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Catastro y propiedad de la tierra en el mundo antiguo Conceptos introductorios y estudios de caso Alexander Martínez Rivillas Profesor de la Universidad del Tolima Grupo de investigación en Desarrollo Rural Sostenible Departamento de Desarrollo Agrario Facultad de Ingeniería Agronómica Universidad del Tolima, Colombia 2019

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CAPÍTULO I. Genealogía de las formas occidentales de apropiación de la tierra

Catastro y propiedad de la tierra en el mundo antiguo

Conceptos introductorios y estudios de caso

Alexander Martínez RivillasProfesor de la Universidad del Tolima

Grupo de investigación en Desarrollo Rural SostenibleDepartamento de Desarrollo AgrarioFacultad de Ingeniería AgronómicaUniversidad del Tolima, Colombia

2019

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Martínez Rivillas, AlexanderCatastro y propiedad de la tierra en el mundo antiguo:

conceptos introductorios y estudios de caso / Alexander Martínez Rivillas. -- 1ª. Ed. -- Universidad del Tolima, 2019.

160 p. : il. tablasContenido: Genealogía de las formas occidentales de

apropiación de la tierra -- Hitos de los catastros rústicos desde la antigüedad hasta el siglo XV -- Catastros en Mesopotamia, Egipto e India -- Catastros en Micenas y Grecia -- Catastros en la República y en el Imperio Romano -- Discusión eti-mológica de la palabra catastro

ISBN: 978-958-5569-11-9

1. Valoración de bienes raíces 2. Catastro 3. Avaluó catastral I. Titulo

333.332M385c

© Sello Editorial Universidad del Tolima, 2019© Alexander Martínez Rivillas

Primera edición:100 ejemplaresISBN: 978-958-5569-11-9 ISBN electrónico: 978-958-5569-12-6 Número de páginas: 160 p.Ibagué-Tolima

Facultad de Ingeniería AgronómicaGrupo de investigación en Desarrollo Rural Sostenible Catastro y propiedad de la tierra en el mundo antiguo: conceptos introductorios y estudios de caso [email protected]@gmail.comImpresión, diseño y diagramación por Colors Editores S.A.S.Portada: Colors Editores S.A.S. Todos los derechos reservados. Prohibida su reproducción total o parcial por cualquier medio, sin permiso expreso del autor.

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CAPÍTULO I. Genealogía de las formas occidentales de apropiación de la tierra

Agradezco a la Universidad del Tolima el apoyo incondicional que me ha ofrecido para desarrollar las investigaciones que presento al público. Especialmente, quiero expresar mi deuda impagable con el Departamento de Desarrollo Agrario, cuyos colegas no dejan de invitarme a continuar con estas investigaciones inusuales para nuestro entorno académico.

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A Rodrigo Castellanos Luque (Q. E. P. D.), quien me inició en el complejo mundo de la historia del catastro y de la economía del suelo, y cuya amistad me hizo mejor.

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CAPÍTULO I. Genealogía de las formas occidentales de apropiación de la tierra

Introducción

CAPÍTULO I. Genealogía de las formas occidentales de apropiación de la tierra

1.1 Lo sagrado y profano en las primeras formas de apropiación del suelo

1.2 La épica y la tragedia en las formas griegas de apropiación del suelo

1.3 Las formas romanas de apropiación del suelo

1.4 La formación de la renta del suelo-mercancía

1.5. Conclusiones

CAPÍTULO II. Hitos de los catastros rústicos desde la antigüedad hasta el siglo XV

2.1. Introducción al estudio de los catastros del mundo antiguo y medieval

2.2 Los primeros catastros rústicos

2.2.1 Mesopotamia2.2.2 Egipto2.2.3 India2.2.4 China2.2.5 Norte de Italia

Contenido

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2.3 Catastros rústicos complejos

2.3.1 Grecia2.3.2 Roma2.3.3 China2.3.4 Imperio Carolingio2.3.5 India2.3.6 Inglaterra2.3.7 Califato de Córdoba 2.3.8 Reino de Aragón, Valencia y Mallorca

2.4 Catastros rústicos premodernos

Norte de Italia

2.5 Catastros rústicos precolombinos

2.5.1 Imperio Azteca2.5.2 Confederación Muisca

CAPÍTULO III. Catastros en Mesopotamia, Egipto e India

3.1 Genealogía de la tecnología destinada a inventariar la propiedad

3.1.1 Listas de objetos mentales en las tribus3.1.2 Listas de objetos en las revoluciones urbanas3.1.3 Genealogía del catastro

3.2. El catastro en Mesopotamia

3.2.1 Sumer3.2.2 Babilonia3.2.3 El Catastro en Egipto3.2.4 El catastro en la India

3.3 Conclusiones

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CAPÍTULO I. Genealogía de las formas occidentales de apropiación de la tierra

CAPÍTULO IV. Catastros en Micenas y Grecia

4.1 El catastro micénico

Propagación del catastro de las revoluciones urbanas

4.2 El catastro en el Imperio Micénico

Conclusiones

4.3 El catastro en Grecia Clásica

Conclusiones

CAPÍTULO V. Catastros en la República y en el Imperio Romano

El catastro romanoEl catastro en la República de Roma Conclusiones

CAPÍTULO VI. Discusión etimológica de la palabra catastro

Etimología de la palabra catastroLa palabra catastroCatastro e inventario‘Conforme a la ley’ y ‘distribución’

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Figura 1. Mapa de Mesopotamia Figura 2. Mapa Babilonio Figura 3. El gromatici y la groma

Figuras

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CAPÍTULO I. Genealogía de las formas occidentales de apropiación de la tierra

Introducción

Este libro tiene por tema central la historia del catastro en el mundo antiguo, esto es, sacar a la luz las causas probables de la aparición del catastro, las diversas formas que en la historia antigua ha presentado, las utilidades para distintos tipos de formaciones sociales, y las huellas que ha dejado impresas en el catastro moderno. No obstante, se abordarán algunos aspectos de los catastros medievales y precolombinos.

En la investigación se podrá constatar que el catastro fue, desde sus inicios, una institución con propósitos inequívocos, en cuyas tablillas se registraban los atributos de la propiedad inmueble gracias a un grupo de escribanos, agrimensores y notarios funcionalmente vinculados al catastro, que medían, censaban y liquidaban los impuestos de la propiedad inmueble tal como hoy lo hace el catastro moderno.

El estudio presenta la siguiente metodología general: primero, una exposición sobre las genealogías posibles de la propiedad de la tierra en occidente. Segundo, un análisis general de las tipologías del catastro antiguo y medieval, el cual prepara al lector en el conocimiento de las nociones básicas de la historia del catastro antiguo. Tercero, un estudio sobre los posibles orígenes de los catastros rústicos en Mesopotamia, Egipto e India. Cuarto, un análisis más o menos detallado de las características de los catastros micénico y griego. Quinto, una reconstrucción hipotética del catastro en la República y en el Imperio Romano, con sus distintas utilidades sociales y consecuencias sobre el desarrollo de la civilización occidental. Finalmente, se discuten algunos aspectos sobre la etimología de la palabra catastro, la cual ha sido problemática.

Se intentará probar dos hipótesis fundamentales. Primera: la escritura nació elaborando precisamente catastros. Las tablillas más antiguas encontradas en un templo de Erech, ciudad Mesopotámica, contienen registros de tributaciones en especies; y tales tablillas son,

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probablemente, registros catastrales. Segunda: el catastro fue una “innovación tecnológica” fundamental para el surgimiento de las primeras ciudades, y estimuló en forma protagónica el desarrollo de la matemática, la geometría, los sistemas de pesos y medidas y la agrimensura. Tercera: los catastros de las primeras ciudades, es decir, Erech, Lagach, Ur, Akad, Babilonia, Egipto, las ciudades del valle de Sind y Penjab en la India, entre otras, son catastros de carácter fiscal y administrativo, los cuales se convirtieron en los precursores directos de los catastros de grandes imperios antiguos y medievales, y de las sociedades modernas.

Particularmente se mostrará que en el Imperio Micénico se elaboraron los primeros catastros meramente fiscales; y que en Grecia Clásica se elaboraron los primeros catastros de vocación democrática. Este tipo de catastro es un catastro político construido en un ambiente más o menos asambleario, el cual propiciaba toda una deliberación pública para la determinación de los montos de los impuestos a la propiedad inmueble, lo mismo que para la inversión de estos excedentes en obras de interés común.

Respecto de la República Romana, se verá que inaugura un catastro con reglas jurídicas estrictamente definidas y con fines exclusivamente fiscalistas. Las bases jurídicas del catastro medieval y moderno se encuentran en la República y el Imperio Romano, y toda su legislación respondió a los procesos de expansión territorial y al sostenimiento de un Estado centralizado que tenía que absorber las rentas de cada una de las porciones de su descomunal territorio para sostener a sus numerosos ejércitos, engrandecer sus ciudades, y cumplir con las demandas de la vida urbana y las élites sociales.

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CAPÍTULO I. Genealogía de las formas occidentales de apropiación de la tierra

CAPÍTULO I

Genealogía de las formas occidentales de apropiación de la tierra

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CAPÍTULO I. Genealogía de las formas occidentales de apropiación de la tierra

1.1 Lo sagrado y profano en las primeras formas de apropiación del suelo

Distintas formaciones sociales han dividido la tierra en espacio sagrado y espacio profano. La fundación de las ciudades romanas se acompañaba de una ceremonia en la que un arado demarcaba los límites de las ciudades, evitando que el lugar de acceso a la ciudad quedara señalado por el surco. Los límites de la ciudad eran considerados sagrados, pero las puertas de la ciudad, el lugar por donde accederían nuevas costumbres y novedosos instrumentos: prácticas foráneas, era considerado un espacio profano. El arado era signo de “civilizar”, pero con una doble implicación: despejaba las fuerzas malignas mediante ceremonias, dejando constancia de los lugares vedados a ellas en los que se habría de construir la ciudad, y despejaba las fuerzas malignas en los lugares donde habría de practicarse la siembra.

Sabemos que las primeras ciudades se construyeron y dieron lugar a la vida urbana gracias al excedente agrícola producido en las tierras fértiles que rodeaban las ciudades. Pero también sabemos, por diferentes fuentes, que estas tierras se encontraban estrictamente reguladas por las autoridades sacerdotales –mediadores de los dioses–, en el caso de las tierras pertenecientes a los templos en Egipto; o severamente controladas por las autoridades monárquicas –de estirpe divina–, en el caso de las ciudades mesopotámicas.

El espacio de la ciudad y el espacio agrícola eran espacios sagrados. Pronunciar las leyes divinas para su configuración como espacio habitable, y pronunciar las leyes humanas –en nombre de las divinidades– para su organización como espacio seguro y permanente, lo convertía en un espacio sagrado y, consecuentemente, en un espacio “civilizado”. El Código de Urnammu y El Código de Hammurabi dejaron constancia de muchas de aquellas leyes humanas para la organización de la tierra, bajo la forma de distintos tipos de tenencia de la tierra y de fórmulas jurídicas secularmente practicadas. Allí se menciona, directa o indirectamente, la propiedad, la aparcería, el arrendamiento y la servidumbre. Se logra entrever que

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los campesinos tenían derecho –en su acepción más primitiva ‘dejar hacer’ o ‘poder hacer’- a ser propietarios, aparceros y arrendatarios; y que los esclavos eran reducidos a la condición de “trabajadores serviles”.

Por un lado, el código de Urnammu1 (2112 a.C.–2094 a.C.) regulaba cada una de las relaciones de propiedad en los siguientes términos: eran prohibidos los bienes de familia o comunales, no era posible el arrendamiento perpetuo y la propiedad era esencialmente individual, es decir, si no pertenecía a campesinos y medianos propietarios, pertenecía a los templos o al rey. Por otro lado, El Código de Hammurabi (1792 a.C.–1750 a.C.) es considerado el primer “derecho agrario”, cuya legislación minimiza la “influencia política” de los templos al ser sometidos a la veeduría de jueces civiles al servicio del rey; convierte a algunos almacenes de los templos en graneros del Estado; distribuye propiedades reales entre los guerreros bajo fideicomiso hereditario (bien confiado a una persona con la condición de restituirlo, y heredable si esta condición no se presenta); convierte los siervos en “hombres libres” (que por quedar sin tierras solo debían pagar la mitad de los honorarios a médicos, arquitectos, etc.); regula los salarios de jornaleros, limita los intereses y alivia los arrendamientos.

Con claridad asombrosa define los criterios según los cuales existía pleno dominio sobre la tierra. No era suficiente la posesión del inmueble, sino que debía añadírsele un título jurídicamente válido, o sea, un documento que garantizara la “indudable” propiedad, redactado por peritos autorizados y con re-producciones que reposaban en los templos. El título servía para reclamar la propiedad frente al poseedor, “tanto de bienes muebles e inmuebles como sobre esclavos. Al que se le encontraba en posesión de una cosa, sospechosa de haberse extraviado o hurtado, se le podía exigir documentalmente su posesión para verse libre del proceso.” (Hammurabi, 1986, p. XCII-XCIII).

1 Más conocido como el código de Ur, que según los estudiosos no fue elaborado por el rey Urnam-mu, sino por su hijo y sucesor shulgi (2093 a.C. -2040 a.C.) (Hammurabi, 1986).

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CAPÍTULO I. Genealogía de las formas occidentales de apropiación de la tierra

Los documentos de compraventa de los babilonios no eran tampoco avaros en detalles sobre el sujeto y el objeto que intervenían en el negocio. Bajo el imperio babilónico las relaciones jurídicas estaban reguladas por documentos de compraventa, por lo que no es gratuito que las miles de tablillas encontradas en varios templos de ciudades mesopotámicas sean documentos de compraventas. En estos documentos se señalaba el objeto de la compraventa, su descripción (si eran inmuebles), el título de propiedad del vendedor y su procedencia, la específica declaración de venta, la indicación del precio, los nombres de los testigos y la fecha. La propiedad pasaba del vendedor al comprador únicamente en el momento del pago del precio estipulado. Existía otro tipo de trámites como pagos ficticios o alteración de precios, bastante parecidos a los que a diario se dan en la vida contemporánea. (Hammurabi, 1986, p. XCV-XCVI).

La aparición de las primeras ciudades trajo consigo la experiencia de distintas formas de organización de la tierra, o mejor, de la organización y control del uso de la tierra. En otras palabras, como condición necesaria para la aparición de la vida urbana aparece el control del excedente agrícola, mediante una severa jerarquización de las funciones sociales y el control de autoridades autodefinidas como representantes directas de los dioses en la tierra o de estirpe divina. La experiencia del control del excedente agrícola, que en primera instancia se practicó mediante las “tablillas de cuentas”, se convirtió en la experiencia de la escritura sistemática de las leyes practicadas para ejercer tal control.

El aura divina de estas leyes constituye –invirtiendo la expresión de Jaeger en su Paideia que caracteriza el espíritu griego: legalidad inmanente de las cosas– una legalidad trascendente de las cosas. Esta legalidad es una legalidad cósmica, expresa la armonía y el equilibrio del cosmos, cuyas leyes fundaron y conocen los dioses y a las cuales solo algunos hombres tienen acceso por revelación o por una comunicación privilegiada. Estas leyes cognoscibles para los hombres son las leyes humanas que invistieron a sacerdotes, escribas y dinastías monárquicas de una autoridad incuestionable. Las leyes

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humanas en el contexto de una legalidad cósmica, por decirlo de alguna manera, legitimaron una organización y control del uso de la tierra en las distintas sociedades de las revoluciones urbanas o en las primeras sociedades “prósperas” que la historia ha podido registrar.

Asimismo, solo la experiencia de la ciudad hizo posible la plena experiencia de la propiedad de la tierra. Por el contrario, las sociedades primitivas consagraron la propiedad comunal o familiar, pues el uso común de la tierra asegura la supervivencia de pequeñas comunidades y la manutención de las personas separadas de las actividades agrícolas, como sacerdotes, artesanos y pater familias. Pero, ¿cómo ir más allá de la práctica agrícola de supervivencia? ¿Cómo generar ese excedente agrícola que permitió el surgimiento de la vida urbana? Esto solo es explicable mediante un proceso de extrañamiento de la tierra, de separación y desarraigo de la tierra.

Una vez que la tierra que se posee no es de quien la posee sino de quien no la posee, toma la forma de algo que es extraño y ajeno; tan ajeno que ya no es posible usarlo para las prácticas agrícolas de supervivencia o para las prácticas ceremoniales de las “religiones domesticas”, si ante todo no se usa para la supervivencia y ostentaciones de quien no la posee, de quien la tiene y lleva una vida urbana. ¿Qué garantiza el hecho de que lo que no se posee, sin embargo, se tiene? Una compleja legalidad trascendente de las cosas, trascendente de la tierra, que ritualiza y sacraliza el espacio de la siembra, que legisla al amparo de los dioses las relaciones de uso con la tierra, y que declara los tributos que deben ofrecerle a quien la tiene, esto es, a su propietario.

La propiedad de la tierra nació como una práctica de gobierno, de control y organización de la naturaleza para el desarrollo de la vida urbana de distintas formaciones sociales. El proceso de extrañamiento de la tierra mediante una legalidad cósmica garantiza el control de la naturaleza: todo lo que en potencia produzca la tierra pertenece no a su poseedor o al trabajador, sino al propietario.

Los procesos y estrategias para la imposición de tributos aseguran la organización de la naturaleza: medir, amojonar y calcular

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la productividad del suelo con sus respectivas rentas; y distribuir las relaciones de uso, como propiedad, arrendamiento, aparcería y servidumbre.

El abismo o la separación que se interpone entre el trabajador y la tierra en virtud de aquel proceso de extrañamiento, convierten al trabajador y a la tierra en dos fuerzas productivas independientes, dos entidades distintas solo comparables a partir de simbolismos prácticos. Al trabajador no le pertenecen sus productos, solo le puede pertenecer su capacidad de producir. Al propietario no le pertenece la capacidad de producir del trabajador, pero sí le pertenece la capacidad productiva de la tierra, es decir, los productos que el trabajador deriva de la tierra. La noción de trabajo apareció bajo la forma de extrañamiento o separación entre “productor y producto”.

En vista de que el producto no le pertenece al productor, se le compensa o remunera porque puede producir, porque trabaja. En vista de que la capacidad productiva de la tierra le pertenece al propietario, se le tributa o renta el producto. A la luz del Código de Hammurabi, el Imperio Babilonio se nos aparece como una puerta de acceso a las primeras experiencias de la propiedad de la tierra. Esta no es sino una cualidad esencial a las formaciones sociales que han intensificado las relaciones entre productores y consumidores en el escenario de una comunidad urbana fundada en la captación de la renta agrícola. La presencia de la propiedad de la tierra es la expresión de una práctica más fundamental en el nacimiento de la vida urbana, se trata de la propiedad individual.

En oposición a la propiedad comunal, la individual establece una radical separación entre productor y producto en todo tipo de prácticas productivas. Previamente dispuesto este escenario, construido al “ritmo” de aquella legalidad cósmica, aparece el complejo universo de lo apropiable. Todo objeto al que le sea inherente la cualidad de ser usado para producir, como la tierra, los instrumentos de labranza o de manufactura puede ser apropiado, enajenado. Y también, todo objeto producido para el consumo es susceptible de ser apropiado. Un universo de complejos y diversos objetos apropiables dicta

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una solución práctica para ser intercambiados o acumulados, es de hecho un símbolo de intercambio o un “medio de intercambio”: la moneda. Todo objeto en Babilonia, exceptuando los sagrados en sí mismos, podía constituirse en objeto de compraventa. El trabajo era remunerado en moneda o en productos; y la servidumbre no recibía más remuneración que la que asegurara la reproducción de sus “mínimas condiciones de existencia”.

Ya las primeras civilizaciones se habían enfrentado a un problema que ha acompañado a distintas sociedades: la regulación del universo de objetos apropiables para la conservación o desarrollo de una formación social. En particular, las sociedades que distribuyen el excedente de la producción agrícola mediante distintas formas de mercado, entre las cuales podemos destacar las civilizaciones antiguas, la República y el Imperio Romano, Ciudades-Estado premodernas, y la mayoría de las sociedades modernas, han construido prácticas de gobierno destinadas a ensayar infatigablemente toda clase de soluciones sin efectos duraderos. Tanto el Imperio Babilonio como el Egipcio buscaron regular esa dinámica ciega de distribución de objetos de aquel universo de lo apropiable: la tierra ubérrima en poder de ricos comerciantes, sacerdotes, dinastías monárquicas y funcionarios menoscababa las condiciones productivas de los trabajadores agrícolas.

Víctor Alba concibió una “Historia General del Campesinado”, mostrando los periplos cotidianos por los que el trabajador agrícola tenía que vérselas para conseguir ese mínimo de condiciones de vida que lo ha caracterizado como una constante a lo largo de toda su historia. Los campesinos nutrieron los ejércitos, teniendo que correr con los gastos de su equipamiento para la guerra, abandonaron sus tierras y familias, cuyos miembros (mujeres, niños y ancianos) no podían pagar la respectiva renta agrícola y debían migrar a las ciudades a vivir en condiciones de esclavitud. En otras ocasiones, teniendo que pagar pesados tributos y aceptar los bajos precios con los que transaban sus productos, lo obligaban a vender sus tierras o a esclavizarse por deudas. Como hoy, los campesinos de las naciones

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“en vías de desarrollo”, se han debatido entre una “economía de autoconsumo” y una vida miserable.

1.2 La épica y la tragedia en las formas griegas de apropiación del suelo

La tierra, como espacio sagrado y profano, sirvió de horizonte para explicitar el nacimiento de la propiedad de la tierra en el contexto de un universo de objetos apropiables, fundamentado y prediseñado por una legalidad cósmica que privilegió la vida material de unos pocos y permitió consolidar la dinámica de una comunidad urbana, con una nueva división del trabajo y una cultura urbana. Una nueva división del trabajo, en la medida que el control y distribución de la renta agrícola exigía la participación de escribas, obreros y artesanos. Una cultura urbana, en la medida que el conocimiento de fórmulas jurídicas, sistemas de pesos y medidas, oficios artesanales o especializados, ceremoniales de comportamiento, y la función del dinero, se hacía, poco a poco, más indispensable para sobrevivir en la ciudad o, al menos, para acceder a ella de forma esporádica, como en el caso del campesino.

Sin embargo, la historia del surgimiento de la civilización occidental ha dado constancia de un hecho sin precedentes: el profundo cuestionamiento de aquella legalidad cósmica iniciado en la sociedad micénica, madurado en la Grecia clásica y culminado en las postrimerías de la Grecia Helenística, con la muerte de Alejandro Magno, la invasión romana y la decadencia de Atenas. En la sociedad micénica se hallan las raíces de un moderado proceso de secularización del conocimiento. El arte de la escritura ya no era de uso exclusivo de una casta sacerdotal, sino que era una profesión independiente de los intereses religiosos. Las tablillas de cuentas y los inventarios exhumados en Creta y Pilos, solo dan cuenta de una “administración civil”, pues los inventarios de las ofrendas religiosas prácticamente son inexistentes. El acto de evadir los tributos no implicaba ningún tipo de interdicción al uso de la tierra, ni mucho

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menos una expropiación de la misma. Las tierras colonizadas se repartían por suertes, o con fichas que se conocían con el nombre de Tarjas; el destino o el azar aseguraban la equidad en la distribución de la tierra.

La dinámica secularizadora del poder y del conocimiento, al mismo tiempo que su voluntad expansionista, construyeron dos valores fundamentales que hacen parte de la virtud griega: la valentía y la nobleza. Dos valores puramente humanos que habrán de subvertir la tradición de la legalidad cósmica y sentarán las bases de una legislación inmanente de las cosas, una legislación propiamente humana, con limitaciones, desafíos a los dioses y observadora insobornable de las tradiciones humanas. Aquí se enmarcan la épica y la tragedia griegas, dos horizontes del comportamiento humano que habrán de provocar prácticas de gobierno y prácticas cotidianas fundamentadas en una legislación eminentemente humana.

La épica griega no es solamente la versificación de los periplos heroicos, es ante todo la expresión de un espíritu que busca, se aventura en alta mar, corrobora leyendas, construye y asegura el bienestar de su pueblo, reconoce su mundanidad: labra su propia tierra y elabora sus muebles, en el caso de Ulises, y se entraba en competencias por decidir quién sega más, en el caso de Aquiles. La tragedia griega no es ese fenómeno recordado y decantado que le sigue a la épica griega, o mejor, de la valentía no se sigue una nobleza en épocas de paz. Son dos fenómenos “unidos por una misma raíz”. La valentía conduce a la nobleza cuando Aquiles, después de matar a Héctor, llora por Príamo, el padre de su enemigo. El acto épico de alcanzar la victoria sobre Héctor contiene la semilla de la reprobación: Héctor era “el amante esposo y buen ciudadano”, valores incondicionados de los mismos antiguos griegos. Así pues, la épica lleva en sí misma la tragedia.

Pero también, la nobleza conduce a la valentía cuando Antígona –observadora de la tradición matriarcal y modelo de estudio recurrente de la filosofía– en tono desafiante le exige a Creonte –observador de la tradición patriarcal– el derecho, “no de

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CAPÍTULO I. Genealogía de las formas occidentales de apropiación de la tierra

hoy, ni de ayer, sino de siempre”, de enterrar a su hermano Polinices, a quien, por quebrantar las leyes de la ciudad, se le había negado sepultura. El acto de nobleza de Antígona de apelar a una tradición “de siempre”, a la conciencia de una tradición humana, a las leyes no escritas o concebidas por ningún mortal –a la compasión y a la piedad–, impone de inmediato una decisión desafiante, una actitud valiente por la que “sabía que iba a morir”. Llevar un acto de nobleza a plenitud trae consigo un acto de valentía.

Una experiencia trágica es de por sí una experiencia épica. La épica como acto de valentía que conlleva a la nobleza, y la tragedia como acto de nobleza que conduce a la valentía, es el resultado de un conflicto entre dos legalidades –consabidas entre nuestros “iusfilósofos” de la Grecia antigua–: una legalidad cósmica representada por la sociedad patriarcal, y una legalidad humana encarnada por la sociedad matriarcal. La sociedad patriarcal, según la “comedia familiar” de Freud –en palabras de Deleuze–, ejerce las prácticas autoritarias de monopolización del placer y aplazamiento de la satisfacción de las necesidades, en aras de la organización y seguridad de la comunidad. Una organización que, desde nuestra perspectiva, permite fundar un mundo como un conjunto de objetos apropiables y, en consecuencia, controlar el excedente agrícola; y una seguridad que instrumenta a los seres humanos para la construcción de obras públicas, y la adecuación de tierras para mejorar sus rendimientos y desarrollo de la vida urbana.

La sociedad matriarcal recuerda una comunidad concebida para la producción de bienes comunes, una comunidad en la que sus miembros distribuyen los bienes según sus necesidades. La satisfacción del placer no se retarda, ni autoridad alguna se apropia de los objetos indispensables para sobrevivir y de los “objetos ceremoniales” para insertarse en la vida social. Para Freud, el precio que paga una comunidad para ingresar en la “civilización” es precisamente la “superación” de la sociedad matriarcal y la consiguiente consagración de la sociedad patriarcal, cuyo desarrollo conduce a un “malestar” irresoluble. Que en una versión

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marcusiana se soluciona disparando los instintos vitales mediante una racionalidad que administra su plena satisfacción en virtud de la “fertilidad incontrolable” que pueden ofrecer los instrumentos de la técnica moderna.

La épica y la tragedia griega sugieren una solución diferente, la cual es aplicable para un universo específico, el universo de los ciudadanos adultos de sexo masculino, pues las mujeres y los esclavos fueron reducidos a la condición de instrumentos (“aunque” los esclavos contaron con la facultad de ser testigos de peso en la resolución de un litigio, como lo muestra Foucault en su interpretación de “Edipo Rey”, en las conferencias “La Verdad y las Formas Jurídicas”. Y les reconocieron un alma, si admitimos que la duplicación del cuadrado que ejecuta el esclavo en el diálogo socrático, solo es posible por las reminiscencias de su alma cuando vagaba por el mundo de las ideas).

La sociedad micénica preparó, en la épica homérica, un encuentro “a medio camino” entre la sociedad patriarcal y la sociedad matriarcal, la legalidad cósmica y la legalidad mundanizada, Aquiles y su dolor por Príamo o por el deceso de Héctor. La Grecia Clásica sancionó, en las tragedias de Sófocles, este encuentro a medio camino, identificando los dos núcleos de la contraposición: la autoridad del patriarca y la incondicionalidad de la figura materna o filial, “la autoridad pública y la conciencia moral”, “la ley y la justicia”, “la tiranía y la democracia” –tránsito de la tiranía a la democracia en la lectura foucaultiana de Edipo Rey–, Creonte y Antígona.

Este encuentro a medio camino constituye un orientador modelo de solución a la “superación” tanto de la sociedad matriarcal como del malestar derivado de la consagración de la sociedad patriarcal. Una solución que asegurará una regulación concreta del universo de objetos apropiables, sin que el bienestar y la seguridad de la ciudad se vea amenazada, (una solución idealizada por la modernidad, pero cuya praxis cotidiana hizo posible ese “siglo de oro”, el siglo de Pericles), y racionalizada después por la filosofía griega. Nos referimos al modelo de Ciudad-Estado bajo una forma

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CAPÍTULO I. Genealogía de las formas occidentales de apropiación de la tierra

democrática de gobierno, aplicado a pequeñas comunidades, no mayores a 50.000 ciudadanos adultos de sexo masculino –se afirma que Atenas no superó esta cifra–, cuyos principios reguladores son la justicia y la felicidad, legitimados por ciudadanos virtuosos, esto es, valientes y nobles.

Existe una correlación entre la virtud, la justicia y la felicidad griegas, profusamente estudiada por la filosofía, que no podemos abordar aquí en toda su dimensión. Por ello, ensayaremos una vinculación simple y casi reduccionista de estas nociones. Las ideas de justicia y felicidad implican –entre otras cosas– una nueva forma de control y organización de la naturaleza, una nueva forma de regulación del uso de la tierra. La justicia resulta de la proyección de los principios morales de una vida virtuosa en las prácticas de gobierno y, a su vez, es la garantía para asegurar la educación de ciudadanos virtuosos. La virtud griega es la nobleza del alma, la valentía, el sentido del deber y del honor, la capacidad de persuasión en una asamblea, en resumen, la excelencia del individuo que le permite convertirse en un “modelo de conducta” y desempeñar un papel protagónico en la construcción del destino de la ciudad, un destino de felicidad.

Desde luego, la virtud no se busca por la virtud misma, los hombres quieren ser virtuosos por una tendencia natural, que según los griegos era la de buscar la felicidad. Esta tendencia, según Aristóteles, es de estirpe divina, pues en la “Ética” afirma: “El hombre no viviría de esta manera en cuanto hombre, sino en cuanto que hay algo divino en él” (Hadot, 1998, p. 92). “Es deber del legislador el hacer feliz a toda la ciudad”, decía Sócrates, pero, ¿qué es la felicidad para los griegos? –trataremos de responder–. Es aquello a lo cual nos conduce el llevar una vida virtuosa, no de molicie pero tampoco sórdida, de desprendimiento de lo material pero con lo necesario para vivir, de dominio de las pasiones pero sin privarse de placeres sencillos, “entretenimiento moderado y razonable” opinaba Platón; estilo de vida que nos pone en las puertas de la serenidad imperturbable en opinión de los estoicos, o en una

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dicha noble y casi divina, cuya forma más elevada corresponde, en Aristóteles, al estilo de vida contemplativo del filósofo.

El legislador de la ciudad es también un legislador del territorio, un ordenador del mismo; el ordenador o regulador es una autoridad legislativa suprema que en griego se escribe kósmoi (Aristóteles, 1989, p. 69). Kósmoi se asocia con kósmos, que indica conveniencia, disciplina, buen orden, organización2. El ordenador del territorio es quien proporciona un orden conveniente al territorio, y este orden conveniente es aquel que garantiza la felicidad de toda la ciudad. Aristóteles presentó en la Política, un conjunto de reflexiones de distintos filósofos y gobernantes sobre la mejor forma de “organización de una ciudad” o de regulación del uso de la tierra. Allí se presentan las propuestas de Fidón de Corinto, Faleas de Calcedonia, Hipódamo de Mileto y de Platón.

