carta a las iglesias 654 (oct 2014)

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1 C e n tro M onseñor Rom ero, AÑO XXXIII, No. 654 del 1-31 de octubre de 2 0 1 4 www.uca.edu.sv/publica/cartas 2015 Beatificación de MONSEÑOR

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UCA Editores de San Salvador

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Centro Monseñor Romero, AÑO XXXIII, No. 654 del 1-31 de octubre de 2014

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2015 Beatificación de MONSEÑOR

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Pág. 4-5

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Pág. 19

Pág. 20-21

Pág. 22-23

Contraportada

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“Crimen y castigo”. Una obra salvadoreñaBenjamín Cuéllar

Al reencuentro de los niños desaparecidos en a guerra. Francisco Bosch

Atreverse al encuentro con las pandillasEdgar Cañas

Los desafíos pastorales de la familia José Manuel Vidal / Padre Adolfo Nicolás

¿Quiénes eran?Jon Sobrino

Experiencia ignaciana en el mundo universitario. José María Tojeira

Fe y Alegría del padre LoloCarlos Ayala Ramírez

Los mártires de la UCA: mártires de la justicia. Rodolfo Cardenal S.J.

“Quítate las sandalias, que la tierra que pisas es tierra sagrada”. Éxodo 3, 5Estala Clara Grignola

III aniversario del padre Dean Brackley S. J.

Centro Monseñor Romero, campus UCA Bulevar Los Próceres, Apto. postal 01-168,

Antiguo Cuscatlán, La Libertad, El Salvador.

Carta a las Iglesias es una publicación de análisis de las realidades del ámbito religioso, político, económico y social

desde un enfoque cristiano.

Director de publicación:Jon Sobrino sjDirector del Centro Monseñor RomeroCorrección de estilo: Mayra HerreraImprenta: Talleres Gráficos, UCA.

2015. Beatificación de Monseñor

Nos ha llegado la noticia a punto de enviar a la imprenta este número de Carta a las Iglesias. En la reunión del clero del día 4, Monseñor José Luis Escobar dijo que, en su estancia en Roma, el papa Francisco le comunicó que monseñor Óscar Romero será beatificado el año entrante. El arzobispo no dio detalles sobre la fecha y el lugar. Pero la noticia ya ha llenado de alegría.

Los dos papas anteriores, Juan Pablo II y Benedicto XVI, hablaron de ello, pero no con mucha convicción y decisión. Y se notaba el temor de incomodar a los poderosos: “todavía no es el tiempo oportuno”. El lenguaje del Vaticano, era ambiguo y poco entusiasmante.

Todo ha cambiado con el papa Francisco. Hace un año dijo que la causa de monseñor estaba estancada, pero que sin duda avanzará. Más que estancada pienso que estaba bloqueada por muchos intereses que nada tienen que ver con Jesús de Nazaret.

Lo hemos dicho muchas veces: la alegría y el júbilo de la gente está asegurado. Pero he solido tener un pequeño temor y una duda: qué dirá el acta de canonización sobre Monseñor Romero. Santo y virtuoso lo fue en grado sumo. Pero fue algo más como lo pusieron en palabra, inmediatamente después de su asesinato, Ignacio Ellacuría en la misa de funeral de la UCA: “Con monseñor Romero, Dios pasó por El Salvador”. Por aquellos mismos días don Pedro Casaldáliga escribió el poema “San Romero de América, pastor y mártir nuestro”. Y espontáneamente el pueblo lo llamó “santo”. El culto del pueblo, popular, ha sido masivo, aunque no está permitido durante el proceso de beatificación.

Esperamos, pues, al año entrante. En 2015 no habrá mundiales ni juegos olímpicos. No lucharán unos contra otros para ganar. Algo o mucho ganaremos todos, con excepción de algunos irredentos. No correrán millones de millones para esconder pobreza, violencia y angustias. Sí habrá pupusas y tamales.

En 2015 ganará la niñita de una champa de Zimbawe, quien, cuando le pregunté en 2007 qué conocía de El Salvador me contestó al instante: “un obispo”. Y días después, también en Zimbawe, saludé a Desmond Tutu. Le dije que venía de El Salvador y me contestó: “¡La tierra de Romero! ¡Cuánto le recordábamos en tiempos de guerra!”. Y así, muchas otras historias que no cabrían en todos los libros del mundo.

Ha desparecido mi temor de que beatifiquen a un monseñor Romero aguado. Hoy es difícil manipularlo. Y una petición: “San Romero de América, ruega por todos los pobres del mundo. Y ruega por este pueblo salvadoreño, que es el tuyo”.

Jon Sobrino

Rectificación,En la Carta a las Iglesias Nº654, página 2, en el primer párrafo debe decir que Monseñor José Luis Escobar Alas, Arzobispo de San Salvador, escuchó la noticia de la beatificación cercana de Monseñor Romero no del papa Francisco sino del arzobispo Vincenzo Paglia, quien es promotor de la causa en el Vaticano. Además, que la beatificación sea el año 2015 significa que al parecer ocurrirá pronto. No se puede fijar con precisión la fecha.

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Realidad Nacional

“Crimen y castigo”Una obra salvadoreña

Benjamín Cuéllar

Llegó el momento de ofrecer una obra salvadoreña inconclusa pero iniciada hace casi veinticinco años.

El primer acto se consumó en una sola puesta en escena, el 16 de noviembre de 1989. La madrugada de ese día, varias decenas de militares pertenecientes al feroz y sanguinario batallón “Atlacatl” –tropa élite de la Fuerza Armada de El Salvador– penetraron las instalaciones de la UCA para asesinar con la mayor saña posible a dos mujeres y seis curas jesuitas. Las ocho eran pacíficas y estaban desarmadas; por tanto, como ocurrió, no reaccionarían violentamente. Era, pues, una operación “fácil”, pero planificada y coordinada desde el más alto nivel. De no ser así, habría sido imposible realizarla.

El segundo acto es muchísimo más largo, comenzó inmediatamente después de realizado el crimen colectivo. Se trata del encubrimiento y la impunidad institucional para proteger a todos sus responsables. Los mismos verdugos se encargaron de fingir un enfrentamiento y dejar colgado en un portón el cartel, escrito por uno de ellos al momento de la retirada, que decía: “El FMLN hizo un ajusticiamiento a los orejas contrarios. Vencer o morir… FMLN”. Esa primitiva versión fue respaldada por el mando del estamento castrense y el Gobierno.

Cuando se le vino el mundo encima Cristiani, presentó los resultados de la investigación que realizó una “comisión de honor”. Señaló a los soldados que dispararon, a los oficiales que dirigieron el operativo y al coronel que transmitió la orden proveniente del Estado Mayor. Pero sin tocar lo intocable.

Se realizaron investigaciones viciadas y un juicio fraudulento: la idea habría sido de un solo hombre, el coronel Benavides y a este apocado coronel le asignaron la operación. Lo único que hizo la tropa del “Atlacatl” fue catear el lunes 13 de noviembre la residencia de los jesuitas en terreno universitario. Pasaron sin hacer nada el martes 14 y el miércoles 15. La madrugada del jueves 16 entró de nuevo en la UCA y ejecutó a sangre fría a dos mujeres y seis sacerdotes. Inmediatamente después lo mandaron al campo de batalla enfrentando al “enemigo”.

Tanto dentro del país como fuera del mismo, las familias de las víctimas y la Compañía de Jesús denunciaron a los autores intelectuales y a sus cómplices. El sistema nacional funcionó de diversas formas, pero para favorecer a los criminales. El regional, en cambio, funcionó para bien y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos recomendó a El Salvador investigar los hechos y sancionar a todos los responsables, reparar el daño a las víctimas y dejar sin efecto la ley de amnistía. Pero ni Francisco Flores, ese que está preso señalado como ladrón ni los otros jefes de Estado que le siguieron, se atrevieron a hacer lo que debían: acatar tales recomendaciones. Fin, pues, del segundo acto.

Y el tercer acto, todavía no acaba. Empezó el 13 de noviembre del 2008 en Madrid, cuando dos organizaciones de derechos humanos presentaron una acusación en la Audiencia Nacional de España. Al negarles justicia a las víctimas dentro del país, la están buscando fuera, el estadounidense Centro por la Justicia y la Responsabilidad, junto con la Asociación Pro Derechos Humanos de España. Lo hacen, pese a los obstáculos pues también allá se cuecen habas. Porque quienes enfrentan en esos tribunales cargos por graves violaciones de derechos humanos y crímenes contra la humanidad muchas veces tuvieron o tienen poder; o cuentan con el apoyo de otros poderes tras ellos, que buscan protegerlos y protegerse. Con todo, hace unos días la Audiencia Nacional de España decidió en pleno que el juez Eloy Velasco continúe el juicio. Por eso, este último acto no ha acabado. ¿Cómo acabará? ¿Cómo se llamará la obra cuando termine? Elemental: “Crimen y castigo”.

Porque el perdón de las víctimas no debe detener el proceso judicial de sus victimarios. Juan Pablo II visitó a quien lo quiso matar en 1981: el turco Mehmet Ali Agca. Lo hizo cuando ya se encontraba purgando su condena. Llegó a perdonarlo, pero no a sacarlo de prisión. Es demasiado peligroso frenar el funcionamiento de las instituciones. Además, siempre hay que recordar la frase de Gloria Giralt de García Prieto: “El que mata y queda

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Pro-Búsqueda

Construir el abrazoAl reencuentro de los niños desaparecidos en la guerra

Francisco Bosch

Cuatro brazos que no pueden entrelazarse, se encuentran misteriosamente separados: son 32 años alejados, dos idiomas diferentes, miles de ausencias, de preguntas, de miedos. Allí están parados, como queriendo abrazarse, como queriendo recuperar cada segundo perdido, como queriendo saber “¿Por qué no hicieron nada para no perderme?”. El eco de la pregunta retumba en el dolor de Patrick, en su herida, una más de las miles dejadas por el conflicto armado que desangró al país más pequeño de América en la década de 1980.

