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Comunicación y esfera pública

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Abril de 2012 Nueva Época – Volumen 2

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UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE QUERÉTARO

Dr. Gilberto Herrera RuizRector

Dr. en Der. César García RamírezSecretario Académico

Dr. Irineo Torres PachecoDirector de Investigación y Posgrado

FACULTAD DE CIENCIAS POLÍTICAS Y SOCIALES

Mtro. Carlos Praxedis Ramírez OlveraDirector

Mtro. Gabriel A. Corral VelázquezSecretario Académico

Mtro. José Antonio Morales AviñaJefe de Investigación y Posgrado

Lic. José Luis Durán OlveraCoordinador de Divulgación

FRONTERA INTERIOR

Soc. Efraín Mendoza Zaragoza Editor

Víctor Gabriel Muro GonzálezCoordinador del número

Consejo Editorial

Coordinadores de Cuerpos Académicos de la FCPS

Dr. Germán Espino SánchezPolítica y Sociedad

Dra. María de los Ángeles Guzmán MolinaTransformaciones socioculturales y su dimensión espacial Dr. Stefan GandlerGlobalización, Modernización, Desarrollo y Región

Dra. Esperanza Díaz Guerrero GalvánTerritorio y Sociedad

Frontera Interior. Ciencia y Sociedad es una publicación semestral dictaminada por pares y editada por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Autónoma de Querétaro.

Nueva Época – Número 2, abril de 2012. / Foto de portada: Jesús Morales.

Visítenos: www.fcps.uaq.mx/frontera

Toda correspondencia dirigirla al editor, Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, Universidad Autónoma de Querétaro, Cerro de las Campanas, C.P. 76030, Querétaro, Qro. Correo electrónico: [email protected].

La publicación de esta revista se financió con recursos del PIFI.

Todos los derechos de reproducción de los textos aquí publicados están reservados por la Universidad Autónoma de Querétaro. DR ©. La opinión expresada en los artículos firmados es responsabilidad del autor.

ISBN: 978-607-513-048-4

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Índice

PRESENTACIÓN

COMUNICACIÓN Y ESFERA PÚBLICA

Configuración de perfiles profesionales del comunicador: el debate entre los subcampos educativo y profesional

Vanesa del Carmen Muriel Amezcua

El lenguaje de los jóvenes en los mensajes vía teléfono celular: una perspectiva sociolingüísticaMiriam Herrera-Aguilar, Luis Daniel López García e Iván Pedro Aldama Garnica

Cooperativismo y cultura regional en Querétaro. El caso de la Sociedad de Productores de Manzana de San JoaquínGabriel Muro, Ana Gabriela Quiterio y Elizabeth Gutiérrez

Debates y definiciones en torno a la esfera pública. Notas para el análisis en el caso de QuerétaroGabriel A. Corral Velázquez

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Índice

REPORTES DE INVESTIGACIÓN

¿Esfera pública en Facebook?Omar Árcega

El espacio vivido y el espacio imaginado como referentes de la identidad local. El caso del pueblo de JuricaLorena Erika Osorio Franco

DERECHOS HUMANOS

Los “usos y costumbres” desde la perspectiva de los Derechos Humanos. El caso de las mujeres de El Varal, AmealcoSulima García Falconi y Renán García Falconi

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PresentaciónLos textos que integran este número de Frontera Interior giran en torno al vínculo entre la comunicación y la esfera pública. Con el desarrollo de las nuevas tecnolo-gías, se hace necesario –dentro del ramo de la comunicación– un esquema diferente para comprender el sistema de interacción dentro de las tradicionales instituciones sociales y del llamado “ciberespacio”, en la órbita digital del internet y la interfaz de las comunicaciones satelitales.

Se aborda la esfera pública como un punto central de discusión entre los go-bernantes y los gobernados y la necesidad de establecer mecanismos que permitan generar espacios de reflexión y diálogo en torno a la forma en que el Estado y los dirigentes puedan rendir cuentas a la sociedad en general. Estos temas son más per-tinentes en función del estado actual de las nuevas plataformas de comunicación, de organización, de la promoción de los derechos humanos y de los reacomodos propios de la democracia.

La importancia de estos temas estriba en cómo la comunicación es un factor clave en el ámbito de la socialización humana, y en cómo la esfera pública, punto medio dentro del sistema de poder, es un espacio donde se lleva a cabo la libre aso-ciación y acción discursiva desde la cual se construye la opinión pública. Podrá el lector encontrar un espectro que abarca grandes áreas de investigación sobre los es-tudios de comunicación y comunicación política, tales como la profesionalización del comunicador, la utilización que se hace del lenguaje en las nuevas tecnologías, la comunicación organizacional generada al interior de una cooperativa, el debate público en la democracia y la visualización y problemáticas de las mujeres en las zonas rurales.

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Presentación

Con su artículo Configuración de perfiles profesionales del comunicador: el debate entre los subcampos educativo y profesional, Vanesa del Carmen Muriel Amezcua plantea la importancia de estos al momento de definir los perfiles profesionales que darán sentido a la formación del comunicador ya que no se trata de ámbitos aislados. Enfatiza en que los perfiles profesionales estarían diseñados bajo la premisa de que es la institución de la universidad la que debe trabajar en la configuración de referentes académicos y profesionales, que den sentido al diseño e implementación de los planes de estudio del comunicador.

En su texto El lenguaje de los jóvenes en los mensajes vía teléfono celular: una perspecti-va sociolingüística, Miriam Herrera-Aguilar, Luis Daniel López García e Iván Pedro Aldama Garnica presentan un análisis del lenguaje que los jóvenes utilizan para comunicarse a través de mensajes de texto que envían con el celular. Diseñaron una metodología que permitió tomar en cuenta factores sociales como sexo, edad, nivel sociocultural e identificación de grupos, todo por medio de las modalidades utilizadas por los jóvenes en sus textos.

Siguiendo la línea de investigación de la comunicación organizacional, Ana Ga-briela Quiterio, Elizabeth Gutiérrez y Gabriel Muro analizan en su artículo Coope-rativismo y cultura regional en Querétaro. El caso de la Sociedad de Productores de Manzana de San Joaquín, una forma alternativa de desarrollo económico frente al modelo ca-pitalista, al tiempo que se describe cómo se operan los componentes cooperativos en la organización.

Por su parte, Gabriel A. Corral Velázquez en Debates y definiciones en torno a la esfera pública. Notas para el análisis en el caso de Querétaro, sostiene un debate a partir de dos conceptos fundamentales: la democracia y la esfera pública, entremezclándo-los teóricamente para realizar una propuesta en el sentido de abrir nueva líneas de análisis sobre cómo se construye el debate público.

En la sección de avances de investigación, se presentan los artículos ¿Esfera pú-blica en Facebook?, de Omar Árcega, y El espacio vivido y el espacio imaginado como referentes de la identidad local. El caso del pueblo de Jurica, de Lorena Erika Osorio Franco.

El primero centra su análisis en si las plataformas cibernéticas de socialización, como Facebook, sirven para generar, exponer, discutir, intercambiar y generar opi-niones en torno a la cosa pública. Por ello, a través de la metodología propuesta por el autor, se analiza un grupo de comentarios en la página de la revista Proceso en esa red social.

El segundo artículo se centra en el fenómeno de la expansión de las ciudades

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Presentación

sobre las zonas rurales aledañas y cómo el territorio cambia drásticamente pero, a través de la memoria colectiva, la sociedad nativa construye el arraigo y el sentido de pertenencia signado fuertemente al territorio, lo que ayuda al pueblo a diferen-ciarse de otros espacios dentro de la ciudad.

Por último, en la sección de derechos humanos, Sulima del Carmen García Fal-coni con el artículo Los “usos y costumbres” desde la perspectiva de los Derechos Humanos. El caso de las mujeres de El Varal, Amealco, pone sobre la mesa el respeto a los Dere-chos Humanos de las mujeres indígenas, tarea que no puede ser abandonada a las manos de los gobernantes sino enraizar en el corazón mismo de sociedad.

De este modo, Frontera Interior responde al propósito de contribuir a la difusión del trabajo generado en el campo de las ciencias sociales y las humanidades. Esta tarea cobra relevancia cuando el conocimiento es presentado a la sociedad y ésta puede apropiárselo para incidir y actuar en sus problemáticas particulares. La cien-cia se justifica socialmente en la medida que está atenta a su tiempo y aporta a la aspiración de una convivencia madura y racional.

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Configuración de perfiles profesionales del

comunicador: el debate entre los subcampos educativo

y profesionalVanesa del Carmen Muriel Amezcua*

Resumen: El presente documento da cuenta, conceptualmente, de dos de los sub-campos que permiten la comprensión del campo de la comunicación: los subcam-pos educativo y profesional. Así mismo se plantea la importancia que tienen estos subcampos al momento de definir los perfiles profesionales que darán sentido a la formación. No se trata de dos subcampos aislados, más bien se visualizan como complementarios el uno del otro, sin perder de vista las particularidades que cada uno tiene. Los perfiles profesionales, en este sentido, estarían diseñados bajo la con-sideración primordial de que es desde la universidad, donde se debe trabajar en la configuración de referentes académicos y profesionales que den sentido al diseño e implementación de planes de estudios.Palabras clave: campo de la comunicación, subcampo educativo, subcampo profe-sional, perfiles profesionales, formación profesional.

Abstrac: This document describes, conceptually, two of the subfields that allow understanding of the field of communication: education and professional sub-field. This work also considers the importance of these sub–fields when defining the profiles that give meaning to the training. There are two isolated subfields rather are viewed as complementary to each other, without losing sight of the particularities of each one has. The profiles in this regard, would be designed

* Profesora investigadora de la Universidad Autónoma de Querétaro. Doctora en Educación con especialidad en Comunicación por parte de la Universidad de Guadalajara. Tel: (442) 1 92 12 00 ext. 5463. Correo electrónico: [email protected].

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Configuración de perfiles profesionales del comunicador: el debate entre los subcampos educativo y profesional

under the primary consideration that since college is where you should work on setting academic and professional references that give meaning to the design and implementation of curricula.Keywords: field of communication; education subfield; professional subfield; pro-files training.

El desarrollo histórico y acelerado de las escuelas de comunicación en México, así como la articulación del campo académico, permiten visualizar entornos

bien reconocidos en el ámbito institucional, como escuelas, carreras, denomina-ciones, ámbitos laborales, pero poco claros al momento de comprender que en dicho campo se encuentran inmersas diversas prácticas educativas y profesionales, consideradas como elementos constitutivos de una profesión.

El campo académico de la comunicación engloba toda una serie de espacios en los cuales encuentra sentido su propia estructuración. Dichos espacios, denomina-dos de acuerdo con Fuentes (1995) y Vassallo (2001) como subcampos, presentan cierta particularidad en función de qué es lo que los está determinando, qué agentes entran en juego y cuál es la producción que de ellos se obtiene.

Bajo esta lógica, Fuentes (1998: 68-69) plantea un modelo heurístico, en el cual esquematiza las estructuras del campo académico de la comunicación, con el propósito de distinguir y, a su vez, relacionar tres modalidades de prácticas académicas:

1 Producción de conocimiento, vinculada a la investigación académica y aplicada;2 Reproducción de conocimiento, orientada hacia la formación de comunicadores,

mediada desde las universidades y quienes son finalmente las encargadas de la conformación del campo en términos socioculturales. Fuentes (1998) plantea que la institución, para ser mediadora, articula dentro de las prác-ticas educativas dos planos: el científico y el profesional.

En este punto se considera la tradicional definición de las “tres funciones sustantivas” de la institución universitaria (la formación profesional o do-cencia superior, la investigación científica y humanística y el servicio o ex-tensión universitaria), y su integración, como determinantes de la inserción (función) social concreta de cada institución (Fuentes, 1998: 70), y

3 Aplicación de conocimiento, la cual gira en torno al ámbito general de la pro-fesión, es decir, al heterogéneo mercado profesional con todo aquello que lo determina.

A partir de lo anterior la estructura del campo académico estaría conformada de la siguiente manera:

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Vanesa del Carmen Muriel Amezcua

Cuadro 1Conformación del campo de la comunicación

Fuente: Elaboración propia.

La articulación entre las tres prácticas: investigación, de formación y profesional sirven, de acuerdo con Fuentes, “como parámetro de contrastación externa de la estructuración consistente del campo académico, al proporcionar indicios de su ‘ajuste’ a las condiciones de desarrollo de las prácticas (y las agencias) sociales que toma como objetos, y en consecuencia, al otorgar reconocimiento y legitimidad en grados variables a las prácticas académicas institucionalizadas de manera diferen-cial” (Fuentes, 1998: 70-71).

Es decir, cada subcampo conformado por las prácticas que en cada uno se de-sarrolla, permite visualizar el grado de estructuración e institucionalización de un campo que de manera disímil ha ido desarrollándose en cada uno de los espacios antes mencionados. No obstante, este desarrollo disparejo no impide el reconoci-miento de los avances científicos, académicos y profesionales que se han generado en los últimos 20 años.

Subcampo educativo y profesional en la configuración de perfiles profesionales

El primer subcampo a definir, y que guarda especial interés, es el subcampo educa-tivo. Partimos de la premisa de que se trata del espacio en donde adquieren sentido los subcampos científico y profesional. Es el espacio que otorga al campo de la comunicación el grado de institucionalidad con el cual podemos comprender dos

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Configuración de perfiles profesionales del comunicador: el debate entre los subcampos educativo y profesional

importantes prácticas: la de formación y la de investigación. En el caso del sub-campo profesional, es decir, el de la práctica de la profesión, queda clara la cons-tante interrelación que debe mantener con el ámbito educativo. Que si bien no se espera que lo determine, sí se plantea la necesidad de ser reconocido, y más cuando nos encontramos en un contexto en donde la formación se encuentra vinculada a estándares y modelos pedagógicos que llevan a las Instituciones de Educación Superior (IES) a formular estrategias que permitan mejores y mayores estándares de calidad, más relacionadas con criterios de desarrollo de procesos que con la formación misma.

Orozco (1990) subraya que el subcampo educativo es “el conjunto de prácticas interrelacionadas entre sí, de acuerdo a la función que cumplen en la división del trabajo de producción, reproducción y difusión del conocimiento, entendido am-pliamente como el conjunto de saberes y habilidades” (Orozco, 1990: 28). Dichos saberes y habilidades, objetivados y prácticos, son traducidos en planes y programas de estudios, los cuales se enseñan, reproducen y son apropiados por los agentes, futuros profesionales; aunque hay saberes y habilidades que se pueden aprender en la vida cotidiana sin necesidad de haber sido objetivados para ser enseñados.

Esto, según Orozco (1990), explica el porqué algunas prácticas de comunica-ción ya se realizaban con anterioridad, sin la necesidad de una institución forma-dora, y había y hay comunicadores que ejercen la profesión sin necesidad de haber cursado una carrera en comunicación, periodismo y/o afines. En este sentido, su práctica no se diferencia de los que sí la han cursado, es decir, sí existe una confor-mación de un habitus y de cierto capital sociocultural y simbólico que permite su reproducción, aunque no hay una institución educativa que otorgue legitimidad y reconocimiento al capital adquirido, pero sí un campo profesional que a través de sus instituciones legitima la práctica del sujeto.

De esta forma, la enseñanza y las prácticas profesionales se convierten en ob-servables y permiten comprender la conformación del subcampo educativo.

Es importante considerar que el origen fundacional de las escuelas de comu-nicación, y con ello de los procesos de formación, a pesar de no desarrollarse a la par de las prácticas profesionales y de la existencia de comunicadores, sí se realizó a partir de la legitimación de ciertas prácticas que estaban determinadas, de acuerdo con Pacheco (1997), por procedimientos institucionales de reconocimiento en la formación y ejercicio.

El mismo antecedente histórico de las escuelas de comunicación en América Latina da muestra de ello. Es a partir de los años 30 cuando se comprende la ne-cesidad histórica de profesionalizar la labor periodística en Latinoamérica, esto a través de su enseñanza en las IES (León, 2006).

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Vanesa del Carmen Muriel Amezcua

En el caso de México, durante la década de los 40 es cuando se fundan las pri-meras escuelas de periodismo, destacando entre ellas por su permanencia, hasta la actualidad: Escuela de Periodismo Carlos Septién García (1948)1; Universidad Nacional Autónoma de México, que en 1951 abrió la Licenciatura en Periodismo adscrita a la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales; Universidad Veracruzana, que en 1954 empezó a ofrecer la Licenciatura en Periodismo para su posterior reestruc-turación como Licenciatura en Ciencias y Técnicas de la Comunicación.

Entre los intereses predominantes en cuanto a formación profesional, destaca-ban: 1) la prioridad de la habilitación técnico-profesional; 2) el relativo ajuste a las demandas del mercado laboral, y 3) el propósito de la incidencia político-social a través de la “opinión pública” (Fuentes, 1998). Esta orientación surgió como res-puesta a una clara necesidad de ese sector de la comunicación en pleno proceso de consolidación, dentro del modelo comercial vigente en el país (Luna, 1992).

A partir de 1960, cuando se funda la carrera de Ciencias de la Comunicación en la Universidad Iberoamericana, se establece lo que se ha denominado el segundo modelo o proyecto fundacional (Fuentes, 1998, 2003), el cual buscaba formar in-telectuales que debían dar respuesta a los problemas del hombre contemporáneo. Se planteó la necesidad, en ese momento, de abrir una carrera que cubriera el vacío profesional que se venía “arrastrando”, debido a la formación práctica que se im-pulsaba en las instituciones que ofrecían estudios en periodismo, por tal motivo la concepción que se quería instrumentar era la del comunicador como intelectual, visto desde una perspectiva humanista2.

La diferencia con las preexistentes carreras de periodismo se planteó clara-mente desde el principio: el énfasis de “Ciencias de la Comunicación” estaría puesto en la “solidez intelectual” proporcionada por las humanidades, sobre todo la filosofía, ante la cual la habilitación técnica estaría subordinada, pero de tal manera que garantizara la capacidad para impulsar, a través de los medios, la transformación de la dinámica sociocultural conforme a marcos axiológicos bien definidos (Fuentes, 1998: 95).

En este sentido, la misma carrera parecía presentar diferencias, quizá no tan contundentes con otras disciplinas, específicamente en el ámbito laboral que es-taba enfocado hacia los medios de comunicación. “Se buscaba la formación de un hombre capaz, que gracias al dominio de las técnicas de difusión, pone su sa-ber y su mensaje al dominio de los valores más altos de la comunicación humana” (Fuentes, 1998: 94).

Por tal motivo, la carrera de la Universidad Iberoamericana, no se puede con-siderar una derivación de las carreras de Periodismo que la antecedieron, sino más bien como la instauración de una nueva propuesta, que en palabras de Luna (1992),

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Configuración de perfiles profesionales del comunicador: el debate entre los subcampos educativo y profesional

funda un nuevo modo de entender y de enfrentar educativamente las exigencias y posibilidades comunicacionales de la sociedad. “Un modelo cualitativamente dis-tinto a los orientados hacia el periodismo” (Hernández, 2004: 112).

Al considerar que en Brasil y Argentina este tipo de escuelas surgen desde los años 30 podemos afirmar, entonces, que las escuelas de periodismo inician tardía-mente en México, y que antes de que se construya un modelo, o de que se genere una tradición de enseñanza del periodismo en el país, esta función es absorbida por las nacientes “Escuelas de Ciencias y Técnicas de la Información” o de “Ciencias de la Comunicación”, coincidiendo con la tendencia impuesta en América Latina por la UNESCO, a través del Centro Internacional de Estudios Superiores de Pe-riodismo para América Latina (CIESPAL) (Hernández, 2004: 112).

Durante la de década de los 70 se inscribe el tercer momento fundacional de las escuelas de comunicación, en donde el ideal se centraba en el “comunicólogo” como científico social, poseedor de una visión analítica y crítica de los fenómenos, prácticas y procesos sociales y comunicacionales; se abandona la formación y ha-bilitación técnica y se privilegia la formación de conciencia de clase (Fuentes, 1998; Cantarero, 2002-2003).

Cuando revisamos la configuración del subcampo educativo, a través de la his-toria, damos cuenta de que los tres modelos fundacionales permitieron configurar rasgos que en su momento marcaron referentes identitarios, en la formación de los profesionales de la comunicación. Sin embargo, a partir de los 80 esta situación cambia dado el crecimiento acelerado de las escuelas de comunicación. Es en este momento cuando, a partir de la mezcla de los tres modelos fundacionales, se di-versifican las opciones y el ideal de lo que podríamos definir como comunicador. Las escuelas empiezan a construir modelos de formación tan diversos, pero a la vez concentrados en un mismo imaginario profesional y laboral: los medios de comunicación.

Los tres modelos fundacionales, si bien nacen del interés por marcar las pautas académicas y profesionales, tienden a responder más a las demandas de algunos sectores sociales que a necesidades históricas, razón por la cual “no es difícil ver por qué la perspectiva dominante, en la definición del subcampo educativo de la comunicación, ha sido la de tratar de adecuar la formación a los requerimientos del mercado de trabajo delimitado, principalmente, por los medios masivos de comuni-cación y por necesidades comunicativas de las empresas” (Orozco, 1990: 30).

No obstante, también debe considerarse el proceso creciente de “profesionali-zación o especialización de las ocupaciones3” que las universidades están marcando en sus programas de estudio, en donde “se recogen, interpretan y organizan las necesidades sociales y productivas, y se promueve una formación que califique a

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Vanesa del Carmen Muriel Amezcua

los futuros profesionales para el ejercicio de las actividades requeridas en un campo ocupacional” (Valle, 1997: 134).

En este contexto, “la centralidad en el trabajo de la formación profesional pre-tendería responder a los contenidos de las ocupaciones que se manifiestan en el mercado de trabajo” (Valle, 1997: 135). Sin embargo, la noción de adecuar el sub-campo educativo de la comunicación a las necesidades de lo que el subcampo pro-fesional considera necesario y pertinente, es criticable en varios puntos que Orozco (1990) pone de manifiesto.

Uno: considerar al campo profesional como sinónimo de mercado laboral al-rededor de los medios de comunicación o las empresas privadas, es caer en un “reduccionismo”, especialmente cuando se ha hecho mención a la existencia de comunicadores, antes de la presencia de los medios masivos de comunicación. El campo profesional ya existía y, a pesar de que sólo unas prácticas profesionales sustenten un campo educativo, es innegable que las prácticas y las necesidades de comunicación son muchas y variadas.

En este mismo sentido, Mier (1990: 38) plantea tres tipos de prácticas profesio-nales que permiten abrir el abanico de posibilidades de ejercicio profesional y no centrarlo exclusivamente en los medios de comunicación, las nuevas tecnologías de información y la empresa privada. Este planteamiento rompe con la visión “reduc-cionista”, planteada anteriormente:

a. Prácticas recesivas: como las relaciones públicas, que han desaparecido, las prácticas que se han integrado a otras profesiones (mercadotecnia), las que se han convertido en carreras técnicas y las que se han integrado a la profesión como prácticas específicas;

b. Prácticas dominantes: en ellas se incluyen las actividades creativas, de coor-dinación y de investigación que requieren los medios de difusión masiva, culturales y especializados, departamentos de comunicación social, agencias de publicidad, entre otras. Estas prácticas son las que comúnmente se deno-minan mercado de trabajo, y

c. Prácticas emergentes: son las que requieren identificar problemas comuni-cacionales para diseñar soluciones con el uso de diversos medios, técnicas y lenguajes necesarios. Entre ellas encontramos la comunicación educativa, rural, urbana, en organizaciones civiles y la divulgación científica y difusión cultural.

Dos: “El campo profesional que conforman los medios y tecnologías modernas de comunicación no están constituidos sólo por comunicadores, ni por titulados en comunicación” (Orozco, 1990: 31), razón por la cual es válida la pregunta de

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Configuración de perfiles profesionales del comunicador: el debate entre los subcampos educativo y profesional

¿por qué formar comunicadores, cuando el campo profesional no es exclusivo de ellos?, y en este sentido, ¿por qué se siguen abriendo escuelas que ofrecen estudios de comunicación?

En el proceso de conformación del subcampo educativo, la universidad cuenta con la capacidad de construir dicho campo pero desde otras premisas, no necesa-riamente relacionadas con las necesidades del subcampo laboral.

En este sentido, se considera pertinente y necesario romper con lo que Orozco denomina visión reduccionista o restringida del mercado laboral y, de igual forma, provocar el cambio de noción, desde las instituciones educativas a través de estra-tegias ideológicas, políticas y académicas que repercutan directamente en los currí-culums y conciban la práctica profesional de la comunicación como el conjunto de formas de acción, política, ideología y cultura. Orozco (1990) plantea este cambio desde la universidad, como constructora de campos académicos y con influencia en estos procesos.

Es imposible pensar en un campo restringido para el ejercicio profesional del comunicador ante los constantes cambios que el entorno social ve reflejado en la tendencia globalizadora en donde la comunicación, las nuevas tecnologías y la infor-mática juegan un papel determinante en la construcción de una nueva sociedad.

Por tal motivo, no se consideraría factible que la conformación del subcampo educativo sólo dependiera del subcampo profesional, planteando así la búsqueda de estrategias y medidas que aporten soluciones satisfactorias para proponer objetivos y encontrar soluciones a las realidades y perspectivas de cada facultad y escuela de comunicación (Mier, 1990).

Por otro lado, la demanda institucional de profesionistas de la comunicación, en su nivel de desarrollo y de constitución actual, no ha generado, o por lo menos no en todos los casos, esquemas de actividad comunicacional suficientemente consistentes y específicos, que puedan traducirse en perfiles profesionales y mediaciones educa-tivas igualmente consistentes y específicas. Por tal motivo, se tiende a plantear en las IES una formación menos teórica y más práctica.

El diseño del nuevo contexto de las profesiones en México, donde la evolución de los campos disciplinares originarios de cada profesión, las nuevas tecnologías, las transformaciones del mundo del trabajo, las demandas normativas que surgen de los acuerdos comerciales y las nuevas condiciones de formación, constituyen, se quiera o no, los principales referentes a los que se enfrenta todo proceso de formación (Pacheco, 2005: 11).

El contenido concreto del ejercicio profesional responde, sí, al contenido y orientación de la enseñanza, pero también a otros factores: su capital social, las

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Vanesa del Carmen Muriel Amezcua

oportunidades, sus propias opciones valorales y, particularmente, a las exigencias propias del lugar de trabajo y a los procesos de socialización y capacitación, que formal o informalmente se realizan en ese lugar, correspondan o no con lo apren-dido durante la carrera.

No obstante, Luna (1992) plantea la imposibilidad de esta correspondencia entre subcampo educativo y subcampo profesional, primero porque no es ra-zonable creer que existe una demanda laboral para los comunicadores lo sufi-cientemente estable y configurada en sus exigencias profesionales, que pueden fundamentar puntualmente la enseñanza y, segundo, porque no es posible opera-cionalizar la enseñanza al grado tal de garantizar productos cabalmente diseñados y predeterminados.

Sobre la importancia que se le debe dar o no al subcampo profesional en la configuración del campo académico, se le considera como un elemento importante en la configuración de perfiles profesionales y estrategias curriculares; sin embargo, esta información no debe repercutir en la formulación de opciones respecto al des-tino ocupacional de los profesionales y el significado de sus aportaciones sociales.

Reyna (1992) plantea que antes que esperar que el campo laboral cree las con-diciones de una posible demanda, el profesional tiene que producir la necesidad de sus servicios.

…el comunicador, bajo estas condiciones, se inserta al campo laboral antes que por su conocimiento-reconocimiento de los saberes expertos, supuestamente enseñados en la institución escolar, por el capital social (redes de relaciones culturales, familia, amigos) que tiene el egresado en este campo, por el prestigio de la institución de egreso, por el reconocimiento de alguna especialidad, por otro oficio, etc. Sin una identidad profesional configurada, el comunicador queda en manos de los agentes de un campo desigual y segmentado, que dará una variedad infinita de definiciones en cuanto a sus habilidades o destrezas, tanto trayectorias escolares, profesionales y de tipo de actividades que se puedan encontrar (Reyna, 1992: 7-8).

La demanda institucional de profesionistas de la comunicación, en su nivel de desarrollo y de constitución actual, no ha generado, o por lo menos no en todos los casos, esquemas de actividad comunicacional suficientemente consistentes y específicos que puedan traducirse en perfiles profesionales y mediaciones educati-vas igualmente consistentes y específicas. Por tal motivo, se tiende a plantear en las IES una formación menos teórica y más práctica, es decir, una formación basada en competencias. De cualquier forma, el egresado tiene un conjunto de represen-taciones de lo que hace, de porqué lo hace de esa manera y de qué consecuencias sociales tiene lo que hace; representaciones que informan su práctica y, por lo tanto, la orientan.

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Configuración de perfiles profesionales del comunicador: el debate entre los subcampos educativo y profesional

Nuevamente se insiste en la necesidad de configurar subcampos educativos que respondan a realidades y perspectivas sociales definidas, no por los sistemas sociales de mayor poder, sino por el sentido mismo de la institución y su vinculación social.

El subcampo educativo debe objetivar nuevos saberes y prácticas emergentes que rompan con la noción reduccionista del subcampo profesional en los medios de comunicación, ya que es desde la institución donde se pueden construir nuevas realidades o imaginarios sociales, que se verán reforzados o no en el campo profe-sional, a través de la práctica profesional de los egresados.

En este sentido, y tras los nuevos escenarios tecnológicos en los cuales se desen-vuelven los comunicadores, se hace necesario introducir nuevas formas de ejercer las prácticas profesionales de los comunicadores. El uso de redes sociales, portales y espacios digitales de interacción está cada vez más presente en la realidad de los estudiantes y profesores, por tal motivo es importante repensar las prácticas edu-cativas y profesionales que contribuyan al desarrollo digital de una área de conoci-miento cada vez más cercana al perfil digital del ser y hacer del comunicador.

El subcampo educativo de la comunicación presenta, en este sentido, un nuevo modelo, que es necesario configurar clara y formalmente, de tal manera que no se visualice en un plano paralelo a los procesos de formación.

Notas

1 De acuerdo con la información que la página de la institución proporciona (www.septien.edu.mx). La primera carrera de periodismo a nivel técnico en México se instituyó en 1943 (Universidad Femenina).

2 Otras universidades que forman parte de este segundo momento fundacional son: Uni-versidad del Valle de Atemajac, el Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Occi-dente y la Universidad Autónoma de Guadalajara (Luna, 1992).

3 En este proceso “se da cada vez una asociación mayor y más explícita de la ocupación a una base de elementos técnicos; a la delimitación de una jurisdicción exclusiva o ámbito de competencia específica, y a la adquisición de esos elementos técnicos –que deriven de un campo de conocimiento o disciplinas– en los niveles formalizados de aprendizaje” (Valle, 1997: 134).

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Vanesa del Carmen Muriel Amezcua

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El lenguaje de los jóvenes en los mensajes vía teléfono

celular: una perspectiva sociolingüística

Miriam Herrera-Aguilar*, Luis Daniel López García** e Iván Pedro Aldama Garnica***

Resumen: El objetivo de la investigación que aquí se presenta es conocer el lengua-je que los jóvenes utilizan para comunicarse a través de mensajes de texto vía teléfo-no celular. Desde un enfoque mixto, se trabaja con estudiantes de dos planteles de educación media superior, uno público y otro privado. Para obtener la información de los mensajes de texto de cada participante, se diseña un cuestionario en el que los usuarios, de manera voluntaria, transcriben diez mensajes que hayan enviado a diferentes destinatarios. Teóricamente, el trabajo se realiza desde la perspectiva so-ciolingüística. En primer lugar, con el apoyo de un cuadro de análisis de contenido lingüístico, se identifican los signos existentes en cada mensaje objeto de estudio. En segundo lugar, tomando en cuenta factores sociales como sexo, edad y nivel sociocultural, se identifican grupos; esto a través de las variedades utilizadas por los jóvenes en sus textos.Palabras clave: lenguaje, jóvenes, signos, mensajes, teléfono celular, sociolingüística.

Abstrac: The aim of this study is to evaluate how Highschool (Baccalaureate) stu-dents structure the language in the SMS, Short Message Service, they send through the cell phone. The study was performed in two schools in the municipality of San-tiago de Querétaro, Mexico; one “public” and the other one “private”. To obtain the information, regarding the content of the messages, a questionnaire was designed and distributed to willing users. The study was performed in first place from the

* Profesora investigadora de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Autónoma de Querétaro. Tel. (442) 192 12 00 ext. 5419. Correo electrónico: [email protected]. ** Egresado de la Licenciatura en Comunicación y Periodismo de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UAQ. Correo electrónico: [email protected]. Tel: (442) 2 21 16 95 y 442 321 9351.*** Egresado de la Licenciatura en Comunicación y Periodismo de la Facultad de Ciencias Políti-cas y Sociales de la UAQ. Correo Electrónico: [email protected]. Tel. 442 126 9057.

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El lenguaje de los jóvenes en los mensajes vía teléfono celular: una perspectiva sociolingüística

linguistical perspective using a Content Analysis Diagram, dividing the sings existing on the students’ messages. In second place, from the sociolinguistical perspective, considering social factors, i.e. gender, age and socio-cultural level; the groups were identified from the codes of their messages.Keywords: language, adolescents, sign, SMS, cell phone, sociolinguistic.

Introducción

Hoy en día, las tecnologías digitales de la información y de la comunicación permiten incrementar el número de posibilidades que el individuo tiene para

comunicarse. En tal contexto, tanto la expresión oral como la escrita se sirven de estas plataformas para llevar a cabo una transmisión de información cada vez más rápida; esto se concreta específicamente gracias a la telefonía e internet, principal-mente en aparatos portátiles.

Las compañías de telefonía celular, específicamente, lanzan al mercado disposi-tivos con herramientas y aplicaciones cada vez más sofisticadas, como los auxiliares de escritura rápida, recursos multimedia y el acceso a Internet. Con estas potencia-lidades el usuario tiene a su disposición la oportunidad no sólo de hablar sino de escribir textos, generar hipertextos, producir material sonoro, visual, audiovisual y multimedia y enviarlo a diversos destinatarios.

Respecto a la comunicación verbal escrita, tanto los programas de internet como los de los teléfonos celulares permiten escribir con base en la gramática y ortografía de cada lengua, según sea el caso. Sin embargo, los usuarios de estos medios elec-trónicos han desarrollado nuevas formas de expresión en respuesta a las particula-ridades de cada soporte o a sus propias necesidades; esto ha generado que se hable de dialectos, de códigos crípticos o, incluso, de un “deterioro de la lengua”.

En lo que respecta a los usuarios jóvenes, grupo que se concreta como nuestro objeto de estudio, éstos suelen escribir los mensajes de texto (denominados SMS por sus siglas en inglés: Short Message Service) con diversos códigos. Según la so-ciolingüística, los usos diferenciados del lenguaje en los SMS obedecerían, además de las características tecnológicas del soporte, también a factores sociales.

Con base en lo expuesto, nos interesa enfocarnos en el lenguaje que una mues-tra de jóvenes estudiantes de nivel medio superior, en la ciudad de Querétaro, em-plea en sus mensajes de texto vía teléfono celular y saber si, a partir de los códigos compartidos, se conforman grupos sociolingüísticos. Así, formulamos la siguiente pregunta de investigación: ¿Pueden identificarse variedades sociolingüísticas a par-tir de los códigos que utilizan los jóvenes al escribir sus mensajes de texto destina-

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Miriam Herrera-Aguilar, Luis Daniel López García e Iván Pedro Aldama Garnica

dos a ser enviados por teléfono celular? ¿Son factores condicionantes la edad, el sexo y el nivel sociocultural?

Si bien en la actualidad se observa un incremento de usuarios de telefonía móvil en el mundo, específicamente en México las estadísticas muestran que poco más de 85 millones de personas utilizan un teléfono celular (85 millones 782 mil 100); esto es, la mayoría de la población total del país (INEGI, 2010). Por lo anterior, queda justificada la necesidad de acercarnos a una de las diferentes problemáticas que se desarrollan alrededor de este fenómeno.

Como hemos dejado ver, la perspectiva teórica que enmarca nuestro estudio es la sociolingüística. En cuanto al enfoque metodológico, recurrimos a una perspec-tiva mixta predominantemente cualitativa.

Un acercamiento desde la sociolingüística

La sociolingüística es concebida en este trabajo como la disciplina que, a partir de la lingüística, extiende su campo de estudio a los aspectos sociales que atañen a la lengua. Esta última es entendida, con base en William Labov (2007), como el instrumento que utilizan las personas para comunicarse mutuamente en la co-tidianidad. La sociolingüística, agrega Rotaetxe, “asume que la función principal de las lenguas naturales es permitir la comunicación en sociedad” (1990: 18). En cuanto a su “modo”, varios autores coinciden en concebir la “lengua hablada-lengua escrita” como un continuo (Gregory, 1967; citado por Silva-Corvalán, 2001; Moreno, 1998, 2009).