En lo que toca a la opinión de Fidón de Corinto, uno de los más antiguos legisladores, decía que era indispensable mantener igual el número de casas y el de ciudadanos, y que los lotes fueran todos desiguales en magnitud (Aristóteles, 1989, p. 49-50). En cuanto a la postura de Faleas de Calcedonia, nos dice el filósofo (Aristóteles):

“En opinión de algunos el ordenamiento justo de la propiedad3 es lo más importante, ya que en torno a este problema, según dicen, se producen todas las revoluciones. Faleas de Calcedonia fue el primero en introducir este punto al sostener que deben ser iguales las propiedades de los ciudadanos. Esta medida, en su concepto, no sería difícil de adoptar en las ciudades de reciente fundación y desde el principio; y que incluso en las ciudades ya establecidas, por más que la reforma fuese más laboriosa, podría con todo nivelarse la propiedad en el más corto tiempo con solo que los ricos dotaran a sus hijas con tierra sin recibir ellos dote por su parte, y los pobres recibieran a su vez dote, pero no la dieran” (1989, p. 52).

Existen reflexiones más breves que adquieren la apariencia de sentencias, de épocas muy anteriores, pero igual de significativas,

2 Los Kósmoi eran magistrados supremos de Creta, los cuales conformaban un tribunal legislativo compuesto por diez Kósmoi.3 Aquí se hace referencia exclusivamente a la propiedad inmueble rural, dejando de lado esclavos, ganado, dinero y bienes muebles.

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como aquélla atribuida al famoso legislador de Atenas Solón (640–558 a.C.), la cual afirmaba que “ningún individuo podría adquirir la tierra que deseare”. Afortunadamente, tenemos una referencia un poco más clara sobre la propuesta de organización del territorio de Hipódamo de Mileto. He aquí lo que Aristóteles nos reseña de él:

“Hipódamo de Mileto, hijo de Eurifón, fue el primero que, sin experiencia política, abordó el tema de la mejor forma de gobierno. (Este hombre inventó la división de las ciudades en manzanas y trazó las calles del Pireo4. En lo demás de su vida era un tanto excéntrico, al grado de que hubo quienes pensaran que vivía con demasiada afectación...). Hipódamo proyectó su ciudad con una población de diez mil habitantes, dividida en tres clases; la primera de artesanos, la segunda de campesinos y la tercera de ciudadanos armados para la defensa del país. En cuanto a la tierra, la dividió asimismo en tres partes: una sagrada, otra pública y la tercera privada. Con la sagrada debían mantenerse las obligaciones acostumbradas a los dioses, con la pública la subsistencia de la clase militar, y con la privada la de los campesinos” (Ibíd., p. 56-57).

En opinión de Aristóteles, Platón consideraba que la población debía estar dividida en dos clases, una de campesinos y artesanos, y otra de militares, de esta última se derivaría una tercera clase, la cual constituiría el organismo deliberante y el supremo poder de la ciudad. La propiedad del ciudadano debía ser tanta cuanto sea necesaria para llevar una vida morigerada, lo mismo que distribuida por igual entre ellos (incluidas las casas). No ponía restricciones a la procreación, como es el caso de Aristóteles, y la propiedad establecida era indivisible.

Por el contrario, en una obra de Platón, “Las Leyes”, la propiedad podía aumentarse hasta cierto límite, cinco veces más que la propiedad mínima. Cada una de estas reflexiones sobre la mejor

4 Hipódamo de Mileto es conocido como un célebre arquitecto griego del siglo iv a.C., al cual se le atribuye la construcción del puerto del Pireo, que conectaba a Atenas con el mar Egeo mediante un corredor amurallado. En cuanto a la división de las ciudades en manzanas, los historiadores del urbanismo no comparten la afirmación de Aristóteles en el sentido de que fue Hipódamo quien la inventó, pues ya las ciudades mesopotámicas (3000 a.C. en adelante) contaban con un sistema ortogonal de división de las ciudades. Este sistema, según explican los urbanistas, es el resultado de transferir de manera abstracta la ortogonalidad de los sistemas de cultivo y riego al espacio urbano (Bonet, 1989, p. 46).

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forma de organizar el territorio está enmarcada en la vieja discusión de la filosofía política sobre la mejor forma de gobierno. Aristóteles, por su parte, las clasificó como opiniones propias, o de la democracia, o de la tiranía, o de la monarquía, o de una amalgama equilibrada entre todas o algunas de ellas. Por ejemplo, la opinión de Platón contenida en la “República”, obedece a una forma de gobierno en donde se combina tanto la democracia como la oligarquía.

Las teorías mencionadas pueden resumirse así: es un intento de clasificar la población, regular las actividades públicas (económicas, políticas y sociales) y definir las relaciones con el territorio (clase de uso: agropecuario o urbano, y limitaciones a la propiedad). Para los griegos, ordenar el territorio implicaba primero ordenar la población, o sea, definir sus actividades y regular las relaciones sociales de acuerdo a un número de habitantes preestablecido, a las necesidades materiales de la población y a las condiciones educativas de la misma. He aquí lo que Aristóteles nos indica acerca de la importancia de la educación:

“Puede darse el caso de que exista la igualdad en la propiedad, pero que ésta dé ocasión a la molicie por ser demasiado grande o por el contrario a una vida sórdida por ser demasiado pequeña. Es claro, en consecuencia, que el legislador no debe contentarse con igualar la propiedad, sino que ha de procurar asegurar a todos un término medio. Pero más aún, tampoco será de provecho el solo prescribir para todos una propiedad módica, pues hay que nivelar las concupiscencias antes que las fortunas, y esto no es posible sino cuando las leyes han educado cumplidamente a los ciudadanos” (Ibíd., p. 53).

Ordenar el territorio implica dos movimientos: uno, por el que se representa a la población y al territorio que ésta ocupa, y dos, por el que se le propone a la comunidad un modelo distinto de organización social, es decir, un nuevo estilo de relaciones sociales y de relaciones con la naturaleza, con el propósito innegociable de garantizarle la felicidad a toda la población. Ahora bien, siempre suele ocurrir frente a los propósitos que la realidad es otra. Pero

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tenemos ejemplos y contraejemplos de esta situación. Los griegos cuidaron de que no existieran diferencias notables en cuanto a los tamaños de la propiedad.

En el siglo V a.C., gracias a las reformas de distintos legisladores, las tres cuartas partes de los ciudadanos atenienses eran propietarias, y en el siglo IV a.C. a.C., la propiedad mayor del Ática medía solo 26 hectáreas. Demóstenes no reunía con todas sus propiedades más de 300 hectáreas (Alba, 1973, p. 42).

Cuando en distintas colonias griegas se presentaba la concentración de las tierras productivas en pocas manos, los campesinos desposeídos se levantaban contra sus gobernantes, declaraban la abolición de sus deudas y confiscaban los bienes de la nobleza y de los campesinos ricos. En Megara, alrededor del 410 a.C., en Samos, dos años después y en Siracusa, las insurrecciones de los campesinos pobres condujeron a la redistribución de las tierras y de las riquezas. En la isla de Lípari, ubicada al noreste de Sicilia y colonizada por los griegos hacia el 580 a.C., refiere Diodoro Sículo, que los colonos redistribuían las tierras cada 20 años y que sus islas vecinas se cultivaban de manera colectiva (Wernher y Páramo, 1995, p. 94).

Por el contrario, la política de redistribución de tierras fue rechazada por Solón y Demóstenes, pues se había convertido en “demagogia de tiranos” (Ibíd., p. 95). Fue tema de reflexión de Aristóteles el problema de la redistribución de la tierra, cuyos ecos nos plantean las dificultades fundamentales de toda reforma agraria: distribución de la propiedad de la tierra, colectivización de la tierra, educación, asimetría ciudad-campo en la distribución de “bienes y servicios”, e imposición de gravámenes a la tierra.

“Hemos de considerar ahora el problema de la propiedad, y de qué modo hay que organizarla entre los ciudadanos que han de ser regidos por la mejor forma de gobierno. ¿Debe ser la propiedad común o no común? (...) Es posible, por ejemplo, que la tierra sea de propiedad particular, pero que los frutos se aporten a la comunidad para su consumo (como lo hacen algunos pueblos). De manera contraria,

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puede ser la tierra común y el cultivo hacerse en común, pero distribuirse los frutos para el consumo individual (ciertas naciones bárbaras, según se dice, practican esta forma de comunismo). Por último, pueden ser la tierra y los frutos comunes. Cuando los que cultivan la tierra forman una clase distinta (los esclavos), el caso es diferente y más fácil de resolver; pero si son los mismos ciudadanos los que trabajan para sí mismos, estos problemas de propiedad ocasionarán numerosas rencillas. si, en efecto, no se observa entre ellos la igualdad en el provecho y en el trabajo, necesariamente los que trabajan más y perciben menos habrán de quejarse contra los que, trabajando poco, perciben o consumen mucho.

Difícil es en general convivir y compartir todas las cosas humanas, pero especialmente en materia de propiedad (...) Sócrates no ha dicho, ni es fácil decir, cuál haya de ser la posición de los ciudadanos en la organización total de la república. La gran mayoría de la ciudad, en efecto, está formada por el conjunto de los demás ciudadanos distintos de los guardianes; ahora bien, sobre ellos nada se determina, como si por ejemplo la propiedad ha de ser común también entre los labradores, o si cada uno ha de tener la suya (...). En consecuencia, los litigios, procesos y otros males que, a dicho de Sócrates, hay en las ciudades actuales, se darán todos asimismo entre ellos, ya que, aunque él diga que la educación hará innecesarios muchos reglamentos legales, como de policía municipal, mercados y otros semejantes, el hecho es que solo provee a la educación en beneficio de los guardianes. Además, hace a los labradores señores de la tierra con la obligación de pagar un censo; pero en este caso es probable que se hagan más intratables y levantiscos que lo son en algunas ciudades los hilotas (esclavos de Esparta), los penestes (siervos de Tesalia, al norte de Grecia) y los esclavos” (Aristóteles, 1989, p. 42, 44-46).

La propiedad de la tierra se hizo objeto de regulación concreta de los legisladores y objeto de reflexión de los filósofos. Regulación que pasaba primero por la educación de los ciudadanos. ¿En nombre de qué legalidad se le regulaba? Una legalidad esencial a la mundanidad del hombre que, tal como permite reprobar un acto épico en Aquiles y desafiar una ley escrita por no ser de “siempre” en Antígona, exige el derecho de antecedentes cosmogónicos de acceder a la tierra en igualdad de condiciones. Pues, en la distribución del universo entre Zeus, Poseidón y Hades, la tierra, además del Olimpo,

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CAPÍTULO I. Genealogía de las formas occidentales de apropiación de la tierra

son posesiones comunes que tienen la forma de un reparto entre iguales, entre hermanos (Wernher y Páramo, 1995, p. 204).

Esta nueva legalidad configura la manifestación más nítida del “derecho natural”, esencial a la dimensión humana y deslindada de la “ley positiva”. Deslinde que no obra por efectos de una simple contraposición al derecho patriarcal, sino que se halla continuamente mediado por las prácticas cotidianas de la virtud griega, con sus respectivos antecedentes micénicos y sus ideas rectoras de justicia y felicidad. En los griegos, invocar el derecho natural para acceder a la propiedad de la tierra se afinca en una tradición “de siempre”: la tierra es una posesión común. Solo por las especificidades de la tradición griega, los sofistas podían dimensionar el derecho natural como “anterior y superior al de las leyes” (Jaramillo, Sf., 150). Y Diógenes era un “testimonio de dignidad” ante Alejandro Magno, cuando replicaba: “el sol sale para todos y tú me lo estás quitando” (Ibíd., 152).

1.3 Las formas romanas de apropiación del suelo

Yourcenar puso estas palabras en boca del emperador Adriano:

“Roma ya no está en Roma: tendrá que parecer o igualarse en adelante a la mitad del mundo: Estos muros que el sol poniente dora con una rosa tan bella, ya no son murallas; yo mismo levanté buena parte de las verdaderas, a lo largo de las florestas germánicas y las landas bretonas. Cada vez que desde lejos, en un recodo de alguna ruta asoleada, he mirado una acrópolis griega y su ciudad perfecta como una flor, unida a su colina como el cáliz al tallo, he sentido que esa planta incomparable estaba limitada por su misma perfección, cumplida en un punto del espacio y un segmento del tiempo. Su única probabilidad de expansión, como en las plantas, hubiera sido su semilla: la siembra de ideas con que Grecia ha fecundado el mundo.

Pero Roma, más pesada e informe, vagamente tendida en su llanura, al borde de su río, se organizaba para desarrollos más vastos: la ciudad se convertía en el Estado. Yo hubiera querido que el Estado siguiera ampliándose, hasta llegar a ser el orden del mundo y de

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las cosas. Las virtudes que bastaban para la pequeña ciudad de las siete colinas, tendría que diversificarse, ganar en flexibilidad, para convenir a la tierra entera. Roma, que fui el primero en atreverme a calificar de eterna, se asimilaría más y más a las diosas-madres de los cultos asiáticos: progenitora de los jóvenes y las cosechas, estrechando contra su seno leones y colmenas” (Yourcenar, 1985, p. 86).

Aquellas virtudes diversificadas retratan la política expansionista de Roma: el control y la administración de un territorio figurado como la “mitad del mundo”5. Y un territorio equivalente a las “madres de los cultos asiáticos” representa el descomunal dispensario agrícola que fue Roma y los conflictos que incubó en medio de su abundancia. Política territorial y productividad caracterizan a Roma.

Durante el imperio, se producía y comerciaba vino, aceite, trigo, algodón y toda clase de ganado. Las vías de comunicación terrestres, fluviales y marítimas fueron seguras y rápidas. Al final de la República existían grandes, medianos y pequeños propietarios (Alba, 1973, p. 57).

La mayoría de los predios (al menos en Italia y su ciudad principal: Roma) estaban limitados por mojones, y su extensión era determinada por profesionales, los gromatici o agrimensores. A lo largo de toda la historia del imperio, no se tiene referencia de por lo menos una reforma agraria que incidiera en la distribución de la propiedad de la tierra. En efecto, la propiedad empezó a ser entendida como ius utendi, ius fruendi, ius abutendi, derecho de usar, derecho de gozar y derecho de abusar de la cosa poseída. El propietario podía erosionar la tierra, incendiar los bosques y secar las fuentes de agua, sin que fuera sancionado por la ley.

Asistimos con Roma al nacimiento de una legalidad sin precedentes, una legalidad que consideró a la “mitad del mundo” como un libro abierto de cuentas y recaudos: la legalidad del ordo

5 La sociedad romana contó con buena parte de las formas de tenencia de la tierra, las técnicas agrícolas y constructivas que habían surgido desde Grecia hasta la India, y desde el Cáucaso hasta el Nilo. Al fundarse la República Romana se conjetura una población aproximada de 130.000 habitantes y una extensión de 1.000 km2.

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CAPÍTULO I. Genealogía de las formas occidentales de apropiación de la tierra

civitatis. El orden de la ciudad debería “igualarse” al territorio imperial. Provincias y municipios cristalizarían aquellos “desarrollos más vastos” y harían de Roma un “Estado”. Existen dos figuras que atraviesan toda la historia de Roma, el cuestor y el censor. Durante la República se le “confía la gestión del Tesoro Público” al primero; y las operaciones del censo y la custodia de las “costumbres públicas y privadas” al segundo (Petit, 1978, p. 40).

“Indagar” definía la función del cuestor; “inventariar y sancionar” explicaba la función del censor. Indagar, inventariar y sancionar constituía una racionalidad que registraba las obligaciones tributarias de poseedores y propietarios. El censor recorría esos “desarrollos más vastos” para medir e inventariar la capacidad contributiva de los predios. Durante el imperio, el censor se separa de sus atribuciones judiciales y se hace funcionario, junto a las funciones específicas del cuestor de liquidar y registrar los impuestos a la tierra, de una institución no muy diferente a la de hoy: el catastro (Alba, 1973, p. 57).

A partir del siglo II d.C., el catastro romano configuró las características esenciales y formales del catastro moderno, pero antes y después de este siglo, el cuestor y el censor ejecutaron sus funciones según una regla de oro: obedecer a las disposiciones que la legislación tributaria del momento (que en la mayoría de los casos desestimuló al minifundio y benefició al latifundista) considerara pertinente. Sin embargo, a partir de esta época, el catastro estuvo regido por una legislación específica, según la cual sería de “su resorte” el registro de la propiedad mueble e inmueble y la liquidación de sus impuestos. Estaría descentralizado en los distintos municipios del imperio (al menos en lo que hacía referencia al recaudo), y concentraría los recursos obtenidos en el Tesoro Público.

Además de la industria tributaria que fue Roma, su legislación convirtió al catastro en un instrumento capaz de absorber la renta agrícola de 9’000.000 de km2. Este instrumento de una política territorial imperial, sustentada en una legalidad que hizo del imperio la patria, de la patria el hogar, y del hogar el ordo civitatis en el que

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todos los hombres fraternizarían en Humanitas, Felicitas, Libertas, según rezaba “en las monedas de mi reinado” –escribe Yourcenar– se convirtió en el modelo de control de la renta agrícola de las sociedades modernas, cuya forma más sofisticada la ostentan los catastros contemporáneos.

Esta legalidad del ordo civitatis impuso a la noción de humanidad, esa “federación fraterna de individuos” –de reminiscencias estoicas– una función “ideológica” de dominación al servicio del “imperio cosmopolita de Roma”, y otra función de “utopía abstracta” (Jaramillo, Sf., p. 150). Por ello, exigir un “derecho natural” con aires griegos en Roma, sería como exigir el derecho a pertenecer a una federación “fraterna” de contribuyentes. En efecto, el principio de la administración pública moderna de “distribución de cargas y beneficios”, nos evoca esta federación, que carga gravámenes a las rentas, y no beneficia sino a la “utopía abstracta” del “interés común”.

1.4 La formación de la renta del suelo-mercancía

En la teoría de la renta del suelo de Marx se explica la formación del precio del suelo en función de las rentas que generan. El suelo, como mercancía que ingresa a la dinámica de la sociedad de mercado, es un fenómeno que se hace patente en ese hito histórico-económico que Marx llamó: “La acumulación originaria de capital”. Dentro de las características fundamentales que acompañan al suelo como mercancía se cuentan: es un bien irreproducible, contiene un valor de uso y puede ser apropiado.

El hecho de que la tierra sea irreproducible indica que es materia prima, la fuente nutricia sobre la cual se apoya cualquier proceso productivo o el escenario de cualquier práctica cotidiana. Su condición de valor de uso da cuenta de sus propiedades productivas. Y el hecho de que sea apropiable implica que cualquiera sea el uso que se le dé, configura una retribución o renta al propietario, independientemente de quien la explote.

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CAPÍTULO I. Genealogía de las formas occidentales de apropiación de la tierra

Combinando estas características del suelo en una sociedad de mercado, obtenemos las conocidas rentas diferenciales de la teoría de la renta del suelo, de Marx, limitada para los suelos de vocación agrícola: el mero acto de ejercer la propiedad sobre el suelo configura una renta absoluta; si el suelo es fértil y cuenta con una ubicación privilegiada para transportar los productos al centro de consumo, configura una renta diferencial I; y si el suelo ha sido mejorado mediante inversiones de capital de tal forma que aumente sus condiciones productivas “permanentemente”, como canales de riego y avenamiento, configura una renta diferencial II.

Así pues, entender la formación del precio de la tierra, en función de las rentas que configuran, constituye un modelo explicativo claro y útil para explicitar el fenómeno suelo-mercancía de las sociedades actuales.

1.5 Conclusiones

Babilonia llevó a cabo su experiencia de la propiedad de la tierra en nombre de una legalidad cósmica, privilegiando autoridades civiles y religiosas. Y Grecia Clásica reguló la distribución de la propiedad de la tierra en nombre de una legalidad de “reparto entre iguales”.

Roma concibió a “la mitad del mundo” como un libro abierto de cuentas y recaudos en nombre de una legalidad que aseguraría la felicidad y la libertad de una ciudad, el ordo civitatis; y para todo el imperio, el ordo universalis.

El capitalismo clásico concebiría la tierra como materia prima para la producción inagotable de rentas en nombre de una legalidad secularizada al servicio del “trabajo y el ahorro”, rentas que soportaron el proceso de la agroindustria y, a su vez, el de la industrialización.

En la modernidad, el “derecho natural” instrumentó al trabajador agrario para la producción de rentas, reivindicando la propiedad del suelo para la productividad, y rechazando la inmovilidad económica del suelo perteneciente a la nobleza.

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CAPÍTULO II. Hitos de los catastros rústicos desde la antigüedad hasta el siglo XV

CAPÍTULO II

Hitos de los catastros rústicos desde la antigüedad hasta el siglo XV

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CAPÍTULO II. Hitos de los catastros rústicos desde la antigüedad hasta el siglo XV

2.1 Introducción al estudio de los catastros del mundo antiguo y medieval

Los catastros rústicos o antiguos ya son ampliamente reconocidos como instrumentos administrativos que contribuyeron a la fundación de las primeras civilizaciones complejas. Estas sociedades se caracterizaron por tener poderes centralizados, sostener una agricultura eficiente y dar lugar a las revoluciones urbanas (Childe, 1983/1936; Diamond, 2014). En general, estas civilizaciones lograron establecer un sistema de captura de excedentes agrícolas para garantizar el sustento de la vida urbana y sus distintas actividades burocráticas, militares, religiosas y otras relacionadas con los oficios artesanales y de la construcción.

Dicho sistema tuvo éxito en la mayoría de los casos por la configuración de “sociedades de agricultura hidráulica”, debido a su capacidad de construir sistemas de riego y canales de avenamiento para aprovechar agronómicamente los valles inundables de los grandes ríos, como Nilo, Tigris, Éufrates e Indo. Por supuesto, en esta hipótesis se rechazan las capacidades de las “sociedades hidroagrícolas” para constituir tal infraestructura y los fenómenos de planificación urbana, dado que sus comunidades se desenvolvieron en pequeños valles fértiles, con escasos poderes centralizados y actividades pastoriles más o menos hegemónicas (Alba, 1973).

Por tanto, los catastros rústicos no fueron necesarios, o al menos no hay pruebas de su existencia, en aquellas sociedades rurales casi siempre asociadas a un pobre crecimiento demográfico. Lo que sí es factible es el proceso de aprendizaje de las prácticas catastrales de las sociedades hidráulicas por parte de las sociedades hidroagrícolas en procesos de expansión, por la probada eficiencia de estos sistemas fiscales de la tierra (Diamond, 2014; Alba, 1973). Hipótesis que se hace más plausible cuando se trata de explicar el proceso colonialista de sociedades de origen pastoril, como es el caso de los griegos y los etruscos.

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En términos generales, los catastros rústicos tuvieron distintas funciones públicas en cada periodo de los imperios o reinados consolidados del mundo oriental u occidental, con una mayor o menor separación del poder sacerdotal, pero casi siempre controlados, al final de sus etapas, por el poder monárquico. En momentos excepcionales, como es el caso de Grecia Clásica, el catastro rústico fue un instrumento fiscal con efectos redistributivos que se empleaba para repartir las cargas en los gastos destinados a la defensa de las ciudades, o para distribuir las tierras colonizadas de forma más o menos igualitaria (Martínez, 2001). En China se conocen casos muy interesantes de catastros rústicos con resultados redistributivos masivos, pero que pronto colapsaron por la presión de terratenientes o nobles (Hallet, 2007). No obstante, en la mayoría de los casos se confeccionaron catastros rústicos polifuncionales, profundamente instrumentados por los poderes religiosos, militares y civiles, según fuera el caso.

Por otro lado, es posible que catastros rústicos se hayan originado en sociedades hidroagrícolas colonialistas sin que mediara contacto alguno con imperios de origen hidráulico, como es el caso de los sistemas fiscales de la tierra precolombinos. Los vestigios arqueológicos y memorias de cronistas han ayudado a configurar la hipótesis de catastros rústicos en la sociedad Azteca, la cual puede asociarse a una sociedad hidroagrícola expansionista con pobres desempeños en la producción de cereales, pero muy eficiente a la hora de contabilizar sus recaudos (Lagarda, 2007).

Asimismo, se pueden derivar algunas conjeturas interesantes sobre el funcionamiento del sistema tributario de los Muiscas (Tovar, 2010), los cuales pudieron desarrollar un catastro rústico de carácter ágrafo o profusamente oral, pues en su calidad de sociedades hidroagrícolas en expansión, y plenamente articuladas a las economías acuícolas y agrícolas de los ríos, valles de inundación y extensos humedales y lagunas, lo pudieron haber desarrollado.

Respecto de la discutida etimología de la expresión “catastro”, y si efectivamente fue un sistema catastral el que dio origen a la

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escritura, se mencionarán algunas conclusiones centrales. En una investigación previa se encontró que la expresión katástijon, del griego bizantino, según Corominas (1997), representa la etimología correcta de la palabra catastro, y que la hipótesis de su origen en la expresión capitastrum no tiene fundamento. Se demostró que la etimología del filólogo catalán, pobremente sustentada en su obra, sí gozaba de elementos empíricos de soporte, especialmente relacionados con el uso de la raíz griega <kata> en las obras de Heródoto, Hesíodo, Jenofonte, Sófocles, Diodoro Sículo y Platón, pues esta raíz contiene referencias a las ideas de “bajo la tierra”, “conforme a la ley” y “distribución” (Martínez, 2001; Wernher y Páramo, 1995).

En relación con la hipótesis del origen de la escritura, las últimas investigaciones han confirmado el hecho cierto de que la agricultura, en adecuadas condiciones ambientales y bajo una buena administración de su excedente agrícola, entre otras condiciones, posibilitó la construcción de las ciudades, y con ellas la producción de empleos dedicados al ocio funcional. En virtud de estos oficios se explica, entonces, la aparición de culturas con escritura en Egipto, Mesopotamia, India y China, quizás de manera independiente (pero esta afirmación se encuentra en discusión) (Diamond, 2014). No obstante, parecer ser que el catastro no participó en el origen mismo de los grafismos, sino que probablemente las necesidades de realizar censos de población fueron las primeras causas del surgimiento de una protoescritura (Schmandt-Besserat, 2002), que, en efecto, fue evolucionando en virtud de las demandas técnicas del sistema fiscal o catastral hacia la escritura pictográfica e ideográfica, por lo menos.

Posteriormente, las sociedades Maya y Azteca, por sus complejidades administrativas semejantes a las anteriores, lograron constituir sistemas de escritura con pictogramas e ideogramas, los cuales alcanzaron la condición del fonograma en algunas ocasiones (Thouvenot y Hoppan, 2006). No obstante, esta causalidad de lo material a lo cultural debe verse con cuidado, pues las culturas ágrafas también desarrollaron estrategias mnemotécnicas para resolver las

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complejidades de un sistema contable y fiscal de la tierra, que es el caso que se supone en lo referente a la administración del imperio Inca (contabilidad con quipus) o de la sociedad Muisca (según se colige de los cronistas de Indias y la evidencia arqueológica).

Este breve estudio sobre los catastros occidentales y orientales desde las revoluciones urbanas hasta el siglo XV tratará de mostrar entonces cuatro momentos de su historia: los primeros catastros rústicos, los catastros rústicos complejos, los catastros rústicos premodernos y los catastros rústicos precolombinos. Esta clasificación es más o menos arbitraria, pues se limita a trazar líneas divisorias en virtud de la simplicidad o diversidad de sus funciones, y no aspira a seguir una línea evolucionista de este instrumento administrativo destinado a la exacción de rentas del campo y de la ciudad.

De hecho, algunos catastros rústicos pudieron ser más eficientes que los catastros modernos, si se tiene en cuenta que los sistemas catastrales tienden a ser más eficientes si los funcionarios, las rutinas burocráticas y las tecnologías de medición se ajustan a un régimen de disciplinamiento y control centralizado. Lo que pudo haber sido logrado por culturas de distintas complejidades.

Finalmente, se debe advertir que los catastros rústicos que se consideran aquí solo representan hitos o momentos clave de su historia, explicaciones que no abundarán en detalles, y que quizás dejarán en las sombras otras experiencias de instituciones fiscales de la tierra, lo que siempre constituye un riesgo en toda pesquisa histórica o en cualquier genealogía.

2.2 Los primeros catastros rústicos

Solo se puede establecer que los primeros catastros emergieron de manera simultánea en Sumeria, Antiguo Egipto y Valle del Indo. Se especula que fueron instrumentos administrativos de la tierra con fines fiscales, bajo el control inicial de los Templos y, posteriormente, regentados por los poderes monárquicos cuando

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lograron debilitar la influencia del poder sacerdotal. Sin embargo, se conjetura que los Templos continuaron con el control de importantes porciones de tierra bajo la administración de sus propios catastros, después de perder sus luchas contra los poderes civiles. No se conocen las funciones concretas de las instituciones catastrales, pero sí es claro que se desarrollaron en el contexto de las “revoluciones urbanas” entre 3000 y 2900 a.C.

2.2.1 Mesopotamia

En Sumeria se colige la existencia de la institución catastral a partir de la “Colección de Tablillas” de Shuruppak (Fara) y de Erech (3000 a.C.), las cuales contienen distintas cuentas de los Templos, escritas en sumerio (cuneiforme). Se presume que las cuentas estaban ligadas a censos agrícolas, lo que configura la hipótesis general del nacimiento de la escritura asociada a meras necesidades prácticas de administración o gobierno: primero, un sistema censal de personas, y luego un sistema de recaudo del excedente agrícola, esto es, un catastro rústico. Se supone una evolución desde la protoescritura de la “Tablilla de Kish”, datada en 3500 a.C. (Childe, 1983/1936; Schmandt-Besserat, 2002).

De hecho, el “Plano catastral” inscrito en una pared del sitio conocido como Catalhoyuk (2700 a.C.), ubicado en la región de Anatolia, sur de la actual Turquía, ratifica la presencia del sistema catastral bajo el control de las ciudades sumerias. Asimismo, en otro sitio, bajo la influencia del Imperio Acadio, heredero de los desarrollos fiscales de Sumeria, se determinó la existencia de un “Plano catastral” en tablilla de barro cocido con descripciones de diferentes propiedades (2300 a.C.) (Lagarda, 2007).

Bajo el régimen Acadio también se conjetura la existencia de un sistema catastral, quizás más especializado, para el periodo 2112-2095 a.C., en virtud del famoso “Texto catastral de Ur-Nammu”, el cual se talló en diorita y fue encontrado en Nippur, hoy Niffar, actual Irak. Dicha pieza contiene información predial relevante para la captura de rentas agrícolas (Lara, 1986).

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En Caldea, Mesopotamia meridional, se supone la continuidad del sistema catastral por la vía de la sabiduría acadia, lo que se constata con la “Tablilla Caldea”, la cual sugiere inscripciones sobre características de parcelas y su entorno ambiental, para 1600 a.C. (Lagarda, 2007).

2.2.2 Egipto

En el Antiguo Egipto se presume la existencia de un instrumento administrativo de la tierra con fines fiscales, según los denominados “Registros Reales” (3000 a.C.). Así pues, se hallaron registros de la propiedad del suelo, y en decoraciones de tumbas se representan “estiradores de cuerdas” o agrimensores (Larsson, 1996). Elementos suficientes para suponer la existencia de un catastro rústico. Posteriormente, bajo el Imperio Egipcio, el propio Heródoto (siglo V a.C.) refiere las campañas de actualización del impuesto a la tierra y la redistribución de la misma en 1700 a.C. También abunda en detalles sobre los “estiradores de cuerdas”, los “impuestos” proporcionales a la producción de la parcela, y al “nilómetro”, instrumento de medición de la cantidad de limo por la crecida del Nilo como atributo de la productividad, en un momento posterior del Imperio, el cual se ha situado en 1400 a.C. Evidencias que hacen suponer la consagración de la institución catastral (Alcázar, 2000).