Es invierno en El Salvador, las pocas lluvias complican la cosecha de maíz. Es septiembre, un jueves 4 de septiembre esperado por más de 30 años. Han pasado 22 años de la firma de los Acuerdos de Paz que dieron por finalizada formalmente la guerra, y nadie parece querer recordar en el día a día esos “lejanos” tiempos. Un joven alto y con un español muy rústico, parece no entender del “Perdón con olvido” que impuso la amnistía. El no viene al país pidiendo la cabeza de los culpables, el desafía nuestra memoria de peces desde su propia historia: “Quiero saber quién soy, de donde vengo, quienes son mis padres”.

La historia viene de lejos: Pro-Búsqueda fue la mediación para comenzar a tender el puente; la mano del Padre Jon Cortina acaricio este reencuentro, y el océano Atlántico no fue un obstáculo para unir a una familia separada por la guerra. Esta es la historia del reencuentro número 245, del abrazo que lleva más de 30 años construyéndose… y continúa en eso.

Patrick es el protagonista de esta historia, Niña María es la madre que espera el abrazo, Don Esteban es el padre caído por las balas del ejército salvadoreño en 1981. Todo parece listo: Patrick viaja desde la Francia que lo vio crecer, un contexto que nunca lo hizo sentirse completamente cómodo. Él se sabía diferente, ese ruidito lo acompañó, le gritó por dentro, lo sacó de sí mismo y el análisis voluntario de ADN marcó el retorno “a casa”, a las raíces. Era tiempo de rearmar el rompecabezas de su historia, un avión lo ayudó a saltar “el charco” y conocer la tierra que lo vio nacer. Todo era nuevo, lo deseado no sería una historia “soñada de Hollywood”.

Esta historia se desarrolla por la mañana del 4 de septiembre en un cantón de Suchitoto, en una casa

“Bienvenido a casa Hijo Mío” Cartel pegado en la entrada

de la casa materna de Patrick

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Reencuentro

sencilla de adobe, donde varios hermanos, sobrinos y una madre esperan la llegada del bebé que perdieron de vista hace 32 años. Una madre que sólo tuvo a su hijo seis horas en brazos, espera poder “chinear” a un gigante de un metro noventa, que quiere conocer sus raíces. Él llega, se miran, la madre se le avalancha encima, lo toma como puede con sus dos brazos, llora. Él no responde ante el grito en español de su madre. Los segundos se hacen eternos. Por un momento pareciera que Patrick chinea a su madre, la cual le grita “¿Me perdonas hijo?”. La traductora hace entendible el sollozo y él responde: “hay nada que perdonar”.

Los pocos testigos del momento, desaparecemos del lugar como sabiendo que el abrazo no se dio automáticamente, debe construirse con platica, con miradas, con confrontación, con fotos viejas, con anécdotas, con preguntas, con enojos, con dudas, con reproches, con dolores. Y allí están, en una pequeña ronda sentados, juntando las piezas del rompecabezas: Patrick se entera que tiene diez hermanos (dos ya fallecidos), que nació en una cueva del Cantón Tenango un 23 de agosto de 1981 y que habían soñado llamarlo Balthazar. También supo de boca de su madre, quien repitió hasta el cansancio que: “fuiste arrebatado de mis brazos, yo no te regalé”. Demasiado dolor para poder abrazarlo…

Patrick detiene la avalancha de verdades, se para, busca la soledad, arma un cigarro, mira el cielo. Se calma y vuelve para platicar a solas con su mamá María Corina: casi dos horas de sagrado encuentro, solo mediado por la traductora. Algunos hermanos pasaban y aportaban. Algo comenzaba a tejerse, en medio del caos doloroso de la historia arrasada: el abrazo empezaba a ser posible, no sin dolor, pero con la segura piedra de la verdad, del conocer la propia historia. Al final Patrick pidió sacarse una foto con todos para aprender sus nombres y dijo: “Siempre lo tuve todo, pero no sabía porque no era feliz. Ahora voy entendiendo”.

Historia de Pro-Búsqueda

Una cruenta guerra civil dejó más de 75,000 muertos y más de un millón de refugiados. En 1992 el gobierno y el FMLN firmaron los Acuerdos de Paz. Uno de los puntos consistía en la formación de una Comisión de la Verdad para investigar las violaciones de los derechos humanos durante el conflicto armado.

Entre las denuncias realizadas a la Comisión de la Verdad, se encontraban las de muchos familiares, quienes relataron la desaparición de sus hijos e hijas en operativos militares. Sin embargo, el informe final “De la Locura a la Esperanza” publicado en marzo de 1993, no hizo mención específica de los casos denunciados.

El padre Jon Cortina, sacerdote jesuita, estaba indignado y sobre todo lleno de dolor y compasión. Acompañaba a las madres y padres víctimas de la desaparición forzada de sus hijos e hijas. Los buscaban con la esperanza de que estuvieran vivos. Para esclarecer la verdad, abogar por la justicia y demandar del Estado una reparación integral a las víctimas el padre Cortina emprendió la lucha. Los primeros éxitos ocurrieron en 1994 cuando encontraron a los primeros 5 niños que habían sido desaparecidos cuando el ejército ejecutó un operativo militar conocido por los pobladores como “la guinda de mayo”, en el nororiente de Chalatenango. En ese operativo desaparecieron más de 50 niños. El reencuentro del grupo de jóvenes tuvo lugar en la ciudad de Guarjila, Chalatenango, el 16 de enero de 1994. La noticia se difundió rápidamente por todas las comunidades vecinas. Familiares de niños que habían sido desaparecidos vieron renovada su esperanza con ese primer éxito de Pro-Búsqueda. Hasta la fecha se registran 921 casos de los cuales 382 han sido resueltos y en muchos de estos casos, ya se ha realizado el reencuentro familiar. Los reencuentros constituyen la máxima satisfacción de este trabajo. Desafortunadamente también durante el proceso de investigación, se han determinado 52 niños fallecidos. Es una noticia trágica para los familiares pero al menos les permite finalizar la búsqueda y asumir la pérdida definitiva de ese niño que no podrá abrazar.

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Realidad Nacional

Atreverse al encuentro con las pandillasEdgar Cañas

Considero que como discípulos de Jesús de Nazaret estamos llamados a atrevernos a poner los medios necesarios para encontrarnos cara a cara con aquellos muchachos que en nuestra sociedad están en situación de riesgo, pero también debemos atrevernos a encontrarnos personalmente con aquellos muchachos que actualmente pertenecen a las maras o pandillas juveniles. ¿Acaso debemos tenerles miedo? ¿Acaso Jesús tenía miedo de encontrarse con los “endemoniados” de su tiempo? ¿Qué haría Jesús en nuestro lugar? Si realmente somos cristianos auténticos estaremos dispuestos internamente para acercarnos y apreciarles de un modo gradual; hemos de crear vínculos con ellos y ellas, pues somos hijos e hijas de un mismo Dios, somos hermanos y hermanas. Hoy se nos presenta una gran oportunidad para ayudarles a crecer humanamente y, al mismo tiempo, ellos nos pueden ayudar a nosotros también a crecer humana y espiritualmente. Es importante que los cristianos del siglo XXI aprendamos a no encerrarnos en nosotros mismos, a no meternos en una especie de burbuja que no nos permite ver los siglos de nuestros tiempos.

Debemos traspasar las fronteras del individualismo y de nuestra manera de pensar egoísta. Los miembros de las maras o pandillas no son tan diferentes a nosotros; sí que tienen historias diferentes a nivel cultural, social y familiar; lo cual explica de alguna manera su forma de pensar, sentir y comportarse. Conviene recordar una de las frases más importantes pronunciada por Jesús en el sermón de la montaña: “Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios”.

Se trata, pues, de crear un país y un mundo en el que reine la paz y la armonía social. Y concretamente, a la hora que decidamos atrevernos al encuentro con dichas personas, debemos ir más allá de las barreras establecidas; despejando la compleja incógnita acerca de quién es el otro u otra. Siendo capaces también de revelar quiénes somos nosotros. Siendo capaces de preguntarles: ¿cómo estás? ¿Quieres escucharme? Quiero escucharte a ti con atención. Tenemos la tarea de comenzar a ver a cada ser humano como una obra maravillosa de la creación, pero casi la gran mayoría no lo saben y, he aquí nuestra misión: acompañarles y ayudarles a descubrir los dones que Dios les ha dado y el potencial humano que podrían orientar

según el proyecto de Dios. ¡He aquí nuestra misión como discípulos de Cristo! Debemos urgentemente revelarles el valor profundo y misterioso del cual goza cada quien.

Los cristianos debemos abrirnos, no cerrar las puertas de nuestro corazón. Por supuesto que dicho proceso de acompañamiento a tales personas implica ponernos vulnerables y aceptar la vulnerabilidad de los demás. Es una vulnerabilidad compartida. Es caminar juntos, andar juntos en la búsqueda de los caminos que nos conduzcan a la construcción de la paz nacional. Si todas y todos los cristianos nos tomamos de la mano en dicho trabajo apostólico, entonces tendremos la fuerza para lograrlo como comunidad cristiana. Tenemos que comprender que estos muchachos “mal portados” no son santos -nosotros tampoco-, sin embargo, ellas y ellos son víctimas del pecado estructural, no lo olvidemos. Son víctimas del sistema económico capitalista salvaje, tal como lo llamaba el ahora santo Juan Pablo II.

