cesar calvo_las tres mitades de ino moxo y otros brujos de la amazonia

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L A S T R E S M I T A D E S

D E I N O M O X O

y otros brujos de la Amazonia

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Page 4: Cesar Calvo_Las Tres Mitades de Ino Moxo y Otros Brujos de La Amazonia

Primera edición: P roceso Ed i to r e s y Edi tor ia l

Gráfica L A B O R , Junio de 1981. Segunda edición: P roceso E d i t o r e s y Edi tor ia l

Gráfica L A B O R , Ju l io de 1981.

Tercera edición: P roceso E d i t o r e s y Edi to r ia l

Gráfica L A B O R . A g o s t o de 1981.

Cuaria edición: P roceso Ed i to r e s y Edi tor ia l

Gráfica L A B O R , Se t iembre de 1981.

Quinta edición: P roceso Ed i to re s y Edi tor ia l

Gráfica L A B O R y C e n t r o de Es tud io s

pa ra el D e s a r r o l l o y la Pa r t i c ipac ión

( C E D E P ) , O c t u b r e ' de 1981.

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AGRADECIMIENTO

AI maes t ro I n o M o x o , dos de cuyos íres

cue rpos d e s a p a r e c i e r o n e c h a n d o h u m o

A los brujos D o n Javier , D o n H i l d e b r a n d o ,

D o n Juan Tues ta y Juan G o n z á l e z .

A Manue l De B e r n a r d i . en lo alto del C u s c o ,

O m b l i g o Del M u n d o .

A E s t e b a n Pav le t i ch , quien nos enseñó el

coraje y la alegría de vivir y escribir

l ibros y l ibres.

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ÍNDICE

Prólogo a la edición italiana.

Envío. . . . „

A manera de Proemio

Ino Moxo enumera las pertenencias del aire.

I—LAS VISIONES

1.—Cómo algunos brujos crean personas.

2.—Todos los campa son asesinados

pero ninguno muere

3.—Al niño Aroldo Cárdenas

lo convierten en duende

4.—Don luán Tuesta dice que las cosas

no son como son sino como lo que son

5.—Se cumplen las profecías

de la flor del tohé

6.—Vi un Cristo feliz

que abrió las alas y se fue volando

7.—Vi también otro pueblo que no he visto jamás

8.—Las hembras que no pueden tener hijos

paren un arcoiris. '..

II—EL VIAJE

1.—No en vano esos arboles

se llaman palosangre

2.—Mil años demoró en llegar a Pucallpa

el Vaso Sagrado de los inkas del Cusco. . . . .

3.—Nuestro guía se extravía.

4,—Iván regresa trayéndonos un venado y un niño.

5.—Un árbol muerto nos prohibe seguir adelante. . .

Pág.

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6 . — D o n Hildebrando lee en el aire

un libro de Stéfano Várese 129

7.—Nos enteramos que el primer hombre fundó la

nación de los campa y que, además, no fue hombre .. 139

8.—Cómo fue que se hizo la luz sobre la tierra 149

9.—Don Javier asegura tener

solamente sesenta millones de años. 151

10.—Cierto pájaro devora pueblos enteros. 155

11.—Don Javier nos informa del negro Babalú

y de otros enterrados en el mar. . . . ._ 161

12.—La mejor fórmula de reducir cabezas 179

13.—Final de la historia

de Kaametza y Narowé que no tiene final. 187

III—INO MOXO Prólogo a la Edición Italiana

1.—Y nos fue concedido conocer a la Pantera Negra. . . . . 203

2.—Ino Moxo nació a los trece años de edad 213

3.—Vida, traición y muerte del curaca Hohuaté 221

4.—El jefe Ximu ordena, los ríos obedecen 225

5.—Ino Moxo dice que las palabras nacen, crecen

y se reproducen pero no en castellano 229

6.—La cachetada que incendió al petróleo 239

7.—El maestro Ino Moxo se despide 241

8.—José María Arguedas besa la boca de una cerbatana 245

9.—El maestro Ino Moxo desaparece echando humo 249

10.—Vía Crucis del otorongo negro. 257

11.—Juan González camina siete días

por el fondo del río Ucayali. 261

LAS CUATRO MITADES DE CESAR CALVO (Y DEL PERÚ)

IV—EL DESPERTAR

4.—Donde se verá que las máscaras

están siempre debajo de la cara. 269

3.—Y me ordenó contar desde mi otra persona. 2 7 7

2 . — A l g u n o s personajes y parajes del sueño. . . .........285

1.—Vocabulario. 319

f

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Page 8: Cesar Calvo_Las Tres Mitades de Ino Moxo y Otros Brujos de La Amazonia

En sus célebres Tesis de Filosofía de la Historia Walter Benjamín

define cabalmente la actitud correcta del "materialista histórico"

frente al pasado. Sabido es que Benjamín rechaza todo proceso

de identificación y que, al contrario, aboga por una distancia

crítica: "Porque el patrimonio cultural que él abraza con la mi¬

rada tiene inevitablemente un origen en el cual no puede pensar

sin horror. Debe su existencia no sólo a la fatiga de los grandes

genios que lo crearon sino también a la esclavitud sin nombre de

sus contemporáneos. No es nunca documento de cultura sin ser

al mismo tiempo documento de barbarie".

Esta afirmación, que Walter Benjamín refería q la civiliza¬

ción occidental y sus contrastes de clases, puede proyectarse legí¬

timamente a nivel mundial. En nuestra época, signada por el

imperialismo y su devastación económica y cultural, cabe tomar

la propuesta del filósofo alemán como una incitación a investi¬

gar lo que subyace realmente tras un proceso en apariencia des¬

lumbrante. Respecto a la selva amazónica, por ejemplo, no es

una paradoja sostener que el intérprete más auténtico de la intui¬

ción de Benjamín es el brujo Ino Moxo: "Cuando pienso en

Fitzcarrald y en sus mercenarios, dijo Ino Moxo, cuando pienso

que esos genocidas eran hombres me dan ganas de nacionalizarme

culebra".

Es la manifestación excedida pero coherente de un mundo

ignorado o, peor, agredido. Insurge en estas páginas esa parte

del Perú que sólo en los últimos años ha empezado a ser visua¬

lizada al menos por un sector de la cultura nacional. Por ello es

elocuente el homenaje que el texto aquí presentado dirige a

Stefano Várese y a su libro fundador "La Sal de los Cerros".

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Las distintas mitades del Perú que, como las de ¡no Moxo,

rebasan la matemática convencional, aparecen dentro de este re¬

lato en su forma más cumplida. Primeramente, por supuesto, el

Perú de la selva, que resistió a los Incas, a los españoles, al Perú

republicano. La Amazonia: ese mundo que aún hoy sigue opo¬

niendo su dimensión mágica contra el asalto de las transnacionales.

El autor no se permite ninguna complacencia anacrónica por

la visión idílica del "estado natural". No hay aquí la menor

evocación mítica del "buen salvaje". Lo que se nos plantea, en

cambio, lo que sí va aflorando a ¡o largo del libro es el propósito

de reivindicar la dignidad y autonomía de una cultura.

Dentro de este marco debe también interpretarse la presencia

de la droga. Encontramos en el texto una expresión sumamente

reveladora de la postura del autor y protagonista respecto al aya-

w a s k h a : "Probablemente allí, al beber los jugos del ayawaskha,

droga sagrada que los hechiceros extraen de la liana-del-muerto,

yo haya también bebido la inquietud que tiempo después me

llevaría " La droga no implica, por lo tanto, ninguna forma

de evasión ni. mucho menos, de apaciguamiento, sino que es

instrumento para conocer en forma más profunda una realidad

otra. Al mismo tiempo propicia la identificación con una cul¬

tura distinta, el apropiarnos de ella, es decir asumirla y sentirla

como propia, a través de sus formas específicas de expresión.

Curiosamente, otra vez recurrimos al ejemplo de Walter Ben¬

jamín, a su proyecto de escribir un trabajo teórico acerca de los

efectos de las drogas. De aquel diseño inconcluso nos quedan

los extraordinarios apuntes y las versiones verbales de las expe¬

riencias que Benjamín compartió con algunos amigos, entre ellos

Ernst Bloch. A pesar de la distancia inevitable entre contextos

culturales tan dispares, existe una idéntica voluntad de lucidez y

profundización. Pero lo que en el pensador alemán es sobre todo

una exploración de los límites de la conciencia y la sensibilidad,

en LAS 3 MITADES permanece vinculado a una realidad pecu¬

liar.

La droga y los sueños que ayuda a producir, son el medio

para acercarse a las otras dimensiones del Perú. Se trata, en

primer lugar, del Perú incaico, evocado aquí en sus símbolos más

14

representativos. También en este Caso la visión originaria es

sustituida prontamente por su "dolido reverso". A través de los

poemas quechuas de Isidro Kondori emerge la condición alienada

de los antiguos dueños y señores del país. Ya se han vuelto

extranjeros en su patria, expropiados de su propia cultura.

Y asoma simultáneamente la tercera mitad del Perú, el olvi¬

dado y removido mundo negro. Esa raza "que pasó sobre el

mar / entre cadenas, que pasó entre cadenas sobre el mar" (Nico­

lás Guillen), ha sido desde siempre asociada a otros países de

América Latina, en particular a las Antillas y al Brasil. Sólo

recientemente su presencia en la realidad peruana viene recla¬

mando con energía creciente sus derechos. Lo hizo, una vez

más, con la intervención de César Calvo, Director Artístico del

ballet "Perú Negro", mediante los ritmos afro-peruanos que obtu¬

vieron el primer premio del Festival Iberoamericano de la Danza

efectuado hace un tiempo en Argentina. Y más tarde, bajo forma

distinta, se ha manifestado en la violenta "visión al revés" del

mundo de los amos blancos, con el CANTO DE SIRENA de

Gregorio Martínez-

Resta, por último, el componente blanco del país, pero éste

se halla precisado ya en las palabras despectivas de Ino Moxo

que citamos unos párrafos antes. El propio González Prada,

por lo demás, hace casi un siglo, negó a los blancos de la costa

peruana la legítima representación de su país. Pero este libro

intenta proporcionarnos una visión integral, donde cada elemento

posee su especificidad.

La prosa del autor es eminentemente poética, visionaria, y

no hay que buscar en ella los rasgos de un tratado analítico a

seudo-científico, por más que a través del juego deslumbrante de

las metamorfosis y los desdoblamientos se perciba una variada y

profunda unidad. Adviértese en LAS 3 MITADES una tensión

subterránea dirigida a la integración, como factor dinámico, como

punto de llegada, no como resultado preconstituido. La creación

de un doble, manifestada en la alternancia de los dos Césares

(Calvo y Soriano), pero también en la sensación de tener dos

cuerpos, producida por la droga, simboliza en gran parte aquella

condición de desgarramiento que se pretende vencer.

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En realidad, lo que está en juego es un concepto distinto y

superior de la unidad y la integración. El autor ofrece una vi¬

sión lúcida y despiadada de cómo se han perseguido tales objeti¬

vos. La unidad a triunfar ha sido una unidad allanadora, nive¬

ladora, impuesta desde el poder, que ha ido sacrificando y borran¬

do las riquezas de la variedad, tratando de concretar una imposi¬

ble uniformación.

En esta intuición se nota la presencia profunda de José

María Arguedas, a veces latente en algunas citas indirectas (por

ejemplo esos cóndores que no pueden vivir en "los arenales de la

costa", reminiscencia de "los arenales candentes y extraños" de

Warma Kuyay) y a veces, como al final, bajo el aspecto de un

personaje evocado por el sueño. No es solamente el Arguedas

cantor e intérprete del mundo andino. Es también el escritor

que contempla con mirada lúcida y desesperada, en el espejo

infernal de Chimbóte, el reflejo de un proceso de homologación

que tiende a suprimir lo específico y lo individual en nombre de

una "civilización" y una "modernización" cada día más crueles y

siniestras.

El mundo de la selva olvidada y marginada se transforma

así en un observatorio inédito y privilegiado, imprescindible para

comprender el todo del país, todo el país. Justamente porque

se trata de un caso-límite, de una forma extremada de opresión

y negación, es posible reconstruir a partir de allí todas las mita¬

des del Perú.

En este mundo que se niega a doblar la cabeza, la dimen¬

sión mágica proclama con mayor fuerza su presencia. La cerca¬

nía de la vida animal (otro elemento que nos remite a Arguedas)

permite la circulación continua entre su esfera y la de los hom¬

bres. Las metamorfosis forman parte de un contexto aún más

general, dentro del cual la brujería cumple un papel notable. Los

brujos obligan bruscamente al leetor a enfrentarse con mecanis¬

mos diametralmente distintos de los acostumbrados. El mismo

protagonista-narrador parece forzado a una especie de rendición

de cuentas frente a esos nuevos puntos de referencia, frente a

esas insólitas unidades de medida. Esto se percibe con mejor

claridad en la relación de las visiones, donde el clásico estilo

16

anafórico (Vi. . . vi. . . vi. . . etc.) se ayunta con lo que podría¬

mos llamar un arreglo progresivo del enfoque, inspirado en la

exigencia de una restitución integral. La voluntad de permane¬

cer lo más apegado posible y fiel a la visión revela un aspecto

fundamental que generalmente suele descuidarse. El subjetivis¬

mo excesivo, en efecto, es sólo la apariencia de la actividad visio¬

naria. Lo sustantivo es la aspiración a transformar en patrimo¬

nio colectivo la vivencia personal.

Regresar a la selva es uno de los síntomas de cierta crisis de

perspectiva que atañe directamente al gusto de vivir. Pero en el

mundo de los a shan inka el autor no rastrea exclusivamente una

solución personal a esta crisis. Entre los denominados "primi¬

tivos" y "salvajes" él encuentra una visión del mundo y un siste¬

ma de valores que desmienten tales epítetos y nos fuerzan a una

revisión radical. Todo esto no es más que el eco vigente de una

antigua querella, de un deslinde que empezó a erupcionar en el

primer siglo de la conquista y la colonización, cuando Michel

de Montaigne se preguntaba quiénes eran los verdaderos salvajes.

En el capítulo XXXI del Libro Primero de sus E n s a y o s , Montaigne

concluía que "en aquel mundo no hay nada de bárbaro ni de

salvaje, por lo que se me ha dicho de él, sino que cada cual llama

barbarie a lo que no cabe dentro de sus costumbres".

La conciencia ecológica, por ejemplo, es un fenómeno rela¬

tivamente reciente en el mundo "civilizado", por lo menos a nivel

de masas. Y se ha ido desarrollando solamente frente a una

situación catastrófica, empapándose por ello de una ideología

verdaderamente catastrofista, muchas veces disfrutada por el sen-

sacionalismo de los mass-media. Entre los indios del Perú ama¬

zónico, que desconocen la ecología como ideología o moda,

existe una relación normal y espontánea de respeto a la natura¬

leza, vinculada con exigencias muy precisas de sobrevivencia.

En nuestro mundo "occidental", asimismo, en los últimos

tiempos viene imponiéndose la moda de la "medicina natural",

aceleradamente transtocada en nueva fuente de negocios y de ex¬

plotación. La sabiduría de los indios, en cambio, conserva una re¬

lación orgánica y armoniosa con las plantas, buscando la salud y

la felicidad del hombre, sin rebajarse, rechazando cualesquiera

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forma de comercialización. E, inclusive, advierte la imperiosidad

de poner sus conocimientos, su "magia verde", como la llama el

autor, al alcance de los blancos, esos humanos cada día más y

más envenenados por una medicina que se ha vuelto enemiga de

la humanidad.

Cedemos nuevamente la palabra al viejo Montaigne, en aquel

capítulo significativamente titulado Sobre los C a n í b a l e s : "Ellos

son salvajes de la misma manera en que nosotros consideramos

salvajes los frutos que la naturaleza produjo por sí misma en su

desarrollo natural: mientras que, en realidad, deberíamos señalar

como salvajes a los que con nuestro artificio hemos adulterado y

desviado del orden general. En aquellos son vivas y vigentes las

virtudes y propiedades auténticas y más útiles y naturales, que

nosotros en cambio hemos hecho bastardear en éstos, solamente

para adaptarlos al gozo de nuestro gusto corrompido".

Pero estas intuiciones, en el libro que aquí presentamos, no

se expresan con los términos de un tratado ni mucho menos de

un panfleto. En todas las páginas de LAS 3 MITADES encon¬

tramos el inequívoco lenguaje del poeta que es, ante todo, César

Calvo. Los recursos característicos de la fábula asoman a veces,

como en la figura de la viejita que alerta al protagonista acerca

del peligro representado por las anguilas electrizadas. Sobre todo

domina una continua mezcla y alternancia de los distintos' planos

narrativos, que contribuye a crear toda una atmósfera suspendida

entre la realidad y el sueño.

En efecto, la lógica del mundo corriente es substituida por

una lógica visionaria que confiere inesperada unidad a los térmi¬

nos y motivos aparentemente más lejanos. La evocación de la

auténtica, reciente y malograda guerrilla del MIR dirigida por

Luis De La Puente Uceda se relaciona con el tema central del

libro. Los guerrilleros, dramáticamente, no consiguen el apoyo

de la población autóctona: no saben hablar su lenguaje, no saben

penetrar su sistema simbólico. Las palabras de quienes inmolan

generosamente sus vidas en nombre de la revolución siguen sien¬

do caracetrizadas por una visión del mundo que resulta extraña

a los indios. Ellos se expresan en el lenguaje profético del mile-

narismo que los lleva, hasta hoy, a esperar el regreso mítico de

18

Juan Santos Atao Wallpa. Tiempo lineal y tiempo cíclico se

contraponen sin posibilidad de comunicación, estableciendo entre

unos y otros una barrera infranqueable, a menos de cuestionar

los acostumbrados esquemas realistas. Hace más de medio siglo

José Carlos Mariátegui intuyó este hecho fundamental cuando

se puso a investigar sin prejuicios "El factor religioso" apelando a

La R a m a D o r a d a de James George Frazer para intentar com¬

prender las raíces de la religiosidad andina.

Otra Característica importante de este mundo, como ya se

ha dicho, es la ruptura sistemática de las nociones tradicionales

del tiempo. Como en los antiguos relatos, vueltos a descubrir

por la narrativa latinoamericana contemporánea, la anticipación y

el presentimiento juegan aquí un papel primordial. El mundo de

la selva, en realidad, no es propiamente ni un antes ni un después

con respecto al mundo "civilizado". Es, básicamente, un mundo

ot ro .

Y precisamente por esta situación ajena, extraña, la selva no

sólo se convierte, como dijimos antes, en un observatorio privi¬

legiado, sino también en una perspectiva que, repitiendo a los

formalistas rusos, podríamos llamar de extrañamiento, puesto que

nos permite mirar y juzgar el mundo nuestro en forma totalmen¬

te novedosa.

Como todo viaje, éste también concluye en un regreso, que

por supuesto no es ni puede ser neutral. Las visiones vividas y

asimiladas durante este recorrido, al mismo tiempo simbólico y

real, acompañarán desde ahora el itinerario del protagonista, obli¬

gándolo a una incesante confrontación entre dos dimensiones dis¬

tintas y a veces opuestas. Su tarea será entonces la de comuni¬

car, socializar lo visto y aprendido. Es la situación, sagrada y

dolorosa, de todos los que tienen la misión de relatar una historia.

Esta narración es el último episodio de una larga vicisitud

que arranca desde los primerísimos años de la conquista y la colo¬

nización. Estamos pensando en Gonzalo Guerrero, el español

capturado por los indios maya después de un naufragio, y en

su compañero de fortuna, ese otro supérstite llamado Jerónimo de

Aguilar. Ocho años más tarde, ni bien fue informado de sus dos

paisanos, el "conquistador" Hernán Cortés envió mensajeros para

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rescatarlos. Se supo entonces que los dos cautivos no eran dos

sino uno. Mientras Jerónimo de Aguilar se reintegra a la tropa

de Cortés, y cumplirá descollante trabajo como intérprete, Gon¬

zalo Guerrero se niega a volver a la "civilización". Otras fuentes

nos enteran de su muerte en batalla. ¿Gonzalo Guerrero com­

batiendo en las filas de los indios maya! ¡Gonzalo Guerrero su­

cumbiendo por ellos! ¡Gonzalo Guerrero oponiéndose a la con¬

quista española de Yucatán!

Es el primer ejemplo de "aculturación al revés" que hallamos

en las tierras de América. Pero esta situación se repite y repite,

de maneras distintas, aun hasta nuestros días, a lo largo de toda

la historia de las relaciones entre "civilizados" y "salvajes". A

través de la narración de estos encuentros entramos cada vez más

en contacto con una realidad que provoca una crisis dentro de

nuestros instrumentos diarios de juicio. La lectura de LAS 3

MITADES DE INO MOXO, además, nos permite acercarnos a

lo real con una nueva disponibilidad para comprenderlo en toda

su complejidad.

Vivimos un período de crisis en el cual se habla cada día

más de "calidad de la vida", porque advertimos justamente una

insatisfacción profunda y oscura. La selva amazónica y sus habi¬

tantes nos ofrecen una fuente insospechada de reflexión proble¬

mática. Las mitades de Ino Moxo (de César Calvo, del Perú),

precisamente porque su suma no llega a la redondez de la cifra

entera, siguen representando un impulso hacia una inquietud per¬

manente y fecunda.

ANTONIO MELIS

20

ENVÍO

Hace no t an tos años , c u a n d o los na t ivos de la selva amazón ica

es taban s iendo ex t e rminados por los c a u c h e r o s , el jefe de la

nación a m a w a k a , brujo que a l canzó fama de t o d o p o d e r o s o bajo

el n o m b r e de Ximu, supo que su pueb lo sobrevivi r ía ú n i c a m e n t e

si enfrentaba con a rmas de fuego, no sólo con lanzas y flechas, a

los m e r c e n a r i o s b l ancos . C o m o t ambién en aquel t i empo era

p roh ib ido v e n d e r fusiles a los abor ígenes , el jefe a m a w a k a Ximu

hizo rap tar al hijo de un c a u c h e r o y lo des ignó sucesor suyo re­

bau t i z ándo lo Ino Moxo, en id ioma a m a w a k a : Pantera Negra. F u e

así que tan t e m i d o s an t ropófagos l legaron a ser j e f a tu rados por

un h o m b r e b l a n c o y cons igu ie ron subsistir. Ino Moxo, disfra¬

zándose con su anter ior i den t idad , sus t i tuyendo la ves t imen ta in¬

dígena con p a n t a l ó n y camisa de a lgún foráneo m u e r t o , se infiltró

en las c i u d a d e s , ob tuvo a rmas de fuego y enseñó su manejo a los

varones a m a w a k a .

Al conf ia rme esta his tor ia , mi p r imo César C a l v o , nac ido

en esos lares , me volvió par te de ella, no sólo i nauguró mi curio¬

sidad y ac r ecen tó la suya sino que fuimos presa de una misma

obsesión: logra r lo que nadie hab ía a l canzado en más de dos dé¬

cadas : en t rev is ta r a Ino Moxo, l egendar io jefe de los a m a w a k a .

Con César viajé de L i m a a P u c a l l p a , de P u c a l l p a a A t a l a y a , de

A t a l a y a al c a p r i c h o del c l ima y de los r íos , a l omo de p i r agua ,

hasta ese t e r r i to r io a g a z a p a d o tras el río M i s h a w a . En el t r ayec to

conoc imos a o t ros brujos, D o n Javier , D o n Juan Tues ta , D o n

H i l d e b r a n d o , J u a n Gonzá l ez , y r e c o p i l a m o s otras h i s to r ias , hechos

y personajes que fueron d e s b o r d a n d o las in tenc iones de nues t ro

repor ta je .

A u n así, si alguien supone ver en estas pág inas algo más que

unas pág inas , r ep i t i endo a Ino Moxo debo decir que "el mi lagro

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está en ios ojos que mi r an , no en lo m i r a d o " . P o r q u e en ve rdad

este l ibro no es un l ibro . Ni una novela ni una crónica . A p e n a s

un r e t r a to : la memor ia del viaje que yo cumpl í s o n á m b u l o , iman¬

t ado por i ndomab les p resag ios y por el ayawaskha, droga sag rada

de los hech ice ros a m a z ó n i c o s . Debido a e l lo , acaso , esta re lac ión

se inicia con mis p r i m e r a s visiones de ayawaskha, aquel las imá­

genes que nos despe ja ron la ruta del viaje, los senderos que Ino

Moxo hab ía d ispuesto r eve la rnos .

— N o es jus to que las gentes p a d e z c a n daños c o m o la d iabe ­

tes , var ios t ipos de cáncer , males que aquí s a b e m o s ahuyen t a r —

me diría Ino Moxo c u a n d o nos d e s p e d i m o s . T o d o lo que te he

dicho de mí , de tantas cosa s , me diría, te lo he d icho p e n s a n d o en

esas gentes . A c a s o a lguien que está por ahí sin r e m e d i o , v íc t ima

de una enfermedad que los médicos d i p l o m a d o s creen i n c u r a b l e ,

a lcance a leer lo que tú escr ibas y venga d o n d e noso t ros y recu¬

pere acaso los con ten tos de su existencia. P a r a eso te he conta¬

do lo que te he c o n t a d o . . .

Y pa ra eso he j u n t a d o aquí L A S 3 M I T A D E S . Lo que en

ellas hay de va l ede ro , si es que en ellas hay a lgo, me fue d i c t ado

por Ino Moxo, más m e d i a n t e visiones que m e d i a n t e p a l a b r a s , a

lo largo de una sesión de ayawaskha mezc l ada con tohé, ese otro

a luc inógeno quizá tan desconce r t an t e y p o d e r o s o .

— P e r o no te lo he d i c t ado a ti sino a tu otra pe r sona , a una

de las gentes en quienes te desdob las te d u r a n t e las v is iones , du¬

rante la mareación. . .

A ñ a d i r é so lamente que t o d o , a b s o l u t a m e n t e todo lo que este

texto informa, cons ta en diecisiete cintas de g r abac ión , cons ta en

las fotografías y el vocabu l a r i o incluidos al cabo de lo e sc r i to ,

consta en cier to l ibro c o m e t i d o por e l c a u c h e r o Zaca r í a s V a l d e z

e impreso en 1944 bajo el t í tulo de "El V e r d a d e r o F i t z c a r r a l d

.Ante la H i s to r i a " , uno de cuyos e jemplares e n c o n t r é en la Biblio¬

teca del Concejo M u n i c i p a l de M a y n a s , y cons ta e senc ia lmen te

en la pac ienc ia de los M a g o s Verdes que acced ie ron a d e v e l a r n o s

algo de sus misterios y de sus minis te r ios .

CESAR SORIANO C.

¡quitos, Enero de ¡979

a manera de proemio:

Ino Moxo enumera las pertenencias del aire

— E s una his tor ia larga, ya te dije. Si te con ta ra t o d o , nada

me creer ías . N u n c a se puede creer t o d o . ¿Sabes? N u n c a n u n c a

se puede e scucha r t o d o . . .

— Y o estoy d i spues to a o í r lo , m a e s t r o Ino M o x o , me oigo

decir casi c o m o un s o b o r n o , para eso he v e n i d o . . .

— ¿ P o d r í a s ? N o , creo que no podr í a s . Y su cabeza yen¬

do a un c o s t a d o , t r ayéndo la de regreso sus ojos:

— S ó l o para da r te un e jemplo , mira la selva. Si te pones

a e scuchar todo lo que suena en la selva, ¿qué e s c u c h a s . . . ?

Y como si a c a b a r a de cap tu ra r se él m i s m o , c o m o si al mis¬

mo t iempo él fuera la ce rba tana y el d a r d o y la presa y el caza¬

dor y los leños e n c e n d i d o s de la cocina e s p e r a n d o , Ino M o x o

a lgarab ió su voz:

— N o s o l a m e n t e el grito de los m o n o s e scuchas , no sola¬

m e n t e el z u m b i d o del z a n c u d e o , de la arambasa que es la abeja

más brava y más oscura , del chinchilejo que s e g u r a m e n t e llama¬

rás l ibélula, del chushpi que te infecta al picar, de la carachu-

paúsa que sangra sin aviso, no so lamente oyes a la ronsapa

s i seando en el a i re , a la mantablanca que bebe tu cabe l lo , a la

quilluavispa de vue los amar i l los , al papási que nace de gusanos

pe ro que no es g u s a n o , a la wairanga que nunca toca el suelo.

No solamente oyes el pájaro f lautero , el firirín que no sabe volar

y t iene alas , ni el ushún ni el tabaquerillo ni el shánsho ni el piurí

ni el tímelo g r i sáceo ni el tibe b l a n c o b l a n c o , ni el taráwi que

c o m e caracoles y es d e m a s i a d o neg ro , ni la sharára que sabe

vivir bien bajo del agua y mejor enc ima del v ien to , ni el zuizúi

celest i to ni el yungurúru g rande cuyos huevos son color del

zuizúi, ni esa garza gigante y ro j ib lanca que se l lama tuyuyú.

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No so lamente escuchas al urkutútu s a b i h o n d o . Ni a la quicha-

garza, floja de e x c r e m e n t o . Ni al ucuashéro ni al tiwakuru que

sólo come hormigas y can ta en lo alto de las wimbras, ni al páw-

kar que sabe imi tar t odos los cantos de las aves con su plumaje

negro y amar i l lo , ni a la ánchala lo m i s m o que p a l o m a color vino

t in to , ni al paujil, acaso habrás c o m i d o , más sabroso que carne

de m o n o makisapa, más que carne de lagar t i to b l a n c o , más rico

que ciruelo gigante de ta$eribá, ni al tatatáo que es ave de rapi¬

ña, a lgunos le l l a m a n v i rakocha . No so lamente oyes al pa to

mariquiña, al locrero, a la pinsha, al móntete que en cier tos

lugares n o m b r a n trompetero, al tuhuáyu, al pipite, a la panguana

que pone s iempre c inco huevos y después se m u e r e , a esos loros

azules que l l aman marakána, ni a la wapapa ca rn ice ra , tú le

has visto seguro en el río M a p u y a , no so lamen te oyes a su p r imo

el wankáwi av i sando cada que se a p r o x i m a algún h u m a n o , ni al

chiwakúllin ni al korokóro ni al ayaymáman que l lora c o m o

niño a b a n d o n a d o , ni al camúnguy, ni esa garza del t a m a ñ o de

un h o m b r e que t iene p lumas grises y se l l ama mansháku, t an tos

y t an tos pá ja ros . . . No solamente oyes nubes gordas de insectos

s o n a n d o desde la t a r d e , aden t ro , en las m a ñ a s del m o n t e . No

sólo suena la v íbora desconf iando , el túnchi av i sando una muer¬

te , el t igre , el otorongo ca l ladi to p r o c u r á n d o s e carne t ib ia , ni el

ronsoco baboso en los yucales ni los e n o r m e s peces cabezones

en las redes t r a m p e r a s .

No sólo suenan peces : el akarawasú, la gamitana, el tambo¬

rero, el paiche de t res me t ros y lengua de hueso que pare criatu¬

ras y no huevos , el pejetorre se h incha de aire y flota c o m o boya ,

la dorada no t iene una sola espina, el chállualagarto, el kunchi,

la añashúa, la angui la te mata de una sola desca rga , la manitóa,

el shitári, la doncella unc ida de franjas neg ra s , el chullakaqla

huér fano de e s c a m a s , el tiriri, el fasácuy al fondo de los l agos ,

el shirúi, el maparáte, la shiripira, el bujúrqui, la makána pa rece

sable de tres filos, el shúyu sabe anda r sobre la t i e r ra , pez de

c a m i n o , y el cañero te ent ra por el ano y te come las t r i pa s , el

dementochállua vue la , poco vuela, más a s o m b r a el saltón, ese

peje gigante sale del agua met ros ar r iba y pesa más de cien kilos

y mide hasta dos me t ro s . Por no h a b l a r de la paña, tú cono-

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ees , más le n o m b r a n piraña, que te come sin asco en un ra t i to .

Y la kawára, e n o r m e , y la palometa que sabe a casi du lce , y el

bujeo, t a m b i é n n o m b r a d o delfín de los r íos , el bujeo cuya hem¬

bra es más del ic iosa en amor que las mujeres , más rica, así dicen

los pe scado re s que han p r o b a d o , y tiene igual vag ina y pechos

duros y pare a sus hijitos c o m o h u m a n a . C o r t á n d o l e a una

bujéa los lab ios de su abajo, de su sexo, y curándolos a lgunos 1

shir impiáre fabr ican pulseras infalibles en asun tos de aman tes

d e s d e ñ a d o s , eso es sabido. Y suena t ambién la gran carachama

de boca c o m o p iedra , que vive una semana y más fuera del agua

y que viene de lejos, desde antes del d i luvio , antes de ese tigre

que d ispersó hace siglos a nues t ros p r imeros pad res a shan inka .

Tan tos y t an tos p e c e s . . .

No s o l a m e n t e escuchas cu l eb ra s , v íboras : la afaninga ino¬

cente , inofensiva entre los pas tos defend iéndose apenas al azotar

su cola, y el aguajemachácuy que respira en el agua y t iene piel

idem que fruto de pa lmera , y la naka-naka p equeñ i t a y morta l

a c e c h a n d o en los r íos, y la mantona con sus diez me t ros por

gusto pues no hace daño a nad i e , diez me t ros de colores bien

subidos , p u r o a d o r n o s i n g e n u o s , y la chushúpe venenosa que

mide cinco m e t r o s y pers igue a su presa m o r d i é n d o l a var ias

veces, y la yanaboa que a lcanza quince met ros y es gruesa c o m o

un h o m b r e que p r imero h ipno t i za y más ta rde ya devora . Y la

sachamáma, boa con orejas, a diferencia de la yakumama que

vive so lamen te en el agua. A n a c o n d a de t ierra es la s achamá-

ma, se mime t i za sin p r o p o n é r s e l o : la hierba le crece sólita sobre

el cuerpo . El jergón, al revés , t amb ién se mimet iza pero a pro¬

pós i to : conforme crece va a d q u i r i e n d o su piel un color m a r r ó n

m o t e a d o , de ho ja rasca br i l l an te , y sólo puedes dis t inguir lo por su

aura , por ese r e s p l a n d o r que el j e r g ó n deja en el sitio por donde

va a pasar, c o m o aviso, c o m o ánima. T a n t a s y tantas exis¬

tencias oyes , t an ta ca l lada sabidur ía escuchas c u a n d o escuchas

la selva. Y eso que ya no puedes oir el can to de los peces que

a legraban las aguas del P a n g o a , del T a m b o , del U c a y a l i , anima¬

les musica les que pres in t ie ron la l legada del gran o t o r o n g o negro

y huye ron días antes y se sa lvaron . Has de saber que ese o to -

rongo produjo con sus za rpas gigantescas un to r ren te de p iedras

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y lodo que acabó con la vida de los ríos. Sólo los peces que

c a n t a b a n y que en sus canciones decían y e scuchaban el futuro,

pud ie ron sobrevivir al fango de esas ga r ras . A u n q u e hoy no

sepan can ta r más , o si es que es, qu ie ro decir si saben can ta r

t odav ía , lo harán de seguro sin de l a t a r se , con sonidos que nues¬

t ros oídos no a c o s t u m b r a n , ca l lados c a n t a r á n , en otra jerar¬

qu ía . . . Has de saber que t o d o s , ha s t a los h u m a n o s , c u a n d o

son niñi tos , oyen el futuro igualito que los peces del d i luv io , así

c o m o tan tos animales de ahora , t an t a s v idas que saben lo que

va a suceder y no p u e d e n h a b l a r n o s , adver t i rnos . Los n iños ,

por lo genera l , t ienen nueve sent idos y no c inco , o t ros l legan

a d o m i n a r once , yo he visto. C o n f o r m e crecen y sus cue rpos se

van e n v e n e n a n d o con las comidas y los padece re s , y conforme

sus án imas van s iendo c a s a - d e p e n s a m i e n t o s y de sueños man¬

c h a d o s , los cuerpos y las ánimas del h o m b r e p ie rden esos senti¬

dos , esas fuerzas. Y por eso los brujos , los grandes shirimpiáre,

para ejercer a p leni tud los poderes del a i re , para de sa r ro l l a r al

m á x i m o su po tenc ia de mirar , usan espír i tus de n iño , án imas

c o m o familias nuevec i tas o c u p a n d o las m o r a d a s de su c u e r p o ,

los caser íos r u i n o s o s . . .

No solamente e scuchas an imales : la awiwa, ese gusano que

se puede comer como el zúri, o t ro g u s a n o sabroso de co lo res , y

ese sapo gritón que pesa más de un ki lo y se l lama wálo, y el

bocholócho que canta y al cantar sólo saber decir su p r o p i o nom¬

bre , b o c h o l ó c h o o o o , l l amándose s iempre a sí m i s m o , lejos, y la

manakarácuy p e l e a d o r a , invencible en t re las aves , y el cupisu,

p e q u e ñ a tor tuga de aguas que se c o m e en sus huevos y en su

c a r n e , y la feroz wangána, cerdo salvaje que anda en poblacio¬

nes de cientos de colmi l los voraces , y el tokón, ese m o n o de

cola gigantesca y pe luda , y el allpacomején, ho rmiga c o n d e n a d a

a vivir sobre t ier ra , y la bayuca, g u s a n o venenoso cub ie r to de

cabel los azules, amar i l l o s , rojos, ve rdes , y aquel la h o r m i g a gran¬

de y sin veneno que se a l imenta de h o n g o s y le dicen curuince, y

el añuje, casi conejo de t a m a ñ o , y el isango que no p o d e m o s ver y

nos pica me t i éndose en la carne lo m i s m o que cas t igo, y el aya-

ñáwi, el o jo -de - los -muer tos que ot ros l l aman luc iérnaga o cocu¬

y o , y el achúni b u s c a d o po rque t iene su falo hecho de hueso y

con po lvo de su pene c o n d i m e n t a n brebajes para los impoten-

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les, y ese otro jabal í de cerdas gruesas > coliar c o m o nieve que

le nombran sajino, y el ronsoco, tal vez el r oedo r más g r a n d e

de esta na tu r a l eza , un metro de largo y cien ki los de peso , y la

apashira que es un c a m a l e ó n , la apash i ra con cuyo n o m b r e nom¬

bran los pueb l e r i nos a! sexo de la mujer.

No so l amen te suenan tan tos y t an tos an imales que has vis¬

to , que no has v is to , que nadie verá j a m á s , b ichos que apren¬

den a pensar y conversa r lo mi smo que p e r s o n a s . . . Suenan

también las p l a n t a s , los vegetales : la kaiáwa de savia venenosa ,

la chambira que nos presta sus hojas pa ra fabricar sogas , el pan¬

de-árbol que n o m i n a n pandisho, el makambo e l evado de hojas

g randes y frutos c o m o cabezas de gente , la ñejilla espinosa que

crece en los baj ia les , el rugoso pashako, el machimango de olo¬

res impos ib les , la chimicúa cuyas r amas se desgajan a un soplo ,

el wakapú más d u r o de co razón que el p r o p i o palosangre, la iti-

ninga, el wi tino,.la itahúba, el wikungu de espinas negras y ese

árbol recto que se l lama espinlana; que c u a n d o cae es b u e n o

para sentarse y cha r l a r , y la wakapurána más mejor para leña,

y la chonta, cogo l lo de p a l m e r a s : de wasái, de cinámi, de pijuá-

yu, de hunguráwi. Y el hunguráwi de cuyo fruto m a n a un

aceite que hace crecer cabel los . Y la wayúsa t r e p a d o r a en sus

hojas cont iene un p o d e r o s o tón ico que bor ra las f laquezas . Y el

sapote de fruta co lor v e r d e s o m b r a . Y el tawarí du r í s imo . Y

la shiringa, la shi r inga, ese c a u c h o que sin querer nos trajo las

d e s g r a c i a s . . . Y la quinilla, y el timaréo, y la shapája de acei¬

tosos frutos, y la wiririma, y el shebón g igantesco que nos b r i nda

sus hojas para t echa r v iv iendas , y ese marfil vegetal que noso t ros

l a m a m o s tagua, y el sitúlli, aquel p l á t ano ra r í s imo de g randes

flores rojas , y el wingu, a rbus to cuyo fruto se vuelve rec ip iente

de beb idas y se l l ama tutumo, y el pitajáy, la pona negra y dura ,

y el aguaje g igan te , y la andiroba, y el caimito de frutos c o m o

pechos de vi rgen, y la waqrapona, p a lmera b a r r i g u d a , y la anona

sabrosa , y el cashú que por fuera es a lmendra y por den t ro más

dulce y más j u g o s a , y la apasharáma de savia pa ra curt i r cue ros ,

y el barbasco de raíz de v e n e n o , y el camucámu c í t r ico , semi-

acuá t ico . y la capirona i nsuperab le para leña y ca rbón , y la ari-

pasa de fruto c h a t o , pa rdo y r edond i to que no debe c o m e r s e , y

la cumala, y la punga, y la cwnacéba, y la cashirimuwéna, y el

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ashúri que p ro tege los dientes de la car ie , y la catirima por cuyos

frutos d isputan y se ma tan a lgunos peces , y la cocona he rmosa ,

y ese tubércu lo que se come c rudo y se l lama ashipa, y el puka-

quiru de co razón rojo, dur í s imo, y el punqúyu c o p o s o , apre tado

de hojas , a cuya sombra nada vive pues expele veneno por sus

r a m a s , y el m u c h o más frondoso parinári de fruto largo y rojo

que se l lama súpay-ocóte, cu lode ld i ab lo . Y la lupuna en las

ori l las con sus alas inmóvi les , b l a n c a s o c o l o r a d a s , a flor de

t ie r ra , el más g rande de los árboles de toda esta A m a z o n i a . Y

ese o t ro que l lueve como tejado de inv ie rno . Y ese otro que se

infla y revienta peor que cientos de balas en la n o c h e , en lo

aden t ro del b o s q u e , y el renaco c r ec iendo más que bosque sin

hojas y sin f lores, y el garabatokasha que sana var ios t ipos de

cáncer y disuelve lo torpe de las a r t i cu lac iones que envejecen, y

el tamshi te aleja del frío, y la coca se usa con ayawashka para

ad iv inac ión , y la kamalonga t a m b i é n se usa para d iagnos t icar , y

la renakilla d is t rae a los l i s iados , y la wankawisacha cura para

s iempre a los a l cohó l i cos , y el chamáiro ayuda a chacchar coca,

y el tomillo-negro f lotando bajo el agua, a media a l tura de los

ríos flacos que t r a i c ionan mejor que el j ugo de tohé, cuando la

luna es verde y la época buena pa ra ta lar el cedro sin rajar su

cor teza. Y la paka, la paka t a m b i é n suena c o m o túnel al' borde

de los ríos que han d e s a p a r e c i d o , y la zarzaparrilla sana de la

sífilis, y la papaya verde elimina la sarna y la paras i tos i s y sus

hojas cubren las carnes más duras y las vuelven an imal i tos tier­

nos . Y la wenáira de sombra venenosa como el j u g o de la flor

del tohé . Y el tohé que te hace ver los m u n d o s de ahora y de

m a ñ a n a que forman este m u n d o . Y la parapara, más l l amada

hiporuru, esa hoja nunca pierde su forma c o m o si es tuviera

hecha de j e b e , porf iada: tú la cor tas de su t a l lo , la a r rugas , la

doblas y ella regresa a como era en la rama, s iempre vuelve a

su forma, a su t a m a ñ o , al t a m a ñ o y la forma de sus dos naci¬

m i e n t o s , y no es por eso sino por los poderes que le vienen de¡

lejos que la hoja de hiporuru sabe devolver a los h o m b r e s la ju¬

ventud sexual. Y la quina-quina que ap rend ió hace siglos a

lavar las her idas c o r r o m p i d a s . Y la l i a n a - d e l - m u e r t o , ayawash­

ka, sagrada , La M a d r e De La Voz En El Oído . Con el aya­

washka, con el oni xuma, si lo mereces , puedes pasar del sueño

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hacia la r ea l idad , y sin salir del s u e ñ o . . . Tan ta s y tantas plan¬

tas , todas y t o d a s suenan. La abuta, pon a tenc ión , la abuta,

árbol m e d i a n o cuya raíz rojiza se hierve y t o m a n d o ese l íquido

en pocos días el azúcar de la sangre se bo r ra , no existen los dia¬

béticos. Y la mariquita, mitad e n a m o r a d a y mitad flor, que

sólo sabe abr i rse en la pur ís ima sombra . Y la tzangapilla, ana¬

ranjada y g r a n d e , hija única, flor más cal iente que frente de

af iebrado. T o d a s y todas suenan , lo mismo que las p i e d r a s . . .

Y más que nada suenan los pasos de los an imales que uno

ha sido antes de h u m a n o , los pasos de las p iedras y los vegetales

y las cosas que cada h u m a n o ha sido. Y t amb ién lo que

uno ha e s c u c h a d o antes , todo eso suena en la noche de la selva.

D e n t r o de uno mismo suena, en los r ecue rdos lo que uno

ha e s c u c h a d o a lo largo de la vida, bai les y pífanos y p romesas

y ment i ras y miedos y confesiones y a lar idos de guer ra y gemi¬

dos de amor . V o c e s de agon izan tes que uno ha sido o que uno

ha e scuchado so l amen te . H i s to r i a s c ier tas , h is tor ias de m a ñ a n a .

P o r q u e t o d o lo que uno va a e scuchar , t odo eso suena , anticir-

p a d o , en m e d i o de la noche de la selva, en la selva que suena en

medio de la n o c h e . La m e m o r i a es más , es m u c h o m á s , ¿lo sa¬

bes? La m e m o r i a verídica conse rva t amb ién lo que está por

venir. Y has ta lo que nunca l legará , eso t a m b i é n conserva .

Imag ína t e . N a d a más imag ína te . ¿Quién va a p o d e r oír lo t o d o ,

dime tú? ¿Quién va a poder oí r lo t o d o , de una vez, y c reer lo? . . .

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cómo algunos brujos personas crean

—El primer hombre no fue hombre, me dice Don Javier enma-

No t o d o s los maestros, por el hecho de ser lo , son capaces

de crear c h u l l a c h a k i s , expl ica D o n Juan Tues ta recl isentán-

dose cont ra esta e sp in tana sin pulir , árbol t u m b a d o sobre dos

tocones que lo asc ienden a banca , y concede sus ojos a la P laza

R u m a n i a que se exp laya al frente, aquí en el caser ío de la isla

Mu y u y .

Ins tan tes más allá, d o n d e nace una calle de ancho polvo

para le lo al c o r r e n t e a r del A m a z o n a s , Avenida Calvo de Araújo

dice una t ab la m u d a en lo alto de un pa lo . T o d a v í a la dosis

de a y a w a s h k a que me b r indó el brujo anoche no ha r e t o r n a d o

al aire, pers is te en mi sangre pese a que ya es añi l , de p u r o

b lanca , el a lba . En las chozas cont iguas se ins ta lan ajetreos,

frituras, cue rpos l a v á n d o s e , r u m o r de desayunos . A nues t ra es¬

palda el A m a z o n a s pasa so rdec i endo y l u m i n a n d o al cielo. Es¬

cucho un av ión , e n c u m b r o el r o s t ro , lo veo descende r y redu¬

cirse, t o r n a r s e w a k a m a y u , posa r se con plumaje cente l leante en

la copa de aque l la a p a s h a r a m a . No sé por qué r e c u e r d o lo que

nunca he s ab ido , acaso el brujo D o n Juan Tues t a está infor¬

m á n d o m e de lejos, a trás del a y a w a s h k a , hace veint ic inco años ,

rañándose en risadas hondas. El primer hombre fue mujer.

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c u a n d o tomé la d roga por p r imera vez, anoche : e l w a k a m a y u es

dios de otro t i e m p o , a rden dos e s m e r a l d a s en lugar de sus ojos

y no hay nadie de t rás de aquel las l u m b r e s verdes y v a n e s c e n t e s ,

el án ima del w a k a m a y u es ado rno sin razón ni pas ión , sitio

vac ío , y los grandes espír i tus son g r a n d e s po rque en vez de ani¬

quilar al w a k a m a y u en su vanidad lo sus ten tan en su ausencia :

t rocan las e smera ldas por granos de maíz y el w a k a m a y u mira

en tonces las cosas del c a r i ñ o , se d is t rae de sus ojos y sus dientes

y ún i camen te come las h a m b r e s del ca r iño . Yo lo estoy v iendo

ahora , abre las alas , ya no es un w a k a m a y u , canta con voz la¬

c rada , w a p a p a t r a n s p a r e n t e es el av ión que he v is to , que ha

ca ído , y su cuerpo se disuelve en el c a n t o , conver t ido en qué

l lovizna de hojas c o l o r i d a s , tan lentas y sedosas . Y cada hoja

es música diversa, cada hoja resbala en una nota y su caer sin

fondo es su sonido, n inguna a lcanza el sue lo , el b r u m o r del Ama¬

zonas las restriega y bo r r a contra el aire t ib io . C ie r ro los ojos,

in ten to desbravar los pos t re ros efectos de la l i a n a - d e l - m u e r t o :

la m a n o del A m a z o n a s , puedo ver la , es rugosa y gr isácea . De

nuevo los en t reabro : n o , hay nada. So lamen te la voz de D o n

Juan Tuesta cintila a mi derecha sobre la esp in tana r ecos t ada

en el filo de la P laza R u m a n i a y se i m p o n e a la m a n o a z u l m a r r ó n ,

d o m e ñ a esa serpiente de cinco cabezas que el r ío -mar alarga

hacia noso t ros .

— E l maest ro Ino M o x o , é l sí, d o t a d o de pode re s suficien¬

tes, inventa chu l l achak i s , no sólo eso: los inventa en el sitio y

t i empo de su antojo .

Dec ido p regunta r , no sé si a l canzo a hace r lo , veo la voz

de D o n Juan Tuesta r e p l i c á n d o m e :

— U n chul lachaki es m á s , no e l d e m o n i o del b o s q u e , aquel

e span to que las gentes creen, no. Ex i s t en otras c lases . Un

chul lachaki es ídem que persona . M á s es y menos es: apenas

apar iencia de persona . ¿Me estarás e n t e n d i e n d o c u a n d o digo

apar ienc ia? El maes t ro Ino M o x o p u e d e crear así, p e r s o n a s

que no son y que sí son pe r sonas , d e m a s i a d o y muy p o c o , siem¬

pre cons ide rando lo bas t an t e y ' lo m e n o s de las gentes d e n t r o de

su n o r m a l , en su c o s t u m b r e , ¿me es ta rás e n t e n d i e n d o ? I n o

M o x o es diestro en las fuerzas y~ sab idur ías de esculpir chul la-

34

chak i s , me cons ta . De estos chu l l achak i s hay dos t ipos que son

pr inc ipa les y los dos son i n v e n t o , esfuerzo de brujo au to r i zado

por las gentes del aire. Al chu l l achak i c reado para por ta r da­

ñ o s , lacayo del M a l i g n o , a ese lo p o d e m o s dis t inguir , calza en

su pie d e r e c h o un r engueo de t igre o de v e n a d o , no hay quien

logre e sconder l e su ma l fo rmac ión si es que ha sido c reado p a r a

el mal , por más que se disfrace con el cuerpo de algún amigo

nues t ro . El o t ro chu l l achak i , en c a m b i o , e n g a ñ o que sirve a la

ve rdad , es p e r s o n a del bien y nad ie -nad ie p u e d e des l i nda r lo ,

perfecto está en sus pies , perfecto en t o d o , h u m a n a m e n t e hu¬

m a n o . ..

A ese t ipo de chul lachaki no lo dis t ingue n a d i e , p ros igue

D o n Juan Tues t a . Es apa r i enc ia de pe r sona pero de pe r sona

comple t i t a , sin sospecha . S o l a m e n t e los ojos av i sados perc iben

que su c u e r p o no es ún ico . M á s que var ias p e r s o n a s , var ias

vidas p a r e c e n h a b i t a r l o . C o m o si cada par te de su cue rpo tu­

viera una exis tencia d ivergen te , d iversas exis tencias que sólo ante

los ojos de los o t ros el chu l l achak i a rmon iza en una sola. ' Esos

chu l l achak i s d e s c o n o c e n el d a ñ o , no m a l q u i e r e n a gentes ni a

cosas . Ú n i c a m e n t e exis ten, t o d o el t i empo que existen, para lo

c a r i ñ o s o , para ayudar le al bien.

La m a n o del A m a z o n a s r e t r o c e d e , la veo , y r ecue rdo entre

b r u m a s de co lo res la noche que Osea r R í o s , se lvát ico y ps iquia­

t r a ; exac to la sensac ión p r i m o r d i a l del ayawaskha :

— D e n t r o de la l i ana -de l - án ima todo está bien, absoluta¬

mente todo está muy bien, es b u e n o .

— E n la c a b a n a de D o n J u a n Tues ta , dice mi p r imo César

C a l v o , allá por 1 9 5 3 , yo t e m a t rece años , eso dice , par t ic ipé por

p r i m e r a vez de una sesión de a y a w a s k h a , ese b e b e d i z o a luc inó-

geno que los m a g o s selvát icos usan c o m o reac t ivo y con cuyos

pode re s av i zo ran los t i empos p a s a d o s y futuros y d ivorc ian del

q u e b r a n t o a cue rpos y a lmas . P r o b a b l e m e n t e allí, al beber los

j u g o s del a y a w a s k h a , droga s a g r a d a que los hech ice ros ex t r aen

de la l i a n a - d e l - m u e r t o , yo haya t a m b i é n beb ido la inquie tud que

t i empo después me l levar ía . . .

— T o d o es.tá b ien, muy b ien , repite Osea r R íos .

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Y eso es p r e c i s a m e n t e lo que respi ro ahora , t odo está bien,

es eso lo que fluye de aquel los p l a n t a n a l e s y de la a p a s h a r a m a

que sombrea el c o s t a d o de la P laza R u m a n i a , es eso lo que

ofrenda la iglesia del p o b l a d o , de m a d e r a , de ca lma, de j u g u e t e ,

sin pue r t a s , y su c o r o n a de ca l aminas p l a t e a d a s , verdes de óxido

de lluvia y de hierbajos i r reverentes . E s o es lo que repi ten , todo

está bien, los p r i m e r o s rumores del caser ío , los m a d r u g a d o r e s

que re tornan con redes y canoas y canas tas r ep le t a s , lo que

asegura Don Juan Tues ta a mi m e m o r i a , t odo está b ien , abso¬

l u t am en te todo está muy bien.

— L a esposa de D o n Javier , ¿tú le conoces? , t iene un her­

m a n o chu l lachak i . Ese , ¿ya ves?, o t ra clase, ot ro t ipo de chulla­

chaki es . . .

La pr imera vez que tomé a y a w a s k h a tuve una sensación

idént ica pero más du rade ra : la cer teza de tener dos cuerpos y

verlos y tocar los , dos cesares t u m b a d o s en el piso de la casa

del brujo. P o r q u e fue aquí en la isla M u y u y y en la mi sma

v iv ienda de Don Juan Tues ta , a los t rece años de mi edad , que

me fue p re sen t ado el ayawaskha . Y sucedió . E r a n ot ras imá¬

genes , otros colores pero el d e s d o b l a m i e n t o r e m e d a b a al de esta

noche que no quiere irse. A h o r a no son ú n i c a m e n t e dos cuer¬

pos míos los que a l canzo , un ins tan te sí, a c o m p r o b a r , un ins¬

tante no. Me veo , por r e l ámpagos , a l cos tado d e r e c h o de D o n

Juan Tues ta , sen tado en la esp in tana de r r ibada , y a la vez a su

izquierda , aunque con una cara que se apa ren ta mía, que lo duda

y t i ende a b o r r o n e a r s e y a r ehace r se luego con facciones que

r econozco y no p e r t e n e c e n a mi ros t ro . A c e p t o sin e m b a r g o

que se t ra ta de mí, como acepto que j a m á s a lcanzaré a expli¬

cá rme lo con p a l a b r a s y con pleni tud. Me estoy v i endo , en dos

c u e r p o s , a ambos lados del cuerpo del brujo de M u y u y . Y reci¬

bo su voz desde dos sitios, dos ex is tenc ias , dos i den t idades , esta¬

m o s en 1953 , dos m e m o r i a s que de ser tan ajenas ya me son

famil iares.

— E s que a lgunos brujos, les falta quizá p r e p a r a c i ó n , quizá

les falta t i empo de merecer , no cons iguen inventar completa¬

mente un chu l l achak i . Por eso r o b a n gente , casi s iempre niñi tos

y los encan tan p a r a su servicio. Si cargan al r ap tado con pode-

36

res de d a ñ o , su pie derecho se a l tera , se a b o r r e c e , denuncia pasos

que se c o n t r a d i c e n , una huel la de h u m a n o , al camina r , y la otra

de tigre o de v e n a d o , s i empre . Y si se mues t r a en forma de

an imal , según sea el t a m a ñ o de la especie e legida, su pie dere¬

cho pisa c o m o niño o c o m o h e m b r a o c o m o h o m b r e .

— A c a s o yo haya beb ido allí, a los t rece años , dice César

Ca lvo , la i nqu ie tud que después me llevaría a ras t rear la verda¬

dera iden t idad de Ino M o x o . P o r q u e t ambién D o n Juan Tues ta

me habló esa n o c h e de él, en su cabana frente» al r ío, cuando ,

la m a d r u g a d a iba a t e n u a n d o en mí los efectos de la droga y no

sentía el r u m o r que me hab i tó al comienzo de la sesión iniciá-

tica, ese b r u m o r como arcoi r i ses d e s p e ñ á n d o s e desde lo alto y

convi r t i endo al A m a z o n a s en una d e s p e d a z a d a joyer ía .

— N a d a más puedo c o n t a r t e de é l — d i c e D o n Juan Tuesta .

N a d a más de lo que ya te he c o n t a d o .

— ¡ P e r o si usted no me ha c o n t a d o nada! , le r ec l amo .

—Sí que te he c o n t a d o , y acaso sin que lo sepas den t ro de tu

cabeza, sin que te des cuen ta con el e n t e n d i m i e n t o , al fondo , en

tus m e m o r i a s ha de estar bien g u a r d a d o lo que esta noche te

dije de Ino M o x o . Si el a w a y a s k h a no te deja r ecordar , sigue

nomás : la soga -de l -mue r to no se equivoca , ella sabe . . .

— S a b r á s que al chu l l achak i le gustan las l u p u n a s , está di-

c iéndome ahora D o n Juan Tues ta . A la sombra de las l upunas

el chu l l achak i es feliz, bajo ellas vive e s p e r a n d o el m o m e n t o de

ejercer. A l g u n a vez, en lo h o n d o del m o n t e ¿has perc ib ido un

r e t u m b a r c o m o de manguaré g o l p e a d o por nad ie? Quizá fue un

chul lachaki b o n d a d o s o , c a n s a d o de estar solo , quien es tuvo lla¬

m a n d o q u e r i e n d o ser tu amigo , quizá fueron sus pies que te

invocaban t a m b o r e a n d o con t r a una aleta de lupuna . Si hub ie ra s

acud ido y e n t r a d o a la s o m b r a de aquel á rbo l , y si el árbol era

una lupuna b l a n c a , seguro el chu l lachaki se habr ía p r e s e n t a d o

vestido con el cue rpo de tu alguien más q u e r i d o , o tal vez en

la forma más informe, o c u p a n d o una apar ienc ia inesperada , odio¬

sa, r e t á n d o t e a pelear sin más just i f icación que su insolencia .

P o r q u e si un chul lachaki se m u e s t r a y te dice que quiere ser tu

amigo , p r i m e r a m e n t e t ienes que comba t i r con él. Y t ienes que

ganar le . No es difícil. M á s aún: inevi table es. El chu l lachak i

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se dejará vencer con tal de ser tu amigo . U n a vez que lo logra

te lleva a todas p a r t e s , hace que los an imales te sigan si vas de

cacer ía , te regala t o d o , chacras de b u e n a t ier ra , r íos m a n s o s ,

p ród igos y p a n z o n e s . Y te da las familias que qu ie ras , m o n t ó n

de hijos felices, t odas las vidas que necesi tes vivir pa ra ser l ibre ,

t odos los conoce res y pode res , ú n i c a m e n t e sent imientos g randes .

Le obsequia vidas útiles y muertes generosas y más resurreccio¬

nes a tu vida. Y m u c h o más que t o d o puede dar te . El chul la-

chaki formado pa ra él bien es dueño del m u n d o y de los t i e m p o s ,

es dueño del t i e m p o y de los m u n d o s . A c a m b i o , a u n q u e no

s i empre , el chu l l achak i exige que no fumes, que no te dañes da¬

ñ a n d o a o t ros , que no vayas a la iglesia, que so l amen te vayas a

casa del chu l l achak i . T a m p o c o es difícil: él se enca rga que ahí

d o n d e t e rminan t o d o s tus caminos , así vayas al b o s q u e o al

case r ío , a la vejez o al dormir , ahí se cons t ruya la casa que te

aguarda . Esta ca tegor ía de chul lachaki tiene un ind i so lub le con¬

venio de amor con las lupunas . Inc lus ive la lupuna c o l o r a d a se

le somete , se hace cómpl ice , la misma lupuna que ut i l izó como

imán de tu amis tad con t inúa s i rv iéndolo: fust igando sus aletas

a r rugadas él a trae pa ra tí, como a l imen to , fortunas y b o n d a d e s .

P u r a bondad es este chul lachaki . H a s t a gracioso es , de ser tan

b u e n o , casi ch i s toso , so lamente por serlo. Los que lo han . visto

en sus cabales , sin el auxilio de la soga-de l -án ima , d icen que apa¬

rece chiqui t i to , sub ido en dos eno rmes zapa tos c o l o r a d o s , y con

camisa co lorada y bufanda co lorada y pan ta lón y s o m b r e r o co¬

lo rados . Así se mues t r a en su p r imer ins tan te , l uego- luego ya

n o , se hace grande o pequeño según sus in tenc iones , p u e d e ocu¬

par la forma de un sajino, un jabal í mans i to ,o la de un o t o r o n g o

o de una mar iposa o un venado , puede asomar en pez o en can to

de pajar i to , den t ro del recipiente que él d isponga. Y te lleva sin

cap tu ra r t e ni ob l igar te a nada: se echa a correr norrias pa ra que

tú lo sigas. Son igual que muchachas estos chu l l achak i s : no

escapan porque a lguien los esté pe r s igu iendo , sino para que al¬

guien los persiga. Y tú, quieras o no , imag inando r ebe l a r t e , lo

obedeces . C o m o si se t ra ta ra de la felicidad, así te vas t ras él.

H a c e s bien. Por más que te equivoques haces b ien ; s iempre se

t ra ta de la f e l i c i d a d . . .

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Se mt esfumó otra vez la sensac ión , oyendo a D o n Juan

Tuesta me h o s p e d o n u e v a m e n t e den t ro de un solo c u e r p o , aquí ,

sobre la e sp in t ana m o r d i d a por los musgos , a la derecha del brujo

de la isla M u y u y . Y no sé cuál nos ta lg ia me dob lega , una casi

t r i s tumbre de v iudez r e m e m b r a n d o a ese otro que yo fui por ins¬

tantes y ha vuel to a p legarse bajo las a luc inac iones del aya-

waskha .

— E l h e r m a n o de R u t h C á r d e n a s , me dice D o n Juan Tues ta ,

su h e r m a n i t o menor , es decir el c u ñ a d o más chico de D o n Ja¬

vier, otra ca tegor ía de chu l l achak i es, así mismi to . C u a n d o estés

en Iqu i tos a n d a a buscar le a R u t h C á r d e n a s , la esposa de D o n

Javier. P íde le que te cuente de su h e r m a n o A r o l d o C á r d e n a s .

En mi n o m b r e convérsa le y ella te dirá más , t o d o lo que necesi¬

tes conocer .

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todos los campa son asesinados pero ninguno muere

Los v i r akocha , es decir los b l a n c o s , vivían a n t a ñ o den t ro de una

laguna, mus i ta Don Juan Tues ta con los ojos ce r rados en p lena

noche de a y a w a s k h a . A lgu ien que no es D o n J u a n Tues ta , p e r o

que sí es D o n Juan Tues ta , ha o c u p a d o su c u e r p o , lo d e s b o r d a

i n c o n t e n i b l e m e n t e y sale por su boca de s o n á n m b u l o .

Cerca de los v i rakocha vivían los c a m p a , es decir los asha-

nínka. Cie r to día un c a m p a e s c u c h ó ladr idos que b r o t a b a n de la

laguna. B u e n o , dijo, voy a pescar ese pe r ro , y se llevó para eso

algunos p l á t a n o s . Pero c o m o el p l á t ano es a l imento de h o m b r e s

el per ro se o fendió , no quiso comer los . En camb io salieron- de

la laguna t o d o s los v i rakocha y e m p e z a r o n a seguir a los c a m p a

y a m a t a r l o s . A todos los c a m p a los ma ta ron . La laguna se hab ía

secado. Un solo campa sobrev iv ió , un brujo, uno de esos brujos

que les l l aman sh i r impiá re , un c a m p a que c h u p a b a el t abaco . Por ­

que tú sabrás que no todos los brujos chupan el t a b a c o , sólo los

sh i r impiáre . Los d e m á s brujos t ienen otros ámbi tos y dis t into

n o m b r e , ka tz iboré r i se l laman. El sh i r impiáre que sobrevivió

l lamó a T z í h o , el ga l l inazo, y le dijo: ven, a y ú d a m e , los v i r akocha

han m a t a d o a todos mis h e r m a n o s . ¿ D ó n d e ? , p regun tó Tzího

al sh i r impiáre c a m p a . En todas pa r t e s , con tes tó él, pero princi¬

pa lmen te en El Gran Pajonal . Sabrás que El G r a n Pajonal , me

dice D o n J u a n Tues ta , es el t e r r i to r io de la nación c a m p a , más

de cien mil k i l óme t ros c u a d r a d o s de pura selva p lana , una mese ta

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infinita en medio de los grandes bosques y ríos que l imitan con

la selva del A l t o A m a z o n a s , como quien va hacia el C u s c o . Allí

en El Gran Pajonal los c a m p a resis t ieron a los c o n q u i s t a d o r e s

inkas , repel ieron a los conqu i s t ado re s e spaño le s y hoy m i s m o no

pe rmi ten ni una iglesia occidental ni un pues to de pol ic ía ni sol¬

dados n i una escuela estilo v i rakocha . E n t o n c e s , p u e s , c u a n d o

T a í h o , el ga l l inazo , se enteró de la m a t a n z a que hab ían h e c h o

los b l ancos , en t regó al sh i r impiáre c a m p a el ivénki, la h ierba

mágica que t ambién l laman piri-piri . Y con el ivénki ese brujo

c a m p a , en respues ta , p u d o ma ta r a t o d o s los v i r akocha . U n o sóli¬

to se salvó y escapó río abajo, al U c a y a l i . Por eso es que has ta

ahora allá en el Ucaya l i hay bas t an te s v i r akocha , y quién sabe

d ó n d e más t ambién hab rá . Mien t r a s t a n t o , en E l G r a n Pa jona l ,

Tzího se comía a los v i rakocha m u e r t o s , los coc inaba p r i m e r o y

después los comía . . .

D o n Juan Tues t a se inco rpora hac ia mí en la neg ru ra de su

choza , vuelve a sen ta r se , su cuerpo vibra con el e m p o n a d o del

p i so , p u e d o ver su sonido azul, a n a r a n j a d o a scend iendo en delga¬

das c o l u m n a s t r a n s p a r e n t e s , r o z a n d o mis cabel los c o m o sopl ido

fresco, de t a b a c o , l i m p i á n d o m e la frente sudorosa . La m a n o del

A m a z o n a s , a l a r g á n d o s e , piel de v íbora t r e m e n d a , rodea la c a b a n a ,

ab razo t emeroso y t emib l e , es mi p r i m e r a noche de a y a w a s k h a ,

t engo otra vez t rece años , la mano del A m a z o n a s a s o m a por la

puer t a , abre la boca azu lana ran jada de sus dos cabezas , c o m o un

kotomachácuy, esa boa gigante y bicéfala que vive al fondo de

los lagos e t e rnos , y de la boca del río A m a z o n a s , de sus dos b o c a s

sale la voz de Don J u a n Tues ta en mis vis iones:

P a c h a k a m á i t e es P á w a , Padre y D i o s , y vive río abajo. El

no es v i r akocha , t a m p o c o es h o m b r e de los A n d e s , que les llama¬

mos chor i . P a c h a k a m á i t e es hijo del Sol y su esposa es M a m á n -

tziki. P a c h a k a m á i t e hace todo : m a c h e t e s , o l las , p ó l v o r a , cartu¬

chos , sal, e scope tas , m u n i c i o n e s , hachas . P o r q u e antes los asha-

n ínka eran pob re s , nada ten ían , no ten ían m a c h e t e s , h a c h a s , nada .

¿De dónde sacaban en tonces los a s h a n í n k a todas las cosas? Iban

allá d o n d e P a c h a k a m á i t e y conseguían t o d o . Así era an t e s , antes .

A h o r a no sabemos . A n t e s los a shan ínka sí sabían. I b a n río abajo

desde El Gran Pajonal y l levaban ma te s que se p o n í a n sobre la

cabeza pa ra que Pir i , e l murc ié l ago , no los mord i e r a . P o r q u e para

42

l legar has ta P a c h a k a m á i t e hay que pasa r por cuevas l lenas de

inmensos m u r c i é l a g o s , vampi ros que salen de noche hasta las

p layas b u s c a n d o sangre t ibia. D e s p u é s se encuen t r a O s h é r o , e l

gran cangre jo , g r a n d e como un a shan ínka . O s h é r o está en med io

del camino y no deja pasar . P a r a eso hay que l levar ach io te , se

le da achio te y sólo en tonces O s h é r o deja pasar . D e s p u é s el

a shan ínka llega d o n d e P a c h a k a m á i t e pero no puede sentarse . Tie¬

ne que c a m i n a r , pa sea r y pasea r s i empre , sin sen ta rse . Y P a c h a -

kamá i t e le dice ¿qué quieres? Y allí en la casa de P a c h a k a m á i t e

hay t o d o , m a c h e t e s , e scope ta s , m u n i c i o n e s , h a c h a s . Y el asha-

n ínka , sin s en ta r se , dice: quiero es to , quiero lo o t r o , e scog iendo . Si

se sienta, c u a n d o t iene que irse t r a t a de l evan ta r se y no p u e d e ,

está pegado al sue lo . El P á w a P a c h a k a m á i t e no lo deja ir. En¬

tonces hay t e m b l o r . Todas las casas de los brujos t i emb lan , en

P u c a l l p a , has ta en I q u i t o s , lejos, en A t a l a y a , t i e m b l a n las casas

de los b r u j o s . . . En el camino está t amb ién P o k i n á n t z i , e l saram­

pión , que quiere encon t r a r m a r i d o y busca a los a shan ínka . Hay

que l levar p l u m a s de varios pá ja ros , p lumas de H a n k á t z i , de

T tamí r i , de H e r ó t z i , de W a p a p a , e spec ia lmen te p l u m a s de Wapa¬

pa , y dejar las a t r á s , en el c a m i n o . El s a r a m p i ó n , P o k i n á n t z i , que

está de t rá s , quiere agar ra r al a s h a n í n k a pero ve las p l u m a s visto¬

sas y empieza a recoger las , y es así que ej a shan ínka puede huir . . .

— ¿ Y d ó n d e está ahora e l d ios P a c h a k a m á i t e ? , oigo que dice

alguien desde mí.

— P a c h a k a m á i t e es lejos, lejos, me r e sponde la voz de Don

J u a n Tues ta , sin move r se en su boca ni en su c u e r p o , c o m o reci¬

b iendo lo que dic ta el aire:

— P a c h a k a m á i t e es más lejos de Iqui tos pe ro el c a m i n o se

ha obs t ru ido con las pa l izadas de las ba lsas de los v i r akocha y

los h o m b r e s a n d i n o s , de los cho r i . A n t e s los a s h a n í n k a sabían

llegar has ta d o n d e vive e l dios P a c h a k a m á i t e . A h o r a han mue r to

todos los a s h a n í n k a , t odos los c a m p a . A h o r a las cosas que t raen

los chori y los v i r akocha , m a c h e t e s , h a c h a s , m u n i c i o n e s , las da

P a c h a k a m á i t e , ló sabemos . Se las da para n o s o t r o s , pa ra que los

hijos de los a s h a n í n k a p o d a m o s cazar , p o d a m o s hacer chac ras ,

sembr íos . P e r o los v i r akocha y los chori nos venden esas cosas

d ic iendo que les ha cos tado d i n e r o , que ellos las c o m p r a n , las

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pagan . Men t i r a es. Su dueño se las da para n o s o t r o s , para los

a s h a n í n k a . . .

— Y o no sabía que usted era c a m p a , Don Juan Tues ta .

— D e s c e n d i e n t e de ashanínka soy, lo mismo que D o n Javier,

lo mismo que D o n H i l d e b r a n d o , por ambas sangres , padre y

m a d r e . De los p r imeros h o m b r e s de esta época v e n i m o s , que

fueron c a m p a , fueron ashanínka los p r imeros h u m a n o s , hijos de

los hijos de K a a m e t z a y N a r o w é que obedec i endo al dios Pacha ­

kamái te fundaron las nac iones , allá lejos, cuando El Gran Pajo­

nal todavía no era El Gran Pajonal sino una isla r o d e a d a por

océanos de ceniza. El maes t ro Ino M o x o , en c a m b i o , viene de

unís y de v i r a k o c h a s . Uru su m a d r e , v i rakocha su p a d r e , en sus

dos sangres . Sabrás que los urus fueron del p r imer a n t a ñ o , bien

lejos en los t i e m p o s , los urus que ya han d e s a p a r e c i d o fueron los

abue los de los abue los de los inkas . Po r eso el maes t ro Ino M o x o

tiene ojitos r a ros , piel cas taña y cabel los color t ie r ra de orilla,

y su ánima sabia le viene por m a d r e , de uru le v iene . Mis prime¬

ros pasados sí e ran campa , a shan ínka legí t imos, de aquel los que

sabían, de m u c h o an tes , cuando los c a m p a no vivían dispersos

c o m o ahora sino j u n t o s , en pueb lo s , caseríos a p r e t a d o s , familias

que hac ían una sola familia, un solo sitio. En ese p r imer entonces

de lo alto de los cer ros que rodean al G r a n Pajonal cayó un t igre,

un o t o r o n g o n e g r o , inabarcab le c o m o cerro g rande . Ese t igre , ese

o t o r o n g o fue quien dispersó a los ashan ínka , los forzó a vivir

s epa rados y d is tantes y m u d á n d o s e s iempre , c a m b i a n d o de lugar

su casa con su vida, familias de una sola familia, h u y e n d o cada

año pa ra p ro tege r se . Los v i r akocha , los b l ancos , dicen que fue

un di luvio . E l los qué saben. No h u b o n ingún di luvio . F u e un

o t o r o n g o , un tigre n e g r o . . . Pe ro casi no me oyes , amigo Sor iano ,

miras como si estuvieras en otra p a r t e , lejos. . .

44

3

al niño Aroldo Cárdenas lo convierten en duende

No me gusta hab la r , v e r d a d e r a m e n t e no me gusta hab la r de es to ,

se i n c o m o d a R u t h C á r d e n a s , e sposa de D o n Javier aquí en Iqui -

tos , sólo p o r q u e lo pide D o n J u a n Tues ta es que voy a con t a r t e ,

en su casa de la calle Ñ a p o , n ú m e r o 3 8 5 , a med ia c u a d r a de la

Plaza de A r m a s . N u n c a he h a b l a d o de es to , dice, a excepc ión

de esta vez, mira : mi h e r m a n o que ahora es chu l l achak i se llama¬

ba A r o l d o , A r o l d o C á r d e n a s , o se l lama, no sé. Ten ía cua t ro

añitos c u a n d o le pasó lo que nos pasó .

— ¿ E r a el menor de us tedes?

— N o , mi m a d r e ya había dado otro b e b é , de apenas quin¬

ce días por en tonces . V i v í a m o s en un puebl i to n o m b r a d o 'Te¬

niente C o r n e j o ' , cerca de la c iudad de C o n t a m a n a . . . Mi p a p á

le había c o m p r a d o una chac ra , a c amb io de dos bote l las de

agua rd ien te , al brujo Jul io Va l les que era n u e s t r o vec ino . Re¬

cuerdo : mi p a p á trabajó duro en la chacra l i m p i á n d o l a y sem¬

b rándo la has ta dejarla lista, b ien bonita . C u a n d o el brujo Ju l io

Valles vio que la chacra ya e s t aba p r e p a r a d a , a p u n t o de rendi r ,

quiso r e c u p e r a r l a , p ropuso devolver le a mi p a p á las bote l las de

aguard ien te c o m o único r e e m b o l s o sin cons ide ra r los gastos de

semilla, de t i e m p o , de a b o n o , de t rabajo . L ó g i c a m e n t e mi papá

no quiso. El brujo Jul io Val les nada dijo pero le cambió la ca ra ,

el án ima se le dio vuel ta en re lac ión a mi papá . A n t e mi papá

no dijo n a d a pe ro a otras p e r s o n a s , por ahí, j u r ó voy a v e n g a r m e .

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Mi papá t amb ién era brujo, desde muy j o v e n hab ía t o m a d o

bas tan te ayawaskha , desde m u c h a c h i t o hab ía a y u n a d o , a p r e n d i d o :

él nos avisó que el brujo Julio Val les le quer ía hacer daño y se

p r e p a r ó para d e f e n d e r s e . . .

— ¿ C ó m o se p r e p a r ó para defenderse?

—Se pro teg ió , pues , con los med ios que ellos saben. Y el

brujo Jul io Val les v iéndose así l im i t ado , sin capac idad p a r a daña r

a mi papá en la p e r s o n a de mi p a p á , decidió vengarse en las

p e r s o n a s de sus hijos. No eligió al más débil sino a! más apro¬

p i ado , p o r q u e el m e n o r c i t o no servía pa ra la ma l ign idad , dema¬

siado p e q u e ñ o , era c o m o casi nad ie , a él no hub ie ra p o d i d o hacer

que le dañe ni le robe el Mal igno .

J u s t a m e n t e ese día t en íamos p e o n e s t r aba jando en la chacra .

Mi m a m á , por a t ende r a su bebi to no pod ía l levarles la c o m i d a ,

nos m a n d ó a mi h e r m a n a y a mí que ya é r amos g r andec i t a s . Re¬

c u e r d o : Aro ld i t o nos quería seguir y mi m a m á no quiso d ic iendo

que noso t r a s no lo í bamos a cuidar. V a y a n ustedes solas , o r d e n ó .

Y se quedó A r o l d i t o sin saber que ya no íbamos a ve rnos nunca

más . En ese m o m e n t o se presentó una tor rencia l l luvia. Mi

m a m á estaba b a ñ a n d o al menorc i to y tuvo que dejar t o d o , des¬

a t e n d e r l o todo igual que a A r o l d o , por cu lpa de la l luvia: se puso

a desco lgar las ropas del a lambre p a r a que no se mojen , y los

t rozos de paiche sa lado que es taban secándose afuera, en el p a t i o ,

t a m b i é n , y guardar t o d o . P o r q u e mi p a p á , a d e m á s , era b u e n pes¬

cador . Por estar en esos trabajos mi m a m á no se dio c u e n t a , en

sólo un m o m e n t i t o , por dónde fue a m e t e r s e , c a m i n a n d o , mi her¬

m a n o . T e r m i n ó de g u a r d a r todo d e n t r o de la casa y b u s c ó al

A r o l d i t o . No había . Y la lluvia es taba cayendo fuer temente . En

todo el caserío lo b u s c ó , por todas pa r t e s . Y nada . C u a n d o

noso t r a s volvimos de la chacra e n c o n t r a m o s d e s e s p e r a d a a mi

m a m á , l lo rando p o r q u e no había e l b e b é . As í , en t re l ág r imas ,

nos m a n d ó a buscar lo . Con toda la l luvia sa l imos , av i samos a mi

papá , los tres vo lv imos a buscar en el m o n t e , en el l ago , con

ayuda de los peones que ya no quis ieron ni comer .

U n a s personas nos dijeron que h a b í a n visto a A r o l d o , j u s t o

c u a n d o empezó a l lover, c a m i n a n d o hacia el monte . C o m o noso¬

tras le dec íamos negr i to , esas p e r s o n a s le hab ían d icho 'oye ,

ib

negr i to , a dónde vas , regrésate a tu casa ' . Y A r o l d o les dijo 'voy

donde mi mamá". Y esas pe r sonas nos dijeron que le hab ían

dicho 'pero si tu m a m á está en la casa , a c a b a m o s de ver la ' , y que

Aro ld i to había insist ido d ic iendo ' n o , mi m a m á está en el m o n t e ,

me ha l l amado ahor i t a , está e s p e r á n d o m e ' . Y pasó de largo. Se

fue. T o d os lo v ieron irse al fondo del monte d ic iendo que iba

donde mi m a m á cuando mi m a m á es taba p r e c i s a m e n t e a l lado

o p u e s t o , g u a r d a n d o las cosas de la lluvia. N a d i e lo vio regresar .

Se fue la t a rde , se fue la n o c h e , y nada , no hab ía el bebé , MÍ

papá viajó a C o n t a m a n a , avisó a la pol ic ía , pa r t i e ron gua rd ia s ,

has ta so ldados , ba t i endo t o d o el mon te por si ha l l aban a A r o l d o .

o por si no lo h a l l a b a n , a ver si al menos e n c o n t r a b a n a lgo, un

indicio de que lo hab ía c o m i d o el t igre , po rque esa es zona de

o to rongos g r a n d e s , negros , o al m e n o s un indicio de que mi her-

man i to se había a h o g a d o . En el río t amb ién lo b u s c a r o n , por

todo el r ío , b u c e a n d o , e s c a r b a n d o entre las pa l izadas de la ori l la ,

has ta bien lejos. N a d a . C o m o a las var ias s e m a n a s de b ú s q u e d a ,

se desistió ya. Se le dio, pues , por pe rd ido sin r emed io .

Dos años después c o n o c i m o s a un c a m p a , un a shan ínka que

vivía pa sando el p u e b l o , se l l amaba creo que Severo , sí: se llama¬

ba Severo Q u i n c h ó k e r i . El nos con tó que en su m a r e a c i ó n , du¬

rante las t omas de a y a w a s k h a , había visto c ó m o el brujo Jul io

Val les hizo aga r ra r a mi h e r m a n o con el chu l l achak i . Severo

Qu inchóke r i nos hizo saber que el brujo, f ingiéndose un chulla-

chaki iguali to a mi m a m á , f r audu len to , d is f razándose con el cuer¬

po y la voz de mi m a m á , idén t ico , pudo roba r se al A r o l d i t o . El

c a m p a Severo Qu inchóke r i t amb ién nos informó que en las n o c h e s ,

c o m o A r o l d o todav ía era muy niñi to y l lo raba e x t r a ñ a n d o a mi

m a m á , el brujo Ju l io Val les lo t ra ía has ta las i nmed iac iones de

nuestra casa pa ra que se ca lmara . En las noches lo t ra ía , escon¬

dido en la o scu r idad , y el bebé oía la voz de mi m a m á o el

l lanto de mi m a m á , po rque mi m a m á l loraba día y n o c h e , y es¬

c u c h á n d o l a mi h e r m a n o se q u e d a b a t r anqu i lo . A u n q u e sea escu¬

chándo la l lorar se quedaba t r a n q u i l o . La casa , en tonces , era toda

p a l m e r a s , y a r i n a s , era l ibre, podía camina r se m u c h o . Y las veci¬

nas iban a conve r sa r con mi m a m á , c o n s o l á n d o l a por las n o c h e s ,

tu rno hacían para a c o m p a ñ a r l a , p a r a no dejar la sola. Pe ro la

soledad de mi m a m á no era de gente sino de su hijo A r o l d o . ¡Y

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p e n s a r que en esos días el chu l lachak i venía con mi h e r m a n o a

e s c o n d i d a s , has ta bien cerca de la casa , por entre las pa lmeras de

y a r i n a , y mi m a m á l loraba sin saber que sus lágr imas le regre¬

saban la alegría al A r o l d i t o . O acaso lo sabía, no sé, ya sin reme¬

dio . Con el t i e m p o , seguro , al ir c r e c i e n d o , mi h e r m a n o se acos¬

t u m b r ó a c a m i n a r solo. Por eso el brujo Julio Val les se m u d ó ,

l levó lejos a A r o l d o una vez que este fue o lv idando , una vez que

se fue a c o s t u m b r a n d o a olvidarse de mi mamá.

— ¿ E r a el brujo Julio Valles quien traía a tu h e r m a n o a es¬

c o n d i d a s ?

— N o . El chu l lachak i lo t ra ía , o sea el d e m o n i o que lo robó

t r a n s f o r m á n d o s e en mi mamá. Severp Qu inchóke r i , ese campa ,

nos dijo t a m b i é n que él, gracias al a y a w a s k h a había visto que al

b e b é no lo hab ía c o m i d o el tigre ni se había a h o g a d o sino que un

c h u l l a c h a k i lo r o b ó , no el brujo Jul io Val les . O acaso era el brujo

. Ju l io Val les pe ro vest ido con un c u e r p o que no era el cuerpo del

bru jo Jul io Va l l e s . Y el campa Severo Qu inchóke r i dijo que no

h a b í a quer ido dec i rnos antes la ve rdad po rque había mi rado en

los ojos de mi papá la intención de venganza . Bajo el ayawaskha

Seve ro Q u i n c h ó k e r i había mi rado , en su visión, que mi papá de¬

g o l l a b a al brujo Jul io Valles con un cuchi l lo de p iedra .

R e c u e r d o t amb ién : había un señor preso en C o n t a m a n a , un

tal J u a n G o n z á l e z que a veces invi taba a los gua rd i a s , a los poli¬

c í a s , a bebe r a y a w a s k h a en su celda. ¿Quieren ver ese niñi to que

se ha p e r d i d o ? , yo les voy a hacer ver, decía. Y t o m a b a n t odos ,

p o r q u e sólo t o m a n d o ayawaskha es que se puede ver. Y ese brujo

que e s t aba preso creo que por d e n u n c i a de un méd ico envid ioso ,

ese señor Juan Gonzá l ez se ponía a can ta r en a y a w a s k h a y a

l l a m a r a mi h e r m a n o por su n o m b r e . Y mi h e r m a n o venía, en las

v i s iones de t o d o s venía , con c la r idad , ya g randec i to . Y verdade¬

r a m e n t e todos los que tomaban ayawaskha veían á A r o l d o . Ahí

es tá el hijito de C á r d e n a s , dicen que les decía el brujo enca rce lado

J u a n Gonzá l ez . M i - p a p á se en te ró y fue a vis i tar lo a la cárcel

p a r a pedi r le que lo ayudara , que j u n t a n d o sus fuerzas, sus ma­

rcaciones, quizá los dos podr ían t rae r de vuelta a A r o l d o . Pe ro

J u a n G o n z á l e z le dijo que era una pena , él no pod ía trabajar es¬

t a n d o p r e s o , so lamente lo dejaban t o m a r ayawaskha de vez en

'48

cuando y para pode r concen t r a r s e tendr ía que dedicarse más y

fuera de la cárce l . Dijo que neces i ta r ía dos o t res meses de t rabajo

ín tegro , exc lus ivo , sin hacer nada sino p regun ta r y p regun ta r todas

las noches a la soga -de l -mue r to .

— C u a n d o J u a n G o n z á l e z veía en a y a w a s k h a a tu h e r m a n i t o

A r o l d o , ¿pod ía distinguir en qué lugar se e n c o n t r a b a ?

— C o n c la r idad , con c la r idad , no podía . Sólo dijo que A r o l -

do es taba v iv iendo j u n t o a unos ce r ros , fuera de la selva. Al pie

de unos ce r ros desconoc idos y g randes lo veía venir en sus visio¬

nes. Tenía q u e ' l l a m a r l o ho ras de ho ras pa ra ver lo venir , segura¬

mente se e n c o n t r a b a bien lejos. Dijo t ambién que el día en que

llovió b a s t a n t e y el chu l lachak i se robó al A r o l d o , mi h e r m a n a

y yo p a s a m o s j u n t o a nues t ro h e r m a n i t o sin dis t inguir lo . Dijo

que el c h u l l a c h a k i lo e scond ió de nues t ros ojos y no p u d i m o s

verlo por más que casi t r o p e z a m o s con él var ias veces mien t r a s

lo b u s c á b a m o s . Juan Gonzá l ez aseguró que si noso t ras hubiése¬

mos fumado un cigarri l lo ¡carado por algún bru jo , seguro que

h u b i é r a m o s p o d i d o ver a A r o l d o por más de los esfuerzos y la

ciencia del chu l l achak i Jul io Val les . Pero noso t r a s ¿cómo í b a m o s

a saber? Mi papá t a m p o c o , no se le ocurr ió icarar n ingún c igar ro ,

nada , muy aba t ido es taba . . . N u n c a nos not i f icaron más de A r o l -

do. Sólo s a b e m o s que lo h ic ieron chul lachaki t amb ién a él.

— ¿ Q u i é n e s lo hicieron chu l lachak i? ¿No fue acaso el brujo

Julio Val les?

— C l a r o , t amb ién fue Jul io Val les quien lo hizo chu l lachak i . . .

Mira : un chu l l achak i ya no es lo que antes fue, lo que fue an tes .

Un c h u l l a c h a k i ya no es una pe r sona , es apar ienc ia de pe r sona , es

como nad ie . Un chu l lachak i así , por e jemplo A r o l d o , ya no es

A r o l d o . Es un recipiente vacío que los brujos l lenan a su conve¬

niencia p o n i é n d o l e las apa r i enc ias de los cue rpos que qu ie ren ,

de los cue rpos con que quieren engañar . D e n t r o de-ese nadie que

es el c h u l l a c h a k i , y que sin e m b a r g o t iene g randes p o d e r e s , el los

ponen las p e r s o n a s que quieren , las pe r sonas con que nos quieren

hacer c reer , no sé si me e n t i e n d e s . . .

— ¿ E l brujo Julio Val les hizo chul lachaki a tu h e r m a n i t o

A r o l d o p a r a p o n e r l o a su servicio? ¿Lo hizo chu l lachak i al ser¬

vicio del M a l i g n o ?

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— N o . AI servicio de lo s .

Y los ojos de R u t h C á r d e n a s condesc i enden has ta la graba¬

do ra , o t ra vez le r e h u y e n , t i tubean:

— S e g u r a m e n t e al servicio de las án imas de él, o de o t ros

brujos de é l . . . P o r q u e hace años nos en te ramos que mur ió el

brujo Ju l io Va l l e s . P e r o mi h e r m a n o no ha vuel to . Mi h e r m a n o

A r o l d o no ha vuel to a ser A r o l d o . . .

50

Don Juan Tuesta dice que las cosas no son como son

sino como lo que son

Quis iera que me cuentes tus vis iones de a n o c h e , la ú l t ima de tus

vis iones, d i spone D o n Juan Tues ta h a b l a n d o al aire en su c a b a n a

que se ha pues to a t emblar . Lo ú l t imo que vi, le d igo , fue a D o n

Javier en C u s c o . Soñé que es taba en Pisaq, en lo alto de la ciu-

dadela inka ika de Pisaq, y que yo no era yo , Césa r So r i ano , sino

mi p r imo Césa r Ca lvo que m i r a b a desde a r r iba al U r u b a m b a , e l

Río S a g r a d o , p l a t e a d o y joven* lo mi raba pasar c u l e b r e a n d o entre

maizales de o ro , de oro azul y naranja , hacia las se lvas . . .

Y D o n J u a n Tues ta , s iempre a ten to al a i re , m i r a n d o hacia

otro l ado , p e r d i é n d o s e en sus ojos que van al A m a z o n a s :

— ¿ N a d a más?

Y y o , peor que ob l igado por mi boca:

— S o ñ é que D o n Javier vivía en el Cusco pero no en Pisaq

sino en P a w k a r t a m p u , en un sitio que se l lama Tres C r u c e s , soñé

que P i saq era a la vez P a w k a r t a m p u y D o n Jav ie r era un cazador

de c ó n d o r e s de la época de los inkas , yo lo vi en mi v is ión . . .

— D i en qué forma lo viste, se inquie ta D o n Juan Tues ta .

Y y o , sin ser de mí, el rec ip ien te de mi cue rpo r eba l s ado de

nuevo por las p e r s o n a s y la voz de César Ca lvo :

— E r a noche de sol allá en Tres C r u c e s , en lo alto de Pisaq-

p a w k a r t a m p u . E l ' i n k a M a n k o Kalli salió de a t rás del sol, ata¬

viado con un p o n c h o largo que le l l a m a m o s cushma, el inka t o d o

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cub ie r to por una c u s h m a amar i l la , el trajerío del sol, y el sol era

diez veces más g r a n d e y diez veces más rojo y el inka Míanko

Kalli tenía un vaso de made ra t a l l ada entre las m a n o s , ab razado

c o n t r a su p e c h o , un vaso de esos que los ant iguos conoc í an c o m o

Qero, y el Qe ro que M a n k o Kalli ap r e t aba estaba lleno de saliva

del sol. M a n k o Kalli se vino c a m i n a n d o l en tamen te hacia mí.

y yo era Don Javier , y me dijo que fuera a cazar c ó n d o r e s , y yo

era muy viejito y le dije no p u e d o , ya soy viejo y. a d e m á s nunca

supe cazar nada . M a n k o Kalli me o r d e n ó mirar mis b razos y mis

b r a z o s crecían c ruzados de c icat r ices y tatuajes ra ros . Mí ra te

bien, dijo el inka , sólo los cazadores de cóndores t ienen b razos

así, tú s iempre has sido cazador de c ó n d o r e s , anda y t r á e m e el

más g rande de la t ier ra y del aire. Yo en tonces ya no era D o n

Jav ie r , quiero decir que Sí pero t ambién otra pe r sona era , no César

C a l v o ni César Sor iano sino otro alguien que j a m á s he v i s to . . .

