castilla, azorín

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  • Wr IB

  • CASTILLA

  • OBRAS DEL AUTOR

    HISTORIA ANTIGUAEl ALMA CASTELLANA. I OO- I 800.La fuerza del amor. Tragicomedia

    del siglo xvii.

    HISTORIA CONTEMPORNEALa voluntad. Primeras andanzas deAntonio A^orn.

    Antonio Azo^n. Pequeo libro enque se habla de la pida de este pe-regrino seor.

    Las confesiones de un pequeo fil-sofo. Infancia de Antonio A^orn.

    Los pueblos. Eyisayos sobre la vidaprovinciana.

    La ruta de don Quijote. Edicinilustrada.

    Espaa. Hombres y paisajes.Lecturas espaolas. Escritores cl-

    sicos y modernos.

    El poltico. Arte de conducirse enla vida.

  • AZORN fose 3a>XA*

    CASTILLA

    ic

  • Es propiedad.

    Queda hecho el depsito que marca la Ley.

    Tip. de la Revista de Archivos, Olzaga,

  • ALA MEMORIADE

    AURELIANO DE BERUETEPINTOR MARAVILLOSO DE CASTILLA.

    SILENCIOSO EN SU ARTE.

    FRVIDO.

  • Se ha pretendido en este libro aprisionar una

    partcula del espritu de Castilla. Las formas ymodalidades someras y aparatosas han sido

    descartadas; ms valor v eficiencia concede-mos, por ejemplo, los ferrocarriles obra ca-pital en el mundo modernoque los hechosde la historia concebida en su sentido tradicio-

    nal y ya en decadencia.

    Una preocupacin por el poder del tiempo

    compone el fondo espiritual de estos cuadros

    La sensacin de la corriente perdurable in-

    exorable de las cosas, cree el autor haberla

    experimentado al escribir algunas de las pre-

    sentes pginas.

  • LOS FERROCARRILES

    Cmo han visto los espaoles losprimeros ferrocarriles europeos? EnEspaa los primeros ferrocarriles cons=t ruidos fueron: el de Barcelona Ma=tar, en 1848; el de Madrid Aran=juez, en 1851. Aos antes de inaugu-rarse esos nuevos y sorprendentes ca=minos haban viajado por Francia,Blgica Inglaterra algunos escritoresespaoles; en los relatos de sus via-jes nos contaron sus impresiones respecto de los ferrocarriles. Public Mesonero Romanos sus Recuerdos deviaje por Francia y Blgica, en 1841;al ao siguiente apareca el segundovolumen de los Viajes de Fray Gerun*>dio. Ms detenida y sistemticamentehabla Lafuente que Mesonero de losferrocarriles.

  • IO AZORIN

    D. Modesto Lafuente fu periodistahumorstico historiador; naci en1806 y muri en 1866. Compuso laHistoria de Espaa que todos conoce-mos; hizo largas y ruidosas campaascomo escritor satrico. Acarrele unade sus stiras, en 1814, una violentaagresin de D. Juan PrimentoncesCoronel

    ; vemos un caluroso aplauso

    esa agresin en el nmero VI de larevista El Pensamiento. D. Miguel delos Santos Afvarez diriga esa publi-cacin; colaboraban en ella Espron-ceda, Enrique Gil, Garca y Tassara,Ros de Olano. Rehus Lafuente batirsecon Prim; negse responder al sen-timiento tradicional del honor. Lasinjurias personales deca El Pensa-miento, en todos los pases, perso-nalmente se ventilan. Espaa, esta tie-rra clsica del valor y de la hidalgua,desmentira con su fallo su noble ca-rcter?" "Se asociaraaade el an-nimo articulistaal cobarde que acude los Tribunales en lugar de acudiradonde le llama su honor?"Un escritor que de tal modo rompa

    con uno de los ms hondos y transcen-

  • CASTILLA I J

    dentales aspectos de la tradicin haba de ser ef primero que ms por ex-tenso y entusiastamente nos hablase delos ferrocarriles: es decir, de un mediode transporte que vena revolucio-nar las relaciones humanas. Fray Ge*rundi viaja, brujulea, corretea porFrancia, por Blgica, por Holanda, porlas orillas del Rhin; lo ve todo; quiereescudriarlo y revolverlo todo. Ob=serva las ciudades, los caminos, lasviejas y pesadas diligencias, los Par-lamentos, las tiendas, las calles, losyantares privativos de cada pas Sucharla es igera, aturdida, amena;aguda y exacta trechos. Lafuente sereserv su llegada Blgica para tra=tar de los caminos de hierro, "por serBlgica el pas en que los caminos dehierro estn ms generalizados y acon-dicionados". Minuciosamente va ha-ciendo nuestro autor una descripcinde los ferrocarriles."No todos los espaoles dice La-

    fuente,

    por lo que en muchas con-versaciones he odo y observado, tie-nen una idea exacta de la forma mate-rial de los caminos de hierro." De la

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    construccin de la lnea, de los tune*les, de los viaductos, de las estaciones,de los coches, nos habla Fray Gerundiocon toda clase de detalles. No nos de-tengamos en ellos; el tren va partir;subamos nuestro vagn. "El humodel carbn de piedra que saliendo delcan de la mquina locomotiva debronce obscurece "y se esparce por laatmsfera, anuncia la proximidad dela partida del convoy." Han unido ya la mquina diez, quince, veinte co-ches. Se clasifican los carruajes entres categoras: las diligencias ber-linas, los coches char=~bancs y losvagones. Las berlinas constan de 26 28 asientos, cmodos, mullidos; div=dense en tres departamentos que secomunican por puertecillas. Los c/rar-'bancs constan de una sola divisin yson de cabida de 30 personas. Losvagones van abiertos y sirven "parafas gentes de menos fortuna y paralas mercancas'. Han sonado unos per-sistentes toques de campana. Subenlos viajeros sus respectivos coches.Un dependiente que va en el ltimovagn del tren toca una trompeta;

  • CASTILLA 1

    3

    contesta con otro trompetazo otro em-pleado situado la cabeza del convoy.Y el tren se pone en marcha. Poco poco el movimiento se va acelerando."Los objetos desaparecen como por en=salmo." Conviene que el viajero nomire el paisaje que se desliza junto a!vagn, sino lo lejos. Si se mira loslados no se ver "ms que una cintaque forma, y se ir la cabeza fcilmente". Mesonero habla tambin de farapidez con que desaparecen de lavista los objetos cercanos, y dice quepor esto "es conveniente fijarla en falontananza, , por mejor decir, no fi=jarla en ninguna parte". La celeridadcon que se marcha es de ocho diezleguas por hora. "RecuerdoescribeMesonerohaber hecho en una hora ydos minutos la travesa desde Brujas Gante, que son doce leguas." En1840, cuando Lafuente y Mesonero ob=servaban Jos ferrocarriles extranjeros,ya corra un tren en Cuba, entre laHabana y Gines. Nos habla de ese fe=rrocarril el desbaratado romntico donJacinto de Salas y Quiroga, el amigode Larra y de Espronceda, en el pri =

  • 14 AZ0R1N

    mer tomo" de sus Viajesdedicado laIsla de Cuba

    publicado en el citado

    ao. Un solo viaje haca diariamenteese tren de la Habana Gines; cua=renta y cuatro millas era el recorrido."Desde luegodice Salasnot menorvelocidad que la que otras veces habaexperimentado en Inglaterra." "Apenasandbamosaadecuatro leguas es*paolas por hora." Al llegar Salas yQuiroga Cuba, y al contemplar eldestartalamiento de las fondas y laincomodidad de las ciudades, junto conel camino de hierro, en extrao y cla=mador contraste, record una frase deun famoso amigo suyo. "Vino naturalmente la memoriaescribeaquelclebre dicho de mi amigo Larra: Enesta casa se sirve el caf antes que lasopa."

    Pero continuemos nuestro viaje enel ferrocarril belga, acompaados deFray Gerundio. Nada ms cmodo queviajar en el tren. No hay temor, comoalgunos aseguran, de dificultad ahogoen la respiracin. El movimiento es

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    5

    suave: "una especie de movimientotrmulo y vibratorio". Se puede ir ha=blando, jugando leyendo; algunas ve-ces los empleados van escribiendo enun coche destinado oficina. Una mu=chedumbre de viajeros llena los trenesy circula por todos los caminos. Lasgentes se encuentran en los caminoscon la misma frecuencia que en las can-iles de Pars, de Londres "y aun deMadrid". Toda Blgica es una gran ciudad. Todo el mundo viaja con una fa=cuidad extraordinaria. Frecuentementese ve una linda joven, "elegantementevestida", penetrar en un coche del tren.Aun estando el carruaje lleno de hom=bres, no hay miedo de que nadie sedesmande ni haga ni diga nada quepueda ofender 6 ruborizar la viajera."Lo que en un caso igualescribe La-fuentesucedera en Espaa lo puedesuponer el curioso lector." De prontoel tren entra en un largo y elevadoviaducto. "Espectculo raro" es enton-ces ver el rpido convoy marchar porencima de los carruajes que all abajopasan por los arcos del puente. Otrasveces el tren penetra en un tnel. "Im-

  • j azorn

    ponente" es ese momento. El ruido dela mquina junto con el estrpito delos coches resuena hrridamente bajola bveda; slo ac y all una lucecitarompe la densa obscuridad; pasan ve-loces en las tinieblas, rasgndolas, laschispas y carbones desprendidos de lamquina... Y bruscamente, aparecende nuevo la luz, e! paisaje, el campoancho y libre. Qu sensaciones msgratas, ms artsticas que stas? Me-sonero Romanos protestaba contra los'seores poetas" que, existiendo el"asombroso espectculo" de los cami=nos de hierro, afirman que "el sigloactual carece de poesa". Describe Me-sonero la poesa de los caminos dehierro en sus diversas fases, ya deda, ya durante la noche. Encantaba eseespectculo tambin Lafuente. "Mag-nfico y sorprendente cuadroescri-be

    ; mil veces an ms interesante yms potico cuando se presencia enhoras avanzadas de una noche obscu-ra." S; tienen una profunda poesa loscaminos de hierro. La tienen las an-chas, inmensas estaciones de las gran-des urbes, con su ir y venir incesante

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    vaivn eterno de la vidade multi-tud de trenes; los silbatos agudos delas locomotoras que repercuten bajolas vastas bvedas de cristales; el barbotar clamoroso del vapor en las calderas; el zurrir estridente de las ca-rretillas; el trfago de la muchedum-bre; el llegar raudo, impetuoso, de losveloces expresos; el formar pausado delos largos y brillantes vagones de lostrenes de lujo, que han de partir unmomento despus; el adis de una des-pedida inquietante, que no sabemos qumisterio doloroso ha de llevar en s;el alejarse de un tren hacia las campi-as lejanas y calladas, hacia los maresazules. Tienen poesa las pequeas es-taciones en que un tren lento se de-tiene largamente, en una maana abra-sadora de verano; el sol lo llena todoy ciega las lejanas; todo es silencio;unos pjaros pan en las acacias quehay frente la estacin; por la carre-tera polvorienta, solitaria, se aeja uncarricoche, hacia el poblado que des-taca con su campanario agudo, techadode negruzca pizarra. Tienen poesa esasotras estaciones cercanas viejas ciu-

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    dades, las que en las tardes del do-mingo, durante el crepsculo, salen pasear las muchachas y van devanean=do lentamente lo largo del andn, co-gidas de los brazos, escudriando cu-riosamente la gente de los coches. Tie-ne, en fin, poesa, la llegada del tren,all de madrugada, una estacin decapital de provincia; pasado el primermomento del arribo, acomodados losviajeros que esperaban, el silencio, unprofundo silencio, ha tornado hacerseen la estacin; se escucha el resoplarde la locomotora; suena una larga voz;el tren se pone otra vez en marcha; yall lo lejos, en la obscuridad de lanoche, en estas horas densas, profun=das, de la madrugada, se columbra elparpadeo tenue, misterioso, de las !u=cecitas que brillan en la ciudad dor-mida: una ciudad vieja, con callejuelasestrechas, con una ancha catedral, conuna fonda destartalada, en a que aho-ra, sacando de su modorra al mozo, va entrar un viajero recin llegado,mientras nosotros nos alejamos en eltren, por la campia negra, contempiando el titileo de esas lucecitas que

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    se pierden y surgen de nuevo, que aca-ban por desaparecer definitivamente,

    En 1846 se public en Londres unlibro titulado lailways; theit rise,progress and construction; with re-marks on ratlway accidents and propo-sais for their prevention. Su autor esel ingeniero Robert Ritchie. No podraencontrarse, para su poca, un tratadoms completo sobre ferrocarriles. "Losferrocarrilesescribe Ritchieremove-rn los prejuicios y harn que unos otros se conozcan mejor tos miem-bros de la gran familia humana; tendern as promover la civilizaciny mantener la paz del mundo."Cinco aos despus, en 1851, el mismoao en que se inauguraba el ferroca-rril de Madrid Aranjuez, se publi-caba una Gua de esta ltima ciudad;la publicaba Francisco Nard. Llevacomo apndice esta Guadedicada los viajeros del ferrocarrilun apn-dice en que se hace la historia de loscaminos de hierro, y especialmente ladel novsimo de Madrid Aranjuez.