Somos invitados a aceptar la llamada del amor. No debemos temer abrirnos al amor. Dios es un Padre y una Madre que ama a todos sus hijos e hijas, sin importar si son buenos o malos. Sólo una cultura basada en el amor puede realmente salvarnos de la ola de la violencia generalizada que envuelve a nuestra sociedad salvadoreña y, por qué no decirlo, Centroamericana. Creo que siempre y cuando cambiemos de mentalidad y de actitud con relación a las maras o pandillas, sólo entonces será posible que ellos empiecen a cambiar de vida y abrirse de nuevo. Al respecto nos dice el filósofo cristiano francés, Jean Venier: “Caminamos hacia la paz cuando desechamos nuestras propias etiquetas y las que hemos puesto a los demás, para encontrarnos de corazón a corazón, de persona a persona. La confianza comienza a nacer. El proceso no siempre es fácil”.

Atrevernos a aprender a relacionarnos y a conocernos con tales personas nos pueden ayudar a asumir nuevas e interesantes perspectivas y desafíos ante el fenómeno de la violencia que afecta no sólo el pulgarcito de América, sino a todo el continente. En definitiva, los cristianos hemos de someternos a la voluntad de Dios que nos invita a ser constructores de la paz y, a su vez, resistirnos ante la globalización de la indiferencia.

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Sínodo

Los desafíos pastorales de la familiaJosé Manuel Vidal / Padre Adolfo Nicolás

La finalidad: “proponer al mundo de hoy la belleza y los valores de la familia que emergen del anuncio de Jesucristo que disipa el miedo y sostiene la esperanza”. Y además se deben tratar sin dilación problemas pastorales muy concretos, algunos que vienen de lejos, otros de mayor actualidad. Entre otros, la comunión a los vueltos a casar, las parejas, matrimonios, homosexuales...

Han participado 253 personas. 114 presidentes de Conferencias Episcopales, 13 jefes de Iglesias Católicas Orientales, 25 Jefes de Dicasterios de la Curia Romana, 9 miembros del Consejo Ordinario de Secretaría, el secretario general, el subsecretario, tres religiosos elegidos por la Unión de Superiores Generales, 26 miembros de nombramiento pontificio ocho delegados fraternos, 38 auditores, de los cuales 13 son parejas de esposos, 16 expertos.

El Sínodo tiene dos etapas. La Asamblea General Extraordinaria de 2014, la Asamblea General Ordinaria de 2015. Sólo al final se sacarán conclusiones. Pero es bueno reflexionar ya sobre lo que ha ocurrido en el Sínodo. Da mucha luz sobre cómo estamos en la Iglesia católica y a dónde podemos ir con el Papa Francisco.

El arzobispo de San Salvador, en su alocución dijo que los tres grandes problemas de la familia son la pobreza, la migración y la violencia. El día 18, escribe en Orientación del 2 de noviembre, “le pedí al Papa, si fuera de su parecer, la gracia de declarar a San José Patrono universal de la Familia”. De regreso en el país, al parecer, en una reunión con sacerdotes dijo que el Papa le había comunicado que Monseñor Romero sería beatificado el año entrante, 2015. No dio más detalles.

El sínodo no ha sacado ninguna conclusión. Lo hará el 2015. Recogemos ahora dos textos de lo que ocurrido en la primera etapa que da la tónica de lo que ocurrirá en el próximo, y sobre todo de la actual situación de la Iglesia con el papa Francisco. El primero es una reflexión sobre la novedad, posibilidades y tensiones del Sínodo. Se ha hecho famosa la tensión entre dos altos cardenales. Muller, a la derecha, distante del papa en estos asuntos. Kasper a la izquierda, cercano al papa. El segundo es una toma de postura sobre la dirección que debe tomar la Iglesia y sobre algunos problemas concretos.

Se celebró del 4 al 19 de octubre. El tema: “Los desafíos pastorales de la familia en el contexto de la evangelización”.

Nadie puede detener la primavera en primavera

José Manuel Vidal, Religión digital, 12 de octubre de 2014

El Sínodo llega a su ecuador. Termina la primera semana con fuerte discusión entre los partidarios de la doctrina y de una Iglesia aduana versus los partidarios de la misericordia y de la Iglesia hospital de campaña. Los cardenales Müller y Kasper están frente a frente, con todo lo que representan. Es una lucha teológica a brazo partido... Pero nadie puede detener la primavera en primavera.

Juan Masiá, uno de los mejores expertos mundiales en bioética, concluye así: “No basta la compasión pastoral, sin cambio doctrinal. Hace falta evolución en doctrina. La unión indisoluble no es propiedad del matrimonio sacramental sino promesa de tarea a realizar, que no siempre se logra. El “sí” de los

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Sínodo

“El Sínodo está completando el Concilio”Adolfo Nicolás, General de los jesuita.

Extractos de una entrevista a Giacomo Galeazzi

8 de ocutbre al Vatican Insider

¿Será actualizada la moral familiar? La discusión, libre y franca, se está dirigiendo hacia un cambio: la adecuación pastoral a la realidad de los tiempos de hoy. Es un signo histórico, porque en estos años ha habido fuerzas que han tratado de hacer retroceder a la Iglesia con respecto al concilio.

Y, ¿en cuanto a la comunión a los divorciados que se han vuelto a casar? No se puede impedir que el Sínodo discuta el tema, como habrían querido algunos. Los obispos no fueron convocados para insistir en ideas abstractas a fuerza de doctrina, sino para buscar soluciones a cuestiones concretas. Es muy significativo que el Papa y muchos padres sinodales hayan hecho referencia en sus intervenciones a los textos del Concilio. También el cardenal Martini, hasta el final de sus días, esperaba que se expresara esa Iglesia que escucha.

Los “conservadores” dicen que la doctrina está en peligro. No es correcto absolutizar. Por ejemplo, el caso de las uniones de hecho. No quiere decir que si existe un defecto todo esté mal. Es más, hay algo bueno en donde no se daña al prójimo. Francisco ha insistido al respecto: “Todos somos pecadores”. Hay que alimentar la vida en todos los ámbitos. Nuestra tarea es acercar a la gente a la gracia, y no rechazarla con preceptos. Para nosotros, los jesuitas, es una práctica cotidiana. Lo sabe muy bien la Inquisición.

¿Cómo? Nuestro fundador, San Ignacio de Loyola, fue sometido ocho veces al examen de la Inquisición después de escuchar al Espíritu. Entonces como ahora, para nosotros cuenta más el Espíritu, porque viene de Dios, con respecto a las reglas y a las normas, que en cambio, vienen de los hombres. Lo que necesitan la moral familiar y sexual es dulzura y fraternidad. No se trata de dividir, sino de armonizar. No se puede evangelizar a golpe de Evangelio. Si hay algo negativo, no significa necesariamente que todo sea negativo.

novios no es “abracadabra” que produzca mágicamente vínculo. Es promesa de un proceso de crearlo. Los más avanzados hablan de acogida pastoral, sin cambio doctrinal ni tocar la indisolubilidad absoluta. Pero hay que tocarla, no es ni de derecho natural, ni de derecho divino”.

El cardenal Müller y los suyos comienzan a quejarse. Olfatean grandes cambios. Desde la llegada de Francisco al solio pontificio, los capos de la Curia, liderados por el cardenal Sodano y la vieja guardia italiana, ponen palos en las ruedas de la revolución tranquila del Papa Bergoglio.

Algunos creyentes se enfurecen por la llegada de aire fresco a la Iglesia. Están que trinan por los gestos y los hechos de Francisco. No aguantan su testimonio de normalidad y su pontificado de misericordia y ternura. Y tratan de tirarle piedras, como la de los que llegan a afirmar que su elección ha sido ilegítima.

En muchos países, algunos obispos continúan como obispos-príncipes, señores del rebaño, reculan ante un Papa que los deja en evidencia en su forma de pensar y, sobre todo de vivir. Algunos movimientos neoconservadores están a la expectativa, sin pronunciarse con claridad para no arriesgar. Estaban convencidos que lo de Francisco sería una tormenta de verano, pero se dan cuenta, con el paso del tiempo, que nadie puede detener la primavera en primavera.

La revolución de Francisco marcha adelante en alas de la sinodalidad y del apoyo del pueblo de Dios, que está con Francisco a muerte, en un referendum bisemanal de miércoles y domingo en la plaza de San Pedro. Los pobres del mundo (todos los pobres del mundo, desde los tirados, enfermos, angustiados, desahuciados, parados, sin pan ni dignidad) miran al Papa como su ancla de salvación y su esperanza. Quieren que sus gritos sacudan la conciencia del sistema que crea indignidad.

La gente sencilla mira a Francisco como un referente, una autoridad moral, un ejemplo de líder cercano, sencillo, austero, ético, que predica con el ejemplo. Y la gente piensa, esperanzada: ¿Si el Papa lo puede hacer, si la Iglesia consiguió el cambio, por qué los políticos no van a poder? ¿Por qué no exigirles lo mismo? Es el efecto contagio del franciscanismo.

La revolución de Francisco será un éxito, porque es una revolución espiritual y obra del Espíritu. Y, aunque Francisco se rompa (¡Dios no lo quiera!) o lo maten (corren rumores en Roma de posibles atentados contra él), el camino está iniciado, la tendencia está marcada y destinada a cuajar, porque nadie puede detener la primavera del Espíritu en eterna primavera.

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XXV aniversario

¿Quiénes eran?Jon Sobrino, 29 de noviembre 1989. Santa Clara, California.

Cuando se escriban sus biografías, algunas, como la de Ellacuría, el rector de la universidad, llenarán varios volúmenes, pues su vida, 59 años, fue de una prodigiosa creatividad intelectual, eclesial, religiosa y de análisis político-social. Otras, como la del P. Lolo, podrán ser más breves, no porque en su larga vida, 70 años, no hiciera muchas y buenas cosas en el colegio Externado San José, en los primeros años de la UCA y en sus veinte últimos años al servicio directo de los pobres en Fe y Alegría.

Por su talento sencillo y humilde él siempre quiso pasar inadvertido. E infinidad de cosas se dirán de los demás. Segundo Montes, 56 años, sociólogo, muchos años en el colegio y en la UCA, investigador de la problemática popular, sobre todo de los refugiados, director del Instituto de Derechos Humanos de la UCA.