— ¿ Y esa p e r s o n a que eras tú, ese d e s c o n o c i d o , tenía cicatri¬

ces en los b razos?

— I g u a l i t a s a las de Don Javier , y una más c o m e d i d a en la

cara cob reña , m u l a t a , casi negra, sobre la mejilla de recha resba¬

l a n d o hacia el cue l lo , y otra en el a n t e b r a z o del m i s m o l a d o . . .

Subí , pues , a lo alto de Tres Cruces y allí cavé dos p o z o s , uno

g r a n d e , uno ch ico , un idos por un túnel suficiente. Cubr í e l pozo

m a y o r con un empar r i l l adp de r a m a s -gruesas, fuertes, las más

rec ias y j ó v e n e s de los a l r ededores , a m a r r a d a s con sogas de oro

y p la ta , y en el empa r r i l l ado puse un venado n iño , todav ía sin

as tas , m i r a n d o al cielo con la frente desp iadada por los perdigo¬

nes . ¡Carnada , pa ra atraer al cóndor ! Ingresé por el o t ro poc i to ,

me a r ras t ré en ese túnel tapizado, por un cañavera l de paka, pasé

a r a ñ á n d o m e con sus espinas curvas c o m o bocas de c ó n d o r e s na¬

c i d o s , a r r a s t r á n d o m e hasta quedar t e c h a d o por e l e m p a r r i l l a d o ,

s e n t a d o al fondo del pozo g rande , bajo el venad i to que sangraba

con la sangre del sol, su cabeza sin astas a t ravesada por da rdos

de t o h é . All í p e r m a n e c í sin move rme siete días. Al rato vino el

c ó n d o r ag i tando sus alas de lupuna a r rugadas y b l ancas y negras

a la vez, un an imal más vasto que el cerro donde es taba yo espe¬

r á n d o l o . Se ace rcó , descendió has ta e l v e n a d o , forcejeó t r a t a n d o

de a r r a n c a r l o del empar i l l ado . A p r o v e c h é : asomé mis m a n o s por

en t re las r amas y le agarré una pa ta , b r e g a n d o , y la o t ra t ambién ,

52

p u g n a n d o fuer temente , y el c ó n d o r padre p icoteó mis brazos pero

no con he r idas sino con c ica t r ices , las d e s g a r r a d u r a s que me im¬

puso ya nac í an c e r r a d a s . Ahí r eapa rec ió el inka M a n k o Kalli y

me dijo has c u m p l i d o . Yo , hijo del sol del med iod ía , dijo, esposo

de M a m á n t z i k i , yo te n o m b r o mi ayúmpari. Y con sus m a n o s

suaves y o l iváceas como e n g u a n t a d a s con la piel de un niño

M a n k o Kalli d e s a m a r r ó al c ó n d o r que se volvió amar i l lo y se fue

t e m b l o t e a n d o dóc i lmen te con el hijo del sol, p o s a d o en el pecho

del hijo del sol, m e n o s que m a r i p o s a sobre su c o r a z ó n . . .

— ¿ E s eso todo lo que vio tu sueño?

—-No, p a d r i n o , digo a D o n Juan Tues ta . Volví a ver que

yo era D o n Jav ie r y a la vez mi p r imo César Ca lvo y que nos

e n c o n t r á b a m o s en lo alto de P i saq , j un to al c emen te r io inka iko ,

más ar r iba del T e m p l o del Sol, más ar r iba del T e m p l o de la L u n a .

Vi que yo , D o n Javier , desen te r ré de entre las t u m b a s viejas un

vaso de c e r e m o n i a s de los inkas , un Qero de m a d e r a , y se lo

regalé en si lencio a mí p r imo C é s a r Ca lvo . Y vi t ambién que y o ,

César Ca lvo era y o , recibí el Qero que me dio D o n Javier , e l vaso

de m a d e r a que yo mi smo me obsequié con las m a n o s de D o n

Javier , a l a r g a n d o hacia mí mis p rop io s brazos l lenos de cicatr ices .

Y D o n Jav ie r c o m e n z ó a toca r su cajón en mis v is iones , cerró los

ojos c o m o r ecog iendo a rmon ía s del aire, cadenc ias que fluían vi¬

s ib lemente , p a l p a b l e m e n t e de sus dedos r imados . Súb i t amen te

se levantó del cajón, alzó los b razos hacia el c ie lo , los met ió en el

pozo de la sangre del sol. Y vi que sus b r a z o s r eg re saban sin

hue l las , los puso ante mi ros t ro , más oscuros , in tac tos , l impios

de c ica t r i ces . . .

— N o he sido yo quien te d ic tó ese sueño , musi ta D o n J u a n

Tuesta . Es que las cosas no son c o m o son sino c o m o lo que son.

A h o r a es tás muy niño todav ía p a r a poder saber las . Trece años

no son nada . P e r o algún día, lejos, las verás .

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se cumplen las profecías de la flor del tohé

— M e d i o loqu i t a es esta l luvia, ¿di , tío C é s a r ? , dice desde sus

cinco años R u t h - R u t h , la ú l t ima hija, aquí , de D o n Javier . ¿Por

qué? , s imulo c o n t e m p l a r hacia un cos tado e n m a s c a r a n d o mi sor¬

presa.

— P o r q u e ¡dinnnn! cae de golpe y ¡dinnnn! se va de n u e v o ,

lo mismo que D ios i t o , esta l luv ia . . .

Y su h e r m a n a Selva, e x t e n d i e n d o los ojos sobre la mesa del

comedor , y e n d o has ta la v e n t a n a t ras la cual r e l a m p a g u e a súbita¬

mente lo alto de la t a rde :

— D i o s i t o t a m b i é n ha de es tar medio t r o n a d o , medio l oco ,

¿di? P o r q u e igual i to que la l luvia es: ¡dinnnn! apa rece y ¡dinnnn!

d e s a p a r e c e . . .

— ¿ C ó m o sabes? ¿Acaso has visto a Diosi to?

Y Jav i co , el m a y o r de los t res hijos:

— E n t r e el los n o m á s se ven, entre Dios i to y todos los que

se han m u e r t o s . . .

Ru th C á r d e n a s me salva, r eapa rece y r e a n u d a m o s nues t ra

charla de ayer. El aguace ro ha vuel to a d e t e n e r s e , en la frente

de la sala ab re sus alas el Cr i s to de m a d e r a t a l l ado por A g u s t í n

Rivas , yo me r e p o n g o en el si lencio que viene de la cal le, e spero

a que la e s p o s a de D o n Jav ie r se s iente , hab lo :

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— D o n Juan Tues ta me dijo que has t o m a d o tohé . ¿ C ó m o

es? ¿Se siente lo mismo que con a y a w a s k h a ?

— C o n tohé no a lucinas , d is t into es. Con tohé ves todo na¬

tu ra l , bien real , igua l i to , so lamente que es otra c l a se . . .

-—¿Cómo así?

— C o n tohé ves otra rea l idad , otra clase de na tura l . Si tú

t omas tohé den t ro de esta casa ya no ves esta casa , o t ros lugares

ves, otras pe r sonas . Estás con los ojos abier tos pe ro no ves lo

que tus ojos ven, lo que hay a tu a l r ededor , sino que miras cosas

que no están acá. Y las ves iguali tas . Qu ie ro decir que las ves

con c lar idad, rea les , como si es tuvieras m i r a n d o é s t a s . . .

— ¿ C u á n d o tomas te tohé?

— P o r pura cur ios idad lo conoc í al tohé c u a n d o tenía dieci¬

siete años. _ En mi casa se había p r o d u c i d o un robo , le sustraje¬

ron todos sus d o c u m e n t o s a mi m a m á , la dejaron sin ident idad .

Una viejita que vivía por arr iba del pueb lo me aconsejó que to¬

mara tohé , dijo que el tohé me har ía ver quién robó los pape les

de mi mamá. T o m a n d o tohé se ve t o d o , me dijo, lo suced ido y

lo por suceder, nada se escapa. A c e p t é . A p r o v e c h a n d o que mi

papá estaba de viaje fui a casa de la viejita y tomé . No vi nada

del robo. Siete días y siete noches estuve bajo los efectos del t ohé .

Con un poqui to de su jugo tuve una mareac ión de una semana.

Vi muchas cosas , m u c h o s lugares , hab lé con m u c h a gen te , pero

nada del r o b o . . .

— ¿ D e dónde ext raen el j ugo del tohé? ¿De la flor?

— L a flor del tohé m a n d a pero lo que se bebe b ro ta del tal lo.

La viejita, Rosa Urqu ía , así se l l amaba la viejita, co r tó una r ama

de tohé , que en t ierra de v i rakochas r inde una flor más p e q u e ñ a ,

con menos color b l anco y- menos fuerzas. En la selva es más

g rande , más gruesa en su tal lo , la flor misma es más flor, dob le ,

como una dent ro de o t r a . . . Rosa U r q u í a cortó una rama y le

hiz-i un tajo vert ical , hacia abajo, y raspó el co razón del tallo

que es como m a n z a n a , hasta que e m p e z ó a salir el j ugo . Lo dejó

escurrir gota por gota dent ro de un ma tec i t o , midió la sustancia

met iendo el dedo en ese recipiente has ta la mitad de la uña de

su pulgar, y me la dio a beber. Lo p r i m e r o que vi fue a mi papá .

Lo vi normal , v in iendo , y sabiendo que es taba de viaje hab lé nor¬

malmente con él. Hab lé con él sab iendo que no era él, que era

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el tohé , pero él me contestó . El tohé me con tes tó . Con el tohé

tú puedes ver a las gentes y puedes conversar , las gentes te con¬

testan con na tu r a l i dad . Y todo es na tu ra l , más natural que en

este na tura l . D e s p u é s vi que yo es taba in t e rnada en un hospi ta l

y dos enfe rmeras de b lanco me hac ían guardia . Y la más bajita

sostenía un beb i to entre los b r azos . Va ronc i to es, señora , me

dec ía . . . A ñ o s después lo vi iguali to pero sin tohé . En el m i s m o

hosf/cal es tuve , entre las mismas enfermeras de mi visión, y el

bebé era J av i co , mi pr imer hijo de ahora , de aquí , idén t ico . ' Vi

t ambién a mí e s p o s o , esa vez, con el tohé. Un j o v e n de camisa

con flores y p a n t a l ó n verde oscu ro tocaba la pue r t a de mi casa

en C o n t a m a n a . P o r la ventana lo vi y de p r imera in tención no

quise abrir le . El golpeó con más fuerza, con gran segur idad. Y o ,

nada. G o l p e ó o t ra vez. ¿Quién es? , me animé a p r egun ta r con

un miedo que no sabía, que acaso no era miedo . ¡Es la felicidad!,

contestó el j o v e n r iéndose , ¡la felicidad l lama a tu p u e r t a ! . . . Y

yo , como si yo no fuera, r i éndome t ambién , con t ra mi propia vo¬

luntad le abrí . A ñ o s después , y sin t ohé , volví a presenc iar exac¬

t amente lo m i s m o que en esa visión. R e c u e r d o : el mismo j o v e n

pero más a d u l t o , medio grueso y con barba , se ha l laba entre

otras pe r sonas que yo t a m p o c o conocía en tonces . Tú es tabas

entre ellas. Y ellas indicaban al j o v e n de barba y me decían mira ,

es tu e sposo , el p a d r e de tus hijos. Yo me reía. En medio de mi

mareac ión reía p o r q u e yo era consc ien te que nunca había visto

a ese señor, no me había casado ni pensaba c a s a r m e , ni s iquiera

lo conoc ía . . .

—Y c u a n d o al fin conocis te a Don Javier*, ¿lo reconocis te?

¿Lo reconocis te c o m o aquel a quien habías visto en el tohé?

— N o . C u a n d o conocí a Don Javier no pensé en eso. M u c h o

después pude a c o r d a r m e de él, de cuando el tohé nos p resen tó

quince años a t rás .

— ¿ E s e D o n Javier del tohé era el mismo D o n Javier de hoy?

— C o n la misma voz, la mi sma risa, las mismas facciones,

iguali to.

— T o d o lo que viste duran te el tohé , en esos siete días , ¿se

ha c u m p l i d o , lo has ido viendo duran te tu vida?

— ¿ D u r a n t e mi vida de acá?

—Sí.

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— C a s i todo . Una sola cosa que vi con ei t o h é , una cosa no

he pod ido ver t odav ía . Me vi c a m i n a n d o por una c iudad bien

g r a n d e , entre edificios ra r í s imos , gr ises , g igantescos , con ba lcones

de fierro y m a c e t a s de flores, cosas que j a m á s hab ía visto antes

t a m p o c o . En esa época yo ni s iquiera conoc ía I q u i t o s , no imagi¬

naba un pueblo tan g r ande , ahora m i s m o no p u e d o imag ina r lo ,

no sabía que exis t ían edificios así. Me a c u e r d o : tenía t e m o r de

ve rme dentro de esa c iudad, como a p l a s t a d a por los edificios, ca¬

m i n a n d o y c a m i n a n d o . . .

La tarde se a p e n u m b r a , r e l a m p a g u e a más . La p e q u e ñ a Ruth¬

R u t h regresa a i n t e r r u m p i r n o s :

— ¿ D e qué t a m a ñ o será e l án ima de los que h a n m u e r t o s ,

tío? ¿Si yo m u e r o chiqui ta , ¿mi án ima t amb ién será chiqui ta?

Y sin de ja rme t i e m p o :

— ¿ C ó m o será la cara de las án imas?

Javico se i n t e r p o n e :

— L e j o s es, de lejos son sus ca ra s . El án ima vive lejos, vive

sen tada en la m a d e r a . Por eso hay que pasar c o r r i e n d o . Si el

án ima te ve , se l evan ta , viene has ta d o n d e ti y no d e j a ' d e ha¬

b la r te . . .

— ¿ D e qué cosas te hab la? , me s o r p r e n d o d ic i éndo le .

— D e todo . P o r q u e cuando e l án ima m u e r e , m u e r e sabién¬

dolo t o d o .

Su h e r m a n a Selva c o n t r i b u y e :

— D i o s i t o le d ic ta a l ánima pa ra que hab le . A l l á en P u c a l l p a

h e m o s c o m p r o b a d o . V i m o s un án ima que salía de aden t ro de

una carta . E r a el án ima de su papá de la señora C h a b e l a . La

car ta era una car ta de Su papá. El á n i m a salió b r i l l a n d o , bien

•brillante y nos dijo: yo , en mi vida, no he p o d i d o t o d o lo que he

p o d i d o , so lamente estas cosas , así nos dijo el án ima , p o r q u e yo

en mi vida no he c o m e n z a d o a ser. Así le o ímos que dijo. No¬

sotros tres le v imos y le o ímos , ¿di, J a v i c o ? . . .

R u t h C á r d e n a s les ruega irse a j u g a r al pa t io . El aguace ro

ha vuel to a desco lga r se . El Cris to de m a d e r a abre sus alas sobre

la pa red , frente al renaco azul que p in tó Y a n d o R í o s .

58

— D u r a n t e los siete días del t ohé ¿tuviste que ayunar?

— R o s a U r q u í a me daba de comer un p e d a z o de p l á t ano por

día, asado a leña. Y si tenía sed sólo pod ía bebe r unos sorbos

de j u g o del m i s m o mano jo de p l á t a n o s . N a d i e debía ve rme ni to¬

ca rme ni h a b l a r m e . Sólo la viejita R o s a U r q u í a . . . El t ohé es

pe l ig roso , s i a lguien más interfiere es bien pe l ig roso . H a y casos

de pe r sonas que no han reg resado de aquel las m a r e a c i o n e s , gentes

que se han q u e d a d o den t ro del t ohé m i r a n d o pa ra s iempre lo que

mira el t o h é . . .

— ¿ Y pud i s t e dormir?

— P e r f e c t a m e n t e . Soñaba todas las noches . P e r o t amb ién

los sueños eran d i s t in tos , o t ros , lo mi smo que las vigilias. A u n

d o r m i d a seguía v iendo una n a t u r a l e z a ex t raña , mis sueños eran

los de otra rea l idad . D o r m í a p o c o , eso sí. E n t o n c e s yo era bien

flaquita pero en mis visiones me veía gruesa, c o m o ahora me ves ,

y se lo decía a la viejita R o s a Urquía% ¿por qué me veo tan gor¬

d a ? , y R o s a U r q u í a in formaba que yo iba a ser así l l egando a

adul ta , una vez que tuviera mi p r imer h i jo .

— ¿ C ó m o te fue p a s a n d o el efecto del tohé?

— L a d u r a c i ó n del m a r e o es de siete días con sus siete noches

por lo genera l , a veces m e n o s . P a s a d o ese t i e m p o ellos te c u r a n

p a r a que y a r e g r e s e s . . .

— ¿ P a r a que r eg re se s . . . ?

— S í , pa ra que regreses a esta rea l idad.

— ¿ Y c ó m o t e curan?

— S o l a m e n t e te ponen dos got i tas de j u g o de caña en la vista,

en cada lado de la vista, y t o d o se te pasa c o m o por e n c a n t o de

magia , nada m á s .

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vi un Cristo feliz que abrió las alas y se fue volando

Desde la casa de Don Javier allá en la calle Ñapo hasta la

de Don Daniel Guzmán Cepeda en la Plaza 28 de Julio de Iquitos

no habrá más de diez cuadras pero el cielo de noche, el aire que

arde, son diez cuadras de sol, llego jadeando.

Esta es la casa que hace veinte años hospedó mis vacaciones

escolares gracias a una misiva de mi tío César Calvo de Araújo,

el Pintor de la Selva. El viento no ha pasado. Son las mismas

ventanas de madera tantas veces pintada, persianas que mi tío

supo apartar con dedos de aguarrás y tabaco y pinceles atisbando

la Plaza 28 de Julio como sabia espátula recogiendo colores y

memorias y entregándolo todo al caballete donde otra ventana de

tela erguida y blanca lo esperaba. Es la misma techumbre levan­

tada contra las perversidades del verano, los mismos cuartos am­

plios y afectuosos como almas, la misma terca juventud cantante

de Julio Meza Peñaherrera, fundador del caserío de la isla Muyuy

donde obsequia milagros Don Juan Tuesta. El viento no ha pa­

sado por aquí, ¿el viento no ha pasado? Dentro de la vivienda,

nuevas subdivisiones y paredes delgadas y muebles que no crujen:

mecedoras de acero, tocadiscos con cumbias, respaldares nubosos

cubriendo los divanes. Y por fuera la casa lleva otro nombre: el

59 del Jirón Aguirre ha ascendido hasta el 861, el polvo de la

calle de ese tiempo yace bajo el asfalto, el torpe traqueteo de las

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motocicletas ocupa el aire que antes fue remanso, una educada

brisa pasa bajo el inusitado aguacero estremeciendo flacas tenta­

ciones, faldas y pantalones de boca ancha, sobre el cemento que

ahuyenta a las baldosas de la vetusta Plaza. Algo como un recla­

mo tardío tras el aire denuncia que los árboles de mango fueron

decapitados junto a las pomarrosas, que Don Daniel Guzmán

Cepeda no se encuentra en la casa, que ha salido. Salió tras el

pintor Calvo de Araújo sin avisarnos nada y se fueron pisando

ramas tiernas, -ya convertidos en el único enigma que no revela¬

rían a nadie.

El segundo de los hijos de Don Daniel Guzmán Cepeda,

breve de nombre y lánguido de altura, lo bautizaron Rooseveli,

admite un sitio para otra cama en su dormitorio. Casi en vano

pues no pude dormir. Horas de horas anduve de memoria por la

isla Muyuy visitando a lo lejos la última noche de ayawaskha en

casa de Don Juan Tuesta, atando mis nostalgias y cariños a las

ramas azules, a la mano anaranjada del Amazonas en la voz de

la noche alucinada, remembrando lahistoria que el brujo me ob¬

sequió acerca de mi primo y de una inconcebible mariposa ama¬

rilla, horas de insomnio recordando la charla con Ruth Cárdenas

en torno al chul lachaki y al tohé , oyendo los respirares de Roose­

velt en la cama de al lado bajo el gran mosquitero y yoa través

del mío revisando paredes de madera pulida, la espesa puerta ase¬

gurada entre dos picaportes excesivos, algunas lagartijas atigradas

huyéndose en las vigas del techo, siete vigas, y ninguna ventana

en todo el cuarto, únicamente un filo de horizonte para que pase

el aire, alargado espacio pegado al cielorraso, clausurado también

por esa voluntariosa tela de metal, franja de redecilla innacesible.

Los gallos tasajean mi memoria, deben ser las cinco de la mañana

ya, el incipiente cielo de ¡quitos destella sin luz desde la huerta

y resbala perfiles en las tablas del techo. Rasguño finalmente algo

de sueño. Sueño que Roosevelt se hunde en un enorme lago tapi¬

zado de anguilas, y me llama sin voz, lo veo, me llama con un'

mover de brazos pugnando por aproximarse a la orilla del im¬

placable lago que se hunde con él, más y más, entre árboles rojos.

Brevísimo es mi sueño. Abro los ojos y escucho que Roosevelt

no me llama, en la cama de la izquierda está quejándose. Será

una pesadilla, me digo todavía entre las brumas del mediosueño

62

v levanto los bordes del mosquitero que asombrerá mi lecho de

insomne, salgo hacia Roosevelt y lo llamo en susurro. Nada, son

penas de dormido. Enciendo el fluorescente que oscila desde el

centro del cielorraso. —¡Roosevelt! insisto, mi voz es menos

considerada, lo despierto.

Pálido de sudor y de temblores, Roosevelt Guzmán abre

ojos que se van, sostiene con la mano derecha su tobillo,

se lo ahorca mostrándome la carne amoratada alrededor de

un dardo negro. ¡Me han v i r o t e a d o ! dice. ¡Traéme un cuchi¬

llo de cocina, sin hacer ruido, ayúdame a sacar el veneno!... Yo

no entiendo, asustado, quilo los picaportes de la puerta, regreso

al cuarto, Roosevelt ha extirpado el dardo ponzoñoso, se hace un

tajo sudando más, temblando, pidiéndome que chupe su sangre

con cuidado, no me vaya también a envenenar, y que la escupa,

y ya menos airado toma en cuenta mi horror y me informa que

esa astilla es un v i ro t e , que es poder de hechiceros v i ro tea r desde

lejos, no hay muro que impida a cualquier oficiante del Maligno

vi ro tear enemigos, es eterna la guerra entre quienes practican ma¬

gia negra y quienes como Roosevelt se han afiliado a las oscurida¬

des bondadosas, a lo que César llama Magia Verde. Así me ente¬

ro que Roosevelt, ahijado de Don Juan Tuesta, es también su

discípulo desde hace muchos años.

—Desde que me curó la cojera, dice Roosevelt, ¿te acuerdas

que me dañé el pie derecho, arreglando el techo resbalé, caí

sobre un tablón claveteado y me partí el hueso del talón?... Des¬

pués, yendo de caza al centro de Muyuy, una serpiente me mordió

el mismo sitio. ¿Te acuerdas cómo yo cojeaba con este pie que

los médicos de Lima dieron por perdido? Mi padrino Juan Tues¬

ta, ayunando en el bosque me lo puso normal...

Y solamente entonces rememoro que ayer, al abrir la puerta

y conducirme hasta mi dormitorio, Roosevelt caminó limpiamente.

Y ahora me pide que alquile un bote rápido en uno de los muelles

de Belén y vaya a Muyuy y explique a su padrino lo ocurrido y

le suplique por favor que venga a ¡quitos, él fingirá una gripe a

fin de no alarmar a los parientes, me embarco sin creerlo todavía.

—La guillotina no está en las manos del verdugo —dice Don

Juan Tuesta revisando ese tobillo enorme, algo menos morado

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sobre la sangre que negrea la sábana. En el cuello de la víctima,

ahí es donde está la guillotina, agrega el brujo de la isla Muyuy.

Yo sigo descreyendo. Prefiero pensar nada.

Ví t ambién una ce lebrac ión , le digo a Don Juan Tuesta sen¬

tado en la e sp in t ana frente a la P laza R u m a n i a . Ví un jo lgor io

que no he visto j a m á s , una fiesta de sangre , y á w a r fiesta, rayrni-

yáwar, así se dice en quechua me dice él. Soñé un pueblo redon¬

do , lo i n t e r r u m p o , un sueño con gente de piel de arcilla dura,,;

viejos, n iños , m u c h a c h a s que reían sobre el césped qui tándose

unos man tos de colores , lliqllas es su nombre dice Don Juan

Tues ta , y todos ba i l aban hasta el de squ i c i amien to , felices bajo la

luna llena que era el doble del sol. Ví c a m p e s i n o s , gr i taban co¬

sas dulces y e m b r i a g a d a s , pe rseguían un gigantesco to ro negro , lo

aco r r a l aban r i endo a tándolo a un árbol que era p isonay a la vez

que p o m a r r o s a de flores co lo radas . De lo alto del cerro que cir¬

cundaba al pueb lo se d e s b a r r a n c a r o n dos hileras de h o m b r e s dan¬

do voces. A la cabeza , bajo un p o n c h o amar i l lo con estrellas

oscuras avanzaba Don Javier , t raía posado en su b r a z o un cóndor

de alas inaba rcab les como si se t r a ta ra de un gorr ión. Intempes¬

t ivamente , cerca del pisonay florido Don Javier dijo algo en el

o ído del cóndor , sonr iendo , y el c ó n d o r se despidió del b razo ras¬

guñado , t a t u a d o de cicatrices ru idosas , parecía que se iba vo lando

hacia las cumbres pero no , regresaba vo lando hacia la espalda

del toro y el toro forcejeaba bajo el cóndor de p iedra , espu¬

majeaba sangre , daba gritos de sangre. Vi c ó m o Don Javier ,

r iendo s iempre , incrustaba las uñas del cóndor en el morri¬

llo del toro neg ro , las cosía con sogas de ayawaskha , se incl inaba

al oído del t o r o c ó n d o r que se había r educ ido , menos que un pa¬

ja r i to con cuernos de caracol , y el t o rocóndo r al oir la voz del

brujo crecía, crecía d e s b o r d a n d o la plazoleta del p o b l a d o , extendi¬

das las alas de col ina a colina, anhe lan te la c o r n a m e n t a desde la

luna hasta el sol, sobre el t i e m p o , todo él expand ido desde el día

anter ior hasta esta noche , eso es lo que he mi rado en mis visio¬

nes, Don Juan Tues ta , le digo.

64

Y vi a D o n Jav ie r de spo jándose de su cushma amar i l la , sos¬

t en i éndo la ante sí c o m o capa de t o r e r o , roja, y c ab r io l eando hacia

el bicéfalo que p e z u ñ e a b a el césped y vo laba con t ra él. Va r i a s

veces D o n Jav ie r lo esquivó con la capa , b u r l á n d o s e , var ias veces

el t o r o c ó n d o r c lavó en despecho sus uñas y sus p a t a s , sus cuernos

y sus alas. L u e g o D o n Javier , que ya tenía la cara de D o n Hil -

d e b r a n d o , en t regó su cushma , de u n o en u n o , a t o d o s los varones

del pueb lo , y t o d o s eran al tos , el dob le de t a m a ñ o de noso t ros .

Yo lo mi raba todo desde una de las flores del p i sonay , den t ro del

t ronco de la p o m a r r o s a . A cada qui te de los h o m b r e s el cóndor

cavaba con su p ico la t ierra del t o ro al que es taba a m a r r a d o , y

los va rones beb ían en un vaso t a l l a d o , de m a d e r a , en un Qero de

los inkas beb ían la sangre negra del to ro has ta que el animal se

d e s p a r r a m ó sobre la hierba rota. En esa esquina de la visión me

confundo: la cara de D o n H i l d e b r a n d o a b a n d o n ó el cuerpo de

D o n Javier y D o n Jav ie r desa tó al c ó n d o r de lo alto del toro que

yacía s a n g r a n d o , n o , no fue eso lo que ví, D o n Jav ie r llevó al

c ó n d o r p o s a d o en su b razo d e r e c h o , no , se subió a él, se fue

f lo tando en esa m a r i p o s a de alas azules , a n a r a n j a d a s , no: Don

Jav ie r buscó a l c ó n d o r sólo pa ra de ja r lo , no: peormejor : lo buscó

so lamente pa ra dejar lo l ibre. Vi al cóndor e levarse r u m b o al

sol que c a n t a b a , r u m b o al Inti s o n a n d o c o m o un pozo reba l sado

de arcoir ises . Y el cóndor e x t e n d i d o sobre el aire cons iguió tapar

la boca del pozo del sol, ade l an tó a la noche . La n o c h e descen¬

dió sobre el p o b l a d o con las alas p l egadas . Y la luz de la noche

era d o r a d a , invenc ib le y do rada . Y no pude ver más .

Pe ro seguí m i r a n d o , abrí los ojos en la cara de mis vis iones

y vi otra fiesta que no he visto j a m á s . En t r é a caba l lo a un lugar-

cito que no sé su n o m b r e , Y a u r i s k i , entre mil lares de h o m b r e s y

mujeres r e z a n d o . Todav ía en la n o c h e , a p e s a r a d o aún no sé por

qué , part í con todos hacia una col ina pedregosa , después hacia

otra más he l ada y enhies ta , después hacia otra más has ta que al

fin l l egamos , en la ú l t ima n o c h e , a las faldas de un cerro impo¬

sible, e m p o n c h a d o de nieves e t e rnas . ¡Qoylluriti!', g r i t aban . ¡Es¬

trella De Nieve!, g r i taban. A lo largo del camino desde el pue¬

blito de Yaur i sk i has ta el n e v a d o l l amado Qoyl lur i t i , todos íba¬

mos j u n t a n d o p iedras p e q u e ñ a s , l u m i n o s a s , c o l o r e a d a s , los más

he rmosos o los más difíciles gui jarros del sendero que se empi -

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naba . ¡Una p iedra por cada p e c a d o ! , g r i taban . Y yo iba ¡untan­

do. ¡Una por cada pecado come t ido du ran t e e l año! Yo j u n t a b a

y j u n t a b a . A l g u n o s a r r iba ron a las faldas del Qoylluri t i doblega­

dos bajo un costal de p iedras , y o t ros l igeri tos, leves, h ipóc r i t a s ,

con la alforja f l ameando al viento h e l a d o , engordada apenas por

una que otra falsedad, uno que o t ro m i e d o , robo m a n s o , injus­

ticia. Y vi cómo a los pies de aquel nevado que ascendía , no

a c a b a b a nunca , c o n s t r u í a m o s ínfimas fortalezas con nues t ros pe­

cados , casi tas , iglesitas de piedra en homena je al ce r ro , a la Es t r e ­

lla de Nieve , en p r o m e s a de a r r epen t im ien to . Y más que nada

en p romesa de alegría. P o r q u e después de aquel la ce remon ia

ba i l amos y beb imos aguard ien te de caña y chicha de maíz bien

fe rmentada y forn icamos y nos deso rb i t amos hasta el amanece r ,

allí en los pl iegues de la cumbre b lanca . Soñé entonces que usted

salió del ce r ro , del vientre del n e v a d o . El Qoylluri t i se par t ió

c o m o un árbol y de su adent ro salió usted, Don Juan Tues ta ,

pequeñ i to , a m o r a t a d o por el viento que lo t omó en sus b r azos . Y

usted era ya adul to . Y nos gritó: ¡Visiones, empiecen! Y todos

los campes inos que h a b í a m o s pe reg r inado a ese lugar, p o r q u e yo

en mi visión era labr iego quechua , h o m b r e de los A n d e s , chori,

t odos los campes inos , no , so lamente los j óvenes , c o r t a m o s enor¬

mes b loques de hielo y los a m a r r a m o s a nues t ras espa ldas . Y bajo

el peso de los hie los c o m e n z a m o s el ascenso de la Es t re l l a de

N i e v e , e l inaccesible Qoyl lur i t i , t r o p e z a n d o , j a d e a n d o , congelán¬

donos sin dejar de reir a grandes voces , mofándonos del o t r o ,

a m e n a z á n d o n o s . Yo fui el p r imero en llegar a la cima. En lo

alto del cerro c o n q u i s t a d o se me ofreció una cueva de nieve iri¬

discente y al fondo de ella, sobre un al tar de p iedras c o l o r e a d a s ,

p e c a d o s , sonreía un Cr is to crucif icado. Y vi que la' cara de ese

Cris to feliz era la cara de Don H i l d e b r a n d o , no , era otra vez la

cara de Don Javier. Lo vi c lar i to , tal como ahora lo estoy miran¬

do a usted. Y D o n Javier , c lavado en esa cruz de p iedra roja,

en esa cruz de nieve de pa losangre , dijo: por haber l legado prime¬

ro t ienes derecho a sol ic i tarme tres deseos que h a b r á n de reali¬

zarse . Así habló el Cr is to de Qoyl lur i t i , sonr iendo. Y yo le dije:

— Q u i e r o ser l ibre.

Y él desclavó sus m a n o s en una venia y me vi conver t ido

súb i t amente en un ser invisible. Me miré : ya no estaba. No había

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nadie en mi lugar . A mi lado ibavolv ían c a r a b i n e r o s , c a u c h e r o s ,

h o m b r e s que n u n c a he visto, r a s t r e a b a n veredas de caucho por

los bosques j u n t o a mí ras t r i l l ando e n o r m e s Winchesters buscán¬

d o m e en la selva. Yo me reía de el los , cal lado me bur l aba en mi

visión, reía de sus balas que me pe rsegu ían v a n a m e n t e en el a i re ,

en la t ierra, en los r íos. Así sobreviví .

— ¿ C u á l es tu segundo d e s e o ? , dijo el Cr is to .

— Q u i e r o ser l ibre , dije yo.

Y en ese ins t an te me vi c l a v a d o en la cruz de p iedra , con los

b razos abier tos y s angran te s , s o n r i e n d o frente a D o n Javier que

en t r aba por la b o c a de la cueva de hielo y se q u e d a b a absor to

m i r á n d o m e en la cruz. D o n Jav ie r con mis m a n o s d e s a n u d ó de

su espalda el b l o q u e de hielo amar i l lo que yo me hube a tado en

los bajíos del Qoyl lur i t i y en la pue r t a de la cueva b lanca me

volvió a p r e g u n t a r :

—-¿Y tu t e rce r deseo?

— Q u i e r o ser l ibre.

Mis p a l a b r a s todavía soñaban en mi boca c u a n d o vi que

mis brazos me d e s p r e n d í a n de la cruz de pa losangre y se volvían

a las . Me vi salir vo l ando por la cueva conver t ido en un cóndor

que surcaba los aires del día y de la noche y p l a n e a b a sobre un

pueb lo r e d o n d o , nunca j a m á s lo he visto, y posaba sus ga r ras ,

mis gar ras , en el l omo de un i n t e r m i n a b l e toro negro . Me vi hun¬

d iendo el p ico c o n t r a el morr i l lo del t o r o , c a v á n d o l o y beb iéndo le

la sangre , c a v á n d o l o y beb iéndo le la sangre. Y la sangre del toro

c a n t a b a d u l c e m e n t e , era d e m a s i a d o du lce , era d e m a s i a d o t a rde .

E s o es lo que s o ñ é . . .

— L o s c ó n d o r e s nac ie ron en la selva, resuena D o n Juan

Tues t a de t rás de mis visiones. A n t a ñ o , muy a n t a ñ o , cuando e l

gran o t o r o n g o cayó sobre los c a m p a y los d i spe r só , los cóndore s

h u y e ro n , sa l ie ron desde el fondo de un vaso de m a d e r a sagrada y

fugaron a las c u m b r e s , se h a b i t u a r o n a vivir al m i s m o t i empo bajo

el sol y bajo la n o c h e , sobre el fiero granizo de los A n d e s y sobre

el pasto t ib io . D e s d e ese a n t a ñ o has ta este ahora los cóndore s

c o n t i n ú a n v iv iendo allí. Lo ún ico que nunca han a p r e n d i d o : tole¬

rar los v ientos que ruedan sobre el mar , res ignarse , vivir en los

arenales de la c o s t a . . .

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— Y o los estoy s int iendo regresar , los estoy soñando en este

i n s t an t e , veo c ó m o los cóndores vue lan hacia la selva — m e escu¬

cho repl icar a du ras penas , lejos, forcejeando desde el ayawaskha .

— P e r o no estás s o ñ a n d o , m u r m u r a Don Juan Tuesta . Y

mi ro que algo más dice su boca , otras pa l ab ra s salen relum¬

b r a n d o . La m a n o del A m a z o n a s , la dist ingo más rugosa y grisá¬

cea, bo r r a la voz del brujo cont ra el aire d o r a d o , a mis espaldas .

vi también otro pueblo que no he visto jamás

Don Juan Tuesta se incorpora del tronco de espintana. y me

invita monte adentro. Todavía en mareos atravieso la Plaza

Rumania rumbo al centro tupido de la isla que enmarca con su

estruendo el Amazonas. A menos de una hora de caminar, cier¬

to reposo mana desde los ojos de Don Juan Tuesta: ante nosotros

pasa un río de aire, cauce seco que un árbol caído facilita con

ademán de puente. Don Juan Tuesta se aparta, avanzo, en la

mitad del tronco vuelvo a detenerme: a mi derecha, de lo hondo

del paisaje, más que paisaje un túnel, techumbre de enredade¬

ras flexibles como cañas delgadas y espinosas, noto que en cada

nudo de los tallos se afirman dos espinas alevosas, ganchudas,

paka se llama esa enredadera me dice Don Juan Tuesta, y del

fondo del túnel surge una mariposa de alas terciopelosas y ama¬

rillas y punteadas de negro, me sobrevuela lentamente, silencio,

y se engoma en una de las ramas muertas sobre el río invisible.

Detrás de aquellas alas reconozco el paisaje, pero no estuve

nunca antes aquí, lo he mirado en un cuadro, el sitio exacto,

los colores puntuales, la misma luz cantando entre las púas del

enredo de p a k a , no hay duda que el pintor Calvo de Araújo

esbozó ese óleo desde aquí, su memoria sentada sobre este árbol,

yo lo miré pintarlo años, atrás en Lima. Un deseo indomable

de agradecer me vence: hablar con el paisaje, rozar la sedería

de. la mariposa.

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—Puedes locarla nomás, dice Don Juan Tuesta, si tú la

tocas no se va a espantar.

Y me acerco despacio, extiendo más despacio mi mano

hacia las gasas amarillas, la mariposa, nada, inmóvil, se deja

acariciar, me confunde tal vez con el aire que pasa en lugar del

río, pienso. Estoy así, de asombro, no sé cuánto, y por fin me

levanto respirando de nuevo y la mariposa torna a temblar, silen¬

cio, gira en redor de mí, más que silencio, entra y sale del cua¬

dro del paisaje, se decide, enfila hacia mi pecho y se asienta,

aquietándose, bajo mi hombro izquierdo. No me muevo temien¬

do ahuyentarla, y una vez más el brujo me confianza:

—Puedes seguir caminando, no se va a espantar.

Así termino de cruzar el puente, la mariposa quieta sobre

mi corazón, prosigo una hora más, dos horas en la trocha que

se interna, que se sosiega por fin frente a una k o c h a de aguas

oscuras. El calor me aventura, sería bueno un baño, la mari¬

posa abandona mi camisa mojada, sobrevuela las aguas cubier¬

tas de una baba más lenta que amarilla y cruza así, soñando^

así, silencio, hasta el islote que verdea en el centro de la poza

turbia.

—No es una mariposa, susurra Don Juan Tuesta, es el

ánima de tu finado, el ánima de mi compadre Calvo de Araújo...

Pleno entonces, poderoso y pleno, empapado de sol y de

contento me quito la camisa, el pantalón, ¡no entre usted al lago!

grita una viejita a mi espaldas, ¡está lleno de anguilas! se apa-

vora. Don Juan Tuesta, inmutable, Rosa Urquía, le dice, nada

temas Rosa Urquía, y a mí: entra nomás, ninguna nada va a

causarte mal. ¡Ayer mismo resbaló mi becerro y las anguilas me

lo devolvieron negro, quemado, difunto!, insiste Rosa Urquía.

Yo giro a la orilla de la kocha , veo la mariposa que fulgura al

frente, en el islote, trozo de joyería sobre los matorrales, y me

lanzo a las aguas cada vez más oscuras, más calientes, más claras,

huyo del sol que tuesta el viento quieto y de la tarde que arde,

braceo hasta el islote refrescante. La mariposa regresa a Don

Juan Tuesta, junto a la viejita muda que no quiere ni mirarme.

Me zambullo de nuevo en la espesa frescura, recuerdo no sé por

qué un pájaro carnívoro que se llama wapapa , me dirijo bucean-

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do a la ribera, algo toca mi vientre bajo las aguas, no veo, la

piel gomosa y árida de una, de infinitas anguilas, pero no puede

ser, estremece mi pecho, sin peligro, mis piernas. Rosa Urquía

como que renace mirándome salir del pequeño lago, descree de

sus ojos y se aparta de mí, ceño prudente. Yo me impongo, mo¬

jado, la camisa mojada, el pantalón mojado, ante el brujo que

explaya una sonrisa cansada y satisfecha.

—No habían las anguilas, le digo caminandovolviendo al

caserío de Muyuy.

Don Juan Tuesta, silencio, largo rato. Ingresando al po¬

blado se devuelve la voz:

—Sí habían las anguilas en esa kocha, dice, esa kocha está

llena de anguilas que dan muerte. Otro trecho, silencio. Las

primeras lámparas temblotean allá, cada vez más cerca, en las

cabanas que se añoran, sepia, frente a mis ojos que el ayawaskha

desdeñó hace mucho aunque todavía no desdeña del todo.

—Antes que entraras al lago yo separé tu cuerpo de tu

ánima. Las anguilas te electrizaron, se descargaron en tu cuerpo,

¿acaso no sentiste?, pero sólo tu cuerpo te tocaron. Tu ánima

no se enteró. Por eso estás vivo, me dice Don Juan Tuesta ca¬

minando a mi lado, cruzando ya la Plaza Rumania borrada por

la noche.

Al cabo de caminar días en t e ros , peores que semanas con

sus n o c h e s , desde la c iudad de P a w k a r t a m p u , vi o t ro pueblo que

no he visto j a m á s . Yo iba solo , me vi. Subí por las laderas

de C h a l l a b a m b a , me perdí en r u m b o de las selvas del C u s c o ,

hacia Q o s ñ i p a t a . R e c u e r d o un car te l , allá, en lo alto de un

pa lo , Río Carbón decía. No sé por qué lo d e s o b e d e c í , ande a mi

izquierda , e n c a r a n d o los nevados que br i l laban a z u l a n a r a n j a d o s ,

a veces color sepia. Yo no río ca rbón , yo río risas, dije, y me

dio risa pensa r una tontera así. R i é n d o m e t repé por esas cum¬

bres , bajé a o t ras más len tas , menos frías, crucé un puebl i to que

se l lama Patria, unas cuantas c a b a n a s rotosas dent ro de un claro

en sombra de aque l los b o s q u e z a l e s , y volví a escalar y a escalar

col inas y co l inas . De improv i so , tras un enredo de l ianas de gara-

b a t o k a s h a e n r o s c a d o al t ronco de una p o m a r r o s a , cons ideré el

pob l ado .

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Lo estoy mi r ando ahora, le digo a Don Juan Tues ta , lo estoy

mi r ando l ímpido , perfecto: P lazo le t a de t ierra a p i s o n a d a y bor¬

deada por siete casas de piedra gr isácea , rugosa, siete casas techa¬

das con pa lmeras de hojas amar i l las y pa rdas , azules y p a r d a s ,

desafiantes, al sol. Y tengo cas imiedo de ingresar a esa Plaza ,

lo veo. F ren te a mí, acucl i l lados en semicí rculo , chacchan hojas

de coca los anc ianos del pueb lo , las mast ican mezc l ándo l a s con

chamáiro, esa l ianita dulce, en vez de cal, como hacen los sel¬

vát icos , no los and inos . Veo que m o d e l a n su bo lo de coca tam¬

bién como selvát icos , empleando ceniza de cap i rona . A sus es¬

pa ldas , detrás del semicírculo que forman en s i lencio, en sombra ,

pende un e n o r m e kosho de masato. Un k o s h o , ese recipiente

hecho de un t r onco hueco como si se t ra ta ra de una pequeña

p i ragua , de una inabordab le canoa rebalsada de j u g o de yuca y

de saliva. Y me dest ierro más , más me sorprendo den t ro de mis

vis iones, ¿estoy rea lmente en el C u s c o ? , así digo s u d a n d o frío a

causa del a y a w a s k h a negra, p o r q u e detrás de las a luc inac iones

yo sé per fec tamente que en el Cusco no se habla el quechua que

estos ancianos mus i tan .

— N o s e s t amos t ransmi t iendo conoc imien tos — d i c e uno de

los viejos sonr i endo sin sonrisa, h a b l a n d o a p e n a s , h a b l á n d o m e

con el clima de su voz, no con su voz.

— E s t a m o s canjeándonos conoc imien tos , pero can jeándolos

como antes , a s t r a lmen te , dice o t ro .

— V i a j a n d o sin nuestros cue rpos , así can jeamos los conoci¬

mien tos , me dice otro mucho más v i e jo . , Y c o m o si me encon¬

t rara en el co razón de un juego de n iños , esa es la sensación pre¬

cisa: como si me encont rara en un j u e g o de niños veo que otro

viejito se me acerca:

— H e m o s ayunado meses para p o d e r venir, pa ra p o d e r irive-

nirnos los conoc imien tos , sabidur ías de otras é p o c a s , de otros

mundos que viven en el a i re . . .

El más imponen t e de todos el los , yo vi antes ese ros t ro , se

levanta i n t e r r u m p i e n d o a los demás y a p o y á n d o s e con dificultad,

con rabia, c o m o un convalesciente , muy despac io , en un bas tón

de plata. Es el varayoq, digo, es el a lca lde , a mí me digo, es

la autor idad máx ima del C o m ú n , de todos los p o b l a d o r e s de la

72

zona. Y este pueblo se l lama Qero, me r e s p o n d o , se l lama con

el n o m b r e del vaso de m a d e r a sagrada que usan los ant iguos .

Qero. A este p o b l a d o nadie ha l legado j a m á s , ni los conquista¬

dores e spaño les ni los c o n q u i s t a d o r e s pos te r io res , noso t ro s , los

p e r u a n o s , igual c o m o sucede con el invicto te r r i to r io de los indios

campa en El G r a n Pajonal , me digo. De súbito el varayoq os¬

tenta uñ rost ro t e r so , g r i sáceo , indefinible, son ro jado , rugoso ,

pedregoso de sienes y barbi l la , imp lacab le de p ó m u l o s , reciente

de ojos, r e m o t o de mi r a r e s , ¡reconozco esa cara! , ¿ reconoz­

co?. . . ¡Ojos de la memor i a ! ¡Memor ia ya sin ojos!. . . El ros t ro

de mi abuelo Víc to r , d e v o r a d o hace más de quince años por la

t ierra, sin e m b a r g o es más j o v e n cada día. Así el ros t ro ru inoso

del varayoq aloja las facciones j ub i lo sa s de I s id ro K o n d o r i , j oven

poeta quechua que conocí en el C u s c o , c a n t a n d o en lo alto de

la F o r t a l e z a de S a q s a y w a m a n , d u r a n t e las c e r emon ia s de home¬

naje a l Dios Sol. C a m p e s i n o , c o m o todo a l t ivo, y , como t o d o

al t ivo, s o l e d o s o , Is idro K o n d o r i condescend ía a veces a hab la r

en cas t e l l ano , pe ro c u a n d o c a n t a b a lo hacía exc lus ivamen te en

keshwa, en runasimi, en l a - l e n g u a - d e l - h o m b r e . "Soy c o m u n e r o

sin c o m u n i d a d " , can taba . " C u a n d o tuve a r a d o , bueyes no tuve .

C u a n d o tuve b u e y e s , l luvias no tuve . C u a n d o tuve l luvias , t ier ra

no t u v e " , así can taba I s id ro K o n d o r i . " C u a n d o tuve t i e r ras ,

amores no t u v e " . Jueces y p a t r o n e s despo ja ron a I s id ro K o n d o r i

de la escasa pa rce la que cons t i tu ía su he redad . El h a m b r e y el

coraje lo fo rzaron luego a no pedi r pe rmiso pa ra r ecob ra r pa r t e

de lo que le r o b a r o n . En o t ras pa l ab ras : I s id ro K o n d o r i se hizo

diestro en el arte de seducir vacas y convence r caba l los . Abigeato,

así des ignan nues t ras leyes al secues t ro de g a n a d o . H a s t a hoy ,

con o rgu l lo , I s id ro Kondor i a n t e p o n e , a cua lquier otro t í tu lo , el

r iesgoso y h o n r a d o de Abigeo. "Pe ro j a m á s ga lan teo los ganados

de mis h e r m a n o s c a m p e s i n o s , sólo r ecupero lo que nos p e r t e n e c e ,

las vacas que comen de nues t ras ant iguas t i e r r a s " .

Su voz de lgada , d o r a d a , a h o r a fluye áspera por entre la

boca c l a u s u r a d a del anc iano varayoq. ¡Isidro Kondor i está can¬

t a n d o , desde los labios del inka M a n k o Kal l i , la D a n z a Del La¬

drón De G a n a d o ! ¡Y en ese can to de varones l ibres , h i m n o ex¬

clusivo de indios herejes y l a d r o n e s , i ndomab le s y dóc i les , leales

y mujer iegos y jus tos y b o r r a c h o s , en ese c a n t o , otra vez lo estoy

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viendo , como un soi de cuero se refleja la vida v e r d a d e r a del

poeta Is idro K o n d o r i , se d e s p e ñ a n b r i l l ando las mús icas del

W Y W A S U A Q T U S U Y N I N , las j a c t a n c i a s de ese can to que Isi¬

dro K o n d o r i c o m p u s o en la noche de una de sus p r i s iones , acaso

ú n i c a m e n t e para ab r iga rnos , para v e r d a d e a r nues t r a s f laquezas

lejos, allá en las m a z m o r r a s de la cárcel del Cusco . A h o r a , como

en tonces , veo que Is idro Kondor i está c a n t a n d o :

WYWA SUAQ TUSUYNIN

Kamaq qelqa maskawashan

sita kaskay rayku

nispa,

kamaq qellqallataq niwachun

imaraykun kawsani

mijuspa.

Juchuy allpa, sumaq aupa

paytan noqa yumarani

tarpuspa,

werasapa acendaruíaq

charanq'arata ruwarasunki

suwaspa.

Koyway kamakoq weraqocha

noqapaq kasqanta

muchuyrispa

manaraq hatun llakita larpushaqti

yawamuywan

nispa.

El rugoso y gr isáceo varayoq de los Qeros pos te rga en si

las facciones de Is idro K o n d o r i , las relega y r ecupe ra su ros t ro

mi l ena r io , pero su voz insiste en r ec iennace r , no me e q u i v o c o ,

e s c u c h o , es la voz del poe ta c u s q u e ñ o Luis N i e t o , en la voz de

Luis Nie to estoy v iendo la Danza Del Abigeo b r o t a n d o i l u m i n a d a

entre la boca del anc i ano alcalde de los Qe ros :

74

Si las leyes me buscan

porque robo,

diciendo,

que las leyes me digan

de qué vivo,

comiendo.

Tierra pequeña, hermosa,

que yo preñé

sembrando:

el señor hacendado

te hizo puta,

robando.

Dame, Señor Gobierno,

lo que es mío

sufriendo,

antes que siembre tu desgracia

con mi sangre,

diciendo.

El v a r a y o q vuelve a go lpear el suelo con su vara de pla ta

t a l aba r t eada . El suelo se alza c o m o un c ó n d o r de colores que

suenan. Veo que yo me veo avanza r hacia él y él me sonr íe ,

se alegra con la cara de D o n Jav ie r c lavado en la cruz de hielo.

Pienso que debe r í a a r r o d i l l a r m e para r eve renc ia r lo pero n o , le

hago sólo una ven ia con la frente, mi frente hace una venia frente

al anc iano C r i s t o , y de mi frente nace una m a r i p o s a negra y

amar i l la , e n l u t a d a y amari l la cruza la P laza de t ie r ra , se posa

sobre el p e c h o del viejo que se ha vuel to a sentar , inmóvi l nue¬

vamente en aquel semicírculo de s i lencios , de s o m b r a s , de quie¬

tudes que fo rman los demás anc ianos del pueb lo . Y la P laza

ya no es una P laza en mi visión sino el atr io del T e m p l o del

Dios P u m a , el a t r io de Q'enqo, así se l lama ese lugar sagrado de

los ant iguos q u e c h u a s , de los i nkas , y a mi l ado , desde mi p r o p i o

c u e r p o , ha c r ec ido el altar del Dios P u m a , g igantesco falo de

p iedra rugosa y grisácea p e n e t r a n d o las nubes en lo alto del

Cusco . Y voy a ser j u z g a d o , me veo de pie en t re aquel t r e m e n -

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do pr íapo de grani to que nace de mi v ient re , y los m i e m b r o s dei

t r ibunal solar, los sacerdo tes , las pe r sonas -de l -So l que están

m i r á n d o m e con los ojos c e r r a d o s , en semic í rcu lo , y el Sumo

Sacerdo te , el Willaq Umu, se levanta y señala:

— ¡Tú no eres M a n k o Kall i ! , así me increpa el viejo vara­

yoq. Y c l avando en la t ierra su b á c u l o de plata:

— ¿ P o r qué usas el ros t ro de M a n k o Kalli si tú no eres M a n ­

ko Kalli?

Y enco rvándose en consul ta hacia el s i lencio, hacia la som­

bra que refulge sen tada a su derecha :

— M a n k o Kalli no es chor i , no es v i r akocha , ni h o m b r e de

los andes ni h o m b r e b l anco , M a n k o Kalli es más lejos de lo lejos,

él desciende d i rec to de los p r imeros hijos de K a a m e t z a y N a r o w é ,

de los p r imeros h u m a n o s que se l l a m a r o n así: K a a m e t z a y Na ­

rowé , hembra y varón.

— E s abue lo legí t imo, d i rec to , de Juan Santos A t a o Wal lpa ,

el rebelde inicial contra los c o n q u i s t a d o r e s v i r a k o c h a — l e dice

el s i lencio, le canjea la sombra sen tada a la de recha del viejo va-

rayoq.

— D e él, de M a n k o Kall i , del abue lo de Santos A t a o Wal lpa ,

nos viene la sangre que acaso t u v i m o s — le c o r r e s p o n d e el vara-

yoq a la sombra sen tada , a ese si lencio sepia.

Y ex t r ayendo un vaso sagrado de m a d e r a , un recipiente

r a s g u ñ a d o , d e m a s i a d o remoto , por ent re el cuel lo de su cushma

amari l la :

— E n este Qero nos dejó su sangre , a noso t ro s los Qeros

nos la dejó para que por esa sangre c i rculara nues t r a vida. En

este vaso ta l lado en pa losangre nos dirigió la exis tencia a t ravés

de los t i empos . Desde lejos nos envió la exis tencia , su sangre , a

t ravés de los urus. . .

En ese pasad izo casi blanco que los c o n o c e d o r e s de la For­

ta leza de Saqsawma conocen c o m o Cal le De L a s P i e d r a s C a m ­

pana , Julio Cor t áza r , de pie, cub ie r to por un p o n c h o entrete j ido

con hi lares de a lpaka , acerca sus o ídos a la p iedra más e levada

del m u r o inka iko , adhiere a ella sus p e r s o n a s , y escucha . La

c o m p a ñ e r a de Jul io Cor tázar , U g n é Karve l i s , se agacha a tenta y

76

pega su mejilla derecha a la piel de una piedra menos gris y ligera.

En lo a l to , al cos tado de acá del pa sad i zo , un niño quechua ,

rojo de ros t ro c o m o esas m a n z a n a s de A n t a p a m p a , alza en las

manos un gui jar ro lento y una y otra vez lo deja caer sobre las

rocas que c o r o n a n el m u r o b l a n q u e a d o . A cada golpe del n iño ,

Ugné y Jul io separan sus o ídos de las p iedras con gozo y el pasa¬

dizo suena con rasgos de agua c lara , toda la Fo r t a l eza de Saq-

sawma, t o d o el aire del Cusco bajo la t a r d e , suenan .

A n t e s , al med iod ía , c a m i n a m o s hasta Tampu Mach'ay, El

T e m p l o Del A g u a . Luego a r r i b a m o s a las faldas de Q'enqo, El

T e m p l o Del Dios P u m a . Allí busqué a An íba l T u p a y a c h i , hijo

del gua rd i án de las ruinas de Q'enqo, cuya amis tad fue obsequ io

que me hizo el poeta Luis N i e t o .

— E s t e señor t ambién es un jug la r , un haraweq, dije al pe¬

queño Aníba l Tupayach i a la vez que mi raba hacia Julio Cortá¬

zar. Es nues t ro h e r m a n o , le dije, es nues t ro wauqechay, él ha

venido desde el otro lado del mar para conocer n o m á s , para saber

ha ven ido , pa ra que tú le mues t r e s el T e m p l o del Dios P u m a ,

el T e m p l o del Dios De La F e c u n d i d a d . . .

An íba l T u p a y a c h i t omó a Ju l io Cor t áza r de la m a n o y son¬

r iendo se lo l levó por esos r o q u e d a l e s , a n d a n d o al pie del sitio

donde se l evan taba el al tar del D ios P u m a , un imposib le falo de

piedra que pa r t í a los cielos del Cusco . D e s l u m h r a d o por las

his tor ias de An íba l T u p a y a c h i , C o r t á z a r pasó j u n t o a l semicírculo

de as ientos t a l l ados en la p iedra en donde muy a n t a ñ o se apo¬

sentaban los sace rdo tes inkas , las pe rsonas del Sol. Ugné K a r v e -

lis quedó a mi l ado , los dos m i r a n d o con los mi smos ojos la

imagen t e r n u r o s a del niño q u e c h u a c o n d u c i e n d o a ese gigante

claro bajo el p o n c h o negro c o m o si se t ra ta ra de su h e r m a n o más

frágil y p e q u e ñ o . Luego los v imos aparece r arr iba del peñasco

r e d o n d o , en la c ima del T e m p l o los perfiles de Aníba l y de Ju l io ,

sus c o n t o r n o s de b ronce i l u s ionados por la paz del sol.

— E s t a s dos co lumni tas de p i ed ra que usted ve aquí , habr ía

dicho a Ju l io C o r t á z a r el n iño quechua en lo alto del peñón ,

estas dos c o l u m n i t a s Intiwatana se l laman aunque los v i r akocha

las m a l c o n o c e n c o m o Reloj Solar. Pero ellos pues qué saben,

no son Reloj Solar , le habr ía d icho . En el id ioma de nues t ros

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ant iguos Inri quiere decir sol, watana es amar ra r . Aquí los inkas

a m a r r á b a m o s al Sol, con cuerdas de oro y plata lo a m a r r á b a m o s

para que no escapara durante la noche , no vaya a ser que nos

a b a n d o n a r a . Toda la noche es taba el Sol, así, a m a r r a d o . Y ser¬

vía también pa ra otros usos este Intiwatana, habr ía d icho Aníbal

Tupayach i a Cor táza r . Sobre estas co lumni tas ponían a las mu¬

c h a c h a s , una rodil la sobre cada p iedra , a verlas or inar : si sus

m e a d o s caían e x a c t a m e n t e aquí , frente a las co lumni t a s , mojan¬

do esta h e n d i d u r a , eso significaba que la virgen todavía era vir¬

gen, digna de in tegrar el Aqllawasi, la Casa de las Ñus t a s del

Inka , la Casa de las Vírgenes del Sol . . .

El pequeño y Cor tázar a s o m a r o n al rato por el atrio del

T e m p l o , jun to a los restos del gran falo de p iedra , ante los 19

lugares cavados en las rocas que con fo rman la p lazole ta sagrada.

— A q u í t o m a b a n asiento los sace rdo tes , el Willaq Llmu al

cen t ro , el Sumo Sacerdote del Sol, en este semicírculo de piedra

se sentaban para hacer su just icia, así le habría d icho D o n Aníbal

a D o n Jul io . A q u í juzgaban a quienes v io lentaban nues t ros man¬

damien tos : Ama sua. Ama Hulla, Ama qella: no seas l adrón , no

seas ment i roso , no seas oc ioso . . .

Fue después que fuimos a la Fo r t a l eza de Saqsawma. Su

n o m b r e v e r d a d e r o no es S a c s a y h u a m á n , como insisten en llamar¬

la los b lancos v i rakocha . Su n o m b r e no es H a l c ó n Gr i s , Ha l cón

de Piedra : Saqsaywaman, sino Cabeza Gr is , Cabeza J a s p e a d a , de

P iedra : Saqsawma, nos informó Aníba l Tupayach i . P o r q u e antes

la ciudad del Cusco tenía la forma de un o t o r o n g o , de un t igre ,

los con to rnos exactos del cuerpo del Dios Puma. Y por eso ade¬

más la v e n e r a b a n , como Ciudad Dios que era, c o m o Ciudad Sa¬

grada , nues t ros ant iguos. Y la For t a l eza de Saqsawma, la cabeza

del puma , esta cabeza j a speada , de p iedra , congregaba todas las

m e m o r i a s , todos los pensamientos y sueños y felonías del Cusco .

Y el pecho y la cabeza de la c iudad se unían , has ta ahora se

unen, por med io de una calle n o m b r a d a Pumakurku, La Colum¬

na Ver tebra l del Puma. Y la cola de la ciudad de p iedra era de

agua, la cola del P u m a - C u s c o era el río W a t a n a y , esa quebrada

que sigue f luyendo sin cesar, sonando co r r en t adas hacia el puebli¬

to de San Sebas t i án . . .

78

Ugné Karve l i s y Julio C o r t á z a r d e s m e s u r a b a n ojos y aten¬

ciones frente a i a For ta leza de Saqsawma. R e p e t í a n una m i s m a

incredul idad: ¿cómo diablos pud ie ron t raer , c ó m o pud ie ron mo¬

ver s iquiera , tan colosales p i e d r a s ? . . . Aníba l Tupayach i tuvo

a bien e n t e r a r n o s que los inkas las extra jeron y trajeron de una

cantera p r ó x i m a , de al laci to , puede c o r r o b o r a r s e , estas moles

recorr ieron sólo cua ren ta leguas . Es tá bien pero c ó m o , volvió a

inquirir C o r t á z a r , cómo si aho ra mi smo ni con grúas podr ía tras¬

ladarse la más discre ta de e l las , p r o b a b l e m e n t e veinte t o n e l a d a s ,

¿cómo es que alguien p u d o , y p u e d e hoy día, so lamente mover¬

las? . . .

— C a n t a n d o , pues , lo hac ían , le dijo Aníba l T u p a y a c h i . C o n

canc iones , taytachay, p a d r e c i t o , con canc iones las movían nues¬

tros an t iguos , con ¡caros, con canc iones mágicas . C a n t a n d o , así

hacían viajar nues t ros pa sados a las p iedras g igan te s . . .

A h o r a , en mi nosta lg ia , el n iño quechua t iene cabel los ma¬

r rones , ojos casi c la ros , d e s v a n e c i d o s más bien, piel b l a n q u e a d a

bajo el o scu ra r se de aquel los cua t ro siglos de vivir bajo el sol.

— D e s d e lejos, desde este vaso ta l lado en pa losangre nos

dirigió la vida M a n k o Kall i , me dice el anc iano Willaq Umu, el

Sumo Sace rdo te agujeando la t ier ra con su vara de plata en mi

visión que no acaba de a s o m b r a r m e h u n d i e n d o ese bas tón entre

la t ierra p ród iga , no sé bien lo que sé ni lo que veo , el v a r a y o q

ob l igando a la H e r m a n a M a m a Oql lo debajo del H e r m a n o Man¬

ko Kapaq y e n v i á n d o l o s al ce r ro W a n a k a w r e para que allí , a sus

faldas, a los pies del fulgente, umbr ío Qoyl lu r i t i , el inces tuoso

falo de oro pene t r a r a el O m b l i g o Del M u n d o desp l egando por

fin, fiero p r e sag io , el c o n t o r n o de p iedra y de silencio de la ciu¬

dad del C u s c o . Eso es lo que estoy v iendo , lo que he vis to , le

digo a D o n J u a n Tues ta , a su voz que se aleja con pasos afelpa¬

dos , garras y colmi l lares de o t o r o n g o , de puma . Y cae el r ío

A m a z o n a s desde lo alto de su frente de sabio. Me estoy v iendo

en la P laza de los Q e r o s , r ec t ángu lo de t ierra , pa losangre t a l l ado

por las uñas del Sol, me estoy v iendo viajar con los mejores

danzan tes de los Q e r o s , bajar a C h a l l a b a m b a , en t ra r a P a w k a r -

t ampu entre c anc iones , pífanos y t ambore s de los indios bora .

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Soñé que caminé con los Q e r o s , digo a Don Juan Tuesta

en el caserío de la isla Muyuy. Caminé y c a m i n a m o s , noso t ros ,

los bai lar ines Q e r o s . Después de cua t roc ien tos años aceptamos

regresar al Cusco . Nues t ra negat iva dura ya cua t ro siglos. Cua¬

t ro siglos r e c h a z a m o s todo , en nues t ro pueblo nadie habla caste¬

l lano ni viste cas te l lano ni vive cas te l lano , lo mismo que en la

t ierra de los a shan inka , de los campa . Noso t ros exis t imos como

an tes , como s iempre , sin puestos policiales ni escuelas ni parro¬

quias v i rakocha , vest idos apeni tas así con poncho corto y cabe¬

llera larga los va rones , con t renzas enlu tadas nues t ras hembras

igual que las mujeres de la ciudad de T in ta . . .

— S a b r á s que las t in teñas , me dice Don Juan Tues ta , me

dice el viejo Wil laq U m u , me dice el sonriente Cris to de la Estre¬

lla de Nieve , sabrás que ellas, desde que los invasores ases inaron

a su paisano T u p a q A m a r u , a La Serpiente R e s p l a n d e c i e n t e , las

mujeres de Tin ta llevan lliqlla de lu to , una man ta que les baña

la espalda, con dolores . Las t in teñas guardan el luto más largo

de nuestra h is tor ia , 200 años de a p e n a m i e n t o . Desde que allá en

la P laza de A r m a s del Cusco injusticiaron a la Se rp ien te -Dios , al

insurrecto Tupaq A m a r u , y la P laza que entonces se l l amaba Sitio-

D o n d e - S e - R e z a , va r iando una sola de las letras de su n o m b r e

keshwa, cambió de profesión, m u d ó de soledad y se l lama hasta

hoy día Waqaypata, S i t io -Donde-Se-Llora , desde en tonces las mu¬

je res de Tinta se ent in taron de p e n a . . .

Me veo, absuel to por el t r ibunal de los Qeros , a sed iando las

cumbres que c i r cundan al Cusco , conqu i s t ando con ellos la ca¬

beza del cerro W a n a k a w r e . El viejo Willaq U m u o r d e n a dete¬

ne rnos . Los d a n z a n t e s descubren sus frentes y sol lozan. A lo

lejos, abajo, suenan las luces de la C i u d a d - P u m a , la C iudad Sa¬

grada de los inkas . Después de cua t roc ien tos años r eg re samos a

con templa r el C u s c o . A un gesto del Sumo Sacerdote nos desba¬

r rancamos b a i l a n d o , soplando pífanos, cas t igando t a m b o r e s fabri¬

cados con piel de t ra idor , sop lando flautas y qenas hechas con

huesos de t ra idor , hacia el pecho del Puma de p iedra . ¡Ent ramos

en triunfo de d a n z a s , nuestras cabezas ado rnadas con w a p a p a s

y garzas d i secadas , sombrero de alas negras p u n t e a d a s de ama¬

rillo cuyo cuello se alarga por nues t ra espalda, c e r r ad o el pico

en sangre, ya para qué d a r d e á n d o n o s la cintura v ic tor iosa y cim-

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breante! La ciudad se a t o r m e n t a . Los v i rakocha asus tados nos

miran ingresar a la Plaza del C u s c o , a la cueva de hielo i r idis­

cente. En el cen t ro de la Waqaypata está sonr i endo la Serp iente-

D i o s - R e s p l a n d e c i e n t e desde una cruz de p a l o s a n g r e , T u p a q Ama¬

ru, r e c i b i é n d o n o s . . .

- - ¿ P o r qué te has d e m o r a d o ? , me r ep rende e l pintor Ca lvo

de Araújo desde el e m b a r c a d e r o de su fundo Shapshico, lo veo

en mis v is iones , sentado atrás del humo de un cigarr i l lo largo

y a p r e t a d o , a r m a d o con hojas de t abaco silvestre.

— Y o te e spe raba para el a ta rdecer , me dice. Hace más de

cua t roc ien tos años que te e s p e r o . . .

Pero en vez de e scucha r lo abro las alas negras del c ó n d o r

que me o rna la cabeza y con los Qeros me ap re su ro sobre una

t rocha e scuá l ida , sobre un sendero en medio del boscaje, y al¬

canzo a los d e m á s , avanzo con el los , a b a n d o n o mis pasos hacia

el pecho del C u s c o . .

— ¿ P o r qué te ríes así, tan fuer temente? , se asusta Don Juan

Tuesta. "

— P o r q u e c u a n d o l loro , l loro igual, fuer temente , con que¬

branto de siglos, me oigo r e sponde r l e .

— ¿ N o te habrá desqu ic i ado el a y a w a s k h a ? , se a la rma aún

más e l -brujo de la isla M u y u y . Pe ro no a lcanzo a ver lo en sus

pa labras : la m a n o del A m a z o n a s las bo r r a con t ra el aire d o r a d o ,

a mis e s p a l d a s . Y en med io del te r ror de los notables de la ciu¬

dad del C u s c o , t enderos t e m b l a n d o detrás de sus ba lanzas y de

sus m o n e d e r o s , tukuyrikuy, v e r d u g o s , allqorunas, todos arredilan¬

do r e m o r d i m i e n t o s y t a rd ías cu lpas en un solo pavor , en un

r emec imien to de cárceles , ho te les , iglesias y mans iones y b u r d e -

ies de i nvaso re s , después de cua t ro siglos r e g r e s a m o s , e s t amos

r e g r e s a n d o , y nos a p o d e r a m o s c a n t a n d o de la P laza , c a n t a n d o la

m o v e m o s , r e t o r n a m o s el Cusco has ta las selvas, p iedra por pie¬

dra, silencio por si lencio, c a n t a n d o . Con canc iones lo t ranspor ta¬

mos , b a i l a n d o . Con icaros, con canciones mág icas , con bubin-

zanas, lo m o v e m o s , p e n s a n d o . . .

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¡as hembras que no pueden tener hijos paren un arcoiris

Vi también una roca t a m a ñ o de una ¿asa toda envue l ta de mus¬

go y de bejucos pero sólo en su c imien to , en su falda, ho r i zon te

de t ierra c o y u n t a d o a la t ierra. La en t r ada de la roca era corti¬

na de aguas . ¡El agua cubr ía , c o m o ca ta ra ta a m o r d a z a d a , cayen¬

do desde el suelo hacia el c ie lo , la boca de la p iedra! Y yo esta¬

ba s e n t a d o , allí , m i r a n d o . Vi , sobre la roca, unos h o m b r e s que

hab l aban en s i lencio, en s o m b r a , las voces y los ojos de t en idos

por el caer del sol. L l e v a b a n cabel lo l a rgo , una o dos humare¬

das de t r e n z a s , el p o n c h o breve c o m o el p a n t a l ó n ceñ ido a las

rodi l las , y c o n v e r s a b a n en un quechua que no sabré j a m á s .

— E s t e es el T e m p l o del A r c o i r i s , dijo desde arr iba de la

roca, en mis v is iones , una cara que r ecue rdo aunque t a m p o c o

he visto nunca . Y e n s a ñ a n d o sus ojos en di rección del sol que

se d e s a n g r a b a :

— A q u í vienen las h e m b r a s que no pueden , a t raviesan des¬

calzas esa puer ta de agua, en t ran c u a n d o casi es de noche pe ro

aún es de día. miente el cielo. Sólo al siguiente a m a n e c e r salen

las h e m b r a s luego de haber p a s a d o toda la noche den t ro de la

p iedra , después de haber c o n o c i d o la soledad sin color ni ca lor ,

la v e r d a d e r a soledad del arcoi r i s . Y ya salen p u d i e n d o . T o d a

hembra que no p u e d e , de aquí sale p u d i e n d o . .

Y v o l t e a n d o el ros t ro hacia 'a noche que venia r o d a n d o

desde el Pa l ac io de! Inka Sinchi R o k a . aquí en el pob lado que

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Je l laman C h i n c h e r o s , a una larde de la ciudad del C u s c o , miran­

do hacia la noche que iba c a m i n o del río W i l l k a n o t a . el Río Sa­

grado que pasa cerca y todavía adolescente , sin n o m b r e de Uru-

bamba todavía :

— S í , las h e m b r a s que no pueden salen p u d i e n d o de aquí.

Y los crios que ellas t iempo después conc iben , los goces que

conciben, son conoc idos como Hijos del A r c o i r i s . . .

Vi que desde lo alto de la h o n d o n a d a , p o r q u e esa roca

crece en la h o n d o n a d a que conduce del Pa lac io del Inka hasta

el río Wi l lkano ta , vi que aparec ía un viejo muy viejito apoyán¬

dose en una vara de bambú c o l o r e a d o que agujeaba la t ier ra ,

bajaba l en tamente con una pareja de perd ices , de esas que l laman

panguanas , ent re los brazos l lenos de sa jaduras ca rgaba a las

perdices. Y ya cerca de mí, no me miraba , veía a t ravés mío

las cortinas de agua. ¡Visiones, empiecen! , gr i tó . Al conjuro de

su voz rugosa vi cómo la p a n g u a n a h e m b r a en t ró a la roca, pasó

bajo las aguas que llovían de la t ierra hacia el c ie lo , se perdió '

en la p e n u m b r a húmeda y musgosa de la cueva de n ieve . ¡Qoy-

iluriti!, gritó el viejo. Y vi que nos e n c o n t r á b a m o s en el siguiente

día, la tarde an te r io r se había un ido a esta m a d r u g a d a sa l tando

por encima de la noche , ignorándo la , ex t r av iándo la pa ra s iempre

en el t iempo sin t i empo . Pero no: la noche se hab ía ido río abajo,

al Wil lkanota , más abajo, al W i l l k a m a y u , más abajo todav ía , al

U r u b a m b a , c amino de las selvas. La pang u an a h e m b r a salió de

¡a toca y puso cinco huevos en el lugar que yo o c u p a b a , en el

sitio de mi c u e r p o invisible, sobre la t ierra que la t i e r ra no sabía

que yo estaba p i s a n d o , sin v e r m e . Y la p a n g u a n a m a c h o voló

desde los brazos del viejo y se sentó encima de los h u e v o s . Y vi

entonces que yo era la panguana e m p o l l a n d o .

—El m a c h o es quien empo l l a , sentenció el anc i ano .

Y vi que yo le decía:

— ¿ P o r qué no puede verme usted, maes t ro?

—El macho es quien empo l l a , volvió a decir a solas, sin

oírme ni verme.

Y yo , el sitio que era yo , t e r c a m e n t e y en l lan to :

— ¿ P o r qué no puede v e r m e , si yo me he vuel to invisible

únicamente para que usted me vea . . .?

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Y él, r ecog iendo las p a n g u a n a s y los huevos , e m p e z a n d o

a subir por la h o n d o n a d a ;

— S e r á po rque has p e r d i d o tus poderes , te los habrán qui¬

t a d o . . .

— ¡ U s t e d puede icarame, m a g n e t i z a r m e , p ro t ege rme! , recla¬

mé. ¡Usted puede sacarme el d a ñ o !

— T o d o es m e r e c i m i e n t o , me escuché decir desde el brujo

que se alejaba j a d e a n d o , a p o y a d o en su bas tón de plata talabar¬

t eada que p r e ñ a b a a la t ierra. E r a otra vez de noche . Y de día

otra vez. N u e v a m e n t e de noche . Me confundie ron , era día y

era noche al m i s m o t i e m p o , me iban confundiendo mis vis iones .

Vi un negro que tos ía , o que l loraba sangre bajo el mar , y el

mar sonaba c o m o un cajón mus ica l . Vi que no era un cajón y

no era el mar : era un manguaré b l a n c o , de l upuna , de luna, y

sonaba en el fondo del río A m a z o n a s . Y el negro se l l amaba

N a r o w é y tenía la cara y la voz y las m a n o s de D o n Javier . Y

en t raba a su cajón d a n d o b r a z a d a s como quien ent ra al mar o a

la muer te o a un soñars in fondo z a m b u l l é n d o s e j u n t o a una wapa¬

pa, uno de esos pájaros ca rn ice ros que comía sin pres tar le aten¬

ción ni miedo . ¡Hace cua t ro siglos que no toco el cajón! gr i taba.

¡Y no voy a t oca r lo nunca más ! , g o l p e a n d o a la luna con un

ramal de p a l o s a n g r e . Vi t a m b i é n el d is tante sonido de dos cajo¬

nes j óvenes que en lugar de sonar se ma lhe r í an . Vi al cajón

m a c h o d i so lverse por entre la boca de un a r royo m i e n t r a s el cajón

h e m b r a so l lozaba , ma ldec ía , se en t r egaba al consue lo de una ho¬

guera en la n o c h e . P o r q u e ya era de noche n u e v a m e n t e . Y me

c o n t r a d e c í a n mis vis iones. E r a la m a d r u g a d a . Vi que dos gotas

du lces , l u m i n o s a s como l lanto de caña , se d e s p r e n d í a n de la

cor t ina de agua que cubría la roca y venían v o l a n d o y se posa¬

ban en mi ojo d e r e c h o . O t r a s dos gotas b r o t a r o n más dulces to¬

davía y se sumerg ie ron a l e t eando den t ro de mi ojo izquierdo .

Y no pude ver más . Me despe r t é .

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no en vano esos árboles se llaman palosangre

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El b i m o t o r nos dejó en A t a l a y a con las ú l t imas luces . V o l a m o s

dos ho ras desde P u c a l l p a , a c o s a d o s en lo alto por vent iscas y

a m e n a z a s de l luvia. Aba jo , en una espaciosa aven ida que man¬

chaba el boscaje o b s t a c u l i z á n d o s e con pas tos amar i l los y mato¬

rrales p o l v o r i e n t o s , dos h i le ras de l á m p a r a s a pe t ró leo demar¬

caban la p r e c a r i a pista de a terr izaje . Al d e s c e n d e r de la av ione ta

oscurec ió del t o d o . Ú n i c a m e n t e la luz rojiza de las l á m p a r a s

permit ía el s e n d e r o hacia el p o b l a d o perf i lando siluetas de pasa¬

j e ros y á rbo les . A n d a m o s dos k i lóme t ros c a r g a n d o nues t ros equi¬

pajes has ta el cen t ro del case r ío : c inco mil hab i t an t e s entre pes¬

cadores a b a t i d o s , funcionar ios e s t a t a l e s , n iños pá l i dos , madere¬

ros en desg rac ia , obesos c o m e r c i a n t e s y g a n a d e r o s hoscos y cal les

y j i rones de fango r e secado .

— ¡ W í n c h e s t e r s con t ra f l echas , imagínese us ted, a rmas de

repet ic ión c o n t r a lanzas de pa lo! — s e exal ta en A t a l a y a , recor¬

d a n d o , e l g a n a d e r o español A n d r é s Rúa .

A siete h o r a s del p o b l a d o si el viaje es en p i r agua , r e m a n d o

sin c o n t r a r i a r al Ucaya l i , un profundo r i achue lo ent ra al g ran

río i n e s p e r a d a m e n t e desde la ori l la izquierda f lanqueado por

dos hi leras de á rboles p l acen t e ro s de sombra y férreos de cor teza ,

más te rcos que el acero y más br i l lan tes : vetas del cod ic i ado p a l o -

sangre en cuya piel se ast i l lan las hojas de los a s e r r a d e r o s , aun

las d e n t a d a s con d i a m a n t e .

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Ese cauda l br ioso que cor ta al bosque rojo es e! Unine . De

un verdegris mohoso es la corteza del palosangre, algo más de

diez metros de tronco adelgazado y limpio de ramajes. El río

Un ine nace a r r iba , más allá de esas cumbres a r b o l a d a s , en ei

cent ro de una p lanic ie conoc ida c o m o El Gran Pajonal : cien mil

k i lómet ros c u a d r a d o s de meseta selvática hasta hoy inviolada,

allí hab i t an las invencib les , hosp i t a l a r i a s , feroces y dispersas fa­

milias de los a shan ínka . Los a s h a n í n k a , a quienes los ext raños

conocen como campas. Desde el G r a n Pajonal , por este mismo

Un ine descend ie ron ba rbudos , fa t igados , p o r t a n d o sospechosas

a r m a s y ves t imen tas y colores de pieles y ojos y cabe l los , allá

por 1965 , r u m b o a las m o n t a ñ a s de Mesa Pe lada en el Cusco ,

los guerr i l le ros c o m a n d a d o s por Lu i s De La P u e n t e . El los con¬

fiaban en que los a shan ínka , sin duda los más d ies t ros e insu¬

r rec tos de la selva pe ruana , los a c o m p a ñ a r í a n en su e m p e ñ o .

— N a d i e quiso seguirlos, dice D o n A n d r é s R ú a .

Los escasos que lo h ic ieron, c r eyendo descender a t ierras

t ibias desde las ense lvadas planicies del Gran Pa jona l , en reali¬

dad d e s c e n d i e r o n a la muer te . Los palosangres jrondean sola­

mente, y sin exceso, en lo alto, entreabriendo un barullo de hojas

lustrosas y envanecidas. T a m b i é n me informan que hace mucho

t i e m p o hubo un d e s a p i a d a d o conflicto entre los a shan ínka y la

nac ión a m a w a k a del gran brujo Ino M o x o . Que Ino M o x o , ya

h e r e d e r o p r ó x i m o del jefe a m a w a k a X i m u , raptó a una de las

t re in ta esposas de un curaca l l amado Inganí ter i .

Los a s h a n í n k a , los campa , sólo saben c o m b a t i r frente a

frente, dice e l m a d e r e r o Car los M a l d o n a d o . N u n c a surgen con

a r m a s o p e n d e n c i a s desde la sombra , e m b o s c a d o s en noche o

en boscajes a tón i tos . Y son inigualables t ensando el arco oscuro ,

af ia tado en d u r a s l áminas de pona m a d u r a . En el aire de las

ba t a l l a s francas se mofan c a p t u r a n d o con la m a n o las flechas

e n e m i g a s o e s q u i v á n d o l a s a un giro impercep t ib le del cuerpo ,

a p r i s i o n á n d o l a s ent re los bordes de sus cushmas. Y sus hembras ,

esas i nqu ie t an t e s y d iminu tas y silenciosas h e m b r a s de ojos que

se a t e m o r a n en la cara cobreña , cade ra s que pa recen ace i tadas ,

o n d u l a n t e s bajo el faldellín p in t ado , esas mismas mujeres que

hacen el a m o r con quien las place desde los diez, nueve , doce

años de edad , una vez que se casan se vuelven d e s e s p e r a d a m e n t e

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fieles. La a s h a n í n k a desposada no mira más los ojos de nadie

que no sea su m a r i d o . Sólo es factible poseer la a la fuerza. Y

c u a n d o ello o c u r r e , casi s iempre deb ido a a lguna incon t ro l ada

Guarnición de s o l d a d o s , la a s h a n í n k a v io lada se suicida.

Ú n i c a m e n t e los brujos c a m p a , los ka t z ibo ré r i , y con m a y o r

de recho los expe r to s en fumar el t a b a c o , los sh i r imp iá re , conocen

el veneno con que esos guer re ros un tan la pun ta de sus flechas,

los d a r d o s de sus extensas c e r b a t a n a s . Es tósigo que mata sin

dolenc ia y en b rev í s imo p lazo , dice D o n A n d r é s R ú a . No pro¬

viene del curare ni de n inguna o t ra sustancia b a s a d a en la pon¬

zoña que se ex t rae de las v íbo ra s . Al pa rece r los hech ice ros

a shan ínka r ecu r r en a un p r e p a r a d o de tohé, esa flor a c a m p a n a d a

y marf i leña cuya esencia ocas iona un sueño invu lne rab l e y dulce

y congela la sangre .

B u r l a d o por e l a m a w a k a Ino M o x o , e l a s h a n í n k a Inganí ter i

co n v o có a sus p r inc ipa les de t o d o El Gran Pajonal y en infinitas

p i raguas , las meji l las p in t adas con wito, con achiote, con kara-

wiro y sangre , c ien tos de gue r r e ro s a s o m a r o n por la boca del

U n i n e , d e s c e n d i e r o n entre Tas v e r e d a s de p a l o s a n g r e s , ellos y sus

mujeres d a n d o gr i tos agudos , e n t r a r o n al Ucaya l i r i endo a gran¬

des voces , a m e n a z a n d o y c a n t a n d o , p e n e t r a r o n por e l U r u b a m b a

hacia el I nuya , l legaron al M a p u y a , c ruza ron por el b o s q u e hacia

el M i s h a w a y casi cons igu ie ron lo que no habían p o d i d o los inva¬

sores b l ancos : an iqui la r a la n a c i ó n a m a w a k a . De un verdegris

mohoso es la corteza del palosangre, algo más de diez metros

de tronco adelgazado y limpio de ramajes: solamente jrondea, y

sin exceso, en lo alto, entreabriendo un barullo de hojas lustrosas

y envanecidas. Pero estos palosangres del Unine, incomprensi­

blemente viudos de corteza, .exponen a los ojos esa insolencia

roja de la que toman nombre. D e s p u é s de s e m a n a s de gue r r ea r

sin d e s can so , c u a n d o los a m a w a k a se habían r e d u c i d o a trescien¬

tos v a r o n e s , Ino M o x o , ob l igado por su jefe X i m u , re integró a

Inganí ter i su t r e in t ava mujer. D icen que o b e d e c i é n d o s e , antes de

ingresar a El G r a n Pa jona l , t ierra de sus m a y o r e s , la esposa de¬

n igrada se dio m u e r t e c l avándose en el vientre un d a r d o de tohé.

Es que estos palosangres del Unine, viudos de corteza, exponen

a los ojos y a los aires esa insolencia roja de la cual toman nom¬

bre. O t ros af i rman que tal h is tor ia es falsa, que no fueron los

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a s h a n í n k a sino los caucheros b lancos quienes , con el ment i roso

p re t ex to de comba t i r el c a n i b a l i s m o , m a s a c r a b a n sin tregua a los

na t ivos .

— ¡ W í n c h e s t e r s contra f lechas, imagínese usted, armas de

repe t i c ión con t ra lanzas de p a l o , y sólo para despojar a los indios

de sus t ie r ras l lenas de árboles de c a u c h o ! . . .

Y más cosas me dicen de los campa . Que son nómades hace

s i e m p r e , antes que los b lancos exis t ieran, desde que un inabarca­

ble o t o r o n g o negro cayó de lo alto del Gran Pajonal y los disper­

só. Que a lo más cada dos años cambian de sitio su lugar,¡ su

v ida , q u e m a n todo : la chacra con sembr íos , los c aminos abiertos

a m a c h e t e , las dos cabanas l evan tadas a pulso : la kaápa desti­

n a d a a los huéspedes , p r imera casa que edifican, y el tantoátzi

d e s p u é s , m o r a d a que ocupa rá su familia, y devuelven así lo que

po r c ier to t i e m p o pres taron a la selva, res tab lecen la paz con el

paisaje y su p rop ia armonía con la na tura leza . L u e g o m a r c h a n

a o t ro espac io del Gran Pajonal y comienzan de nuevo : queman

el b o s q u e impene t r ab l e , abren sitio para sus nuevos sembríos y

v iv i endas . Y no hacen todo eso por cap r i cho , dice Car los Mal¬

d o n a d o , no lo hacen por ignoranc ia , c o m o p e n s á b a m o s los civili¬

z a d o s . H a c e muy recienci to, dice Don A n d r é s R ú a , esos estudio¬

sos que creo se nominan ecó logos , han descub ie r to lo que los

a s h a n í n k a conocen desde s iempre: que esa es la m a n e r a más ade¬

c u a d a y sabia de fecundar la t ierra de estas t i e r ras , porque es

b l a n d a , débil es la tierra de por estos nues t ros lugares , y no resis¬

te la p r eñez in in te r rumpida , necesi ta descanso , abono y descanso.

La ceniza que produce el campa al a b a n d o n a r l a , no es de pere¬

c i m i e n t o sino de nueva vida. Es por eso t ambién que ellos sepul¬

t a n a sus mue r to s a flor de t ier ra , envuel tos en una doble capa

de ca l , para que fecunden y pros igan y no se m u e r a n j a m á s . Y

me dicen que ni los inkas ni los conqu i s t ado re s españoles ni los

m i s i o n e r o s ni los estudiosos ni los ejércitos ac tuales han conse¬

g u i d o somete r a los campa. Que por el año 1742 un jefe suyo

l l a m a d o Juan Santos Atao Wal lpa se rebeló con t ra e l Imper io

E s p a ñ o l p r o c l a m á n d o s e Rei de todos los yndios del Perú. Y que

l o s c a m p a , hoy en día, siglos después de la desapa r i c ión de San¬

t o s A t a o W a l l p a , todavía lo siguen e spe rando .

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Todos los años , al r e sona r la época de l luvias , los jefes asha­

nínka se r eúnen en algún r ecoveco del Gran Pa jona l , pos ib lemen­

te en las p r o x i m i d a d e s del C e r r o de La Sal, dice Stéfano V á r e s e ,

cerca a la c iudad de Sa t ipo , desen t ie r ran la e s p a d a que les legó

Juan Santos A t a o Wal lpa y se ded ican a e spe ra r lo días y días y

noches sin do rmi r . Al fin, c u a n d o lo ven c ruza r el cielo b lan­

diendo un r e l á m p a g o en la m a n o derecha , r e s i g n a d o s , los princi¬

pales c a m p a hacen p r o m e s a de j u n t a r s e o t ra vez el año siguien¬

te , a t r o n a n d o las p r imeras l luvias , para c o n t i n u a r a g u a r d á n d o l o .

P o r q u e según af i rman, dice C a r l o s M a l d o n a d o , c u a n d o J u a n San¬

tos A t a o W a l l p a regrese , los a s h a n í n k a vo lverán a sublevarse bajo

su m a n d o y vencerán a los conquistadores y devolverán la liber­

tad y la tierra a todos los yndios del Rey no del Perú.

T o d o eso , y más , más que el r ap to y el pos te r io r suicidio de

la t re in tava e sposa de Ingan í t e r i , más que la inminenc ia de San¬

tos A t a o W a l l p a , recogí en los a l r ededores de A t a l a y a merced

a conocenc ia s de mi tío el p in to r Calvo de A r a ú j o , gentes que

con él hab ían c o m p a r t i d o t o d o , t o d o El Gran Pa jona l , y que

ahora , abo l ido el ímpetu de aven tu ra por la neces idad y por los

años , e n g o r d a b a n vacunos sobre los past izales que se ex t i enden ,

abiertos por los c a m p a con fuego y con m a c h e t e , a a m b o s lados

del U n i n e , t ras los l l amean tes bosques de p a l o s a n g r e .

— ¡Sal ie ron a pelear por una h e m b r a pero no siguieron a

los guer r i l le ros! , dice Car los M a l d o n a d o .

No t e n í a m o s t i empo de r e m o n t a r las aguas del Un ine e in­

t e rna rnos en el país a shan ínka . N u e s t r a meta se ha l l aba al r u m b o

opues to , en t re los sobrevivientes de la no m e n o s fabulosa nac ión

a m a w a k a .

A n d a m o s dos k i lómet ros c a r g a n d o nues t ros equipajes has ta

el cen t ro de A t a l a y a . En el único baño del G r a n Hote l De

Souza nos d u c h a m o s ya a o s c u r a s p i co teados por el z a n c u d e o y

p i sando a l i m a ñ a s . A m a n e c i e n d o de jamos el hospedaje con la

in tención de d i r ig i rnos al pue r to pero debido a los amigos de mi

p r imo César C a l v o y a sus i nacabab l e s agasajos a r r i b a m o s tras¬

tab i l l ando al e m b a r c a d e r o , r ebosan te s de cerveza San Juan y

t echados por el sol de m e d i a t a r d e . Un furor de l luvias nos acogió

en el agónico mue l l e r ío de tab las af i rmadas a la r ibera izquierda

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del Ucayal i . Al l í , entre pa i sanos guarec idos bajo mangua les co¬

posos y pa lmera s frutecidas de aguajes, César se r e encon t ró con

su h e r m a n o Iván , oscuro él y c a l l a d o , quien ev idenc iaba en piel

y gestos una he renc ia indígena que , supe después , le venía por

m a d r e y afloraba a sus ojos c ó m o un acecho h u r a ñ o : Iván Calvo

apo r tó a nues t ra expedic ión la exper iencia de un amigo suyo

l l amado Félix Insap i l l o , pe scador lugareño más oscuro y cal lado

todavía .