  • 20 AZORIN

    El autor canta entusiasmado las ven-tajas de los nuevos caminos. Sus re-sultados sern incalculables para lasrelaciones internacionales y para elbienestar de los pueblos. "A los ca-minos de hierrodice el autordebe-remos lo que hasta aqu no han podidoconseguir ni los ms profundos fil-sofos ni los diplomticos ms hbiles.

    "

    Cuando en una semana se pueda recorrer toda Europa, conocernse me-jor los nacionales de todos los pases,podrn unirse todos con otros vncu-los distintos de los de una falaz di-plomacia. Se establecer entre todosuna mancomunidad indisoluble de in-tereses, ideas y simpatas. "En fintermina el autor

    , ser tan difcil

    hacer la guerra como es hoy mante-nerse en la paz; y los pueblos, ten-dindose las manos, sern felices mer-ced los caminos de hierro."No podan sospechar el ingeniero

    ingls y el escritor espaolas comotodos los que hablaban en el mismosentido all en el alborear de los ca-minos de hierro

    , no podan sospe-

    char, al hacer los ferrocarriles pro-

  • CASTILLA 21

    pagadores de la paz universal, el aUcanee de sus palabras: alcance en sen-tido opuesto, negativo. Cuando ante elamago de una guerradice hoy el proletariado internacional

    podamos ha-

    cer que cesen de marchar los trenes,la paz del mundo ser un hecho. Losferrocarriles sern la paz.

  • EL PRIMER FERROCARRILCASTELLANO

    En 1837 Guillermo Lob realiz unviaje de Cuba los Estados Unidos;de los Estados Unidos pas Europa.En 1839 Lob public en Nueva Yorksu libro Cartas mis hijos durante unviaje los Estados Unidos, Francia Inglaterra. Lob estudi fos ferroca-rriles en los Estados Unidos; luego enEuropa. En otra ocasin hablaremosde esta interesantsima personalidad;antecesor tienen en ella los fervorososeuropeizadores de hogao. El 4 de No-viembre de 1837 Guillermo Lob fe-cha una de sus cartasla XVIenManchester. Habla en ella de los ca-minos de hierro; su pensamiento vahacia Espaa; Espaa desea vera"atravesada en todas direcciones porferrocarriles, en paz como hermanos

  • 24 AZOPiN

    los habitantes de sus provincias". Losdeseos de Lob no han de verse rea-lizados sino bastantes aos despus.En 1844, el clebre matemtico D. Ma>riano Vallejo, publica un libro tituladoNueva Construccin de Caminos deHierro. No se refiere Vallejo lasnuevas mquinas locomotrices; lostrenes de vapor se alude en un apn=dice que pone su libro; pero estanovsima traccin prefiere nuestro au=tor la animal, modificada y facilitadapor ingeniosos artificios.

    Ya la idea de los trenes de vapor sehaba lanzado en Espaa en 1830. Enese mismo ao apareci, impreso enLondres, un Proyecto de D. MarcelinoCalero y Portocarrero para construirun camino de hierro desde Jerez de aFrontera al Puerto de Santa Mara.A esta Memoria acompaa un mapa yun curioso dibujo. Llevan dibujo y ma-pa esta leyenda: "Hzolo con la plu-ma D. Ramn Cesar de Conti. Lon-dres, 20 de Octubre de 1829." Por prNmera vez acaso deba aparecer ante la

  • CASTILLA 25

    generalidad de los espaoles, que con-templara al dibujo aludido, ?a imagende un ferrocarril. Imagen casi micros-cpica por cierto. El dibujante ha re-presentado un pedazo de mar y unalto terrero en la costa. En el mar seve un vapor con una alta y delgadachimenea; all arriba, en la costa, sedivisa, en el fondo, una fbrica quelanza negros penachos por sus humeros, y luego, acercndose al borde delacantilado, aparece una extraa seriede carruajes. Delante de todos est undiminuto y cuadrado cajn con unachimenea que arroja humo; luego vienen detrs otros cajoncitos separadospor anchos clarosun metro dos talvezy unidos por cadenas. Debajo de

    tan raro tren se divisa una raya sobrela que estn puestas las ruedas de tosvagones.No tuvo realizacin el proyecto de

    D. Marcelino Calero; recuerde el leetor que ese mismo ao de 1830 seconstrua el primer ferrocarril ingls:el de Liverpool Manchester. En Lon=dres imaginaba su empresa el intr=pido Calero. Han de transcurrir bas

  • 2b AZOF I

    N

    tantes aos antes de que se vuelva hablar en Espaa de ferrocarriles. E!30 de Mayo de 1845 El Heraldodia=rio de Madrid

    publicaba la siguiente

    noticia en su seccin Gacetillas de laCapital: "Ha llegado esta corte, pro=cedente de Inglaterra, Sir J. Walms-ley, uno de los directores de la em-presa del camino de hierro de Avila Len y Madrid, con objeto de darimpulso los trabajos. Parece que causa de haber vendido el promove-dor de la empresa, Kelby, el privile-gio de concesin una casa inglesapor la suma de cuatro millones, quehaban de figurar en el presupuestode gastos, han mediado desavenenciasentre las juntas de Madrid y Londres,desavenencias que han terminado pormedio de una transacin." El mismoda la Gaceta publicababasndose ennoticias de un peridico francsunartculo titulado Caminos de hierro.Se dice en l que es preciso animar ydar facilidades los extranjeros paraque vengan construirlos. Los cami-nos de hierrose aadeno son unlujo. "Algunos espritus timoratos

  • CASTILLA 27

    pueden considerar los ferrocarriles co=mo caminos de lujo." No lo son; perodebemos acomodar la obra nuestrasfuerzas. "No se pretenda construirloscon e5 lujo de perfeccin que han al-canzado en el Norte de Europa." Cua=tro grandes lneas espaolas pide elarticulista: cuatro lneas que crucencomo una inmensa aspa la pennsula.Una de esas lneas habr de ir de Ba-yona Madrid; Juego otra de Madrid Cdiz. La tercera seccin compren-der de Barcelona Madrid; la cuartade Madrid Portugal. Enlazadas conestas cuatro lneas habrn de cons-truirse numerosas ramificaciones.

    La misma Gaceta publicaba el 22de Junio de 1845 esta nota entre lasNoticias Nacionales: "Valladolid, 15Junio. Han pasado por esta ciudad,con direccin esa corte, cinco inge-nieros ingleses encargados de trazarel ferrocarril 1 de Bilbao Madrid, yaunque la rapidez del viaje no les hapermitido explorar detenidamente e!terreno, aseguran, sin embargo, queno han encontrado dificultades insu-perables, y que es muy posible la

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    construccin de obra tan importante;el ferrocarril' de Aviles est tambintrazado por esta ciudad; de modo quesi tan vastos proyectos llegan rea-lizarse, mejorar muy en breve l es-tado de este pais, que slo necesitapara enriquecerse medios fciles yeconmicos de exportar sus abundan=tes y excelentes producciones."En 1845 apareci en Madrid una

    interesante revista literaria: El SigloPintoresco. Diriga esa revista Nava-rro Villoslada; dibujaba en ella D. Vi-cente Castell, que tan lindas ilustra-

    ciones ha puesto ediciones popuIa=res de Quevedo y Cervantes. En la vi-neta que adorna el primer nmero deEl Siglo Pintorescocorrespondienteal mes de Juniovemos otra primi-tiva y extraa imagen, muy chiquita,de un ferrocarril. Figuran en la vi*neta, como representaciones del tra-bajo y de los deportes, una imprenta,un jardn, una plaza de toros y esemicroscpico tren. El tren lo compo-nen un cajn alargado, con una chi-menea humeante puesta casi en la par-te posterior, y detrs seis vagoncitos

  • CASTILLA 29

    que marchan por la tierra, sin que sevea seal ninguna de rieles. Salude-mos esta remembranza absurda y re-mota de los viejos ferrocarriles. En elmismo nmero de El Siglo Pintores*co, se lea en el balance mensual: "Elmes que acaba de expirar ha visto na-cer ms empresas en Espaa que todoslos que han transcurrido desde la conclusin de nuestra guerra civil. Mu-chsimos capitalistas y mayor nmerode ingenieros extranjeros han visitadola capital; por todas partes se veanfisonomas desconocidas y talantesbritnicos, y toda la pennsula se hacubierto (en el papel, por supuesto>de una red complicadsima de ferro-carriles."

    AI mes siguiente, en Julio, El He-raldo del 3 publicaba en primera pla-na un artculo dedicado al camino dehierro de Francia Madrid; Has"corporaciones de Vizcaya" dbese elproyecto de ese camino. Esas corpo-raciones han trazado el plan; han ex-plorado la opinin; han recabado elauxilio de los capitalistas; finalmente,cuentan con el concurso del Sr. Mac-

  • 30 AZORN

    kenzie, "que l solo es una palancapoderosa, y su nombre una garantade valor para la ejecucin de la obra*.Los capitalistas de Bilbao ayudan los de Guipzcoa. Una comisin de in=genieros ingleses, presidida por Mackenzie, ha trazado el proyecto de lalnea y ha hecho los estudios prepara=torios para su construccin. "El Go=bierno an vacilaba en la construccinde esta lnea, que ha sido igualmentesolicitada por respetables casas ex-tranjeras." Fu alguna de estas ca-sas la que mand Madrid sus inge-nieros en otoo de 1845? El 18 deSeptiembre la Gaceta publicaba unanoticia en que se deca: "Ha llegado esta corte el Sr. D. Carlos Brumell,C. E., con una parte de los seores in-genieros pertenecientes la Compaadel camino real de hierro del Nortede Espaa, dirigida por el Sr. D. JaimeM. Kendel, F. R. S., Vice=presidentedel Instituto de los Ingenieros de In-glaterra, etc. Este seor ha dado prin-cipio sus trabajos con la mayor ac-tividad, estudiando las mejores lneaspara el camino desde Madrid a Nor=

  • CASTILLA 3l

    te/' La noticia aade que dichos in-genieros han estudiado el terreno enel Norte durante el pasado verano, yahora se disponen estudiarlo en lasinmediaciones de Madrid. "Nos alegra-mostermina e sueltode poder fe-licitar esta Compaa por la exce-lente posicin en que se halla, comotambin por el resultado de los enr-gicos esfuerzos en esta obra grandiosay nacional." Al da siguiente reprodu-jo El Heraldo la gacetilla; la repro-dujo tambin El Tiempo. No dijeronnada los dems peridicos.