En este sentido, Carmen Silva-Corvalán (2001) precisa que, como disciplina que se interesa por el estudio de la lengua en su entorno social, tanto los fenómenos lingüísticos como sociales que le conciernen, son de naturaleza compleja. En lo que respecta a los factores de tipo social, esta autora toma en cuenta “(a) los diferentes sistemas de organización política, económica, social y geográfica de una sociedad; (b) factores individuales que tienen repercusiones sobre la organización social en general, como la edad, la raza, el sexo y el nivel de instrucción; (c) aspectos histó-ricos y étnico culturales; (d) la situación inmediata que rodea la interacción, […] el contexto externo en que ocurren los hechos lingüísticos” (Silva-Corvalán, 2001: 1). El presente estudio pone el acento en los apartados b y d de esta lista.

En el mismo marco, la orientación ideológica de la sociolingüística “lleva a acep-tar la variación en los datos como el objeto central de su estudio” (Silva-Corvalán, 2001: 2). La búsqueda de las causas que expliquen tal variación ha impulsado la denominada teoría variacionista “que incorpora un componente cuantitativo

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El lenguaje de los jóvenes en los mensajes vía teléfono celular: una perspectiva sociolingüística

esencial y plantea, entre otras cosas, que la variación lingüística no es aleatoria sino que está condicionada tanto por factores internos al sistema de la lengua como por factores sociales externos a ella” (Silva-Corvalán, 2001: 2). William Labov (2007) precisa que sus estudios sobre el habla cotidiana de las personas lo llevan a identificar diversas variaciones que no podían ser estudiadas desde la teoría estándar de la lingüística; tales problemas encuentran respuesta, entonces, en la sociolingüística variacionista.

Tal postura nos exige especificar qué son las variedades lingüísticas. Richard A. Hudson propone definir una variedad “como el conjunto de elementos lingüísticos de similar distribución social; […no sin dejar de señalar que] los haces de agru-pación de los elementos lingüísticos son bastante laxos, por lo que las variedades pueden sobreponerse y una variedad puede incluir a otras (1981: 34, citado por Rotaetxe, 1990: 31).

Así, la sociolingüística evita tratar al dialecto con una connotación peyorativa; lo presenta como un “término técnico que se refiere simplemente a una variedad de lengua compartida por una comunidad. [...] la forma estándar o de prestigio de una lengua es simplemente otra realización dialectal más” (Silva-Corvalán, 2001: 14). Por lo anterior, se prefiere usar la expresión “variedad de la lengua” que, si bien no ha sido rigurosamente definida, es neutral, según la misma autora. Esta concep-ción llevaría a hablar de variedades lingüísticas al referirse a lengua y dialecto, por ejemplo, así como de sub variedades al referirse a sociolecto, registro, jerga y argot (Rotaetxe, 1990). Tales conceptos se retoman a lo largo del trabajo ya que resultan útiles para el presente análisis.

Marco metodológico, entre lo cuantitativo y lo etnográfico

Para acercarnos a nuestro objeto de estudio, nos hemos apoyado en una perspecti-va mixta predominantemente cualitativa. Si bien los resultados de los grupos con-formados por el uso de determinados signos para estructurar los SMS se presentan en porcentajes, se trata de un estudio de dos casos de planteles de educación media superior. El primero, la Escuela de Bachilleres “Salvador Allende” Plantel Norte, de la Universidad Autónoma de Querétaro, que es de carácter público y, el segundo, la preparatoria de la Universidad Univer, de carácter privado, ambas ubicadas en la ciudad de Querétaro. La recolección de datos se llevó a cabo en 2010.

En cuanto a la definición de la muestra, nos enfrentamos a dos problemas: el desequilibrio en la cantidad de grupos y estudiantes de cada uno de los planteles elegidos, y la característica cualitativa que debían tener los potenciales participantes

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de poseer un teléfono celular y acceder voluntariamente a mostrarnos el contenido de sus mensajes. No obstante, dado que se trata de un estudio predominantemente cualitativo, no fue necesario hacer una muestra probabilística representativa. En este sentido, retomamos a Francisca Canales et al. (2002), quienes proponen dife-rentes tipos de muestreo no probabilístico; entre estos el “muestreo por cuota”, “que consiste en la selección de la muestra, por parte del investigador, consideran-do algunos fenómenos o variables a estudiar” (2002: 155); en este caso, las men-cionadas arriba.

Así, de la escuela preparatoria pública, que cuenta con 60 grupos distribuidos en los tres grados correspondientes a este nivel educativo, divididos en los turnos matutino y vespertino, se toma en cuenta sólo un turno para equilibrar con el otro plantel; es decir 30 grupos. Como cada uno se conforma por aproximadamente 40 alumnos, hay alrededor de mil 200 estudiantes. Se considera que el 30 por cien-to de esta población equivalente a 360 individuos, permite obtener los elementos suficientes para cumplir nuestros objetivos de investigación; así, se trabaja con 12 personas por grupo.

La escuela preparatoria privada, por su parte, maneja un solo turno que cuenta con ocho grupos de aproximadamente 20 alumnos, lo que da alrededor de 160 es-tudiantes. Para determinar el número de participantes en el estudio se toma como patrón la proporción del plantel público, el 30 por ciento de estudiantes, lo que corresponde a 48 jóvenes distribuidos en los ochos grupos; así, se trabaja con seis personas por grupo.

En total trabajamos con 408 informantes, 360 estudiantes de una preparatoria pública (88 por ciento) y 48 de una privada (12 por ciento); todos ellos de entre 14 y 21 años de edad. Para definir los participantes, primero se identifica a aquellos que cuentan con un teléfono celular (cabe aclarar que no todos los estudiantes de preparatoria cuentan con este medio de comunicación) y, de estos, se selecciona a quienes acceden a responder el instrumento de recolección de datos de manera vo-luntaria, sin rebasar el 30 por ciento del grupo. La postura voluntaria de los actores nos garantiza, de alguna manera, la disposición de los jóvenes para proporcionar-nos información fidedigna.

El cuestionario es la herramienta que encontramos más pertinente para la re-colección de datos para nuestro análisis. En la primera parte, a partir de preguntas abiertas y cerradas, se solicitan los datos que permiten conocer las variables sociales individuales definidas para este estudio: edad, sexo y nivel sociocultural. La segunda parte del instrumento consta de un cuadro en el que los jóvenes transcriben tex-tualmente diez mensajes enviados desde su teléfono celular e indican el destinatario de cada uno.

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El lenguaje de los jóvenes en los mensajes vía teléfono celular: una perspectiva sociolingüística

Para definir el nivel sociocultural de los jóvenes, se pregunta sobre el máximo nivel de estudios de sus padres así como su ocupación; estos datos se cruzan para hacer tres categorías. Cabe mencionar que, en esta variable, la información que concierne a la madre es privilegiada con respecto de la del padre, ya que en socio-lingüística se considera que ésta contribuye en gran medida a definir el uso de la lengua en los hijos. Así, se establecen tres niveles socioculturales de acuerdo con las pocas (1), medianas (2) o altas (3) posibilidades que tiene la madre, o en su defecto el padre, para contribuir en la conformación de una expresión oral y escrita acorde con las normas de la lengua estándar.

En el nivel 1 se ubican los estudiantes cuya madre tiene educación básica (pri-maria o secundaria) con ocupación de ama de casa, empleada, comerciante o tra-bajadora por cuenta propia. En el nivel 2 se ubican los estudiantes cuya madre tiene estudios de nivel medio superior con ocupación de ama de casa, empleada, comerciante y trabajadora por cuenta propia. En el nivel 3 se ubican los estudiantes cuya madre posee estudios de nivel superior con una ocupación de ama de casa o profesionista. Cabe señalar que en los casos en que la ocupación rebasa de manera significativa el nivel escolar, la categoría sociocultural asciende.

Así, las categorías sociolingüísticas integran los factores sexo (hombre o mujer), edad (14, 15, 16, 17, 18, 19, 20 y 21 años) y nivel sociocultural (1, 2 ó 3) en sus diferentes combinaciones.

Para el tratamiento de los 4 mil 080 mensajes recolectados, primero elaboramos una base de datos en una hoja de cálculo. Posteriormente creamos un cuadro de análisis de contenido de ocho columnas; la primera es destinada al mensaje com-pleto que los jóvenes escriben en el cuestionario a partir de su teléfono celular y las siete restantes son consignadas a las diferentes categorías de signos identificadas en el contenido de los textos. Esto es, signos lingüísticos: escritura estándar de la lengua, variedades lingüísticas gráficas, signos de puntuación y guiones, alternancia o mezcla de códigos; signos no lingüísticos: representaciones gráficas, y signos paralingüísticos: imágenes y emoticonos. Cabe aclarar que, en lo que a los signos respecta, los no lingüísticos se refieren a los números, así como a las representaciones gráficas, y los paralingüís-ticos a aquellos que representan elementos no verbales en la lengua escrita como, por ejemplo, los utilizados para representar los gestos.

Así, a través de una estructura abierta, se obtienen los datos lingüísticos y extra-lingüísticos (o sociales) de nuestro objeto de estudio; con ello se establecen grupos de determinado perfil sociolingüístico y se lleva a cabo el análisis de contenido. De acuerdo con Laurence Bardin (1986), esto permite establecer correlaciones de manera sistemática entre estructuras lingüísticas y sociales.

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Un análisis sociolingüístico

Para el análisis de los resultados del estudio nos parece pertinente presentar, en primer lugar, los cuadros descriptivos que señalan el sexo, la edad y el nivel socio-cultural de los jóvenes participantes en nuestro estudio, además de los destinatarios de sus SMS. Con ello damos cuenta de los factores de tipo social individuales, así como de la situación inmediata que rodea la interacción, esto último como parte del contexto externo en que ocurren los hechos lingüísticos (Silva-Corvalán, 2001).

En segundo lugar, tales factores sociales son correlacionados con los tipos de códigos que caracterizan los mensajes de texto vía teléfono celular que escriben los estudiantes sujetos de estudio, a saber, los que integran signos de la escritura estándar de la lengua, de variedades lingüísticas gráficas, signos de puntuación y guiones, alternancia o mezcla de códigos, representaciones gráficas, imágenes y emoticonos.

a) Del sexo al géneroComo se observa en el Cuadro 1, la muestra de estudiantes está integrada pre-dominantemente por mujeres, quienes conforman casi dos terceras partes de los participantes en el estudio; tal aspecto no fue controlado debido a que, como se ha señalado, los informantes colaboraron voluntariamente en la investigación.

Cuadro 1Proporción de hombres y mujeres participantes

Sexo NúmeroMasculino 144Femenino 264Total 408

Fuente: Elaboración propia con base en los datos obtenidos en la presente investigación.

Así, en el análisis no confrontamos cuantitativamente mujeres y varones, tal característica la tratamos sólo cualitativamente. Es este sentido, concordamos con Suzanne Romaine (1996: 125), quien propone que si bien la categoría sexo respon-de a una dimensión biológica, la división entre hombres y mujeres permite también hacer un análisis de género, es decir, desde una dimensión sociocultural.

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b) La edad como factor sociolingüísticoPuesto que nuestra investigación está dedicada a los jóvenes, la edad es un factor social eje en los participantes. Y aunque la noción de juventud se presenta polisé-mica y conlleva diferentes límites, dependiendo de la perspectiva desde la que se estudie, en este caso, debido a que todos nuestros actores objeto de estudio llevan a cabo estudios de nivel medio superior, quedan ubicados en este rango. El Cuadro 2 muestra que nuestros informantes tienen de 14 a 21 años de edad, lo que significa una diferencia de siete años entre el más joven y el mayor. Sin embargo, las edades se concentran entre los 15 y 18 años, edad correspondiente a alumnos del nivel medio superior.

Cuadro 2Rango de edades de los participantes

Edad Número de personas 14 años 215 años 10216 años 14217 años 8218 años 6919 años 520 años 421 años 1

No contestó 1

Fuente: Elaboración propia con base en los datos obtenidos en la presente investigación.

En este sentido, diversos estudios sociolingüísticos identifican patrones lingüís-ticos significativos en relación con la edad. De manera particular, en relación con nuestros actores, Suzanne Romaine (1996) observa que los hablantes de distintas lenguas usan menos formas estándar entre los 16 y 20 años de edad. Los diversos grupos de edad, señala esta autora, manifiestan conductas peculiares en el uso de la lengua; “en cuanto al mundo hispánico se refiere, puede mencionarse […] la pro-pensión de los adolescentes y postadolescentes a utilizar jergas y expresiones que los identifiquen” (Romaine, 1996: 103).

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c) La escolaridad y la ocupación como indicadores de nivel socioculturalEn sociolingüística es usual definir niveles socioculturales con base en factores como los estudios, la ocupación y el nivel de ingreso, entre otros. En este caso, una correlación de los dos primeros nos permite definir los tres niveles socioculturales útiles para nuestro análisis. Sin embargo, como ya se mencionó antes, puesto que se trata de un aspecto sociocultural y no económico, se privilegia el nivel de esco-laridad con respecto de la ocupación y el ingreso, así como el perfil de la madre frente al del padre.

Cuadro 3Nivel de escolaridad de los padres de los participantes

Variable Nivel de escolaridad de la madre

Nivel de escolaridad del padre

Primaria 43 23Secundaria 107 97

Preparatoria 139 138Profesional 91 98Posgrado 5 17

No contestó 23 35

Fuente: Elaboración propia con base en los datos obtenidos en la presente investigación.

El Cuadro 3 indica el grado de estudios que tienen los padres de los estudiantes participantes. Al tomar en cuenta los niveles educativos descritos anteriormente, la mayoría de los jóvenes objeto de estudio (36.76 por ciento) se ubica en un nivel sociocultural 1, es decir, la madre tiene estudios de primaria o secundaria; después están los jóvenes con nivel 2, cuya madre estudió la preparatoria (34 por ciento); finalmente los jóvenes que se ubican en el nivel 3, cuya madre tiene estudios supe-riores, incluido el posgrado (23.52 por ciento).

d) El destinatario como factor sociolingüísticoUn factor clave en el análisis sociolingüístico de los SMS que envían los jóvenes participantes en este estudio, es el destinatario, a quien consideramos que forma parte importante de los factores sociales que integran la situación inmediata que rodea la interacción del contexto externo en que ocurren los hechos lingüísticos (Silva-Corvalán, 2001). Así, en el Cuadro 4 se muestran los destinatarios de los men-

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El lenguaje de los jóvenes en los mensajes vía teléfono celular: una perspectiva sociolingüística

sajes que escriben los estudiantes objeto de estudio de la presente investigación.

Cuadro 4Destinatarios de los diez mensajes de texto vía teléfono celular

Variable No contestó Familia Amigos Novio(a) Otros Total

Mensaje 1 8 234 136 20 10 408Mensaje 2 7 228 136 21 16 408Mensaje 3 15 193 148 25 27 408Mensaje 4 37 140 137 25 69 408Mensaje 5 70 100 150 25 63 408Mensaje 6 136 93 101 20 58 408Mensaje 7 174 73 90 16 55 408Mensaje 8 175 51 131 11 40 408Mensaje 9 189 48 131 12 28 408Mensaje 10 197 51 112 14 34 408

Total 1,008 1,211 1,272 189 400 4,080

Elaboración propia con base en los datos obtenidos en la presente investigación.

Como se puede observar, si bien no se señala el destinatario de una cuarta parte de los mensajes, los SMS van dirigidos en mayor medida a los amigos (31.20 por ciento) y a integrantes de la familia (29.68 por ciento) del emisor; una mínima parte (4.63 por ciento) va dirigida al novio o a la novia del autor. Lo que corresponde ahora es conocer si esta característica influye en la estructura lingüística de los SMS.

Los SMS de los jóvenes, entre lo lingüístico y lo social

Como ya se mencionó, el análisis de contenido de los 4 mil 080 mensajes recolecta-dos permite identificar códigos que se dividen en siete categorías de signos de tres tipos: lingüísticos, no lingüísticos y paralingüísticos; las categorías permiten estable-cer los códigos que sirven de guía para continuar la exposición de los resultados, al tiempo que se relacionan con los factores sociales (extralingüísticos) de sus autores, cuyo objetivo es el de acercarnos a nuestra pregunta de investigación.

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SMS basados en la escritura estándar de la lengua

Desde la sociolingüística variacionista no hay dialectos “correctos” o “incorrectos”; la variedad denominada estándar es, según Stewart (1968), “un sistema formal de normas […] un modo de intervención oficial sobre la lengua” (citado por Rotaetxe, 1990: 26). En cada región o país, agrega Silva-Corvalán, el dialecto estándar “co-rresponde al ideal normativo que se enseña en las escuelas, el habla de los grupos sociales de mayor prestigio, a la variedad que se escribe en documentos oficiales, en diarios, periódicos y otras publicaciones consideradas ‘de buena calidad’. […] pero que desde una perspectiva estrictamente lingüística no es superior a ningún otro dialecto, sino sólo diferente” (2001: 18-31).

En este sentido, de los 4 mil 080 mensajes analizados, sólo 111 se elaboran en es-critura estándar de la lengua, es decir, están elaborados con base en las reglas y normas de la ortografía y la gramática; la mayor parte tiene como destinatario un miembro de la familia (72 por ciento), en segundo lugar tienen como receptor a un amigo(a) (17.11 por ciento), después hay un porcentaje (6.30 por ciento) en el que no se especifica al potencial interlocutor, y una cifra mínima (3.6 por ciento) va dirigida al novio o novia. Como se puede observar, hay un código apegado a la norma es-tándar, principalmente cuando los mensajes van dirigidos a la familia y, si tomamos en cuenta el contenido de estos, es evidente que los principales destinatarios son los padres: “Necesito $200 para un trabajo”, “No traigo llaves”, “Hoy voy a llegar tarde”, “Sí, ya voy para la casa”, “Salí temprano y no traigo dinero, pasa por mí”.

Lo anterior permite afirmar que, de acuerdo con Francisco Moreno Fernández (1998, 2009), en función de la situación y el contexto comunicativos, los jóvenes adoptan uno u otro de los códigos diferenciados de que disponen. En este caso, la relación que establecen con sus interlocutores, es decir sus padres, los hace adoptar un estilo “cuidado” o “formal”. Tomando en cuenta que “cada estilo es un código del que se dispone para transmitir información sobre los propios hablantes, sobre la relación que establecen con sus interlocutores y sobre la situación comunicativa” (Couplan, 1980; citado por Moreno, 1998: 98).

En estos mismos mensajes observamos que, si bien el código que se usa para comunicarse con los padres se apega a la norma estándar, el registro, que “depen-de del uso que se haga de la lengua en situaciones concretas” (Moreno, 1998: 99), es telegráfico e imperativo. Esta variación de registro depende de lo que Moreno Fernández (1998, 2009) denomina el modo discursivo; en este caso, el canal de co-municación (el teléfono celular) implica la escritura de mensajes cortos destinados a ser enviados inmediatamente.

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Variedades lingüísticas gráficas en los SMS, entre la fonética y el ingenio

Además de una escritura estándar de la lengua, los códigos de los SMS que envían los estudiantes objeto de estudio a sus destinatarios integran variedades lingüísticas gráficas que ignoran las reglas gramaticales y ortográficas. Los elementos más representati-vos son: la omisión de la tilde, el cambio de unas grafías por otras, el aumento de letras, la reducción de letras a través de apócopes y –en menor medida– acrónimos, además de algunos signos de puntuación y representaciones gráficas. Ahora, ¿qué grupos de jóvenes, a partir del sexo, la edad y nivel sociocultural, comparten estos signos en los SMS que escriben?

a) Omisión de tildeDesde la perspectiva lingüística, el no colocar la tilde en una palabra que lo nece-sita responde a una falta ortográfica a la escritura estándar de la lengua más que a una variedad dialectal. En lo que respecta a los mensajes de texto objeto de estudio, algunos de sus autores no acentúan ortográficamente ciertas palabras, tal omisión puede responder tanto al desconocimiento de la regla correspondiente como a la premura por escribir e, inmediatamente, enviar un SMS. La ausencia de tilde es identificada en los pronombres interrogativos: “Que” (Qué), “Donde” (Dónde), “Cuando” (Cuándo), etc.; en palabras agudas que terminan en “n”, “s” o “vocal” como “esta” (está), “estan” (están), “estas” (estás), “mama” (mamá), “alla” (allá), entre otras; o en el caso diacrítico: “tu” (tú), “mi” (mí), “mas” (más), por mencionar sólo algunas.

Una vez que localizamos los autores de los mensajes en los que se omite la tilde, observamos que quienes obvian el acento ortográfico, en los casos que acabamos de mencionar, son estudiantes mujeres, de 16 años, de nivel sociocultural 2. Las alumnas que poseen estas características sociolingüísticas conforman el 7.57 por ciento de la población total de mujeres que participan en este estudio, de este porcentaje nueve de cada diez pertenecen a la escuela preparatoria pública y una a la privada.

Ahora bien, cabe mencionar que el uso de palabras que carecen de tilde se encuentran insertas en mensajes que, en su mayoría (95 por ciento), están estructu-rados con otro tipo de alteraciones: cambio de grafías, signos de puntuación repe-tidos, signos de admiración e interrogación utilizados al final de las frases, la mezcla de códigos y emoticonos; es decir, se redactan al margen de la escritura estándar. Por lo anterior, podemos afirmar que la falta de acento ortográfico en las palabras que

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integran los mensajes de estas estudiantes de 16 años, puede responder al desco-nocimiento de la regla ortográfica o a la premura por enviar su SMS, pero también a la estructuración de una forma ingeniosa de escribir que busca la conformación de un estilo identitario.

b) Cambio de grafíasEn lo que respecta al cambio de grafías, quienes mayormente realizan esta al-teración también son mujeres de 16 años cuyo nivel sociocultural es 2. De las alumnas que poseen estas características sociales (7.57 por ciento del total de par-ticipantes), 5.68 por ciento cambian grafías en sus mensajes. Todas ellas cambian las letras “q” y “c” por la letra “k” en vocablos como “Qué” (Ke, k), “TQM” (tk, tkm), “quiero” (kiero) y “cuando” (kuando) y sólo 2.2 por ciento remplaza la letra “y” por la “i” en palabras como “oye” (oie), “voy” (voi) etcétera. Además, 1.89 por ciento cambia la letra “s” por la “z” en palabras como “estás” (eztaz), “vas” (vaz), “es” (ez), etcétera.

En menor medida, otras estudiantes de 16 años, pero con nivel sociocultural 3, también hacen cambios de grafías. En este caso se observa que se reemplaza la “ll” por la “i” y la “y” en la palabra “allá” (aia o aya). Del total de chicas que pertenecen a este grupo sociolingüístico (3.4 por ciento del total de mujeres), 0.75 por ciento cambia estas grafías.

Quienes utilizan una representación gráfica para reemplazarla por una palabra completa son chicas de 15 años con nivel sociocultural 2 y constituyen el 0.75 por ciento del total de mujeres que corresponden a esta categoría sociolingüística (4.5 por ciento); por ejemplo, usan el signo “+” para representar la palabra “más”. Otro caso se da en el 0.75 por ciento de las mujeres de 18 y 19 años con nivel sociocul-tural 2 (2.65 por ciento del total de mujeres que participaron en el estudio), quienes emplean signos de puntuación como el de admiración “!” para representar la letra “i”; por ejemplo escriben “m!” en lugar de “mí”.

Sin embargo, las chicas de 16 a 19 años con categoría sociocultural 2 y 3 no son las únicas que intercambian letras en las palabras. También los chicos de 15 años que pertenecen a la categoría sociocultural 2 lo hacen; de los varones que poseen estas características sociolingüísticas (diez por ciento del total de hombres), la mitad (cinco por ciento) cambia grafías en sus mensajes. En este caso, el cambio que se observa es el de la letra “g” por la “w”, por ejemplo, se escribe “wey” por el vocablo “güey”.

En términos generales, se puede decir que este cambio de las grafías responde en primer lugar a una cuestión de género, puesto que quienes más lo hacen son mu-

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jeres, y en segundo lugar a la edad. Si bien las chicas que escriben sus mensajes cam-biando grafías tienen entre 15 y 19 años, la mayor parte tiene 16; esta edad se acerca más a la de los chicos de este grupo que tienen 15 años; es decir, quienes cambian grafías son los estudiantes de preparatoria más jóvenes y en su mayoría mujeres. Cabe mencionar que, independientemente de que encontramos chicas con catego-ría sociocultural 3, todos los casos se dieron en el plantel de carácter público.

c) Aumento de grafíasPor otro lado, en lo que concierne al aumento de grafías, lo realizan principalmente las mujeres de 15 y 16 años que tienen un nivel sociocultural 2. De las alumnas que poseen estas características sociolingüísticas (12 por ciento del total de mujeres), 6.4 por ciento aumenta grafías en vocablos como “mii” en lugar de “mi”; también en esta variable la mayoría de los casos corresponden a la preparatoria pública.

d) Omisión de grafías (apócopes y acrónimos)También son las mujeres de 16 años de nivel sociocultural 2 las que primordialmen-te omiten grafías. De las alumnas que pertenecen a esta categoría sociolingüística (7.57 por ciento del total de mujeres) casi todas (6.4 por ciento) excluyen grafías a términos como “pues” (ps), o “bien” (bn) y el 4.5 por ciento, más de la mitad con este perfil, utiliza apócopes como “tempra” en lugar de “temprano”.

De manera general, se puede decir que la omisión de grafías responde a una cuestión de género y edad, pues quienes escriben mensajes que incluyen esta varie-dad dialectal son mujeres de 16 años. Cabe mencionar que la mayoría de los casos se dan en la escuela pública y sólo un uno por ciento en privada.

Como conclusión, en cuanto a las variedades lingüísticas gráficas, podemos decir que la categoría sociolingüística que más recurre a la omisión, cambio y aumento de grafías se conforma por mujeres de 16 años con un nivel sociocultural medio. En lo que respecta al género, estos resultados coinciden poco con la propuesta de Suzanne Romaine, para quien “las mujeres usan las variantes estándar más a me-nudo que los hombres de su mismo estatus” (1996: 101). Esta inconsistencia con tal proposición puede deberse a que los estudios que cita Romaine se refieren a la lengua hablada y el presente a la escrita; además de que el medio que se utiliza para comunicar es el teléfono celular, un soporte que simbólicamente invita al manejo de un lenguaje ingenioso. No obstante, en lo que respecta a la edad, se coincide con esta autora cuando propone que los jóvenes de 16 a 20 años de edad usan menos formas estándar en sus expresiones (Romaine, 1996).

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Signos de puntuación y guiones

Otra variante observada en los códigos que los jóvenes utilizan en sus SMS es la utilización excesiva de los signos de puntuación, específicamente los de admiración e interrogación. Tal característica se manifiesta en la repetición de estos signos, en combinaciones de los mismos, o por su uso sólo al final de la frase. ¿Qué categorías sociolingüísticas de estudiantes de educación media superior comparten tal uso de los signos de puntuación en sus SMS? Un primer dato se obtiene comparando los resultados de los dos planteles en cuanto a género se refiere. Las chicas utilizan, en mayor medida, este recurso en sus SMS, pues constituyen el 97 por ciento del total de las estudiantes de preparatoria que participaron en el estudio, es decir, una gran mayoría; 85 por ciento estudian en la escuela pública y 12 por ciento en la privada; lo que da un porcentaje proporcional a la población participante de cada una de las escuelas (88 por ciento y 12 por ciento).

a) Combinación de signos de puntuación y guionesEn lo que se refiere a la combinación de signos de puntuación, un caso recurrente es el del signo de interrogación acompañado del punto (?.). La categoría sociolin-güística que hace este uso se conforma por mujeres de 16 años de edad que poseen un nivel sociocultural 2. Sin embargo, las chicas de este grupo representan sólo el 1.5 por ciento de las mujeres que participaron en el estudio y todas ellas estudian en la escuela pública.

b) Repetición de signos de puntuación y guionesEn los casos de repetición de signos de puntuación, son las mujeres de 15 y 16 años de edad con un nivel sociocultural 2 quienes hacen un mayor uso. Del total de las estudiantes que usan signos de puntuación y guiones (97 por ciento de la población femenina que participa en nuestro estudio), el 6.6 por ciento repite signos como: “??” en lugar de “?”: el 5.44 por ciento estudia en la preparatoria pública y el 1.16 por ciento en la privada. Por otra parte, el 10.11 por ciento duplica el signo de exclamación “!” que deriva en “!!”; el 8.9 por ciento estudia en la escuela pública y el 1.16 por ciento en la privada. Se considera que este uso se hace con la intención de potenciar el carácter interrogativo y enfático de estos signos en los mensajes de las autoras.

c) Utilización de signos de interrogación y admiración sólo al final de las frasesLos casos en los que se presenta una utilización de signos de interrogación y ad-

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miración solamente al final de las frases corresponden a un grupo de mujeres de 16 años de edad con un nivel sociocultural 2, quienes constituyen un 34 por ciento del total de las estudiantes que utilizaron signos de puntuación y guiones en sus SMS (97 por ciento del total de mujeres) de las cuales 28 por ciento estudian en la preparatoria pública y 6 por ciento en la privada.

En general, podemos decir que el uso de signos de puntuación y guiones combinados, repetidos o colocados sólo al final de las frases en los SMS, se hace por un grupo de mujeres de 15 y 16 años de edad que poseen un nivel sociocultural 2. De estas chicas, las que repiten el signo de interrogación (??) tienen 15 años y las que utilizan el signo de admiración doble (!!) son de 16 años, así como las que emplean el signo de interrogación combinado con el punto (?.) y los signos de exclamación e inte-rrogación sólo al final de las frases. Esta última modalidad es la que se da con más frecuencia en la escritura de los SMS de las chicas que utilizan estos signos (34 por ciento). La mayoría de los casos se da en la escuela pública.

Alternancia o mezcla de códigos

En los SMS de los jóvenes que participan en nuestro estudio, se observa una “mezcla” del español con vocablos de distintas lenguas. El uso de extranjerismos, además, presenta variedades como el acrónimo, el apócope, la composición y la transcripción normativa (que permiten hacer un cambio de consonante sin que la pronunciación cambie). Al margen de haber encontrado palabras en japonés o italiano en los mensajes estudiados, sólo se retoman los préstamos que se hacen del inglés, ya que son mayoría y permiten hablar de grupos sociolingüísticos.

Lo anterior se debe a que en México el idioma inglés aparece cada vez más en el plan curricular de diferentes niveles educativos; los estudiantes, incluidos los de educación media superior, son llamados a aprender esta lengua. Así, independien-temente de que tal disposición logre o no formar ciudadanos bilingües, los actores objeto de estudio tienen, en mayor o menor medida, contacto con el inglés. Este hecho, señala Suzanne Romaine, “produce con frecuencia mezcla de material to-mado de dos distintas [lenguas]. Ello forma parte del proceso normal de desarrollo de la competencia bilingüe” (1996: 75).

Los resultados de nuestro estudio muestran que el 46 por ciento del total de los participantes usan extranjerismos, de este porcentaje 35 por ciento son mujeres y 11 por ciento hombres; el 40 por ciento estudia en la escuela pública y el seis por ciento en la privada. Del total de autoras que escriben con extranjerismos, la mayoría se inclina por una escritura estándar del préstamo. En cuanto a los hombres que los emplean (11 por ciento del total de la población), sólo el 4.6 por ciento los escribe de manera correcta.

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Los ejemplos que ilustran el uso estándar del inglés en las chicas son: “Hi”, “Hey”, “OK”, “Bye”, “school”, “Sorry”, “party” y “miss”. Los chicos usan este recurso empleando una forma estándar y, al mismo tiempo, escriben palabras en inglés con modificaciones, guiados por la carga fonética. En sus SMS se leen las palabras “party”, “love” y “pary”.

La palabra “party” es utilizada por hombres de 15 y 17 años con un nivel socio-cultural 1 y 2, y es compartida por mujeres de 17 años con un nivel sociocultural 2. Este grupo mixto representa el 2.64 por ciento del total de estudiantes que escriben extranjerismos (es decir el 1.22 por ciento del total de los participantes); los hom-bres conforman el 1.58 por ciento mientras que las mujeres el 1.05 por ciento. De este grupo, el 100 por ciento estudia en la preparatoria pública.

La palabra “love” es empleada por un grupo de hombres de 16 años con un nivel sociocultural 1 y también es compartida por un grupo de mujeres pero de entre 15 y 16 años de edad y nivel sociocultural 1 y 2. Este grupo mixto representa el 2.64 por ciento del total de estudiantes que escriben extranjerismos y pertenece a la escuela pública; los hombres conforman el 1.05 por ciento mientras que las mujeres el 1.58 por ciento.

La última palabra, “pary”, a la cual se le quita una grafía, es usada solamente por un grupo de dos hombres de 18 años de edad con un nivel sociocultural 2 y 3. Este grupo constituye el 1.05 por ciento del total de estudiantes que escriben extranje-rismos y corresponde a la escuela pública.

Aunque sólo presentamos unos ejemplos del uso correcto e incorrecto de ex-tranjerismos, en lo que respecta a la variante de alternancia o mezcla de códigos, los resultados de nuestro estudio coinciden con aquellos que “han llegado a la con-clusión de que las mujeres tienden a usar las variantes ligadas a un estatus alto más frecuentemente que los hombres. […] En cada una de las clases sociales las mujeres usan las variantes estándar más a menudo que los hombres de su mismo estatus” (Romaine, 1996: 100-101). Romaine (1996) apunta que las razones que tratan de ex-plicar tales resultados hablan de una mayor conciencia de estatus o una mayor pre-ocupación por la cortesía en las mujeres con respecto de los hombres, entre otras; sin embargo, afirma, dichas explicaciones no se han dado de manera satisfactoria.

Por otra parte, al leer los SMS completos que contienen extranjerismos, obser-vamos que los préstamos responden a los principios gramaticales que dan cuenta de la alternancia o mezcla de códigos, es decir, la llamada “constricción de equivalencia”, que “predice que el cambio de código tiende a ocurrir donde la yuxtaposición de elementos procedentes de las dos lenguas no viola reglas sintácticas de ninguna de las dos. Dicho de otra manera, el cambio ocurriría en puntos donde las estructuras superficiales de las dos lenguas son coincidentes” (Romaine, 1996: 78).

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Representaciones gráficas

Las variaciones de representaciones gráficas que se identifican en los SMS de los jó-venes que participan en nuestro estudio corresponden al tiempo. Las que tienen mayor incidencia en los mensajes fueron “p.m.” (pasado meridiano) y “min” (mi-nutos) con las variantes “pm”, “Pm” para la primera y “Min” para la segunda. Sin embargo, las que presentan mayor variación en su escritura son las utilizadas para la palabra “hora”: “Ora”, “hr” “Hors”, “hra” y “Hrä”. Como se observa, las representaciones gráficas son explotadas de manera correcta, pero sobretodo de forma modificada. Podemos decir que el uso arbitrario de éstas también define un estilo de escritura ingenioso, aceptado y compartido por los jóvenes participantes.

Los resultados de nuestro estudio dejan ver que, del total de estudiantes parti-cipantes, un 37 por ciento utiliza representaciones gráficas en sus mensajes de texto vía teléfono celular; 32 por ciento estudia en la preparatoria pública y el cinco por cien-to en la privada. De este total, 22 por ciento son mujeres y 15 por ciento hombres. Al igual que en el caso de los extranjerismos, son mujeres en su mayoría las que se valen de este tipo de abreviación de carácter técnico.

De este 37 por ciento de los participantes en el estudio, el 7.9 por ciento emplea la representación gráfica “pm”. De este último dato, se observa que el 7.28 por ciento son mujeres y el 0.66 por ciento es un hombre de 17 años con nivel sociocultural 1. De las chicas que hacen uso de esta representación gráfica, aproximadamente una cuarta parte (1.98 por ciento del 7.9 por ciento) tiene 17 años y un nivel sociocul-tural 1; el resto varía en edades y niveles socioculturales.

En cuanto al uso de una representación gráfica para el término “hora”, si bien se dan más variantes, los jóvenes que la usan como “hra”, y la comparten con otros, sólo representa un 1.98 por ciento del 37 por ciento que recurre a este tipo de signos en los SMS. El 0.66 por ciento pertenece al sexo masculino (un chico de 16 años de toda la población participante) y 1.32 por ciento pertenece al sexo femeni-no. Este último porcentaje se conforma por mujeres de entre 15 y 17 años con un nivel sociocultural 1 y 2 que estudia en la preparatoria pública.

Un porcentaje similar de chicas (1.32 por ciento del 37 por ciento) que recurre a este tipo de signos y que también estudia en la escuela pública, utiliza la represen-tación “hr”, sin embargo, son más jóvenes que las del grupo anterior, puesto que tienen 15 años, y su nivel sociocultural es 2.

En lo que concierne al uso de la representación “min”, un grupo de mujeres de 16 años de edad con nivel sociocultural 1, 2, y 3 utiliza este signo en sus SMS. Es-tas chicas conforman el 3.97 por ciento de los estudiantes que usan representaciones

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gráficas; la mitad de estas mujeres asiste a la preparatoria pública y la otra mitad a la privada.

Como se puede observar, si bien más de la tercera parte de los estudiantes que participan en nuestra investigación (37 por ciento de 408 alumnos de preparatoria) utilizan representaciones gráficas en sus SMS, son pocos y reducidos los grupos socio-lingüísticos que se pueden conformar a partir de este uso, pues sólo integran el 15.17 por ciento.