Grac ias , o desgrac ias , a Fél ix Insap i l lo , p u d i m o s alquilar

aquel la misma t a rde una p i ragua con motor fuera de bo rda , sos¬

pechoso t ronco vac i lan te que casi naufraga frente al p u e r t o , ape¬

nas e m b a r c a d o s , cuando un oleaje nos lanzó cont ra ese pedregal

d i s imulado en el cent ro del río. Semihund idos de fango, patea¬

dos por las p iedras r edondas y casi l levando en andas a nues t ra

e m b a r c a c i ó n , César , Iván , Insap i l lo y yo nos opus imos largo rato

a la cor r ien te , v imos pasar un an imal que forcejeaba en vano ya

a r r a s t r ado por el Ucaya l i , ins is t imos con la p i ragua a cues tas ,

l og ramos conduc i r l a hasta el a m p a r o de un islote ce rcano y nos

t u m b a m o s bajo el ú l t imo sol, e m p a p a d o s y exhaus tos . Tras

ínfimo descanso sust i tuimos la hél ice del motor , cuyo bronce

deforme se había hecho trizas ent re aquellos guijarros camu¬

f lados, y p rosegu imos a con t r aco r r i en t e hacia el U r u b a m b a que

sonaba a lo lejos impon iendo su cauda entre las islas colosa les .

No avanzamos d e m a s i a d o . La escasa luna y los t r oncos desme¬

didos que suelen venir bajo el r ío , esos tornillos-negros capaces

de volcar embarcac iones más a sen tadas que la nues t ra , nos obli¬

ga ron a a c a m p a r en una playa angos ta , salpicada de arena que

b r i l l aba igual que nieve, en la j u n t u r a del Ucayal i con el Uru -

b a m b a . P l a n t a m o s palos : uno robus to para asegurar la canoa ,

los demás para tensar las carpas de nuestros mosqu i t e ros trans¬

pa ren tes . Insapi l lo se ofreció de cent inela . D o r m i m o s , no dor¬

m i m o s , así toda la noche , y el amanece r ingresó p r e o c u p á n d o n o s ,

Insapi l lo dijo que el cielo tenía cara de llover. Era el 27 de jun io

de 1977. D e s a r m a m o s nuest ro exiguo c a m p a m e n t o , e m b o l s a m o s

en pedazos de tela e m b r e a d a el fusil, las escopetas , los m a c h e t e s ,

y o c u p a m o s a p u r a d a m e n t e la p i ragua que t emblaba en la orilla.

Las siguientes j o r n a d a s dar ían la razón a Car los M a l d o n a d o ,

p o r q u e para llegar hasta Ino M o x o , al país a m a w a k a , hay que

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burlar con t r ad i c to r i a s aguas , venenosas nubes que b l a n q u e a n de

golpe , hay que sor tear cadáve res de gigantescos peces y de tron¬

cos punzan t e s , waqraponas, muwenas, masarandubas y cedros

t a lados por la cólera de los r iachos y e n c a d e n a d o s a la ú l t ima

co r r en tada . Hay que saber e scucha r a Iván y a Insap i l lo en cu¬

yas voces vue lven a lo real las fábulas de la noche selvát ica, los

apa rec idos , los d e s a p a r e c i d o s , los an imales de los cuen tos oscu¬

ros , m u c h a c h a s que g imieron bajo el río v io ladas por un delfín

c o l o r a d o . Y hay que saber do rmi r , ojos abier tos y escopeta lista,

a ler tas al pisar más inocente después de haber despe l le jado un

m o n o en o rme y habe r lo coc inado y d e v o r a d o rosad i to lo mismo

que noso t ros s in t iendo a pocos me t ros el b r a m i d o de los lentos

lagar tos en el agua fangosa c o m o t roncos f lo tando j u n t o a tron¬

cos roídos por ese musgo a z u l v e r d e d o r a d o mien t ras el tunchi

pasa s i lbando cerca a n u n c i a n d o que alguien acaba de mor i r o

va a morir hoy día y suenan entre los chicozales p i sadas de maja-

ees, cen tenas de familias de majaces , aquel los gordos roedores

p a r d o s l u n a r e a d o s de b l anco , de neg ro , sin color , en la p e n u m b r a .

La noche cae sonando e x t r a ñ a m e n t e igual que un gigantes¬

co árbol c a r b o n i z a d o . He a p r e n d i d o ya a separar , de t rás de los

rumores del boscaje y del r ío, ese inmenso silencio r a s g u ñ a d o : la

noche . Pe ro dis t ingo ahora: algo que no es el viento insiste una

y otra vez con suav idad , c o m o si a lguien es tuviera r e s t r egando

un pliego de papel celofán con t ra la gasa de los m o s q u i t e r o s .

Me incorporo con a p r e h e n s i ó n , o teo en la sombra , busco a mis

p ies , toco a l iv iado la c intura de mi escope ta . I n sap i l l o , j u n t o a

mí , ni se mueve . Yo afilo todo el c u e r p o , alerta ent re lo oscuro

y ese rozar sin n o m b r e .

— N o hagas caso , son v a m p i r o s n o m á s — o i g o que dice

Iván.

— ¿ C ó m o ? — s e cons te rna mi p r imo César .

— S í , pues , esta es zona de v a m p i r o s g randes . Sólo t ienes

que dormi r bien al cent ro del m o s q u i t e r o , si te pegas a la tela

seguro que t e s a n g r a n . . .

Y se calló de súbi to . E s c u c h é toda la noche sus r o n q u i d o s .

Y el al iento de p iedra de Félix Insap i l lo t end ido a mi l ado . Y

ese aleteo e m p e c i n a d o a sed i ando las

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— E s t a m o s cerca — d i c e , ya e s otra m a ñ a n a , Fél ix Insap i l lo

después de ma ldo rmi r , r e c o n f o r t á n d o n o s en la luz nebl inosa que

va m o s t r a n d o a t rás , d e s c o r r i é n d o s e , la copa de los ampl ios yaku-

shapanas, la greña de los canela-muwenas y o t ros alt ivos á rbo les ,

y los b a r r a n c o s mar rones y porf iados que las aguas e m b a t e n , em¬

balen y a b a n d o n a n c o m o paisaje ro to , f lanco de animal mile¬

nar io , de jando su en t revero de pun ta s de ra íces angus t i adas al

aire. No a t end imos a Fél ix Insap i l lo quien se desgañifaba ase¬

gu rando que esas huel las b r o t a d a s entre los a rbus tos y acentua¬

das en la a rena , pasos que se p e r d í a n sin sent ido en el agua, no

eran de majaz , menos de añaz , aquel casi zor r i l lo de la selva, y

t a m p o c o p isadas de ronsoco , ese o t ro roedor g igan te , pa r ien te des¬

deñado por los cerdos salvajes, sino las hue l l a s d iaból icas del

chullachaki. ¡Chul lachaki! , adve r t í a In sap i l l o , ¡Chul lachaki ! que

en idioma quechua significa u n - s o l o - p i e , pie ún ico . Según nues¬

tro guía, el chul lachaki había es tado r o n d á n d o n o s , el d e m o n i o

de los b o s q u e s , buscando s o r p r e n d e r n o s esa n o c h e . Acaso el

ánima mald i ta , el ánima sola, se nos había me t ido den t ro del

sueño, acaso nos había c a m i n a d o con sus pasos e q u í v o c o s , disfra¬

zado de h u m a n o pero sin logra r ocul ta r nunca su pie d e r e c h o ,

ese que deja huel las impos ib les , deformes c o m o gar ra de t igre o

como casco de venado m a l o . . . C é s a r asent ía con la barbi l la a

los cuentos nerviosos de Félix Insap i l lo . Yo no le di importan¬

cia, a tento como estaba al regreso de Iván que se hab ía interna¬

do algunas horas antes , todavía bajo la o scu r idad , c a r g a n d o con

un solo ca r tucho su escopeta de caza , p e t u l a n t e , a s e v e r a n d o que

no requer ía más para p r o p o r c i o n a r n o s un feliz d e s a y u n o .

César me hubo ant ic ipado cier tos rasgos de Iván : c aminaba

descalzo y sin ruido en lo difícil del m o n t e , por sobre los espi¬

nos y bejucos resecos , sabía olfatear en las hojas ca ídas el paso

de los jaba l íes y el rumbo y la d is tancia en que se h a l l a b a n , no

fallaba nunca un d isparo ni un f lechazo ni un soplo de ce rba tana ,

present ía la presa o el pel igro con la misma as tuc ia de los t igres

j óvenes , a pesar de lo breve de su edad ya era e x p e r i m e n t a d o

monteador , le l l amaban Cac ique y había sobrev iv ido a tantos

r iesgos, a tantas indecibles a v e n t u r a s .

El pintor Calvo de Araú jo desp rec i aba las c i u d a d e s , vivía en

selvas in t r incadas , lo más lejos posible de la civi l ización. En ton -

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ees hab i t aba una nimia cabana t rente al río U tuqu in í a , a dos

j o r n a d a s de Puca l l pa . Rec ib ió la sorpres iva visita de César .

— T e has d e m o r a d o — l e dijo en e l ya noc tu rna l embarca¬

dero , sen tado t ras el h u m o de un cigarr i l lo lento y largo, mode¬

lado con t a b a c o silvestre.

— Y o te e spe raba antes que oscurec iera .

— T u v e que hacer un alto p a r a comer algo — s e excusó

César , in t r igado pues no había él adver t ido a nadie acerca de su

viaje.

— A n o c h e te soñé , soñé que l legabas al a t a rdece r , ¿no lo

dije? — r e m a r c ó el pintor d i r ig iéndose a su c o m p a ñ e r a de esos

meses.

— A s í ha s ido, pues -—cor roboró ella, bajita, de piel dura y

oscura , m e n o s que su mi rada fugit iva—. Tu vejez me ha des¬

pe r tado a n o c h e , dijo a César , me ha d e s p e r t a d o d ic iendo m a ñ a n a

viene César , antes que sea sombra va a l legar . . .

El p in to r Calvo de Araújo vivía en aquel t i empo con dos

de sus hijos m e n o r e s : Ángel e Iván . César t r o p e z ó con la in¬

franqueable hos t i l idad de a m b o s . Días después logró entender¬

los. Ya p i n t a d o por el sol del U t u q u i n í a , t o s t ado por esa reso¬

lana que rebo ta en los lagos , pescaba s emidesnudo en la ori l la

cuando se le ace rcó una sombra , Iván , y puso su b razo oscíuro

j un to al c u e r p o ya oscuro de Césa r , c o m p a r ó los colores y sonrió:

— ¡Ahora sí eres mi h e r m a n o !

E i n c o r p o r á n d o s e de un sa l to , hab i t ado por alegrías desme¬

su radas , lo c o n v i d ó a mon tea r . C a r g a r o n dos l anzas , una esco¬

peta vieja, med ia docena de c a r t u c h o s , y con eso y sus cuerpos

jub i losos a g o b i a r o n una p i ragua tan corta como angosta . Iván

iba de lan te m e t i e n d o de cos t ado el r emo den t ro del agua y sa¬

cándo lo igual , sin denunc ia r s iquiera las gotas que escurr ía el palo

c u a n d o a b a n d o n a b a l a cor r ien te i m p e r t u r b a b l e . M u d o s surcaron

el flaco U t u q u i n í a , a m o r d a z a d o s por la visión de los bosques

umbrosos que t e c h a b a n el sendero de agua b lanca . A unas ho¬

ras tuv ie ron que desalojar la p i ragua y subir con ella en h o m b r o s

esa esca l ina ta de p iedras i r isadas por donde el río se despeña en

ca ta ra tas inofens ivas . D o b l e g a d o aquel t r amo en t r a ron nueva¬

mente , a b o r d o del Utuqu in ía , hacia un bosquezal cegado . Siem-

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pre silencio, Iván retiró el remo del agua y con los ojos al frente,

c lavados en un pun to del túnel boscoso que apenas consent ía la

in t romis ión del sol, olfateó a uno y otro lado de la p e n u m b r a y

por fin l en t amen te extendió su m a n o de recha en di rección de

César sin vol tear el ros t ro . Césa r persist ía inmóvil al fondo de

la canoa , con la escopeta sobre los mus los , p u g n a n d o por adivi¬

nar qué había vis to , no , qué había o l ido su h e r m a n o m e n o r en

aquel la espesura . En t r e res ignado y a l a r m a d o en t regó la escope¬

ta. Iván , aún más alerta hacia lo alto del boscaje en s o m b r a ,

recogió el a rma d e s p a c i o s a m e n t e , más d e s p a c i o s a m e n t e la afirmó

con t ra su h o m b r o , apun tó . César mi ró , menos que c iego, hacia

donde miraba la escopeta . N a d a . Casi con el t r o n a r del d i spa ro ,

desde la m a r a ñ a de bejucos y r amas se descolgó el c u e r p o de un

t igre, un o t o r o n g o negro de dos me t ros que cayó b r a c e a n d o al

r i achue lo . R e m a n d o con la m a n o Iván a p r o x i m ó 'a p i ragua al

eno rme felino que flotaba sin m o v i m i e n t o . Césa r se est iró pa ra

a t r apa r lo . Iván lo impidió: no está difunto, p rev ino e s c a r b a n d o

con los ojos la apa ren te quietud del animal y rozó con el r e m o

la testa teñida por la muer te . La fiera, sin abrir los p á r p a d o s

ve lados por la sangre que fluía de su frente, r evo lo teó un za rpazo

que hizo flecos al r emo. Iván r e c u p e r ó la escopeta : se hacía' el

cadáver , dijo, n o m á s estaba f ingiendo, y desp iadó o t ro ca r tucho

sobre el o to rongo . H o r a s de si lencio. Ya a la vista del exiguo

e m b a r c a d e r o de Shapshico (así, Diablito, se ape l l idaba la propie¬

dad del pintor , en cont rapos ic ión a los lugares a l e d a ñ o s bautiza¬

dos todos con sensibleros n o m b r e s de bea tas y santos ca tól icos)

César inquirió a su h e r m a n o acerca de lo que hub ie ra sucedido

de no haber él p resen t ido la p resenc ia del t igre.

— ¿ C ó m o pues no voy a oler a un t igre? , e x c l a m ó Iván in¬

c rédu lo , ofendido por la p regunta , y c o m o esta se repi t ie ra , y

después de sostener varias veces lo m i s m o , ¿cómo no le voy a

o ler? , concluyó por aceptar la impos ib le pos ib i l idad de un des¬

cuido suyo, giró hacia César y dijo sin al terar la voz:

—Si no le a lcanzo a oler, seguro que este o t o r o n g o nos ma ta ,

no es ta r íamos h a b l a n d o ahora.

— N o sé si sabes — m e dice César , que Iván es ah i jado del

brujo de los brujos, protegido del m a e s t r o Ino M o x o . Mi p a d r e

solicitó ese privilegio al gran jefe a m a w a k a y él se lo c o n c e d i ó .

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— ¿ C ó m o ? — r e c l a m é — ¿No aseguras te que Ino M o x o no

habla con nad ie , con n ingún occ iden t a l , desde hace m u c h o s años?

— C l a r o que sí, me apac iguó con na tu ra l i dad , lo que pasa

es que mi p a d r e le pidió m e n t a l m e n t e , desde el U t u q u i n í a , que

fuera p a d r i n o de Iván , y así t a m b i é n , m e n t a l m e n t e , recibió el

a sen t imien to de I n o M o x o . D e s d e ese día Iván puede ent rar a l

pel igro sin t emor : Ino M o x o lo cu ida . . .

Sin e m b a r g o aquel la m a ñ a n a yo agua rdaba el regreso de

Iván con más h a m b r e que confianza y con más impac ienc ia que

con h a m b r e . Y con creciente a s o m b r o . T r a t a b a de exp l i ca rme lo

que semanas an tes me hubo acaec ido en Puca l l pa mien t r a s espe¬

r á b a m o s que aquel d e s c o y u n t a d o b i m o t o r decid iera volver a fun¬

c ionar y c o n d u c i r n o s a la c iudad de A t a l a y a . T r a t a b a de fijar en

mi memor i a lo que me dijo allí D o n H i l d e b r a n d o , M a g o M a y o r

de la zona , en t o r n o a Ino M o x o y a su v ida . . .

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mil años demoró en llegar a Pucallpa el Vaso Sagrado

de los inkas del Cusco

— A q u í son fundamenta les los colores , dice César , puer tas

inUispensables para la in tu ic ión, para el e n t e n d i m i e n t o . Puca l lpa ,

por e jemplo , id ioma q u e c h u a , puka: rojo, allpa: t ierra , P u c a l l p a

es t ierra roja.

Le creí , no le creí. Y a n d o Ríos , p r imogén i to de Don Hil-

d e b r a n d o , hab ía con tag iado a Césa r su pasión por la magia. Le

creí. A m b o s f recuentaron al brujo de P u c a l l p a , más c o m o cu¬

riosos que c o m o disc ípulos , d u r a n t e varios meses . No le creí .

Así fue c ó m o César pudo saber , y luego saber y o , que pervive

una j e r a r q u í a r i gu rosamen te r e spe t ada entre los brujos selvát icos .

Que el g rado más ans iado o tó rgase al M a g o M a y o r de cier tas

zonas . Que la demarcac ión de tales regiones depende más de

influencias estelares y mandatos del aire que de r eque r imien tos

pob lac iona l e s y / o geográficos. Que algunos hechiceros ofician

maleficios, cierta magia cuya meta y origen bulle en la sumis ión

al M a l i g n o , y son enemigos i m p i a d o s o s de quienes a luden a los

diversos min i s t e r ios de la magia del cariño. Supo t amb ién de

sectas que mezc lan en sus r i tua les práct icas profanas h e r e d a d a s

de un t i empo sin m e m o r i a (el m i s m o día que a r r i b a m o s a Puca l l -

pa los d ia r ios difundían el ha l lazgo de una cabeza de n iña , cer¬

cenada a cuch i l l o , p in tadas las mejillas con wito y con ach io te ,

den t ro de una canas ta a b a n d o n a d a en la Ca r r e t e r a Feder ico Ba-

sadre) con invocac iones ce r emon ia l e s n í t idamente i m p r e g n a d a s

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de catol ic ismo y p ro tes t an t i smo . Según César los brujos amazó¬

nicos no caben ni en la magia negra ni en la b lanca , en determi¬

nadas ocas iones apelan a maleficios con tal de hace r el bien, y

habr ía que referirse entonces a una magia verde exclus iva de los

hechiceros selvát icos, en la cual se en t re lazan ex tensas cofradías,

suerte de rel igiones méd i co -mág ica s , y que D o n H i l d e b r a n d o ven­

dría a ser el Gran M a g o Verde de la zona de Puca l lpa .

Cua t ro días p e r m a n e c i m o s en la t ierra roja, cua t ro noches

asist imos a la choza de Don H i l d e b r a n d o y a t e s t iguamos sus se¬

siones de medi tac ión y de l l a m a d o . C u a t r o noches sa l imos del

Hote l Tar i r i , c a m i n a m o s callejas e n c h a r c a d a s de inv ie rno , cruza¬

mos esa verja inc l inada por ar iscos pa lo s , t r a s t ab i l l amos un sen¬

dero sinuoso y angos to , e n t r a m o s a su casa, nos apre tu jamos

entre los enfermos y creyentes que c o l m a b a n su h o r a r i o de visi¬

tas noc turnas .

—El espíritu de un inka le protege —aseguró Don Hilde­

brando a César. —Siempre que vienes con Y ando él aparece, lo

veo detrás tuyo como un gran resplandor cubierto hasta los pies

con una cushma amarilla, ese poncho cerrado y cosido por los

lados, todo pintado a rayas, con adornos color de tierra roja...

Y ofreciendo a César una pequeña dosis de ayawaskha en un mate oxidado:

—Siempre que vienes él te acompaña, es el espíritu del inka

Manko Kalli, detrás tuyo aparece con un vaso de madera entre

¡as manos, un vaso muy viejo, tallado con los mismos adornos

de su cushma...

—Yo sé cómo es ese vaso —se escuchó decir César, tras

el último amargor de ayawaskha. —Lo he visto, es un Q e r o , el

recipiente sagrado que los inkas usaban en sus ceremonias. Be¬

biendo sólo un sorbo de ese vaso y vertiendo el contenido res¬

tante en canales cavados en las piedras de sus templos, los inkas

complementaban las reuniones de adoración al Sol, el Padre Inti,

y a la Luna, la Madre Killa...

—¿Tú también lo has visto? —dudó Don Hildebrando sen¬

tándose en la banqueta de madera rayada, volviendo a incorpo¬

rarse. Cruzó hacia un costado del cuarto, hizo crujir el piso de

su cabana en las afueras de Pucallpa, se agachó ante algo que

102

semejaba un baúl, alzó la tapa trenzada con sogas de c h a m b i r a ,

extrajo un cuadernillo envejecido y un lápiz y los tendió a César:

—Dibuja ese vaso para mí, ordenó, voz que se aligeraba

como rozando un favor, y César dibujó, y los ojos del brujo ful¬

guraron en la semipenumbra, ¡así mismo es!, Manko Kalli lo

ajusta siempre contra su pecho, dijo, ¿cuándo lo viste tú?, ¿lo has

visto aquí en mi casa o lo has soñado?

—Nunca he visto a Manko Kalli, lo desencantó César, pero

ese vaso sí lo he visto...

Y luego de un breve silencio, asediado ya por las primeras

visiones que ocasiona el jugo del ayawaskha, la liana del muerto,

recordó:

—Hasta hace unos años radiqué en el Cusco. Una tarde,

caminando en lo alto de la ciudadela inkaika de Pisaq, encima

del Valle Sagrado, miraba cómo pasa el río Urubamba, plateado,

joven todavía, antes de perderse en la selva. Los quechuas no

lo conocen como Urubamba, para ellos sigue siendo Willkama-

'yu, que significa río-dios, río sagrado. Más arriba de la cordille¬

ra, en donde nace el Urubamba, lo llaman Willkanota y dicen

que hace mucho, antes que advinieran los conquistadores españo¬

les, el Willkanota era un río poderoso, imposible de atravesar,

caminaba de pie, levantado sobre dos aguas. Cuando los invaso¬

res asesinaron al último rey de los quechuas, a Manko Inka, el

río sagrado se volvió rojo, peor que sangre de inocente, dicen, y

desde ese día sus aguas se amansaron, se dividieron, como et

tiempo sin tiempo de los primeros hombres, de los campa, poco a

poco las aguas fueron después recuperando su color pero siguie¬

ron pasando arrodilladas, llenas de tristeza...

Don Hildebrando se achinó todavía más mirando a César,

la cabeza de arcilla tensada hacia adelante. Más que ocupar una

expectativa, su silencio desbordaba otra exigencia. César obe¬

deció:

— Yo estaba esa tarde contemplando el Willkamayu, el Uru-

bamba, desde lo alto de Pisaq, a medio día de la ciudad del Cus¬

co, andando así, maravillado, bordeando el cementerio viejo, la

ciudad-de-los-muertos de nuestros antiguos, y justo antes del oscu¬

recer encontré a un viejo campesino harapiento, me sorprendió

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m barba entrecana, él estaba excavando cerca de las cuevas donde

están sepultados sus primeros abuelos. Tenía entre las manos

ese Qero recién desenterrado. El anciano me oyó esbozar un

saludo en su idioma y sonrió con lástima aproximando el vaso

ceremonial hacia mí, obsequiándomelo sin razón y musitando

una palabra que no he olvidado:

— A y ú m p a r i , me dijo.

Eso me dijo: ayúmpar i . Tiempo después volví a Lima, llevé

el Qero conmigo, hoy lo tengo bien guardado en mi casa.

Y echándose hacia atrás, como espantando una visión ex­traña:

—No sé por qué, ahora que usted habló de Manko Kalli y

del vaso de madera, supe que no podía tratarse de otro vaso...

—Es un vaso ¡carado —dijo Don Hildebrando apartando

la muralla de bambúes azules, anaranjados, que habían inunda­

do el centro de su casa desde la saliva del ayawaskha. I c a r a r es

devolverle a las cosas los poderes que no les vinieron de natural

en esta su vida. I ca ra r es magnetizarlas con fuerzas que las cosas

no apiendieron, no saben...

Las palabras del brujo se extraviaron en la mente de César.

Tras los bambúes coloreados asomaron dos ojos dañinos, sulfu¬

rosos: la visión de un viejo campa engalanado para guerrear.

—¡Yo me llamaba Hahuate!, gritó dentro de la memoria

y las alucinaciones de César. ¡Ahora me llamo Andrés Avelina!

¡Andrés Avetino Cáceres y Ruiz, ese es mi nombre!

Y se disolvió de súbito la visión, se filtró dentro de su voz

por entre las rendijas del piso de tablones crujientes.

— M e s e s después traje a Puca l l pa el vaso c e r e m o n i a l talla­

do en una sola pieza de madera oscura , me c o n t ó César . Le

creí, no le creí. Pero cuando conocí a D o n H i l d e b r a n d o , el Qero

de M a n k o Kalli ocupaba el cent ro de su vivienda. C u a t r o noches

nos reunimos en redor de ese Qero a medi tar , a q u e d a r n o s calla¬

dos c o n v o c a n d o 'las fuerzas que habi tan el aire ' p a r a poner la s

al servicio 'de nues t ros he rmanos que padecen ' al decir de Don

H i l d e b r a n d o . En medio de la hab i tac ión pr inc ipa l d e s t a c a b a n

tres escalones t r iangulares de m a d e r a pul ida, supe rpues to s con

intención de altar, y sobre la ú l t ima p la taforma, j u n t o a ese pe-

104.

queño recipiente hecho de c a l a b a z a , se a p o s e n t a b a el Vaso Sa­

grado de los inkas del C u s c o . U n a d iminuta p iedra negra , redon¬

da, a c h a t a d a y br i l lan te t e m b l a b a al fondo del vaso que D o n

H i l d e b r a n d o l lenaba noche a noche con 'Agua de la Seren idad ' .

An te s de iniciar cada sesión los pa r t i c ipan tes la b e b í a m o s , luego

t o m á b a m o s as ien to sobre el suelo , a l r ededor de los t r i ángu los ,

d e s p o j á n d o n o s p rev iamen te de todo objeto de meta l , m o n e d a s ,

hebi l las , sor t i jas , a fin de 'no obs tacu l i za r la l legada de los espí¬

ritus del a i re ' . Sin que nadie lo solici tara p e r m a n e c í a m o s duran¬

te toda la sesión con los ojos c e r r a d o s , y era posible sentir las

fuerzas que nos iban p o s e y e n d o , las e m a n a c i o n e s , pero no eran

e m a n a c i o n e s , que parec ían descende r has ta lo más h o n d o de

noso t ros desde lo más h o n d o del aire de la selva.

—¡Yo sé quién me ha matado!, gritó la visión del anciano

campa Hohuaté. Yo lo escuché con los ojos, con claridad, mi¬

rando su grito, me dijo César en el avión yendo a Pucallpa. Le

creí, no le creí. ¡Pero no han matado a Hohuaté, han matado

a mi otra persona, han matado a Andrés Avelino Cáceres y

Ruiz..-! Así gritó la visión antes de disolverse entre las grietas

del piso.

Al final de cada r eun ión , ya de regreso en el Hote l Ta r i r i ,

c o m e n t a b a con mi p r imo César : era posible sentir cómo el ámbi¬

to de la choza se co lmaba de fuerzas y esas fuerzas nos conta¬

giaban una invencible y serena ans iedad , indescr ip t ib le omnipoten¬

cia p e n e t r á n d o n o s desde los pies d e s n u d o s , por las s ienes, c o m o

de lgad í s imos r iachuelos de aire que encon t r a r an su cauce en

nues t ros p o r o s y nos e n g r a n d e c í a n el pecho y la exis tencia , y era

posible ver al brujo enfrente de noso t ros y pa ra ello no precisá¬

b a m o s ni en t r eab r i r los p á r p a d o s .

— D e s p u é s no vi b a m b ú e s de colores sino un río gr i sáceo

y m u c h o s m u e r t o s , me está d ic iendo César en el avión, muche¬

d u m b r e s de muer tos que ba jaban flotando acr ib i l lados y el río

se hacía sangre y br i l laba c o m o un cuchi l lo rojo en el ve rdo r y

con tag i aba al cielo de la t a r d e . Y después vi más cosas que no

puedo deci r , que no he vis to j a m á s , me dice Césa r en el a i re , vo¬

l ando hac ia Puca l lpa . Le creí , no le creí. H a s t a que conoc í a

D o n H i l d e b r a n d o . La segunda noche que estuve a visi tarlo fue

tan ta la t ens ión den t ro de su t a m b o , la a cumulac ión de poderes

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que percibí , no sé, que toda la casa comenzó a t embla r y a sonar.

Cada vez más las quebran tab le s p a r e d e s de m a d e r a se estreme¬

cían, todo v ib r aba c o m o por ú l t ima vez, igual que si estuviéra¬

mos en el ep icen t ro de un t e r r e m o t o .

—¡Yo sé quién me ha matado!, gimió el campa Hohuaté.

¡Sé quién ha v i ro t eado con veneno al curaca Andrés Avelino Co¬

cer es y Ruiz!

Seguí s en tado así, de soyendo al indecible ca t ac l i smo , a tento

ún icamen te a los m a n d a t o s ca l l ados de D o n H i l d e b r a n d o , ha¬

c iéndome uno con su serenidad, a b a n d o n a d o sobre los tab lones

que r ep ique teaban , n i n g u n e a n d o a los g randes z a n c u d o s que me

h incaban la frente, los o ídos , las m a n o s , los tobi l los descub ie r tos ,

hasta que el t emb lo r se fue a t e n u a n d o , a t e n u a n d o , confundiéndo¬

se con el anda r del viento y los r u m o r e s del b o s q u e , y desapa¬

reció.

— F u e r o n venc idos , sonó la voz de Don H i l d e b r a n d o en la oscur idad . Esp í r i tus dañosos han e s t ado que r i endo ingresar pero fueron venc idos . . .

Esa noche me enteré que el brujo había curado previamen¬

te a la piedra negra que dormía en el fondo del Q e r o . La había

icarado con rezos pode rosos , con cán t i cos , i nvocando . D u r a n t e

siete días ayunó en lo recóndi to de los bosques vec inos has ta que

consiguió dotar la con los poderes del aire y de la t ie r ra , de m o d o

que la piedra insuflara su fuerza, su serenidad , al agua deposi¬

t ada en el vaso ce remonia l .

Los brujos amazónicos son capaces de curar cua lqu ie r ob¬

j e t o . Para ello se in ternan en la selva, ref lexionan s e m a n a s nu¬

t r i éndose de agua de quebrada , pe rmi t i éndose comer ún i camen te

un j i rón de p lá tano asado a la i n t emper i e , de acue rdo a la poten¬

cia con que quieran cargar el objeto en cuest ión. Un col lar de

semil las , por e jemplo , o un b raza le te de piel de v íbora , o una

pu l se ra t rabajada con labios de vagina de un delfín c o l o r a d o , o

la sortija más inofensiva o un m e c h ó n de cabel los o un p a ñ u e l o ,

pueden ser curados por un brujo, según la in tens idad e in tención

de la carga, pa ra que o torguen vida, amor , d ine ro , j u v e n t u d , des¬

m e m o r i a , plenitud sexual , maleficios o mue r t e . El m i s m o obje to ,

una vez curado, es capaz de resuci tar , sanar , enfermar o ma ta r ,

obedec i endo al t i empo del ayuno y a la dirección de la carga.

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D o n H i l d e b r a n d o curaba a la piedreci l la negra cargándola

de reposo y tal serenidad nos era t r ansmi t ida med ian t e el agua

con ten ida en el vaso sag rado . L u e g o de bebe r í a , ni b ien retor­

n á b a m o s de la med i t ac ión a 'esta rea l idad ' , D o n H i l d e b r a n d o , ya

inves t ido por los espír i tus b e n i g n o s , a tendía un s i nnúmero de

pac ien tes . E r a su as is tenta una mest iza escuál ida de ros t ro dulce

y quince años de edad. V iudas de cadenc ia sus c a d e r a s , huérfa¬

nos sus pies de t o d o paso a causa de una pol iomiel i t i s de naci¬

m i e n t o , la ch iqui l la fue t r a t a d a por el mago de Puca l l pa . Yo la

vi c a m i n a n d o n o r m a l m e n t e , y e n d o y v in iendo sin sos iego, alcan¬

z a n d o a D o n H i l d e b r a n d o los u n g ü e n t o s , las p o c i o n e s , los 'vege¬

tales de p i ed ra o de m a d e r a ' r eque r idos para cada dolenc ia . En

el m o m e n t o más intenso de la sesión, c u a n d o el brujo ape laba a

ex t raños c á n t i c o s , ella le hacía coro c o n t r i b u y e n d o con su voz

rayada a la r e c u p e r a c i ó n de los enfermos .

¡ra ¡ra ¡raká

Kura Kura Kuraká

. Nai Nai Nai

Epirí Ririritú

Y amaré

Y amaré Y amarerémo...

M á s c h i r r i a n d o que c a n t a n d o , la ex-pol iomie l í t i ca reforzaba

el icaro de D o n H i l d e b r a n d o . Es que cada M a g o V e r d e , dice mi

p r imo Césa r , repi te o improvisa sus prop ios icaros , canc iones má¬

gicas in t rans fe r ib les , de a c u e r d o a la na tu ra l eza de las r eun iones .

Hay icaros de l l a m a d o , de p r o t e c c i ó n , de aprendiza je , de inter¬

cambio de c o n o c i m i e n t o s , de curac ión con a y a w a s k h a , de cura­

ción sin a y a w a s k h a . A l g u n o s d e n o m i n a n bubinzana al icaro que

rige las ses iones r i tuales o las reun iones de in ic iación. O t r o s , co¬

mo D o n H i l d e b r a n d o , t r a t á n d o s e de sesiones de curac ión , evi¬

denc ian un r e p e r t o r i o más comple jo : c an tu r r ean icaros específi¬

cos , g e n e r a l m e n t e i r repe t ib les , uno para cada en fe rmedad , inclu¬

so uno p a r a c a d a dol iente . Y eso no es n u e v o , dice Iván ya en

A t a l a y a , h a c e siglos los inkas ap l i caban la mús ica c o m o par te del

t r a t a m i e n t o m é d i c o . Se dice que ten ían melod ías cargadas, diri¬

gidas c o n c r e t a m e n t e a d e t e r m i n a d o obje t ivo , una música para

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curar la tuberculos is , que ellos d e n o m i n a b a n , c reo , y a n a w a y r a ,

que quiere decir viento negro en quechua, otra mús ica para otra

enfermedad, has ta tenían una melod ía única que sólo se ut i l izaba

para hacer el amor, para devolverle la j u v e n t u d sexual a los

viejos.

Pero hay casos que no requieren de icaro. Fui testigo: la

esposa de un ingeniero amigo mío , directivo de la Cervecer ía

"San Juan" de Puca l lpa , era víctima de irrefrenable fobia. La

sola visión de cualquier culebra, de cualquier se rp ien te , la con¬

ducía sin r emed io al desmayo. Bas taba que c o n t e m p l a r a un

ofidio, " aunque sea disecado, aunque sea en fotografía" según su

propia confesión, para que fuera poseída por un vér t igo inven¬

cible y cayera "hacia a t rás , con las piernas a b i e r t a s " . Ps icó logos

de Lima y Buenos Aires , algunos infalibles, o t ros más prestigia¬

dos , fracasaron con ella. Es t aba yo en casa de D o n H i l d e b r a n d o

cuando la señora fue a rogarle consejo.

— Y o sé lo que usted t iene, dijo Don H i l d e b r a n d o con cer¬ teza más au tor i ta r ia que solemne:

— N o debe usted p reocuparse , reiteró con la m i r a d a fija en la señora, yo sé por qué ha venido usted a ve rme . Yo la voy a curar.

Vi como las pa labras del brujo apac iguaron de inmedia to a la joven.

— H a y una piedra que crece solamente en c ier tos recodos

de estos ríos y que es propicia para contener la conf ianza, para

guardar la c lar idad del alma que usted necesita.

Y remarcó mi rándo la , ence r rándo la con c rec ien te fijeza:

— Y o voy a preparar esa p i ed ra para usted. Ya la tengo

curada desde hace t i empo pero ahora la voy a dirigir hacia us¬

ted, hacia el daño que le a to rmen ta a usted. M a ñ a n a se la en¬

t regaré .

En apenas dos sesiones Don H i l d e b r a n d o e l iminó la fobia

de la señora histér ica. César cons ide ró , según me dijo, que el

brujo se había a p r o v e c h a d o de su insondab le p o d e r de sugestión

y del exhaus to d e s a m p a r o de la enferma. Yo , aho ra , no me atre¬

vería a expl icar lo así. Lo cierto es que la fóbica sanó y c u a n d o

la visité j u s t a m e n t e la víspera de viajar hacia A t a l a y a , ella es taba

108

ya p l e n a m e n t e res tablec ida . Lo único que hacía era beber de

rato en ra to de una j a r r a de v idr io en cuyo fondo relucía una

acha t ada p iedrec i l la negra. El A g u a de la Serenidad .

Al cabo de la te rcera n o c h e , ¿o de la ú l t ima? , el Gran M a g o

Verde de la T ie r ra Roja r e m e m o r ó a Ino M o x o :

— L a s veces que lo vi no se l l amaba todav ía Ino M o x o .

O t ro n o m b r e tenía. En lengua de a m a w a k a s Ino M o x o es Pan¬

tera Negra . Yo lo frecuenté antes que se convi r t i e ra en la pante¬

ra negra de los a m a w a k a . Me acue rdo : tenía la piel como de día,

el cabel lo m a r r ó n , los ojos de mest izo . N u n c a le p regunté ni él

me lo dijo pero yo sabía que su padre había ven ido desde Are¬

quipa en busca de for tuna y que los a m a w a k a lo r ap t a ron por

una o rden del gran jefe X i m u . X i m u era en tonces el sh i r impiá re ,

el jefe-brujo de los a m a w a k a que habi tan el M i s h a w a . No supe

nunca por qué lo r a p t a r o n p r e c i s a m e n t e a él, por qué se lo lleva¬

ron m o n t e a d e n t r o , U r u b a m b a ar r iba , por las selvas del M a p u y a ,

por qué lo p r e p a r a r o n desde niño para que fuera sucesor de

Ximu. Ya que du ran te años el gran maes t ro X i m u lo e d u c ó

para jefe. Po r qué lo e l ig ieron, lo r ap ta ron y le enseña ron todo

a él, eso es lo que no sé. . .

—Don Hildebrando mismo, tú le has visto en Pucallpa —

dice Iván— sabe un icaro que carga con juventud sexual a una

bebida. Yo se la pedí una vez para un pariente que tiene casi

setenta años, yo he visto cómo le mira ahora su mujer, y su mu­

jer tiene apenitas veinte años. . .

T a m b i é n D o n H i l d e b r a n d o me hab ló de los pode re s de Ino

M o x o , de la ce le r idad con que el niño secues t r ado ac recen tó las

enseñanzas de X i m u , de c ó m o se fue h a c i e n d o ina lcanzab le no

sólo en las t emib les b o n d a d e s de la magia sino en las más temi¬

bles del a m o r y en las m e n o s m a ñ o s a s de la guerra .

— S a b i d u r í a , fuerza y ca r iño — d i j o — . C o n o c i m i e n t o del

poder y p o d e r del c o n o c i m i e n t o . El agua es un secreto. Los ríos

pueden existir sin agua pero no sin ori l las . Y esas son las or i l las

de Ino M o x o : sabidur ía , fuerza y ca r iño . Sin ellas no podr í a

t r anscu r r i r la vida de un brujo d igno de los a m a w a k a .

Sin que D o n H i l d e b r a n d o lo supiera yo grabé todo lo que

c o n v e r s a m o s en esas cua t ro n o c h e s . M a s por mi insegur idad que

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por su t imidez supuse que no acep ta r í a guardar su voz en una

cinta afónica. Con dis imulo e n c e n d í a mi g r a b a d o r a asegurándole

que se t r a t aba de un apara to de radio y o r i en t ándo la hacia la

b a n q u e t a d o n d e él solía sentarse . Ex t ingu ida la char la regresá­

b a m o s al Hote l Tar i r i . Ya en la hab i t ac ión , a c o m p a ñ a d o única¬

m e n t e por Césa r , re t rocedía la c inta , e s c u c h á b a m o s . T o d o se

oía, los ruidos de la noche , los p l añ idos del piso de tablas sin

pulir , mi voz, las p regun tas de mi p r i m o , hasta el chasqu ido de

Y a n d o al encende r un cigarri l lo. T o d o se oía, t o d o . Pe ro ni una

pa l ab ra de D o n H i l d e b r a n d o . Ni una sola pa l ab ra suya, en nin­

gún m o m e n t o , en n inguna par te de la cinta g rabada . La prime¬

ra noche lo a t r i bu imos a algún defecto del micrófono incorpo¬

r a d o , tal vez mal d i r ig ido, acaso d e m a s i a d o dis tante . La segunda

quis imos creer en cierta insuficiencia del volumen de grabación .

La tercera noche no e n c o n t r a m o s excusas y la cuar ta prefer imos

no in te r rogarnos más .

A h o r a , sumergido en la selva, a sed iado por los t emores de

Félix Insapi l lo acerca del chullachaki, t e rqueaba en no aceptar

lo inexpl icable c o m o una verdad más . T r a t a b a de fijar en mi

m e m o r i a lo que D o n H i l d e b r a n d o me hab ía dado de vivir en esas

cua t ro noches .

Escudr iñé , a mi espalda , los a l tos ma to r ra les .

Iván no aparecía .

n o

3

nuestro guía extravía

se

E s c u d r i ñ o , , a mi espa lda , los al tos ma to r r a l e s .

Ni una seña de Iván.

D e b i e r a d e s a s o s e g a r m e su t a r d a n z a , lo sé, pero es inevi table:

t ras de D o n H i l d e b r a n d o , a mi m e m o r i a vuelve D o n Javier . F u e

en el r e s t a u r a n t e 'La Bague t t e ' de P u c a l l p a , a m e n o s de cien

met ros del H o t e l Ta r i r i , que conoc í a ese brujo j u b i l o s o , posee¬

dor de 19 hijos en cua t ro h o g a r e s l eg í t imamen te e s t ab lec idos . Es

usted d e m a s i a d o h o g a r e ñ o , D o n Javier , sonreí . E s o dicen, res¬

pond ió él, h a l a g a d o , y a lgunos env id iosos af i rman a d e m á s que

tengo c u a r e n t a años y sesenta mi l lones de soles. Tú has com¬

p r o b a d o que es al revés , amigo Sor i ano , t engo cua ren t a soles y

sesenta m i l l o n e s de años . Y volv ió a sonreir . Se e n c o n t r a b a de

paso c o m o s i empre y c o m o s iempre r e p a s a n d o un vaso de cer¬

veza 'San J u a n ' que in t e rca l aba con copas de agua rd i en t e de h i p o -

ruru, c l a v o w a s h k a o c h u c h u w a s h a .

— L o s c a m p a que s iguieron po r miles a Ingan í te r i se nega¬

ron a un i r se a la guerr i l la . El r ebe lde Luis De La P u e n t e tal

vez debió deci r les que iba a combat i r , él t a m b i é n , por una

mujer . . .

Y o s c u r e c i e n d o su sonrisa quieta:

— D e b i ó deci r les que iba a resca tar a una h e m b r a , esa hem¬

bra que a lgunos aún l l a m a n . . . que a lgunos aún l l aman creo que

l iber tad.

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— ¿ C ó m o fue entonces que los campa sí fueron a la guerra

con Santos A t a o Wal lpa? ¿Era porque eran o t ros , de otro

t iempo?

— L o s c a m p a de hoy son otros y los m i s m o s . Con el t iem­

po. Este t i empo es idént ico. Luis De La P u e n t e igual: él era

b lanco , era wi rakocha pero en su corazón se hizo ashan ínka ,

dentro de su ánima volvió a vivir Juan Santos A t a o Wal lpa , sola­

mente que Santos A t a o Wal lpa no vino al Pa jona l , salió de él.

Tal vez eso haya sido lo que fue. . .

— D o n Javier es mi p a d r i n o , se j ac tó Fél ix Insap i l lo ya nave­

gando rumbo al río Inuya. El me protege , dijo.

Bajando del avión en Ata l aya nos c ruzamos con una pareja

de médicos a l emanes que r e to rnaban a Puca l lpa : él subió la esca¬

lerilla del b imoto r del brazo de su esposa, con los pe rd idos ojos

desmesurados y en b lanco. N o s informaron sin que preguntára¬

mos: el j oven extranjero se había in te rnado por los a l rededores

del pob lado desor ien tándose entre la ma raña de senderos angos¬

tos que t rans i tan los campa. Toda una noche es tuvo sin atre¬

verse a nada , her ido por la lluvia y la oscur idad , expues to al fis¬

goneo de las v íboras , los vampi ro s y el miedo . Al mediod ía si¬

guiente lo e n c o n t r a r o n -sentado cont ra un shiwawako f rondoso,

cubierto de ho rmigas , loco, en tumec ido por el p á n i c o . Su mujer

sollozaba sos ten iéndolo del b r azo , diciéndole qué cosas , apurán¬

dolo al interior del avión.

— E s t a selva es maldi ta , nos dijo no sé quién al o t ro día

en t romet iéndose en el grupo anhe lan te que yo in tegraba con Iván,

con Insapi l lo y César. Y dir ig iéndose en burla a nues t ro flaman¬

te guía:

— ¿ N o es verdad, joven Félix? Nues t ra selva es linda pero

bien maldi ta , l lena de apar ic iones , de serpientes , de lagar tos , de

o torongos . ¿Usted lo sabe mejor que nadie , n o ? . . .

Así nos en te ramos que unos años atrás Félix Insapi l lo se

había ex t rav iado por esa misma zona. Var io s días d e a m b u l ó

solo, sin brújula, sin armas y sin nada. I n n ú m e r a s expedic iones

lo ras t rearon en vano . Ya lo suponían muer to c u a n d o reaparec ió

hecho una lás t ima por la t rocha que viene del c e m e n t e r i o al pue¬

blo. Eran las dos de la mañana . A p r o v e c h a n d o su insomnio ha-

112

bi tual , esa noche en que a c a m p a m o s luego de casi naufragar , soli¬

cité p o r m e n o r e s a Félix Insap i l lo . Pe ro antes de t ranscr ib i r lo

que el guía me confió, prec iso decir algo más de Don Javier .

Cinco k i lómet ros abajo de Ja boca del U n i n e , desde la mis¬

ma r ibera d o n d e bri l lan los bosques de p a l o s a n g r e , se ex t iende

la p r o p i e d a d de un español afable l l amado A n d r é s Rúa. D o n

A n d r é s Rúa : c i n c u e n t a y t á n t o s años y aspecto de hijo suyo, maci¬

zo a u n q u e v e t e a d o de a lguna que otra a r ruga , sobre todo en las

m a n o s , el revés de las m a n o s vel lecido de canas y b l a n q u e a d a

t amb ién la cabe l l e ra cop iosa , los bigotes teñ idos de t abaco o de

una e m p e c i n a d a adolescenc ia p r o b a b l e m e n t e rubia , y el r o s t ro ,

en fin, ese d u d a r de p ó m u l o s que t ienden al rojo vesper t ino . Diez

años a t rás lo d e s a h u c i a r o n los especial is tas del Hosp i t a l de En¬

fe rmedades N e o p l á s i c a s de L ima . E n m u d e c i d o a causa de un

cáncer a la ga rgan ta Don A n d r é s Rúa se negó a que le extirpa¬

ran la l a r inge , "yo me iré de este m u n d o con todo lo que t ra je" ,

y regresó a la selva r e s ignado a morir. En su fundo se e n c o n t r ó

con D o n Javier . Sin e spe ranza alguna relat iva a su cáncer , D o n

A n d r é s R ú a se l imitó a consu l t a r l e acerca de una dificultad cir¬

cula tor ia que ceñía d o l o r o s a m e n t e sus a r t i cu lac iones . A c a m b i o

de unos días de hospedaje Don Javier le recetó una infusión de

g a r a b a t o - k a s h a , liana esp inosa que se excede en los árboles de

toda la reg ión . B e b i e n d o d i a r i amen te de aque l la agua d o r a d a

Don A n d r é s R ú a no so l amen te sanó de sus do lenc ias a r t i cu la res .

P a r a a s o m b r o de los c a n c e r ó l o g ó s que lo e x a m i n a r o n incrédu¬

los el g a r a b a t o - k a s h a había de ten ido a la muer te que d e v o r a b a

su ga rgan ta . C u a n d o me p re sen t a ron a D o n A n d r é s Rúa en el

bar del G r a n Hote l De Souza , frente a la P laza de A r m a s de

Ata laya , él ya podía beber cerveza helada y fumaba sin miedo

y reía y h a b l a b a con voz le janamente r a sguñada .

Y a h o r a sí o igamos la versión de Félix Insap i l lo , el fornido

y cobr izo y o rgu l loso ahi jado de Don Javier:

'Ese m e d i o d í a yo iba a viajar a Puca l lpa . Ya tenía mi asien¬

to s e p a r a d o en el avión. Por p r imera vez iba a subir a un avión.

Mi p a d r i n o D o n Javier quería rega la rme esa exper ienc ia , él me

invitó a P u c a l l p a porque sí, por car iño . Para m a t a r el t i e m p o ,

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pues to que era t e m p r a n o , y para d e s p e d i r m e de esta selva pues­

to que yo creía que me iba para s i e m p r e , salí a pasear . La noche

anter ior soñé con J u a n Gonzá lez . J u a n G o n z á l e z me dijo que

no fuera a viajar, me lo dijo en mi sueño . Pe ro fui. Salí a pa¬

sear como me ves aho ra , sin s iquiera bo tas ni m a c h e t e . Po r dár¬

melas de c o n o c e d o r fue que me pe rd í . Seguí un sendero bien

ancho duran te largo r a t o , m i r a n d o aquí , allá, las r a m a s más boni¬

tas , h a b l á n d o l e s de ad iós . C u a n d o el sol q u e m a b a fuerte desde

el cen t ro del c ie lo , j u s t o arr iba de mí , cons ide ré regresa r , me di

vuel ta . C o n t e m p l é un loquer ío : inf inidad de t r ochas se en t recru­

zaban , todas igual i tas . Un poco a d i v i n a n d o escogí una . R o g a n ­

do que esa t r ocha fuera la mía c a m i n é y caminé . No era la mía.

E n t o n c e s escogí o t ra , y otra , y otra . Peor . En eso e scuché el

ru ido de mi avión que l legaba. Me a p u r é . P o r gus to me cansé ,

para nada. En eso escuché el ru ido de mi avión que pa r t í a . Se¬

guí a n d a n d o . N a d a . No sé c ó m o , tan r á p i d o , e m p e z ó a oscure¬

cer y yo me dije: Fé l ix , te has p e r d i d o , ahora más que nunca

t ienes que ser I n sap i l l o , t ienes que ser el hijo de tu p a d r e y de

tu m a d r e , t iene que es tar t r a n q u i l o . P o r q u e tú sab rás que has ta

los an imales más p e q u e ñ o s saben oler el miedo . Si te dejas do¬

mina r por e l m iedo eres h o m b r e m u e r t o . Te buscan los t igres ,

las v íboras cascabe l , hasta las abejas te buscan . Y me senté a

un lado de la t rocha a respirar p r o f u n d o , a s e r e n a r m e . D e s p a c i o

me t ranqui l icé . A n t e s que se h ic ie ra n o c h e en te ra b u s q u é un

árbol a p r o p i a d o p a r a d o r m i r ar r iba , fuera del a l cance de las fie¬

ras . Ya e m p e z a b a n a sonar las c u l e b r a s , invisibles en t r e las hojas

secas del suelo, el r o n r o n e o de las cascabe les . Elegí un á rbo l ,

un char ichue lo j o v e n , más o m e n o s d e l g a d o . T r e p é . Allí pasé

la n o c h e , a m a r r a d o con una soga que me servía de c i n t u r ó n , ase¬

g u r a d o a la r ama más alta. No d o r m í nada . C o n la p r i m e r a luz

bajé. Ot ra vez a c a m i n a r y camina r , sólo que ahora iba descar ­

t a n d o senderos c o m o hacen los c a m p a , los a s h a n í n k a , iba que¬

b r a n d o rami tas de t r e cho en t r e c h o , a mi de recha , en la d i recc ión

en que avanzaba . As í , cuando los c a m i n o s volvían a confundir¬

me yo ya sabía, gracias a las r ami tas ro t a s , cuál c a m i n o había

r e c o r r i d o y cuál t o d a v í a no . H a s t a el a t a r d e c e r es tuve descar¬

t a n d o caminos . Volví a elegir o t ro á rbo l . P o r q u e la n o c h e vino

de go lpe , no me dio t i e m p o . Tuve que t r e p a r m e a l m á s c e r c a n o ,

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uno medio g rueso que se alzaba j u n t o a una tzangapi l la . ¿Alguna

vez has visto una tzangapi l l a? Bien linda p lan ta es. A i b u s t o

que no da n u n c a más de una flor, una sola, y su flor es enorme;

y es de color naranja y perfuma r iqu í s imo. Y es una flor cal iente .

La piel de los pé t a lo s de la t zangap i l l a es ca l i en te , tal c o m o estás

o y e n d o , esa flor t iene ha r to calor . Más que flor, un animal pa¬

rece . C u a n d o uno la corta se va enfr iando despac i to la flor, des¬

pac i to , q u e d á n d o s e poco a poco sin perfume. C o n f o r m e p ierden

calor esas flores p ie rden a r o m a , o al revés , igual. U n a vez que la

co r t a s , una vez a r r a n c a d a de su ta l lo , la flor de tzangapi l la no

vive más allá de siete días. Así me pasó a mí. A la s emana de

p e r d e r m e en el m o n t e se me fue enfr iando el án ima , me fui

q u e d a n d o sin va lor , sin ganas para nada . Tuve pues que apurar¬

me . Sacando fuerzas de no sé d ó n d e subí al árbol más p r ó x i m o ,

j u s to al c o s t a d o de la tzangapi l la . La oscur idad me impid ió dis¬

t inguir lo pe ro por las a r rugas de su cor teza c reo que se t r a t a b a

de un t o r t u g a - k a s p i . E r a grueso el ma ld i to . M e n o s mal que

es taba todo e n t r e c r u z a d o de sogas , todo su t r onco envuel to por

un caos de l i anas pe ludas . A g a r r á n d o m e a ellas e m p e c é a subir.

L legué a r r iba sin a i re , con las j u s t a s , s u d a n d o y m a l d i c i e n d o :

ahí fue que perdí mi c in turón , un cordel más nuev i to que este

que llevo a h o r a . . . Por lo tan e l evado acaso no era un to r tuga -

kaspi . ¿Tal vez fue un m a c h i m a n g o ? P u e d e ser. P o r q u e un olor

bon i to me rec ib ió en lo a l to , lo más alto pos ib le , c u a n d o me aco¬

modé con t ra una de sus r a m a s , m u e r t o de sueño y de h a m b r e y

a l bo rde de la asfixia. T a m p o c o esa noche p u d e do rmi r . U n a

t r e m e n d a c o m e z ó n me agar ró por los h o m b r o s , t ras las p ie rnas y

el cuel lo y la c in tu ra . La d e s e s p e r a c i ó n casi me hizo saltar. Po r

culpa de la s o m b r a ya no pod ía dis t inguir nada . P a s é mi m a n o

de recha por la e spa lda , me froté c o m o loco en p lena oscur idad

y olí mis d e d o s : p u r o ácido h e d i o n d o . ¡Ese árbol era casa de

h o r m i g a s , un n a u s e a b u n d o n ido de i sh inshímis , esas g randes hor¬

migas que c o m p e n s a n su falta de p o n z o ñ a con una m o r d e d u r a

fétida y d o l o r o s a ! . . . ¡Hubiera que r ido yo ser una ba la en ese

ra to , y que el t r o n c o es tuviera e n c e b a d o , para bajar más rápi¬

do! . . . Me t o m é de una l iana y e m p e c é a resbalar m a l d i c i e n d o .

No sé c ó m o carajo la l iana se r o m p i ó , se me quedó en las m a n o s .

Y me d e s b a r r a n q u é has ta el m i smís imo suelo. E ra plena noche .

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No podía ver. No podía saber a qué dis tancia es taba el p iso .

Por eso me caí p a r a d o , sin dob la r las rodi l las , c o m o un tr iste co¬

j u d o , más tieso que una lanza. Yo que quer ía ser una ba la ,

fíjate qué g rac ioso , y en vez de ser bala caí c o m o una lanza

nomás . Ahí me dañé la c o l u m n a ver tebral . Un dolor que no

quiero r eco rda r me dobló . Con la cara pegada en t ier ra escuché

las cu lebras , me acuerdo , ¡sissss, sisssss!, cerqui ta , seguro con¬

toneándose sobre la hierba mojada , seca y mojada por la garúa.

¡ Y yo que no podía ni p a r a r m e ! . . .

' D u r a n t e varias horas no pude ni p a r a r m e . H a s t a ahora no

sé cómo no me mord ie ron las serpientes . C u a n d o al fin conseguí

vencer al do lor , me levanté de a pocos , med i té : no había más

remedio que seguir c a m i n a n d o , ya no tenía fuerzas pa ra subir a

otro árbol . C a m i n é y caminé en la oscur idad , t a n t e a n d o despa¬

cito con el pie para no sal i rme del sendero , p a r a no m e t e r m e al

bosque , b u s c a n d o lo duro del sue lo , la dureza de la t rocha api¬

sonada, r e h u y e n d o la suavidad del césped que no me llevaría a

ningún lado. C a m i n a n d o así me llené la cara de t e l a r a ñ a s . A las

horas me cansé , ado rmec ido sin quere r me recosté con t ra una

pomar rosa que olía fuerte, r ico. Allí me m o r d i ó un v a m p i r o ,

aquí, en este b razo . Me desper té de pura suer te . P o r q u e los

vampiros de por aquí no hacen ru ido , sus alas ni su m o r d e d u r a

los delatan: con su saliva te anes tes ian p r imero y no necesi tan

chupar tu sangre , también con su saliva te ponen un anticoagu¬

lante y tu sangre sale sólita, sin que lo sientas. De suerte nomás

me desper té , gracias a que otra vez, esa n o c h e , soñé con Juan

González . Soñé que yo estaba en el aire, f lo tando a pun to de

caerme, y que la t ierra estaba abajo , bien lejos, y Juan Gonzá lez

asomó detrás del sol y me dijo: t ienes que camina r , y yo le dije có¬

m o , si no hay camino bajo mis p ies , y él me gritó: ¡Tienes que se¬

guir c a m i n a n d o ! y me empujó con su m a n o de recha , bien ca l iente ,

y su mano era una flor de tzangapi l la . Ol iéndole la m a n o despe r t é ,

sin entender , a sus t ado . Y volví a camina r a g a r r a n d o mi manga

mojada , mi camisa caliente por la sangre . Más allá encon t r é un

claro en medio de lo oscuro , un espacio negro l leno de luces fijas

y chiqui tas c o m o ojos que se me c l avaban . L u c i é r n a g a s , ayaña-

wis, o jos -de l -muer to , no podían ser: no p a r p a d e a b a n . Pupi las de

t igres, tan a m o n t o n a d a s , t a m p o c o . Me asusté. Me asusté y al

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m o m e n t o c o n t r o l é mi m i e d o . Si me huelen el t e m o r , me ma tan .

Est i ré mi m a n o hacia las luceci tas más c e r c a n a s , no se movie ron .

T o q u é : e ran t r o n c o s . R e s p i r a n d o profundo me alivié: se t r a t a b a del

musgo que se va g u a r d a n d o en la h u m e d a d de los árboles m u e r t o s ,

ese musgo que de día no es nada , ni se nota , y de noche bril la me¬

jor que un c e n t e n a r de l ampa r i t a s . Con confianza volví a camina r ,

siempre t a n t e a n d o el piso con los pies , a ciegas. Me di con un arro¬

yo , bebí c o m o loco y me t u m b é sobre la hierba. En eso me acor¬

dé: si sigo la cor r i en te del r i achue lo , me dije, más t a rde o más tem¬

prano l legaré a un río g r ande . Y si llego a un río grande estoy

sa lvado. A l g ú n viajero, a lgún pescador me ha de rescatar . En¬

tré al agua r i endo y empecé a camina r por el med io del c auce ,

sobre las p i ed ra s . Pa ra saber la d i rección del r ío , tan confundido

es taba, en lugar de usar a lguna hoja rompí un pedazo de mi ca¬

misa y lo puse en el agua. No pod ía ver nada . T o c a n d o el t r o z o

de tela que se iba para un l a d o , m i r a n d o con mis d e d o s , así supe

hacia d ó n d e fluía el a r royo . C a m i n é , p u e s , con el agua hasta el

p e c h o , por ins tan tes h u n d i d o bajo el agua. C a m i n é y c a m i n é

hasta que p u d e oir bien cerca , allí de lan te , el e s t ruendo del U c a -

yali. Iba a a p r e s u r a r m e c u a n d o sentí que el a r royo se detenía .

¡El d e s g r a c i a d o se detenía unas leguas antes de en t ra r al r ío , se

d ispersaba en un gigantesco p a n t a n o ! Era imposib le pasar . Los

p a n t a n o s , a d e m á s , están l lenos de v íboras , me acordé . Y me

acordé que t o d o s los r i achos , t odas las q u e b r a d a s de esa zona ,

t ambién los a r roy i tos más d e l g a d o s , t ambién ese donde yo me

ha l laba , t o d o s es tán hab i t ados por una víbora pequeña y negra ,

de veneno m o r t a l , que l l aman n a k a - n a k a . ¡Y por otra más gran¬

de, la y a k u - j e r g ó n , más feroz todav ía ! T r a t a n d o de no mos t r a r

mi miedo e m p e c é a regresar por el a r royo . H o r a s de h o r a s , de

nuevo , p e l e a n d o con t ra la co r r i en te y p e n s a n d o que en cua lqu ie r

m o m e n t o me m a t a b a una v íbora . Al fin l legué a un c l a ro , salí

del r i achue lo y me de sp lomé sobre la h ierba , me vencí . Ya no

doy más , me dije. P e r o no. Me confundo. E s t o que te he con¬

t ado pasó días d e s p u é s , en la sét ima noche . Que me coman los

b ichos , dije, y me olvidé de mí.

'En ese ra to me vino a la cabeza mi p a d r i n o , Don Javier .

R e c o r d é c la r i to que una vez me dijo: ah i jado , c u a n d o estés en

p r o b l e m a s l l á m a m e , piensa fuerte en mí , l l á m a m e con confian-

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za que yo te ayudaré . Cerré los ojos y c o m e n c é a l l amar lo .

Largo rato es tuve así, con los ojos p e g a d o s , sobre el pa s to , lla¬

mándo lo . No sentí nada , no escuché nada , n inguna señal . Abr í

los ojos. Nada . Levan té la cabeza . ¡Entonces vi!

'En tonces vi, por entre el t echo de r amas que se u rd imbra -

ban más ade lan te , a r r iba , una mul t i tud de luces amar i l l en t a s co¬

mo muchas l á m p a r a s a pe t ró leo , a k e r o s e n e , enc ima de los tre¬

mendos árboles . ¡Deben ser mis p a i s a n o s , me a n i m é , deben ha¬

ber colgado sus l in ternas en la copa de la más alta l u p u n a para

que yo me pueda or ientar! Y me lancé a c a m i n a r en d i recc ión

de las l á m p a r a s !

'Como al r a to , sal iendo a o t ro claro del boscaje , pude mirar

m e j o n . n o eran l ámpa ra s . ¡Era la luna que se romp ía , bien ar r iba ,

por detrás de las r amas ! ¡Luna mald i ta ! , grité, s a b i e n d o que no

era la ve rdade ra luna lo que yo hab ía visto sino apenas su reflejo

en mi án ima, el reflejo de las l á m p a r a s , lo que hab ía que r ido ver

mi esperanza . Me d e r r u m b é ya pa ra s iempre sobre el pas to . Pero

ahí mismo, de i n m e d i a t o , pensé que D o n Javier me hab ía hecho

creer que eran l in t e rnas , que eran señales , l á m p a r a s , pa ra que yo

enfilara en su r u m b o . Así , pues , e m p u j a d o por una i lusión idiota,

seguí c a m i n a n d o hacia la luna. Sin e m b a r g o no se t r a t a b a de

una ilusión idiota. Se t ra taba de la luna de mi p a d r i n o que me

i luminaba el s ende ro , que me d ic taba el sendero . No caminé por

gusto. Una risa me de tuvo más a d e l a n t e . La risa ven ía del lado

izquierdo y sonaba con gran c la r idad . ¡Era la risa de D o n Javier!

En tonces me desvié del sendero que iba hacia la luna. L u n a

llena era. N u n c a sabré por qué br i l l aba en ese cielo pues no era

su época. Y t a m p o c o sabré por qué no logré ver la en noches

anter iores ni después . Tomé un c a m i n o de lgad i to , a la izquierda.

¡A estas horas ! , me asombré , ¡a estas horas f ies teando mi pa¬

dr ino , de seguro es tará con a lguna m u c h a c h a ! , así pensé en tonces

o lv idándome que mi padr ino no podía estar por esos sitios por¬

que se ha l laba e s p e r á n d o m e en P u c a l l p a . Y a pesa r de los días

sin comer ni dormi r , siete días a y u n a n d o como brujo , alimen¬

t á n d o m e ún i camen te con un t rozo de p l á t ano y con agua de arro¬

yo , me dirigí con fuerza hacia la r isa, a b r i é n d o m e paso entre las

r a m a s , empujando bejucos y a rbus tos que no podía ver. La risa

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volvía a sonar más y más n í t i damen te cada vez que yo estaba a

p u n t o de d e s a n i m a r m e . E n t o n c e s r e c u p e r a b a la vo lun tad , iba

de vuel ta en su busca con r e n o v a d o e m p e ñ o y e s c u c h a b a la risa

cerca, más cerca , ní t ida , más ní t ida.

'Fue así que p u d e regresar sano y salvo c u a n d o ya todos me

d a b a n por d i funto ' .

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4

¡van regresa trayéndonos un venado y un niño

¡Este es el U r u b a m b a , insaciable y h u r a ñ o , el rojo Wi l l kamayu

d o r a d o de los I n k a s !

La q u e b r a d a del Inuya , t end ida boca abajo como beb i endo

del Río S a g r a d o , finge una siesta bajo el sol. N u e s t r a pi ragua la

i n t e r rumpe : c inco metros de pa lo - to rn i l lo p e n e t r á n d o l a , quebran¬

do en dos la c o r r e n t a d a t ibia, e s p a n t a n d o w a k a m a y u s y garzas

hacia lo alto y angui las y to r tugas y peces hacia el fondo. En la

pun ta del bote b r o m e a César c a d a vez que señala pe l igros , tron¬

cos m a l é v o l o s , bajiales r e p e n t i n o s , h ipocres ía de los pedrega les

que acechan debajo del agua, en los es t rechos del Inuya . A t r á s ,

en el t imón , I v á n va ad iv inando el curso más p r o p i c i o , domesti¬

cando a nues t r a e m b a r c a c i ó n m a l h u m o r a d a . En el cent ro del

bo te , s e m i s e n t a d o entre los dos h e r m a n o s , por sobre la insisten¬

cia de la selva y del motor , acerco mis oídos a un gesto de Fél ix

Insapi l lo :

— T r e s noches más arr iba l l egaremos a la boca del M a p u y a .

Al lá ya nos h a b r á n visto desde an tes , de m u c h o an tes , los ama-

waka . A l g u n o nos dará razón del je fe . . .

Y v o l t e a n d o hacia la fronda que crece a la de recha , como

si no hab l a r a ya conmigo :

— P e r o si él no quiere ver te , sí no quiere rec ib i rnos , segu-

rito que nadie nos dará razón.

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— T o d o varón, s i es a m a w a k a , sabe — m e hab ía informado

Iván . Por eso es que todo va rón es jefe. El los ya saben que

es tamos yendo a verles y saben t a m b i é n para qué. E l los hue len

las almas desde lejos.

— A s i m i s m o es —insis te Fél ix Insapi l lo . Y s iempre a tento

a los ba r r ancos ro tos , a los t roncos gigantes d e s l i z á n d o s e , a las

boscosas orillas que se alzan y se alzan conforme avanza nues t ra

canoa , y hab l ando siempre a nad i e , me consuela:

— P e r o le has de gustar, eso c r eo , al jefe le ha de gustar el fondo de tu án ima . . .

Tres noches más do rmimos al borde del Inuya , den t ro de

los mosqu i t e ros a r rugados , en a r e n a s , en p e q u e ñ a s a l tu ras , en

salientes de t ierra perfumada. C u a t r o noches c o r t a m o s la cor ren-

tada. Más de una vez, para sor tear los bajos del r i acho tuv imos

que dejar el bote y ja lar lo con sogas desde la r ibera por enc ima

de una alfombra de t roncos e s t a n c a d o s . ¡Troncos inmersos en

los bar r iza les , de ramas como lanzas al acecho! ¡Troncos desde

lo al to, amenazan tes , sorpresivas c o l u m n a s de pa t íbu lo ! ¡Troncos

ca ídos , con el agua al cuello, peor que puentes h u n d i d o s ! ¡Kiló¬

metros de t roncos! ¡Casi todo el Inuya es un temible cemente r io

de t roncos! Y cuando suponemos haber s o b r e p a s a d o lo más

a rduo se avecinan los rápidos del r ío , los m a l o s - p a s o s , los amon¬

tonamien tos de rocas a uno y o t ro lado c o n t r a r i a n d o a las aguas

p r o v o c a n d o su cólera de oleajes infinitos herv ideros ca l l ados re¬

mol inos debajo de la calma farsante .

Pese a todo surcamos y s u r c a m o s . Cada vez más opaca y

angosta la quebrada se expande de súbi to a r r i e sgándose en una

cita de aguas cont rover t idas . ¡Es el M a p u y a , de m a ñ o s a s corrien¬

tes, que penetra en el Inuya fu lgurando como un p é n d u l o ! ¡Y

la quebrada del Inuya suena en la t a r d e , se resiste, suena más

todavía!

— ¡ A g á r r e n s e ! , ordena Iván. ¡Hay que saber en t ra r al Ma-

puya! ¡Insapillo: tú diriges ahora! Y se afirma con t o d o el cuer¬

po tenso a la tabla que hace de as iento de pi loto. César cede su

sitio a Félix Insapi l lo en la proa y el mo to r de la c a n o a padece ,

se vence hacia una orilla, ya casi se despide del Inuya , largo ra to

i n d a g a n d o en las aguas la puerta del río M a p u y a que las vorági-

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nes profundas e n m a s c a r a n con una baba lenta y amar i l l a . Por

fin e n t r a m o s al M a p u y a y de jamos a t rás el b a m b o l e o . Y algo

c o m o un t rueno pasa bajo el bo t e , algo como a t a s c a d o entre ca¬

p a r a z o n e s le jan ís imas , moluscos vuel tos piedra , c o n c h a s de mar

de hace mi l lones de años . ¡El can to agujereado del M a p u y a : la

ú l t ima frontera que defiende al país a m a w a k a !

S o r p r e s i v a m e n t e Félix Insap i l lo indica pue r to con la mano .

N u e s t r a canoa se incrusta en un c o s t a d o del M a p u y a acomodán¬

dose en un fangal rojizo. D e s c e n d e m o s teñidos has ta el mus lo .

A c o s a d o s por la vo rac idad del m o s q u e r í o , por la m a n t a b l a n c a

que zumba en n u e s t r o s cabel los , en nues t ra impac ienc ia , en nues¬

t ros b razos d e s n u d o s , esca lamos un t recho de r ibe ra , h a c e m o s

un regazo de hojas y r amas m u e r t a s , una fogata p a r a lo que nos

resta de café.

Iván se h u n d e en el mon te con un solo c a r t u c h o , pe tu l an t e ,

en su escope ta de caza. Los d e m á s nos d e s m o r o n a m o s sobre la

h ie rba escasa. ¿ C u á n t o t i e m p o pasó? Yo d o r m i t a b a , c reo , entre¬

v iendo a la t a rde c o m o a una ine rme presa de co lores en el viento

de sangre , c u a n d o sentí un crujido a mis espa ldas .

E s c u d r i ñ é los altos m a t o r r a l e s .

Era Iván que r eapa rec ía , que apa r t aba be jucos , enredos de

ho jas , l ianas e s p i n o s a s , que hacía sitio al cue rpo de un v e n a d o ,

lo a r r a s t r aba de la cabeza todav ía sin as tas , d e m a s i a d o j o v e n ,

r e v e n t a d a por los pe rd igones . Se a p r o x i m ó j a d e a n d o y arrojó el

venad i to de lan te nues t ro al par que abría los ojos en una seña

que no c o m p r e n d í . Regresó a los a rbus tos , en t r eab r ió nuevamen¬

te la puer ta de be jucos , se r a s g u ñ ó ot ra vez, apa r tó r a m a s , dijo

algo con voz lejana. Algu ien le con tes tó desde la sombra . P a s ó

un instante . P a s ó una e te rn idad . Un pequeño na t ivo salió de

entre los m a t o r r a l e s .

Iván lo trajo hasta noso t ros y volvió a d e s m e s u r a r los ojos.

A h o r a s í e n t e n d i m o s : nos pedía no hablar . A z o r a d o s nos aboca¬

mos a la ta rea de tasajear el v e n a d i t o . Iván no nos dejó, lo deso¬

lló él solo y en el ac to . C o c i n a m o s ca l lados y c o m e m o s ca l lados .

R a s g o un p e d a z o de carne con las m a n o s , mi ro de reojo al n i ñ o ,

no ha de jado de o b s e r v a r n o s ni un m o m e n t o . C u a n d o hemos

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acabado de comer y no sabemos ya qué hacer , qué decir, hacia

dónde m i r a r m i r a r , él a b a n d o n a su quietud y se acerca a la hogue¬

ra que decl ina , rompe un t rozo de carne c h a m u s c a d a , se lo lleva

a la boca m i r a n d o a todos lados y mastica son r i éndonos a t rechos .

R e p a r t o cigarri l los, fumamos en silencio.

Las mejillas del niño, ¿once , nueve, t rece años? , las meji¬

llas no sabemos si p in tadas de guerra o de fiesta, r ayadas por el

ka rawi ro , surcadas por el achiote como por cicatr ices rojas e

inquie tantes , se nos mues t ran de golpe en p leni tud. El nativo

termina de comer , se levanta, se achina bajo una sonrisa grande .

Su cara es una invi tación, no cabe duda , es una invi tación que

corean sus m a n o s . Y no neces i tamos que Félix Insapi l lo o Iván

Calvo t r aduzcan sus pa labras veloces y chi r r iantes . P o r q u e hab la

con toda su presencia , nos está b ienvin iendo con los ojos, con

los pómulos t a tuados y al tos. De jamos nues t ras ú l t imas dubita¬

ciones en la oril la, en la fogata que Insapi l lo d e s o r d e n a y apaga

con un palo y en el bote va rado j un to a las escope tas que desar¬

mo con prisa y gua rdo entre los mosqu i te ros en ro l l ados .

El niño se confunde ya con el boscaje, a r r iba de la r ibera

y de noso t ros , c a m i n a n d o sin ru ido. Lo seguimos atropellada¬

mente . César e Insapi l lo , ag i tando mache tes pa ra ensanchar el

r u m b o , t repan de lan te . Yo vol teo hacia Iván que se d e m o r a , que

se cont iene: c o r r o b o r o en sus ojos que el niño es un env iado del

Brujo de los Brujos . Y sin pode r creer lo al fin lo c reo : el inacce¬

sible, l egendar io Ino M o x o , P a n t e r a Negra de los a m a w a k a , ha

ex tendido su venia has ta noso t ros .

5

un árbol muerto nos prohibe seguir adelante

— ¿ O y e s c ó m o crece el r ío? , sonó la voz de Iván de lan te mío.

El s ende ro elegido por el n iño a m a w a k a parec ía in ternarse

hacia lo h o n d o del monte pero n o , a unos dosc ien tos met ros de

habe r a t r a v e s a d o esa suerte de pór t i co de r amas el camino regre¬

saba pa ra l e lo a la orilla a t i sbando las aguas ve rd inegras del M a -

puya por en t re las rendijas que a c e p t a b a el boscaje . C u a n d o hu¬

b imos a n d a d o , ¿una , dos h o r a s ? , o b e d e c i e n d o e l cu l eb reo de la

t rocha , r a z o n é que mejor hub i e r a sido avanzar ese t r a m o en nues¬

t ra fatigada y eficiente p i r agua de motor , e x o n e r a n d o así de más

trajines a n u e s t r o s pobres cue rpos . P r o n t o tuve que ag radece r la

decis ión del n i ñ o . El r u m o r del r ío se iba vo lv i endo e s t ruendo

conforme c a m i n á b a m o s y sus r ibe ras se con fabu laban más y más

a lzándose en p a r e d e s de greda o s c u r a y h ú m e d a y br i l l an te . Lle¬

gué a sentir nos ta lg ia de aquel t e m o r que tuve d e s c u b r i e n d o el

t rona r del U r u b a m b a . Pues el R ío Sag rado , cuyo fondo de fan¬

gos a m o r d a z a al e m p e c i n a m i e n t o de las aguas , impon ía una músi¬

ca de orillas más extensas pero francas y l ángu idas . El canto del

M a p u y a , en c a m b i o , s imu lando angos ta r se , en verdad se afilaba

sobre un lecho de fósiles, p iedras de escánda lo y de r e m o l i n o s ,

i nmemor i a l e s cascajos r e n c o r o s o s . Los no hace mucho t ímidos

b a r r a n c o s se volv ían insolentes faral lones y la co r r i en te se torna¬

ba vért igo r eves t ido de t r o n c o s , de cocodr i los que se fingen

t roncos , iner tes y va rados en los r ecodos arc i l losos o t u m b a d o s

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al sol sobre la a rena de las p layas b lancas . Nues t r a e m b a r c a c i ó n

no hubiera consegu ido vencer aquel los pasos , tantas ma l in t enc io -

nes del M a p u y a .

— ¿ O y e s c ó m o crece y crece el río? Si h u b i é r a m o s seguido

c a n o a n d o , fijo que aquí se nos hundía la p i ragua. ¿ O y e s ? . . .

Más a tento a las charcas y raíces que me e m p e r e z a b a n el

c amino , seguí tras de Iván, si lencio. ¿Dije que yo ce r raba el

orden de la m a r c h a ? Antes que él, desca lzo , iba Fé l ix Insapi l lo

ras t reando a César que se ap re su raba afanado en sal tar y trope¬

zar a fin de no perder de vista al env iado a m a w a k a .

Un a roma de pomar rosas nos golpeó: h u r t a m o s a lgunos de

sus frutos al azar , sin de tene rnos . Un t recho más allá tuv imos

que caminar al t an teo , peor que c iegos, en esa n o c h e breve que

los bosques p rovocan al tupirse de golpe, sin p iedad , confundien¬

do a los m o n o s noc turnos bajo el espeso techo de l ianas y de¡

copas f rondosas , en t reverando ru idos h ú m e d o s , perfumes estan¬

cados , aleteos y frutos invisibles, hac iendo del c a m i n o un inquie¬

tan te , indescr ipt ib le túnel que c ruzamos a gachas entre temero¬

sos y marav i l l ados .

La voz de Iván me orienta en lo oscuro:

— L o s es t rechos del M a p u y a son cu idados por serpientes

gigantes , e n o r m e s boas de cuaren ta , de c incuenta m e t r o s , que

l laman y a k u m a m a . En quechua y a k u m a m a significa La M a d r e

de Las A g u a s . ¿Oyes? No hay razion para que un río flaco pro¬

duzca tan to ru ido , ese ruido de te r r ib les c o r r e n t a d a s . La yaku-

m a m a las p r o v o c a , eso dicen. . .

La voz de Insapi l lo , que yo no suponía tan c e r c a n a , lo inte¬ r rumpió en la sombra :

— E n los lagos he visto y a k u m a m a s pero nunca en los ríos

y menos a esta a l tura del Mapuya . En los lagos, sin avisar , la

y a k u m a m a pare remol inos , m u y u n a s , t o r m e n t a s que vue lcan bar¬

cos grandes c o m o casas. Yo la he visto t ragarse p e s c a d o r e s co¬

mo si fueran frutos . . .

— ¿ N o te es tarás equ ivocando? , lo p rovocó la voz de Iván

b o r d e a n d o una bur la , tal vez no fue una y a k u m a m a lo que viste

sino un kotomachácuy, esa serpiente que t iene dos cabezas . Por-

126

que ún i camen te en los lagos , bien al fondo de los g randes lagos

vive el kotomachácuy. ¿O acaso no lo s abes? . . .

Insapi l lo e s tuvo a pun to de repl icar , no p u d o , sólo un re ­

zongo suyo r a sguñó la pos t re ra o scu r idad del túnel . P r ec i s amen­

te a la salida del boscaje c o n d e n a d o pa ra s iempre a la n o c h e , allí

d o n d e el sendero volvía a ser s ende ro , e n s a n c h á n d o s e por fin re¬

conc i l i ado con el cielo q u e m a n t e , nos d imos con un nuevo impe¬

d i m e n t o : la incre íble desmesura de un sh iwawako d e r r i b a d o , todo

envue l to de m u s g o , de raíces y de a r a ñ a s p lomizas y de m o h o ,

se a lzaba ante n o s o t r o s v e d á n d o n o s la t rocha c o m o un m u r o

verdusco y m e l a n c ó l i c o . Sólo a lgunas b a y u c a s , esas orugas orti¬

gan tes , ve rdes , b l a n c a s , r o s a d a s , amar i l l a s , rojas , de pe l ambre

sedosa y azu l ada , a v e n t u r a b a n sobre el sh iwawako su lenti tud

f lemosa, p o n z o ñ o s a , i m p r u d e n t e . L o s ex t r emos del árbol caído

se pe rd ían a a m b o s lados del sendero bajo dos confusiones de

a rbus tos e sp inosos y de he léchos : encajes pres t ig iados por una

que otra o r q u í d e a c o m o por las ru inas de un incend io suced ido

hace t i empo . Él a m a w a k a escaló el árbol m u e r t o en un ins tan te .

I v á n lo s e c u n d ó , luego Insap i l l o , h e n d i e n d o la cor teza con m a n o s

y con pies igual que si fueran garfios fabr icando p e l d a ñ o s . Nos¬

o t ro s , en c a m b i o , nos d e m o r a m o s t r e p a n d o uno sobre o t r o , enca¬

d e n á n d o n o s hac ia lo alto de aquel m u r o de m a d e r a e s c o m b r a d a ,

c a y e n d o t o r p e m e n t e al o t ro l a d o , r e c u p e r a n d o nues t r a senda ta¬

p izada de l ianas d e s a s i d a s , de i lusas hojas secas que crujían mo¬

j a d a s . No hab ía ni s iquiera l lov iznado pero e l i nmenso t r onco

es taba h ú m e d o . G r u e s a s gotas ca ían desde e l cielo r e s q u e b r a ­

j a d o por un sol de m i e d o . A l c é los ojos: las gotas no caían desde

el cielo. ¡La l luvia de otro t i e m p o , a c u m u l a d a en la copa de los

á rbo le s , aho ra c u m p l í a , ya p a r a qué . su oficio, f luyendo a pausa s ,

sin n ingún s e n t i d o , des l i zándose en vano c o m o el l lanto de un

m u e r t o !

—El primer hombre no fue hombre: fue mujer, prosigue

su relato, inesperadamente, Don Javier.

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Page 66: Cesar Calvo_Las Tres Mitades de Ino Moxo y Otros Brujos de La Amazonia

Don Hildebrando lee en el aire un libro de

Stéfano Várese

Don Javier maltrató el paquete de cigarrillos negros, extrajo el

menos lastimado, lo alumbró:

—Eso afirmó Inganíneri la última vez que me hospedó en

su casa, esa linda junto al nacimiento del Unine, la casa más am­

plia que él tuvo en El Gran Pajonal...

—¿En El Gran Pajonal?, me alegro yo. Un amigo mío vivió

buen tiempo allá...

—Lo sé, me interrumpe Don Javier.

—¿Usted lo conoció? ¿Conoce usted a Stéfano Várese?

—No, nunca lo he visto.

—Hace unos meses él publicó un libro...

—Lo sé, volvió a interceptarme Don Javier. Es un estudio

que trata de los campa, de la vida y costumbres de los ashanínkas.

Sus miradas brillaban tras el humo y las voces de la cantina

frente al río Ucayali, allá en Pucallpa, hacia los bosques aleda¬

ños que la luna lavaba o borroneaba.

—Nunca he visto ese libro pero lo conozco, bien lo co¬

nozco...

Giré el rostro en dirección de la ventana repintada de ama¬

rillo, de blanco: la ribera del costado se azulaba como paisaje

bajo el agua, sin convicción de madera ni respirar de gentes ni

de tierra. Don Javier regresó su mirar a nuestra mesa, peinó su

129 ...texto solo para uso didáctico,

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flaca barba con los dedos, apresuró un tercer vaso de aguardien­te de caña.

—Los pensamientos de la gente buena viven en el aire, se

alojan en el aire lo mismo que nosotros en nuestra casa. Antes

de ser llevados a los libros, al sólo ser pensados y aunque nunca

se escriban, ya viven en el aire. El maestro ¡no Moxo me reveló

que las ideas se graban mejor sobre el aire que sobre los cua¬

dernos...

Y señalando mi grabadora:

—Y se guardan mejor que en esos aparatos... Desde antes de

nacer, todo está grabado ya como en una cinta, sólo que es una

cinta sin sonido. La Magia le pone sonido a la vida de los hom<-

bres, es así... Se guardan, pues, te estaba diciendo, se guardan

mejor que en esas máquinas y duran mucho más, un eterno

comienzo. Porque el aire es de todos, acaso lo único que hoy

por hoy es de todos. La voz de la vida. Y sin que lo sepamos,

sin que nos demos cuenta con la cabeza, las ideas que habitan el

aire, como ánimas nos nutren, nos dan aliento. El maestro Ino

Moxo me enseñó a leer en el aire, a distinguir y elegir los pensa¬

mientos que crecen en el aire. Ahora sí vamos a entendernos,

amigo Soriano. Yo no he visto nunca ese libro de que hablaste,

de tu amigo Várese y sin embargo lo he leído varias veces. Y no

importa, supongamos, que un mal día quemen todos los ejempla¬

res de ese libro ya que los pensamientos, las dudas y certezas de

quien lo escribió, igual que espíritus bondadosos, grandes, verda¬

deros, viven en el aire, nos pertenecen...

—Lo que te ha dicho Don Javier es cierto, aseveró Don

Hildebrando con la cabeza gacha, sumido en aquella banca que

obstruía la entrada. Como todas las viviendas de la zona, la de

Don Hildebrando distaba medio metro de la tierra, sostenida por

tenaces vigas de wakapú que así la resguardaban de las víboras,

lejos de los aniegos desatados por las lluvias frecuentes o por el

insensato rebalse de los ríos. Venciendo tres peldaños uno ya

estaba a salvo. Y a la izquierda del cuarto penumbroso, frente

al altar de triángulos de madera pulida, era inevitable tropezar

130

con la banca donde el brujo aguardaba. Para ingresar había que

eludirlo. Ciertos participantes, los foráneos, siempre llegando

incrédulos y al último, lo rozaban a veces, él nunca se inmutaba.

A no ser por los zurcidos de su camisa ploma y de esos pantalo¬

nes de dril desvaído, sentado de aquel modo, las cortas piernas

flexionadas en equis, los anchos pies terrosos empecinados en

nerviosear los dedos, cualquier desprevenido lo hubiera confundi¬

do con una estatua asiática de arcilla o con el equilibrio de un

fardo funerario, momia de inka recientemente embalsamado. Por¬

que más parecía ser la sombra de nadie, así, callado, angustio¬

samente inmóvil, casi eterno junto al marco de la puerta, en esa

su choza lastimosa que sonaba y olía como un bosque en la

noche de Pucallpa.

—Es cierto. La casa del aire es la casa de la vida. Nada

muere una vez que entra en el aire. Las ánimas de todos los

tiempos, los conoceres y los sentimientos de todos los tiempos,

inclusive los que germinaron antes que apareciera nuestro primer

pariente, las ánimas de siempre, noble y dañinas, altas y bajas,

están mejor que sembradas en el aire. Allí pueden crecer o dete¬

nerse pero no mueren nunca. Ahora mismo están ahí, al alcance

de las gentes que se preparan, que pueden, que lo merecen. Ahí

está, intacto, todo lo que se ha pensado aun antes que los huma¬

nos tuvieran pensamiento. Ahí está todo lo que se ha escrito.

Todos los libros están ahí, en el aire. Cierto es lo que te ha

dicho Don Javier.

Por un instante el rostro de Don Hildebrando deja de resis¬

tirse a nuestros ojos y se yergue suave y resignado y su\ palabra

sin embargo es áspera y me recuerda al Qe ro del inka Manko

Kalli.

—A mí me pasa igual a veces. Ese libro de que hablaste

con Don Javier, por ejemplo, yo también lo conozco. Nunca lo

he visto, ígualito, y nunca me han contado. Pero conozco. Como

una gran emanación, como aliento de flores de tzangapilla, ocul¬

tas, así ha entrado en mi sangre el pensamiento de tu amigo

Stéfano Várese. No sólo lo que él dice. También lo que no

alcanzó a pronunciar, lo que no pudo dar forma todavía en el

aire, su puro pensamiento...

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Don Hildebrando cerró los ojos con fuerza, con más fuerza

y se perdió en su perorar. Hablaba extrañamente como si. reci¬

tara un texto de memoria o como si leyera. Llegué a pensar que

el brujo repetía palabra por palabra lo que alguien le dictaba

desde quién sabe dónde. Su voz no era su voz y su rostro tam¬

poco, hablaba y fulguraba con palidez de muerto, alguien que

no era él pero que sí era él al mismo tiempo ocupaba su cuerpo,

lo desbordaba inconteniblemente, salía por su boca de sónánmbu-

lo, decía:

—El ashanínka, el hombre campa, existe como un transeún¬

te, en la superficie de la tierra nomás. La muerte dará fin a este

tránsito y abrirá el nuevo camino. Pero hay diversas muertes

en la vida de un ashanínka, varios estados que le permiten acce¬

der a los mundos misteriosos, los espacios sagrados. El sueño

del dormir, las visiones que regala el ayawaskha, pueden hacer

que el hombre ingrese a estos mundos del allá. La misma selva

en sí, las pequeñas lagunas, una pomarroso abrazada por lianas

de g a r a b a t o - k a s h a , el sendero de piedras que cubre el fondo de

las quebradas, un shiwawako muerto, una risa en el bosque, la

piel de los ríos que se levanta como tapa de mosquitero, un millar

de lámparas que no son lámparas en lo alto de una lupuna que

no es lupuna, en la noche, y las rocas, las cuevas de la selva, los

claros de los pajonales, son otras tantas puertas que llevan a esos

mundos, a estos mundos que no se tocan con las manos del cuer¬

po material. Los virakocha, los blancos, no entienden esas puer¬

tas. A lo largo de cuatrocientos años los virakocha sólo han

sabido equivocarse, nublarse en tantas cosas, equivocarnos en su

pensamiento. No ven, no tienen ojos de ver, los virakocha. No

tocan la religión del ashanínka porque no saben tocar ni su me¬

moria, ni su propia memoria pasada y futura. Un ejemplo: el

campa, el ashanínka que espera religiosamente el regreso de Juan

Santos Atao Wallpa, su líder que se alzó contra los conquistado­

res españoles allá por 1742, el campa lo espera religiosamente,

hace varios siglos que los campa lo esperan religiosamente, pero

el virakocha no ve esa religión. Otro ejemplo: un ashanínka in¬

tercambia dones, regalos, con otro ashanínka estableciendo una

relación sin tiempo, de comercio sagrado, haciéndose ayúmpar i .

132

así se llaman los que entran en comercio sagrado uno del otro,

ay ú mp ar i , pero el virakocha tampoco ve esa religión.

Yo tengo mis gallinas en mi casa.

Cuando me las piden yo las doy.

Porque nunca debemos ser mezquinos.

Así dice una vieja canción ashanínka.

Descansa la madrugada,

se va a dormir la mañana,

no se desunen las manos:

siempre abrirán la ventana.

Así dice una canción de Raúl Vásquez, el Juglar de la Selva.

Porque el campa que no ofrenda generosamente a los demás,

como la orilla con el río, es apartado del curso de su nación. No

respetar al huésped, no obsequiarlo, no intercambiar con él da¬

divosamente, significa cortar ese fluido que une a los hombres

con los hombres. Ya que quien recibe adquiere algo de la esen¬

cia de quien da, y ello sería peligroso en caso de no existir1 coA

rrespondencia... A y ú m p a r i , esa es la palabra que define al hom¬

bre con quien se está en relación de comercio sagrado...