    Qued en proyecto el ferrocarril deFrancia Madrid. Estaba an dema-siado vivo el recuerdo de las dos in-vasiones, la de 1808 y la de 1823?Tres aos antesen la sesin del 14 deMarzo de 1842se discuti en el Se-nado la construccin de un camino or-dinario de Pamplona, por e valle delBaztn, Francia. Se opuso ello unsenador: el general Seoane; lo im-pugn tambin el senador navarroGonzlez Castejn. "Imprevisin,

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    imprevisin muy grandedeca el ge=neral Seoanefu la apertura del ca-mino de Irn. Espaa lo llora, y Diosquiera que no lo llore en adelante.""Mi opinin constanteexpona Gon-zlez Castejnha sido que nunca, porningn estilo, deban allanarse los Pi=rineos; antes por el contrario, otrosPirineos encima son los que convieneponer." El Sr. Seoane, al rectificar,hablando del camino internacional quepudiera abrirse en Canfranc, deca ro-tundamente: "Yo, antes de dar mi votopara que se abriese, renunciara el ca-rcter de senador y la faja que tengotambin." (Cuarenta aos ms tarde,en 1881, al tratar de unos ferrocarri=les travs de los Altos Pirineos, enun librode carcter militartituladoPerjuicios que la defensa del terri*torio espaol pueden producir las co=municaciones al travs del Pirineocentral, se haba de estampar todavaque "es ventajoso todo lo que tienda aislarnos" de Francia, y que respec-to las puertas que en el Pirineo sehan abierto, "conviene cerrar algu-nas".)

  • CASTILLA 33

    No se construy entonces el caminode hierro que haba de unir Espaacon el resto de Europa. Hasta 1860no estuvo terminada la lnea de Fran-cia Madrid. En 1859 escriba donArturo Marcoart un estudio sobre elestado de la lnea. Destinado estabaese trabajo al Almanaque poltico //-terario de "La iberia" para el ao bi-siesto de 1860. Olzaga, Calvo Asen-sio, Sagasta, Nfez de Arce, GarcaGutirrez colaboraron en ese Alma*naque. A fines de 1859 tena la Com-paa del Norte 650 kilmetros enconstruccin; 73 sin construir. El ar-ticulista augura la prxima termina-cin de la lnea. "Cuando el solsticioestivalescribedore las agujas de laCatedral de Burgos, albas nubes delvapor de las locomotoras rodearn susafiligranados contornos, y el rojo res-plandor de las calderas sealar lasignominiosas almenas de Santa Mara,que las ciudades comuneras alzaran a!paso del tirano Carlos V."

    Samuel Smiles nos cuenta en suStory of the Life oi George Stephen

    3

  • 34 AZORN

    son, que el gran ingls estuvo en elNorte de Espaa en el otoo de 1845.Estudio all el terreno para la cons-truccin del ferrocarril de Francia Espaa. Trasladse luego Madrid, yfu observando por el camino la topo=grafa deS trayecto. Vena Stephenson Espaa por encargo de Sir JoshuaWalmsley; proyectaba Walmsley cons-truir la lnea. En Madrid, Stephensony los ingenieros que le acompaabanestuvieron unos das. El gobierno ibadando largas al asunto; un da y otroaplazaba el dar respuesta lo que loscomisionados demandaban. Se cansa-ban y aburran Stephenson y sus com-paeros. Fueron invitados una co-rrida de toros, la eterna corrida. "Perocomo ese no haba sido precisamenteel objeto del viajeescribe con ironaSmilesrehusaron cortsmente aquelhonor." Stephenson y sus compatrio-tas se marcharon de Espaa. No seconstruy el ferrocarril.Hemos visto que, segn El Heraldo

    del 30 de Marzo de 1845, en ese meslleg Madrid Sir J. Walmsley. EnSeptiembre, la Gaceta, El Tiempo y

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    el mismo Heraldo, anunciaron la liegada de una comisin de ingenieros in-gleses. Entre esos ingenieros debi devenir Jorge Stephenson: es decir, unode los hombres ms grandes del mundomoderno. No dicen ms los peridicosde aquel otoo.

  • VENTAS, POSADAS Y FONDAS

    El Duque de Rivas ha descrito en sucuadro El Ventero una de las clsicasventas espaolas. Estas ventasescri-be el poetason "ya grandes y espa-ciosas, ya pequeas y redondas; perosiempre de aspecto siniestro; coloca-das por lo general en hondas caadas,revueltas y bosques". Se hallan pues-tas tambin en los altos puertos pa-sos de las sierras. Hay en Espaa unoslugares desde donde la vista del vian-dante fatigado descubre, despus deuna penosa subida, un amplio, vasto,claro, luminoso panorama. Son los pa-sos de las montaas. Las viejas guaslos sealan con sus pintorescos nom-bres y dan tambin la indicacin delas ventas colocadas en ellos. Ah es-tn, en la carretera de Castilla Ga-licia, el del Guadarrama, el de Man-zanal y el de Fuencebada; en Extre-

  • 38 AZORN

    madura, el de Miravete y el de Arre-batacapas; en Andaluca, el de Lapicey el de Despeaperros; en Murcia yAlbacete, el de Sumacrcel', el de laLosilla, el de la Mala Mujer y el de laCadena; en Avila, el del Pico. Las ven-tas se llaman del Judo, del Moro, delas Quebradas, de los Ladrones. Tie-nen esas ventascomo las manche-gasun vasto patio delante; una an-cha puerta, con un tejaroz, da entradaal patio; hay en un pozo, con suspilas de suelo verdinegro, de piedraarenisca, rezumante. En el fondo sedestaca el portaln de la casa; en lavasta cocina, bajo la ancha campanade la chimenea, borbollan unos puche-ros, dejando escapar un humillo tenue intervalos, produciendo un leve ron-roneo. En los das del veranoel ar-diente verano de Castillael sol ciegacon sus vivas reverberaciones el pai-saje; en el patio de la venta suena detarde en tarde la estridencia de la rol-dana del pozo; unas abejas se acercan las pilas, y beben vidas, mientras sucuerpecillo vibra voluptuosamente.

  • CASTILLA 3')

    Seguimos nuestro viaje travs deEspaa, y encontramos por andurria-les y cotarros, speros y solitariasotras ventas y paradores. Si unas es-tn construidas en la altura luminosade los puertos, otras se agrupan enangosturas, gollizos y caadas hoscasy fuera de camino. Muchas de estasventas han sido ha largo tiempo aban-donadas; estn cercanas caminos ytravesas que han sido hechos intilespor carreteras nuevas y ferrocarriles.De estas ventas slo quedan unas pare-des tostadas por el sol, calcinadas; lostechos se han hundido y se muestra ro-to el vigamen y podridos y carcomidoslos caizos. A algunas de estas ventasva unida una leyenda trgica; se hablade un crimen terrible, espantoso; unode esos crmenes que se comentan lar-go tiempo, aos y aos, en un pueblo;crmenes cometidos con un hacha quehiende el crneo, con una piedra qtiemachaca el cerebro. E! tiempo va pa-sando, se va esfumando, perdiendo enel olvido el horrible drama, y ahora,al pasar junto estas ruinas de laventa, aquel recuerdo vaga y saja

  • 40 AZORIN

    griento se une estos techos despren-didos, estas vigas rotas y carcom-das, estas ventanas vacas, sin made=ras. No nos detengamos aqu; pase-mos adelante; caminemos por un an-cho, seco y arenoso ramblizo; unlado y otro descubrimos bajas lade-ras yermas y amarillentas; nuestrospies marchan sobre la arena de larambla y los guijos redondeados yblancos. A lo lejos, cuando subimos una altura, descubrimos la lejana ciu-dad: refulge el sol la cpula de su igle-sia. La llanada que rodea el puebloest verde trechos con los trigales;negruzca, hosca, en otros en que latierra de barbecho ha sido labrada. Enlos aledaos de las ciudades estn losparadores para los trajineros que de=sean continuar su viaje, despus dedescanso, sin detenerse en el pueblo.

    Las ventas tienen su significacinen la literatura espaola y son insepa-rables del paisaje de Espaa. Al ha-blar de las ventas, debemos hablartambin de las posadas. D. Benito P-

  • CASTILLA 41

    rez alds, en su novela ngel Guerra,ha pintado un mesn toledano. Nadams castizo y de hondo sabor caste-llano. Un ancho zagun, manera depatio, es lo primero que se encuentraal penetrar en esa posada; l abocanvarias puertas. "Una de las puertas delfondodice Galdsdeba de ser de lacocina, pues all brillaba lumbre, y deella salan humo y vapor de condimen-tos castellanos, la nacional olla, com=paera de la raza en todo el curso dela Historia, y el patritico aceite frito,que rechaza las invasiones extranjeras." A la izquierda se ve una desven-cijada escalera, entre tabiques deslucdos, que conduce las habitaciones altas; por todo el piso del patio estnesparcidos granzones que picotean lasgallinas; y carros, con los varales enalto, se hallan posados junto las pa-redes, ac y all. Las posadas llevannombres tan castizos como los de lasventas. Repasemos el Manual de Ford,publicado en 1845. En Toledo tenemosla posada del Mirador; en Aranjuez,la de la Parra; en Cuenca, la del Sol;en Mrida, la de las Animas; en Sala*

  • 42 AZOPIN

    manca, la de los Toros; en Zamora, ladel 1 Peto; en Ciudad=Rodrigo, la de laColada; en Segovia, el Mesn grande.De este mesn dice el autor, en laedicin de 1847, que es one of theworst in all Spain, del mismo modoque Laborde al hablar en su Itinerario1809de la venta Romn, situadaen tierra murciana, entre Jumilla yPinoso, asegura que est le plus ia*cheux gite qu'on puisse trouver.La variedad de las posadas se mus

    tra pintoresoa y mltiple. Unas estnen estrechas callejuelas: las mismascallejuelas en que flamean las mantasmulticolores en las puertas de los pa-eros y en que resuenan los golpes delos percoceros y orives. Otras se levantan en las anchas plazas de soportales con arcos disformes, irregulares,desiguales: unos anchos, otros angostos; unos altos y con columnas de piedra, otros derrengados con postes vie-jos de madera. Tal posada tiene un bal-concillo con los cristales rotos, sobrela puerta; tal otra, tiene un zagunlargo y estrecho, empedrado de puntiagudos guijarros. En los cuartos de

  • CASTILLA 43

    las posadas hay unas camas chiquititasy abultadas; las cubre un alfamar ra-meado; en las maderas de las puertasse ven agujeros tapados con papel, ylas fallebas y armellas se mueven una parte y otra y cierran y encajanmal. Se percibe un olor de moho penetrante; all, en un alto corredor,canta una moza, y de una calleja ve=cia llega el repiqueteo de una herre-ra...