Lo que significa que gran parte de quienes usan este tipo de abreviaturas técnicas lo hacen de manera aislada, sin que formen parte de un código compartido. De ma-nera general, quienes mayormente intercambian representaciones gráficas son mujeres de 15 a 17 años con nivel sociocultural 1 ó 2. De este grupo sociolingüístico, las de menor edad (15 años) omiten grafías en “hora” y escriben “hra” o “hr”.

ImágenesEn los SMS de los jóvenes que participan en nuestro estudio se observa una se-rie de imágenes como una estrella, una flor, unos labios, un libro, un regalo o un disco, entre otras; sin embargo, sólo la imagen de un corazón es recurrente en sus mensajes de texto vía teléfono celular. Así, del total de estudiantes que utilizaron imágenes en sus SMS (2.44 por ciento), el 2.20 por ciento son mujeres y el 0.24 por ciento son hombres; mientras que el 1.96 por ciento acude a la escuela públi-ca y el 0.49 por ciento a la privada. Ahora bien, el grupo que comparte la imagen del corazón representa el 1.95 por ciento del total de jóvenes participantes en la investigación. De este porcentaje mínimo, el 1.71 por ciento son mujeres y el 0.24 por ciento pertenece al sexo masculino; estas proporciones también equivalen a las escuelas pública y privada respectivamente.

De manera más particular, el grupo sociolingüístico que resulta de la utilización de este signo concentra mujeres de 17 y 18 años de edad con nivel sociocultural 1 y equivale al 0.73 por ciento del total de los participantes en el estudio.

Emoticonos

Los emoticonos, concretados como un código que se usa en los medios electrónicos para expresar emociones, se encuentran insertos en los SMS de los participantes en nuestro estudio. Éstos son muy variados, pues incluso los más compartidos presen-tan variaciones para manifestar un mismo estado de ánimo. Por ejemplo, la tristeza y/o el llanto son representados por: T.T, T_T, :´(, ;/, =(, :(, :-(, = (, = c, D =, :/ y = I. El amor se escribe <3. La alegría se forma con :D, =d, :3, x3, xD, XD, =),

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:), = ), (:, :-), = D, : -), = 3, =D, ;), ;D. El asombro incluye signos como ._., :O, O:, :o, *_*. La indiferencia se manifienta con :-x, : *, :8. La confusión recurre a :s, =S, = s, :$, :S. Una actitud juguetona (sacando la lengua) se forma con :P, =P, 8P, =d, :P, :p, =p, Xp. La carcajada se escribe así >.<, ><, >w< y, por último, la nostalgia con n,n o n.n.

De los 408 estudiantes que nos dieron a conocer sus SMS para llevar a cabo este estudio, 33.2 por ciento emplea estos elementos. De este porcentaje, 23.7 por cien-to son de sexo femenino y 9.5 por ciento del sexo masculino. En cuanto al plantel donde realizan sus estudios, el 27.9 por ciento pertenece a la escuela pública y el 5.3 por ciento a la privada.

De este tercio (33.2 por ciento) de usuarios de símbolos gráficos para expresar su estado de ánimo, el 10.2 por ciento (aproximadamente una tercera parte) utiliza emoticonos como :D, ;D, : - ), : ), :p, etc., que denotan alegría o buen humor. Este porcentaje está constituido exclusivamente por mujeres de 15 años con nivel so-ciocultural 2.

En lo que respecta a los emoticonos tales como =(, =), =D, D=, =p, = s, etc., los autores tratan de transmitir, en su mayoría, buen humor, pero también tristeza y confusión. El 5.14 por ciento de los estudiantes usa estos signos en la manifesta-ción de emociones y conforma una categoría sociolingüística de mujeres de 16 años y de nivel sociocultural 2.

Los estudiantes de preparatoria que elaboran sus mensajes con emoticonos son 136, es decir, 33 por ciento del total de participantes; sin embargo, el resto de los emo-ticonos que aparecen en los SMS son utilizados de manera aislada y no permiten constituir grupos representativos de jóvenes. Así se tienen elementos como = y, X_x y 8(>_<)8 que aparecen una sola vez en los SMS.

De los dos grupos sociolingüísticos que se conforman a partir del uso de ico-nos gráficos para expresar su estado de ánimo –uno por mujeres de 15 años de nivel sociocultural 2 y el otro también por mujeres, pero de 16 años con el mismo nivel sociocultural–, observamos que las primeras construyen los emoticonos con signos de puntuación y guiones principalmente, mientras que las segundas emplean letras y repre-sentaciones gráficas como el signo matemático “igual” (=); este último remplaza los “dos puntos” (:) a los que recurren las mujeres de 15 años para representar los ojos de una cara que busca transmitir una expresión. Lo anterior deja ver una diferencia de edad en la preferencia por la construcción de los emoticonos y, además, por el tipo de signos que se utilizan para su conformación.

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Conclusiones

El análisis de los códigos que se manejan en los mensajes de texto vía teléfono celular que escriben los jóvenes de las dos escuelas preparatorias participantes en el estudio permite afirmar que, en su estado actual, se conforman por signos reto-mados de una escritura estándar de la lengua, así como por variedades lingüísticas gráficas, signos de puntuación y guiones, alternancia o mezcla de códigos, representaciones gráficas, imáge-nes y emoticonos.

En cuanto al uso de variedades lingüísticas gráficas y de signos de puntuación y guiones combinados se refiere, quienes más recurren a la omisión, cambio y aumento de grafías son mujeres de 16 años con un nivel sociocultural 1 ó 2.

Sobre el uso de extranjerismos, se observa que las mujeres recurren con mayor frecuencia a estos signos en comparación con los hombres, pero también son quie-nes los utilizan de acuerdo con su escritura estándar.

En cuanto a las representaciones gráficas, la gran parte de quienes explotan y com-parten este tipo de abreviaturas técnicas en sus mensajes, son mujeres de 15 a 17 años con nivel sociocultural 1 ó 2.

De manera particular, observamos que cuando los mensajes se elaboran al mar-gen de la escritura estándar de la lengua se privilegia la transcripción normativa del español sustituyendo letras o palabras por diferentes signos a los que se les atribuye un valor fonológico.

En lo que a imágenes se refiere, específicamente la utilización de la imagen del corazón, son las mujeres de 17 y 18 años de edad, con nivel sociocultural 1, quienes se valen de este signo para “adornar” o enfatizar lo que expresan en sus SMS.

En cuanto a los emoticonos, podemos decir que son las mujeres más jóvenes quie-nes emplean estos elementos para estructurar sus textos en el teléfono celular (15 y 16 años), además de representar la mayoría (23.7 por ciento) frente a usuarios de sexo masculino (9.55 por ciento).

De manera general, si pudiéramos hablar de un grupo sociolingüístico que usa las seis variables distintas a la norma de la lengua estándar, lo integrarían mujeres de 15 y 16 años con un nivel sociocultural 2, ya que son quienes más recurren a tales códigos para estructurar sus SMS.

Por otro lado, se observa una diferencia de género en el registro que los estudiantes proyectan en sus SMS; mientras las mujeres ocupan una variedad más amplia de signos para escribir sus mensajes que los hombres, estos últimos emplean un vocabu-lario más informal e incluso agresivo. Por ejemplo, ellos utilizan variantes lingüísticas

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El lenguaje de los jóvenes en los mensajes vía teléfono celular: una perspectiva sociolingüística

como “HuevOoOozZzZ”, “Tu que wey?¿”, “fucking” y emoticonos como .l..

Sin embargo, no se puede hablar de una variedad lingüística o un dialecto, ya que –como se observa– si bien se conforman grupos que comparten códigos al margen de la norma estándar en sus SMS, son muy reducidos y heterogéneos. El lenguaje de los SMS objeto de estudio reflejan simplemente un estilo identitario individual que se caracteriza por la manera peculiar en que cada autor escribe sus SMS. De ahí que encontremos 17 maneras de combinar signos para formar un emo-ticono que manifieste alegría y 12 para expresar tristeza, más bien se trata de expresar lo mismo de manera ingeniosa y original.

De entre las sub variedades jerga y argot, la primera ofrece más elementos para clasificar la forma en que los estudiantes de preparatoria se comunican a través del SMS. En este sentido, Casado Velarde propone la noción de jerga juvenil, entendida “como un conjunto de fenómenos lingüísticos […] que caracterizan la manera de hablar de amplios sectores juveniles, con vistas a manifestar la solidaridad de edad y/o grupo […] Estos sectores son, por lo general, estudiantiles y urbanos” (1991: 101). Sin embargo, para considerarla como tal, los códigos estudiados tendrían que ser compartidos, como se lee, por “amplios sectores de jóvenes”.

Así, los diferentes códigos de SMS, que los actores del presente estudio com-parten a través del teléfono celular, son hasta este momento sólo los indicios de un lenguaje ingenioso y críptico. No obstante, debido a que el uso del teléfono celular se expande cada vez más, quizá también el uso de estos códigos llegue a tener una mayor distribución social y, en algún momento, podrían constituirse como una jer-ga, ya sea juvenil o extendida a los usuarios de la telefonía móvil.

Así, con base en las propuestas de la sociolingüística, consideramos que los códigos que aparecen en los mensajes de texto, mismos que los jóvenes envían a través de su teléfono celular a diferentes destinatarios, permiten hablar de los prin-cipios de una jerga. Si bien algunos sectores consideran que el uso de tales códigos altera la escritura de la variedad estándar de la lengua en contextos que requieren de un estilo formal, como lo son el contexto escolar y el laboral, es difícil plantear el control de este tipo de fenómenos. El avance del uso de estos códigos hacia una jerga o hacia una variedad lingüística, empleados en el medio de comunicación ci-tado o en algún otro soporte electrónico con las mismas características de interfaz, dependerá necesariamente de sus usuarios.

Lo que resta es apostar a que los integrantes de tal comunidad lingüística utilicen estos códigos diferenciados de acuerdo a la situación comunicativa, es decir, que echen mano de una competencia comunicativa para tal elección. Consideramos que esto es posible debido a que los estudiantes participantes en este estudio tienden a utilizar la escritura estándar de la lengua cuando se dirigen a su familia, y sobre todo a

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Miriam Herrera-Aguilar, Luis Daniel López García e Iván Pedro Aldama Garnica

sus padres, mientras que la alteran para comunicarse con sus compañeros. No obs-tante, se pueden generar espacios para proponer una educación en este sentido.

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Cooperativismo y cultura regional en Querétaro.

El caso de la Sociedad de Productores de Manzana de

San Joaquín1

Gabriel Muro, Ana Gabriela Quiterio y Elizabeth Gutiérrez*

Resumen: El artículo muestra las principales circunstancias que han impedido que la Sociedad de Productores de Manzana de San Joaquín, en el estado de Querétaro, se desarrollara como una empresa rural comunitaria exitosa, cuyo objetivo central fue lograr un alto nivel de cooperación entre sus miembros y, además, explicar en un plano organizacional los factores más significativos que pueden impedir una activi-dad de cooperativismo. El análisis que proporciona este caso de estudio nos permite proponer que la ausencia de componentes culturales en la zona donde se sitúa la empresa (como tradición de cooperación, buen nivel de confianza entre los pro-ductores, cultura política de independencia del Estado y preparación administrativa de sus habitantes) afectan considerablemente la formación de lazos cooperativos necesarios para una empresa exitosa. El estudio de caso se realizó con intervención participativa, entrevistas y documentación disponible, durante cinco años.Palabras clave: cooperativismo, cultura regional, cultura organizacional, sociedad de productores, San Joaquín, Querétaro.

Abstract: The article shows the main circumstances in the developpement of the Apple Growers Society of San Joaquin, in the state of Querétaro, that privent to shape a rural enterprise successful community, whose main objective was to achieve a high level of cooperation between its members and also explain in a plane most significant organizational factors that may prevent cooperative activity. The analysis

* Miembros de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, de la Universidad Autónoma de Querétaro.

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Cooperativismo y cultura regional en Querétaro.El caso de la Sociedad de Productores de Manzana de San Joaquín

provided by this case study allows us to propose that the absence of cultural com-ponents in the area where the company is located, as a tradition of cooperation, a good level of confidence among producers, a regardless of political culture and high level of state administrative preparation of its inhabitants, significantly affect the formation of collaborative relationships necessary for a successful business. The case study was conducted with participatory intervention, interviews and docu-mentation available for five years.Keywords: cooperative, regional culture, organizational culture, society of produ-cers, San Joaquin, Querétaro.

El fenómeno del cooperativismo es un tema que amerita analizarse en estos tiempos de globalización, puesto que pretende ser una alternativa de desarro-

llo frente al modelo capitalista, el cual abarca cada vez más ámbitos geográficos y culturales en el mundo, lo que supone un obstáculo para incorporar a grandes grupos sociales marginados, no sólo a formas de producción más humanas, sino a procesos de mejoramiento sustancial de su nivel de vida.

La instauración de sociedades cooperativas en el mundo ha mostrado el gran potencial de esta forma de organización para competir con empresas capitalistas en la generación de empleos, la producción y los beneficios sociales de sus miembros. Sin embargo, una pregunta que ha conducido a esta investigación es ¿por qué no se ha extendido y difundido tan ampliamente el cooperativismo en México?

Una primera respuesta plausible es que hay un deliberado sabotaje del sistema capitalista, a través de mecanismos económicos, ideológicos y políticos, que se manifiesta tanto en la escasez de facilidades financieras para crear cooperativas, como en una abrumadora difusión mediática de un discurso apologético de la libre empresa.

Una segunda respuesta se refiere a las enormes dificultades para conjuntar esfuerzos entre productores, comerciantes y consumidores, que impiden actuar organizada y equitativamente en cooperativas; esto es, se han afectado tanto las estructuras comunitarias en los diversos ámbitos de la vida social y la cultura de solidaridad, que las actitudes individualistas se hacen presentes y se imponen ante los intentos de personas deseosas de promover una acción cooperativista.

El presente trabajo se refiere a esta última cuestión; propone que existe, se extiende y se refuerza (quizá por mecanismos que articula el sistema capitalista) una cultura de la no cooperación, aun en medios rurales donde presumiblemente permanecen y funcionan lazos comunitarios. Desde luego, proponemos que esto ocurre en el ámbito queretano, donde observamos una trayectoria descendente de cooperativismo, especialmente en las cajas populares, que cada vez son menos

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Gabriel Muro, Ana Gabriela Quiterio y Elizabeth Gutiérrez

cooperativas y se asemejan cada vez más a organizaciones financieras.

Pretendemos aportar, entonces, una explicación de las contrariedades que tiene el cooperativismo para establecerse y difundirse en un ámbito regional de Queré-taro, que bien podría extrapolarse en un plano nacional, considerando como un factor principal la cultura de la región donde se sitúa.

Cabe aclarar que el caso de estudio aquí expuesto, la Sociedad de Productores de Manzana de San Joaquín (SPMSJ), no es en estricto sentido una cooperativa, pero la intención con que fue creada remite a una organización donde debían pre-valecer criterios de cooperación entre sus integrantes. Por consiguiente, este texto pretende explicar la influencia de elementos culturales regionales en la formación de lazos cooperativos en la organización. De este modo, nos pareció apropiado aplicar el término cooperativismo a esta forma de asociación.

La investigación, iniciada en 2006, pretendía conocer y analizar la dinámica de las microempresas en el área rural, entre las cuales se encontraba dicha Sociedad. Este primer acercamiento nos permitió conocer de manera general la dinámica de la empresa y la importancia del proyecto a nivel regional, características que no encontramos en otras microempresas analizadas durante la investigación. Por este motivo, nos dimos a la tarea de iniciar el proyecto de investigación que indagara los problemas que enfrentaban los miembros de la organización, más allá de las cues-tiones administrativas y económicas que eran más o menos visibles.

Lo que nos propusimos entonces fue analizar los aspectos socioculturales que intervenían en la dinámica de la organización y que obstruían un desarrollo ade-cuado de la empresa, como Sociedad. Esto supuso un trabajo de campo en el cual pudimos establecer una cercana relación de colaboración con los integrantes de la empresa, de tal manera que pudimos identificar elementos significativos que impe-dían el desarrollo deseado de la organización.

El primer elemento que identificamos fue que el proyecto se había diseñado fuera de las localidades de los productores, es decir, como una idea de organiza-ción “impuesta”. El gobierno estatal proponía la conformación de la SPMSJ como política pública, con el fin de generar un polo de desarrollo regional. Si bien el gobierno ha facilitado los recursos financieros y la asesoría técnica para ello, se han presentado problemas tanto en los mecanismos de producción, como en los de organización de los productores, a tal grado que la empresa ha operado con altos niveles de incertidumbre, porque no ha logrado los objetivos y metas propuestos desde el principio.

Por tanto, esto nos sugirió que dos factores importantes debían considerarse: por un lado, la forma de intervención del Estado, que frecuentemente lo hace más

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Cooperativismo y cultura regional en Querétaro.El caso de la Sociedad de Productores de Manzana de San Joaquín

con un afán político que con el propósito de generar dinámicas socioeconómicas de largo plazo que beneficien a una región; por otro, quizá más relevante, la men-talidad y comportamientos de los productores ante la idea de conformar una coo-perativa, lo cual nos ha conducido a observar un claro individualismo en la zona, que se ha manifestado en las actitudes y acciones de sus integrantes para lograr los objetivos de la empresa.

Así, la tesis que aquí sostenemos es que la ausencia de tradiciones solidarias y una larga relación de las comunidades regionales con un Estado corporativista y paternalista, han impedido una cabal comprensión de las implicaciones que tiene una Sociedad tanto para los productores como para los habitantes de la región.

La investigación se realizó a través de varias entrevistas con integrantes de la cooperativa, miembros de la comunidad y funcionarios estatales; observación par-ticipante; realización de un taller de auto diagnóstico, y consulta de documentación bibliográfica y privada.

El documento está dividido en cuatro partes: en la primera, se expone el plan-teamiento teórico adoptado en la investigación y una sucinta relación de lo que ha sido el cooperativismo en el país; en la segunda, se contextualiza regional y cultu-ralmente a la Sociedad de Productores de Manzana de San Joaquín; en la tercera, se analizan cómo operan los componentes cooperativos en la organización, y en la cuarta se apuntan algunas conclusiones.

La dimensión cultural del cooperativismo

A finales del siglo XVIII, las consecuencias de la revolución industrial trajeron consigo, entre otras cosas, la desocupación y la carestía en Europa; en este con-texto, los socialistas Robert Owen, Guillermo King y Charles Fourier, fundaron el movimiento cooperativo acorde con sus ideas político-sociales.2

Owen (1771-1858), destacado industrial de la rama textil en Manchester, fundó la cooperativa “New Lanark”, y usa por primera vez el término “cooperación” en 1821 para distinguir la cooperación mutua del sistema individualista de la libre competencia (Centro de Estudios Sociales y de Opinión Pública, 2009).

Por consiguiente, Owen y King influyeron decididamente en el establecimiento de colonias con organización económica basada en la propiedad común; al mismo tiempo Fourier luchó para que los trabajadores se convirtieran en propietarios de tierras, almacenes y fábricas. Así surgió, en 1844, la primera cooperativa que alcan-zó un éxito sobresaliente: la Rochale Equitable Pionners, cuyo objetivo principal

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Gabriel Muro, Ana Gabriela Quiterio y Elizabeth Gutiérrez

fue suministrar alimentos a los familiares de sus miembros, dados los abusos de los proveedores. A este movimiento le siguió una serie de cooperativas de consumo, impulsadas por los mismos propósitos: administración democrática, libre entrada de nuevos socios, interés limitado al capital e independencia política y religiosa (Instituto de Investigaciones Jurídicas, 2004).

El nacimiento, a finales del siglo XIX, del derecho sindical y de una legislación protectora del trabajo, y la creación de sistemas mutualistas o estatales de previsión trajeron una especialización de las funciones. En 1893 se creó en Francia la Cámara Consultiva de las Sociedades Cooperativas Obreras de Producción, y en ese mismo año se creó el Banco Cooperativo para las sociedades mencionadas; para las coope-rativas de consumo se creó la Unión Cooperativa y la Bolsa de las Cooperativas So-cialistas en 1895 (Ibid.). En este periodo el cooperativismo extendió sus redes y tras la Primera Guerra Mundial había ya cooperativas de crédito marítimo; por ello, con la conquista de nuevos territorios por parte de las potencias occidentales, el coope-rativismo se extendió en casi todo el mundo, aunque con marcadas diferencias.

Así, podemos ver amplias zonas donde el cooperativismo ha tenido un desa-rrollo exitoso y consistente. En 100 países existen empresas cooperativas, y 900 millones de personas participan en éstas, es decir, el 15 por ciento de la población mundial (Domínguez, 2007: 7), lo que muestra la importancia del fenómeno. Qui-zás el mejor ejemplo de cooperativismo funcional y productivo sea el País Vasco, donde hay alrededor de mil 730 cooperativas, con un poco más de medio millón de socios (Confederación de Cooperativas de Euskadi, 2009: 11).

Pero, ¿qué elementos han influido para que el cooperativismo prenda y florez-ca? En primer lugar, debemos saber qué es una cooperativa. La Alianza Cooperati-va Internacional (ACI) la define así: “asociación autónoma de personas que se han unido de forma voluntaria para satisfacer sus necesidades y aspiraciones económi-cas, sociales y culturales comunes mediante una empresa de propiedad conjunta y de gestión democrática” (citado por Lafleur, 2005: 12).

En estos términos, el cooperativismo es una reacción contra el sistema capita-lista, con estos principios: a) en la cooperativa toman las decisiones quienes per-tenecen a ella; la participación no es proporcional al dinero invertido, puesto que el dinero no es la finalidad de las decisiones, sino las necesidades de los socios (un miembro=un voto); b) el dinero necesario para el arranque de la cooperativa debe provenir de sus miembros, los cuales recibirán una remuneración limitada y estipulada por los socios; los excedentes de fin de año deben ser redistribuidos en proporción al uso que los socios hacen de su cooperativa y no del dinero invertido, y c) la cooperativa debe preservar el poder democrático de los socios y asegurar su independencia frente a otras organizaciones (Ibid: 13).

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Seguir estos principios supone un convencimiento y una actitud arraigados y profundos sobre las bondades de la cooperación. Así que, considerando lo ex-puesto, un primer elemento que podemos destacar es una sentida necesidad de un amplio grupo de mejorar sus condiciones de vida o sobrevivir, ante las limitadas y frecuentemente impropias ofertas de las fuentes capitalistas de trabajo. Esta concien-cia de necesidad, en gran medida ocurre por la existencia de lazos comunitarios que se han formado en el grupo y que generan prácticas cooperativas, lo cual facilita la percepción y posibilidad de conformar una empresa. Es posible encontrar esto en individuos afectados por la crisis, la explotación o la discriminación social, que los motive a establecer o restablecer lazos comunitarios, donde se produzcan relacio-nes de compromiso y confianza, como mecanismos de defensa y superación.

Por consiguiente, un presupuesto básico para la consolidación de una empresa cooperativa es el ambiente de cooperación entre sus miembros; Jon Elster lo con-firma al apuntar una dificultad para lograrlo: para el individuo resulta, en algunas situaciones, más conveniente el no cooperar, dado que recibirá los mismos benefi-cios que las personas que tomaron la decisión de hacerlo; de ahí que la mayoría de las organizaciones enfrenten el problema de lograr la cooperación de sus miem-bros; “los costos [de la cooperación] típicamente exceden el beneficio en el caso del que contribuye individualmente, de suerte que no existe un interés individual en cooperar” (1997: 32).

Un segundo elemento para lograr la cooperación es un “liderazgo” eficaz que genere o promueva una “ideología” cooperativista, que convenza y mentalice a quienes quieran conformar una empresa, y los conduzca a una clara y activa par-ticipación, en contra de una “cooperación forzosa”, que es una falsa apariencia de cooperación en la que los propósitos alentados no son compartidos por todos los individuos y más bien se trabaja para evitar la sanción que para lograr resultados directos (Pratt, 2001: 70).

Tal liderazgo presupone introducir una reflexión filosófica que conduzca a una educación profunda y bien centrada en quienes participan, puesto que vivimos en una cultura con una ideología dominante de individualismo, cuyos valores promul-gados son aceptados en la práctica y en las decisiones que marcan la dinámica so-cial actual, la cual debe contrarrestarse, de tal manera que los grupos cooperativos acepten y propalen valores que exalten la solidaridad y el esfuerzo común para vivir con dignidad (Martin, 2005: 41).

Un tercero, es el de lograr y mantener una “capacidad organizativa”, que supone dos aspectos centrales en la constitución de una empresa: educación y preparación técnica, suficientes para que persista el cooperativismo, visto como una solución empresarial a problemas de desarrollo, bajo formas de federación y confederación,

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Gabriel Muro, Ana Gabriela Quiterio y Elizabeth Gutiérrez

con el objetivo de servir mejor a sus socios y reforzar al movimiento.

Por tanto, para el funcionamiento de estas organizaciones, se presentan varia-bles como el capital social, constituido por aquellos elementos de las organizaciones sociales, como las redes, las normas y la confianza, que facilitan la acción y la co-operación para beneficio mutuo. Putnam (1994) considera que la confianza es fun-damental para facilitar la acción y cooperación (definida como el comportamiento esperado de la otra persona que participa en una relación dada). La confianza tiene un soporte cultural en el principio de reciprocidad y un soporte emocional, que es el afecto hacia aquellas personas que creemos confiables y que nos dan muestras de su confianza hacia nosotros. Tal actitud se expresa en conductas reiteradas y es reforzada con expresiones que comunican esa confianza en discursos y acciones de entrega de control sobre determinados bienes.

En suma, el modelo que sigue el análisis se enuncia de esta manera:

Cuadro 1Acción cooperativa

Fuente: Elaboración propia.

Cultura regional y cooperativismo

En México comenzaron a establecerse algunas cooperativas a finales de 1839; sin embargo, la formación de la primera cooperativa de producción ocurrió en 1873, formada por sastres, a la que siguieron otras de carpinteros y sombrereros. En 1876 los obreros ferroviarios de la Estación Buenavista del Distrito Federal cons-tituyeron la primera sociedad cooperativa de consumo. Así, nacieron las primeras cooperativas con reconocimiento legal en 1889, cuando en el código de comercio

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se les reconoce como “unidades económicas, con características de organización y funcionamiento diferentes a las de la empresa privada”.3 No obstante, al iniciarse el siglo XX, las actividades cooperativas eran escasas y poco significativas y no tuvieron avances en esa época. La dictadura de Porfirio Díaz había adormecido y frenado los ideales cooperativos.

Posteriormente, en la Ciudad de México en 1920, jóvenes intelectuales y obreros integrantes del Partido Cooperativista Nacional (PCN), que entonces tenía sesenta diputados en el Congreso y cinco gobernadores en los estados, promovían “la obtención de un nuevo ajuste de las condiciones de la sociedad”; la “formación de una vigorosa nacionalidad y la práctica de las nuevas instituciones democráticas”, así como la “realización de un programa concreto y práctico en bien del partido”; de esta manera, los cooperativistas veían con certidumbre su futuro.4

En la sucesión presidencial de Álvaro Obregón (1924), cuando éste se inclinó por el general Plutarco Elías Calles, el Partido Cooperativista rompió con el presi-dente para apoyar a Adolfo de la Huerta, lo que significó su aniquilamiento político y el desplazamiento ideológico del cooperativismo como transformador de la reali-dad mexicana. Sin embargo, el presidente Calles se pronunció a favor del coopera-tivismo y promulgó la primera Ley General de Sociedades Cooperativas, en febrero de 1927. En el puerto de Tampico se realizó el primer Congreso de Cooperativistas hacia finales de 1929, al que asistieron 500 delegados de todo el país.

El Segundo Congreso fue en 1935 en la Ciudad de México, con más de 800 dele-gados y del cual surgió la Liga Nacional de Sociedades Cooperativas, cuya principal función fue la defender los intereses generales del movimiento. El cooperativismo se difundió en diversas ramas de la producción industrial, agrícola y de servicios; igualmente se consolidó en el renglón del consumo.

Cooperativas como la empresa cementera La Cruz Azul, fundada en 1931, con 192 socios; el diario Excélsior, fundado con 250 socios; el Gremio Unido de Alija-dores de Tampico; el Ingenio El Mante (entre las más importantes), confirmaron al cooperativismo como un elemento básico del desarrollo social e industrial de México. Por ello, en 1938 el presidente Lázaro Cárdenas promulgó la tercera Ley General de Sociedades Cooperativas, vigente hasta la década de 1990 (Bautista, citado por Centro de Estudios Sociales, 2009).

Sin embargo, en 1942, como resultado de la formulación de la ley de 1938, el movimiento cooperativo cedió a los intentos del Estado de intervenir abiertamente en la vida de las cooperativas en un proceso de corporativización, lo cual debilitó al movimiento, y lo desarticuló –50 años después– en 1994, cuando la Confederación Nacional terminó envuelta en una intensa lucha caciquil por el control de la direc-

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Gabriel Muro, Ana Gabriela Quiterio y Elizabeth Gutiérrez

tiva (Rojas, citado por el Centro de Estudios sociales, 2009).

De esta manera, de 1938 a 1976, se habían registrado 6 mil 610 cooperativas a nivel nacional, de las cuales 4 mil 298 eran de producción, con 227 mil 675 socios y 2 mil 312 cooperativas de consumo, con 290 mil 921 socios. En 1988 se registraban 8 mil 171, con un total de 349 mil 47 socios (Ibid.).

Es en esta época cuando más se fomentó el cooperativismo desde un plano estatal (sobre todo en el sexenio de Luis Echeverría, 1970-76), pero los intentos institucionales fueron infructuosos para conformar un amplio movimiento en el campo, no obstante el sistemático empobrecimiento del campesinado mexicano durante la vigencia del modelo de Desarrollo Estabilizador. La densa burocracia, la corrupción gubernamental y ejidal, y los conflictos agrarios, operaron en contra del cooperativismo rural.

A pesar de todo, se siguió pensando en que el ámbito rural era el más propicio para la conformación de cooperativas. Esteban Krotz (1988), estudioso del campo mexicano, consideraba que la única salida viable para solventar la enorme pobreza rural eran las cooperativas. Se consideró que existía una “nueva ruralidad”, que suponía una nueva etapa en su relación con la ciudad y la sociedad en general, tanto en el nivel económico como en el social, cultural y político (Amtmann y Blanco, ci-tados por Grammont, 2004); que el campo ya no podía pensarse sectorialmente, en función agropecuaria o forestal, sino que debía tomar en cuenta las demás activida-des desarrolladas por su población a nivel local, regional, nacional e internacional. Sin embargo, no se operó cambio significativo alguno.

Por lo dicho, puede afirmarse que en México la existencia de cooperativas es un fenómeno aislado, en la medida en que únicamente el 0.5 por ciento de los em-pleos existentes son generados por este tipo de empresas, es decir, cinco de cada mil trabajadores en México están vinculados a cooperativas. De los 39 millones de trabajadores en México, de acuerdo con la encuesta nacional de empleo de 1998, 205 mil eran socios cooperativistas (Escamilla y Kato, 2009: 186).

Estas cifras ponen de relieve la escasa proporción de cooperativistas en la eco-nomía nacional.5 En la década de 1980 comenzó un proceso donde se reforman las instituciones responsables de la política oficial en torno al cooperativismo. Des-apareció la Dirección General de Fomento Cooperativo, adscrita a la Secretaría del Trabajo y Previsión Social, y en diciembre de 1994 fue liquidado el Banco Nacional de Fomento Cooperativo, la principal fuente de financiamiento, crédito y avíos de cooperativas del país, lo cual significó reducir las posibilidades de nuevas coopera-tivas y la eliminación de programas gubernamentales de apoyo a dicha actividad.

Por otra parte, en las zonas urbanas de Querétaro se ha desarrollado una nota-

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ble actividad cooperativa, especialmente en lo que se refiera a las cajas populares, promovidas por la Iglesia Católica (véase Ugalde, 2007), pero no se ha extendido ni se ha fortalecido significativamente en las últimas dos décadas.

Las primeras cooperativas en el estado fueron la Sociedad de Socorros Mutuos La Esperanza, creada en 1875 e integrada por los obreros de El Hércules; le siguie-ron la Sociedad Mutualista La Providencia, en 1886, y la Sociedad de Socorros de Inhumaciones La Humanitaria, en 1890. Posteriormente, al igual que en México, el movimiento cooperativista se desarrolló con las cajas populares, en la década de 1950, debido a que muchos sacerdotes comenzaron a integrar cajas como Floren-cio Rosas, Gonzalo Vega, La Inmaculada, y Libertad. En 1994 existían en el estado 29 cajas populares de ahorro y préstamo, y en 2003 se registró un total de 164 coo-perativas (Solís y Valencia, 2005).

Sin embargo, debe señalarse que este cooperativismo ha sido muy limitado, tanto por su especialización en cajas populares cuanto por su localización en las principales zonas urbanas del estado. No se ha observado, por tanto, una tradición cooperativista que permee las actividades económicas del estado;6 menos aún en la Sierra Gorda, donde se ubica la Sociedad de Productores de Manzana de San Joa-quín.

Nuestro análisis se funda en la configuración subjetiva, como lo propone Marcela Hernández (2004), producida en la zona, donde el comportamiento social de sus habitantes es influido por el entorno geográfico, histórico, familiar y de formación. Los miembros de una región tenderán a reproducir mentalidades y conductas con-figuradas por estos elementos.

Por consiguiente, la Sierra Gorda, como el contexto regional amplio, muestra el problema que señalamos. Esta región estaba habitada, desde el siglo XVI, por grupos militares para combatir a los indios contrapuestos a los conquistadores es-pañoles y, posteriormente, fue repartida y fragmentada en pequeñas propiedades.

La desaparición de las tierras comunales derivó en la formación de muchos ran-chos. Por otra parte, el carácter agreste de la zona favoreció el aislamiento, así que, “si bien no desaparecieron las haciendas como forma dominante de propiedad, a partir de ese momento [siglo XIX], proliferan numerosos aunque pequeños ran-chos y pueblos independientes, pero sin tradición de propiedad comunal” (Díaz, 2004: 157).

A pesar del estallido de la Revolución se crearon muy pocos ejidos, debido al auge de la tradición de la propiedad privada. Esto, por un lado, selló un proceso cultural de poco contacto con el centro político-económico del estado y, por otro, de un individualismo evidente no sólo en las relaciones sociales de sus habitantes,

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Gabriel Muro, Ana Gabriela Quiterio y Elizabeth Gutiérrez

sino también en los procesos de producción, que se reflejarán evidentemente en la conformación de la cooperativa (al respecto véase Serna, 2009).

En la historia del municipio han existido varios intentos por organizar a la gen-te, varios de ellos han fracasado, tal es el caso de una procesadora de manzana que rápidamente desapareció, un taller de costura o maquiladora, y una cooperativa para fabricar muebles rústicos, todos en el municipio de San Joaquín. Estos ele-mentos nos muestran un contexto sociocultural no propicio para el desarrollo de una cultura cooperativista.

La dinámica cooperativa de la organización

La Asociación de Productores de Manzana de San Joaquín está asentada en el mu-nicipio de San Joaquín, al norte del estado y a tres horas de la capital; es una zona montañosa, fría, con pocas vías de comunicación y forma parte de la Sierra Gorda.

El 49 por ciento de su superficie es boscosa, el 47 por ciento de agostadero, el 1 por ciento de actividades agrícolas y el 3 por ciento restante, de otras actividades. La población total del municipio es de 7 mil 634 habitantes, de los cuales el 45 por ciento son mujeres y el 55 por ciento hombres. El municipio está dividido en 67 localidades y ninguna rebasa los 2 mil habitantes.

Su condición rural pesa mucho en lo referente a educación: de un total de 6 mil 377 habitantes mayores de seis años, mil 468 son analfabetos. En cuanto al nivel de escolaridad, encontramos mil 245 personas (mayores de cinco años) sin escolaridad y 558 personas que han cursado algún tipo de educación posbásica, de los cuales 308 son mujeres y 250 son hombres.

La principal actividad económica de San Joaquín, hasta la década de 1960, fue la minería, pero debido a su decadencia se buscaron otras opciones para generar fuentes de empleo y medios de subsistencia. Al contar con atractivas zonas natura-les y arqueológicas, se promovió el turismo, aunque también se fomentó aún más la fruticultura, actividad que ya realizaban sus habitantes; empero, ésta era escasa y para autoconsumo.

Como actividad económica alternativa, la producción de manzana estaba afec-tada por plagas; por ello, entre el gobierno municipal y la Secretaría de Desarrollo Agropecuario del estado (Sedea), crearon el proyecto para la transformación de la manzana en néctar y darle valor agregado, pues se aprovecharían las condicio-nes climáticas y la tradición de su cultivo para beneficio de la región. En 2004 se conformó la empresa, con convenios entre el gobierno del estado y las empresas

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Pascual Boing y Tetra Pack. Se crea, así, la Sociedad de Producción Rural de Res-ponsabilidad Limitada, el 17 de marzo de 2005, con 44 socios, con un aporte de mil 100 pesos por cada uno.

Los problemas comenzaron en 2006, cuando a pesar de la gestión de las de-pendencias gubernamentales para la venta del producto en reconocidas cadenas de tiendas, las 60 toneladas de manzana procesadas por Pascual Boing se entregaron a la Sociedad, equivalentes a un millón y medio de unidades de néctar, y no pudieron ser comercializadas totalmente en los seis meses siguientes; por ello, una gran parte se re-galó en la Feria Ganadera de Querétaro, dada la inminente caducidad del producto.