Don Hildebrando se detiene. Lo busco en la penumbra, no

entiendo en qué momento se acabaron las velas, apenas alcanzo

a escucharlo respirar con angustia de asfixiado. Una tensión

extraña vuelve a sitiar la casa, remece las vigas de capirona, los

tablones del piso, las paredes astillosas y frágiles. Será el viento.

—Yo estaba esa tarde contemplando el Willkamayu, el Uru-

bamba, desde lo alto de la cindadela inkaika de Pisaq, cuando

me encontré con un viejo que excavaba cerca de las cuevas donde

están sepultados nuestros abuelos inkas. Vi que el anciano tenía

entre las manos ese Qe ro recién desenterrado. Me oyó esbozar

un saludo en su idioma y sonrió con lástima aproximando el vaso

ceremonial hacia mí, obsequiándomelo con una palabra que no

he olvidado. A y ú m p a r i , me dijo, dice mi primo César. Eso me

dijo: a y ú m p a r i . Será el viento, me sugestiono mientras mis ojos

van acostumbrándose a la oscuridad. La luna se hace hilachas

por entre los ramajes de yarina que techan el recinto: distingo al

brujo sobre la banqueta, pedestal de madera que resiste milagro-

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sámente todo su cuerpo inmóvil, el opaco silencio de su cuerpo

cincelado en los filos de luz tibia. Don Hildebrando se inclina,

retrocede, alza la frente, su cabeza gira como atornillándose al

cuello imperturbable, lenta, muy lentamente, y así, muy lenta¬

mente, conforme el brujo retoma a su quietud, la casa va dejan¬

do de temblar. Una voz que no es la de Don Hildebrando entre¬

abre su boca nuevamente:

—El mundo, salido de la mano del Dios Pachakamáite, está

impregnado de divinidad. La naturaleza no es natural, es crea¬

ción de dioses, es divina, y todo lo que se encuentra sobre el

mundo participa de esa condición, todo participa de las fuerzas,

de las grandes ánimas que rigen la existencia desde el aire. Las

palabras también. Quien pronuncia palabras pone en movimien¬

to potencias. Por eso el ashanínka está forzado a vivir en armo¬

nía con las fuerzas del mundo, de estos mundos. El ashanínka

se armoniza con ellas para poder conservar dentro de un solo

cuerpo sus cuerpos material y espiritual...

N o s o t r o s , en c a m b i o , d e m o r a m o s t r epando uno sobre o t ro ,

e n c a d e n á n d o n o s hacia lo alto del árbol ext inguido que nos veda

el camino hasta que al fin p o d e m o s esca la r lo , ' t r iun fan tes y ma¬

gul lados , sólo p a r a dejarnos resbalar to rpemen te por la cor teza

húmeda , ¡sólo pa ra caer , al otro lado del t ronco e n m o h e c i d o ,

sobre la misma senda ! . . . Así y t o d o , ma l t r echos , p rosegu imos

a n d a n d o . Alcé los ojos: las gotas no caían desde el cielo resque¬

brajado por un sol de miedo . ¡La lluvia de otro t i e m p o , acumu¬

lada en lo al to, aho ra reba lsaba la copa de los árboles deslizán¬

dose en vano c o m o el l lanto de un muer to ! E n t o n c e s nos lanza¬

mos a correr por la t rocha buscando dar alcance al env iado de

Ino M o x o . H o r a s anduv imos sin lograr encon t ra r lo . Ya nos

dábamos por p e r d i d o s cuando el a m a w a k a surgió atrás de noso¬

t ros . A l g o , cierto r e p r o c h e , m a n a b a de sus ojos, aho ra compren¬

do que nos miró con lást ima. Po rque cuando a v a n z a m o s atolon¬

d r a d a m e n t e , z i gzagueando , esquivando ramajes, más apr isa , sal¬

vando charcos fét idos, en verdad no avanzamos . E s t á b a m o s hu¬

yendo . E s t á b a m o s h u y e n d o de noso t ros , del p r imer m i e d o , de

esa inútil lluvia.

134

Don Hildebrando observó el lecho de su ¡ambo que había

dejado de temblar, bajó el rostro. Tal si se sorprendiera de en¬

contramos allí retrocedió al mirarnos.

— Asi es, dijo ya con su propia voz dirigiéndose a mí. Asi

como tú ves una isla de lejos, una de esas islas que parecen bos¬

ques flotando y sabes que es una isla y la conoces y en lo pro¬

fundo sabes que es un bosque lleno de árboles y sabes que son

árboles aunque no puedas distinguirlos de uno en uno a la dis¬

tancia, asimismo he visto ese libro de tu amigo Várese, así lo he

conocido. Como bosques he visto sus ideas por más que a veces

no alcance a distinguir una por una sus palabras exactas...

Don Hildebrando vuelve a girar la cabeza, respira un aire

denso, inmenso, tibio, un aliento de flores de tzangapilla oculta?,

y se incorpora de la banca manchada:

—Así es. Quien pronuncia palabras pone en movimiento

potencias, desencadena otras fuerzas, otras palabras en el aire,

sin ya nunca conocer su término. Poderes infinitos. Las pala¬

bras no son únicamente palabras. Igual el mundo, esta tierra,

todo lo real que vemos o soñamos, es más, es mucho más de lo

que alcanzan a mirar nuestros ojos, a mirar hacia afuera o hacia

adentro. Así también quisiera que recibas lo que te he dicho en

estos cuatro días, como más que palabras, como un obsequio

bueno que yo estaba debiéndole a tu primo César. Hoy he podido

cumplir, a través tuyo. Cuando él me regaló este vaso sagrado

de los inkas del Cusco, en realidad me estaba regalando mucho

más. Desde entonces quedé en deuda con él, se hizo mi ayúm-

pari . Ahora ya estamos a mano...

Y nos pidió disculpas por tener que dejarnos, dijo que po¬

díamos quedarnos otro instante en su casa, que no lo visitáramos,

eso sí, a la noche siguiente ni a la subsiguiente, que iba a tener

que reponerse mucho, de seguro dormiría varios días su cuerpo

material, varias semanas su cuerpo espiritual. Y salió arrastran¬

do los pies, encorvado, con los barzos vencidos, como un con¬

valeciente, muy despacio.

La última noche en casa de Don Hildebrando en Pucallpa

no me fue afortunada. En plena meditación, estando todos sen¬

tados en redor de su aliar de tres triángulos y mucho después

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de habernos fortalecido con el 'Agua de la Serenidad', uno de

los pacientes que esperaba el fin de la sesión para ser atendido,

un mestizo pálido y barrigudo de no más de cuatro años aferra¬

do al regazo de su madre, se deshizo en sollozos. Sin abrir los

ojos Don Hildebrando alargó su mano derecha hacia el niño y

diseñó algo en el aire. El pequeño se aquietó. La choza del bru¬

jo, estremecida por ventiscas oscuras casi había recuperado su

plenitud habitual, esa su contagiosa omnipotencia, cuando el llan¬

to del niño volvió a desmenuzar la quietud. Tres veces cortó el

aire la mano de Don Hildebrando y tres veces el niño calló. Final¬

mente, alternándose en gritos y quejidos, se abandonó a una

pena y un miedo irrefrenables.

—Va a tener que esperar afuera—dispuso el brujo con sua¬

vidad, siempre sin abrir los ojos, dirigiéndose a la madre del que¬

joso. Y sin que denunciaran movedura sus labios comenzó a

entonar uno de sus icaros, una canción mágica de llamado.

"Ibáre pawané

Ibáre pawané

Warmikaro yamarémo

Yamaré Yamarerémo"

La memoria se me alegró pensando en el primer icaro que

le oí susurrar: una canción magnetizada para curar. "Ira Ira

lraká, Kura Kura Kuraká, Epirí Ririritú, Yamaré, Yamarerémo".

Prescindiendo del cadencioso silabeo del icaro que en boca del

brujo se ahondaba perdiéndose en rugosas resonancias, creí haber

descubierto alguna clave: lo castellanicé: "Kura Kura Kuraká"

tal vez no era otra cosa que un requerimiento a cierto espíritu

para que aleje la enfermedad: "Cura, Cura, Cura acá". Y "Epirí

Ririritú Yamaré Yamarerémo" podría muy bien significar: "Espi¬

rita llamaré, llamaremos". No sé qué ajenas fuerzas me impulsa¬

ron entonces. Abandoné mi sitio y me aproximé al pequeño que

se ahogaba sollozando. Me sentía poderoso y mareado, como

habitado por varias almas. Dueño, y al mismo tiempo esclavo,

de todas las potencias de lo real, de un misterio sin límites. Obe¬

deciendo a no sé quién, a no sé qué, acaricié los cabellos del niño

y susurré:

136

— Vas a dormirte ahora, calladito, vas a quedarle dormido,

calladito. Y cerré sus párpados sin tocarlo, rozando con un dedo

el aire próximo a su cara, y el niño se durmió de inmediato, y

\o volví de puntillas a mi lugar. Permaneció inmóvil, en brazos

de su madre, hasta que concluimos la sesión.

Al despedirme solicité a Don Hildebrando conversar más

dentro de algunos meses, a mi regreso de Atalaya, luego de haber

entrevistado, eso esperaba, a Ino Moxo. Poseído por un inocul¬

table desasosiego, como espantando un pensamiento malo, Don

Hildebrando se dio vuelta, me dijo no a secas. Rasguñado en

mi orgullo, más que desconcertado, enfilé hacia la puerta. El

brujo me detuvo con un gesto que no acabó de salir de su cuerpo

encorvado:

—En la arquitectura del aire existe un orden, se mortificó,

existe una jerarquía que no se puede alterar. No sólo los espíri¬

tus benignos se hospedan en el aire. También hay grandes ánimas

que segregan daño. Y cuando alguien interrumpe ese orden, los

malos espíritus, que son muy poderosos, aprovechan para colarse

por entre la arquitectura que ya se ha resquebrajado, se anticipan

a las ánimas puras y caen como ejércitos de fuego sobre los hu¬

manos indefensos.. En esos casos, aunque nadie los ve, yo puedo

verlos. Y tengo, que hacer un gran esfuerzo para contenerlos,

para impedir que ingresen. Tengo que levantarme contra ellos

ya que nadie sino yo puede sentirlos. Y después de vencerlos,

porque es mi obligación, es mi oficio vencerlos, puedo quedarme

muchos días sin fuerzas para nada, como un montón de escom¬

bros, como cushma vacia...

Sólo entonces los ojos de Don Hildebrando dejaron de esqui¬

varme:

—Esta noche, y únicamente por vanidad irresponsable, igno¬

rante, sin ningún derecho, alguna cosa que todavía no entiendo,

algo que todavía no sé, ha violado la jerarquía de los espíritus

que viven en el aire, ha desordenado la arquitectura que debe

ser perfecta aun dentro de su imperfección, ha cortado la curva

de las esferas. Todavía no sé bien. Pero he sentido. Durante

toda esta sesión he tenido que acumular dentro de mí todas las

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fuerzas, he tenido que resistir ios embales de las ánimas mancha¬

das. A partir de esta noche voy a tener que meditar más, con¬

centrarme más. Porque he sentido cómo bajaban los espíritus

dañinos, cómo daban vueltas y vueltas allá afuera. Y todavía

están allí. Para alejarlos del todo, para que retornen a su sitio

voy a tener que concentrarme mucho. Voy a tener que comenzar

desde el comienzo, desde antes del comienzo, como si no hubiera

pasado el tiempo. Como si no hubiera pasado ningún tiempo,

nunca, ni sobre la tierra ni sobre los hombres...

7

nos enteramos que el primer hombre fundó la nación de los campa y que,

además, no fue hombre

—El primer hombre no fue hombre, fue mujer, me dice Don

Javier enmarañándose en risadas hondas.

Discreto de estatura, ya titubeando entre la fortaleza y la

gordura, Don Javier cuando no habla ríe con todo el cuerpo,

hasta con la camisa de flores insolentes y el pantalón verde bote¬

lla que se estira y resiste sentado ante la mesa, en la silla de paja

de este bar polvoriento que huele a caña y a tabaco y a orines y

a cerveza y a perfumes baratos frente al río Ucayali, aquí en las

afueras de la ciudad de Pucallpa.

Nadie sabe cuántos años esconde la cara de Don Javier, sus

manos oliváceas y suaves en exceso como enguantadas con la piel

de un niño. Nadie sabe cuándo comenzó a ejercer, quién fue o

quienes fueron sus maes t ros . Pero la gente de los caseríos lo re¬

cibe con fiestas, lo aturde consultándole dolencias que él diagnos¬

tica y cura alegremente. Y la joven que busca a su marido, y el

infante poseído por el susto, y los amantes no correspondidos, y

el pescador mordido por la víbora, y el anciano que tose en de¬

masía, todos confían en la sapiencia de los ojos amables de Don

Javier, apenas más quemados que su tez y menos que sus labios

contando siempre historias recogidas de los viejos brujos de las

naciones amazónicas. Dicen que tan sólo a Don Javier otorgan

ellos su confianza para otros escabrosa, justificadamente inacce¬

sible.

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—Historias que por suerte conocí, de casualidad, me ase¬

gura, que conocí cuando era jovencito en mi alma y sabía per¬

derme entre las tribus y escuchaba calladito todo lo que se dice,

más calladito lo que no se dice...

Este médico brujo andariego y mujeriego carece de la resig¬

nación de Don Juan Tuesta, del altivo desamparo de Don Hilde-

brando, de los claros enigmas de Ino Moxo, emparentándose más

bien con Juan González por aquello de que 'las enfermedades no

se curan con hierbas sino con alegría'.

—No fue hombre, fue mujer, me está diciendo ahora, así

me lo contó un mi compadre campa, un curaca que fue muy

famoso y se llamó Inganíteri. Inganíteri, que en idioma de asha-

nínkas significa 'está lloviendo'. Hace más de diez años que Inga-

níteri ya no llueve más, decidió morir, se devolvió a la tierra.

Poco antes alcanzó a informarme de qué modo nacimos los hu¬

manos. No fue como tú piensas, ya verás. Mi compadre Inganí-

teri me dijo que hace miles de lunas, cuando la misma luna no

era más que un pedazo de tronco difunto, en ese entonces todo

era ceniza. Dios no había nacido todavía siquiera, la tierra todi-

tita era ceniza. Y la luz y las estrellas y el aire, fíjate: el aire

mismo, y los bosques, las cataratas, las rocas, los ríos, los pajo¬

nales, la lluvia, los lagos pequeños y los que no tienen término, y

la salud y el tiempo y los animales que se arrastran y los anima¬

les que vuelan o caminan, y los pedregales, las playas, todo lo

que ahora existe a su manera, según su condición, lo que pode¬

mos ver, lo que no vemos, todo era nada. Y la nada también era

ceniza. Mar no había: los océanos también eran sitios vacíos, de

ceniza. Así se hallaba el mundo cuando en eso cayó un relámpa¬

go sobre un árbol de pomarroso. Y la pomarroso era ceniza, to¬

davía no era pomarroso. Y me contó Inganíteri que en ese ins¬

tante, de aquel árbol, de aquella pomarroso quemada y partida

por él relámpago, ahí mismito brotó un lindo animal. El tronco

de la pomarroso se abrió en dos, como flor, y de su adentro salió

el primer viviente verdadero, un animal que no tenía plumas,

que no tenia escamas, que no tenía recuerdos. Y el primer shirim-

piáre, el primer jefe brujo que ya vivía en esa época aunque toda¬

vía carecía de cuerpo, de todo carecía, disuelto en el aire, el

primer shirimpiáre se sorprendió muchísimo y se dijo: no es pája-

140

ro, no es pez, no es animal-animal, no sé lo que será pero sin

duda se trata de la mejor obra de Pachakamá'Ue. Tú sabrás que

Pachakamáite es el Padre Dios de, los campa. Pachakamáite es

Páwa, esposo de Mamántziki, hijo del sol más alto, el sol del

mediodía. El primer shirimpiáre, entonces, se quedó largo rato

pensando y al fin sentenció: tiene que ser humano. Así dispuso

reflexionando fuerte el shirimpiáre número uno y decidió llamar

Kaametza a ese animal. Kaatmeza, que significa en idioma campa

L a - m u y - h e r m o s a . Así fue que comenzamos, con Kaatmeza, una

hembra. Ni bien brotó de la pomarroso, ella empezó a buscar.

Creía que caminaba, y era cierto, caminaba la selva, atravesando

bosques de ceniza, fríos, pero en verdad no caminaba: buscaba,

y no sabía qué, sin poder precisarlo por ahora. Así estuvo Kaa-

metza años de años caminandobuscando, cuando una tarde...

Don Javier hace como que busca la botella de aguardiente

de caña, colma otra vez el vaso que acaba de acabar, yo me ofrez¬

co y me acepto dos sorbos de mi vaso mientras el brujo regresa

a hablar:

—Te he dicho una t a rde recalcándolo, con la misma inten¬

ción con que a mí me lo dijo Inganíteri, sólo por precisar, para

que puedas ver mejor lo que estoy recordando, porque entonces

no había tarde alguna, tampoco madrugada ni noche ni mediodía.

Pasaba el tiempo, sí, pero era diferente del que hoy conocemos.

También el tiempo era ceniza y carecía de límites, como un río

de tres orillas. Fue mucho después que se amansó y dividió, hizo

como mucho después lo haría el Urubamba, el río sagrado de los

inkas del Cusco. Entonces no existía este tiempo que se fatiga

y se echa a descansar igual que gente. No era como ahora, así:

troceado. Hoy sólo algunos brujos, kaiziboréri, o brujos fuma¬

dores: shirimpiáre, pueden conseguir que aquel tiempo vuelva, y

no más de una noche, de dos noches enteras. Lo hacen bajar del

aire, descienden los retazos de ese tiempo que pasan dispersos,

huérfanos-, y los juntan durante noches y noches de concentrarse,

después de haber ayunado dos o tres semanas, días de comer un

plátano asado a leña, de beber agua de arroyo solamente, de re¬

cordar, repetir o inventar los rezos fuertes, las canciones mágicas,

los icaros precisos, las invocaciones más apropiadas y podero¬

sas, así regresa el tiempo, lo mismo que nube cariñosa, de polen

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plateado, y ocupa otra vez La Casa del Llamado. El maestro

hio Moxo es uno de los contados shirimpiáre que poseen el don

de convencer al tiempo y devolverlo a su estado original, a que

cumpla con su primer oficio. Haz de saber que antes, cuando

Pachakamáite aún no había dispuesto que Kaametza naciera, el

tiempo no servía para encuadrar el ciclo de lo viviente. No era

su profesión marcar el paso de lo que vive a lo que muere y de lo

que muere a lo que vuelve a vivir distintamente, eternamente. No.

El primer oficio del tiempo fue fabricar felicidad, impedir los

daños en la vida, en esta y en las otras, más allá. Si algo o al¬

guien era ocupado por el mal y lo contagiaba, el tiempo hacía

que ese algo o alguien dejara de crecer. No lo mataba, no, por¬

que en la condición de aquel tiempo no cabía la muerte. Lo dete¬

nía, lo cual era peor. Y a la vez aceleraba la grandeza de lo

grande, desarrollaba a los espíritus de Arriba. A un espíritu joven

le daba la experiencia de mil años. No olvides que tenía tres

orillas, podía ir y venir al mismo tiempo, y a la vez estaba quieto,

fijo, y los paisajes se desplazaban a sus costados, eran ellos quie¬

nes regresaban y avanzaban hacia el mar. Es por eso que el

maestro Ino Moxo, cuando está bajo la nube, una vez que ha pe¬

gado los trozos de ese tiempo y lo ha hecho descender, ya insu¬

flado por los vientecitos plateados, alimenta su entendimiento

con ese polen antiquísimo, multiplica la población de poderes que

viven y que trabajan en su sabiduría, se llena la memoria con la

inteligencia de miles de vidas, fortalece su potencia de mirar...

Apenas una mesa del bar a esta hora conserva su bullicio:

tres parroquianos obsedidos, más que por los desmanes del alco¬

hol, por el desdén de esa muchacha maquillada en exceso, des¬

colada, cuya risa copiosa preside los escombros de esta noche

frente al río Ucayali. Don Javier compadece sus ojos hacia ellos,

apenas una desdeñosa curiosidad que dubita entre los pechos de

la hembra, retorna a la ventana, observa nada.

—Una tarde, entonces, ante un arroyo que también era ce¬

niza, Kaametza fue a mirarse, o a beber, o a lavarse. Se agachó

hasta las aguas quietas del río que pasaba entre esas tres orillas,

y de lo alto del bosque surgió una pantera de espanto, un oto-

tongo negro, bramando. Ella se quedó inmóvil al comienzo, sin

siquiera asustarse. ¿Acaso conocía? ¿Acaso tenía conocimiento

H 2

de lo que era el susto, de lo que era un otorongo enfurecido?

Todo era tarde y víspera en el alma de Kaametza, una gran tarde

oscura e inocente sobre su entendimiento. Garras, no distinguía,

no imaginaba. No había palabras en su mente, ni nombre de

ninguna cosa. Pero gracias a ese conocer desconocido, sin con¬

ciencia, que hasta hoy poseemos, Kaametza comprendió lo que

debía y eludió al otorongo. Y el otorongo volvió a saltar sobre

ella, con las uñas afuera, preparadas, como astillas de piedra

calcinada. Y Kaametza volvió a esquivarlo. Una y otra vez el

otorongo negro quiso atraparla: sólo clavó sus garras en despe¬

cho. Y Kaametza descubrió dentro de sí un temor gigante, com¬

prendió lo cerquita de la muerte. Y sin pensarlo ni proponerse

nada, arrancó un hueso de su cuerpo. De aquí delante, junto a

su cintura, mira, así se extrajo una costilla, igual que obedeciendo,

sin dolerse, y no le salió sangre, no le quedó señal alguna en la

piel, ninguna herida abierta. Y empuñando su hueso, así, como

puñal recién afilado, le sajó la garganta al otorongo. Aquí, bien

me acuerdo, mi compadre ¡nganíteri que estaba contándome esta

historia, cerró los ojos y se quedó silencio, inmóvil, escuchando

no sé, algo venía de lo hondo del monte, desde los riachuelos que

sonaban próximos juntándose a las aguas del Unine. Sentados

a la entrada de su choza estábamos, a un lado de la k a á p a , ese

tambo pequeño que me había destinado, sobre la escalenta de

tres palos gruesos, mirando el bosque que se movía enfrente, allá,

tras un yucal que avisaba el comienzo de su chacra, me acuerdo.

El sol primerito de la tarde caía de filo contra el patio redondo,

apisonado, limpio de todo vegetal. Pero no era por la luz del

patio, no fue por eso que lnganíteri cerró los ojos, era porque

me habló de la pantera negra, de ese gran otorongo. La cara del

curaca campa se anciano, pura tensión, aumentada de arrugas a

ambos lados de los pómulos anchos. Al ratito tembló: parecía

que su alma regresaba de lejos, de muy lejos, y el cuello le creció

llenándose de venas por estallar...

—Y dijo que Kaametza cayó de rodillas luego de matar al

otorongo, agradeciendo se postró en la arena de ceniza, al borde

de ese río, en la tercera orilla, y contempló el cuchillo que la ha¬

bía salvado, con las manos' lo levantó hacia su boca, lo acercó

143

...texto sol

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despacito, despacito, diciéndole qué cosas, casi como besándolo

tal vez...

—Disculpe, Don Javier —atreví, metiendo mi voz por entre

su ensimismamiento— disculpe usted pero hay algo que quisiera

aclarar: cuando el jefe Inganíteri cerró los ojos...

—El ojo —me detuvo, ya como era su hábito, Don Javier.—

Porque Inganíteri, no sé si te lo dije, tenía un solo ojo. El otro

lo perdió por una esposa que le robó el maestro Ino Moxo. Se

quedó tuerto de un flechazo en plena contienda por recuperarla...

Y adelgazó los ojos en la bruma del bar contra la humada

de tabaco fuerte y el perfume ácido de los manguales, de las po¬

marrosos, de las palmeras de yarina que rebosaban, en la oscu¬

ridad, las riberas del Ucayali, al frente. Ya la risa de la mucha¬

cha había desertado de la mesa del fondo. Don Javier desper¬

dició una condescendiente atención sobre los tres borrachos de¬

fraudados.

—Seguro lo hizo para no hablar, murmuró. Seguro mi com¬

padre Inganíteri cerró su ojo para no contarme más... Así, sin

ver, estaba como no hablándome. Será que algo difícil, peligroso,

prohibido de contarse, ha de haber siempre, acaso, en las histo¬

rias viejas... Sin decir nada, pues, hablando como ciego, Inga-

níteri me dijo que Kaametza acarició su hueso, lo levantó tal vez

para besarlo, tal vez para decirle cosas suaves, y el cuchillo saca¬

do de su cuerpo no guardaba ni sangre de Kaametza ni sangre

del otorongo que la había arañado, y Kaametza le dio las gracias

con su aliento, con el cariño de su boca, jadeando, y el hueso se

encendió, tembló como aquellos relámpagos que no suenan, que

sólo saben alumbrar, ¿has visto?, cuando llueve y no es época

de lluvias se ven rayos así, y ella lo soltó como si le chamuscara

las manos, y me dijo Inganíteri que el hueso se puso a dar vueltas

rehuyéndose y creciendo, igual que un ahogado buscando aire,

ocupando una forma que ya estaba en el aire, que lo esperaba

desde siempre como un destino en el aire, y que fue pareciéndo¬

se más y más a Kaametza, apagándose a pocos y volviendo a

brillar convirtiéndose en la sombra de un árbol de incendio, en

una pomarroso de sombra, en una piedra de árbol animado, en

alguna huella vieja sobre una roca grande, imitando los ojos y

los brazos y el pelo de Kaametza como si el cuerpo de Kaametza

144

hubiera tenido siempre un molde allí en el aire esperándolo y des­

pués retrocediendo y avanzando de nuevo y brillandoasfixiándo-

sebuscando, buscando diferencias en el aire, diferenciándose de

lo idéntico de Kaametza y al final aquietándose y victorioexte-

nuándose sobre la playa de ceniza, en lo oscuro, igualito y distinto

de Kaametza.

Don Javier bebe de un vuelco los restos de cañazo que por¬

fían en su vaso y permanece otro momento mirando nada, cre¬

ciendo en mi ansiedad.

—Así fue que apareció el varón, así aparecimos. Y el pri¬

mer shirimpiáre que ya por entonces vivía sin vivir, sin cuerpo,

apenas, el shirimpiáre número uno que estaba de testigo obser¬

vándolo todo desde el aire, se alegró mucho y decidió que el hom¬

bre viva, decidió que era bueno que el hombre acompañara a la

mujer y que juntos se procuraran descendencia, y le obsequió

asimismo dándole un nombre. Para que pudiese seguir existiendo

le puso nombre, pronunciándolo fuertemente desde el aire.

—¡Narowé!, lo llamó.

Y el primer varón, al oir el nombre que el Dios Pachaka­

máite había aprobado, continuó durmiendo. Continuó durmien¬

do pero la sangre comenzó a caminar por todo su cuerpo y el aire

entró en su sangre preñándole de luces de generosidad el corazón

y esparciendo fuerza y valentía por sus músculos y dotándolo de

alma y de palabra para que pudiera abrir las puertas de los mun¬

dos inclusive de aquellos que no se ven con los ojos del cuerpo

material y para que pudiera agradecer a los dioses y a los hom¬

bres y supiera guerrear y trabajar y hacer hijos y embellecer la

tierra.

—¡Narowé!, lo llamó, que en idioma de campas, de ashanín-

kas, quiere decir yo soy o yo soy el que soy, por igual.

Los tres parroquianos de la mesa del fondo han vuelto a

beber en alta voz y ríen y discuten sin notarnos. Convido un

cigarrillo a Don Javier, lentamente, subrayando mi ademán, ins¬

tándolo a proseguir el relato. Su mano derecha borronea un re¬

chazo sobre el aire palpable que ocupa la cantina pero sus labios

se entreabren, van a decir, se desaniman y curvan una nostalgia,

semisonrisa, ausentes. Y de improviso creo comprender, creo

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que al fin comprendo. Todavía recuerdo su sonrisa alejándose,

la terquedad de sus labios pegados. Por entre las brumas de una

extraña ebriedad, sin embargo, seguí oyendo su voz. Mareado

como nunca, irremediablemente atado a un remolino de zumbi¬

dos, calores y penumbras, me rendí y sospeché que no era Don

Javier, que era el aire, la voz de lnganíteri, ya finado, insistiendo

en el aire, quien estaba contándome la historia de Narowé y

Kaametza, y me quebré sobre la mesa, abandoné mi frente entre

los brazos, lo último que pudo guardarse mi memoria de toda

aquella noche fue la visión de mi propia cabeza doblegándome

desplomada junto a varias botellas ya viudas de aguardiente como

sí por el arco de mis brazos cruzados yo regresara hasta el primer

momento, a los tiempos en que el tiempo no era el pasivo orde¬

nador de lo inevitable, no era el constructor de ruinas, guía de la

muerte, sino el fabricante de la hermosura y la felicidad.

Me hundí en un sueño sin conciencia lo mismo que en las

aguas de un lago conocido y prohibido. El estremecimiento de

una red me envolvió, me devolvió arrastrándome a la playa. No

era un lago: era un río. Vi a Kaametza en la tercera orilla, des¬

nuda y luminosa, sobre la sangre negra del tigre acuchillado, ante

el reposo de Narowé dormido. Quise acercarme a ella pero la red

me capturó de nuevo, me retornó a las aguas cada vez más oscu¬

ras, más calientes, más claras. Con mis últimas fuerzas, ya as¬

fixiándome, intenté liberarme. La red creció en tentáculos que

segregaban una goma blancuzca, se entrelazó de boas invencibles

rodeándome, forzándome hacia el fondo de las aguas del río que

otra vez era un lago. Asomé la cabeza, grité, nada se oyó en el

aire, mi voz estaba vacia. Comprobé que mi cuerpo también era

un espacio abierto, sólo el sitio de un cuerpo. Hundiéndome

por fin, con los ojos cubiertos por el agua salada, pude ver a

Kaametza en la ribera, absorta estatua frente al reposo de Na-

rowé que despertaba.

Las boas, los tentáculos de la red se aflojaron, mintieron,

insistieron. Pero no era un red. Era una mano sacudiéndome,

dos manos aferrándose a mis hombros: el administrador de la

cantina me despertaba disculpándose, todos se habían ido hace

mucho y ya estaba por amanecer.

146

Me incorporo tambaleándome, pago las botellas de cañazo,

salgo hacia la mañana que se insinúa desde la otra orilla del

Ucayaíi, la tercera, tras una doble hilera de bambúes, ial vez de

palosangres, ya no podría precisarlo. No sé cómo pude caminar

lanías cuadras y llegar al Hotel Tariri. Sólo recuerdo que en la

sala de recibo, fingiendo revisar ese tablero colgado en la pared

sobre el cual se alineaban las llaves de las habitaciones, me reci¬

bió una sonrisa invicta y cómplice y dos brazos abiertos: Don

Javier.

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cómo fue que se hizo la luz sobre la tierra

Ya con la ca ra bajo el agua, h u n d i é n d o m e por fin en ese lago

que otra vez era río, conseguí abrir los ojos: vi a K a a m e t z a

en la t e rce ra ori l la c u i d a n d o a N a r o w é que despe r t aba .

Lo p r i m e r o que miró N a r o w é al de sp rende r se de la n a d a

fue K a a m e t z a , fue t o d o , el sol, m i r á n d o l o . P e r o eso pasó den t ro

de su án ima , de t rá s de su p r i m e r a sensación, de t rás de su p r imer

c o n o c i m i e n t o , bajo su co razón . P o r q u e afuera, a l r ededor de la

playa de ceniza d o n d e a m b o s se e n c o n t r a b a n , enc ima de los bos¬

ques y el c ielo de ceniza, t o d o el m u n d o era sombra . Ya P a c h a -

kamá i t e , e l P á w a , P a d r e Dios de los c a m p a , había c r eado la luna

y las es t re l las p e r o no les hab í a conced ido aún el oficio de a lum­

brar. T o d o era color de n o c h e muer t a , piel de noche cer rada .

Y el t i e m p o , t o r r en t e sin cauce ni d i rección, abso lu to y e te rno .

N a r o w é sin e m b a r g o vio a K a a m e t z a , la pudo dist inguir bien

c la ro , ní t ida y ahí n o m á s se l evan tó hacia ella y ella lo recibió

sab iendo t o d o . Lo dejó en t ra r , ab r i éndose . Así como el río

Inuya pene t r a al río U r u b a m b a , así en t ró N a r o w é sonando fuerte¬

mente , t odas las t empes t ades de su cuerpo fundidas den t ro de

una fervorosa cor r ien te yendo hacia a t rás , m i n t i e n d o , r e g r e s a n d o -

insis t iendo. Lo mismo que el I n u y a , si el Inuya tuviera dureza

de p i ragua. Y K a a m e t z a fue cie lo , se hizo cielo para que el sol

nacido de su c u e r p o , a scend ido y a rd ido por su c u e r p o entre dos

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mediod ía s , consiguiera re tornar y volver a caer hacia el crepúscu¬

lo mezc lando su luz b lanca con la sangre del cielo. A b r a z a d o s ,

mejor que obedec i éndose , Kaametza y N a r o w é fabr icaron la vida,

pegaron la existencia con goma fulgurante y sangran te , y todo

l impio, todo sin f ronteras , la plenitud de sus cuerpos c o m o len¬

guas recor r iéndose en una sola miel h o n d a y salada.

Sobre la sangre del o torongo negro , r evo lcándose en un

mismo vértigo despac ioso , conoc ie ron el amor . Sobre esa sangre

todavía cal iente, ahí fue que se a m a r o n . D e s c u b r i e r o n sus cuer¬

pos y el fuego y la tr isteza de los c u e r p o s , y el vac ío , no la prime¬

ra ceniza sino esa otra que ofende después de los i ncend ios , y el

s i lencio, y la idea de lo inevi table , de la muer te que hab i t a en

todo lo que vive, t odo lo descubr ie ron .

As í , al m e n o s , me lo contó Ingan í t e r i . Y dijo que K a a m e t z a

y N a r o w é l legaron j u n t o s , j u n t o s , al p lacer . Y que c u a n d o goza¬

ron, exac tamente en el instante en que a m b o s goza ron , ahí fue

que el m u n d o se inventó la luz.

—Del primer goce del primer amor nació la luz, sobre toda

la tierra se hizo la luz —me dice Don Javier.

9

Don Javier asegura tener solamente sesenta millones de años

Me pidió que llevara con cuidado, por favor, su cajón.

¿Conté ya que Don Javier, entre sus incontables oficios de mortal,

solía envanecerse solamente con el de músico? ¿Conté que él era,

además, percusionista, tocador de cajón como muy pocos? Casi

todos los cajoneadores golpean esa especie de cubo sonoroso, aquel

tambor de cedro, y exprimen a la fuerza la cadencia de vértigo,

de cauce de las danzas que dormita bajo la cara del instrumento.

Don Javier no. Sus dedos no extraen música ni ritmos del cajón,

más bien pareciera, cuando él toca, que sus dedos son la música

y los ritmos. Fui, pues, tras Don Javier, vacilando hasta el bar

comedor del Hotel Tariri en donde, entre inocultables comercian¬

tes viajeros, bataclanas, militares camuflados de paisanos en sá¬

bado y otras solicitantes de tragos y cigarros, rezagos de la noche

detrás del mosquerío, desayunamos carnes frituradas en bulla de

cebollas y plátano estrellado restaurándonos con tazones enluta¬

dos por un mate dulcísimo y amargo que de café sólo tenía el

nombre.

—Kaametza y Narowé hicieron la luz al hacer el amor, así

fundaron la nación ashanínka, nuestra primera humanidad, el

pueblo campa.

Apartó su cajón, se incorporó, extrajo de un bolsillo cierto

mazo de papeles dobleteados, los repasó con lentitud exacerban¬

te, aquí está, me concedió un pedazo de periódico viejo:

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—Este artículo se refiere a la huella de un pie de ser humano

encontrada sobre una roca de naturaleza cristalina en la región

de Ascope. Enviaron muestras de esa roca, para saber su edad,

para saber la edad en que un hombre remoto pisó la roca antes

que ella fuera roca, cuando era suavidad y la pisada pudo impri¬

mirse y guardarse hasta hoy día, enviaron muestras a la Universi¬

dad de California. Ahí, en ese recorte de diario está publicada

la respuesta, ¿podrías leerla en voz alta?

'Las muestras de roca procedentes de Ascope, enviadas por

el Dr. Juan Luis Alva para su determinación, corresponden a una

g r a n e o d o r i t a h o r n e b l é n d i c a que probablemente ha sido extraída

del Ba r tho l i to Long i tud ina l A n d i n o . La edad absoluta de este

B a r í h o l i t o ha sido determinada por el Profesor D. Jack Evernden

de la Universidad de California, quien le ha asignado alrededor

de 60 millones de años...'

—¿Lo ves?, se sobresaltó Don Javier, ¿es que hace sesenta

millones de años ya existían humanos y dejaban sus huellas por

aquí, y pisaban una roca cuando todavía no era roca sino arcilla,

tierra de atestiguar?

Yo hice como que no escuché, seguí leyendo:

—'Las investigaciones del Dr. César Reynafarje, Director

del Instituto de Biología Andina, acerca de los grupos sanguíneos,

confirman la tesis de que el hombre se originó en América o por

lo menos t a m b i é n se originó en América. En el Perú existen fó¬

siles de animales y vegetales tan primitivos como los amnolites y

las algas, a la vez que una gama que incluye fósiles de animales

y vegetales superiores. No hay, pues, motivo para poner en duda

el origen autóctono del hombre americano. Lo que falta descu¬

brir en el Perú y América no es uno sino varios eslabones perdi¬

dos. Vienen a reforzar mi opinión las investigaciones del Dr.

Reynafarje, quien ha comprobado que los indígenas campas y

tzipíbos de la selva peruana carecen en su sangre de los antígenos

'A' y B' que sí se encuentran en la sangre de todas las demás

razas del mundo'.

—¡Ya lo estás viendo, amigo Soriano!, volvió a sobreexci­

tarse Don Javier. ¿Es que nuestros primeros padres fueron cam-

152

pas? ¿Acaso no tienen ellos la sangre más antigua del mundo?

¿No fue Kaametza la verdadera Eva nuestra y Narowé el verda¬

dero Adán? ¿No será que el Paraíso Terrenal americano está en

verdad ubicado en El Gran Pajonal?...

Y al fin me dio la orden, por favor, de seguir la lectura. Así

finalizaba la crónica del Dr. Juan Luis Alva publicada en la pá¬

gina 7 del Suplemento Dominical del diario 'El Comercio' de

Lima el 20 de Junio de 1977:

¿Acaso el hombre sudamericano se gestó en la región ama¬

zónica y de ahí se expandió hacia la sierra y luego hacia la costa

siguiendo la dirección de ambos océanos?...

—Y debes tener en cuenta, me contó Don Javier, que hay

poblaciones campa no solamente en el Perú. También viven cam¬

pas en Venezuela, en las Guyanas, frente al mar Caribe.

—Ya casi acaba aquí, le digo, faltan apenas unas líneas:

'Pues en los petroglifos del valle de Jequetepeque, quizá

los documentos antropológicos más remotos que se encuentran

en la costa norte del Perú, el mono destaca como elemento cuhu-

ral de máxima importancia'.

—¡Imagínate: monos amazónicos en petroglifos encontrados

frente al mar!... Y en plena selva, a diez kilómetros de la Plaza

de Armas de Tarapoto, un amigo mío, el arqueólogo Wilson

León Bazán ha descubierto otros petroglifos donde se puede ver

no solamente figuras de plantas y animales prehistóricos sino

además clarísimos símbolos grafológicos, símbolos de una escri¬

tura que todavía no merecemos descifrar. Hace poco estuve en

Tarapoto y vi esos petroglifos en la localidad de Polish, piedras

distribuidas como diciendo algo, tatuadas por perfiles de dino¬

saurios, de serpientes, de pájaros gigantescos, y signos, muchos

signos dentro de quién sabe cuál ordenamiento, qué sistema se¬

creto semejante al de las k i l lkas de los inkas. . . Entre los petro-

glifos de Polish han desenterrado además fósiles humanos. Vi

un cráneo milenario que aparentaba ser de mono grande pero

que era de hombre. Y he visto más petroglifos idénticos en San

Tosillo y en Shapaja-Cerro San Pablo y en Jara, cerca de Moyo-

bamba, y también en Chazuta y en Achinamiza, con los mismos

dibujos de aquellos descubiertos allá en la costa, cerca de donde

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1

hallaron esa pisada de hombre en la roca, esa huella de hace de¬

cenas de millones de años...

Pareció apaciguarse Don Javier contemplando su cajón, lo

golpeteó imperceptiblemente con los dedos, levantó de nuevo ha¬

cia mí su risa ancha:

—Tú mismo vas a ver. Cuando llegues a Atalaya vas a ver

testimonios acaso más antiguos. Para visitar al maestro Ino Moxo

tendrás que entrar al río Inuya y después al Mapuya y después al

Mishawa. ¡Todo el lecho del Mapuya está cubierto de animales

marinos petrificados! ¡Vas a ver con tus ojos, vas a tocar con

tus manos esos peces de piedra! ¡Caracoles de millones de años,

gigantescas medusas transmutadas en roca, mensajes inmemoria¬

les de cuando esta selva no era selva sino fondo del mar, de

cuando el mar pasaba sobre nosotros y nosotros no existíamos y

el mar era ceniza y todo era oscuridad y no habían nacido todavía

Kaametza y Narowé!

154

10

cierto pájaro devora pueblos enteros

M á s que la ce rcan ía de la n o c h e , el h a m b r e nos de tuvo .

A c a m p a m o s allí , a poco de h a b e r n o s r e e n c o n t r a d o con el n iño

a m a w a k a , en el r o ñ o s o espacio consen t ido por esa ap re t ade ra de

cañas s i lves t res , e m p a r e n t a d a s con las de azúcar en grosor y en

facciones pe ro no en es ta tura: estas se j a c t a r í a n de acaso siete

me t ro s .

El e n v i a d o de Ino M o x o hab ló algo con Iván y desairó al

s ende ro , en t ró en los m a t o r r a l e s d iso lv iéndose t ras un quebra r se

de hojas, t o r n a n d o de i nmed ia to con una p u k u n a , ex tensa cerba¬

t ana que , s u p u s e , h u b o e s c o n d i d o p r e c a v i d a m e n t e cuando cruzó

por allí r u m b o a noso t ro s . La p u k u n a s o b r e p a s a b a sin esfuerzo

dos me t ro s . El a m a w a k a la revisó con si lenciosa met iculos idad

d e m o r a n d o sus ojos y sus dedos sobre la superficie tubu la r y

e m b r e a d a , i n t r o d u c i e n d o una m i r a d a larga por aquel orificio, so¬

p l a n d o var ias veces . A p r o b ó la ho r i zon ta l idad y agudeza de los

d a r d o s a p r e t u j a d o s den t ro de un rec ip iente de b a m b ú c o l o r e a d o ,

des tapó o t ro más co r to , muy d e l g a d o , l leno de una sustancia es¬

pesa y r eneg r ida , mojó en ella la pun ta de tres d a r d o s y lo volvió

a cerrar . I v á n lo ayudó a c o r o n a r con motas de a lgodón h i rsu to

y amar i l l en to el e x t r e m o no e n v e n e n a d o de los d a r d o s y luego

de tales p r e á m b u l o s que a m b o s l levaron a cabo sin mi ra rnos y

con so l emnidad de ce r emon ia , e n t r a r o n a la a rbo l eda tras los

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cañavera les , más y más a la izquierda del M a p u y a , como hipnoti¬

zados por el inconfundible griterío de una familia de monos .

En tanto regresaban nuestros dos cazadores y a t end iendo a

pos t re ras ins t rucciones de lván, c o r t a m o s gruesas r amas y durísi¬

mos pa los , los más recios y jóvenes de los a l r ededores , y cañas ,

muchas cañas , t odas las que nos permi t ie ron nues t ros brazos .

H o r a s después , a cu r rucados en la m e d i a n o c h e , en t end imos por

qué nuest ro refugio precisaba ser sól ido: las choshnas y los tuta-

cuchi l los , enormes c u a d r u m a n o s , se la pasaron hac iendo caer

frutos y pesados ramajes encima de noso t ro s , temibles e invisibles

desde los árboles a l tos , g r i t ándonos y acos án d o n o s hasta que

amanec ió . De no ser por la casucha en la cual in ten tamos dor¬

mir, esa cubier ta de vigas obs t inadas que lván nos impuso fabri¬

car con l ianas, p recauc ión y p r e m u r a que creí ex ag e rad as , hubié¬

semos perec ido ap las tados bajo la ca tapu l ta de pa los y reyertas

de aquel los monos buhos .

lván y el a m a w a k a volvieron de improviso , nos mi ra ron ja¬

dear por aquí , por allá, exangües y esparc idos sobre el césped del

c l a ro , d e s m o r o n a d o s entre los mache t e s y las r amas co r t adas , y

se lanzaron a reir a gritos. Al fin se apac iguaron en su mofa y

nos mos t ra ron , menos orgul losos que malévolos , el bul to agoni¬

zante que iba a ser nuestra cena.

Algún t i empo después Don H i l d e b r a n d o tuvo a bien infor¬

marnos acerca del veneno que usan los amawaka para sus cace¬

rías. Has ta tuve ocasión de c o m p r o b a r su eficacia: mata en me¬

nos de un minuto y, al parecer , sin ocas ionar dolor a lguno. Úni¬

camente el brujo es taba au tor izado a p repa ra r lo . El tósigo, abso¬

lu tamente inofensivo para los h o m b r e s b lancos , lo que también

me fue dado atest iguar , era ex t ra ído de una planta que abunda

en las faldas de los montes boscosos que atraviesa el Mishawa .

El maes t ro H i l d e b r a n d o no me dijo el nombre del vegetal . Pude

ver, eso sí, cómo seccionaba su cor teza y la r a spaba por fuera

hasta dejarla nivea, luego el roce del aire volvía a oscurecer la ,

en tonces la h i lachaba en astillas den t ro de una vasija de agua

hi rviendo. Conforme se evaporaba el contenido Don Hi ldeb ran -

do lo renovaba ver t iéndole más agua. Siete veces lo hizo. La últi-

raa extrajo p r e v i a m e n t e los restos de corteza y dejó hervir y hervir

el ca ído hasta reduc i r lo a una viscosidad mar rón y perezosa .

Una sola gota de aquella goma , c e r t e r amen te impu l sada por

la p u k u n a del a m a w a k a , había b a s t a d o para dar muer t e a ese

fornido m o n o , a este mak i sapa que Iván despelleja sin inmutarse

y que así, en ca rne viva, pa rece ser a lguno de n o s o t r o s . T o d o s

ace l e r amos sin e m b a r g o su de scua r t i z amien to . Y p o n e m o s al

fuego sus p e d a z o s . Y lo c o m e m o s sin r e m o r d i m i e n t o s .

N u e s t r o refugio, sin duda , p rec i saba ser sól ido.

C u a n d o a m a n e c i ó , pese a que las choshnas y demás m o n o s

n o c t u r n o s c o n t i n u a b a n a r ro jando pa los sobre nues t ro a lbergue , e l

niño a m a w a k a d i spuso que era ho ra de r e e m p r e n d e r la marcha .

¿Dije que su cara es taba t a t u a d a con ach io te , esa p in tu ra sagrada

que los na t ivos usan para p ro t ege r se de los enemigos visibles e

invisibles? Los va rones a m a w a k a cubren su desnudez ún i camen te

con una soguil la ceñida a la c in tura . C o n uno de los cabos de

la soga se a m a r r a n p r e v i a m e n t e el pene l l evándolo hac ia a r r iba ,

pegado sobre el v ient re . Y el ach io te les tiñe no sólo las mejillas:

t ambién el p e c h o , los brazos y los mus los . Sin e m b a r g o el envia¬

do de Ino M o x o lucía una cushma has ta los tob i l los , ropaje per¬

mit ido so l amen te a los brujos y pa ra más a s o m b r o : una cushma

f lamante . L o s a m a w a k a , al igual que los m i e m b r o s de otras na¬

ciones a m a z ó n i c a s , cuando a lguna misión los requie re en el monte

por más de u n o o dos días , o dejan de bañarse si suelen ir des¬

n u d o s , o se vis ten con c u s h m a s espec ia les , añosas , j a m á s l avadas ,

si están c u m p l i e n d o ayunos de hech i ce ro , c u s h m a s que se con¬

funden con el h e d o r y los co lores de lo hondo del bosque pa ra

que las án imas y los an imales no se inquie ten por el olor del

h o m b r e . Es te a m a w a k a me d e s c o n c e r t a b a con su impecab le túni¬

ca amar i l la . Po r med ió de Fél ix Insap i l lo , y supon iendo que íba¬

mos a i n t e r n a r n o s más y más en la selva hacia los ce r ros , defini¬

tivamente, lejos del M i s h a w a , conseguí del niño un retraso para

volver al río.

El filoso silbar de un t iwakuru que nefvioseaba entre las

ramas altas de una wimbra florida, nos guió a la ribera. En ese

recoveco del M a p u y a , un pájaro m e d i a n o y negro , de pico ama-

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rillo como la base de sus alas ab ie r tas , sacudía un en t r eve ro de

p lumas sobre el agua.

— E s una w a p a p a , se en sombrec ió Iván . Ahí d o n d e la ves

está pescando .

— C i e r t o , se sumó Fél ix Insap i l lo . Es su m o d o . Es te pájaro

t iene tres púas en cada ar t iculac ión del ala. Con esas púas pe¬

net ra la cor teza de un árbol de savia venenosa que se l lama ka-

t a w a . . . •

— E n savia de ka tawa moja sus alas la w a p a p a y las hunde

en el agua, dijo Iván . Vas a ver. A h o r i t a subirán los peces .

— A t o n t a d o s por el veneno van a pone r se a f lotar . . .

La w a p a p a salió del r ío, caminó con pereza a lgunos m e t r o s ,

se apostó en una sal iente de t ierra ma lhe r ida , c lavó acechan tes

ojos en aquel t rozo de agua ya fa ta lmente turbia y se inmovi l izó .

Era una ex t raña es ta tua que e spe raba , diría que e m p l u m a d a de

ans iedades t r a n q u i l a s , sin a l terarse en absolu to por nues t ra cer¬

canía . A s o m a r o n sus víc t imas, decenas de vanos co le tazos mori¬

b u n d o s : el inconceb ib le pescador p a r s i m o n i o s a m e n t e saltó del

b o r d e rojo, entró en su t r a m p a de agua, alzó un pez en el p ico ,

más l en tamente regresó a la orilla, lo a c o m o d ó sobre la h ierba

rala, entró de nuevo al r ío , repit ió su faena. Sin el m e n o r apuro

repit ió su faena has ta que el agua quedó l impia de peces . Enton¬

ces , y siempre abso r to en aquel la ca lma que ya me desqu ic i aba ,

se dedicó a d e v o r a r l o s con del icada minuc ios idad . Ni el bul l ic io

de nues t ros cue rpos z a m b u l l é n d o s e y b u c e a n d o a su lado a lcanzó

a p r eocupa r a la w a p a p a : siguió y siguió c o m i e n d o en t a n t o que

Insap i l lo , Iván , C é s a r y yo s a c á b a m o s del fondo del M a p u y a las

medusas r emotas , los g randes ca raco les a que hizo referencia D o n

Javier , las refulgentes os t ras grises, los cabal los de mar petrifi¬

cados .

—¡De cuando el mar era ceniza y todo era oscuridad y no

habían nacido todavía Kaametza y Narowé!, repitió sobre las

mesas del comedor del Hotel Tariri que se había ido deshabitando.

Hablaba rugosamente, con palabras opacas que pronunciaba como

quien se encuentra debajo de la tierra, igual que si estuviera den¬

tro de alguna piedra, enmascarado por una repentina majestuo¬

sidad:

158

—Allá en el Mapuya te '¡era concedido conocer de qué modo

los hijos devoraron a sus padres, cómo los virakocha extermina¬

ron a los urdios. ¡De qué modo perverso, con que frías maneras

envenenan todavía al pueblo más antiguo de la tierra, a nuestros

antepasados vivientes y presentes!... Te será concedido conocer

la razón verdadera, y no el pretexto, que trae a nuestra selva a

la llamada civilización. Porque lo que es progreso para el blanco,

para el indio es regreso. Para el blanco de ayer el caucho fue

oro, para el indio fue exterminio. Para el blanco de hoy el petró¬

leo es la vida, para el indio es la ruina, la peste, el desarraigo.

¡Verás quiénes han sido y quiénes son, en realidad, los bárbaros,

quiénes los caníbales y quiénes los cristianos!... Óyeme bien, So¬

riano: si tú enfermas y necesitas sangre yo le dono la mía y te

salvo la vida. Pero si le doy mi sangre a un indio campa, o a un

tzipíbo, lo mato. Porque su sangre es otra. Es otra, ¿entiendes?...

Lo que para nosotros representa la existencia, para ellos significa

algo peor que la muerte. Y así pasa con todo lo creado, así pasa

entre piedras y plantas y animales. El aire, por ejemplo, es vital

para los pájaros, pero para los peces es la asfixia, el aletazo

negro, el pico de la muerte.

A m o n t o n a m o s los fósiles lejos de la orilla a fin de proteger¬

los de los des l i zamien tos que p r o v o c a n las c rec ientes y los agua¬

ce ros , conf iando recoger los al r egreso . Y r e t o m a m o s camino

hac ia Ino M o x o . A n t e s de en t ra r en la espesura por donde ya

se hab ían ido mis d e m á s c o m p a ñ e r o s , me de tuve , volví los ojos

al pródigo M a p u y a , no sé qué percibí sobre sus aguas , cier to ful¬

gor de sangre , algo c o m o una luz inexorab le teñía las impáv idas

cor r ien tes . La w a p a p a seguía c o m i e n d o en la r ibera , i nmune al

veneno de k a t a w a que había fu lminado tantas vidas.

—Te será concedido conocer la verdad, la mentirosa cara de

la verdad y la verdad sin tiempo. Verás las tres orillas. . El res¬

plandor y la sombra de la sangre del tiempo, del tiempo que a

la vez es uno y todos. Lo que fue cierto para el ayer no habrá

de serlo para el mañana. El mismo tiempo anciano que nos trajo

la muerte nos ofreció la vida venidera. Óyeme bien: el aire será

de agua y el agua será de aire. T o d o , a b s o l u t a m e n t e t o d o , es al

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I

revés. Todo es al revés, siempre. Y el agua, que es el aire de los

peces, ahogará las alas del Maligno...

Con voz extraña me habla Don Javier, como si otra persona

lo habitara de antiguo y hoy saliera sonando por su boca clausu¬

rada. Creo que se trata de la voz de Inganíteri pero no, tal

como pude comprobarlo ya en territorio de los amawaka, la noche

que Ino Moxo me ofrendó ayawaskha, por entre las visiones volví

a oír esa voz y la reconocí sin asombro ni duda, supe quién había

sido en verdad el que me estuvo hablando esa mañana en el Hotel

Tariri. Supe quién me está hablando en este instante desde los

labios mortalmente inmóviles y grises de Don Javier.

—Ahora sí ya es tiempo, puedo confiarte el resto de la his¬

toria que me contó mi compadre campa Inganíteri. Y tú, ahora

sí puedes oírla... Volvamos ¡unto a Kaametza, en donde la deja¬

mos. No. Mejor vamonos en busca de su esposo, el primer hom¬

bre, el que su cuerpo dio a luz por primera vez. El requiere-

más que nadie de esperanza y de compañía. Y de inmediato te

contaré por qué. Sabrás en qué momento y por cuáles motivos

se volvió inconsolable aquel que antes sólo supo ser dichoso; Na-

rowé...

A t r a v e s é la m a r a ñ a por d o n d e ya se h a b í a n esfumado mis

demás c o m p a ñ e r o s . Sólo avancé unos m e t r o s , d u d é , me decidí ,

to rné al M a p u y a . La w a p a p a seguía c o m i e n d o en la r ibera . Me

le acerqué en si lencio, alisté mi e scope ta , apun té a su cabeza.

D u d é .

Me decidí .

No d i spa ré .

Una ca lma il imitada me o c u p ó la m e m o r i a y al igeró mi

cue rpo . E n t r é c o m o volando en la espesura . A unos t resc ientos

met ros t ropecé con Iván que a p a r e n t e m e n t e volvía. A l g o , ya no

sé qué, se a p r e s u r ó él a exp l i ca rme sin n inguna r a z ó n , me parec ió

que t ras tab i l l aba en una voz cu lpab le . Y v o l t e a n d o la cara otra

vez al s e n d e r o , un poco más allá, de lan te mío , agregó sin dejar

de caminar hacia los demás :

-—Escuché tu d isparo . Sólo yo lo escuché . Por eso regresa¬

ba a buscar te . . .

11

Don Javier nos informa del negro Babalú y de otros

enterrados en el mar

A l g u n a vez te con ta ré de un mi c o m p a d r e pescador que tuve

allá en un pue r t i t o que se l lama E t e n , en las a r enas de la cos ta

no r t e , bien a l nor te de L i m a — d i c e D o n Jav ie r v o l t e a n d o hac ia

la pue r t a por d o n d e ingresa nad i e , la d e m a c r a d a luz del med iod ía

sobre oleajes de po lvo . No sé qué p a r r o q u i a n o s han en t r ado y

conve r san b o r r o s o s en el fondo del bar, tras el sofoco creciente

que asedia al Ho te l Tariri desde la calle.

P u c a l l p a : mi l lares de ca suchas de made ra más ap las t adas

que d i s e m i n a d a s alzan frentes pajosas en las afueras, sobre un

terral de insec tos tasa jeado por callejas de po lvo . Y decenas de

casas de dos p isos : penosos espej ismos de m a n s i o n e s de t rás de

cuya cursi ler ía despor t i l l ada se cuecen las quer idas de los contra¬

band i s t a s , e sposas e hijastros de p ioneros y c a u c h e r o s equ ívocos ,

he rede ros de m a d e r e r o s y de nad ie . Y var ios edificios de ce¬

men to y a c e r o , más es túp idos que hornos me t idos en un h o r n o ,

injurian por su cuen ta el cen t ro comerc ia l de la c iudad , t i endas

y ba re s , t i endas y baza re s , ferreterías y r ad ioemi so ra s y restau¬

rantes a lo la rgo de aquel las ca lc inan tes aven idas de po lvo . Mú¬

sicas ex t r an j e r a s , es t rep i tosas y hue ras b r incan de las c a n t i n a s ,

de los c inema tógra fos pu lgosos , de las refr igeradas oficinas don¬

de se d e s p e r e z a n los m a g n o s indus t r i a les , los o jerosos que fabri¬

can coca ína , los altos oficiales de las fuerzas a r m a d a s , los buró¬

cra tas mus t ios y es ta ta les , c o m p i t i e n d o con el a lbo ro to de las

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motocic le tas y ios taxis desba ra t ados en los altibajos de las rutas

de polvo que las l luvias, en vez de conso la r , en t r ampan de fanga­

les. Pero hoy no ha l lovido, por las ventanas del Hotel T a r í n

entra el vaho fatal y amari l lento de la m e d i a m a ñ a n a . Don. Javier

se incorpora de la silla y toma asiento sobre su cajón de cedro

m e l o d i o s o , sus dedos acarician la cara de la caja de madera y

se van d e s p a c i a n d o , despac iando . y el ins t rumento suena como

si recordara , con ve lada tristeza.

— A l g u n a vez te contaré del negro Babalú , así se l l amaba ,

Baba íú , nombre de no sé cuál divinidad africana.

Las manos de Don Javier se alejan del cajón pero éste con¬

t inúa unos instantes más , e n d e u d a d o en resonancias ásperas .

— A l g u n a vez te contaré que ese cantor , z apa t eado r , cajo-

neador y gui ta r re ro por necesidad y por sangre , mur ió de tubercu¬

losis, eso creen a lgunos , yo sé bien que murió de música , con los

pies de ¡a música llegó a él la muer t e . Las diarias t r a n s n o c h a d a s ,

las j a r a n a s pa t r ió t icas , familiares o i n m o t i v a d a s , logra ron que su

cue rpo , o t rora i naba rcab l e , cupiera en una lást ima, y en una

sola ojera su inolvidable cara. Menos mal que A m a d o r Escajadi -

llo, ahuyen tado de Lima por esas injusticias propias de la jus t ic ia ,

acabó refugiándose en Puer to Eten y a lo jándose a menos de cien

metros de la res idencia de mi c o m p a d r e Babalú . Ah í , en P u e r t o

Eten , A m a d o r Escajadi l lo llegó a ser en breve t i e m p o , coc ine ro ,

dueño , p roveedor , cajero, guardián , mese ro y muchas veces único

cliente de 'La Corv ina E m b a r a z a d a ' , el mejor r e s t au ran t e de ese

en tonces . Y por si fuera poco , un día, a d e m á s de a u t o n o m b r a r s e

No ta r io de la loca l idad , A m a d o r Escajadi l lo se designó c o m p a d r e

espiritual de mi c o m p a d r e Babalú. M e n o s mal . P o r q u e falsifi¬

cando sellos, fechas, f irmas, el i nespe rado ju r i sconsu l to fraguó un

t e s t amen to que los acreedores del f inado Baba lú , aun los más

m o r d a c e s , r econoc ie ron como irrefutable. En el d o c u m e n t o cons¬

ta que Baba lú , tres años antes de mcr i r , favoreció l ega lmen te , o

había favorecido l ega lmente a su c o m p a ñ e r a como 'única herede¬

ra universal ' . Los dueños de la p a n a d e r í a , la carnicería y las t res

t abernas del p o b l a d o tuvieron que res ignarse a envejecer impagos .

La viuda de mi c o m p a d r e se negó a vender nada para a t enua r

sus deudas , no so lamente heredó sino que conservó todas las per¬

tenencias . Todas : una cabana de pa redes ba r rosas y e n c a ñ a d a s

162

que el viento t a l a d r a b a sin p i edad , una gui tarra huérfana de cuer¬

das , tres redes p e q u e ñ a s y una g r a n d e pero d e s t a r t a l a d a , infinidad

de anzuelos que según B a b a l ú sabían pescar solos , un perr i to

ro toso que a p e l l i d a b a i nd i s t i n t amen te ' W á s k a r , ' A l m i r a n t e ' o

'Sangreazu l ' , un l ibro de p o e m a s de Nico lás Gui l len que todos

r ec i t ábamos de m e m o r i a , y la obses ión de sus m a n o s y de toda

su vida: ese cajón desvenci jado y ronco .

Tos i endo cierta sangre i nape l ab l e , al pie de una esponjosa

b o r r a c h e r a B a b a l ú había t r a t a d o de confortar a su mujer:

—Si a lgún día no me oyes , p a t r o n a , en tonces óyeme .

— S e g ú n el N o t a r i o A m a d o r Esca jadi l lo , otra fue la confusa

p romesa de mi c o m p a d r e B a b a l ú , y más que una p romesa , una

exigencia:

Ó y e m e so lamente c u a n d o dejes de o í r m e . ,

Puede que así haya sido. B a b a l ú era procl ive a exc lamar

peores r a r ezas , en sus úl t imos t i e m p o s , c u a n d o el mal t rago lo

de scoyun taba . P u e d e ser. M u c h a s cosas dis t in tas se c o m e n t a n

ahora . A mí lo único que me cons ta es la t r is teza.

Días i n s o p o r t a b l e s , más lentos que s e m a n a s , s iguieron a la

farra que quiso disfrazar su funeral . U n a pena sin límites ocupó

la exis tencia de C a r m e l a , ¿te dije que su v iuda se l l amaba Car¬

me la? , en vano se a turdía ella t r aba j ando en exceso y para t o d o s ,

coc inando las anémicas rac iones de los pe scado re s n o c t u r n a l e s ,

ba r r i endo el r e s t a u r a n t e del N o t a r i o Esca jadi l lo , q u e d a b a a poco

más de med ia c u a d r a de la c a b a n a de Baba lú , ¿te dije?, un poco

más atrás y t a m b i é n frente al mar. En vano hizo de todo mi co¬

madre C a r m e l a , por las p u r a s , por gus to , c reyó a ton ta r a l t i empo

así, r e zu rc i endo uniformes e sco la res , a s u m i e n d o las más ins t rans -

feribles d i f icul tades de o t ros , en el m e r c a d o , en la p lazole ta , en

las horas e s c a n d a l o s a s del p u e r t o , los d o m i n g o s , c u a n d o venían

gentes de C h i c l a y o en busca de pescado r e g a l a d o , de mar i scos

frescos y b a r a t o s . Todos ba jaban la voz c u a n d o ella a r r a s t r aba

los pies sobre las lajas del esp igón como si su paso produje ra

s i lencio, sólo p e n a y s i lencio, c o m o si para ella la m a ñ a n a de los

feriados fuera n o c h e de luto , p u r o invierno . Pero C a r m e l a , n a d a ,

terca. En v a n o se perdía ent re peñas cos teras , en vano reg resaba

con canas tas c o l m a d a s de cangre jos , en vano los repar t ía a la

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chiquil lería miserab le . En vano lavaba y ensuciaba de nuevo y

volvía a lavar y a ensuciar y a lavar y a planchar , las tres camisas

y los dos pan t a lones del difunto Babalú . N a d a pudo contra la

tristeza. Me acue rdo bien un día, domingo por la noche , sus

ojos le pe r tu rba ron el ánima frente al cajón que fue de mi com¬

padre .

— ¡Ahí viene, ahí viene! ¿Lo escuchas? . . . — c l a m ó .

La verdad , la verdad , me parec ió escuchar lo .

P r imero oí sus pasos , a n d a n d o lejos, lejos y cerca, ¡los

pasos de mi c o m p a d r e dentro del cajón! Después oí sus m a n o s ,

pero ya no en el cajón, ¡ya no en el cajón sino en el mar! As í ,

tal como lo oyes , amigo Soriano. ¡El mar sonaba de otro m o d o ,

con precisión y r i tmo que no podían ser, que no podían ser de

ningún otro sino de Babalú , de Baba lú mus icando y ca joneando

en el fondo del mar! ¿Estaré pe rd i endo la r azón? , pensé , y por

pr imera vez reparé en el color del cajón, y recordé la piel de Ba-

balú br i l lando o s c u r a m e n t e , y esas rasguñaduras en la tabla , in¬

clusive, igual a sus famosas c icatr ices , una en la mejilla derecha ,

resba lando hacia el cuel lo , la otra en el an tebrazo del mi smo lado ,

'accidentes de t r aba jo ' decía él j a c t á n d o s e , con que dos penden¬

cieros lo hab ían c o n d e c o r a d o , allá en su juven tud , a lo largo de

una misma noche y en dos dist intas t abernas del C a l l a o , por cau¬

sas que var iaban de acuerdo al audi tor io : la ú l t ima vez que lo

escuché hablar de eso Babalú adjudicó la razón de ambas gres¬

cas , ya no al h o n o r de una pa isana suya que se afanaba en el

burdel de Ivonne , sino a desavenencias en el j uego de dados . No

puede ser, me pel l izqué , y recordé otras tres cicatr ices más pe¬

queñas , casi gajos que insinuaban un t r iángulo en su p e c h o , pero

el cajonear de Baba lú se ac recen taba afuera, más y más clara¬

mente , inconfundib lemente , v iniendo desde el mar. Y en su ca¬

j ó n , dentro de la cabana descascarada donde yo y la viuda éra¬

mos un solo a s o m b r o , ahí fue que empezaron a sonar las olas.

¡Nít idamente c o m e n z a r o n a t ronar las olas dent ro de su cajón!

¡Una reyerta de oleajes b ro t aba de la madera desgas tada , presti¬

giada por sus manos mi lagrosas!

Alguna vez te con ta ré cómo Ca rme la se inclinó hacia el ca¬

j ó n mugroso que se puso a sonar todavía más , como un millar de

olas j un t a s , c o m o si dent ro suyo d i sputa ran varios mares al mis-

164

me t i empo . ¡Se va a ahogar usted, c o m a d r e ! , quise adver t i r l e ,

¡no entre usted a ese cajón! Pero ella ¿qué hub i e r a p e n s a d o ? ,

dime tú, que estoy loco, ¿no es cierto? Por eso me callé. L u e g o

me a r repen t í , debí decí rse lo , tú mismo vas a da rme la r azón .

Quise , pues , de tene r l a , pero no me dio t i empo . ¿No me dio tiem¬

po? Tal vez l legué a gri tar y ella no me e s c u c h ó , no me p u d o

escuchar por culpa de toda esa ba t aho l a , por una par te el mar ,

tan tos mares b r a m a n d o en el cajón, y por la otra parte B a b a l ú ,

las manos de Baba lú ' ca joneando cerca, cada vez más cerca, cre¬

ciendo bajo el mar.

C a r m e l a se levantó de la b a n q u e t a desde la cual había mal -

fingido s o p o r t a r mi visita, se abr ió paso por en t re los sol lozos ,

rechazó lo impos ib le y se a to lond ró con los b razos anhe lan tes

hacia el cajón. A l u c i n a d a y a p a r t a n d o lágr imas pasó sus dedos

sobre la m a d e r a , la golpeó con t emor , luego con d e s e n c a n t o , lla¬

m á n d o l o , B a b a l ú , luego con más t emor , B a b a l ú , luego con fuerza.

Se d e s p l o m ó l l a m á n d o l o , B a b a l ú , l l a m á n d o l o . Mejor la dejo

sola, decidí . Salí a la s o m b r a - s o m b r a de la p laya . El mar ya

no sonaba , mejor d icho ya no sonaba como el cajón de B a b a l ú ,

ahora sonaba a p e n a s , apen i t a s , otra vez como el mar. Le di la

espa lda , c rucé aquel arenal en busca de A m a d o r Esca jadi l lo , iba

a contar le t o d o lo que hab ía o c u r r i d o , ¿me h a b r é vuel to demen te?

estaba a p u n t o de contar le todo c u a n d o ahí fue que pasó lo que

pasó .

Los dos v imos . Un viento i nexcusab lemen te frío, era Fe¬

b re ro , empujó la puer ta de latas c lave teadas de la casucha , dis¬

persó las a r e n a s e iman tó a la mujer hacia la p laya . El N o t a r i o

Escajadi l lo y yo íbamos a se rv i rnos , pues ya nos venía de h á b i t o ,

los agua rd i en t e s previos al c ierre del r e s t a u r a n t e , cuando a lgo ,

¿un m o v i m i e n t o , un gr i to? , nos distrajo, bri l ló frente a noso t ros

allá, por la ven tana , surg iendo de . l a casa de Baba lú , el rojo de,

una falda des t eñ ida , fósforo, enf i lando hacia el mar , en la negrura .

La vimos y sa l imos y c o r r i m o s en vano: la e sposa sin esposo ya

ent raba c a m i n a n d o al mar , se ha l l aba muy a d e n t r o , y sin pr isa ,

los brazos e x t e n d i d o s en ese mi smo gesto , exac to el mismo con

que m o m e n t o s antes se hab ía desqu ic iado a v a n z a n d o hacia el

cajón de su f inado, yo la vi, creo que se lo dije y ella no me es¬

c u c h ó , ¡no entre usted al cajón!, ¿cómo iba yo a decir le t r e m e n d o

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a b s u r d o ? , pero debí decírselo ¿no c rees? , y en lugar de a ler tar la

me asus té , ella t ocaba el cajón e x t r a ñ a m e n t e , desde la pue r t a la

vi, no lo golpeaba , ya no , tocaba despac i to como si ca r ina ra la

cabeza de un n iño , ¿te conté que no pudo tener hijos?, fue así

que la dejé, j u n t o al cajón, t o c á n d o l o como si estuviera car ic ian-

do a un niño que se fuera a morir ahí mismi to , ahora , en este

ins tante . Mejor la dejo sola, decidí , salí a la s o m b r a - s o m b r a .

Ella ent ró . Has debido dec í rse lo , me decía, sofocado , eso

me pa rec ió , mien t ras cor r íamos y c o r r í a m o s , e l N o t a r i o A m a d o r

Escajadi i lo . En vano . La esposa sin e sposo , ya m a n i a t a d a por

las o las , se dirigía, inmóvi l , hacia los is lotes , apenas una man-

chita rosada , de lana, una manch i ta anaran jada , azul , de lana ,

y desaparec ió t ras los peñascos cub ie r tos de moluscos y de

y u y o s . . .

Don Javier a b a n d o n a su cajón y re to rna a la silla frente a

mí, en t reabre los lab ios , se a r rep ien te , observa sus m a n o s que

t i tubean sobre la mesa , como que lo d e m o r a n en el aire polvo¬

riento y pa lpab le , habla por fin:

— E n aquel r ompeo la s de P u e r t o E t e n , cada ú l t imo d o m i n g o

de F e b r e r o , al final de la noche, no c u a n d o el mar d iscute sino

luego, j u s to a la hora en que se reconci l ia con los arrecifes aira¬

dos , ahí r e tumba el cajón de Baba lú , n í t idamen te se oye , el mis¬

mo cajonear que yo escuché esa vez, sólo que ahora fluyen ade¬

más c a n t u r r e o s , r eproches y alegrías en voz clara, el cajón de

Baba lú sonando sobre los gemideros de una mujer en celo.

Y otra vez D o n Javier se re t iene b r e v e m e n t e , cons ide ra un

susp i ro , peina su flaca barbil la con los dedos y me mira sin aviso:

— E s t o que aún comentan los viejos pescadores de P u e r t o

E t e n , y que yo acaso me anime a con ta r t e algún día, es una de

las tan tas his torias que componen tu vida, que forman nues t ra

vida desde el aire. A u n q u e no lo s e p a m o s , aunque no te la llegue

a con ta r j a m á s , t ambién la vida de B a b a l ú , desde el a i re , te orde¬

na a ti la vida, desde la memor ia que no se puede r eco rda r . Po r

eso no impor ta que la sepas o la o lv ides . A lguna vez te la dirá

en su total . Y si tú quieres , si tú m e r e c e s , p o d r á s verif icarla. Si

vas a P u e r t o E ten y ves bailar al r i tmo de un cajón, p o d r á s veri¬

ficarla. Po rque s iempre que alguien bai la , allá, con violencia y

du lzura , como bai lan los negros , las olas vuelven a sonar desde

166

el cajón, en un m o m e n t o d a d o ei musicante lo a b a n d o n a , sus

manos c o m o m u e r t a s , y el ba i l a r ín sigue sin e m b a r g o ba i l ando

pero al r i tmo del mar , del mar que sale de a d e n t r o del cajón sin

nadie y el cajón parec iera que re r des fondarse , y si tú le pregun¬

tas a cua lqu i e r a , cua lqu ie ra te dirá que es Baba lú , que Baba lú

pidió ser e n t e r r a d o en el mar , y tú lo sentirás regresar por ent re

las e s p u m a s del cajón, y sa ldrás a la playa y allá en la sombra -

sombra lo sent i rás igual, Baba lú r eg resando por ent re las caden¬

cias de m a d e r a del m a r . . .

Y a l zando la cabeza , Don Javier , de r e p e n t e , y c a m b i a n d o

la voz con indec ib le agi tación:

— ¡ T ú puedes c o m p r o b a r l o ahora mismo!

Y p o n i é n d o s e otra vez de pie y a c o m o d á n d o s e sobre su

cajón:

— M i r a , yo t a m p o c o go lpeo la made ra , mira qué suave, qué

suavito lo h a g o , ¿te das c u e n t a . . . ?

Y sa l i endo desde atrás de una sonrisa a m a r g a , D o n Javier

c a n t a n d o , p o n i é n d o s e a can tar :

Lando, ¡ando,

estrella negra y espuma,

lando, lando,

espuma negra y azúcar,

lando, lando,

azúcar negra y blancura,

lando, lando,

blancura negra,

lando.

Cuídate mucho, lando,

recuerda de dónde vienes,

nunca permitas, lando,

que tu fuego se amaestre,

no ardas en vano, lando,

bailando lo que conviene,

recuerda siempre, lando,

que sólo cadenas tienes,

que no eres libre, lando,

por mucho que te cimbrees.

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Dame la danza, lando,

dame los pechos y el vientre,

dame confianza, lando,

haz que mi pulso no tiemble,

ya bailaremos, lando,

los bailes que se nos deben,

al aire libre, lando,

aunque te arañes la frente

con las estrellas, lando,

de pie contra la corriente.

¡Dame la mano, lando,

que mi machete no tiemble!

Lando, lando,

estrella negra y espuma,

lando, lando,

espuma negra y azúcar,

lando, lando,

azúcar negra y apura,

lando, lando,

apura, negra, y alumbra

lando, lando,

alumbra, negra,

lando.

¡Caramélame, Carmela,

Carmela, Carmelandó!

¡Lando!. ..

Y en t r egándose al puro r i tmo, su torso r e i t e r a n d o distrac¬

ciones de c í rculo:

— ¡ Y o no toco el cajón, yo navego el cajón!

Sus manos rep icando por entre las rodil las e s p a c i a d a s , yen¬

do y cayendo , sin coincidir entre ellas y sin c o n t r a d e c i r s e como

si fueran el anverso de lo mismo y el reverso , los dos lados de

un remo a l zándose , volviendo:

— ¡ Y o acar ic io la cara de la muer t e !

Y ce r r ando los ojos, recogiendo a r m o n í a s , e q u i l i b r a d a s diso¬

nancias que le nacían a cada giro de los h o m b r o s , c o n c o r d i a s que

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bajaban c o m o un serpenteo por sus brazos t a t u a d o s de ex t rañe -

zas , de c ica t r i ces , cadenc ias f luyéndole os t ens ib lemen te de los

dedos r i m a d o s :

— ¡ Y o a b r a z o a mi c o m p a d r e Baba lú!

Y p o n i é n d o s e quieto de improv i so , n u b l á n d o s e :

— P e r o ya no sé toca r c o m o él me enseñó . A par t i r de su

muer t e , c o m e n c é a cajonear así, s i lencio, como tú acabas de ver,

d is t in to .

Y r e g r e s a n d o a sentarse frente a mí:

— A d e m á s . . .

Y s e ñ a l a n d o el cubo de ced ro renegr ido :

— E s t e es el cajón de Baba lú .

íván, esa su lejanía recelosa, propia de quienes viven prote­

giendo algún recuerdo, me miró a pesar suyo, diría que alarma¬

do, erguido en ese sendero que viene del Mapuya. Más que varias,

personas, varias vidas parecían habitarlo, como si las partes de

su cuerpo tuvieran voluntades divergentes que él, ante los ojos

de los demás, armonizara en una sola existencia. Porque obede­

ciendo a su mirada, su cara se resignó a huirme. Luego sus

hombros dieron vuelta hacia la trocha. Aprobando a los hom¬

bros con desgano giró también su pecho. Por último asintieron,

como gatos, las piernas. Y tras ellas los pies, igual que una pare¬

ja riñendo, reconciliándose y volviendo a reñir pero sin ruido,

aplastando callados los hierbajos, las ramas casi vueltas tierra, y

nublándome:

—Escuché tu disparo.

Y siempre sin dejar de caminar:

—Por eso regresaba a buscarte.

Perseguí a Iván sudando, cayendo, rasguñándome todo lleno

de fango y de lastimaduras la espalda hecha una lástima san¬

grante y esa humareda de insectos acosándome y siempre era mi

sangre y jamás la de Iván que continuaba enérgico adelante y

vi la luna en pleno mediodía sabiendo que no era la luna ver¬

dadera sino su reflejo en mi fatiga era la risa de Narowé el pri¬

mer hombre que me guiaba desde el fondo del río y me dije ya

estás alucinando despiértate me dije despiértate me dijo Juan

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González tienes que caminar y yo le dije cómo si no hay camino

bajo mis pies porque estaba en lo alto mirando a la tierra chiqui-

tita y Juan González insistió ¡tienes que seguir caminando! empu¬

jándome con su mano que estaba tibia y perfumada como flor de

izangapiiia y yo me desperté y la mano de Juan González en mi

hombro no era una flor sino un vampiro que me estaba chupando

calladito despiértate me dije y desperté y vi más adelante justo

al costado de la tzangapilla la apariencia de Iván y me lancé

hacia él abandoné mi cuerpo sobre la trocha escuálida en direc¬

ción de aquella muralla de bambúes y de columnas de humo y sin

fuerzas para pensar pensé que si llegaba a un río grande me

salvaba pero el río me dije el río tiene que ser el Urubamba el

Willkamayu el Río Sagrado de los Inkas para que yo pueda re¬

montarlo hasta las cumbres remontarlo hasta cuatrocientos años

río arriba hasta antes de la llegada de los conquistadores españo¬

les los virakocha y comprendí entonces que Iván me estaba con¬

tagiando su persona hecha de varias vidas y pude distinguir las

vidas de mi cuerpo cada persona de mí cuerpo y me di cuenta

que igual ocurría también con mi memoria con mis memorias

exactamente como lo hubo presagiado Don Hildebrando en Pu-

callpa y comprendí que aquel tramo de selva no era despiadado

era un bautismo que se me exigía para alcanzar a Iván para al¬

canzar a ser como él no sé de cuál manera ser uno con la selva

una sola existencia con los bosques y con los animales y las pie¬

dras con todas las personas de los bosques. Y en ese instante

se me fue la fatiga y mis piernas se aligeraron y desaparecieron

los insectos y seguí porfiando en el camino pero con alegría, ya

no escaseaba el aire, eran otros los boscajes y el sol bajaba la

voz haciéndose más lento, más débil que una lámpara, cuando

dimos alcance a los demás miembros de la expedición.

Casi acostado en tierra, la espalda reclinada entre dos rugo¬

sas aletas de lupuna, el amawaka mordisqueaba una sonrisa quie¬

ta. A su derecha, en el centro del claro impuesto por la lupuna

frondosa, César reclinaba su atención hacia Félix Insapillo. Este,

de pie, dando el rostro a la intromisión mía y de Iván, estaba

hablando.

Iván, su camisa manchada de aguijones, de sangre, de tela¬

rañas de. árboles y retazos de lluvia, no entiendo, se detuvo ante

170

elfos y volvió la cabeza para verme. Más bien para no verme.

Don Hildebrando aseveraría que no fue Iván quien me miró sino

el ánima de Iván, los ojos de su ánima dándome por fin la bien¬

venida.

— P e r o casi no me oyes , amigo Sor iano , pa rece que estuvie¬

ras en otra pa r t e .

N o , no es cierto.

— S e g u r a m e n t e estás p e n s a n d o en el jefe Ingan í te r i , en la

his tor ia que me con tó Inganí ter i . .

— N o es c ie r to , Don Javier , vuelvo a ment i r y Don Javier

se esmera e s c u d r i ñ á n d o m e .

— ¡ E s t á s p e n s a n d o en los c a m p a , en los a shan ínka de hace

t i e m p o ! . . , ¿Es a s í ? . . .

E i n d a g á n d o m e más con la mi rada :

— ¡ S í , estás p e n s a n d o en J u a n Santos A t a o Wa l lpa , en la

sublevación de Santos A t a o W a l l p a con t ra los c o n q u i s t a d o r e s es¬

pañoles !

Alguien que no era Don Jav ie r pero que sí era Don Javier

o c u p a b a su c u e r p o sen tado en esa silla del bar del Hotel Tar i r i ,

lo d e s b o r d a b a i ncon t en ib l emen te y salía por su boca de sonám¬

bulo :

— P a r a los a shan ínka , que conse rvan el fuego de la gran

rebe l ión c o n t r a los v i rakocha , J u a n Santos A t a o W a l l p a no mu¬

rió j a m á s , ú n i c a m e n t e d e s a p a r e c i ó su cuerpo e c h a n d o h u m o , se

disolvió hacia lo alto de los bosques den t ro de una cushma ama¬

rilla p r o m e t i e n d o regresa r . . .

Don Jav ie r h a b l a b a e x t r a ñ a m e n t e como si rec i tara un texto

de m e m o r i a o c o m o si leyera. L legué a pensar que sólo e s t aba

rep i t i endo p a l a b r a por pa labra lo que alguien le d ic taba desde

quién sabe d ó n d e .

— ¡ M i r a n d o estoy el sol de mis an t iguos , este pozo t a p i a d o

donde todav ía se desvelan sus voces invencibles!

— N o e n t i e n d o , Don Javier , quise decir pero sus ojos ce¬

r rados me a m e d r e n t a r o n y su voz, que no era su voz, c o n t i n u ó

p e r o r a n d o :

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— i Abue lo s de piel verde que a m a b a n ferozmente y gue­

r reaban con t e rnura y se comían en t re ellos como frutos y pena¬

ban a solas e s c u c h a n d o iejanísimas p i sadas de an imales ! ¡Todo

tu luminoso ejército de en tonces , hoy cegado! ¡Vastagos de tu

risa las t imada yacen bajo los cascos de un caba l lo de h i e r r o ! . . .

M á s allá de n o s o t r o s , tras de las to rvas nieves , una nac ión extra¬

ña hecha de sed y nada se d e r r u m b a hacia el cielo c o m o l imosna

gris ¡pero desde tus hombros se a lzan bosques y l lueve! ¡y l lueve

todavía sobre el t i empo como sobre un t e j ado! . . . ¡El sol cae

todav ía , Juan Santos A t a o Wal lpa , desde tu j u v e n t u d ! . . . ¡Esta¬

mos vivos! ¡Mira! ¡Estamos v ivos! . . .

Félix lnsapillo, de pie ante la lupuna, estaba hablando a

César. Beber ayawaskha, le decía, la primera vez que yo bebí

ayawaskha, fue ver el rostro de mis dos personas más allegadas,

nombres que no puedo decir y que en ese entonces estaban lejos,

en el Cusco. Solamente sus caras, sin deformaciones, con esa risa

que te hace brotar lágrimas. Caras enormes, del tamaño de mi

cuerpo, bien pegaditas entre sí y riéndose. Y después, beber

ayawaskha la primera vez, para mí, fue no ver a mi padrino, a

Don Javier que se hallaba sentado frente a mí, sino mirar su sitio

únicamente, su sitio sentado, y ver a su espalda una pira de fras¬

cos antiguos, azules, anaranjados, de farmacia, esmerilados y ar¬

diendo. Después fue ver que yo me levantaba y salía de la casa

'a vomitar, y al mismo tiempo un cuerpo que era mi cuerpo con¬

tinuaba sentado en mi lugar, y yo salía y vomitaba flores de tzan-

gapilla que se adelgazaban, que se volvían serpientes de dos cabe¬

zas, kotomachácuys que salían de mi boca y se esfumaban rumbo

al bosque dejando un rastro triste, de tristeza, una baba más lenta

que amarilla. Beber ayawaskha fue también mirar el funciona¬

miento de mis órganos internos, mi corazón, mi estómago, ver

cómo se movían, mis pulmones, mis tripas, ver cómo se morían.

Fue caminar en una enorme habitación, en un velorio de varios

muertos, y ver que los ataúdes estaban ocupados por mis amigos,

y lodos mis amigos tenían los ojos cerrados en una cara idéntica,

en mi cara. Y fue encontrarme de un momento a otro dentro de

una piragua, con un solo remo que yo no sabía manejar, en el

centro de un lago gigantesco, encabezando un séquito de lagartos,

172

y los lagartos tenían ojos más grandes que el cuerpo de los lagar¬

tos, y el sol se ponía más adelante y yo no tenía cuándo llegar. La

primera vez que yo bebí ayawaskha fue hablar y sentir mi voz

amplificada, como si saliera de esos parlantes que cantan en el

Coliseo Cerrado de Iquitos cuando canta Raúl Vásquez, y oir mi

voz afuera, lejos de mi garganta. Y fue mirarme de cuerpo ente¬

ro, echado ahí en el piso. Y fue ver otra vez a mi padrino pero

verlo brillando, brillando, cubierto por una cushma de miles de

luciérnagas, y mirar cómo se iba poniendo gris, oscureciéndose,

apagándose conforme hablaba. Si estás luchando contra un daño

fuerte, me decía mi padrino, lo que te debilita és la candela. Si

hay una hoguera próxima se debilita tu defensa. Por eso no hay

que fumar mucho, no hay que encender cerillas durante el aya-

waskha. Y fue verlo arrugarse y cantar como anciano. ¡Visiones,

empiecen!, así cantaba, y poco a poco se transformaba en hem¬

bra, en mujer con voz de niño, de recién nacido que cantaba

como adulto, como un adulto que acababa de nacer en la voz

del icaro. ¡Ayúmpari, ayúmpari!, cantaba. Pero más que nada

fue ver al Maligno, verlo tres veces en la misma noche, siempre

vestido de idéntica forma, arrogante, el Maligno con charreteras

de almirante, cara de perro enfermo y levita azulnegra con cola

de pingüino y pantalón rojo y camisa bordada, con bobos en los

puños y con una tremenda barba, una barba de acero como arma¬

dura de conquistador español. Y fue verlo también, al mismo

tiempo, cabello largo, en trenza, y poncho corto, igualito al dibujo

de Atawallpa que aparece en los libros de escuela. Sí, el Malig¬

no, en mi primera visión de ayawaskha, era Atawallpa, aquel inka

bastardo que ayudó a los españoles virakocha contra su hermano

el legítimo Inka Wáskar, y tenía una espada muy larga, larga y

desenvainada, y cortaba cabezas como flores, cuellos como tallos

de tzangapilla, calientes. Y los ojos del Maligno, las tres veces

que lo vi en mi primera visión, los ojos negros del Maligno eran

rojos y brillaban en cruz, lo mismo que los ojos de las víboras...

D o n Javier , e n t r e a b r i e n d o los p á r p a d o s en gesto i nacabab l e :

No es de esto que yo quiero h a b l a r t e sino de un negro viejo, ya

f inado, Al fonso C a r t a g e n a . A l z ó los ojos y su cabeza empezó a

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dibujar circuios en el aire, g i rando c o m o a to rn i l l ándose al cuello

i m p e r t u r b a b l e . Y tal si acabara de volver , ya con su p rop i a voz,

Don Javier:

No te diría verdad si te dijera que conocí a D o n Al fonso

Ca r t agena . Ni yo ni nadie pudo c o n o c e r l o . S iempre lo vi de le¬

jos . Yo iba de n iño , con mi abue lo , a tos ta r mis vacac iones esco¬

lares en un sitio l l amado Las Sal inas , j u n t o al pueblo de Ch i l ca ,

a! sur de Lima. El viejo Car t agena vivía más allá del b a l n e a r i o ,

de t rás de la tercera laguna de aguas espesas y ve rdes , en una

cueva inmensa que se abre hacia el mar . Su cama , una sal iente

de piedra azulina y porosa , casi rozaba el t echo de la gru ta en

la pared del fondo. Cada vez que el viejo r engueaba por la p laya ,

anzuelo de a lambre y caja de car tón m a g u l l a d o , y m i e n t r a s espe¬

raba !a dudosa fortuna de algún pez d i s t r a ído , los pa lomi l l a s nos

a v e n t u r á b a m o s por entre la p e n u m b r a musgosa y h ú m e d a de la

cueva. Nunca consegu imos escalar hasta su lecho. Al pie de él ,

c e r cado por tres velas apagadas , br i l laba un vaso de agua desni¬

velado "sobre tres m o n e d a s de cobre , viejas, de esas que ya no

hay más. J amás nos a t revimos a sus t raer las de aquel ordena¬

miento que , p e n s á b a m o s , se t ratar ía de algún m a l v a d o al tar . Por

e! único médico del pueb lo , un brujo m u l a t o l l amado B a l d o m e r o ,

sup imos que no era posible saber nada del viejo C a r t a g e n a .

— L o s árboles no son padres ni son hijos —fue t o d o lo que

B a l d o m c r o le confió a mi insistencia. Sin e m b a r g o , por indis¬

creción de no recue rdo quién, nos e n t e r a m o s de cierta visita que

s igi losamente le hizo el viejo. En la sombra mojada de la choza

del brujo, Alfonso Ca r t agena habr ía d e s a t a d o hasta tal p u n t o la

razón de sus queb ran tos y su soledad, que B a l d o m e r o no p u d o

menos que transferirle poderes .

— F a b r i c a un cajón de cedro , y o t ro cajón de c e d r o , di jeron

que le dijo. Y seguro fue así. P o r q u e al siguiente día de la con¬

sulta e! viejo se empec inó en un t rabajo casi d e s e s p e r a d o : con

amor y con furia cortó ocho lonjas de c e d r o , las car inó pul iéndo¬

las y pul iéndolas hasta hacerlas envidia de un espejo, con insos¬

p e c h a d a obst inación venció la desconf ianza de las t ab las maltra¬

tadas que por fin aceptaron macera r se den t ro de una ba tea de

vinos que el mismo viejo trajo desde C h i n c h a , t ierra famosa en

h e m b r a s y atletas danzan tes , brujos y v iñedos . El ú l t imo d o m i n g o

174

de ese M a r z o , j u s t o a la m e d i a n o c h e , sacó cua t ro m a d e r a s de la

ba tea roj inegra, las enjuagó en el mar y las curó cargándolas con

la fuerza de Y a n a c h a s k a , que en id ioma quechua significa La

Es t re l l a N e g r a del A m a n e c e r y en cas te l l ano se den igra a Venus .

P a r a que su p r imer cajón fuera d igno de las po tenc ias de la ma¬

d r u g a d a , y s igu iendo consejas del hech ice ro , el viejo Alfonso

C a r t a g e n a d iseñó sobre la arena el siguiente i c a ro . . .