    No podemos cerrar este captulo so-bre las ventas y las posadas sin hablarde Tas fondas. Leopoldo Alas ha dedi-cadoen su novela Supercheraunaspginas pintar una de estas fondaspequeas y destartaladas de viejas ciu-dades. Destaca Clarn entre sus coet-neos por su idealidad, su delicadeza,su emocin honda ante las cosas. Elpersonaje retratado por Alas en sunovela llega la fonda de la ciudad enun mnibus desvencijado, de noche."Un mnibus con los cristales de lasventanillas rotos le llev trompico-nes por una cuesta arriba, la puertade un mesn que haba que tomar por

  • 44 AZ0R1N

    fonda/' "En el ancho y destartaladoportal de la fonda no le recibi mspersonaje que un enorme mastn quele enseaba los dientes gruendo. Elmnibus le dej all solo, y se fu llevar otros viajeros otra casa. Laluz de petrleo de un farol colgado deltecho dibujaba en la pared desnudala sombra del perro." Son clsicas esasllegadas una fonda de noche, por lascallejas sinuosas y obscuras, dandotumbos en un coche cuyos cristales ha-cen un traqueteo redoblante. Si es la madrugada, la ciudad reposa en unprofundo silencio; atrsconforme ca-minamos hacia la ciudad

    queda el res-

    plandor de la estacin, y el tren sealeja silbando agudamente. Todo esten silencio; en la fondita destartalada,un criado con la blanca pechera ajadadormita en una butaca. Hay en la pa-red un cartel de toros. All arriba seabre un pasillo al cual dan las puertasde los cuartos. Se oye lo lejos, enla serenidad de la noche, el campa-neo menudas campanaditasde unconvento. Nos acostamos pensando:"Hacia dnde caer la catedral de

  • CASTILLA 45

    esta ciudad que desconocemos? Habraqu un paseo con viejos y copudosolmos? Habr una vieja ermita juntoal ro, como la de San Segundo, enAvia? Habr en una callejuela so=litara y silenciosa una tiendecilla dehierros viejos y cachivaches donde nossentaremos un momento para descan-sar de nuestras caminatas?"A la maana siguiente examinamos

    la ondita destartalada, al levantarnos. El pasillo largoembaldosado deladrillos rojizos, algunos sueltosda una galera, en la que se halla la ca-marilla excusada. En ella, lo mismoque en las habitaciones, los viajantesde comercio han ido pegando pequeosanuncios engomados: anuncios de co-acs, de jabones, de velas de cera, dequincallera, de vinos. Las puertas delas habitaciones tienen tambin, comoen las posadas, agujeros y resquicios.Pende de la pared un cromo de colo-rines que representa el retrato de IsaacPeral la torre Eiffe. Durante la no-che, por el montante de la puerta, entra la luz del pasillo. A toda hora, deda y de noche, se perciben golpazos,

  • 46 AZORN .

    gritos, canciones, arrastrar de mue=b2es. Una charla montona, persisten-te, uniforme, all en el corredor, nosimpide conciliar el sueo durante ho-ras enteras. Muchas veces hemos pen-sado que el grado de sensibilidad deun puebloconsiguientemente de civi-lizacinse puede calcular, entre otrascosas, por la mayor menor intolera-bilidad al ruido. Cmo tienen sus ner-vios de duros y remisos estos buenosespaoles que en sus casas de las ciu-dades y en los hoteles toleran las msestrepitosas barandas, los ms agriosy molestos ruidos: gritos de vendedo-res, estrpitos de carros cargados dehierro, charloteo de porteros, pianos,campanas, martillos, fongrafos? Amedida que la civilizacin se va afi-nando, sutilizando, deseamos en la vi-vienda permanente y en la viviendatransitoriaen Cas fondasms silen-cio, blandura y confortacin. Oh, fon-ditas destartaladas, ruidosas, de mivieja Espaa! En 1851 escriba D. An-tonio Mara Segovia en su Manual de!viajero: "Nuestra rudeza menospreciaaquel refinamiento de comodidad do-

  • CASTILLA 47

    mstica que los ingleses especialmentehan llevado tan alto grado y llamanconfort. Entre nosotros se tiene pordelicadeza excesiva y ridicula el deseode que no entre aire por las rendijasde las puertas; de que no estn losmuebles empolvados; de que las sillasy sofs sean para sentarse y no comoadorno de la sala; de que en todas lasestaciones se mantenga la habitacin una temperatura conveniente; de quelas chinches no inunden nuestra cama;de que la cocinera no est cantando se*guidillas voz en grito, mientras elhusped duerme trabaja; de que elcriado no entre servir suciamentevestido, con el cigarro en la boca niapestando sudor." Oh, ventas, po-sadas y fonditas estruendosas y sr-didas de mi vieja Espaa!

  • LOS TOROS

    El poeta Arriaza ha pintado las ca-peas en los pueblos. Naci Juan Bau-tista Arriaza en 1770; muri en 1837.Fu un entusiasta absolutista; amabafervorosamente Fernando VII. Com-puso multitud de himnos, cantatas,epitalamios, brindis, inscripciones paraarcos triunfales, cartelas para ramille-tes que eran presentados los reyes.Sus poesas fueron lindamente impre=sas en Londres; han pasado tan fugaz-mente los versos como las circunstan-cias que los inspiraron. Sobre ese mon-tn de versos frgiles, carcomidos, aja=dosal igual que la percalina y los fa-rolillos de papeldestaca el lienzo enque el poeta pintaba la corrida en elpueblo.Qu pueblo es? Vaciamadrid, Ja

    draque, Getafe, Pinto, Coreles. La Ha*

  • 50 AZORN

    nura se extiende alrededor, seca, ardo=rosa, calcinada, polvorienta. En losmeses de Marzo y Agosto, sbitas toUvaneras se levantan en la llanada ycorren vertiginosas lo largo de loscaminos. No hay ni rboles ni fonta=as. La siega ha sido hecha; todo elcampo est de un color amarillento,ocre. Llega la fiesta del patrn. En laplaza Mayor han cercado las bocaca=lies con recias talanqueras y carroma=tos; llamean los cubrecamas rojos, en=cendidos, en los balcones. Se va ce=lebrar la corrida. Todos los mozos delpueblo se hallan congregados aqu: tie=nen los carrillos tostados y bermejos.En las ventanas asoman las beldadesaldeanas: algunas redondas de faz, conlas dos crenchas de pelo lucientes,achatadas; otras de cara fina, aguilea,y ojos verdes, de un transparente, ma=ravilloso verde; mozas que en mediod esta rudeza, de esta tosquedad am=biente, tienenacaso rezago secular

    una delicadeza y seoro de ademanes,una melancola idealidad en la mira-da que nos hacen soar un momentoprofundamente.

  • CASTILLA 5l

    La corrida va comenzar; el poetada principio su descripcin. Hay unagrande alboroto"; se oyen voces deH Vaya y venga el boletn". Todos mues-tran ansias por sentarse precipitada=mente en los tablones. Aparecen algu-nos soldados montados en rocines. Sue-na de pronto un clarn. Simn el pre-gonero se pone en medio de la plazay principia vocear: "Manda elRey!"... De pronto surge un torazotremendo, iracundo, con los cuernos enalto. Se produce en la multitud de mo-zancones un movimiento de pnico; seretiran todos corriendo hacia las talan-queras; escalan los carromatos. Se le-vanta un ensordecedor clamoreo. Elbuey est en medio de la plaza, parado,inmvil. Nadie se atreve dejar lasvallas; transcurren unos instantes. V-se luego adelantarse "un jaque presu-mido de ligero"; "zafio, torpe, soez,ms traza tiene que de torero de mozode cordel". Poco poco, pausadamente,con precauciones, se va acercando altoro. Sbitamente, antes de que el to-reador se le aproximase, el toro partefurioso contra l. Corre despavorido el

  • 52 AZORN

    truhn; en la multitud estallan aplausos irnicos, voces, carcajadas, silbi-dos. 'Corre que te pilla!" le gritauno. "Detente, brbaro!" vocifera otro.E2 mozo perseguido por el toro novuelve salir la plaza. Otra vez seencuentra solo el toro. Se llega luegohacia los carros y las vallas. "Desdeall, la tmida canalla, que se llena devalor estando salvo", se ensaa bestialmente con el toro: le descargantremendos garrotazos sobre la cabeza;le pinchan con moharras y navajas;le detienen cogindole por la cola. Losanchos y tristes ojos del animal mirandespavoridos todas partes.Cuando logra desasirse de la muche-

    dumbre, torna al centro de la plaza.Entonces sale su encuentro un mal-carado pillo". Tiene "la vista atravesa-da"; "se pone en jarras"; "escupe porel colmillo", y excJama: "chenme acese animal". Corre el buey hacia l;mustrale el bergante la capa; rpida-mente el toro corre por un lado con eltrapo rojo entre los cuernos, y el galo-pn, haciendo corcovos y piruetas, porotro... Resuena otra vez el clarn: e!

  • CASTILLA 53

    toro va ser muerto va ser ence-rrado de nuevo. En este ltimo caso,salen "el manso y el pastor de la va-cada ", y se llevan al msero animal altoril... "quedando otros ms bueyes enla plaza'*.

    As termina el poeta. Lo que Arriazano nos ha pintado son esas cogidasenormes, en que un mozo queda des-trozado, agujereado, hecho un ovillo,exange, con las manos en el vientre,encogido; esas cogidas al anochecer,acaso con un cielo lvido, ceniciento,tormentoso, que pone sobre la llanuracastellana, sobre el casero msero detobas y pedruscos, una luz siniestra,desgarradoramente trgica. Lo que nonos ha dicho son las reyertas, los en-cuentros sangrientos entre los mozos;las largas, clamorosas borracheras, devinazo espeso, morado; el sedimentoinextinguible que en este poblado deCastilla dejarn estas horas de bruta-lidad humana...

    D. Eugenio de Tapia ha hecho que sumusa arriscada y mordicante describalas corridas de toros. Naci Tapia en

  • 54 AZORN

    1785; muri en 1866. Escribi una his-toria de la civilizacin espaola; com-puso numerosas poesas satricas. Fi-guran entre ellas las tituladas La po*sada y El duende, la bruja y la InquisUc/n. En el breve volumen en que sepublic esta ltima, va incuda la de=dicada los toros. Tena Tapia un es-pritu moderno, progresivo y liberal.

    La corrida va comenzar. No noshablis de Londres, de Roma y de Pa-rs; en ninguna de estas ciudades li-dian toros. "Dichoso el que en Madridpuede gozar de funcin tan gloriosa!"No hay cosa ms grata que uno de es-tos das de toros; "se come, se montaen un calesn y se va uno volando la plaza". El redondel est Heno degente. Empieza el despejo. "La plebefamlica y ruin", corre hacia las ba-rreras. Sale la cuadrilla, "vistosa, dis-puesta morir". Aparece el alguacilpara recoger la llave; se la echan y semarcha, entre ios silbidos, el vocero ylas carcajadas del pblico. Suena elclarn: un toro sale impetuoso. Le es-pera Sevilla, el valienteun picador

    y le da un lanzazo en la cerviz. "Qu

  • CASTILLA 55

    aplausos!" No se ha visto nunca fre-nes mayor. Al lado de este hecho,"qu valen las antiguas glorias delCid?" Otro picador se adelanta haciael toro; acomete el bruto; marca lalanzada; caen caballo y picador portierra.

    "El til caballo, infeliz, inerme, ex-pira en trgico fin." Montes se acercaal toro y se lo lleva tras su capa car-mes. El picador, "matn balad", semueve entonces "como una tortuga" ymonta en otro caballo.

    Salen los banderilleros y clavan suspalitroques en el pobre toro. Toca muerte el ronco clarn. "AS triunfo glo-rioso va el jaque" con su estoque y sumuleta. "Oh buen matachn!" "Pedidque el cielo le ampare!" Pero la suertele es adversa; la primera estocada hasido psima. Se levanta en el pblicouna tempestad de chiflidos. Todos legritan "servil!" al torero; la voz dela plebe es ladrar de mastn"; ayer leaplaudan todos; hoy ?e denostan ymaltratan. No siempre el toro es unanimal bravo; algunas veces se mus*tra rehacio los engaos de capas y

  • DO A ZORN

    muletas. En este caso se le condena fuego; los cohetes estallan; el toro va"bramando, brincando, de ac paraall". Salta fa valla; "la turba de chul-los y guapos que est gozando de cer-ca la lid nacional", se aturde, se atre-pella, huye despavorida. El toro ja-deante, extenuado, chorreando sangre,vuelve al redondel. Tornan pinchar-le de nuevo. "Encono bestial!", excla-ma el poeta. Otras veces son los perroslos que se encargan de excitar al m-sero animal. Al fin el toro expira.Aparecen las mulillas y se lo llevan."La plebe" descansa y bebe largostragos.

    "Dejadme aade el poeta

    ; de-jadme escapar. Ya basta." "No quieroms toros; me dan angustia." "Cmopodr yo gozar viendo al caballo, lealy sumiso, pisarse sus propias entra-as?" "Espaoles, compatriotas ter-mina el poeta

    , adis; me marcho

    Tetun; quiero ver mejor monas queno matar toros."