Nacho Martín-Baró, 47 años, vicerrector académico, psicólogo social atento a la problemática del pueblo pobre, a las consecuencias psico-sociales de la pobreza y de la violencia, a la religiosidad liberadora. Juan Ramón Moreno, 56 años, maestro de novicios, profesor de teología, subdirector del Centro Monseñor Romero, que fue por cierto parcialmente destruido el mismo día de los asesinatos. Amando López, 53 años, rector del seminario diocesano de San Salvador, rector del colegio y de la universidad de Managua durante la revolución sandinista, profesor de teología de la UCA. Y junto a estos “títulos” habrá que mencionar los desvelos de todos ellos en su vida diaria por atender a la gente popular que se acercaba con sus problemas, su pastoral dominical en parroquias y comunidades de los pobres, suburbanas y rurales, Santa Tecla, Jayaque, Quezaltepeque y Tierra Virgen, sus desvelos por construir en esos lugares pobres una pequeña clínica, una guardería infantil, o poner un tejado de lámina sobre unos palos para convertirlo en iglesia. También habrá que escribir las biografías de Julia Elba y Celina, quizás en pocas páginas, pero preñadas de realidad salvadoreña y cristiana, de pobreza y sufrimiento, de trabajo diario para sobrevivir, de esperanza de justicia y de paz, de amor a Monseñor Romero, de fe en el Dios de los pobres.

Ahora sólo quisiera decir algunas palabras sobre lo que más me ha impresionado de este grupo de jesuitas como grupo –aunque obviamente existían diferencias entre ellos - y ofrecerlas como la más importante herencia que nos dejan.

1. Ante todo, eran seres humanos, salvadoreños, que intentaron vivir honrada y responsablemente en medio de la tragedia y la esperanza. Por ahí quiero empezar, pues vivir en medio de la realidad salvadoreña es antes que nada asunto de humanidad, exigencia a responder con honradez a una realidad deshumanizada, que clama por la vida, y que en sí misma es cuestionamiento ineludible a nuestra propia humanidad.

Estos jesuitas eran hombres de una pieza, no como cañas que mueve cualquier viento. Trabajan de sol a sol y ahora se habrán presentado ante Dios con sus manos callosas, si no de trabajos físicos sí de todo tipo de trabajos: clases, escritos, importante aunque monótono trabajo administrativo, misas, retiros, pláticas, entrevistas, viajes y conferencias en el extranjero… A veces con gran brillantez, participando en congresos internacionales, o apareciendo en televisión, hablando con reconocidas personalidades, diplomáticos y embajadores, obispos, líderes políticos y sindicalistas, intelectuales recibiendo premios internacionales. Segundo Montes recibió un premio, en el congreso de Estados Unidos, por su investigación sobre los refugiados el día 1 de noviembre, y Ellacuría, pocos días antes de regresar a El Salvador, recibió de manos del alcalde de Barcelona un importante premio otorgado a la UCA… A veces, en parroquias, en comunidades y en sus oficinas, hablando con la gente sencilla, con campesinos y refugiados, con madres de desaparecidos, tratando de resolver los problemas cotidianos de la gente pobre… La mayor parte de su tiempo trabajando en el día, acumulando en ese trabajo diario un gran conocimiento del país y la credibilidad de estar siempre allí en su puesto, lo cual les otorgó un gran prestigio y potenció su trabajo y su eficacia.

2. Eran hombres de espíritu, aunque externamente no eran de los llamados “espirituales”. De Ellacuría aprendí la expresión “pobres con espíritu” para relacionar adecuadamente pobreza y espiritualidad. A estos jesuitas quisiera llamarlos ante todo “hombres con espíritu”. Y ese espíritu se manifestó, como San Ignacio dice en la meditación para alcanzar amor, “más en obras que en palabras”.

Ante todo, espíritu de servicio. Si algo quedaba claro de esta comunidad era su trabajo, hasta tal punto que nos llamaban fanáticos. Pero un trabajo que era servicio. En esto fueron insignes seguidores de San Ignacio, no pensando en el trabajo como modo de hacer carrera

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Mártires de la UCA-varios de ellos muy bien pudieran haber sido figuras en su profesión y algunos llegaron a serlo, aunque sin buscarlo nunca directamente- ni porque no deseasen paz y descanso. Pero dadas las exigencias del país y la creatividad de Ellacuría sobre todo para proponer siempre nuevos planes y no dormirnos en los laureles, el trabajo es lo que dominaba la comunidad, con las desventajas que eso tiene, pero también con el testimonio de una vida dedicada a servir. Casi todos tenían trabajo pastoral en parroquias y comunidades pobres los domingos, y muchos sábados y domingos por la tarde se les podía ver trabajando en sus oficinas. Recuerdo que a veces surgía la discusión sobre terminar el trabajo semanal en la UCA el viernes por la tarde, y no el sábado a mediodía, como en realidad lo hacemos, pero la discusión terminaba siempre con estas palabras: “Eso es para el primer mundo. En un país pobre como el nuestro, hay que trabajar más, no menos”. De hecho, hasta el concepto mismo de vacaciones y, nada digamos, de año sabático, llegó a desaparecer de nuestras vidas. Y aunque el trabajo excesivo tiene también su aspecto deshumanizante y costos para la salud, así vivían estos hombres porque el desvivirse trabajando era cuestión de humanidad, de responder a las innumerables exigencias de la realidad salvadoreña.

Recuerdo que, cuando el P. Kolvenbach nos visitó a los jesuitas en El Salvador en 1998 -visita muy animante que agradecimos sinceramente-, nos recomendó, como a él le toca hacerlo, que no trabajásemos en exceso, que cuidásemos las fuerzas y la salud. Y recuerdo que alguien de la comunidad le contestó que en situaciones como las nuestras hay que estar indiferente a salud o enfermedad, a vida corta o larga, como dice San Ignacio en el “el principio y fundamento”. No es que comprendiésemos y agradeciésemos lo que nos decía el P. Kolvenbach, pero queríamos insistir en que la realidad salvadoreña -no sólo pensamientos ascéticos o místicos- exige esa indiferencia y esa disponibilidad para dejar la vida y la salud hecha girones. Exagerados o no, estos hombres vieron en el trabajo la forma de servir y responder a la realidad salvadoreña.

Ese trabajo, sin embargo, tenía una finalidad muy determinada: el servicio a los pobres. Cuando usábamos lenguaje religioso hablábamos de los pobres, por privilegiados de Dios. Cuando usábamos lenguajes histórico salvadoreño, hablábamos de las mayorías populares. En realidad es una misma cosa: el servicio a millones de hombres y mujeres que llevan una vida indigna de seres humanos y de hijos e hijas de Dios. En este servicio hay que encontrar lo más profundo de sus vidas y por ello puede decirse que este grupo de jesuitas tenía en verdad espíritu de compasión y misericordia. Si trabajaban como fanáticos y corrían riesgos muy

conscientemente era porque se les removían las entrañas –como el buen samaritano, como a Jesús y como al Padre celestial- al ver a todo un pueblo herido en el camino. Nunca dieron un rodeo, como el sacerdote y el levita de la parábola, para no encontrarse y dejarse afectar por el sufrimiento del pueblo. Nunca dijeron que no a las continuas peticiones de la gente, mientras fuese posible complacerlas. Nunca buscaron subterfugios en el trabajo académico para no hacerlos, como si el saber universitario no estuviera también sometido a la exigencia primaria ética y práxica de responder al clamor de las mayorías populares. Por eso, la fuente, exigente e inspiradora, de todo su trabajo y de todo su servicio fue esa compasión y misericordia que se les convirtió en algo verdaderamente primero y último. El lenguaje que usaban como universitarios era el de “justicia”, “transformación de estructuras”, “liberación”, incluso, bien entendido, el de “revolución”; pero no era éste un lenguaje frío, puramente ideológico o político, sino que detrás de él estaba el lenguaje de verdadero amor hacia el pueblo salvadoreño, el lenguaje de la misericordia. Con este pueblo y para este pueblo vivieron muchos años. Y de este pueblo todos hicieron su pueblo, habiendo nacido, con la excepción del padre Lolo, en España. “Tu pueblo será mi pueblo”, como dice la Escritura.

Eran hombres con espíritu de fortaleza. Tenían temple y aguante para todo, para los duros y los constantes trabajos, para atender a los mil y un problemas que diariamente pasaban por la universidad, los que eran estrictamente de la universidad y los que a diario generaba el país y que llegaban a la universidad. Así, tenían que mezclar clases con ayuda urgente a algún refugiado o desaparecido, tenían que interrumpir mil veces los escritos que tenían entre manos con llamadas y visitas. No había mucha paz externa para trabajar, a veces parecía que las espaldas no eran ya suficientemente grandes para aguantar todo lo que venía encima; pero no se aislaban ante los problemas ni desfallecían.

Y tenían fortaleza para mantenerse en los conflictos y persecuciones. En los últimos quince años abundaron las amenazas en llamadas telefónicas y cartas anónimas, y sobre todo en los periódicos donde se hicieron acusaciones alucinantes en editoriales, campos pagados –a veces de la Fuerza Armada- los cuales terminaban de una u otra forma insinuando o pidiendo claramente la expulsión o aniquilación de estos jesuitas. En los últimos meses aparecieron claras amenazas en la prensa y televisión sobre todo contra Ellacuría y Segundo Montes. Las últimas amenazas fueron por radio, cuando desde el 12 de noviembre todas la emisoras estaban en cadena gubernamental proferían amenazas contra ellos y el arzobispo.

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XXV aniversarioY junto a las amenazas verbales, los ataques físicos.