Y en una servi l le ta del bar del hospedaje Don Javier dibujó

con un p lumón de t inta negra;

Yo lo vi con mis ojos, me dijo. Las líneas de) dibujo, una

vez i m p r e g n a d a s , aunque inv i s ib lemente , en la m a d e r a frontal

del cajón, fueron luego b o r r a d a s por la resaca. Pe ro ya V e n u s ,

El L u c e r o Del A l b a , a t ravés del icaro había d e p o s i t a d o su ca¬

rác te r en el i n s t r u m e n t o que habr ía de t r ans fo rmarse en hembra .

P o r q u e el p r imer vas tago de Al fonso C a r t a g e n a fue mujer, se lla¬

mó Rosa luz y fue cargado con los ímpetus de Y a n a c h a s k a , La

Es t re l l a N e g r a Del A m a n e c e r . El segundo fue h o m b r e , se l lamó

Benjamín y fue cargado con los desa i res del mar. E s a misma

n o c h e , ya en la cueva , el viejo e n c e n d i ó las tres velas que prote¬

gían e l vaso de agua donde m o r a b a El A n i m a Sola. B a l d o m e r o

me informó que el n o m b r e - n o m b r e de El A n i m a Sola es E legguá ,

divinidad que a c o m p a ñ ó a los abue los de sus abue los esclavos

c u a n d o fueron t r a ídos del Áfr ica . .

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Don Javier se ret iene en sus p a l a b r a s , t oma aire como si

resp i rara qué a m a r g a s r e m e m b r a n z a s :

— P a r e c e que después ya no t ra ían esclavos. De labios para

afuera, así me dijo B a l d o m e r o , de labios para afuera E u r o p a

p roh ib ió la esclavi tud pero sus m e r c a d e r e s a c r e c e n t a r o n el trá¬

fico de h u m a n o s . Si un barco negrero era so rp rend ido por alguna

pa t ru l la en alta mar, los traficantes, p a r a no ser m u l t a d o s , echa¬

ban a las aguas esa gimiente mercade r í a de cu e rp o s y gril letes.

B a l d o m e r o me con tó que miles y mi l lares de a n t e p a s a d o s nues¬

tros tapizan con sus huesos y cadenas el fondo del A t l á n t i c o . Y

me dijo que así, c o m o es na tura l , el negocio ya no era buen ne¬

gocio. Pe ro con la sagacidad que aún carac te r iza a nues t ros em¬

presar ios v i rakocha , aquel los descubr i e ron , ya que no r emed io ,

por lo menos alivio para sus invers iones . D e c i d i e r o n no t raer

más esclavos , dec id ie ron fabricarlos aquí ev i t ándose el r iesgo de

más mul tas o pé rd idas . Trajeron so lamente s emen ta l e s , padr i l lo s ,

h e m b r a s y m a c h o s fuertes y eficientes. Infinidad de fábricas de

esclavos humi l l a ron Amér ica . Los pad res de los p a d r e s de Al¬

fonso Ca r t agena nac ie ron en lo que hoy es C o l o m b i a , a ori l las

del río M a g d a l e n a , par idos en un ga lpón de g a n a d o . P e o r que

g a n a d o , de h o m b r e s . Es por ello que el viejo C a r t a g e n a pescaba

exc lus ivamente desde las oril las, nunca desde alguna e m b a r c a c i ó n ,

j a m á s en t raba al o c é a n o . . . Pero te es taba d ic iendo que el viejo

encend ió las tres ve las , con el ritual del humo unió a sus hijos,

con el ritual del h u m o sobre el agua ence r r ada , t ap i zada de osa¬

rios y cadenas , donde vive Elegguá. Me va a vendé, me va a

vendé, así dice un canto de esa época , me va a vendé, qué vida

pasaré, y un eco de sombras , de silencios h u n d i d o s en el mar , lo

corea: la Virgen del Carmen te saque con bien. Y esa mi sma no¬

che Benjamín y Rosa luz se convir t ie ron en mar ido y mujer. Su

p a d r e les rogó que in tentaran ser felices.

Nací en las playas del Magdalena, bajo la sombra de un

payandé. Como mi madre fue negra esclava, también la marca

yo la llevé, así dice la canción: Estando a solas hacia la noche

alzo los ojos y rezo a Dios, pero él escucha tan sólo al amo pese

a que el cielo es de mi color. Y casi a m a n e c i e n d o el viejo Car¬

tagena salió a la playa. No sé sabe si por fin en t ró al mar , no se

sabe si se deshizo tras los caminos . Lo cierto es que j a m á s volvi-

176

mos a ver lo . U n a joven pareja o c u p ó esa cueva en las afueras

de Las Sa l inas . Se prohibió la esclavitú hace muchos, muchos

años, se prohibió la esclavitú pero seguimos esclavos. Así dice

quien can tó . Hoy nos azota el salario, me va a vendé, los hijos

de los patrones ya no necesitan barcos.

Los ojos de D o n Jav ie r se afilan en la luz del med iod ía ,

excavan en el a i re , como bajo del mar , o t ras p a l a b r a s :

— A s í p a s a r o n días , m u c h o s días . Y por cada día pasaban

varias n o c h e s , p o r q u e fueron e te rnas las noches en la gruta a cuyo

cobijo los h e r m a n o s se d e s b o c a b a n al amor. M á s de una vez la

imprudenc i a me ap rox imó a la cueva. A c u c l i l l a d o tras un pe¬

ñasco , no los vi , los escuché: R o s a l u z y Ben jamín sonaban allá

en el fondo , d e n t r o de la p e n u m b r a . El niño que yo era t r a t a b a

de en tender y me asus taba , suponía voces de agon izan tes , recla¬

mos de a h o g a d o s , his tor ias d e s p e d a z a d a s a cuch i l lo , y p i ra tas y

c r ímenes a t roces y an t ropófagos , allí donde n a d a ocurr ía sino las

ocur renc ias del amor , d o n d e n a d a se e scuchaba sino ese silencio

af iebrado, b i e n h e r i d o de excesos inocen tes , a d u l t e r a d o sólo por

las mús icas de los cuerpos d e s n u d o s y del mar . H a s t a que una

m a ñ a n a R o s a l u z se halló sombra . Y no sup imos más de Benja¬

mín. El h e c h i c e r o nos a segura r í a que la c a m a de p iedra se rom¬

pió y b ro tó un a r royue lo de la h e n d i d u r a , eso p u d i m o s consta¬

tar lo t o d o s , pe ro nos supo a inven to el resto de la historia que

nos quiso endi lgar : que de aquel a r royue lo surgió El A n i m a Sola,

E legguá , y con moda l e s y a r m o n í a s de h e m b r a sedujo a Benja¬

mín m i e n t r a s d o r m í a R o s a l u z , y que el j o v e n en t ró por el a r r o y o ,

se ade lgazó en la boca de la c a m a de p iedra , se ext ravió entre

delicias y c o r r i e n t e s . R o s a l u z lo l lamó noches en te ras , p r i m e r o

amarga , d u l c e , s u p l i c a n t e m e n t e , después con una cólera sin cau¬

ces. Las t o r m e n t a s que d e s c o n c e r t a r o n al p o b l a d o duran te ese

v e r a n o , según el c u r a n d e r o , nac ían de la furia de la esposa-her¬

mana d e s p e c h a d a . La m u c h a c h a desapa rec ió poco después . Ba l -

d o m e r o nos m o s t r ó los r es iduos de una fogata en la cueva , nos

quiso hace r c ree r que R o s a l u z se hab ía i n c i n e r a d o . . .

D o n Jav ie r vuelve a aqu ie t a r se y a resp i rar h o n d a m e n t e lue¬

go, pero más hac i a lejos que hac ia aden t ro :

— L a casa de mi abue lo se a lzaba frente a la p r imera lagu¬

na, la más g r a n d e y feliz de Las Sal inas , a var ios k i lómet ros de

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la gruta y sin e m b a r g o yo escuchaba cerca , muy cerca , en esas

d iu rnas noches de mi n iñez , la p ro tes t a pos t r e r a de R o s a l u z , aulli¬

dos y quere l las , la diar ia pesadi l la de su cue rpo q u e m á n d o s e , . .

Y qui tando sus ojos de la puer ta , del aire de oro sucio que

se obcecaba en cen izar lo todo , allá en la cal le , det rás de los ven¬

tana les del Hotel Tar i r i :

— P e r o casi no me oyes , estás c o m o en otra par te . ¡Segura¬

mente sigues p e n s a n d o en Inganí ter i ! ¡Seguramente p iensas qué

re lac ión tiene t o d o esto con la h i s to r i a de K a a m e t z a y N a r o w é

que tú quieres o i r ! . . . 12

— N o es c ie r to , D o n Javier , volví a ment i r . la mejor fórmula de reducir cabezas

— - M u c h a s , m u c h a s ment i ras se ha d icho y se dice de los tzi-

p íbo , de los a s h a n í n k a , de todas nues t ras nac iones . Que los

a m a w a k a coc inan y comen cr i s t ianos . Que los m a c h i g ü e n g a s

m a t a n a sus hijos c u a n d o nacen mel l izos . Que la esposa de un

shapra es a la vez la esposa de t o d o s los shapra . Que los cash ibo

d e s p e d a z a n de a pocos a sus p r i s ione ros en hor r ib les fiestas que

d u r a n s e m a n a s . Que los brujos a g u a r u n a son ahi jados del d a ñ o :

se convie r ten en v íboras o t igres p a r a ex t e rmina r c a u c h e r o s , pe¬

t ro l e ros , s o l d a d o s . Y más c a l u m n i a s cuen tan de los b o r a , de los

ku l ina , de los p i ro , de los wi to to . Que los j í b a r o , ent re otras

a t r o c i d a d e s , r e d u c e n cabezas de h u m a n o s sin por qué ni pa ra

qué , por p lacer de salvajes, peo res que los peores animales fe¬

roces . . .

Félix I n s a p i l l o , h a b l a n d o , ha crec ido a la sombra de la lu-

puna:

— C a s i s i e m p r e , quienes así andan l l enando orejas con sus

fa lsedades , si es que no hab lan por busca r gananc ia , por igno¬

rancia es que h a b l a n . Por i m p o t e n c i a mien ten , por d e s p e c h o , ya

que nues t ras n a c i o n e s nunca se somet ie ron a la nación v i r akocha

ni a la rel igión v i r a k o c h a ni a sus cos tumbres de falsedad, ambi¬

ción y saqueo . Son el los , de scend ien t e s de los ext ranjeros que

no supieron vivir para la vida, que sólo exis t ie ron para el oro

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más bajo, ese sirviente de la c a r n e , e l los , he rede ros del r o b o , del

tráfico de esc lavos , de fortunas c o m o casas sin sen t imien to , tris¬

tes , l evan tadas no sobre el suelo sino sobre los huesos de milla¬

res de h u m a n o s , son ellos y no los j í b a r o los legí t imos bárbaros . . .

Fél ix Insap i l lo entra y sale p r o n t a m e n t e del fondo de un

si lencio p e q u e ñ o y arredi la con más fuerza sus pa l ab ra s dentro

de la a tenc ión de César :

— D i m e tú, ¿no es cierto que los v i r akocha de hace poco

t i empo c o n s t r u y e r o n ho rnos pa ra q u e m a r h u m a n o s , ases inaron

a mi l lones , n iños , mujeres , v a r o n e s , anc i anos , sin miser icord ia ,

mi l lones , de los m o d o s más a t roces , en duchas que echaban ve¬

neno en vez de agua, hace poqu i to s años , ayerci to nomás? ¿No

es cier to que eso pasó ante la falsa ceguera , ante el consenti¬

mien to de los j u e c e s , de las a u t o r i d a d e s , de los sacerdotes vira-

kocha , cómpl i ce s , peores todavía que los mismos asesinos? Dime

tú. ¿Y son ellos los civil izados mien t r a s que nues t ros j íba ro son

b á r b a r o s ? . . .

El p e n ú l t i m o sol ingresa d e s h i l a d o , a duras p e n a s , por entre

el a l to reder ío que t renza la copa de la lupuna y los ramajes de

los á rboles que c i r cundan el c l a ro , e n c e n d i e n d o de rojo, de na¬

ranja, de r eve rbe ros imposibles , t r azos de oscura espá tu la , las

ca ras de Iván y César , el re t ra to del niño a m a w a k a recl inado

en t re las a le tas del gigantesco árbol . Fél ix Insap i l lo alza los

ojos a la luz y r ecupe ra su ca lma:

— Y o he vivido con los j í b a r o , yo he visto. Es c ier to que

r educen cabezas pe ro sólo cabezas de enemigos ca ídos frente a

frente y en c o m b a t e legal. Un gue r re ro j í ba ro t iene de recho úni¬

c a m e n t e a reduc i r la cabeza del c o n t e n d o r que él mismo ha dado

m u e r t e p e l e a n d o , que él supo vencer de igual a igual enfrentán¬

dolo sin ventaja ni emboscada , p rev io anuncio de guer ra y con

a rmas idén t icas . Y no todos los e n e m i g o s muer tos en esas refrie¬

gas , yo he p r e s e n c i a d o var ias , no todos se hacen d ignos de ser

d e c a p i t a d o s y r educ idos . Los más va le rosos , los más fuertes y

ágiles y l lenos de vir tudes son los e leg idos , sólo ellos consiguen

la a p r o b a c i ó n del hech ice ro j í b a r o , soy test igo, los he visto reducir

c a b e z a s desde su comienci to hasta su final, p a s a n d o por varias

c e r e m o n i a s . No es cuestión así n o m á s , cor r ien te . Es todo un

180

acto rel igioso, s a g r a d o , de m u c h o re spe to , de bas t an te peligro para

quien lo e fec túa . . .

— P a r t e de un culto mág ico — s u g i e r o y o , más como una

p regunta que c o m o un a g r e g a d o , es inútil , Fél ix Insapi l lo ni si¬

quiera me ignora :

— P a r a el los es acto sagrado reducir c abezas , sus trofeos de

guerra , la ú l t ima par te de un p r o c e s o ritual que comienza m u c h o

antes del c o m b a t e . Los j í b a r o no so lamente a r r iesgan su vida

c o m b a t i e n d o , la ar r iesgan dos lunas antes y una luna después de

la con t i enda , la ar r iesgan p r e p a r á n d o s e , p r o t e g i é n d o s e de los ma¬

leficios del c u r a c a adve r sa r io , la arr iesgan d u r a n t e varios días en

la pelea s incera , la arr iesgan c a p t u r a n d o las cabezas bajo un ven¬

daval de f lechas , da rdos e n v e n e n a d o s , hechizos infalibles, l anzas

¡caradas y gr i tos de batal la . Y no apenas ar r iesgan su vida var ias

veces: en c a d a vez arr iesgan var ias vidas. P o r q u e c u a n d o se

enfrentan dos nac iones de selva, más que los c o m b a t i e n t e s , que

pueden verse con los ojos y e lud i r se o imponer su va lor o su des¬

treza, más que ellos c o m b a t e n sus brujos y las án imas cómpl ices

de los brujos , y lo hacen desde lejos, desde el aire que está lejos

y cerca. D e s d e dos aires i r reconc i l i ab les se a b a l a n z a n los brujos

con todos sus p o d e r e s , s ab iendo — c o m o s a b e n — que en cada

h o m b r e m u e r t o m o r i r á más de un h o m b r e , el án ima de ese hom¬

bre será r o b a d a por el brujo c o n t r a r i o y el c u e r p o de esa án ima

j a m á s d e s c a n s a r á , la misma muer t e le será negada , el descanso

de la m u e r t e , no p o d r á visitar n inguna de las exis tencias p a s a d a s

o futuras, n i n g u n a de las casas de las muer t e s que viven en el

aire. Al exist i r de ese h o m b r e , h a b i t a d o por tantos diversos exis-

t i res , a su m u n d o que a la vez es t o d o s los m u n d o s invisibles que

cohab i tan en el m u n d o visible, le serán ex t i rpados los r ecue rdos

mejores , las p o t e n c i a s mejores , la pos ib i l idad de o c u p a r otra vida,

de p rosegui r y pe rpe tua r se en a lgo , un árbol so l i ta r io , una p iedr i -

ta, un pá ja ro , el vo lar de cua lqu ie r pá jaro . Y le será vedado tam¬

bién todo r e t o r n o , no existirá ni en niño ni en vientre de mujer

ni en el deseo del pr imer habe r , del pr imer ser, del pr imer haber

sido. Ese h o m b r e , ya viudo de sí m i s m o , r o b a d o de su án ima,

no podrá ser ni lo que habrá de ser. . .

Fél ix In sap i l l o en t reabre una pausa que Iván y yo aprove¬

c h a m o s para s en ta rnos j u n t o a l n iño a m a w a k a , a l a m p a r o blan-

181

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cuzco de la lupuna . Creo advert i r otra cara h o s p e d a d a en las

facciones de Insap i i lo , como si alguien que no fuera él, pero que

sí, es tuviera fluyendo desde su boca. Tal si so lamente Césa r Cal¬

vo se hal lara p re sen te , nuest ro p r imer guía, d e g r a d a d o a cuentis¬

ta, recobra sus m a n e r a s de m a d e r a , aquel chirr iar de s iempre en

su garganta y pros igue sin no t a rnos :

— M á s pel igros enfrentan en ese m o m e n t o , al reduci r las ca¬

bezas. Ahí es c u a n d o más ataca el brujo de los venc idos , ahí es

c u a n d o más buscan desqui ta rse las g randes ánimas que protegen

a las pequeñas án imas de esos d e c a p i t a d o s . Cada gue r re ro j í ba ro

pone su trofeo boca arr iba y se a r rodi l la en el suelo ante la cabeza

cap tu r ada y la p res iona con a m b a s m a n o s , fuer temente , hacia

abajo. Gue r r e ros y cabezas forman un semicírculo de s i lencios,

de sombras que el brujo j íba ro recor re a saltos imprevis tos mas¬

cando tabaco y s o p l a n d o su jugo den t ro de las nar ices de los

hombres . De uno en u n o , con j u g o de t abaco y c a n t u r r e o s de

¡caro, los inmuniza y los vuelve i m p e n e t r a b l e s a los d a ñ o s del

brujo adverso que a esa misma ho ra , con toda segur idad , es tará

ejerciendo y env iando sus poderes pa ra imped i r la r educc ión , para

impedir que los j í b a r o al reducir las cabezas secuest ren el a lma

y las vir tudes de los dego l lados . U n a vez reducida la cabeza , se¬

p a r a d a para s iempre del cue rpo , el espír i tu que vivía en ella se

condena también a no j u n t a r s e nunca con el espíri tu que vivía en

el cue rpo . Ya su cabeza no será e n t e r r a d a , aunque lejos del

cuerpo pero en la misma t ierra que podr ía r e u n i d o s . Si el brujo

con t ra r io logra impedi r la reducción y las cabezas son sepu l t adas

con todo su t a m a ñ o , cada una de ellas avanza rá i n e x o r a b l e m e n t e

bajo la tierra hasta e n c o n t r a r su c u e r p o y soldarse de nuevo a él.

Pero si el brujo enemigo fracasa y las cabezas son r e d u c i d a s , los

j í b a r o se apode ran de lo mejor del án ima de esos cu e rp o s que

dejaron allá en el sitio de la batal la , y se a p o d e r a n a s imi smo de

lo mejor del ánima de las cabezas que trajeron en t r iunfo a su

nación.

Y solamente a h o r a , Fél ix Insap i i l o , pero con ojos a le jados ,

m i r á n d o m e :

— P a r a reduci r las lo pr imero que hacen es separa r las del crá¬

neo , dejarlas pura piel , puro cabel lo y c a r n e , n ingún h u e s o . C a d a

guer re ro coge su t rofeo y le hace un cor te desde la coroni l la hacia

182

a t rás , rec to , has ta donde era la nuca , con un cuchi l lo de pa lo-

sangre o de h u e s o pero de hueso muy viejo, de esos que ya se

han conver t ido en p i ed ra . . .

—y Kaametza descubrió dentro de sí un temor grande, com­

prendió lo cerquita de la muerte. Y sin pensarlo ni proponerse

nada arrancó un hueso de su cuerpo y empuñándolo así como

puñal recién afilado, le sajó la garganta al otorongo —me dice

Don Javier. Y aquí, bien que me acuerdo, mi compadre ¡nga-

níteri detuvo su relato y cerró los ojos y se quedó silencio, inmó¬

vil, escuchando no sé, algo venía de lo hondo del monte, desde

los riachuelos que sonaban próximos juntándose a las aguas del

Unine.

—Y var ios cor tes más hacen los j í b a r o , p rec i sos , a la al tura

de la nar iz , de los ojos, de la boca , para ayuda r lo s a salir, y en¬

tonces van a r r a n c a n d o despac i to , despac i to , piel y múscu los ,

has ta dejar p e l a d o , l impio , el c r áneo . Feo es el h u m a n o así, sin

cara , pu ro h u e s o , s a n g r a n d o . Ú n i c a m e n t e le dejan los ojos, para

qué , y la lengua t a m b i é n , den t ro del c r á n e o , para qué ya, te esta¬

rás p r e g u n t a n d o . . .

—Seguro que Inganíteri cerró su ojo para no contarme más,

para eso. Con su ojo cerrado estaba lo mismo que no hablando.

Acaso algo difícil, peligroso, prohibido de contarse, ha de haber

siempre en las historias viejas, me dice Don Javier.

— E n t o n c e s el j í b a r o cose el tajo de a t rás , todos los cortes

que fueron n e c e s a r i o s , cose las cav idades de los ojos, los p á r p a d o s

vac íos , igual cose los lab ios , t odo m e n o s el forado del cuel lo . Los

ojos son fuer temente cosidos pa ra que nada de lo que vio ese

mue r to pueda e scapa r , filtrarse hacia el a i re , volver desde el aire

a la na tu ra leza . P a r a que todo lo que gua rdó en sus ojos, a lo

largo de sus ex i s t enc ias , pueda ser t r a s l a d a d o y depos i t ado den t ro

de los ojos de su ma tado r . Y los lab ios , muy en especia l , son re¬

cos idos , c l a u s u r a d o s con más miedo que cólera , para que ningu¬

na pa lab ra salga, ni un al iento s iquiera . Los j í b a r o saben que

el a l iento de las p a l a b r a s , que pone en m o v i m i e n t o po tenc ia s , dice

D o n H i l d e b r a n d o , el a l iento de las pa l ab ra s es lo único invencible

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ante cualquier con juro , lo único que consegui r ía l iberar al án ima-

de- la -cabeza y r eun i r í a con el á n i m a - d e - s u - c u e r p o . Así c e r r a d o s ,

m a l a m e n t e cos idos los labios , sucederá lo c o n t r a r i o : el silencio

de la cabeza a t r ae rá al ánima del cue rpo le jano, la j u n t a r á con

esa su otra án ima que le fue c e r c e n a d a , pero su j u n t a m i e n t o se

real izará en p e q u e ñ o , quiero decir que el cuerpo le v e n d r á redu¬

cido a la cabeza , por su orden m i s m a , y se le un i rá así, en equili¬

br io . So lamente en tonces todo está ya c o n t r o l a d o por el brujo

j í b a r o , no habrá pa lab ra que desate n inguna fuerza con t ra él desde

el aire. La única boca que pe rmi t en es la boca sin lengua , sin

id ioma, del cuel lo . As í , b r u t a l m e n t e a t r avesados labios y párpa¬

dos por espinas de wikungu, sumergen las cabezas en e n o r m e s

ollas de arcilla l lenas de agua de río que co locan al fuego. Las

cabezas deben ser re t i radas en un ins tan te m í n i m o , e x a c t a m e n t e

cuando el agua pa rece que va a herv i r pero no h ie rve , mien te . Si

a lguno se distrae y el agua hierve , la cabeza se m a l o g r a , no re¬

sulta, se le caen las pes tañas y el cabe l lo y las cejas, y la ca rne

se afloja, ya no sirve. La úl t ima vez que los vi h a c e r l o , una sola

cabeza se d a ñ ó , todas las otras fueron ex t ra ídas en su t i empo .

R e c u e r d o que la cabeza ma log rada era bien pa rec ida a esa lámina

de los libros de h is tor ia , ídem a la del inka W á s k a r , ese c ráneo

donde su propio h e r m a n o , el t r a ido r A t a w a l l p a bebió la chicha

de la victoria, c o m o si fuera un Qero, e q u i v o c á n d o s e . . . Los jí¬

ba ro , en tonces , por la boca del cuel lo in t roducen p u ñ a d o s de arena

bien cal iente , hacen que la arena sust i tuya la forma del c ráneo

que se fue. Con p iedras p lanas y más cal ientes p l a n c h a n y plan¬

chan la cara del t rofeo, varias veces c a m b i a n la a rena de su aden¬

tro y recal ientan las piedras con las cua les van d a n d o forma al

ros t ro , r e c o r d a n d o las facciones del finado y r ep i t i éndo las poco

a poco lo mismo que escul tores . C o n el calor de la a rena y de

las piedras la carne va s u d a n d o , so l t ando grasa y agua por los

poros que crecen, y la cabeza d i s m i n u y e , d i s m i n u y e , llega a ser

menos que un puño ce r rado , ájustadita y fruncida pero idént ica

a como era c u a n d o la cor ta ron . H o r a s de horas está así el j í b a r o

m o d e l a n d o en p e q u e ñ o la cara de su enemigo . Al conc lu i r su

obra ya ésta no guarda para él la más mín ima i m p o r t a n c i a , ya

le ha sacado el án ima , ya le ha e x p r o p i a d o sus v i r tudes , ya el

án ima-de- la -cabeza no podrá nunca j u n t a r s e con el án ima-de l -

184

cue rpo . La cabeza sin alma y sin t a m a ñ o no es nada ya para el

j í b a r o . . . E s o es lo que r e c u e r d o de la p r imera vez que me ob¬

sequió a y a w a s k h a mi p a d r i n o . E s o fue lo que vi.

— M i p a d r e sabía reducir c a b e z a s , dice Iván Ca lvo . Más de

una vez lo hizo en las selvas del río Ñ a p o , ent re los j í ba ro del

E c u a d o r . All í a p r e n d i ó , vivió y me con tó en deta l les . Las ollas que

tú has d i cho , I n s a p i l l o , son ollas espec ia les , nadie más que el brujo

puede t oca r l a s , ni siquiera mi ra r las . El brujo las recubre por

den t ro con hojas anchas que ú n i c a m e n t e él sabe y así las conduce

al sitio de la c e r e m o n i a , de una en una c a r g á n d o l a s él m i s m o ,

c a m i n a n d o p r á c t i c a m e n t e entre c iegos . Y el brujo ha curado an¬

tes a las o l las , ha a y u n a d o bas t an t e t i empo cargándolas de pode¬

res que ni él m i s m o puede c o n t r o l a r to t a lmen te en su t é rmino .

Lo mismo pasa con el agua de las ol las: el brujo la p r epa ra con

hierbas y ra íces que no debe revelar . Por ú l t imo , eso que has

dicho de que las cabezas una vez reduc idas ya no t ienen valor ,

es v e r d a d e r o y es falso. Cada j í b a r o se esmera en cor ta r la cabe¬

llera de la cabec i ta y la g u a r d a c o m o el tesoro más p rec iado ya

que los d e m á s miden el coraje del varón según el n ú m e r o de ca¬

bel leras que o s t en t a a tadas a su c in tu ra en las c e r e m o n i a s , las gue¬

rras o las f iestas . . .

Ido el a t a r d e c e r Fél ix Insap i l lo e Iván Calvo seguían discutien¬

do , esta vez ace rca de los háb i tos a l iment ic ios de los grandes vam¬

piros del M a r a ñ ó n . El los dos por hab la r , yo por e scucha r los , ni

nos p e r c a t a m o s de la ausencia del p e q u e ñ o a m a w a k a , del envia¬

do que aho ra , con alivio, veo que ya regresa, y en la más inci¬

tante, c o m p a ñ í a , c o n s i d e r a n d o el h a m b r e que me to r tu ra , vuelve

a r r a s t r ando un lagar to b lanco y t i e rno , s u m a m e n t e t i e rno , de

menos de dos m e t r o s , que d e s o l l a m o s y asamos y p a l a d e a m o s sin

conseguir c r ee r lo , se t ra ta sin duda de la carne más sabrosa que

he comido en mi vida. Y luego , para co lmo de for tuna, por pri¬

mera vez desde que sal imos de A t a l a y a no p rec i s amos dormir

a t r i nche rados en los mosqu i t e ros . La noche llega fresca, viento

recién l avado , a h u y e n t a n d o insec tos , t e m o r e s , a l i m a ñ a s , y t rayén-

donos ruidos o lo ro sos y a m a b l e s , id iomas y aleteos de animales

pacíf icos, mús icas y p i sadas , sólo recuerdos b u e n o s .

Sentado sobre la t ierra l impia, recos tado en un t ronco que

huele a men ta , a ga rúa , a c u a d e r n o e s t r enado y a l áp iz -bo r rador

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de la niñez, respi ro altas confianzas. E n c i e n d o un c igar r i l lo , jus¬

t a m e n t e el ú l t imo, con la úl t ima cerilla que me queda . La lumbre

del fósforo, más que develar , me obsequ ia un paisaje inconcebi¬

b l e m e n t e h e r m o s o , h e r m o s o con m a l d a d , esa cruel i nocenc ia con

que se nos en t regan ciertos sueños , y has ta ciertos a m o r e s , sabien¬

do bien que son i r repet ibles . Y sin e m b a r g o mi ro , de t rás de la

luz del fósforo que está a punto de q u e m a r m e los d e d o s , miro y

miro la selva, la noche de la selva, c o m o si se t r a t a r a de la pri¬

mera , como si fuera la única noche de toda mi exis tencia .

— ¿ Q u é te s u c e d e ? . . . Los ojos se te han a b o r r e g a d o , dice

son r i endo , e s c r u t á n d o m e , César. Yo arrojo la cerilla y la e scucho

caer en la sombra , allá, dent ro del paisaje que sigue e s t a n d o aquí ,

por y para noso t ros aunque ya no p o d a m o s ver lo . Cons igo ver

en cambio la voz de César que insiste y alegra a la neg ru ra :

— E s e es el verbo exacto: a b o r r e g a d o . Sí: los ojos se te ha¬

bían a b o r r e g a d o , parec ía que es taban l l o rando miel.

13

final 'de la historia de Kaametza y Narowé

que no tiene final

Un sol desfa l lec iente , m e n o s c a b a d o por esa hora ínfima que duda

en t re las ú l t imas sombras de la t a r d e y las p r imeras de la noche ,

nos o torga una c la r idad sin luz desde las ven tanas del Hotel

Tar i r i .

— N o es c ie r to , D o n Javier , volví a mentir .

— T ú sabes bien que sí, y sin e m b a r g o hay una relación entre

los hijos del viejo C a r t a g e n a y los del dios P a c h a k a m á i t e , y más

todav ía entre N a r o w é y mi c o m p a d r e Baba lú . En todo caso ,

p ienso s o l a m e n t e , t iene que habe r a lguna re lación. ¿No ves que

no existe la c a s u a l i d a d ? T o d o , s i e m p r e , ha de e sconde r su rela¬

ción con t o d o . Sólo hay que m e r e c e r pa ra p o d e r descubr i r e l

nexo ocu l to , los r e so r t e s o s c u r o s , el h i lván invisible de las cosas

y de los hechos y de las p e r s o n a s . ¿Por qué los conqu i s t ado re s

d e s c u a r t i z a r o n a T ú p a q A m a r u , la Se rp i en t e -Dios , y s embra ron

las par tes de su c u e r p o d i s tan tes , d i r ig idas hacia las cua t ro esqui¬

nas del un ive r so que lo i g n o r a b a t o d o , hacia las cua t ro noches

de la casa del m a e s t r o H i l d e b r a n d o ? ¿Me es ta rás en t end i endo?

¿Por qué e l c u e r p o de Juan San tos A t a ó Wa l lpa , n e g á n d o s e a l

en t i e r ro , a scend ió por los aires y desapa rec ió e c h a n d o humo?

¿Por qué los q u e c h u a s de hoy , en sus h is tor ias , h a b l a n del dios

I n k a r r í , de su c u e r p o de gigante d e s p e d a z a d o , de su cabeza que

fue en te r r ada con t o d o su c a b e l l o , con todo su t a m a ñ o en las

faldas del ce r ro W a n a k a w r e del C u s c o , y de sus m i e m b r o s que

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avanzan cada a ñ o , d ispersos , más y m á s , bajo la t ier ra , y que un

día llegarán a j u n t a r s e con su frente de sabio? Dicen que cuando

ocurra lo que habrá de ocurrir , el dios í n k a r r í , ya en te ro b ro ta rá

de lo antaño y r ecomenza rá su ant igua lucha y devo lve rá la liber¬

tad y la tierra a todos los yndios del R e i n o del Perú . T o d o tiene

relación con todo . Y más aquí , en la selva. Es ta t ier ra está hecha

de he rmosuras que j a m á s se han c o n t a d o , o se han c o n t a d o mala¬

mente lo cual ha sido peor que ca l lar las . Tú has visto, por

e jemplo, estos dibujos en las p a r e d e s del Hote l Tar i r i . ¿Sabes

que sólo son copias de c u s h m a s y m a n t o s de nues t ros indios tzi-

píbo? Pero han sido copiados de mal m o d o , sin saber . Pa ra

quien t ras ladó estos t razos a los m u r o s , no son sino a d o r n o s ,

rayas boni tas , y el asunto es dis t into para los tz ipíbo que h ic ieron

los originales. Y para mí t ambién , po rque yo ahora sé. Los tzipí-

bo , en cada m a n t o , con esos mi smos t razos que a p a r e n t a n capri¬

chos , han re t rasado a alguien. C a d a dibujo suyo es el r e t r a to

del ánima de algún par ien te , de un su alguien muy q u e r i d o . Los

tzipíbo son re t ra t is tas de a lmas , por eso nunca e n c o n t r a r á s dos

diseños iguales en sus p o n c h o s , por más que a s imple vista, a

vista de foráneo me refiero, todas sus p in turas se confundan.

Mira el dibujo de esta pared, ¿bon i to? , para tus ojos s egu ramen te

no es otra cosa que un dibujo bon i to . Yo lo observo sab iendo ya

lo que es y lo que ha sido, sab iendo que cada l ínea que baja o

se det iene expresa una re lación, una v inculac ión i r r evocab le con

la conducta y con los sen t imien tos , vivires o f laquezas particula¬

res del alma de alguien. Hay un hilo invisible, p u e s , que se

puede llegar a mirar , que se a p r e n d e y que no se ve con los ojos

del cuerpo mater ia l . Yo c o n t e m p l o esta pared p i n t a d a y en rea¬

lidad no estoy c o n t e m p l a n d o una pa red p in tada . ¡Ahí está ní t ida

la cara del ánima de un hombre ! ¡Ahí están las facciones de su

alma, c lar i tas! . . .

— R e t r a t o s l ineales, dije c o m o h a b l á n d o m e , pa recen m a p a s

de c iudades . . .

— ¡ E x a c t a m e n t e ! , exageró su voz. ¡Eso es, r e t ra tos l ineales!

¡Y no es que parezcan mapas de c iudades sino que lo son! ¡Sí:

las almas son c iudades en m o v i m i e n t o ! ¡Los dibujos tz ipíbos

son mapas , pero de ciudades boscosa s , tasajeadas por imposib les

ríos y no por avenidas , laber intos de t rochas y no ca l lec i tas disci-

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p u ñ a d a s , a m o r e s y b a r r a n c o s y t r is tezas y p a n t a n o s en vez de

pa rques fríos y cines y a l amedas ! ¡Mapas de c i u d a d e s , más que

re t ra tos de a lmas ! ¡Casas que c a m b i a n de lugar, lo mismo que

los días de la vida en la selva, lo mi smo que las casas de los

ashan ínka que se m u d a n cada año y queman sus c a b a n a s y sus

chac ras y le devue lven todo a la m a r a ñ a y se van a otro lado y

comienzan de nuevo a cons t ru i r su t a m b o , sus s e m b r í o s , su vida,

y vuelven a q u e m a r l o todo al año siguiente y vuelven a part i r y

a renacer! ¡Y no c o m o nues t ras c iudades que nacen y ya saben

su futuro, e n c a d e n a d a s al óx ido de la c o s t u m b r e , ya saben c ó m o

h a b r á n de ser ios días y los h o g a r e s y las calles que las esperan!

¡Nuestras c iudades civi l izadas nacen ya m u e r t a s , se pa recen a esos

esquele tos de los árboles t i e rnos , a g u s a n a d o s sin a lcanzar su ma­

durez! P o r q u e si el objetivo del l l a m a d o p rog re so , de la l l amada

civil ización, es ob t ene r la felicidad del h o m b r e , t o d o eso es un

fracaso. Los a s h a n í n k a , los c a m p a , en c a m b i o , son felices, viven

en a rmon ía con la na tu ra l eza de lo real-real y con la na tu ra l eza

de lo r e a l - s o ñ a d o , no d i spu tan a nad ie su espac io de existir, y

son ellos e n t o n c e s , y no n o s o t r o s , los c ivi l izados, los p rop ie ta r ios

del p rog re so , los vivientes . ¡Ciudades vivas, eso es , selvas l lenas

de puer tas i n e s p e r a d a s , abier tas so lamente pa ra quien sabe ver¬

las , para quien sabe hace r l a s , a t ravesa r las y merece r l a s , en la

ensoñac ión y en la vigilia, pue r t a s invisibles entre la espesura y

el peligro c o n s t a n t e , r iesgos que dignifican, daños que fortale¬

cen! . . . Y hay más cosas , m u c h a s más re lac iones que tú irás

a p r e n d i e n d o . L o s indios bo ra , o t ro e jemplo , conve r san med ian t e

pífanos y t a m b o r e s . Un ex t r año los oye tocar sus i n s t rumen tos

y ú n i c a m e n t e oye son idos , pero pa ra los b o r a la música es id ioma,

las notas mus ica le s se en t re lazan en pa l ab ra s p rec i sas , y para ello

util izan una signografía dec imal . ¡Una signografía decimal-musi¬

cal , imag ína te ! ¡Escri tura sonora y n u m e r a d a , i m a g í n a t e ! . . .

P e n s a n d o en eso , p ienso n o m á s , p regun to : ¿no será que los inkas

a l canza ron un s i s tema de esc r i tu ra tan perfecto como su arquitec¬

tura por e j emp lo , y después dec id i e ron d e s a p a r e c e r l o y r e to rna r

a esa forma de escr i tura secreta y m a t e m á t i c a que sugieren los

quipus, la ún ica que a h o r a m a l c o n o c e m o s de ellos? ¿No será?

¿No es la m i s m a signografía dec imal la de los quipus inkas y la

de los pífanos y t a m b o r e s de los b o r a ? . . . ¡Cuál re lación será,

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que todavía no m e r e c e m o s ver, entre esas dos naciones tan apa¬

ren temen te dist intas y d is tantes en espac io y en t i e m p o ! . . . ¡Qué

de cosas verá, por e jemplo , otra vez, un c a m p a o un tz ip íbo , allí

donde tus ojos o los míos a lcanzan so lamen te a distinguir un nido

de hormigas i sh insh ímis , o una flor de tzangapi l la , o un mar de

¡ucecitas en lo o s c u r o , luc ié rnagas , pupi las de o to rongos , así co¬

mo mi ahijado ínsap i l lo advir t ió miles de ojos de difuntos en

d o n d e nada había para tí, para mí, sino ese musgo an t iguo que

fosforece en la cor teza del pa losangre m u e r t o , del sh iwawako

d e r r i b a d o que nos veda el sendero c o m o un muro! ¿Y por qué

los indio piro desde s iempre conocen al río Un ine c o m o 'Caño

de Lab ios De Sangre '? ¿Crees que es por los bosques de pa lo -

sangre que b o r d e a n las r iberas del U n i n e c u a n d o entra al Ucaya l i?

6 N o miras nada m á s ? . . . ¡Qué luna sepu l tada y r e t u m b a n d o en

el fondo del río ve rán aquel los ojos ahí d o n d e los nues t ros sólo

a t isban un cen t ena r de l ámparas q u e b r á n d o s e en lo alto del fo¬

llaje! ¡Y qué voces l lorosas y lejanas oirán sus oídos ahí donde

tú e s cuchas , o yo e s c u c h o , una risa que b ro t a sa lvadora de lo

profundo del m o n t e ! Pues lo que ya no es m á s , lo que ha p a s a d o ,

aún conse rva vida, den t ro de una vida dis t inta se man t i ene , inmu¬

ne a los amores y a los desastres del t i e m p o . ¡Y cuán tas existen¬

cias con t ra el t i empo quer rá ser un guía, un niño a m a w a k a por

e j emplo , cuando dice que hubiera quer ido ser el cuerpo de una

bala frente a la s in razón de los c a u c h e r o s , y nada pudo ser sino

una lanza! C u a n d o sentí allá arr iba del árbol la p icazón de las

ho rmigas me dese spe ré , dice Fél ix í n s a p i l l o , ¡hubiera quer ido

ser una bala para bajar más r á p i d o ! . . . Me tomé de una l iana

y e m p e c é a r e sba la r ma ld i c i endo , no sé c ó m o la liana se r o m p i ó ,

se me quedó en las m a n o s y me d e s b a r r a n q u é hasta el mismís imo

suelo , era p lena n o c h e , no podía saber a qué dis tancia es taba el

p i so , y me caí p a r a d o , sin doblar las rodi l las , más t ieso que una

lanza . ¡Y nada p u d o ser sino una lanza! , me dice D o n Javier ,

¿te imaginas? ¿No es i r razonable suponer que los inkas , fantás¬

t icos en tanto que hoy mismo ni s iquiera p o d e m o s equ ipa ra r ,

hayan sido incapaces de una escri tura siquiera jerogl í f ica? . . . Mi¬

ra, aquí he cop iado un párrafo del c ronis ta español A n t o n i o de

La C a l a n c h a , escr i to en 1638;

190

'En un lugar l l a m a d o Cruz de Ca i l loma . con un

géne ro de conchue l a s y una ye rba , m e z c l a d o lo

uno y echo empla s to de lo ot ro , atajan el cáncer

los ind ios ' .

¿Te imag inas? M u c h o de la sabidur ía del maes t ro Ino M o x o

le ha l legado, de m a e s t r o en maes t ro y de siglo en siglo, en sesio¬

nes de i n t e r c a m b i o de c o n o c i m i e n t o s , esos viajes as t ra les de aya-

w a s k h a , desde la época de los i nkas , más lejos: de los urus . El los

sab ían que t oda enfe rmedad es más que una en fe rmedad , como

t o d o lo que existe sobre la piel t e r r e s t r e . Es t a m b i é n , fundamen¬

t a l m e n t e , una sanc ión . No hay enfe rmo sin mot ivo . Las enfer¬

m e d a d e s de los h o m b r e s no son c o m o los h o m b r e s , que s iempre

p e r d o n a m o s las injurias y n u n c a p e r d o n a m o s los favores . N o .

T o d a dolencia es sen tenc ia , cas t igo que recibe el án ima o el cuer¬

po de quien ha c o m e t i d o algún d a ñ o con su cuerpo o con su

án ima . El m a e s t r o I n o M o x o t a m b i é n lo sabe así. El repi te que

t o d o , a b s o l u t a m e n t e t o d o , es m e r e c i m i e n t o , y cura en consecuen¬

cia, iguali to que los inkas y los urus hac ían . Pe ro acaso no debo

dec i r más . C u a n d o lo veas , si es que llegas a ve r lo , el m a e s t r o

I n o M o x o te dirá lo que merezcas escuchar , él m i s m o te dirá lo

que merezca ser d i c h o . . .

Y g i rando y g i r a n d o su cabeza , D o n Javier , igual que ator¬

n i l l ándo la en o t ro cue l lo , y luego de solicitar a g randes risas dos

vasos de agua rd i en t e envejecido en hojas de h ipo ru ru y en hir iente

c a n d o r de c l a v o w a s h k a :

— N o s o t r o s no d i agnos t i camos ún i camen te a la carne del

c u e r p o ma te r i a l , así , en frío, c o m o los médicos d i p l o m a d o s .

A p e l a m o s a la s o g a - d e l - m u e r t o para d iagnos t ica r c o m p l e t o , por¬

que el a y a w a s k h a sabe . Y una vez t o m a d a la decis ión de curar ,

una vez rec ibido el p e r m i s o , la o r d e n , t r a t amos que la cura tam¬

bién sea c o m p l e t a , no nos l imi t amos a velar so lamente por la

t i e r ra pa lpab le del en fe rmo , con igual a tención nos d e d i c a m o s a

e n c a u z a r l o en su sangre secreta, esa sangre sin t i e m p o que circu¬

la sólo du ran te la n o c h e , cuando desp i e r t an los sueños . . .

Y vo lv iendo a sonreír:

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— P o r q u e tú has de saber, amigo Sor iano , que el sueño es

una cosa que a mí , por lo menos a mí , me hace ce r ra r los ojos . . .

Y r e g r e s a n d o , sus ojos y su voz, a cierta sombra :

— E s por eso que nos desgas t amos tanto a y u n a n d o y nos

e s m e r a m o s t an to curando vegetales , vegetales de p i ed ra o de agua

o de made ra , cargándolos de fuerzas a d e c u a d a s , recogiendo del

aire los icaros p u n t u a l e s , dándo le a esos remedios los p o d e r e s . . .

— E l m a e s t r o Ino M o x o me enseñó m u c h o más , me dice

Raúl Vásquez , el Juglar de la Selva. Yo era muy niño cuando

lo conocí y sin e m b a r g o me a c u e r d o como ayer. El me reveló

canc iones mágicas que unos l l aman icaros y o t ros b u b i n z a n a s . Y

algo más p rec ioso : me enseñó a recoger las mús icas que viven en

el a i re , a repe t i r las sin mover los labios , a can ta r en si lencio,

'con la m e m o r i a del corazón ' c o m o él mismo dec ía . . .

— D á n d o l e a esos remedios los poderes que no les vinieron

de na tura l , de nac imien to , a u m e n t á n d o l o s con los cán t icos y las

potencias que desconoce la ma te r i a -ma te r i a . P o r q u e si no existe

enfermedad que sea ún icamente enfe rmedad , los r emed ios no pue¬

den ser ú n i c a m e n t e remedios , ¿no te p a r e c e ? .

—¿Estás viendo esos cerros?, oigo que dice Iván.

—Ahorita mismo iremos para allá, detrás está el río Misha-

Va, la nación de los amawaka, oigo que dice Félix Insapillo.

—Al borde del Mishawa vive Ino Moxo, dice César.

—Dentro de dos días, justo en la mediatarde de pasado ma¬

ñana estarás hablando con la Pantera Negra, sé que me dice al¬

guien pero no supe quién.

— E s e mismo día Kaametza y N a r o w é tuv ie ron cua t ro hijos.

Al día siguiente concibieron dos m á s , al siguiente o t ros dos , así

has ta comple ta r c inco parejas. P o r q u e el dios P a c h a k a m á i t e ha¬

bía d ispuesto que fueran cinco hembr i t a s y c inco v a r o n e s , y que

en apenas unas horas pudiesen a lcanzar su plena adolescenc ia . Y

hab í a d ispues to que N a r o w é o r d e n a r a . Y N a r o w é o r d e n ó . Y

los m u c h a c h o s se despid ieron , de ja ron atrás El G r a n Pajonal y

se d i spersaron por el m u n d o , hac ia las cua t ro e squ inas del uni-

192

verso que lo sabía todo . P a c h a k a m á i t e había d i spues to que fue-

Tan por el m u n d o y que de ellos nac ie ran las p r i m e r a s nac iones .

Así una pareja fundó la nac ión tz ipíba , otra la nación a m a w a k a ,

otra la nac ión j í b a r a . La cua r t a pareja llegó hasta lo que hoy es

el Lago T i t i kaka y allí fundó la nac ión de los u r u s . . .

Los u rus , los l egendar ios u rus , quienes m u c h o después pu¬

sieron a La H e r m a n a debajo del H e r m a n o env iándo los al cer ro

W a n a k a w r e p a r a que allí, en su c u m b r e , el inces tuoso falo de o ro

p e n e t r a r a El O m b l i g o Del M u n d o y a sus faldas pud ie ra desp le ­

garse (¡sismo s a g r a d o , salto del Dios P u m a ! ) el c o n t o r n o de pie¬

dra y de si lencio de la c iudad del Cusco .

Y desde allí , más as tu tos que gar ras y colmi l los de seda,

pa r t i e ron los ejérci tos inkaikos r u m b o a las cua t ro esquinas del

un iverso que lo ignoraba t o d o , del m u n d o que pacía sobre un

vért igo inmóvi l , de v e n a d o , su insconcien te h e r m o s u r a . ¡Propósi¬

tos de luz de dob le filo, si no te hiela El Sol te a rde La Luna! Así

los fundados por la cuar ta pare ja fundaron a los inkas y los inkas ,

ob l igando a los p u e b l o s a ser l ibres , ins ta la ron su I m p e r i o . Tam¬

bién así, e n s e ñ a n d o a t ra ic ión la lea l tad , los c o n q u i s t a d o r e s espa¬

ñoles fundaron cemen te r ios en lugar de nac iones . F u n d a r o n y ha¬

b i t a ron c e m e n t e r i o s . ¡Con la infalible cruz d e s e n v a i n a d a decapi¬

t a ron y d e c a p i t a r o n hasta favorecer su p rop io cuel lo!

T o d os fundaron t o d o , por si acaso , a d o r a r o n lo efímero al

p red ica r lo e t e r n o . Si e m p o l l a r o n c reenc ias , c ó n d o r e s , aven tu ra s ,

fue por m i e d o a la t ierra , no por amor al cielo.

Y los urus l legaron a saber lo t odo . Y no se c o n t e n t a r o n .

U n o de los c u ñ a d o s de Ingan í t e r i , el más anc iano de todos los

anc ianos del G r a n Pa jona l , me informó m u c h a s cosas de los

u rus , re la tos que le vienen desde atrás en el t i e m p o de muy lejos,

desde la m i s m a boca de Juan Santos A t a o Wal lpa . ¿Sabías que

J u a n Santos A t a o Wa l lpa en sus días de a lzado llegó a vivir y

p red ica r ent re los urus? Pe ro io d e s d e ñ a r o n , no acep ta ron seguir¬

lo con t ra los invaso res . ¡Ah, los ant iguos urus , los g randes fun¬

d a d o r e s , el los sí se hub ie ran sub levado! ¿Se hub ie ran sub levado?

Pero no les dijo que él t ambién iba a comba t i r por una mujer,

c o m o lo hizo Ingan í t e r i . ¡Ah, los ant iguos urus! ¡Ellos domes t i -

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carón a las p iedras gigantes! ¡Con ica ros , c a n t a n d o , de un uni­

verso a otro las mov ían ! Y m u c h o más hicieron en su pr imera

edad , sólo empresas azules, a n a r a n j a d a s , generosas , que contagia­

ban rumbos de paz y bienestar a los d e m á s . Después m o d e l a r o n

o t ras vías, exis tencias resecas , arci l las que ún i camen te envanec ían

a sus vanos dedos . No satisfechos con saberlo t o d o , para nada

ejercieron todo lo que sabían. ¡Llegaron a tener , en una sola vida,

var ios cuerpos! ¡Y pa ra cada cuerpo varias sombras ! ¡Viajaban

sin move r se , sin par t i r , l legaban de a n t e m a n o , antes que el los ,

c o m o los an imales de los sueños! ¡Se env iaban a sí m i s mo s , igua-

lito que r ecados , a los t i empos y m u n d o s más d is tantes , a los mun¬

dos y t i empos más dis t intos! ¡Y a n d a n d o en el los, hac i endo que

Es te fuera el O t ro l a d o , existían t amb ién en nuestra t ier ra y a la

vez en el aire y a la vez resp i raban c o m o lunas al fondo de los

ríos, con dos cabezas al fondo de los lagos!

Los urus c a p t u r a r o n los mis te r ios , todos los mis ter ios . Y los

c o n o c i m i e n t o s , t odos los conoc imien tos , pe ro no para ansiar los

con r e spe to , no para poseer los l i be r t ándo los sino para cr iar los , en

beneficio de su mal oficio, c e b á n d o l o s lo mismo que a dóciles

r e b a ñ o s .

De tal fatua saliva, sin saber lo , después recogieron lo peor

las peores lenguas de los invasores . ¡Porque los invasores , raíz

más feble pero más frondosa la copa de la sangre , t a l a ron , tras¬

toca ron , desenf renaron todo! ¡Parearon los amores con aves

d e s a l m a d a s , con sus best ias de carga , con sus peces de ado rno !

¡Lo s aquea ron , lo emputec ie ron t o d o ! ¡Cayeron hacia el cielo

con los picos ab ie r tos , y no como los u rus , por vanidad de sabios,

sino como ellos m i s m o s , como los invasores v i rakocha : por su

sola rap iña de i g n o r a n t e s ! . . .

Los urus fueron, en menor , p a r a los inkas , y los inkas para

los e spaño le s , e jemplo del error en el deso rden , ambic ión que

falsifica sus r azones . Pero también fueron su con t ra r io : presagio

de t e m p e s t a d , c o m o el viento s e m b r a d o , anuncio de las dulces vin¬

d ic tas , esa vend imia que hasta ahora esperan los a shan ínka cuan¬

do esperan el regreso de Juan Santos A t a o Wal lpa , la j u n t u r a del

c u e r p o del dios I n k a r r í , la reunión de los miembros de Túpaq;

A m a r u con su cabeza de Serpiente Resp l andec i en t e . El re torno

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de T ú p a q y de A m a r u , de la Serpiente y de Lo Que R e s p l a n d e c e ,

e l t i empo de C u a t r o E s q u i n a s , T a w a n t i n s u y u , en un único t i empo

v e r d a d e r o . . .

Así es, así ha s ido. Los urus d e s o b e d e c i e r o n a la N o c h e : la

dejaron sin luz y sin en igmas . L o s invasores v i r akocha desobe¬

dec ie ron al Día : r a p t a r o n a M a m á n t z i k i , su nuera más quer ida ,

y se la devo lv ie ron a P a c h a k a m á i t e , peor que sombra sin cue rpo .

Juan Gonzá lez lo sabe , él me lo dijo. Juan G o n z á l e z es uno de

los pocos sh i r imp iá re que poseen la fuerza de hace r volver al

t i empo de hace t i e m p o . El cosió los pedazos de ese t i e m p o , lo

hizo bajar del aire y viajando en t re los ava tares de su polen pla¬

t e a d o existió en t re los urus . J u a n Gonzá l ez me informó que los

urus tenían sangre negra , eran a l tos , el doble de n o s o t r o s , en su

inicio, y n ingún d a ñ o los hería, n inguna muer te los m a t a b a , y por

ello confundie ron a la soberbia con la sabiduría .

P e c a r o n de i n m o r t a l e s , nues t ros abuelos urus .

Y por e so , so l i tos , sin gue r rea r con t ra nad ie , ú n i c a m e n t e de

no tener más hijos, sol i tos , de uno en u n o , los urus se extinguie¬

ron.

Por fin, a los dos días de haber mediodormido al pie de la

lupuna blanca, avistamos el pueblo de Ino Moxo. El pequeño

amawaka se detiene, adelanta su perfil por entre unos arbustos,

casi pestañeándose los ojos, ahora reparo que los tiene color de

lágrima, casi pestaneándoselos con los débiles garfios de un enre¬

do de garabatokasha, punzantes lianas abrazando la juventud de

aquella pomarroso que se alzaba como uno de los últimos linde­

ros, como una de las últimas señales que demarcaban la entrada

al poblado. La mano del muchacho esboza un gesto breve, indica

que avancemos, que pasemos bajo las lianas, que ingresemos por

esa suerte de puerta natural y boscosa. Por sobre la cabeza del

pequeño amawaka, ¿de cabellos marrones?, verdegrisea una mu¬

ralla de bambúes y detrás columnatas de humo de cocinas dis¬

persas. Félix ínsapillo adelanta su cabeza cuadrada, roza la

inconcebible lozanía de la cushma del niño nativo, sólo ahora

comparo, así nos describió Don Hildebrando a la cushma amari¬

lla del inka Manko Kalli, y con los mismos tatuajes del vaso cere-

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monial que vimos en su casa de Pucallpa, los mismos de ese Qerv

con que César se convirtió en ayúmpari del brujo,.. Tras de Félix

Insapillo pasa Iván, tras de Iván entra César empujando bejucos

y hojas frías, tras de César entra mi cuerpo, mis ojos que se alar­

man sobre la cara del amawaka, ¿ya dije que tenía piel mestiza?,

e ingratamente nos atolondramos hacia el caserío dejando atrás

al niño que nos hubo guiado. Reparo en ello, quiero repararlo,

vuelvo con la intención de despedirme, ¿cómo se dirá gracias en

dialecto amawaka?, pero ya no encuentro a nadie bajo la poma¬

rroso.

—Al chullachaki creado para portar daños, repite Don Juan

Tuesta, allá lejos, en una vieja noche amanecida en la isla Muyuy,

a ese chullachaki lacayo del Maligno lo podemos distinguir por¬

que calza en su pie derecho una huella de tigre o de venado, por

más que se disfrace con el cuerpo de algún amigo nuestro. El

otro chullachaki, en cambio, es engaño que sirve a la verdad, es

persona del bien y nadie-nadie puede deslindarlo, perfecto es en

sus pies, perfecto en todo, humanamente humano.

El pequeño amawaka, piel mestiza, ojos extraños, cushma

impecable siempre y amarilla, no entiendo. Además desaparece

ante nuestros ojos. Prefiero pensar nada, me apresuro sobre la

trocha escuálida en dirección de aquella muralla de bambúes y

de columnas de humo.

—A ese tipo de chullachaki no lo distingue nadie, insiste

Don Juan Tuesta en mi memoria. Es apariencia de persona pero

de persona completita, perfecta. Solamente los ojos avisados per¬

ciben que su cuerpo no es un único cuerpo. Más que varias per¬

sonas, varias vidas parecen habitarlo. Como si cada parte de su

cuerpo tuviera una existencia divergente, diversas existencias que

sólo ante los ojos de los otros el chullachaki armoniza en una

sola. Esos chullachakis no saben lo que es daño, no malquieren

a las gentes ni a las cosas. Únicamente existen, todo el tiempo

que existen, para lo bondadoso, para ayudarle al bien.

Mi memoria me vuelve hasta el Mapuya: veo a Iván dándo¬

me alcance en el sendero, luego-de no haber matado a la wapapa

carnicera, lo estoy viendo avanzar delante mío sin delatar sus

pies sobre las ramas y charcas que a mí me deslomaron, bajo la

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nubareda de insectos que, ignorando a Iván, lanceteaban mi cuer¬

po. Lo estoy mirando llegar a la lupuna blanca donde Félix

Insapillo conversaba con César pero lo veo sucio de ramajes y

de telas de araña, la camisa raída por espinos, lunareada de san¬

gre, rasguñada de aguijones sedientos.

— S e h izo , p u e s , la luz, p ros igue D o n Javier con voz ajena.

Del p lacer c o m p a r t i d o fue que nació la luz. Y el Sol, el P a d r e

Int i , nació j u n t o con la L u n a , la M a d r e Kil la , en una sola luz:

Int iki l la , y j u n t o con las es t re l las . P o r q u e en ese p r imer enton¬

ces el día y la noche vivían den t ro de un único u n o , no había dife¬

rencia, de día era y de noche era al mismo t i empo . Y en el me¬

dio: K a a m e t z a y N a r o w é , felices. H a s t a que pasó lo que pasó .

N a r o w é despe r tó y no e n c o n t r ó a K a a m e t z a . En su desper ta r no

la encon t ró . Vo lv ió a do rmi r se . Pe ro t a m p o c o la encon t ró en

su sueño. Y despe r tó otra vez. Y otra vez se d u r m i ó . Y se vol¬

vió a d o r m i r y a despe r t a r has ta que su vigilia fue su sueño , su

más único s u e ñ o , Int iki l la , y a m b o s eran des ier tos ante los ojos

de su corazón . A la sombra de aquel la p o m a r r o s a soñó que des¬

per taba y la p o m a r r o s a no tuvo más sombra pa ra él: ya K a a m e t z a

no es taba. La p o m a r r o s a , sola, sin soledad s iquiera , se regresó

a ceniza. Igual que c u a n d o todav ía no había n a c i d o , t odo se

volvió s o m b r a , polvo de sombra fría frente al a lma sin p á r p a d o s

de N a r o w é . Su p r o p i o c u e r p o re to rnó a cuchi l lo de hueso de

ceniza. N a r o w é miró el cielo. T a m b i é n el cielo regresó a ceniza.

M i r ó pá ja ros , pa jonales , r íos, p i ed ra s , y p iedras y ríos y pajo¬

nales y pá jaros volv ieron a ceniza. Pe ro eso sucedía so lamen te

en su sueño . En su vigilia era peor: el m u n d o proseguía sin K a a -

metza.

En lugar de K a a m e t z a el m u n d o sólo miró una huel la la rga ,

de baba m e n o s lenta que amar i l l a , h u n d i é n d o s e entre los mato¬

rra les . ¡Era el kotomachácuy, era la huella de sus dos c a b e z a s

que se d i s e m i n a b a en r u m b o s quie tos hacia el fondo de todos los

lagos de la t i e r r a ! . . .

Y N a r o w é se a b a l a n z ó , fue un desespero de so r i en t ándose

entre la m a r a ñ a de m e n t i r a s , de ausencia , de senderos fangosos.

Un t recho más allá tuvo que c a m i n a r a l t a n t e o , peor que c iego,

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en esa noche breve que los bosques p r o v o c a n al tup i r se de golpe ,

sin p iedad , confund iendo a los m o n o s n o c t u r n o s bajo el espeso

techo de l ianas y de copas cop iosas . Jus to a la salida del boscaje

c o n d e n a d o pa ra s iempre a la n o c h e , allí donde el sendero s imu-

. iaba volver a ser sendero e n s a n c h á n d o s e por fin r econc i l i ado con

el cielo q u e m a n t e , nos d imos con un nuevo i m p e d i m e n t o : la in¬

creíble desmesura de un sh iwawako d e r r i b a d o nos v e d a b a la tro¬

cha como un m u r o . N a r o w é lo esca ló en un ins tan te h e n d i e n d o

la cor teza con m a n o s y con pies c o m o si fueran garfios fabr icando

p e l d a ñ o s . Y o , en c a m b i o , d e m o r é t r e p a n d o sobre mi p rop i a som¬

bra , e n c a d e n á n d o l a hacia lo alto de aque l la m u r a l l a de b a m b ú e s

y de c o l u m n a s de h u m o , cayendo t o r p e m e n t e al o t ro lado del

t r onco e n m o h e c i d o , sobre la m i s m a senda deso lada . Así y t o d o ,

;na l t rechos , p r o s e g u i m o s a n d a n d o . G r u e s a s gotas ca ían desde e l

cielo r e squebra jado por un sol de m i e d o . A lcé la mi rada : las go¬

tas no caían desde el cielo. ¡La l luvia de otro t i e m p o reba lsaba

los ojos de los á rbo les des l izándose en vano como el l lanto de un

m u e r t o ! L a n c é mi cue rpo en tonces a cor re r por la t r o c h a zigza-

g u e a n d o a g a c h á n d o m e s a l t a n d o c h a r c o s fétidos b u s c a n d o dar alcan¬

ce a N a r o w é . C u a t r o siglos anduve sin poder e n c o n t r a r l o . C u a n d o

ya me creía d e s p o b l a d o , el esposo sin esposa surgió de t rás de mí.

A l g o como un r e p r o c h e m a n a b a de sus ojos, sólo a h o r a compren¬

do que me miró con lást ima. P u e s c u a n d o yo a v a n z a b a , a to lon-

d r á n d o m e , en ve rdad no avanzaba . No iba ni en su busca ni en

busca de nadie . E s t a b a h u y e n d o . H u y e n d o de mi s o m b r a , de

mí m i s m o , del p r imer m i e d o , de esa inútil lluvia.

— ¿ N o te h a b r á hecho daño e l a y a w a s k h a ? , me dice Don

Jav ie r pero no es a su voz a quien a t i endo , ya s o l a m e n t e p u e d o

escuchar le la boca , los dos labios p e g a d o s a m á n d o s e , a c a l l á n d o s e ,

enca l l ándose c o m o peces de pla ta :

— C u a n d o N a r o w é desper tó sin K a a m e t z a , e l día se separó

de la noche . Y N a r o w é conoció la so ledad . L u e g o de la segunda

soledad conoc ió la cólera. Y c u a n d o fue i n a u g u r a d o por la rabia

fabricó el p r imer arco y la p r imera flecha. Y de un solo flechazo

de r r ibó a la luna , a la p r imera l una que tuvo n u e s t r o m u n d o ,

p o r q u e tú has de saber que la que a h o r a vemos es la cuar ta luna

que a c o m p a ñ a a la t ierra .

Y a s o m a n d o det rás de mis v i s iones , D o n Javier , a p a r t a n d o

b a m b ú e s azules , m u d o s , ana ran jados :

i9fi

— D e pura rabia la de r r ibó , po rque el koiomachácuy no ha¬

bía y no hab ía K a a m e t z a . La luna en tonces era un t ronco hue¬

co. N a r o w é la de r r ibó y c o m e n z ó a golpear la con un pa lo . Y

la luna sonó , r e t u m b ó fuerte, lejos. Fue el p r imer manguaré de

nues t ra selva. ¿Has e s c u c h a d o un m a n g u a r é , esa especie de cajón,

de t a m b o r de árbol que los nat ivos hieren pa ra c o m u n i c a r s e , invi¬

tarse a las guer ras o a las fiestas? La luna fue el p r i m e r o que

sonó en esta t ie r ra , bajo la furia de N a r o w é r e c l a m a n d o a su es¬

posa e i n v o c a n d o venganzas que p e r d u r a n . Y pasó el t i empo en

vano . Ahí fue que el t i empo se a m a n s ó y d iv id ió , iguali to c o m o

El Río S a g r a d o , el U r u b a m b a , el Wi l l kamayu de los inkas del

Cusco , p a d r e del Ucayal i y abue lo del A m a z o n a s que no t iene

par ien tes . El t i e m p o pasó en vano y nadie r e s p o n d i ó a N a r o w é .

Y N a r o w é conoc ió el sabor de las l ágr imas . La pena c o n o c i ó .

De pena de a b a n d o n o se puso a l lorar y a ma ldec i r sin t é r m i n o .

C u a n d o las dos án imas de su ro s t ro se seca ron , ya N a r o w é se

e n c o n t r a b a en el fondo de un in sondab le r ío. Así fue, y no de

otra m a n e r a , que nació e l A m a z o n a s . De los p á r p a d o s huér fanos

de nues t ro p r i m e r padre bro tó el río A m a z o n a s . . . A s i m i s m o me

lo dijo Ingan í t e r í . Y d i c i é n d o l o , nunca sabré por qué , se dio

vuelta n e g á n d o m e a sus l ág r imas . A h o r a p ienso que él no quiso

l lorar s o l a m e n t e pa ra que yo no l lorara . C o m o si mis ojos estu¬

vieran en su ro s t ro , imagína te . ¡Y c laro que mis ojos es taban en

su ros t ro en ese r a t o ! . . .

Y D o n Jav ie r , por fin con voz que r econozco :

— A h o r a m i s m o se halla N a r o w é , en el fondo del r ío , r is-

c a n d o las c rec ien te s , los d e s b o r d e s , p e r d o n a n d o a la luna, musi¬

c a n d o . P o r q u e la v e r d a d e r a luna con t inúa en el fondo del r ío-

mar, abajo. Y esa otra que v e m o s en el cielo no es sino su re¬

flejo . . .

— ¿ Y la qu in ta pare ja? , lo regreso . Si una pareja fundó la

nac ión a m a w a k a , otra la nac ión tz ipíba, o t ra la nac ión de los

u rus , otra la nac ión j í b a r a . . . falta una pa re ja . . . ¿ella fue quien

fundó a la n a c i ó n v i r a k o c h a ? . . .

D o n Jav ie r t i tubea , mira la g r a b a d o r a , c a r r a spea una vez,

una vez m á s , con fuerza, y por fin se decide:

— L a qu in t a pareja se p e r d i ó , no se sabe.

Y o t ra vez a l e j ándose , creo que para s iempre :

— M i c o m p a d r e Ingan í t e r í , a l m e n o s , dijo que él no sabía.

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—Pero no fue Iván quien regresó a buscarte, dice Don Hil-

debrando con la cabeza gacha apartando bambúes de colores, vi¬

siones que acaban de poblar la antesala del Hotel Tariri.

—Lo que él creía que era realidad era el reflejo de la reali¬

dad, lo apoya Don Javier.

—Era el reflejo de otra realidad, corrige desde el aire el

finado Inganíteri.

—La verdadera luna no se encuentra en el cielo sino en el

corazón, en la memoria del corazón, dice Juan Santos Atao

Wallpa.

—Es más que un tronco hueco, un manguaré, un cajón

que yo toco desde el fondo del tiempo, confirma Narowé.

Avistamos el humo de cocinas del pueblo de Ino Moxo:

nuestro guía amawaka se detiene bajo una pomarrosa abrazada

por un brillante enredo de garabatokasha y hace un corto ademán

con el brazo, invitándonos. Ingratamente nos atolondramos hacia

el caserío, cruzamos esa especie de pórtico de ramas dejando

atrás al niño que nos trajo. Las primeras cabanas relucen desola¬

das y pardas de techumbre, protegidas por un cerco natural de

bambúes. Félix Insapillo delante, después Iván y César, hacen

fila rumbo al poblado. Yo atajo mi ansiedad, me doy vuelta para

nada: el pequeño Ino Moxo ha desaparecido.

— S e ha ido a buscarte, es por ti que se ha ido, dice dentro

de mí una voz que confundo con la de D o n Javier. Y en realidad

no es un niño, no es la infancia chullachaki del Brujo de los Bru¬

jos, es el t iempo sin tiempo, y no este tiempo que construye rui¬

nas y conduce las vidas a la muerte sino el guía de la muerte que

vive. Este niño es el guía de las vidas que no mueren jamás, el

eterno fabricante de la hermosura y la felicidad. . .

Y un poco más allá, delante mío, la voz agrega sin dejar de

caminar:

— S e ha ido porque acaba de escuchar tu disparo, ya nunca

podrá encontrarte. . .

Yo me apresuro sobre la trocha escuálida, alcanzo a los de¬

más y entro con ellos al caserío de los amawaka.

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y nos fue concedido conocer a la Pantera Negra

No por ampl i a sino por d is t in ta la choza de íno M o x o se nos

figura el cen t ro del p o b l a d o , el f undamen to de esta dispers ión de

c o l u m n a t a s de h u m o y de c a b a n a s con viseras de paja amari¬

l lenta, sin e m b a r g o se ye rgue sobre un t ímido e x t r e m o del case¬

r ío , más bien ya fuera de él, c o m o quien va c a m i n o del río Mi sha -

wa. Y al M i s h a w a vo lv imos antes de lo i m a g i n a d o , luego de

sa ludar al viejo jefe de los a m a w a k a , m a n o s que t i t ubean en su

m a n o , ojos que no se a t reven a los suyos, y luego de acep ta r l e

un mate de ch icha hecha con yucas m a s t i c a d a s y saliva de hem¬

braje , el fraternal y forzoso mmato que ciertos na t ivos ade rezan

con ha r ina de huesos de sus a n t e p a s a d o s .

I g n o r o en qué m o m e n t o se i nco rpo ró de la esteri l la , nos

invitó a c o n v e r s a r en la r ibera del M i s h a w a , crujió el e n t a r i m a d o

de ponas de su c a b a n a inc l inada . Las d e m á s ca suchas , por aqu í ,

de donde a s o m a n con t emor , por allá, n e g á n d o s e , tr istes p e c h o s

al a i re , muje res , t a p a r r a b o s , t ras una c o m p a s i ó n de árboles man¬

sos: c h i m i c ú a s , shapajas , más a t rás c a p i r o n a s , y más atrás l a ,

frente de un sapo te , una espintana," tres w a k a p u r a n a s , un ojé que

¡discrepa del v e r d o r ent re las nubes t a rda s . I g n o r o en qué mo¬

m e n t o d e s c e n d i m o s los t res p e l d a ñ o s rudos de su casa, a p a r t a m o s

las l ianas de la pashak i l l a que e n m a r c a b a la en t r ada , d e s c u b r i m o s

la t rocha z i g z a g u e a n d o hac ia el r ío , c a m i n a m o s en fila de t rás del

brujo sin conceb i r aquel la c la r idad bajo su piel t o s t ada por la

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selva, d e s c o n c e r t a d o s por su estr icta p r o n u n c i a c i ó n cas te l lana ,

ese pan ta lón de drill impe r tu rbab l e bajo la cushma indígena , y

por su caminar b r ioso y e n c a n t a d o , de t igri l lo, impos ib le si consi¬

d e r a m o s los n o v e n t a y t á n t o s años de la P a n t e r a N e g r a que ahora

se a tenúa en t r ev iendo la paz del sol, sen tada sobre el anca de un

t ronco devas t ado por musgos , d i so lv iendo sus ojos cane la t ras

las col inas golosas de caobos , p l a t ana l e s y garzas y p i raguas

h i n c a n d o los f lancos del río. C ie r to ru ido , a mi d e r e c h a , vo l teo :

un cocodr i lo negro se ha de l a t ado entre árboles en el agua fan¬

gosa, se ap rox ima f lo tando , mal f ingiendo. Ino M o x o se incl ina,

lo empuja con la m a n o , el e n o r m e lagar to se desvía hacia el

véspero , desapa rece bajo los ramajes pe lados del renaco que sólo

en tonces advier to en el centro del M i s h a w a c o m o un p e q u e ñ o

bosque muer to t asa jeando la c o r r e n t a d a con raíces que se asfixian

al aire. El brujo de los brujos c o n t e m p l a al renaco anc lado en

nad ie , inhábil ante el to r ren te , sin flores y sin r a m a s que frutez¬

can, ab razado tan sólo por sus p rop i a s raíces , vuelve a v e r m e ,

a p e n a d o , le r e s p o n d o :

— ¿ P o d r í a c o n t a r n o s c ó m o , no siendo usted a m a w a k a , ha

l legado a jefe de los a m a w a k a ?

— S u piel no es piel de indio p u r o , habla usted mejor que

un b l a n c o . . .

—Soy a m a w a k a , me in t e r rumpió . Pu r í s imo a m a w a k a . Hijo

de chori más que de v i rakocha , hijo de andino más que de b l anco ,

es cier to, pero t a m b i é n descend ien te de urus por pa r t e de mi

señora m a d r e . . .

— D o n H i l d e b r a n d o dijo que u s t e d . . .

—Soy legí t imo yora, se mort i f icó . Yora, que us tedes cono¬

cen solamente c o m o amawaka. I n o M o x o , eso soy. Y por el

lento cuello de su cushma , ese p o n c h o p in t ado que a t emor i za al

sol y a los impredec ib les aguaceros a m a z ó n i c o s , extrajo del bolsi¬

llo de su camisa b lanca un c igar ro a jado, un sh i r ika ip i , lo que

pasa es que antes no fui lo que a h o r a soy, dice, t o d o de fuertes

hojas de tabaco si lvestre, antes tuve o t ro n o m b r e y o t ra vida, y

enciende el cigarr i l lo y la brasa m a l t r e c h a sonroja su perfil, antes

no fui Ino M o x o y m a ñ a n a s egu ramen te no lo seré, ex t rav ía sus

facciones en el h u m o lloroso y o l o r o s o , es una his tor ia larga,

204

larga, una h i s to r ia que pocos conocen en toda su ve rdad . Yo avi¬

zoré o t ros r e inos , Ino M o x o fumaba, c o m o s i r eco rda ra p a r a

aden t ro , allá en el borde de oro del M i s h a w a en la noche .

— Te será conced ido c o n o c e r de qué m o d o los hijos devo¬

raron a sus p a d r e s , repite D o n Javier.

De a r r iba , aguas ar r iba del Kashpajá l i , un cielo de fin de

ta rde se s o r p r e n d e . Casi 500 h o m b r e s , más b lancos que mesti¬

zos , se han j u n t a d o con a r m a s , con rap iña , con miedo y descien¬

den el río b u s c a n d o hacer s i lencio , c ientos de ca rab inas en las

m a n o s y en cajas, y más cajas de ba las , has ta la boca del río Su-

tilíja r e b a l s á n d o l o a peso de b a r c a z a s , 500 m e r c e n a r i o s recolec¬

tados nad ie sabe dónde p a r t i e n d o las cor r ien tes hace poco apaci¬

bles e m p u j a n d o las aguas que suben por tobi l los de árboles de

r ibera, gentes que esta selva mira por p r i m e r a vez. Y lo m i s m o

que el c ie lo , las pocas casas de los indios m a s h k o que h a b i t a n

en la boca del Sutilíja, se s o r p r e n d e n , no creen. Pe ro ya saben

que los v i r a k o c h a , los b l a n c o s , no conocen p iedad si van mejor

a r m a d o s . Y se j u n t a n los m a s h k o , hab lan con rab ia y no l legan

a veinte los v a r o n e s , en tonces in ten tan abo rda r sus p i raguas p a r a

dirigirse s e g u r a m e n t e al M a n u en donde serán m á s , p o d r á n en¬

frentarse a los v i r akocha , expu l sa r a los v i r a k o c h a de sus t i e r ras

v io ladas ya que en el M a n u crece la pob lac ión más g rande de

los m a s h k o , t resc ientos invenc ib les los gue r r e ros del río M a n u .

En vano . La astucia v i r a k o c h a ha pues to cen t ine las a uno y o t ro

lado y los ve in te cobr izos d e s a r m a d o s no p u e d e n pasar a dar

aviso, sus c a n o a s flotan solas por el cen t ro del río. Bajo el c ielo

rojo, el agua roja.

—'Tuvimos media hora de fiero combate' —dice Zacarías

Valdez, uno de los 500 mercenarios. 'Al final infligimos nume¬

rosas bajas entre los salvajes que tuvieron que retirarse ante Id

enérgica actitud de nuestros combatientes... Los indios mashko

residían en el río Colorado y se hallaban diseminados en las

márgenes del Madre de Dios y del Manu, pero ante el hostiga¬

miento recibido de parte de nuestra gente, gente del gran cauchero

Fitzcarrald, tuvieron que retirarse más al interior del Colorado y

a sus primeras tierras comprendidas en los ríos de cabecera que

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en idioma de ellos se denominan Piuquéne, Panáhua, Curnarjáni

y Sutüíja, que son afluentes del Manu. Debo contarte que una

particularidad notable de estos salvajes es que tienen estatura bien

elevada y están dotados de barbas muchas de ellas bien pobla¬

das... Fiizcarrald resolvió castigarlos y dispuso atacarlos en su

gran población que se hallaba poco aguas abajo del Sutilíja. Em¬

barcado nuestro personal en numerosas canoas se emprendió la

marcha y una vuelta antes de llegar al pueblo desembarcaron 800

hombres con el objeto de rodearlo por tierra y con orden de dar

una señal convenida en el instante oportuno. Mientras tanto, las

embarcaciones continuaron surcando despacio por el río. A las

cuatro de la tarde escuchamos una descarga cerrada: era que

habían iniciado el combate. Cuando llegamos al lugar de la

acción ya el poblado había caído en poder de los nuestros. Los

mashko perdieron muchos guerreros que se habían quedado a

defender sus casas en tanto que las mujeres y muchachos habían

sido alejados con tiempo. Terminado este primer encuentro se

recogió los cadáveres y se les quemó... Debido a este acto fúne¬

bre los indios piro que iban con nosotros bautizaron el lugar con

el nombre de Mashko Rupuna que quiere decir Indio Mashko

Quemado. Pero no terminó aquí la lucha. Había que continuar

atacando a los salvajes. Entonces la lucha se generalizó comba¬

tiéndose en diferentes lugares, causándose muchas bajas en una

guerra a muerte, a tal extremo que numerosos cadáveres bajaban

flotando por el río Manu y sus aguas ya no podían beberse. Por

fin se logró desalojar a los salvajes del Manu, aun cuando no del

todo, puesto que continuaban los mashko con sus incursiones y

molestando a nuestros trabajadores, teniéndose por fin que para¬

lizar las actividades extractivas de caucho en esos lugares para

trasladarnos a otros donde hubiera más tranquilidad... '

— E s una his tor ia larga, larga, dice Ino M o x o . Yo tenía t re­

ce años y por en tonces el jefe de los jefes era el anc iano X i m u ,

un v e r d a d e r o sabio , grande y sabio, o r d e n a d o r de dioses y áni¬

mas . . .

No hemos d o r m i d o casi nada a n o c h e , este es nues t ro segun¬

do día con Ino M o x o , desayunamos carne de m o n o g r a n d e , una

206

especie l l amada m a q u i s a p a , sa lada y desa lada , g u a r d a d a a cue rpo

entero en una cesta que pend ía a un cos tado de la puer ta , en la

choza del brujo y que , nos e n t e r a m o s , a c o s t u m b r a n a r ranca r de

a pocos , un p e d a z o de p ie rna , una cadera , un h o m b r o , despelle¬

j a d o c o m o a d o l e s c e n t e , nues t ro único sus tento du ran te cua t ro

días.

Otra vez en el borde del M i s h a w a , Ino M o x o me mira:

— L o s a m a w a k a somos p o c o s , bien pocos , tú lo has visto.

En t re los que v iv imos aquí y los de más abajo, de o t ros sitios, no

p a s a m o s de dosc ien tas familias. ¿Sabías que l l egamos a ser miles

en el t i empo de X i m u ? Los v i r a k o c h a nos fueron e x t e r m i n a n d o ,

r educ i endo . S o l a m e n t e por nues t r a s t i e r ras , por eso nos m a t a b a n .

Y m a t a b a n t a m b i é n a m u c h a s gentes de ot ras n a c i o n e s , j í b a r o s ,

y a m i n a w a s , a g u a r u n a s , t z ip íbos , m a s h k o s . P o r q u e nues t ros terri¬

tor ios es taban l lenos de bal ata, e ran zonas con m u c h o árbol de

j e b e , puras ve redas gordas de c a u c h o . Y los c a u c h e r o s v i r akocha

neces i t aban de ese c a u c h o , d icen pa ra el p rog re so de la Pa t r i a .

Así andan d i c i endo hasta ahor i ta . En n o m b r e del p rogreso fue

que nos d e s p o j a b a n y nos b a l e a b a n . . .

Y v o l t e a n d o la cara hacia el renaco que bri l la azul , anaran¬

j a d o , e m p e c i n a n d o un laber in to grueso de r a m a s frente a la co -

r r en t ada , en el med io del r ío:

— E s una his tor ia larga y amarga . Si yo te con ta ra t o d o ,

n a d a me c r ee r í a s , de seguro. Y es una his tor ia que me forma

p a r t e , que me ha t ra ído aquí , que me volvió a nacer c o m o a m a w a -

ka , yora , c o m o jefe yora . P o r q u e rni p a d r e vino desde A r e q u i p a ,

d o n d e yo t a m b i é n nací . D o n d e yo nací la p e n ú l t i m a vez que

nac í . . .

— ¿ N a c i ó usted en tonces en A r e q u i p a ?

— L a p e n ú l t i m a vez.

— ¿ Q u é qu ie re decir usted?

Y él, sin o i r m e :

— M i p a d r e vino b u s c a n d o ser cauche ro y mi señora m a d r e

no quiso pe ro v ino t amb ién . ¿Yo? Yo quise y no quise , era muy

n i ñ o , a u n q u e c reo que en tonces ya sabía, o l i squeaba las cosa s ,

c o m o que ya olfa teara los des t inos . P r e o c u p a d o y con ten to fue

que vine, me a c u e r d o . Po r e n t o n c e s ios a m a w a k a sufrían dema-

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s iado, fallecían por pueblos a m a n o s de los v i rakocha . Deb ido a

eso el viejo X i m u me hizo venir . Desde el aire, o r d e n a n d o , dis¬

p o n i e n d o , m a n d a n d o , él me trajo, yo lo supe después . Pero es

larga esa h i s t o r i a . . .

Un j o v e n a m a w a k a i r rumpe entre los árboles , a mi derecha,

p o r t a n d o una p u k u n a negra , dice algo a Ino M o x o consu l t ando ,

Ino M o x o hace un gesto, el a m a w a k a conversa con Iván que se

incorpora , voy a buscar a César , d ice , para t raer comida , Insa-

pil lo t ambién , me dejan solo con la Pan t e r a Negra cuyos ojos se

alejan, hab lan con el renaco que parece ceder, que se afirma de

nuevo bajo el sol de aguas largas .

— E n t o m a n d o ayawaskha uno se vuelve lo mismo que un

cristal , me d is t rae Ino M o x o pero no me dis t rae. U n o se hace

cristal expues to a todos los espí r i tus , a los mal ignos y a los ver¬

d a d e r o s , que hab i t an en el aire. Es para eso que están los icaros ,

icaro de p ro tecc ión , hay t ambién icaro de curac ión , fundamenta l ,

canc iones que l l aman a un án ima de t e rminada para que descienda

y con t ra r res te a o t ras . Con un icaro de esos fue que el maes t ro

X i m u me hizo venir , de l l amado . C o m o si yo fuera espíri tu de

p ro tecc ión , así me hizo venir. Y antes de echar al aire su icaro

para mí, X i m u tuvo que dietar , hacer ayuno. P o r q u e el ayawas-

kha , como t o d o vegetal que sabe , t iene cua t ro requis i tos: no sal,

no azúcar , no grasa, no sexo, du ran te todo el t i e m p o que dureí

la p r e p a r a c i ó n , la toma y sus efectos. A y u n ó X i m u para poder

l l a m a r m e , de spués t omó a y a w a s k h a y me icaró. Y vine. No

pod ía sino obedece r . Po rque se t r a t a de una sabidur ía de siglos,

m u c h o s m u e r t o s d i e t ando , e q u i v o c á n d o s e , desde la época de nues¬

t ros padres u r u s , desde antes de los inkas , muchos m u e r t o s . . .

Bajo del cielo rojo, el agua roja. Todos los mercenarios de

Cumaría, de Cuenga, del Unine, surcan el Urubamba. Centenas

de canoas rebosantes de víveres, cajones y cajones de carabinas

wínchester calibre 44, responden al llamado de guerra de Fermín

Fitzcarrald.

—¡Wínchesters contra flechas, imagínese usted!, se exalta en

Atalaya el ganadero español Don Andrés Rúa, ¡armas de repetU

ción contra lanzas de palo!...

208

—'No nos faltaba tampoco ni licores finos como cognac y

champaña', informa el cauchero Zacarías Valdez.

Los expedicionarios se apresuran, llegan al varadero del río

Camisea, desembarcan. Sus servidores, mestizos e indios piro,

sacan de las canoas los cajones franceses, carne enlatada, vinos,

los cargan a la orilla. Los pioneros del caucho, del progreso, al¬

muerzan, ríen, brindan por una guerra, wínchesters contra flechas,

que ya saben ganada. Luego abordan de nuevo sus piraguas, de¬

jan atrás el varadero, penetran hacia el Manu, arriban fatigados

a su cuartel general en la boca del río Kashpajáli. Justo a tiempo

llegaron. Porque el representante de su jefe, un señor Maldona¬

do, les informó que a causa de los indios, tanto bárbaro muerto,

los caucheros de esa zona habían terminado antes del plazo su

dotación de balas.

—'En ese intervalo', continúa Zacarías Valdez, 'como los sal¬

vajes insistían en atacar los puestos caucheros, iniciamos cacerías

contra sus propios poblados despachándose con este objeto cientos

de hombres perfectamente armados a los ríos Sutilíja, Cumarjáni,

Panahua y Piuquéne, sorprendiendo a los salvajes mientras se ha¬

llaban entregados al sueño. Nuestros combatientes, como señal

inequívoca de su acción, trajeron a su regreso dos indiecitos pri¬

sioneros y pedazos de oro que encontraron por esos parajes.

Vuelta la calma y después de permanecer algunos días en la casa

de Kashpajáli, se organizó una nueva expedición. Antes de mar¬

char Fitzcarrald convocó a todos los caucheros y les dijo:

—Los que estén resueltos a no volver a su terruño, ¡que se

presenten!

'De cientos de hombres que nos hallábamos reunidos, los pri¬

meros en dar un paso adelante fueron: Alfredo Cockburn y Pedro

Sarria, limeños; Erasmo Zorrilla, de lea; Carmen López, de Mo-

yobamba; y yo, Zacarías Valdez, natural de Huanta, además de

30 piros seleccionados como hábiles guerreros.

'Las armas que utilizamos eran carabinas wínchester y cons¬

tituían el único código para imponer la ley del más fuerte, como

andando el tiempo se hizo ley del cauchero.

'Ya en pleno río Madre de Dios, por la margen derecha des¬

cubrimos un afluente qtie fue denominado Colorado. La cosa

fue así: acoderamos poco arriba de un poblado de mashkos que,

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como ya he dicho, eran unos indios feroces y corpulentos con

quienes no podíamos arriesgamos a luchar cuerpo a cuerpo. Vi¬

nieron a atacarnos a toda carrera pero se encontraron con 30 ca¬

rabineros que les hacían fuego cerrado. Como ellos nunca habían

conocido armas de fuego, ios estampidos de los carabineros y la

muerte que sembraban en sus filas los contuvo a cierta distancia

desde donde empezaron a lanzarnos flechas. El combate duró

poco más o menos dos horas y triunfamos gracias a nuestras ar¬

mas. Los guerreros piro, diestros tiradores enseñados por nosotros,

totalmente fieles a nuestra causa, fueron quienes terminaron el

combate persiguiendo a esos salvajes hasta sus casas en donde

no encontraron sino muertos y heridos, entre los cuales había

un muchacho ferozmente bravo que al ofrcérsele comida hasta

quería mordernos.

'En ese lugar Fitzcarrald plantó la bandera peruana y bau¬

tizó el río que acabábamos de descubrir, con el nombre de Río

Colorado. Río Colorado, así mismo, debido a que sus aguas tur¬

bias se cubrieron de rojo... '

— E s una his tor ia larga, ya te dije, insiste Ino M o x o . Si te

con ta ra t odo , nada me creerías . P o r q u e nunca se p u e d e creer

todo . N u n c a n u n c a se puede escuchar todo . . . Un e jemplo: la

selva. Si te pones a escuchar todo lo que suena en la selva ¿qué

escuchas? . . . No sólo suenan animales de t ierra , an imales de agua,

animales del a i re , y eso que ya no es posible oir el can to de los

peces que antes a legraban las aguas del P a n g o a , del T a m b o , del

Ucaya l i , seres musica les que pres in t ie ron la l legada del g ran o to-

rongo negro y huye ron días antes del día y se sa lvaron a u n q u e

ahora rio sepan can ta r más , o si es que es, quiero decir si can tan

todavía , lo h a r á n seguramente sin sonido , con notas que nues t ros

oídos no a c o s t u m b r a n , cal lados can ta rán , en otra j e r a rq u í a . . . Y

suenan también las p lan tas , los vegetales de p iedra o de m a d e r a .

Todas y todas suenan y suenan, lo mi smo que las p i ed ras . . .

. Y más que nada suenan los pasos de los an imales que uno

ha sido antes de h u m a n o , los pasos de las piedras y los vege ta les

y las cosas que todo h u m a n o ha sido. Y también lo que uno

ha e scuchado an tes , todo eso suena en la noche de la selva. D e n -

210

tro de uno m i s m o suena, en los r ecue rdos , ío que uno ha

e scuchado a lo largo de la vida, bai les y pífanos y p romesas y

men t i r a s y miedos y confesiones y a lar idos de guer ra y gemidos

de amor. V o c e s de agonizantes que uno ha sido o que uno ha

e s c u c h a d o s o l a m e n t e . His to r i as c ier tas , h is tor ias de m a ñ a n a .

P o r q u e t a m b i é n lo que uno va a e scucha r , todo eso suena , anticipa¬

d o , en medio de la noche de la selva, en la selva que suena en

med io de la n o c h e . La m e m o r i a es m á s , es m u c h o m á s , ¿lo sabes?

La memor i a ver íd ica conserva t a m b i é n lo que está por venir . Y

has ta lo que n u n c a l legará, eso t a m b i é n conse rva . I m a g í n a t e .

N a d a más i m a g í n a t e . ¿Quién va a p o d e r oirlo t o d o , dime tú?

¿Quién va a p o d e r oir lo t o d o , de una vez, y c ree r lo? . . .

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Ino Moxo nació a los trece años de edad

El joven a m a w a k a ha r eg resado con los d e m á s , sin presa a lguna ,

la c e rba t ana vencida sobre el h o m b r o de recho . Creo que en este

ins tante t o d o s nos e m p e c i n a m o s en escuchar . Césa r a mi l ado

fuma para a h u y e n t a r insectos y mira la ribera del frente, su refle¬

jo de perfiles d i spa res , á rboles resquebra jados yéndose sobre las

aguas af i ladas, ref rescándose con t ra el fulgor del M i s h a w a . A

unos me t ros del r ío , en lo a l to , Insap i l lo e Iván , acucl i l lados en

una saliente de t ier ra seca, c ince lan una quietud porosa , una

mudez de p laza sin es ta tuas . Po r un segundo , un vér t igo, creí

escuchar lo t o d o .