Es ya conocida la elaboración de un censo con destino a una nueva distribución de tierras, el cual fue ordenado entre 1279 y 1213 a.C. por el Faraón Ramsés II, y que supone la implementación de un aparato fiscal más especializado, como el empleo de agrimensores, escribas y otros funcionarios públicos (Lalouette, 2006).

2.2.3 India

En el Valle del Indo, civilizaciones de las antiguas ciudades de Harappa y Mojensho Daro (3000-2900 a.C.) pudieron haber desarrollado catastros rústicos. Esta hipótesis cobra fuerza cuando

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se constató en sus vestigios arqueológicos la existencia de una escritura, operaciones matemáticas, aplicaciones geométricas, y patrones de peso y medida. Asimismo, se evidenció planificación urbana y sistemas de riego en diferentes lugares de estas antiguas ciudades (Childe, 1983/1936, p. 200-206; Martínez, 2001).

2.2.4 China

El Emperador Yu “El Grande”, fundador de la dinastía Xia, ordenó la realización de un censo de población y registros de actividades agrícolas en el 2200 a.C., según se infiere de “Las Memorias Históricas” (Sima Qian, 1993), Lo que podría revelar los elementos básicos de una institución catastral. Se debe destacar que esta obra contiene relatos míticos sobre los primeros emperadores chinos, especialmente relacionados con los orígenes divinos de sus regentes. Sin embargo, las huellas arqueológicas de esta civilización permiten suponer los desarrollos de instituciones fiscales de la tierra. Se le ha asociado con una cultura del bronce, pues en yacimientos de Erlitou (1959), en la ciudad de Yanshi (Henan), se encontraron palacios con dataciones entre 2100-1800 a.C., que confirmarían los relatos del antiguo biógrafo Sima Qian.

2.2.5 Norte de Italia

Quizás de origen indoeuropeo, los asentamientos de esta región septentrional pudieron desarrollar un catastro primitivo, en virtud de probables contactos con prácticas administrativas de pueblos mesopotámicos. Para el periodo 1600-1400 a.C. se conjetura esta institución fiscal en virtud del hallazgo de un “Mapa grabado en piedra” con atributos geográficos naturales y campos de cultivos (Lagarda, 2007). Hay que destacar la naturaleza hidroagrícola de estos pueblos, la construcción de viviendas palafíticas y la importancia de las vías fluviales y marítimas en su proceso de consolidación.

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2.3 Catastros rústicos complejos

Estos instrumentos fiscales de la tierra ya gozaban de un complejo aparato administrativo compuesto por reglamentaciones, funcionarios públicos, agrimensores, y se encontraba, fundamen-talmente, bajo el control de los poderes monárquicos. El poder del clero se fue limitando mediante un lento proceso de secularización del Estado, lo que es sumamente claro en los catastros de la Grecia Micénica, Clásica y Helenística, y en las prácticas fiscales del suelo bajo la Monarquía, la República y el Imperio romano.

Del mismo modo, el Imperio Carolingio, a pesar de la enorme influencia del papado romano, logró realizar vastos inventarios de las propiedades de la Iglesia, con fines administrativos y fiscales. Otro elemento característico de estos instrumentos catastrales fue su enorme utilidad en el proceso de control fiscal de los nuevos territorios colonizados en sus procesos de expansión, y la significativa utilidad al momento de contribuir a la planificación, administración de la tenencia y posterior ordenación del suelo urbano. Ciudades que, de lejos, eran mucho más complejas y extendidas que las primeras de las “Revoluciones Urbanas”.

De hecho, se sabe que estos catastros complejos, expresión sintética de los catastros de Mesopotamia, Egipto, India y China (debido a los contactos interculturales de “La Ruta de la Seda”), lograron altos niveles de eficiencia en sus procesos de actualización de los inventarios prediales y registro de la tradición de la propiedad. A manera de anécdota, se dice que Séneca fue cuestionado en un debate en el senado cuando se le comprobó mediante el catastro que ostentaba propiedades en Egipto, en un momento en el cual el filósofo condenaba la acumulación de la riqueza (Martínez, 2001).

2.3.1 Grecia

Bajo el Imperio Micénico se determinó la existencia de escribas vinculados a los Palacios (y no a los Templos), destinados al registro

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de la propiedad, a partir de las tablillas de Cnosos y Pilos, escritas en “Lineal B” (una forma de griego), las cuales se datan entre 1400 y 1375 a.C. y de la narrativa homérica (Wernher y Páramo, 1995). En la Ilíada se sugiere la distribución igualitaria de lotes colonizados en la expansión mediterránea de Grecia Micénica, no solo como un acto ritual, sino también como una forma de impartir justicia divina (Martínez, 2001). Hechos que señalan la presencia de actividades catastrales relacionadas con la memoria escrita de la propiedad y la aplicación de la agrimensura.

Bajo la Grecia Clásica (siglos V-IV a.C.), Atenas liquidaba los impuestos destinados a costear la defensa de la ciudad de manera proporcional al valor de las propiedades de cada ciudadano, lo que solo podía realizar satisfactoriamente una institución catastral. Asimismo, la tradición de la repartición equitativa de la tierra desde el periodo micénico se extendió al periodo clásico. En Diodoro Sículo se comprueba que las políticas de regulación a la propiedad del suelo tendían a ser igualitarias, al menos en los frentes de colonización, pues en Lípari redistribuían las tierras cada 20 años, y sus islas vecinas se cultivaban de manera colectiva (alrededor de 580 a.C.). Sobre el control a la acumulación de la tierra y su régimen fiscal en Grecia Clásica y Helenística, Alba (1973) hace una extensa sustentación. Por lo anterior, se puede suponer cierto carácter democrático en las finalidades mismas de este catastro rústico (Martínez, 2001).

Por tanto, existieron aquí facetas de un sistema catastral bajo un contexto de colectivización de la tierra, o en sociedades sometidas a la redistribución obligatoria de la tierra, lo que es explicable por su alta funcionalidad al momento de la adjudicación igualitaria de la misma, y en la operación fiscal para la exacción del excedente agrícola. Contrariamente, en los pueblos hebreos que aplicaron la “Ley de Moisés” (desde el siglo XII a.C.): cada 50 años se anulaban las deudas, se repartían de nuevo las tierras, los esclavos por deudas recobraban su libertad, y estaban terminantemente prohibidos los impuestos y las hipotecas, lo cual supuso una fuerte limitación a

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la economía de mercado y al desarrollo urbano. En estos casos, el catastro debió experimentar su desaparición periódica, pero posteriormente se fue restituyendo bajo su condición de colonia de otros imperios, especialmente (Ídem).

Varios fenómenos también explican la aparición de mejores técnicas de medición de la propiedad en la Grecia Helenística (siglos IV a.C. - I d.C.), lo cual supone una mejora en sus instituciones catastrales. La tradición de la ciudad en damero (atribuida a Hipódamo de Mileto), las complejidades de garantizar una buena planificación urbana con despegues demográficos (primordialmente en materia de vías, acueductos y alcantarillados), y el difícil control fiscal a todas las formas de tenencia de la tierra rural bajo expansión colonialista (especialmente en extensos valles inundables, y en latifundios de llanura y montaña) exigieron el refinamiento de las prácticas agrimensoras. Así pues, es en este contexto que aparece la invención de la “dioptra” de Herón de Alejandría (siglo I d.C.), la cual precede a la “groma” latina y representa el primer teodolito (Alcázar, 2000).

2.3.2 Roma

Bajo las tres formas de gobierno conocidas: Monarquía, República e Imperio, el catastro romano cumplió un papel fundamental en la administración de sus territorios en expansión. Ciertamente, constituyó el paradigma de las instituciones catastrales occidentales hasta la “Conquista de América”, por lo menos, gracias a la apropiación de la sabiduría práctica de los sistemas fiscales originados en Mesopotamia, Egipto, India y China, y desarrollada con mucha anterioridad.

Así pues, en el reinado de Servio Tulio, entre 578 y 535 a.C., se elaboró un catastro de fincas, propietarios, servidumbres prediales, esclavos y animales de carga. El censo se hizo en cuatro oportunidades, y parece ser que instituyó la tradición de los catastros quinquenales en la República, al menos. La actividad culminaba con

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CAPÍTULO II. Hitos de los catastros rústicos desde la antigüedad hasta el siglo XV

el rito denominado lustrum, en celebración de la fundación simbólica de la ciudad de Roma (Kovaliov, 2007).

Pero es bajo el Imperio Romano que el sistema catastral alcanza su mayor gloria. Entre los siglos I y II d.C. se convierte en un instrumento administrativo de la tierra con varios fines: fiscal, jurídico, económico y físico, en virtud de lo cual se consolidaron profesiones como censores, gromaticus (o agrimensores), arquitectos, urbanistas y otros funcionarios públicos (Martínez, 2001).

Testimonio de estos desarrollos es la obra de Sexto Julio Frontino (40-103 d.C.), el cual escribe De Agrimensura, obra que sistematiza y mejora las prácticas catastrales del Imperio, y resume las anteriores experiencias fiscales del mundo antiguo euroasiático y norteafricano. La obra abunda en detalles sobre la “clasificación de los campos”, las “controversias” jurídicas, los “límites” o formas de alinderamiento, y el ars mensoria, técnicas topográficas propiamente dichas. De Frontino se impone: “Deben computarse las áreas por la proyección ortogonal sobre un plano horizontal y no por las medidas hechas sobre el terreno inclinado”. Máxima que los catastros medievales y modernos observarán a pie juntillas, y que hoy amerita una seria revisión, dadas las limitaciones para la ordenación efectiva de agrosistemas de laderas.

Otro testimonio relevante de la institución catastral es la obra denominada Constitutio limitum, un tratado de agrimensura atribuido a Higino “El Gromático” (siglo II d.C.), el cual daba orientaciones prácticas sobre la medición y ordenación del suelo rural principalmente, y procedimientos de asignación de tierras (Alcázar, 2000; Homo, 1956; Rostovtzeff, 1964; Paniagua, 2006, pp. 40, 57-60; Rykwert, 1985. pp. 43-44).

Asimismo, se tienen evidencias de las actuaciones catastrales con fines ordenadores del territorio urbano y agrario en la Campiña de Jaén, de los siglos I-II d.C., asentamiento romano en la actual Andalucía (Alcázar, 2000). En general, los textos históricos y “gromáticos” constatan que la agrimensura tenía la “finalidad de formalizar un censo catastral a efectos políticos y administrativos”.

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No importaba si los terrenos eran producto de una colonización o de una victoria militar. Y la meta de estos asuntos políticos y administrativos era “romanizar el territorio” como modelo de control espacial (Paniagua, 2006, pp. 40, 57-60).

2.3.3 China

La institución catastral asiática no ha sido investigada a profundidad. El próximo y lejano oriente contiene verdaderos tesoros sobre el buen funcionamiento de los sistemas fiscales, que incluso pudieron nutrir las prácticas catastrales del Imperio Romano, y otras propias de la administración de la tierra en el medioevo y la modernidad, si se observan los estudios de Dussel (1996), entre otros autores, sobre una fundada “contrahistoria” de Occidente. Por ejemplo, para el periodo 9-23 d.C., el emperador chino Wang Mang, después de usurpar el trono, realizó un registro de la población del Imperio y de la propiedad de la tierra. Se presume que, con base en estos registros, tomó decisiones como la abolición de la esclavitud y la aplicación de una reforma radical de la propiedad de la tierra. Algunas de estas reformas se abandonaron en el 12 d.C., debido a presiones de los terratenientes. Wang Mang fue asesinado, al parecer, por nobles y latifundistas afectados por sus reformas (Hallet, 2007).

Posteriormente, entre 618 y 907 d.C., bajo la Dinastía Sui (581-618 d.C.) y la Dinastía Tang (618-907 d.C.), se realizaron censos de población y registros de riquezas con propósitos fiscales, especialmente de granos y telas. Por su importancia, se destacan los censos de 609, 742 y 754 d.C., lo cual permite suponer la consolidación de una institución catastral con funcionarios como escribas, agrimensores y notarios, entre otros, quizás más compleja que las desarrolladas en Occidente, dado el tamaño de la población (más de 100 millones de habitantes para el final del milenio, mientras que el Impero Romano apenas alcanzaba los 30 millones) y la extensión de los territorios (Ebrey, Walthall y Palais, 2006).

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CAPÍTULO II. Hitos de los catastros rústicos desde la antigüedad hasta el siglo XV

2.3.4 Imperio Carolingio

Bajo la Monarquía y el Imperio de Carlo Magno (VIII-IX d.C.), se conoce de la realización de inventarios de predios de señores medievales y registros de bienes pertenecientes a las órdenes religiosas, lo que permite conjeturar la existencia de un sistema catastral, en una época en la cual la población podía alcanzar los 15 millones de habitantes (Alcázar, 2000; Martínez, 2001).

2.3.5 India

Para el 1000 d.C., el Imperio de Raja Raja Chola I ordenó la realización de un censo predial y la valoración de inmuebles, con destino a capturar rentas y reformar la administración del territorio. Se especula sobre la existencia de una tradición catastral desde siglos anteriores, cuyas investigaciones son precarias, si se considera la importancia de esta civilización. Por ejemplo, para esa época, India (incluyendo Pakistán y Bangladesh de hoy) superaba los 75 millones de habitantes (Singh, 2009).

2.3.6 Inglaterra

La tradición de los sistemas fiscales latino-germánicos del medioevo se extendió a Inglaterra, lo que se constata con el catastro que ordenó Guillermo “El Conquistador” en 1086 d.C., el cual se conoce como Domesday Book. Al respecto, un cronista escribió: “…no quedó escondite, ni yarda de terreno, ni siguiera ningún buey ni vaca o cerdo quedaron sin inscribirse en su Registro…” (Alcázar, 2000). Dada la minuciosidad del inventario, se especula que emplearon agrimensores y funcionarios especializados.

2.3.7 Califato de Córdoba

El Imperio Musulmán se extendió en el medioevo mediante distintas formas de control territorial: Califato de Damasco, Emirato

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y Califato de Córdoba e Imperio Fatimí, abarcando el periodo VII-XII d.C. Curiosamente, de los árabes no se conocen las particularidades de sus prácticas catastrales. En el caso de Al-Andalus (Emirato y Califato de Córdoba), se estableció un “Registro General del Territorio”, el cual representaba un instrumento de la “Hacienda” con información sobre los muebles e inmuebles que poseía la población árabe, la cual servía de base para la liquidación de sus impuestos o “diezmos” (Ídem.).

Algunos investigadores no reconocen ninguna institución catastral en los Califatos, pero es probable que se deba a prejuicios o a visiones ortodoxas acerca de la necesidad de seguir el canon del catastro romano. Los árabes podían obtener información predial haciendo uso de otras herramientas censales igualmente eficientes. Ciertamente, no se puede olvidar que la astronomía, la topografía y la cartografía que se realizaban en Bagdad para el siglo IX d.C. aventajaban en todo sentido a Europa.

2.3.8 Reino de Aragón, Valencia y Mallorca

Se confecciona el Llibre del Repartiment (1229 d.C.) después de la conquista de Mallorca a manos de catalanes, bajo la regencia de Jaime I de Aragón. Se trata de un catastro orientado a la repartición de bienes tras la victoria, el cual registró distintos atributos de las propiedades inmuebles del territorio insular (Ídem.).

2.4 Catastros rústicos premodernos

La intensificación de las rutas comerciales euroasiáticas mediante la “Ruta de la Seda”, y la consecuente prosperidad de las ciudades italianas, lo mismo que la propagación en Europa de antiguos saberes técnicos y científicos de origen griego y latino, gracias a su preservación por cuenta de los Califatos, prefiguran el escenario histórico de la aparición de los catastros premodernos y modernos.

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CAPÍTULO II. Hitos de los catastros rústicos desde la antigüedad hasta el siglo XV

Norte de Italia

Entre los siglos XIII y XV se elaboraron catastros rústicos en Florencia, Siena y Pavia. Estos censos de origen medieval se conocían como Estimi, y las estimaciones de las rentas dependían, al parecer, de comisiones de notables. Pero es el catastro de Florencia (1427-1430) el que mejores atributos premodernos exhibe: inventariaba y valoraba la propiedad, censaba la población, clasificaba la familia, registraba las rentas de todo tipo, entre las cuales se encontraban los títulos de deuda pública. Su utilidad se hacía relevante ante la distribución del impuesto, en función de la riqueza de los propietarios para defender la ciudad (Lagarda, 2007). 2.5 Catastros rústicos precolombinos

Probablemente, Mayas, Aztecas, Incas y otras sociedades precolombinas como la Muisca , lograron consolidar con éxito sistemas fiscales de la tierra, basados en inventarios o contabilidades derivados de sus propios equipamientos culturales. Se sabe que los Aztecas elaboraron planos con distribuciones prediales, o que el sistema de contabilidad incaico (quipus) pudo dar soporte a una mnemotecnia compleja para archivar información de la riqueza y de los tributos de las parcelas de interés.

Las investigaciones siguen abiertas a toda suerte de hipótesis, pero progresivamente se acepta la posibilidad cierta de que “otros” sistemas catastrales (originados en culturas ágrafas, o carentes de escritura, o precarias en la agrimensura), pudieron haber existido. En este aparte solo se abordará el sistema fiscal Azteca y se lanzará la hipótesis de un catastro rústico Muisca.

2.5.1 Imperio Azteca

Efectivamente, se cuenta con un plano catastral en el que se evidencian variados pictogramas sobre los atributos de unas parcelas

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(1325 d.C.). Allí se destaca la figura del Hueycalpixque, la cual correspondía al “Tesorero General del Imperio Azteca”. Se conjetura que este importante funcionario tenía a su cargo los recaudadores necesarios para atender las obligaciones censales y tributarias de Imperio (Lagarda, 2007).

2.5.2 Confederación Muisca

A manera de hipótesis, la institución catastral de los Muiscas (Siglo XV) se desarrolló con recursos mnemotécnicos ligados a la cultural oral y a las formas de contabilidad apoyadas en sus propios sistemas numéricos. Por ejemplo, se conjetura la existencia de glifos muiscas correspondientes a los números de “1 a 10” y el “20” (Humboldt, 1878). Probablemente, el arte rupestre, la cerámica y los tejidos contribuyeron a darle materialidad a un catastro rústico. Estas especulaciones se apoyan en los siguientes hechos:

• La organización política y económica estaba centralizada bajo dos administraciones complementarias (Zipa y Zaque). Existía una legislación asentada (“Código de Nemequene”) y un sistema de pesos y medidas que regulaba el comercio.

• Practicaban la agricultura y la pesca en las sabanas frías, empleando complejas redes de camellones y canales en los orillares de los ríos, valles inundables y humedales (Muñoz, 2004). Asimismo, desarrollaron agricultura en pisos templados que favorecían el abastecimiento e intercambio de alimentos, atributos que convertían a los Muiscas en una sociedad hidroagrícola con algunas características de sociedad hidráulica.

• Gozaban de complejos observatorios astronómicos, los cuales eran aprovechados para anticipar solsticios, planificar la agricultura, establecer un calendario, y dar soporte a las ritualidades solares (el actual “Observatorio Muisca” de Villa de Leyva es una evidencia incontestable).

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CAPÍTULO II. Hitos de los catastros rústicos desde la antigüedad hasta el siglo XV

• La Confederación pudo haber ascendido a un millón de habitantes distribuidos en 20.000 km2. Esta población, en opinión de los expertos, probablemente requirió un área sembrada y en descanso de casi 200.000 hectáreas (Palacios y Safford, 2002).

• El sistema tributario era sumamente eficiente según las cosechas y animales de caza que cronistas vieron acumularse diariamente en distintos asentamientos. La propiedad individual de la tierra operaba precariamente, beneficiando solo a los notables, y ninguna jerarquía muisca extraía la renta agrícola por ejercer un pleno dominio sobre la tierra colectiva o privada, sino debido a una relación de subordinación al gobernante (Tovar, 2010).

Por tanto, si se considera que la población de Sumeria en 3000 a.C. (una región que albergaba ciudades entre 20 mil y 45 mil habitantes, y ostentaba un catastro rústico) no pudo alcanzar el crecimiento demográfico de la Confederación Muisca, y dado que existen vestigios de catastros en sociedades con un mosaico de usos colectivos y privados de la tierra, no es fácil entonces descartar la idea de un catastro rústico en los Muiscas que, por lo menos, haya inventariado a su manera los bienes agrícolas producidos, y controlado en registros desconocidos la obligación de los contribuyentes.

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CAPÍTULO III. Catastros en Mesopotamia, Egipto e India

CAPÍTULO III

Catastros en Mesopotamia, Egipto e India

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CAPÍTULO III. Catastros en Mesopotamia, Egipto e India

3.1 Genealogía de la tecnología destinada a inventariar la propiedad

Cualquier genealogía6 presupone dos condiciones, la primera: no busca “primeros orígenes”, y la segunda: pone en un mismo plano de importancia los recursos bibliográficos científicos, religiosos, arqueológicos, mitológicos y literarios. De esta manera, la genealogía se conforma con encontrar las estrategias explicativas que ofrezcan la mejor comprensión de un grupo social o de un fenómeno social del pasado. En fin, la “coherencia” interna de la narrativa y la “correspondencia” con los vestigios o los hechos, deben quedar balanceados en el análisis/síntesis genealógico.

Elaborar la genealogía de un inventario implica también tener un campo de estudio más o menos delimitado, que además de circunscribir los objetos que recaen bajo la palabra inventario, también debe hacer uso previo de un aparato conceptual que permita situar los elementos esenciales del inventario en cualquier época de la historia occidental y, en consecuencia, los elementos característicos exhibidos en cada una de ellas.

Un inventario es, en general, un listado de objetos; objetos que pueden ser perceptibles mediante los sentidos o que pueden ser solamente parte de la tradición simbólica, mítica y religiosa de los pueblos. Este listado no es un listado de objetos escogidos al azar, es un listado que selecciona de antemano los objetos que ha de registrar, es decir, es un listado ordenado. Si es un listado ordenado quiere decir, entonces, que está reglado por unas normas básicas, y estas reglas se constituyen en virtud de los propósitos del inventario y de las distintas visiones de mundo que han construido las civilizaciones.

6 Entenderemos por genealogía el conjunto de estrategias metodológicas para explicar el nacimiento de un hecho histórico en particular. Estas estrategias construyen la historia a partir de distintas perspectivas descriptivas e interpretativas: la literatura, el arte, el mito, la religión, la filosofía, la arqueología, las ciencias sociales y las ciencias naturales. La metodología en cuestión hunde sus raíces en Friedrich Nietzsche y encuentra en Michel Foucault su máximo exponente (Foucault, 1993, p. 16-25).

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3.1.1 Listas de objetos mentales en las tribus

Desde la aparición del lenguaje, el mundo no es una pieza natural en bruto sobre la cual se levanta la civilización, sino que es un mundo agregado, es naturaleza y cultura, naturaleza e historia, cosa y signo, necesidad y posibilidad.

Si el mundo es naturaleza y cultura, todo fenómeno que abriga está constituido por esas dos dimensiones inseparables. Dentro de este conjunto de fenómenos hallamos nuestra lista de objetos, la cual, además de nombrar objetos, está permeada por la concepción de mundo o de la cultura de cada pueblo. Un listado de objetos se construye desde la aparición misma del lenguaje oral y gestual; podemos encontrarlo haciendo referencia a objetos físicos, míticos o religiosos.

Pero este listado de objetos no es un mero diccionario de significados sobre sonidos articulados e imágenes mentales, que reposan invariablemente en la memoria humana, sino que es parte de ese “equipamiento cultural”7 que nos “diferencia” de los animales, en el que la memoria construye y reconstruye incesantemente significados o recuerdos gracias al poder de su imaginación (Cassirer, 1996/1944, p. 85).

Un listado de objetos construido a partir del lenguaje oral y gestual es el producto de la dinámica memoria humana, cuyos objetos, además de construir una experiencia pasada, la reconstruyen y modifican según sus fantasías, ilusiones, esperanzas, expectativas o, en resumen, según la concepción de mundo de los grupos humanos.

De este modo, todo listado de objetos se construía socialmente y registraba las prácticas de caza y recolección, la clasificación de la fauna y la flora destinada al consumo, al sacrificio y a las ceremonias totémicas (o de otra naturaleza); pero también registraba las cuotas de tributación que recibía el pater o jefe de la tribu, sus periodos,

7 El hombre está dotado de un equipo cultural y fisiológico que desde sus orígenes le permitió hacerle frente a la naturaleza de manera radicalmente distinta al modo como lo hacen los animales (Childe, 1979, p. 79).

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las reglas diferenciadas para determinar las cuotas, y finalmente, las reglas cotidianas de comportamiento.

Así pues, el listado de objetos hizo su aparición en la historia humana para nunca dejar de ser parte de él, como un instrumento de la memoria socialmente construido por las tribus, el cual permitió darles identidad en el tiempo y organización en el espacio físico. Identidad en el tiempo, debido a la continuidad de las costumbres que asegura la memoria humana; y organización en el espacio físico, en virtud de las ricas experiencias prácticas que esta conserva acerca del territorio.

Una vez hagan su aparición las listas de objetos durante las primeras revoluciones urbanas, veremos cómo este instrumento de la memoria encontró un medio de manifestación impersonal y de amplia resonancia, por el que esa memoria fugaz y por lo mismo mudable, tan mímica como oral, será ahora permanente, auscultada por muchos y sin autoría visible: se trata de la lista de objetos del lenguaje escrito.

3.1.2 Listas de objetos en las revoluciones urbanas

El listado de objetos del lenguaje escrito será otro instrumento de la memoria humana (junto con el listado de objetos del lenguaje oral y gestual), con una lógica y atributos distintos al de la tradición oral y gestual. El lenguaje escrito8“congelará” en tablillas de arcilla, superficies de madera y losas de piedra la memoria de un pueblo, dará cuenta, en un momento determinado de la historia de la civilización, de sus costumbres, valores, ceremonias, formas de gobierno, sistemas de conteo y de medición, mitos y ritos.

8 Por lenguaje escrito o escritura se entenderá aquí cualquier grafismo que represente un objeto y una idea al mismo tiempo. Es decir, el lenguaje escrito deberá tener categoría de ideograma (grafismos que representan una idea) o fonograma (grafismos que revelan, valores fonéticos, ideas e imágenes simultáneamente). Los pictogramas (que sugieren una imagen) son muy anteriores a las revoluciones urbanas, y sólo en estas existen los primeros vestigios de ideogramas y fonogramas. Aunque los primeros escritos (3000 a.C. o antes) intercalan fonogramas e ideogramas con pictogramas (como sumerio, acadio, escritura jeroglífica egipcia y, después, casi inexistentes en la escritura cuneiforme y escritura hierática egipcia), es una escritura simplificada con respecto al mero pictograma, que permitía redactar con coherencia y orden, cuentas y contratos, primero, y pactos, textos litúrgicos e históricos, hechizos y fragmentos de códigos legales, después.

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Ahora bien, el lenguaje escrito sugerirá una pronunciación, una imagen, una idea, sin la presencia física del autor, circulará o esperará mudo en espacios y tiempos y se le hará hablar solo cuando alguien multiplique sus significados. Así llegaron nuestras listas escritas de objetos, soportando decantaciones aluviales, igniciones feroces provocadas por la naturaleza o por las conquistas, ajetreos interminables de travesías milenarias en manos de pueblos nómadas o de civilizaciones en ascenso.

La memoria escrita es, entonces, la lista escrita de objetos a través de la cual pretendemos conocer a un pueblo. Una lista escrita de objetos inmortaliza el pasado de los pueblos, lo dispone en la naturaleza misma (arcilla, madera y piedra), para que, después de un largo viaje, sea del conocimiento de generaciones lejanas.

A diferencia de la lista de objetos del lenguaje oral y gestual, la lista escrita pierde lo que en vivacidad, expresividad y realismo gana aquella. La lista escrita es abstracta o reduccionista, pierde de vista los significados personales de las múltiples gesticulaciones y de las matizaciones de la voz, que fluyen solamente en la comunicación oral. Pero, al mismo tiempo, vence la fugacidad de la palabra pronunciada, con el artilugio de la palabra escrita. La memoria escrita es tan solo un rostro de la memoria humana, es apenas un vago recuerdo de una experiencia pasada.

Una vez hechas estas aclaraciones, nos asalta la pregunta: ¿por qué estos pueblos antiguos construyeron esas numerosas listas escritas de objetos? Posterior a las épocas de las sociedades primitivas, la historia del hombre asistió a las primeras revoluciones urbanas, las cuales se desarrollaron a orillas de los ríos Tigris y Éufrates, en Mesopotamia; Nilo, en Egipto; e Indo, en la India. Y estas revoluciones transformaron ampliamente los modos de construir listas de objetos, en vista de las nuevas exigencias prácticas de aquel complejo entramado social.

Haciendo uso de una datación problemática pero orientadora, se define el Neolítico (6000 a.C. – 2500 a.C.) como aquel período de la historia humana en el que el hombre empezó a tener control sobre su propio abastecimiento de alimentos y se forjaron las primeras

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“revoluciones urbanas”. En este período el hombre comenzó a sembrar y a mejorar por selección algunas yerbas, raíces y arbustos comestibles, y logró domesticar ciertas especies de animales. Inventó el hacha, el arado (aprovechando la fuerza de tracción animal), el carro de ruedas, el bote de vela, el molino, los procesos químicos necesarios para beneficiar los minerales de cobre y las propiedades físicas de los metales, y un calendario solar preciso. Se construyeron las primeras ciudades (revoluciones urbanas) y con ellas se inventó la escritura para transmitir experiencias míticas y heroicas, establecer métodos de conteo, registro y cálculo, y patrones de medida. La revolución neolítica abarcó toda la región que se extiende desde el Nilo y el Mediterráneo oriental, incluyendo Siria e Irak, hasta la meseta irania y el valle del Indo, territorio sobre el cual se habían dispersado las sociedades neolíticas.

Dentro de este largo período, se considera como preludio a la revolución urbana desde el año 6000 a.C. al 4000 a.C., tiempo transcurrido para que los conocimientos de la agricultura, la metalurgia, la arquitectura y la astronomía, con los ceremoniales propios que les rodeaban, se propagaran y enriquecieran (gracias al comercio establecido) por esa enorme franja de tierras semiáridas que bordea el Mediterráneo oriental y se extienden hasta la India, la cual se encontraba poblada por un gran número de comunidades.

A partir del 4000 a.C. solo algunas comunidades consolidaron una forma de sociedad en la que estos conocimientos y prácticas se aprovecharon y multiplicaron notablemente: en el valle del Nilo, en las llanuras de aluvión comprendidas entre el Tigris y el Éufrates, y en las que bordean el Indo y sus afluentes, en las regiones de Sind y de Penjab. En ellas, “una dotación generosa e infalible de agua y un suelo fértil renovado cada año por las avenidas, aseguraba un abastecimiento superabundante de alimentos y permitía el crecimiento de la población” (Childe, 1983/1936, p. 174).

Pero los valles de aluvión son pobres en materias primas necesarias para su explotación. El valle del Nilo carecía de madera para la construcción, de piedra suelta y de minerales. Sumer, una región de Mesopotamia, obtenía madera nativa solo de las palmas

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datileras, y las canteras de piedra eran menos accesibles que en Egipto. En cualquiera de estos valles, los guijarros apropiados para fabricar hachas eran muy escasos, y lo mismo podemos decir de Sind y Penjab.

Posteriormente, en las extensas llanuras de aluvión y en las riberas la necesidad de construir obras para drenar, irrigar la tierra y proteger los asentamientos, condujo a una organización social vertical y centralista, que permitiera distribuir entre la numerosa población estos exigentes trabajos y, en consecuencia, mejorar los rendimientos de la producción y ampliar la frontera agrícola, para establecer canales de comercialización e importar materias primas esenciales.

Pero, esta producción tenía que ser suficiente para sostener los trabajadores que extraían y transportaban metales exóticos o necesarios en la construcción de herramientas, los artesanos especializados en elaborar utensilios, herramientas y demás artículos suntuarios, los soldados que protegían del saqueo las redes comerciales y los asentamientos, los funcionarios del gobierno encargados de resolver los litigios, y los escribas encargados de llevar el registro de las transacciones y gravámenes cada vez más complejos y numerosos.