Desde el 6 de enero de 1976 -recuerdo muy bien la fecha- cuando estalló la primera bomba en nuestra universidad, en otras quince ocasiones han puesto bombas, en la imprenta, en el centro de cómputo, en la biblioteca, en el edificio de administración. La última estalló el 22 julio de este año destruyendo parcialmente la imprenta. En nuestra propia casa, la policía entró cuatro veces y la última vez estuvo allí once horas. En febrero de 1980, la casa fue fuertemente ametrallada en la noche, y en octubre de ese mismo año fue dinamitada dos veces: el día 24 y, tres días después, el 27. En 1983, una nueva bomba explotó en nuestra casa; esta vez por defender el diálogo como solución humana y cristiana para el país. Trágica ironía, pero en aquellos días la misma palabra “diálogo” era sinónimo de traición.

Su servicio a las mayorías populares era, pues, muy consciente de los riesgos que traía consigo. Y ese riesgo lo asumieron con absoluta naturalidad, sin alharacas, ni siquiera tras especial discernimiento espiritual, pues sólo se discierne lo que está claro, y para estos hombres era absolutamente claro que tenían que proseguir su trabajo en el país. Por ello permanecieron en El Salvador y nunca los escuché que pensasen abandonarlo ante tantas amenazas y peligros, y quizás el mero hecho de quedarse en el país fue un gran servicio para mucha gente que se hubiese ido si ellos hubiesen abandonado el país. En 1977, después de que asesinaron a Rutilio Grande, todos los jesuitas fuimos amenazados de muerte. En las listas de personas peligrosas siempre estaban varios nombres de jesuitas de la UCA. Y recuérdense que en El Salvador se llegó a lanzar folletos por la calle con estas palabras: “Haga patria, mate un cura”. Algunas noches solíamos pasar la noche en casas de religiosas y de familias amigas, pero por la mañana siguiente todos volvíamos a nuestro trabajo de la UCA.

Sólo en noviembre de 1980 salió del país Ellacuría bajo protección de la embajada española, pues su nombre era el primero en una lista secreta con nombres de personas que iban a ser asesinadas. Y recuérdese que ese año las amenazas eran muy reales; fue el año en que fue asesinado Monseñor Romero, cuatro sacerdotes, cuatro religiosas norteamericanas, un seminarista, el rector de la Universidad Nacional, los cinco máximos dirigentes del Frente Democrático Revolucionario, y, como siempre, centenares de campesinos, obreros, sindicalistas, estudiantes, maestros, médicos, periodistas… Ellacuría regresó después al país sin ninguna garantía, asumiendo todos los riesgos.

No cabe ninguna duda, pues, que eran hombres de temple, de una pieza, como el pueblo salvadoreño que los fue moldeando y que ha dado un ejemplo al mundo de cómo aguantar infortunios sin cuento, cómo sobrevivir y

cómo luchar por la vida, con una creatividad que asombra a todos los que los conocieron. Estos hombres fueron, pues, en verdad salvadoreños, y quisiera añadir honradez, el servicio y la fortaleza con que vivieron la recibieron en muy buena medida de este pueblo. Sus dolores los convirtieron y publicaron, de su esperanza vivieron y su amor los sedujo para siempre.

3. Estos hombres eran también creyentes, cristianos. No lo menciono aquí como cosa obvia y rutinaria, sino como algo central en sus vidas y como algo que en verdad los dirigió completamente. No eran de los que convencionalmente podríamos llamar el tipo “piadoso”, repitiendo en el templo “Señor, Señor”, sino los que iban a la calle a hacer la voluntad de Dios. Por ello, cuando a la comunidad hablábamos de cosas de la fe, las palabras eran más bien parcas, pero muy reales. Solíamos hablar del reino de Dios y del Dios del reino, de la vida cristiana como seguimiento de Jesús, del Jesús histórico, el de Nazaret, pues no hay otro. En la universidad -en la enseñanza y en los escritos de teología por supuesto-, pero también en momentos solemnes y en actos públicos se recordaba nuestra inspiración cristiana como algo central, como lo que daba vida, dirección, ánimo y significado a todos nuestros trabajos, y como lo que explicaba también los riesgos que conscientemente corría la universidad.

Se hablaba con toda claridad del reino de Dios y de la opción por los pobres, del pecado y del seguimiento de Jesús. Esta inspiración cristiana de la universidad la exponían esos jesuitas sin ninguna rutina, y la gente captaba que en verdad esa inspiración es lo que dirigía la universidad. Incluso algunos no muy explícitamente creyentes lo captaban y agradecían, porque a través de la fe cristiana así vivida la universidad se hacía más salvadoreña.

Es difícil, por no decir imposible, penetrar en lo más hondo del corazón de esos hombres, en su fe, pero para mí no hay duda que fueron grandes creyentes y que su vida sólo tenía sentido como seguidores de Jesús. ¿Cómo era su fe? Pensando en cada uno de ellos, con sus diferentes historias y caracteres, me siento fascinado y agradecido ante todo por el hecho mismo de que tuvieron una gran fe, pues –digámoslo de paso- en países como El Salvador, la fe no es cosa obvia en medio de tanta injusticia y de tanto silencio de Dios, y no puedo menos de impresionarme por el hecho mismo que haya fe.

Creyeron en un Dios de vida, bueno para los pobres, utopía benéfica en medio de nuestra historia, que proporciona sentido y salvación a nuestras vidas, y de ahí su esperanza radical. Creo que encontraron a Dios escondido en el rostro doloroso de los pobres y lo encontraron crucificado en el pueblo crucificado. Y que también encontraron a Dios en esos gestos de

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Mártires de la UCAresurrección, grandes y pequeños de los pobres. Y en ese Dios empequeñecido –el Dios siempre menor- encontraron al Dios siempre mayor, verdadero misterio inabarcable que les impulsaba a recorrer caminos nuevos, no transitados, a preguntarse qué es lo que hay que hacer. De ellos quisiera decir lo que en otros lugares he escrito de Jesús de Nazaret. Para ellos Dios fue Padre bueno, utopía benéfica para la historia, que la atrae y hace que dé más de sí, y en él podían descansar, depositar el sentido último de sus vidas. Y para ello el Padre seguía siendo Dios, misterio inmanipulable, y por ello no los dejaba descansar y los impulsaba a buscar cosas nuevas que hacer para responder a su nueva y soberana voluntad.

Ya he dicho que nuestra comunidad no era muy dada a poner en palabra estas cosas, sino a decirlas con la propia vida, y ahora mis hermanos las han dicho con su propia vida, con su propia sangre. Pero quiero mencionar algo de lo que sí hablábamos con frecuencia: de Monseñor Romero. Y ése era lenguaje de fe. Querer y admirar a Monseñor Romero no es cosa en absoluto difícil, a no ser para los que niegan la luz y tienen un corazón de piedra. Pero intentar seguirlo y aceptar todo Monseñor Romero es cosa de fe. Creo que para ello, para mí y para tantos otros, Monseñor Romero fue un Cristo actualizado y, como Cristo, sacramento de Dios. Confrontarse con Monseñor Romero era como confrontarse con Dios.

Encontrar en la vida personal a Monseñor Romero era como encontrar a Dios. Intentar seguir a Monseñor Romero era como seguir a Jesús hoy en El Salvador. Y eso es lo que mis hermanos intentaron hacer. No creo que ni el Señor Jesús ni el Padre celestial estén celosos de que hable así de Monseñor Romero. Al fin y al cabo, él ha sido su don más precioso en nuestros días para todos nosotros. Y cuando alguien de siente absolutamente atraído por un testigo como Monseñor Romero, a quienes hemos visto, oído y tocado, creo que puedo decir con sinceridad que se siente atraído por Jesús y por su evangelio, de quien sólo hemos leído sin verlo, de manera definitiva.

En cualquier caso, si verdad que todos vivimos nuestra propia fe llevados por la fe de los demás, no tengo ninguna duda que nuestra comunidad era llevada por la fe de otros, de nuestro hermano Rutilio Grande, de tantos creyentes salvadoreños que han mostrado con su sangre su verdadera fe, y de la fe de Monseñor Romero. No sé si estoy proyectando en otros lo que para mí es la fe en Dios, pero creo y espero que no sea mera proyección. Si algo he aprendido en El Salvador es que la fe es, por una parte, realmente indelegable, como la de Abraham solo ante Dios, pero, por otra, es una fe llevada por otros. Las dos cosas se combinan en El Salvador, las dos se apoyan mutuamente, y de esta manera en medio de tanta oscuridad sigue siendo posible, creo yo, la luz de la fe.

Como dice el profeta Miqueas, en una cita que muchas veces he usado, queda muy claro lo que Dios desea de nosotros seres humanos: “practicar la justicia y amar la lealtad”. Y queda claro también –ahora en el claroscuro del misterio- que así “caminamos humildemente con Dios en la historia”.

Lo primero, la absoluta exigencia de justicia es lo que les iluminó con toda claridad la realidad de los pobres y –practicando la justicia- es lo que les hizo corresponder a Dios. Lo segundo, el difícil caminar con Dios en esta historia de tinieblas -¿de dónde sacar fuerzas para ello?- creo que se lo posibilitó el recuerdo de Jesús, de sus testigos actuales y la fe de los mismos pobres.

Estos hermanos se entroncaron en esa corriente esperanzada y amorosa que sigue presente en la historia a pesar de todo, en esa corriente de la historia que protagonizan en último término los pobres. Ellos trabajaron para que esa esperanza utópica fuese cada vez mayor y tomase más cuerpo, pero ella también los llevó a ellos en su esperanza y en su fe. Creo que ellos miraron a los pobres desde Dios y con ellos caminaron hacia Dios. Así era, creo yo, la fe de mis hermanos.

4. Estos hombres y creyentes fueron por último jesuitas. Creo que fueron profundamente “ignacianos”, aunque no pareciesen a veces muy “jesuíticos”, si se me entiende bien, de los que están pendientes de la última información que viene de la curia, o de esos que piensan que la compañía es lo más importante que existe sobre la faz de la tierra, aunque estaban sinceramente orgullosos de ser jesuitas. No es que fueran insignes en todo lo ignaciano, pero sí creo que fueron insignes en las cosas fundamentales de los Ejercicios Espirituales. Recuerdo que en 1974, Ellacuría y yo dimos un curso sobre Ejercicios vistos desde América Latina. Y en 1983 juntos escribimos un documento que hicimos en nuestra Congregación Provincial para ser presentado a la Congregación General de ese mismo año, basado en la estructura de los Ejercicios. Normalmente nos tocaba a nosotros dos y a Juan Ramón Moreno poner en palabra lo ignaciano de nuestras vidas y trabajos, pero creo que todos los demás aceptaban y participaban cordialmente de esa visión.