— Y o so l amen te quisiera oir algo de us ted, maes t ro I n o

M o x o , lo que usted b iencons ide re de su vida. . .

— Y a cas i to es de n o c h e , sonó el brujo, y de todas las cosas

que viven d e n t r o de la n o c h e , en el umbra l , ¿tú quieres oir úni¬

camen te a la pan t e r a negra?

—Si a us ted le pa rece . . .

— A h o r a me parecen m u c h a s cosas , no sé todavía . P e r o

algo leo en tu in te rés , algo muy suave estoy l eyendo . A ese peda¬

zo de tu án ima , a esa tu otra persona yo le voy a contar .

E n t o n c e s sí, a p a r t a n d o el e s t reno de la n o c h e , c u b r i é n d o m e

con ella los m o m e n t o s pasados por venir , escuché . El brujo me

obse rvaba de c o s t a d o , con sat isfecho luto , sac iándose en sonr i sas

que no a lzaban el vuelo del t o d o . Yo intuí que es taba o b e d e -

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c iéndo lo . Una familia de loros gri tó tras de n o s o t r o s , yo no los

escuché : yo era su grito. Yo era el crujido del boscaje ased iado

por vientos en lo oscu ro , yo era los v ien tos , yo era lo oscuro . Ya

no más el d e s a m p a r o del renaco ante la c o r r e n í a d a sino la co-

r r en tada , el pasa r del r ío, y la voz de fno M o x o frente al río:

— N o te vas a ir como has ven ido , amigo. Yo te voy a decir.

De Ino M o x o , la Pan te ra Negra , algo de lo que buscas yo te voy

a decir.

El grito de los loros se disolvió en un largo e invisible a l e¬

teo . ¿El viento se detuvo? Parec ía más bien que !a selva dejaba

de caminar bajo el v iento , tal si la t ierra toda , d o b l e g a d a por el

a l iento oscuro , fuese un río de pájaros y en igmas y en t reve ros de

r amas y pel igros b o n d a d o s o s . Un río s iempre inmóvi l y s iempre

huyen t e , pensé , igual que si regresara del futuro, del t i empo sin

t i empo de que h a b l a r o n Don H i l d e b r a n d o y D o n Javier .

— E s t e r ío , dice Ino M o x o , está e m p e d r a d o de fósiles oceá¬

n icos , lo mi smo que el Mapuya . T o d o s los ríos de po r aquí son

ídem que c a m i n o s , rumbos de un mar que ya no existe y que

después t a m p o c o existirá.. .

'Con felicidad para nosotros los mashkos que acabábamos

de castigar ejemplarmente no tenían canoas para perseguirnos',

reinicia su relato el expedicionario Zacarías Valdez. 'No tenían

piraguas sino unos troncos abiertos a fuego que no les servían de

gran cosa. Hasta ellos no había llegado todavía la herramienta

moderna de trabajo. Utilizaban nada más que hachas de piedra

de forma primitiva... Un día más abajo encontramos una pobla¬

ción diferente a la de los salvajes, creímos por un momento haber

llegado donde los brasileños de la frontera. Estando nosotros a

quinientos metros de distancia del puerto, sus habitantes izaron

una bandera, imitándonos pues llevábamos el bicolor peruano en

la popa de la embarcación. Fitzcarrald, armado de un anteojo

largavista, se dio cuenta que era bandera boliviana y exclamó

emocionado:

—¡Estamos navegando el río Madre de Dios!

Los bolivianos nos colmaron de atenciones agasajándonos

con un regio banquete en el que hicimos derroche de vinos gene-

214

rosos como lacrima christi, moscatel, málaga, burdeos y champa¬

ña que obsequió nuestro jefe Fitzcarrald. No dejaré de consignar

que nuestros anfitriones se mostraron asombrados al ver tanto

licor fino que llevábamos de rancho. Eso nunca podrían haberse

imaginado. Magníficamente recibidos, se celebraron fiestas en

nuestro honor durante varios días, en los cuales fuimos tratados a

cuerpo de rey e hicimos muchos recuerdos de nuestra tierra de

la Costa y la Sierra, donde pasamos vida regalada y feliz. Pero

como no era de quedarse allí para toda la existencia, hubo que

pensar en el regreso aunque muy a pesar nuestro. El señor Jesús

Roca, socio de la firma boliviana Suárez-Roca, poderosa nego¬

ciación cauchera, nos proporcionó buenas embarcaciones para la

surcada. Puestos en marcha, 25 guerreros piros iban por el monte

a pie, rastreando, resguardando a las embarcaciones de posibles

sorpresas. A estos 25 exploradores teníamos que vadearlos en las

encañadas, o sea en las grandes extensiones del río en línea recta,

al final de las cuales siempre había salvajes apostados, pero los

nuestros los rodeaban por tierra dando buena cuenta de ellos que

confiados esperaban en la orilla a nuestros botes. En esta forma

los combates se decidían fácilmente a nuestro favor y sin bajas

humanas.

'No queriendo darse ningún descanso, Fitzcarrald planeó

una segunda expedición hasta el pueblo del Carmen. Su propó¬

sito era limpiar de salvajes mashkos y huarayos todo el Madre

de Dios, por lo que se vio precisado a sostener nuevos combates

a lo largo del viaje, pero como sus hombres ya estaban habitua¬

dos a la lucha y eran aguerridos, el triunfo coronaba sus esfuer¬

zos y así pudo desalojar a aquellos completamente de las márge¬

nes del Madre de Dios, a tal punto que los huarayos se retiraron

al Inambari y los mashkos al río Colorado'.

—¿Alguna vez combatieron ustedes contra los amawaka?

—'Por supuesto', se enorgullece Zacarías Valdez, 'peleamos

varias veces contra esos antropófagos. Recuerdo especialmente

una ocasión, a eso de las ocho de la mañana, en una encañada,

comenzaron a atacarnos los amawaka con flechas desde ambas

orillas. Los nuestros contestaban con disparos de carabina. Nues¬

tras embarcaciones seguían río abajo y dejamos la zona de la lucha.

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A las cuatro de la tarde tuvimos el combate más encarnizado en

cuyo curso resultó herido un hombre... '

—¿Un solo hombre?

-—'Uno sólito, nadie más'.

—¿No murió ningún amawaka?

—'¡Ah!... De ellos mataríamos no menos de doscientos.

Cuando los vimos ya vencidos atracamos y entramos al monte a

perseguirlos. Cosa rara, no encontramos a nadie, quiero decir a

nadie vivo, como si se los hubiera tragado la tierra, como si se

hubieran vuelto invisibles. Logramos otra vez dominar la situa¬

ción gracias a nuestras armas de fuego. Pero los salvajes reapa¬

recieron como por encanto cuando embarcamos de nuevo en las

canoas y sólo dejaron de atacarnos una vez que se les acabaron

las flechas. Entonces se pusieron a gritar pidiendo que esperáse¬

mos hasta el día siguiente para reanudar el combate pues tenían

que ir a sus casas para traer más flechas. Bravos como los cam¬

pa, quizá peores, eran los amawaka. Se reflejaba en ellos el espí¬

ritu guerrero que heredaron de sus antepasados los inkas... '

. El maes t ro Ximu me icaró en ayawaskha para que yo vinie¬

ra. El sabía más de lo que sabía, adivinaba t amb ién lo que no

iba a suceder , lo que podía evi tarse , me noticia I n o M o x o con¬

t e m p l a n d o el río Mishawa que salta ante n o s o t r o s , que se p ierde

en una curva g r a n d e , que se a b a n d o n a en busca del R ío Sagrado

de los I n k a s , el Wi l lkamayu que nació de n u e v o , igual que I n o

M o x o , y hoy vive y t ransi ta bajo el nombre más viejo, su n o m b r e

uru: U r u b a m b a . Tierra de agua roja bajo el cielo rojo. P a m p a

roja, p a m p a de agua, p a m p a de los urus: U r u p a m p a . El maes t ro

X i m u me hizo venir porque sabía que los a m a w a k a í bamos a desa¬

p a r e c e r . e x t e r m i n a d o s . E r a e l t i empo del c a u c h o , un reguero

de muer t e s , de saqueo , de niñas violadas, p u r a bala se oía, y

noso t ros apenas con flechas, con dardos de p u k u n a , bala y mie¬

do , me a c u e r d o , desconcier to . El jefe X imu , sabio g r ande , supo

que so lamente con armas de b lancos pod r í amos r e s p o n d e r a la

ferocidad de los b lancos , sólo con a rmas de fuego p o d r í a m o s de¬

tener a los v i r akocha , defender nuestras t ie r ras , so lamente con

wínches te r s , l impia rnos de la rap iña de los c a u c h e r o s . P o r q u e

216

inút i lmente res is t ían las f lechas, en vano nues t ros guer re ros so¬

plaban c e r b a t a n a s , no l legaban sus dardos al b l a n c o , es t i raban

¡os arcos p a r a nada , pe l eaban ún icamente pa ra morir , frente

abierta y p e c h o abier to con t ra las balas de los e m b o s c a d o s . T o d o

eso supo X i m u . . .

Y a l u m b r a n d o otro shir ikáipi , fumándo lo : ¿quién pues iba

a vender a r m a s a los nat ivos? Igual que ahora es, p r o h i b i d o , por

más que los indios p rome t i e sen t o d o el c aucho y t o d o el oro del

m u n d o . S o l a m e n t e a los indios t ra idores les vend ían c a r a b i n a s ,

balas , les e n s e ñ a b a n a d i spa ra r con t ra sus p rop ia s nac iones . Re¬

cuerdo a uno de el los, en c a m p a se l l amaba H o h u a t é pero en

v i rakocha se l l a m a b a A n d r é s A v e l i n o Cáceres y Ru iz , puro indio

t raidor . Y r e c u e r d o a o t r o , vive todav ía , un piro que en cr is t iano

se apell ida M o r a l e s B e r m ú d e z , pero en id ioma piro no sé c ó m o

será, peor que t ra idor . Y r e c u e r d o t ambién a sus p a t r o n e s , al

insaciable F e r m í n F i t zca r ra ld y a su h e r m a n o Delfín. El Delfín

F i t zca r ra ld , ya sabrás cómo m u r i ó , de qué m a n e r a fue a jus t ic iado,

unos decían que era un gran bab ieca , o t ros decían lo m i s m o , yo

creo que era b u e n o pero no por vocac ión sino por c ansanc io , por

fatiga, igual i to que las v íboras que ya están desden tadas . . .

X imu , p u e s , decidió que los a m a w a k a tuv ié ramos un jefe

mest izo, a lguien que les cons igu ie ra ca r ab inas , r e t roca rgas , fusi¬

les, m u n i c i o n e s , para sobrevivi r a su nac ión . El jefe X i m u con¬

sultó a los esp í r i tus , l lamó al án ima del agua, del v iento , a t o d a s

las án imas de la selva, y de más lejos. C o n s u l t ó . Bebió el j u g o

sagrado de la soga del m u e r t o , oni xuma es su n o m b r e , us tedes

le dicen a y a w a s k h a , y al final, m e d i t a n d o , d i e t a n d o , h a c i e n d o

ayuno , y f ab r i cando i ca ros , eligió sucesor: un jovenc i to med io

b lanco , de t rece años a p e n a s , hijo de madre uru y padre vira-

kocha, más mes t izo que v i r a k o c h a , cauche ro a r e q u i p e ñ o . Así me

escogió el gran maes t ro X i m u , por enca rgo de las án imas que

son las var ias sombras del dios P a c h a k a m á i t e , aunque P a c h a k a -

máite ca rece a h o r a de c u e r p o . A t e n d i e n d o al m a n d a t o de sus

poderes y desde el oni x u m a , así me eligió.

Me r a p t a r o n , clari to me a c u e r d o . D e s p u é s supe que el pro¬

pio X i m u dir ig ió al grupo de siete varones que me robó . P e r o

yo no lo vi. X i m u e n c a b e z ó t o d o esto desde lejos, m o n t e aden¬

t ro , a y u n a n d o , d i spon iendo que t o d o resul ta ra bien. Ese día mi

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padre me había m a n d a d o con una servidora suya, niña campa ,

a la choza de al l ado , j un to a la casa g r ande , me había m a n d a d o

a esa cabañi ta que sirve para alojar vis i tas , c o s t u m b r e que no

era de nuestra zona sino de las ce rcanas al Un ine . Ju s t amen te

ese día mi señora madre me iba a dar una h e r m a n a y mi padre

es taba a tendiéndola en el pa r to . Yo me ha l laba j u g a n d o , a r ro-

j a n d r o piedri tas y semillas a un t iwakuru que si lbaba arr iba de

una wimbra , entre las flores a l tas , cuando salió del bosque mi

señor padre r i endo . Me quise sorprender . ¡Acababa de verlo

dent ro de la casa, vestido en o t ra forma, h a c i e n d o de pa r t e ro !

Pe ro allí es taba, frente a mí, r i endo . No supe qué pensa r , po rque

ese mi padre , además , iba c o m p l e t a m e n t e d e s n u d o , l levaba una

soguita de tamshi a m a r r a d a a la c in tura , toda su ca ra y su pecho

co loreados de rojo. Me tomó de la mano sin p r o n u n c i a r pala¬

bras . Casi me le resisto. ¡Pero su cara era la ca ra de mi señor

p a d r e , acaso más oscura , nada m á s , y su cue rpo y su voz, vamo¬

nos me dijo, todo él era mi pad re ! La campi t a que me cu idaba ,

que me debía cuidar , t a m p o c o hizo ni un in ten to , nada h a b l ó , se

quedó en la choza mi rando hacia o t ra par te c o m o si no hubiese

nad ie , como si no hubiera visto pasa r nada. Así fue c o m o fue.

Me llevó un chul lachaki vest ido con el cuerpo de mi señor padre

mient ras en ese rato mi señor p a d r e estaba a t e n d i e n d o al naci¬

miento de mi h e r m a n a , en consue lo . H o r a s ande con ese mi otro

p a d r e , el a m a w a k a , hasta que nos j u n t a m o s con seis más en el

mon te . H a r t a s horas serían, antes y luego , p o r q u e e n t r a n d o el

día de otro día l legamos a este mismo caser ío . U n a viejita me

recibió , me a c u e r d o , Rosa U r q u í a se l l amaba , me qui tó las r opas ,

me bañó , me cantó canciones e x t r a ñ a s , me puso enc ima una

cushma amari l la . Con la viejita es tuve, nadie m á s , e n c e r r a d o en

su choza duran te siete días. Me a l imen tó con p l á t a n o s asados a

leña, me carinó e span tando los res tos de mi m i e d o , me hizo dor¬

mir feliz con un jugu i to que sale del tallo del t o h é . Día y noche

dormí , mi rando l indo, soñando bien boni to con los ojos abier tos

en el día, con los ojos c e r r a d o s , ab ie r tos hacia a d e n t r o , en la

noche . C o m o a la semana conocí a X imu .

Insapil lo e Iván seguían sin m o v e r s e , César se l evan tó , se

acercó a Ino M o x o , estoy v iendo sus ojos d e s m e s u r a d o s bajo !a

ú l t ima luz, el ajetreo de su voz e n t o r n a d a , más o s c u r a que el aire.

218

como si hab l a r a desde los brazos del renaca l que p u g n a b a en

medio del M i s h a w a . S iempre siete, dice mi p r i m o César , siete

hombres lo r a p t a r o n , a la s emana se le p resen tó el jefe X i m u . Y

dando vida a una cerilla, m i r a n d o su reloj : aho ra son las siete de

la noche , en p u n t o , y hoy es siete de Jul io . . .

El m a e s t r o Ino M o x o , sin e scucha r lo :

— E s e día dejé de ser quien era , el hijo de mi p a d r e y de mi

señora m a d r e , y empecé a ser a m a w a k a , yora , hijo de X i m u , dis¬

cípulo de X i m u , he rede ro de Ximu. . .

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3

vida, traición y muerte del curaca Hohuaté

Hubo un curaca campa, informa el cauchero Zacarías Valdez,

fue quien acompañó al Coronel Portillo en sus exploraciones por

disposición de La Fuente, junto con otros de su tribu ashanínka.

El Coronel Portillo, distinguido jefe de nuestro Ejército y des­

pués Prefecto de Loreto, una vez llegado al río Ucayali, agrade¬

cido de los servicios del citado curaca, le obsequió algunas armas

de fuego, entre ellas un revólver.

'Durante la surcada, a la altura de la confluencia del río

Ene con el río Perene, en una fiesta de los campas del río Tambo

a la que asistió nuestro curaca Hohuaté, se originó una reyerta

como resultado del masato que en gran cantidad se había inge¬

rido, y Hohuaté hirió con un tiro de revólver al curaca de los

campas del río Tambo dejándolo tuerto, embarcándose luego y

siguiendo viaje con todos sus compañeros. Este incidente originó

una irreconciliable enemistad entre ambos jefes campa.

'Algo más te diré de la vida del curaca Hohuaté. Cuando el

General Andrés Avelino Cáceres visitó Ayacucho, su tierra natal,

pasó al Apurímac hospedándose en casa de Don Manuel La

Fuente, de quien era muy conocido pues éste fue Sargento Mayor

en la época en que aquel desempeñó la Presidencia de la Repú­

blica, y antes habían actuado junios en las campañas de La Breña

durante la guerra con Chile. El General Cáceres pidió a La Fuen-

un curaca amigo nuestro, su nombre era Hohuaté. Hohuaté

Til

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le que le regalara al curaca Hohuaté a jin de bautizarlo, demanda

que lúe aceptada. Hohuaté fue llevado a Ayacucho recibiendo

el bautizo en la Catedral, de manos del Obispo. El General Cá­

ceres y el Senador Ruiz apadrinaron la ceremonia. Y Hohuaté

tomó el nombre cristiano de Andrés Avelino Cáceres y Ruiz.

Colmado de regalos por sus padrinos, el campa amigo nuestro

regresó al Apurímac.

'Como decía, La Fuente dispuso que este curaca me acom¬

pañara en el viaje, como conocedor que era del río. Uno de

los primeros cuidados fue advertirme que no debíamos bajar el

río sin armas porque los huncuninas, salvajes que poblaban el río

Tambo, nos esperaban para atacarnos. Atendiendo el consejo de

este magnífico. guía, volví a Huanta y compré regular cantidad

de armas que los comerciantes tenían reservadas para nosotros

en sus almacenes, carabinas wínchester, remington, etcétera, y

buena dotación de municiones.

'De regreso al Apurímac ordené preparar seis grandes ca¬

noas que fueron talabordadas, operación que consiste en acoplar

a los costados de las embarcaciones unos troncos de madera flo¬

tante, bien sujetos, que permiten una gran estabilidad e impiden

el hundimiento. Terminados los preparativos seguimos viaje con

más de cien hombres. Tres vueltas antes de llegar a la confluen¬

cia del Ene con el Perene, el curaca Andrés Avelino Cáceres y

Ruiz me insinuó acoderar en la playa, donde debíamos pernoctar,

y continuar viaje por la madrugada, momento que él creía opor¬

tuno para pasar la boca del Perene y burlar la vigilancia del

curaca que él, Hohuaté, había herido cuando era Hohuaté, y que

seguramente lo estaría esperando para vengarse.

'En efecto, atracamos en la playa y acampamos. Fue curioso

ver al curaca Andrés Avelino Cáceres y Ruiz quitándose las bo¬

tas y el vestido de civilizado que tenía puestos y cubrirse de nuevo

con la cushma y pintarse el rostro con achiote, lo cual significaba

que se volvía otra vez Hohuaté y se ponía alerta para un posible

combate. Yo mandé traer cañabravas apropiadas que fueron par¬

tidas en lonjas y tejidas en forma de esteras con las que se cons¬

truyó p a m a c a r i s , esos techos bajitos, sobre las seis canoas, de la

misma manera que hicimos durante la exploración del Madre de

Dios. Me pareció muy natural cuando Hohuaté, después de sigi-

222

losas excursiones por el terreno, manifestó que no había peligro

alguno. A las tres de la madrugada emprendimos viaje tomando

el centro del río y sin hacer ruido alguno pasamos a las cuatro y

treinta por la boca del Perene sin que se dieran cuenta los salva¬

jes. A las seis, y como a dos vueltas del río, más abajo, divisamos

a dos campas que estaban pescando y que nos preguntaron quié¬

nes éramos. Yo no respondí, nadie de nosotros dijo nada. Pero

el curaca Andrés Avelino Cáceres gritó:

—¡Hohuaté.'

'Y al escuchar ese nombre los dos campas corrieron a traer

sus armas y volviendo al puerto se embarcaron bajando a todo

remo en su canoa seguramente a dar parte de nuestra presencia

a sus compañeros que no estaban lejos. Nuestras embarcaciones,

por efecto del talabordo, marchaban más despacio que las de los

salvajes, por lo cual les fue fácil tomarnos la delantera. A eso de

las ocho de la mañana, en una encañada, comenzaron a atacar¬

nos con flechas desde ambas orillas. Aunque tuvimos dos hom¬

bres heridos, los pamacaris nos defendían bien puesto que las

flechas no lograban atravesar la espesa malla de cañabrava que

además estaba reforzada por dentro con ponchos y frazadas. Los

nuestros contestaban con disparos de carabina al azar, toda vez

que no se divisaba bulto alguno pues los salvajes estaban metidos

en el bosque, ya habían probado lo que es arma de fuego. El

curaca Andrés Avelino Cáceres y Ruiz se burlaba de sus contra¬

rios bailando en la popa de la canoa, esquivando las flechas con

el cuerpo y gritándoles que saliesen a la playa para verlos. A

esto contestaban los atacantes diciéndonos que dejáramos de dis¬

parar con carabinas, cuyas balas no podían ver, por lo que no

podían esquivarlas como hacía Hohuaté con sus flechas, y dicién-

donos que ellos saldrían al claro a pelear con quien sea pero de

igual a igual, frente a frente y flecha contra flecha...

'Logramos, pues, dominar la situación otra vez gracias a

nuestras armas de fuego, pero los salvajes sólo dejaron de atacar¬

nos cuando se les acabó la dotación de flechas. Gritaron que

esperáramos, que iban a traer más. Nosotros continuamos ba¬

jando por el río y acampamos en una playa a eso de las seis de

la tarde. Se hizo guardia durante toda la noche. Y la noche pasó

sin novedad, eso creíamos, habíamos dejado bien atrás la región

223

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que ofrecía peligros. La noche pasó sin novedad únicamente para

nosotros los peruanos. Los indios que nos acompañaban, salva¬

jes de la tribu de Hohuaié, nos despertaron temprano con sus

gritos: el curaca A ndrés A velino Cáceres y Ruiz había muerto con

un dardo envenenado en el centro del pecho, cosa que no entendi¬

mos pues él había dormido dentro de nuestro bote, como una

concesión especial, bien protegido por los carabineros que no se

habían movido de sus puestos de centinela.

—¡Inganíteri, el ciiraca Inganíteri lo ha v i ro t eado! , gritaba

el más viejo de la tribu de Hohuaté. Yo pregunté quién era Inga-

níteri, pensando tomar venganza contra él pues creí que se trataba

de uno de los campas que nos acompañaban. El lugarteniente

de Hohuaté me informó que Inganíteri era un gran brujo, un

shirimpiáre, precisamente el jefe campa que resultó herido por el

revólver de Hohuaté y perdió un ojo en esa fiesta, tiempo atrás... '

224

4

el ¡efe Ximu ordena, los ríos obedecen

El gran m a e s t r o X i m u , yo lo vi siendo n iño , recienci to c u a n d o

fui r a p t a d o , él me hizo p re senc i a r lo como p r imer aprendiza je , se

puso a p e n s a r fuerte, fuerte, l l a m a n d o a los esp í r i tus , c o m e n z a n ­

do los ri tos de venganza . A y u n a b a en el m o n t e , d ie taba sin cle­

menc ia pa ra con su c u e r p o , inger ía oni x u m a cada día, a y a w a s -

kha m e z c l a d a con hojas de t o h é , p a r a nutr i r más vis iones , y con

hojas de coca pa ra ad iv inac ión , visiones p l a t ead i t a s , do rad i t a s

pero bien r ea l e s , na tu ra les . ¡Qui tá i t re , qui tá i t re! , l l amaba e l b ru­

j o . ¡T ranqu i lo , t r anqu i lo ! , así l l amaba . Y beb ía w a n k a w i s a c h a

para l impia r el án ima , pa ra p o d e r separar el án ima del cue rpo y

enviar la lejos, lejos, en el t i e m p o , la bebía j u n t á n d o l a con el oni

x u m a , y t a m b i é n ingería c h i r i s a n a n g o , y u c h u s a n a n g o en o t ras

ocas iones . Y o , m u c h a c h i t o , t rece años tenía , aprend í a ver las

visiones que él veía. El me d ic t aba todas las vis iones para que

yo fuera a p r e n d i e n d o . La ú l t ima vez que es tuve así, m i r a n d o

sus vis iones de l l a m a d o , sus v is iones de venganza con t ra los vira-

kocha , me q u e d é como t ieso , me metí p e r d i é n d o m e entre u n o s

espirales b ien oscuros y bajó mi pres ión sin yo sudar nada . El

jefe X i m u tuvo que e c h a r m e de cabeza al río M i s h a w a para que

yo r eacc iona ra . Yo c o n t i n u a b a sin parar en las v is iones , ya m e -

jo rc i to de mi cue rpo pero ídem de mi ánima. Fue esa la p r i m e r a

vez que X i m u me separó. Y mi án ima veía. Mi án ima se separó

de mi c u e r p o y me t ra ía desde el aire, me a c u e r d o , me t ra ía la

225

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visión de un barco que se hund ía . Mi ánima me r e m o n t a b a , me

sobrevolaba por sobre un río a n c h o , de aguas de un m a r r ó n casi

d o r a d o , que parec ía que es tuv ie ra inmóvi l . No está quie to , me

dijo mi án ima , está nomás f ingiendo, me dijo v o l a n d o conmigo

de una a o t ra margen , está vo lv i endo t i empo a r r iba , me dijo, está

regresando . Y pude dist inguir que esa c o r r e n t a d a a p a r e n t e m e n t e

quieta era el U r u b a m b a , el R ío Sagrado de los I n k a s . Un t r echo

más allá, mi án ima me l levaba de los h o m b r o s c o m o si yo fuera

una presa, mi cuerpo co lgado de las garras de mí án ima , más allá

me hizo ver ese barco que se hund ía . Se h u n d í a el ba rco y se

salvaban todos los pasajeros m e n o s dos , todos sa l t aban del ba rco

que iba de frente hacia un g igan tesco r emo l ino , una m u y u n a , y el

motor is ta del ba rco era un n iño de mi edad, c o m o yo era, y decía

me l lamo A r o l d o C á r d e n a s , me acue rdo l i m p i a m e n t e de eso , y

de su voz, el motor is ta dirigía el b a r c o hacia el r e m o l i n o , levan¬

taba los ojos hacia mí, hacia mi án ima , y gr i taba .

— E l c a m p a Severo Q u i n c h ó k e r i , me dice R u t h C á r d e n a s ,

la esposa de D o n Javier en I q u i t o s , el c a m p a Severo Q u i n c h ó k e r i

nos dijo que gracias al ayawaskha él había p o d i d o ver cómo el

brujo Julio Val les se robó a mi h e r m a n i t o A r o l d o e n g a ñ á n d o l o ,

disfrazándose con el cuerpo y con la voz de mi m a m á .

— ¡ Y o soy A r o l d o C á r d e n a s ! , gr i taba e l mo to r i s t a dirigien¬

do el barco hacia ese remol ino .

— U n chul lachaki ya no es una pe r sona , p ros igue R u t h Cár¬

denas , un chu l l achak i , por e jemplo A r o l d o , es a p a r i e n c i a de per¬

sona, es c o m o nadie , un recipiente vacío que los brujos l lenan

a su conveniencia poniéndole las apar ienc ias de los cuerpos que

quieren, de los cuerpos con que quieren engañar . D e n t r o de ese

nadie que es el chul lachaki , y que sin e m b a r g o t iene g randes po¬

deres , ellos ponen las personas con que nos quieren hacer creer ,

no sé si me e n t i e n d e s . . .

— ¡ Y o soy Aro ldo C á r d e n a s ! , gri taba. Y sa l taba t a m b i é n

a las aguas. Jus to antes que ese barco fuera t r agado por el remo¬

lino, ese niño saltaba y se j u n t a b a con los d e m á s n a d a n d o a la

ribera, yo lo vi, después regresaba al agua y se iba c a m i n a n d o

despaci to por el fondo del r ío. Y conforme se a le jaba de los

sobrevivientes su cuerpo iba c a m b i a n d o , se iba vo lv iendo ancia¬

no, viejecito, encorvado y anc iano . Y todos se sa lvaron menos

226

dos que se h a l l a b a n en el fondo del b a r c o , den t ro de un c a m a r o t e ,

c o n v e r s a n d o y r i e n d o , sin darse cuen ta , sin que nad ie les avisara,

bien b o r r a c h o s los dos .

Es eso lo que vi en esa visión.

'Al siguiente día, era 9 de Julio, dice con amargura el expe­

dicionario Zacarías Valdez desdé un folleto editado en '944,

desde un opúsculo titulado El Verdadero Fitzcarrald ante la His¬

toria. Al siguiente día Fitzcarrald emprendió la surcada a bordo

de su barco 'Adolfito'. Después de varias horas de navegación

llegaron a la correntada del Mapálja, en el río Urubamba. La

embarcación, como era de poco calado, iba pegada a la orilla, a

toda marcha. En esta forma, al llegar a un codo del rio cuya

vuelta debía dar, en lugar de abrirse de proa para entrar a la co¬

rriente, siguió navegando pegada a la orilla y recibió de costado

toda la fuerza del río que la desvió de su ruta. El motorista, un

viejito que apellidaba Perla, maniobró para enderezar el barco y

en ese esfuerzo se rompió la cadena del timón, perdiendo todo

control. Los tripulantes, al darse cuenta que la lancha marchaba

sin gobierno, se lanzaron al agua salvándose todos a nado a ex¬

cepción de Fitzcarrald y del magnate cauchero boliviano Vaca-

Diez, que se encontraban en el camarote ignorantes de lo que

ocurría afuera, celebrando el pacto de unión de sus empresas para

explotar toda la Amazonia.

'Sin gobierno .la lancha y abandonada también por el moto¬

rista que en vez de avisar a los dos magnates sólo atinó a lan¬

zarse al agua sin siquiera detener antes la máquina, el 'Adolfito'

enfiló a toda velocidad hacia el remolino, entrando en él, volcán¬

dose y hundiéndose.

'Acaecida la tragedia y después de verificado el recuento de

los sobrevivientes, notamos que el viejito Perla no estaba, seguro

que él también había muerto. Quedaron entonces nuestros reme¬

ros piros con orden de efectuar la búsqueda de los cadáveres, ha¬

biendo encontrado a los dos días el cuerpo de Fermín Fitzcarrald

atascado en la palizada de un remanso. Nunca se halló el cadá¬

ver del cauchero boliviano Vaca-Diez ni el cadáver del motorista

Perla. La tragedia fue más de lo que supones, me dice Zacarías

227

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Valdez, porque en el camarote del 'Adolfito' los dos caucheros

más grandes del Perú y Bolivia estaban festejando la fusión de

sus fuerzas para explotar mejor el caucho y traer más progreso

para la Amazonia y para la Patria...

Él cuerpo de Fermín Fitzcarrald fue enterrado allí, en la

misma boca del Inuya, ese maldito afluente del Urubamba. Los

salvajes se aprovecharon de esta coyuntura para asaltar a los

caucheros. Los indios amawaka comenzaron por asesinar nada

menos que a Delfín Fitzcarrald, hermano del cauchero inolvida¬

ble, en el río Purús. Y los piros, nuestros antiguos aliados, hicie¬

ron lo propio en el Curiyane, afluente del río de Las Piedras, ma¬

tando a Carlos Shonfe, a Leopoldo Collazos y a todos los emplea¬

dos de éstos, dejando con vida sólo a las mujeres y a los niños...

'Es que por ese entonces los salvajes usaban armas de fuego.

Ya alguien les había enseñado a disparar... '

228

5

Ino Moxo dice que las palabras nacen, crecen y se reproducen

pero no en castellano

La verdad no es la ve rdad sino nuestra ve rdad , exc lama con voz

dura y o s c u r a el maes t ro Ino M o x o . ¡Es la ve rdad del oni x u m a ,

la verdad del c h u l l a c h a k i , la m a l d i c i ó n de X i m u ! Lo estoy v iendo

a l terarse por p r i m e r a vez, r e s p i r a n d o con fuerza hacia el M i s h a w a

que se desl iza frente a la n o c h e y a tenúa l e n t a m e n t e su hablar :

— X i m u se dedicó a e n s e ñ a r m e todas nues t r a s v e r d a d e s . . .

Y ya r e n d i d o a la negrura :

— D i r í a mal si te dijera que me adap té con facilidad al existir

de los a m a w a k a , diría mal si te dijera s implemen te que me a d a p t é .

En rea l idad fue c o m o si s i empre hub iese vivido aquí , madrugan¬

do con e l los , y e n d o de caza , p e s c a n d o en m e d i a n o c h e , fes te jando,

g u e r r e a n d o , e n a m o r a n d o , d e r r i b a n d o árboles p a r a canoa , ramajes

pa ra leña, a c o m p a ñ a n d o a las h e m b r a s a c a p t u r a r to r tugas y

huevos de cup i so bajo las a r e n a s , a p r e n d i e n d o a r emar sin que

gotee ni un r u i d i t o , y a p r e p a r a r flechas y veneno de f lechas, a

enlucir c e r b a t a n a s , a rcos g r a n d e s y soplar d a r d o s sin que' el a ire

se en te re . Y más que n a d a e s t a n d o s iempre cerca del m a e s t r o

X i m u , en su j u n t i t o yendo a t o d a s pa r t e s , s iendo test igo de sus

ayunos , de sus m a r e a c i o n e s de invocac ión , de l l a m a d o , de inter¬

cambio de c o n o c i m i e n t o s , d e l e t r e a n d o uno a uno sus icaros c o m o

si yo fuese su te rcer l ab io , y e s c u c h á n d o l o s iempre . El me ense¬

ñó lo que p u e d e saberse , lo que debe , para la ut i l idad de los hu¬

m a n o s , de los h u m a n o s h o m b r e s y cosas y an ima le s , de todos los

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humanos . H a s t a los quince años duró mi aprendiza je inicial con

el maes t ro X i m u , después con o t ros jefes que ven ían a enseñar¬

me desde lejos y a pract icar . P e r o a esa mi edad se mur ió el

gran maes t ro , p o c o después de h a b e r m e n o m b r a d o p r imogén i to

suyo. Se puso su cushma ritual c u a n d o sintió lo cerqui ta de la

muer te , para en t r a r a la muer t e se -puso esa c u s h m a amar i l la , se

despidió de mí sin decir nada a los d e m á s y se pe rd ió en el m o n t e ,

desapareció el cue rpo de X i m u e c h a n d o h u m o . . .

Hace cua t ro días que l l egamos al pueblo de Ino M o x o , es

casi mediodía , var ios lagar tos negros descansan bajo el sol, frente

y a los cos t ados de noso t ros en las p layas b r i l l an tes de gui jar ros ,

a ambos lados del M i s h a w a que en este m o m e n t o va a vencer ,

en este ins tante a r r anea , se l leva ya los restos del renaco río abajo

hacia el vas to y sagrado U r u b a m b a .

— A l g u n a s de esas cosas , ún i camen te a lgunas he de con¬

fiarte, dice despac io Ino M o x o u l t i m a n d o sus ojos has ta el renaco

que se h u n d e y r eaparece d a n d o t u m b o s , a fe r rándose al agua

que lo pierde t ras de aquel la m u y u n a . El m a e s t r o X i m u me re¬

cuperó a mi nac ión v e r d a d e r a y a su sabidur ía , él me informó

que el mi lagro está en los ojos , en las manos que t o c a n y averi¬

guan, y no en lo que se ve, no en lo t o c a d o . . .

Las infancias del r a p t a d o p a r t i e r o n en una fiesta larga, cere¬

monia bul losa de brebajes y nos ta lg ias feroces, en cuya cima lo

rebaut izaron. E x t e n d i ó los b r a z o s y de lo alto de los m a t o r r a l e s

llovió su nueva vida, Ino M o x o rep i t i e ron las r a m a s go lpeadas

por el a g u a c e r o , Ino M o x o , c o m o ta l i smán h e c h o de raíces y de

oscuridad. Ino M o x o : P a n t e r a N e g r a .

E n r o l a d o en el saber de las p l a n t a s , los a n i m a l e s t ib ios , los

animales ausen tes , las cosas y las p iedras y las á n i m a s , per i to

en guerrear y aconsejar , digno de hacerse oir po r las sombras y

los cuerpos de las s o m b r a s , así pensó X i m u , el j o v e n secues t r ado

alcanzaría las más altas h o n d u r a s . Disf razado en su ant igua iden¬

tidad, con ropajes y moda les de mes t izo , e n g a ñ a r í a a los enga¬

ñadores , o b t e n d r í a ca rab inas y ba las de los c o m e r c i a n t e s b lancos .

Después , r e g r e s a n d o a su vida de v e r d a d , mos t r a r í a c ó m o se ma¬

nejan aquel las ce rba t anas de fierro que d a r d e a n t r o n a r e s y esta¬

llidos. Así d i spuso Ximu y así lo hizo a d i e s t r a n d o al r a p t a d o

230

desde una n o c h e que no olvida. D e s n u d o y c laro entre d e s n u d o s

c o b r e ñ o s , r o d e a d o por los cue rpos de la t r ibu , recibió su des t ino

al cabo de una sesión ritual de ayawaskha .

— ¡ V i s i o n e s , empiecen! , e x c l a m ó Ximu ca l i b r ando los pare¬

ceres del a l u c i n ó g e n o en la m e n t e del j oven y a p o d e r á n d o s e , con

esas dos p a l a b r a s , de su e m o c i ó n , sus á n i m a s , su vida. E s t e

ap rend ió que t o d a b a r r e r a d e s a p a r e c í a , de sapa rec í a t o d o empala-

miento, en t re sus existires y los del viejo X i m u . El más ínfimo

gesto del a n c i a n o adqui r ía , en su a tenc ión , car ic ias de m a n d a t o .

Lo que X i m u p e n s a b a era m i r a d o y e s c u c h a d o por e l j oven .

C o m p r e n d i é n d o s e a t ravés de r e l á m p a g o s y s o m b r a s , ent re visio¬

nes lentas y c o l o r e s , X i m u e m p e z ó a confiarle su pac ienc ia y su

fuerza. Le dijo cuáles ó rdenes debía él acep ta r de las án imas

que viven en el a i re , cuáles r u m b o s p regun ta r y escuchar del aya-

w a s k h a y cuá les in tenc iones y o p e r a n c i a s , y lo p r e ñ ó con la capa¬

cidad de ejercer esas ó rdenes y de t r ansmi t i r l a s , de sanar cue rpos

y án imas , de m o l d e a r su p r o p i a vida con m a n o s de servicio.

P r i m e r a m e n t e el j o v e n debió r econoce r , en sus minuc ia s , a los

boscajes t u r b i o s . E n t e n d e r a la selva. Las p l a n t a s , de una en

una , d is t ingui r las en sus oficios y en sus m a d r e s y en sus n o m b r e s .

P o r q u e cada vegeta l t iene su m a d r e , su vocac ión , dice. í dem los

an ima les , ha s t a los más inú t i l es , de uno en u n o , has ta los que

no existen. E m p e z ó por los pá ja ros , d o m i n a d o por e l a y a w a s k h a ,

en esa su p r i m e r a m a r e a c i ó n a m a w a k a .

— ¿ R e c u e r d a s cómo es la p a n g u a n a ? , lo acosó Ximu . Quie¬

ro que visual ices una , ahora , p a r a mí. ,

Y el j o v e n ap re tó y abr ió los ojos.

— ¡ Y ahí e s t aba la p a n g u a n a ! , me d ice , alta sonrisa, Ino

M o x o . ¡Ahí e s t aba j u n t o al jefe X i m u y j u n t o a mí , la p a n g u a -

na! Yo p o d í a ver la pe r f ec t amen te b ien , sin cola , con su p lumaje

verde m a n c h a d o de m a r r ó n . L o s colores del ave eran un solo

color con las r emin i scenc ias de la luz, con la p e n u m b r a que se

movía a t rás de las a n t o r c h a s , sobre la ho ja rasca del suelo. T o d o

podía ver lo allí , sin l ími tes . N u n c a en mi vida he vuel to a ver

así, con tanta c la r idad y con t an tos deta l les .

— L a p a n g u a n a va a e m p e z a r a move r se , lo a ler tó X i m u .

Y la p a n g u a n a se i n q u i e t ó , c o m e n z ó a dar vuel tas en el cam¬

po de la v is ión del j oven . X i m u trajo desde el aire u n a p a n g u a n a

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m a c h o , o r d e n a n d o , y la pareja de perd ices en t ró en una danza

de e n a m o r a m i e n t o r evo lo teando y s u a v e p i c a r i ñ á n d o s e . A p a r e c i ó

una sombra entre las dos pe rd ices , algo que se hizo nido sobre

el piso, y c inco huevos. La p a n g u a n a m a c h o se a c o m o d ó sobre

los cinco huevos azules.

— E l m a c h o es el que empo l l a , dice X i m u .

— ¡ Y vi cómo se iban a b r i e n d o los h u e v o s ! exc lama Ino

M o x o , ¡y de cada huevo nac ían dos p a n g u a n a s , ya hechas y de¬

rechas , g r andec i t a s ! . . .

— N o fue hombre , fue mujer, le dice D o n Jav ie r a mi me¬

moria. P o r q u e el dios P a c h a k a m á i t e había d i spues to que K a a -

metza y N a r o w é tuvieran c i n c o . . .

IDÍ'Í MOXO lo interrumpe:

— D e s p u é s , solamente m i r a n d o las visiones de X i m u , aprend í

varias clases de panguanas . A p r e n d í t r o m p e t e r o s y w a p a p a s , mu¬

chos pájaros , t odos , todos los pá jaros . El jefe X i m u iba imi t ando

sus cantos y ellos aparecían, e n t r a b a n al c a m p o de mis vis iones ,

animales de día, . animales n o c t u r n o s , y después c a n t a b a n por su

cuenta , solos, y sus voces p a s a b a n a mi vida, f o rmaban la otra

par te de mi reper tor io ya para s i e m p r e . . . L i n d o s i d i o m a s , has ta

ahora me acuerdo . El jefe X i m u puso mi c o r a z ó n , puso mi boca ,

en esos años , en la voz de esos a ñ o s , mi cue rpo espir i tual y mi

cuerpo mater ia l . Me enseñó t o d o s los i d i o m a s , los hab l a r e s de

los pájaros y también los id iomas de los vege ta les , y los más in¬

t r incados de las piedras . Me e n s e ñ ó a domes t i c a r los pode re s de

los vegetales y las piedras , las vocac iones d a ñ o s a s y h o n r a d a s de

las hierbas . M á s que nada me enseñó a e scucha r , me enseñó a

saber e scuchar l a s , puso mi o ído sobre sus p o t e n c i a s , en sus cono¬

cimientos e ignorares , mediante el ayawaskha . A h o r a , si me en¬

cuent ro con una raíz, con una flor o liana que el m a e s t r o X i m u

no a lcanzó a mos t ra rme en las v i s iones , yo p u e d o e scucha r a esa

raíz, a ese a rbus to , a esa flor, a esa l iana, y así d e t e r m i n o cuál

es su án ima , qué soledad la rige, o c o m p a ñ í a , c ó m o fue que nac ió ,

para qué sirve, qué clase de do lenc ias d e s m e m o r i a , con qué males

engorda . Y ya sé con qué d ie tas , con qué icaros se a u m e n t a n o

desvanecen las fuerzas de ese vege ta l , con qué c a n c i o n e s p u e d o

a l imenta r lo , con qué pensamien tos fuertes injer tar lo . Y lo mi smo

me pasa con las gentes, lo mismo me informó de las pe r sonas el

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maest ro X i m u . Y algo peormejor : X i m u me enseñó a dist inguir

los días de las p l an ta s . P o r q u e unos días la p l an ta es h e m b r a y

sirve pa ra una cosa. Y o t ros días la misma p lan ta es m a c h o y

sirve p a r a lo c o n t r a r i o . . .

—Si llego a un río g rande estoy sa lvado , dijo el renaco au¬

sente en mi visión. D e s p u é s . A h o r a escucho el sitio en que por¬

fiaron las r a m a s del renaco con t ra el to r ren te , me oigo en su lugar

sin p o d e r ev i t a r lo :

— A y a w a s k h a , en d ia lec to a m a w a k a , ¿cómo me dijo usted

q u e . . . ?

— N o es jus ta tu p r egun ta , me i n t e r rumpe de s r i éndome con

lás t ima í no M o x o . En id ioma de yoras, c o m p l e t i t o , no en dia¬

lecto: en i d i o m a , las frases p u e d e n a la vez alejarse para s iempre

y j u n t a r s e , en t r e l aza r se y separa r se pa ra s i empre , has ta más lejos

de la inf in i tud. . .

Y vo lv iendo la cara , n o s t a l g i a d o , pe rd iéndose en la ausencia

del renaco en m e d i o del M i s h a w a :

— S e r á por el ca rác te r de estas selvas, t odo este m u n d o nues¬

t ro t odav í a f o r m á n d o s e , ríos que de improv i so t r a n s t o r n a n su

sent ido o de sc i enden sus aguas o las alzan en unas pocas h o r a s .

Tú debes h a b e r visto: si a m a r r a s tu canoa sin sacarla del agua ,

al a m a n e c e r s iguiente la e n c o n t r a r á s colgada del a i re , si es que

la e n c u e n t r a s , y el río te m i r a r á desde abajo, ya pura p i ed ra , ya

en p iedra c o n v e r t i d a el agua de su víspera. Otra vez puede pasar

al revés: tu p i r agua se h a b r á ido a m a r r a d a a las corr ientes que

crecen sin aviso ni t i empo pa ra nada . T o d a v í a está hac iéndose

este m u n d o , por f iando su lugar , a c o m o d a n d o aquí su más allá,

cayendo con los b a r r a n c o s , los á rboles g igantescos , a s o m a n d o en

las islas que hoy d u e r m e n aquí , c o m o el renaco, y m a ñ a n a des¬

pier tan lejoslejos, y en unos ins tan tes n u e v a m e n t e se pueb lan de

p lan tas , de p e r s o n a s , de an ima le s . Pa ra ver y en t ende r y n o m b r a r

un m u n d o así, r eque r imos h a b l a r t ambién así. Un id ioma que

decrezca o asc ienda sin anunc ia r , boscajes de pa labras que hoy

día están aquí y m a ñ a n a desp ie r t an lejos, y en ese ins tan te , den t ro

de la m i s m a b o c a , se pueb lan de o t ros s ignos, de nuevas reso¬

nanc ias . En cas te l l ano te será difícil en tende r lo . El cas te l lano

es c o m o un río quie to : c u a n d o dice algo, ú n i c a m e n t e dice lo que

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ese algo dice. El amawaka no. En id ioma a m a w a k a las pa l ab ra s

cont ienen s iempre. Cont ienen s iempre otras p a l a b r a s . . .

Y con voz que so lamente a h o r a r e c o n o z c o , I n o M o x o , con

una voz de esas veces en el Ho te l Tarir i de P u c a l l p a , m a n a n d o

de la boca cer rada de Don Javier :

— N u e s t r a s palabras son igual que pozos , en esos pozos ca¬

ben las aguas más diversas: c a t a r a t a s , l loviznas de o t ros t i e m p o s ,

océanos que fueron y serán de ceniza , r emo l inos de ríos y de

humanos y lágrimas también. Son lo m i s m o que gentes nues t ras

pa labras y a veces mucho más , no s imples p o r t a d o r e s de un sig¬

nificado, de un significado que s iempre es un significado sola¬

mente , no son esas vasijas que se abur ren con la m i s m a agua

guardada hasta que sus p e r s o n a s , sus l enguas , las o lv idan , se

rompen o se cansan, t u m b a d a s , m e n o s que m u e r t a s . N o . En

nuestras vasijas caben ríos en t e ros , y si acaso se q u i e b r a n , si acaso

se raja la envol tura de las p a l a b r a s , el agua sigue allí, vivida, in¬

tacta, cor r iendo y renovándose sin parar . Son seres vivos que

andan por su cuenta, las p a l a b r a s , an imales que n u n c a se repi ten ,

que nunca se resignan a una m i s m a piel, a una misma tempera¬

tura, a unos mismos pasos. Y se j u n t a n lo mi smo que pangua -

nas y tienen descendenc ia . . .

De la pa labra tigre y la p a l a b r a baile puede nace r orquídeas,

o acaso nazca veneno-de-tohé. De la noche p r e ñ a d a por un tibe,

esa casi gaviota de los ríos n u e s t r o s , nace la p a l a b r a relámpago

que es melliza de la pa labra que en a m a w a k a d ice silencio-des-

pués-de-la-lluvia. Porque en a m a w a k a no hay un solo si lencio,

así, como en tu idioma, en genera l , c a l l ado , que n a d a d ice , sino

muchos silencios dist intos, lo m i s m o que en la selva, lo mismo

que en nuest ro mundo visible, y t a m b i é n t an tos s i lencios c o m o

existen en los mundos que no se ven con los ojos del cue rpo ma¬

ter ia l . . .

Tienen, pues , descendencia , las p a l a b r a s . . .

E injusta es tu pregunta, más por prejuicio v i r a k o c h a , c reo ,

que por a t revimiento o ignorancia . A u n así no voy a dejar la sin

conocer , sin respuesta. En id ioma a m a w a k a el a y a w a s k h a es oni

xuma, escríbelo. Pero oni x u m a no significa ú n i c a m e n t e ayawas -

kha. Verás . Según cómo y para qué se diga, según la hora y el

sitio en que se diga, oni xuma p u e d e decir lo m i s m o , o decir otra

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cosa, o decir su con t r a r io . Si yo p r o n u n c i o así, oni x u m a , con

la voz de lgada , b r i l l a n d o , c o m o d e l e t r e a n d o hogue ra s y no le t ras ,

en lo o s c u r o , oni x u m a significa filo-de-piedra-plana. Y d icha

de o t ro m o d o significa tristeza-que-no-sale. Y significa punta-

de-la-primera-flecha. Y significa herida, que a la vez significa

labio-del-alma. Y s i empre , al m i s m o t i e m p o , es ayawaskha .

A y a w a s k h a , que para n o s o t r o s no es p lacer fugitivo, ventu¬

ra o aven tu ra sin semil la , c o m o para los v i r akocha . El ayawas -

kha es pue r t a , sí, pero no p a r a hu i r sino para e t e rna r , p a r a en t ra r

a esos m u n d o s , p a r a vivir al m i s m o t i empo en esta y en las o t ras

na tu ra l ezas , p a r a recor re r las p rov inc ias de la n o c h e que no t iene

dis tancia , i n a b a r c a b l e s .

Es por eso que la luz del oni x u m a es negra. No expl ica .

No revela. En lugar de deve la r mis te r ios , los respe ta , los vuelve

más y más mi s t e r io sos , más fértiles y p r ó d i g o s . El oni x u m a

riega la t ie r ra desconoc ida : esa es su mane ra de a lumbra r .

Y c u a n d o lo i n v o c a m o s con u rgenc ia , con h a m b r e y con res¬

pe to , con esa e n t o n a c i ó n de agua finita, de agua que pasa por

entre el a b r a z o de dos p i ed ras r e d o n d a s , oni x u m a , oni x u m a es

costado-de-un-cuchillo-de-piedra. C o n él c o r t a m o s los dedos del

M a l i g n o . C o n él s e p a r a m o s al c u e r p o de sus á n i m a s . . . Si un

ánima está en fe rma , o si co r re pe l ig ro , la d i v o r c i a m o s de su ma¬

teria du ra , n e g a m o s el c o n t a g i o , lo empalamos, el a y a w a s k h a nos

enseña el o r igen y la ub icac ión del mal , nos dice con qué h ie rbas ,

con qué ica ros d e b e m o s e s p a n t a r l o . Y si un c u e r p o está en fe rmo ,

igual: lo d e s p r e n d e m o s de su á n i m a para que no la pud ra , aisla¬

mos igua lmen te los lugares del d a ñ o , s abemos qué raíces mantie¬

nen al c u e r p o espir i tual y al á n i m a mater ia l d i s t an t e s , s e p a r a d o s ,

hasta que la ca rne resucite en el prec iso co razón de su salud.

H a s t a que su pareja de a i re , su pareja de s o m b r a , vuelva a crecer

en el c u e r p o lo m i s m o que un renaco, i nocen te , que no sabe sola¬

mente lo que sabe la ca rne , y no le impor t a ser feliz o e t e r n o ,

pues to que a m b o s es tados no son nada sino son p a r a t odos . Le

da lo m i s m o ser para su s i empre , o pa ra quien, ef ímero, lo goza. . .

Y es to , que no es nada , es t o d o . Hay d o n e s , hay pode re s , hay

m a n d a t o s . No hay mi l ag ro , en el sent ido que tu p e n s a m i e n t o le

está d a n d o a h o r a a la p a l a b r a mi lagro . No hay milagro en la

cura, no en la i nvocac ión , ni antes ni después del oni xuma . H a y

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raíces y jugo de raíces, hay cor tezas precisas pa ra esto y lo o t ro ,

varios tipos de lluvia que se b e b e , y t a m b i é n c ier tas p iedras . De

qué manera , en qué caso u t i l izar los , c u á n d o y c ó m o segarlos y

p repara r los , eso es lo que sabe el a y a w a s k h a , eso nos lo trans¬

fiere si así lo considera, si el án ima o el cuerpo lo merecen . P a r a

darte un ejemplo: si tú vives tan sólo para tu p rop i a vida, ya ele¬

giste morir. Y como nada l og ra rá sanar te , a u n q u e por fuera pa¬

rezca que has nacido y sigues v iv iendo , m o r i r á s , ya te has m u e r t o .

Pero si pe rmaneces en tu sitio, si tu alma está en su sitio y tu

cuerpo en su sitio, sin a r r e b a t a r l e a nada ni a nad ie su espac io

de vivir, en tonces no habrá mal que se defienda. El oxi xuma me

aconseja, me dicta el vegetal y el p e n s a m i e n t o fuerte, la medic ina

exacta que l impiará la t ierra y el aire de los c u e r p o s . Pa ra eso

es preciso el oxi xuma: para que el enfermo no avance , no retro¬

ceda y al mismo t iempo no se de tenga . Pa ra que la sangre secreta

del enfermo prosiga. Te hab lo de la sangre que a l imen ta al sue¬

ño, sin márgenes , como antes c i rcu laban las exis tencias de los

ashanínka, de los campa , el t i empo de los h o m b r e s den t ro del

sueño, el t iempo de los h o m b r e s en el t i e m p o perfecto .

Eso es t odo , y es nada , ya te dije. C u a n d o se sabe l lamar

al ayawaskha , es fácil todo impos ib le . No hay e r ror , no hay mila¬

gro. Hay lo que merecemos conoce r y lo que m e r e c e m o s ignorar .

Eso es lo que los urus ignora ron en su sab idur ía . T o d o es me¬

recimiento. Cada dolencia, cada en fe rmedad , viene al m u n d o de¬

trás de su remedio . Lo que pasa es que hay c u e r p o s que mere¬

cen ser uno con sus án imas , l impios has ta que ni se noten sus

j u n t u r a s , y hay otros que merecen el desequi l ib r io c o n s t a n t e , siem¬

pre huérfanos de algo, v iudos , sol teros de a lgo, met idos en sí

mismos como una cueva den t ro de o t ra cueva. C o m o ciegos que

fueran tuer tos además de ser c iegos . I n c a p a c e s de dar le nada al

m u n d o , sin j a m á s aprender que las án imas se a l imen tan de ofren¬

das , las ánimas se a l imentan de of rendarse , y que son más con¬

forme más se entregan, y conforme más dan , poseen más . Y no

da el que da de lo que t iene. Da ú n i c a m e n t e el que da de sí

mismo, el que da de su vida en la t ierra de esta vida. Sí, amigo

Soriano, de dar a l imento es que se a l imen tan las á n i m a s . Y la

ceniza se vuelve agua cuando un sediento la besa . P e r o hay quie¬

nes lo ignoran ignorándose , ni lo afirman ni lo n iegan , no m e r e -

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cen ser cue rpos tales cue rpos , ocupan un vacío en este m u n d o ,

en las infinitas exis tencias del m u n d o , y por eso íes falta s iempre

t odo , algo de a i re , un m e n o s m á s de t ierra, su án ima en desacuer¬

do , inserv ib le , su carne en d e s a c u e r d o . El oni x u m a sabe desmez¬

clar los . Para eso es filo de p ied ra p lana , es he r ida y cuchil lo y es

pun ta de la p r i m e r a flecha de la ú l t ima costil la, y es aguja que

cose o que desgar ra . Sabe a p a r t a r los cue rpos de sus án imas y

sabe r e t o r n a r l o s . Sabe quién sí, quién no, es d igno de esta vida, o

es digno de las o t ras , o es digno de n inguna . Yo obedezco apenas .

Sin la luz negra del oni x u m a ni s iquiera ignoran te es lo que soy.

Ni s iquiera me equ ivoco , ac ier to al revés, que es d is t in t í s imo, el

ayawaskha me convier te en su i n s t rumen to más desd i chado por

lo p o d e r o s o . Si es m u c h o lo que desconozco , lo que no a lcanzo

a ver, no i m p o r t a : el a y a w a s k h a sabe. T o d o es m e r e c i m i e n t o . El

a y a w a s k h a o r d e n a , o d e s o r d e n a , yo obedezco . Si no me o r d e n a

nada o b e d e z c o igua lmen te . Y si me o rdena p o s p o n e r la m u e r t e ,

¡entonces sí, en tonces t r ans fo rmo cua lqu ie r d a ñ o en r e c u e r d o s . . .

Así es, c reo haber d icho ya más de lo que su p regun ta que¬

ría conocer . ¿Lo ve usted? Las pa labras p o n e n en m o v i m i e n t o

otras p a l a b r a s , d e s a m a r r a n p o t e n c i a s , l iberan ot ras fuerzas. Si la

pe r sona que oye mis p a l a b r a s tan sólo sabe oir mis p a l a b r a s , es

una lás t ima p e r o no interesa: ya se ha l lan las po tenc ias por ahí ,

desde el a i re , r eco r r i endo y t r a n s f o r m a n d o el m u n d o . ¿No ve?

Ya se lo dije. T o d o es m e r e c i m i e n t o .

— ¿ O sea que e l a y a w a s k h a abre la pue r t a para que pene t r e

la salud?

— T o d o es m e r e c i m i e n t o , j o v e n Sor iano . Semig i rando e l ros¬

tro una vez , o t ra vez, d i s t r a y e n d o mirares en el sue lo , bajo una

p o m a r r o s a que has ta ayer yo no había vis to. M i r a estas hormi¬

gui tas , se l l aman c i ta rácuy. ¿Sabías que p red icen el futuro? Y o ,

si lencio, se está m o f a n d o , p i enso . Míra les c ó m o cor ren a prote¬

gerse de la l luvia, dice Ino M o x o , a p u r á n d o s e cor ren , míra les

cómo se a t o l o n d r a n b u s c a n d o el caser ío , i n g r a t a m e n t e , de jando

atrás al t i e m p o que las guió . La c i tarácuy sabe que den t ro de

unas h o r a s , c inco o siete h o r a s , ella sabe, va a ponerse a l lover.

Pe ro lo que p a r a estas h o r m i g u i t a s es unas h o r a s , c o n s i d e r a n d o

el t i e m p o de su vida, para n o s o t r o s serían diez o quince, años

cuando m e n o s . ¿Qué h o m b r e podr í a predecir , p rec i so , que den t ro

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de quince años y a tal hora exac ta va a ponerse a l lover? M u c h o s

animales de por aquí lo saben. H a s t a ciertas flores, a n t i c i p á n d o s e ,

se cierran, se esconden m u c h o antes de que l lueva. Y más cosas

presagian por aquí. Yo he s ab ido , el aire me ha b r i n d a d o , que

hace bastantes antes todos los h u m a n o s sabían de a n t e m a n o , en

el t iempo sin t i empo los he visto. M i r a b a n el po rven i r c o m o quien

ve lo que se ha ido ya. Con el t i e m p o quizás, o con su n o c h e , fue¬

ron ext raviando esos poderes . H o y sólo a lgunos p u e d e n , general¬

mente niños, o shi r impiáres , brujos . De recién n a c i d o s t o d o s tene¬

mos tales dones , muchos poderes m á s , pero c u a n d o a v a n z a m o s ,

crecemos hacia a t rás , por cuál razón será, y los v a m o s p e r d i e n d o .

El hablar , por ejemplo. A h o r a estoy h a b l a n d o p a r a ti. Si n o ,

más que seguro, hab la r ía de o t ros m o d o s , no desenvo lve r í a los

conceptos según a tu manera . P e r o tengo que usar de tus pala¬

bras , por fuerza, tengo que somete r a mis pa l ab ra s d e n t r o de las

tuyas , adaptar mis pensares y cal lar o t ros que no caben , que se

rebelan a ese encierro que us tedes l l aman cohe renc ia . Si tuviéra¬

mos t iempo, t i empo de merecer , acaso podr í a enseña r t e a uti l izar

mis ojos, a decir con mi boca , e n t e n d e r í a s acaso . A h o r a t engo

que rebajarlo t odo . El p r o b l e m a es el t i empo .

Y el maest ro Ino M o x o , c o m o alejando su boca , no su voz,

de mi creciente in terés , de su p r o p i o cue rpo sen tado sobre el tron¬

co frente al río M a p u y a , y h a c i é n d o s e más débil y lento en sus

palabras :

— D e n t r o de poco tengo que m a r c h a r m e . El p r o b l e m a es

el t iempo, este t i empo. Y por más que me espe res , no p o d r á s

esperarme. Mi t i empo no es tu t i e m p o sino el t i e m p o del jefe

Ximu. A n o c h e he soñado con el jefe X i m u , he vue l to a ve r lo ,

ha desaparecido echando h u m o , el t i e m p o de su c u e r p o , un gran

humo amar i l lo . . .

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la cachetada que incendió al petróleo

Sé quién abofeteó esa mañana a Severo Quinchókeri. Fue un

capataz llamado Eulalio Vargas, furioso porque un tazón de

azúcar había desaparecido de su mochila. Cerca al Sepawa suce­

dió, arriba, en el campamento petrolero de los franceses. Y peor

sucedió: el capataz afrentó al ashanínka Severo Quinchókeri de­

lante de dos piros, ¡dos piros, dos gentes de la tribu más enemiga

de los ashanínka!, y nada menos que a Severo Quinchókeri que

además de ashanínka era marido de la nieta preferida del viejo

jefe Ximu. Ni gesto ni palabra denunció el ofendido, pero en

ese momento, aun antes de su rostro castigado, el severo silencio

de Quinchókeri sentenció por su mano al capataz. Los piros tes¬

tiguantes lo supieron, convocaron a sus guerreros y se alistaron

para lo inminente. Los petroleros fueron alertados por ellos para

nada: ninguneando los riesgos, muy confiados siguieron trabajan¬

do en su normal.

Tras la siguiente madrugada descendieron los hombres de

Ino Moxo y asaltaron bailando el campamento virakocha. Sopla­

ban cerbatanas y unas flautas oscuras que se llaman 'songárin-

chis'. Un rostro de un solo ojo, inconfundible, sumó su destreza

a la rabia encantada de la Pantera Negra: las gentes del ashanínka

Inganíteri, apartando discordias que les venían desde antiguo,

junto a los amawaka de Ximu y de Ino Moxo prendieron fuego a

todo. Horas ardieron los tanques de petróleo, más rojos y más

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negros y más altos que la explosión del cielo. Fue muerto el capa¬

taz Eulalio Vargas, el ingeniero Mauricio Berríos y otro ingenie¬

ro, un griego apellidado Soliris. Tarde, en la tarde, llegaron uni¬

formes con fusiles desde la Comisaría de Atalaya. No encontra¬

ron nada en el campamento petrolero, nada en el caserío próximo

que fue vivencia de los amawaka. Únicamente, a flor de tierra

fresca, apariencias de tumbas, restos de cuerpos semidevorados.

Para no iener que guerrear contra soldados, ese asunto no

era asunto de uniformados, solamente por eso los amawaka deci¬

dieron instalarse más lejos, en la isla que algunos llaman Chumi-

chinía, dentro del Ucayali, entre las poblaciones de Bolognesi y

Chicoza, por donde desemboca la quebrada de Puntijáu. Los

petroleros sobrevivientes no han querido regresar, ignoramos por

qué. Los amawaka están hasta hoy allí en su nuevo sitio, jefa-

turados por un campa, por el ashanínka Severo Quinchókerí, vi-

.viendo como siempre y como antes, en paz.

—Y esto pasó hace poco , a mediados de 1976 , me dice Ino

M o x o ingresando al pob lado de la isla M u y u y , c r u z a n d o ya la

Plaza R u m a n i a bo r rada por la noche , o por la n o c h e .

240

7

el maestro Ino Moxo se despide

¿Hay una m e m o r i a del c o r a z ó n ? , me r e spond ió I n o M o x o a l

día s iguiente . Será. Y será que desde ella, d o b l e g a d o por luces

de a y a w a s k h a , me ha ven ido la cara del jefe X i m u , facciones que

confundo con las del inka M a n k o Kalli sos t en iendo aquel vaso

de m a d e r a . T o d o el cue rpo de X i m u , aletas de l u p u n a sus p ies ,

fino y duro bajo la c u s h m a que a r r iba , como luna , va c a u s a n d o

las nubes en su cabeza de hojas anchas . Me mira su copa mode¬

lada por j í b a r o s e q u i v o c a d o s , su testa g randec ida c lavada en una

es taca , y me mira su cuerpo de l u p u n a amar i l la .

— T e n g o que m a r c h a r m e , dice X i m u a p e n á n d o s e a p e n á n d o -

m e , sa l iendo l e n t a m e n t e del c a m p o de mis v is iones . Y no es el

jefe X i m u . Es el jefe I n o M o x o . Me fuerzo a « s c u c h a r l o , con¬

sigo apenas oir su c u e r p o , el i ca ro vacío de su piel . E n t r e un

túnel de p a k a de espinas b o n d a d o s a s observo sus pa l ab ra s que

r evo lo t ean has t a mí , l una readas de neg ro , m a r i p o s a s . Tengo que

m a r c h a r m e , rep i te Ino Ximu, repi te Ximu Moxo a c e r c á n d o s e m e ,

su cara cae desde la l u p u n a con h i lachas n u b o s a s en el cabe l lo

oscuro que c l a rea , c a s t año . T r a t o de r e a n i m a r m e , soy conscien¬

te , me digo. N a d a . H o r a s de años pasa ron . Vi e l b a r c o devora¬

do por ese r e m o l i n o de z u m b i d o s y p e n u m b r a s , g rac ias . A y a -

w a s k h a y t o h é , g rac ias , mil grac ias . Vi a K a a m e t z a en la r ibera

vigi lando el sueño de N a r o w é , grac ias . Vi a N a r o w é que desper¬

taba en la p l a y a de ese lago que o t ra vez era un r ío. Vi la pan-

2 4 1

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guana m a c h o que empol laba cinco iunas azules , ¿o naran jas? , en

la súplica negra de aquella m a d r u g a d a , m a n o del A m a z o n a s , gra¬

cias, kotomachácuy de cinco cabezas a l a rgándose has ta la cabana

de Don Juan Tues ta en la isla M u y u y , gracias .

Y de las cinco lunas, q u e b r a n d o el casca rón hecho de plu¬

mas de alas e scamosas , vi salir a los hijos de mis hijos r u m b o a

las cua t ro esquinas del universo, a fundar las n a c i o n e s . Vi cuan¬

do todo el m u n d o era ceniza, el mar , el amor , el a i re , las prome¬

sas, la luna, la juven tud anciana de las cosas . Y vi c ó m o cpía

un rayo sobre la pomarrosa . Es K a a m e t z a , vi que decía el dios

P a c h a k a m á i t e . Es el primer h u m a n o , e l p r imer h o m b r e , veo que

dice Don Jav ie r en la antesala del Ho te l Tar i r i , e n t r a n d o al r ío ,

e n m a r a ñ á n d o s e en risadas hondas . Veo los dibujos en los m u r o s

del hotel y no veo dibujos. ¡Estoy m i r a n d o ros t ros de a lmas ,

mapas de c iudades , ciudades que son a lmas en m o v i m i e n t o , dis¬

t ingo caras n í t idas , conocidas , ros t ros de a lmas b o s c o s a s ! ¡Veo

casas que cambian de lugar, c iudades vivas, selvas i ne spe radas

que se abren en el aire, invisibles ent re la e spesu ra y el pel igro

constantes! U n a mujer negra me dice algo con la boca inmóvi l ,

me le acerco y descubro un cajón musical a sus pies . V e o que

el cajón suena sin que ninguna m a n o lo t o q u e , y sus no tas son

pa lab ras , voces que huyen de la piel del t ra idor : un id ioma per¬

dido está f luyendo del tambor de los indios bo ra . Y veo que

conozco esas pa l ab ra s , son viento de los q u e c h u a s , se dibujan

cont ra la t e l a raña que resplande de golpe b o r r a n d o a la mujer

b lanca , ta l ladas en corteza de renaco sangran te , las p a l a b r a s , y

el renaco es piel de ese tambor, y de su piel emergen las p a l a b r a s ,

gota a gota, de la tierra hacia el c ie lo , lluvia d o r a d a r e s t a l l ando

en el aire y e n t r a n d o a mi nostalgia:

Apu míski yáwar

Qespichíway yáwar

Auqay kunamanta

Una por una ingresan: apu, t o d o p o d e r o s a , miski, du lce , yá-

war, sangre. Todopode rosa sangre dulce . U n a por una: qespi-

chíway, a p a r é a m e con el cristal, vué lveme c r i s ta l ino , l ibre , prís¬

t ino . Auqay, enemigo. Kunamanta, t odos los h o m b r e s .

242

Todopoderosa sangre dulce:

aparéame con el cristal, vuélveme prístino,

líbrame de todos los hombres que son mis enemigos.

Es oro lo que vier ten las p a l a b r a s l lov iendo en mis oídos . Y

mi cabeza se hace t r a n s p a r e n t e , g rac ias , se t o r n a una vasija de

arcilla c e n t e l l e a n t e , llena de agua de lluvia. Y en la vasija de mi

cabeza , veo , f lota o t ra cabeza , te rca b a r b a de acero como arma¬

dura de c o n q u i s t a d o r , y t ras de la ba rba a s o m a n labios duros y

d o r a d o s c o m o picos de w a p a p a . Me a p r e s u r o , l a ex t ra igo antes

que el agua h ie rva , la descanso en la a rena , formo ese semic í rculo

de g u e r r e r o s , de s i lencios, de sombras que ya están r e d u c i e n d o

sus t rofeos. Yo m o d e l o el mío con ceniza ca l i en te , con ha r ina

de huesos de mis a n t e p a s a d o s , le voy d a n d o facciones que no he

visto j a m á s y que c o n o z c o : es el inka H o h u a t é , es el t r a idor Mo¬

rales B e r m ú d e z , la tes ta r enac ida del t r a idor , es el pi ro A ta -

wal lpa que beb ió el triunfo en el c r áneo de su h e r m a n o Wáska r .

Y el agua de mi vasija se hace roja, luna de P i saq , sol de P a w -

k a r t a m p u , g r a c i a s , c o l m a d a mi cabeza por la e s p e r m a del sol, y

sangra con c r i s ta l ina sangre , y de t rás de ella a s o m a D o n Javier ,

p lanea c o m o un c ó n d o r ese Cr i s to feliz, las gar ras de su án ima

l lenas de c i ca t r i ces , y el c ó n d o r me rescata de la t ie r ra y me lleva

por los a i res . Me veo volar le josmáslejos y al m i s m o t i empo me

estoy v iendo aquí en casa de I n o M o x o j u n t o a Iván y a Fé l ix

Insap i l lo con los ojos c e r r ados s u d a n d o en los r incones sobre el

piso de p o n a r a s g u ñ a d a . De súbi to se b o r r a n Insap i l lo e Iván y

sus lugares p a r e n un paisaje que n u n c a he vis to an tes , me veo

camina r en t r e p e ñ a s c o s , g r a n d e s rocas t a l l adas con perfiles de

m o n o s , d i n o s a u r i o s , signos que no c o m p r e n d o , ¡y yo soy una

huel la de pie h u m a n o en la p iedra , t engo sesenta mi l lones de años

de edad! En la choza del brujo I v á n se i n c o r p o r a , se acerca a

l n o M o x o , su voz cruza el cua r to c o m o serpiente de h u m o :

— A c a s o le ha hecho d a ñ o a C é s a r la mezc la con t o h é . . .

Y la se rp ien te t iene alas y escapa h u m o v o l a n d o hacia el bos¬

caje, me siento sosegado , t o d o está bien, m i r a n d o con los ojos,

y sé que lo que veo no es lo que veo , sé que obse rvo otras cosas .

Un niño a m a w a k a sube los p e l d a ñ o s de la choza y sonríe . ¡Es

el guía Ino M o x o , es el p e q u e ñ o

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él, quiero abraza r lo , la visión se retrae otra vez has ta el bosque .

¡Es Ino M o x o niño, es la niñez anciana del m a e s t r o , la infancia

de la Pan te ra Negra que nuevamente se aleja y se disuelve bajo

la p o m a r r o s a entre las l ianas de g a r a b a t o k a s h a ! Giro el ros t ro

hacia el h u m o , t raspaso el shirikáipi que fuma el brujo , veo: el río

Mishawa está a t ravesando la cabana , sus aguas verd inegras sue¬

nan en el e m p o n a d o , huyen r e t u m b a n d o por la pue r t a de la choza

del brujo, descienden los pe ldaños de m a d e r a que ahora son de

piedra y se despeñan en mansa catarata . Las m a d e r a s del piso

se repl iegan en busca de otra forma, son m e d u s a s de p iedra , son

ex t raños , son fósiles de peces y caracoles g igan tes , me inc l ino ,

alzo uno de el los, lo pongo a mi derecha sobre el p iso , j u n t o a

la w a p a p a que está comiendo pueblos , cu l t u r a s , c ivi l izaciones

ve rdade ra s , hombres de carne y hueso , p e q u e ñ o s como frutos del

aguaje. La w a p a p a desgarra sus espa ldas , bebe sus cabeci tas re¬

duc idas , sin ojos, entre su picó el R ío C o l o r a d o fluye, la v ida de

los m a s h k o s está f luyendo todavía . Veo a mi p r i m o César Ca lvo

que se pone de pie, levanta a la wapapa ca rn i ce ra , le a r r anca la

cabeza, grac ias , con mis dos manos . Veo que del cuel lo roto de

la w a p a p a m a n a ahora el río M a p u y a bajo el sol de hace t i e m p o ,

avanza en dirección del U r u b a m b a , sube por las m o n t a ñ a s , gra¬

cias, se adelgaza en el Valle Sagrado de los I n k a s entre c u m b r e s de

nieve. Y me quedo dormido con los ojos le janos y con t en to s ,

gracias . Sigo v iendo, do rmido , otras v is iones . Y sé que estoy

desp ie r to , soñando un sueño mucho más real .

8

José María Arguedas besa la boca de

una cerbatana

Y no pude ver más. Desperté. Sentado sobre un tronco de es-

pintana, a mi derecha, como carta de difunto brillaba Don Javier.

Frente a él cantaba Narowé en mi visión pero su voz era la de

Don Hildebrando en Pucallpa, la boca de una guitarra blanca que

repetía versos de Raúl Vásquez en ¡o alto del aire, tras un empa¬

rrillado de arcoírises:

Y tú me dejas solo

como el cielo dormido,

como cuando la lluvia

va escribiendo el olvido,

igual que las canoas

que no verán el río.

¡De ahora en adelante no vas a cantar más!, ordenó Don

Hildebrando a Narowé. ¡De ahora en adelante tú serás la can¬

ción!... Y el Juglar de la Selva se convirtió en la selva. Yo lo

vi con mis ojos. Lo miré dirigirse al Amazonas, hundirse y re¬

tornar con la luna entre los brazos. Y la luna sonaba como todas

las músicas del mundo, como todas las músicas del hombre sobre

el mundo. ¡Manguaré, manguaré!, decía Narowé con los labios

pegados, cantando dentro de un río de regreso, remontando el

Urubamba, el Willkamayu, andando aguas arriba, por el tiempo,

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llevándose los bosques como si fueran piedras en su alforja, peca¬

dos de colores, grandes rocas de grandes fortalezas que Narowé

movía con cánticos callados, que empujaba sólo con icaros, can¬

tando y pensando, alzando un imposible frente a las naves de los

virakocha, un e m p a l a d o de almas, un invencible muro de bam¬

búes contra la voz del mar...

—Es que no son bambúes, me dice Don Juan Tuesta sen¬

tado en la espintana, a mi derecha. Canillas de tanrilla, penes

de achúni, eso son, dice desde mi izquierda Don Hildebrando.

No hay ave más buscada que la pobre tanrilla ni ser más envi¬

diado que el inocente achúni. El achúni es el único personaje

del mundo que siempre, aunque no quiera, vive alzado: un mástil

poderoso, de hueso, avanza entre su falo. Y la tanrilla vive con¬

denada a los aires: si desciende a la tierra, o pierde las dos pier¬

nas o pierde la existencia. No hay mejor filtro de amor que las

canillas de una tanrilla, sonríe Don Juan Tuesta. Y Don Hilde-

brando asiente: los brujos engañan a las tanrillas, las imantan

cantando como garzas, y las tanrillas bajan, y regresan al cielo

andando en dos ausencias, igual que los amores que ellas desatan,

en dos hilos de sangre. Los shirimpiáre cu ran sus canillas corta¬

das, las icaran, ayunan, las guardan bajo tierra. Después del

tiempo justo, después de ese polen plateado de la nube a cuya

sombra olvidan, ya hueso limpio, puro, las extraen, las desentie¬

rran como dos cerbatanas delgaditas. Si un varón desdeñado

consigue ver a la hembra desdeñosa, desnuda, usando la canilla

de tanrilla como una largavista, al cabo de tres días no tendrá él

que perseguirla más, ella lo perseguirá.

—Pukuna del amor, eso es la canilla de tanrilla, por donde

se dardean miradas infalibles, me dice Don Hildebrando.

—Pero básicamente, acota Don Juan Tuesta, los brujos las

utilizan a modo de boquillas en su clásica pipa de icarar. Todo

brujo, al fumar para hechizos, mordisquea canilla de tanrilla,

cerbatana de hueso que funciona al revés: en vez de ser soplada,

es aspirada.

Y Don Hildebrando:

—Porque los verdaderos shirimpiáre no fuman cuando fu¬

man: a través del tabaco inhalan ánimas, fuerzas que la tanrilla

supo extraer del cielo cuando caminaba, en otro tiempo, cuando

246

sólo pisaba senderos transparentes y no sepultos rumbos, no pu¬

pilas ni bocas impiadosas, humosas...

No pude oírlos más. Me desperté. Con los ojos tapiados

quién sabe por cuáles sueños, miré: José María Arguedas volvía

caminando sobre el río, desde el embarcadero de 'Dos de Mayo'

que se nublaba al frente de la isla, envuelto en una cushma ama¬

rilla y flamante. La muerte lo miraba por el ojo de una pukuna

de tanrilla.

—¡Dime qué puedo hacer!, plañó la voz rugosa y grisácea

del río Amazonas. ¡Dime qué debo hacer, José María Argue-

das, para que no nos abandones, para que no resignes tu frente

hacia el dardo que sopla el enemigo!...

Y José María Arguedas, un trecho más allá, delante mío,

respondió sin dejar de caminar sobre el río:

—¡Regresa al Urubamba!, así le dijo, ¡regrésame contigo

aguas arriba! ¡Avanza cuatro siglos! ¡Retrocede, Amazonas, cua¬

tro siglos por el Río Sagrado! ¡Impide el desembarco de los bár¬

baros, los virakocha, los conquistadores!

¡De ahora en adelante ya no vas a ver más!, lo interrumpió

la voz de Don Juan Tuesta. ¡De ahora en adelante, José María

Arguedas, tú serás la visión!

Narowé, el primer varón, obedeciendo, se puso el poncho

rojo de su cushma amarilla, ¡yáwar fiesta!, gritando, ¡raymi-yá-

war!, cantando, y enfiló hacia las alas de aquel toro que ardía,

enfiló hacia las astas de aquel cóndor. José María Arguedas

avanzó a la ribera, caminó nuevamente sobre el agua, fue de

frente a la boca de esa pukuna negra.

Y desapareció su cuerpo echando humo.

Yo lo vi en mi visión.

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9

el maestro i no Moxo desaparece echando

humo

— N u n c a a p r e n d e r á s que no se t ra ta so lamente de querer apren¬

der, me i nc r epa Ino M o x o . Si yo fuera árbol , d ice , si yo fuera

árbol y quis iera c a m i n a r c o m o h u m a n o . . .

— N o p o d r í a , lóg ico . . .

— ¿ L o ves? , se impac i en t a él. ¡Claro que camina r í a , sí: ca¬

minar ía! Y b o r r á n d o m e con un fulgor de sus ojos ca s t años : ¡Pero

camina r í a c o m o un árbol , no c o m o un ser h u m a n o ! . . . Lo mis¬

mo pasa con us tedes los v i r akocha : a lgunos t i enen vo lun tad de

id ioma y ca recen de boca. Yo pod r í a d e c i r t e - m u c h a s cosas , no

e scucha rá s n inguna . Y si e s c u c h a s a lguna será s iempre a tu

m o d o . Las oi rás c o m o árbol , no c o m o yora , no c o m o a m a w a k a .

El asunto más difícil no es querer . Es el t i empo . C o n el t i e m p o ,

a ca so , tú p o d r á s e scucha r y c a m i n a r . Y con el t i empo yo te es¬

cucha ré , c a m i n a r é tu c amino sin d e s a n d a r e l m í o . T o d o , con el

t i e m p o , vo lve rá a ser de t odos . P o d r e m o s existir en nues t ra vida

y a la vez en la vida de todas las pe r sonas que an t año fueron

cosas , y en la vida de las cosas que h a b r á n de ser pe r sonas . To¬

das las ex i s tenc ias , incluso las nov idas que vive un chu l l achak i ,

las vidas i n v e n t a d a s por Don Jav ie r , por mí. La apar ienc ia de

v ida , por e j e m p l o , de mi ahi jado I v á n C a l v o , tan igual a su vida

v e r d a d e r a que si tú te lo e n c u e n t r a s en el b o s q u e , por e jemplo

v in iendo del M a p u y a , no dudes un ins tante que se t ra ta de Iván

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Calvo . Con el t i e m p o , inc lus ive , la vida s imulada de ese Iván

Ca lvo c o n d u c i r á tu v ida . . . ¿Me es tarás e n t e n d i e n d o ? . , .

P o r q u e los v i r a k o c h a inc luyen , den t ro de su saber , sólo las

rea l idades que h a c e n la pe r sona , las ín t imas , no las universa les

e infinitas, no sé c ó m o decí r te lo en p a l a b r a s . N u e s t r o río no es

el ún ico , acep tan ahora así los v i r a k o c h a . Hay o t ros r íos , dicen.

C o m o si ú n i c a m e n t e hub ie ra r íos, y c o m o si t o d o s los r íos fueran

de agua y tuv ie ran dos m á r g e n e s que t e r m i n a n en el mar. No

conc iben que un río tenga una , o t res , o cinco or i l las . No com¬

p renden un río de aguas qu ie t a s , de aguas que r e t r o c e d a n . Es

imposib le que un río pueda t r ans i t a r sin agua, d icen , que avance

sin moverse por en t re dos paisajes , que sean los paisajes quienes

vuelvan del mar . No ven los m u n d o s que h a c e n este m u n d o ,

aquel los que nos abre por e jemplo el oni xuma . A l g u n o s , vira-

kocha , los m e n o s v i r akocha , t o l e r a n d e t e r m i n a d o s conoc imien to s

nues t ro s , sólo los relat ivos a los vege ta les , los que ellos conside¬

ran conoc imien to s . P e r o no ven que los vegeta les son apenas el

ex t r emo visible de la cura. L o s v i r akocha ap l i can nues t ros ve¬

getales y fallan, no hay buen r e s u l t a d o . Los vege ta les no son

nada sino se ha l l an inser tos d e n t r o de su to ta l , en la to ta l idad de

conoceres que nos han sido l e g a d o s , en esa infinita a rqu i t ec tu ra

de rea l idades s a g r a d a s , cada una con sus pue r t a s p rec i sas . Igno¬

ran que esas pue r t a s son una sola, única , y que su l lave es múlti¬

ple . Y que esa l lave nunca se repi te y es s i empre el oni x u m a .

P a r a ellos es t óx i co , a y a w a s k h a es d roga , dicen a l u c i n ó g e n o , y

e x p e r i m e n t a n , j u e g a n . Así han j u g a d o con t o d o s i empre , sin

darse cuen ta , d e s p e r d i c i á n d o l o . C o n el t i empo han de aceptar¬

nos en toda la ve rdad . A c e p t a r á n no sólo la ú l t ima hoja de la

copa del árbol sino t ambién el á rbo l , sus ra íces , la t ier ra que ha

fundado esas r a í ces , así has ta el infini to, ese t i e m p o que se repite

y se repite s iempre por p r imera vez en el p e n s a m i e n t o , en el pen¬

samiento de los h o m b r e s c u a n d o p iensan la ex i s t enc ia . . . Ya

sea que a lgún día la vida de los h o m b r e s vue lva a o cu p a r un

vacío amar i l lo , un reflejo en el aire de ceniza, o ya sea que habi te

o t ro t r a s cu r so , o t ro existir, un r u i d o , un caracol de p iedra sin

m e m o r i a . . . P o r q u e las cosas no son ú n i c a m e n t e reales o única¬

mente i lusor ias , c ier tas o v e r d a d e r a s . Hay mul t i tud de ca tegor ías

in t e rmed ias desde las cuales exis ten las cosas , m u c h a s ca tegor ías

250

de real , al m i s m o t i e m p o y en dis t in tos t i empos . Y tú habrás de

verlo. A u n q u e hoy te sea difícil acep ta r , por e j emplo , que los

a m a w a k a no s o l a m e n t e sobrev iv imos gracias a los wínches te rs y

a las ba las . N o s fue dado vo lve rnos invisibles. X i m u sabía icarar

a sus guer re ros p a r a que los d a ñ i n o s , los c a u c h e r o s , no los vie­

ran. Se hac ían nada . A mí, de j o v e n c i t o , t rece años tenía , tam¬

bién así me i c a ró . Y así sobreviví . Los c a u c h e r o s p a s a b a n a

mi lado sin n o t a r m e , b u s c á n d o m e con sus ca rab inas por el bos¬

que. Y nada . No hab ía nadie en mi lugar . Yo me reía de e l los ,

ca l l ado me reía de sus balas que me r a s t r eaban por el aire. H a s t a

ahora r ecue rdo la c rue ldad de F i t zca r ra ld y de sus m e r c e n a r i o s .

Y de sólo pensa r que aquel los genoc idas eran h o m b r e s , has ta hoy ,

por m o m e n t o s , me dan ganas de n a c i o n a l i z a r m e cu lebra , o pa lo -

sangre , o p i ed ra de q u e b r a d a , cua lqu ie r cosa . . .

Dos a m a w a k a pasan en este ins tan te frente a n o s o t r o s , car¬

gando cajas ra las en las cuales t ra j imos más ralas p rov i s iones .

Ino M o x o , m i r á n d o l o s :

— E l l o s d o s , por e jemplo , mis p r i m e r o s ah i jados , fueron

escogidos p a r a dar cast igo a l h e r m a n o m e n o r de F i t zca r ra ld .

X i m u los i ca ró , los magne t i zó d o t á n d o l o s de p o d e r e s p rec i sos ,

suficientes. El día j u s t o , a la ho ra j u s t a , ellos dos se d e s n u d a r o n

y en t r a ron al M i s h a w a . C o m o quien ent ra bajo un m o s q u i t e r o ,

así en t r a ron al r ío y se fueron t r a n q u i l o s , c a m i n a n d o por el fondo

de p iedras . A p a r e c i e r o n en el río P u n í s . All í ajust iciaron a

Delfín F i t z c a r r a l d , vo lv ie ron a m e t e r s e bajo el r ío , r eg resa ron

a n d a n d o , sin m o j a r s e , bien t r a n q u i l o s . . .

Sigo v i e n d o , d o r m i d o , más vis iones . A l g u i e n , supongo que

Insap i l l o , vier te j u g o de caña en mis pup i l a s , vue lvo a ver. Es toy

de nuevo aquí , sin h a b e r m e ido j a m á s , en la choza del brujo de

los brujos, a un c o s t a d o del M i s h a w a . Es de día.

Esta luna que ahora nos alumbra desde el fondo del Ama¬

zonas, es la cuarta luna que acompaña a la tierra, dijo mi primo

César que Don Javier le dijo que le dijo Inganíteri. Y dice que

la luna anterior no fue un tronco hueco sino un otorongo, un

tigre de ceniza. Aquella luna negra, ese tigre luminoso y redondo

fue condenado por el dios Pachakamáite a ser derribado, sin

251

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culpa de castigo o recompensa, sentenciado a perder sus alturas

y caer en la vida de los hombres. Los boscajes del Gran Pangoa

fueron el sitio elegido por Páchakamáite para que la luna cayera

como zarpa de pecado en el costado de la tierra del hombre.

—Sabrás que el río Pangoa desemboca en el Perene, le dice

Inganíteri a Don Javier. Sabrás que el Perene y el Ene forman

el río Tambo, y éste y el Urubamba paren al Ucayali quien, con

el Marañan, más allá de los bosques de palosangre, son los dos

ojos de Narowé que dieron nacimiento al Amazonas. A siete

kilómetros de donde el Pangoa aumenta al Perene existía un po­

blado llamado Puerto Ocopa, convento franciscano, escuela crea¬

da para enseñar a los niños ashanínka las inconveniencias de la

civilización occidental.

—Como los sacerdotes no podían reunir suficiente población

escolar, me dijo Don Javier, se vieron obligados a obligar a los

piro y a otros enemigos del país ashanínka, a incursionar los

límites del Gran Pajonal, a emboscar a los campa, y no para

matarlos, por más que los mataban, sino para raptarles su pro¬

genie. Con niños secuestrados y huérfanos colmaron las aulas de

los Hijos de Dios de Puerto Ocopa. Todos ellos murieron, pro¬

fesores y víctimas, occidentales y ashanínkas, iodos ellos murie¬

ron el día señalado por el páwa Páchakamáite para que el otoron-

go cayera sobre el universo...

El maes t ro Ino M o x o se ha m a r c h a d o , oigo que dice I v á n

cuando despier to . Se acaba de ir al m o n t e , so lo , a tav iado con

su cushma amar i l l a . . .

Y negándome el ros t ro , r emi t i endo sus ojos a un r e c u e r d o ,

fingiendo mirar la puer ta de la choza que ya se abre en el sol:

— M e pidió que lo despidiera de ti , e l m a e s t r o Ino M o x o

me pidió que no te desper tara has ta que él se hub i e r a ido.

—Una semana antes del día señalado, todos los animales

del Pangoa y del Tambo quisieron avisarnos. Yo lo vi con los

ojos de mi padre más lejano, me dice el curaca Inganíteri. Por¬

que justamente siete días antes todos los peces se desesperaron.

252

Igual que tempestades de pánico huyeron de las aguas del Tambo

y del Pangoa con premura de agónicos, como si abandonaran dos

incendios torrenciales, y se lanzaron a contracorriente dispután¬

dose el aire de los ralos oleajes, hacia los riachuelos, las quebra¬

das escuálidas,, hacia el frágil refugio transparente y tapizado

de piedras de aquellos arroyuelos lastimosos, áridos, que se angos¬

taban. Por millares murieron pretendiendo avisarnos, y murieron

en vano.

—Sabrás que a ambos lados del Pangoa, antes de Puerto

Ocopa, se alzaban dos colinas gigantescas, me dice Don Javier.

Sobre aquellas colinas cayó el gran otorongo, las juntó con sus

zarpas, negó el paso a las aguas correntosas. Los franciscanos

que se hallaban lejos, y que por omisión sobrevivieron, afirma¬

ron entonces que no fue un otorongo sino un sismo, un cataclis¬

mo, que fue sanción de dios y no la luna.

—Ellos, pues, qué saben, dice Inganíteri.

—Fue ese tigre negro quien dispersó a los campa. Con ga¬

rras colosales fusionó a los dos cerros y en el sitio de su abrazo

las aguas del Pangoa suplantaron a todos los océanos y el furor

de esos mares represados cayó como una ola sin distancia ni

tiempo, como una sola ola de piedras, miedo y lodo, hacia el cauce

vacío del Pangoa, hacia el deshabitado Perene, hacia el inútil

Tambo, y atravesó la piel del Ucayali, lo hizo un puñal de muer¬

tes y de fango que ofendió lo imposible: el Amazonas.

—Y eso pasó hace poco, en la tercera luna de 1947, me dice

una cara que recuerdo pero que tampoco he visto jamás.