Así pues, hacia el 3000 a.C., el panorama arqueológico de Egipto, Mesopotamia y el valle del Indo, proporciona la evidencia suficiente para poder afirmar que sus comunidades habían ingresado a las revoluciones urbanas, es decir, no eran ya simples conjuntos de familias de agricultores, sino complejas comunidades organizadas dentro y alrededor de ciudades gobernadas por formas primarias de Estados; al interior de sus límites se encontraba una amplia gama de profesiones y clases sociales, y por fuera de ellos, estrictamente organizados y controlados, todo un ejército de campesinos encargados de producir alimentos (con un excedente agrícola sin el cual sería imposible la construcción, abastecimiento, administración y protección de estas ciudades).

Como vestigios de estas ciudades se han hallado ornamentos de los templos, armas, vasijas hechas en tornos manuales, joyas y objetos producidos a gran escala por expertos artesanos. En cuanto a

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monumentos, se han encontrado tumbas, templos, palacios y talleres, y, en ellos, “toda suerte de substancias exóticas, no como rarezas, sino como cosas importadas regularmente y utilizadas en la vida cotidiana” (Ibíd., p. 175-176). Es de suponer, entonces, que estas ciudades estaban ocupadas por sacerdotes, príncipes, escribas, funcionarios, artesanos especializados y trabajadores de diversos oficios, todos ellos cumpliendo una profesión apartada de la producción agrícola.

En Mesopotamia, los arqueólogos han observado las diversas fases de la revolución urbana. En sus fases primarias ocupa la atención: Sumer, Eridu, Ur, Erech, Lagash, Larsa y Shuruppak, y en sus fases posteriores: Akkad, Kish, Jemdet, Nasr, Opis, Eshnunna y Mari. En la región de Sumer los sistemas económicos son idénticos, pues esta identidad estaba fundada en la comunidad de lengua, religión y organización social. El ya clásico arqueólogo V. Gordon Childe propuso como modelo de las sucesivas fases de la revolución urbana, las excavaciones realizadas en Erech (o Uruk), en la región de Sumer (Figura 1), el cual expondremos a continuación.

Figura 1. Mapa de Mesopotamia9

9 Recuperado el 16 de septiembre de 2017 de http://espacioycivilizacion.blogspot.com.co/2013/09/mapas-de-mesopotamia-acadios-y-amorreos.html

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Erech fue primero un poblado de agricultores neolíticos. El poblado posterior estaba construido sobre una colina artificial de quince metros, formada por las ruinas de las chozas de carrizo o de casas de adobe. Entre las reliquias se encuentran testimonios del empleo del metal, la introducción del torno de alfarería y otros instrumentos. El poblado fue creciendo en tamaño y riqueza, pero siguió siendo un poblado. Después, sustituyendo los muros y fogones de chozas, aparecen los cimientos de construcciones monumentales, correspondientes a templos.

Custodiándolos, aparece una colina artificial, el prototipo del “zigurat”, o torre escalonada, la cual hace parte de un modelo de templo sumerio. En la cumbre del montículo o tell, de más de 800 m2, estaba ubicada una capilla pequeña, con muros de adobe encalados y una escalera por la cual pudiera descender la deidad del cielo. Al pie de la colina existen vestigios de templos más imponentes.

La construcción de colinas artificiales y de templos, la extracción de minerales y su respectivo transporte, y la fabricación de millares de adobes requería, obviamente, de un equipo de trabajadores considerablemente grande y rígidamente disciplinados y controlados. En vista de que estas personas no tomaban parte en la producción de alimentos, tenían que ser beneficiados por algún tipo de depósito común de excedentes agrícolas, el cual debía estar administrado previamente por otro equipo de personas vinculadas al gobierno de la ciudad. Estas personas fueron, indudablemente, sacerdotes, los cuales usaban sus templos como depósitos de aquellos excedentes, en nombre de la autoridad que les proporcionaba los dioses, y a cuya gloria estaban dedicadas las construcciones.

Pero cada una de estas construcciones necesitó de una fuerza de gobierno, compuesta inicialmente tanto por autoridades civiles, el rey, como por autoridades religiosas, los sacerdotes. Este grupo de autoridades constituyó una forma primaria de Estado. Y el modo usual de justificar las distintas formas de subordinación de la población consistía en convertir al gobierno central en una proyección de la voluntad divina, cuyos representantes directos en la tierra eran los sacerdotes o las élites sociales.

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Los sacerdotes, liberados de cualquier tipo de trabajo mundano, absorbieron todos los conocimientos previos a las revoluciones urbanas (6000 a.C.–4000 a.C.) y cumplieron un papel fundamental como divulgadores y multiplicadores de aquellos desde el 4000 a.C. En Erech, a partir del año 3000 a.C., los sacerdotes elaboraban los planos de los templos, administraban el tesoro divino y, debido a las diversas ofrendas recibidas y a las complejas formas como se utilizaban, inventaron la manera de registrar tanto estas como aquellas. En las excavaciones de la capilla del zigurat (mencionada atrás) se encontró una tablilla en la cual se conserva la impresión de un sello y las huellas de algunas cifras numéricas. Esta es, probablemente, la tablilla de cuentas más antigua del mundo, precursora de una larga serie de cuentas halladas en los templos sumerios (Ibíd., p. 180).

En la última fase de vida de la ciudad de Erech se encuentran retratos y signos convencionales, haciendo el papel de signos numéricos para las unidades, las decenas y las centenas, o bien para las unidades sexagesimales. En las tablillas aparecen ya fórmulas simples de aritmética, por ejemplo, la fórmula para hallar la superficie de un terreno, multiplicando dos lados adyacentes. Todo esto nos hace pensar que, para simplificar sus labores, inventaron reglas prácticas para calcular y para hacer geometría.

La razón de fondo por la cual se elaboraron estos primeros escritos (que son registros) o listas escritas de objetos está dividida; por un lado, se sostiene que fueron el resultado del temor de que los dioses pidieran cuentas a sus sacerdotes acerca de su administración y, por otro lado, se afirma que obedecieron a un largo proceso de desarrollo de la ciudad, cuya utilidad pública fue cada vez más reconocida cuando la administración de la ciudad y de sus campos mejoraron notablemente. Cualquiera que sea la razón, nos atendremos exclusivamente a aquella que explica su funcionalidad social.

Lo mismo aplica para la discusión en torno de la invención de la escritura, la matemática y la geometría. Heródoto les atribuye a los egipcios la invención de la geometría y, de paso, de la agrimensura, debido a una reforma agraria de Ramsés II (1301 a.C.–1235 a.C.), en

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la que se aclara que si el río Nilo quitaba a un campesino una parte de su lote, se medía lo perdido y se le disminuía en proporción la renta. Pero, los registros dan cuenta que en la cuarta dinastía (2580 a.C.), los egipcios habían construido la pirámide de Keops, lo que es difícil de concebir sin el conocimiento de fórmulas geométricas y de un conjunto avanzado de conocimientos matemáticos, para diseñar en planos las pirámides, medir con exactitud en el terreno las dimensiones de los monumentos y planear la ejecución de las obras.

Ahora bien, en Mesopotamia se hallaron tablillas contemporáneas a aquella dinastía (y otras anteriores), en las que es patente el uso práctico de la geometría y de la matemática (ciudad de Erech), por lo que es bastante difícil y arriesgado afirmar que la escritura, la geometría, la matemática y la agrimensura (antecesora de la topografía) fueran inventos con la autoría exclusiva de tal o cual pueblo. Los arqueólogos han reconocido que los sellos cilíndricos (firmas personales o institucionales), ciertas técnicas artísticas, la arquitectura almenada de ladrillo (muro interrumpido por dientes o cortaduras en la parte superior) y un nuevo tipo de embarcación tienen como origen Mesopotamia, pero no son pruebas suficientes para determinar que las escritura o la matemática es originaria de esta zona.

Lo que sí es más plausible, y en esto coinciden muchos arqueólogos, es que la iniciación del desarrollo de la escritura, la matemática y la geometría (desde el año 3000 a.C. o antes), dada su funcionalidad social, imposible de ignorar, ocurrió simultáneamente en Egipto, en Sumer (Mesopotamia) y muy probablemente en las ciudades de los valles del Indo, en Sind y Penjab (la India) (Ibíd., 200-206).

No es gratuito que los comienzos de la escritura, la matemática, la geometría y los patrones de peso y medida, coincidan con las revoluciones urbanas, pues la nueva dinámica económica de las ciudades-Estado lo exigía, en un proceso que, habiendo empezado alrededor del año 3000 a.C., ya se había consumado para el año 2500 a.C.

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De este modo, no nos queda más que responder a la pregunta inicial sobre por qué se elaboraron los primeros escritos o listas escritas de objetos. Teniendo en el horizonte aquel recorrido histórico, podemos afirmar que fueron, inicialmente, sacerdotes o escribas al servicio del Estado, quienes elaboraron (desde el año 3000 a.C. o antes) los primeros escritos o listas escritas de objetos, las cuales hacían referencia a toda una gama de actividades agrícolas, urbanas, jurídicas y religiosas. Estas actividades eran (como se indicó atrás), contratos, cuentas, pactos, textos litúrgicos e históricos, hechizos y fragmentos de códigos legales.

Estas listas escritas de objetos eran, llanamente, inventarios socialmente construidos y reconocidos, e hicieron su aparición porque, con ellos, sacerdotes o escribas administraban de manera versátil la ciudad y el campo, es decir, llevaban las cuentas del templo, establecían acuerdos escritos de voluntades particulares, conservaban la memoria de la propiedad de la tierra y de los bienes muebles, preceptuaban los distintos tipos de impuestos, regulaban las relaciones sociales cotidianas e inmortalizaban oraciones, ritos y periplos heroicos.

Ahora bien, ese inventario en el que se conservaba la memoria de la propiedad de la tierra y se preceptuaban sus impuestos, ese inventario de la propiedad inmueble que, no importando (por el momento) cuales fueran sus fines particulares, se constituyó en el embrión del catastro moderno.

A continuación, haremos un estudio detallado de la función social de este tipo de inventario o de lista escrita de objetos, el catastro, teniendo siempre claro que nació simultáneamente en las ya mencionadas revoluciones urbanas de Mesopotamia, Egipto y los valles del Indo en la India.

3.1.3 Genealogía del catastro

Hacer una genealogía del catastro es, en cierto modo, hacer la genealogía de un inventario en particular, el inventario de la

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propiedad de la tierra. Este inventario aparece, por primera vez, con las revoluciones urbanas del año 3000 a.C., y cumplió una labor fundamental en el desarrollo y consolidación de las mismas. ¿Por qué inventariar o hacer listas escritas de la propiedad inmueble? es la pregunta básica de este capítulo.

Sabemos que todos los inventarios, en general, fueron muy útiles en la administración eficiente de la ciudad y su entorno rural, pero todavía no sabemos mayor cosa acerca de ese inventario particular que, por ahora, se ha definido como un inventario de la propiedad inmueble, y hemos dado en llamarle catastro.

Para desarrollar este aparte, es necesario contar con un buen análisis social y económico de las revoluciones urbanas, pues el panorama histórico expuesto en el capítulo anterior no nos es suficiente. Todas las revoluciones urbanas cumplieron las siguientes condiciones y se distinguieron de las sociedades de clanes y tribus, así:

• Se construyeron a lo largo de grandes valles aluviales, es decir, eran sociedades de agricultura hidráulica.

• Establecieron un sistema de propiedad de la tierra.

• Fundaron una sociedad monetaria o de mercado, y establecieron un comercio exterior con pequeños pueblos u otras ciudades.

• Los gobiernos eran centralizados y autoritarios.

• Impusieron una clara división del trabajo.

• Se dan todos los tipos de tenencia de la tierra: esclavitud, servidumbre, arrendamiento, colonato, hipoteca, primogenitura, pequeña y gran propiedad, etcétera.

Las sociedades de agricultura hidráulica o de las revoluciones urbanas, construyeron sus asentamientos cerca de las aguas de grandes ríos, cuyas inundaciones periódicas los obligaban a construir

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diques, canales y reglamentar severamente el trabajo (Alba, 1973, p. 22), situación que solamente se pudo lograr mediante un Estado rígidamente constituido y con medidas jurídicas implacables de control, sanción y castigo. Las tierras beneficiadas por estas obras eran de propiedad de los templos, cuyos funcionarios en su mayoría constituían el Estado, a excepción de Egipto, donde el Estado o autoridad civil ejerció en varios períodos el control sobre la casta sacerdotal10 y, en consecuencia, la propiedad sobre estas tierras.

Las tierras que no eran beneficiadas pertenecían también, en buena parte, a los templos y, en Egipto, las propiedades de los templos, a pesar de ser controladas, eran muy extensas. La pequeña y mediana propiedad, muy escasa, se las aseguraban los campesinos y nobles. Y la propiedad familiar o comunal, presente en las periferias de las zonas de influencia de las ciudades, era combatida constantemente y reducida a su mínima expresión. Los esclavos laboraban en las obras del Estado y, en algunas ocasiones, trabajaban para nobles y campesinos.

Así pues, la mayoría de la tierra era de propiedad del Estado o de los templos. Es decir, el uso de esta para el beneficio material y el goce, pasaba primero por la autorización del Estado o el templo. Cualquier producto que potencialmente suministrara la tierra pertenecía, por presión social, al Estado o al templo. Por lo tanto, los numerosos esclavos y campesinos trabajaban en las tierras que les asignaban; lo que producían los esclavos iba directo a los grandes propietarios o a los templos (renta servil), y estos los manutenían; lo que producían los campesinos, una parte se llevaba al templo (renta de arrendamiento) y, la otra se destinaba, tanto para comerciarlo o trocarlo en los mercados de las ciudades con el fin de adquirir otros productos como para el autoconsumo.

Si tenemos en cuenta que Egipto contó en su época de prosperidad, con 8 o 9 millones de habitantes y, toda Mesopotamia

10 Debemos aclarar que el faraón era al mismo tiempo sacerdote, dios y autoridad civil. Por ello, la casta sacerdotal y el faraón pugnaron por el control del poder religioso, unas veces logrando acuerdos u otras veces imponiendo el faraón sus condiciones. Esta situación se veía reflejada en los cambios en el poder de dominio de las tierras pertenecientes a los templos.

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con la misma cantidad de habitantes o más, distribuidos en sus distintas ciudades, es apenas obvio que, los sacerdotes o escribas de los templos no iban a confiar en sus buenas memorias para controlar cada tributo de cada predio de toda una multitud de esclavos, campesinos, pequeños y medianos propietarios, sino que, en tablillas de arcilla y yeso o en papiros registraban la cantidad y calidad de sus obligaciones tributarias, y los controles de cumplimiento o incumplimiento.

Este registro o inventario no imponía los tributos arbitrariamente, sino que, de acuerdo a la capacidad contributiva de la persona, es decir, de la extensión y calidad de su suelo, de su tipo de cultivo, de sus rebaños y miembros a cargo se determinaba el monto de su tributo. De esta manera, asistimos a la inauguración de un catastro primigenio que hace la identificación física, económica, jurídica y fiscal de un predio, directo precursor de los catastros de los grandes imperios y sociedades modernas.

Pero, “en ninguna otra parte, como en Mesopotamia, se ha podido demostrar el origen económico y práctico de la escritura, ya que en ningún otro lugar se ha podido seguir este arte desde su punto de partida” (...), por lo que “no es accidental que los documentos escritos más antiguos del mundo sean cuentas y diccionarios” (Childe, 1983/1936, p. 224). Por tanto, si fueron cuentas los escritos primitivos hallados en un templo de Erech, ciudad Mesopotámica, entonces no es muy descabellado afirmar que los primeros escritos fueron escritos catastrales, elaborados de una forma muy tosca, pero indispensables para el nacimiento de las primeras ciudades.

El catastro, sinónimo de memoria infalible, artificio mnemotécnico, debió parecer, ante los hombres que lo vieron, un regalo de los dioses, el regalo de la divina omnisciencia. Esta extraordinaria impresión puede ilustrarse con la memoria de Ireneo Funes, personaje principal del cuento magistral de Borges, Funes el Memorioso, en el que se escribe:

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CAPÍTULO III. Catastros en Mesopotamia, Egipto e India

“Nosotros de un vistazo, percibimos tres copas en una mesa; Funes, todos los vástagos y racimos y frutos que comprende una parra. Sabía la forma de las nubes australes del amanecer del treinta de abril de mil ochocientos ochenta y dos y podía compararlas en el recuerdo con las vetas de un libro en pasta española que solo había mirado una vez y con las líneas de la espuma que un remo levantó en el Río Negro la víspera de la acción del Quebrancho. Esos recuerdos no eran simples; cada imagen visual estaba ligada a sensaciones, musculares, térmicas, etc. Podía reconstruir todos los sueños, todos los entresueños. Dos o tres veces había reconstruido un día entero; no había dudado nunca, pero cada reconstrucción había requerido un día entero. Me dijo: Más recuerdos tengo yo solo que los que habrán tenido todos los hombres desde que el mundo es mundo. Y también: Mis sueños son como la vigilia de ustedes” (1998, p. 107).

El catastro, con una memoria inagotable e inequívoca, puso ante sus ojos, en un mismo lugar y en una sola circunstancia, todos los lugares y las circunstancias de la vida agrícola de cada sociedad mesopotámica, egipcia e india.. Por lo tanto, un catastro así concebido permitió absorber la renta de cada rincón de los campos cultivados. Renta en semillas, cereales, rebaños, vinos, aceites, cántaros de cerveza e incluso monedas11, se almacenaban en los templos.

Esta riqueza venía acumulándose desde los inicios de la revolución urbana (3000 a.C..), e hizo posible la manutención de campesinos libres, esclavos, obreros y artesanos para la construcción de obras monumentales de ingeniería, como las pirámides de Egipto, los jardines colgantes de Babilonia, distritos de riego y canales de avenamiento. Pero, al mismo tiempo, permitió que burócratas, nobles, sacerdotes, escribas, cortesanos, príncipes y reyes llevaran una vida de extrema opulencia y, en consecuencia, terminaran de arruinar la vida de los trabajadores, por lo que en muchas ocasiones, dirigidos por medianos propietarios, nobles y hasta príncipes (la mayoría de las veces con oportunismo), sitiaban las ciudades y exigían alivios a los tributos, condonación de deudas, el no pago de intereses y libertad a los esclavos.

11 En el Código Hammurabi (1792 a.C.–1750 a.C.) se menciona una moneda con el nombre de shekel. Los estudiosos de este código han argumentado que sus leyes fueron la condensación de toda la jurisprudencia anterior al rey Hammurabi, por lo que podemos suponer que en el 2500 a.C.., época en la que se había consumado la revolución urbana, ya circulaba moneda en varias ciudades-Estado.

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El catastro como instrumento necesario para el control del excedente agrícola y, en consecuencia, para el surgimiento de las ciudades, contribuyó en forma protagónica al desarrollo de la geometría, la matemática, patrones de medición y la agrimensura:

“Las transacciones comerciales de las corporaciones de los templos y la administración de las rentas por un servicio público, requerían patrones fijos de pesas y medidas, un sistema de notación numérica y reglas para facilitar las cuentas, del mismo modo que necesitaban la escritura” (Childe, 1983/1936, p. 235).

Cálculos, mediciones y planos consiguieron formas más refinadas y simplificadas de presentación, debido a las demandas prácticas de un catastro más funcional, dinámico y útil para la administración y crecimiento de la ciudad. No obstante, podría criticarse esta perspectiva como un intento de teoría “pancatastral” del origen de la civilización, esto es, el catastro explica todo al respecto. Y por supuesto, puede considerarse como conformista la explicación según la cual todas las prácticas y conocimientos producidos en las revoluciones urbanas o en las primeras ciudades obedecieron a necesidades económicas o de eficiencia administrativa, pues no matiza sus fuerzas de incidencia, sus aplicaciones puntuales y sus consecuencias locales y generales en la sociedad.

Corriendo este riesgo, podemos insistir, por lo menos, en una noción de catastro según la cual se trata de una institución, una forma de poder encarnada en sacerdotes y escribas, con estrategias racionales de dominio o gobierno, lo que en efecto es una de las tantas formas que toma la dimensión económica y, en parte, la dimensión social. En nuestro caso, el catastro ofrece todas las estrategias explicativas económicas y sociales suficientes para poder atribuirle un papel fundamental (no exclusivo, pues esto sí sería un intento de teoría pancatastral) en el proceso de surgimiento de las ciudades y de todos los frutos que con ellas vinieron. Por esto mismo, se constituye en una hipótesis tan igualmente válida como las otras.

Por último, tenemos que observar detalladamente los vínculos que estableció el catastro con el sistema de propiedad de la tierra en

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CAPÍTULO III. Catastros en Mesopotamia, Egipto e India

las revoluciones urbanas. La mayoría de la tierra de estas ciudades-Estado pertenecía a los templos o a las dinastías monárquicas. La tierra restante pertenecía a pequeños y medianos agricultores. En el primer caso, a los campesinos se les asignaba un predio, y periódicamente debían pagar un arrendamiento en especies; el tamaño, tipo de cultivo y cuota del predio eran registrados en el catastro de los templos. A los esclavos y campesinos sin tierra se les obligaba trabajar para los templos, sus grandes propiedades eran subdivididas en predios, pero no se los asignaban para su arrendamiento, sino que eran distribuidos para el trabajo servil; ciertamente, el catastro del templo tenía un fuerte control sobre estos predios y sabía cuál era su renta producida.

En el segundo caso, los pequeños y medianos propietarios vendían (cuando era necesario) su fuerza de trabajo en las propiedades de los templos o en medianas y grandes propiedades, y, en algunas ocasiones, se hacían al servicio de esclavos; de todos modos, sus predios también eran objeto de impuesto por la protección que les proporcionaban los soldados y el sistema de justicia de las ciudades. Existió un componente de campesinos libres (con tierra o sin ella) con movilidad laboral, que, o bien participaba en las obras civiles del estado, o bien laboraba bajo aparcería, o bien ampliaba la frontera agrícola bajo colonato, o bien desarrollaba otras formas de tenencia de la tierra.

Tratando de dar cuenta de la pregunta inicial sobre por qué se elaboraron esmeradamente esos inventarios de la propiedad de la tierra en las primeras ciudades, podemos afirmar que:

• El catastro hizo su aparición en el escenario de la vida humana con la escritura misma, como uno de los instrumentos necesarios para la transformación de los primeros poblados en primeras ciudades.

• El catastro era elaborado en los templos por sacerdotes y escribas, con dos propósitos: uno, inventariar la tierra de los templos asignada a campesinos para su arrendamiento y a esclavos para el trabajo servil; dos, inventariar la tierra de los pequeños, medianos y grandes propietarios.

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• El catastro era elaborado no solo con un fin fiscal, sino también administrativo, es decir, para captar y administrar la renta agrícola que producían campesinos y esclavos.

• El catastro administraba la renta agrícola para sostener a las personas involucradas en la proyección y ejecución de las obras de infraestructura urbana y rural. La proyección y ejecución de las obras también eran parte de su labor administrativa.

• El catastro reunía en una sola actividad, toda la información básica que requiere un Estado para el gobierno de su población: renta agrícola, contabilidad de inversiones, número de habitantes, registro de compraventas, etcétera.

• El poder civil o las monarquías sostuvieron luchas por el control del catastro de los templos, pues era un instrumento muy útil y eficiente para la administración de la ciudad y, en consecuencia, para la legitimación de cualquier autoridad de gobierno.

Con el objeto de reforzar las anteriores afirmaciones y de resolver las dudas concretas que puedan surgir sobre el importante papel que jugó el catastro desde sus inicios, presentaremos una reconstrucción hipotética del catastro en Mesopotamia, Egipto y la India, recurriendo a clásicas investigaciones arqueológicas e históricas, especialmente.

3.2 El catastro en Mesopotamia

3.2.1 Sumer

Sumer era una región cuyos asentamientos se ubicaron en el sur de Mesopotamia. Los sacerdotes inventan la numeración sexagesimal y una escritura de ideogramas y fonogramas primitivos (el sumerio); la primera se conserva hoy con simbología arábiga y,

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CAPÍTULO III. Catastros en Mesopotamia, Egipto e India

la segunda, fue empleada para transcribir el akadio (lengua semita de la región de Akkad), y después simplificada por los babilonios para transformarla en escritura cuneiforme. Sin embargo, el sumerio perduró hasta principios de nuestra era a través de textos sagrados; también sirvió de modelo para otras escrituras como el hitita (en Asia Menor), el vannico (en Armenia) y el persa. Se inventan sellos que se imprimen en las puertas de los templos como signos divinos de protección de las riquezas almacenadas.

La tierra pertenecía en su mayor parte a los templos. Los campesinos construyen los templos y excavan los canales de riego y avenamiento. El sistema judicial no permitía la tortura, pero sí los castigos con látigo en el trabajo. “Los comerciantes poseían tierras, que daban a trabajar en arriendo. Los artesanos y militares recibían también tierras de los templos” (Alba, 1973, p. 24).

Los campesinos utilizaban una hoz con filo de sílex u obsidiana y trillaban con rastras de madera provistas de dientes de pedernal, y se usaba el arado de dos estevas (pieza curva de donde se empuña el arado); sus impuestos los pagaban en especies, y si cundía el hambre, el rey proporcionaba alimentos extraídos de los templos.

Existían los esclavos, ya fueran por deudas o por ser prisioneros de guerra. Estos eran protegidos por la ley, pues eran una de las fuentes primarias de la riqueza agrícola y, por tanto, de la subsistencia de la ciudad. Las tablillas del rey Urukagina (soberano de la ciudad sumeria de Lagash, quien subió al trono hacia el 2355 a.C.) revelan el malestar de los hombres de ciudad frente a los privilegios de los templos de recoger y administrar riqueza, lo mismo que de impartir justicia, por lo que en una de sus sentencias dice lo siguiente: “ya no pudo el sacerdote ir a la huerta de una pobre madre y tomar leña y su parte en frutas” (Ídem.)

Estas reformas obligaron a los templos a traspasar el dominio de sus tierras a la corona, y esta , a su vez, distribuyó una parte a los campesinos. Los almacenes reales retoman la función de los bancos de los sacerdotes y permiten disminuir el número de esclavos por deudas.

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Hacia el 2300 a.C., el rey Sargón de Akkad (región mesopotámica al norte de Sumer) somete a Sumer y funda el imperio sumero-akadio (bajo el cual toda Mesopotamia estaba unida). La dinastía de Sargón regirá desde el 2334 a.C. al 2190 a.C. Luego de una etapa de decadencia en la que el imperio desaparece (2190 a.C. –2150 a.C.), vino una corta etapa de prosperidad para la ciudad sumeria de Lagash bajo el gobierno extranjero de Gudea (2150 a.C. –2120 a.C.), alrededor de la cual Mesopotamia trata de reunificarse sin éxito.

La dinastía de Gudea es expulsada de Mesopotamia y pronto la ciudad de Ur se erige como el núcleo del último intento (en este caso sumerio) por reunificar a Mesopotamia. El imperio sumero-akadio y los subsiguientes, que trataron apenas de evocarlo, desaparecieron debido a las invasiones extranjeras, a las luchas locales entre las ciudades-Estado y a los aluviones de los ríos Tigris y Éufrates que alejaron del mar a los puertos fluviales y, en consecuencia, debilitaron el comercio que trababan con otras ciudades. En su lugar, aparecerá en el escenario urbano mesopotámico, el imperio Babilónico.

En aquella etapa de prosperidad de la ciudad de Ur, en el marco de un imperio sumero- akadio decadente, se elaboraron lo que los arqueólogos han dado en llamar el “Código” y el “Texto catastral” de Urnammu. Por un lado, el código de Urnammu (2112 a.C.- 2094 a.C.)12 regulaba cada una de las relaciones de propiedad en los siguientes términos: eran prohibidos los bienes de familia o comunales, no era posible el arrendamiento perpetuo, y la propiedad era esencialmente individual, es decir, si no pertenecía a campesinos o a medianos propietarios, pertenecía a los templos o al rey.

Por otro lado, el texto catastral de Urnammu (este sí atribuido al rey Urnammu)13 es una de las pruebas concretas (además de las que

12 Más conocido como el código de Ur, que según los estudiosos (Kramer, 1983) no fue elaborado por el rey Urnammu, sino por su hijo y sucesor Shulgi (2093 a.C. -2040 a.C.).13 En el transcurso de las excavaciones norteamericanas de 1899-1900 y 1945 realizadas en Nippur (hoy Niffar) se hallaron el “Código” y el “Texto Catastral” de Urnammu (copias de un original sumerio), soberano que, según los historiadores del Derecho, fue uno de los primeros legisladores de la humanidad (Hammurabi, 1986, p. XIX-XXI).

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CAPÍTULO III. Catastros en Mesopotamia, Egipto e India

se han inferido rigurosamente) de la existencia ya tradicional de la actividad catastral en las ciudades de la región de Sumer. Este texto delimita con exactitud, y para la frontera norte de Ur, los diferentes distritos territoriales de la zona, que coincidían con las cuatro provincias administradas por otros tantos ensi (palabra sumeria que designa soberano). “Cada uno de estos cuatro distritos fronterizos estaba encomendado en el texto a una divinidad determinada, siguiéndose la ancestral idea sumeria de que el dios de la ciudad era el propietario absoluto de las tierras” (Ibíd., p. XXI).

En lo que toca a la tenencia de la tierra, era bastante común que los templos dieran tierras a los campesinos bajo aparcería (los campesinos ponían su fuerza de trabajo y la semilla y los templos la tierra, pero ignoramos cuál era la renta que se les pagaba a los sacerdotes). A los esclavos les era prohibido establecer cualquier tipo de contrato, pero se especula que gozaban de condiciones de vida mejores que las de los siervos de la gleba medievales.

Así pues, el catastro en Sumer se debatía entre dos alternativas: la primera, donde el catastro estaba en manos de los sacerdotes o de los templos y, la segunda, donde el catastro estaba bajo la administración de la corona o el rey. Es de suponer que los funcionarios de la primera etapa, quienes tenían los conocimientos operativos del registro de las características de la propiedad inmueble y de sus correspondientes tributaciones, pasaron a desempeñar sus profesiones en la segunda etapa, bajo la dirección de la corona. Los sacerdotes siguieron conservando su profesión de registradores catastrales no ya bajo la dirección del templo, sino bajo el control de la autoridad civil, o sea, del rey y de la la burocracia.

A continuación, presentaremos referencias arqueológicas de los registros catastrales elaborados en Sumer, dando cuenta de la escritura, notación numérica y sistemas de pesos y medidas sumerios.

En la región de Sumer, exactamente en Shuruppak (Fara), existe una gran colección de tablillas que muestran el desenvolvimiento de la escritura sumeria después del año 3000 a.C., las cuales contienen cuentas de templos y relaciones de signos utilizados como textos

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escolares. Esta escritura se compone de fonogramas articulados con ideogramas, y permitió en su momento que el catastro identificara propietarios, arrendatarios, aparceros y esclavos con nombres propios, con el fin de controlar sus respectivas rentas.

Por ejemplo, el siguiente signo significa cabeza barbada, y también representa la palabra sumeria ka, rostro; pero esta palabra se empleaba a su vez para denotar la sílaba ka. Haciendo lo propio con otros signos, se seleccionó un conjunto de expresiones fonéticas, el cual hizo posible deletrear nombres propios o conceptos de acciones difícilmente representables mediante pictogramas (Childe, 1983/1936, p. 223).

Más adelante, esta escritura se simplificará dando lugar al nacimiento de la famosa escritura cuneiforme, no para expresar la lengua sumeria, sino para transcribir el akadio, una lengua semita. Los artífices de esta simplificación fueron (como se dijo atrás) los babilonios, que en la época del imperio del rey Hammurabi (1792 a.C.-1750 a.C.), ya tenían por lengua oficial la lengua semita akadia, o bien para la comunicación oral, o bien para escribir los textos públicos (códigos, cuentas y contratos, a excepción de textos litúrgicos). Es por ello que el código de Hammurabi y distintas cuentas y contratos babilonios se escribieron en cuneiforme akadio.

