Morón, debe leer el re-comendable volumen El bronce de los días. Me-

morias (Granada, Port-Royal, 2003), donde sinpretensiones narra precisa y amenamente suinfancia en los campos de la Alpujarra, sus añosde bachillerato, hostales y afición poética tem-prana en Granada, su regreso a la Alpujarra,sus primeras obras de teatro (publicadas en laTrilogía del esparto, Motril, 1999) y su primer li-

Dos poetas: Enrique Moróny Ezequías Blanco

JOSÉ ENRIQUESALCEDO

A LA IZQUIERDA EL POETA ENRIQUEMORÓN, AUTOR DE VÉRTIGO DE LAS HO-RAS. Y A LA DERECHA EL ESCRITORZAMORANO EZEQUÍAS BLANCO, AUTORDE UNA CEJA DE ASOMBRO

bro de poesía con su personal estilo (Paisajes

del amor y del desvelo, Barcelona, Colección ElBardo, 1970), su orientación profesional, vitaly literaria en la Granada de los años 70 y 80,donde ha tenido una destacada actividad poé-tica hasta hoy.

No me resisto a reproducir un párrafo deestas Memorias por considerarlo un testimoniosintético de la poesía y de la gracia del autor:«A la acción de quitarle las hojas a las panochasse le da el nombre de desfarfollo, y este traba-jo encierra un ritual, como otros trabajos agrí-colas, pero encubre unos matices eróticos y decortejo, que no existen en las restantes ocupa-ciones rurales. El acto de desfarfollar se hacíapor la noche, cuando las tareas habían finali-zado: cambiándose los muchachos la ropa defaena por otra indumentaria más en consonan-cia para el cortejo, y las muchachas se engala-naban, si no de domingueras, sí con el donaireque el hecho requería.

Los muchachos procurábamos informarnosen dónde se desfarfollaba, para escoger el sitioque albergaba a las mozas más guapas (...)»

Similar acercamiento a los hombres y los tra-bajos del campo se puede apreciar en el librode poesía Los caprichos de Ceres (Madrid, Deve-nir, 2007) del zamorano Ezequías Blanco(1952), quien canta los ciclos y los elementosnaturales, homenajea a los hombres y las mu-jeres que trabajan y perduran con la tierra, evo-ca las faenas campesinas casi olvidadas en estetiempo de huída de las raíces elementales, tra-ta de recuperar la casa y el campo donde «vi-vió el niño que se comió la luz/ con gula hastahacerla transparente hasta dejarla/ sin una solasombra en su interior.»

Impresión muy favorable produce la entre-ga poética Una ceja de asombro de Ezequías Blan-co (Madrid, Huerga y Fierro, 2010), impresiónde expansión desde adentro que se trasluce noen verborrea o retórica, sino en expresión diá-fana basada en la lucidez y la comprensiónsobre el ser humano, su historia y su literatura.Esta impresión viene dada, en gran medida,

porque el lector se siente hastiado de cierta poe-sía que malvive de penas y frustraciones y sen-saciones de disgusto y de fraude que generanresentimientos generacionales, existenciales,sociales.

El zamorano Ezequías Blanco tiene y mues-tra otro talante: «Aquí sigo analizando el per-fil/de todas las angustias...», como si hubieraexperimentado una transformación interior, unestado de desprendimiento de sí mismo en lofísico y en lo mental: «Un instante de emociónde comunión inmensa/ me ha bastado paraarrojar de los bolsillos al vacío/ todas las men-tiras de la vida y las esquinas agrias del futu-ro.»

A veces, insinúa desdoblamientos psíquicos,energía shakty recorriendo con potencia sucuerpo, estados de éxtasis, de contemplaciónexacerbada, relacionada con el título «una cejade asombro», pero siempre desde la misma vidasencillamente vivida, como diría un maestroZen: «Porque yo guardo dentro de mí devota-mente/ el gran tesoro de la admiración desen-cadenada/ por lo que me precede y por lo queme sucederá.»

El desasimiento del autor se manifiesta, porejemplo, en cierto léxico como «aéreo», «levi-tar», «volar», y, contra lo que sería común pen-sar, no conduce al sinsentido, sino a la acepta-ción del eterno devenir y del lugar que ocupadentro de ese vértigo aparente. Es una tenden-cia, y una invitación, al vitalismo, rememorandoa Nietzsche; al primitivismo lleno de encanto,de dureza y de sabiduría; una reivindicacióndel heroísmo sin debilidades ni melancolías.

Para el poeta, la vida «sólo tendrá sentido siha sido transformada». De esta comprensiónofrece una poesía, un ritmo, unos sonidostransformados, y conjura la limitación lingüís-tica expresiva que anuncia la cita del escribaegipcio que abre el libro.

De este mismo talante ojalá participen cadavez más poetas que compartan lo que diceEzequías Blanco: «De fuerzas superiores provie-ne cada verso/ y el poeta es sólo su secretario.»