Por otro lado, con la feria de productos regionales que organizó la empresa Wal-Mart en 2008, se suscitaron algunos cambios en la relación con Pascual Boing. Ahí, el néctar de manzana de San Joaquín ocupó uno de los primeros lugares en ventas, lo que ocasionó que Wal-Mart solicitara a Pascual Boing sustituir en sus tiendas del estado algunos de sus productos. A decir del gerente de la refresquera, para seguir distribuyendo todos sus productos en Wal-Mart, Pascual Boing debió disminuir los precios, ya que es uno de sus principales socios comerciales. En consecuencia, Pascual se negó a maquilar para la marca San Joaquín. De este modo, se negoció y se firmó un convenio donde la Sociedad de Producción se comprometía a no dis-tribuir sus productos en ninguna de las tiendas de la cadena Wal-Mart de México y se limitaba a la producción a 2 mil 500 cajas de néctar por cada entrega que se realizara, para su maquila en Pascual Boing.

Necesidad y decisión de cooperar

Los miembros de la organización habitan en diversas localidades de los municipios de San Joaquín y Cadereyta; son 34, con una edad promedio de 60 años; 74 por ciento son hombres y 26 por ciento, mujeres. Su escolaridad promedio es primaria, aunque dos socios son ingenieros agrícolas.

Los socios no conocían la figura legal bajo la que se constituyeron. Fue muy significativo que en una de las asambleas de 2009, el presidente de la Junta de Vi-gilancia comentara que había revisado diferentes figuras legales y llegó a la conclu-sión de que constituirse como Sociedad de Producción Rural había sido una buena recomendación por parte de los funcionarios del gobierno. Tal hecho muestra que ellos no tomaron la decisión de constituirse bajo esa figura legal y que no se intere-saron por conocer si existían otras opciones.

La estructura organizativa de la asociación tiene como órgano supremo la Asamblea General, que supervisa las actividades de todo el proceso productivo, de

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operación, transformación y comercialización. El Comité de Administración y la Junta de Vigilancia cumplen con sus funciones por un periodo de tres años, y cada primer sábado de mes celebran asamblea.

Para la elaboración de ate y mermelada se organizaron grupos de trabajo, pero han dejado de funcionar debido a la poca participación de los socios. Actualmente, cada socio tiene acceso a la maquinaria para la elaboración de ate cuando lo requie-ra; como requisito deberán dejar a la organización el diez por ciento del producto terminado y pagar las etiquetas utilizadas.

El bajo nivel de cooperación de la SPMSJ se presenta de forma casi generali-zada; es decir, los socios se han dado cuenta de que al no participar, recibirán los mismos beneficios que los que decidieron cooperar. Se otorgan recursos guberna-mentales debido a la gestión de los miembros del Comité de Administración; sin embargo, tampoco se limita el acceso de los socios cuando estos no participan en las actividades de la empresa.

En un principio se habían formado equipos de trabajo para la elaboración de ate y dulce, pero al desintegrarse, los costos de la cooperación fueron absorbidos por los miembros que ocupaban cargos administrativos. Lo anterior podría significar que esos socios prefirieran en un futuro realizar sus actividades de manera indivi-dual. Así pues, cuando todos participaban, los costos eran menores que los benefi-cios y había un incentivo positivo para la cooperación, pero en la medida en que las condiciones cambiaron se redujeron los beneficios y se afectó la participación.

Por otro lado, los socios que ocupan cargos administrativos realizan la mayor parte de las actividades en la organización, aun cuando no correspondan a su cargo, porque muchos miembros de la organización evitan involucrarse en todo el proce-so productivo, ya que no reciben salario ni utilidades. Podemos decir que la ausen-cia de incentivos económicos es un factor por el cual los socios no participan en las actividades de la empresa. Esta “comodidad” para la mayoría de los integrantes de la organización se debe también al contar con apoyos externos (gubernamentales) para cubrir algunas de las necesidades de la organización.

Una de las principales razones por la que los socios no se involucran en las acti-vidades de la Sociedad es que no se han generado utilidades que puedan distribuir-se. Las utilidades se han destinado a la reinversión, pago de deudas y a cubrir gastos de operación. Por eso resulta más conveniente para los socios vender su cosecha a un precio menor que cuando la fruta ya ha sido procesada. Así obtienen ganancias de forma inmediata, contrario a lo que sucede al participar en la empresa.

Los productores se han beneficiado de diversos programas, debido a que están legalmente constituidos; sin embargo, en la práctica se opera de manera individual. La

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mayoría de los socios sostiene realizar las labores de mantenimiento en sus huertas sin el apoyo de ninguno de sus compañeros. Anteriormente, para elaborar el ate se formaban equipos, ahora cada socio lo elabora por separado. De manera generaliza-da, los socios expresan no recibir el apoyo, asesoría o ayuda de sus compañeros y no comparten ni transmiten conocimientos dentro de su grupo para un beneficio co-mún. En una encuesta de satisfacción aplicada a los socios de la SPMSJ, arrojó como resultado que el 75 por ciento considera que en la empresa se trabaja en equipo; sin embargo, cuando se les preguntó sobre la distribución del trabajo, únicamente el 40 por ciento dijo que las actividades se repartían en forma equitativa.

Al constituirse el grupo, no se tomaron en cuenta algunos de los criterios pre-viamente establecidos para el proyecto, los cuales consistían, entre otros, en que los miembros debían ser productores de manzana y cada uno debía contar con un número determinado de árboles. Sin embargo, al constituir la empresa se dejaron de lado los criterios de selección establecidos para responder a la necesidad de ge-nerar fuentes de empleo en el municipio, por eso algunas personas se integraron al proyecto sin ser productores.

La decisión de participar está motivada por los subsidios gubernamentales a los que accede la organización, por la preferencia a grupos y organizaciones constituidas bajo ciertas figuras legales, pero el acceso a los recursos se plantea de manera indivi-dual, lo cual lejos de fomentar la cooperación y promover las relaciones de confianza entre sus miembros, sólo promueve el individualismo y la idea de que la cooperación no es una condición necesaria para el funcionamiento de la organización.

Liderazgo, ideología y participación

En el proceso de conformación y operación de la empresa, el liderazgo ha queda-do prácticamente a cargo (formal o informalmente) de las autoridades estatales y municipales, como ha sido común en la gran mayoría de las organizaciones campe-sinas desde hace muchas décadas, puesto que el comportamiento del Estado, carac-terizado por su corporativismo y paternalismo, ha pretendido mantener el control y el apoyo político de las organizaciones. Aunque esta situación tiende a cambiar, el fenómeno aún se manifiesta de manera notable.7

El hecho de ser promotor y ejecutor del proyecto productivo, el Estado im-pone su concepción y estilo de intervención, lo cual ha inhibido la generación de una ideología cooperativista y no ha logrado un alto nivel de participación para conseguir los objetivos propuestos. Por tanto, la intervención estatal se centra en suministrar los elementos materiales del proyecto y no en promover y exigir la

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participación y la responsabilidad de los productores, lo cual ha conducido a una gran laxitud en el funcionamiento de la organización. Por ejemplo, aunque en los estatutos y reglamentos de la SPMSJ se establecen sanciones por incumplimientos, raramente se han aplicado, como en el caso de los socios que no asisten a tres asam-bleas consecutivas sin enviar una notificación que no son dados de baja. Así, varios socios no han asistido durante un año y no han sido sancionados; tampoco fueron sancionados cuando incumplieron en su desempeño productivo o administrativo.

El desinterés de los socios por participar en las actividades de la empresa se ha visto reflejado en la asistencia a las asambleas, de 12 que debían realizarse en 2009, sólo se llevaron a cabo ocho –de las cuales una fue ordinaria y las demás extraordi-narias– debido a la falta de quórum. La apatía se ha presentado también entre quie-nes han ocupado cargos administrativos, como en el caso del tesorero del segundo Comité de Administración, cuyo cargo quedó sin ocupar después de su renuncia. Cuando se convoca a los socios para realizar actividades de mantenimiento en la bodega de la organización, simplemente no asisten. Como empresa, han rechazado invitaciones para asistir a eventos y ferias, debido a la poca participación de los so-cios. En el caso de la comercialización sólo un socio, la secretaria y los asesores, se han encargado de dar seguimiento y recuperar algunos clientes. Una razón más para no participar es que los socios tienen otras actividades que les generan ingresos.

Aunado a esto, las decisiones tomadas en las asambleas con frecuencia son apre-suradas y sin información suficiente. Ejemplo de ello fue la situación con la empre-sa Pascual Boing, que tenía almacenados alrededor de 200 tambos de 200 litros de pulpa cada uno, y debían entregarse a la SPMSJ, la cual decidió vender la pulpa en otras presentaciones y para elaborar otros productos, como ates, agua de sabor, etc. A tal medida no se le dio seguimiento ni se asignaron responsables para realizarla. No se sabía el monto que se pagaba a Pascual Boing por la transformación de la manzana en pulpa. Pascual fijó el precio de los productos sin dar la información solicitada por la SPMSJ.

Otro aspecto relacionado con la toma de decisiones se refiere a la selección de personal. Por ejemplo, uno de los prestadores de servicios profesionales era nieto del que fungía como presidente del Consejo de Administración en ese momento; por esa razón no se le exigió que entregara un informe de actividades, ni que rin-diera cuentas sobre las cajas de néctar que fueron distribuidas por él y no se liqui-daron. Además, las secretarias que han sido contratadas, generalmente tienen algún parentesco con los miembros de la organización.

En el 2006 se adquirieron las marmitas, cazos y materiales para la elaboración de ate, a través de un programa federal. Los insumos adquiridos no fueron los más adecuados, ya que hacen más lento el proceso de elaboración del ate ya que, a decir

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de los socios, es tecnología obsoleta. No hubo quien interviniera para evitarlo.

Por otra parte, a pesar de los apoyos gubernamentales, no existen relaciones ni canales de comunicación abiertos con las diversas dependencias para guiar y dar seguimiento a los apoyos, para informarse, asesorarse o guiar su proyecto. En este sentido, el alto grado de variación del personal de las agencias gubernamentales ha ocasionado que el seguimiento, la asesoría técnica y los subsidios no se otorgen con suficiencia y efectividad. A lo largo de los cinco años que lleva operando la organi-zación, se le han concedido recursos de instancias de los diferentes niveles de go-bierno, los cuales –en la mayoría de los casos– son considerados a fondo perdido.

Otro de los factores que inciden en que los socios no adquieran los conoci-mientos necesarios para dirigir la empresa, es que la instancia que se ha establecido por parte de la SPMSJ con los diferentes niveles de gobierno, con las empresas Pascual Boing y Tetra Pack y con los asesores y prestadores de servicio social, no ha sumplido su función y ha provocando que sean agentes externos quienes orienten las decisiones.

Finalmente, entre los directivos no ha surgido un liderazgo que impulse cam-bios sustanciales en la organización para que se consolide como empresa; puede verse, por tanto, cómo el número de integrantes del grupo ha disminuido y los que aún forman parte de la organización, no se interesan por participar.

Organización, educación y confianza

La cooperación se encuentra también ligada a las relaciones de confianza que se establecen entre los miembros de cualquier organización, es decir, no podremos encontrar relaciones de cooperación si no existen relaciones de confianza. Esta es otra de las causas de las dificultades entre los miembros de la Sociedad para tomar decisiones respecto al rumbo de la organización. La desconfianza se ha producido por la ausencia de canales de comunicación adecuados y la poca información exis-tente sobre el manejo de la empresa. Además, no se realizan actividades en las que los socios trabajen en conjunto para crear lazos de confianza y afecto. En cambio, las actividades de la empresa se concentran en el Comité de Administración y la Junta de Vigilancia. Por ello, resulta significativo que al solicitar la colaboración de los demás miembros de la organización, no haya una respuesta positiva general.

El Estado, al fomentar la asociación de los productores en este tipo de empre-sas, no consideró la educación cooperativa como el elemento central para fomentar el trabajo en equipo, la cohesión e identidad del grupo, ni promovió la capacitación

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de los socios sobre las normas y principios en los que debería estar basada la ac-tividad de la empresa. Quizá por ello los socios tampoco han considerado en sus actividades la formación de sus miembros en los principios del cooperativismo.

En la formulación del proyecto no se reparó en las características con las que debían cumplir los socios, ni los conocimientos necesarios para administrar su pro-pia empresa. De manera especial esto se observa en el caso del Comité de Adminis-tración, que no tuvo ninguna capacitación para cumplir con sus funciones y poder realizar su gestión. Su aprendizaje se dio a través de las labores que realizaban algunos prestadores de servicio social, practicantes y técnicos asignados a la orga-nización.

Cuando se constituyó la empresa, se organizaron equipos para la elaboración de ate; posteriormente, por los conflictos que se suscitaron al interior, los socios decidieron que todos harían uso de las instalaciones y del equipo de manera indi-vidual. Con esta decisión, se eliminó un importante espacio de interacción entre los socios, ya que no hay otro proceso de producción que se lleve a cabo de forma colectiva. De esta manera, las asambleas mensuales quedaron únicamente como espacio de interacción.

Después de cinco años de su constitución legal, los miembros del grupo no habían recibido ganancias, por el contrario, habían tenido que realizar nuevas apor-taciones por las deudas contraídas para la maquila del producto. Al no existir cuen-tas claras sobre el destino de los ingresos obtenidos por la venta del néctar, se ha mermado la confianza y la cohesión que existía al interior de la sociedad cuando inició el proyecto.

Al no estar definidas claramente las funciones y obligaciones de cada empleado, se ha propiciado un desinterés por realizar adecuadamente el trabajo, lo cual se acentúa con los familiares por las relaciones de confianza que existen. La informa-lidad en los acuerdos y en la aplicación de las normas por parte de los miembros de la organización ha sido una constante en el desarrollo de la empresa. En la re-lación con sus empleados y asesores, no existen contratos y no se han establecido claramente cuáles son sus funciones. Tampoco se les pide que entreguen resultados de su trabajo, no presentan informes al Comité de Administración o a la asamblea; sólo se acuerdan verbalmente las labores que deberán realizar. Por eso, al paso del tiempo se generan conflictos.

Como se mencionó, en el momento en que se constituye la SPMSJ quedaron establecidas las funciones de cada uno de los miembros de los distintos órganos de

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administración, en los estatutos y en el reglamento interno; pero el problema es que no sólo los socios desconocen dichas atribuciones, sino también los integrantes del Comité de Administración y de la Junta de Vigilancia. Tal desconocimiento ha ge-nerado diversas situaciones embarazosas. Por ejemplo, debido a la falta de atención a las responsabilidades fiscales de la organización, tuvieron que pagar una multa de 20 mil pesos en 2007. Aunque se cambió de contador, se incumplió nuevamente con las obligaciones fiscales.

En suma, la falta de conocimiento e interés de los socios para resolver esta si-tuación ha ocasionado que a seis años de su constitución legal no se haya cumplido debidamente con las obligaciones fiscales de la empresa.

Por otro lado, la falta de claridad en las funciones es evidente en el desarrollo de las asambleas. De acuerdo con lo establecido en el acta constitutiva y el reglamento interno, es el presidente de la Sociedad quien debe conducir las asambleas. Por su parte, el secretario elabora el acta donde quedan asentados los acuerdos que se toman y realiza el pase de lista; sin embargo, quien generalmente dirige la asamblea es el presidente de la Junta de Vigilancia. Las actas de asamblea, que deberían ser elaboradas por el secretario del Comité de Administración, las realiza la secretaria del presidente, quien registra los acuerdos y comentarios de los socios.

Las reuniones administrativas se realizan únicamente cuando hay una situación urgente que resolver, siendo que deberían ser periódicas; por lo general el orden del día de las asambleas se elabora un día antes; de acuerdo con los miembros del Comité de Administración, al inicio de cada año se deben planear las actividades de la empresa; en la revisión documental de la organización se encontraron planes de negocios y de comercialización y diagnósticos y políticas de ventas, siempre realiza-dos por personas externas a la sociedad, como asesores y estudiantes; sin embargo, los documentos no han servido como referencia para planear.

Es obligación del Comité de Administración presentar informes financieros una vez al año sobre el funcionamiento de la empresa. En el año 2009 no se pre-sentaron informes de ingresos o egresos de la organización, y fue hasta marzo de 2010 cuando se informó sobre las ventas en el periodo de julio-diciembre de 2009, pero sin presentar un registro de los gastos durante ese periodo. El comité que había entrado en funciones desde el inicio de la organización y que operó hasta 2008 no entregó ningún informe financiero, lo cual generó desconfianza por parte de los socios.

Por lo anteriormente dicho, la relación del actual comité con el anterior ha

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sido tensa y ha suscitado que algunas acciones emprendidas por los representantes de la empresa se han visto obstaculizadas por las disputas con los representantes anteriores. Todo esto ha generado un clima organizacional nada favorable para la consolidación de la SPMSJ.

Conclusiones generales

La Sociedad de Productores de Manzana de San Joaquín no ha establecido vínculos de cooperación, tal y como lo proponen los teóricos del cooperativismo, debido fundamentalmente a condiciones histórico culturales, tanto a nivel regional como nacional. Lo anterior significa que, no obstante la conveniencia y las bondades de esta forma de producción en un plano rural, los productores sanjoaquinenses han conformado su empresa de acuerdo con patrones culturales externos (impuestos) que han inhibido una cooperación sólida y extensa. También significa que en el plano regional están lejos de tener y promover una cultura de cooperación y, por el contrario, puede apreciarse una tendencia a rechazarla en la práctica (aunque no en el discurso).

El aspecto social quizá más influyente en ello es la ausencia de una tradición de actividades cooperativas en la región serrana; el segundo aspecto tiene que ver con la intervención estatal en la creación de la empresa, que ha desarrollado en la diná-mica del desarrollo regional, aunque sin amplitud, constancia y solidez; el tercero, se observa un individualismo manifiesto de los productores, que ha impedido una apertura franca a la conveniencia de cooperar y que ha prevalecido en la medida en que no se han logrado los beneficios esperados de la empresa, lo cual ha producido una visible desconfianza entre los socios; finalmente, se percibe una ausencia de pre-paración administrativa adecuada y un liderazgo eficaz entre los directivos, para que genere un círculo virtuoso entre educación cooperativa, confianza y ganancias.

Respecto al elemento regional, cabe señalar que la zona serrana se ha caracterizado históricamente por haberse desarrollado a través de un proceso de despojo de los grupos indígenas que la habitaban, por una pulverización de la propiedad de la tierra, y por haber permanecido durante siglos aislada de la dinámica social estatal. Ello ha generado que los productores hereden sólo formas de producción privadas e individualistas.

Por otro lado, uno de los aspectos fundamentales para el desarrollo del coopera-tivismo en nuestro país es la articulación entre cooperativas, el cual en nuestro caso de estudio no ha sido ejemplar para favorecer el movimiento.

En cuanto al segundo factor, si bien es cierto que las cooperativas u organiza-ciones con fines no lucrativos pueden representar una opción productiva para los

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habitantes de áreas rurales, su conformación ha estado sujeta a figuras legales que más bien responden a condiciones externas y no a las necesidades de los miembros de dichas organizaciones, lo cual afecta sustancialmente la participación y funcio-namiento de las empresas, de tal manera que no pueden desarrollar vínculos de cooperación macizos y permanentes que hagan viable la organización.

El caso de estudio presentado muestra que la transformación de los agricultores en empresarios tiene como obstáculo importante la renuencia de sus miembros a aceptar modelos de cooperación y trabajo en equipo. Esto implica la no consoli-dación de figuras de liderazgo al interior de la empresa, donde los miembros del Comité de Administración y la Junta de Vigilancia carecen de conocimientos orga-nizacionales e interés en el desempeño de sus funciones.

Así pues, para lograr el funcionamiento conveniente y eficaz de sociedades de productores rurales en México, se debe establecer un periodo de preparación que estudie seriamente las condiciones socioculturales donde se conformen dichas em-presas, así como una preparación técnica y administrativa probada entre sus miem-bros y una educación profunda y continua en el plano del cooperativismo.

Notas

1 El presente artículo se formuló con base en la tesis de Licenciatura en Sociología, en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UAQ, que desarrollaron Ana Gabriela Qui-terio y Elizabeth Gutiérrez. Cabe mencionar que en las primeras etapas del proyecto de investigación también participó Valeria Anaya.

2 http://www.diputados.gob.mx/cesop/Comisiones/2_fomento.htm, consultado el 2/07/2012.

3 http://www.redelaldia.org/IMG/pdf/0169.pdf.

4 Rojas Coria, citado por http://www.redelaldia.org/IMG/pdf/0169.pdf.

5 Por ello, llama la atención que un investigador de las cooperativas, Juan Domínguez Ca-rrasco (2007: 7), considere que en México el cooperativismo sea una actividad dinámica y creciente. No proporciona datos globales que permitan una adecuada evaluación y com-paración en relación con otros países; su investigación se basa en el análisis de algunas cooperativas de 17 estados, entre 2002 y 2005. Si bien el texto muestra la existencia de un buen número de empresas, éstas se concentran en ámbitos de tradición cooperativa, como el pesquero, turístico, ahorro y préstamo, y no en el de la producción tanto agro-pecuaria como de transformación. Por otro lado, no evalúa el impacto económico que tienen tanto en un plano regional como nacional. No obstante, el autor apunta aspectos

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importantes que vale la pena considerar, ya que estas organizaciones operan con prácticas de economía solidaria y proporcionan el sustento para la actualización de las legislaciones y las políticas públicas para las cooperativas.

6 No obstante, debemos apuntar que existe un caso notorio de cooperativismo exitoso en el estado: una red de cooperativas, encabezada por la Unión Regional de Apoyo Campe-sino (URAC), en el municipio de Tequisquiapan, donde opera un importante número de organizaciones productivas y de crédito enlazadas. Sin embargo, este notable desarrollo de cooperativismo no ha trascendido a otras zonas del estado.

7 Durante el mandato del gobernador Rafael Camacho Guzmán (1979-1985), se formula el proyecto de una planta procesadora. El apoyo estatal y federal vino a ser el principal de-tonante para que se crearan huertas de entre mil 500 y 2 mil manzanos. A partir de dicho programa, se imparten en el municipio talleres y cursos de capacitación para el manejo de las huertas y el control de plagas.

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Debates y definiciones en torno a la esfera pública. Notas para el análisis en el

caso de QuerétaroGabriel A. Corral Velázquez*

Resumen: Este trabajo, situado en el contexto de Querétaro, sostiene un debate en torno al concepto de esfera pública, desarrollado principalmente en torno a la definición propuesta por Habermas (1981), como un espacio donde se lleva a cabo la libre asociación y acción discursiva desde la cual se construye la opinión pública. A partir de esto, se pretenden abrir líneas de análisis sobre cómo se construye el debate público, aspecto relevante de la democratización de una sociedad. Para el caso, se sitúa el proceso de democratización en México, el cual ha pasado por una serie de situaciones y cambios a nivel legal y político. Sin embargo, en algunos casos ha permanecido el arraigo de prácticas que han privilegiado el establecimiento de acuerdos entre las élites políticas, manteniendo las reglas del juego político, tanto de manera formal como informal. Palabras clave: Esfera pública, Democratización.

Abstract: This work, situated in the context of Queretaro, holding a debate on the concept of public sphere. This debate is mainly on the definition developed by Habermas (1981) Whose define public sphere as a space where they performed free association and discursive action from which to build public opinion. From this is intended to open lines of analysis on how to build the public debate, a relevant as-pect of the democratization of a society. For this particular case, lies the process of democratization in Mexico, which has undergone a series of situations and changes to legal and political level. However, in some cases has been the entrenchment of practices that have favored the establishment of agreements among political elites to maintain the political rules both formally and informally.Keywords: Public Sphere, Democratization

* Profesor investigador de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Autónoma de Querétaro. Correo electrónico: [email protected].

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Debates y definiciones en torno a la esfera pública. Notas para el análisis en el caso de Querétaro

1) Los debates

El debate de la esfera pública se desarrolla principalmente en torno a la defini-ción que sobre ella desarrollara Habermas (1981), a partir de definirla como

un espacio en donde se lleva a cabo la libre asociación, la acción discursiva y de la cual se construye la opinión pública. La esfera pública, sin duda, constituye un espacio institucionalizado, a través del cual se puede analizar la construcción del debate público, aspecto relevante de la democratización de una sociedad.

Históricamente, el proceso de democratización en México ha pasado por una serie de situaciones y cambios a nivel legal y político; sin embargo, en algunos casos ha permanecido el arraigo de prácticas que han privilegiado el establecimiento de acuerdos entre las élites políticas manteniendo las reglas del juego político, tanto de manera formal como informal.

Estos acuerdos, en la mayoría de los casos, van acompañados por la institucio-nalización y la apropiación entre distintos sectores sociales de formas simbólicas (Thompson, 1993), es decir, de prácticas y discursos. Sin embargo, durante este proceso de democratización se han generado nuevas tensiones que buscan expre-sión y visibilidad en la esfera pública, las cuales en algunos casos permanecen au-sentes. Al analizar la configuración de la esfera pública se permite conocer, a partir de la visibilidad del discurso y las prácticas, la manera en cómo los actores son re-presentados e invisibilizados. La ausencia de voces en la esfera pública es una señal que permite observar que en su configuración hace falta el diálogo entre los actores políticos, que generen el debate en torno a los temas de interés público.

En América Latina, a partir de la modernización institucional y las reformas jurídicas que se han promovido, se crearon expectativas ligadas a los procesos de modernización, globalización y democratización. En México, durante la década de los 80, con la llamada reforma estructural iniciada por Miguel de la Madrid (1982–1988), se inició este proceso de modernización y democratización. El adel-gazamiento de las estructuras económicas y políticas del Estado, y la entrada de México a las economías globalizadas, son ejemplos de ello. Durante este sexenio y el de Carlos Salinas de Gortari (1988–1994), se trabajó en la reforma estructural del Estado generando, así, una serie de cambios a nivel político, relacionados con los procesos electorales.

Sin embargo, quedaron áreas pendientes de reforma o que continuaron de ma-nera dispar al avance institucional del Estado. A partir de los años 80, numerosos militantes de los partidos de oposición y ciudadanos organizados de manera in-dependiente impulsaron manifestaciones buscando la apertura de la competencia

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Gabriel A. Corral Velázquez

electoral. Si bien durante el régimen priista siempre hubo elecciones, es sabido que nunca existió un reconocimiento de los triunfos de partidos de la oposición sino hasta finales de la década de los 80 y principios de los 90. La reforma que democra-tizó al Estado tuvo lugar a principios de los años 90; diversos autores destacan que la primera elección competida se llevó a cabo hasta 1994. En el sexenio de Ernesto Zedillo (1994–2000) se consolidó la reforma electoral y la actual estructura del Estado; en los regímenes estatales, con los muy distintos matices regionales, hubo procesos similares.

Anclados a la reforma del Estado mexicano, promovida durante esos años, las entidades federativas entraron también en los procesos de modernización y demo-cratización. El caso de Querétaro es un ejemplo de ello. A partir de 1997, el estado de Querétaro forma parte de los regímenes democráticos del país; con la alternan-cia electoral de ese año y las reformas que dieron pie a ella, Querétaro quedó inscri-to dentro del proceso de democratización nacional. De este año a la fecha, el estado cuenta con dos alternancias electorales, uno a nivel de gubernatura estatal, y otro en los numerosos cambios de los gobiernos municipales y en la Legislatura. En tal sentido, si se sigue la literatura clásica de la transición, que señala que un estado se encuentra democratizado a partir del marco institucional, estaríamos en presencia de un proceso de democratización. El marco normativo y las lógicas institucionales a nivel gubernamental en Querétaro, sin duda, hablan de una entidad federativa que forma parte de un Estado democratizado.

Desde el punto de vista político, estos procesos de reforma han impuesto cam-bios importantes en distintas áreas del gobierno; sin embargo, a pesar de las elec-ciones y de los cambios a nivel político, existen aún elementos que no pueden considerarse como democráticos; es decir, no ha habido un desarrollo homologado entre los procesos de democratización institucional y la democratización de los espacios sociales. De acuerdo con Avritzer (2002), el abordaje sociológico de la democratización, contrario a las teorías de la transición, permite analizar la demo-cratización no sólo en el momento de transición, sino también en la incorporación de conceptos como sociedad civil y esfera pública, además de precisar que la demo-cratización es un proceso permanente, nunca enteramente acabado y que concreta la soberanía popular.

El concepto de esfera pública ha sido central en la reconstrucción de la teoría crítica; el concepto ha permitido establecer un vínculo entre la teoría crítica y la teoría de la democracia. Al hablar de la esfera pública en los análisis sobre demo-cracia, se ha abierto la puerta para entender la interacción de grupos, asociaciones y movimientos sociales en los procesos de democratización, lo que ayuda a compren-der que hay una relación argumentativa, discursiva de los distintos grupos sociales

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Debates y definiciones en torno a la esfera pública. Notas para el análisis en el caso de Querétaro

con la organización política. Las prácticas sociales y discursivas de un grupo tienen lugar en la esfera pública, por lo tanto resulta un elemento relevante en el análisis sociológico de la democratización.

Para este trabajo, la esfera pública se define a partir de lo que señala Habermas (1981) como un espacio de asociación libre y acción discursiva, cuyo sentido deriva en la función crítica y la capacidad de generar opinión pública.

En tal sentido, y para analizar el proceso de democratización en Querétaro, este trabajo pretende realizar un análisis de la configuración de la esfera pública. La esfera pública en Querétaro y el desarrollo de la cultura política dominante en los últimos años pudiera parecer estrechamente ligada al desarrollo económico–industrial. Sin embargo, esta relación es herencia de los cambios que han tenido lugar en el entorno económico, sobre todo a partir de los años 40 con la transfor-mación de los hacendados en empresarios. De acuerdo con Morales, existe desde ese tiempo un debate por el control político. En los años anteriores a los impulsos de industrialización, el poder lo ejercían los hacendados y a partir de los años 40 los grupos políticos locales empezaron a ser presionados por los nuevos grupos polí-ticos constituidos por los empresarios (Morales, 1998: 78). De esta manera, en un período de cuatro décadas aproximadamente, Querétaro pasó de ser una entidad considerada demográficamente rural y con una importante tradición en activida-des agropecuarias a ser de manera predominante una entidad demográficamente urbana y económicamente industrial y comercial. (Díaz, 2002) Sin lugar a dudas la industrialización ha desempeñado un papel importante en lo que al proceso de urbanización se refiere.

Sin embargo, esta muestra de pluralidad económica, social y política tiene par-ticularidades al momento de analizar cómo se han desarrollado a lo largo de los años. Querétaro tiene prácticas culturales profundas que muestran que a pesar de los cambios existen “continuidades” que mantienen arraigo a partir de las prácticas. En tal sentido, y por medio del discurso de los actores se pretende conocer cómo los sujetos exteriorizan los valores, las expectativas y los aprendizajes que se hacen patentes en las prácticas.

Se parte de la idea de que la esfera pública es reflejo de la cultura política; en Querétaro se puede señalar que la esfera pública permanece cerrada a determina-dos actores sociales y políticos. Es en este sentido que resulta relevante elaborar un análisis sociocultural de la cultura política democrática (ideal) y la real (poderes fácticos), y de esta manera dar cuenta del carácter excluyente de la esfera pública considerando las diferencias que existen entre los distintos grupos sociales, las di-ferencias estructurales que determinan el acceso a la esfera pública, los medios de circulación, así como el dominio de un discurso. De lo que se trata es de mostrar

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cómo a pesar de establecerse un Estado democrático a nivel institucional y norma-tivo, en las prácticas continúan arraigados valores propios de una cultura política autoritaria. La esfera pública es el espacio donde se pueden analizar estas prácticas a partir del discurso de los actores, ya que ahí se concretizan y condensan los inter-cambios comunicativos generados en los diferentes campos de la vida social.

El análisis de la esfera pública ofrece de igual forma un área privilegiada para observar la manera en cómo se procesan los cambios sociales, las tomas de deci-sión, las discusiones en torno a lo público, y la reconfiguración del poder político y los nuevos actores sociales. Como lo señala Avritzer (2002), el análisis de los procesos sociales de transformación verificados en la democratización no puede permanecer confinado a la esfera institucional; debe penetrar al tejido de las rela-ciones sociales y de la cultura política, revelando de esta manera las modificaciones ahí observadas, refiriéndose al análisis de la esfera pública.

El punto central del análisis, en este sentido, tiene lugar a partir de las tensiones que se generan en un espacio institucional abierto e igualitario y un espacio público dominado por una sociedad política jerárquica y cerrada. Lo cual resulta relevante por los elementos de contradicción que existe entren decisiones gubernamentales y grupos de la sociedad civil que rechazan las decisiones por no sentirse incluidos como parte del mismo. La composición de la esfera pública y la toma de decisiones se comprende a partir de encontrar las tensiones entre las instituciones guberna-mentales democratizadas y las prácticas en la esfera pública que permiten observar la continuidad de mecanismos autoritarios.

2) El abordaje conceptual. Las definiciones

El abordaje de la esfera pública como objeto de estudio no es nuevo. A partir del análisis que Habermas realiza en Teoría y crítica de la opinión pública en el cual discute la transformación estructural de la esfera pública, se han desarrollado distintos trabajos en los que se abordan aproximaciones de forma crítica al concepto de opinión pública y esfera pública. En estos trabajos de igual manera se recupera la visión democrática del concepto esfera pública, mismo que se ha discutido por su carácter eminentemente normativo, así como la distinción que el propio Habermas realiza de los términos opinión pública manipulada y opinión pública crítica.

La esfera pública es un concepto que se ha desarrollado para entender los cam-bios en la definición de los asuntos públicos en las llamadas sociedades modernas1, con las transformaciones institucionales que hubo en Europa durante los siglos

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posteriores a la Edad Media y con más ahínco hacia finales del S. XVIII con la Re-volución Industrial y la Revolución Francesa. En un primero momento, los cam-bios a nivel político dieron como resultado la configuración de lo que conocemos hoy como Estados Nación. Con la consolidación institucional de las estructuras de estos Estados Nación siguieron los cambios a nivel cultural. Thompson ar-gumenta que estos cambios fueron significativos puesto que permitieron una transformación relevante de las formas simbólicas, sus modos de producción y circulación en el mundo social. La formación de los modernos Estados Nación, tanto en Europa como en otras regiones del mundo, estuvo involucrada de ma-nera compleja con la creación de símbolos y sentimientos de identidad nacional (Thompson, 1998: 71). Los cambios fueron sucediéndose a nivel institucional y simbólico; sobre todo con el advenimiento de la imprenta y con la naciente bur-guesía, que demandaba la posibilidad de intervenir en la vida pública y formar parte de las decisiones de gobierno.

Es en este momento en el que surge lo que se puede llamar ahora prensa inde-pendiente, formada en su mayoría por pensadores liberales. Con ello se buscaba incidir en los asuntos públicos. “El significado de autoridad pública empezó a cam-biar; comenzó entonces a referirse menos al dominio de la vida cortesana y, cada vez más, a las actividades de un floreciente sistema estatal” (Thompson, 1998: 100).

Al hablar de su conceptualización sobre la esfera pública, Habermas (1981) otorga importancia a la aparición de la prensa. Durante los siglos XVII y XVIII, el surgimiento de publicaciones periódicas constituyó un espacio nuevo para el deba-te de los asuntos públicos. Por otro lado, los centros sociales, cafeterías y salones se convertirían en lugares de discusión y encuentro, en los cuales las élites podían comunicarse entre sí con más o menos cierta igualdad. En este sentido, Habermas (1981) sostiene que la esfera pública es un ámbito de la vida social en que se puede construir la opinión pública. En esta esfera los individuos se reúnen libremente, sin presiones y con la garantía de poder manifestar y publicar libremente su opinión, sobre las oportunidades de actuar según intereses generales.

La propuesta de Habermas (1981) sobre la publicidad burguesa permite enten-der la configuración de la misma a partir de la existencia de públicos que activan su relación con el entorno social a partir del debate. De esta manera, la esfera pública constituye el escenario clave del poder político dentro del cual es posible desarrollar la crítica y el razonamiento, participando en la construcción plural de las discusiones en torno a los temas relevantes.

La esfera pública es el lugar donde se construyen el consenso y el disenso en una democracia. Al hablar del discurso que la prensa construye y de las relaciones

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Gabriel A. Corral Velázquez

que inciden en dicha construcción, es inevitable establecer que es en la esfera pú-blica donde convergen los distintos actores sociales que inciden en la construcción democrática. Habermas (1981) plantea que con la extensión de las relaciones del mercado surge la esfera de lo social, que rompe las limitaciones del dominio senso-rial-estamental obligado a adoptar formas de administración pública.

La formación de la “esfera pública burguesa” es planteada por Habermas (1981) al configurarse un nuevo modo de asociación, en el que se traduce de alguna u otra forma la voluntad general en razón universal. La esfera pública se puede entender hoy en día tanto como el espacio audiovisual que se puede asociar al de los medios de comunicación (electrónicos, impresos) como el ámbito de interacción social (asociaciones sindicales, civiles, movimientos sociales).