Hacia el año 3000 a.C. se elaboraron en Erech, ciudad sumeria, las tablillas de cuentas hasta ahora más antiguas (recordando lo que se mencionó atrás), en las cuales podemos encontrar (en escritura sumeria) las siguientes expresiones (Ibíd., p. 239):

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CAPÍTULO III. Catastros en Mesopotamia, Egipto e India

D = 1; o = 10; O = 100.

Pero en textos un poco posteriores encontramos el sistema sexagesimal:

D = 60; O = 600.

Este sistema numérico se simplificará en Babilonia, trayendo exitosas consecuencias para la operatividad del catastro.

Sobre el sistema de pesos y medidas en Sumer se sabe poco, en especial lo que tiene que ver con sus equivalentes en los sistemas de pesos y medidas modernos. Sin embargo, se ha encontrado lo siguiente:

se = un grano de peso = una unidad de superficie = mínima unidad tanto de peso como de superficie.

El se es una antigua medida sumeria que servía para medir superficies, no en unidades abstractas, sino en función de las semillas que pudiera necesitar un campo para el cultivo. Si un terreno medía 100 se, indicaba que era apto para recibir un semillero de 100 granos de determinado tipo de cultivo. Igualmente, 100 se era el peso correspondiente del semillero que se necesitaba adquirir. Teniendo en cuenta la heterogeneidad de las semillas, es de suponer que los sumerios debían tener un patrón de peso para establecer, mediante balanzas, cuál era ese grano de peso y, por tanto, esa unidad de superficie.

El espacio productivo sumerio era entonces concebido como una especie de rejilla, compuesta por un número finito de granos ajustados al patrón de peso, dispuestos de tal modo que pudieran conformar pequeñas unidades cuadradas.

En las tablillas de Erech están anotados los números de ovejas existentes de una región no determinada, mediciones de cebada o cántaros de cerveza y cálculos de superficies mediante el producto de dos lados previamente medidos. Las longitudes también estaban

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asociadas a la cantidad de semillas distribuidas en un surco, es decir, un D era equivalente a un gan (medida de peso o de longitud), pero como D designaba 60, probablemente un gan equivaldría a 60 se o granos de peso o granos de longitud.

No hay registros que afirmen que los sumerios usaron fraccionarios, pero sí los hay en Babilonia. Existen otras pruebas según las cuales los sumerios usaron las unidades naturales de longitud, o sea, los dedos, los palmos y los codos. En cuanto a la medición de la tierra, solo tenemos el referente de las semillas distribuidas en un surco.

El agrimensor del catastro sumerio debió ser un gran conocedor de la técnica del arado, para poder determinar una longitud expresada en semillas por surco y, en consecuencia, la superficie expresada también en semillas de terreno cultivado.

El hombre sumerio estaba en capacidad de construir un mapa mental del lugar en el que habitaba y los que sabían el arte la escritura pudieron elaborar en tablillas representaciones del espacio físico, donde, de acuerdo a criterios previos de orientación u organización del mismo, disponían ordenadamente sus elementos más relevantes, suprimiendo los detalles imprecisables que a cada instante percibían.

Como todos hombres de las primeras ciudades, el hombre sumerio tenía una percepción religiosa del espacio físico, que se evidenciaba, por ejemplo, en los ritos de delimitación del terreno para el cultivo y para la construcción de las ciudades. Para fijar las vecindades de las propiedades o de los terrenos asignados para el arrendamiento, los funcionarios del catastro, que eran también sacerdotes, no solo se servían de sus conocimientos técnicos, sino que invocaban las oraciones y ejecutaban los ritos pertinentes para propiciar los favores de los dioses, con el fin de pedir la protección y la prosperidad de los terrenos.

3.2.2 Babilonia

Después de la caída de la III dinastía de Ur en el año 2002 a.C., desapareció por completo la unidad mesopotámica que antaño

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CAPÍTULO III. Catastros en Mesopotamia, Egipto e India

la ciudad había logrado consolidar, debido en mucho a las luchas que sostenían contra elamitas y amorreos (pueblos semitas). Pero una nueva unidad política y comercial en Mesopotamia haría su aparición cuando los amorreos tomaran la ciudad de Babilonia y fundaran una dinastía (en el año 1894 a.C.) que construiría el famoso imperio babilónico, el cual duraría cuatro siglos continuos.

Las ciudades del imperio fueron bastante pobladas. Sobre el número de habitantes solo podemos afirmar que llegó a contar con los mismos 8 o 9 millones con los que contaba Egipto en su época de prosperidad. Gracias a la herencia técnica del imperio sumerio-akadio, el imperio babilónico mejoró los sistemas de riego, hasta el punto de construir un sistema de riego continuo, que le permitió obtener dos cosechas anuales.

Los sistemas de cultivo avanzados hicieron posible el máximo aprovechamiento de la tierra, como por ejemplo el sistema de terrazas o los bancales, que podían arrojar, en pocos metros cuadrados, rendimientos asombrosos para la época moderna. Se emplearon todo tipo de sistemas hidráulicos para el cultivo, entre los cuales se encontraban cigüeñales, norias y tornillos hidráulicos para subir el agua a las colinas.

En la ciudad de Babilonia las tierras se distribuían entre el monarca, los templos y los pequeños y medianos propietarios. El pequeño propietario o campesino disponía de toda su cosecha, a excepción de la parte que le correspondía al Estado como impuesto, y debía entregar su fuerza de trabajo para cultivar las tierras del monarca y de los templos, lo mismo que para conservar y ampliar las obras de irrigación.

Existían gobernadores que vigilaban el trabajo de campesinos y esclavos; estos gobernadores eran funcionarios del monarca, y tenían almacenes de alimentos controlados por un catastro para pagarle a la burocracia y a los soldados; en otras ocasiones los almacenes servían para alimentar al pueblo en períodos de hambre.

Los templos gozaron en varias épocas del imperio de un tratamiento privilegiado: no pagaban impuestos, controlaban la

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renta agrícola de sus propiedades y juzgaban los asuntos de linderos (poseían su catastro), y recibían los juramentos que establecían los contratos.

Una vez se desarrolló un comercio que conectaba a todas las ciudades de Mesopotamia y extranjeras, se forjó una especie de élite urbana, que impuso una serie de reformas condensadas en nuestro ya mencionado Código de Hammurabi (1792 a.C.1750 a.C.).

Con este Código hace su aparición el primer derecho agrario, cuya legislación minimiza la influencia política de los templos, al ser sometidos a la veeduría de jueces civiles al servicio del rey, convierte algunos almacenes de los templos en graneros del Estado, distribuye propiedades reales entre los guerreros bajo fideicomiso hereditario (bien confiado a una persona bajo la condición de restituirlo, y heredable si esta condición no se ejecuta), convierte los siervos en hombres libres (que por quedar sin tierras solo deben pagar la mitad de los honorarios a médicos, arquitectos, etc.), regula los salarios de jornaleros, limita los intereses y alivia los arrendamientos.

Así pues, bajo el reinado de Hammurabi, el catastro babilonio quedó sometido a las disposiciones (antes exclusivas del templo) concertadas entre la autoridad civil y el templo. Los funcionarios del catastro siguieron siendo miembros de los templos y con las mismas responsabilidades anteriores, situación que podemos confirmar en las distintas sentencias del código que tocan el tema de la propiedad inmueble y de los impuestos.

El Código de Hammurabi, escrito en cuneiforme akadio, hace una de las primeras distinciones entre bienes muebles y bienes inmuebles (distinción que aparece en el código mediante ejemplos). Estos últimos se distinguían de los primeros por ser fundamentalmente de carácter público. El Estado los tenía rigurosamente controlados mediante sus catastros, sabiendo en todo momento la situación exacta de sus propiedades, pues producían elevadas rentas que eran indispensables para el gobierno del imperio (Hammurabi, 1986, p. XCI).

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CAPÍTULO III. Catastros en Mesopotamia, Egipto e India

Los bienes de una familia pertenecían a toda la familia, más no al padre, pero eran susceptibles de ser enajenados bajo la condición de que los documentos de compraventa fueran firmados por el padre junto con sus hijos, actuando estos últimos de modo testimonial y limitándose a jurar que no levantarían ninguna reclamación posterior. Si bien estos contratos eran redactados en tablillas por escribas públicos o por peritos en la escritura cuneiforme, no necesariamente eran funcionarios del catastro, pero en cambio era obligatorio hacer copias de estas tablillas para que se archivaran en los catastros de los templos (Ibíd., p. XCIII).

Es extraordinario encontrar que el código ya hacía referencia a servidumbres que limitaban la propiedad sobre los inmuebles. Por ejemplo, existían servidumbres de pasturaje, de paso por el predio de otra persona, de muro divisorio, de regadío o de acceso a aguas en general. Desde luego, las tablillas correspondientes a estas compraventas con sus servidumbres explicitadas, reposaban en los catastros de los templos, y servían no solo para conservar la tradición del inmueble y liquidar los impuestos, sino, de paso, para resolver cualquier tipo de litigio que pudiera surgir sobre la propiedad de un inmueble.

Con claridad asombrosa, define los criterios según los cuales existía pleno dominio sobre la propiedad inmueble. No era suficiente la posesión del inmueble, sino que debía añadírsele un título jurídicamente válido, o sea, un documento que garantizase la indudable propiedad, redactado por peritos autorizados y con copias al catastro de los templos. El título servía para reclamar la propiedad frente al poseedor, “tanto de bienes muebles e inmuebles como sobre esclavos. Al que se le encontraba en posesión de una cosa, sospechosa de haberse extraviado o hurtado, se le podía exigir documentalmente su posesión para verse libre del proceso” (Ibíd., p. XCII-XCIII).

Los documentos de compraventa de los babilonios no eran tampoco avaros en detalles sobre el sujeto y el objeto que intervenían en el negocio. Bajo el imperio babilónico todas las relaciones jurídicas

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estaban reguladas por documentos de compraventa, por lo que no es gratuito que las miles de tablillas encontradas en varios templos de ciudades mesopotámicas sean documentos de compraventas.

En estos documentos se señalaba el objeto de la compraventa, su descripción (si eran inmuebles), el título de propiedad del vendedor y su procedencia, la específica declaración de venta, la indicación del precio, los nombres de los testigos y la fecha. La propiedad pasaba del vendedor al comprador únicamente en el momento del pago del precio estipulado. Existía otro tipo de artilugios como pagos ficticios o alteración de precios, bastante parecidos a los que a diario se dan en la vida contemporánea (Ibíd., p. XCV-XCVI).

Los arrendamientos eran regulados por el código de Hammurabi así: mediante contrato escrito se establecía el objeto de arrendamiento, los nombres del nombre del arrendador y del arrendatario y el precio de arrendamiento. El arrendamiento era legal en el momento de la aprehensión de la cosa por parte del arrendatario.

Cuando se arrendaban tierras en producción, el período de contrato era de un año o más, y la renta llegaba a la mitad o tercera parte de la producción. En el caso de que la tierra a arrendar fuera inculta, el propietario debía esperar tres años para que se transformara en huerto, y solo a partir del cuarto año podía exigir su renta de arrendamiento. En uno de los parágrafos del Código hay una referencia indirecta a los funcionarios del catastro:

“La viuda podrá contraer nuevas nupcias siempre y cuando se hubiese realizado el inventario de los bienes de su esposo, para no perjudicar los hijos de su primer matrimonio” (Ibíd., p. 35).

Aquel inventario era realizado por un funcionario que se desempeñaba en la actividad catastral como avaluador, profesión generalizada en las ciudades del imperio, y del resorte exclusivo de los funcionarios del catastro del templo.

Son realmente pocas las diferencias que podemos encontrar entre el catastro babilonio y el catastro moderno. Todos los frentes

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de trabajo del catastro moderno aparecen al menos referenciados en el catastro babilonio, y a primera vista el único elemento que puede diferenciarlos es el uso de la tecnología moderna. El catastro es a todas luces una de las más antiguas profesiones y una de las más antiguas instituciones construidas por la civilización.

Babilonia, a lo largo de la historia, ha sido sinónimo de comercio, legislación, matemática, geometría, astronomía, impuesto, juego y caos. En la exploración de las múltiples posibilidades del uso del dinero, la propiedad ingresó en la dimensión de una movilidad vertiginosa, y el catastro debió inventar las más disparatadas pero funcionales técnicas para poder registrar tal ritmo. Pero dejemos que sea Borges quien describa la inmortal Babilonia:

“Como todos los hombres de Babilonia, he sido procónsul; como todos, esclavo; también he conocido la omnipotencia, el oprobio, las cárceles (...) Debo esta variedad casi atroz a una institución que otras repúblicas ignoran o que obra en ellas de un modo imperfecto y secreto: la lotería (...) Imaginemos un primer sorteo, que dicta la muerte de un hombre. Para su cumplimiento se procede a otro sorteo, que propone (digamos) nueve ejecuciones posibles. De esos ejecutores, cuatro pueden iniciar un tercer sorteo que dirá el nombre del verdugo, dos pueden reemplazar la orden adversa por una orden feliz (el encuentro de un tesoro, digamos), otro exacerbará la muerte, es decir, la hará infame o la enriquecerá de torturas), otros pueden negarse a cumplirla... Tal es el esquema simbólico. En la realidad el número de sorteos es infinito (...) También hay sorteos impersonales, de propósito indefinido: uno decreta que se arroje a las aguas del Éufrates un zafiro de Taprobana; otro, que desde el techo de una torre se suelte un pájaro; otro, que cada siglo se retire (o se añada) un grano de arena de los innumerables que hay en la playa. Las consecuencias son, a veces, terribles (...) Un documento paleográfico, exhumado en un templo, puede ser obra de un sorteo de ayer o de un sorteo secular. No se publica un libro sin alguna divergencia entre cada uno de los ejemplares. Los escribas prestan juramento secreto de omitir, de interpolar, de variar. También se ejerce la mentira indirecta” (1998, p. 59-66).

La Babilonia de Borges es tan literaria como cierta, esa incertidumbre que se vivía en cada hecho y en cada pensamiento de

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Babilonia es el retrato de una realidad social agitada, de relaciones sociales que por su fugacidad eran casi invisibles. El catastro babilonio pudo ser un juego más de la ciudad, un ejercicio de conteo, un acto curioso de justificar impuestos, un símbolo de corrupción y equívocos para muchos o la memoria intempestiva de una institución proverbial y justa para otros.

A continuación, presentaremos los sistemas de conteo, peso y medidas reveladas por las tablillas correspondientes al imperio babilónico. Sistema de signos que los funcionarios del catastro pudieron emplear en sus tareas.

Los babilonios inventaron la famosa escritura cuneiforme y transcribieron con ella el sistema de numeración de los sumerios. De este modo, los signos atrás presentados se convirtieron en un juego de huellas que dejaba un punzón en forma de cuña, así (Childe, 1983/1936, p. 239):

Para representar un número se recurrió al valor de posición:

Los dos primeros signos equivalían cada uno a 60; el tercero, cuarto y quinto signos equivalían cada uno a 10, y el sexto signo correspondía al valor de 1. Así obtenían la escritura del número 151.

Dada la complejidad de las transacciones y las mediciones, los babilonios usaron las fracciones (Ibíd., p. 240):

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Los babilonios emplearon las unidades relativas de longitud: 15 dedos serían iguales a un palmo, 2 palmos iguales a un codo y 12 codos iguales a un gar. También emplearon patrones sociales de peso y medidas. Para propósitos más exactos, los patrones de longitud eran establecidos sobre varas de medir, y los patrones de peso correspondían a pesas de piedra o metal previamente aceptados para representar un grano de peso y un saco lleno de grano.

Existen vestigios arqueológicos del uso de fórmulas para calcular superficies y volúmenes; todos ellos encontrados en los templos, lugar donde los funcionarios del catastro probablemente liquidaron y recaudaron las rentas.

Si suponemos que los funcionarios del catastro se hicieron, en algún momento, responsables de la ejecución de obras públicas, tenían que reunir ejércitos de trabajadores y tener por anticipado las provisiones requeridas para mantenerlos. Por esto, debían calcular las cantidades de alimentos y las materias primas que debían reunirse, y estimar el tiempo probable durante el cual se iban a ocupar. Cálculos que implicaban el contenido volumétrico de los taludes de tierra a remover, el número de ladrillos necesarios para construir un muro, la superficie a empedrar o adoquinar, la capacidad de almacenamiento de los graneros, cuya forma podía ser cilíndrica o piramidal, y el salario de los trabajadores de acuerdo a sus rendimientos.

Los funcionarios del catastro pudieron emplear cálculos aproximados para determinar la capacidad de almacenamiento de grano en una pirámide truncada, los cuales pueden ser expresados mediante la fórmula:

Siendo h la altura de la pirámide; a y b un lado de la base y un lado truncado, respectivamente. Esta fórmula no es correcta según la geometría aplicada de hoy, pero fue bastante útil para los propósitos del catastro babilonio. Más adelante, veremos que los egipcios

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emplearon el cálculo correcto para hallar este volumen, lo mismo que una aproximación bastante buena del número irracional π.

Los babilonios tenían una tosca aproximación a π, cuyo valor era 3, y fue empleada para apenas estimar el volumen de un granero cilíndrico y la superficie de una porción circular de tierra.

En la historia de la geometría se mencionan las tablas pitagóricas, en las cuales se resolvían distintos triángulos rectángulos usando solo números cuyos cuadrados eran perfectos. Entre ellas es famosa la solución del triángulo rectángulo con lados 3,4 y 5. Estas tablas fueron muy anteriores al teorema de Pitágoras, con el cual culmina la obra de Euclides “Los Elementos”, elaborada en el año 300 a.C., aproximadamente.

Para el año 2000 a.C., estas tablas ya eran familiares para los babilonios14, y parece que la regla que regía su solución, la suma del cuadrado de los catetos es igual al cuadrado de la hipotenusa, también era conocida intuitivamente, pero no había sido demostrada. Cuando los números empleados no producían cuadrados perfectos recurrían a otros métodos, para obtener un resultado aproximado. Por ejemplo, en una tablilla de un Museo de Berlín (Ibíd., p. 253) se presenta una forma de cálculo de la diagonal de una puerta con 40 gar de altura y 10 gar de ancho. Bajo una representación algebraica tenemos:

Siendo d la diagonal; h y w la altura y el ancho, respectivamente. La fórmula arroja un resultado de 41,25 y el valor por el teorema de Pitágoras es de 41,2310562562... Como podemos observar, los babilonios se las ingeniaron con mucha destreza para evadir las

14 Hasta ahora no existen pruebas que le atribuyan a los egipcios el uso del resultado del teorema de Pitágoras o de las tablas pitagóricas, aunque podemos suponer, por sus imponentes obras civiles, que era de su conocimiento. A pesar de los avances de la geometría y la matemática babilonia, es inexistente el ejercicio demostrativo (que solo empieza con los griegos) para probar una regla o un método de cálculo. Simplemente, se empleaban los procedimientos de cálculo que pasaran la prueba empírica.

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cantidades irracionales15 mediante la mera utilización de cantidades racionales.

En cuanto al cálculo de superficies, los babilonios aplicaron la fórmula correcta para campos rectangulares, pero usaron aproximaciones para superficies de cuadrángulos irregulares, cuyo procedimiento generalmente era: se multiplicaban por aparte los dos lados adyacentes y a estos dos productos se les encontraba la media.

Siendo a, b, c y d los lados del cuadrángulo irregular. Este procedimiento producía resultados aproximados, pero lo suficientemente exactos para que los funcionarios del catastro pudieran controlar la renta de los predios en proporción a la superficie de un cultivo de forma cuadrangular irregular. Igualmente, las superficies triangulares se calculaban sumando las longitudes de dos lados, con este resultado se obtenía la semisuma, y esta era multiplicada por la mitad de la longitud del tercer lado. La superficie obtenida de esta manera producía una mediocre aproximación.

Siendo a, b y c los lados del triángulo. Cuando los predios tenían forma de polígono regular o irregular, se dividían en triángulos y cuadrángulos, y procedían a calcular sus superficies, para luego totalizarlas.

Sobre las técnicas de medición en el terreno no sabemos prácticamente nada, excepto que el gar, igual a 12 codos, aparece en varias tablillas como la unidad de longitud más utilizada para hacer mediciones de terrenos cultivados relativamente pequeños. Podemos suponer, en vista del uso de la vara de medir, que el gar y otras

15 Las cantidades inconmensurables, o sea, irracionales, constituyeron un problema no sólo para los babilonios y para los egipcios, sino también para los griegos, quienes, a pesar de su asombrosa capacidad demostrativa, trataron el problema a fuerza de especulaciones (Campos, 1993, p. 159-168).

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unidades mayores se representaron en múltiples varas y se llevaron al terreno para ejecutar las mediciones. Los funcionarios del catastro encargados de la agrimensura representaron los terrenos en mapas, sin tener en cuenta la escala y los detalles del predio que no fueran diferentes a los tipos de cultivo y rebaño.

En el siguiente plano babilonio (Ibíd., p. 250) (Figura 2) podemos apreciar la subdivisión en triángulos y cuadrángulos de un terreno de forma irregular con sus respectivas mediciones. La numeración corresponde al lenguaje cuneiforme akadio.

Detrás de esta primigenia “carta catastral” existe toda una historia de prácticas, técnicas y ritos. Un agrimensor del catastro debió ser un especialista en su profesión, con miradas, ademanes y poses envueltas en una ceremonia semejante a un acto litúrgico. Verlo embebido en esta actividad debió ser como asistir a un acto ritual y mágico.

Figura 2. Mapa Babilonio

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3.2.3 El Catastro en Egipto

Como todos los imperios, el egipcio conoció el catastro, tan desarrollado y eficiente en sus funciones como el catastro sumerio y babilonio. Del antiguo Egipto conservamos lo que los escritores griegos nos contaron (Heródoto, Tucídides, Jenofonte, etcétera), y los jeroglíficos (vocablo griego que indica “signos grabados sagrados”) inscritos en las tumbas y en los papiros que reposan en distintos museos.

Al igual que todas las sociedades hidráulicas, la sociedad egipcia levantó su imperio en los valles de aluvión, en este caso, en los valles de aluvión del río Nilo. “El Río”, como llamaban sus antiguos habitantes al río Nilo, inundaba sus orillas de junio a septiembre de cada año y, en promedio, subía su nivel hasta 8 metros; después de su retirada dejaba una franja de suelo cubierta de limo muy fértil. En este valle se cultivaba trigo, legumbres, viñedo y lino, y se explotaba la ganadería.

Según decía Manetón16, un sacerdote egipcio que escribió una historia de su pueblo hacia el año 280 a.C., el primer faraón del imperio Egipto fue Menes (3100 a.C.), quien fundó la primera dinastía y a quien se le atribuye la construcción de un dique en el delta del Nilo. Durante las seis primeras dinastías (3100 a.C.–2340 a.C.) toda la orilla izquierda del río fue dispuesta para el riego, con obras que terminó en la orilla derecha la XII dinastía (2000 a.C.–1800 a.C.).

En la segunda dinastía (3000 a.C.) la propiedad comunal desaparece, y toda la tierra es propiedad nominal del faraón. En la realidad, los dueños de la tierra son la nobleza y los templos. Tanto unos como otros cobran impuestos en especies a campesinos, siervos y esclavos que la trabajan. Los campesinos no propietarios explotan la tierra bajo arrendamiento, los siervos y esclavos bajo el trabajo servil. Existían también los campesinos propietarios. Los templos

16 Los escritos de Manetón desaparecieron por completo, pero gracias a que fueron citados por otros escritores, cuyos textos sí sobrevivieron, es que conocemos su trabajo (Asimov, 1981, p. 28).

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se hacen más poderosos con las tierras que la nobleza les obsequia a cambio de recibir, después de su muerte, los sacrificios y rituales establecidos por las costumbres religiosas.

Existió una comunidad de arrendatarios que gozaba de una aceptable condición económica, establecida en los alrededores de los templos y en los dominios reales, y era conocida bajo el nombre del kentiu-che; había otra comunidad conformada por campesinos sin tierra, que tenía que acudir a trabajar en las grandes construcciones civiles, y era llamada el fellah.

El faraón era considerado por el pueblo un dios terreno, y los sacerdotes de los templos tenían la función especial de ensalzar su condición, pero en contraprestación, el monarca se veía obligado a adscribirles la tierra que solicitaran. Debido, desde luego, a que el faraón era el objeto primordial de los cultos populares y los sacerdotes unos intermediarios, los funcionarios del faraón tenían toda la autoridad de controlar el catastro de los templos. Este fenómeno también explica el intervencionismo recurrente del Estado en todas las actividades agrícolas.

“Para vender lentejas había que pedir permiso y pagar un impuesto; para fabricar cerveza, había que pedir permiso, comprar la cebada a agentes del Estado y pagar un impuesto en especies; para pisar la uva, precisaba también permiso, que costaba un tercio del vino obtenido” (Alba, 1973, p. 30).

En la época de los Ptolomeos (232 a.C.–30 a.C., dinastía de origen macedonio (norte de Grecia continental), con la que moriría el imperio egipcio, los funcionarios del catastro del Estado decidían lo que debía cultivarse en los campos. Era obligatorio que las cosechas se trillaran en las eras del Estado, con el propósito de deducir inmediatamente el impuesto correspondiente. El Estado ejercía monopolio sobre el aceite de linaza, crotón y sésamo, luego lo entregaba a intermediarios para su reventa. También tenía monopolio sobre la sal, el incienso para actos litúrgicos, el papiro y los tejidos.

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Durante toda la existencia del imperio, las ciudades contaron con un granero del Estado, pero los administradores del granero eran sacerdotes, seguramente formados en los templos para la actividad catastral. El catastro del Estado tenía mayores responsabilidades que el de los templos, pues se sabe que, además de controlar la renta de las propiedades reales, estaban encargados de efectuar regularmente un censo de tierras, campesinos y ganado. La pequeña propiedad del campesino no se escapaba de sus obligaciones tributarias, por lo que el Estado tenía los ojos puestos sobre ellas.

En épocas de debilitamiento del Estado, los templos experimentaron sus momentos de grandeza. Se afirma, por ejemplo, que llegaron a poseer más de la octava parte de las tierras cultivadas, y que para ellos trabajaba un egipcio de cada nueve.

Referencia Heródoto que el faraón Ramsés II (1301 a.C.–1235 a.C.), hizo lo que hoy llamamos una reforma agraria, dividiendo todas las tierras entre los habitantes del país, de tal modo que a cada uno le correspondiera un cuadrado por suertes17, bajo la condición de que pagaran una renta agrícola. Si el cuadrado de tierra o el lote del campesino era recortado por las crecidas del río Nilo, se medía lo perdido y en esta proporción se le disminuía la renta.

Gracias a este comentario histórico de Heródoto, podemos reconstruir el importante papel que jugó el catastro del Estado. Para que un funcionario del catastro pudiera determinar la parte del lote que había inundado el río, debía tener de antemano un mapa del lote, mapa que era fruto de las mediciones realizadas por los agrimensores del catastro, y luego redefinir los límites del lote mediante nuevas mediciones del terreno, plasmarlas en un plano y recalcular la renta correspondiente.

Ser escriba del catastro o funcionario del catastro, que era lo mismo, representaba una profesión “respetable” para la sociedad

17 Ignoramos las dimensiones de lo que Heródoto llamó un cuadrado de tierra. Pero podemos especular que se trataba de la mínima unidad agrícola con la que podía subsistir un campesino egipcio. El reparto por suertes fue una estrategia de redistribución de la tierra muy empleado en las civilizaciones antiguas, donde se recurría a una especie de sorteo público. Más adelante veremos que en la Grecia Micénica se empleó a sus anchas esta estrategia.

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egipcia. Un papiro que data del Nuevo Imperio (1570 a.C.–1192 a.C.) muestra el prestigio y los privilegios que tiene un escriba, en contraste con los sufrimientos de un artesano o agricultor:

“Escribe en tu corazón que debes evitar el trabajo duro, de cualquier tipo, y ser un magistrado de elevada reputación. El escriba está liberado de las tareas manuales; él es quien da órdenes... ¿No quieres adquirir la paleta del escriba? Ella es la que establece la diferencia entre tú y el hombre que maneja un remo. Yo he visto al metalúrgico cumpliendo su tarea en la boca del horno, con los dedos como los de un cocodrilo. Hiede peor que la hueva del pescado. Todo artesano que maneja un escoplo (cincel), sufre más que los hombres dedicados a roturar la tierra; la madera es su campo y el escoplo su zapapico (herramienta a modo de pica). En la noche, cuando está libre, se afana más de lo que sus brazos pueden hacer (¿horas extraordinarias de trabajo?); todavía de noche enciende (su lámpara para trabajar)” (Childe, 1983/1936, p. 228-229).

Ahora presentaremos los sistemas de conteo, medición y peso (Ibíd., p. 252-263), con los cuales el catastro del Estado y de los templos controlaban la renta agrícola que producían sus trabajadores. La numeración era representada de la siguiente manera:

También dispusieron de fraccionarios. El cálculo de superficies de campos triangulares era similar al babilonio: se sumaban las longitudes de dos lados, con este resultado se obtenía la semisuma, y esta era multiplicada por la mitad de la longitud del tercer lado. Como ya vimos, la aproximación que arroja no es muy aceptable.

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Siendo a, b y c los lados del triángulo. Sobre el cálculo de cuadrángulos se procedía de la siguiente manera: se obtenía la semisuma de dos lados adyacentes, luego la semisuma de los lados restantes y, finalmente, se hallaba el producto de los dos resultados. Este procedimiento producía un resultado no muy aceptable para nosotros, pero bastante eficiente para los egipcios.

Siendo a, b, c y d los lados del cuadrángulo. Para determinar la superficie de un campo circular, los egipcios contaron con una aproximación bastante buena para sus propósitos, π = (16/9)2. En un papiro de la colección Rhind (así conocida por los arqueólogos), podemos encontrar el procedimiento empleado para determinar tal superficie.

“Método para calcular una porción circular de tierra de 9 khet de diámetro. ¿Cuál es su superficie? Réstale 1/9 a 9, a saber, 1. Quedan 8. Calcula con 8, 8 veces; resultan 64. Esta es su superficie en tierra: 6 millares-de- tierras y 4 setat” (Ibíd., p. 253).

Algebraicamente podemos expresar este método así:

Suponiendo que d es el diámetro. Al calcular el volumen de una pirámide truncada se usó un procedimiento correcto desde la perspectiva de la geometría aplicada. En el papiro de Moscú (Ídem.) (como suele llamársele) encontramos los pasos empleados.

“Ejemplo de cálculo de una pirámide truncada (?). Si se te habla de una pirámide truncada (?) de 6 (codos) de altura por 4 (codos)

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en el lado inferior y 2 (codos) en el lado superior. Calcula con este 4 elevándolo al cuadrado, lo cual da 16. Duplica el 4, lo cual da 8. Calcula 1/3 de 6; lo cual de 2. Calcula con 28, 2 veces; lo cual da 56. Mira: es 56. Has obtenido la respuesta” (Ibíd., p. 252).

En una versión formulística, tenemos:

Considerando que h es la altura, a el lado de la base y b el lado truncado.

En lo que corresponde al sistema egipcio de pesos y medidas, escasamente conocemos las mediciones personales de longitud, y el nombre de las unidades convencionales de longitud y área, sin sus equivalencias con el sistema moderno de mediciones. Sobre el sistema de pesos egipcio, apenas sabemos de la existencia del grano de peso patrón, materializado en pesas de piedra o de metal, sin equivalencias aceptables por la arqueología con el sistema moderno de pesos.

Gracias a la colección Rhind18, sabemos que las mediciones de longitud eran efectuadas en dedos, palmos y codos, y que para efectos de medición de la tierra se empleaba el khet, cuyas dimensiones modernas ignoramos. En cuanto a las unidades de superficie, se habla de millares-de-tierras y del setat, pero también desconocemos la magnitud exacta que dimensionaban.

Matemática, geometría y religión, tanto en Egipto como en Babilonia, estaban íntimamente ligadas. La capacidad de prever el período de construcción de una obra implicaba el conocimiento de los tiempos de extracción y movilización de insumos, el cálculo de los rendimientos de los trabajadores según el número y los niveles de eficiencia y especialización, y la predicción de la cantidad de

18 En este papiro se hace una clasificación de distintos ejemplos de matemática y geometría práctica. Los seis primeros problemas hacen referencia a la división de 10 hogazas de pan entre 1, 2, 6, 7, 8 y 9 hombres; los problemas entre el 7 y el 20 ejemplifican la multiplicación de fraccionarios; entre el 41 y el 47 presentan cálculos sobre cantidades de grano contenidas en receptáculos de varias formas; entre el 48 y el 55 exponen la determinación de superficies de terrenos de formas variadas, y otros ejemplos que suman un total de 78 problemas.