    A principios del siglo xix hizo dosviajes Espaa Roberto Semple; era

  • CASTILLA 37

    Roberto Semple un viajero ingls cu-rioso y sencillo. Sus libros estn es-critos con agudeza y discrecin. Laprimera vez que vino nuestra pa-tria1807no pudo ver una funcinde toros. Tampoco pudo verla en laprimavera de 1809, cuando por segun-da vez vino Espaa. Pero visit enGranada la Plaza de toros. En el volu-men .4 second journey in Span in thespring o 1809, nos ha relatado sus im-presiones. Acompaaba al viajero ensu visita el guardador del edificio.Mostraba la tal persona, conforme ibaenseando la plaza al ingls, un ardo-roso entusiasmo. En el palco regio es-taba colocado un retrato de Fernan-do VIL Al pasar el conserje frente l se quit respetuosamente el som-brero y hasta se arriesg besarle lamano la pintura: and even venturedto kiss the hand with great demostra*tton of loyalty and submtssion. El via-jero ingls examin 5a plaza, y ante lasrepetidas muestras de caluroso entu-siasmo que el conserje haca la vista,no del espectculo, sino simplementedel sitio donde el espectculo se cele*

  • 58 AZORN

    braba, reconoci que no se explicaba ltal fervorosa efusin. Si Roberto Sem=pie hubiera presenciado una corrida detoros, es posible que tampoco hubierapodido explicarse el entusiasmo desbordante de millares y millares de espaoles.

  • UNA CIUDAD Y UN BALCNNo me podrn quitar el doloridoSentir...

    Garcilaso.

    Entremos en la catedral; flamante,blanca, acabada de hacer est. En unngulo, junto la capilla en que sevenera la Virgen de la Quinta Angus-tia, se halla la puertecilla del campanario. Subamos la torre; desde loalto se divisa la ciudad toda y la cam-pia. Tenemos un maravilloso, mgicocatalejo: descubriremos con l hastalos detalles ms diminutos. Dirijmos-lo hacia la lejana: all, por los con-fines del horizonte, sobre unos loma-zos redondos, ha aparecido una man-en i ta negra; se remueve, levanta unatenue polvareda, avanza. Un tropel deescuderos, lacayos y pajes es, queacompaa un noble seor. El caballe-

  • 6o AZORN

    ro marcha en el centro de su servidum-bre; ondean al viento las plumas mul=ticolores de su sombrero; brilla elpuo de la espada; fulge sobre su pe*cho una firmeza de oro. Vienen todos la ciudad; bajan ahora de las colinasy entran en la vega. Cruza la vega unro: sus aguas son rojizas y lentas; yasesga en suaves meandros; ya se em*barranca en hondas hoces. Crecen losrboles tupidos en el llano. La arbole-da se ensancha y asciende por las altu-ras inmediatas. Una ancha veredaparda entre lia verdura

    parte de la

    ciudad y sube por la empinada montaa de all lejos. Esa vereda lleva losrebaos del pueblo, cuando declina alotoo, hacia las clidas tierras de Ex-tremadura. Ahora las mesetas vecinas,la llanada de ?a vega, los alcores quebordean el ro, estn llenos de blancoscarneros que sobre las praderas for-man como grandes copos de nieve.De la lana y el cuero vive la dim=

    uta ciudad. En las mrgenes del rohay un obraje de paos y unas tene-ras. A la saHda del pueblo

    por la

    Puerta Viejase desciende hasta el

  • CASTILLA 6l

    ro; en esa cuesta estn las teneras.Entre las teneras se ve una casitamedio cada, medio arruinada; vive enese chamizo una buena viejallamadaCelestina

    que todas las maanas sale

    con un jarrillo desbocado y lo trae He-no de vino para la comida, y que luegova de casa en casa, en a ciudad, lievando agujas, gorgueras, garvines, ce=ideros y otras bujeras para las mo=zas. En el pueblo los oficiales de manose agrupan en distintas callejuelas;aqu estn los tundidores, perchadores,cardadores, arcadores, perailes; all,en la otra, los correcheros, guarnicio-neros, boteros, chicarreros. Desde quequiebra el alba, la ciudad entra en ani-macin; cantan los perailes los viejosromances de Blancaftor y del Cidco=mo cantan los cardadores de Segovien la novela E Donado hablador

    ;

    tunden los paos los tundidores; cortanle con sutiles tijeras eS pelo los per=chadores; cardan la blanca lana loscardadores; los chicarreros trazan ycosen zapatillas y chapines; embreany trabajan las botas y cueros en que seha de encerrar el vino y el aceite los

  • 02 AZORN

    boteros. Ya se han despertado las mon=-jas de la pequea monja que hay enel pueblo; ya tocan las campa ni tascristalinas. Luego, cuando avance elda, estas monjas saldrn de su con-vento, devanearn por la ciudad, en-trarn y saldrn en las casas de los hi =dalgos, pasarn y tornarn pasarpor las calles. Todos los oficiales tra-bajan en las puertas y en los zaguanes.Cuelga de la puerta de esta tiendecillala imagen de un cordero; de la otra,una olla; de la de ms all, una estre-lla. Cada mercader tiene su distintivo.Las tiendas son pequeas, angostas, l=bregas.A los cantos de los perailes se mez=

    clan en estas horas de la maana lassalmodias de un ciego rezador. Cono-cido es en la ciudad; la oracin delJusto Juez, la de San Gregorio y otrasmuchas va diciendo por las casas convoz sonora y lastimera; secretos sabepara toda case de dolores y trancesmortales; un muchachuelo le conduce:la malicia y la inteligencia brillan enlos ojos del mozueo. En las tiendeci=Has se ven las caras finas de los ju-

  • CASTILLA 63

    dios. Pasan por las callejas los frailescon sus estameas blancas pardas. Lacampana de la ctedra? lanza sus lar-gas campanadas. All, en la orilla delro, unas mujeres lavan y carmenan lalana.

    (Se ha descubierto un nuevo mundo;sus tierras son inmensas: hay en lbosques formidables, ros anchurosos,montaas de oro, hombres extraos,desnudos y adornados con plumas. Semultiplican en las ciudades de Europalas imprentas; corren y se difundenmillares de libros. La antigedad cl-sica ha renacido; Pfatn y Virgiliohan vuelto al mundo. Florece el tron-co de la vieja humanidad.)En la plaza de la ciudad se levanta

    un casern de piedra; cuatro grandesbalcones se abren en la fachada. So=bre la puerta resalta un recio blasn.En el primer balcn de la izquierda seve sentado en un silln un hombre;su cara est plida, exange, y remataen una barbita afilada y gris. Los ojosde este caballero estn velados poruna profunda tristeza; el codo lo tie-ne el caballero puesto en el brazo del

  • 64 AZORIN

    silln y su cabeza descansa en !a palna de la mano...

    Le sucede algo al catalejo con queestbamos observando la ciudad y lacampia. No se divisa nada; induda-blemente se ha empaado el cristal.Limpimosle. Ya est claro; tornemos mirar. Los bosques que rodeaban laciudad han desaparecido. All, poraquellas lomas redondas que se re-cortan en el cielo azul, en los conf=

    nes del horizonte, ha aparecido unamanchita negra; se remueve, avanza,levanta una nubcula de polvo. Un co-che enorme, pesado, ruidoso, es; todoslos das, esta hora, surge en aque=Has colinas, desciende por las suavesladeras, cruza la vega y entra en Vaciudad. Donde haba un tupido bos-caje, aqu en la llana vega, hay ahoratrigales de regado, huertos, herrena-les, cuadros y emparrados de hortaINzas; en las caceras, azarbes y landro-nas que cruzan la llanada, brilla elagua que se reparte por toda la vegadesde las represas de; ro. El ro siguesu curso manso como antao. Ha des-

  • CASTILLA 65

    aparecido el obraje de paos que ha-ba en sus orillas; quedan las aceasque van moliendo las maquilas comoen los das pasados. En la cuesta queasciende hasta la ciudad, no restanms que una dos teneras; la mayorparte del ao estn cerradas. No en-contramos ni rastro de aquella casillamedio derrumbada en que viva unavieja que todas las maanas sala por vino con un jarrico y que iba decasa en casa llevando chucheras paravender.En la ciudad no cantan los perailes.

    De los oficios viejos del cuero y delana, casi todos han desaparecido; esque ya por la ancha y parda veredaque cruza la vega no se ve la muche=dumbre de ganados que antao, al de-clinar el' otoo, pasaban Extrema-dura. No quedan ms que algunos bo-teros en sus zaguanes lbregos; enlas callejas altas, algn viejo telar vamarchando todava con su son rtmico.La ciudad est silenciosa; de tarde entarde pasa un viejo rezador que sal-modia la oracin del Justo Juez. Loscaserones estn cerrados. Sobre las

  • 00 AZORIN

    tapias de un jardn surgen las cimasagudas, rgidas, de dos cipreses. Lascampanas de la catedral lanzancomohace tres siglossus campanadas len=tas, solemnes, clamorosas.

    (Una tremenda revolucin ha lie-nado de espanto al mundo; millaresde hombres han sido guillotinados;han subido al cadalso un rey y unareina. Los ciudadanos se renen enParlamentos. Han sido votados y pro-mulgados unos cdigos en que se pro-clama que todos los humanos son li-bres iguales. Vuelan por todo el pla-neta muchedumbre de libros, folletosy peridicos.)En el primero de los balcones de la

    izquierda, en la casa que hay en laplaza, se divisa un hombre. Viste unacasaca sencillamente bordada. Su caraes redonda y est afeitada pulcramen-te. El caballero se halla sentado en unsilln; tiene el codo puesto en uno delos brazos del asiento y su cabeza re-posa en la palma de la mano. Los ojosdel caballero estn velados por unaprofunda, indefinible tristeza...

  • CASTILLA 67

    Otra vez se ha empaado el cristalde nuestro catalejo; nada se ve. Lim=pimoslo. Ya est; enfoqumoslo denuevo hacia la ciudad y el campo. Allen los confines del horizonte, aquellaslomas que destacan sobre el cielo di-fano, han sido como cortadas con uncuchillo. Los rasga una honda y rectahendidura; por esa hendidura, sobree! suelo, se ven dos largas y brillantesbarras de hierro que cruzan una junto otra, paralelas, toda la campia. Depronto aparece en el costado de laslomas una manchita negra: se mueve,adelanta rpidamente, va dejando enel cielo un largo manchn de humo. Yaavanza por la vega. Ahora vemos unextrao carro de hierro con una chi=menea que arroja una espesa humare-da, y detrs de l una hilera de ca-jones negros con ventanitas; por lasventanitas se divisan muchas caras dehombres y mujeres. Todas las maa-nas surge en la lejana este negro ca-rro con sus negros cajones, despide pe-nachos de humo, lanza agudos silbidos,corre vertiginosamente y se mete enuno de los arrabales de la ciudad.

  • 68 AZORlN

    Ef ro se desliza manso, con susaguas rojizas; junto ldonde antao estaban los molinos y el obraje depaosse levantan dos grandes edif i=cios; tienen una elevadsima y sutilchimenea; continuamente estn Henando de humo denso el cielo de lavega. Muchas de las callejas del pue-blo han sido ensanchadas; muchas deaquellas callejitas que serpenteaban enentrantes y salientescon sus tiendecillasson ahora amplias y rectas ca-lles donde el sol calcina las vivien-das en verano y el vendaval fro le-vanta cegadoras tolvaneras en invier-no. En las afueras del pueblo, cercade la Puerta Vieja, se ve un edificioredondo, con extensas graderas lle-nas de asientos, y un crculo rodeadode un vallar de madera en medio. Ala otra parte de la ciudad se divisaotra enorme edificacin, con innume-rables ventanitas: por la maana, medioda, por la noche parten de eseedificio agudos, largos, ondulantes so-nes de cornetas. Centenares de luceci-as iluminan la ciudad durante la no-

  • CASTILLA 60

    che: se encienden y se apagan ellassolas.

    (Todo el planeta est cubierto deuna red de vas frreas; caminan ve-loces por ellas los trenes; otros vehcu-lostambin movidos por s mismos

    corren vertiginosos por campos, ciu-dades y montanas. De nacin nacinse puede transmitir la voz humana. Porlos aires, etreamente, de continente continente, van los pensamientos delhombre. En extraos aparatos se re-monta el hombre por los cielos; lossenos de los mares desciende en unasraras naves y por all marcha; de lasprocelas marinas, antes espantables,se re ahora subido en gigantescos bar-cos.Los obreros de todo el mundo setienden las manos por encima de lasfonteras.)En el primer balcn de la izquierda,

    all en la casa de piedra que est enla plaza, hay un hombre sentado. Pa-rece abstrado en una profunda medi-tacin. Tiene un fino bigote de puntaslevantadas. Est el caballero, sentado,con el codo puesto en uno de los bra-zos del silln y la cara apoyada en

  • 70 AZORlN

    la mano. Una honda tristeza empaasus ojos...