La conceptualización de esfera pública remite a la idea de un campo de delibe-ración y actuación colectiva, a un lugar donde los ciudadanos se sitúan en la acción común destinada a discutir sobre aquellos bienes y valores que inciden en la vida co-lectiva. Más que a un espacio físico, concreto, la esfera pública es un espacio simbó-lico de deliberación y acción colectiva en donde los ciudadanos interesados por los asuntos públicos se presentan. Al ser éste un espacio colectivo, la discusión se lleva a cabo de manera abierta y prohíbe el anonimato. Sin ser la esfera pública un ámbito de decisión, en ocasiones representa un paso previo hacia la toma de decisiones.

La idea de esfera pública en el sentido que le confiere Habermas es el escenario en el que las sociedades modernas procesan la participación política a partir de diá-logo. Es un escenario institucionalizado a partir de la interacción discursiva. Este escenario es un sitio para la producción y circulación de discursos que pueden ser críticos del Estado. En los términos en que se aborda este trabajo se puede pensar que el concepto de esfera pública es central en el sentido de que no hay un proceso de democratización sin esfera pública.

En el caso de México, a lo largo de la historia, ha habido momentos en los que se ha buscado la apertura de la discusión de los asuntos públicos, cerrando, de al-guna forma, la centralidad de algunos grupos a través de la ampliación de las repre-sentaciones ciudadanas. Los espacios de representación y discusión no han sido, en ningún momento de la historia, homogéneos y siempre han tenido características diferenciadas. En este sentido, la búsqueda de oportunidades para la configuración de una esfera pública plural, ha implicado abrir a los grupos que han centralizado la discusión; es decir, abrir la esfera de deliberación a propuestas de opinión pública que enriquezcan el debate.

Se observa, a partir de esto, que hace falta canalizar en la esfera pública la par-ticipación de la sociedad civil. La sociedad civil depende en buena medida de la

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Debates y definiciones en torno a la esfera pública. Notas para el análisis en el caso de Querétaro

representación discursiva de las personas a las que representa y su capacidad para definir en la esfera pública sus intereses específicos (Alexander, 2006: 209), de tal forma que “las luchas políticas son acerca de cómo distribuir la visibilidad de los actores a través de la estructura del discurso, de tal forma que los actores visibles puedan luchar dentro de la esfera pública” (Alexander, 2006: 65). La sociedad civil puede de alguna forma abrir la centralización del debate, rompiendo de esta mane-ra, el orden vertical.

A pesar de que en muchos casos son visibles, no deja de ser parcial la presencia de actores provenientes de la esfera civil como la llama Alexander (2006: 237), quien sostiene que hay una “contradicción objetiva “entre las “promesas demo-cráticas de la sociedad civil” y la dinámica de las esferas no civiles, lo cual es “una cuestión de interpretación”. Sin embargo, el aspecto simbólico (discurso y prác-ticas) de la sociedad civil, a partir sobre todo de las representaciones discursivas, tienden a ser más persuasivas cuando tienen una base en la realidad que los hace creíbles (Alexander, 2006).

Esto pone de manifiesto lo fraccionado de la sociedad civil. Los actores que buscan abrir un espacio son variados y con múltiples demandas, en donde con-vergen es en la lucha por la visibilidad y en el cierre de la esfera pública producto de culturas arraigadas en los colectivos sociales. En este sentido, es conveniente señalar de nueva cuenta que esto es contradictorio a los postulados normativos que se han vertido sobre la esfera pública, en el sentido de que un espacio donde se manifiestan de manera visible los distintos proyectos sociales. Para el caso de Méxi-co, de alguna manera se puede sostener que la sociedad civil organizada aparece de manera visible en los últimos años. Esto pone de manifiesto un aspecto importan-te, pues si bien siempre han existido espacios de deliberación dentro de la esfera pública, estos de alguna u otra manera han sido siempre limitados.

A partir de problematizar democracia y esfera pública, surgen distintas aristas: entre otras los aspectos que refieren a la representación y a someter al escruti-nio público un proyecto de gobierno y las normas que lo acompañan. O’Donnell (1994) sostiene en este sentido que la representación implica el derecho reconocido de hablar en nombre de otros relevantes y, por otra, la capacidad de producir el acuerdo de esos otros con lo que el representante decide. En la medida que esta capacidad es demostrada y se respetan las reglas del juego, las instituciones y sus diversos representantes desarrollan un interés en la coexistencia mutua como agen-tes en interacción. Al hablar de la democracia sugiere defender en el debate público las prácticas que acompañan el ejercicio de gobierno y el surgimiento de políticas públicas, a partir del debate de los asuntos de interés colectivo.

La esfera pública representa, en este sentido, una garantía para la discusión y

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reflexión crítica, racional e independiente de los miembros de un grupo social. Esta garantía permitió en los años en que se conformó la esfera pública, y a partir de la modernización2 de los estados, que la burguesía se constituyera como la clase legitimada para el ejercicio público. En tanto que otras formas culturales para ar-gumentar, debatir y llegar a consensos fueron deslegitimadas. Esta característica de la esfera pública desde entonces ha continuado y, de acuerdo a lo que se observa, continúa con el dominio de ciertas formas de expresión de un grupo sobre otro, prevaleciendo ciertas condiciones para poder participar en el debate público. Esto contrasta con lo señalado en la definición de esfera pública, en tanto ha permitido que existan agentes que dominen el espacio de discusión, dejando de lado a grupos que, por sus características, disientan de las posiciones dominantes.

Estas consideraciones llevan a plantear aspectos centrales al discutir los postu-lados normativos. Así, por un lado existe un carácter eminentemente excluyente en la esfera pública, y por otro lado, se da el acceso limitado a partir de competencias culturales o posiciones dentro de los estratos sociales que distinguen a quienes po-seen acceso. En consecuencia, para dar cuenta del carácter excluyente de la esfera pública hay que considerar tanto las diferencias estructurales que determinan el acceso, así como a los medios de producción y a la circulación de formas simbólicas (práctica o discursos) en la esfera pública.

Al discutir la esfera pública a partir de la política, la democracia y la cultura, se abre una posibilidad de entender las diversas formas de acción en torno a lo públi-co. En este sentido, se plantea la necesidad de pensar una diversa gama de prácticas que dan vida a la acción pública en el marco de la sociedad y, por lo tanto, de las formas de hacer política. Se discute la capacidad de la sociedad civil y de grupos específicos para participar en la esfera pública sobre la base del marco normativo. Sin embargo, no se pueden perder de vista los aspectos reales de acceso que tiene la esfera pública tal y como se ha planteado en párrafos anteriores.

Al respecto, analizar el acceso y la configuración de la esfera pública no implica sólo un asunto de representación. Sino que debe comprender la configuración de una esfera pública inclusiva a partir de participación y representación de los distin-tos grupos que conforman las sociedades. Es decir, una esfera pública democrática y participativa, en un momento dado sería, de alguna forma, aquella en la que lo público abarcara no solamente la representación y la capacidad de intervención en el debate público, sino también la acción política.

Los procesos de formación de la esfera pública han sido, sin duda, uno de los aspectos de mayor relevancia en la comunicación política. El desarrollo práctico de la democracia representativa ha acentuado la consideración ideal de la vida pública participativa, como referente a perseguir dentro de los debates en la comunicación

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y la política. Roncagliolo (2005) por ejemplo, refiere a que la competencia entre ideas políticas se ha vuelto una competencia mercantil entre mecanismos publici-tarios, en la búsqueda de posicionamientos en la participación social, casi siempre electoral. Lo cual ha permitido el desvanecimiento de los espacios públicos enten-didos como espacios de posible disenso y consenso que permiten la deliberación y la acción concretada. Para Roncagliolo (2005) es preciso, a partir de esta idea, de-mocratizar las comunicaciones para democratizar las democracias. Esta idea, aun-que confusa busca discutir la configuración actual esfera pública (Habermas, 1981) como ese sistema intermediario entre el Estado y la sociedad. Exige, por tanto, una revisión del diseño institucional de las democracias modernas, el cual como se ha visto es un sistema normativo. En este sentido, se requiere reconocer cuáles son las condiciones en las que se construye el discurso del debate público y de quienes participan en él.

Esto abre una nueva vía de debate en torno a quienes participan y dónde se da la discusión de los asuntos públicos. Woldenberg (2004) plantea que en un entorno de apertura democrática los medios son elementos importantes para colocar la discusión sobre lo público y promover las ideas sobre la participación colectiva en un entorno social que pudiera llamarse democrático. Se pone a discusión la situación de los medios en este contexto, es decir, Woldenberg (2004) apunta que actualmente lo que aparece en los medios es lo que existe en el imaginario social de la mayoría de los sujetos. Los medios modulan y jerarquizan las noticias; son la única vía eficiente para hacer de la política un quehacer público; es inimaginable una sociedad moderna sin los medios de comunicación. Aspecto debatible, puesto que podría referirse a que solamente se debate en los medios y no necesariamente. En este sentido, se podría hablar de dos aspectos diferenciados. Por un lado, los medios sí forman parte del debate público pero, por otro lado, no son los únicos espacios de deliberación. En donde sí pueden convergen ambas situaciones es en el acceso a quienes participan en el debate.

Cuando Roncagliolo (2005: 10) habla de democratizar la democracia, se refiere justo a que la democracia hoy en día se encuentra en una paradoja, esto es, nunca la democracia política estuvo tan extendida y, a la vez, nunca fue menos intensa. Vivi-mos tiempos en los que la democracia (política y electoral) crece en extensión pero disminuye en términos de calidad de la vida democrática. Esto refiere justamente a la desaparición de los espacios públicos, entendidos como espacios de deliberación. Los espacios públicos son parte importante de la consolidación democrática, la cual va más allá de elecciones limpias pues hay que observarla bajo la perspectiva reseñada por Morlino (2005) y Dahl (1993), donde la democracia tiene que abarcar derechos civiles, participación y competencia.

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Como punto de partida para entender estos aspectos debe resaltarse la capacidad que tiene la propia ciudadanía para participar en la transformación de su entorno. Al partir de la discusión que pone sobre la mesa Roncagliolo (2005) y de analizar el proceso de negociación entre lo público y la reinterpretación de los significados como un hecho político implicado en el poder social, se puede observar un declive de la vida pública desde los parámetros clásicos. Thompson (1998) pretende enten-der, en algún sentido, que la capacidad que tienen los sujetos para responder crítica y creativamente a los mensajes recibidos, tiene que ver con la habilidad inherente de construir nuevas bases para la generación de políticas, independientemente del acceso y visibilidad en la esfera pública. Las significaciones se construyen a partir de la propia interacción social.

En este sentido, señala Giddens (1996), “la democracia dialogante no es lo mis-mo que una situación de habla ideal. El potencial de la democracia dialogante no está necesariamente orientado a lograr un consenso. Como afirman los teóricos de la democracia deliberativa, las cuestiones más ‘políticas’, dentro y fuera de la esfera política formal, son precisamente las que tienen probabilidades de que nadie se oponga a ellas. La democracia dialogante supone sólo que el diálogo en un espacio público ofrece un medio de vivir junto al otro en una relación de tolerancia mutua” (Giddens, 1996: 121).

En lo referente a las prácticas, al hablar del proceso de democratización y su referente en la esfera pública, alcanzan un aspecto de consolidación cuando existe debate público y derecho a participar (Dahl, 1993). En la poliarquía, como parte del proceso de democratización, el intercambio de puntos de vista sobre los tópi-cos públicos y la participación civil de las resoluciones son una práctica cotidiana. La democratización es un proceso de desarrollo de las instituciones sociales que conducen a fortalecer la sociedad civil. Mediante el resguardo de los derechos humanos y la disminución de las desigualdades, la democratización fortalece la estructura social que se va constituyendo en los regímenes que transitan hacia la democracia. Señala Morlino (2005) que éste es un proceso que conduce de una situación autoritaria a una democracia pluralista. La democratización refiere un reconocimiento real de los derechos civiles y políticos, creando condiciones para el pluralismo y la participación.

3) La esfera pública en Querétaro. Perspectiva en relación con la realidad nacional

En el caso de México, la configuración de la esfera pública a la luz de la democrati-

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Debates y definiciones en torno a la esfera pública. Notas para el análisis en el caso de Querétaro

zación ha cumplido en cierto sentido con los parámetros de la democracia electo-ral. Sin embargo, hay aspectos en los cuales todavía se debate sobre las condiciones institucionales y procesales de la democracia liberal. En este aspecto la configura-ción de la esfera pública pone de manifiesto que existen estrechas vinculaciones y subordinación a los regímenes políticos.

Los espacios de disputa electoral han llenado en principio el debate en la esfe-ra pública. La lucha por ganar espacios de representación política ha conseguido ganar relevancia. De tal forma que el debate no agota ni se agota en la democracia electoral, sino que alberga una multiplicidad de temas e intereses colectivos y se recrea con voces diversas. Al mismo tiempo, cobra sentido la idea de que la esfera pública albergue temas, voces e interlocutores que se articulen nuevas formas de gestión discursiva.

El espacio público está comúnmente habitado y monopolizado por las voces de la élite, pero sus alcances y arenas van más allá de la disputa por el poder público. Es precisamente cuando se despliegan opiniones e intereses cuyo impulso no radi-ca en la gestión exclusiva de la élite dirigente, que el espacio público se ensancha, diversifica y moviliza.

En ese punto, las instituciones de la democracia liberal entran en escena para abrirle paso a la deliberación social y política que no surge de los actores políticos tradicionales, que se ven obligados a incluir en su campo de interés y atención los temas que trae consigo la movilización de opinión pública no promovida por los resortes de los poderes públicos.

Al expresarse nuevas voces y temas que articulan la esfera pública, éstas obli-gan a abrir la agenda de las instituciones y actores políticos. La esfera pública es un ámbito que está más allá de la competencia de los intereses gubernamentales o económicos. Constituye una referencia cultural y política, donde se procesan las disputas simbólicas y políticas más intensas. Analíticamente no es posible separar la esfera pública respecto de los entornos políticos y la sociedad. Los límites y la influencia son recíprocos y se pierden en la dinámica de los acontecimientos y en la temporalidad con la que se movilizan y expresan. Resulta relevante conocer las dinámicas tanto políticas como culturales, pues de ellas está compuesta la configu-ración de la esfera pública.

La historia de las voces, interlocuciones y opiniones en la esfera pública, es la historia de la subordinación y la complicidad con los objetivos, estrategias y accio-nes del régimen político. En México la esfera pública ha sido controlada por los regímenes de gobierno, pero no totalmente. Se ha permitido la expresión a cuenta gotas de cierto pluralismo, disenso y crítica, lo suficiente como para no poner en

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riesgo los dispositivos y la persistencia del orden político.

El análisis de la esfera pública en Querétaro permite, en este sentido, analizar a partir de la convergencia de los conceptos la relación entre los debates en la esfera pública queretana y el proceso de democratización. De esta manera, es posible conocer las formas en que se ha obstaculizado o impedido la visibilidad y desen-volvimiento de los distintos actores. A partir del caso que se ha propuesto, será posible considerar el papel que juegan las distintas asociaciones, organizaciones y medios en la discusión de lo público. Siempre tomando como base la democratiza-ción como proceso y la conformación de la esfera pública a partir del debate y de quienes participan en él.

La modernidad y la democratización son elementos que sirven para conceptua-lizar la esfera pública, ya que ésta es un resultado de la modernización y representa un elemento de una sociedad democratizada. En el caso de Querétaro, el detonador de la modernización, en el sentido que lo debaten los sociólogos del cambio social, son industrialización y los cambios a nivel político durante la última década del siglo XX. De tal forma que si siguiéramos la posición conceptual de la modernización, la esfera pública en la entidad constituiría un espacio abierto de acuerdo a lo que se sostiene desde la perspectiva normativa. El punto de debate con esta perspectiva gira en el sentido de la contradicción que hay en el caso de estudio, respecto a una sociedad con un entorno modernizado y, por otro lado, la existencia de prácticas culturales arraigadas que no permiten el acceso al debate público.

Contrario al carácter incluyente de la esfera pública democrática que sostiene Habermas (1981), en Querétaro ha permanecido cerrada debido a las articulacio-nes de la élite, a pesar de existir voces disidentes que buscan el fortalecimiento de la esfera pública en un esfuerzo por gestionar demandas legítimas. Esto muestra el carácter autoritario de los grupos que dominan la esfera pública. Estas prácticas mantienen el carácter vertical de la esfera pública cerrando el paso a formas dis-tintas de acción política, en las instancias de deliberación de los asuntos de interés colectivo.

En los últimos años contamos con diversos ejemplos de decisiones tomadas de manera vertical. En cada uno de estos casos el punto de vista ciudadano no ha sido tomado en cuenta, a pesar de que en distintas ocasiones ha hecho patente su rechazo ante distintas instancias de representación, independiente de los espacios en los cuales se han manifestado.

En síntesis, en la esfera pública se encuentran representados en mayor medida los partidos políticos, los empresarios, los sindicatos y los medios de difusión local. Sin embargo, salvo excepciones, los movimientos de la sociedad civil y organizacio-

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nes sociales, han estado poco o esporádicamente representados.

Como se ha observado, la esfera pública de Querétaro no cuenta con muchos ejemplos respecto a situaciones que hayan generado mayor sobresalto en las dis-cusiones en torno a lo público. Los movimientos sociales han sido más bien de coyuntura y las representaciones en algún momento estuvieron cooptadas por el partido en el gobierno o por las élites económicas industriales y financieras. Con el proceso de democratización institucional se abrieron espacios a otros sectores, los cuales, en algún sentido, fueron utilizados para canalizar demandas o en su caso para protestar por decisiones tomadas por las autoridades gubernamentales y que, a sentir de los afectados, vulneraban algunos derechos.

Notas:

1. Las sociedades modernas son las que, de acuerdo a la teoría y los estudios históricos, han transformado las formas tradicionales de vida mediante una poderosa y efectiva movili-zación social que, en algunos países, comenzó a ocurrir en los siglos XVI, XVII y XVIII, en tanto que para otros empezó a producirse apenas en las últimas décadas. Esto quiere decir que las sociedades modernas, aunque tienen un origen identificable en el tiempo, no son simultáneas y se van formando a lo largo de los últimos tres siglos (Miranda, 1978).

2 Por modernización se entiende que son sociedades que tienen la capacidad de impulsar factores internos que son lo suficientemente dinámicos y fuertes para sostener industrias con producción económica, formas de organización que incluyen sistemas jurídicos y de servicios públicos democratizados, y niveles superiores con que la sociedad, desde los puntos de vista teórico y concreto, pueda ostentar, disponer y disfrutar de una abundan-cia de bienes y servicios (Miranda, 1978).

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¿Esfera pública en Facebook?Omar Árcega*

Resumen: La finalidad de esta investigación es ofrecer una respuesta a la discusión sobre si las redes sociales virtuales son lugares donde se puedan exponer, discutir, intercambiar y generar opiniones, en pocas palabras, si en ellas se dan procesos deliberativos. Para ello, se optó por tener como referente teórico la propuesta ha-bermasiana de esfera pública y se retomaron conceptos como prosumismo, público y masa. A partir de ellos se construyeron dos grandes ejes de análisis: la estructura y la dinámica. Entendemos por estructura a las reglas a las que están sometidos los usuarios de la red social Facebook, tanto en su calidad de administradores de página como de fans; estas condiciones de operación se analizan a la luz de las ideas haber-masianas. Llamamos dinámica al proceso donde se desarrollan las interacciones de los participantes, por lo que se creó un índice compuesto al que se nombró “calidad de las interacciones” y con el cual se pudo calificar si las intervenciones se acercaban o alejaban de la propuesta habermasiana para crear esfera pública. Tanto la estructu-ra como la dinámica se observaron en un grupo de notas posteadas en la página de Facebook de la revista mexicana Proceso. El análisis de la dinámica se enriqueció con algunas variables sociodemográficas y del perfil de los participantes, lo que permitió establecer relaciones entre características de los partícipes y tipo de interacciones que realizaron. Los resultados obtenidos son un aporte para la discusión sobre si los espacios virtuales son ámbitos propicios para la creación de esfera pública.Palabras clave: Esfera pública, Facebook, Habermas, Redes Sociales.

Abstrac: The purpose of this study is to offer an answer to the discussion about whether virtual social networks are places where it is possible to set forth, discuss, exchange and create opinions: in short, if there are deliberative processes on these networks. To this end, the option of using as a theoretical reference Habermas’ pro-posal of the public sphere was chosen and such concepts as prosurnerism, public and masses were reviewed. Based on these, two main analytical points were constructed: structure and dynamics. We understand as structure the rules to which users of the social network Facebook are subjected, both in their role as page administrators and fans. These operating conditions were analyzed in the

* Maestro en Ciencias Sociales; se especializa en el fenómeno de las redes sociales virtuales. Es profesor de la Universidad Autónoma de Querétaro. Correo: [email protected].

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¿Esfera pública en Facebook?

light of Habermasian ideas. We refer to dynamics as the way in which interac-tions between participants occur; in relation to this, an index made up of what we call “interaction quality” was created. With this index we were able to qualify how interventions came close to or were far from the Habermasian proposal for creating a public sphere. Both structure and dynamics were observed in a group of notes posted on the Facebook page of the Mexican magazine Proceso. The analysis of dynamics was enriched with a number of socio-demographic variables and from the participants’ profile. This allowed us to establish relationships between characteristics of the participants and the type of interactions they carried out. The results obtained are a contribution to the discussion about whe-ther virtual spaces are favorable places for the creation of a public sphere.Keywords: Public sphere, Facebook, Habermas, social networks.

Introducción

Frente a las discusiones sobre si la web 2.0 es una nueva forma de esfera pública, este trabajo pretende abonar con una respuesta. Para ello se generó un cuerpo

metodológico basado en el pensamiento habermasiano y después se aplicó a una parcela concreta de la realidad: la página de Facebook de la revista Proceso. Este ar-tículo está divido en tres apartados; en el primero expondremos algunas cuestiones preliminares y nuestras observaciones para analizar la realidad; en el segundo se presentarán los resultados que obtuvimos de nuestro acercamiento a la realidad, y en el tercero se ofrecerán las conclusiones.

1. Cuestiones preliminares

Una larga discusión

La popularización de la web 2.0 generó múltiples expectativas y recelos en el mun-do académico. Artículos y libros en pro o en contra de este nuevo fenómeno fueron publicados. En foros internacionales se discutía con vehemencia las implicaciones de esta dinámica.

Las expectativas consistían en que por primera vez en su historia, la humanidad accedería a un sistema donde todos pudieran expresarse, ser escuchados (leídos) e intercambiar puntos de vista e ideas y generar un conocimiento colectivo. Se ha-blaba de la recuperación de la utopía del ágora: un espacio donde las opiniones de todos pesaran igual, donde se discutieran las problemáticas colectivas y se encon-traran soluciones en conjunto. Las posibilidades serían infinitas pues los seres hu-

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Omar Árcega

manos vencerían el problema de la distancia. Los lejanos que estuvieran interesados en un tema particular podrían tomar parte en las deliberaciones.

Hablaban de nuevos espacios de mediación política a nivel nacional e interna-cional. Citaban una y otra vez las movilizaciones de masas alcanzadas en diversos países y los logros que obtuvieron: la dimisión del presidente Joseph Estrada en Filipinas en 2001 (Pertierra, 2002; Rheingold, 2004; Castells, 2006); la victoria del candidato a la presidencia Roh-Moo-Hyun en Corea del Sur en diciembre del 2002 (Castells, 2006); el súbito cambio de intención de voto en España en el 2004, donde en dos días una cómoda ventaja en las encuestas a favor del Partido Popular (PP) fue revertida a favor del Partido Socialista Obrero Español (PSOE).

Para ellos un nuevo mundo nacía; llevar a la práctica los ideales democráticos era ya una posibilidad.

Por otra parte, los recelos sobre las limitaciones de las nuevas herramientas se generaban en los distintos sectores académicos y sociales. Se decía que: 1, hay la posibilidad de un acceso a abundante información, pero lo más importante es la probabilidad de que los ciudadanos hagan uso de ella, algo que no parecía darse; 2, la utopía de la democracia directa; 3, el hecho de que la pasividad o activismo ciuda-dano no se debe a la tecnología de los medios de comunicación sino a la situación histórica; 4, la eliminación de centros de control y el optar por una estructura tipo rizoma o telaraña no abolía toda forma de control; 5, la comunicación que no es cara a cara no es efectiva para la toma de decisiones; 6, el uso del lenguaje es “para-sitario” pues se trata de escribientes, no de hablantes; el lenguaje escrito es menos semántico que el hablado y deja escapar matices, y 7, el acceso a más información nos puede llevar a una forma más refinada de control social y de homologación (Maldonado, 1998).

Muchos de los que hablaban a favor o en contra de estos temas lo hacían sin un análisis metodológicamente fundamentado de la realidad, o bien generaban exten-sas compilaciones de datos y casos, pero carecían de un fundamento teórico y/o metodológico para ordenarlos y explicarlos, por tanto no había respuestas con un nivel elevado de contundencia.

Los precursores

En un segundo momento surgirían algunos investigadores que intentaron explicar lo que ocurría en los espacios de la web 2.0 con respecto al intercambio de ideas. Tenemos al pionero Steven Michael Schneider, quien en 1997 dio a conocer un trabajo donde revisaba las interacciones de los usuarios de Users Network (Usenet)

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(Schneider, 1997); estaba teóricamente fundamentado en las propuestas haberma-sianas de la esfera pública.

Años después vendrían otros investigadores que revisarían diversos foros, par-tiendo de las categorías de Habermas; estos trabajos se dieron prácticamente en el mundo anglosajón y escandinavo. Entre algunos de los que sirvieron de base a esta investigación tenemos a Nip (2000), quien analiza las interacciones de un foro para lesbianas en Hong Kong buscando procesos de formación de identidad y deliberación.

También debemos mencionar a Poor (2005), que examina la comunidad vir-tual Slashdot1 y propone cuatro características de la esfera pública: 1, espacio de discurso, a menudo mediado; 2, permite que los anteriormente excluidos puedan expresarse; 3, las discusiones son a menudo de naturaleza política, y 4, las ideas son juzgadas por su pertinencia, no por quien las diga.

Después vendría Strandberg (2008), quien teniendo como contexto las eleccio-nes finlandesas de 2007, analiza una serie de foros. Para su análisis se tomaron dos grandes ejes: el primero se abocará en la parte de qué tanto acceden los ciudadanos a este tipo de foros, al cual denominaremos anchura de la participación; el segundo eje abordará la calidad de las discusiones que se dan dentro de estos foros.

La primera variable es un índice que se obtiene de dividir el total de los que dicen haber debatido al menos alguna vez en internet entre el total de la población mayor de 18 años. La segunda variable se genera a partir de clasificar el tipo, el tono y el tema del mensaje, la validación interna, la validación externa, la aparición de conflictos, la creación de puntos de encuentro o superación de los conflictos, número de participantes, número de mensajes y niveles de respuesta.

Finalmente, tenemos a Monnoyer-Smith (2010) que analizó los debates que se suscitaron en un programa de la Unión Europea, creado con la finalidad de incre-mentar el debate ciudadano sobre el cambio climático; esta propuesta constaba de dos partes: intercambios cara a cara e interacciones en la virtualidad; lo que el traba-jo investiga son las características de los intercambios de ideas en los dos ámbitos. Metodológicamente parten de cuatro criterios enraizados en la democracia delibe-rativa: 1, la inclusión; 2, la reciprocidad; 3, nivel de la justificación y la politización de los argumentos, y 4, nivel de información y la fiabilidad de las reclamaciones.

En el momento de iniciar esta investigación no localizamos trabajos parecidos en el contexto de América Latina o que se dirigieran exclusivamente al fenómeno de las redes sociales virtuales. Esto agrega un plus y un reto a este estudio. Un plus ya que sería el primero de su naturaleza en nuestro subcontinente y un reto, pues implicaba crear un aparato metodológico adecuado.

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Se detallará más adelante el aparato metodológico usado, pero antes de eso con-viene adentrarse en lo que se podría llamar la originalidad de México en las redes sociales virtuales.

México y Facebook

En América Latina, México es el país donde se ha registrado un mayor crecimien-to de los usuarios de Facebook: de 2008 a 2012 hubo un crecimiento de 26.28 por ciento. A agosto de 2012 representa la quinta nación con más usuarios a nivel mundial en números absolutos, y el segundo en Latinoamérica, sólo detrás de Brasil. En cuanto a nivel de penetración con respecto a la población del país, México es la quinta nación de América Latina, detrás de Chile, Venezuela, Perú y Uruguay.

Tiene una participación igualitaria por sexo: 49.8 por ciento para mujeres y 50.2 por ciento para hombres. El grupo de edad más numeroso es el de 18 a 24 años, con el 34 por ciento de la población, seguido del grupo de 25 a 34, que representa el 25 por ciento de los usuarios; en otras palabras, el 60 por ciento tiene 34 años o menos. El grupo de población usuario de Facebook mayoritariamente es joven.

Los cinco estados con más usuarios son: Estado de México (19 por ciento), Distrito Federal (13 por ciento), Jalisco (siete por ciento), Nuevo León (seis por ciento) y Puebla (seis por ciento). Los estados con menos usuarios son: Campeche (por abajo del uno por ciento), Tlaxcala (uno por ciento), Baja California Sur (uno por ciento), Colima (uno por ciento) y Zacatecas (uno por ciento).

Sólo en los casos del Estado de México y Distrito Federal se puede explicar que sean los primeros pues demográficamente también lo son. La diferencia entre su población total y el número de usuarios del resto de los estados es una muestra del desigual acceso a Facebook que se tiene en el país. Como ejemplo tenemos a Veracruz, que es el tercer estado con mayor población. Pese a ello, ocupa el vigé-simo noveno lugar por la cantidad de usuarios en relación con el número de sus habitantes.

El 70 por ciento de los usuarios de Facebook se encuentra concentrado en los estados de México, Distrito Federal, Jalisco, Nuevo León, Puebla, Baja California, Guanajuato, Veracruz, Tamaulipas, Sinaloa y Coahuila. Si analizamos por nivel de penetración2, los tres primeros lugares corresponden a Baja California (49 por ciento), Distrito Federal (47 por ciento) y Nuevo León (43 por ciento). Las enti-

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dades federativas con menos penetración son Chiapas (10 por ciento), Oaxaca (12 por ciento) y Veracruz (14 por ciento), todos en la zona sur del país, mientras que el primer y tercer estado con mayor penetración se encuentran en la zona norte. Estos datos son una prueba más de las brechas de acceso que se tienen por zona geográfica, fenómeno que quizás sea un reflejo de las desigualdades que México arrastra como nación.

A pesar de que uno de cada tres mexicanos tiene una cuenta en Facebook, la distribución geográfica no es homogénea. Llama la atención, además, el acelerado crecimiento que ha tenido esta plataforma social en internet.

Los ejes de análisis

La presente investigación se inscribe en los esfuerzos de unir análisis empírico con sólidas propuestas teóricas. Retomará principalmente la corriente de pensamiento habermasiana, pero se incorporarán diversas categorías de análisis como: prosu-mismo, público y masa.

Originalmente nuestro estudio está dividido en dos partes; en la primera revi-samos si las reglas a los que están sometidos los usuarios de Facebook incentivan o inhiben el intercambio de ideas de acuerdo a las condiciones que propone Ha-bermas. En la segunda analizamos la dinámica en las interacciones y, con base en ella, explicamos si puede o no existir esfera pública en la virtualidad. Aunque dado el espacio con el que se cuenta en este artículo sólo se abordará por completo el segundo apartado.

Para adentrarnos en la dinámica se crearon una serie de indicadores para “me-dir” si las interacciones se acercan al ideal que propone Habermas para el inter-cambio de ideas. Como parte de este esfuerzo, se desarrolló un indicador con diferentes variables que fue llamado “calidad de la interacción”, a éste se le otor-garon los valores de “óptimo”, “regular” y “malo”. Pero el generar intervenciones “óptimas” no garantiza un buen intercambio de ideas, así que para analizarlo se echó mano de variables como hilos de discusión y acuerdos logrados. Finalmente, se construyeron los índices de “prosumismo de primer nivel”, “prosumismo de segundo nivel” y “prosumismo de tercer nivel”, entendiendo que el primer nivel es el tipo de prosumismo de más baja calidad y el tercero es el de más alta.

Los variables para estudiar la dinámica son: tipo de racionalidad, tipo de men-sajes según su tono, contenido identitario, reconocimiento de igualdad entre par-

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ticipantes, tiempo de interacción, afinidad con respecto a la nota, estilo, responde a interacción y calidad de la interacción.

La empiria

Empíricamente se retomará un foro nacido en la realidad mexicana: la página de Facebook de la revista Proceso. Se observará el interactuar de los participantes con las categorías que hemos creado.

Para nuestro análisis seleccionamos las noticias posteadas sobre dos temas que tienen la característica de tener impacto local y nacional. Local, pues llamó la aten-ción de la población del estado, y nacional ya que tienen que ver con problemas de la dinámica social y política del país. El primer tema fue el caso de los tuiteros de Veracruz, quienes fueron llevados a la cárcel por difundir en las redes sociales su-puestas balaceras suscitadas cerca de varias escuelas. La revista Proceso posteó cinco noticias sobre el tema entre el 25 y el 31 de agosto de 2011. El segundo tema es una balacera acontecida durante un partido de futbol del torneo de la primera división en el estadio de Torreón, Coahuila, sobre este acontecimiento también se publi-caron cinco notas en el periodo del 20 al 23 de agosto del 2011. Como es posible apreciar, el primer acontecimiento corresponde a la zona sur del país y el segundo a la región norte, esto se hizo así con la finalidad de percibir si hay comportamientos distintos entre regiones.

2. Los resultados

Comentar es cosa de hombres

Al analizar la dinámica de las interacciones encontramos que se ve condicionada por la pertenencia al sexo. El 50 por ciento de los usuarios de Facebook en México son mujeres; sin embargo, en la página de Proceso esta proporción baja al 24.8 por ciento. Esto quizá se explique por el uso distinto que hacen los hombres y mujeres de las re-des sociales (Loreto, 2009). Las personas de sexo femenino parecen usarlas más para estar en contacto con amistades; los varones, por su parte, lo utilizan para recopilar información, así como la revisión de videos y la creación de contenidos, además de que tienen mayor predisposición a aportar opiniones sobre diferentes temas. Sin em-bargo, en las participaciones que se circunscriben a un “Me gusta”, encontramos un incremento en el porcentaje de mujeres. Para este caso la proporción en hombres es del 56.19 por ciento, mientras que el de las mujeres es del 43.81 por ciento.

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No basta ver la cantidad de las intervenciones, también se hace necesario re-visar la racionalidad de las mismas desde el enfoque que hemos propuesto para este trabajo. En este sentido, hallamos que los hombres usan más la racionalidad cognitiva pero también los comentarios vacíos. La tabla de contingencia dio como resultado que hay una correlación significativa, aunque la diferencia de porcentajes sea pequeña; para la cognitiva instrumental (CI) la diferencia es del tres por ciento, mientras que las intervenciones vacías (IV) representan el ocho por ciento. Donde existe mayor abismo en los datos es en el uso de las racionalidades “estético expre-siva” y “práctico moral”; en la primera, las mujeres superan en cerca de un 100 por ciento a los hombres, mientras que en la segunda la diferencia es del 78 por ciento. Esto queda más claro al observar el Cuadro 1.

Cuadro 1Sexo y tipo de racionalidad

Sexo Tipo de racionalidad

Cognitiva instrumental

Prácticomoral

Estético expresiva

Expresivoemotiva

Total

No. % No. % No. % No. %Mujer 48 33.3 20 13.9 16 11.1 60 41.7 100

Hombre 162 37.1 34 7.8 25 5.7 216 49.4 100

Fuente: Elaboración propia.

Por otra parte, encontramos una mayor probabilidad de que las mujeres usen algún tipo de racionalidad en su comentario que los hombres. Asimismo, en va-riables como “tema de nota”, “tipo de mensaje según su tono” y “calidad de la intervención”, las mujeres tienen mayor probabilidad de generar comentarios que posibilitan la discusión y, por lo tanto, el acercarse más que los hombres al tipo ideal de esfera pública. Pero también debemos constatar que en términos generales prác-ticamente una de cada dos intervenciones carecen de algún tipo de racionalidad.

En cuanto sexo y perfil encontramos que la Chi cuadrada nos da diferencias estadísticamente significativas entre hombres y mujeres. Éstas últimas tienden más a tener un perfil “cerrado”, mientras que los hombres son más propensos a elegir el perfil “semiabierto”; en otras palabras, las mujeres tienden a ser más cuidadosas de su privacidad que los hombres.

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Geografía de Facebook

Constatamos que hay relación entre participación por ubicación geográfica y cer-canía de la problemática. En Veracruz en el caso de los tuiteros tenemos una parti-cipación seis veces mayor que la registrada con el tema de Coahuila; en este estado registramos cinco veces más intervenciones cuando se trata el hecho que ocurrió en esta región con respecto a los acontecimientos de Veracruz.