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CAPÍTULO III. Catastros en Mesopotamia, Egipto e India

alimentos requerida para sostener a los trabajadores; eran actividades que se ejecutaban con el acompañamiento de ceremonias religiosas previamente establecidas por la tradición: los obreros y campesinos entonaban cantos litúrgicos al mismo tiempo que trabajaban, los sacerdotes o escribas de los templos, responsables de la actividad catastral, hacían de sus tareas un acto ritual de exhortación a la precisión.

Particularmente, el catastro egipcio, proyectaba la construcción de las pirámides en el espíritu de una especie de misticismo de la precisión. Disponer de la naturaleza ahorrando todo tipo de esfuerzos innecesarios para su aprovechamiento era el resultado de unas prácticas místicas de escrupulosa predicción y precisión, que tomaban la forma de sacrificios para propiciar a los dioses, con el fin de compensar los desequilibrios provocados en una naturaleza deificada (regulada por los dioses) y para ganar los favores de Osiris, quien garantizaba la inmortalidad del alma.

Tenemos, en nuestro haber arqueológico, un papiro egipcio que relata la orientación de un templo en el sentido del norte verdadero, en una ceremonia llamada “estiramiento de la cuerda”. El rey es quien pronuncia la respectiva fórmula sagrada:

“Yo he empuñado la estaca con el mango del martillo. Tomé la cuerda de medir con la Diosa Safekhabui. Vigilé el movimiento ascendente de las estrellas. Mi ojo estuvo fijo en la Osa (?). Yo calculé el tiempo, comprobé la hora, y determiné los bordes de tu templo... Volví mi rostro al curso de las estrellas. Dirigí mis ojos hacia la constelación de la Osa (?). En ella puse de acuerdo el indicador del tiempo con la hora. Yo determiné los bordes de tu templo” (Ibíd., p. 264).

Seguramente, la constelación a la que se hace referencia es la Osa Menor, cuya estrella aparentemente fija es la estrella polar. El objeto de esta ceremonia era la determinación de un meridiano fijo de referencia, libre de las condiciones cambiantes de la naturaleza y signo incorruptible de las manifestaciones divinas. Los dioses, según la creencia, dejaban en la naturaleza las huellas de su inmortalidad y,

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conocerlas implicaba adentrarse en los secretos del lenguaje infalible de los dioses. Los templos estarían protegidos por los dioses, siempre y cuando fueran construidos en concierto con su poderoso y perfecto lenguaje. Por esto, establecer un meridiano “absoluto” para orientar los templos era prueba suficiente de una efectiva comunicación con ellos.

Por ejemplo, la Gran Pirámide (una de las “siete maravillas del mundo” construida por el rey Keops hacia el año 2580 a.C.) está emplazada de tal modo que sus lados se desvían del norte verdadero únicamente en 0º 02’ 30’’ y 0º 05’ 30’’, probando, una vez más, la penetrante obsesión por el conocimiento de las reglas inmutables, con las cuales los dioses gobernaban la naturaleza.

Los vestigios encontrados hasta ahora no permiten afirmar que los egipcios contaron con un sistema “absoluto” de referenciación de los terrenos, pero sabemos que la determinación del norte verdadero servía de base para la orientación, en un orden espacial sagrado, de templos secundarios y de ejes peatonales de peregrinación.

Finalmente, si tenemos en cuenta la ceremonia del “estiramiento de la cuerda”, y aceptamos que pertenecía a toda una tradición, podemos suponer que el agrimensor del catastro, en sus prosaicas labores, hacía uso de la estaca, las líneas visuales y el estiramiento de la cuerda para materializar un lindero o, a su turno, para determinar la superficie de un terreno.

3.2.4 El catastro en la India

Desafortunadamente, los registros arqueológicos sobre la civilización del valle del río Indo no son suficientes para tener siquiera una aproximación del catastro en la India. Según los pocos vestigios encontrados, la civilización hindú había ingresado en la revolución urbana simultáneamente con las civilizaciones mesopotámica y egipcia, con una escritura propia, un gobierno centralizado y la construcción de grandes ciudades.

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Para el año 2500 a.C. ya existían edificios de ladrillos cocidos en horno, con alturas no menores a dos pisos. Los edificios contaban con el servicio de un sistema de alcantarillado, y entre ellos se distinguían talleres, fábricas, chozas de artesanos y transportadores, y las lujosas moradas de los ricos comerciantes, la burocracia y los funcionarios de los templos. En distintas excavaciones se hallaron artículos que fueron elaborados por artesanos especializados, entre los cuales tenemos: ladrilleros, carpinteros, alfareros, forjadores de cobre, vidrieros, canteros, orfebres y joyeros; todas ellas profesiones propias de una vida urbana compleja.

En cuanto a la escritura y la notación numérica indias, han sobrevivido, en tablillas y sellos de cobre, e inscripciones breves no descifradas todavía, pero permiten suponer la existencia de funcionarios encargados, mediante el arte de la escritura, de controlar el excedente agrícola que producían los campesinos. Las grandes ciudades siempre han sido signo de absorción de excedentes agrícolas, por lo que en principio debemos aceptar, a manera de hipótesis, la existencia de una institución concebida para su recaudo, y esta institución, como fenómeno histórico, es el catastro.

3.3 Conclusiones

El catastro de las revoluciones urbanas o de las sociedades hidráulicas, jugó un papel fundamental en el nacimiento y en la consolidación de las primeras ciudades. Su existencia se la debemos a la lógica interna del desarrollo de la civilización, en cuyo afán incansable de conquista y dominio (no solo de la naturaleza, sino de sus propios fantasmas, como el reino de los dioses) crea y refina instrumentos de control sobre la sociedad, con el único propósito de hacer esa experiencia de lo descomunal, es decir, de los grandes imperios, de las imponentes construcciones, del lujo y la de la opulencia de la ciudad.

El catastro, como uno de estos instrumentos, sancionó la posibilidad práctica de la vida urbana, hizo patente su funcionalidad

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fiscal y administrativa, y puso a andar toda una tradición de gobierno y organización del territorio.

Las civilizaciones posteriores, como la asiria, persa, hitita, hebrea y micénica heredaron (al igual que otras ideas y tradiciones) de Mesopotamia, Egipto e India, las prácticas de un catastro fiscal y administrativo, y solo hasta la Grecia Clásica y el Imperio Romano veremos cambios sustanciales en sus formas de actuar sobre la sociedad.

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CAPÍTULO IV. Catastros en Micenas y Grecia

CAPÍTULO IV

Catastros en Micenas y Grecia

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CAPÍTULO IV. Catastros en Micenas y Grecia

4.1. El catastro micénico

Propagación del catastro de las revoluciones urbanas

Las tres primeras civilizaciones (mesopotámica, egipcia e india) entablaron relaciones comerciales con pueblos cuyos asentamientos estaban ubicados más allá de los límites territoriales y marítimos de sus grandes imperios. Debido a esta fuerte comunicación comercial, muchas de las tradiciones, inventos e ideas originarias de las primeras civilizaciones fueron adoptadas por aquellos pueblos. Sin embargo, solamente algunos de ellos constituyeron verdaderos imperios o grandes civilizaciones, entre las cuales podemos contar el Imperio Micénico, Grecia Clásica, y la República y el Imperio Romano.

De otras civilizaciones que experimentaron sus períodos de gloria, como la asiria y la persa, solamente tenemos a nuestra disposición algunos vestigios, los cuales son insuficientes para reconstruir, aun de manera general, sus respectivos catastros.

Las sociedades asiria y persa hicieron parte de esas sociedades hidráulicas, cuyas características, recordaremos: se construyeron en valles de aluvión, tenían un poder centralizado y la propiedad familiar o comunal prácticamente no existía. Pero tratar de ir más allá de estas características implica, desde luego, entrar en la esfera de las especulaciones.

Para poder realizar la reconstrucción de un catastro es indispensable tener en nuestro horizonte de estudio información suficiente sobre las relaciones económicas y sociales de una sociedad, por lo que en la mayoría de los casos son imperios o sociedades fuertemente organizadas los que satisfacen tal condición.

El pueblo micénico y su heredero directo, la Grecia Clásica, los hebreos, los hititas y los etruscos (según la leyenda, fundadores de la primera monarquía romana), integraron un grupo de sociedades que los estudiosos han dado en llamar sociedades hidroagrícolas. Estas sociedades se formaron en pequeños valles, al lado de riachuelos, y no necesitaron de un poder centralizado para el aprovechamiento de

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las aguas, pues no tenían que construir diques, canales, ni regular las crecidas de los ríos. La conformación de la tenencia de la tierra aseguraba la posibilidad de que la pequeña propiedad de la tierra fuera rentable. La irrigación se hacía a pequeña escala y no exigía la participación de un gran número de trabajadores (Alba, 1973).

Estas condiciones materiales, acompañadas de otras culturales, crearon un escenario social propicio para el surgimiento de modelos de gobierno y organización social, que propendían por la construcción de un individuo soberano y autónomo, es decir, capaz de gobernarse a sí mismo. En ese esfuerzo de trabajar sobre el hombre mismo más que sobre la naturaleza, la sociedad griega aparece como la fuente nutricia de la democracia moderna, la sociedad romana como forma originaria del capitalismo y la sociedad hebrea como el foco de los valores morales del mundo occidental.

De las sociedades hidroagrícolas solo nos es posible hacer una reconstrucción del catastro en aquellas que se constituyeron en grandes civilizaciones y nos dejaron suficiente información: el Imperio Micénico, Grecia Clásica y la República y el Imperio Romano, pues cada una logró consolidar las condiciones sociales, políticas y económicas indispensables para fundar y administrar numerosas ciudades, controlar extensos territorios y dominar en ultramar importantes rutas comerciales.

La sociedad hebrea, por ejemplo, no fue de la categoría de estas civilizaciones, aunque su imperio espiritual todavía subsista. Desde sus inicios como agricultores en el siglo XII a.C., al llegar a Canaán, los impuestos, la hipoteca de la cosecha, aperos y casa, estaban terminantemente prohibidos por las leyes de Moisés.

Cada cincuenta años, en el año jubilar, se anulaban las deudas, se repartían de nuevo las tierras, y los esclavos por deudas recobraban su libertad. Todos estos elementos obstaculizaron el desarrollo de una economía de mercado y el surgimiento de una vida urbana, condiciones insoslayables para la aparición del catastro. A pesar de las políticas del rey David (1013 a.C.–973 a.C.) y del rey Salomón (973 a.C.– 933 a.C.), adoptadas para destruir este régimen

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social, muchas de sus tradiciones fueron conservadas gracias a los llamamientos de los profetas a la restauración de la vieja ley, la ley de Moisés.

Otra sociedad hidroagrícola, que dejó hondas huellas en el pueblo micénico es la sociedad cretense, cuyo conocimiento del cobre desde el año 3000 a.C. (heredado de las revoluciones urbanas) y la avanzada técnica para la construcción de barcos la hicieron una potencia comercial marítima. Los cretenses se establecieron en la isla de Creta, con una superficie de 8.000 km2, y construyeron una próspera civilización desde el año 3000 a.C. hasta el 1400 a.C., época en que los antiguos griegos invadieron a Creta.

La civilización cretense se expandió durante este período por las islas del mar Egeo hacia el norte, hasta llegar al continente europeo. Cuando pisaron Grecia continental, ya existía, desde antes del 2000 a.C., un grupo de tribus grecohablantes. Por estos tiempos, los griegos practicaban la agricultura, pero no conocían el uso del metal. Los griegos aprendieron rápidamente el estilo de vida de los cretenses y comenzaron a construir grandes ciudades y a entablar relaciones comerciales con sus vecinos.

En el año 1700 a.C., se afirma que Cnosos, la ciudad principal de Creta, fue destruida por un terremoto. Mientras Cnosos trataba de restaurar su imperio, los griegos se hicieron cargo del comercio, ocuparon su tierra y empezaron administrar sus ciudades.

Prueba de esto último es el desciframiento de la escritura Lineal B, por el arqueólogo inglés Michael Ventris, en 1952. Este arqueólogo demostró que la escritura Lineal B se empleó mucho después del año 1700 a.C. (las primeras tablillas encontradas datan del año 1450 a.C.), y que consistía en una forma de griego, que no usaba el alfabeto griego, pero sí valores fonéticos semejantes. Antes del año 1700 a.C. los cretenses emplearon una escritura pictográfica denominada Lineal A, la cual aún no ha sido descifrada. Por ello, solo conocemos de la civilización cretense los vestigios de sus emplazamientos y algunos documentos escritos en Lineal B.

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Sin embargo, las numerosas tablillas en escritura Lineal B contienen más información sobre la antigua cultura griega que sobre la civilización cretense. Después de la invasión griega del año 1400 a.C., los cretenses nunca volvieron a recuperar su poderío, y los griegos terminaron imponiendo sus dinastías en tierras cretenses. Así pues, las tablillas y cerámicas encontradas en Cnosos (ciudad capital de Creta), grabadas en escritura Lineal B, corresponden a las gestiones administrativas de un imperio griego, el Imperio Micénico:

“Las tablillas del Lineal B de Cnosos datan del 1400 a.C. al 1375-1350 a.C., fecha en que el palacio (de Cnosos) fue quemado, tal vez por los micenios que aplacaban una insurrección nativa, o como consecuencia de un terremoto; pero el uso del Lineal B puede remontarse a 1450 a.C., cuando los intrusos del continente (los griegos) dominaron Cnosos y obligaron a los cretenses a escribir en el idioma que traían de su hogar y donde impusieron su gusto en el arte y su manejo socio-cultural. De allí que el Lineal B del palacio de Cnosos aluda a una sociedad idéntica a las de los reinos continentales (Grecia continental), y todas ellas sean complementarias entre sí. En esa fecha llevaron el arte de escribir a Grecia, donde lo usaron para las necesidades burocráticas de la administración de sus economías” (Wernher y Páramo, 1995, p. 35).

De este modo, la civilización cretense no ofrece los vestigios suficientes para reconstruir, al menos, una breve presentación de su catastro. Por el contrario, la arqueología puso a nuestra disposición información más detallada acerca del Imperio Micénico (gracias a las excavaciones realizadas en Creta y en Grecia continental, y al desciframiento de la escritura Lineal B), a partir de la cual nos es permitido iniciar un estudio general de su catastro.

El Imperio Micénico abarcó el período comprendido entre el año 1400 a.C.y el 1100 a.C., también conocido como Edad Micénica o Edad de Bronce o Heládico Tardío. Los griegos posteriores, gracias a las obras de Homero, hablaban de este período como un período heroico, en el que hijos de dioses griegos hicieron grandiosas hazañas. La ciudad más poderosa de la época fue Micenas, ciudad de la costa oriental del Peloponeso, por lo que este Imperio lleva el nombre de Imperio Micénico.

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4.2. El catastro en el Imperio Micénico

Para reconstruir este catastro existen dos fuentes principales de información: la primera es, indudablemente, la escritura Lineal B, y la segunda es la obra de Homero. Por ello, tendremos que recurrir a diversos estudios de la filología, los cuales contribuyen a desentrañar las distintas relaciones de propiedad que los antiguos griegos establecieron con la tierra.

En la edad Micénica, las armas empleadas eran de bronce. En el relato homérico de la guerra de Troya (1184 a.C.), ocurrida, desde luego, en tiempos micénicos, los héroes blandían espadas de bronce, arrojaban lanzas con puntas de bronce y exhibían escudos de bronce. Durante su período expansionista, colonizaron un buen número de islas del mar Egeo, fundaron ciudades en las costas y al interior de Grecia continental, aseguraron rutas comerciales en el mar Egeo y se adentraron hasta el mar Negro en una expedición comercial.

Pero, las mismas armas de bronce que usaron con destreza para conquistar otras tierras, fueron inútiles para contrarrestar el embate de los Dorios en el año 1100 a.C., los cuales usaron armas de hierro, un metal más duro que el bronce. A partir de esta época, el Imperio Micénico entra en decadencia y desaparece del panorama histórico.

Siguiendo con Homero, Gretel Wernher mostró cómo a través del Olimpo homérico de la Ilíada (específicamente el canto XV) y de tablillas exhumadas, podemos penetrar en los secretos de la organización social micénica, “ligada a la tenencia de la tierra”. Y Jorge Páramo estableció, también a partir del mismo canto y de tablillas exhumadas, cómo en la época micénica se acostumbraba recurrir a la suerte en repartos de tierras, situación que se hace patente en la distribución del dominio del universo entre los dioses.

La estrategia metodológica que emplearon estos dos autores, para proporcionarle claridad al mundo micénico es la siguiente:

“Estableciendo una comparación entre la vida micénica tal como la presentan las exhumaciones arqueológicas y la escritura y ciertos

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puntos de la sociedad homérica. De allí pueden brotar algunas hipótesis que tendrían que ver con el origen del mundo olímpico, el sistema territorial y la economía, y el origen aristocrático de la idea de destino. Probablemente otras más” (Ibíd., p. 26).

Pero, en lo que respecta a nuestro estudio, consideraremos solamente aquellas hipótesis que nos ayuden a recrear el sistema territorial y la economía micénica. Los vestigios escritos en Lineal B, provienen de algunas piezas de cerámica y de tablillas de arcilla descubiertas en Micenas, Tirinto, Tebas, Orcómenos y Midea, pero las ciudades que más contribuyeron fueron Cnosos y Pilos.

El Lineal B es una escritura de líneas onduladas irregulares (semejante a la escritura manuscrita de hoy), y la Ilíada conserva vocablos provenientes de la Edad Micénica. Por ejemplo, la oración griega fasganoν argurohloν (espada tachonada de plata), conserva en su primera palabra, phasganon, la forma intacta de la palabra en Lineal B, phasgana (pa-ka-na), la cual aparece en varias tablillas y en plural (Ibíd., p. 30)

En Pilos (ubicada en la costa oeste del Peloponeso) se hallaron abundantes tablillas con escritura Lineal B, específicamente en un palacio descubierto por Karl Blegen en 1939. Allí se mencionan los nombres de distintos lugares, conservando un orden de norte a sur, y particularmente, dos grandes provincias: “la provincia de más acá y “la provincia de más allá”.

La provincia de más acá era gobernada por Pilos, y las tablillas que reposaban en su palacio, correspondían a la administración de la provincia de más acá. El palacio hacía parte del distrito de Pa-ki-ja-ne, el cual era conocido por ser un centro religioso de importancia. En total, la provincia de más acá estaba constituida por 10 distritos, mientras que la provincia de más allá tenía 8 distritos. En la misma excavación de Blegen (1939) se identificaron 600 tablillas en un sitio que él denominó “el salón del archivo”.

Posteriores excavaciones hallaron las tablillas del “anexo” y del “salón del trono”. Estos vestigios muestran que la necesidad de

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dividir la administración de la provincia requería tanto de la escritura como de diferentes dependencias administrativas.

En otras ciudades, como Tebas, se identificaron tablillas que describían los “contenidos de un puesto de almacenamiento”. En Micenas (excavaciones de 1950 y 1952) se encontraron 53 tablillas, las cuales hacen alusión a las actividades de la burocracia del palacio. Existen otras tantas, provenientes de Orcómenos y Cnosos, y una de Mideas.

En general, todas estas tablillas, han sido descubiertas en palacios u oficinas al servicio del palacio, los cuales, a su vez, correspondían a centros religiosos relevantes. El palacio hacía las veces de templo, pero según los testimonios de varias tablillas, la nobleza era la que sostenía los santuarios, por lo que la monarquía se hallaba libre de la influencia de la casta sacerdotal (Wernher y Páramo, 1995, p. 58).

El hecho de que los sacerdotes fueran reducidos a sus prácticas religiosas o a escribanos al servicio de la monarquía, traerá serias consecuencias sobre la conformación de un estilo de administración en la Grecia Clásica, si bien no tan estable como los anteriores, por lo menos sí más público y justo. Frente al control de la casta sacerdotal Wernher escribe:

“La escritura puntualiza santuarios y sacerdotes, así como regalos a los templos, pero no incluye textos teológicos ni creencias específicas, ni siquiera oraciones. Hay que recordar que todo el Lineal B está animado por las necesidades administrativas de las contabilidades palaciegas y el interés religioso está ausente de las obligaciones de los escribas” (Ibíd., p. 61).

Buena parte de las tablillas contienen inventarios y nombres geográficos. Por un lado, un grupo de tablillas de Pilos menciona las distintas ofrendas que los micenos hacían a sus dioses: bueyes, cabras, ovejas, cerdos, vino, aceite aromático, trigo, miel, lana, etc. Igualmente, se clasifican las tareas que llevan a cabo las esclavas con sus respectivos nombres: moledoras, hilanderas, vertedoras de baños, etcétera.

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Por otro lado, la serie E de las tablillas provenientes también de Pilos contiene diversos censos de lotes privados y de uso comunal, en los que se hace un conteo del ganado, se identifica el nombre del campesino y de la zona, y se determina la cantidad de ovejas y carneros de acuerdo al sexo. Estos dos tipos de inventario hacen suponer la nítida separación entre el poder sacerdotal y el poder de la nobleza y, en consecuencia, la existencia de dos tipos de catastro: un “catastro sacerdotal” y un “catastro monárquico”, situación que podemos identificar, por primera vez, en la sociedad micénica.

Si aceptamos la hipótesis según la cual las relaciones de poder (que regulan los vínculos entre los dioses), descritas en la Ilíada, expresan una organización social, económica y política de cuño aristocrático en la sociedad micénica, entonces debemos concluir que la mitología homérica da cuenta de una sociedad micénica regulada por un gobierno monárquico (minimizando el poder de la casta sacerdotal), cuya suprema autoridad no descansa en el poder sacerdotal (gobierno fundado en las decisiones personales de los intermediarios entre dioses abstractos, perfectos, imperturbables y el mundo), sino en el poder político (gobierno fundado en las decisiones convenidas entre la nobleza, acompañas de invocaciones a dioses imperfectos, coléricos, fraternales, justos e injustos, en una palabra, dioses humanizados, sin la injerencia de ningún intermediario).

Para los micenos, un gobierno fundado en el poder político solo necesitaba de la valentía y la capacidad de persuasión con propósitos mundanos; el arrojo para conquistar nuevas tierras o someter a pueblos extranjeros, y el lenguaje indomable y vehemente para incendiar los ánimos de quienes iban a la guerra u obtener simpatías entre los miembros de la nobleza. Estas dos cualidades son encarnadas por los héroes homéricos Agamenón (rey de Micenas), Ulises y Aquiles.

Según las jerarquías establecidas, entre la nobleza se distribuía la propiedad de la tierra, y el mecanismo empleado para distribuirla era el sorteo. Desde luego, el sorteo se ejecutaba entre los miembros de cada estrato de la nobleza. Por ejemplo, en un aparte del canto

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V de la Ilíada, se realiza un sorteo solamente entre los tres hijos de Crono, con el fin de distribuirse el dominio del cosmos. Dice Poseidón:

“Pues somos tres hermanos, hijos de Crono, a quien Rea dio a luz: Zeus y yo, y el tercero Hades, que reina en los infiernos. Todo ha quedado dividido en tres; cada uno ha tenido su parte en el honor. Yo obtuve en suerte, cuando agitamos (las tarjas en el casco), habitar siempre el mar grisáceo, Hades obtuvo en suerte (habitar) la tiniebla brumosa, Zeus obtuvo en suerte (habitar) el ancho cielo en el éter y las nubes. La tierra ha seguido siendo común a todos y también al alto Olimpo” (Ibíd., p. 63).

Esta cita nos da una idea del reparto de la tierra entre la nobleza micena, y sobre la existencia de tierras comunes (cuya propiedad era compartida entre ellos), para ser asignadas a campesinos pobres y artesanos. En cuanto al modo de asignar la tierra entre campesinos pobres y artesanos, también se recurría al sorteo.

La serie E de las tablillas de Pilos menciona dos clases de tierras: la Ki-ti-me-na, tierra privada y la Ke-ke-me-na, pedazo comunal. Los lotes pertenecientes a cada una de estas clases son censados, pero solamente se tienen en cuenta los lotes ubicados dentro del distrito de Pa-ki-ja-ne, el distrito sagrado gobernado por Pilos. El propietario de la primera clase de tierras es llamado telestas (te-re-ta), el cual es considerado un noble campesino. Este propietario posee un campo cultivado, y debe pagar un impuesto al palacio, aunque incumplir el pago no implicaba anular el derecho a la propiedad. El telestas también puede dar en arriendo, onaton (o-na-to), una parte de su latifundio, y los arrendatarios, onatares, deben pagar un arriendo por el derecho a su explotación.

La segunda clase de tierras, la Ke-ke-me-na, es una tierra de explotación colectiva, la cual está bajo el control del damos (da-mo), persona encargada de administrarla con poder jurídico. El damos puede explotar una parte de la Ke-ke-me-na, y la otra asignarla a través de tres formas de concesión: asignación en etonion, o “concesión total de aprovechamiento”, donde se beneficia una

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sacerdotisa y un noble cortesano; asignación en kama (ka-ma), o “concesión en usufructo”, donde se reconoce una retribución; y asignación en onaton paro damo, o concesión en usufructo mediante pago de arrendamiento, donde el damo arrienda una parte de su tierra a campesinos llamados ktoinetai19. La tierra privada más extensa pertenece al monarca, wanax (wa-na-ka), y su predio es llamado témenos (te-me-no). El jefe militar posee la tercera parte del predio del monarca, y su hacienda también recibe el nombre de un témenos.

En cuanto a otros estratos sociales, las tablillas refieren la existencia de remeros, guardianes costeros, albañiles y servidores de la deidad. Es del todo justificable la presencia de una estricta división del trabajo y, a pesar de que no menciona directamente a campesinos y escribanos, no por eso debemos ignorar el importante papel que cumplieron en la economía micénica.

Las tabillas también hablan de sirvientes o esclavos, doeloi (do-e-ro), los cuales pertenecen a los templos o a individuos libres: “en Cnosos, trabajan los textiles y en Pilos hay tejedoras, moledoras de cereal, preparadoras del baño” (Ibíd., p. 78).

Como en todas las civilizaciones antiguas, al mismo tiempo que surge la vida urbana, surge el mercado y, con este, el aparato jurídico indispensable para regularla. Este aparato, además de fijar las reglas del juego para la convivencia cotidiana, fija las reglas para regular las relaciones económicas.

De este modo, podemos suponer que los micenos contaron con una normatividad apropiada para regir los actos de dominio y transferencia de la propiedad inmueble, y para regular el intercambio de mercancías. En cuanto a lo primero, no tenemos información detallada, pero suponemos que el catastro monárquico registró y validó, al menos, los actos de dominio y transferencia que merecieran la atención de la nobleza. En cuanto a lo segundo, disponemos de rigurosos estudios sobre el sistema de pesos y medidas. John Chadwick, apoyado en el trabajo de Ventris (mencionado atrás),

19 Estas concesiones eran determinadas en el tiempo, por lo que la tierra siempre volvía a la comunidad.

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estudió el contenido de las tablillas de Lineal B. A través de su vasta investigación, reconstruyó, aunque no completamente, el sistema de pesos y medidas miceno.

Difícilmente podemos saber acerca de cómo se adoptó este sistema, ni tampoco determinar cuál de los dos catastros (el catastro palaciego o el catastro sacerdotal) adoptó y ajustó primero el sistema de pesos y medidas. Solo tenemos certeza de que los dos catastros lo emplearon, movidos por la misma razón que explica el nacimiento de cualquier catastro antiguo: absorber y controlar el excedente de la producción agrícola para sostener la nobleza y sus funcionarios, y realizar obras públicas.

Un grupo de tablillas que contienen ideogramas reveló, gracias a los estudios de Chadwick, la información suficiente para establecer una primera aproximación al sistema de pesos y medidas miceno. En lo que corresponde al sistema de pesos, se ha identificado en rigor una escala de pesos de tres unidades: un ideograma que representa una balanza es la unidad de peso mayor y es llamado talanton; otro ideograma señala la unidad de peso llamada dimanaion, que equivale a 1/30 de un talanton; otro ideograma pone en evidencia una unidad equivalente a 1/4 de dimanaion; y existe otro ideograma que probablemente equivale a 1/12 de la unidad inmediatamente anterior.

No se tiene certeza de las equivalencias de esta escala de pesos con una escala de pesos moderna, y todavía hay muchas dudas acerca de la veracidad de unos patrones de peso encontrados.

El anterior grupo de tablillas y otras adicionales, ofrecen una serie de ideogramas correspondientes al sistema de conteo miceno. Este sistema hace uso de números naturales (exceptuando el cero) y de expresiones fraccionarias. No existen vestigios sobre la utilización de cantidades irracionales, como sí es el caso de Mesopotamia y Egipto.

En cuanto a las medidas de volumen, se emplearon ideogramas para representar unidades de volumen, y las tablillas indican que se usaron frecuentemente para medir vino y trigo. Dos ideogramas son

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empleados para medir indiferentemente trigo y vino, y corresponden a dos unidades de volumen distintas: una constituye la unidad de volumen menor y es llamada kotyle (o copa); la otra equivale a cuatro veces un kotyle. Existen dos unidades de volumen mayores que se utilizan separadamente para medir trigo y vino. Para medir trigo, la unidad de volumen mayor equivale a 240 veces un kotyle. Y la unidad de volumen mayor para medir el vino equivale a 72 veces un kotyle. De acuerdo a distintas investigaciones, se ha establecido que el kotyle no expresó un volumen constante, pero se sabe que osciló entre 270 y 388 cm3.

Las mediciones de áreas se efectuaron en función de la cantidad de semillas necesarias para cultivar un predio, situación que se repite en Sumer (Ver catastro en Mesopotamia). Este patrón para medir áreas era llamado, simplemente, “unidades”. Una tablilla de la serie E de Pilos, específicamente la tablilla Er312, anota una distribución de semillas de acuerdo a la extensión en “unidades” de los predios del rey, del jefe militar y de tres aristócratas (Ibíd., p. 73).

Desafortunadamente, no tenemos conocimiento alguno sobre las unidades de longitud y las técnicas correspondientes para hacer mediciones de terrenos. Pero, presumimos que se usaron unidades personales de longitud y mediciones de terrenos en función de la cantidad de semillas por surco, como en Sumer.

Es bastante extraño que no exista una sola tablilla que exhiba operaciones matemáticas o soluciones de problemas prácticos. Pero, a partir de esto, sí se deriva algo concluyente: ninguna de las dependencias de los palacios encontrados, en donde se elaboraron inventarios, tanto de ofrendas religiosas como de impuestos, ofrece la más mínima idea sobre cómo y en qué se habrían de invertir estos recursos (a excepción de las semillas).

Aquel catastro mesopotámico y egipcio, en el cual la casta sacerdotal elaboraba no solo inventarios, sino cálculos para la proyección y ejecución de obras públicas, ya no existe en la sociedad micénica. Tanto esa soberanía con la que el catastro de los templos mesopotámicos ordenaba la ejecución de una obra,

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como esos grafismos creativos de los funcionarios pertenecientes al catastro del Estado egipcio (cuando proyectaban, en ese misticismo de la precisión, la construcción de una pirámide) desaparecen por completo del mundo micénico.

Así pues, el catastro micénico dejó de administrar en materia de obras públicas o, por lo menos, fue relevado de la función de proyectar y ejecutar las obras públicas más importantes, para dedicarse, en buena medida, a las funciones fiscales, o mejor, a realizar inventarios y controlar los tributos. Solamente en la tablilla Er312, referenciada atrás, podemos encontrar un ejercicio administrativo del catastro palaciego (el catastro sacerdotal apenas inventariaba tributos), pues señala una repartición de semillas entre el rey, el jefe militar y tres aristócratas.