    Eternidad, insondable eternidad deldolor! Progresar maravillosamente laespecie humana; se realizarn las msfecundas transformaciones. Junto unbalcn, en una ciudad, en una casa,siempre habr un hombre con la ca-beza, meditadora y triste, reclinada enla mano. No le podrn quitar el dolo-rido sentir.

  • LA CATEDRAL

    Durante la dominacin romanaochenta aos antes de la era deCristose levantaba en la pequea ciu-dad un vasto y slido edificio de tresnaves: era un gimnasio pblico y unacasa de baos. En las aguas, fras templadas, de las piscinas sumerge=ran sus cuerpos recios mozos y bellasjvenes; acaso, en aquellas estancias,algn romano, ya pasada la juventud,cansado, fatigado, expatriado de Roma,amigo de la poesa y de las estatuas,recitara un fragmento de Virgilio:

    Hos ego digrediens lacrimes adfabar abortis:Vivite felices, quibus est Fortuna peradaJam sua: nos alia ex aliis infata vocamur.

    El maestro Fray Luis de Len, en sutraduccin de La Eneida, ha puesto asen castellano este pasaje: Yo, desvian'dome, les hablaba sin poder detenerlas lgrimas, que se me venan /os

  • 72 AZOR1N

    ojos: Vivid dichosos, que ya vuestrafortuna se acab; mas nosotros, unoshados malos nos traspasan otros peo~res...

    El edificio de los baos era recio,slido: un rey godo lo hizo su palaciodos siglos despus; otro rey, en 915,dedic iglesia este palacio suyo y desus antecesores. En la nave centralpuso el altar de Nuestra Seora; en laslaterales, e de los Apstoles y el deSan Juan Bautista. El ao 996 Alman-zor entr en la ciudad; hizo estragossu brbara gente. Destruyeron el ca-sero, arrasaron las murallas, demolie-ron el templo. A Crdoba regres elcaudillo cargado con las lmparas dela iglesia. Reedific la iglesia en elao 1002 el Obispo Fruminio; la pia-dosa obra consagr sus riquezas; entorno del viejo edificioahora restau-radoedific viviendas para los ca-nnigos

    que entonces hacan vida re-

    gular . Hasta fines del siglo xn durla nueva edificacin. Floreca ya enEuropa en este tiempo el airoso artegtico; otro obispo, Ordoo, quiso le-vantar un templo de traza gtica en el

  • CASTILLA JJ

    propio emplazamiento del antiguo.Reinaban entonces D. Alfonso IX yD.a Berenguela. Traz e proyecto dela catedral el maestro Diego de Prado;cien aos duraron las obras.

    La catedral era fina y elegante. Seperfilaban sus torres en el cielo limpo y azul; en los das de lluvia loscanes, dragones, lobos y hombrecilloscorcovados de las grgolas, arrojabanpor sus fauces un raudal de agua quebajaba formando un arco hasta chocarruidosamente en el suelo. A mediadosdel siglo xiv ya hubo que reformarlas fachadas de Medioda y Poniente;al levantar un sillar se encontr de=bajo un rodillo de madera, olvidadoall cien aos antes. La fachada deliNorte era la ms segura; no la azota=ban los ventarrones huracanados; seextenda ms por este lado la pob!a~cin; arrancaba de aqu una callejuelapoblada de correcheros, guarnicioneros, boteros, chicarreros. En 1564 seconstruy en la fachada principaladel Mediodael tico en el cual se re-presenta la Anunciacin de NuestraSeora. Cuarenta aos ms tarde, se

  • 74 AZORN

    ech de ver que la bveda crucera sehallaba grandemente resentida; loscuatro gruesos pilares centrales se ha-ban ido separando y torciendo, Acha-cbase por las gentes su curvatura intrpido artificio de ajarifes: visedespus que se deba flaqueza de toscimientos.La catedral no tena cpula; la te-

    nan otras catedrales. Quisieron el Ca-bildo y la ciudad que no faltase esteprimor su iglesia; comenzse en1608 construir una cpula. Lasobras se suspendieron en 1612. Aca-badas las Vsperas, una tarde de 1752el 25 de Julio, da de Santiagosederrumb de pronto la capilla del Ni-o Perdido; haca tiempo que !a pa-red exterior tena un desplome haciaafuera de seis pulgadas. Ocurri en*775 el formidable terremoto de Lis-boa; el estremecimiento de la tierrase extendi largusima distancia. Sequebr el rosetn de luces de la fa=chada; abrironse en la fbrica de lacatedral numerosas hendiduras; datande entonces multitud de pequeas re-paraciones. En 17S0, el obispo don

  • CASTILLA 75

    Juan Garca Echano rehizo la antiguapuerta de los Monos; desaparecieronunas esculturas de esos animalesenactitudes algo procaces

    ; echse aba-

    jo todo lo antiguo; se coloc en su lu-gar una puerta de la ms limpia trazagreco=romana, en pugna con la cate-dral entera. Fu el Obispo Echano va-rn piadossimo, de una inagotable yanglica caridad; no reparaba, encen-dido por divinas llamas, en las materialidades del arte. En 1830, un rayodestroz una vidriera; quitronse entonces otras y se tapiaron varios ven-tanales.

    La catedral es fina, frgil y sensi-tiva. Tiene en su fachada principaldos torres; mejor diremos, una; laotra est sin terminar; un tejadillocubre el ancho cubo de piedra. Tresson sus puertas: la de Chicarreros, ladel Perdn y la del Obispo Echano.Sus capillas llevan denominaciones va-rias: la del Nio Perdido, la de losEsquveles, la de Montern, la de laQuinta Angustia, la del Consuelo, la

  • 76 AZORN

    de la Sagrada Mortaja. En la capilladel Consuelo est enterrado MateoFajardo, eminente jurisconsulto, autorde las Flores de las leyes. La capillade Montern es del Renacimiento; lamand labrar D. Gil Gonzlez Monte=ron; cost la obra 32.000 maraveds.En la pared hay una inscripcin quedice: "Esta obra la mand hacer donGil Gonzlez Montern, Adelantado deCastilla, seor de Nebreda; acabla suhijo D. Luis Ossorio, Marqus de losCerros, ao 1530, 15 de Marzo." Enel suelo, en medio del recinto, se leesobre una losa de mrmol, que cierraun sepulcro, debajo de una calavera ydos tibias cruzadas: Aqu viene pa~rar la vida. En la capilla de los Es-quveles estn enterrados D. Cristbalde Esquivel y varios descendientes su-yos. Se hall D. Cristbal de Esqui-vel en la conquista de Arauco, allpor 1553; su mujer fu de las que,entre todos los moradores atemoriza-dos, abandonaron la ciudad de la Con-cepcin, amenazada por las tropas sal-vajes. Ercilla cuentaen versos admi-rablescmo las mujeres huan por

  • CASTILLA 77

    los cerros y vericuetos, aterrorizadas,'sin chapines, por el lodo, arrastrando gran priesa las faldas". Vueltos Espaa D. Cristbal y su mujer, hicie-ron la fundacin de esta capilla.

    La sacrista es alargada, angosta.El techo, de bveda, est artesonadocon centenares, millares de mascaro-nes de piedra; no hay dos caras igua-les entre tanta muchedumbre de ros-tros; tiene cada uno su pergeo par-ticular; son unos jvenes y otros vie-jos; unos de mujer y otros de hombre;unos angustiados y otros ledos. Seguardan en la sacrista casullas anti-guas, capas pluviales, sacras, bande-jas, custodias. Una de las casullas esdel siglo xiii y est bordada de hilillos de oroen elegante y caprichosatracerasobre fondo encarnado. Cau-sle tal admiracin Castelar, en unavisita que ste hizo la catedral, ytales grandilocuentes encomios hizode esta pieza el gran orador, que des-de entonces se llama esta casulla lade Castelar. Se guarda tambin en lasacrista el pectoral de latn y toscovidrio del virtuoso Obispo Echano.

  • 78 AZOBN

    El archivo est all arriba; hay queascender por una angosta escalerapara llegar l; despus se recorrenvarios pasillos angostos y obscuros; seentra, al fin, en una estancia ancha,con una gran cajonera de caoba. All,en aquellos estantes, duermen infoliosy cuadernos de msica. Las ventanasse abren junto al techo. Una gruesamesa destaca en el centro. La esteraes de esparto crudo. Se 'goza all deun profundo silencio; nada turba elreposo de la ancha cmara.En la catedral hay falsas, sobrados

    y desvanes llenos de trastos viejos,pedazos de tablas pintadas, bambali-nas, bastidores de un tmulo que selevant en los funerales de un obispo.Crece un alto ciprs y varios laurelesy rosales en el huertecillo del claus-tro. En el claustro se halla la capillade la Blanca; se dice que en una tabladel altar ahora abandonado, roto,polvorientoestaban retratados, loslados de la Virgen, los Reyes Catl=eos. Los hierbajos han invadido el jar-dn del claustro; los gorriones panestridentes durante el da; cuando

  • CASTILLA 79

    llega la noche y comienzan brillarlas primeras estrellas, salen de losmechinales los murcilagos y van re-volando con sus vuelos callados y tor-tuosos.

    La catedral es fina, frgil y sensi-tiva. La daan los vendavales, las se-quedades ardorosas, las lluvias, lasnieves. Las piedras areniscas van des-hacindose poco poco; los recios pi-lares se van desviando; las goterasaran en los muros huellas hondas ycomen la argamasa que une los silla-res. La catedral es una y varia tra-vs de los siglos; aparece distinta enlas diversas horas del da; se nosmuestra con distintos aspectos en lasvarias estaciones. En los das de es-pesas nevadas, los ntidos copos cu-bren los pinculos, arbotantes, grgo-las, cresteras, florones; se levanta lacatedral entonces, blanca sobre la ciu-dad blanca. En los das de lluvia, cuan-do las canales de las casas hacen unruido continuado en las callejas, ve-mos vagamente la catedral travs de

  • 8o AZORN

    una cortina de agua. En las noches deluna, desde las lejanas lomas que ro=den la ciudad, divisamos la torre dela catedral destacndose en el cielodifano y claro. Muchos das del vera-no, en las horas abrasadoras del me-dioda, hemos venido con un libro los claustros silenciosos que rodean elpatio: el patio con su ciprs y sus ro-sales.

    No habis visto esas fotografas deciudades espaolas que en 1870 tomLaurent? Ya esas fotografas estncasi desteidas, amarillentas; pero esavetustez les presta un encanto indefi-nible. Una de esas vistas panormicases la de nuestra ciudad; se ve una ex-tensin de tejadillos, esquinas, calles,torrecillas, solanas, cpulas; sobre lamultitud de edificaciones heterclitas,descuella airosa la catedral. De entrealgunos muros, en ese paisaje urbano,sobresalen copas de rboles plantadosen algunos patios. Fijndonos bienveremos en esa fotografa la fachadade una alta casa. La parte posterior

  • CASTILLA 8

    1

    de esa edificacin tiene una galeraancha, con una barandilla de madera.Una recia puerta, con ventanas chi-quitas de cristales, da la galera.Desde ella se columbran una porcinde tejados, de ventanas lejanas, y enel fondo, la torre de la catedral. Enlas salas vastas de la casa, en los pa-sillos baldosados con ladrillos rojos,resuena una tosecita seca, cansada, decuando en cuando, y todas las maa=as, al abrir la ventana de la galera,unos ojos contemplan la torre de lacatedral. All donde est la catedral,donde se hallan sepultados guerrerosy telogos, dos mil aos antes un ro-mano acaso recitara unos versos deVirgilio:

    flos ego digrediens lacrimis adfabar obortis...

    Vo, desvlndome, les hablaba sinpoder detener las lgrimas que se mevenan los ojos: Vivid dichosos, queya vuestra fortuna se acab; mas nosotros unos hados malos nos tras-pasan otros peores.