De san Ignacio solíamos recordar los grandes momentos de los Ejercicios. La contemplación de la encarnación, para ver el mundo real con los ojos del mismo Dios, es decir, mundo de perdición, y para reaccionar con las entrañas del mismo Dios, es decir, “hacer redención”. Y esto es importante recordarlo porque, como para muchos otros salvadoreños, no fue la cólera -que tantas veces estaba más que justificada- ni la venganza ni mucho menos el odio lo que fue el motor de sus vidas, sino el amor: el “hacer redención” como dice san Ignacio. Solíamos recalcar también la misión de Jesús al servicio

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XXV aniversariodel reino de Dios e historizarla para nuestros días; la meditación de las banderas con la alternativa insuperable de riqueza y pobreza, que cristianamente asumida lleva de por sí a todos los bienes, mientras que la riqueza, por su propia naturaleza, lleva a todos los males; el cargar con el pecado del mundo y el escondimiento de la divinidad de Cristo en la pasión. Y algo que fue muy original y sumamente actual es la interpretación que hizo Ignacio Ellacuría del coloquio de la meditación de los pecados ante Cristo crucificado. En una interpretación historizada para nuestro tercer mundo, se preguntaba qué hemos hecho para que estos pueblos estén crucificados, qué hacemos ante sus cruces y qué vamos a hacer para bajarlos de la cruz. De él aprendí también a aplicar a nuestros pueblos la expresión “pueblo crucificado” –no sólo hay que hablar del “Dios crucificado” de Moltmann, solía decir, aunque esto sea necesario- y la comparación de esos pueblos con el siervo doliente de Jahvé, como lo hizo también intuitivamente Monseñor Romero: el siervo doliente de Jesús y el siervo doliente es el pueblo crucificado. En la respuesta a estas preguntas se expresaba la conversión que exige san Ignacio con total claridad.

También reinterpretamos el ideal de san Ignacio: “contemplativos en la acción de la justicia”. No sé cuánto había de contemplación en sus vidas, tal como ésta se entiende convencionalmente, pero no dudo que el lugar privilegiado de su contemplación, de encontrar realmente el rostro de Dios en este mundo, estaba en su acción para cambiar el rostro de Dios en este mundo, estaba en su acción para cambiar el rostro de Dios, oculto y desfigurado en los pobres y oprimidos, por el rostro de Dios viviente, que da vida y resucita a las víctimas.

Estos eran los ideales ignacianos que movían a ese grupo. Los llevaron a la práctica con limitaciones, por supuesto, pero no tengo de que esto es lo que los movía y de ello dieron insigne testimonio. Y desde este espíritu de San Ignacio hay que entender cómo se comprendían ellos como jesuitas en el mundo de hoy. Jesuitas como ellos, y ciertamente ellos, son los que prepararon el cambio que se operó en la misión de la universal Compañía, cambio comparable al del Vaticano II y Medellín, y por ello verdadero milagro y don de Dios. La misión actual de la Compañía quedó formulada como “servicio de la fe y promoción de la justicia” (CG XXXII, 1975), y todo ello llevado a cabo como “opción por los pobres” (CG XXXIII, 1983). Este cambio ha sido muy radical, ha significado para la Compañía conversión, abandonar muchas cosas y muchos modos de proceder, perder las amistades de los poderosos y sus beneficiados, y ganar el cariño de los pobres. Ha significado sobre todo volver al evangelio de Jesús, al Jesús del evangelio y a los pobres para quienes Jesús predicó y fue evangelio, buena noticia. Pero ha sido también un cambio muy

importante y muy benéfico, especialmente para los países del tercer mundo. Ha significado que la compañía se haya hecho verdaderamente cristiana y verdaderamente centroamericana, ha significado mantener la identidad de la compañía de modo que la haga relevante en nuestro mundo y procurar una relevancia que la ayude a redescubrir su identidad ignaciana. Y no es éste pequeño beneficio para la Compañía, producto en muy buena parte de los jesuitas como los seis asesinados.

Y jesuitas como ellos son los que han verificado la verdad de lo que también dijo la CG XXXII: “No llevaremos a cabo la misión del servicio de la fe y de la fe de la justicia sin pagar un precio.” En los últimos catorce años desde que se dijeron estas palabras, muchos jesuitas han sido amenazados, perseguidos y encarcelados en el tercer mundo. El número de jesuitas asesinados creo que es alrededor de veinte, y de ellos, siete en El Salvador, el P. Rutilio Grande y ahora los seis de la UCA. Estas cruces son las que muestran que la elección fue correcta, cristiana y actual.

Creo, pues, que fueron ignacianos y jesuitas. Sin alharacas, sin palabras almibaradas y sin triunfalismos se sentían jesuitas, de nuevo más en las obras que en palabras. Ciertamente eran de aquellos que se hacían las dos grandes preguntas de san Ignacio: “a dónde voy y a qué”, e intentaban responderlas con honradez, sin el adorno de mucha palabrería espiritualista ni el disfraz de las prudencias diplomáticas y mundanas, ni siquiera con los discernimientos que a veces son paralizantes, pues lo obvio no es objeto de discernimiento. Eran de los que buscaban la mayor gloria de Dios y recordaban aquello de san Ignacio el bien, cuanto más universal, más divino.” Y así comprendían su trabajo, sobre todo el trabajo específicamente universitario dirigido hacia las estructuras del país y su transformación: para que la salvación llegara a más gente. Eran de los que estaban en la avanzada, en las trincheras, allí donde se juegan las soluciones a los problemas más graves de nuestro tiempo, y allí donde se escucha también más cerca el fragor de la batalla. Si cayeron en la batalla, es porque estaban en ella.

Así es como los recuerdo, honrados con la realidad, creyentes en Dios y seguidores de Jesús, jesuitas cabales de finales de este siglo XX. Tuvieron limitaciones y fallos, cada uno los suyos y como grupo. Duros y adustos a veces, hasta con apariencia de intransigentes algunas veces. Aunque no por defender lo suyo, sino por luchar por lo que consideraban mejor para el país, la Iglesia y la Compañía. Pero eso no les impidió vivir y trabajar unidos, llevando cada uno las cargas de otros, y sintiéndose llevados también por el espíritu de otros. De esta forma fueron compañeros de Jesús y realizaron la misión del cuerpo de la Compañía en el mundo de hoy.

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Mártires de la UCA

Experiencia ignaciana en el mundo universitarioJosé María Tojeira

Cuando todavía no imaginaba que pudiera ser un día rector de la UCA de El Salvador leí el libro de John O´Malley, “Los primeros jesuitas”, y me impresionó el paso en San Ignacio de la Concepción de la Compañía de Jesús como “caballería ligera” de la Iglesia hacia una institucionalidad que, si bien conservaba una enorme movilidad para la misión, optaba también por la educación y específicamente por las Universidades. Pensaba entonces que el “bien más universal” de Ignacio se orientaba entonces a lo que ahora llamamos el bien más estructural, y que eso hacía lógica la opción por las universidades en una época en la que el debate de ideas se volvía crucial. La tendencia ignaciana a una buena formación de los jesuitas se ampliaba a la incidencia sistemática en el campo del conocimiento y el pensamiento. Aun así, el campo universitario me resultaba ajeno y lejano, entregado como estaba, al mundo sociopolítico hondureño desde el contacto con los sectores empobrecidos de nuestras parroquias.

El destino a El Salvador y el posterior nombramiento como Provincial de Centroamérica supuso un acercamiento importante a la comprensión del mundo universitario, especialmente a través de la figura de Ellacuría. Aunque mi relación con él no fue siempre la mejor, mi admiración hacia su opción radical por hacer coincidir lo estructural con la socialización y universalización de los derechos económicos y sociales de las grandes mayorías populares empobrecidas creció de día en día. Ver cómo concretaba los criterios del bien más

universal de Ignacio y la mayor necesidad, me impactó profundamente. El bien más universal lo centraba en la construcción de una nueva civilización que él llamaba de la pobreza y que resumía de la siguiente manera en su último artículo de teología, Utopía y profetismo desde América Latina: “La civilización de la pobreza propone, como principio dinamizador, frente a la civilización del capital, un trabajo que no tenga por objetivo principal la producción de capital, sino el perfeccionamiento del ser humano. El trabajo, visto a la par como medio personal y colectivo para asegurar las necesidades básicas y como forma de autorrealización, superaría distintas formas de auto y hétero-explotación y superaría, así mismo, desigualdades no sólo hirientes, sino causantes de dominaciones y antagonismos”. Y la mayor necesidad, en un país en guerra civil, la veía en lograr la construcción de la paz desde el abandono de las armas y desde un diálogo y negociación que tuviera simultáneamente en cuenta los derechos civiles y políticos de la ciudadanía y los derechos económicos y sociales de los pobres. Siempre pensé que esa capacidad de tener grandes objetivos civilizatorios, y esa capacidad de concretarlos universitariamente en un país profundamente dividido, convertía a Ignacio Ellacuría en un extraordinario intérprete de San Ignacio para el mundo universitario.

La muerte martirial de nuestras dos colaboradoras y de nuestros compañeros en 1989 me acercó todavía más al mundo universitario. La Provincia Centroamericana tenía tres universidades en aquel entonces y cada una tenía su

San Ignacio de Loyola. Fundador del Colegio Romano, en 1550. Luego se convirtió en la Universidad Gregoriana de Roma.