Podríamos suponer, a partir de esta tabilla, que el catastro palaciego micénico continuó esa tradición de administrar la actividad agrícola, muy propia de los catastros anteriores. Pero, también podríamos sospechar que el catastro palaciego solamente se ocupó de la administración de la tierra de aquellos propietarios importantes. Estas dos hipótesis, acompañadas de la afirmación según la cual el catastro micénico fue marginado de los procesos de construcción de obras públicas, sugieren de inmediato la siguiente afirmación: el catastro fue separado lentamente de sus actividades administrativas, las cuales dieron lugar a la formación de la esfera de la administración pública, cuyos funcionarios sufrieron a su vez un proceso de separación del poder sacerdotal, para convertirse en funcionarios públicos al servicio del poder político. Esta afirmación tiene un doble fundamento.

Primero, las sociedades hidroagrícolas, como la micénica, no concentraron sus esfuerzos en la construcción de grandes obras civiles, sino en el fortalecimiento de un estilo de gobierno que permitiera la construcción de un individuo de fuertes sentimientos patrióticos y de marcada tendencia a deliberar sobre lo que era conveniente o no para su pueblo. Este modelo de individuo fue el encargado de minimizar la injerencia de la casta sacerdotal en los

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asuntos públicos, hasta el punto de llegar a propiciar y materializar la idea de un catastro público (separado del catastro sacerdotal), que hemos llamado atrás catastro monárquico o palaciego.

Segundo, el hecho de utilizar los conocimientos técnicos (de la matemática, la geometría, la agricultura, la metalurgia, etc.) estrictamente necesarios para el comercio y las actividades productivas, trajo como consecuencia el que fueran percibidos poco a poco como conocimientos prácticos para aligerar los trabajos, y no fórmulas mágicas de uso exclusivo de la casta sacerdotal. Por ello, los sacerdotes micenos son expulsados de cualquier actividad administrativa y reducidos a sus tareas religiosas o a inventariar los tributos que ingresan a sus templos. Por su parte, los administradores públicos debieron asumir (una vez se sintieron lo suficientemente capacitados) muchas tareas que antaño desempeñaban los sacerdotes, como los cálculos, diseños y presupuestos indispensables para ejecutar una obra civil. Más adelante veremos el modo como estas ideas permearon la vida de los griegos y fundamentaron su particular mentalidad.

En lo que corresponde a las formas de liquidación de los impuestos del catastro palaciego no se conoce nada. Escasamente tenemos conocimiento de los tipos de ofrendas religiosas que ingresaban a los templos, de acuerdo con los niveles personales de riqueza del “tributador”. Esta información no proviene, precisamente, de las tablillas de Lineal B, sino de lo que nos cuenta Homero, en la Ilíada, cuando hace referencia a las ofrendas religiosas de Agamenón. Sus ofrendas en grano son seis veces más que las del jefe del ejército, y cuatro veces y media mayores en vino, miel y queso. También regala un buey y pieles de oveja (Ibíd., p. 74). Frente a las ofrendas de un monarca o un noble de las sociedades hidráulicas, las ofrendas de Agamenón son realmente pobres. Esto se explica a partir del hecho de que las sociedades hidroagrícolas no permiten marcadas diferencias económicas entre sus miembros.

Por el contrario, los reyes y la nobleza participan de las faenas agrícolas, al igual que luchan en las guerras junto a su pueblo. Homero refiere un pasaje donde Aquiles se entraba en una competencia con

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CAPÍTULO IV. Catastros en Micenas y Grecia

otra persona para decidir quién de los dos siega más, y otro pasaje en el que Ulises labra su propia tierra y construye sus muebles.

Conclusiones

Finalmente, podemos derivar las siguientes conclusiones sobre el catastro micénico.

• Encontramos dos tipos de catastro, un catastro monárquico o palaciego y otro catastro de cuño sacerdotal.

• Los dos tipos de catastro sufrieron un proceso de separación de las actividades administrativas, y se convirtieron en catastros con funciones exclusivamente fiscales o censoras.

• La idea de un catastro meramente fiscal fue heredada por culturas occidentales posteriores, la cual es conservada hasta la modernidad y es la responsable de que hoy se asocie cotidianamente el catastro con impuesto o censo.

• Aparecen las primeras manifestaciones de la administración pública, idea que en la Grecia Clásica se convertirá en toda una institución pública para administrar y gobernar la ciudad.

• La escritura y los conocimientos técnicos entraron en un proceso de secularización, es decir, se difundieron lentamente por fuera de la casta sacerdotal. Por ello, la labor de los escribas no estaba sujeta a los intereses religiosos, y el conocimiento empezó a ser visto como un instrumento para resolver problemas prácticos.

4.3. El catastro en Grecia Clásica

Alrededor del año 1100 a.C., los dorios invadieron Grecia continental y, blandiendo sus armas de hierro, derrotaron a los

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guerreros micenos, cuyas armas eran de bronce. La Edad Micénica llega a su fin, y los antiguos griegos ingresan en una etapa de decadencia de tres siglos continuos, llamada la Edad de Hierro. En la sociedad micénica se distinguieron dos tribus (desde luego de estirpe griega), los jonios y los eolios. Un reducto de jonios resistió a la invasión doria en el Ática, península triangular al oriente de Grecia continental, donde se encuentra Atenas. Los eolios conservaron una parte del Peloponeso y varias zonas situadas al norte del golfo de Corinto. Muchos jonios y eolios, prefirieron migrar a las islas del mar Egeo, hasta fundar ciudades en las costas orientales del mismo mar.

En estas nuevas ciudades y en aquellos territorios defendidos, los antiguos griegos fundaron pequeñas comunidades autónomas conformadas cada una por una ciudad principal y terrenos laborables en derredor. Lentamente, revitalizaron las tradiciones de gobierno y administrativas de las ciudades micénicas, establecieron relaciones comerciales en todo el mar Egeo, y llegaron a fundar ciudades en Sicilia e Italia. Un buen número de colonias griegas prosperó a través del comercio y la elaboración de artesanías; los alimentos, maderas y minerales eran comprados a las tribus nativas. Para el siglo VIII a.C., los pueblos griegos habían reunido las condiciones necesarias para constituirse en los grandes protagonistas de la civilización occidental.

Pero, durante los procesos sociales entre los siglos VIII y V a.C., los griegos no solo revieron las prácticas de gobierno y administrativas de sus ascendientes, sino que fueron más allá, las criticaron y redefinieron; pusieron en marcha un modelo de sociedad inédito hasta el momento en la historia de la civilización, se trata pues de la ciudad-Estado democrática.

Las ciudades griegas eran pequeñas en comparación con cualquier ciudad de los antiguos imperios. Atenas, en su período de gloria, tenía una población de 43.000 ciudadanos adultos de sexo masculino y, en suma, toda la población, entre niños, mujeres, extranjeros y esclavos, no pasó de los 250.000 habitantes. Para el

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CAPÍTULO IV. Catastros en Micenas y Grecia

siglo V a.C., la idea de una ciudad gobernada por un rey era ya obsoleta.

En virtud de una tradición de gobierno, heredada de los micenos, fundada en el poder político, en el espíritu patriótico y de respeto al trabajo, y en el debate público de la nobleza sobre los temas que concernían a toda la ciudad, y dadas las circunstancias de ciudades con un número reducido de habitantes, los griegos allanaron el camino para fundar la idea de un gobierno basado en las decisiones de las asambleas públicas, a la sazón bastante viables por el pequeño número de participantes. Las asambleas podían elegir un gobernante, el cual era removido de sus funciones si era incompetente o llegaba a ser demasiado poderoso. El gobernante era designado con el nombre de arconte, que quiere decir primero, no por ser un rey, sino por ser el primer hombre de Estado. También existían concejos de ancianos encargados de impartir justicia, y con frecuencia se les llamaba también arcontes o simplemente kósmoi (ordenadores).

A pesar de que las ciudades-Estado sostuvieron constantes guerras entre sí, los griegos no ignoraron sus raíces comunes. La lengua, el reconocimiento de Zeus Olímpico como el dios principal, el respeto tácito por el territorio sagrado como el templo de Delfos, donde se pronunciaron los famosos oráculos de Delfos y los Juegos Olímpicos, eran elementos de unión que en varias ocasiones permitieron la unificación temporal de los griegos para enfrentar un enemigo común.

Grecia alcanza su magnificencia en el período conocido con el nombre de Grecia Clásica, el cual abarca el siglo V a.C. y buena parte del siglo IV a.C. El siglo V a.C. es llamado el siglo de Pericles, gobernante de Atenas. Durante este siglo se construyen majestuosos templos y obras públicas exclusivamente dedicadas a la contemplación, la reunión, la discusión y la enseñanza. Se escribieron monumentales obras de literatura e historia; Esquilo, Heródoto, Sófocles, Eurípides y Tucídides, al igual que Sócrates, el héroe del lenguaje racional, vivieron a largo de ese siglo. El siglo IV

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a.C. no fue menos glorioso; Platón y Aristóteles fundan la academia y el liceo respectivamente, Jenofonte escribe sus Memorabilia (Memorables) y Diógenes el Cínico “es más libre y poderoso que Alejandro Magno”.

En lo que toca a la tenencia de la tierra, se distinguieron básicamente dos clases sociales: una compuesta de campesinos ricos y nobles, que poseían las tierras llanas, y otra compuesta de pequeños propietarios, los cuales poseían las tierras montañosas. Cada una de estas clases empleaban esclavos y prisioneros de guerra para las épocas de cosecha o para el cuidado del ganado.

En consonancia con las ideas de justicia y felicidad, los griegos cuidaron de que no existieran diferencias notables en cuanto a los tamaños de la propiedad. En el siglo V a.C., gracias a las reformas de distintos legisladores, las tres cuartas partes de los ciudadanos atenienses eran propietarios, y en el siglo IV a.C. la propiedad mayor del Ática medía solo 26 hectáreas.

Demóstenes, el famoso orador griego, no reunía con todas sus propiedades más de 300 hectáreas (Alba, 1973, p. 42). Desde luego, cuando en distintas colonias griegas se presentaba la concentración de las tierras productivas en pocas manos, los campesinos desposeídos se levantaban contra sus gobernantes, declaraban la abolición de sus deudas y confiscaban los bienes de la nobleza y de los campesinos ricos.

En Megara, alrededor del 410 a.C., en Samos, dos años después, y en Siracusa, las insurrecciones de los campesinos pobres condujeron a la redistribución de las tierras y las riquezas. En la isla de Lípari, ubicada al noreste de Sicilia y colonizada por los griegos hacia el año 580 a.C., refiere Diodoro Sículo que los colonos redistribuían las tierras cada 20 años y que sus islas vecinas se cultivaban de manera colectiva (Wernher y Páramo, 1995, p. 94).

La palabra griega para designar el lote o terreno que alguien poseía era κλῆρος (kléros), y οἶκος (oîkos) se usaba para designar la casa; de este modo, el kleros y el oikos constituían la totalidad de la propiedad. Al respecto se escribe en la Ilíada, canto XV:

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CAPÍTULO IV. Catastros en Micenas y Grecia

“(Héctor arenga a los troyanos) el que de vosotros, herido por arma arrojadiza o por espada, alcance la muerte y el destino funesto, muera; no le está mal morir defendiendo la patria. Su mujer y sus hijos estarán a salvo en el futuro, y su casa y su tierra (oikos kai kleros) no sufrirán daño, si es que los aqueos se van con sus naves a su patria tierra” (Ilíada XV, 494-499, citado en Wernher y Páramo, 1995).

En este contexto de la Grecia Clásica podemos situar la consolidación de un catastro democrático, libre de las presiones de la casta sacerdotal, independiente de los intereses particulares de la aristocracia, reflexivo y razonable frente a los compromisos tributarios de la población, instrumento práctico y público para la esfera de la administración pública y para el gobierno en general de la ciudad. La reconstrucción de este catastro solamente es posible a través de la historia, la literatura y la filosofía de la Grecia Clásica.

No existen pergaminos que hagan referencia a las actividades cotidianas de la administración de las ciudades. Guerras e invasiones no dejaron rastro de un registro o de un inventario escrito, y solo gracias al deslumbramiento que provocaron el arte, la arquitectura, la literatura y la filosofía griegas en los pueblos extranjeros o invasores, se conservaron algunas de las grandes obras espirituales y materiales de la cultura griega.

El catastro en la Grecia Clásica es una institución completamente sumergida en la cultura clásica griega. Su reconstrucción precisa un estudio minucioso de los autores clásicos, los cuales no proporcionan información directa sobre las actividades administrativas, pero sí ofrecen una referencia directa del espíritu de las instituciones públicas, del mismo modo que el lenguaje griego nos sugiere ideas significativas sobre sus procesos de formación.

Un catastro así reconstruido no puede pretender encontrar información detallada sobre las técnicas de medición de los terrenos (aunque de manera general sabemos que su agrimensura fue traída de Egipto y de Babilonia, y sometida a los ejercicios demostrativos deductivos en la obra de Euclides alrededor del año 300 a.C.), los métodos de liquidación de los impuestos y las técnicas de registro

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de la propiedad inmueble. Pero sí puede pretender, a grandes trazos, un estudio de las ideas fundamentales que regularon las actividades de este catastro.

Empecemos, entonces, con el estudio del catastro a través de las palabras griegas que hacen referencia a esta actividad. Existen dos palabras griegas para designar inventario o registro, ἀριθμός (arithmós) y κατάλογος (katálogos). Sin embargo, arithmós es más utilizada para significar suma, cantidad y numeración. Katálogos, en cambio, significa catálogo, lista y registro. Ahora bien, katálogos puede ser asociada a un buen número de palabras griegas que apuntan a actividades esenciales del catastro tanto fiscal como administrativo; palabras que conservan todas la raíz <kata>. Por ejemplo, Heródoto escribe:

“Decían que ese rey (Sesostris) les había distribuido (kataneîmai) a todos los egipcios del país, dándole a cada uno un lote rectangular de igual tamaño” (Heródoto II 109, 1, citado en Wernher y Páramo, 1995).

Kataneîmai implica distribuir y, específicamente, se aplica aquí para designar distribución de lotes. La distribución de lotes fue una práctica del catastro egipcio, y los griegos solían distribuir por sorteo sus tierras colonizadas, evocando la idea de que la suerte es una manifestación de la justicia divina. En Platón, concretamente en el diálogo las Leyes, puede leerse otro testimonio:

“Quien siendo padre redacte testamento para disponer de sus bienes, deberá en primer lugar escribir como heredero a aquel de sus hijos que considere merecedor de ello (...) Si algún hijo quedare sin que el padre lo haya hecho poseedor de algún lote de la heredad, al padre le será permitido darle cuanto quiera de sus otras posesiones, pero no de la que constituye la heredad paterna o hace parte de los recursos (kataskevîs) a ésta necesarios” (Las Leyes, 923c-d, citado en Wernher y Páramo, 1995).

Kataskevîs indica recursos necesarios, provisiones, equipamiento conveniente, pero también significa disponer con arte,

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CAPÍTULO IV. Catastros en Micenas y Grecia

organización, constitución de un Estado. Palabras que revelan la presencia de una antigua institución encargada de poner en orden las relaciones de propiedad sobre los bienes. En Jenofonte, los sabios legisladores o los funcionarios del Estado son llamados katastêsai:

“Diciendo que sería estúpido nombrar a los arcontes (katastêsai) según las habas, mientras nadie quiere emplear un timonel sorteado con ellas, ni un carpintero, ni un flautista” (Memorables, I, II, 9, citado en Wernher y Páramo, 1995).

Existen otras palabras relacionadas con la actividad del catastro, las cuales son muy pertinentes aquí. Katabálo, donde <bálo> indica echar, pero con <kata>, significa ahora pagar, depositar, producir y reportar. Katabolé, que significa depósito de dinero o pago, siendo <bolé> lanzamiento o disparo.

Katanguélo, donde <anguélo> significa anunciar, notificar, y con <kata> significa declarar, denunciar. Katadídomi, sabiendo que <dídomi> indica ofrecer, dar, y con <kata> ahora indica repartir, distribuir. Katateoréo, donde <teoréo> significa mirar, observar, y al adicionar <kata> el vocablo significa examinar atentamente.

Katalégo, que significa enumerar, exponer detalladamente, decir exactamente, inscribir y registrar, siendo <légo> reunir, contar, computar, ordenar, prescribir. Kataxión, que quiere decir juzgar digno, decidir, ordenar. Kataspeíro, palabra que menta sembrar, plantar. Katástasis, que significa institución, establecimiento, represión. Katastátes, la cual señala restaurador, restablecedor.

Katastréfo, que indica remover la tierra con el arado, siendo <stréfo> revolver, trastornar. Katásjesis, cuyo significado es posesión, ocupación. Katatáso, que quiere decir poner en orden o en filas, siendo <táso> ordenar, formar, nombrar. Katoíkisis, fundación de una colonia, asentamiento. Katéjo, invadir, ocupar, arribar, atracar. Kátojos, que tiene buena memoria.

Estos vocablos griegos no dan cuenta, claramente, de su relación con la actividad del catastro. Así pues, tenemos que estudiar el papel que cumple en ellos la raíz <kata> o sus variaciones <kato>,

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<kate> y <kathi>. <Kata> contiene tres significados fundamentales: bajo tierra, conforme a la ley y distribución.

La expresión ‘bajo tierra’ tiene un significado particular. Los griegos consideraban el entierro de algo como un acto de purificación de ese algo, es decir, cuando algo estaba bajo tierra ingresaba en un proceso de limpieza y expiación. Este algo podía ser un animal o un cadáver. Esta idea de purificación tuvo resonancia en muchos vocablos morales y, por supuesto, en expresiones propias de la esfera de la legislación y la administración. No es gratuito, por ejemplo, que la palabra para designar a alguien limpio, puro, sincero y justo, conserve la raíz <kata>, o sea, katharós.

La palabra katastêsai, que designa funcionario o arconte en Jenofonte, lleva en su raíz <kata> la idea de que esta persona es justa e intachable. Ahora bien, el arconte es quien gobierna, pero no según sus intereses particulares, sino según la ley establecida, es decir, ordena y juzga lo que es digno para el pueblo (kataxión). Por ello, quien ejerce justicia está dispuesto a reprimir y a restaurar el orden (katástasis). Igualmente, el legislador griego cuenta con el recurso de la infalibilidad, gracias a una memoria descomunal, tal como lo figura Hesíodo cuando habla del dios justo por excelencia, Nereo, el Anciano del Mar:

“Es llamado el Anciano porque es adivino infalible y benigno a la vez, porque jamás olvida la equidad y porque no conoce más que justos y benignos pensamientos” (Detienne,.1981, p. 39).

Por tanto, el legislador griego posee también una memoria inequívoca (kátojos). En los periplos de la colonización griega, la tierra se distribuía por sorteo, distribución que estaba signada por un justo destino, el destino proferido por los dioses, por lo que la palabra ‘arrojar’ en la expresión ‘arrojar la tarja’20, se escribe en Sófocles katheînai (Wernher y Páramo, 1995, p. 110).

20 Ficha, guijarros o trocitos de madera utilizado en los sorteos para asignar los lotes de una colonia o para seleccionar a quienes participarían en una empresa.

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CAPÍTULO IV. Catastros en Micenas y Grecia

En vista de que esta distribución se rige por el principio de la equidad, la palabra distribución se escribe katadídomi o, en Heródoto, kataneîmai. La colonización debe invadir y ocupar (katéjo), por la dignidad y para el beneficio del pueblo griego, y por ello mismo funda una colonia o asentamiento (katoíkisis).

Quien imparte orden, expone y registra algo detalladamente (katalégo), pero también ordena ese algo, o bien ordenando en filas (katatáso) personas, nombres u objetos, o bien ordenando la posesión (katásjesis). El ordenador de la posesión pronuncia las leyes necesarias para la conservación de la constitución u organización del Estado, por lo que indica los límites de la posesión, los recursos necesarios o el equipamiento conveniente (kataskevîs), y establece las obligaciones tributarias de los propietarios o lo que deben pagar o depositar (katabálo).

Es posible que los vocablos griegos en mención, hayan contribuido a la configuración de la palabra moderna ‘catastro’, pues una documentada etimología hace provenir esta palabra del griego bizantino katástijon. Más adelante abordaremos este tema de manera exhaustiva.

El catastro es un inventario, por lo tanto, la noción de catastro, en griego, se designó probablemente con la palabra katálogos, y su función de registrar fue llamada katalégo. Aunque la palabra katálogos implica registrar, también implica legislar y establecer tributos. Sin embargo, estas asociaciones prueban que el catastro en la Grecia Clásica fue una institución que, además de cumplir con la función de registrar e imponer tributos a la posesión, contribuía a la organización y conservación de un orden social justo.

Este catastro conocía los propósitos generales de su labor, por lo que no se limitaba a sus funciones fiscales, sino que participaba activamente en las deliberaciones sobre la mejor forma de administrar y gobernar la ciudad, pues presumiblemente, tanto la labor de registrar las posesiones como de imponerles tributos era parte del debate en la esfera de la administración del Estado.

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En consecuencia, tampoco era un catastro meramente fiscal (como lo fue en algún momento el catastro micénico), pues el hecho de ser parte integrante de la esfera de la administración pública, lo convierte en un catastro muy particular, un catastro que hemos dado en llamar catastro de vocación democrática.

No existen evidencias acerca de un catastro religioso en Grecia. Posiblemente, los santuarios o templos más concurridos elaboraron, según la tradición micénica, inventarios de las ofrendas religiosas. El más importante de los templos fue el de la ciudad-Estado de Delfos, ubicada al oeste de Beocia. La ciudad y el templo fueron consagrados a Apolo (dios de la juventud, la belleza, la poesía y la música) y a nueve diosas (las Musas), las cuales revelaban a los hombres el conocimiento de las artes y las ciencias.

La tradición habla de que este templo hizo fama por sus certeros oráculos, y que en virtud de las ofrendas y las comisiones que se cobraban por custodiar muchos tesoros (protegidos también por el hecho de estar en territorio sagrado), Delfos se convirtió en una ciudad próspera. Muy probablemente, estas ofrendas y tesoros fueron inventariados por un catastro religioso.

Respeto de la hipótesis de un catastro urbano en la Grecia Clásica nos limitaremos a precisar algunas ideas. En el siglo V a.C., las casas griegas de Atenas eran en general muy modestas, si las comparamos con las grandes construcciones, como los teatros y santuarios. La mayoría de aquellas tenía dos pisos y estaban construidas con ladrillos sin cocer sobre una base de piedra. Contaban con un patio central, y sus paredes eran interrumpidas por pequeñas ventanas que daban a la calle (Woodford, 1987, p. 81).

En el siglo IV a.C. las casas habían experimentado algunas reformas. En Priene (ciudad de la costa occidental de Asia Menor, al norte de Mileto) las casas eran de planta cuadrada y se ajustaban al trazo ortogonal de las calles. Se procuraba que todas las habitaciones tuvieran acceso a un patio interior, el cual, en algunas ocasiones, presentaba una hilera de columnas a un lado o a los cuatro lados (Ibíd., p. 82).

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CAPÍTULO IV. Catastros en Micenas y Grecia

No existía ninguna reglamentación sobre el tamaño de las casas y la distribución de los espacios interiores, por lo que difícilmente se encuentran diseños iguales. De este modo, la propiedad inmueble urbana no parecía estar regulada por alguna institución, y solo podemos afirmar que, en algunas ciudades, respetaba la proyección urbanística de las vías y plazas del naciente urbanismo racional del siglo V a.C., cuya plena madurez fue alcanzada en el siglo IV a.C.

Si las casas, en general, eran de planta irregular, experimentaban una libertad de diseño y sus predios poseían extensiones distintas, entonces hacían muy difícil la definición de criterios técnicos para que el catastro liquidara los impuestos a las posesiones urbanas. Así pues, si existió algún tipo de carga impositiva en la ciudad de la Grecia Clásica debió obedecer a un simple criterio de tributación per cápita, o algo similar.

Conclusiones

Para terminar, enunciaremos las siguientes conclusiones:

• Aparece por primera vez en la historia un catastro de vocación democrática.

• El catastro democrático era parte integral de la esfera de la administración pública.

• Las funciones básicas del catastro democrático, es decir, censar la propiedad inmueble rural y liquidar sus impuestos, probablemente se sometieron a las asambleas de ciudadanos, en distintos periodos no definibles.

• La idea de un catastro democrático ha tenido resonancia en los procesos de concepción y elaboración de los catastros modernos, no como una idea esencial reguladora, sino como una idea meramente formal para justificar su existencia.

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CAPÍTULO V. Catastros en la República y en el Imperio Romano

CAPÍTULO V

Catastros en la República y el Imperio Romano

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CAPÍTULO V. Catastros en la República y en el Imperio Romano

El catastro romano

En este capítulo asistiremos al nacimiento de un catastro “fiscalista”, no un catastro fiscal como el catastro micénico, sino un catastro movido por el espíritu ciego de la figura severa e incompasiva del recaudador. Instrumento fiscal omnipresente, animado por una refinada legislación, a veces oligárquica, a veces populista. Institución al servicio de alguna maquinación senatorial, vehículo eficiente de denuncias públicas, industria tributaria infatigable, observador obsesivo de un mundo concebido como un libro abierto de cuentas y recaudos.

La historia de Roma puede ser dividida en dos partes, una que corresponde a la historia de la República Romana, y otra que corresponde a la historia del Imperio Romano. La República Romana subsistió desde el año 509 a.C., cuando es expulsada la monarquía y se establece un gobierno compartido entre dos cónsules (que significa asociados) de elección anual y con la obligatoriedad de respetar los comentarios de la asamblea de los cien ancianos (el Senado), hasta el año 29 a.C., cuando Octavio (sobrino nieto de Julio César) aplaca las guerras civiles, reorganiza el gobierno y conquista la paz; finalmente, en el año 27 a.C., recibe el título de Augusto (“responsable por el incremento del bienestar del mundo”) y es llamado por el ejército Imperator, que quiere decir comandante o líder.

Así pues, Octavio fue el primer Imperator (en castellano Emperador) de la historia de Roma, y el iniciador de un largo período en que el territorio romano fue gobernado por Emperadores. El Imperio Romano atravesó la historia desde el año 27 a.C. hasta el 486 d.C., cuando Clodoveo, rey de los francos, derrota a Siagrio, gobernante de Soissons, el último vestigio del Imperio Romano de Occidente. Aunque el Imperio Romano de Oriente seguía intacto, ya se habían marginado del característico estilo de desarrollo del occidente romano, para encaminarse hacia la fundación de una nueva civilización, el Imperio Bizantino.

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La sociedad romana absorbió todas las formas de tenencia de la tierra, las técnicas agrícolas y constructivas que habían surgido desde Grecia hasta la India, y desde el Cáucaso hasta el Nilo. Al fundarse la República Romana, existía una población aproximada de 130.000 habitantes, y su territorio alcanzaba los 1.000 km2.

En la época de las guerras púnicas (las tres guerras contra Cartago: 264 a.C.–241 a.C., 218 a.C.–201 a.C. y 149 a.C.–146 a.C.), la población ascendía a los 282.000 habitantes y el territorio se acercaba a los 27.000 km2. Se dice que en la época de máxima expansión del Imperio Romano (114 d.C.), Galia, Iberia, África Septentrional, Mediterráneo oriental, Grecia, Asia Menor, Armenia, Mesopotamia, Britania y, por supuesto, Iliria (Italia, Austria y Yugoslavia) se encontraban bajo el dominio de un solo hombre, el Emperador. La población de este gigantesco territorio sobrepasaba los 100’000.000 de habitantes, se contaban 290.000 kilómetros de caminos y una extensión aproximada de 9’000.000 de km2 (Asimov, 1988, p. 289).

Durante el Imperio, se producía y comerciaba vino, aceite, trigo, algodón y toda clase de ganado. Las vías de comunicación terrestres, fluviales y marítimas fueron seguras y rápidas, y permitieron movilizar con eficiencia esta enorme riqueza. Al final de la República existían grandes, medianos y pequeños propietarios.

Por ejemplo, Craso (115 a.C –53 a.C.), gobernante junto a Julio César y Pompeyo, disponía de 25.000 hectáreas (Alba, 1973, p. 57); y durante el Imperio, Sicilia, hacia el año 70 d.C., pertenecía a 84 personas. La mayoría de los predios (al menos en Italia y su ciudad principal, Roma) estaban limitados por mojones, y su extensión era determinada por profesionales, los gromatici o agrimensores, cuyo cargo tenía un carácter público y religioso. Gromatici deriva su nombre de groma, instrumento romano utilizado para medir terrenos (Figura 3).

En las postrimerías de la República, las tierras no cultivadas, los bosques y las tierras marginales (tierras limítrofes) pertenecían al Estado. Las tierras colonizadas se distribuían individualmente o

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CAPÍTULO V. Catastros en la República y en el Imperio Romano

se vendían para incrementar el tesoro público. Las tierras que no se distribuían o que no se vendían hacían parte del ager publicus (campo público), las cuales eran reservadas para asignarlas a campesinos sin tierra o a patricios (la nobleza romana), bajo la figura jurídica de poseedores, mas no de propietarios.

En general, la sociedad romana estaba compuesta por plebeyos y patricios (aunque esta distinción fue desapareciendo con el tiempo). Los plebeyos (gente común) lograron con el tiempo acceder a los cargos públicos, nombrar sus representantes (los tribunos) y hasta tener sus propios cónsules. Otro componente importante era el conformado por los clientes, los colonos y los esclavos, que no podían poseer tierras (a excepción de los colonos) ni votar en las asambleas. Sobre los clientes escribe Alba:

“El cliente era un hombre libre que pedía la protección de un jefe de familia, recibían de éste tierra y equipo y, a cambio, aceptaba los mismos deberes que un miembro de la familia (...) Su patrón –cuyo nombre llevaba– lo representaba en las cuestiones de justicia” (Ibíd., p. 48).

Se llamaba colono a quien arrendaba la parcela de un latifundio y, a cambio de recibir la protección del latifundista, se comprometía a no abandonarla. Un tipo de funcionario muy importante para nuestros propósitos es el cuestor (que significa ‘indagar por qué’), cargo que daba lugar a una clase de magistrados menores, que actuaban como jueces y supervisaban los juicios penales.

El cuestor, posteriormente, será un funcionario a cargo del tesoro público, dependencia del Estado que contó con un registro de las obligaciones tributarias de los poseedores y propietarios. Esta dependencia, reunió todas las condiciones para conformar una institución de la misma importancia, el catastro fiscalista, que, además de llevar aquellos registros, tenía a su disposición el servicio de los gromatici y de personas encargadas de determinar jurídicamente las distintas servidumbres rurales y urbanas, como veremos más adelante.

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Figura 3. El gromatici y la groma21

En el año 376 a.C., los tribunos Licinio Estolón y Sexto Laterano presentaron una ley agraria y sobre deudas; después de muchas oposiciones, lograron aplicarla. La ley anuló los intereses del capital debido, beneficiando a los plebeyos, y limitó la posesión de la tierra del ager publicus a 500 yugadas22.

Desde luego, esta ley se aplicó solo por algunos períodos. Se tiene conocimiento de un censo, ordenado por Claudio en el año 312 a.C., no solo de la propiedad inmueble, sino de la propiedad mueble. Gracias a este censo, se determinó una escandalosa cantidad de campesinos y obreros pobres, por lo que muchos de ellos se convirtieron en electores; y en el año 304 a.C. se aprobó la ley según la cual debían divulgarse públicamente todas las fórmulas jurídicas, hasta el momento conocida solo por escribanos y sacerdotes al servicio del Estado, y por algunos patricios. Durante un largo

21 Recuperado el 18 de septiembre de 2017 de http://www.homolaicus.com/arte/cesena/storia/Centuriazione/as9798/La%20centuriazione/Centuriare.htm22 Extensión de tierra que puede arar un par de bueyes en un día. Esta medida de área es muy relativa y depende del tipo de suelo y del ritmo de trabajo. Puede oscilar entre 1.600 y 4.000 m2.

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CAPÍTULO V. Catastros en la República y en el Imperio Romano

período del Imperio, el ager publicus solo podía asignar predios que no excedieran las 250 yugadas.