  • EL MAR

    Un poeta que viva junto al Medi-terrneo, ha plaido Castilla porqueno puede ver el mar. Hace siete siglos,otro poetael autor del Poema delCidllevaba la mujer y las hijas deRodrigo Daz desde el corazn de Cas-tilla Valencia; all, desde una torre,los haca contemplarseguramente porprimera vezel mar.

    Miran Valencia como ia%e la cibdad,E del otra parte a oio han el mar.

    No puede ver el mar la solitaria ymelanclica Castilla. Est muy lejos elmar de estas campias llanas, rasas,yermas, polvorientas; de estos barran-cales pedregosos; de estos terrazgosrojizos, en que los aluviones torrencia-les han abierto hondas mellas; de estasquiebras aceradas y abruptas de las

  • 84 AZ0R1N

    montaas; de estos mansos alcores yterreros, desde donde se divisa un ca-minito que va en zigzags hasta un ria-chuelo. Las auras marinas no lleganhasta estos poblados pardos, de casu-chas deleznables, que tienen un bosque-cilio de chopos junto al ejido. Desde a.ventanita de este sobrado, en lo alto dela casa, no se ve la extensin azul yvagorosa: se columbra all en una co-lina una ermita con los cipreses rgi-dos, negros, los lados, que destacansobre el ciefo lmpido. A esta olmeda,que se abre la salida de la vieja ciu-dad, no llega el rumor rtmico y roncodel oleaje: llega en el silencio de lamaana, en la paz azul del' medioda,el cacareo metlico, largo, de un gallo,el golpear sobre el yunque de una he-rrera. Estos labriegos secos, de facespolvorientas, cetrinas, no contemplanel mar: ven la llanada de las mieses;mirqn, sin verla, la largura montonade los surcos en los bancales. Estas viojecitas de luto, con sus manos pajizas,sarmentosas, no encienden, cuando lle-ga el crepsculo, una luz ante la ima-gen de una Virgen que vela por los que

  • CASTILLA 85

    salen en las barcas: van por las calle-

    jas pinas y tortuosas las novenas, mi-ran al cielo en los das borrascosos ypiden, juntando sus manos, no que seaplaquen las olas, sino que las nubesno despidan granizos asoladores.No puede ver e mar la vieja Cas-

    tilla: Castilla, con sus vetustas ciuda-des, sus catedrales, sus conventos, sus

    callejuelas llenas de mercaderes, susjardines encerrados en los palacios, sustorres con chapiteles de pizarra, suscaminos amarillentos y sinuosos, susfonditas destartaladas, sus hidalgosque no hacen nada, sus muchachas quevan pasear fas estaciones, sus cl-rigos con los balandranes verdosos, susabogadosmuchos abogados, infinitosabogados

    que todo lo sutilizan, enre-

    dan y confunden. Puesto que desdeesta ventanita del sobrado no se pue-de ver el mar, dejad que aqu, en lavieja ciudad castellana, evoquemos elmar. Todo est en silencio: all enuna era del pueblo se levanta una te-nue polvareda; luego, ms lejos, apa-rece la sierra baja, hosca, sin rboles,sin viviendas. Cmo es el mar? Qu

  • 86 AZORN

    dice el mar? Qu se hace en el mar?Recordemos, como primera visin, lasplayas largas, doradas y solitarias;una faja de verdura se extiende, den-tro, en la tierra, paralela al mar; el

    mar se aleja inmenso, azul, verdoso,pardo, hacia la inmensidad; una ban-da de nubculas redondeadas pareceposarse sobre el agua en la lnea remotsima del horizonte. Nada turba elpanorama. La suave arena se aleja un lado y otro hasta tocar en dosbrazos de tierra que se internan en elagua; las olas vienen blandamente deshacerse en la arena; pasa en loalto, sobre el cielo azul, una gaviota.

    Cambiamos de evocacin. No esta-mos ya de da junto al mar. Ahora esde noche; el poblado est remoto; ape-nas si se percibe una hicecita en lalejana. El mar se halla frente nos-otros; no le vemos apenas; sabemosque aqu, nuestros pies, en lo hondode este acantilado, comienza la exten-sin infinita. Pero percibimos el ru-mor ronco, incesante, de las olas quese estrellan contra las peas. En la

  • CASTILLA 87

    negrura del firmamento brillan luce-ros. Pasarn siglos, pasarn centena-res de siglos: estas estrellas enviarnsus parpadeos de luz la tierra; estasaguas mugidoras chocarn espuma-jeantes en las rocas: la noche pondrsu obscuridad en el mar, en el cielo,en la tierra. Y otro hombre, en la su-cesin perenne del tiempo, escucharabsorto, como nosotros ahora, el ru-mor de las olas y contemplar las lu-minarias eternas de los cielos. En lanoche, junto al mar, es tambin vi-sin profunda, henchida de emocin,la de los faros: faros que se levantanen la costa sobre una colina; farosconstruidos sobre un acantilado; fa-ros que surgen, mar adentro, por enci-ma de las aguas, asentados en un arre-cife batido por las olas. En la noche,los faros nos muestran su ojo lumi-noso, ya permanente, ya con intermi-tencias de luz y obscuracin. Quojos vern desde la inmensidad negraesos parpadeos? Qu sensaciones des-pertarn en quienes caminan de latierra nativa hacia lejanos pases?

  • 88 AZORN

    De la noche, tornemos otra vfez almedioda radiante. Ya no paseamossobre la arena de una suave playa.Nos hallamos en lo alto de una mon-taa; sus laderas son suaves y gayasde verdura. Lejos est el trfago y lafebrilidad de la urbe; hemos escapa-do nuestras inquietudes diarias. Go-zamos de este mundo de paz y de marancho. Inmenso se despliega ante nues-tra mirada: no es el claro Medite*rrneo, es el turbulento y misteriosoAtlntico. Las laderas del monte aca-ban en unos peascales; una agudarestinga se destaca de la costa y en-tra en el mar; las olas corren sobresu lomo, van, vienen, hierven, se des-hacen en ntidos espumarajos. Esemovimiento tumultuoso se presenta nuestros ojos contrastando con laquietud, la inmovilidad del mar allen la lejana. Su color es vario trechos: azulado, terroso, verde, par-do, glauco; una banda de cofor deacero divide un vasto manchn azul.All en los confines del horizonte apa-rece un puntito que va dejando detrsde s, en el cielo, un rastro negro. AI

  • CASTILLA 89

    cabo de un minuto ha desaparecido;las olas, al pie de la montaa, se en-crespan, chocan con las rocas, se des*hacen en blanca espuma.

    Y tradas por estas evocaciones sur-gen otras. Vemos los puertos populo-sos cuajados de barcos de todos los ta-maos y de todas las naciones, con elboscaje de sus velmenes, con las proastajantes, con las recias chimeneas; enel ambiente se respira un grato olor brea; van y vienen por los muelles hi-leras de carros; rechinan Cas gras ylas gruesas cadenas de hierro. Un va-por se mueve lentamente hacia el marlibre; resuenan tres espaciados toquesde sirena; un rato despus el barco sepierde lo lejos, entre el cielo y elmar. Vemos las cattas plcidas y iossurgideros tranquilos de los pequeospueblos; los freos canales angostos,que penetran entre dos montaas tie-rra adentro; los mdanos bancos dearena, que se dilatan en suaves verileshasta perderse bajo el agua lmpida,transparente; las maanas turbias en

  • go AZORN

    que todo es gris; el cielo, las aguas, latierra, y en que nuestro espritu sehinche de grises aoranzas; los das defuribundas tormentas tan soberbiamente pintadas por Ercillaen que elvendabal dobla los rboles de las coli-nas, salta el agua sobre los acantilados, se abren profundos senos, sbita-mente, en el mar, se levantan las aguas increbles alturas, baten las olas,bajo un cielo negro, los arrecifes de 5acosta.

    ...las hinchadas olas rebramabanen las vecinas rocas quebrantadas.

    Pero nuestras evocaciones han ter-minado; desde las lejanas costas volve-mos la vieja ciudad castellana. Porla ventanita de este sobrado columbra-mos la llanura rida, polvorienta; elaire es seco, caliginoso. Suenan lascampanadas lentas de un convento.Castilla no puede ver el mar.

  • LAS NUBES

    Calisto y Melibea se casaroncomosabr el rector, si ha ledo La Celes-tina pocos das de ser descubier-tas las rebozadas entrevistas que te-nan en el jardn. Se enamor Calistode la que despus haba de ser su mu-jer un da que entr en la huerta deMelibea persiguiendo un halcn. Hacede esto diez y ocho aos. Veintitrstena entonces Calisto. Viven ahoramarido y mujer en la casa solariegade Melibea; una hija fes naci quelleva, como su abuela, el nombre deAlisa. Desde la ancha solana que est la parte trasera de la casa se abarcatoda la huerta en que Melibea y Ca-listo pasaban sus dulces coloquios deamor. La casa es ancha y rica; labradaescalera de piedra arranca de lo hondo

  • 92 AZORIN

    del zagun. Luego, arriba, hay salonesvastos, apartadas y silenciosas cama-Hilas, corredores penumbrosos, conuna puertecilla de cuarterones en elfondo, quecomo en Las Meninas, deVelzquezdeja ver un pedazo de lu-minoso patio. Un tapiz de verdes ra-mas y pinas gualdas sobre fondo ber-mejo cubre el piso del saln principal:el saln, donde en cojines de seda, pues-tos en tierra, se sientan las damas.Ac y all destacan silloncitos de ca-dera, guarnecidos de cuero rojo, si-llas de tijera con embutidos mudeja-res; un contador con cajonera de pin-tada y estofada talla, guarda papelesy joyas; en el centro de la estancia, so-bre la mesa de noga?, con las patas ylas chambranas talladas, con fiadoresde forjado hierro, reposa un lindo juegode ajedrez con embutidos de marfil,ncar y plata; en el alinde de un an-cho espejo refljanse las figuras agui-leas, sobre fondo de oro, de una tablacolgada en la pared frontera.

    Todo es paz y silencio en la casa.Melibea anda pasito por cmaras y co-rredores. Lo observa todo; ocurre

  • CASTILLA 93

    todo. Los armarios estn repletos dentida y bien oliente ropaaromadapor gruesos membrillos. En la des-pensa un rayo de sol hace fulgir laringla de panzudas y vidriadas orcitastalavcranas. En la cocina son espejoslos artefactos y cacharros de azfarque en la espetera cuelgan, y los cn-taros y alcarrazas obrados por la ma-no de curioso alcaller en los alfaresvecinos, muestran, bien ordenados, suvientre redondo, limpio y rezumante.Todo lo previene y todo ocurre ladiligente Melibea; en todo pone susdulces ojos verdes. De tarde en tarde,en el silencio de la casa, se escucha e!lnguido y melodioso son de un clavi-cordio: es Alisa que tae. Otras ve-ces, por los viales de la huerta, se veescabullirse calladamente la figura al-ta y esbelta de una moza: es Alisaque pasea entre los rboles.

    La huerta es amena y frondosa. Cre-cen las adelfas par de los jazmine-ros; al pie de los cipreses inmutablespo;ien los rosales la ofrenda fugazcomo la vidade sus rosas amari-llas, blancas y bermejas. Tres colores

  • 94 AZORIN

    llenan los ojos en el jardn: el azulintenso del cielo, el blanco de las pa-redes encaladas y el verde del bos-caje. En el silencio se oyeal igualde un diamante sobre un cristalelchiar de las golondrinas, que cruzanraudas sobre el ail del firmamento.De la taza de mrmol de una fuentecae deshilacliada, en una franja, elagua. En el aire se respira un pene-trante aroma de jazmines, rosas ymagnolias. "Ven por las paredes demi huerto", le dijo dulcemente Melibea Calisto hace diez y ocho aos.