P o d e r o s o y m a r e a d o t odav í a , en q u e b r a n t o , me dejo condu¬

cir por Fé l ix Insap i l lo . A t r a v e s a m o s la d i spers ión m a r r ó n del

caserío a m a w a k a , r ecue rdo n iños ba r r i gudos m u d o s , aquel los dos

nat ivos que g u a r d a b a n nues t ras cajas de v íveres , vac ía s , c o m o

car iño , y un p e r r i t o ro toso que ape l l i damos ind i s t in t amen te Wás-

kar, Almirante y Sangreazaul, y que nos fue a c o m p a ñ a n d o d a n d o

sal tos, f ro tándose a mi p i e rnas , en q u e b r a n t o , has ta que atrave¬

samos esa i n s o m n e mura l l a de b a m b ú e s . R e c u e r d o e l a r o m a r

de p o m a r r o s a al pasar s o s t e n i é n d o m e del b razo de Insap i l l o , y

aquel e n r e d o de g a r a b a t o k a s h a t ras del cual se esfumó la niñez

chul lachaki del brujo Ino M o x o .

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C u a n d o r e c u p e r é mi co razón ya e s t ábamos de vuel ta en el

río M a p u y a r ecog iendo los fósiles de hace mi l lones de años , los

recuerdos del m a r que fue esta selva, los g randes ca r aco l e s vuel¬

tos piedra , las m e d u s a s r emotas . P e n s é en la w a p a p a , creí escu¬

char lejos, muy lejos, el eco del b a l a z o con que no la m a t é . Y

to rnamos a c a m i n a r por esa t r o c h a s inuosa y ca l i en te has ta la

misma orilla fangosa del Inuya . D e s a m a r r a m o s nues t r a p i ragua

de lo hondo del boscaje , la e m p u j a m o s , c a n s a d o s , muy c a n s a d o s ,

y se la devo lv imos a las aguas del I n u y a b r a m a n t e .

—Dicen que fue hace poco pero ellos pues qué saben, dice

el curaca Inganíteri. Por los antiguos de mis antiguos sé que

ocurrió hace siglos, en el tiempo que algunos virakocha se em¬

pecinan en denominar Diluvio Universal.

—No fue ningún diluvio, afirma Don Juan Tuesta, fue el

tigre de madera que Narowé hace sonar todavía desde el fondo

del río.

—Porque el tiempo del tiempo no cabe en nuestro tiempo,

me dice Don Javier. La raíz del desastre fue la muerte. La

muerte de Ino Moxo. Yo era entonces un niño y por eso lo pude

ver. Días de días, vi, frente a Iquitos, en donde antes brillaba

la piel del río Amazonas, vi una costra de fango que arrastraba

cadáveres monstruosos, grandes peces con fauces de wangana,

gigantescas serpientes de tres alas, de piedra, boas de dos cabe¬

zas, seres que nunca he visto ni veré, algo como tortugas, como

pájaros, wapapas con escamas, y caballos y niños canosos y rocas

que flotaban, restos de casas llenas de mujeres extrañas, de mu¬

chachas sin pechos ni cabellos ni término, y troncos, muchos tron¬

cos, todos los troncos de la selva pasaban flotando sobre el Ama¬

zonas, y lagartos con cuernos de toro, y una especie de peces

inocentes y dorados que cantaban mejor que las mejores músicas

del mundo, lentas bocas abiertas que nos decían todo en la me¬

moria, que no decían nada encima de la tierra...

Tres días n a v e g a m o s p e r n o c t a n d o en las p layas de p iedra o

de arena, o en sal ientes de t ierra pe r fumada , bajo los mosqu i t e ro s

254

d e s g a r r a d o s . Casi era noche c u a n d o d iv i samos , a l dar vuel ta esa

isla e m b o z a d a po r past izales de chicoza , e l p o b r e e m b a r c a d e r o ,

las l in ternas de las p r imeras casas , el perfil e n g a ñ o s o de la c iudad

de A ta l aya .

Porque tú has de saber que en otro tiempo, sobre estas mis¬

mas aguas del Ucayali se alborotó una raza de peces amarillos

que cantaban. Cuando Ino Moxo enmudeció, todos enmudecie¬

ron. Como si tras la vida del brujo amawaka, gracias, en can¬

ción de respeto, muchas gracias, también se hubieran ido los la¬

bios de las cosas y sus idiomas de oro...

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10

vía crucis del otorongo negro

Dos hi leras de l á m p a r a s a pe t ró l eo nos pe rmi t i e ron intuir la ubi¬

cación del m u e l l e , la m a n e r a de acode ra r en ese pasad izo de

tablas i n c r u s t a d a s en el río U c a y a l i . D e s e m b a r c a m o s al t a n t e o ,

t r e p a m o s una cuesta r e s b a l a n d o , ca l cu lamos los t rances transi¬

tables de la cal le pr inc ipa l de A t a l a y a , no sé c ó m o l legamos has ta

la P laza de A r m a s .

A un c o s t a d o de la o scu r idad , bajo la l luvia m e n d i g a b a n las

luces del G r a n Ho te l De Souza. N e g á n d o n o s a l cobijo p reca r io

de las h a b i t a c i o n e s , r end idos t o t a l m e n t e nos de jamos caer ante

una mesa del bar del hospeda j e , sup l icamos c igar ros y cerveza .

Un sace rdo te j o v e n , creo que j e su í t a , bebía n a d a y fumaba n a d a

en la mesa más p r ó x i m a a la p u e r t a , como d i spues to a irse p a r a

s iempre . Yo lo de tuve a t i e m p o inv i t ándo lo a nada pero con

noso t ros . El desmid ió sus ojos , una sonrisa n o b l e , casi rubia , con

ba rba , l evan tó su es ta tura que más que es ta tu ra era una ofensa,

una envidia de a t le tas , y acep tó no sé si con agrado o con curio¬

sidad o p e r d o n á n d o n o s . C o m p r o b a r í a m o s luego que en rea l idad

no se t r a t a b a de un sacerdote sino a d e m á s de un n i ñ o , del recuer¬

do de un s ab io , de cierta bibl ia ingenua y mal ic iosa sin c r ímenes

ni santos m a s o q u i s t a s ni inces tos ni cast igos. E r a uno de n o s o t r o s ,

todos noso t ro s y a la vez lo c o n t r a r i o , ni en exceso d ichoso ni

amargo en m e n o s c a b o , t an to que nos obligó sin p r o p o n é r s e l o , no

so lamente a ca l lar sino a e s c u c h a r l o .

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— E n t o n c e s yo vivía en la ceja de selva, dijo, en una zona

que hace frontera con los cer ros que van a C a j a m a r c a . C u a n d o

no me pod ían hace r viajar mis p ies , culpa de las d i s t anc ias , la

gente me p re s t aba algún mulo . Ese día estaba y e n d o a un r incon-

cito que se l l ama Pol ish cuyos a l r e d e d o r e s , me han d i cho , es tán

sembrados de rocas ta l ladas con si luetas de an imales raros y vie­

j í s imos . Dije que me lo han d i c h o , yo no he vis to. No pude

en t ra r esa vez a Pol ish . L l e g a n d o al puebl i to me de tuvo una

sombra , una voz, una mano e m b r a z á n d o s e a las r iendas del mu lo .

— P a d r e c i t o , ¿usted es el p a d r e c i t o P e d r o ? , me p r e g u n t ó la

sombra . Yo soy, dije sin p o d e r verla. ¡ P e r d ó n e m e pad rec i t o

P e d r o ! exc l amó la voz a r rod i l l ándose en la oscur idad . Yo no dije

nada , pareció que sol lozaba, pe ro ella, la m a n o , r e s p o n d i ó :

— A n o c h e me han j u r a d o , p a d r e c i t o , me han c o m p r o m e t i d o

para ma ta r lo a us ted , les hice j u r a m e n t o . . .

— ¿ Q u é es tás d i c i endo , hi jo?, me desconce r t é , dice e l pad re

P e d r o .

— P e r d ó n e m e , cur i ta , déme su b e n d i c i ó n . . .

— ¿ T e han c o m p r o m e t i d o para m a t a r m e ?

— P a d r e c i t o , p e r d ó n e m e . . .

— ¿ Q u i é n quiere que me ma te s y por q u é ? . . .

— ¡ D é m e su bendic ión!

Tuve que b e n d e c i r l o , dice, p a r a que dejara de gemir tuve que

bendeci r lo y p e r d o n a r l o . Sólo en tonces se ca lmó la s o m b r a , esa

m a n o me besó la m a n o , me a g r a d e c i ó y me p e r d o n ó aque l la voz:

— M e n o s m a l , p a d r e c i t o , p o r q u e s i usted no me p e r d o n a , s i

usted no me bend ice yo hub ie ra t en ido que m a t a r l o aquí mi smo . . .

Y me ob l igó , con ruegos , dice el p a d r e P e d r o , me obl igó

sup l i cándome que no en t ra ra al p o b l a d o . T o d a v í a no sé si en la

p e n u m b r a era un m a c h e t e , no sé cuál otra cosa, lo que br i l ló en

la m a n o de ese h o m b r e . Me agaché , quise mi ra r mejor . Y sólo

en ese rat i to lo reconoc í . ¡ Insapi l lo , le dije, díme qué es lo que

te pasa! . . .

Y Félix Insap i l l o , sentado a mi de recha , aquí en el bar del

Gran Hotel de Souza , en A t a l a y a , r e h u y e n d o los ojos increpan¬

tes del s ace rdo te :

— Y o no pod ía decírcelo e n t o n c e s , no es mi cu lpa , hoy se

lo digo.

258

Y a lzando la cara , pero no la mi rada , hacia la figura del

pad re P e d r o en la s e m i p e n u m b r a del bar , Fél ix Insap i l lo hizo un

silencio b r eve , c o n t i n u ó :

— L a n o c h e an te r io r a que usted l legara, todos los poblado¬

res de Pol i sh , ye so lamen te era uno de el los, obedec í a al C o m ú n ,

se reun ie ron en el c e m e n t e r i o , ent re las t umbas y las p iedras vie¬

j a s , y empalaron al pueb lo con t ra us t ed . . .

— ¿ E m p a l a r o n ? . . .

— A s í fue, confiesa Insap i l lo . Se reun ie ron ante esas tum¬

bas de c ientos de a ñ o s , p id ie ron a nues t ros mue r to s que sol taran

sus án imas . Y las án imas de t o d o s los t i e m p o s , las án imas de

t o d o s los que han m u e r t o s , sal ieron y rodea ron el p o b l a d o . í dem

que una m u r a l l a de pa los , de b a m b ú e s , así se han co locado las

án imas a l r e d e d o r del p u e b l o , con t ra usted. Un e m p a l a d o de áni¬

mas h ic imos p a r a que usted no p u e d a en t ra r a Pol ish j a m á s , . .

—No fue ningún diluvio, insiste Don Javier, fue un otorongo

negro... Sabrás que el otorongo negro nunca es negro. En con¬

tadas ocasiones y solamente a la distancia es negro y agresivo.

Cerca de un hombre que no tenga dobleces ni miedo, el otorongo

se hace tímido, se asusta y escapa. Pero en ese entonces ya Ino

Moxo había muerto. Sabrás que el otorongo negro, de cerca, es

distinto: lo gris mancha su piel en varias partes con lunares sua¬

ves, claros, especialmente en las proximidades de la boca y bajo

los espinos de su bigote. Yo sé por qué es así y por qué a la

vez no es así. El otorongo negro, casi desde que nace, es recha¬

zado por su propia madre. Es la única persona de los bosques

forzada a procurarse, desde muy tiernito, su alimento, á esa edad

en que se desconoce qué cosa es alimento y qué cosa es veneno.

Esto te daría más tristeza si te pones a pensar que siempre, bajo

de una muyuna, bajo de un remolino, se aloja alguna serpiente

de agua, una yakumama. Donde hay un remolino, una muyu-

na, hay siempre una yakumama, una serpiente que lo alimenta,

una gran boa de la cual mama el remolino aunque tenga mil años,

aunque nunca se muera. ¡Piensa! ¡Piensa en el otorongo negro!

¡Qué pensará él, sabiendo, como sabe, que hasta los sumideros

más lejanos, las muy unas de los ríos por donde nadie pasa

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pasará jamás, esos remolinos que no tienen ni una frágil piragua

a quien volcar, ni un tronco flotador siquiera para entretenimien¬

to, qué pensará el tigre sabiendo que hasta esos remolinos, esas

muyunas que no tienen nada, hasta ellos tienen madre!...

Y el clérigo, su mirada r e b a l s a n d o una nos ta lg ia que era

menos que un l lanto y más que un l l an to , con voz de s e n t e n c i a d o ,

de culpa sin cu lpab le , convicto por un c r imen que no él sino al¬

guien, otra vida, otro t i empo , pe ro u s a n d o sus m a n o s , come t ió

hab lando sin sonido el sacerdo te , vo lv iendo a i n c o r p o r a r s e , fatiga¬

do, re t i rando sus manos de la mesa como si se le c h a m u s c a r a n :

— A l g o pasaba siempre que quer ía visitar ese p o b l a d o . O me

enfermaba sin explicación la víspera del viaje, calofríos y fiebres

que se esfumaban con tan sólo regresa r a mi p a r r o q u i a . . . A h o r a

lo ent iendo. Cien veces intenté ir a Pol i sh y mil veces no p u d e

ПШЛШЛ

j i U i j L i . i

260

11

Juan González camina siete días por el fondo

del río Ucayali

Ya en P u c a l l p a , r epues to de los v ientos que nos ape l ig ra ron den¬

tro del b i m o t o r , salí del m i s m o cua r to del Ho te l Tar i r i , una y

otra vez y s i empre en v a n o , en busca de D o n H i l d e b r a n d o . Su

negat iva me hizo acep ta r una inv i tac ión de I v á n a casa de J u a n

Gonzá l ez , en las afueras. Es m a g o de a legr ías , de r i sas , me dijo

Iván C a l v o . J u a n Gonzá l ez afirma que los resen t imien tos y la

cólera a y u d a n exc lus ivamen te a acaba r con la vida. La alegr ía

es lo único que ex t iende la exis tencia . Sin alegría las h ie rbas no

son n a d a , n a d a son los i ca ros , eso dice , dice Iván Ca lvo . Y que

él, J u a n G o n z á l e z , cura los d a ñ o s p o r q u e sabe regar los con son¬

r isas , sigue i n f o r m á n d o m e I v á n Ca lvo c u a n d o se impac i en t a u n a

sombra en la e n t r a d a de esa choza .

— P a s e , dice Juan G o n z á l e z e n t r e a b r i e n d o un abrazo de ado¬

lescente , s emison r i s a i m b e r b e , cabe l lo t ieso inú t i lmente c a n o s o ,

cara de casi nad ie . N a d a que p o n g a en evidencia su n o m b r a d l a

de méd ico b ru jo , ni so l emnidad ni s impat ía , más que con u n a

voz h ab l a con dos navajas r e s t r e g á n d o s e :

— L l e g a n ju s t i t o a t i e m p o , ya í bamos a comenza r .

D e n t r o de la casucha , a t o d o el r ededo r del e n t a r i m a d o , adi¬

v inamos c u e r p o s , quejidos en cucl i l las , ropas av inagradas amon¬

t o n a d a s en la oscur idad . El brujo nos hizo a d o p t a r nues t ros lu¬

gares y de i n m e d i a t o , sin c o n t e n c i ó n de n inguna ce remon ia sirvió

a y a w a s k h a en una taza que a p e n a s a l c anzamos a entrever . A n t e s

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que el oni x u m a se hab i tua ra en mi m e n t e , o me h a b i t u a r a a su

mente , una voz de inflexiones i ncon fund ib l emen te c a m p a s se ato¬

londró hasta el sitio de Juan Gonzá l ez .

— M e he vue l to ajuási, dijo. A l g ú n d a ñ o me ha vue l to inúti l ,

incapaz, de jado. E n t r o a{ m o n t e a cazar y s i empre regreso sin

nada, con ¡a bolsa vacía , sin n ingún a n i m a l . . .

Y más oscura y ch i r r ian te t o d a v í a , la voz, co lor de súplica:

— A y ú d e m e , sh i r impiá re , hace meses que p r á c t i c a m e n t e no

vivo, vivo sin v o l u n t a d , sin sue r t e . . .

Juan Gonzá l ez avanzó hacia la voz, nunca nos e n t e r a m o s si

le dio de masca r t a b a c o , al ins tante la voz e m p e z ó a v o m i t a r que¬

j ándose y t e m b l a n d o . Ignoro si a las dos h o r a s , o a n inguna , ya

el ayawaskha me g i raba el án ima, igual que bajo la luz del me¬

diodía pude mira r t o d o : Juan G o n z á l e z se d e s c o y u n t a b a en con¬

vulsiones, gestos y r ec l amos i n a u d i b l e s , a c r e c e n t a b a el r o s t ro , se

torcía, era o t ro , los b razos t asa jeados por el aire b r i l l a n t e y afila¬

do, yo sabía que e s t ábamos en p lena noche pe ro él era o t ro ,

fulguraba igual que luna roja, que sol de P isaq , sol de P a w k a r -

tampu, Juan G o n z á l e z ingresando súb i t amen te a un reposo de

persona del Sol, de Sumo Sacerdo te de los inkas d a n d o ó r d e n e s

azules, anaran jadas :

—¡Severo Q u i n c h ó k e r i ! , d o m e s t i c ó a la voz. ¡Todos los

animales son t uyos , Severo Q u i n c h ó k e r i !

Iván nos a segu ró que Juan G o n z á l e z , antes del oni x u m a ,

cuando era Juan G o n z á l e z , no sabía ni el n o m b r e ni los proble¬

mas de la voz. Sin e m b a r g o éste J u a n Gonzá lez , d e n t r o del aya-

waskha , parecía saber lo todo de a n t e m a n o y se d e s a t a b a en gri tos

madres :

— ¡ T u y o es el b o s q u e , tuyos son los mon te s !

Y a t enuándose un t a n t o , o sc i l ando entre el i ca ro y el gri to sin remilgos:

— ¡ Y o te en t rego todos los an ima le s ! ¡Todos los an ima les

son tuyos, Severo Qu inchóke r i ! ¡Tú eres ei d u e ñ o , yo te los de¬

vuelvo, tú eres el mejor hijo de N a r o w é y de K a a m e t z a ! ¡Yo soy

El A n i m a Sola, yo soy Elegguá , yo soy el ye rno del d ios P a c h a -

kamái te , yo soy dios y yo te en t rego lo que s iempre ha sido t uyo ,

todos los bosques , t odas las pe r t enenc i a s y las p e r s o n a s de los

bosques!

262

D e s p u é s , no sé, me bur lan la m e m o r i a mis vis iones , Juan

Gonzá lez se ence r ró entre sus b r a z o s , tenso pos te b l anco en el

cent ro de la c a b a n a , cer ró los ojos y se alzó, flotó a med io m e ­

tro del e m p o n a d o , salió v o l a n d o a la ca r re t e ra 'Fede r i co Basa -

d re ' , no sé b ien , regresó con las astas de un v e n a d o entre las m a ­

nos , pero no era un v e n a d o , no e ran as tas , era él solo que volvía

g r i t ando t o d a v í a , su voz t ibia de júb i lo y de sangre .

— Q u i n c h ó k e r i no ha p e r d i d o la suer te , me dijo. Ha sido

o c u p a d o por el manchan. Sabrás que el manchan es un miedo

dis t in to , más difícil que el m i e d o que todos c o n o c e m o s , ese que

has ta los an ima le s pueden l legar a olfatear. El m a n c h a r i se mete

c o m o á n i m a en el cuerpo y la p e r s o n a de ese c u e r p o ya no sirve.

Desde esa p e r s o n a el m a n c h a r i e span t a a todo lo que vive, no

so lamente a n i m a l e s , c o m o le pasa a Severo Q u i n c h ó k e r i , sino

que t a m b i é n e span ta la v o l u n t a d , el car iño de las cosas , de las

demás p e r s o n a s , la razón d e s c o n o c i d a por la que existen a lgunas

exis tencias . T o d o eso y m u c h o m á s , todo ahuyen ta e l m a n c h a r i .

Sabe mete r se c o m o cuerpo d e n t r o del á n i m a . . .

C u a n d o me p e r d o n ó la m a r e a c i ó n , era o t ro día, q u e d á b a m o s

en la casa ú n i c a m e n t e Iván , I n s a p i l l o , Juan G o n z á l e z y yo . Iván

le r e c o r d a b a a l brujo , e scucho t odav í a bajo b r u m a s c o l o r e a d a s ,

Iván le es tá d i c i endo de la vez que la policía enca rce ló a Juan

G o n z á l e z d e b i d o a la d e n u n c i a de un médico vec ino , es que J u a n

no c o b r a un c e n t a v o por sus m e d i c a c i o n e s , por eso.

— M e quis ie ron enco le r iza r , dice J u a n Gonzá l ez , pero no

los dejé. A ver , h e c h i c e r o , se b u r l ó el C o m i s a r i o , a ver e scápa te

de la cá rce l , ¿o acaso no eres m a g o ? . . .

— S o l a m e n t e esa noche lo e n c e r r a r o n , dice Iván . A la ma¬

ñani ta no e n c o n t r a r o n a nad ie en la celda.

—Y yo es t aba en la ce lda , sonríe Juan G o n z á l e z , sólo que

los guard ias no pod ían v e r m e . Yo les prohib í sus ojos. T o d a

esa noche me icaré , m a s q u é t a b a c o fuerte pa ra que mi cue rpo ma¬

terial se h ic ie ra invisible frente a los guard ias . Fáci l fue. L o s

pol icías ab r i e ron los c a n d a d o s y yo salí t r anqu i lo c a m i n a n d o jun¬

to a e l los , qu i t á i t r e , bien t r a n q u i l o , igual que si no tuviera ca rne ,

como si v e r d a d e r a m e n t e no me e n c o n t r a r a en ese lugar.

—Y esa m a ñ a n a e l C o m i s a r i o recibió un t e l eg rama env iado

desde I q u i t o s , dice Iván C a l v o , un t e l eg rama que había sido d e p o -

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sitado dos días antes , en el cual Juan G o n z á l e z a n u n c i a b a que

llegaría a Puca l l pa . e sa misma t a r d e , j u s to al anochece r , ¡y desde

Iqui tos , a varios días de navegac ión , en el ba rco ' M a r i a n a ' ! . ..

— Y o les m a n d é , en persona , ese t e l eg rama , se ríe J u a n G o n ­

zález. Y llegué esa ta rde , j u s to al anochece r , en el b a r c o 'Mar i a ­

na' , sin mentir. En el e m b a r c a d e r o es taba el C o m i s a r i o , p r egún ­

tale si quieres dice Iván, estaba el C o m i s a r i o e s p e r á n d o m e , pro¬

sigue Juan González , e spe rándome a m a r g o con var ios pol ic ías .

Me volvieron a detener pero sólo por un m o m e n t i t o , h a b l a r o n con

el motoris ta del 'Mar iana ' y me de ja ron en l iber tad , se a sus t a ron ,

el motor is ta confirmó que yo hab ía subido a su b a r c o en Iqu i tos ,

en el puerto de Belén, la semana a n t e r i o r . . .

Des l igándome de las úl t imas vis iones de a y a w a s k h a , atreví:

— N o ent iendo bien, creo que no he c o m p r e n d i d o bien, no

escuché con clar idad. ¿Usted es taba p reso , y e s t a n d o preso t o m ó

un barco a cientos de ki lómetros de d is tancia , y una s e m a n a antes

lo t o m ó , en Iqui tos , lejos, y llegó usted a P u c a l l p a sólo ho ras

después de haber estado e n c a r c e l a d o ? . . .

— E s que toda esa noche, en la ce lda de la C o m i s a r í a , no

solamente me icaré, expone Juan G o n z á l e z con n a t u r a l i d a d . Tam¬

bién me concent ré para que vuelva el t i empo sin t i e m p o . A p e n i -

tas pasada la medianoche pude hace r lo volver . Bajé al t i empo

más viejo y me envolví con él, bebí su polen antes que a m a n e c i e r a

y aumenté mi potencia de mirar. D e n t r o de ese t i e m p o , que no

sirve para llevar a la muerte sino pa ra p roduc i r a legr ías , me fue

fácil viajar días a t rás , hasta Iqu i tos .

— ¡ R e g r e s a a l Urubamba! , e x c l a m ó José M a r í a A r g u e d a s

volviendo a caminar sobre el río. ¡Regrésame cont igo aguas arri¬

ba, avanza cuatro siglos, re t rocede c u a t r o siglos por el R ío Sa¬

grado de los inkas! ¡Amazonas, r í o -mar , impide el d e s e m b a r c o

de los bá rba ros ! . ..

Fácil fue, insiste Juan González . C u a n d o uno está i c a r a d o ,

en ese t iempo además , el agua es c o m o la tapa de un gran mos¬

quitero. Yo salí de la cárcel y caminé has ta el r ío, l evan té la t apa

del Ucayal i , ent ré , me fui c aminando sin pel igro a l g u n o , b ien res¬

guardado por la tela del agua y aparec í en el pue r to de Be lén en

Iquitos. No me fuera a ver a lguien, d i s imulé , salí a la ori l la

agachadito y esperé al sol para que me secara lo p o q u i t o que se

264

había mojado mi camisa , después me dirigí a la oficina de telé¬

grafos y le envié ese mensaje al gr i tón del C o m i s a r i o .

Y r e t o m a n d o una voz que r e c o n o z c o , Juan Gonzá lez :

— ¡Es que n inguna cárcel p u e d e e n c a r c e l a r n o s , n ingún vira-

kocha puede h a c e r n o s daño ni conver t i rnos en d a ñ o ! ¡Sangre ne¬

gra t e n e m o s , n u e s t r o t i empo es otro t i e m p o , de urus d e s c e n d e m o s

y a urus a s c e n d e m o s ! . . .

Iba yo a porfiar , a desconfiar , no r ecue rdo ahora con preci¬

sión, oigo un r u m o r de hojas q u e b r á n d o s e afuera de la casa , veo

pasos que c r ecen , puedo mirar al fin: un indio flaco, enco l l a r ado

de d iminu tas p i ed ras rosadas y ve rdes , azules y ana ran j adas , la

c u s h m a ceñ ida por una faja de d o n d e penden decenas de huesos

de lgados , los b razos unc idos de pu l se ras has ta el nac imien to de

los h o m b r o s , e m e r g e j a d e a n d o en la puer ta , su espa lda dob l egada

por un bu l to que me parece h ie lo . Mi ro mejor , dis t ingo medio

cuerpo del na t ivo y sobre él med io cue rpo de un v e n a d o sin as tas ,

d e m a s i a d o j o v e n , la frente rota por los pe rd igones , y me sorpren¬

de la ca rab ina wínches te r en m a n o s del abor igen .

— ¡ S e v e r o Q u i n c h ó k e r i ! , se alegra Juan Gonzá l ez .

— P r o n t i t o he ven ido , sh i r imp iá re , dice la voz de anoche .

—Y así va a ser s iempre , h e r m a n o , lo confor ta el brujo. Así

va a ser, yo te he d icho que t o d o s los hab i t an te s del mon te son

tuyos , s iempre fueron tuyos , así es. ¡Tuyo es el b o s q u e , yo te

lo he d e v u e l t o , tuyas son las exis tencias del b o s q u e , ya lo estás

v iendo! ¡Todos los días t ienes que ir al m o n t e , no dejes de ha¬

cer lo j a m á s ! P iensa que tus h e r m a n o s , nues t ros h e r m a n o s , ahora

están tan mal que si a lguien no hace nada ya les está h a c i e n d o

e l más t r e m e n d o d a ñ o . . .

— N o sé c ó m o ag radece r l e , sh i r impiá re , dijo la voz deposi¬

t ando el m e d i o v e n a d o a un c o s a t d o del cuar to . Juan Gonzá l ez la

de tuvo:

—Si hay que agradecer , Severo Q u i n c h ó k e r i , a mí no me

agradezcas . ¡Agradéce te a tí p o r q u e eres digno de las án imas

g randes que n u n c a se equ ivocan! ¡Ellas expu l sa ron de tu cuerpo

a esa án ima de miedo! ¡Ellas expu l sa ron de tu án ima al cue rpo

del manchari!

Y aba j ando sus pa l ab ra s hac ía mí:

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— S a b r á s que los a shan ínka no m a t a n nunca un v e n a d o , mu¬

cho m e n o s se a t reven a comer lo . P a r a los a s h a n í n k a , p a r a los

c a m p a como Severo Q u i n c h ó k e r i , e l v e n a d o está h a b i t a d o por e l

a lma de un pa r i en te muy remoto y muy enemigo . L o s m i t a y e r a s ,

los cazadores c a m p a , desde an t iguo , le t emen al v e n a d o más que

al t igre , más que al o t o r o n g o . ¡Le t e m e n más que al v i r a k o c h a ,

más que a l h o m b r e b l a n c o ! . . . ¿Te das c u e n t a ? . . .

De regreso en el Hote l Tar i r i , d u c h á n d o m e con pr i sa pues

esa misma ta rde v ia jábamos a I q u i t o s , me descubr í en el pecho

tres cicatr ices que no hube visto an tes , d ispues tas c o m o adrede

s e ñ a l a n d o un t r i ángu lo . Abr í y abrí los ojos, ret iré mi cue rpo

de la regadera fría, más y más fría, miré las c ica t r ices , t o q u é ,

volví a mirar , aún no sé qué pensar .

Las pa l ab ras de Iván Calvo ingresan desde mi hab i t a c ión ,

bajo la pue r t a del cua r to de b a ñ o :

— J u a n G o n z á l e z te marcó a n o c h e p a r a que su a l tar te acom¬

pañe s iempre , en tu p e c h o , pa ra que te proteja , así me dijo D o n

H i l d e b r a n d o para que yo te lo d i je ra . . .

Y en sus p a l a b r a s me hago r e c u e r d o , regreso al río M i s h a w a ,

nos devue lvo a l c o m i e n z o del viaje hac ia Ino M o x o , e scudr iño

los al tos m a t o r r a l e s , veo a Iván que apa rece a r r a s t r a n d o un ve¬

n a d o , t r a y é n d o n o s e l rec ip iente de un án ima r emo ta , t a s a j eándo lo ,

a l i m e n t á n d o n o s con ese chu l l achak i de quién sabe qué t i e m p o s .

A l g o que es hijo y p a d r e de otro t i e m p o empuja con mis m a n o s

la p u e r t a desqu ic iada del cuar to de b a ñ o , me entra al d o r m i t o r i o ,

se enca ra con Iván C a l v o . Pero I v á n C a l v o , aquel la su lejanía

rece losa , p rop ia de quienes viven p r o t e g i e n d o algún s u e ñ o , nos

d e s d e ñ a y sigue h a b l á n d o l e a su voz:

— E l maes t ro I n o M o x o te cor tó a n o c h e , creo que con un

puñal de p a l o s a n g r e , o quizá fue de h u e s o , una costi l la transfor¬

m a d a en piedra . T res tajitos te hizo sobre el p e c h o , a m o d o de

un e s c u d o , para que nad i e , ni s iquiera tú, nada ni nad ie pueda

hace r t e daño . P a r a que te proteja has ta de t i m i s m o , así me dijo

que te lo dijera. . .

JV . —EL DESPERTAR

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donde se verá que las máscaras están siempre debajo

de la cara

El pasad izo escuá l ido que c o m i e n z a en la ca l le , en la ve reda

izquierda del J i rón H u a l l a g a de I q u i t o s , pene t r a hacia el reman¬

so de una sala sin p a r e d e s , e s q u i n a d a por un d iván de esteri l la ,

una h a m a c a sogada y cua t ro silletas a cane l adas , piso que e x p a n d e

losas b o r r o s a m e n t e azules a l r e d e d o r de un t rozo de t ierra flore¬

cida. Tras del breve j a r d í n o lo roso de m e n t a y de garúa , a un

lado: e sca le ras que anunc i an do rmi to r io s en la segunda p l an ta , y

a l o t ro , e n t r e c e r r a d o por m a m p a r a s m a r r o n e s : e l inexcru tab le

l abo ra to r io d o n d e e l méd i co brujo M a n u e l C ó r d o v a se desvela

t r i t u rando p é t a l o s , c o m b i n a n d o raíces co r t adas en a y u n o , expri¬

miendo secre tos agr idulces . En ese a p o s e n t o , a l cual nadie puede

ingresar sino el a m a n e c e r y los a t a rdece re s , este ' s imple vegeta¬

lista' , así se a u t o d e n o m i n a M a n u e l C ó r d o v a , r eque r ido por innu¬

merab les pac i en t e s asc iende n o c h e a noche has ta o t ra m a d r u g a d a ,

afila las z a r p a s de su n o m b r e le jano , a m a e s t r a d o por la pac ienc ia

de los m a g o s selvát icos y se a b a l a n z a con t ra las en fe rmedades

desde lo alto de su frente de sabio .

—A esta ho ra es b u e n o conver sa r , dice m a s t i c a n d o el tobi l lo

de su p ipa rugosa , a r o m a n d o , a r o h u m a n d o al t ibio t i empo que

se va, ya las seis de la t a r d e . L u e g o viene gente y tengo que

ayudar . Me due le aquí , no p u e d o dormir , se quejan. Tengo dia-

betis, los huesos me crujen, me ha dado el cáncer . ¿ C á n c e r ?

El los mismos n o m á s se d i agnos t i can , se enferman soli tos. A veces

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son los médicos quienes yerran. M u c h o s les dicen: ya no hay nada

que hacer , usted t iene cáncer . P e r o acuden a mí y con ayuda de

cosas que aprendí en los mon tes yo les sano su cáncer . C r é a m e .

Har t a s veces el c ánce r no es más que inf lamación, una gran in¬

flamación de los te j idos. E n t o n c e s es curable .

Hace menos de un mes , p a s e a n d o a pocas c u a d r a s de su

casa, en la P laza 28 de Julio conocí a D o n M a n u e l C ó r d o v a .

Solamente al o b s e r v a r m e cambió de ros t ro :

— ¿ A usted le mo le s t an los o ídos , no? , me dijo. Usted pade¬

ce lo que a lgunos l l aman sinusitis. D e s d e hace años seguro pa¬

dece y no lo cura nad i e , ¿es as í? . . .

Y volv iendo a r e sona r andares sobre las ba ldosas de la P laza

28 de Jul io , ágil, i nconceb ib le , pies de casi cien a ñ o s , me enca ró :

—Si usted quiere yo le voy a sanar . P r i m e r o tengo que

l impiarlo por d e n t r o , c o m o n u e v o , pa ra que todo el sucio que

se va gua rdando en el cue rpo , sin saber , en las fábricas in t e rnas ,

no interfiera con la medicac ión . D e s p u é s le da ré unas t o m a s ,

no me vaya a fallar, beba una c u c h a r a d a en ayunas y otra antes

de dormir . Y las go tas , no las deje en t ra r en su na r i z , pónga l a s

en la puer ta del olfato n o m á s : el án ima del l íquido será suficiente.

Las úl t imas radiograf ías p a r a n a s a l e s p a s m a r o n a mi méd ico

en Lima: no hay ras t ro de sinusitis c rónica . A lgo más : las mo¬

lestias ar t iculares que me afligieron t an tos años , luego de una

pomada que me obsequ ió D o n M a n u e l C ó r d o v a , se han ido por

ahí, acaso detrás de a lguna visión de ayawaskha . Supe que mi

tío Car los A r a n a debe igua lmente a D o n M a n u e l C ó r d o v a la in¬

fusión de raíces que hizo de sapa rece r su d iabetes . Y que de él

aprendió a can ta r sin lab ios , con la m e m o r i a del c o r a z ó n , cap¬

tu rando músicas que viven en el a i re , el Jug la r de la Selva, Raú l

Vásquez.

— N o , tú no t ienes úlcera a l e s t ó m a g o , corta D o n M a n u e l

Córdova , son r i endo , las p r e o c u p a c i o n e s de César .

— P e r o en Par ís los m é d i c o s . . .

— E l l o s , pues , qué saben. Sólo gastri t is t ienes.

Y César , n e g á n d o s e a env iuda r de su dolencia:

— H a c e dos días tuve otra h e m o r r a g i a .

Y D o n M a n u e l C ó r d o v a , i n s o b o r n a b l e :

—Gas t r i t i s es, nada más que ac idez , yo te voy a sanar .

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C u a n d o Césa r , en L ima , c o m p r o b ó que su ant igua úlcera

a n d a b a ya en c icat r iz , pude confiar le:

— D o n M a n u e l me secreteó que v e r d a d e r a m e n t e padec ías de

ú lcera . Y me p id ió que no te lo dijera. El origen del daño radi¬

caba en tu c u e r p o espi r i tua l , en las tensiones de tu ánima y pa ra

sanar te era impresc ind ib le que no lo supieras .

L i m p i o s , p u e s , nuevec i tos por den t ro .

Pero hoy no h e m o s v e n i d o , I v á n Ca lvo , Fé l ix Insap i l lo y y o ,

a plat icar de enfe rmos ni de magia sino a que D o n M a n u e l Cór-

dova , por favor, tenga la b o n d a d de invi tarnos a y a w a s k h a , si es

posible con t o h é , y nos cuide d u r a n t e las vis iones ya que ambas

drogas j u n t a s p rec i san de un m a e s t r o que sepa mane ja r l a s y con¬

ducir por buen r u m b o la m a r e a c i ó n de los pa r t i c ipan te s . D o n

M a n u e l C ó r d o v a acepta p r e v i n i é n d o n o s que esta noche ingerire¬

mos a y a w a s k h a negra , la más fuerte , y si acaso h e m o s comido

algo mejor fuera pos t e rga r la sesión porque el t ohé rechaza cual¬

quier a l imen to , nad ie más que sus j u g o s saben ex t r emar al máxi¬

mo la vista y los poderes del oni xuma . H e m o s a y u n a d o desde

anoche , a s e g u r a m o s a D o n M a n u e l C ó r d o v a , e s t amos p r e p a r a d o s .

Conoc í a D o n M a n u e l C ó r d o v a en 1 9 6 0 / c u a n d o él t rabajaba

c o m o reco lec to r de especies b o t á n i c a s para la A s t o r i a C o . , me

había in fo rmado e l Dr . Osea r R í o s . M a n u e l C ó r d o v a ocupó tal

pues to has ta 1968 . Su sue ldo , en esa época , d u p l i c a b a al que

percibía un m é d i c o por l abores hosp i t a la r i a s . Sé que D o n Ma¬

nuel C ó r d o v a llegó a Iqu i tos en 1917 y desde en tonces empezó a

apl icar sus c o n o c i m i e n t o s sobre las p r o p i e d a d e s medic ina les de

las p lan tas . Un p r o b l e m a jud ic ia l con cierto méd ico de la loca¬

lidad lo llevó al Bras i l . A l l í , en el L a b o r a t o r i o de San Sebast ián

t rabajó ya c o m o reco lec tor de especies vegetales pa ra análisis .

Volvió al P e r ú en 1947 , poco después del sismo del G r a n P a n g o a ,

y ese mi smo año fue c o n t r a t a d o por la As to r i a Co . Hoy se ha

j u b i l a d o y la pens ión con que esa c o m p a ñ í a n o r t e a m e r i c a n a de¬

vuelve sus an t iguos servicios le pe rmi t e vivir c ó m o d a m e n t e , sin

necesidad de cob ra r h o n o r a r i o s a los pac ien tes .

— ¿ E n qué consis t ía e x a c t a m e n t e su labor en la As to r i a Co .? .

inquirí aquel la t a r d e , en la P l a z a 28 de Jul io .

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-—Muchas cosas . Una pa r t e impor t an t e : recoger especies

vegetales para que fueran ident i f icadas y t r aba jadas en los Esta¬

dos Unidos .

— ¿ C u á n t a s especies llegó usted a recoger?

— S o l a m e n t e del Al to T a p i c h e traje como t r e sc i en ta s , cada

una con su e jempla r en vivo, su fotografía y su informe deta¬

llado. De cada una traía hojas , flores, frutos y una botel l i ta de

ext rac to , listo para medicinar . En total les h a b r é d a d o , acaso ,

dos mil . . .

— ¿ A y a w a s k h a también?

— Ú n i c a m e n t e la soga, la l iana, no la p r e p a r a c i ó n , t a m p o c o

las otras h ierbas con que se debe combinar . Eso no p u e d o , a

nadie . . . Sé que ellos cons igu ie ron extraer el p r inc ip io activo

de la soga, que le l laman Harmina, pero usado en inyectable su

efecto no es el m i smo .

— ¿ C u á n d o t o m ó usted a y a w a s k h a la p r i m e r a vez?

Don M a n u e l C ó r d o v a fuma h o n d a m e n t e , se a c o m o d a en el

sofá de esteri l la , su mi rada lo lleva hacia el hue r to d iminu to que

se sofoca a un lado de la sala, en la puer ta de su l a b o r a t o r i o . Re¬

gresa l en tamen te :

—-Era muy n iño , t rece años t en í a . . .

— ¿ S e a c u e r d a bien de esa exper iencia?

— C o m o si hubie ra sido ayer.

— ¿ F u e ag radab le?

— L i n d í s i m a .

— ¿ P o d r í a c o n t a r m e algo de ello?

— P r i m e r o sentí un r u m o r z u m b a n t e que pa rec ió f lotar , ele¬

varse hacia la c o p a de unas e sp in t anas . Mis ojos t r a t a r o n de se¬

guir su ascenso y c u a n d o mi m i r a d a vagaba por el follaje descu¬

brí una belleza que no hubiera imag inado ni en sueños . C a d a

hoja bri l laba con un r e sp landor verde y d o r a d o . El can to cerca¬

no de un u r k u t ú t u y el t r ino i r regu la r de un s ie tecan tos descen¬

dieron de p r o n t o , yo podía mirar sus can to s , me a c u e r d o . El tiem¬

po parecía s u s p e n d i d o , como nube de polen p l a t e a d o , so lamente

había ese ahora que yo es taba v i v i e n d o , y ese ahora no tenía lími¬

tes, era infinito. Yo podía s epa ra r cada nota oscu ra del u rku-

tútu, todas las no tas del s ie tecantos t amb ién , y s abo rea r las no tas

una por una.

272

Vo lv i endo a irse con sus ojos hacia la huer ta , hacia den t ro

de sí, D o n M a n u e l C ó r d o v a :

— C u a n d o cerré los p á r p a d o s apa rec i e ron c o m o a r a b e s c o s ,

deco rac iones c o m p l i c a d a s de luz i r idiscente y de sombras que iban

a d o p t a n d o un tono v e r d e a z u l a d o a medida que c a m b i a b a n de di¬

seño y e s t ruc tu ra . P a r e c í a n cosas an imadas m o v i é n d o s e sobre

un fondo de figuras geomé t r i c a s , p lane tas p u n t i a g u d o s , g randes

rocas t a l l ada s con perfiles de an imales muy viejos, una va r i edad

i nacabab l e de formas . A l g u n a s veces , fugazmente , me pa r ec í an

algo c o n o c i d o , t e l a r añas , alas de mar iposas amar i l las y negras .

U n a co r r i en te de aire me go lpeó , venida de lo profundo del bos¬

que , en la n o c h e , y t r a s l adó el c a m p o de mis vis iones . El a i re ,

fresco, era una cosa que yo pod ía ver, y a veces un rumor , una

tex tura de p l u m a s que pod ía toca r se . T o d o s mis sent idos e ran

uno solo , se c o m u n i c a b a n , pod ía escuchar con los dedos , tocar

con los ojos, pa lpa r con la voz esas visiones. El maes t ro que esa

o p o r t u n i d a d me dirigió en la t oma , de a y a w a s k h a , can taba en voz

bajita, en i d ioma a m a w a k a , i nven taba un icaro de iniciación, por¬

que los icaros cumplen t a m b i é n su t rabajo de a y u d a r a que se

lleve a cabo el efecto, lo i r r e p a r a b l e , las in tenc iones del oni

x u m a . . .

R e g r e s a n d o Don M a n u e l C ó r d o v a a esta sala, al ne rv ioseo

de sus d ien tes en la pipa gr isácea:

— E s e m a e s t r o me enseñó todas las cosas que yo sé acerca

de los vege ta les , a lgunas de las cuales puse en conoc imien to de

los l abo ra to r i o s que t r aba jaban con la As to r i a Co . De varios co¬

noc imien tos que les t rasmit í ellos h ic ieron después remedios de

frasqui to , con su e t ique ta , que ahora nos venden en las farma¬

cias. Sé, por e jemplo , que han e m b o t e l l a d o un an t i concep t ivo

que les r eve lé , y t ambién un p r o d u c t o pa ra la d iabe tes , a u n q u e

parece que el efecto de esos remedios es t e m p o r a l , no es com¬

pleto c o m o c u a n d o yo los p r e p a r o s a n a m e n t e , sin a l terar la pure¬

za y la conf ianza del vegetal . Ese es pues el secreto . E s o es lo

que sabe el a y a w a s k h a . . . A nues t ras m e d i c i n a s , tal vez más

que p o d e r e s , lo que les o t o r g a m o s es ca r iño . P o r q u e hasta los

muer tos neces i t an ca r iño , y los enfermos más : los enfermos espe¬

ran en el u m b r a l , de lgadi tos c o m o piel muy frágil, como esa esca¬

ma t r a n s p a r e n t e que separa el día de la n o c h e . . . N o s o t r o s des-

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p e r t a m o s a las m a d r e s de ios vegeta les . T o d o vegetal t iene su

m a d r e , igual que las m u y u n a s , igual que los r emol inos son ama¬

m a n t a d o s por se rp ien tes gigantes , así, t o d o vegetal t iene su m a d r e

t amb ién . Las d e s p e r t a m o s para que a u m e n t e n con su ca r iño las

fuerzas de Ja cura . Y c u a n d o es dañ ina la m a d r e de un vegeta l ,

despac i to la c o r t a m o s , de n o c h e , para que su madre no despier¬

t e . . . Voy a dec i r te máá: la ayuma , por e jemplo , que es árbol

similar a la c a s t aña , t iene el án ima ma la , su madre es un h o m b r e

pe rve r so y sin c a b e z a , por eso la a y u m a se utiliza en desqu i t e s ,

ú n i c a m e n t e para d a ñ a r . La madre de la lupuna b l anca t a m b i é n

es h o m b r e pero b o n d a d o s o , un señor de cier ta edad que , c u a n d o

se le sabe l l amar , r e s p o n d e s iempre con suav idad , con enseñan¬

zas que ayudan a med ic ina r . La m a d r e de la lupuna c o l o r a d a ,

en c a m b i o , es h o m b r e muy dañ ino : si te agar ra en su á m b i t o te

h incha la bar r iga , m u e r e s con los in tes t inos de s t rozados . La ma¬

dre de la ka t awa es la peor de t odas : p u d r e el cue rpo , nos q u e m a

por a d e n t r o , y si e n v e n e n a s un lago con su resina los a n i m a l e s

de ese lago flotan con los ojos q u e m a d o s , en b l anco , no solamen¬

te pece s , t amb ién l aga r to s g randes , b o a s , angui las , q u e d a n vara¬

dos en la oril la, c i egos , sin siquiera p o d e r mira r que es tán muer¬

tos. La madre del c h u c h u w a s h a b l a n c o es una d a m a . La del

c h u c h u w a s h a rojo e s h o m b r e , j oven muy b r a v o , m a c h o . C u a n d o

tomas c h u c h u w a s h a b l a n c o se te p resen ta la m a d r e y te conve r sa ,

para qué me has t o m a d o , d ice , en tu sueño te habla , te acompa¬

ña toda la noche . P e r o eso sí cu idad i to con no hacer lo que yo

diga, así dice la m a d r e . Y si t omas c h u c h u w a s h a rojo se te pre¬

senta el m a c h o y p r e g u n t a lo m i s m o , ¿pa ra qué me has t o m a d o ? ,

y tú no puedes men t i r por más que qu ie ras , y en tonces él te dice

ten confianza, confía en mí, y te o r d e n a una dieta muy estr ic ta ,

nada de ají, nada de c i g a r r o , ni mujer ni m a n t e c a , por un t i e m p o

preciso . Y si cumple s t o d o sale l indi to , así lo hayas t o m a d o p a r a

cu ra r t e de algo o para consegui r a lgo, no tan sólo salud, suerte

t amb ién , amor t a m b i é n . . . Todas las cosas t ienen su pa ra qué , su

m a d r e , el origen de su finalidad, de su uso en la cura o en el

daño .

Y o lv idando su pipa en la mes i ta , a la de recha del d iván de

esteri l la , y e n c a r á n d o s e a Iván , Don M a n u e l C ó r d o v a :

274

— L o único que ahora es pena pa ra mí, bas tan te pena , es no

h a b e r pod ido ha l l a r a alguien pa ra dejarle todo lo que aprendí

en los bosques . Mis hijos, cada cual por su p rop ia incl inación,

son profes ionales de ot ras r a m a s . Mis n ie tos , peor : n inguno es

cur ioso pa ra los vege ta les , como yo . Seguramen te no p o d r é dejar

d i sc ípu lo . A u n q u e todavía p ienso vivir mucho m á s . . .

Y e c h á n d o s e a reir con voces g randes :

— A p e n a s t e n g o 9 5 a ñ i t o s . . .

Y ba jando la voz y los ojos, e x t r a y e n d o una ceri l la , escar¬

b a n d o con ella el fondo a t a scado de su pipa:

— E s a p r i m e r a vez, antes de las vis iones que te he d i cho , ya

m i r á n d o m e ahora , tuve ot ras vis iones igua lmente ní t idas dice D o n

M a n u e l C ó r d o v a . E s p e c i a l m e n t e una , c lar ís ima, dice. E l maes t ro

que me pro teg ió d u r a n t e la m a r e a c i ó n , en un m o m e n t o d a d o , sin

anunc i a r gri tó:

— ¡ V i s i o n e s , empiecen!

Y en el c a m p o de mis v is iones , yo tenía t rece a ñ o s , i r rumpió

una p a n g u a n a h e m b r a . El m a e s t r o me o r d e n ó que hiciera apa¬

recer j u n t o a ella una p a n g u a n a m a c h o . Yo me puse a pensa r , a

desear , fuer temente . Abr í los ojos. ¡Y la p a n g u a n a m a c h o esta¬

ba frente a n o s o t r o s , allí m i s m o , en ese claro del m o n t e circun¬

d a d o por a n t o r c h a s ! . . . Y la pare ja de p a n g u a n a s se puso a bai¬

lar una danza de a p a r e a m i e n t o . ¡Qespichíway! , gri tó como hu¬

m a n o , c o m o h u m a n o a m a w a k a , e s decir en id ioma de quechuas

p e r o con voz de a m a w a k a s , así gri tó la panguana . ¡Qespichíway,

que cont iene en r ea l idad dos p a l a b r a s : qespi, que es cr is tal , y

chíway, que es el j u n t a m i e n t o de los pájaros que qu ie ren procrear .

Qespichíway, p u e s , q u e r i e n d o decir: a p a r é a m e con el cr is ta l , vuél¬

veme p r í s t ino , haz que t e n g a m o s hijos t r a n s p a r e n t e s , l ibres , como

nac idos del cr is tal . Eso le dijo la p a n g u a n a a su h e m b r a en mi

vis ión. Su voz era g r a n d e y amar i l la . En medio de las dos perdi¬

ces apa rec ió un n ido b l a n c o , de a lgodón h i r su to , ese que se usa

p a r a co rona r los d a r d o s de las c e r b a t a n a s , y en el n ido br i l laban

c inco huevos azules . Hac í a ra to que no podía c o n t r o l a r mis vi¬

s iones , mis v is iones que en ese ins tan te vieron c ó m o la p a n g u a n a

m a c h o se sen taba sobre los huevos c o m o si fuera a empo l l a r lo s .

S iempre es el m a c h o el que e m p o l l a , me dijo el m a e s t r o , y la pan-

guana se i n c o r p o r ó del n ido. Y los huevos azules se rompie ron

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igualito que el c ie lo , y b ro t a ron cinco parejas de p a n g u a n a s , dos

de cada huevo azul , grandes b r o t a r o n , con el m i s m o t a m a ñ o de

sus padres . Y sin que yo pud i e r a domina r su apa r i enc ia , de pa¬

reja en pareja las panguanas recién nac idas p a r t i e r o n , se disper¬

saron por las cua t ro esquinas del c a m p o de mis v is iones . Abr í y

abrí los ojos, dice D o n M a n u e l C ó r d o v a , y t a m p o c o es taba la

p a n g u a n a m a d r e . Los cerré: t a m p o c o . Ú n i c a m e n t e e l m a c h o

quedaba , sól i to , ahí en el cen t ro , y se agachaba hacia el suelo,

más y más p e q u e ñ i t o , parecía que es taba r eg re sando a huevo por¬

que se iba p o n i e n d o azul, azul i to , y sus alas se d e s p r e n d i e r o n , yo

lo vi, vi cómo sus alas se desp id ie ron de su cue rpo y se fueron

solas, v o l a n d o , h u m o v o l a n d o , y el macho h u n d i ó su pico en la

t ierra , a b a n d o n a d o , como h u m a n o l l o r a n d o . . .

276

3

y me ordenó contar desde mi otra persona.

Es a y a w a s k h a negra , la más fuerte, avisa D o n M a n u e l C ó r d o v a

ver t iendo el oni x u m a m a t r i m o n i a d o con tohé en un ma te peque¬

ño , más bien amar i l l en to , de fondo oscurec ido por par ien tes del

óxido . A b a n d o n a su d iván, apaga la luz, vuelve a sen tarse . No

va a d e m o r a r m u c h o su efecto, nos confor ta s u r c a n d o la penum¬

bra con m i r a d a s t r anqu i l a s , b r i n d á n d o n o s confianza. T o d o s , de

uno en u n o , la b e b e m o s en el ma te o x i d a d o . No sé qué me oigo

decir m o m e n t o s después , ya bajo las p r imeras ocas iones del alu-

c inógeno: un vaho sorpres ivo confunde mis p a l a b r a s , ha o c u p a d o

la sala más c o m o un color que c o m o un olor, un inco loro al iento

de t ier ra difunta, de bosques m a n i a t a d o s con la soga-de l -án ima , un

viento frío y q u i e t o , espejo l evan t ado con t ra la floresta que ha

sitiado a la n o c h e de repen te . P u e d o mi ra r mi voz que sale del

espejo r e b a l s a d o de árboles y desc iende de spac io , en h u m o de

co lo res , e n r o s c á n d o s e a un t r o n c o de m a c h i m a n g o , has ta la hier¬

ba fulgurante que invade el p iso del salón ab ie r to . Cier ro los

ojos, veo: nos e n c o n t r a m o s en casa de D o n M a n u e l C ó r d o v a ,

t odo está b ien en el J i rón H u a l l a g a de Iqu i to s , t o d o está muy

bien, el brujo fuma c o n t e m p l á n d o m e desde el diván de esteril la

y Fél ix In sap i l l o sobre el suelo a mi de recha muy bien y más allá

Iván, p l egados los p á r p a d o s , su es ta tua de m a d e r a c ince lada por

la p e n u m b r a fresca. A l g o , no sé, me escucho repetir. A b r o los

ojos, es mía esa voz, la estoy m i r a n d o , esa voz que repta lenta-

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mente hacia mi p r imo César. P e r o César no está. So lamen te en

este ins tante d e s c u b r o que n u n c a h u b o nadie en el lugar de mi

p r imo César C a l v o . D e s b o r d a d o por un a l e l amien to que no es

alel amien to , mi ro y miro mis m a n o s , mi cara , me miro con las

manos . D o n M a n u e l C ó r d o v a osci la entre c o m p a d e c i d o y satis¬

fecho. ¿Ya estás s int iendo el oni x u m a , no? , sonr íe . Es que ésta

es la más fuerte. Tú sabrás que hay dos clases de a y a w a s k h a . Sus

palabras se alejan de mi vida, las puedo ver s i seando por el aire:

— S o n dos t ipos de l iana, igual i ías por fuera, con el m i s m o

color y grosor , pero si las cor tas de t r a v é s , en su t a l l o , verás que

ana está hecha de tres fibras r e d o n d a s y la o t ra de c inco . No es

más gruesa la negra pero t iene m á s , por eso b r i n d a m á s . . .

Y se l evan ta del t ronco de e sp in t ana , t odo está b ien , en este

bosque que ya no es espejo y que o c u p a la sala con m a y o r convic¬

ción que un b o s q u e real , a b s o l u t a m e n t e t o d o está muy bien, o l iendo

a b o s q u e , r e s o n a n d o a bosque . D o n M a n u e l C ó r d o v a a t raviesa

el c laro . Lo veo , sin a s o m b r o , in t roduc i r su m a n o de recha por

el cuello de la c u s h m a y extraer un p o m o de agua florida: desen¬

rol la la t apa y la tapa abre las alas y se va b r i l l a n d o , luego se

acerca y salpica mi pecho con la mús ica que fluye del frasco, la

otra m a n o de D o n M a n u e l C ó r d o v a me sostiene la frente que se

ha pues to a sudar , me siento b ien , oigo decir a mi p r imo César

desde mí que t o d o está bien, que yo me siento b ien , rep i te . El

brujo moja mi cabeza con un c h o r r o de alcohol a l c a n f o r a d o , des¬

pués se c o n c e n t r a en la nuca y el pecho de mi h e r m a n o Iván ,

todo está b ien , se dirige hacia Fél ix Insap i l lo a p a r t a n d o bam¬

búes de co lo res , cani l las de t anr i l l a , penes de a c h ú n i , un empala¬

do de án imas , él m i s m o se res t r iega la cabeza , por el cuel lo de la

cushma vierte gotas de música o lo rosa . Un r e s p l a n d o r de antor¬

chas d ibu jadesd ibujapara l iza su r o s t r o , sus ro s t ros , aquel los t res

perfiles que f rondean de golpe en lo alto del cabe l lo c o m o lunas ,

coronas de l u p u n a s amar i l l as y rojas , yo los miro le janos , lejaní¬

s imos, b o r r á n d o s e , b o r r á n d o m e .

H a s t a la sala llega, por en t re los adioses del tohé y de la

noche , t ras la t e r q u e d a d del oni x u m a , una b r u m a de p a s o s , voces ,

ajetreos de m a d r u g a d o r e s , boc inas de au tomóv i l e s . ¿ C ó m o te ha

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ido en esta m a r c a c i ó n ? , inqu ie re D o n Manue l C ó r d o v a a Félix

Insap i l l o , y él: bien me ha ido , y D o n M a n u e l : ¿qué visiones tu¬

viste?, y Fél ix : h u b o un m o m e n t o en que me vi desde afuera de

mi ca rne , pensé : si a ese que está ahi sen tado , y que yo mismo

soy, le dieran de azotes , ni él ni yo sen t i r íamos dolor . Quise fu¬

mar , no p u d e , t o m é la cajita de fósforos y me puse a reir por

den t ro , sin que mi boca se r iera, p o r q u e la cajita de fósforos era

el casco de un v e n a d o . C ó m o voy a e n c e n d e r un c igar ro con ei

casco de un v e n a d o , dije, y lo dije sabiendo que se t r a t a b a de

una cajita de fósforos. Y la copa de ese arbol i to que está ahí

j u n t o a la m a m p a r a , igual: era una canoa que se hab ía t r epado a

las r a m a s . ¡Pero al mi smo t i e m p o , de una misma m a n e r a , era la

copa del a rbo l i to ! D e s p u é s , más r a t o , me perdí den t ro de una

e n o r m e m a q u i n a r i a de colores despac ios , entre engranajes tre¬

m e n d o s , de f ierro, que no hac ían ru ido al t r aque t ea r , no denun¬

c iaban m o v i m i e n t o , y sus torni l los eran rosad i tos , g randes tuercas

de colores suaves , y po l ea s , una m á q u i n a que me daría m i e d o , y

yo den t ro de ella, en medio de esos mons t ruos que g i raban eriza¬

dos de púas a m a r i l l a s , v io le tas , y mi cuerpo a t r avesado de verdad

sin que sintiera el menor suf r imiento , sin que me saliera nadi ta

de sangre . . .

— ¿ Y mi ahi jado Iván C a l v o ? , dice Don M a n u e l C ó r d o v a

¿Qué visiones ha visto mi ahi jado? Su voz, la r e c o n o z c o , me

regresa del t o d o desde lo h o n d o de la m a r e a c i ó n , un cansanc io

que no pe r t enece a mi cuerpo d e s p l o m a mi cue rpo sobre la silleta.

— L o que yo he visto no es p a r a con ta r se , se i n c o m o d a Iván .

D o n M a n u e l C ó r d o v a se a t e r n u r a m i r á n d o l o y sin dejar de

semisonre i r gira el ros t ro hac ia mí:

— ¿ Y el j o v e n , no tan j o v e n , C é s a r Ca lvo? ¿Lo que tú has

visto sí es pa ra c o n t a r s e , o has visto t ambién lo m i s m o que tu

h e r m a n o Iván?

Y yo , a t a s c a d o en mis vis iones otra vez, t odav ía den t ro de

la noche que se acaba de ir:

— T u v e un sueño bien r a r o , c o m o si hub ie ra visto una pe¬

l ícula e s t ando b o r r a c h o . Al c o m i e n z o miré , aquí en su sala, un

b o s q u e frente a un espejo que se e m p a ñ a b a con b o n d a d , levanta¬

do ante la ca ra , an te el vaho de un niño que do rmía . C e r r é los

ojos , los abr í , y nada se a l teró en esa visión, t o d o siguió n o r m a l ,

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bien natural d e n t r o del sueño. Soñé que yo era y a la vez no era,

y que los dos que yo era v ia jábamos de L i m a a P u c a l l p a , y de

Puca l lpa í bamos a A ta l aya , y soñé que a lqu i l amos en A t a l a y a un

bote con m o t o r fuera de bo rda , y soñé que s u r c a m o s el río Uca-

yali hasta el U r u b a m b a , y del U r u b a m b a has ta la boca del Tnuya

navegamos , y navegamos en mi sueño a c o n t r a c o r r i e n t e varios

días hasta el río M a p u y a , y allí r ecog imos fósiles m a r i n o s , cara-

.coles de p iedra , medusas de mi l lones de años , y soñé que había

una w a p a p a c o m i e n d o gente , pueb los enteros f lotaban c o m o peces

en el agua e n v e n e n a d a , den t ro de mi vis ión. . .

Don M a n u e l C ó r d o v a s imula p r e o c u p a r s e por su pipa, va a

encender la , prefiere concen t r a r se en la cerilla que r emueve los

restos de t a b a c o . ¿Y después? , dice con una voz que he contem¬

plado antes. Dec ido cal lar , me mortif ico en la silla, no me obe¬

dezco:

— M i r é co lo res , so lamente colores du ran t e m u c h o ra to . Pero

volvió súb i tamente el sueño, el m i s m o sueño regresó a! sitio don¬

de nos dejó. C o n t i n u a m o s v ia jando . Un n iño a m a w a k a nos

llevaba. De jamos atrás al M a p u y a , i ng re samos al m o n t e , yo volví ,

apunté a la w a p a p a con mi escope ta , no sé qué cosa me d e s a n i m ó .

Seguí soñando con gran c lar idad . Soñé que yo no era César

Calvo sino César Sor iano , un p r imo mío que vive en Ca jamarca :

él iba en mi p e r s o n a sin que mi p e r s o n a dejara de ser y o , iba en

los dos t r o p e z a n d o por esos b o s q u e s , por f iando en c a m i n a r j u n t o

a Iván. Y p r i m e r o que todos iba el n iño que usted hab ía enviado

para que nos guiara . P o r q u e soñé que e s t á b a m o s c a m i n a n d o y

padeciendo y es forzándonos ú n i c a m e n t e para l legar a usted. Y

soñé que usted era el jefe de los a m a w a k a . Se l l a m a b a algo así

como Ino M o x o , sí, me a c u e r d o c l a r a m e n t e , se l l amaba Ino

Moxo pero no era Ino M o x o , era D o n M a n u e l C ó r d o v a , era

usted, la piel c lara , los ojos igua l i tos , la voz, los ges tos , t o d o . ..

Por fin, luego de a t ravesar a pie por unas col inas ense lvadas llega¬

mos al río M i s h a w a y usted nos rec ib ió . Ino M o x o nos rec ib ió ,

eso soñé. H a b l a m o s l a rgamen te sen tados en la oril l la del Misha -

wa durante cua t ro días más . D e s p u é s , sin av i so , r eg re sando de

una sesión de a y a w a s k h a y tohé idént ica a la de esta noche en

su casa, Iván me dijo que Ino M o x o se había pues to su cushma

amarilla y había e n t r a d o al b o s q u e y había d e s a p a r e c i d o su cuer-

280

po echando h u m o . . . R e c u e r d o que en esa m a r c a c i ó n , du ran t e e l

ayawaskha que usted me dio en su cabana del M i s h a w a , soñé

exac t amen te el m i smo sueño que he soñado aquí en su casa de

Iqu i tos , aquí en el J i rón H u a l l a g a , igual que un sueño dent ro de

otro sueño: vis ioné que es taba en A t a l a y a con I v á n y con Fé l ix

Insapi l lo y c o n m i g o , es decir con Césa r C a l v o , y que n a v e g a m o s

por el U c a y a l i , el U r u b a m b a , el I n u y a . . . C o m o una visión que

naciera al mor i r , que no t e r m i n a r a j a m á s , como un viaje que ter¬

minara por su in ic io , que se es tuviera v iendo mi ra r se en mi

vis ión. . . A q u í está todav ía , en mi cabeza , c o m o recién v iv ido,

ese viaje que su oni x u m a me ha hecho soña r . . .

Y D o n M a n u e l C ó r d o v a , sonr i endo y r e l egando su pipa en

la mesita:

— L o s a s h a n í n k a dicen que soñar es hab l a r con el aire, que

du ran te el sueño se desp ie r ta a la vida de otro t i e m p o , a una de

las vidas del t i e m p o de esta vida. Lo que se mira desde el oni

xuma es tan real o mucho más íea l . No lo dudes un ins tante . Tú

has viajado de ve rdad a n o c h e , a u n q u e no sea la m a n e r a más habi¬

tual de la v e r d a d .

Y h a b l a n d o para sí, pa ra su aden t ro :

— U n o de los var ios antifaces de esta mi sma verdad .

Y c a m b i a n d o de ros t ro , ex i l ándo lo en voz inconfundible :

— T o d o el viaje de tu s u e ñ o , cier to es p a r a mí , p a r a mi v ida ,

y para tí deb ie ra ser lo m i s m o , un viaje v e r d a d e r o en su t o t a l . . .

Y s o p e s a n d o mi inc redu l idad :

— A l l á , al b o r d e del M i s h a w a , en tu soñar , ¿había o no

había un e n o r m e renaco en m e d i o del a g u a ? . . .

Y d e s v i a n d o m a n e r a s , ref i r iendo sus ojos hac ia Fél ix Insa -

pillo y hacia mi h e r m a n o Iván:

— E l l o s no serán más lo que fueron has ta ayer , has ta an tes

del oni x u m a y del tohé. . De un m o d o impercep t ib le pero bien

real , ellos t a m b i é n se han a l i m e n t a d o de tus v i s iones , han viajado

cont igo a sus m a n e r a s . . . A u n q u e todav ía no lo sepan en el

pensamien to de su co razón , a t rás de sus m e m o r i a s , ellos dos ya

t a m p o c o son los m i s m o s . . .

Y af i lando las za rpas de su n o m b r e a m a w a k a , c ayendo sobre

mí desde lo al to de su frente de sabio:

281

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— Y o sé. Tú no has venido desde L ima s o l a m e n t e para que

te sane tu c u e r p o mater ia l . Y a n o c h e no has v e n i d o so lamente

p a r a t o m a r oni x u m a casado con tohé . Yo lo sé. Por eso he

d ic tado lo que ha visto tu sueño . Yo he d i c t a d o , una por una ,

t odas sus v is iones . T a m b i é n por eso no he p o d i d o d ic tá r te las a

tí sino a tu d e s d o b l a m i e n t o , a u n o de los cuerpos de tu sombra .

A l g ú n día, m e r e c i e n d o , podré qu izá confiar te , s ab ré por qué no

fui capaz con t igo , por qué te hice viajar den t ro de tu pa r i en te , a

su lado , c o m o un e x t r a ñ o , por qué te hice viajar desde tu otra

pe r sona en las v i s iones . . .

Y d e s p i d i é n d o s e del d iván de es te ras , d e s p i d i é n d o n o s , ya

era sofocante la m a ñ a n a y c o m e n z a b a n a buscar lo p a c i e n t e s , una

fila de caras ojerosas y ans iosas , D o n Manue l C ó r d o v a o r d e n ó

que yo , no C é s a r Calvo sino mi otro César , con t a r a en beneficio

de la gente los m e a n d r o s del viaje que creí habe r s o ñ a d o . Ese

viaje que hace sesenta años , o d e n t r o de sesenta mi l lones de años ,

en el t i empo sin t i e m p o , me llevó a conocer a Ino M o x o , Pan t e r a

N e g r a de los a m a w a k a .

— V e a d e s c a n s a r ahora , d i spuso fat igado D o n M a n u e l Cór-

dova , como un conva lec i en te , a c o m p a ñ á n d o n o s has ta la puer ta ,

muy despac io . P e r o no vayas a a l t e ra r la rea l idad del sueño , no

divorcies la mag ia de la his tor ia ni la vigilia del m i to . No te olvi¬

des que los ríos p u e d e n existir sin agua pero no sin or i l las . Crée¬

me: la real idad no es nada si no se llega a verificar en los sueños.

El e s t r e m e c i m i e n t o de una red me envolvió no era un sueño

era un lago vi a K a a m e t z a en la t e rce ra orilla sobre la sangre

negra del o t o r o n g o acuch i l l ado quise ace rca rme a ella y la red

me devolvió a las aguas cada vez más oscuras más ca l ien tes más

c laras ¡qespichíway! grité y no era un lago era un río ¡qespichí-

way! invoqué a K a a m e t z a ¡apa réame con el cristal t e n g a m o s hijos

t r anspa ren t e s y l ibres! así en q u e c h u a me oyó gritar el sueño pero

no me e scuchó , K a a m e t z a c o n t i n u a b a en la r ibera abso r t a y Na -

rowé d e s p e r t a b a los ten tácu los de la red se a f lo ja ronmin t ie ron in-

sistieron me a fe r ra ron de nuevo . Y no era una red. E r a una m a n o

s a c u d i é n d o m e , dos m a n o s a fe r rándose a mis h o m b r o s : Rooseve l t

G u z m á n me d e s p e r t a b a d i s c u l p á n d o s e , d ic iendo que t o d o s se ha-

282

bían ido a la calle a p e s a r a d o s por mi pesadi l la y que ya es taba

por anochecer .

T o d o el día he d o r m i d o , aquí , en esta casa del J i rón A g u i -

rre de I q u i t o s , frente a la P laza 28 de Ju l io , j u s t a m e n t e en el

cua r to que hace más de veinte años h o s p e d ó mis vacac iones esco¬

lares . El v i en to no ha p a s a d o . A h o r a estoy ante las mismas

pers ianas que e l p in to r Calvo de A r a ú j o , mi p a d r e , supo apar ta r

con dedos de t a b a c o y agua r rá s y pinceles r e c o g i e n d o júb i los y

co lores y j ú b i l o s y cóleras p a r a cede r lo todo al caba l le te d o n d e

o t ra ven tana lo e spe raba . ¿El v ien to no ha p a s a d o ? Sé bien que

D o n Danie l G u z m á n C e p e d a no se encuen t r a en la casa , que ésta

ya no es su casa ni es la mía, que se fue con mi p a d r e p i sando ra¬

m a s t i e rnas , que d e s a p a r e c i e r o n sus cue rpos e c h a n d o h u m o . S i tan

sólo cons iguiera r e a n u d a r e l s u e ñ o , digo c a l l a n d o v i e n d o , pero un

súbi to aguace ro me desp ie r ta del t o d o , fisguea go tas gruesas por la

ven t ana , me l evan to y la cierro i nú t i lmen te , mis ojos no se apa r t an

de la l luvia. P o r q u e el v ien to ha p a s a d o , sauces , sí, ha p a s a d o ,

m a n g u a l e s , p o m a r r o s a s , d e v a s t a n d o generosos n í s p e r o s , inolvida¬

bles árboles e t e r n o s , cómpl ices de mi vida. Y no hay nad ie en la

P laza ni en la ca sa , p ido a R o o s e v e l t que diga que no hay nad ie , si

alguien me b u s c a díle que no es toy, díle que yo t a m b i é n , que yo

t a m p o c o , hace ya cua t roc i en tos años que me he ido. Ins ta lo en¬

tonces una hoja b l a n c a , otra neg ra , otra b lanca , en la desbarata¬

da m á q u i n a de escribir .

Y escr ibo :

LAS TRES MITADES de Ino Moxo

y otros brujos de la Amazonia

por: CESAR SURIANO

— A s í es c u a n d o alguien dice la ve rdad , resuena Don Manue l

C ó r d o v a d e n t r o de mi m e m o r i a . Si una sola exis tencia la escucha y

cons ide ra , no p rec i sas ni decir la ve rdad : d ic iendo o t ras cosas ya

la dices a u n q u e ni tú ni la ve rdad lo qu i e r an . . .

—El primer hombre no fue hombre, me dice Don Javier

enmarañándose en risadas hondas. El primer hombre fue mujer...

28?

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E L P R I M E R H O M B R E N O F U E H O M B R E .

, . .me refiero a la huella de un ser humano encontrada en la

región de A s c o p e . El profesor Jack Evrnden de la Universidad

de California'ha asignado a la roca en que fue hallada esa huella

la edad de 60 mi l lones de años . . .

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ME DICE DON JAVIER

en la an te sa la del Ho te l Tar i r i de Puca l lpa c o m o

d e s e n c o l a d o de esos muros t a t u a d o s con r e m e d o s

de los r e t r a tos de a lmas que pintan los na t ivos .

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C O N L A S M A N O S D E I V A N

. . . ex t ra j imos del río M a p u y a las m e d u s a s r e m o t a s , los

ca r aco l e s mar inos conve r t i dos en p iedra .

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N O E L I N K A M A N K O K A L L I .

. . . s ino D o n H i l d e b r a n d o , c o m o un gran resp landor

apa rece sos t en iendo aquel vaso sin t i e m p o .

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N O M E G U S T A H A B L A R D E E S O .

. . .pero voy a con ta r t e so lamen te p o r q u e lo quiere D o n J u a n

Tues ta , dice R u t h C á r d e n a s , la e sposa de D o n Javier en la c iudad

de Iqu i to s . Voy a con ta r te c ó m o r a p t a r o n a mi h e r m a n i t o A r o l d o ,

cómo fue que lo h ic ieron chu l l achak i .

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M E V I A L O S P I E S D E U N C E R R O .

. . .una c u m b r e e m p o n c h a d a con hielos e t e rnos .

¡Qoylluri t i ! , gr i taban. ¡Estrella de Nieve ! , g r i taban .

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N O P O R SER L A M A S A M P L I A .

. . .s ino la más dis t inta , la choza de Ino M o x o

se nos figura el cent ro

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C U A N D O P I E N S O E N F I T Z C A R R A L D .

. . .y en sus me rcena r io s , dijo Ino M o x o , c u a n d o pienso

que esos genoc idas eran h o m b r e s , me dan ganas de

n a c i o n a l i z a r m e culebra .

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¡ D É M E S U B E N D I C I Ó N , P A D R E C I T O P E D R O ! .

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N O P O R SER L A M A S A M P L I A

.. . sino la más requer ida , la casa de Ino M o x o , hoy

M a n u e l C ó r d o v a , en el J i rón H u a l l a g a de Iqu i tos .

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P O R Q U E YO F U I I N O M O X O . . .

W w

. . . revela D o n M a n u e l C ó r d o v a , du ran te m u c h o s años

fui P a n t e r a N e g r a de los a m a w a k a , desde que me rapta­

ron o b e d e c i e n d o a l gran maes t ro X i m u .

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.EL V I A J E Q U E M E L L E V O H A S T A E L P R I M E R

H O M B R E . . .

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ANDANDO HACIA LA ORILLA

. . . у entrando al Arnazuna*, cnmarañanduw; en rizadas ondas- ,.

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1

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vocabulario

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— A —

Abigeo.—Mezcla de jus t ic ie ro y de c u a t r e r o , de levant isco por

n a t u r a l e z a y labr iego sin t ier ra , es y no es ladrón de

g a n a d o . En rea l idad no hurta : r ecupera . Las cordi l le ­

ras lo l l aman Qorilazo, pa labra que fusiona un t é rmino

k e s h w a y otro cas te l l ano y significa Lazo-de-Oro, alu¬

d i e n d o sin duda a la infalibilidad con que los ab igeos ,

aun en la más ar isca o scu r idad , en lazan y convencen

a vacas y caba l los .

Abata.—Aunque pasa d e s a p e r c i b i d o , en todas pa r t e s , este árbol

t e m e r o s o de grosor y de al tura crece de preferencia en

selvas l lanas . Sus ra í ces , de un rojo r enegr ido , astilla¬

das y he rv idas dan fuerzas a un bebed izo que desp ide

al azúca r de la sangre .

Acarawasú.—Pez refractario a los ríos m a y o r e s , puebla exclusi­

v a m e n t e q u e b r a d a s y lagos. Pesa has ta tres kilos y

r a r a vez rebasa los c incuen ta cen t ímet ros de largo. En

las c iudades cod ic ian los o r n a m e n t o s de su piel, en las

a ldeas la sab rosura de su carne . Lo cier to es que por

una u otra causa , a c o r r a l a d o entre el h a m b r e y los

a c u a r i o s , el a c a r a w a s ú vive: no vive: e scamotea el ries¬

go de la ext inción.

Achiote.—Bixa Ore l l ana . Semilla cuya roja m o l e d u r a es emplea¬

da, en ha r ina o en pas ta , con fines cu l ina r ios , r i tuales o

s imp lemen te deco ra t i vos . En las cocinas más exigen¬

tes y civi l izadas el ach io te ya es ind ispensable c o m o

s a z o n a d o r pero los na t ivos insisten en no r econoce r l e

más v i r tudes que las de una eficaz p in tu ra mágica: su

co lo r ido ahuyen ta fieras, h o m b r e s d a ñ o s o s , án imas ad­

versas . El ach io te nos hace invu lne rab les a cua les -

quier acoso de los enemigos visibles e invisibles.

Achúni.—Cuadrúpedo n e r v i o s o , m e d i a n o . Ú n i c a m e n t e de cerca

y m u c h a s veces sólo c o n s t a t a n d o lo h i rsu to de su cola

y sus orejas l á n g u i d a s , puede de t e rmina r se que el

achúni es achúni y no z o r r o . Pese a la difundida indi¬

ferencia de este an imal respec to a las gal l inas , la vora¬

c idad de los c a z a d o r e s persiste en confundir lo .

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Afanínga.—Esta sierpe acos tumbra vivir en el cobi jo , casi en el

a n o n i m a t o , de los pas t i za les . A diferencia de o t ras ,

la afanínga se mimet iza po r h u r a ñ a , no por vocac ión

de acecho . Inclusive c u a n d o es a tacada p re sc inde de

morde r : sólo sabe p ro t ege r se r e v o l e a n d o su cola, re¬

p l e g á n d o s e tras ese r emol ino de azotes inocen tes .

Aguajal.—Dícese de las t ierras p a n t a n o s a s o i n u n d a b l e s d o n d e

a b u n d a cier ta pa lmera conoc ida , al igual que sus frutos,

con el n o m b r e de aguaje. A este respec to exis ten dos

vers iones tan con t ra r ias c o m o ac red i t adas : una sostie¬

ne que los aguajales d eben su apelat ivo a la p a l m e r a

que los hab i t a , otra asegura que los aguajes son deno¬

m i n a d o s así po rque c recen ú n i c a m e n t e en t e r r enos cu¬

b ier tos po r las aguas.

Aguaje.—Palmera gigante que prefiere las t ierras i nundab le s o

las a v e c i n d a d a s a l a g u n a s y ríos. T a m b i é n l l ámase

aguaje al fruto de esta p a l m a , suerte de p ina ínfima y

rojiza: t ras dificultosa casca ra de escamas que las gen¬

tes a p a r t a n con los d ien tes , el aguaje e s c o n d e una pul¬

pa ace i tosa , escasa pero s u m a m e n t e nut r i t iva y delei¬

tab le .

Aguaje-machácuy.—Sierpe acuát ica , pacífica, cuyo n o m b r e obe¬

dece al co lor y t ex tu ra de su piel, imi t ada has ta la

confusión por los frutos del aguaje. Machácuy es la

cas te l l an izac ión de la p a l a b r a mach'aqway que en idio¬

ma k e s h w a designa a los ofidios y cu l eb ra s c o m u n e s .

¿Será necesa r io cons ignar que otra p a l a b r a keshwa ,

Amaru, que t amb ién significa serpiente, o más bien

gran serpiente, o anaconda, boa, era y es r e se rvada

para n o m b r a r a la Se rp i en t e -Dios , una de las divinida¬

des m e n o r e s de los inkas?

Ajuási.—Más que del h o m b r e oc ioso dícese del inút i l , aquel cuya

án ima , h a b i t a d a por i r revocab les t o r p e z a s , lo conduce

hacia un te rco dest ino de fracaso. Ajuási no es nece¬

s a r i amen te quien se niega a ac tuar sino quien se equi¬

voca cada vez que lo in tenta .

Allpaka.—Auquénico apacib le , más frágil y menos e l evado que

un a s n o , no tan c o n s i d e r a d o por su ca rne , c o m o por

322

su pelaje incansab le en dar lanas cop iosas y sedosas .

La allpaka es uno de los cua t ro camé l idos exclusivos

de las cordi l le ras s u d a m e r i c a n a s . El wanaku, la viku-

ña y la llama son sus o t ros par ientes i nmed ia to s .

Allqoruna.—Allqo: pe r ro . Runa: h o m b r e . M u c h o s nat ivos de

nues t r a s sierras y selvas d e n o m i n a n allqoruna al hom¬

bre b l a n c o , al virakocha, por lo que esta pa l ab ra lleva

de insul to en su ve rdad : n o - h o m b r e , es decir inhuma¬

n o , e x p l o t a d o r , b a s t a r d ó , l ad rón , falsar io, eso y más

significa, según cómo y c u á n d o se p r o n u n c i e , la pala¬

bra allqoruna.

Ama sua, ama ¡lula, ama qella.—En id ioma keshwa: "No seas

l a d r ó n , no seas m e n t i r o s o , no seas oc io so" . Los inkas

e m p l e a b a n esta frase en lugar de nues t ro p a u p é r r i m o

" b u e n o s 'd ías" . La p e r s o n a a quien iba di r ig ido tal sa­

ludo r e spond ía Ch'eynallataq q'ampas, es decir: "Yo

deseo lo m i s m o para t í " .

Amawaka.—Amiwaka. As í d e s i g n a m o s , desde la conqu i s t a espa¬

ño la , a la nación Yora y a los na t ivos que la confor¬

man . El pr incipal a s e n t a m i e n t o yora, o amawaka,

aquel d o n d e hizo fama la sapiencia de I n o M o x o , si¬

gue u b i c a d o en las i nmed iac iones del río M i s h a w a ,

f ron te rado por las c o r r e n t a d a s del Inuya y del M a p u y a

que a l i m e n t a n al R í o Sag rado de los I n k a s , e l g r and io ­

so U r u b a m b a .

Andiroba.—Árbol de made ra e spec ia lmen te pe r t inaz , sólo supe¬

rada po r la dureza del wakapú en la t a rea de envigar

v iv iendas .

Anima.—Espíritu. A l m a . A p a r i c i ó n . F a n t a s m a . Y fuerza, esa

esenc ia que habi ta y que da vida, que da a l i en to , que

anima a h u m a n o s y an ima le s , vegeta les y cosas . En

b o c a de los brujos a m a z ó n i c o s " G r a n d e s A n i m a s " pue¬

de ser referencia t an to a los espír i tus super io res que

a lguna vez o c u p a r o n un cuerpo ma te r i a l , como a las

p o d e r o s a s d iv in idades que al mi smo t i e m p o impu l san y

a m e n a z a n lo c r eado al rec rear lo en su exis tencia dia¬

ria. Anima es t a m b i é n lo que se d e s p r e n d e del mori¬

b u n d o , lo que sigue v iv iendo por él c u a n d o él ha

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m u e r t o , lo que después recor re los sitios y car iños del

difunto b u s c a n d o e t e r n a m e n t e su final. En la selva,

por e l lo , y no tan sólo en la superst ic ión de las a ldeas ,

s iempre que sucede algo inexpl icable , un ru ido , una

venus t a , un m o v i m i e n t o o un silencio imprev is tos , al¬

guien r azona rá i nva r i ab l emen te : "Su ánima del fula¬

no es, su ánima es que está recog iéndole los pasos" .

Anona.—Anón. U n o de los frutos t ropica les más a l iment ic ios y

sab rosos . Su cascara , de un verdor d e s c o l o r i d o , esca¬

b r o s o , a tesora una p u l p a acaso d e m a s i a d o b lanca y

du lce .

Añashúa.—Pez que c o m p e n s a l a rgamen te su l a rgu ra , apenas 40

c e n t í m e t r o s , y su p reca r io pe so , nunca más de 2 ki los ,

con una carne t r a n s p a r e n t e , de sabores tan indescrip¬

t ibles c o m o los co lor idos de la piel que la envuelve .

Añaz.—A su es t a tu ra de per r i to faldero este an imal agrega la

v ivac idad de un zorr i l lo ven ido a m e n o s . Escasos abo¬

r ígenes lo j uzgan comes t ib l e , los más lo ha l lan j o c o s o

y so lamen te lo pers iguen a falta de o t ros j u e g o s .

Añuje.—Pese a ser uno de los r o e d o r e s más p e q u e ñ o s de la selva

p e r u a n a , su robustez excede a la de dos e jemplares de

conejo común . E n g a ñ o s a es la rus t ic idad de su pelam¬

bre : t a m b i é n en sab rosu ra y en suav idad de carnes el

añuje abusa con más de dos conejos.

Apasharama.—Árbol de cor teza recia y co r rugada , ind ispensable

si se t ra ta de curtir cueros finos.

Apashira.—Camaleón p e q u e ñ o , más escurr id izo que p e q u e ñ o . Su

carne t r ans lúc ida y f lemosa es ans iada c o m o lujo por

a lgunos nat ivos. La apashira suma al vér t igo de sus

de sp l azamien tos una capac idad v e r d a d e r a m e n t e mila¬

grosa de mimet izarse con cualquier ámb i to . De allí

que su cap tu ra sea t r iunfo y privi legio no de los caza¬

dores más exper tos cuan to de lo más a fo r tunados . El

hab la popu la r t ambién l lama apashira al sexo de la

mujer.

Aqllawasi.—Los inkas l l amaban así, C a s a - D e - L a s - E s c o g i d a s , a

la res idencia de las donce l las que rendían cul to al Inii,

el P a d r e Sol,

324

Xrambasa.—Abeja negra , feroz. La gente le teme al par que la

pers igue : la miel de la arambasa, l evemente acida, más

d o r a d a que espesa , es avar ic iada c o m o n inguna o t ra

por sus p r o p i e d a d e s tonif icantes .

Aripasa.—Árbol indeciso de grosor y de e spesura de hojas. Da

frutos grises, r e d o n d o s y acha t ados : no son comesti¬

bles .

Ashanínka.—Así se d e n o m i n a n y nominan a su nac ión los nati¬

vos que hab i t an p r i n c i p a l m e n t e El Gran Pajonal y sus

a l r e d e d o r e s , más de cien mil k i lómet ros c u a d r a d o s , a

qu ienes c o n o c e m o s c o m o campas. Ashanínka, en su

id ioma significa hombre. Los d e m á s , para el los, somos

chori (gente de las cord i l l e ras , keshwas o mest izos) o

somos virakocha ( u s u r p a d o r e s , b l a n c o s , invasores ) . En

esa i naba rcab l e mese t a selvática conoc ida c o m o El

G r a n Pajonal y que aún es su pa t r ia , los ashanínka no

pe rmi ten ni pues tos pol iciales ni escuelas al estilo occi¬

denta l ni iglesias ni cuar te les de so ldados . Son sin em¬

ba rgo hosp i ta la r ios en e x t r e m o , pe ro exc lus ivamen te

con quienes los visi tan en paz. C o n los otros ignoran

la p iedad . Su indob legab le condic ión guerrera no so¬

l a m e n t e de tuvo a los conqu i s t ado re s inkas y a los con¬

qu i s t adores e spaño le s sino que sigue alerta cont ra los

nuevos b á r b a r o s .

Ashipa.—Tubérculo h a r i n o s o , d u d o s a m e n t e du lce , acaso el ún ico

capaz de ser d iger ido sin cocc ión , en su fresca c rudez ,

c o m o si fuera fruto.

Ayañawi.—Ñawi, en keshwa , es ojo. Aya es án ima, di funto,

e s p í r i t u - d e - l o s - q u e - h a n - m u e r t o . Ayañawi, pues , signi¬

fica O j o - d e l - m u e r t o , O j o - d e - l a s - á n i m a s , y es el nom¬

bre keshwa de la luc ié rnaga o cocuyo .

Ayaymáman.—Ave de n o m b r e o n o m a t o p é y i c o . Su can to quejum¬

b r o s o , i n c o n s o l a b l e , sólo se oye d u r a n t e la noche . No

se sabe de nad ie que haya consegu ido mirar un ayay-

máman. De allí que los selváticos pros igan d a n d o cré¬

di to a una leyenda que informa de dos n iños , un v a r ó n

y una h e m b r a cuyos padres , c o m p r e n d i e n d o que el

h a m b r e los conduc ía hacia una segura muer t e , prefirie-

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ron l levar con engaños a sus hijos al más profundo

bosque y en él a b a n d o n a r l o s . Los p e q u e ñ o s tuv ie ron

que conver t i r se en aves pa ra sobrevivir . D e s d e enton¬

ces sol lozan, ¡ayay m a m a n ! , i n v o c a n d o a su m a d r e , a

su p a d r e , a cua lquier h u m a n o que se avenga a mirar¬

los. L o s h o m b r e s apenas logran en t rever su can to t ras

las hojas de la oscur idad . H a c e siglos que los n iños-

pájaro insisten e insisten c a n t a s o l l o z a n d o has ta el

amanece r . Y es que , según decires de nues t ro s pue¬

b ler inos en su i r reba t ib le e inocen te v e r d a d , sólo al

ser vis tos por vista de h u m a n o p o d r á n los ayaymáman

r e c u p e r a r su forma y án ima pr imigen ias .

Ayawaskha.—Liana-del-muerto. S o g a - d e - l a s - á n i m a s . N o m b r e

keshwa de un bejuco de p r o p i e d a d e s a luc inógenas .

H u m b o l d t lo rebaut izó c o m o Banisteria Caapi. Cien¬

tíficos rec ientes logra ron aislar su pr inc ip io ac t ivo , al¬

caloide al que d ie ron en l l amar harmina, a p l i c á n d o l o

en e x p e r i m e n t o s casi s i empre insat isfactor ios deb ido a

que se ignora con cuá les o t ros vegeta les mezc lan el

a y a w a s k h a los brujos a m a z ó n i c o s hasta o to rga r l e los

pode re s medic ina les y de ad iv inac ión en que basa esta

l iana su fama de infalible.

Ayúmpari. —Ashanínka que acepta o es tab lece un i n t e r c a m b i o de

regalos con o t ro m i e m b r o de su nación. Los a shan ínka

conf ieren a esta ancest ra l c o s t u m b r e , ca tegor ía de ins¬

t i tución sagrada . No se t ra ta de dar p a r a recibir . Se

t ra ta de respirar . La vida está en el a i re , no es de

nad i e , es de todos . Si m e r e z c o y consigo ser tu ayúm-

pari, al rega la r te a lgo, f lechas, mano jos de sal, pas ta

de ach io t e , no te estoy d a n d o vida: me la estoy devol¬

v iendo . Los objetos , los d o n e s , los o b s e q u i o s , todos

ellos c r eados como el aire por nues t ro P a d r e - D i o s Pa-

c h a k a m á i t e , son f inalmente míos c u a n d o dejan de ser¬

lo. .Todo es de t odos , sí. P e r o sólo t r a t á n d o s e de

a s h a n í n k a s . N i n g ú n b l a n c o , n ingún mes t izo , n i siquie¬

ra un m i e m b r o de otra nac ión a m a z ó n i c a es acep t ado

por los ashanínka en ca l idad de ayúmpari. P o r q u e el

326

t r u e q u e de obsequ ios , ese in te rcambio s ag rado , no sola¬

m e n t e liga de por vida a los dos ayúmparis que lo efec¬

túan sino que cohes iona y fortalece a toda su nación.

Awíwa. G u s a n o comest ib le y mul t i co lo r , a lcanza n o r m a l m e n t e

diez cen t íme t ros de la rgura .

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B

Batata.—Látex del árbol l l amado balata. Los t r aba jadores y / o

ex t r ac to res de este pa r ien te del c a u c h o deben a ello el

ape la t ivo de ba la t e ros . El pintor Ca lvo de Araú jo

supo r e t r a t a r l o s , más con candore s que con co lo res ,

en una canc ión suya que posee el m a r c o jus to del sen¬

tir popu la r :

Tú me has querido, engañadora, engañadora,

cuando hey tenido mucho dinero, mucho dinero.