A lo largo de toda la historia del Imperio, no se tiene referencia de por lo menos una reforma agraria que incidiera en la distribución de la propiedad privada; las que se elaboraron solo tocaron el tema del ager publicus. En efecto, la propiedad empezó a ser entendida como ius utendi, ius fruendi, ius abutendi, derecho de usar, derecho de gozar y derecho de abusar de la cosa poseída. El propietario podía erosionar la tierra, incendiar los bosques y secar las fuentes de agua, sin que fuera sancionado por la ley.

En el siglo II d.C. se produjo un cambio en la administración de justicia, por lo cual el tesoro público fue separado de toda actividad judicial y, en consecuencia, el catastro fiscalista también. El catastro ahora se encargaría de inventariar la propiedad mueble e inmueble, recaudar sus respectivas obligaciones tributarias, y no podría intervenir en la esfera de la legislación:

“Cambios en la administración de justicia sometieron las cuestiones agrarias a decisiones administrativas más bien que judiciales, con beneficio del gran terrateniente. Se sistematizó23 el sistema fiscal y se estableció el catastro. Se encargó a los municipios24 el cobro de los impuestos y se les hizo responsables del mismo (por lo que hubo más y más renuencia a aceptar cargos municipales) (...) Como la moneda era muy inestable, a menudo los impuestos se percibían en especies” (Ibíd., p. 57).

Esta cita de Víctor Alba arroja luces sobre la forma como se concibió el catastro romano. Pero antes hay que hacer una aclaración. El catastro aparece ante los ojos de los historiadores como una institución que debe cumplir, exclusivamente, con los requisitos

23 Aquí, se entiende por sistematizar, el hecho de organizar, jerarquizar y regular jurídicamente las actividades fiscales del Imperio. Al emperador Adriano (76 d.C. –138 d.C.) se le atribuyen estas reformas, las cuales estaban concebidas dentro de un plan orgánico de reestructuración de la administración romana.24 El municipio romano o municipium era una ciudad (con un entorno rural) sometida a Roma, pero con todos los derechos de cualquier ciudad romana. Contaba con leyes propias para regular sus asuntos internos. El municipio romano se vinculaba al poder de Roma a través de relaciones de vasallaje, sin que fuera necesaria la identidad de costumbres y de lengua, o de un horizonte político común.

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fundamentales del catastro moderno, es decir, censar la propiedad inmueble y liquidar sus impuestos.

En el evento de que esta actividad esté vinculada a otras, como la de administrar recursos, censar la población, legislar sobre la propiedad inmueble o registrar la propiedad mueble, ya no se le considera un catastro. Por ello, la cita menciona al catastro en el momento en que se crea un sistema fiscal y una legislación igual o semejante a la que regula el catastro moderno.

No obstante, mucho antes del siglo II d.C., durante “La Pax Romana” (27 a.C.–14 d.C.), existían no menos de 80’000.000 de personas esparcidas sobre el territorio romano, de las cuales, seguramente, millones tenían obligaciones tributarias por ser poseedores o propietarios. Bajo estas circunstancias, el emperador Octavio ejerció un control estricto sobre los recaudos del tesoro público, situación que, evidentemente, no hubiera sido posible sin la actualización de la información de un catastro.

En consecuencia, solo a partir del siglo II d.C., el catastro romano configuró las características esenciales del catastro moderno, sin que ello implicara un cambio en su carácter fiscalista, es decir, ejecutaba, sin ninguna posibilidad de deliberación sobre sus cargas y beneficios, las disposiciones que la legislación tributaria del momento (que en la mayoría de los casos desestimuló al minifundio y benefició al latifundista) considerara de su resorte.

Por el contrario, el catastro micénico, a pesar de ser un catastro fiscal, fue un catastro en cierta medida más razonable en materia de impuestos, si recordamos que la propiedad inmueble no podía ser expropiada por cesar sus pagos.

Así las cosas, a partir de esta época, el catastro estuvo regido por una legislación específica, según la cual se dedicaría solamente al registro de la propiedad mueble e inmueble y a la liquidación de sus impuestos. Estaría descentralizado en los distintos municipios del Imperio (al menos en lo que hacía referencia al recaudo), y concentraría los recursos obtenidos en el tesoro público.

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CAPÍTULO V. Catastros en la República y en el Imperio Romano

El catastro en la República de Roma

Después de las anteriores generalidades sobre el catastro fiscalista, haremos una reconstrucción de sus actividades particulares a través de la historia del derecho romano bajo el periodo de la República. Este catastro toma la forma de institución desde el momento en que los cónsules son separados de sus funciones administrativas:

“Hacia la misma época (444 a.C.), los patricios comprenden que no podían impedir por más largo tiempo todavía a los plebeyos el acceso a la más alta magistratura: el consulado. Acaso por este motivo, y también porque los cónsules, retenidos con demasiada frecuencia a la cabeza del Ejército, no tenían lugar de emplear el tiempo en sus funciones administrativas, ciertas atribuciones son sucesivamente separadas del poder consular y erigidas en dignidades distintas, que quedan largo tiempo todavía reservadas a los patricios. Así es como, en 307 A.U.C.25 (446 a.C.), se crean dos cuestores, a los que se confía la gestión del Tesoro Público; en 311 A.U.C. (442 a.C.), dos censores, encargados de las operaciones del censo, guardianes de las costumbres públicas y privadas” (Petit, 1978, p. 40).

Dado que, bajo la República, el catastro romano contó con la competencia de censor, se puede suponer que trabajó de la mano con el tesoro público, pero guardando distancia en sus oficios específicos. Los censores debían tomar las decisiones de común acuerdo, no estaban sometidos al veto de los tribunales y eran sustituidos cada cinco años, al igual que cada cinco años se debía actualizar el censo o catastro26. Ahora bien, durante la República el catastro tomó posición frente a las cuestiones jurídicas:

“Hacia el fin de la República, la autoridad de los prudentes27 toma una fuerza con la filosofía griega, que, después de una oposición

25 Las iniciales provienen de Ab Urbe Condita, que significa ‘desde la fundación de la ciudad’, cuya fecha se ha fijado en el 753 a.C.26 Cabe recordar que varios catastros modernos (incluyendo el colombiano) ejecutan la actualización de su información cada cinco años. Así pues, esta práctica tiene sus raíces en la República Romana.27 Se hace referencia a los seguidores del estoicismo, doctrina griega que argumentaba y practicaba el ejercicio de una severa moral.

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temporal del senado y de los censores, fue profesada libremente en Roma” (Ibíd., p. 44).

Hasta el siglo II d.C. se supone que el catastro debía censar la población. Sin embargo, solamente se censaba a los ciudadanos o esclavos libertos. Posteriormente, podemos suponer que se creó una institución exclusivamente para ello. Una forma de liberar a los esclavos durante la República era registrarlos en el censo o catastro, por lo que dentro de las formas de adquirir la libertad se escribe:

“Con el consentimiento del señor, el esclavo es inscrito en los registros del censo, donde cada ciudadano tenía su capítulo. Este modo de manumisión (liberación), aunque parece ser muy antiguo, data, sin duda alguna, de Servio Tulio (578 a.C–535 a.C), no pudiendo emplearse más que cada cinco años, y en el momento de las operaciones del censo” (Ibíd., p. 87).

Sobre el derecho de propiedad, los romanos practicaron una división básica de la propiedad: las cosas ‘divini juris’ y las cosas ‘humani juris’, las cosas de derecho divino y las cosas de derecho humano. Las primeras comprenden las res sacrae (cosas sacras, como terrenos, edificios y objetos sagrados, los cuales eran inalienables); las res religiosae (cosas religiosas, siendo inalienables); y las res sanctae (cosas santas, también inalienables). Las segundas comprenden todas las cosas profanas: las res comunes (cosas de uso común); las res publicae (cosas públicas); las res universitatis (cosas universales); y las res privatae (cosas privadas). Las cosas de uso común no son susceptibles de apropiación individual y son utilizables por todos los hombres. Tenemos el aire, el agua corriente, el mar y las orillas del mar.

Las cosas públicas son de uso común, pero de propiedad exclusiva del pueblo romano. Son las vías pretorianas o consulares, los puertos y las corrientes de agua que nunca se consumen. Las cosas universales son las ciudades y las corporaciones, incluyendo las cosas de uso común que las integran. Por ejemplo, teatros, plazas

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CAPÍTULO V. Catastros en la República y en el Imperio Romano

y baños públicos. Y las cosas privadas, “que componen el patrimonio de los particulares, las cuales pueden adquirirlas y transmitir a otros la propiedad”.

Las cosas privadas se subdividen en cosas ‘mancipi’ y cosas ‘nec mancipi’. Las cosas mancipi eran: los fundos de la tierra y las casas situadas en Italia y en las regiones regidas bajo el derecho romano, las servidumbres rurales sobre los mismos fundos, los esclavos, las bestias de carga y de tiro, es decir, los bueyes, caballos, mulas y asnos. Las cosas nec mancipi eran: los corderos, las cabras, el dinero y las joyas, y los demás animales y objetos que no eran parte de las cosas mancipi. Las cosas mancipi eran consideradas las más preciadas o los recursos necesarios para sobrellevar la existencia. Las cosas nec mancipi eran superfluas o constituían la riqueza.

Parece ser que en el censo del primigenio catastro romano ordenado por Servio Tulio se registraron solamente las cosas mancipi, pues eran la principal fuente de sostenimiento del pueblo romano. Adicionalmente, la tradición jurídica reconocía como propietario al que apareciera en los registros del catastro o censo, y en el caso de transferir la propiedad, debía reportar esta operación al censo, la cual cobraba verdadera eficacia durante las verificaciones ejecutadas por este cada cinco años (Ibíd., p. 169).

A Servio Tulio se le atribuye el establecimiento del primer censo romano (o la primera actividad catastral romana), el cual contemplaba: inscripción del nombre del jefe de familia en la tribu a la cual pertenece o con la cual habita; declaración bajo juramento del nombre y la edad tanto de su mujer como de sus hijos; y declaración bajo juramento de sus bienes o fortuna, dentro de la cual figuran los esclavos. La obligación de someterse al censo se le llamaba incensus, y quien se rehusaba a ella era castigado con la esclavitud, y sus bienes confiscados. Al respecto continúa Eugéne Petit:

“Las declaraciones estaban inscritas en un registro, donde cada jefe de familia tenía su capítulo, caput. Debían ser renovadas cada cinco años (...) Haciendo el censo conocer la fortuna de cada ciudadano, Servio Tulio estableció sobre esta base una nueva repartición de la

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población, desde el punto de vista del servicio militar y del pago del impuesto (...) Los ciudadanos fueron divididos en cinco clases, según que su patrimonio tenía un valor por lo menos de 100.000 ases para la primera, 75.000 ases para la segunda, 50.000 ases para la tercera, 25.000 ases para la cuarta y 11.000 ases para la quinta28. Estas clases están divididas en centurias (cien personas)” (Ibíd., p. 33).

Según el cuadro (Ídem), los Equites (Jinetes) no estaban incluidos en las clases y registraban la máxima riqueza, pues de las 18 centurias, 12 pertenecían a las familias más ricas de la ciudad y seis eran reclutadas entre los patricios. Los Pedites (Infantería) sumaban 170 centurias, constituyéndose en el mayor componente de la población.

Soldados Clases Centurias Riqueza según el censoEquites - 18 Census maximusPedites 1 80 100.000 asesPedites 2 20 75.000 asesPedites 3 20 50.000 asesPedites 4 20 25.000 asesPedites 5 30 11.000 asesIngenieros - 2 Menos de 11.000 asesMúsicos - 3 Menos de 11.000 asesTotal Población - 193 -

En total, la población censada era de 19.300 habitantes. Las personas que tenían menos de 11.000 ases, Ingenieros y Músicos, integraban el séquito del ejército o sustituían a las personas de las tropas regulares; también se desempeñaban como obreros o artesanos. De acuerdo a la edad, se establecieron dos tipos de centurias, una compuesta por personas entre los 17 y los 46 años cumplidos y, otra, por personas entre los 47 y los 60 años cumplidos. El impuesto era pagado por las cinco clases y por las personas que tenían no

28 Los historiadores han considerado que es bastante difícil determinar la equivalencia moderna aproximada de unas.

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menos de 1.500 ases. Aquellos que poseían menos de 1.500 ases se hallaban exentos de impuestos. No podemos determinar la cuantía de los distintos tipos de impuestos; solamente sabemos que eran proporcionales a la riqueza o patrimonio registrado.

Continuando con el derecho de propiedad, existe otra clasificación de la propiedad más fácil de manejar: las cosas corporales y las cosas incorporales. Las cosas incorporales correspondían a “las concepciones del espíritu”, y las cosas corporales correspondían a “todo lo que materialmente existe fuera del hombre libre”. Estas últimas se subdividían en muebles (res mobiles) e inmuebles (res soli). Los muebles eran los seres animados y los seres inanimados que pueden ser movidos por una fuerza exterior.

Los inmuebles eran los fundos de la tierra, los edificios y “todos los objetos mobiliarios que estén sujetos a estancia perpetua, los árboles y las plantas, mientras están adheridas al terreno”. Esta clasificación es muy útil para el catastro moderno, pero no lo fue menos para el catastro romano, pues con ella se definían las figuras jurídicas de la posesión, el interdicto, la enajenación, la usucapión y otras tantas que tocan el tema de la propiedad inmueble.

Dentro de los modos de adquirir la propiedad encontramos los establecidos por el derecho civil y los que provienen del derecho natural o derecho de gentes. Los primeros son: la mancipatio (mancipación), la in jure cessio (cesión ante el tribunal), la usucapio (usucapión), la adjudicatio (adjudicación) y la lex (ley). Los segundos son: la occupatio (ocupación) y la traditio (tradición). La mancipación era una compraventa por medio de metálico y de la balanza, ante cinco testigos. La in jure cessio era una compraventa ante el magistrado.

La usucapión era la adquisición de la propiedad por una posesión suficientemente prolongada. La adjudicación era ejecutada por un juez en el caso de “la partición de una sucesión entre coherederos”, en el caso de una “partición de cosas indivisas entre copropietarios” y en el caso de definir los límites de las propiedades inmuebles contiguas. Lo que el juez adjudica se convierte en objeto

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de propiedad, soportando consigo las servidumbres y las hipotecas gravadas. La lex era un acto de ley por el cual la propiedad era atribuida a una persona. La ocupación era “la toma de posesión de una cosa susceptible de propiedad privada y que no pertenecía a nadie”. El solo hecho de poseerla hacía a alguien propietario. Por ejemplo, animales salvajes, la caza, la pesca, el botín del enemigo (exceptuando los territorios que se integraban al ager publicus), las piedras preciosas, las perlas y el coral encontrados en el mar, sus orillas y en las islas que para los romanos no pertenecían a nadie, y el tesoro encontrado que no se le podía determinar su propietario. Y la tradición, la cual se daba cuando una persona tenía la intención de transferir la propiedad a una persona que tenía la intención de adquirirla. Esta operación se realizaba, generalmente, mediante una compraventa en metálico, una donación o un cambio. No era indispensable que la transferencia de la propiedad revistiera una justa causa, es decir, podía ser una causa falsa o ilícita29; solamente se exigía la intención o voluntad de enajenar y de adquirir en el acto de la transferencia.

De estos modos de adquirir la propiedad, la usucapión tenía mucha importancia para el catastro romano. Bajo el derecho clásico (siglos II y III d.C.), la usucapión aplicaba si se cumplían tres condiciones: una causa justa, la buena fe y la posesión durante el tiempo fijado. Cuando se tenía posesión de un inmueble durante dos años continuos, el enajenante la intención de transferir la propiedad y el adquirente la de hacerse propietario (causa justa), y el poseedor creía haber recibido el inmueble del verdadero propietario, se producía la usucapión. La causa justa se materializaba en el justo título y el tiempo de posesión debía ser probado ante el juez. Si había dudas sobre el verdadero propietario, el catastro o censo tenía toda la palabra para decidir si era espurio o no. Se concibieron otros modos de adquirir la propiedad, muy familiares para nosotros, como la adquisición por accesión. Esta era definida así:

29 Por ejemplo, es causa falsa o ilícita, cuando una persona cree deberle algo a otra persona y, en consecuencia, paga una deuda imaginaria. La persona que recibe el pago es ante el derecho romano propietaria de la suma.

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CAPÍTULO V. Catastros en la República y en el Imperio Romano

“Un modo natural de adquirir, que daba derecho al propietario de una cosa sobre todo lo que se incorpora, formando parte integrante de ella, y sobre todo lo que se desprende de la misma para formar un cuerpo nuevo” (Ibíd., p. 251).

En el evento de que un propietario ribereño vea aumentado su campo a causa de aluviones, el terreno añadido será del propietario en cuestión por accesión. En cuanto a la servidumbre predial, se definía como una restricción a la propiedad inmueble, plenamente justificada, en virtud del interés de la agricultura o de las necesidades resultantes de la vecindad de los predios construidos y no construidos. La servidumbre no podía procurar ventajas personales y debía ser perpetua.

Las servidumbres se dividían en servidumbres rurales y urbanas. Pero los predios urbanos eran concebidos como construcciones situadas en la ciudad o en el campo30. Las servidumbres rurales se subdividían en: servidumbre de pasaje, servidumbre de acueducto, servidumbre de estanque, servidumbre de pastos, y otras servidumbres que permitían el acceso a arena, piedras y otros materiales.

Las servidumbres urbanas se subdividían en: derecho de hacer penetrar vigas en la muralla del vecino; derecho de hacer descansar un edificio sobre un muro o sobre una construcción del vecino; servidumbre de cloaca, la cual permitía que las aguas pluviales fueran recibidas por las casas vecinas; y servidumbre de luminosidad, que impide levantar construcciones que afecten la visibilidad o quiten la luz a otras construcciones. Existen otras servidumbres que no son de nuestro interés mencionar aquí.

Los magistrados y los jueces encargados de validar y registrar (en el censo o catastro), en todos sus detalles, las compraventas (vendedor, comprador, ubicación y atributos de la cosa) o cualquier tipo de transferencia de la propiedad mueble e inmueble, también se ocuparon de la creación y determinación de las servidumbres.

30 Se le llamaba predio urbano a todo predio construido, no importando que estuviese ubicado en los entornos rurales de las ciudades.

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Éstas se creaban y determinaban directamente de tres maneras: ante un magistrado (in jure cessio); mediante un juez en un proceso de partición o deslinde (adjudicatio); y por testamento. Ahora bien, muchos magistrados y jueces tenían atribuciones censarias, pero no eran propiamente funcionarios del catastro. Pues solo podían ser funcionarios del catastro o censo, aquellas personas investidas de una alta autoridad moral y legislativa, al menos durante la República:

“Fuera de las operaciones del censo y de clasificación del pueblo, los censores, en tiempo de la República, tenían el poder discrecional de excluir del senado a un senador o a un caballero de la orden ecuestre. Podían también excluir al ciudadano de las centurias y privarle del derecho de sufragio. Los motivos de estas medidas tan rigurosas eran, por ejemplo: la intemperancia, el perjurio, el lujo y la negligencia en la gestión del patrimonio. Esta mancha (nota censoria) podía borrarse por alguna decisión de los censores siguientes” (Ibíd., p. 153).

Es difícil determinar, claramente, si el gromatici era un funcionario menor del catastro, o si era un trabajador independiente, pues apenas sabemos que se desempeñaba en actividades tanto públicas como religiosas. El gromatici, para obtener las mediciones de un terreno, operaba de la siguiente manera:

“Se situaba un sciotherum -una varilla de bronce- derecho sobre un círculo trazado probablemente en una placa de mármol. Se observaba luego la sombra proyectada por la varilla y se marcaban los dos puntos en que su extremo tocaba la circunferencia del círculo antes y después del medio día; se unían los dos puntos con una cuerda que se cortaba perpendicularmente con una línea que unía este punto con la base de la varilla; esta línea era el cardo, mientras que la misma cuerda era el decumanus. Una vez establecidos los ejes principales, o también aceptada la orientación dada por algún elemento notable del lugar, como podía ser una vía principal del tipo de la Vía Emilia, si ésta discurría por el paraje en cuestión el agrimensor operaba con un instrumento llamado groma o gnomon (al sciotherum se daba también el nombre de gnomon, lo que ha causado cierta confusión). Era éste un instrumento complejo; consistía en una cruz de brazos metálicos (stella) de cuyos extremos colgaban unas plomadas; la cruz se colocaba horizontal y excéntricamente sobre un armazón de

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CAPÍTULO V. Catastros en la República y en el Imperio Romano

madera (ferramentum) de forma que quedara situada directamente sobre un tablero en el que se había trazado otra cruz (decussis), una de cuyas líneas mayores se hacía coincidir con el eje (cardo o decumanus) previamente elegido por el agrimensor. Las líneas se fijaban luego visualmente” (Rykwert, 1985, p. 43-44).

La línea que unía los dos puntos que tocaban la circunferencia del círculo antes y después del mediodía, proporcionaban una orientación este-oeste aproximada, y se le llamaba decumanus; luego, se trazaba sobre la placa de mármol una línea perpendicular al decumanus. Esta línea perpendicular, proporcionaba una orientación norte-sur aproximada, y se le conocía con el nombre de cardo. La varilla de bronce, mencionada atrás, se hacía coincidir con el cardo. La cruz de brazos metálicos (stella) se encontraba a la altura de mira del agrimensor y coincidía con las orientaciones este-oeste y norte-sur.

Para lanzar visuales, se utilizaban los brazos metálicos como referencia o, a su turno, los desplazamientos de la sombra proyectada por la varilla de bronce sobre la placa de mármol. Los ejes de orientación podían ser arbitrarios, por lo que no se necesitaba del eje este-oeste, sino que simplemente se hacía coincidir, mediante líneas visuales, un brazo metálico con el eje material de una calle o con el muro de un edificio. Al parecer, estos agrimensores podían partir de una especie de datum: “el decussis del cardo maximus y el decumanus maximus, el umbilicus (el ombligo)” (Ibíd., p. 56)

No podemos determinar si existían peritos avaluadores, o si sus funciones eran absorbidas por magistrados y jueces, o si hacía parte de las labores de los funcionarios del catastro. De todas maneras, es claro que el catastro, hasta antes del siglo II d.C., desempeñó muchas de las labores que la historia del derecho romano le atribuye a los censores, jueces y magistrados que tenían algunas atribuciones censarias.

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Conclusiones

Para finalizar, expondremos las ideas básicas que rigieron al catastro romano en la República y en el Imperio:

• El censo como institución romana reunió todas las características propias de un catastro, en este caso, un catastro fiscalista.

• El catastro fiscalista se define como un instrumento de control estricto y no deliberante del excedente económico producido por campesinos y obreros.

• Los impuestos se liquidaban sobre la base de la propiedad mueble e inmueble.

• Antes de siglo II d.C., el catastro romano, o el censo, participó del conteo de la población, del registro de la propiedad y de la liquidación de sus impuestos.

• Después del siglo II. d.C., el catastro romano se concentró en el registro de la propiedad mueble e inmueble y en la liquidación de sus impuestos.

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CAPÍTULO VI. Discusión etimológica de la palabra catastro

CAPÍTULO VI

Discusión etimológica de la palabra catastro

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CAPÍTULO VI. Discusión etimológica de la palabra catastro

Etimología de la palabra catastro

Este aparte tiene dos objetivos principales: discutir la etimología de la palabra catastro y explicar las razones por las cuales la palabra ‘catastro’ tiene sinonimia con la palabra ‘inventario’.

La palabra catastro

El vocablo catastro, afirma el filólogo y romanista Joan Corominas, entró por el este de España, pues Zabala (Bruno Mauricio de Zabala, militar español, 1682-1736, documentación de 1731) lo registra en Cataluña, y Jovellanos (Gaspar Melchor de Jovellanos, jurista y enciclopedista español, 1744-1811, fecha de documentación no aclarada) lo refiere a la Corona de Aragón.

Según la evolución del vocablo: catastro deriva del francés antiguo catastre (hoy cadastre), este del dialecto italiano catastro y del italiano catasto, y este heredero de la expresión catàstico (que aparece en un documento veneciano de 1185), procedente del griego bizantino katástijon. En opinión de Corominas, la palabra katástijon (del dialecto griego que se conservó en el imperio Bizantino) figura por primera vez en un texto de los siglos VIII-XI (Corominas, 1954, p. 729).

En esta evolución se conservan los siguientes significados: hoy, catastro, indica inventario de bienes; catastre se empleó entre 1583 y 1704 significando lo mismo; catastro, como dialecto italiano, se empleó en Urbino, Piamonte y Liguria, con el significado de inventario; catasto, en toda la Edad Media se empleó como inventario de todas las fuentes de renta, y todavía en 1560 aparece como inventario de los bienes de un individuo; catàstico, en el documento veneciano hace referencia a inventario; y el griego bizantino katástijon nombra lista y libro de cuentas (Ídem.).

En cuanto a la morfología, la evolución de la partícula <ijon> de la palabra katástijon hasta la partícula <ro> de la palabra castellana catastro, no es en modo alguno problemática, si tenemos

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en cuenta que las flexiones (o cambios) de los dos sustantivos están fuertemente asociadas por una equivalencia semántica (de significados), plenamente justificada en la evolución del significado de catastro.

Si suponemos una evolución fonética estable desde katástijon hasta la palabra castellana catastro, es decir, conservadora de la partícula <katas>, la expresión <ijon> de katástijon, <ico> de catàstico, <o> de catasto, <ro> de catastro en un dialecto italiano, <re> de catastre, y <ro> de catastro en castellano, no sufre una alteración fonética importante en opinión de la filología. La <j> de la partícula <ijon> es gutural aspirada como la g de gema, por lo que la partícula tiene un valor fonético similar al valor fonético gutural de la partícula <ico> de catàstico, de la <r> en <re> de catastre en el francés antiguo y de cadastre en el francés de hoy. Y si es al este de España, es decir por Francia, por donde ingresó el vocablo catastro según Corominas, entonces de <ijon> a <re>, la estable evolución del valor fonético no es mera coincidencia, prueba de otro modo la cercanía entre el vocablo griego katástijon y el vocablo castellano catastro.

Existe otra etimología, establecida por Savigny (historiador del Derecho Romano, 1779-1861) en el siglo XIX, según la cual catastro proviene de la palabra latina capitastrum, derivada como una forma de caput, cabeza. Sin embargo, esta etimología se construye sobre la base de un error ortográfico, al escribirse la palabra francesa cadastre por la palabra cabdastre. Esta última se escribía erróneamente por un francés de Provenza (provincia de Francia), y hacía que <cab> sugiriera la idea de caput (Ídem.). Además, la evolución fonológica de capitastrum hasta catastro es completamente distorsionada. A no ser que supongamos que la <i> latina haya desaparecido, y la <t> y la <p> latina se hayan fusionado, u otra imaginada evolución.

No existe una documentación en la que se muestre la evolución semántica y fonética de capitastrum hasta catastro, ni una evolución morfológica que haga patente cierta cercanía. Aquella etimología aparece registrada en varios diccionarios etimológicos anteriores a

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CAPÍTULO VI. Discusión etimológica de la palabra catastro

1950. Por ejemplo, Don Eduardo de Echegaray en un diccionario cuya edición es de 1945, escribe:

“Del latín bárbaro capitastrum, registro del impuesto; formado de caput, cabeza, porque en el principio fue contribución impuesta a las personas, y luego a los bienes: francés, cadastre; catalán, catastro; italiano, catasto, catastro”.

Después de la obra de Corominas (1954) se ha preferido no tocar esta etimología, aunque existen otros diccionarios posteriores que se han inclinado más por la facilista etimología capitastrum.

Catastro e inventario

Ahora, responderemos a la siguiente pregunta: ¿por qué inventario es sinónimo de catastro? La palabra catastro proviene del griego bizantino katástijon e inventario del latín inventarium. Inventarium es una sustantivación del verbo invenire, hallar, encontrar; y significa lista, memoria de hacienda y bienes.

Katástijon es la unión de los vocablos <kata> y <stijon> (derivado de stíjos, línea). <Kata>, en virtud de la gramática griega, es un adverbio que significa abajo, enteramente, y preposición que significa en, sobre, dentro, debajo; y <stíjos> es un sustantivo que significa línea, verso, escritura.

Por tanto, katástijon significa ‘en línea’, ‘bajo escritura’, o como se ha traducido, ‘lista’, ‘listado’. De este modo, katástijon e inventarium traducen desde sus raíces ‘lista’, y en su evolución han guardado una fuerte similitud semántica, por lo que su sinonimia en sus formas actuales ‘inventario’ y ‘catastro’ no es fortuita. Así hemos respondido a la pregunta de por qué catastro e inventario son sinónimos tan sonados.

Si recordamos que en la Grecia Clásica el vocablo katálogos designaba inventario o registro; katalégo, inscribir o registrar; katástasis, institución; y katatáso, poner en orden o en filas, entonces, debemos admitir que estas palabras contribuyeron a configurar la

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palabra que, posteriormente, en griego bizantino, se escribirá como katástijon y que aún hoy se escribe significando lo mismo.

Es más, la raíz <kata> significaba en la Grecia Clásica ‘bajo tierra’, ‘conforme a la ley’ y ‘distribución’. Con el tiempo, específicamente bajo la cultura medieval latina y el Imperio Bizantino, se hizo común usarla como preposición para designar ‘debajo’, ‘dentro’, por lo que la traducción de katástijon (del griego bizantino) como lista, derivada de ‘en línea’ o ‘bajo escritura’, denuncia la pérdida de los significados ‘conforme a la ley’ y ‘distribución’. Esto explica, de algún modo, porqué la palabra catastro en castellano, cadastre en francés y catasto en italiano, solo refieren ‘en línea’, ‘bajo escritura’, lista, registro, inventario, y nada más.

‘Conforme a la ley’ y ‘distribución’

Katástijon nombra en griego bizantino ‘en línea’, ‘bajo línea’, ‘bajo escritura’; expresiones que hacen patente los atributos de algo que debe ser puesto en un grafismo, una escritura, un signo. Ese algo debe ser puesto en un signo porque debe estar ‘bajo escritura’, o mejor, porque una ley ordena que debe estar en la constancia del signo, de la palabra. Ese algo puede ser un objeto, unos nombres propios, un terreno, un testimonio, una transacción en metal.

Obediente al espíritu latino, la palabra katástijon, en la Edad Media, no evoca ya memoria política escrita, como sí lo hace la palabra katálogos en la Grecia Clásica. Memoria política escrita implica que algo debe reposar como palabra porque es solicitado, replicado, interpelado, en una palabra, discutido en la asamblea para que sea ‘distribuido’ y ‘conforme a la ley’. Por el contrario, memoria fiscal escrita implica que algo debe reposar como palabra porque una ley ordena su constancia, porque es medida de gobierno inquisitiva, indagadora, censaria, averiguadora, en una palabra, fiscalista.

Katástijon es memoria fiscal escrita y, katálogos, memoria política escrita. Además, en la Edad Media lo más indagado y averiguado es la tierra, por lo cual katástijon es, ante todo, memoria

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CAPÍTULO VI. Discusión etimológica de la palabra catastro

fiscal escrita de la tierra. En otras palabras, katástijon, como memoria fiscal escrita de la tierra, es fruto de una idea incondicionada y reguladora de la Edad Media, esto es, el espíritu fiscal sobre la tierra. En consecuencia, el hecho de que la expresión moderna ‘catastro’ esté limitada a significar registro, inventario, lista, y que haya olvidado los sentidos ‘conforme a la ley’ y ‘distribución’, de la palabra katálogos, se debe a que la expresión katástijon y su evolución acuñó el espíritu fiscal de gobierno sobre la tierra de la Edad Media.

Si este espíritu fiscal de gobierno le proporcionó el sentido de memoria fiscal escrita de la tierra al vocablo katástijon; e inventarium, a lo largo de la Edad Media, conservó el sentido de memoria fiscal escrita de tierras, bienes muebles y metálico, entonces, debemos afirmar que, inventarium y katástijon, en su uso medieval, significaron lo mismo, por nombrar los dos, de alguna manera, memoria fiscal de la tierra. Finalmente, la modernidad le concedió a inventarium (hoy inventario) el sentido genérico de lista de objetos, y conservó del vocablo katástijon (hoy catastro), el sentido medieval de memoria fiscal de la tierra.

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