    Calisto est en el solejar, sentadojunto uno de los balcones. Tiene elcodo puesto en el brazo del silln, yla mejilla reclinada en la mano. Hayen su casa bellos cuadros; cuando sien-te apetencia de msica, su hija Alisa leregala con dulces melodas; si de poesasiente ganas, en su librera puede co-ger los ms delicados poetas de Espaa Italia. Le adoran en la ciudad; le cui-dan las manos solcitas de Melibea; vecontinuada su estirpe, si no en un va-

    \

  • CASTILLA 95

    ron, al menos, por ahora, en una lindamoza, de viva inteligencia y bondadosocorazn. Y, sin embargo, Calisto sehalla absorto, con la cabeza reclinadaen la mano. Juan Ruiz, el arciprestede Hita, ha escrito en su libro:

    ...et crei lafabrillaQuedis: Por lo pasado no ests mano en mejilla.

    No tiene Calisto nada que sentir delpasado; pasado y presente estn paral al mismo rasero de bienandanza. Na*da puede conturbarle ni entristecerle.Y, sin embargo, Calisto, puesta en lamano la mejilla, mira pasar lo lejos,sobre el cielo azul, las nubes.

    Las nubes nos dan una sensacin deinestabilidad y de eternidad. Las nu-bes soncomo el marsiempre variasy siempre las mismas. Sentimos mirn-dolas cmo nuestro ser y todas las co-sas corren hacia la nada, en tanto queellastan fugitivas

    permanecen eter-

    nas. A estas nubes que ahora miramos,las miraron hace doscientos, quinien-tos, mil, tres mil aos, otros hombrescon las mismas pasiones y las mismasansias que nosotros. Cuando queremos

  • 96 AZORIN

    tener aprisionado el tiempoen unmomento de venturavemos que hanpasado ya semanas, meses, aos. Lasnubes, sin embargo, que son siempredistintas, en todo momento, todos losdas, van caminando por el cielo. Haynubes redondas, henchidas, de un blan-co brillante, que destacan en las maa-nas de primavera sobre los cielos trans-lcidos. Las hay como cendales tenues,que se perfilan en un fondo lechoso.Las hay grises sobre una lejana gris.Las hay de carmn y de oro en los oca-sos inacabables, profundamente melan-clicos, de las llanuras. Las hay comovelloncitos iguales innumerables, quedejan ver por entre algn claro un pe-dazo de cielo azul. Unas marchan len-tas, pausadas; otras pasan rpidamen-te. Algunas, de color de ceniza, cuandocubren todo el firmamento, dejan caersobre la tierra una luz opaca, tamiza-da, gris, que presta su encanto lospaisajes otoales.

    Siglos despus de este da en queCalisto est con la mano en la mejilla,un gran poetaCampoamorhabr dededicar las nubes un canto en uno de

  • CASTILLA 97

    sus poemas titulado Coln. Las nubesdice el poetanos ofrecen el espectculo de la vida. La existencia, ques sino un juego de nubes? Dirase quelas nubes son "ideas que el viento hacondensado"; ellas se nos representancomo un "traslado del insondable porvenir". "Vivirescribe el poetaesver pasar." S; vivir es ver pasar: verpasar, all en lo alto, las nubes. Mejordiramos: vivir es ver volver. Es vervolver todo en un retorno perdurable,eterno; ver volver todoangustias,alegras, esperanzascomo esas nubesque son siempre distintas y siemprelas mismas, como esas nubes fugaces inmutables.

    Las nubes son la imagen del Tiem-po. Habr sensacin ms trgica queaquella de quien sienta el Tiempo, lade quien vea ya en el presente el pa-sado y en el pasado lo por venir?

    En el jardn,, lleno de silencio, seescucha el chiar de las rpidas golon-drinas. El agua de la fuente cae des-hilacliada por el tazn de mrmol. Al

  • 9
  • CASTILLA QQ

    gar frente Alisa, se detiene absorto,sonre y comienza hablarla.

    Calisto lo ve desde el carasol y adi-vina sus palabras. Unas nubes redon =das, blancas, pasan lentamente, sobreel cielo aa1, en la lejana.

  • LO FATAL

    Lo primero que se encuentra al en-trar en la casalo ha contado el autordesconocido del Lazarilloes un patizuelo empedrado de menudos y blan-cos guijos. Las paredes son blan-cas, encaladas. Al fondo hay una puer=tecilla. Franqueadla: veris una anchapieza con las paredes tambin blan-cas y desnudas. Ni tapices, ni armarios, ni mesas, ni sillas. Nada; todoest desnudo, blanco y desierto. Allarriba, en las anchas cmaras, no seven tampoco muebles; las ventanasestn siempre cerradas; nadie ponelos pies en aquellas estancias; por lashendiduras y rendijas de las maderasya carcomidas, alabeadas entransutilsimos hilillos de claridad vivsima que marcan, en las horas de sol.

  • 2 02 AZ0R1N

    unas franjas luminosas sobre el pavi=ment de ladrillos rojizos. Cerradasestn asimismo, en lo ms alto de lacasa, las ventanas del sobrado. Un pa-tinillo, en que crecen hierbajos ver-des entre las junturas de las losas,se abre en el centro de la casa.

    Por la maana, medioda y al oca-so, resuenan leves pisadas en las es-tancias del piso bajo. Hablan un hi-dalgo y un mozuelo. El hidalgo sehalla sentado en un poyo del patio;el mozuelo, frente l, va comiendounos mendrugos de pan que ha sacadodel seno. Tanta es la avidez con queel rapaz yanta, que el hidalgo sonrey le pregunta si tan sabroso, tan ex-quisito es el pan que come. Asegura elmuchacho que de veras tales mendru-gos son excelentes, y entonces el hi=dalgo, sonriendo, como por bromamientras hay una inenarrable amar-gura all en lo ms ntimo de suser

    , le toma un mendrugo al mucha-chillo y comienza comer.Ya las campanas de la catedral han

    dejado caer sobre la vieja y noble ciu-dad las sonorosas, lentas campanadas

  • CASTILLA :03

    del medioda. Todo es silencio y paz;en el patio, all en lo alto, entre las

    cuatro ntidas paredes, fulge un pe-

    dazo de intenso cielo azul. Viene delas callejas el grito lejano de un ven-dedor; torna luego, ms denso, msprofundo, el reposo. El hidalgo, me-dia tarde, se cie el talabarte, se coloca

    sobre los hombros la capa y abre lapuerta. Antes ha sacado la espadauna fina, centelleante, ondulante es-pada toledana

    y la ha hecho vibrar

    en el aire, ante los ojos asombrados,admirativos, del mozuelo. Cuandonuestro hidalgo se pone en el umbral,se planta la mano derecha en la cade-ra y con la siniestra puesta en el puode la espada, comienza andar, repo-sada y airosamente, calle arriba. Losojos del mozuelo le siguen hasta quedesaparece por la esquina; este rapazsiente por su seor un profundo cari-o. S, l sabe que es pobre; pero sabetambin que es bueno, noble, leal, yque si las casas y palomares que tieneall en Valladolid, en lugar de estarcados, estuvieran en buen estado, suamo podra pasearse estas horas en

  • 104 AZORIN

    carroza y su casa podra estar colgadade ricos tapices y alhajada con sober=bos muebles.

    Hace de esto diez aos. El rico ca=ballero, que ahora vive aqu en Valla-dolid, aposentado en ancho y noble ca=sern, habitaba una mezquina casa enToledo. No haba en ella ni tapices nimuebles; un cantarillo desbocado y uncaizo con una manta componan todoel menaje. El hidalgo no poda pagarel modesto alquiler; un da, entriste-cido, abandon la ciudad sombra detejados. Paso tras paso vino Vallado=lid. Le favoreci la fortuna; un pa-riente lejano dejle por heredero deuna modesta hacienda. Ya con caudalbastante, el hidalgo pudo restaurar lascasas cadas y poner en cultivo lastierras abandonadas. En poco tiemposu caudal aument considerablemente;era activo, perseverante. Su afabilidady discrecin encantaban todos. Mos=trbase llano y bondadoso con los hu =mildes; pero no transiga con los gran =des y soberbios. "Un hidalgodeca l

  • CASTILLA 103

    frecuentementeno debe otro que Dios y al rey nada." Por encontrarseen la calle un da con otro hidalgo yno querer quitarse el sombrero antesque l, tuvo un disgusto, aos atrs,que le oblig ausentarse de la ciudad.La casa en que ahora habita el caba-

    llero es ancha y recia. Tiene un za*gun con un faroln en el centro, an-chas cmaras y un patio. La despensase halla provista de cuantas mantenen-cas y golosinas pueda apetecer el msdelicado lamiznero, y en las paredesdel saln, en panoplias, se ven lasms finas y bellas espadas que hayansalido de las forjas toledanas. Pero nide la mesa puede gozar el buen hidal-go ni para el ejercicio de las armasestn ya sus brazos y sus piernas. Di-rase que la fortuna ha querido mo-farse extraa y cruelmente de estehombre. Desde hace algunos aos, con-forme la hacienda aumentaba prspe-ramente, la salud del hidalgo se ibatornando ms inconsistente y precaria.Poco poco el caballero adelgazaba yquedbase amarillo y exange; llovansobre l dolamas y alifafes. Una tris-

  • IO AZORN

    teza profunda velaba sus ojos. Aosenteros haba pasado all en el pati=zuelo toledano conllevandocon algnmozuelo que le serva de criadolams rigurosa estrechez; su dignidad,su sentido del honor, el puntillo im-perecedero de la honra, ie sostenany alentaban. Ahora, al verse ya rico,morador de una casa ricamente abas=tada, no poda gozar de estas riquezasentre las que l paseaba, que estabanal alcance de su mano. Para qu es=tas espadas? Para qu el alazn queabajo, en la caballeriza, piafaba recia=mente de impaciencia? Para qu estaplata labradabernegales, bandejas ytembladeras

    puesta en los aparadores

    de tallado nogal? Para qu la carro-za pintada en que l pudiera ir lossotos del ro, en las maanas claras deMayo, cuando las tapadas van en re=cuesta de algn galn dadivoso y con=vidador?

    Ni los ms experimentados fsicosaciertan decidir lo que el hidalgotiene. Muchos le han visitado; por es=tas salas han desfilado graves doctorescon sus gruesos anillos y sus redondos

  • CASTILLA 107

    anteojos guarnecidos de concha. Mul-titud de mixturas, jarabes lenitivos,aceites y pistajes han entrado en sucuerpo han embadurnado sus miem-bros. Nada ha contrastado el misterio-so mal. El caballero cada vez est msplido, ms ojeroso y ms dbil. Noduerme; veces en la noche, las al=tas horas, en esas horas densas de lamadrugada, el ladrido de un perrounladrido lejano, casi imperceptibleleproduce una angustia inexpresable.

    Tiene D. Luis de Gngora un extrao soneto en que lo irreal se mezcla lo misterioso: uno de esos sonetos delgran poeta en que parece que se en-treabre un mundo de fantasmagora,de ensueo y de dolor. El poeta hablade un ser quien no nombra ni dequien nos da seas ningunas. Ese hom-bre de quien habla Gngora anda porel mundo, descaminado, peregrino, en-fermo; no sale de las tinieblas; porellas va pisando con pie incierto. Todoes confusin, inseguridad, para ese pe-regrino. De cuando en cuando da vo-

  • 108 AZORN

    ees en vano. Otras veces, lo largode su misteriosa peregrinacin, oye lo lejos el latir de un can.

    Repetido latir, si no vecino,Distinto oy de can, siempre despierto...

    Quin es ese hombre que el poetaha pintado en sus versos? Qu sim-bolismo angustioso, trgico, ha que-rido expresar Qngora al pintar eseperegrino, lanzando voces en vano yescuchando el ladrido de ese perro le-jano, siempre despierto? Una hondatristeza hay en el latir de esos perros,lejanos, muy lejanos, que en las horasde la noche, en las horas densas y her-mticas de la madrugada, atraviesanpor nuestro insomnio calenturiento,desasosegado, de enfermos; en esos ladridos casi imperceptibles, tenues, quelos seres queridos que nos rodean enesos momentos de angustia escuchaninquietos, ntimamente consternados,sin explicarse por qu.

    Nuestro hidalgo escucha en la nocheeste latir lejano del