De shiringuero, de batatero, hey trabajado

y esas platas te hey regalado, te hey regalado...

Banda.—Orilla, R i b e r a . M a r g e n de río o de a r r o y u e l o .

Barbasco.—Planta hench ida de una sustancia nociva d e n o m i n a d a

rotenona. Los p e s c a d o r e s , aunque t a m b i é n uti l izan el

látex del barbasco, prefieren el veneno que ex t raen de

sus ra íces: majan el vegetal (a golpes lo ast i l lan pa ra

hacer aflorar la r o t e n o n a ) y luego lo e s p a r c e n sobre

el agua y al instante recogen los peces que agonizan

en la superficie.

Bayuca. —Nombre que abarca var ias especies de o rugas veneno¬

sas, t odas ellas cub ie r tas por un vello tan ur t icante

como co lor ido .

Bora.—Nativo a m a z ó n i c o , m i e m b r o de la nación del m i s m o nom¬

bre.

Bocholocho.—Más espigada e. inquie ta que una p a l o m a , pero no

más g r a n d e , esta ave sólo l lamarse a sí m i s m a , ¡bocho-

l o o o o ó c h o o o , b o c h o l o o o ó o o c h o o o o ! , con un cantar

m o n ó t o n o , me lod ioso , m o n ó t o n o , m o n ó t o n o .

Bubinzana.—Canción mágica t amb ién d e n o m i n a d a ¡caro. Invo¬

cación. R e z o mus i cado que los brujos t a r a r e a n mien¬

tras fuman en ciertas c e r e m o n i a s .

Bufeo.—Bujeo. Delfín de río. Pez mamífero del t a m a ñ o de un

h o m b r e . A lgunas nat ivas en es tado de mens t ruac ión o

de p reñez evitan navegar e m b a r c a c i o n e s frágiles: saben

que los bufeos se e x a c e r b a n o l iéndolas y embis t en sus

328

naves i n t en t ando vo lca r las . No son infrecuentes los

casos de mujeres que han perec ido a h o g a d a s no a cau¬

sa del naufragio sino de los bufeos que las arrastra¬

ron al fondo de las aguas y allí las fornicaron. Tampo¬

co son escasas las h i s to r ias de p e s c a d o r e s que han cap¬

t u r a d o h e m b r a s de bufeo: aseguran que n inguna huma¬

na se les c o m p a r a en des t reza ni a rdor . La h e m b r a del

Bufeo C o l o r a d o es la más codic iada: los brujos recor¬

tan el aro de su vag ina , lo dotan de p o d e r e s a y u n a n d o ,

icarándolo, y con esa pu l se ra fabr ican la única pusanga

infalible en cues t iones de amor. Es cosa resabida que

los bufeos m a c h o s p u e d e n , si así lo quieren , conver¬

t irse en pe r sonas : disfrazados de gente salen de los

r íos , e spec ia lmen te en época de fiestas, y p ro teg idos

po r la a lgarabía , la confusión, los ba i les , ga l an t ean

m u c h a c h a s y al final se las roban. Los bufeos , mejor

que los h u m a n o s p r e p a r a d o s , o c u p a n sin esfuerzo cua-

lesquier apar ienc ia . P e r o con los p o d e r e s p rop ios del

c h u l l a c h a k i , a l m i s m o t i empo poseen ' sus f laquezas:

h a g a n lo que hagan , sean quienes sean, los bufeos es¬

tán c o n d e n a d o s a l levar sombre ro s i empre . Así c o m o

el chu l l achak i de h u m a n o es de l a t ado por la huella de

t igre o de venado que no puede e sconde r su pie dere¬

c h o , el chu l lachaki de bufeo se ve forzado a respi rar

por ese inocul tab le orificio que t iene en la cabeza. Pa¬

ra r econoce r los y e span t a r lo s basta pues con qui tar les

el s o m b r e r o .

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tahuára.—Kawara. Pez cuya desaforada es ta tura con t r ad i ce lo

apetecible de su carne.

Caimito.—Si a su forma r edonda , a p e z o n a d a , piel de colores

t ensos , a ñ a d i m o s la excelencia b l a n q u e c i n a y gomosa

de su pu lpa , el caimito nos parecer ía no un fruto sino

un pecho de muchacha . La his tor ia más p r o p a l a d a

que el caimito ha mo t ivado hab la de un l eñador que

castigó los devaneos de su mujer a m p u t á n d o l e los

senos y en t e r r ándo los casi al filo del r ío , en lo más

dis tante de su chacra , j u s t a m e n t e en el sitio desde el

cual b ro t a r í a cierto árbol for tui to , de r amas pesa rosas

en t regadas a un frutecer i n n u m e r a b l e y fulgurante . A

tan m a c a b r o origen deber ía el caimito su anhe lan te

tex tura , el a lma de sus ca rnes , esa d u l c e d u m b r e que

lo exal ta a la inmoderac ión .

Campa.—Ver: ashanínka.

Camucámu.—Arbusto semiacuát ico . Sus frutos ác idos , más áci¬

dos que dulces , he redan con el n o m b r e una igual dis¬

creción en el t amaño .

Camúnguy.—Gallinácea de n o m b r e o n o m a t o p é y i c o . La enormi¬

dad de sus modales y el color de sus p lumas la empa-

rentan con los pavos salvajes. Lás t ima que su carne

sea t o t a lmen te impermeab le al sabor.

Canela-muwena.—Canela-mohena. Árbo l de m a d e r a color cane¬

la, s ingu la rmente perfumada y dura.

Cañero. —Pez desconce r t an t e por lo voraz , fuerte y r e sba lad izo .

P e r m a n e n t e s flemas recubren los 20 cen t íme t ros que

su cuerpo nunca sobrepasa. Carece de d ien tes , es de¬

cir que se a l imenta por succión. El cañero más t emido

es el más ínfimo, y con razón: su avidez, inconten ib le

s iempre , a lcanza a ser mor ta l c u a n d o el cañero ingre¬

sa por el ano y / o vagina de los pobres h u m a n o s .

Capirona. —Su condic ión impene t rab le y fibrosa ha d a d o a este

árbol fama de producir la mejor leña y el más persis¬

tente carbón.

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Carachama. —Karachama. Pez an t ed i l uv i ano , habi ta el fondo de

los lagos y se nutre de fango. La vas tedad a r t i t cu lada

de sus escamas gruesas lo cus todia mejor que una ar¬

m a d u r a . Sobrevive d e m a s i a d o s días fuera del agua. Su

ca rne no a c o s t u m b r a ser visita de señoria les mesas .

Los v a r o n e s de la nac ión chama, cuyo único oficio co¬

n o c i d o es pescar , no saben de orgul lo más just i f icado

que c a p t u r a r a lguna karachama: su con ten to es ma¬

y ú s c u l o s i cons iguen hace r lo p re sc ind i endo de anzue los ,

de flechas y de redes: bucean sin d e s m a y o y cuando ya

los dan por a h o g a d o s a soman de improv i so con la pre¬

sa p r e c i a d a : los j ó v e n e s la traen entre las m a n o s , los

expe r to s la sacan con los dientes .

Cargar. —Este v e r b o c o m p l e m e n t a y define, en lenguaje de hechi¬

z a d o r e s , al curar. Un brujo puede cargar con daños

cua lqu i e r cosa que an tes , por des t ino , es tuvo conced ida

a la b o n d a d . Y viceversa . Y t ambién ni lo uno ni lo

o t ro : un p a ñ u e l o i n o c e n t e , por e jemplo , bien puede ser

cargado p a r a que surta for tuna o malef ic ios , felicidad

o m u e r t e . Cargar, en cabeza de e x t r a ñ o s , se deja con¬

fundir con curar, y curar con hechizar, con embrujar,

a u n q u e en tales p a l a b r a s no quepan p l e n a m e n t e todas

sus r e sonanc i a s y significancias.

Catáhua.—Katawa. Árbol g igante recubier to de espinas . Crece

en t e r r e n o s bajos. Su savia es veneno p o d e r o s o al que

ape lan h u m a n o s y an imales . Con sangre de katawa

un tan la punta de sus flechas y d a r d o s a lgunos aborí¬

genes . Con sangre de katawa u n t a n sus alas las aves

c a r n i c e r a s (la famosa wapapa, por e j emplo ) , se sumer¬

gen en aguas de r e m a n s o , depos i tan la p o n z o ñ a , espe¬

ran. No esperan m u c h o t i empo: luego- luego d e v o r a n

a los peces que la savia de katawa vara en las ori l las .

Cetico.—Debido a su esbeltez y a la opulencia de sus r amas aba¬

n i cadas a lgunos h e r b o l a r i o s d is t ra ídos lo han t i ldado

de a r b u s t o . El cetico es árbol sin e m b a r g o , y semi-

acuá t i co . Su inter ior , más corcho que m a d e r a , p ród igo

en ce lu losa , es lujo que avar ic ian los fabricantes de

pape l . N u e s t r o s n a t i v o s , empujados al arte de la pesca

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no por vivir deleites sino por ma ta r h a m b r e s , deg radan

•¿\ cetico pa ra con él cons t ru i r se balsas de emergenc ia .

Citarácuy.—Hormiga e n o r m e , su m o r d e d u r a carece de dolor y de

p o n z o ñ a . Con igual n o m b r e es c o n o c i d a una danza

que las cos tumbres p o b l a n a s a c o m p a ñ a n con t a m b o r e s

y pífanos y pa lmas : a lo largo del bai le las pare jas imi¬

tan , con pell izcos y gestos ins inuan tes , el con toneo

c o n t r a p r o d u c e n t e de las ho rmigas y su agres ividad sin

c o n t e n i d o , fatal por lo evas iva , mor ta l por lo amorosa .

Coca.—Arbusto de cuyas hojas se ext rae el c l o r h i d r a t o de cocaí¬

na. L a s gentes de los A n d e s chacchan la coca , ta rea

que cons is te en hacer una bola de hojas den t ro de la

boca y mas t i ca r l a y mas t i ca r l a a g r e g á n d o l e cal , sus¬

t anc ia d e s e n c a d e n a n t e de las p r o p i e d a d e s v i t a l i zadoras

que ca rac te r i zan a este vegeta l . Los k e s h w a s lo utili¬

zan desde s iempre con fines de ad iv inac ión . Si la coca

es dulce entre los lab ios anunc ia b u e n a suer te : debe

e m p r e n d e r s e lo que se ha p e n s a d o . Si la coca es amar¬

ga, ma la seña, debe pos t e rga r se lo que se ha progra¬

m a d o . Los brujos a m a z ó n i c o s le dan hojas de coca al

ayawaskha sólo en c o n t a d a s ocas iones : t a m b i é n ellos

confían en la coca c o m o e sc l a r ecedo ra del futuro.

Cocha.—Kocha. P a l a b r a keshwa. Según su ap l icac ión puede sig¬

nificar L a g o , L a g u n a , R e m a n s o , A g u a s Q u i e t a s , Char¬

ca, O c é a n o .

C o c o n a . — L a m e d i a n í a que , en c u a n t o a su i m p o n e n c i a , esta plan¬

ta p r o c l a m a , no se cond ice con sus hojas ampl ias ni

con aquel dulzor r e s q u e b r a j a d o , agr io , v e r d e a m a r i l l o ,

de sus frutos.

Comején.—Hormiga s u m a m e n t e des t ruc to ra . C o m e cua lqu ie r ma¬

dera y de inmedia to segrega una sus tancia p a r d a y po¬

rosa que en brevís imo t i e m p o se e n d u r e c e . Con esa

secreción nacida de las ru inas el comején cons t ruye su

m o r a d a .

Coto-machácuy.—Koto-machácuy. A n i m a l mi to lóg ico . Serpien¬

te g igan te , posee dos cabezas y habi ta el fondo de los

g randes lagos .

Cumala.—Árbol de m a d e r a débi l , sin mayor impor t anc ia .

Cupíso.—Cupisu. To r tuga p e q u e ñ a , esp igada , anfibia. Sus hue¬

v o s , que se l l aman c o m o ella, son más ape tec idos que

su .carne.

Curar.—Én b o c a de brujos este verbo muda de con ten ido y oficio.

Curar cua lqu ie r obje to es ap rov i s iona r lo de p o d e r e s ,

d o t a r l o de fuerzas, de sent idos que d icho objeto ignora ,

que no le han sido d a d o s ni por c o s t u m b r e ni por na¬

c imien to .

Curuínce.—Hormiga de las g r a n d e s , a falta de veneno está pro¬

vista de imbat ib les t enazas : con ellas cor ta las tre¬

m e n d a s hojas de las cuales (tras las o scu r idades y

h u m e d a d e s cuyo fe rmen to es t i e m p o del subsuelo) ha

de b r o t a r la pu t r i c ión de hongos con los que la curuín-

ce se a l imenta .

Cushma.—Túnica tejida y d e c o r a d a con t intes d iversos , especie

de p o n c h o ac rec ido con m a n g a s , cos ido desde las

axi las has ta los pies. Suele ser u s a d a ind i s t i n t amen te

por h e m b r a s y va rones .

Cumaceba.—Arbol.de made ra d u r a , sin mayor i m p o r t a n c i a .

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Chacchar. —Masticar hojas de coca.

Chacra. —Espacio de t ierra cul t ivada.

Chamáiro.—Ceniza vegetal que puede r e e m p l a z a r a la cal cuan¬

do se chaccha.

Chambira.—Palmera cuyo fruto, d i s cu t ib l emen te du l ce , se c o m e

a d iscrec ión . Su t ronco no es mac izo pero allá en lo

a l to , más allá, en lo af i lado, desenvue lve un frescor

i nacabab le de sombras de ramajes de hojas vas t a s , por¬

fiadas y f ibrosas. Sin s ingu la rmen te aptas p a r a techar

casas , las hojas de c h a m b i r a sin e m b a r g o son exclusi¬

vamen te u t i l izadas c o m o m a r o m a s : a d e l g a z a d a s , tren¬

zadas con des t reza , e n r o l l a d a s y vuel tas a t r enza r , ja¬

más han de f raudado su fama es i r rompib le . T a m b i é n

se d e n o m i n a chambira, i n e x p l i c a b l e m e n t e , a un pez de

ma lgen i adas espinas y d ien tes repelentes que a pesar de

sí m i smo es comes t ib le .

Charichuelo.—Árbol de copa i m p e r t i n e n t e , e levada , c o m p a c t a de

altas r a m a s y de hojas. Da frutos ac idu lces , r a r a m e n t e

a b u n d a n t e s pero muy to l e r ab l e s .

Chicoza.—Especie de c a ñ a b r a v a o pa s to colosa l . C o m o nu t r i en te

de g a n a d o esta p lanta ha l o g r a d o , con jus t ic ia , la jerar¬

quía de lo mi lagroso .

Chicozal.—Lugar h a b i t u a l m e n t e a r e n o s o y p o b l a d o de chicoza.

Chimicúa.—Árbol que se desqui ta de sus r a m a s inúti les y fáciles,

desgajables a un soplo , d a n d o frutos tenaces y ro jos ,

tan a fe r rados a su n a c i m i e n t o , tan in t r incados de arran¬

car, tan impos ib les de exist ir a i s lados , que pocos ca¬

zadores p u e d e n j ac t a r se , sin falsía, de h a b e r l o s sabo¬

reado .

Chinchilejo.—Libélula. T a m b i é n c o n o c i d o i r r e s p o n s a b l e m e n t e

c o m o chupajeringa. A p o d o inevi table de los niños y

j óvenes e smi r r i ados y e scuá l idos .

Chirisanango.—Sanango sabroso . T ó n i c o que los brujos e l a b o r a n

fus ionando las fuerzas y los j u g o s de var ios vegeta les .

334

Chonta.—Palmito. Cogol lo comes t ib l e de diversas p a l m e r a s : wa-

sái, shebón , c inámi , p i joayo , hunguráwi . Pu lpa de una

p a l m e r a d e n o m i n a d a Pona. M a d e r a dura que hace

pun ta , o b l i g a t o r i a m e n t e , en casi t odas las flechas y

d a r d o s .

Chori.—Se dice en ashanínka del h o m b r e de los A n d e s , del kesh-

wa o mes t izo de nues t ras ser ranías .

Choshna.—Mono n o c t u r n o . Pese a su robus tez no se conoce tes¬

t i m o n i o h u m a n o que lo juzgue v io len to o agresivo.

Sus gr i tos en lo alto de las noches y sus saltos que a

veces t a l an y prec ip i tan pesadas r a m a s , acaso nos con¬

fundan y nos infundan infundado miedo . Pe ro no es

esa la in tenc ión de la choshna, se sabe.

Chuchuwasha.—Árbol cuyas ra íces d e s m e n u z a d a s y m a c e r a d a s en

a g u a r d i e n t e de caña dan poder y prest igio a una bebi¬

da m e d i c i n a l , af rodis íaca , tónica , a s imi smo l l a m a d a

chuchuwasha, o chuchuwasi: la p r imera expres ión kesh-

wa p o d r í a significar "pecho a t r á s " o "pecho que se da

v u e l t a " , y la segunda , chuchuwasi, sería "casa del pe¬

c h o " .

Chullachaqui.—Del keshwa Ch'ullan Chaki que significa un - so lo -

p ie , pie ún ico . Ser mi to lóg ico . D e m o n i o . D u e n d e .

Según se ha c o m p r o b a d o todo chullachaqui, a u n q u e

sea capaz de a d o p t a r la más inverosímil apar ienc ia ,

n u n c a consigue e n m a s c a r a r a lguno de sus pies: casi

s i empre el de recho se niega a ser de h u m a n o , insiste

en el a spec to de una za rpa de tigre o un casco de vena¬

do. El chullachaqui, así, peor que t r a i c i o n a d o es dela¬

t ado y es de l a t ado por sí m i s m o , por una par te suya,

sin q u e r e r l o . A ello se debe con cer teza la guisa dudo¬

sa e inso len te con que d e n o m i n a n a nues t ro chulla-

chaqui en el Brasi l : Curupira.

Chullakaqla.—Chullacajla. M a n d í b u l a desigual . Pez íntegramen¬

te hué r fano de e s c a m a s , d o t a d o de p o n z o ñ o s o s y des¬

c o m u n a l e s e spo lones .

Chushpi.—Mosquito insignificante cuya p icadura sin e m b a r g o ,

amén de mar t i r i zan te , es infecciosa.

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Chushupe.—Chushupi. V íbora gruesa , de piel tosca , casi ósea,

e x t r e m a d a m e n t e venenosa . U n a pa r t i cu l a r cos tumbre

suya la t r ipl ica en pe l igro : entre todos los m i e m b r o s

de su vas ta familia, la chushupe es la ún ica que persi¬

gue a su víct ima aun después de m o r d e r l a y si puede

la m u e r d e otra vez y la vuelve a m o r d e r infatigable¬

men te . Acaso sea el ún ico an ima l , de spués del hom¬

bre , cuya fiereza no c o n o c e t é rmino . So rp rende saber,

por « l io , que el majaz, pa ra m u c h o s el más sabroso

m o r a d o r de los b o s q u e s , vive al cobijo de la temible

chushupe, den t ro de su n ido . Los mitayeros y ribere¬

ños a seguran haber e n c o n t r a d o en a lguna par te del

cue rpo del majaz un car t í l ago que r e m e d a e x a c t a m e n t e

la forma de un colmi l lo de chushupe.

Demenío-chállua.—Pez no comes t ib l e , p e q u e ñ o , deco ra t i vo , semi-

vo lador . Su n o m b r e , Pez E n l o q u e c i d o , proviene de

la de smesu ra sin conc ie r to de sus aspav ien tos den t ro

y fuera del agua.

Doncella.—Pez de gran t a m a ñ o . Su piel carece de escamas y está

c o m o ence ldada por incesantes franjas negras . Ade¬

m á s de gene rosas , hay Doncellas que pesan 30 ki los ,

sus carnes ag radab les i gno ran las esp inas .

Dorado,—También l l amado Zúngaro. La cabeza de este pez aca¬

para sin d e n u e d o la mi tad de un cue rpo desgua rnec ido

de escamas y espinas que u sua lmen te pesa más de 50

kilos.

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— E —

Ejercer.—Emplear con solvencia todos los conoceres adqu i r idos

y todos los poderes a t ravés de la magia. Ejercer es

p r e r roga t iva de brujos autorizados, ú n i c a m e n t e de

aquel los que ofician t ras l abo r iosos años de re t ra ído

aprendizaje y expe r imen tac ión .

El Anima Sola.—Ver: Elegguá.

Elegguá.—El A n i m a Sola. Div in idad africana que en el fervor

sin años de a lgunos de sus fieles amer i canos suele ser

ident if icada equ ívocamen te con Ekué, que es La

M u e r t e . T r a t a r í a s e en tonces de un A n i m a Sola en ex¬

t remo a c o m p a ñ a d a , más a n h e l a d a que r eve renc i ada a

causa de su indiscut ible b e n i g n i d a d , ya que no exclu¬

s ivamente los adep tos de Ekué cons ide ran al mor i r un

alivio, b e n d i c i ó n que los l ibra de las humi l l ac iones y

pena l i dades de esta vida. N u e s t r o s a n t e p a s a d o s ne¬

gros, c u a n d o los esclavistas les p roh ib i e ron t a m b i é n sus-

rel igiones forzándolos hacia el ca to l ic i smo, enmasca¬

raron a sus dioses con las iden t idades de los santos

cr is t ianos a fin de p rosegui r a d o r a n d o a. los suyos , aun¬

que fuera sin n o m b r a r l o s , bajo extranjeras t ún i ca s , en

el secreto de la m e m o r i a lejana. ¿Por qué escog ie ron

j u s t a m e n t e a Cr is to c o m o disfraz de Ekué y jus tamen¬

te a Ekué c o m o disfraz de Elegguá? Sus r azones ten¬

drían. Lo cier to es que invis t ie ron con la pe r sone r í a

de La M u e r t e nada menos que al r e suc i t ado e inmor¬

tal Jesús de N a z a r e t h .

Empalar.—Levantar una tapia de án imas a l rededor de a lguien o

algo, c e r ca r lo con espír i tus en lugar de p a l o s , con vo¬

luntades en vez de a l a m b r a d a s , para que no puedan

ingresarle daños .

Emponado.—Piso fabr icado con lonjas de una pa lma leve y dura

d e n o m i n a d a Pona, insus t i tu ib le , por efectividad y tra¬

dición, en las casas lacus t res o a lzadas sobre t ierras

i nundab le s .

338

Lspintana.—Árbol r ec to , c o m p a c t o de cor teza , muy sol ici tado pa¬

ra envigar v iv iendas . Se sabe que la madre, el espíri tu

que rige a la espintana, son dos p e r s o n a s , una anc iana ,

la o t ra j o v e n , que c o n v e r s a n y conversan al a tardecer .

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Page 172: Cesar Calvo_Las Tres Mitades de Ino Moxo y Otros Brujos de La Amazonia

Fasácuy.—Pese a pob la r o b s t i n a d a m e n t e lagos y l a g u n a s , y cuan­

do ' no sólo queb radas m a n s a s , el fasácuy no es fácil

de pescar : disfruta de una d e n t a d u r a a c o r d e con su

r apac idad y las escamas que lo aco razan es tán s iempre

cubie r tas por ver t ig inosas flemas grises. Sus cua t ro

kilos d i s t r ibu idos en 60 cen t íme t ro s ca recen de grasa

y de esp inas m e n u d a s .

Firirín.—Especie de perdiz aunque más b reve y t i e rna de volu¬

men y ca rne .

Fitzcarrald.—Apellido pa t e rno de dos ino lv idables genoc idas de

la selva pe ruana . El t i e m p o y las l enguas de H u a r a z ,

en tonces t odav í a no a c o s t u m b r a d o s a l i d ioma inglés ,

des f iguraron a p a r e n t e m e n t e el ancestra l Fitzgerald y lo

condu je ron al f r anco -amazón ico Fitzcarrald. La am¬

bición sin esc rúpu los de los h u a r a c i n o s F e r m í n y Delfín

F i t z ca r r a ld , refrendada por leyes y a u t o r i d a d e s de co¬

mienzos de siglo, de spob ló a sangre y fuego vastas

regiones de la A m a z o n i a . F e r m í n y Delfín o r g a n i z a r o n

y j e f a t u r a r o n los ejércitos m e r c e n a r i o s que bajo el dis¬

fraz de c a u c h e r o s y co lonos e x t e r m i n a r o n nac iones en¬

te ras , mi l la res y mil lares de abo r ígenes , so l amen te pa ra

ocupa r sus te r r i tor ios y s aquea r el c a u c h o en que eran

p ród igos . A pesar de ello c ier tos h i s t o r i ado re s insis¬

ten en cons ide ra r a los F i t z c a r r a l d y a sus secuaces

c o m o " p i o n e r o s de la civi l ización y el p r o g r e s o " . En

las p r inc ipa l e s pob lac iones del or iente p e r u a n o más de

una ca l le , p laza o aven ida se humi l la t odav í a con el

n o m b r e de F e r m í n F i t z c a r r a l d . Es t e , que aventajó a

Delfín en a ñ o s , fama, imp iedad y for tuna, fue t a m b i é n

el p r i m e r o en a lcanzar la m u e r t e . O b e d e c i e n d o hechi ­

zos del g ran brujo a m a w a k a X i m u , un r e m o l i n o en lazó

el b a r c o de F e r m í n F i t z c a r r a l d y lo deshizo en los fon¬

dos del U r u b a m b a , El R ío S a g r a d o de los inkas . Días

d e s p u é s , f lotando entre ramajes y musgos de r e m a n s o ,

lo e n c o n t r a r o n cadáver , o s t ens ib l emen te m e r m a d o por

la avidez de los peces . A h í mi smo le d ie ron sepu l tu ra ,

con más prisa y t e m o r que ce remonia , en aque l la ribe¬

ra del Inuya . C u a n d o ot ros a m a w a k a , c u m p l i e n d o

ó r d e n e s de Ino M o x o ajusticiaron a Delfín F i tzcar ra ld

en el río P u r ú s , ya la m a r a ñ a y los aguace ros se h a b í a n

e n s a ñ a d o con la t u m b a del h e r m a n o mayor .

Flautero.—Se reaf i rma en tal n o m b r e esta avecil la: a su es ta tu ra

ínfima o p o n e v i c t o r i o s a m e n t e la e x t r e m a d a y nostálgi¬

ca du l zu ra de sus can tos .

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Gamitaría.—Capturar este pez de 30 k i los , un met ro de largo y

una a n c h u r a de ver y no creer , es fiesta que convoca

y da disfrute a un caserío ín tegro . Los mitayeros se

p roh iben pescar dos gamitarías en la misma j o r n a d a ya

que la sab rosura de una sola basta para desenoja r las

exigencias de los enf laquecidos r ibereños .

Garabato-kasha.—Planta t r epadora de tal lo consis tente y enjuto

i n t e r rumpido a t rechos por nudos ruginosos que despi¬

den una espina enroscada . Los oficios del garabato-

kasha son tan tos como los m o d o s con que los hechice¬

ros p r e p a r a n su raíz o mezc lan su cor teza o dirigen la

savia, el z igzagueo, la sabidur ía de sus esp inas .

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Haraweq.—En k e s h w a designa t a n t o al poeta c o m o al mús ico y

al can tor . Su equ iva len te menos alejado en id ioma

español podr í a , con rese rvas , ser juglar.

Harmina.—Alcaloide que se ext rae del ayawaskha.

Hiporuru.—También l l a m a d o para-par a. A r b u s t o de hojas t e r sas ,

t e rcas : luego de a r rugadas regresan s iempre a su forma

pr imigen ia c o m o si e s tuv ie ran hechas de j e b e . Mace¬

radas en aguard ien te p r o d u c e n un tón ico cuya poten¬

cia, a d e m á s de expulsar las flaquezas de sangre y co¬

r azón , a d e m á s de vencer a la d iabe tes , goza de una

eficacia inaprec iab le : devue lve a los anc i anos y a los

d e s a n i m a d o s la j u v e n t u d sexual .

Huacapú.—Wakapú. Árbo l de c o r a z ó n i n c o n m o v i b l e , por f iado ,

s u m a m e n t e penoso de ase r ra r . C o m o sostén de casas

o edificios mayores el m a d e r a m e n del wakapú se empi¬

na has ta el prest igio del ace ro . Pe ro no sirve para brin¬

dar abr igo ni a l imen to : su leña dura es to rba fogatas

y enemis t a coc inas : incluso sus asti l las, insensibles co¬

mo es ta l ac t i t a s , se apagan sin haber dado luz.

Huacapurana.—Wakapurana. Á r b o l de m a d e r a f ibrosa, p ron ta

de resecar , con p e r e n t o r i a vocac ión de leña.

Huacra-pona.—Waqrapona. P a l m e r a de t r onco h i n c h a d o , enfu¬

r r u ñ a d o , c o m o p r e ñ a d a por todos sus lados .

Huairanga.—Wayranqa. Wayra, en keshwa: v ien to . Es ta avispa

nunca se posa en el sue lo , sólo t r a n s c u r r e en los aires.

Su aguijón descarga una p o n z o ñ a que al ins tante se

e x p a n d e bajo la piel. El do lo r que ocas iona , aunque

e f ímero , es v e r d a d e r a m e n t e i nena r rab le . Y a d e m á s

e n g a ñ o s o : pasa p r o n t o el t o r m e n t o , sí, pe ro tan sólo

p a r a ser supl ido por altas fiebres y m a r e o s recur ren tes

y a t roces ,

Hualo.—Walo. Sapo de carne c o m p l a c i e n t e y gri tos e spasmód i -

cos , i m p ú d i c o s y roncos . Pesa , por c o s t u m b r e , alre¬

d e d o r de un kilo.

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Huancáhui.—Wankawi. A v e de r ap iña , g r a n d e , fornida , de nom¬

bre o n o m a t o p é y i c o . C a n t a so lamente c u a n d o advierte

la vec indad del h o m b r e , c o m o a n u n c i á n d o l o , como

d e n u n c i á n d o l o , av isando acerca del más grave pel igro

a las d e m á s gentes del m o n t e .

Huangana.—Wanqana. U n a de las dos genealogías de j aba l í que

habi tan nues t r a selva. A diferencia del pacíf ico y ve¬

ge ta r iano Sajino, m a r r a n o salvaje que a p e n a s resiste

la exis tencia en parejas , la ca rn icera Huangana vive

en p ia ras ru idosas , m o r b o s a s , t u m u l t u o s a s , c ientos y

cientos de colmil los d e p r e d a n d o infa t igablemente la

manigua .

Huapapa.—Wap'apa. A v e carn icera , p a l m í p e d a , de color p a r d o

oscuro . Con tres púas que insurgen del c o d o de sus

alas desgar ra la corteza de un árbol noc ivo denomi¬

nado katawa, moja sus p l u m a s en aquel la savia, vue la ,

busca una hoya de r i a c h u e l o , se zambu l l e y enjuaga

con per ic ia , esparce la p o n z o ñ a en el agua y aguarda .

Impas ib l e , apos tada en la or i l la , espera que los peces

envenenados caigan hacia lo a l to , has ta la superficie,

en tonces los recoge de uno en uno y los devora sin

ans iedad , un t rozo de es te , ot ro de aque l , m a t a n d o

siempre más , mucho más de lo que a su gula es dable

contener , y lo hace lenta , neu t r a , r e s ignadamer i t e co¬

mo si efectuara tan p r e m e d i t a d a , innecesa r ia y san¬

grienta ce remonia por ob l igac ión , no por h a m b r e de

vida sino por muer te de sac iedad. La wapapa sumida

en tales t r ances , abs t ra ída de todos y de t o d o , fuera

presa más fácil que cua lqu ie r pez difunto si así lo de¬

seara un cazador tan ciego c o m o ella. La wapapa, así,

da la repuls iva impres ión de un cadáve r inmerecida¬

mente r e su r r ec to , s o n á m b u l o , r educ ido a cumpl i r los

d ic tados de alguna pe rve r s ión i nmemor i a l .

Huicungu.—Wikunqu. P a l m e r a r e s g u a r d a d a por e sp inas colosa¬

les, fort ís imas y negras . E l las d e t e r m i n a n que los fru¬

tos del wikunqu sean e s t i m a d o s , más que por su deli¬

cadeza, por las dificultades que conl leva coger los .

344

Huito.—Wito. F r u t o medic ina l p a r t i c u l a r m e n t e obsequ ioso de

y o d o y sacar ina , m i l ag roso con t ra t oda aflicción de las

vías r e sp i ra to r i a s . C u a n d o aún no m a d u r a las gentes

c o n o c e n al wito c o m o jagua y p u e d e n ex t raer de él

aque l la t in tura r enegr ida e indeleble u s a d a por las

h e m b r a s pa ra l impiarse el cutis y por los v a r o n e s , ade¬

m á s , p a r a impedi r p i c a d u r a s de insectos y a l imañas .

Hunguráhui.—Unqurawi. P a l m e r a que da frutos amar i l l o s , pasto¬

sos , a t r i b u l a d o s por infinitas pepas minúscu l a s y ne¬

gras . El fruto de esta p a l m e r a t ambién l l a m a d o hungu-

ráhui, dest i la p rec ioso acei te : los ca lvos lo ut i l izan a

m a n e r a de u n g ü e n t o de masajes y sus cabezas ralas

i nev i t ab l emen te vue lven a espesura r se de cabe l los .

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1 Itahúba.—Árbol de m a d e r a fina y c o m p a c t a .

Itininga.—Palmera flaca, no muy e levada , q u e b r a n t a b l e de as¬

pec to . U n a l iana e m b o t a d a y en teca , bejuco sin ofi¬

cio ni beneficio c o n o c i d o s , recibe a s imi smo el n o m b r e

de itininga, t é r m i n o e m p a r e n t a d o tal vez con el keshwis -

mo (o q u e c h u i s m o ) Tilingo (o it i l ingo) que remi te a

lo e s c u á l i d o , inúti l , en fe rmizo .

Ivénki.—Nombre a s a h a n í n k a de una h ie rba c o l m a d a de incontro¬

ver t ib les c a p a c i d a d e s m á g i c o - m e d i c i n a l e s . Los nat ivos

de o t ras nac iones l l aman piri-piri al ivénki.

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¡carado.—Todo ser u objeto que a lgún brujo ha m a g n e t i z a d o ,

p ro teg ido o conced ido p o d e r e s específicos u t i l i zando

ayunos , conjuros y canc iones mágicas l l a m a d a s icaros

y t ambién bubinzanas.

Icaro.—Canción mágica . Ver: Bubinzana.

Inkarrí.—Ser mi to lóg ico . Sus enemigos lo ap re sa ron con argucias

y lo descua r t i za ron en la P l a z a de A r m a s del C u s c o .

Sepu l t a ron los restos en luga res dis tantes con la fina¬

lidad de imped i r su j u n t a m i e n t o ul ter ior y su inevita¬

ble resur recc ión . Los k e s h w a s de hoy aseguran que

el cadáve r disperso de Inkarrí avanza más y más cada

año bajo la t ierra en d i recc ión del C u s c o , d o n d e fué

en te r r ada su cabeza , y que un día los divinos despojos

se s o l d a r á n 0 a ella y en tonces Inkarrí surgirá in tac to y

"los ynd ios del Re ino del P e r ú " vo lverán a sublevar¬

se bajo su m a n o y e x p u l s a r á n a los invasores y reco¬

b ra rán las l iber tades y domin ios de su p e r d i d o Im¬

perio .

Isango.—Animal mic roscóp ico , m o r a en los h e r b a z a l e s , bajo la

piel h u m a n a pene t ra y an ida o c a s i o n a n d o insoporta¬

bles escozores . Los luga reños lo c o m b a t e n con em¬

plastos de vegetales var ios , los demás a g u a r d a n a que

el inext inguible verano se t e r m i n e : el frío es e n e m i g o

natural del isango.

Ishinshími.—Hormiga imponen te . H a c e nido en lo alto de plan¬

tas g randes y árboles . Su m o r d i s c o no apareja hincha¬

zón o in tox icamien to pero los h o m b r e s le h u y e n , no

temen p rop i amen te a la ishinshími pese a que esta hor¬

miga prefiere morde r a los h u m a n o s en sus p a r t e s ge¬

nitales: lo que los apavora es la h e d i o n d e z con que

ella impregna todo lo que roza.

Jsula.—Hormiga l e ta lmente ponzoñosa . Llega a med i r c inco cen¬

t ímet ros . A d e m á s de ma lhe r i r con po ten te s t e n a z a s ,

su aguijón pos ter ior inocula un tósigo g e n e r a d o r de

fiebres y do lores que du ran var ios días. C u a t r o isulas

bas tan pa ra dar muer te a un h o m b r e .

346

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—Fruto del árbol d e n o m i n a d o Huito. Dos diferentes nom¬

bres y apl icaciones posee , según sea su edad: c u a n d o

aún v e r d e a lo apel l idan jagua y su p u l p a p r o d u c e un

t inte neg ro y amargo e inde leb le , c u a n d o ya m a d u r a lo

l l aman c o m o al árbol que lo sustenta , huito, y sola¬

men te en tonces los a ldeanos lo asc ienden a comes t ib le

y los hech ice ros a med ic ina l .

— V í b o r a p rove rb i a lmen te v e n e n o s a y feroz.

•Integrante de la nac ión del mi smo n o m b r e . Los guerre¬

ros jíbaro a cos tumbran ce r cena r y reduc i r cabezas de

e n e m i g o s , ún icamen te de los más d ies t ros e i n d ó m i t o s ,

aque l los que los jíbaro sup ie ron vencer de igual a igual

en con t i enda sincera, frente a frente, p rev io anunc io de

guer ra y con a rmas idén t icas . No t o d o s los va rones

r eg resan a su p o b l a d o con el sangran te trofeo entre

las m a n o s . Ni bien l legan el brujo los congrega y

o r i en ta en la tarea de ap rop i a r se del a lma y las virtu¬

des de los d e c a p i t a d o s , ri to que conc luye con las ca¬

bezas adversar ias reba jadas a l t a m a ñ o de una m a n o

ce r r ada . Cada pr iv i legiado cor ta en tonces la cabelle¬

ra de su botín a ñ a d i é n d o l a a las o t ras que luce ama¬

r r adas en la cintura. P o r p e r m a n e c e r leales a este ce¬

r emon ia l de sus an t iguos los jíbaro han c o b r a d o injusta

n o m b r a d í a : nuestros c ivi l izados les t emen sin mot ivo

(no se sabe de b lanco cuya testa haya m e r e c i d o j a m á s

la cons ide rac ión de un jíbaro) y los a p o d a n irrespon¬

sab l emen te "Cazadores De C a b e z a s " .

348

Kaápa.—Todo jefe a shan ínka , es decir todo padre de familia, edi¬

fica dos casas : p r i m e r o la kaápa de sus h u é s p e d e s y

d e s p u é s el tantoótzi de sus hijos y esposas .

Kamalonga. —Arbusto ind i spensab le en a lgunos bebed izos cuyo

ing red i en t e p r imord i a l es el ayawaskha. L o s brujos

a t r i buyen a las hojas de kamalonga, y en m e n o r pro¬

p o r c i ó n a sus ra íces , secuelas de ad iv inac ión equipara¬

bles a .las de la coca.

Karawiro. —Carahuiro. Tinte c o m p u e s t o de ex t rac tos de diversas

ra íces y semillas. M u c h o s nat ivos se a d o r n a n con él

c o l o r e a n d o b razos , pecho y mejil las. L o s tzipíbo, ade¬

m á s , dibujan y / o t iñen con karawiro sus ropajes.

Katawa.—Ver: Catáhua.

Katziboréri.—Genérico de brujo, vegeta l is ta , m a g o , hech ice ro ,

c u r a n d e r o , rezador , e tcé te ra , el t é r m i n o katziboréri

c o m p r e n d e al más p rec i so de shirimpiáre. Simplifican¬

d o , katziboréri a ludi r ía al médico genera l i s ta y shirim-

piáre al especial is ta en " c h u p a r el t a b a c o " , al "brujo

f u m a d o r " que conoce los en igmas del h u m o y sabe

dirigirlos con t ra e n f e r m e d a d e s y daños prec isos .

Killa.—Luna. M a d r e Luna . Su cond ic ión de esposa del Dios

Sol h izo que los inkas la r eve renc i a ran casi como a

o t ra de sus d iv in idades .

Killka.—Signo t a l l ado eñ p iedra . P r o b a b l e escr i tu ra jeroglíf ica

que los inkas i m p r i m i e r o n en las rocas de sus t e m p l o s

o en las p róx imas a e l los . L a s killkas no reve lan toda¬

vía significancia a lguna entre los acuc iosos occiden¬

ta les .

Kocha.—Ver: Cocha.

Kosho.—Recipiente que se fabrica c a v a n d o un t r onco has ta otor¬

garle aspec to de p i r a g u a pequeña . D e n t r o del kosho

los a s h a n í n k a dejan fe rmenta r y t o m a r pun to a la

ch icha de yuca l l a m a d a masato.

Koto-machácuy.—Ver: Cotomachácuy.

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Locrero.—Ave m e d i a n a , de plumaje a z u l a d o , más negro que

a z u l a d o , co lor mar en la n o c h e , como si es tuv ie ra en¬

lu tado de azul.

Lupuna.—La a m a z o n i a no conoce árbol t an al to. P a r a resistir

t a m a ñ a inmens idad la lupuna despl iega la base de su

t ronco en var ias aletas g igan tescas . La lupuna crece

en dos famil ias , una b l a n q u e c i n a , la otra sonro jada ,

a m b a s confundibles de aspec to y es ta tura a u n q u e habi¬

tadas y c o n d u c i d a s por d i s t in tas madres, p o s e í d a s por

án imas o p u e s t a s . Dice I n o M o x o : "La madre de la

l upuna b l a n c a es h o m b r e b o n d a d o s o que c u a n d o se

lo sabe invocar s iempre r e s p o n d e con suav idad , con

enseñanzas que ayudan a med ic ina r . La madre de la

lupuna c o l o r a d a es en c a m b i o un h o m b r e muy d a ñ i n o ,

si te aga r r a en su ámbi to te h incha la ba r r i ga , mueres

con los in tes t inos d e s t r o z a d o s " .

Machácuy.—Del k e s h w a mach'aqway: v íbora , se rp ien te , ofidio en

genera l .

Machiguenga.—Integrante de la nac ión selvática del m i s m o nom¬

bre .

Machimango.—Árbol e levado y só l ido , reconoc ib le t an to por su

i m p o n e n c i a como por el perfume incis ivo, excesivo de

sus r a m a s al frutecer.

Maestro.—Gran Brujo o M a g o M a y o r al cual , sea por sus pode¬

res , por la eficacia c o m p r o b a d a de su sapiencia o por

mo t ivos que acá son mis te r ios , le es r e c o n o c i d o el pri¬

vilegio de p r o l o n g a r en d isc ípu los las in tu ic iones y co-

noce re s que a él fueron ced idos en uso y en custodia .

Majaz.—Roedor semi-anf ibio , e n o r m e , de p e l a m b r e p a r d a salpi¬

cada de b l anco . L o s a fo r tunados cazadores que han

s a b o r e a d o carne de majaz j u r a n sin t i tubeos que es la

más de le i tosa de t o d a s , inclusive mejor que la del

h o m b r e .

Makana.—Pez fluvial cub ie r to por gruesas escamas o x i d a d a s , alar¬

gado y sól ido como sable de an t año . Los guer re ros

inkas l l a m a b a n makana a una de sus a rmas pre fe r idas ,

la p o r r a , pa lo c o n t u n d e n t e en cuya p u n t a e n s a r t a b a n

una p e s a d a estrel la de p i ed ra o de meta l . H o y , en la

a m a z o n i a , a lgunos abor ígenes d e n o m i n a makana a una

especie de espada de m a d e r a dur ís ima. N a d a que ver

con el significado despec t ivo y baboso que a esta pala¬

bra dan d e t e r m i n a d o s i b e r o a m e r i c a n o s , una m a c a n a ,

che.

Makisapa.—Mono n e g r o , más e n o r m e aun de e x t r e m i d a d e s : en

cada una posee cua t ro dedos . Con su cola infinita y

pe luda el makisapa se impu l sa l iv ianamente por ent re

los á rbo les al tos. Maki, en keshwa, es m a n o , sapa es

d e s c o m u n a l , g r a n d e , d e s p r o p o r c i o n a d a .

Maligno.—Espíritu del Ma l . La m a y o r y más t e m i d a de las Ani¬

mas d a ñ i n a s . No d iab lo ni d e m o n i o sino El D i a b l o , El

D e m o n i o .

3 5 1 .

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Mamántziki.—Esposa de Pachakamáite, el P a d r e - D i o s de los

a s h a n í n k a , Hijo del Sol, h a c e d o r y sus t en to de lo que

existe y lo que no exis te .

Manakarácuy.—Gallinácea p e q u e ñ a y feroz, h a b i t u a l m e n t e negra.

A su escasa apar ienc ia el manakarácuy c o n t r a p o n e un

ma lgen io sin l ímites , esa imp iadosa , d e s c o n t r o l a d a y

p e r m a n e n t e d isposic ión comba t iva en la cual funda­

menta su fama de invenc ib le .

Manitoa.—Pez de un met ro y veinte kilos. Se mime t i za y despla¬

za ve r t ig inosamen te . Sólo su boca d e s c o m u n a l , brillan¬

te , ana ran jada , lo de la ta ent re la t u r b i e d a d de los ria¬

chos . Y los anzuelos no le dan r e p o s o . P ienso que

c i e r t amen te no lo h a r á n por su c a r n e , a u n q u e carente

de espinas y e scamas , d e m a s i a d o d i s t an t e de ser ape¬

t i tosa.

Manguaré.—Instrumento de pe rcus ión hecho de un t r onco rese­

cado y hueco . Los na t ivos le dan vida y sonido gol¬

p e a n d o su corteza con un palo envue l t o en t r apos

e m b r e a d o s . El manguaré es t ocado de d iversas mane¬

ras , según códigos r í tmicos cuyo c o n o c i m i e n t o es ex¬

clusivo del jefe brujo y de sus a l l egados , gene ra lmen te

pa ra enviar mensajes y adver t i r pe l ig ros , o t ras veces

pa ra convoca r se con in tenc ión guer re ra , o t ras para in¬

voca r a las d iv in idades o a las G r a n d e s A n i m a s , o para

sacudir a los espír i tus de los a n t e p a s a d o s a pun to de

d o r m i r s e , de c laudicar , de no seguir a le r tas protegién¬

d o n o s , y las más de las veces para invi tar al júb i lo a

c o m p a r t i r los juegos y las fiestas. Se sabe que la luna,

a t rás , allá en el t i e m p o , era un pedazo de lupuna blan¬

ca, un t ronco h u e c o , de ceniza era. Pachakamáite to¬

davía no le había e n s e ñ a d o a i luminar . Los a shan ínka

dicen que N a r o w é , el p r imer h o m b r e , i nd ignado por¬

que el kotomachácuy le robó la mujer, lanzó una fle¬

cha cont ra el cielo y a t ravesó la luna. Y la luna r o d ó ,

cayó s o n a n d o , se de tuvo a los pies de N a r o w é . Jus to

en ese m o m e n t o res ta l laba un r e l á m p a g o : N a r o w é lo

a t r a p ó . Y con aquel r e l á m p a g o en la m a n o golpeó y

go lpeó a la luna. Y el t r onco de la luna , ¡manguaré! .

352

r e t u m b ó . ¡Mangua ré , m a n g u a r é ! sonó has ta lo más

lejos de lo lejos la luna , ese pedazo de lupuna b lanca ,

el p r ime r manguaré que se escuchó en nues t r a t ierra .

Manshaka.—Manshaku. G a r z a g rande como un h o m b r e g rande .

Vis te p lumas a n c h a s , t e r sas , de un gris más bien pla¬

t e a d o .

Mantablanca.—Este insecto b reve c o m o la hue l la de una pa ta de

insec to , se a l imenta de sangre , más c o n c r e t a m e n t e de

sangre h u m a n a y más c o n c r e t a m e n t e de aquel la que

t r a n s c u r r e bajo los cabe l los . Si a tan descabe l l ada pre¬

ferencia nutr icia s u m a m o s el m i n ú s c u l o , invisible volu¬

men de su cuerpo que t r a spasa todos los m o s q u i t e r o s ,

c o n f i r m a r e m o s a la mantablanca en su ca tegor ía de

t o r m e n t o impos ib le .

Mantona.—Sierpe decora t iva . Sus diez me t ros asus tan solamen¬

te al foráneo pues n u n c a agrede al h o m b r e ni está pro¬

vista de veneno a lguno .

Maparate.—Pez de río. No t iene esp inas , no t iene e s c a m a s , no

t iene ni un kilo de p e s o , no t iene ni med io met ro de

t a m a ñ o , no t iene ca rne e spec ia lmen te rica ni especial¬

m e n t e d e s a g r a d a b l e , no t iene ni a t rac t ivo ni importan¬

cia. En real idad t a m p o c o tiene por qué figurar en este

v o c a b u l a r i o .

Marakana.—Loro m e d i a n o , de plumaje v e r d e a z u l a d o , nada más .

Mariquiña.—Pato si lvestre, i n o c u o , no muy g rande . P l u m a s roji¬

negras cubren su ca rne desabr ida y suave.

Mariquita.—Flor mul t i co lor a u r e o l a d a de a r o m a s p icantes y dul¬

ces . E n t r e a b r e su coro la ú n i c a m e n t e c u a n d o ya no

hay luz, c u a n d o c o m p r u e b a que nadie p u e d e verla, en

las noches c e r r a d a s .

Másalo.—Bebida espi r i tuosa hecha a base de yuca , t ubé rcu lo

g r a n d e y tubu la r , o scu ro de cor teza , b l a n c o de pu lpa ,

r e s p e t a b l e . Las na t ivas desh i l achan la yuca con los

d i en t e s , la mas t i can y escupen den t ro de un recipiente

de m a d e r a que l l aman kosho. Es ta chica de yuca , fer¬

m e n t a d a por la saliva y el t i e m p o , no t iene pa r angón

en t re las preferencias abor ígenes . A l g u n o s la sazonan

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Page 179: Cesar Calvo_Las Tres Mitades de Ino Moxo y Otros Brujos de La Amazonia

con po lvo de o s a m e n t a s , con ra l l aduras ex t ra ídas de

los huesos de sus a n t e p a s a d o s .

Mashko.—Miembro de la nación a m a z ó n i c a del mi smo n o m b r e .

Mitayera. —Cazador y / o pescador .

Mitayo. —Producto de la caza o la pesca .

Mokambo.—Makambo. Árbo l de hojas anchas y frutos ova l ados

y g randes c o m o cabezas de h u m a n o . F r u t o del m i s m o

árbol : su in ter ior está l leno de semillas que ace rcadas

al fuego, t o s t adas sin n ingún a d i t a m e n t o , se t o r n a n olo¬

rosas y muy ape tec idas .

Montear.—Ingresar al mon te con fines de cacer ía .

Móntete.—Ave c o r r e d o r a de n o m b r e o n o m a t o p é y i c o . C a n t a sin

mover el p i co , den t ro de sí, acaso tan sólo p a r a sí, su

pecho de infla de músicas r o n c a s , más que can tos emi¬

te v ib rac iones , r e sonanc ias que vencen carnes y atra¬

viesan p l u m a s y saben t r a s c e n d e r todavía más y pue¬

den e scucha r se lejos, lejos, ocupan todo el aire. El

móntete, l l a m a d o en ot ros lares trompetero, ya emplu¬

m a d o de negro o de m a r r ó n , mues t ra s iempre un re¬

manso amar i l lo en medio de la frente. Sus pa tas lar¬

gas , f i rmes, enfundadas de verdes repen t inos al igual

que su p i co , i m p o n e n a este pájaro el a spec to de una

garza d iscre ta . Cier ta vez en los a l r ededores del río

Utuqu in ía robé dos huevos de móntete y los d i s imulé

dent ro del n ido de una gal l ina abs t ra ída . Así compro¬

bé poco después que el trompetero y no el pe r ro es

el mejor amigo del h o m b r e . E s o s mis dos r a p t a d o s vi¬

gilaban la casa noche y día , c u i d a b a n a los niños y

j u g a b a n c o m o el los , fungían de cent inela en los corra¬

les, nos p r e v e n í a n con igual p r e m u r a acerca de cual¬

quier pe l ig ro , pel igros hab i tua l e s : z o r r o s , t igres , chu¬

bascos , y pe l igros inédi tos: vis i tas , y efec tuaban man¬

d a d o s , t o d o lo c o m p r e n d í a n y cumpl í an con apabul lan¬

te inte l igencia y destreza. R e s p e c t o a un solo asun to

no a t e n d i e r o n razones : su d e s m e d i d o amor por los po¬

llitos los condujo a a p o d e r a r s e de ellos con un celo

354

sec tar io y a p rop ina r golpizas inmiser icordes a las ma¬

dres que o saban ace rcá r se les . N u e s t r o s montetes, mal-

a p r e n d i e n d o des t inos y refranes de h u m a n o cedieron

al con t ag io : los r a p t a d o s del p a s a d o dev in ie ron en los

r ap to re s del p resen te . N a c i d o s bajo el ala de otra es¬

pec ie , los trompeteros l l egaron a creerse gal l inas . Tan

clásica e i r r evocab le confusión de ident idad los persi¬

guió , sin e m b a r g o , sólo has ta la vejez. Y es to , que no

es n a d a , es t o d o " , dice Ino M o x o . Así los trompeteros,

para n a d a , r e c u p e r a r o n t o d o . R e c u p e r a r o n sus perso¬

nas ú n i c a m e n t e para desped i r l a s . R e c u p e r a r o n la voz

pa ra q u e d a r s e f ina lmente ca l l ados . P r e s i n t i é n d o s e cer¬

ca ya de la lejanía, y pues to que no h a b í a n p o d i d o vivir

c o m o d e b i e r o n , dec id i e ron mor i r como debían : convir¬

t i e ron en huérfanos forzados a sus forzados hijos adop¬

t ivos , a v a n z a r o n j a d e a n d o , sal ieron a la n o c h e , se in¬

mov i l i za ron : de scub r i e ron que hab ían vivido s iempre

r o d e a d o s de a l a m b r a d a s . Y por p r i m e r a , ún ica , últi¬

ma vez, vo la ron : se a d e n t r a r o n b r i l l ando con los picos

c e r r a d o s s o n a n d o o s c u r a m e n t e en la espesura . Es toy

seguro de ello. P o r q u e en t re sueños escuché a los le¬

j o s , en la s o m b r a , c l a r e a n d o , aún más lejos, un can to

a m o r d a z a d o r e b o t a n d o en el aire, reflejando ot ros can¬

tos en mi án ima , b o r r á n d o s e . Y eso sucedió anoche .

Y hoy el m u n d o a m a n e c i ó sin nadie .

Mótelo. —Tortuga de t ierra que los mi tayeros subd iv iden en dos

ca t ego r í a s . El mó te lo c o m ú n nunca excede los 80 cen¬

t í m e t r o s y es el más c o d i c i a d o : sus ca rnes difieren en

t e rneza y sabor a c o r d e s con la región del cue rpo al

cual p e r t e n e c i e r o n . E l o t ro m ó t e l o , a p o d a d o G igan t e ,

cabe en un me t ro de alto y dos de d i á m e t r o : la irre¬

duc t ib le dureza de sus carnes ár idas hace que has ta

los h a m b r i e n t o s lo d e s d e ñ e n .

Muwena.—Muena. M o h e n a . Á r b o l de made ra e x t r e m a d a m e n t e

recia.

Muyuna.—Remolino. C o r r e n t a d a , c i rcu lar que los ríos al ientan

de preferencia en sus r e c o d o s .

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Page 180: Cesar Calvo_Las Tres Mitades de Ino Moxo y Otros Brujos de La Amazonia

N Ñ

Naka-naka.—Reptil ade lgazado , neg ro , mort í fero , p e q u e ñ o . Vive

en las q u e b r a d a s bucó l i cas , en los insospechab les

a r rovue los ,

Cejilla.—Especie de pa lmera des t i tu ida , acha tada , espinosa, agri­

du lce de frutos. O c u p a ún icamente t ierras bajas, iner­

m e s , expues tas a los devaneos de la l lovizna más im­

pe rcep t ib l e . S iempre al filo de ríos o l agunas , la ñeji-

lla, p o b r e árbol ap l a s t ado por el cielo, se imagina cre­

cer a ras del- agua. P e r o las decrecientes la devuelven

del sueño y el sueño la devuelve de lo real: la ñejilla

ex t end ida era reflejo de algo que la ñejilla ya no es

más .

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Page 181: Cesar Calvo_Las Tres Mitades de Ino Moxo y Otros Brujos de La Amazonia

— o —

0)é—Árbol g igante , a b u n d a en los bajiales. La leche de su savia,

eficaz c o m o tónico y r e c o n s t i t u y e n t e , vence las más

o b s t i n a d a s paras i tos is .

Oni Xuma.—En id ioma yora (o a m a w a k a ) identifica al ayawaskha.

Otorongo.—Del k e s h w a utumnqu: p u m a , t igre , p a n t e r a , j aguar .

Por lo c o m ú n la piel de este felino t iende al v e r d e a m a -

rillo r o s e t e a d o de gris. E x p a n d e más respeto mien t ras

es más in tensa su negrura: sólo a lgunos h u m a n o s lo

igualan en fiereza. Este an ima l , en consecuenc ia , es el

único que vive y muere a solas .

358

P

Pachakamáite.—El P a d r e - D i o s , el P á w á de la nac ión ashan ínka .

Hi jo del Sol más a l to , el sol del med iod ía . E s p o s o de

Mamántziki. C r e a d o r y sus ten tador de todo lo que

pasa o p e r m a n e c e sobre la piel t e r res t re .

Paiche.—Pez mamí fe ro . Su c u e r p o r eneg r ido , t ubu la r , imponen¬

te , a l canza los tres me t ros de t a m a ñ o y un peso aproxi¬

m a d o de 2 0 0 kilos. Tiene labios de hueso . Su lengua,

t a m b i é n ósea, y a s e r r a d a a lo largo de sus 30 centí¬

m e t r o s , suele ut i l izarse a m o d o de escofina para pulir

ob je tos de m a d e r a . El pa i che , de ca rne semejante a

la del b a c a l a o por su t ex tu ra aunque super ior en cuan¬

to a exquis i tez y p r o t e í n a s , es el más co t i zado pobla¬

dor de los ríos a m a z ó n i c o s .

Palometa.—Pez de escamas p l a t e a d a s y m e n u d a s y ca rne incom¬

p a r a b l e . P o r ello y por su forma, esa r e d o n d e z acha¬

t a d a y b l anqu í s ima que l a m e n t a b l e m e n t e sólo pesa un

k i lo , la palometa debe r e m o n t a r s e a un ances t ro flu­

vial de los l enguados . T a m b i é n d is t inguen c o m o pa¬

lometa al ó rgano genital de la mujer.

Palosangre.—Árbol de m a d e r a i m p e n e t r a b l e y roja.

Pamacari.—Techumbre curva , p e q u e ñ a , como la mitad super ior

de un túnel fabr icado con hojas de p a l m e r a entrelaza¬

das ha s t a la solidez de una coraza , la c o m p a c t a espe¬

sura que co locada sobre la cubier ta de las embarcac io¬

nes r e s g u a r d a a los viajantes de las furias del sol y

de las l luvias y de o t ras a c e c h a n z a s . Sabio es el pama-

cari: sólo t e cha v iv iendas que s iempre es tán de paso .

Panguana.—En dele i te de c a r n e s , en cal idad de can tos y en m a ñ a s

pa ra no ser a t r a p a d a , la panguana supera a todas las

d e m á s perd ices de la selva s u d a m e r i c a n a .

Papási.—Coleóptero. N a c e de los res tos mor t a l e s de un gusano

comes t ib l e d e n o m i n a d o suri. El suri, a su vez, nace

de los h u e v o s que el papási deposi ta en la cor teza del

aguaje.

Para-pora.—Ver: Hiporuru.

359

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Parinari.—Árbol frascoso. Sus frutos a la rgados y ro jos , más dul­

ces que p ican tes , son conoc idos como supay-oqote, en

keshwa: cu lo-de l -d iab lo .

Pashako.—Árbol casi e levado , casi g rueso , casi inút i l . Su copa

de hojas ralas no da sombra . Su m a d e r a feble y hú¬

m e d a no sabe ni ser leña. Sólo por su cor teza , a duras

p e n a s , el pashako se salva: de ellas exp r imen jugos

ap l icab les en cu r t i embre de cueros .

Pate.—Mate. Rec ip i en t e fabricado con el fruto de una p lanta

l l a m a d a ind is t in tamente t u t u m o , ca labazo o wingu.

Paujil.—Pzvo salvaje de p lumas en lu t adas que c o n t r a s t a n con el

rojo de incendio de su p ico .

Pawkar.—Páucar. Pájaro de p l u m a s os ten tosas y negras y ama­

r i l las . El pawkar imita a la perfección los can t a r e s y

silbos de abso lu tamen te t o d a s las aves del m o n t e .

Peje-torre.—Pez de piel amari l la l u n a r e a d a de negro . C u a n d o se

l lena de aire flota c o m o boya en la superficie de los

ríos g randes . El cuerpo de quien c o m e peje-torre se

cubre i n s t an t áneamen te de tercas m a n c h a s p a r d a s . A l ­

gunas aves t ambién acceden a a l imen ta r se de peje-

torre: son reconocib les p o r q u e su plumaje se deco lo ra

p a r a s iempre .

Piraña.—Paña. Car ibe . De a c u e r d o a su v o r a c i d a d y t a m a ñ o

este pez carn ívoro ha sido clasificado en siete espe¬

cies: la más temible lleva en cada m a n d í b u l a tres hile¬

ras de dientes t r i angu la res , afilados en su p u n t a y sus

l ados , mide hasta 50 c e n t í m e t r o s . T o d a s las pirañas

e n l o q u e c e n cuando ad iv inan la cercanía de la sangre.

Piri-piri.—Hierba hueca , tubula r y a l a rgada , crece en los bo rdes

de los p a n t a n o s y lagos . Son infinitos los emp leos del

piri-piri en hechicería . L o s a shan ínka lo l l aman ivénki,

la h ie rba mágica por exce lenc ia , y lo incluyen entre

los c o n t a d o s vegetales que no prec i san c o m b i n a r s e

con o t ros ni ser magne t i zados o cargados pa ra a lcanzar

su m á x i m a eficacia. En real idad piri-piri es el n o m b r e

360

genér i co de una i n c o n m e n s u r a b l e familia de t ubé rcu lo s

dis ími les : según la forma de ellos lo apl ican los hech i ­

ce ros . El piri-piri con apar ienc ia de pene es e m p l e a d o

c o n t r a la infert i l idad o la impotenc ia , e tcétera . A u n ­

que , l óg i camen te , los c o n t o r n o s de cada tubé rcu lo de­

p e n d a n más de la m i r a d a del brujo que del t u b é r c u l o

m i s m o .

Piro.—Aborigen que integra la nac ión del mi smo n o m b r e . F ie les

a l i ados de los c a u c h e r o s cont ra sus h e r m a n o s de o t ras

r eg iones a m a z ó n i c a s . De allí que los selvát icos has ta

hoy l l amen piro al c o b a r d e , al t r a idor , al h o m o s e x u a l .

Pisonay.—Árbol de t r onco i n a b a r c a b l e . La f ronda de su copa

gigante estalla en flores ínfimas y rojas . R a r o es encon¬

t ra r un pisonay en la a m a z o n i a , en la ceja de selva

es m e n o s i m p r o b a b l e , sólo los valles andinos se ale¬

gran con su mul t ip re senc ia .

Piurí.—Gallinácea g rande c o m o un pavo . Salvo la b l ancu ra del

p e c h o y el g rana de su p ico , t odo el piurí es n e g r o ,

inc luso la aureo la de d iminu tas p l u m a s abr i l l an tadas

que se enc respa en su frente. El piurí es el ave de

m o n t e más p rec i ada : sus carnes r ega l adas y j u g o s a s , a

la par que su orgul lo son su desgrac ia .

Pona.—Palmera negra y dura . U n a jus t i f icada c o s t u m b r e hace

que la pona sea inev i tab le c o m o piso de las casas de

a l tu ra , tan es así que " e m p o n a r " una vivienda significa

de hecho "pone r l e p i s o " .

Pucaquiro.—Pukakiru. En keshwa: diente rojo. Á r b o l de cora­

zón rojizo e inflexible. H o r m i g a e n o r m e y temida : sus

m a n d í b u l a s rojas y po ten tes son m e n o s p o n z o ñ o s a s

que do lo rosas .

Pukuna.—Pucuna. C e r b a t a n a .

Punguyo.—Punquyu. Árbo l m e d i a n o , coposo . Crece a i s lado , so­

lo , al centro de un espac io sin vida. N a d a logra exis­

tir bajo la sombra del punguyo: sus hojas ap re t adas

expe len un v e n e n o inape lab le .

Pusanga.—Hechizo. Brujer ía . Brebaje o amule to que ha sido

cargado para d o m i n a r y a t raer s exua lmen te .

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Q

Q'enqo.—Zigzag. L a b e r i n t o . Con tal n o m b r e se des igna al Tem­

plo del D i o s - P u m a , peña u b i c a d a en las a l tu ras que

c i r cundan a la ciudad del C u s c o , deb ido a que en su

cumbre los inkas cava ron una cana le ta t i t ubean t e : ver¬

t iendo en ella chicha de ma íz , y con menos frecuencia

sangre de v ikuña , ' d u r a n t e ce r emon ia s ya pe rd idas

nues t ros an t iguos ave r iguaban el futuro.

Q'ero. —Vaso ce remon ia l ta l lado en una pieza de m a d e r a de pre¬

ferencia oscura . C o m u n i d a d c a m p e s i n a c u s q u e ñ a si¬

tuada en las cúspides de la c iudad de P a w k a r t a m p u ,

ya den t ro de las selvas que b o r d e a n aquel las ser ranías .

Los in teg ran tes de esta c o m u n i d a d han r e c h a z a d o in-

d e s m a y a b l e m e n t e el más m í n i m o "apor te de la civili¬

zac ión" impues t a por los c o n q u i s t a d o r e s e spaño les .

Tras la f rontera de sus c o s t u m b r e s y sus t e r r i t o r io s ,

los Q'eros visten hasta hoy c o m e inkas y h a b l a n c o m o

inkas y viven c o m o inkas , inacces ib les al t i e m p o de los

virakocha. M á s de 400 años han sido d e r r o t a d o s por

la t enac idad todav ía vigente de los Q'eros.

Oespichhvay.—Qespi, en keshwa, es cristal, transparente, prístino,

y por lo t a n t o libre. Chiway es el a p a r e a m i e n t o que

las aves rea l izan con exc lus ivos f ines .de p roc r eac ión .

¡Qespichiway! , r e m a r c a d o así, con mat ices de reque¬

r imien to , de invocac ión , significaría " t e x t u a l m e n t e " :

Aparéame con el cristal así como las aves que quieren

procrear. O bien: Aparéate conmigo, casémonos con

el cristal, matrimoniémonos con lo prístino, tengamos

hijos transparentes, libres. El poeta c u s q u e ñ o Ángel

A v e n d a ñ o , pa ra quien el k e s h w a se expresa más me¬

diante paisajes que m e d i a n t e c o n c e p t o s , co inc id i endo

t ambién en ello con José M a r í a A r g u e d a s , no desa­

cierta ni exage ra c u a n d o t r a d u c e (o r educe) ¡Qespi­

chiway! po r ¡Libérame!

Quichagarza.—Kicha: exc r emen to flojo, d iar rea . La kichagarza

es una garza espigada , p e q u e ñ a y gris que debe su

362

n o m b r e a la ins is tencia y l iviandad de sus depos ic iones

fecales .

Quillu-avispa.—Avispa amar i l la .

Quinilla.—Bajo su aspecto de árbol indeciso , m e d r o s o de grosor

y e s t a tu ra , la modes ta quinilla d i s imula , además de

m a d e r a s cons is ten tes y dulc í s imos frutos, un poder cu¬

ra t ivo que se diversifica de acue rdo a las do lenc ias con¬

tra las que es env iado y se repar te ent re ho jas , pé ta los ,

raíz , cor teza o savia. Sin e m b a r g o el c o m ú n de los

m o r t a l e s teme a la quinilla. So lamen te los brujos ma¬

y o r e s , la gente a u t o r i z a d a se atreve a requer i r la : el

á n i m a , la madre que rige los a sun tos de este árbol es

una j o v e n de cabel los largos que can ta entre las pie¬

dras de las ca t a r a t a s : su can to es b i e n h e c h o r , sus labios

son m o r t a l e s . Los na t ivos aseguran que la quinilla "es

vegeta l de oir, no de t oca r " .

Qoylluriti.—Qoyllur: estrella. Riti: nieve. N o m b r e keshwa de

una m o n t a ñ a c o r o n a d a de sempi te rnos hie los .

363

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R

Raymiyáwar.—Raymi: fiesta, ce l eb rac ión . Yáwar: sangre . Fiesta

De la Sangre .

Renaco.—Árbol d e s c o m u n a l , de r a m a s hench idas y en revesadas

al infini to, crece sin cesar a ras de t ie r ra has ta ocupar

la d imens ión de un b o s q u e g rande . Se sabe que la sa¬

via del renaco es el más p o d e r o s o c o a g u l a n t e .

Renaquílla.—Planta pa rás i t a , m e d i o c r e de t a m a ñ o , sus ramajes ex¬

t i enden m a r a ñ a semejante a la más pe rn ic iosa del re¬

naco: con ella la renaquílla se adhiere y es t rangula al

árbol eventual que la sustenta .

Ronsoco.—El r o e d o r más grande de la na tura leza : suele, en su

m a d u r e z , b o r d e a r los 120 cen t ímet ros de Jargo y exce­

der los 100 kilos de peso . Cr ines p a r d a s y gruesas

cubren su cue rpo . Los c a z a d o r e s pe rs iguen al ronsoco

ú n i c a m e n t e en t ierra. Las m e m b r a n a s que se anchan

entre sus dedos hacen que este an ima l , si cons igue re¬

fugiarse en el agua sea v e r d a d e r a m e n t e i na l canzab le .

Runasimi.—Simi: lengua. Runa: h o m b r e . La L e n g u a del Hom¬

bre . L o s inkas l l a m a b a n runasimi al i d i o m a que los

c o n q u i s t a d o r e s e spaño les , no sabemos t odav í a por qué,

d e n o m i n a r o n quechua.

364

— s —

Sachavaca.—Vaca salvaje. Tapi r . Dan ta . R u m i a n t e de gran

for ta leza y m a y o r t imidez , a b s o l u t a m e n t e inofensivo.

Pachamama.—Especie de boa . A n a c o n d a g igantesca que algu¬

nos confunden sin r azón con la yakumama. A m b a s

co inc iden en for ta leza y la rgura , son gruesas como un

árbol grueso . P e r o la yakumama vive en el agua t an

exc lus ivamen te c o m o la sachamama existe en t ie r ra .

Es t a ú l t ima, a d e m á s , posee dos a le tas , una a cada lado

de la cabeza , a m a n e r a de orejas.

Sajino.—Jabalí enco l l a r ado por una franja b l anca de cerdas que

son grises en el resto del cue rpo . Es te pue rco salvaje,

a diferencia de la huangana, su pa r ien te más p r ó x i m o ,

no t rans i ta en m u c h e d u m b r e sino en pare ja , huye en

vez de a tacar y es i r r emis ib l emen te asus tadizo y ve¬

g e t a r i a n o .

Saltón.—Pez gigante desp rov i s to de e s c a m a s , dientes y esp inas .

Pese a los dos m e t r o s que h o s p e d a n los cien kilos de

su c u e r p o , el sa l tón a c o s t u m b r a i m p u l s a r s e , casi volar ,

has ta los cinco m e t r o s sobre la superficie de los r íos.

Sapote.—Árbol de al tura d e s m e s u r a d a . F r u t o del mismo árbol :

su p u l p a suave y du lce b l a n q u e a i n s o s p e c h a d a m e n t e

d e n t r o de una e n v o l t u r a c o r r u g a d a de color v e r d e -

sombra .

Saqsawma.—Cabeza Gris . C a b e z a j a s p e a d a , de p iedra . N o m b r e

de la fortaleza cusqueña que los c o n q u i s t a d o r e s hispa¬

nos m a l e n t e n d i e r o n c o m o S a c s a y h u a m á n (en buen de¬

cir: S a q s a y w a m a n : C a b e z a de H a l c ó n ) . El C u s c o , en¬

t o n c e s , sagrado en su esencia por ser la Capi ta l de los

I n k a s , de los Hijos del Dios P a d r e Sol, era t a m b i é n

s a g r a d o en sus c o n t o r n o s : la c iudad cabía e x a c t a m e n t e

en la forma de un p u m a , de un o t o r o n g o , una de las

d iv in idades del I m p e r i o l nka iko . Cusco era Qosqo,

O m b l i g o Del M u n d o , sí, pero a d e m á s D i o s - P u m a ,

D i o s - U t u r u n q u , O t o r o n g o - d e - P i e d r a . El pecho de la

C i u d a d Sagrada se ins ta laba en el Wakaypata, la ac¬

tual P laza de A r m a s , y la calle Pumakurku ( co lum-

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n a - v e r t e b r a l - d e l - p u m a ) c o n d u c í a y conduce has¬

ta la F o r t a l e z a de Saqsawma, C a b e z a Gr is , C a b e z a Jas¬

peada de la C i u d a d - D i o s - P u m a . Y la cola de aquel

tigre de p ied ra divina e s t aba hecha de agua, la cola

del p u m a era de e spumas : el río W a t a n a y .

Shansho.—Gallinácea p e q u e ñ a de n o m b r e o n o m a t o p é y i c o . Es

tan desa f inada en sus c an to s c o m o fina en sus ca rnes .

Shapaja.—Palmera d e s m e d i d a de g rosor , e s t a tu ra , hojas y r a m a s .

F ru tece a l m e n d r a s n u m e r o s a s y d e s o r d e n a d a s , no tan

a p r o v e c h a b l e s por su pu lpa , muy discreta de gus to y

p ro te ínas , c o m o por el a i r ado combus t ib l e que su acei¬

te p r o d u c e . La shapaja t echa todas las casas mejor

que nad ie . Sus hojas a n c h u r o s a s , entre te j idas de fibras

ap re t adas y rec ias , son invu lne rab le s al filo pers i s ten te

del sol e ins id ioso de los a g u a c e r o s .

Shapra.—Nativo de la nac ión del m i s m o n o m b r e . U n a difundida

ca lumnia occ iden ta l sos t iene que los shapra ni siquie¬

ra son p o l í g a m o s sino que sus esposas p e r t e n e c e n in¬

d i s t in t amen te a todos los v a r o n e s de la c o m u n i d a d .

Shapshico.—Diablo. D u e n d e . A p a r i c i ó n . D e m o n i o .

Shebón.—Palmera e l evada . Sus frutos ag radab le s de ca rne y pe¬

sados de ca sca r a dob legan r a m a s enormes a u n q u e frá¬

giles. Será d e b i d o a ello que las hojas del shebón sue¬

len usarse pa ra cons t ru i r pamacaris, para t echa r em¬

ba rcac iones y no v iv iendas .

Shibé.—Bebida p r e p a r a d a con ha r ina de yuca disuel ta en agua no

s iempre a z u c a r a d a .

Shirimpiáre. —Ver: Shirikaipi.

Shiringa.—Jebe. Ba l a t a .

Shirikaipi.—Cigarrillo c a s e r o , m a n u f a c t u r a d o con hojas en t e r a s o

d e s h i l a c h a d a s de t a b a c o s i lves t re . Así c o m o los hechi¬

ceros " g e n e r a l i s t a s " de la a m a z o n i a son d e n o m i n a d o s

katziboréri, los " e spec i a l i s t a s " en chupar shirikaipis,

aquel los que ape lan al t a b a c o fumado pa ra sus cura¬

ciones o r i tua les , son c o n o c i d o s c o m o shirimpiáre.

Shiripira.—Aparentemente fácil de c a p t u r a r a causa de su peso

.y su t a m a ñ o (dos kilos que no sob repasan los 60 cen¬

t ímet ros) este hab i t an te de los r íos g r andes , a u n q u e

366

agrega a sus carnes gratas una ausencia total de esca¬

mas y esp inas , posee sobre el do r so tres cuchi l las de

h u e s o , agudos e spo lones que ocas ionan de sán imo entre

los p e s c a d o r e s más neces i t ados y e m p e c i n a d o s .

Shirúi.—Protegido por una c a p a r a z ó n rugosa e in f ranqueab le , es¬

te pez hab i t a exc lus ivamen te lagos y cenaga les . Tres

veces más p e q u e ñ o que la shiripira, suele ser confun¬

d ido con ella por cu lpa de sus carnes amar i l las .

Shuyu.—Shuyo. F a m o s o por su v o r a c i d a d , sus d ien tes a f i lados ,

y su coraza de e s c a m a s , este pez que prefiere vivir al

fondo de los lagos a p a r t a d o s y de las c iénagas circun¬

d a d a s de bosques h u r a ñ o s , es capaz de a m b u l a r sobre

la t ie r ra du ran te var ios días des l i zándose como ser¬

p ien te y de jando t ras de sí un reguero de f lemas ama¬

r i l l en tas , lentas .

Sitúlli.—Planta p l a n t a n á c e a que frutece en mano jos o r l ados de

g r a n d e s f lores rojas .

Songárinchi.—Flauta de m a d e r a r enegr ida , l a rgu ís ima , con cuyas

d i s o n a n t e s ab rup t a s y e n s o r d e c e d o r a s los gue r r e ros de

la n a c i ó n a m a w a k a se dan án imo en las guerras y ale¬

gría de las fiestas.

Supay-oqoíe.—Culo-del-Diablo. F r u t o a l a rgado y rojo que es

ofrec ido, ¿ntre hojas o scu ras y a n c h a s , por las r a m a s

de un árbol l l a m a d o parinari.

Suri.—Gusano comes t ib le que nace y se a l imenta del cogol lo de

d ive r sas palmeras, . En verdad el suri nace de los hue¬

vos que un c o l e ó p t e r o , el papási, inser ta en la cor teza

de las p a l m a s , p r e f e r en t emen te en ei aguaje. Y cuan¬

do el suri m u e r e , de sus res tos nace el papási. N a c e el

papási de los restos del suri y pone los huevos de los

que el suri n a c e . . .

367

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T

Tabaquerillo.—Diminuto pájaro c a r p i n t e r o d e n u n c i a d o por un

fulgor de p lumas h u m o s a m e n t e rubias , co lor t abaco

so leado .

Tagua.—Fruto del cual p re sume cier ta p a l m e r a l l a m a d a yarina.

Su in ter ior b l a n q u e c i n o , t r a n s l ú c i d o , r e m o t o , ha dado

a la tagua n o m b r a d í a de marfil vegetal .

Tampu Mach'ay.—Templo Del A g u a u b i c a d o en los a l r edores de

de la c iudad del C u s c o , más allá de la F o r t a l e z a de

S a q s a w m a y de Q ' e n q o , el T e m p l o del D i o s - P u m a .

Los c o n q u i s t a d o r e s v i r a k o c h a bau t i z a ron a Tampu

Mach'ay c o m o Los Baños de La Pr incesa . P e o r hicie­

ron en L i m a con la W a k a Q o l l a n a , Waka: L u g a r Sa­

g rado , Qollana: p r inc ipa l , que hasta hoy es conoc ida

como la " H u a c a Ju l i ana" .

Tangarana.—Hormiga roja, g rande , d e s p i a d a d a , v e n e n o s a en ex¬

t r emo . Vive den t ro de un árbol b l ancuzco y a r r u g a d o

igua lmen te l l a m a d o tangarana. Los c a n c e r b e r o s de las

pr is iones selvát icas lo u t i l izan como i n s t r u m e n t o de

cast igo. En la Colon ia Pena l de El Sepa, a or i l las del

U r u b a m b a , los reclusos c o n o c e n a la tangarana c o m o

El Árbo l De Los Suplicios. I n n u m e r a b l e s reos , casi

s iempre po l í t i cos , saben que la muer t e es prefer ible a

la tangarana. Los ve rdugos de snudan al r ec lu so , lo

untan con miel , lo atan al árbol y go lpean el t r onco

con un pa lo : mil lares de m a n d í b u l a s vo races y rojas

bro tan en t re los resquicios de la cor teza y sofocan el

cuerpo y los a lar idos de la víc t ima. Es ta es desamarra¬

da de i n m e d i a t o y l ibrada de las m o r d e d u r a s . L o s car¬

celeros saben bien que es en tonces c u a n d o empieza

r ea lmen te el cast igo: infinidad de l lagas p u r u l e n t a s y

negras a t o r m e n t a r á n d u r a n t e meses a l c o n d e n a d o .

Tantoótzi.—Una de las dos casas que edifica toda familia asha-

nínka. En el tan toótz i vive el jefe con sus mujeres e

hijos. Su otra vivienda, la kaápa, es cons t ru ida prime¬

ro y está des t inada exc lu s ivamen te a los h u é s p e d e s .

368

Taperibá.—Ciruelo gigante de carnes agr idulces y corazón espi¬

n o s o , ca t a logado por m u c h o s como el fruto más sabro¬

so de la na tu ra leza .

Tarawi.—Taráhui. Pese a su pico cu rvo , de oro desco lo r ido , y al

p lumaje negro con que intenta ocu l ta r aquel frescor

de frutas de su ca rne , esta gal l inácea se a l imenta sólo

de ca raco les .

Taricaya.—Tortuga ráp ida , e sp igada , m e d i a n a , comest ib le en sus

huevos y en su ca rne .

Tatatáo.—Pájaro m e d i a n o , de rap iña . A b r e el pico y las alas , du¬

ran te el día, sólo pa ra comer . C u a n d o oscurece , aun¬

que no s iempre , canta : ¡ t a - t a - t aoooo! , ¡ ta - ta- taooo! Por

eso los na t ivos , d e s m e m o r i a d o s , no p u d i e n d o n o m b r a r

al t a t a t á o con su n o m b r e p r imigen io y v e r d a d e r o , pro¬

v i s iona lmen te lo n o m b r a n con su p rop io can to .

Tibe.—Ave z a n c u d a , b lanca . M i n i a t u r a de garza o gaviota de

r ío , a d iscrec ión .

Tiríri.—Nombre genér ico de siete va r i edades de un pez p e q u e ñ o ,

g o r d o , cubie r to por una c a p a r a z ó n grisácea. H a b i t a

c iénagas y l agunas .

Tiwakuru.—Pajarillo c a n o r o de n o m b r e o n o m a t o p é y i c o y p lumas

negras que sólo c la rean en su pecho . Su pico congre¬

ga los var ios mat ices del rojo. Prefiere como nido la

copa de las wimbras en v e r a n o , y c o m o a l imen to , en

cua lqu ie r es tac ión, t odo t ipo de ho rmigas .

Tohé.—Genérico de var ias so l anáceas de savia a luc inógena y flo¬

res mar f i l eñas , g r a n d e s , a c a m p a n a d a s . La más difun¬

dida es la Datura Speciosa, mejor d icho el Tohé Mu-

llaca. O t ra s de sus va r i an te s han sido des ignadas , a

c a p r i c h o , como Solanum Bicolor, Cornuda Odorata

y / o Datura Insignis. L o s brujos a m a z ó n i c o s agregan

los p o d e r e s del tohé a bebed izos b a s a d o s en jugo de

ayawaskha.

Tokón.—Mono g r a n d e , t an to c o m o su cola p o d e r o s a y peluda: de

ella se sirve más que de sus ex t r emidades para defen¬

derse o desp l aza r se , a fe r rándose a una r a m a e impul¬

sándose a otra , casi v o l a n d o por entre los árboles .

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Tortuga-kaspi.—Arbol-tortuga, así l l a m a d o a causa de su corteza

agr isada y rugosa.

Trompetero.—Ver: Móntete.

Tunchi.—Pajarito c a n o r o y n o c t u r n o . Pocos lo han vis to , mu¬

chos lo han e s c u c h a d o , t o d o s le t emen . Si un tunchi

silba es p o r q u e alguien ha m u e r t o o va a mor i r inde¬

fect iblemente en los a l r e d e d o r e s de esa n o c h e .

Tupaq Amaru.—En k e s h w a , en runasimi: Se rp i en t e -D ios -Resp l an ­

deciente . N o m b r e de uno de los Reyes I n k a s . Un des¬

cend ien te suyo , José Gabr i e l C o n d o r c a n q u i , a d o p t ó e l

n o m b r e de T u p a q A m a r u II y j e fa tu ró en 1781 una

de las m a y o r e s sublevac iones con t ra los conqu is tado¬

res e spaño le s . Sofocada la r ebe l ión , T u p a q A m a r u fue

supl ic iado y de scua r t i z ado en el Wakaypata, actual Pla¬

za de A r m a s del Cusco . E n t e r r a r o n su cabeza en las

cercanías de la C iudad Sagrada y d i spe r sa ron sus

m i e m b r o s en secre to , bajo d is t in tas t i e r r a s , en los con¬

fines del an t iguo I m p e r i o de sus an tecesores .

Tuta-cuchillo.—Cuchillo-de-la-noche. M o n o n o c t u r n o . An te

la ce rcan ía del pe l igro , es decir del h o m b r e , cor ta pa¬

los y r a m a s y los arroja desde lo alto de la oscur idad .

Tzangapilla. —Zangapilla. A r b u s t o que florece una sola vez y no

sabe dar más de una flor. F l o r del a rbus to del m i s m o

n o m b r e : sus gigantescos pé ta los a n a r a n j a d o s , insolen¬

tes de co lo r y perfume, e m a n a n un calor i n s o p o r t a b l e

al tac to . La flor de tzangapilla p u e d e vivir var ios días

a r r a n c a d a de su rama: g e n e r a l m e n t e al s ép t imo sus

péta los se deco lo ran del t o d o , se vacían de a r o m a y

caen de go lpe , fríos, c o m o p e q u e ñ o s an imales m u e r t o s .

Tziho.—En idioma ashan ínka : ga l l inazo .

Tzipíbo.—Shipibo. A b o r i g e n de la n a c i ó n amazón ica del m i s m o

n o m b r e .

370

— u —

Vcuashéro.—Ave c a n o r a y d i m i n u t a , de n o m b r e o n o m a t o p é y i c o .

Uchusanango.—Sanango p ican te . Brebaje l ige ramente a lcohól ico

que los brujos e l a b o r a n m a c e r a n d o , de a c u e r d o a cada

c a s o , los vegeta les más d ive r sos , según los requeri¬

mien tos específicos de su apl icación: ya c o m o tón ico ,

ya c o m o medic ina o c o m o hech izo .

Unchala.—Ave del t a m a ñ o de una p a l o m a g rande . Su canto es

a r m o n i o s o y pers is tente y sus p lumas de un rojo oscu¬

r ec ido .

Urkulútu.—Lechuza.

Urus.—Uros. M i e m b r o s de la nac ión del mi smo n o m b r e , hoy

t o t a l m e n t e d e s a p a r e c i d a , que h a b i t a r o n la a l t ip lanice

d o n d e pers is te el L a g o T i t ikaka . Se dice que ellos fun¬

d a r o n la c iudad del C u s c o : que los p r i m e r o s Reyes

I n k a s , M a n k o K a p a q y M a m a Oql lo pe r t enec ían a la

n a c i ó n Uru.

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v

Valdez, Zacarías.—Cauchero que t raba jó a las ó rdenes de F e r m í n

F i t zca r r a ld . A u t o r del opúscu lo t i tu lado "El Verda¬

dero F i t zca r ra ld A n t e La H i s to r i a " ed i t ado en 1944,

Z a c a r í a s Va ldez descr ibe a lo largo de sus pág inas ,

tan c o l m a d a s de orgul lo c o m o carentes de ortografía ,

a lgunos de los c r ímenes y fechorías que sus cómpl ices ,

los " p i o n e r o s " de e n t o n c e s , comet i e ron so p re t ex to de

llevar p r o g r e s o y civi l ización a los na t ivos .

Varayoq.—Alcalde. Pr incipal au to r idad de las c o m u n i d a d e s in-

kas o Ayllus que pueb lan la Cordi l le ra de los A n d e s

p e r u a n o s .

Virote.—Dardo e n v e n e n a d o , d i m i n u t o , capaz de a b a n d o n a r y re¬

tomar su condic ión mater ia l a fin de a t r avesa r cual¬

quier d i s tanc ia , cua lquier t i e m p o , cua lqu ie r m u r o , escu¬

do , p r o t e c c i ó n , hasta c lavarse en carnes e n e m i g a s , has¬

ta l legar al b lanco d ispues to por el brujo que dio forma

al virote y a esa forma dio án ima y a esa astilla anima¬

da le c o n c e d i ó dest ino y t r a scendenc ia .

Virotear.—Lanzar un virote.

mort í fe ros .

H e c h i z o de efectos casi s iempre

372

w

Wakamayu.—Papagayo.

Wakapú.—Ver: Huacapú.

Wakapurana.—Ver: Huacapurana.

Walo.—Ver: Hítalo.

Wanakawre.—Cerro a cuyas faldas se ext iende la c iudad del Cus¬

co. Los h e r m a n o s M a n k o K a p a q y M a m a Oq l lo , naci¬

dos y c r iados en la nac ión de los urus, obedec i endo al

Dios Sol sal ieron del L a g o T i t ikaka prov is tos de una

vara de oro : allí d o n d e ésta se c lavara sin esfuerzo de¬

bían ellos fundar una c iudad , el Q o s q o , des t inada a

ser co razón de un imper io i l imi tado. M a n k o K a p a q

y su e s p o s a - h e r m a n a d e a m b u l a r o n desde el a l t ip lano

has ta la cordi l le ra and ina b u s c a n d o en vano el sitio

s e ñ a l a d o por el Sol. Casi sin esperanza p r o b a r o n en

la c u m b r e del ce r ro W a n a k a w r e : la vara de o r o , al

p r ime r in tento se h u n d i ó en la t ierra y desapa rec ió .

Wapapa.—Ver: Huapapa.

Waqaypata.—Lugar-Donde-Se-Llora. N o m b r e inka de la P laza

de A r m a s del Cusco d o n d e los conqu i s t ado re s injusti-

c ia ron a T u p a q A m a r u .

Waqrapona.—Ver: Huacrapona.

Wayrcnga. —Ver: Huairanga.

Wikungu.—Ver: Huicungu.

Willaq Umu.—Supremo sace rdo te de los inkas . M á x i m a autori¬

dad rel igiosa e n c a r g a d a de presidir las pr inc ipa les ce¬

r e m o n i a s .

Willkamayu.—Río Sagrado . N o m b r e inka del U r u b a m b a cuyas

a g u a s , al j u n t a r s e con las del río T a m b o forman el

U c a y a l i . Es te y el M a r a ñ ó n dan or igen al A m a z o n a s ,

r ío-mar de las selvas s u d a m e r i c a n a s .

Wimbra.—Huimbra. Á r b o l e s p i g a d o , de t r onco e smera lda que

se abre en una copa no muy ampl ia , p e d a n t e y rumo¬

rosa . Es i m p r o b a b l e no e n c o n t r a r en lo alto de las

wimbras algún n ido de un pájaro s i lbador y nerv ioso

l l a m a d o tiwakuru.

Witoto.—Huitoto. M i e m b r o de la nación del mismo n o m b r e .

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z —

Yaku-jergón. —Serpiente. J e r g ó n - d e - r í o .

Yakumama.—Serpiente gigante que vive en los ríos. M a d r e - D e -

L a s - A g u a s .

Yanaboa.—Anaconda. B o a Negra .

Y orina.—Palmera de frutos d e n o m i n a d o s tagua o marfil vegetal.

Sus anchas hojas techan casi t odas las v iv iendas sel¬

vát icas .

Y ora.—Miembro de la nac ión a m a z ó n i c a del mi smo n o m b r e . Los

oc iden ta les des ignan a los yora, sin razón c o n o c i d a ,

como amawakas.

Yungurúru.—Perdiz g igante . Sus h u e v o s celestes son idén t icos

en v o l u m e n y sabor a los de las gal l inas .

Zui-zui.—Pajarito c a n o r o , o n o m a t o p é y i c o de n o m b r e y celeste

de p luma je .

Zúngaro.—Nombre que se c o n c e d e sin reparos a todo pez fluvial

s i empre que sea g r a n d e , que su cabeza ocupe un espa¬

cio idén t ico al del c u e r p o res tan te , y esté despose ído

de e sp inas y e scamas .

Zuri.—Ver: Suri.

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DEDICATORIA

A E d u a r d o P o r t u g a l , F e r n a n d o L l o s a

y J u a n Car los D o m e n a c k .

A M o i s é s L e m l i j .

A G u s t a v o V a l c á r c e l , Juan G o n z a l o R o s e ,

A r t u r o C o r c u e r a y R e y n a l d o N a r a n j o .

A Tura t i y Alf redo G o n z á l e z Teja.

P o r q u e sin sus conse jos y amis tad yo no hub ie ra

p o d i d o e m p r e n d e r este l ibro .

P o r m á s , por m u c h o m á s .

César Calvo S.

B a r c e l o n a , Jun io de 1979

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"Y esto, que no es nada, es todo"

INO MOXO

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