Por cantidad de intervenciones encontramos que la zona centro tiene el 33.7 por ciento, la norte el 19.8 por ciento, la sur el 14.8 por ciento, el Bajío el 10.8 por ciento y en el 18.8 por ciento se desconoce la ubicación desde donde se hizo el comenta-rio. La entidad federativa más participativa es el Distrito Federal con el 25.5% de las intervenciones; los estados que siguen son Veracruz con el 6.9 por ciento, Jalisco con el 4.6 por ciento, y Coahuila con el 4.0 por ciento. Los datos de Veracruz y Coahuila están sesgados, ya que las notas precisamente se refieren a ellos. Los esta-dos con menos participación son Campeche que apenas alcanza el 0.02 por ciento, Quintana Roo y Sonora con 0.02 por ciento, y Tlaxcala con .04 por ciento.

Descubrimos que la variable “calidad de las intervenciones” muestra diferencias por región. La zona sur es la que registra un mayor porcentaje de comentarios “óp-timos” (36 por ciento), mientras que la zona centro contó con el mayor número de participaciones de “mala calidad” (29 por ciento) y las “intervenciones regulares” tuvieron su mayor cantidad en la zona del Bajío (42.9 por ciento).

También se detectó un grupo de población que expresa en su perfil de usuarios que reside en el extranjero. Esta categoría no estaba originalmente contemplada en nuestro estudio, pero al ver que aparecían casos con estas características decidimos incluirla. Este grupo representa el 2.2 por ciento de las intervenciones.

Intervenciones “Me gusta”

Un forma de mostrar adhesión a un comentario en Facebook es oprimir el co-mando “Me gusta”, con lo cual queda expresado que quien lo realizó está total o parcialmente de acuerdo con la intervención que seleccionó. Esto nos permite un primer acercamiento a Facebook como esfera pública.

En este sentido, tenemos que el 50.4 por ciento de los comentarios registra cero “Me gusta” (Mg), por tanto el 49.6 tiene un Me gusta o más. En cuanto a la canti-dad de Mg las mujeres detentaron el 43.81 por ciento y los hombres el 56.19 por ciento. Las dos son relaciones mucho más parejas que en las intervenciones, donde

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–recordemos– los porcentajes son 71 por ciento para varones y 29 por ciento para mujeres. Al parecer este hallazgo indica que las mujeres son más dadas a expresar acuerdo con otras opiniones que a expresar la propia.

Si analizamos la inclinación de los Mg por tipo de racionalidad, tenemos que el 60.8 por ciento de los “Me gusta” fueron para comentarios con algún tipo de racionalidad. Si analizamos los Mg por sexo encontramos que el 66.7 por ciento de las mujeres dieron su “Me gusta” a comentarios racionales y en los hombres la proporción fue de 60.7 por ciento, un seis por ciento menos que las mujeres. Para comprender estos datos en contexto, recordemos que los comentarios con algún tipo de racionalidad son el 52.5 por ciento. De lo anterior se infiere que las personas se inclinan a dar sus “Me gusta” a intervenciones racionales.

Finalmente, analizaremos las adhesiones por calidad de interacción. Recorde-mos que éstas se distribuyen de la siguiente forma: 31.5 por ciento son óptimas, 40.6 por ciento son regulares, y 27.9 por ciento son malas. Por adhesiones de “Me gusta” a la calidad tenemos que el 36.8 por ciento lo hace por comentarios “ópti-mos”, el 36.5 por ciento por “regulares” y el 26.7 por ciento por “malos”. Vemos que hay apenas una ligera preferencia por los comentarios “óptimos”.

Si analizamos el total de Mg, vemos que el 38.44 por ciento se decanta por co-mentarios “óptimos”, el 35.23 por ciento por “regulares” y el 26.32 por ciento por “malos”. Como podemos observar, ambos ángulos de análisis nos arrojan resultados muy parecidos. Se comprueba la ligera preferencia por los mejores comentarios.

Al parecer se premia ligeramente con los Mg los comentarios con algún tipo de racionalidad. Todo estos son elementos que pueden abonar para una eventual dinámica de intercambio de ideas, pero debemos analizar otras perspectivas antes de dar una respuesta definitiva; analicemos ahora el subgrupo de intervenciones que respondieron a alguna interacción.

Intervenciones-respuesta

Definimos como intervenciones-respuesta a aquellas intervenciones que tienen la intención de responder a un comentario anteriormente realizado. Estas constituyen el 11 por ciento de las interacciones. La Chi cuadrada nos arroja que hay diferencias estadísticamente significativas entre el tipo de racionalidad que usan éstas. En este caso, hay un 35 por ciento más que hace uso de algún tipo de racionalidad en las “in-tervenciones-respuesta” con respecto a las que no responden. Veamos el Cuadro 2.

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Cuadro 2Intervenciones que responden a interacción

de acuerdo a su tipo de racionalidad

Algún tipo de racionalidad Sin racionalidad Total

No. % No. %

Responden 399 68.7 182 31.3 100

No responden 293 50.5 288 49.5 100

Fuente: Elaboración propia.

Como podemos ver, los que responden a interacciones superan al promedio de la muestra total en cuanto al uso de algún tipo de racionalidad. Las interven-ciones que no responden también superan la media de las contestaciones “expre-sivo emotivas”.

También hay diferencias significativas con respecto al “tipo de mensaje según su tono”. En este caso, el conjunto “Altamente positivo/positivo” tiene un tres por ciento más de intervenciones en las “intervenciones-respuesta”. Aquí la diferencia es pequeña pero no deja de ser significativa.

Finalmente, en cuanto a la “calidad de interacción” y las “intervenciones-res-puesta”, tenemos que a medida que la “calidad” se incrementa, el porcentaje de “in-teracciones-respuesta” también lo hace; así mismo aumenta el de las interacciones que no responden a comentarios previos. Esto se puede apreciar en el Cuadro 3.

Cuadro 3Intervenciones, respuesta y calidad de la interacción

Óptima Regular Mala TotalNo. % No. % No. %

Responden 327 56.3 182 31.3 72 12.4 100No responden 165 28.4 243 41.8 173 29.8 100

Fuente: Elaboración propia.

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En este caso la Chi cuadrada nos arroja diferencias estadísticamente significa-tivas por lo que podemos decir que a las “intervenciones-respuesta” tienen mayor “calidad” de comentarios.

El bajo índice de respuestas y los datos que hemos obtenido hasta ahora son un atisbo para indagar las calidades y dinámicas del intercambio de ideas. Pase-mos ahora a indagar los datos más definitivos para esta investigación: los índices de discusión, acuerdos y prosumismo.

Índices de hilos de discusión

Se detectaron 37 comentarios que recibieron explícitamente al menos una res-puesta. Para poder ser considerada una discusión un conjunto de participaciones debe tener al menos tres interacciones: la que origina la interacción, una contes-tación, y una respuesta a esa contestación. Los que cumplen este requisito son siete hilos de intervenciones formados por 29 comentarios; por lo tanto, nuestro índice de intervenciones en hilos de discusión es 0.05 por ciento3. Si analizamos por tema, tenemos que para el caso de los tuiteros fue de 0.07 y para la balacera en el estadio de Torreón de 0.03 por ciento.

De estas intervenciones, el 35 por ciento las hicieron mujeres y el 65 por ciento hombres. Se registró un porcentaje mayor de mujeres con respecto al total registrado en nuestro universo de estudio. Por tipo de tono de mensaje, tenemos que el 62.1 por ciento es “Altamente positivo/positivo” y el 37.1 por ciento es “Altamente negativo/negativo”, mientras que la proporción de estas variables en los comentarios totales es 75.2 por ciento para el primer conjunto y 22.2 por ciento para el segundo. Podemos ver que, con respecto al universo de las interac-ciones analizadas en este estudio, hay una disminución de los tonos positivos con respecto a los negativos y el incremento de estos últimos.

La variable que nos permitirá tener mayor claridad sobre las características de las intervenciones en hilos de discusión es “calidad de la interacción”. Para ver los datos usaremos el Cuadro 4.

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Cuadro 4Diferencia en cuanto a “calidad de la interacción” entre

hilos de discusión e intervenciones generales

Hilos de discusión Muestra general

Óptima 31 31.5Regular 41.4 40.6Mala 27.6 27.8

Fuente: Elaboración propia.

Índices de prosumismo4

Nosotros identificamos tres niveles de prosumismo; el primero son los “Me gusta” entre el total de participaciones; el segundo son las intervenciones malas y regula-res entre el total de participaciones, y el tercero es el total de comentarios óptimos entre el número de interacciones.

Entre más cerca del valor 1 se encuentre el resultado del índice, significa que hay un mayor número de participaciones de ese nivel, en la medida en que el índice de tercer nivel sea mayor que los otros, podremos decir que existe una dinámica vigo-rosa de procesos de formación de opinión. Por el contrario, si el índice mayor se encuentra en el primer nivel, nos encontramos con una dinámica poco promotora de los procesos de opinión.

Para el prosumismo de primer nivel, tenemos un índice de general de 0.743; para el prosumismo de segundo nivel, tenemos en el total un 0.256; finalmente, para el prosumismo de tercer nivel, tenemos un 0.081

Observamos que prácticamente no hay diferencias porcentuales entre los distin-tos tipos de intervenciones. Un resultado similar se obtiene al analizar las diferen-cias entre “personas de acuerdo” y el porcentaje de comentarios con “Me gusta”.

El último índice por revisar es el de participación, que se calcula a partir del pro-medio de participaciones por participante. En este caso, tenemos un 1.08. Sólo el 7.22 por ciento de los participantes intervino dos o más veces. Por nota tenemos que en el caso de los tuiteros sólo el cinco por ciento participó dos veces o más, mientras que en el caso de la balacera en Torreón, Coahuila, tal participación fue del 9.44 por ciento. Sólo un 1.44 por ciento registró intervenciones en ambas notas.

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Todo nos indica una dinámica más bien pobre: poca participación de tercer ni-vel, números de hilos de discusión bajos, porcentaje de personas que interactuaron al menos dos o más veces, promedio de participaciones por participante bajo, y mínimo seguimiento de las notas posteadas.

¿Público o masa?

Las características de la masa son: 1, una interacción muy pequeña entre sus miem-bros; 2, una dispersión geográfica; 3, su heterogeneidad; 4, los congrega una atrac-ción común fuera de los límites de su espacio restringido; 5, dada la escasa inte-racción entre ellos se ven obligados a actuar separadamente; 6, una “interacción espiritual” en el grupo, es decir, la influencia sugestiva de unos sobre otros (Price, 1994).

Por otro lado, el público tiene las siguientes características: 1, tantas personas expresan su opinión como las que los reciben; 2, se puede responder rápida y efi-cazmente a un punto de vista; 3, la opinión así formada puede convertirse en una acción, y 4, los participantes tienen autonomía.

Con estas distinciones en mente podemos decir que estamos ante las condicio-nes estructurales para que surja un público: se puede responder rápidamente a una opinión, hay autonomía de los participantes y todos pueden expresar su punto de vista; sin embargo, constatamos que esto no sucede a la hora de las interacciones pues no existen opiniones formadas al calor de las intervenciones y respuestas de unos y otros; el hecho de que el 0.05 por ciento de las intervenciones pertenezca a un hilo de discusión es una clara prueba de esto. La única característica que se posee con respecto a un público es la autonomía de los participantes.

Es pertinente observar si nuestro universo de estudio comparte las característi-cas de la masa, que tiene características distintivas como la de tener una interacción pequeña entre los miembros, que es una población heterogénea en cuanto a edad y ubicación geográfica, que sus expresiones quedan aisladas y por lo tanto no hay seguimiento.

Entonces, estamos ante una masa: no hay intercambio de ideas, sólo expresión de opiniones, en las cuales prácticamente el 50 por ciento carece de algún tipo de racionalidad; donde sólo el 31 por ciento tiene la calidad óptima, que exige el ideal deliberativo; sólo el 11 por ciento responde a alguna interacción, y apenas un 6.9 por ciento hacen un llamado a la movilización off line. Visto de esta manera, Face-book contribuyen poco a la participación política de las sociedades. Es verdad que han tenido un papel importante en las movilizaciones que hemos descrito al inicio de este artículo, sin embargo, han movido masas, no públicos.

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Conclusiones

Nos hemos percatado que la cercanía geográfica offline influye al momento de co-mentar online. Demostramos esto al obserbvar que en un estado determinado de la república se incrementan las interveciones cuando un acontecimiento sucede en dicho territorio. También constatamos que el Distrito Federal es la entidad donde más cibernautas interaccionan, aunque esto no es garantía de la calidad de las in-tervenciones. Además, podemos concluir que Campeche, Quintana Roo y Sonora tienen los menores índices de participación.

Si deseamos tener una imagen de las interacciones que se suceden en el espacio de Facebook que analizamos sería la siguiente: una de cada dos intervenciones se realiza sin ningún tipo de racionalidad, lo que sugiere que la intención es el mero desfogue de la frustración o coraje. La otra mitad que sí argumenta con algún tipo de racionalidad no tiene la intención de discutir. Parece ser un deshago más, sofis-ticado pero sólo eso. Una de cada 16 intervenciones llama a una participación off line, pero no son ni siquiera contestadas, mucho menos seguidas.

Solamente una de cada nueve intervenciones es contestada y, en su mayoría, es para mostrar un desacuerdo. Siete de cada diez usa algún tipo de racionalidad (una proporción mayor que el total de la muestra total), pero no se obtiene respuesta alguna que permita continuar el diálogo. Sólo una de cada ocho intervenciones que contestan a otra tiene calidad “mala”, un 50 por ciento menos que la muestra total.

Sólo cinco de cada 100 comentarios se ven involucrados en un hilo de discu-sión, en los cuales se tiene un índice de acuerdos con valor cero, lo que resulta en la insatisfacción de las partes. 75 de cada 100 de los que comentan son hombres, como contraparte las mujeres vierten comentarios más reflexionados, más “se-rios”. Una de cada cuatro intervenciones son de personas que dicen residir en el Distrito Federal y su zona de influencia, pero paradójicamente en esta región es donde proporcionalmente hay más intervenciones de “calidad mala”.

Al parecer, estamos ante un escaparate de expresiones personales, de mostrar desacuerdos o la mera opinión, pero no hay intención dialógica, no se muestra que haya voluntad de encontrar puntos intermedios entre las visiones.

Parece que las redes sociales virtuales pueden ser eficaces movilizadores de ma-sas en momentos de tensión social, pero ayudan poco a formar sociedades más deliberativas por la simple razón de que la formación de personas dialogantes y con capacidad para el intercambio de ideas no depende de ellas, sino todo indica que de socializaciones previas. He aquí sus límites.

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Notas

1 Es un sitio de noticias orientado a la tecnología. Los usuarios de Slashdot pueden comen-tar sobre cada noticia, la cual obtiene generalmente entre 200 y 2000 comentarios durante el tiempo en que figura en la página principal.

2 Es la cantidad de usuarios del estado entre el total de población existente.

3 El índice de intervenciones en hilos de discusión se crea dividiendo las intervenciones en hilos de discusión entre el total de intervenciones.

4 Prosumismo es un neologismo construido a través de las palabras “productor” y “con-sumidor”, hace referencia a que un individuo puede hacer ambas funciones a la vez. Esta idea fue acuñada en 1972 por Marshall McLuhan y Nevitt, quienes afirmaron “que la tecnología electrónica permitiría al consumidor asumir simultáneamente los roles de pro-ductor y consumidor de contenidos”(Islas, 2009: 330). Con la aparición de los entornos de la web 2.0 esta posibilidad se ha convertido en una realidad, cada usuario de internet se puede convertir en un productor de información con el simple hecho de expresar su opinión, además de que la forma puede ser escrita, gráfica o multimedial.

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Omar Árcega

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Miriam Herrera-Aguilar, Luis Daniel López García e Iván Pedro Aldama Garnica

El espacio vivido y el espacio imaginado como referentes

de la identidad local. El caso del pueblo de Jurica1

Lorena Erika Osorio Franco*

Resumen: Hasta los años ochenta la antropología urbana estudió la urbanización de las ciudades generada por el crecimiento económico y su expansión a partir de la migración rural-urbana, pero poca atención se puso a la otra cara de la moneda, al proceso inverso, es decir, a los pueblos a los que les “llegó” la ciudad. El presente artículo trata sobre un pueblo que se ubica al norte de la ciudad de Querétaro, un pueblo cuyo territorio se urbanizó rápidamente; sin embargo, ante este proceso sus habitantes echaron mano de una memoria colectiva a partir de la cual reproducen su espacio vivido, evocan su espacio imaginado y (re)construyen fronteras físicas y simbó-licas que ayudan a distinguir al pueblo de otros espacios que han quedado dentro de la ciudad. De esta manera se construye el arraigo y el sentido de pertenencia signado fuertemente al territorio.Palabras clave: Urbanización, espacio, cultura, identidad.

Abstrac: Until the eighties urban anthropology studied urbanization generated by economic growth and expansion of cities from rural-urban migration, but little attention was paid to the other side of the coin, the reverse process, the people to whom they “got” the city. This article is about a town that is located north of the city, a people whose territory rapidly urbanized, but its inhabitants to this process drew on a collective memory from which reproduce their lived space, evoke their imagined space and (re) construct physical and symbolic borders that help distin-guish the people of other areas that remain within the city. This will build the roots and sense of belonging to the territory strongly markedKeywords: Urbanization, space, culture, identity.

* Docente investigadora de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Autóno-ma de Querétaro (UAQ). Tel: (442) 192 12 65; correo electrónico: [email protected]

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El espacio vivido y el espacio imaginado como referentes de la identidad local. El caso del pueblo de Jurica

Introducción

Hasta la década de los años ochenta, la antropología urbana había privilegiado el estudio de la ciudad, la urbanización generada por el crecimiento econó-

mico y su expansión a partir de la migración rural-urbana, pero poca atención se puso a la otra cara de la moneda, al proceso inverso, es decir, a los pueblos a los que les “llegó” la ciudad. Durante la década de los setenta, los límites urbanos de las ciudades comenzaron a desdibujarse no sólo por la migración interna (campo-ciudad) sino también por la creciente incorporación de ejidos y pueblos cercanos a la ciudad. A este proceso contribuyó de manera importante la construcción y ampliación de redes carreteras.

Uno de los primeros estudios que puso especial énfasis en esta problemática fue el de Jorge Durand: La ciudad invade el ejido (1983: 9). La importancia del plan-teamiento de este autor se centra en el llamado que hace a que en el proceso de crecimiento de la ciudad de México no sólo se debe tomar en cuenta a la población que arriba del campo y ciudades menores, sino también a los pueblos y poblaciones que incorpora a medida que crece. En este sentido, la ciudad crece hasta invadir el ejido y obliga a los ejidatarios a adaptarse a la nueva situación. El caso del ejido de San Bernabé ejemplifica un problema general del Distrito Federal, y del país en su conjunto: el crecimiento de las ciudades se hace a costa de gran parte de tierras comunales y ejidales. Los campesinos tradicionalmente invasores son los invadidos. Sin moverse de su sitio, la ciudad les llegó y los transformó. En pocos años el ejido, el pueblo y sus habitantes tuvieron que adecuarse a una nueva urbanización que se presentó como irreversible.

Hasta la publicación de esta obra no se había puesto mucha atención a las impli-caciones socioculturales de la urbanización en la vida y el territorio de los habitan-tes de los pueblos y ejidos aledaños que, paulatinamente unos y rápidamente otros, perdieron grandes superficies ante la expansión metropolitana. El foco de atención estaba puesto en los problemas que aquejaban a la ciudad, y no a la inversa.

Los efectos del crecimiento urbano de las metrópolis, así como el deterioro en las condiciones de vida de los sectores populares, los procesos de masificación, los desastres naturales y los movimientos sociales vinculados a ellos fueron importan-tes factores que influyeron para que a lo largo de los años ochenta, el estudio de pueblos, barrios y colonias tuviera un lugar importante en la antropología urbana mexicana (Portal y Safa, 2005: 38).

Los antropólogos enfocaron su interés por el estudio de los espacios locales: los pueblos, los barrios y los vecindarios. De estos lugares de la ciudad tan diversos,

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les interesaba no sólo su historia, sino entender cómo la gente construye su sentido de pertenencia y su identidad social. Ante los avances de la urbanización, los habi-tantes de estos lugares comenzaron a (re)construir fronteras físicas y/o simbólicas (Silva, 2000), así como a reavivar viejas tradiciones (sobre todo fiestas y rituales) como referentes de identidad local (Portal, 1997), acciones que de alguna manera servían para contener tanto su espacio como su forma de vida. Estas acciones han sido una fuente fecunda de indagación para la antropología urbana.

En este marco, el presente artículo trata sobre un pueblo que la ciudad alcanzó. El pueblo de Jurica se localiza al norte de la ciudad de Querétaro, una zona que se distingue por su perfil industrial y su componente obrero. A pesar de la urbaniza-ción y los cambios que de ello se derivan, cuando los lugareños hablan de Jurica, hace referencia a un pueblo con fronteras (reales y simbólicas), lo que permite distinguirlo de otros pueblos, expresan un sentimiento de pertenencia por el hecho de que la gente se conoce, porque ahí nacieron y porque comparten códigos cultu-rales. En este contexto, me preguntaba ¿cómo en un espacio que se urbaniza ace-leradamente es posible que se mantenga y se (re)construya la pertenencia?, ¿cómo se logra y para qué? Mi perspectiva parte desde la mirada del pueblo; me interesó el punto de vista de las personas originarias como sector poblacional que se adjudica “por derecho de antigüedad” el pueblo y que lo reconocen como tal. Desde ahí, construyen una identidad que se ancla fuertemente al territorio. El pueblo repre-senta el marco espacial y temporal a partir del cual se articulan las relaciones socia-les que sustentan una historia y una cultura común, que trascienden y se reproduce en la vida cotidiana y en los rituales.

Este artículo se estructura en tres partes; en la primera presento el encuadre teórico metodológico a partir del cual construí el objeto de estudio; en la segunda describo los cambios más importantes que dieron pie a la urbanización del pueblo, y en la tercera describo la construcción social del espacio. Particularmente me inte-resa el espacio practicado y el espacio imaginado como dos constructos marcados por la cultura a partir de los cuales se nutre la identidad local.

Acercamiento teórico metodológico

Cada día cobra mayor fuerza la convicción de que el territorio no se reduce a ser un mero escenario o contenedor de los modos de producción y de la organiza-ción de flujos de mercancías, capitales y personas, sino que también es un sig-nificante dentro de significados y un tupido entramado de relaciones simbólicas (Giménez, 2007).

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El espacio vivido y el espacio imaginado como referentes de la identidad local. El caso del pueblo de Jurica

En el caso de los pueblos que se transforman por la creciente urbanización, la cultura y la identidad local son elementos sustanciales que permite distinguirlos de otros espacios locales en la ciudad. Para Giménez (op. cit.: 161) todo fenómeno so-cial tiene un referente en el espacio, por ello la cultura tiene un papel preponderante ya que funciona como mediadora entre los hombres y la naturaleza. El autor señala que todo grupo social tiene como referente primario un territorio, es por ello que adquiere tal fuerza que la esencia de la identidad está signada, en buena medida, por el lugar de origen. En Jurica, al igual que en otros lugares, ser “originario” es un atributo y un referente básico a partir del cual no sólo se reivindica el derecho de pertenencia, sino también a partir del cual se articulan las relaciones sociales con los “propios” (los que son de ahí) y los “otros” (los que han llegado de fuera).

Se puede hablar de pertenencia cuando un individuo es capaz de diferenciar un lugar de otro; la identificación de un lugar supone la construcción de una representación de dicho lugar en la cual el individuo articula elementos directa-mente percibidos, preconstruidos culturalmente que circulan acerca de ese lugar y también la propia experiencia vivida en relación con el lugar. El resultado de estos procesos es la posibilidad de identificar el lugar y, en consecuencia, diferenciarlo de otro (Augé, 1995: 51).

Marc Augé incluye en la noción de lugar antropológico2 la posibilidad de los reco-rridos que en él se efectúan, los discursos que allí se sostienen y el lenguaje que lo caracteriza; subraya que los lugares tienen por lo menos tres rasgos comunes, son: 1) identificatorios; 2) relacionales, y 3) históricos. El plano de la casa, las reglas de residencia, los barrios del pueblo, las plazas públicas, la delimitación del terruño, corresponden para cada uno a un conjunto de posibilidades, de prescripciones y de prohibiciones cuyo contenido es a la vez espacial y social. Nacer es nacer en un lugar, tener destinado un sitio de residencia. El lugar de nacimiento obedece a la ley de lo “propio”. En tanto que factor identitario, el lugar genera adscripción (op. cit.: 58). Augé sostiene que el hombre establece con los lugares dos tipos de relaciones fundamentales: la identificación de los lugares y la apropiación de los lugares.

El lugar, conjugando identidad y relación, se define por una estabilidad míni-ma. Por eso aquellos que viven en él pueden reconocer allí señales. El lugar an-tropológico, para ellos, es histórico en la exacta medida en que escapa a la historia como ciencia. Este lugar se ha construido de antepasados. Está en las antípodas de los “lugares de memoria”, la imagen de lo que ya no somos. El habitante del lugar antropológico vive en la historia, no hace la historia (ibid: 61). Destaca que todas las relaciones inscritas en el espacio se inscriben también en la duración, en la historia. Los relatos de fundación de pueblos o de reinos refieren general-mente todo un itinerario. La adquisición de un Dios puede estar fechada y hay

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cultos y santuarios, como hay mercados y capitales políticas; ya sea que perdure, se extienda o desaparezcan, el espacio de su crecimiento o de su desaparición es un espacio histórico (ibid: 64).

Partiendo de la premisa de Auge, Alicia Lindón (1999: 163), señala que los lugares pueden ser identificados, y también pueden ser apropiados por las per-sonas. La apropiación de los lugares es un proceso aún más complejo que la identificación, ya que implica que no sólo es posible reconocer o identificar el lugar, diferenciándolo de otros, sino que el individuo asume que ese lugar va a estar marcado por su presencia, por sus acciones, o por objetos y otros seres que instala en él. Para que un lugar sea apropiable siempre tiene que tener una identidad, cuanto más definida sea ésta, más fácil es que sea apropiable. Cuanto más tiempo se radique en el lugar, más fácil es que el individuo se apropie del lugar. Para la autora, el espacio al ser visto como un entramado de espacio físico, de sentimientos, de símbolos, memoria colectiva, se constituye en un lugar. Los lugares se pueden distinguir por la localización, las formas, las estructuras, las actividades en ellos ancladas; aunque el carácter distintivo de cada lugar emana de los valores y significaciones que se asocian con ellos.

En el marco de esta discusión, la perspectiva del territorio como símbolo es im-portante porque a través del imaginario es posible la apropiación del espacio, lo que fortalece el sentido de pertenencia. En el caso de Jurica esto se hace evidente porque a pesar de que Jurica está prácticamente ya en la ciudad –por lo que podría pasar por una colonia más de la ciudad–, los juriquenses lo asumen y refieren como un pueblo, como un espacio que no es urbano y que por tanto no forma parte de la ciudad. El pueblo es una especie de ficción a los ojos del observador externo, para-fraseando a Portal (2006), sólo el que vive allí lo identifica, de otra manera no.

Armando Silva (2000) es uno de los autores que más ha profundizado sobre la concepción simbólica del territorio. Plantea que el territorio es fundamentalmente una demarcación físico-espacial pero que no se puede explicar sino como el re-sultado de la interacción social y de la experiencia que resulta en un constructo mental. Señala que el territorio fue y sigue siendo un espacio donde habitamos con los nuestros, nombrar el territorio es asumirlo en una extensión lingüística o imaginaria; en tanto que recorrerlo, pisándolo, marcándolo en una u otra forma, es darle entidad física que se conjuga con el acto denominativo. Estos dos ejercicios, denominar y recorrer; han de evolucionar hacia el encuentro de la región llamada “territorio”, como entidad fundamental del microcosmos y la macro visión: “La macro visión del mundo pasa por el microcosmos afectivo desde donde se apren-

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de a nombrar, a situar, a marcar el mundo que comprendo no sólo desde afuera hacia adentro, sino originalmente al contrario, desde adentro, desde mi interior psicológico a los interiores sociales de mi territorio, hacia el mundo como resto” (Silva, 2000: 48).

Esta concepción en términos de aprehender el territorio y apropiarse de él es muy próxima a la de los lugares vividos de Michel de Certeau (2007: 120), quien se-ñala que en los objetos y las palabras duerme un pasado, “como en las acciones cotidianas del andar, el comer, o el acostarse”. Sostiene que el recuerdo despierta con las historias cuando se dice: “aquí estaba la panadería o allá vivía fulana... Sorpren-de el hecho de que los lugares vividos son como presencias de ausencias. Lo que se muestra señala lo que ya no está: vea usted, aquí estaba…, pero eso ya no se ve” (idem). Los demostrativos, sostiene el autor, expresan las identidades invisibles de lo visible, es: efectivamente, la definición misma del lugar; constituir estas series de desplazamientos y efectos entre los estratos divididos que lo componen y actuar sobre estas densidades movedizas. Los recuerdos encadenan a los sujetos al lugar; es algo personal porque sólo los que viven ahí lo identifican (ibid: 121). Ese espíritu suele identificarse claramente como un sentimiento de pertenencia.

A partir de los planteamientos antes señalados, concibo el espacio practicado (tam-bién llamado espacio vivido) como un territorio marcado por la cultura en donde la gente comparte una historia común, un territorio en donde se delimitan fronte-ras (reales y/o simbólicas) y donde se reconoce respecto de otros pueblos como un lugar que tiene una identidad propia (por sus atributos naturales –referentes geosimbólicos– y culturales –tradiciones y costumbres–). El espacio practicado se construye en diferentes ámbitos (público, privado) y por sus diferentes usos, ya que el espacio no sirve de una vez y para siempre a todos los grupos por igual (De Cer-teau, 2007; Portal, 1997; Silva, 2000). Mientras que por espacio imaginado me refiero a la percepción sensible y evocativa que la gente construye del espacio, la evocación emerge cuando la gente es capaz de manifestar lo que valoran de él y sus atributos (lo que los identifica), los lugares que sirven de marco a la memoria, que son recor-dados individual y colectivamente, que significan “algo” para la gente que habita en ellos (Licona, 2007; Safa, 2001; Silva, 2000).

Para poder conocer y acceder a los procesos y las formas en que la gente cons-truye su pertenencia requería de la etnografía, ya que de esta manera podía observar los contextos espaciales y temporales constitutivos de la acción y la interacción. Además, esto me permitió establecer nexos y una relación más cercana –cara a cara– con los entrevistados.3

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La primera elección metodológica que consideré fue estudiar la pertenencia socio territorial como una identidad signada por rasgos físicos-culturales (Pollini, citado en Flores y Salles, 2001), como una construcción social y cultural de prác-ticas y representaciones que llevan a generar distintos niveles de involucramiento con el territorio. La segunda estrategia fue articular las diferentes dimensiones que intervienen en la construcción social del espacio y de cómo éstas se significan de manera distinta entre los grupos (los originarios y los no originarios), así como diferencias generacionales.4

La urbanización del pueblo de Jurica

A partir de los años sesenta Querétaro tuvo un importante y creciente desempeño económico vinculado estrechamente a la industrialización ocurrida en el marco de las políticas federales de desarrollo de la industria nacional para la sustitución de importaciones. La estratégica ubicación geográfica de la ciudad de Querétaro, su cercanía con la ciudad de México y la carretera no. 57 fueron factores primordiales que contribuyeron y estimularon el crecimiento industrial. En este proceso, la ciudad creció y echó mano de los pueblos y ejidos aledaños; en este contexto, la vida social y el reordenamiento espacial del pueblo de Jurica comenzaron a cambiar notable-mente a la par del proceso de consolidación de la urbanización e industrialización de la entidad.

Los acontecimientos que han trasformado el territorio y la vida de los juriquen-ses se pueden clasificar en cambios de orden interno y de orden externo; los dividí para fines analíticos pero se trata de cambios que en la realidad han estado estre-chamente relacionados.

En el orden interno, los más importantes se vinculan con el reparto agrario sucedido a fines de los años treinta y la desestructuración de la hacienda de Jurica, ocurrida por su venta en los años sesenta. Con el reparto agrario no todos los jefes de familia en Jurica fueron beneficiados –los que se quedaron sin tierra siguieron trabajando en la hacienda, mientras que los nuevos ejidatarios comenzaron a traba-jar sus parcelas–, lo que sucedió fue que a pesar de la resolución presidencial sobre la dotación de tierras en Jurica (1939), el hacendado Carlos Urquiza no entregó más de 400 hectáreas que se suponía eran para el ejido. El litigio fue largo, todavía a mediados de los años sesenta había quejas por incumplimiento y los ejidatarios seguían solicitando que se les restituyera la superficie ejidal total o se hiciera una ampliación, pero no sucedió ni una ni otra cosa.5 En 1960, Carlos Urquiza vendió la

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hacienda y con esto prácticamente se “diluyó” el conflicto. La hacienda se convirtió en hotel y las hectáreas que habían sido sembradíos, llamadas por los lugareños “los bordos” (las reclamadas por los ejidatarios) se lotificaron rápidamente para conver-tirse en un fraccionamiento campestre. La desestructuración de la hacienda llevó a varias personas a emigrar a la ciudad en busca de trabajo; otras se emplearon en el hotel como jardineros, bell boys y recamaristas, y en el fraccionamiento campestre como empleadas domésticas, jardineros y mozos.

El segundo orden (el externo) se relaciona con el proceso de industrialización ocurrido a mediados de los años sesenta. La llegada de importantes trasnacionales requería espacio no sólo para la industria sino también para vivienda, de esta mane-ra se comenzó a atender la demanda creciente de diferentes estratos de trabajadores (en el caso del fraccionamiento Jurica Campestre se pensó en residencias para los mandos medios y gerenciales). Comenzó así una importante oleada de inmigrantes; Jurica se convirtió en receptáculo de parte de corrientes migratorias que llegaban a la ciudad, en buena medida por los costos más bajos del suelo y la vivienda, y por la cercanía con los lugares de trabajo (el hotel y la zona industrial, principalmente). La expansión urbana sobre esta zona de la ciudad originó una creciente demanda de suelo urbanizable, por lo que comenzaron a venderse también las parcelas del ejido; de esta manera, poco a poco el pueblo fue perdiendo el control de parte de su territorio. Otro acontecimiento que influyó en este orden fue el sismo de 1985, que intensificó la llegada de nuevos residentes provenientes principalmente de la ciudad de México.

La urbanización del pueblo llevó a perfilar tres zonas claramente diferenciadas por su historicidad y su poblamiento: 1) Centro, la zona más antigua, donde se conformó el primer asentamiento poblacional, ya que Jurica era un pequeño case-río donde vivían los trabajadores que laboraban en la hacienda del mismo nombre. Esta zona, a su vez, se subdivide en lo que la gente llama “los de arriba” y “los de abajo”;6 2) Gobernantes: zona que comenzó a poblarse hace 30 años, la mayoría de sus residentes son los descendientes de los mismos juriquenses y en menor número se trata de gente de otros lugares que ha llegado a vivir ahí, y 3) La Campana: zona que comenzó a poblarse hace 15 años. Sus residentes son básicamente gente de fuera. Durante las entrevistas, la gente identificó el cambio más importante a partir de la venta de la hacienda, comenzó así el proceso de lotificación y con ello el cam-bio de uso de suelo más intensivo del que la gente tenga memoria. En el siguiente mapa se ilustra el crecimiento que ha tenido el pueblo en poco más de tres décadas (de 1976 a 2005), periodo en el que prácticamente se duplicó el área urbana.7

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Figura ICrecimiento urbano del pueblo de Jurica

*Nota: El área remarcada corresponde al área urbana que el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI) registró en su cartografía en 1976.Fuente: Inegi, 2010.

El espacio practicado

En el centro de Jurica vive la mayor parte de las familias más antiguas y de las per-sonas mayores, su práctica del espacio hace referencia a recuerdos elaborados en un pasado remoto más que inmediato, se refieren a las transformaciones del espacio natural, los edificios según el uso que tuvieron, a las construcciones que sustituye-ron otros espacios o los cambios sucedidos en los espacios públicos. Como señala Alfredo Guerrero (2007: 310), los viejos residentes son usuarios legítimos de las ca-lles, de los espacios públicos, de los comercios. En ellos hay una visión del espacio fuertemente anclada en el pasado, mientras que para los más jóvenes la práctica del espacio se constriñe en función de la experiencia cotidiana regida por la inmediatez. En Jurica, en quienes se observa de manera más clara ese utilitarismo del espacio es en los “fuereños” (los que viven en La Campana), para quienes Jurica es sólo un lu-gar dormitorio, pues trabajan y viven en la ciudad, más que en el pueblo; no hacen uso de los espacios públicos ni se involucran en la vida cotidiana del pueblo.

En Jurica, las calles son espacios públicos por excelencia. Durante la primera parte de la mañana están constantemente transitadas por la gente que va al trabajo, los niños y jóvenes que van a la escuela, las mujeres que van al molino, etcétera.

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El tráfico por las calles disminuye hasta alrededor de las nueve de la mañana para nuevamente volverse a incrementar alrededor del mediodía, momento en que las mujeres salen a comprar lo que se va a preparar para la comida, a recoger a los ni-ños del kínder y de la primaria. Después de las dos de la tarde las calles vuelven a quedar vacías, el movimiento comienza nuevamente después de las seis de la tarde, cuando los niños salen a jugar y las mujeres salen a misa o a rezar el rosario y las personas que trabajan fuera del pueblo comienzan a retornar después de la jornada laboral. Por las noches las calles se vuelven el espacio de los jóvenes.