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XXV aniversariopropio estilo y diversidad. Pero las tres tenían un verdadero empeño de ser referente nacional. De modo que cuando me destinaron por primera vez a una Universidad, a la UCA de El Salvador, después del provincialato, tenía al menos ideas vagas del funcionamiento de las mismas, pero mucha claridad respecto a la urgencia y la necesidad de poner todo el peso institucional de nuestras instituciones de educación superior al servicio de países con graves problemas de injusticia social, severas desigualdades económicas y altos índices de violencia.

Dada mi inexperiencia previa en la gestión universitaria y mi acceso relativamente abrupto a la dirección de una universidad, aposté por dejar la gestión del día a día en manos de expertos con experiencia universitaria larga y sistemática y me preocupé más de preguntarme por la orientación ignaciana de la universidad. De hecho la UCA tenía ya la tradición de Ellacuría muy internalizada y tanto los sobrevivientes como los jesuitas que reforzaron la Universidad tras la masacre estaban profundamente identificados con la inspiración cristiana de la Universidad y su opción de servir universitariamente a las mayorías populares. A mi modo de ver, y siguiendo esa misma tradición, la UCA debía continuar siendo “conciencia crítica” en medio de un país que había logrado al fin la paz a través del diálogo, pero que mantenía toda una serie de estructuras y vicios económico-sociales característicos de su pasado injusto. El discernimiento ignaciano es fundamentalmente capacidad crítica desde el Evangelio de Jesucristo. Y una universidad de inspiración cristiana no puede traicionar el aspecto crítico del discernimiento convirtiendo la inspiración cristiana en una especie de ideario piadoso, idealista y suficientemente vago como para no herir a nadie. No puede haber inspiración cristiana sin opción preferencial por los pobres. Y esta opción no se enseña teóricamente en las aulas, sino que se debe vivir en la cotidianeidad del servicio universitario y del debate público. La investigación debe estar presente en aquellos campos que tocan elementos fundamentales de la estructura del país, sea en el campo tecnológico científico, humanista y de valores, o en el campo de la economía y la convivencia y organización social. La formación de opinión, desde el propio pensamiento e investigación universitaria era así mismo imprescindible en un país donde los medios de comunicación estaban, y siguen estando, en muy pocas manos, que además responden a intereses de muy pocos. Relanzar la investigación hacia campos como la ecología, la energía limpia y renovable, la migración, la estructuración clasista de nuestra sociedad y el pésimo reparto de la riqueza, la violencia y sus causas, el desarrollo local y la economía solidaria era necesario en una sociedad con largas hipotecas sociales. Y afortunadamente había tanto el recurso humano como el interés y la pasión por incidir universitariamente en la realidad. Mantener

la crítica y la presencia en los medios de comunicación desde la propia capacidad universitaria de crear opinión e incluso mantenerla desde sus propios medios era el complemento ideal. Fomentar la calidad académica y tratar de ser coherente con la famosa y repetida frase de Ellacuría, que decía que la primera materia de una universidad tiene siempre que ser la realidad nacional, complementaba esta especie de ideales o política general a seguir.

Pero sobre toda esta visión había una necesidad más. Mantener en la Universidad el espíritu de lo que en la Congregación XXXIV de la Compañía de Jesús se llamaba “comunidades de solidaridad”. Para ello había que empezar al menos a dialogar con todos los que formábamos la Universidad. Necesario para todos en aquellos tiempos de post-tragedia, de cambio en el país y de crecimiento de la UCA. Y todavía más para mi, que llegaba nuevo a la Universidad, aunque en general conocido por el papel desempeñado en torno al asesinato de nuestros compañeros y el posterior juicio, participación en investigaciones de colaboración con la Comisión de la Verdad, opinión pública, etc. Hablar con docentes, con autoridades, con el personal auxiliar, con los alumnos fue mi primer objetivo. Además de las reuniones y encuentros con académicos y administrativos, una vez al mes me reunía con los alumnos de las diversas carreras, escuchándolos, dialogando con ellos, atento a sus necesidades. Comencé algo que ya en tiempos anteriores había iniciado Ellacuría, que fueron unas reuniones anuales, que se siguen teniendo, y que llamamos seminario interno, generalmente de dos días completos, en que se reúne la mayoría de los profesores, así como cargos administrativos y una representación de trabajadores y alumnos. En ellos debatíamos desde el espíritu ignaciano

La UCA se fundó en 1965. El Centro Monseñor Romero en 1985.

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y cristiano de la Universidad, centrándonos en la propia identidad, hasta los temas de investigación y proyección social (incidencia en la sociedad). Del diálogo nacieron algunas reformas universitarias, especialmente en el área del alumnado, que durante la guerra, por las exigencias de esa situación de emergencia que requería la entrega total de las personas a la causa de la paz, habían sido relativamente poco atendidos. Nace así la Dirección de Estudiantes y se va mejorando la participación de los mismos en la vida institucional universitaria. Cercanía humana a través del diálogo permanente y apertura constante a las necesidades de los diferentes sectores de la comunidad universitaria me parecía el camino mejor para ir creando ese espíritu de comunidad solidaria hacia dentro y hacia fuera, que debe ser una universidad.

En todo este proceso tenía la suerte de trabajar en una Universidad con una identidad muy trabajada previamente por el propio Ellacuría y con abundante reflexión y documentación al respecto. El martirio de nuestros hermanos y hermanas reforzaba la identidad. Y la celebración anual de la fecha del 16 de noviembre creaba un ambiente de participación, apoyo y fortalecimiento de la identidad propia de quienes son capaces de convertir una

tragedia, como lo fue el asesinato, en un acontecimiento generador de esperanza. No hay duda de que el martirio de nuestros hermanos aceleró el proceso de paz en El Salvador, entre otros factores, y contribuyó a lo que había sido el ideal de estos universitarios durante la guerra: salvar vidas. Ese vivir su vida como fuerza supuso una facilitación de la tarea de mantener el estilo ignaciano de la Universidad, abierta siempre al bien más universal, a la mayor necesidad y a la unión de fe y justicia. Más allá del peso que la Universidad pudiera tener con sus alumnos en la vida nacional, la misma Universidad funcionaba y funciona como un actor de cambio y como una fuerza crítica y creativa. Y esa misma presencia intensa en la vida nacional reforzaba especialmente en los alumnos la identidad universitaria y la conciencia social.

En general nunca me había gustado el lenguaje estandarizado sobre la excelencia de nuestros titulados, y me refiero a las universidades jesuitas. Me parecía un lenguaje autorreferencial, glorioso y elitista, que no acababa de reflejar la finalidad plena de nuestras universidades. El propio Xabier Gorostiaga, jesuita y rector de la UCA de Nicaragua solía insistir en que no podía ser que nuestras universidades formaran “profesionales exitosos para sociedades fracasadas”. El martirio de nuestros hermanos me enseñó a valorar las cosas de otra manera. Una universidad que se arriesga hasta la sangre por los pobres y desheredados de nuestro mundo puede formar excelencia humana. Que unida a la excelencia académica puede convertirse en verdadero factor de cambio y transformación social. Al final la excelencia académica sólo tiene valor si llega unida al descubrimiento de que la humanidad es una. Y que merece la pena dar la vida por la construcción de un mundo donde la igual dignidad humana sea, de hecho y de derecho, respetada y amada por todos. Creo que sin haberme encontrado directamente con la experiencia del valor del martirio, presente en nuestras hermanas y hermanos universitarios, no me hubiera animado a asumir una tarea para la que no estaba académica ni gerencialmente preparado. Pero la fuerza de quienes lograron movilizar los importantes recursos intelectuales y éticos de la universidad hacia la construcción de la paz con justicia, y el sello de su sangre, me animó siempre a convertir el dolor de las víctimas en acicate hacia y esperanza de un mundo y una sociedad diferente, más humana, más solidaria. Y a ver en la producción y multiplicación del conocimiento una herramienta de primer nivel para ello. Gracias a este grupo de 8 mártires universitarios, tal vez a esto haya que llamarle comunión de los santos, los 14 años en la rectoría pasaron más rápidamente de lo que pudiera haber imaginado al comenzar este servicio.

Mártires de la UCA

La Procesión de la Luz.

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Se cuenta que “Lolo” no es un apellido italiano, sino el cuadrado de López; y es un término cariñoso para llamar al padre Joaquín López y López, uno de los ocho mártires de la UCA, asesinado el 16 de noviembre de 1989. Sus compañeros de fe y de seguimiento a Jesús de Nazaret lo definen como un hombre con gran pasión para llevar a cabo el compromiso vital con los otros, especialmente con los más pobres y necesitados. De una vida interior recia y constante, que llevaba los sueños al plano de la realidad, sin menospreciar los mínimos recursos, porque Dios late en todos los elementos, y sin renunciar a los máximos proyectos, porque Dios está siempre presente más allá. En definitiva, lo recuerdan como alguien de probada fidelidad a su compromiso en la Compañía de Jesús, cuya razón de ser era darle continuidad, desde los desafíos de la propia historia y desde la propia condición humana, a la misión curadora y liberadora del Nazareno.

Lolo fue uno de los fundadores de la UCA y el primer Secretario General, y aunque no trabajó mucho tiempo en ella, siempre estuvo al tanto de su marcha y fue parte, hasta su asesinato, de la comunidad universitaria. Sin embargo, lo suyo no fue la educación superior, sino la formación de los sectores populares. De ahí que fácilmente fue conquistado por el movimiento internacional de educación popular Fe y Alegría, cuya misión se dirige a sectores empobrecidos y excluidos para potenciar su desarrollo personal y colectivo. Según este movimiento, la educación de calidad para las mayorías puede ser un principio de transformación no solo para las personas, sino también para las estructuras sociales que son fuente de inequidad. Así, en 1969, el padre Lolo fundó Fe y Alegría El Salvador, con la apertura de dos talleres de carpintería, uno de corte y confección y tres escuelas primarias. Hasta su muerte, fue el director de la organización. En 1989, Fe y Alegría administraba 10 centros escolares, 4 escuelas técnicas y 4 academias.