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8 EL FAROEL FAROEL FAROEL FAROEL FARO

Cultura/El Canto del Urogallo

PEDRORODRÍGUEZ

PACHECO

La literatura española –la historia de la li-teratura española– está plagada de excelen-cias preteridas, a veces, durante siglos: deci-sivas figuras de las letras sufriendo unadenostación implacable y que hubieron deesperar décadas o siglos para ser rescatadasde los secuestros a los que una crítica aco-modada o acomodaticia las tenía sometidas.Acaso el ejemplo más vistoso sea el de DonLuis de Góngora y su rescate por DámasoAlonso y los poetas de la Generación del 27.Pero son muchos más los casos y, en todos,un denominador común se hace patente:poetas, novelistas, hombres de letras queantepusieron un sentido de la creatividad enel que sobresalía como virtud suprema la su-peración exigente de los modos, formas,hábitos y preceptivas que eran dominantesen sus tiempos o, al menos, un sentido de laoriginalidad y la personalidad –la voluntadde estilo– que rompía con los esquemaspreestablecidos por las estéticas dominan-tes. Estéticas hegemónicas que, ante estoscasos de subversión e independencia crea-dora, cerraban filas dejando a extramuros delsistema a quienes se manifestaban de mane-ra personalísima, imprimiendo un sesgo deoriginalidad creadora mortificante para lasortodoxias al uso. Nombres secuestrados,figuras desvanecidas e imposibilitas – y estees el mal mayor– de que la pluralidad distin-tiva de los mensajes estéticos deviniera enuna puesta a punto, de actualidad y regene-ración, de un manido sistema de calco y re-calco que sólo tenía –y tiene– la intenciona-lidad menuda del mercado interior, sólo ylastimosamente mercado interior.

Se han desaprovechado así muchas posi-bilidades enriquecedoras con estos lamen-tables secuestros. Y cuando han llegado lostiempos de los rescates y rehabilitaciones,los tiempos han sido perdidos, porque, sibien se ha hecho justicia, las propuestas es-téticas que conllevaban las obras de los se-cuestrados, han terminado –por mor de laevolución natural de las ideas– por aflorar yser reivindicados, con sorpresa y deslumbra-miento, por quienes, tardíamente descubrenel aura luminosa de los injustamente poster-gados. Es el caso de los poetas de Cántico,rescatados, in extremis, por los poetasnovísimos o, más recientemente, AntonioGamoneda por los creadores del llamadoCírculo de Valladolid.

Todas estas restituciones determinan, a ve-ces, un nuevo secuestro. Los rescatadores

asumen un papel de protectores exclusivossobre el rescatado y ellos, solos ellos, tienenpotestad para escribir, definir, o instalar alrestituido en la esfera celeste del Parnaso. Oel secuestro –físico o literario– de un autorcuyo rescate implica el pago de unasplusvalías de prestigio por contagio, comofue el caso de Alberti al regreso de su exiliopor ciertos poetas granadinos o el de Mi-guel Hernández, defenestrada –ya en la de-mocracia– su obra por «el olor a cabras» y,hoy, tras su utilización interesada durante laDictadura, restituido, tibiamente, al relum-brón de los retablos oficiales.

Finalmente, existen otros secuestros y res-cates. Acaso estos sean los más vergon-zantes… Con ocasión de buscar unos certi-ficados de estudios de mi hija Guiomar, tras-papelados en la última mudanza, he tenidoque remover montañas de carpetas,archivadores, etc. En tales circunstancias tedas de bruces con documentos olvidados.Entre ellos, unas entrevistas que le hacían aCaballero Bonald en Tribuna (septiembre,1995) María Eugenia León y en El País (agos-to, 1997) Francisco Correal. Ambas tienencomo fondo el primer volumen de las me-morias del escritor jerezano, Tiempo de gue-

rras perdidas. Contesta Bonald, a la preguntade Eugenia León, sobre la idiosincrasia an-daluza, diciendo que la Andalucía verdadera«es la de Cernuda, que es una Andalucía me-lancólica, ensimismada»… Lo que no es

óbice para que Correal, en la entrevista deEl País, le recuerde lo que pensaba sobreCernuda en sus tiempos de ensimismamientocatalán y melancolía barcelonesa: «laautocompasión engorrosa de Cernuda», «lacursilería de Juan Ramón» y «los amanera-mientos retóricos de Lorca». Es decir, se-cuestros y rescates en diacronía y sincroníade una sola tacada.

Pasados los años, acaso haya que conve-nir que la Diferencia no ha sido más que uninmenso, fantástico rescate de tantos exce-lentes poetas secuestrados, marginados porlas tendencias hegemónicas coyunturales, llá-mense realismo social, novísimos o postri-merías, las que dejaron en la cuneta tantasposibilidades y plurales iniciativas. No pue-do hablar en pasado: sigue ocurriendo. Y lapuesta al día de la cuestión se sigue produ-ciendo; la última consecuencia es el ensayode Diana Cullell La poesía de la experiencia es-

pañola de finales del Siglo XX al XXI (Deve-nir, Madrid). En estos días –cabal ejemplode esas excelencias secuestradas–, me llegael bellísimo poemario Vértigo de las horas deEnrique Morón, aparecido en Ediciones Ca-rena, una de esas editoriales íntimas, casi se-cretas, tantas veces periféricas, en las que serescatan de los interesados secuestros, a lospoetas más auténticos y originales de la poe-sía española contemporánea. Acaso, seanellas, tales editoriales las que, denodadamen-te, nos han tomado el testigo.

Secuestrosy rescates

ARRIBA IZDA.: FEDERICO GARCÍA LORCA. DERECHA: RAFAEL ALBERTI.ABAJO IZQUIERDA: LUIS CERNUDA. DERECHA: MIGUEL HERNÁNDEZ