Las calles son también utilizadas por ambulantes y pregoneros que cotidia-namente transitan para ofrecer sus productos: frutas, verduras y enseres para el hogar, que pueden ser adquiridos con pagos en abonos. Transitan también camio-netas que anuncian la compra de fierro, latas y cualquier cosa vieja o usada que se quiera vender.

Para conocer la valoración que la gente tiene sobre las calles de Jurica, en el formulario-encuesta les solicité que las definieran con “una palabra”. Las respues-tas más reiterativas fueron en términos negativos, ya que las consideran: angostas, pedregosas, descuidadas, sucias, feas e inseguras. Sin embargo, hubo otro sector que las calificó como: bonitas, limpias, seguras, grandes y concurridas, pues “siem-pre sale uno y encuentra con quién platicar”; es decir, son un espacio importante de socialización. Mientras un sector enfatiza el aspecto material, otros valoran su uso social.

La calle no sólo contribuye a la cohesión social, sino que revitaliza la identidad territorial cuando la gente del pueblo se vuelca sobre ellas para peregrinar o cele-brar sus fiestas. En este sentido, las calles del pueblo no son el prototipo de espa-cio público de tránsito, como ocurre en la ciudad comúnmente, sino un espacio funcional que se usa y sirve de manera distinta a quienes viven en Jurica. Lindón (2006: 22) señala que desde una lógica modernista y racional del circular, trabajar y residir, las calles vistas como espacios de socialización, de fiesta, sólo en apariencia son afuncionales, pues resultan funcionales para quienes ahí habitan, quienes buscan articular fiestas y espacio público.

Las “esquinas” son lugares de reunión para muchos jóvenes –varones princi-palmente– quienes se reúnen a tomar cerveza desde temprana hora, sobre todo en temporada de calor y fines de semana. La banqueta de la casa o la acera contigua es otro espacio que se utiliza para reunirse, beber cerveza y/o platicar. Algunas mu-jeres mayores utilizan este espacio para sacar una mesita y vender frituras y dulces por las tardes.

En contraparte al espacio público, el espacio privado se constriñe al solar de la

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vivienda. Los usos que se les da a los solares es un elemento que caracteriza a la po-blación originaria. Durante las visitas y recorridos pude observar que en casi todas las casas hay árboles frutales8 y una parte del predio se dedica ya sea para siembra de verduras y/o para corral para animales. Procuran que el agua que se utiliza en el lavadero, que no puede faltar en ningún patio, se aproveche a través de pequeños canales para regar los árboles.

En la parte más antigua del pueblo, en el “centro”, es posible encontrar predios en donde se han fincado los cuartos en torno a un patio central, un patio que se convierte, durante las tardes o fines de semana, en centro de reunión. Se aprove-cha la sombra de algún mezquite (que abundan en las casas más antiguas) y bajo su sombra la gente se reúne para convivir, beber, comer y platicar. Por lo general, el predio es un espacio con árboles, fresco y donde se puede estar con la familia; todos estos atributos los valoran de sobremanera tanto las personas mayores como los adultos.

Para otras familias el lugar de socialización por excelencia es la cocina, la gente acostumbra poner un tejabán (para evitar que las hojas y basura caigan en la comi-da), en alguna de las zonas frescas del patio, regularmente bajo la sombra de algún árbol. Una de las razones para dejar abierto este espacio es que la gente acostumbra cocinar con leña y en un lugar encerrado es muy incómodo por el humo, el olor y el calor. Ahora es cada vez más común que se construya otra cocina, un espacio cerrado en donde se cocina con gas, esa es para la comida de todos los días, pero para los fines de semana o días de fiesta se utiliza la otra, la de leña.

En varios estudios se ha constatado, en cuanto a los espacios en los que a la gente le gusta pasar su tiempo libre, que cuando las personas prefieren espacios próximos (su calle, su barrio, su pueblo) se puede asumir que hay un sentimiento de arraigo, a diferencia de los que señalan lugares más lejanos (como la ciudad) que implica salir o dejar el espacio cercano. Desde esta premisa pregunté ¿cuáles espacios preferían, su casa, el pueblo o la ciudad? Tanto las personas mayores como los adultos respondieron: su casa, a diferencia de los jóvenes, que mencionaron en primer lugar el “pueblo” y en segundo, su “casa”. Las respuestas de los jóvenes me llamaron la atención porque son ellos quienes en la práctica recorren y usan más el espacio local, el del pueblo que los adultos y los mayores (contrario a lo que supo-nía). La ciudad en todos los casos, ocupó el último lugar como espacio en donde pasan su tiempo libre.

Indagué sobre los espacios e infraestructura que existe en el pueblo para el esparcimiento y el tiempo libre, pero la gente respondió que son muy pocos. Al respecto seis de cada diez de los jóvenes señalaron que no hay ninguno, su pará-metro comparativo es con lo que la ciudad ofrece; mientras que la apreciación de

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los adultos y las personas mayores es menos severa. La gente reconoce que hacen falta más canchas, parques, una unidad deportiva o una casa de cultura. Por ahora los espacios que los juriquenses utilizan con tal fin son espacios: públicos (plaza, ruedo, canchas, maquinitas), naturales (cerro, bordo, el campo) y los que están en torno a los edificios religiosos (atrio o jardín de templos e iglesias). El entorno na-tural es un atributo importante que la gente del pueblo valora. Las familias salen de día de campo a cerros y parajes cercanos, lo hacen porque el trabajo y/o la escuela dificultan la convivencia debido a que los horarios no suelen coincidir. Los jóvenes disfrutan los días de campo con su familia, pero también les gusta ir al cerro o al bordo con los amigos:

A mi esposo y a mí nos gusta irnos al cerro y allá cortamos unos nopales, y me llevo mi masa y echo tortillas, y ya hago una salsita y comemos. A mis hijos también les gusta, vamos los fines de semana, que es cuando estamos todos, y si no podemos ir, nos salimos al patio y hacemos una carne asada o algo (Mujer, 40 años, ama de casa).

Otra de las interrogantes de la encuesta estaba encaminada a saber cuáles eran los espacios de los jóvenes, de los niños, femeninos y masculinos, para ello pre-gunté el lugar de reunión conforme a cada grupo generacional y sexo. El Cuadro 1 resume las respuestas. Consideré los espacios que tuvieron el mayor número de menciones.

Cuadro 1 Espacios de reunión conforme a grupo generacional y sexo

Hombres Mujeres

Niños/as «maquinitas», iglesia, casa plaza, juegos, casa

Jóvenes plaza, calle, casa plaza, casa

Adultos iglesia, casa, bares casa, iglesia, plaza

Mayores iglesia, casa, plaza iglesia, casa

Fuente: elaboración propia, con base en el formulario-encuesta.

En todas las respuestas es evidente la importancia que tiene la “casa” como lugar de preferencia y de socialización –en buena medida por el patio–, le sigue la plaza y la igle-sia, esta última es una excepción para los jóvenes, quienes prefieren reunirse en la calle.

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La gente identifica la plaza pública como el centro del pueblo, es el punto de reunión más importante, las juntas de la Secretaría de Desarrollo Social (Sedesol) y del programa federal Oportunidades, las reuniones con el delegado o las elecciones para los presidentes comunitarios, todo transcurre ahí. Junto se encuentran la can-cha de basquetbol y los juegos para los niños, y en seguida está la sede parroquial que cuenta con varios salones que normalmente están a disposición de quien los solicite; en esos salones se dan clases de baile, ensayan los del coro, y ahí mismo está el templo en donde todos los días se oficia misa, es decir, buena parte de las actividades que realizan los juriquenses confluyen en torno a esta área. Si observa-mos un mapa de Jurica, veremos que la plaza no se ubica en el centro geográfico del pueblo, en este sentido, la construcción que la gente hace del centro se relaciona más con el uso y la relevancia que tiene este espacio en la vida cotidiana.

Cuando la gente es capaz de señalar o distinguir un lugar importante de su en-torno es posible hablar de una identidad territorial. En este sentido, cinco de cada diez juriquenses a los que pregunté ¿cuáles eran los lugares más importantes en Jurica? señalaron lugares relacionados a la vida religiosa (parroquia, capilla, ermita). La importancia de estos lugares radica en la praxis, es decir, en el uso del lugar; son lugares de reunión, de reflexión e introspección, de morada del Santo Patrono, pero también de socialización, de festejo y de visita, tanto de los juriquenses como de peregrinos y devotos de otros lugares.

En segundo lugar de importancia está la plaza, a la gente le gusta porque es un lugar limpio, con “palos” (árboles), donde se pueden sentar a platicar. La plaza cumple con una función social pero también económica, ya que ahí es donde se instala el tianguis dominical.

En tercer lugar mencionaron: el Hotel, Paseo del Mesón, las Torres Regency y la “colonia” (comúnmente los juriquenses le llaman así al fraccionamiento cam-pestre), lugares que para la gente tienen una relevancia importante en términos económicos ya sea porque trabajan ahí (el hotel, las torres o la colonia) o porque tienen negocios propios (Paseo del Mesón). La importancia de los lugares también se reforzó en los mapas mentales, ya que se denota una valoración del patrimonio arquitectónico, particularmente de las edificaciones concentradas en la parte del centro o la zona más antigua del pueblo.9

Las rutas y los recorridos que cotidianamente la gente realiza nos hablan tam-bién del espacio practicado. De acuerdo con Silva (2000: 55), no es posible que un espacio (un pueblo, una ciudad) no anuncie, de alguna forma, que sus espacios son recorridos y nombrados por sus habitantes. De este modo, se tienen dos grandes tipos de espacios por reconocer: uno oficial, diseñado por las instituciones y otro diferencial, que consiste en una marca territorial que se inventa en la medida en que

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el ciudadano lo nombra o inscribe. Existen muchas y variadas combinaciones entre uno y otro polo; la noción de límite puede ser útil para comprender que lo que separa el espacio oficial del territorio es una frontera que descubre quién sobrepasa sus bordes. El autor sostiene que la gente no sólo se moviliza por las calles trazadas sino por senderos que se construyen de manera colectiva y día a día en oposición con los caminos oficiales.

Al amparo de la distinción de Silva, podemos señalar que en Jurica, hasta antes de los años setenta, cuando las calles se urbanizaron (se empedraron, porque antes eran de terracería) la gente hacía sus recorridos en el pueblo por atajos, veredas y callejones, incluso atravesaban predios de calle a calle (en diagonal) para evitar ro-dear la cuadra. Cuando la gente iba a El Salto, a la presa del Cajón, a la milpa (para dejar el almuerzo) o de visita a pueblos vecinos, atravesaban parcelas y cerros para llegar a sus destinos. Durante el trabajo de campo acompañé a la mayordomía a las visitas de reciprocidad que hicieron a los peregrinos y me di cuenta que conocen a la perfección todos los caminos, veredas y atajos que comunican a Jurica con los pueblos vecinos. De no ir con ellos, difícilmente se puede llegar a comunidades alejadas a las que se llega por caminos de terracería, caminos que en ciertos puntos se bifurcan hacia dos o más direcciones pero sin señalamiento alguno. Para ellos, no había duda sobre la dirección que se había de tomar, ya que es un territorio tatuado por las relaciones que desde antaño establecieron entre pueblos. En este sentido, como señala Kapuscinski (2004: 256), “el lugareño se convierte en nuestro guía y salvador. Cada uno de ellos lleva en la memoria su propia pequeña geografía, su particular cuadro del mundo que lo rodea, un conocimiento y arte de lo más pre-ciados […] que le permiten encontrar el camino a casa”.

En lo que respecta al pueblo, la urbanización y lotificación dio origen a que la gente cambiara sus recorridos, espacios por los que antes atravesaba se habían cerrado o se habían trasformado (se habían construido viviendas, se habían traza-do calles). De esta manera los recorridos se hicieron cada vez más sobre caminos oficiales, sobre arterias principales por las que comúnmente hoy la gente transita. En Jurica las calles más importantes son: Camelinas, Lirios y Paseo del Mesón, por estas arterias se accede a los lugares de más concurrencia, a los establecimientos comerciales y de servicios; además, es por donde transita el transporte público.

En el caso de las personas mayores pude observar que los mapas espaciales que construyeron suelen utilizarlos en la medida en que les es posible, todavía hacen uso de algunos atajos, por ejemplo, una señora cruza el campo de futbol –propie-dad privada– para llevarle de comer a su mamá, otras atraviesan parcelas para ir al cerro a cortar nopales. La gente del pueblo conoce todos los atajos que existen, acostumbran “recortar” su trayecto por diferentes pasos que atraviesan el río y que

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permite llegar a Gobernantes sin necesidad de ir hasta donde está el puente para poder cruzar; incluso por el patio de la secundaria es posible observar vehículos particulares que cruzan de una calle a otra. De esta manera se puede decir que a tra-vés de los recorridos la gente transmite una memoria de los lugares y estos a su vez cumplen con una función pedagógica. En este sentido, como sostiene De Certeau (2007: 10), la práctica de caminar por el pueblo es desde la infancia una técnica de reconocimiento del espacio en calidad de espacio social.

Lo que se observa es que hay una superposición de los senderos que la gente utilizaba, caminos que se construyeron en el ir y venir cotidiano con los nuevos usos que se le dan al espacio y que lo trasforma por el trazado regular de las calles. Los caminos, sostiene Silva (2000: 55), son los “vehículos” a partir de los cuales el espacio se recorre, se pisa, por ello son importantes. Por otra parte, los atajos no sólo permiten acortar la distancia de los recorridos sino también sirven para evitar pasar por lugares que se consideran desagradables o peligrosos.

El espacio imaginado

Me refiero a las imágenes que la gente hace de su pueblo, a la percepción sensible que se desarrolla por estar y vivir allí. En principio pregunté por los lugares más bellos de Jurica, en orden de importancia, por el número de menciones que se hicieron de ellos, están: la plaza, la iglesia o parroquia, la capilla, la hacienda, el cerro, las canchas, el hotel, el Regency, la Crucita, el río y el bordo. Estos lugares se pueden agrupar en espacios de recreación y esparcimiento, históricos, religiosos y naturales, aunque también se hace referencia a los mejor urbanizados (Regency, la “colonia” y Paseo del Mesón). En las respuestas aparecieron significados asociados a los espacios nombrados. Por ejemplo, de la plaza se subrayó no sólo la relevancia que tiene en la vida cotidiana para la gente del pueblo como centro de reunión por excelencia, también destacan sus atributos físicos, ya que se le considera como un lugar limpio y pintado, con aéreas verdes, características que hacen más placentera la estancia.

Las respuestas nos conducen a señalar que la belleza de los lugares está asociada a otros campos semánticos. Los espacios son bellos por ser históricos, recreativos, limpios, de recogimiento (paz), además se valora lo bello a partir del entorno natu-ral: por el verdor, la vegetación, los paisajes y la tranquilidad que se puede experi-mentar en esos lugares.

Para complementar la pregunta anterior, se les pidió que definieran el pueblo de Jurica en una palabra, la categoría que tuvo más menciones fue la de “bonito”

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(ocho de cada diez). Asimismo, les pedí que lo calificaran en una escala del uno (la más baja) al cinco (la más alta), las respuestas fueron: 5 (32.9), 4 (31.6 por ciento), 3 (26.3 por ciento), 2 (3.9 por ciento) y 1 (5.3 por ciento).

Las razones que esgrimieron quienes dieron las calificaciones más altas (4 y 5) fueron porque: “es un buen lugar para vivir”, “es bonito”, “uno de los mejores”, “maravilloso”, “el lugar donde nací” y “me gusta como es”. Las respuestas de los que calificaron regular (3) fueron porque: “las calles están sucias”, “le faltan más cosas”, “falta mejorar”. Finalmente, los que calificaron más bajo (1 y 2) argumen-taron que “hay muchos borrachos”, “muchos drogadictos”, “está muy sucio”, “hay mucha contaminación” y “por la delincuencia”.

Desde la premisa de que el color es un lenguaje que refiere elementos de la vida cotidiana pregunté ¿cuál era el color representativo de Jurica y por qué? (los colo-res refieren también campos semánticos). Al respecto, Armando Silva (2000: 169) sostiene que el color no es sólo un problema psicológico, cultural y social, no es sólo un problema del arte sino de la vida cotidiana. En este mismo sentido, Licona (2007: 139) señala que estudiosos del diseño, la psicología y la arquitectura apuntan que el lenguaje de los colores habla, cada color es un signo que posee su propio significado. Por ejemplo, los psicólogos se refieren a las diferentes impresiones que emanan del ambiente creado por el color, impresiones que pueden ser de calma, de recogimiento, de alegría, violencia, etcétera.

Los juriquenses mencionaron 15 colores diferentes, las personas mayores y los adultos mencionaron en primer lugar el verde, el blanco (por la paz y pureza) y el azul (por el cielo claro). Estas respuestas me parecieron congruentes porque para una per-sona que viene de “fuera”, como es mi caso, el color representativo es el verde por la cantidad y diversidad de árboles y flores que encontramos en este lugar; sin embargo, la respuesta de los jóvenes fue en otro sentido, el color que significa a Jurica es el rojo (por el Señor de la Piedad, porque hay amor, son solidarios), el negro o azul oscuro (por los problemas sociales) y hasta el tercer lugar aparece el verde.

Ante la pregunta proyectiva ¿cómo les gustaría que fuera Jurica? (espacio ideal), todos respondieron: “más bonito”, “tranquilo” y “más unido”. Los jóvenes, además, señalaron que les gustaría un pueblo más civilizado, sin ignorancia, basura, vanda-lismo, grafiti, pleitos, borrachos ni drogadictos. Las respuestas hicieron referencia también a la calidad de vida, principalmente a los servicios públicos; cabe señalar que estos servicios están en la agenda política de todos los partidos y del gobierno muni-cipal y estatal, pero poco se hace. Los juriquenses quisieran más parques, vigilancia y mejoras en la infraestructura.

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Reflexiones finales

En Jurica, la venta de la hacienda dio pie a un intensivo proceso de urbanización, no sólo por el cambio del sector productivo, sino por la conversión en cuanto al uso de suelo. Para los juriquenses este proceso implicó una urbanización “forzada” porque no estuvo acompañada de la dotación de servicios básicos y de la infraes-tructura mínima requerida. Por otra parte, los espacios habitacionales que se han construido en las tierras que otrora fueran parcelas del ejido o pequeñas huertas, son, en su mayoría, para atender la demanda de la ciudad, más que de los vecinos del propio pueblo.

La demanda de tierra para uso habitacional ha sido uno de los elementos que más ha impactado el cambio de uso de suelo, sin embargo, conforme aquella au-menta, la población originaria se arraiga más a su terruño; eso quedó de manifiesto en las entrevistas, charlas informales y la encuesta, ya que en reiteradas ocasiones los juriquenses señalaron que aunque pudieran irse de ahí, no lo harían.

El pueblo les provee de referentes identitarios de primer orden como el entorno natural, su gente, tradiciones y costumbres, que lo hacen único. En este sentido, el pueblo cumple con una doble función ya que al tiempo que es un marco territo-rial, también resulta ser un marco histórico-cultural que trasciende a través de la memoria social.

Los juriquenses expresaron una valoración por el patrimonio arquitectónico que se preserva, particularmente de las edificaciones más antiguas como la capilla y la hacienda, lugares que han quedado tatuados por la huella de la historia económica, social y religiosa de sus antecesores. De las edificaciones modernas destacan la pla-za y la parroquia. Se puede decir que la fuerza iconográfica de Jurica gira en torno a estas cuatro edificaciones, y éstas poseen un sentido emotivo al ser significadas.

La calle, como un lugar público por excelencia, cumple una función sustancial de socialización. La gente, si bien reconoce el aspecto material (que se debe y urge mejorar), valora también su uso social. Este señalamiento es importante porque la calle refuerza los lazos de convivencia y las relaciones sociales, atributos importan-tes que las calles de la ciudad, en general, han perdido.

Los espacios e infraestructura en el pueblo para el esparcimiento y el tiempo libre son precarios, sin embargo, la gente echa mano de lo que tiene y utilizan los espacios públicos como la plaza y los atrios y/o jardines, pero además mencionan espacios naturales como cerros, bordos y el campo. El entorno natural es un atri-buto importante que la gente del pueblo valora sobremanera.

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El espacio vivido y el espacio imaginado como referentes de la identidad local. El caso del pueblo de Jurica

El uso de los espacios, los recorridos que hace la gente, los atajaos y senderos que se trazan en el andar del día a día se van transmitiendo a través de la memoria de los lugares, es lo que permite a los individuos orientarse, desplazarse por un territo-rio que les es familiar, porque lo conocen, porque es el lugar al que pertenecen.

La elaboración de los imaginarios, como sostiene Silva (2000: 90), es una cues-tión que obedece a reglas y formaciones discursivas y sociales profundas, de honda manifestación cultural. El imaginario afecta los modos de simbolizar de aquello que conocemos como realidad y esta actividad se cuela en todas las instancias de la vida social. De esta manera, se puede explicar que la concepción del pueblo que las personas mayores expresan no es la misma que la que los jóvenes sienten y viven, por ello, mientras unos asocian el color verde (por el entorno natural) como un elemento que caracteriza al pueblo, otros, los más jóvenes, lo asocian con el color negro (por los problemas sociales).

En la construcción del imaginario, las ensoñaciones, las fantasías y las evoca-ciones son fundamentales. A la gente le gustaría que su pueblo fuera más bonito, tranquilo y más unido. Los juriquenses se refieren a “más bonito” en términos de mejoramiento en la calidad de vida (infraestructura, servicios y educación) y edu-cación cívica (cuidar el medio ambiente, no tirar basura, más “civilizados”), “más tranquilo” en términos de la reducción de delitos y conflictos asociados al alcoho-lismo y la drogadicción, para lo cual es necesario, en su opinión, mayor comunica-ción entre padres e hijos y más vigilancia por parte de las autoridades; por último, en cuanto a “más unido” se refieren a las divisiones internas (entre los de “arriba” y los de “abajo”, los conflictos familiares por las tierras).

Hoy en día, la reserva territorial que el pueblo de Jurica tenía para sostener su propio crecimiento se está agotando, esto no sólo por la llegada de nuevos residen-tes sino también por el crecimiento natural de los propios juriquenses. El riesgo de este proceso es no mantener una densidad sana que permita una buena calidad de vida. Esto ha comenzado a reflejarse por una profundización del deterioro am-biental (contaminación del río, deforestación de cerros cercanos, producto de la urbanización, etcétera). Estos problemas comienzan a generar irritabilidad, lo que afecta severamente a los procesos de socialización que llevan, en el caso de algunos jóvenes, a “querer salir” y dejar ese lugar. Esos cambios representan un riesgo por-que es lo que hace que un lugar pierda su fuerza, porque deja de tener significación y relevancia en términos de referente identitario para el grupo que lo habita.

Actualmente las ciudades mexicanas sufren de un triple proceso negativo: di-solución, fragmentación y privatización. Los tres procesos se refuerzan y acentúan las desigualdades y la marginación, reducen la capacidad de integración cultural y la gobernabilidad del territorio (Borja, 2003: 79). En este contexto, resulta apremiante

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tomar en consideración los espacios locales en la ciudad y la construcción de los referentes identitarios que los particularizan, ya que, como plantea Silva, las identi-dades sociales permiten a los ciudadanos ponerse de acuerdo en sus modos de ser y de estar en una colectividad, y estudiarlos es buscar comprender esas estrategias grupales para construirse en común (citado en Mujica, 2005).

Notas

1 El presente artículo se deriva de un trabajo de investigación más amplio que realicé duran-te 2009 y 2010 para obtener el grado de Doctora en Antropología Social.

2 Concibe el lugar antropológico, ante todo, como algo geométrico. Se establece a partir de tres formas espaciales simples: líneas, intersección de líneas y puntos de intersección de líneas. Las líneas corresponden a los caminos itinerarios o ejes; las intersecciones se refieren a encrucijada, lugares de encuentro y reunión; los puntos de intersección aluden empíricamente a centros más o menos monumentales, sean religiosos o políticos, que definen a su vez un espacio y fronteras más allá de las cuales otros hombres se definen como otros respecto a otros centros y otros espacios. Itinerarios, encrucijadas y centros no son independientes, se superponen parcialmente (Augé, 1995: 62).

3 Además de la etnografía apliqué un formulario-encuesta compuesto por un apartado de categorías fijas y dos apartados más sobre evocaciones y usos del espacio. La aplicación del formulario fue más de orden indagatorio y cualitativo que probabilístico. También trabajé con mapas mentales, ya que estos se construyen a partir del espacio vivido, entendido como el territorio demarcado por los recorridos que realiza regularmente un individuo Los mapas mentales han resultado ser una valiosa herramienta para la exploración de la conciencia del espacio vivido. Consiste en un dibujo, en el cual una persona representa espontáneamente la imagen interior que pueda respecto a un área territorial determinada. Con el dibujo, las “respuestas” ineludibles son espontáneas e irreflexivas. El dibujo no miente pues es un producto del inconsciente (Milian y Guener, 2010: 47-48).

4 En el tercer recorte metodológico distingo tres grupos generacionales: jóvenes (de 12 a 29 años), adultos (30 a 59 años), y mayores (60 años y más).

5 Archivo del Registro Agrario Nacional (RAN), delegación Querétaro, cajas 165, 563, 564 y 565.

6 Esta división surgió en referencia a las características topográficas del lugar, cuando el pueblo comenzó a crecer, efectivamente las nuevas familias fueron poblando las zonas altas.

7 Hasta el año de 1980 Jurica era considerado como una localidad (zona rural), pero a partir de 1990 se conurbó a la localidad 0001 del municipio 014, es decir, a la ciudad de Queré-

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taro. A partir de ese censo se conformaron dos Áreas Geoestadísticas Básicas (AGEB), a partir de las cuales se da cuenta de la población del pueblo de Jurica y de los límites de las colonias existentes.

8 Existe variedad de árboles frutales en Jurica, durante las visitas encontré: guayaba, grana-da, garambullo, zarzamora y limón, entre los más comunes.

9 En la memoria colectiva de los juriquenses, la capilla, el casco de la hacienda y la huerta han estado ahí desde siempre, son los lugares históricos por excelencia El INAH tiene registrados en su catálogo de monumentos históricos (inmuebles) estas tres edificaciones. El registro se realizó en abril de 1999. La capilla y la hacienda están fechadas en el siglo XVI, y la huerta en el siglo XVII y aparecen bajo el régimen de propiedad privada.

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Los “usos y costumbres” desde la perspectiva de los

Derechos Humanos. El caso de las mujeres de

El Varal, AmealcoSulima García Falconi*1y Renán García Falconi**

Resumen: Este texto muestra cómo se afectan los Derechos Humanos de las mu-jeres, señalados en tratados internacionales y en leyes nacionales y estatales, con la aplicación del sistema normativo que rige en una comunidad indígena de Amealco, Querétaro, conocida como El Varal. También da cuenta del papel del Estado en el logro del respeto de los derechos de las mujeres indígenas. Palabras clave: Derechos Humanos, usos y costumbres.

Abstrac: This text shows how much women´s human rights, stated in international, national, and state laws, are affected by the application of a normative system that rules in the indigenous community of Amealco, Queretaro, known as El Varal. It also takes into account the role of the State in achieving the respect of indigenous women’s rights.Keywords: Human rights, uses and costumes.

* Profesora de la Universidad Autónoma de Querétaro. Doctora en Ciencias Sociales por la Univer-sidad de Guadalajara. Teléfono: (442) 192 12 65. E-mail: [email protected]. Dirección: Facul-tad de Ciencias Políticas y Sociales. Universidad Autónoma de Querétaro. Cerro de las Campanas CP. 54010. Santiago de Querétaro. Cuerpo Académico: Transformaciones socialesculturales y su dimensión espacial (FCPS-UAQ).** Profesor de la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco. Doctor en Psicología Social por la Universidad Nacional Autónoma de México. Cuerpo Académico: Salud poblacional (UJAT).

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Los “usos y costumbres” desde la perspectiva de los Derechos Humanos. El caso de las mujeres de El Varal, Amealco

Introducción

Existe hoy en el mundo una legitimación de los Derechos Humanos. En Méxi-co, por ejemplo, cada persona, por el hecho de serlo, tiene garantizado desde

que nace el respeto a su dignidad humana. De forma tal que sin importar clase, etnia, género o edad existen una serie de mecanismos legales que garantizan De-rechos Humanos individuales y colectivos y que ningún nivel de gobierno puede negar. Se entiende que estos derechos son “atributos de toda persona e inherentes a su dignidad, que el Estado está en deber de respetar, garantizar o satisfacer” (Nikken, 1998: 42-55). Es, por lo tanto, obligación del Estado garantizar que todo habitante del país viva en condiciones óptimas para no menoscabar su derecho humano a una vida digna, según los parámetros históricos establecidos. Lo anterior es particularmente cierto en el caso de la población indígena pero es una necesidad social, que se ha convertido en un reclamo en todos los sectores, cuando se trata de los derechos de las mujeres indígenas. Sin embargo, el respeto a los Derechos Humanos de las mujeres indígenas no debe ser una tarea sexenal, como a veces se pretende hacer, sino un deber social de todos los individuos, que se base en un conocimiento pleno de cuáles son estos derechos y en qué medida éstos son respe-tados o no en el seno de las comunidades indígenas en particular y de la sociedad mexicana en general.

Debido a las complejidad de las necesidades humanas se ha hecho necesario cla-sificar estos derechos, sin olvidar ninguna dimensión de la vida social que pudiera quedar fuera del salvaguardo estatal, motivo por el cual se reconocen los derechos civiles y políticos que garantizan y propugnan las libertades individuales; los dere-chos económicos, sociales y culturales (colectivos) que obligan al Estado a dotar a la ciudadanía de bienes sociales básicos como educación, protección a la salud, trabajo, entre otros, y que suponen la búsqueda de la igualdad entre los individuos, sin menoscabo de su idiosincrasia cultural para evitar la discriminación de un grupo o colectivo. Por último, existen derechos que salvaguardan la solidaridad que debe existir a nivel global para hacer frente a problemas tales como el uso de los avances de las ciencias y la tecnología, la solución de los problemas alimenticios, demográ-ficos, educativos y ecológicos, el medio ambiente, los derechos del consumidor, el desarrollo que permita una vida digna, y el libre desarrollo de la personalidad (Nikken, 1998).

Los Derechos Humanos de las mujeres se incluyen en los mencionados en el párrafo anterior, pero cuando se les puntualiza con una visión de género resultan ser los siguientes: el derecho a la no discriminación (con base en el sexo, género y/o maternidad, raza, nacionalidad o pertenencia a un grupo étnico, entre otros); el de-

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recho a un trato igualitario entre hombres y mujeres (en ámbitos específicos, tales como el laboral o el sistema judicial, o en todos los ámbitos de la vida); el derecho a vivir libre de violencia; otros derechos civiles y políticos de todas las personas, por ejemplo el derecho a la libertad de reunión, a la libertad de expresión, a la libertad religiosa, a la privacidad, entre otros; el derecho a la incapacidad laboral por ma-ternidad (y/o incapacidad por paternidad); otros derechos económicos y sociales disponibles, también, para todas las personas, entre ellos el derecho al cuidado de la salud, a la vivienda, a la educación, y el derecho a la igualdad entre hombres y mujeres1 (Cuéllar, 1999).

Derechos Humanos, etnias y género

Pese a toda la discusión teórica a nivel mundial sobre los Derechos Humanos que emana de distintas disciplinas humanistas y científicas, se ha demostrado su in-suficiencia, debido a dimensiones sociales, culturales y económicas que provocan marginación e intolerancia. Los países regidos por el marco legal internacional en esta materia se han comprometido a replicarlo a fin de dignificar la vida de cada una de las personas bajo el cobijo de sus instituciones, a través de la creación de instru-mentos de protección incluidos en leyes, tribunales, medidas compensatorias y de vigilancia, acciones positivas, entre otros. Existe todavía mucho desconocimiento respecto a cómo los distintos grupos sociales viven la discriminación y la exclusión que vulneran cotidianamente sus derechos.

Por ejemplo, los grupos étnicos cuyos miembros pueden estar sujetos a los derechos individuales, han demandado el cumplimiento de derechos ancestrales que los Estados Nación modernos les adeudan. De esta manera, sus demandas se han dirigido a construir un concepto de Derechos Humanos que dé cuenta del ser humano pero que integre la protección a sus derechos colectivos. El Estado Mexicano por muchos años negó esta síntesis y no fue sino hasta 1992, después de quinientos años, que los pueblos originarios obtuvieron el reconocimiento, ya que en la reforma al artículo 4º constitucional se acepta que la nación tiene una composición pluricultural; aunque esta reforma no terminó con la discriminación y la marginación ancestral, ni con las amenazas y despojos de sus tierras ancestrales ricas en bienes naturales. La constante violación a los Derechos Humanos de los indígenas proviene de diversos actores tales como los gobiernos federal, estatal, municipal, caciques y otros grupos de poder.

Así también, los derechos asociados a la pertenencia de género han sido cons-tantemente incumplidos, y muestran la complejidad de la aplicación de los Dere-chos Humanos. Tal es el caso de las indígenas que sufren una primera discrimi-

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nación dentro de la comunidad, al nacer, por razón de su género y, una segunda, dentro de la sociedad nacional, por pertenecer a un grupo étnico; y se podría añadir otra más por su condición de pobreza. Su vida transcurre bajo el peso de una triple discriminación. En ellas se observan fenómenos de exclusión que no viven los va-rones de la etnia, y que no les permiten gozar de todas las garantías individuales y colectivas del marco legal vigente.

Hay entonces una relación entre género y etnia que dificulta los avances en relación a los Derechos Humanos de los pueblos indios, ya que como etnia es im-portante el respeto y el reconocimiento social sobre sus derechos sobre la tierra y el territorio que han ocupado ancestralmente, la lengua vernácula, la autonomía de sus órganos de gobierno y los sistemas jurídicos tradicionales, mal llamados “usos y costumbres”. Como grupo exigen no ser objeto de discriminación, y promueven la equidad, la igualdad y la plenitud de derechos. Sin embargo, estos derechos no se pueden anteponer a los derechos de las mujeres indígenas, se tienen que dar a la par, ya que el Estado democrático tiene la obligación de salvaguardar los pactos contraídos tanto con los mexicanos como con las mexicanas de todas las clases y etnias. Identificar demandas y reclamos por grupos –étnicos, de clase, etarios–responde a la realidad actual signada por la diversidad y la pluralidad.

El reto mayor que tienen que enfrentar los pueblos originarios, en la búsqueda del pleno disfrute de la equidad y la igualdad tanto colectiva como individual pasa por aceptar la discriminación que sufren las mujeres dentro de la comunidad misma a partir de sus características biológicas y comenzar a construir relaciones igualita-rias entre los géneros. Remontar las prácticas, los valores y los prejuicios que impul-san a discriminar a las mujeres indígenas supone una labor colectiva a partir de un movimiento de pinza, como señala Bonfil: “por una parte, con el rechazo de esta situación –movilización, denuncia, visibilización y conciencia– y la reformulación de los valores culturales por parte de los grupos sujetos de discriminación; y por otra parte, mediante la actuación y el apoyo efectivo de los sistemas institucionales para remover las barreras del prejuicio, el racismo, la intolerancia y la dominación –difusión de derechos, campañas mediáticas, modificaciones legales y reglamenta-rias, acción positiva...” (2003: 7-18).

De acuerdo con Bonfil (2003), la discriminación se aprende y para terminar con ella se requiere un proceso de reflexión-conciencia-transformación. Así, el primer paso para erradicarla supone la conciencia por parte no sólo de las mujeres, sino también de todos los hombres de la sociedad, de los abusos a los que son sometidas cotidianamente y, un segundo paso, alzar la voz y reclamar un trato justo. Estas acciones de visibilizar y transformar se realizan en un proceso desde el interior de la persona hacia el exterior y en sentido contrario, pero también es importante que se dé en todos los individuos.

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Derechos Humanos e instituciones

Sin embargo, no sólo se requiere que las mujeres indígenas y la sociedad en ge-neral luchen contra la discriminación de género y ancestral, sino que en el forta-lecimiento de sus derechos participe el Estado de manera amplia y propositiva, ya que como garante de los derechos de las y los mexicanos, ha signado acuer-dos internacionales donde se compromete, entre otras cosas, a que las indígenas alcancen la plena ciudadanía. Para ello, el Estado cuenta con instituciones que promueven el respeto y la defensa de los Derechos Humanos. Ellas controlan el comportamiento humano estableciendo pautas colectivas definidas previamente que lo canalizan en una dirección determinada (Berger y Luckman, 1976). Tam-bién, condicionan la toma de decisiones al mismo tiempo que proporcionan la organización y distribución de incentivos de la sociedad, entre las que se encuen-tra el desempeño económico (North, 1994; Kabeer, 2006).

Las instituciones reducen la incertidumbre y le dan estabilidad a lo cotidiano porque aportan los comportamientos que se deben seguir y organizan la coope-ración entre los individuos (Berger y Luckman, 1976); en cada una se reproduce una estructura jerárquica que da forma a la sociedad, comprendidas las de género, generación, etnia y clase. Específicamente, los elementos alrededor de los cuales se organizan las relaciones jerárquicas son:

a) Desigualdades de posesión o acceso a los medios de producción (tierra, capital, finanzas, equipo); b) Atributos conseguidos o adscritos (educación, habi-lidades, contactos); c) Varios atributos adscritos socialmente (género, edad, casta, etc.) (Kabeer, 2006: 43-44).

Las formas en que interactúan o el grado de influencia que tienen las institu-ciones entre sí, pueden minimizar o maximizar las desigualdades. En este sentido, es un hecho que el Estado tiene un papel fundamental para combatir las desigual-dades en todos los terrenos. Por ejemplo, si en las comunidades por costumbre y por unas relaciones de género excesivamente jerárquicas las niñas no tienen la oportunidad de asistir a la escuela, el Estado puede intervenir proporcionando los medios adecuados para que así sea.

Cuando el Estado o sus instituciones fallan en su cometido, a la sociedad or-ganizada (sociedad civil) le toca demandar políticas con enfoque de género y la eliminación de aquellas que reproducen la desigualdad entre los géneros. En efec-to, la desigualdad genérica aparece tanto en las leyes formales y en todas las reglas

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escritas plasmadas en constituciones, reglamentos y estatutos; así como en las normas no escritas e implícitas, que se dan por sabidas, de forma convencional, y que estructuran de alguna manera las acciones sociales cotidianas, como el siste-ma normativo indígena (los llamados “usos y costumbres” o “el costumbre”).

Este sistema de “usos y costumbres” es el marco legal que agudiza la perma-nencia de la subordinación de las mujeres por su condición biológica. A través del tiempo se ha reproducido la desigualdad y la diferencia, a partir de la existencia de la división social del trabajo y de la valoración sobre la condición y posición de las mujeres y hombres dentro de la sociedad, todo lo cual deriva en un sistema estructural de opresión en el que las mujeres son víctimas y reproductoras. En efecto, estas condiciones de vida, al ser asumidas como parte del sistema de “usos y costumbres” del grupo étnico, son aceptadas por la misma población femenina. Por generaciones, las mujeres transmiten estos sistemas de valores a través de su papel de suegras, madres, hermanas, tías o abuelas.

Acuerdos para proteger los Derechos Humanos de las mujeres indígenas

El gobierno mexicano se ha visto obligado a firmar acuerdos y tratados con la comunidad internacional en los cuales se compromete a emitir políticas que protejan los derechos de las mujeres y de los pueblos indígenas, entre otros gru-pos sociales (véanse los Cuadros 1 y 2). La Organización de las Naciones Unidas (ONU) promueve que los países firmen acuerdos donde se comprometan a im-pulsar la igualdad de los pueblos indígenas, no sólo de oportunidades sino de condición de las mujeres con respecto a los hombres de la nación y de su etnia.

Uno de los avances para lograr la igualdad entre los géneros y evitar la triple discriminación de las mujeres indígenas, ha sido el acuerdo por parte de las Na-ciones Unidas de que las convenciones, comisiones y tratados internacionales que emanan de ella introduzcan la perspectiva de la equidad de género (PEG), la cual “permite enfocar, analizar y comprender las características que definen a mujeres y hombres de manera específica, así como sus semejanzas y sus diferen-cias. Desde esta perspectiva se analizan las posibilidades vitales de unas y otros, el sentido de sus vidas, sus expectativas y oportunidades, las complejas y diver-sas relaciones sociales que se dan entre ambos géneros; así como los conflictos institucionales y cotidianos que deben encarar, y las múltiples maneras en que lo hacen” (Cazés, 2005: 42-43).

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Cuadro 1Tratados y acuerdos internacionales firmados por México

Tipo de Acuerdo Nombre

Acuerdos internacionales que protegen a las mujeres indígenas

Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación Contra la Mujer (CEDAW)2

Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia Contra la Mujer (Convención de Belém do Pará)3

Plataforma de Acción y Declaraciones de Viena y de Pekín

Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre

Acuerdos que protegen a las niñas indígenas

Convención Americana sobre Derechos Humanos

Convención sobre los Derechos del Niño

Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales

Protocolo facultativo de la Convención sobre los De-rechos del Niño relativo a la Participación de Niños en Conflictos Armados

Declaración sobre la Protección de la Mujer y el Niño en Estados de Emergencia o de Conflictos Armados

Acuerdos internacionales que protegen los derechos de los pueblos indígenas y también los derechos de las mujeres

Informe sobre el Tercer Período de Sesiones del Foro Permanente para las Cuestiones IndígenasLa situación de los Derechos Humanos y las Libertades Fundamentales de los Indígenas: misión a ColombiaDeclaración sobre los Derechos de las Personas Perte-necientes a Minorías Nacionales o Étnicas, Religiosas y Lingüísticas

Convención 169 de la OIT sobre Pueblos Indígenas y Tribales

Instancias internacionales que han incorporado la perspectiva de la equidad de genero

El Comité para la Eliminación de la Discriminación Racial

Foro Permanente para las Cuestiones Indígenas

El Programa Interamericano sobre la Promoción de los Derechos Humanos de la Mujer de la Asamblea General de la OEAComisión Interamericana de Mujeres

Fuente: Elaboración propia.

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Cuadro 2Acuerdos que protegen los derechos de los pueblos indígenas y

también los derechos de las mujeresAlcance Nombre

Instancia nacional Constitución de los Estados Unidos MexicanosLey General para la Igualdad entre Mujeres y HombresLey Federal para Prevenir y Eliminar la DiscriminaciónLey para la Protección de los Derechos de Niñas, Niños y AdolescentesPrograma para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas

Instancia estatal Constitución del Estado de QuerétaroCódigo Civil del Estado de QuerétaroLey de Educación del Estado de QuerétaroLey de Salud para el Estado de Querétaro Ley para Prevenir y Erradicar toda Forma de Discriminación en el Estado de QuerétaroLey Estatal de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de ViolenciaLey para la Protección de los Derechos de las Niñas, Niños y Adolescentes del Estado de QuerétaroLey de Derechos y Cultura de los Pueblos y Comunidades Indígenas del Estado de Querétaro.Ley de los Derechos de las Personas Adultas Mayores en el Estado de QuerétaroLey del Sistema de Asistencia Social del Estado de Querétaro.Ley de los Trabajadores al Servicio del Estado y MunicipiosDecreto que crea al Instituto Queretano de la MujerLey que Crea el Sistema para el Desarrollo Integral de la Fami-lia del Estado de QuerétaroLey de la Comisión Estatal de Derechos Humanos

Fuente: Elaboración propia4.

También el gobierno mexicano ha promovido el respeto a los Derechos Hu-manos de las mujeres y niñas indígenas tanto a nivel estatal como nacional (véase el Cuadro 2). En 1992 se incorpora en la Carta Magna que la nación mexicana tiene una composición pluricultural y que la ley protege las lenguas y las culturas y el

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acceso de las personas a la justicia del Estado. En 2001 hay una segunda reforma que profundiza este reconocimiento, por lo cual se otorga a los pueblos indígenas derechos lingüísticos y culturales y de autonomía y de libre determinación, hacien-do un reconocimiento especial a los derechos de las mujeres.

En el Programa para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (Comisión Nacio-nal para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas, 2010) se reconoce también que los derechos de las mujeres deben ser especialmente protegidos, como señala en su diagnóstico:

...Las mujeres indígenas representan el sector de la población femenina que acumu-la mayores rezagos sociales del país. Históricamente ellas han sido discriminadas y afectadas por la pobreza y por referentes culturales que, en ocasiones, fomentan la desigualdad. Esta inequidad se traduce en:

1.- Menores oportunidades para acceder a la educación, la salud y los niveles míni-mos de bienestar. La tasa de analfabetismo de las mujeres indígenas de 15 años y más es de 34.5%, en tanto que esta tasa en los hombres es de 19.6%.

2.- Violencia de género contra ellas.

3.- Condiciones de alta marginación social y económica que, si bien en su mayoría afecta a los pueblos indígenas, para el caso de las mujeres se agudizan de manera notable (PDPI, 2009-2012: 76).

Asimismo, el PDPI contribuye con el Plan Nacional de Desarrollo (2006-2012) que en su objetivo 16 señala que se debe

Eliminar cualquier discriminación por motivos de género y garantizar la igualdad de oportunidades para que las mujeres y los hombres alcancen su pleno desarrollo y ejerzan sus derechos por igual, [pues tiene como prioridad el fomento de las] activi-dades de difusión y divulgación en materia de igualdad entre mujeres y hombres; [y] la capacitación de las mujeres indígenas para la participación política y derechos a la propiedad de la tierra (PDPI, 2006: 87).

Sin embargo, no en todos los estados en México existen leyes que garantizan los derechos de las mujeres. La búsqueda de la igualdad de oportunidades entre mujeres y hombres no ha trascendido al ámbito jurídico de manera pronta y expedita como es el caso de la federación. Además en nuestro país deben armonizarse, en materia de género, las disposiciones federales y estatales, según corresponda, con los trata-dos internacionales de Derechos Humanos de los que México forma parte, con el

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fin de evitar conflictos y dotar de eficacia a estos últimos (Inmujeres, S/F a).

En el caso del estado de Querétaro no se ha discutido en el pleno de la Legis-latura del Estado el diseño y aprobación de la Ley Estatal para la Igualdad entre Mujeres y Hombres, con la que los poderes del Estado harían explícita la necesidad de institucionalizar la perspectiva de la igualdad de género en el ámbito público y de crear un marco jurídico que protegiera los Derechos Humanos de las mujeres que viven en Querétaro. Así también esta ley exigiría a todas las oficinas guberna-mentales el diseño de proyectos, programas y presupuestos sensibles al género. En el país, hasta el 14 de abril de 2009, sólo 12 entidades habían aprobado leyes de este tipo (Inmujeres, S/F b).

En términos generales, debido a la falta y a la tardía armonización legislativa, la mayoría de las mujeres queretanas, sobre todo las que sufren situaciones que las orillan a la vulnerabilidad social, se encuentran en desventaja en relación a los hom-bres, de la sociedad en general y de los de su grupo en particular. En consecuencia, las mujeres indígenas no sólo sufren discriminación por parte de la comunidad de afuera, la que comparten con los hombres otomíes de cierta manera, sino que también viven exclusión dentro de la etnia por razón de su género. En particular se encuentran violaciones a sus derechos civiles y políticos ya que se ha señalado la violencia y agresión a las que son sujetas e incluso su nula participación en car-gos públicos. También hay limitantes en su participación en el ámbito económico, participación que sí tiene el hombre, y con la cual obtiene mayor poder y reconoci-miento social que las mujeres.

El retraso en la armonización legislativa contribuye a que las mujeres desde muy pequeñas participen en las actividades del hogar y reproductivas, lo que se convier-te en uno de los principales obstáculos para su ingreso y permanencia en el sistema educativo formal (García Falconi, 2009). Dado lo anteriormente señalado, se desa-rrolló el presente trabajo para ahondar en el análisis de los Derechos Humanos de las mujeres indígenas del estado de Querétaro.

Derechos Humanos de las mujeres indígenas de El Varal

El Varal forma parte de la microrregión de Chitejé de la Cruz, que también se integra por los poblados de Chitejé de la Cruz, San Juan Dehedó Ejido y San José Ithó; del municipio queretano de Amealco. Cuenta con 599 habitantes según el II Conteo de Población y Vivienda 2005 (Inegi, 2006), de los que 306 son hombres y 293, mujeres. De la población de 15 años y más analfabeta, 30 son hombres, y 39 mujeres. El número de años promedio de escolaridad es de 5.13 entre la población

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masculina, y 4.54 entre la femenina. El total de hogares es de 110, de los que 91 tienen jefatura masculina y 19, femenina.

Se fue directamente a la comunidad, tras realizar la comparación de los derechos internacionales, nacionales y locales en una matriz teórica, para indagar, de manera precisa y a profundidad, los “usos y costumbres” de las y los habitantes de esta comunidad. Para lograr dicho propósito se recurrió a técnicas de corte cualitativo, específicamente se trabajó con grupos de discusión, entrevistas semiestructuradas e historias de vida5.

Se parte del hecho de que los “usos y costumbres” son sistemas normativos e informales que operan en las comunidades indígenas y que se han preservado a través de los gobiernos tradicionales.6 Jiménez (1999) comenta que los españoles impusieron su organización política a través del establecimiento de la República de Indios y con ella una nueva organización comunitaria que les servía para evangeli-zar, recaudar tributos, garantizar y organizar el trabajo colectivo. Así nace el sistema de cargos cívico-religiosos como un instrumento de control político, económico y religioso dentro de las comunidades. Sin embargo, hoy día se observa en la comuni-dad de El Varal una organización política y un sentimiento de pertenencia débil en cuanto a sus orígenes indígenas, lo cual entra en la categoría de poblaciones étnicas acuñada por Figueroa (1994), que son las se encuentran en un proceso de pérdida de referentes culturales, aun cuando mantengan cierta identidad étnica que les sirve políticamente para plantear algunas demandas; de tal suerte que este tipo de iden-tidad va siendo reemplazada por una identidad comunal o residencial. Es por ello que la labor del Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas en El Varal ha sido promover el uso de la lengua otomí, que ya no hablan las nuevas generaciones.

Sin embargo, El Varal conserva ciertos rasgos de los “usos y costumbres”, los cuales todavía les otorgan a las mujeres papeles específicos dentro de la organiza-ción comunitaria, los que les son asignados por el hecho de pertenecer a un género y que parten de las funciones biológicas de reproducción. De ahí que las mujeres de El Varal vivan una situación de sujeción a los hombres de su familia y a los deberes que la comunidad les impone. Para observar la situación de las mujeres de El Varal, se separan las prácticas de género de las creencias o percepciones.

La primer área analizada para observar la situación de las mujeres indígenas de El Varal fue el tema vinculado con los roles de género, es decir, el tipo de activi-dades y expectativas en torno a éstas que realizan de manera cotidiana hombres y mujeres. De manera general, a través de sus relatos las mujeres aludieron a que es un aspecto cotidiano y normativo que el hombre o los hombres “conserven el rol de proveedor y mantengan a la familia”, de manera que en muchos casos no sólo es

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Los “usos y costumbres” desde la perspectiva de los Derechos Humanos. El caso de las mujeres de El Varal, Amealco

mal visto para algunas parejas que las mujeres trabajen, sino que incluso de manera directa, amable o no, se les pide que dejen de trabajar.

Otra práctica de género presente en la comunidad es que “los hombres prohí-ban a las mujeres trabajar”. En efecto, dado que el hombre es el proveedor de la familia, está prohibido para las mujeres desempeñar ese papel. De esta manera, “la mujer es la encargada del cuidado de la familia”. En este aspecto se observó que en casi todos los casos se le adjudica a la mujer el papel de cuidadora y se le otorga el deber de procurar la armonía familiar, lo cual le impide acceder a otras formas de desarrollo, y se le encasilla a la maternidad tradicional. Además, desde niñas se adjudica a las mujeres el deber de responsabilizarse de los hermanos, lo cual se convierte en un mecanismo de control y violencia psicológica, física y emocional, pues se hace responsable y se culpabiliza a las niñas si algo les pasa a los hermanos y hermanas.

Como correlato a la práctica de género de que las mujeres trabajan en casa y los hombres fuera, se encuentra la posición ideológica (creencia, estereotipo, re-presentación social, percepción) de que “es de mujeres hacer el trabajo doméstico, no de hombres”. En la comunidad, como consecuencia de la división de trabajo, a las mujeres se les asigna el trabajo doméstico, actividad que no es valorada pues, como se pudo observar en casi todas las entrevistas, no es visibilizado ni reconoci-do. Además, las labores domésticas se perciben como innatas de las mujeres, de tal manera que la colaboración en las labores domésticas de los varones de la familia se consideran sólo como “ayuda”, ratificando la idea de que es tarea exclusiva de las mujeres. Hay algunos casos en donde dicen compartir las tareas domésticas, sin embargo, son las mujeres quienes realizan la mayor parte, además de que hay tareas exclusivas de las mujeres, como cocinar, por ejemplo.

En esta comunidad, “el hombre tiene el control absoluto del dinero”. Ellos son quienes controlan la vida de las mujeres a partir del manejo de recurso económico, limitándoles su participación en la toma de decisiones; en las entrevistas las muje-res comentan que deben seguir cierto comportamiento para que sus maridos les otorguen dinero.

Como práctica de género se tienen en la comunidad “las dobles jornadas de trabajo en las mujeres”. Este es un indicador importante, ya que las mujeres además de realizar las labores domésticas tienen que ir a trabajar al campo, y en otros casos a las ciudades, porque el recurso económico que aporta el marido no es suficiente. Además estas dobles jornadas no están reconocidas como trabajo, si lo realizan las mujeres.

Una siguiente área explorada a través de las historias de vida, es lo que compete

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al conjunto de creencias o posiciones ideológicas que recogen mandatos sobre el papel de hombres y mujeres, y justifica la violación de diversos derechos de éstas. Una creencia es que “la mujer debe atender al hombre”. Existe la idea de que el rol de las mujeres dentro del hogar es el de benefactoras y responsables del cuidado de los cónyuges, hijos y demás familiares que vivan bajo su techo, tales como la ali-mentación y la higiene. Esta creencia se convierte en práctica de género pues estas mujeres se hacen cargo del cuidado de todos los miembros de la familia.

Otra creencia es que “el hombre puede ingerir alcohol” y en la práctica lo hace. El alcohol es visiblemente un problema de la comunidad que adquieren principal-mente los hombres e, incluso para las mujeres, aunque parece ser “natural” al rol de género de los hombres.

En las entrevistas se reflejó la importancia que le dan las mujeres a la idea de que “la mujer debe llegar virgen al matrimonio”. Las mujeres hablan sobre la im-portancia que tiene para una joven llegar virgen al matrimonio, a pesar de que en la comunidad esta práctica se ha ido perdiendo y hay otras visiones además de las tradicionales. Todavía hay un importante número de mujeres que piensa que la virginidad les da más valor a las mujeres. (Se debe mencionar que las mujeres de la comunidad asocian la pérdida de la virginidad con el embarazo, el cual se observa como “fracaso” cuando se presenta antes del matrimonio).

Entre las señoras se sostiene que “los hombres son infieles por naturaleza y las que tienen la culpa son las mujeres que no se dan a respetar”. Los hombres siguen con la idea de construir masculinidad a partir de demostrar su virilidad; sin embargo, según esta idea, son las mujeres las que los incitan. Una mujer menciona al respecto: “pues ora sí que el hombre llega hasta donde la mujer quiera, yo como mujer no permito que otro hombre que no sea mi marido me esté tocando o me haga otra cosa, yo no debo permitir que me falten al respeto”.

Se cree en la comunidad que “el hombre tiene el control familiar únicamente si ejerce violencia contra las mujeres”. La violencia en todas sus formas (emocional, física, verbal, económica, patrimonial) es signo de control; aquella desafortunada-mente se manifiesta en todos los relatos de las mujeres entrevistadas. Sin embargo, parece que solamente algunas mujeres aceptan y actúan contra esa violencia, las de-más la incluyen como una parte normal de su cotidianidad, algo que les tocó vivir. Las mujeres deben seguir ciertos lineamientos y normas de conducta que establece el cónyuge, de lo contrario podrán ser reprimidas ya que éste ejerce control (poder) sobre ellas.

Esta idea justifica los malos tratos hacia las mujeres: “el amor todo perdona y la violencia es algo natural en el matrimonio”. Por el discurso de las mujeres entrevis-

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tadas, se puede notar que la religión desempeña un papel importante dentro de la relación de pareja. Se justifica todo acto violento del hombre sobre la mujer bajo la concepción de preceptos religiosos, incluido el amor.

Las mujeres creen que “el abuso del alcohol por parte de los hombres genera violencia pero a su vez es una forma que los hombres tienen de sentirse mejor”. En el mismo tenor de la violencia como una forma cotidiana de vincularse entre hombres y mujeres, a través de las entrevistas, las mujeres hicieron manifiesto el vínculo existente entre el alcoholismo de sus parejas con la violencia recibida. El alcoholismo se asume no sólo como un derecho de los hombres, sino incluso como una necesidad y, finalmente, como una justificación de la violencia ejercida en múl-tiples formas hacia las mujeres.

Una siguiente área de interés fue la del manejo del poder en las relaciones que establecen los hombres y las mujeres, particularmente en lo que compete al fun-cionamiento familiar y la forma de vincularse en el contexto de las relaciones de pareja. En la práctica existe el reconocimiento de que “el hombre disciplina a la mujer ejerciendo el control y la violencia”. En el caso de las mujeres de la comuni-dad, la disciplina es un juego de poder donde el dominio es masculino. Como dice la señora Modesta: “el que manda es el esposo, él es el que debe ordenar qué es lo que quiere, lo que debo hacer”.

En cuanto al manejo de “la herencia, ésta se otorga exclusivamente a los hijos varones”. Otra forma de ejercer control sobre las mujeres son las propiedades. En casi todas las entrevistas se observa que los padres heredan regularmente a los hombres, ratificando su papel como proveedores de la familia.

Otra práctica es que “las mujeres deben pedir permiso a los hombres para rea-lizar actividades”. Los cónyuges desempeñan el papel de padres y representantes de sus esposas, como si ellas fueran incapaces de tomar decisiones por cuenta propia. Son los hombres quienes deciden qué actividades deben o no realizar sus esposas e hijas.

En la comunidad, “al ausentarse el hombre la mujer queda desprotegida”. La ausencia de la pareja por muerte o divorcio provoca que las mujeres se encarguen de la manutención económica de la familia, pues ningún pariente les proporciona ayuda. Sin embargo, se valora que las mujeres no reinicien una nueva relación de pareja y que el hijo mayor asuma los deberes del padre ausente.

En cuanto a la salud sexual y reproductiva, el discurso imperante se coloca en seguir responsabilizando a las mujeres de todo lo que compete no sólo al cuidado de los hijos, sino incluso en torno a su salud, pero a su vez se asume que algunas decisiones no las pueden tomar ellas, o si lo hacen es a escondidas de la pareja. Así

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Sulima García Falconi y Renán García Falconi

también, entre las mujeres de la comunidad hace falta educación sexual. En este sentido muy pocas mujeres tienen acceso a la misma, por lo tanto viven su sexuali-dad temerosas y dejándose guiar por preceptos religiosos.

Estas prácticas y percepciones (o creencias) de género, se pueden sintetizar a partir de los derechos que vulneran:

Derechos civiles y políticosEstos derechos son los referentes a la libertad, integridad física y moral, a la segu-ridad y participación en la vida pública y se relacionan con las siguientes prácticas de género. En El Varal no existe del todo la igualdad porque: a) el hombre tiene el control absoluto del dinero; b) las mujeres son las encargadas del trabajo doméstico, mientras los hombres se desenvuelven en el ámbito público; c) es común la doble jornada de las mujeres; d) existe un trato diferencial a hombres y a mujeres, y e) los hombres son vistos como superiores a las mujeres. En cuanto a la política a) las mu-jeres no participan en los cargos de elección, nunca han sido delegadas o subdelega-das; b) el hombre es la autoridad de la familia; las mujeres deben pedir permiso a los hombres para realizar actividades; c) la violencia es algo natural en el matrimonio, la cual es soportada por la mujer; d) disciplinar a la mujer ejerciendo control y violencia es normal, y e) al ausentarse el hombre, la mujer queda desprotegida.

Derechos a la salud sexual y reproductiva Se refieren al acceso de las mujeres y hombres a los medios para el cuidado de su salud sexual –por ejemplo, análisis de CaCu (cáncer cérvico uterino), de mama, de próstata– y a los medios de anticoncepción. En El Varal se observa que: a) la salud reproductiva y anticonceptiva es responsabilidad de la mujer; b) falta de educación sexual y reproductiva, y se cree que c) los hombres son infieles por naturaleza.

Derechos económicosEste tipo de derechos se relacionan con cuestiones laborales y territoriales, y en el caso de los “usos y costumbres”, se presentan las siguientes situaciones que deben ser revocadas por el Estado con medidas legales y educativas: a) que el hombre ya no tenga el control absoluto del dinero; b) que los hombres ya no impidan que las mujeres trabajen; c) que los hombres ya no monopolicen el rol de proveedor y manutención de la familia, y d) ¿Reconocer? las dobles jornadas de trabajo en las mujeres, quienes trabajan en casa y aparte pueden estar trabajando fuera de casa.

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Los “usos y costumbres” desde la perspectiva de los Derechos Humanos. El caso de las mujeres de El Varal, Amealco

Derechos socialesSe refieren al acceso a la vivienda, a la salud, a la educación y a la alimentación sa-ludable: a) el abuso del alcohol por parte de los hombres es visto como una forma que los hombres tienen de sentirse mejor; b) la mujer es la encargada del cuidado de la familia; c) existe la creencia que los hombres “son así”; d) el padre no se in-volucra en la crianza de los hijos; e) otras creencias: es de mujeres hacer el trabajo doméstico, no de hombres; f) la mujer debe atender al hombre, y g) la idea de que la mujer debe llegar virgen al matrimonio.

Derecho de las mujeres a una vida libre de violenciaSe refiere a la disposición de todos los medios para prevenir y sancionar la violencia contra las mujeres. Sin embargo, en El Varal se observa que la mayoría de las per-sonas creen que la violencia es algo natural en el matrimonio.

Conclusiones

En relación a los Derechos Humanos de las mujeres, existe una tensión entre los tratados internacionales, las leyes y las normas nacionales y estatales, que procla-man la no discriminación por causas de género, con los preceptos de los “usos y costumbres” indígenas que establecen prácticas y creencias de género en contra de las necesidades, intereses y derechos de las mujeres.

Porque realmente, los Derechos Humanos de las mujeres no sólo se ven socava-dos al interior de sus comunidades, sino que son continuamente vulnerados por los organismos gubernamentales que, permeados de racismo y clasismo, ofrecen ser-vicios de baja calidad y faltos de calidez humana. Los gobiernos ni ninguna de sus instituciones toman en cuenta las necesidades más sentidas de las mujeres rurales pobres como son el acceso a servicios de salud dignos, a servicios educativos que subsanen sus deficiencias cognitivas y que les permitan emplearse en el mercado de trabajo existente, a recursos suficientes para emprendimientos productivos que les den mayores ventajas frente a los hombres y acceso a información en materia sexual, sanitaria, educativa y laboral.Todo lo cual coadyuvaría para que las indígenas tuvieran independencia económica y la capacidad de elegir libremente, con autono-mía, como enfrentarse a ocupaciones, parejas, hijos, responsabilidad y riesgos.

Asimismo, se debe comprender que el debate Derechos Humanos de los pue-blos originarios versus los Derechos Humanos de las mujeres indígenas es un falso problema, debido a que ningún derecho está por encima de otro, y en tanto que las indígenas no alcancen un mínimo de dignidad al interior de su etnia, los hombres

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no lograrán, a su vez, su propia dignidad, porque ambos grupos (hombres y muje-res) forman parte del mismo torrente histórico.

Notas

1 Para Luigi Ferrajoli la igualdad es un principio complejo, que se plantea para tutelar las diferencias y oponerse a las desigualdades. Donde, las primeras, consisten en la diversidad de las identidades personales (sexo, nacionalidad, religión, entre otras) y, las segundas, provienen de las condiciones económicas y materiales. En este sentido, el jurista plantea que la igualdad es una norma (sentido prescriptivo) que protege y valoriza las diferencias o elimina o reduce las desigualdades, siendo ambas hechos (sentido descriptivo) (2010: 1).

2 Que incluye medidas de discriminación o acción positiva para colocar a las mujeres en igualdad de condiciones y dotarlas de igualdad de oportunidades frente a los hombres en general y a los de su etnia en particular, en el caso de las indígenas.

3 También incluye medidas de acción positiva.

4 Ambos cuadros se elaboraron a partir de la información obtenida del informe inédito “Análisis y evaluación del ejercicio de los derechos locales, nacionales e internacionales de mujeres en refe-rencia con los usos y costumbres en cuatro comunidades indígenas de la República Mexicana” (Clave Conacyt: 94673), del que la autora de este texto contribuyó con el estudio correspondiente al estado de Querétaro, y del que la Dra. J. Elemí Hernández, de la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco, es coordinadora general.

5 Para lograr acceder a la comunidad se hizo un contacto con el Instituto Queretano de las Mujeres, cuyo personal nos presentó a una mujer que trata de revitalizar las tradiciones otomíes en su co-munidad, y quien nos presentó a un grupo de 20 mujeres, al que se le presentó el propósito de la investigación y dio su visto bueno para realizar el trabajo de campo.

6 Según Jiménez (1999) fueron tres las organizaciones sociales que introdujo la Corona Española para mantener el control y la cohesión de las primeras congregaciones de indios: el sistema de cargos político-religioso, el sistema de parentesco y el compadrazgo. Su implantación tenía la intención de que la antigua solidaridad indígena, fundamentada en una red de linajes, se deshiciera, buscando integrar comunidades en zonas muy localizables; hecho que le otorgaría a los españoles facilidad para tener el control sobre el tributo y la mano de obra. El éxito de estas instituciones, de poco menos de quinientos años, se debe a su imbricación con la producción indígena. Así, religión, polí-tica, economía y parentesco estaban profundamente unidos por una red de relaciones afectivas que provocaron la consistencia de estas comunidades.

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LINEAMIENTOS EDITORIALES

La revista Frontera Interior se propone como un espacio para la publicación de los avances de investigación y artículos de divulgación que muestren el estado del arte y el quehacer científico de los académicos de las diferentes instituciones del país especializados en las Ciencias Sociales y en las Humanidades. Es editada por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Autónoma de Queréta-ro.

Es una revista temática y de aparición semestral, los artículos de investigación se someten a arbitraje de pares; los textos de divulgación son validados por el comité editorial y, por último, se incluye una sección de reseñas.

Los trabajos enviados a Frontera Interior deberán ser inéditos y sus autores se comprometen a no someterlos simultáneamente a la consideración de otras publi-caciones.

Se enuncian a continuación las normas para la presentación de artículos.

La página inicial de cada artículo contendrá: título del trabajo, de preferencia breve, sin sacrificar la claridad; un resumen en español y en inglés, con una exten-sión máxima de 150 palabras cada uno; seis palabras clave en español y en inglés; el nombre del autor(a) y su afiliación institucional; teléfono, correo electrónico y dirección para recibir correspondencia.

Los artículos no deben revelar ninguna evidencia de las identidades ni de las instituciones de adscripción de los autores, salvo en la primera página mencionada en el punto precedente.

Estar escritos en español, en letra Times New Roman de 12 puntos, y captu-rados en procesador de textos para PC, Word para Windows. Como respaldo, la misma versión del artículo también deberá enviarse en formato PDF. Se deben enviar los dos archivos (Word y PDF) por correo electrónico a la dirección: [email protected].

Los artículos tendrán una extensión máxima de veinticinco cuartillas, nume-radas en el extremo superior derecho, escrito a doble espacio y en papel carta 21.5 x 28 cm. 8.5” x 11”), con márgenes libres de 2.5 cm. Sólo las citas textuales irán a espacio sencillo. Cabe aclarar que el número de cuartillas deberá incluir los

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cuadros y figuras.

Categorías de títulos y subtítulos del texto deben diferenciarse claramente para facilitar su composición editorial.

Aparte del texto sólo existirán elementos gráficos de dos tipos: cuadros y figu-ras. Éstos serán los estrictamente necesarios, evitar incluir abreviaturas, indicar las unidades de medición, y presentar las fuentes y notas a pie de cuadro y figura.

Respecto de los Cuadros, cada uno deberá encabezarse con la expresión “Cua-dro 1, 2…”. El título deberá reflejar el contenido y ubicación en tiempo y espacio (lugar y año o periodo de los datos que contiene). Al pie se indicará la fuente de la información o del cuadro; si es propio se indicará: “Elaboración propia” pero también se mencionarán las fuentes de información. El título y la fuente se ubica-rán fuera del recuadro principal. Los cuadros se numerarán correlativamente con cifras arábigas (1, 2…). Siempre habrá que aludir a ellos explícitamente en el texto por ejemplo: “véase el Cuadro 10”.

Con la denominación de Figuras se incluyen las gráficas estadísticas, mapas y fotografías. Cada figura debe encabezarse con la expresión Figura I, II… y, en la línea siguiente, el título, ambos en minúsculas. Se numerarán correlativamente con cifras romanas (I, II, III…). Deberá aludirse a ellas explícitamente en el texto (por ejemplo: “véase la Figura IV”). Al pie se indicará la fuente de la información; si la fotografía es propia se debe indicar. El título y la fuente se ubicarán fuera del recuadro principal.

Figuras y fotografías deberán enviarse de forma separada, en el formato original en que fueron creadas y con una resolución mayor a 300 DPI. Deben acompañarse del número de figura. En el texto se recomienda como límite visual una línea fina que delimite el área de la figura para conocer su ubicación exacta, anotando arriba el número de figura y el título y, en el pie, la fuente. Los cuadros y gráficas hechos en Word no se presentarán por separado, deberán presentase incorporados al texto.

Las notas aclaratorias deberán ser las estrictamente indispensables, deberán estar numeradas en cifras arábigas, y se colocarán antes de las referencias biblio-gráficas.

Respecto de las notas y referencias bibliográficas y hemerográficas:

Las notas se situarán al final del artículo. No se incluirán notas a pie de página con referencias bibliográficas. Para las referencias dentro del texto se usará el modelo

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APPA, esto es: primer apellido del autor (seguido de coma), año de edición (se-guido de dos puntos) y página, escrito entre paréntesis, por ejemplo: (González, 2006: 235). La referencia bibliográfica o hemerográfica completa deberá constar al final del texto como Referencias.

Las referencias bibliográficas serán las estrictamente citadas en el texto y debe-rán aparecer completas al final del artículo, ordenadas alfabéticamente y, para cada autor, en orden cronológico. Las referencias bibliográficas seguirán las siguientes normas:

Libro:

Autor (es) (apellido y nombre)

Año de publicación (entre paréntesis)

Título del libro (en letra cursiva)

Lugar de edición

Editorial

Número de edición (si es la primera se omitirá este dato, de la segunda en adelante sí se anotará)

Todo separado por comas, salvo en el espacio entre el autor y el año de edición. Ejemplo:

Lipietz, Alain (1979), El capital y su espacio, México, D.F., Siglo XXI Editores.

Capítulo de libro:

Autor (es) del capítulo (apellido y nombre)

Año de publicación (entre paréntesis)

Título del capítulo (entre comillas)

Nombre del coordinador del libro (apellido y nombre antecedido por la expre-sión “en” y seguido por la abreviatura “coord.” entre paréntesis)

Título del libro (en letra cursiva)

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Lugar de edición

Editorial

Paginación (separadas por un guión)

Número de edición (si es la primera se omitirá este dato, de la segunda en adelante sí se anotará)

Todo separado por comas, salvo en el espacio entre el autor y el año de edi-ción y entre el nombre del coordinador y la abreviatura “coord.”). Ejemplo:

Luna, Rogelio (1993), “El mestizaje y el tequila”, en Diego, Rafael (coord.), Herencia Española en la cultura material de las regiones de México, Zamora, El Colegio de Michoacán, 407-430.

Artículo de revista científica:

Autor (es) del artículo (apellido y nombre)

Año de publicación (entre paréntesis)

Título del artículo (entre comillas)

Título de la revista (en letra cursiva)

Volumen (anotar vol. y enseguida el número de volumen)

Número (anotar núm. y enseguida el número de la revista)

Paginación (separadas por un guión)

Todo separado por comas, salvo en el espacio entre el autor y el año de edi-ción. Ejemplo:

Vargas, Sergio (2000), “Agua y agricultura en la cuenca Lerma Chapala”, en Frontera Interior, vol. 2, núm. 4, 75-88.

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Artículo de revista científica disponible en Internet

Autor (es) del artículo (apellido y nombre)

Año de edición o de publicación (entre paréntesis)

Título del artículo (entre comillas)

Título de la revista (en letra cursiva)

Volumen (anotar vol. y enseguida el número de volumen)

Número (anotar núm. y enseguida el número de la revista)

Anotar la expresión “Consultado el”, y anotar enseguida la fecha de consulta (día, mes y año). A continuación anote la expresión “en”, y escriba la dirección electrónica correspondiente.

Todo separado por comas, salvo en el espacio entre el autor y el año de edi-ción y en los datos de la página electrónica. Ejemplo:

Barrios, Sonia (2002), “Ejes y polos de desarrollo en el pasado y futuro de Venezuela”, Revista Urbana, vol. 7, núm. 30, consultado el 15 de enero de 2005 en http://www.bvs.org.ve/scielo.php

Referencia de varios textos de un mismo autor:

Cuando se citen varios textos de un autor que hayan sido publicados en un mismo año, se diferenciarán acompañando el año con letras, en orden alfabético, tanto en la indicación en el cuerpo de texto como en la bibliografía.

Los artículos que no cumplan con los requisitos indicados en estas instruc-ciones, no serán considerados para el arbitraje ni para su publicación y no serán devueltos.

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Ciencia y SociedadAbril de 2012

Nueva Época – Volumen 2

Se terminó de imprimir en el mes de abril de 2012. La edición consta de 1000 ejemplares.

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