El desarrollo del proyecto no fue fácil. Una de las dificultades más apremiantes fue su financiamiento. Cuatro eran sus fuentes principales: la rifa anual, los donativos, los préstamos y la aportación estatal, sobre todo en el pago de maestros. No obstante, las necesidades eran mayores que los recursos financieros obtenidos, lo que ponía al padre Lolo en una situación crítica, porque a él no le gustaba cerrar escuelas o talleres por falta de fondos. Se esforzaba por hallar alguna salida. Fueron tiempos muy difíciles para Fe y Alegría, y se estima que

solo la tenacidad del padre López logró evitar el cierre.

A pesar de todo el camino emprendido por el padre Lolo sigue dando frutos en la línea de una educación popular de calidad. A sus 45 años, Fe y Alegría está presente en seis departamentos del país, en los que se ubican 18 centros de educación formal y 4 centros de educación no formal, donde miles de niños de los sectores populares han conseguido desarrollar y empoderar sus capacidades. Y el horizonte heredado es inspirador: implementación de un modelo escolar que, además de la transmisión de conocimientos y destrezas, ayuda a crear confianza en la propia personalidad, desarrollando las aptitudes y posibilidades coartadas por cuanto oprime al ser humano.

También busca la formación de una conciencia crítica para encontrar soluciones creativas, a través de la reflexión y el compromiso con la realidad del país; promover la capacitación técnico-profesional para prestar un servicio eficiente a la comunidad; fomentar un ambiente comunitario de igualdad y solidaridad cristiana; y proyectar la escuela a la comunidad. Y entre los desafíos se visualizan el fortalecimiento de la calidad educativa, la consolidación de las estructuras organizativas de la institución, el fortalecimiento de su imagen y la creación de un fondo patrimonial. En la consecución de este horizonte, la fe y la alegría de Lolo son inspiradoras. De él se dice que multiplicó los dones, pidió para los pobres con alegría, con empeño. No dudó en tocar puertas, en trasnochar, en viajar una y otra vez a lugares muy lejanos.

Finalizamos con una anécdota. Se dice que cuando Fe y Alegría cumplió 20 años, unos días antes del asesinato de Lolo, el semanario Orientación, de la Arquidiócesis de San Salvador, publicó una nota en estos términos: “Fe y Alegría nace en El Salvador, exactamente el 6 de junio de 1969, como un movimiento de educación popular cuyo objetivo es la formación integral de las personas, de la familia, de la sociedad. Entendiéndose por formación integral todo trabajo que esté a favor de cada hombre y de cada comunidad, la toma de conciencia de sus propios logros y capacidades, y la recuperación de la fe en sí mismo. El escogido para cuidar la recién sembrada semilla de Fe y Alegría en este nuevo suelo fue el padre Joaquín López y López, llamado cariñosamente Lolo”. El padre López pudo leer la nota diez días antes de su último sacrificio.

Fe y Alegría del padre LoloCarlos Ayala Ramírez

Mártires de la UCA

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Los mártires de la UCA: mártires de la justiciaRodolfo Cardenal S.J.

Los mártires de la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” (UCA, San Salvador, El Salvador) ponen de manifiesto de manera palpable que no solo los enemigos tradicionales de la fe persiguen a los creyentes en el reinado de Dios, anunciado y realizado por Jesucristo. También lo hacen los regímenes occidentales, que se dicen democrático y que confiesan ser cristianos. No solo los fanáticos religiosos persiguen, también lo hacen los fanáticos del capitalismo. Por eso, el papa Francisco replantea el concepto de martirio para ampliarlo e incluir a los mártires de la justicia, que son miríada.

Los seis jesuitas asesinados hace veinticinco años, el 16 de noviembre de 1989, formaban parte de una comunidad universitaria que, durante una década, pidió reformas económicas y sociales para evitar la violencia armada. La reacción rabiosa de la oligarquía y del ejército salvadoreños no se hizo esperar. Los insultos y las amenazas fueron seguidas de ataques con explosivos. Una vez estallada la guerra civil, una guerra cruel y devastadora, la UCA exigió a ambas partes respetar el derecho internacional humanitario. Poco después comenzó a trabajar para encontrar una salida política negociada a la guerra, financiada y dirigida por Washington. La denuncia de un orden social injusto, el reclamo de otro más igualitario y la búsqueda de un acuerdo negociado al conflicto armado son la razón última del asesinato de los jesuitas, una doméstica y su hija adolescente, por parte del ejército salvadoreño y con la complacencia de sectores militares estadounidenses.

La libertad con la que la UCA abogaba por la reforma estructura de la sociedad, los derechos humanos, la justicia y la paz social resultó intolerable para el poder militar y oligárquico. En primer lugar, porque ante ese poder solo cabe la sumisión total. En segundo lugar, porque presuponía que una universidad jesuita debía ser aliada incondicional en el sometimiento del pueblo salvadoreño. Nunca que se erigiese en su defensora. El compromiso de la universidad con la satisfacción de las necesidades más sentidas de la mayoría de la sociedad donde se encuentra inserta es extraña aún hoy en día. Esa no parece ser la misión de la universidad.

Pero Ignacio Ellacuría, el rector de la UCA, pensaba de otra manera. Según su pensamiento universitario, la universidad no es para sí misma, ni para sus autoridades, ni para sus estudiantes, ni para sus profesores, porque su centro no se encuentra en su interior, sino fuera de sus muros, en la realidad histórica. La UCA, según Ellacuría, es para el pueblo salvadoreño, “el pueblo mayoritario que sufre condiciones inhumanas”. Por eso, la UCA puso su potencial universitario, sin menoscabo de su calidad académica, al servicio del pueblo salvadoreño y de su liberación.

La ocasión inmediata de la masacre de la UCA fue el ataque de la guerrilla contra la capital y la impotencia del ejército para contenerlo. La salida política, negociada por civiles, de una guerra que estaba destinado a ganar le contraría sobremanera. Cegado por la rabia, el ejercitó decidió asesinar a Ellacuría para impedir la negociación.

XXV aniversario

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Así, eliminaba también a uno de sus adversarios más acérrimos. Los cinco compañeros mártires de Ellacuría y la doméstica y su hija fueron asesinados porque los encontraron con él. La orden militar era no dejar testigos. Pero fallaron en su objetivo principal, porque la negociación del acuerdo de paz no solo no se detuvo, sino que se aceleró. Tampoco destruyeron la UCA.

Pero casi lo consiguen. El fuerte liderazgo de estos jesuitas de un talante humano extraordinario, profunda espiritualidad y formación sólida en diversas áreas del saber no era reemplazable. Aun así, la experiencia de la UCA, tal como ellos la habían planteado, no podía perderse. El empeño en la continuidad tuvo algo de profecía ante el ejército, la oligarquía y Washington. Y mucho de utopía, porque había que demostrar que esa universidad era posible y muy necesaria para construir un mundo más justo y porque había que hacerlo con los recursos disponibles. El desafío consistía en mantener el centro de la UCA en el pueblo salvadoreño y en ocuparse de la realidad nacional, pero sin su liderazgo, sus conocimientos y su experiencia. La UCA ya no podía ser lo mismo, pero debía seguir siendo la misma UCA de los mártires.

La tarea era gigantesca. La UCA entró en una especie de “depresión institucional”, que solo pudo superar con mucho trabajo, fidelidad a su identidad y su misión, y terquedad utópica. Varios de sus miembros más valiosos la abandonaron decepcionados. Aquella UCA no era la misma ni, obviamente, podía serlo. Pero en contra de todo pronóstico razonable, había que intentarlo por fidelidad a los mártires y su causa. Después de seis años difíciles, la UCA superó la depresión y se consolidó su identidad y su misión tal como había sido legada por los mártires. Esto fue posible gracias a la entrega de los jesuitas sobrevivientes y de otros que llegaron del exterior, y a la colaboración decidida de un grupo de seglares muy capaz y comprometido con su vocación universitaria. Al final, pudo más la obstinación de la razón, la verdad y la justicia que la irracionalidad del poder asesino.

Fui testigo privilegiado del renacimiento de esa UCA, así como también lo había sido, antes de 1989, de su construcción y desarrollo. En los primeros momentos la cuestión era si la UCA era viable sin los mártires. Y si lo era, cómo continuar. La única respuesta posible estaba en intentarlo. La tradición universitaria de Ellacuría y sus compañeros decía que el intento valía la pena. La ausencia de los mártires se hizo sentir con fuerza, sobre todo, en los momentos más críticos del país y de la UCA. Pero no nos abandonaron por completo. Al contrario, se hicieron presentes con gran claridad, pero de otra manera. Así,

nos hicieron participar en lo que los teólogos llaman “la comunión de lo santos”. Su presencia animaba a seguir, pese a la incertidumbre y el temor, la guerra no había concluido aún, la postguerra planteaba desafíos y las exigencias académicas, organizativas y administrativas de la UCA parecían insuperables.

Recuperada cierta normalidad, el esfuerzo se concentró en superar “la depresión institucional”, volviendo a la raíz de la identidad de la UCA, de donde se deriva su misión, pero desde la nueva situación del país y de la universidad, en cultivar la vocación universitaria de una nueva generación y en generar mística universitaria en la comunidad universitaria. La fidelidad a la misión demandaba responder a los nuevos desafíos de la realidad salvadoreña que con rapidez asombrosa pasa de la negociación al final de la guerra y a la postguerra. Entre esos desafíos estaba dignificar a las víctimas del terrorismo de Estado, exigir justicia para los violadores de los derechos humanos, contener la violencia social y luchar contra nuevas formas de pobreza y exclusión.

Hacer memoria de la masacre de la UCA, acontecida hace veinticinco años, no es insistir en el pasado, sino hacer presente unas vidas entregadas a la causa de la liberación de los pobres salvadoreños. Aparte que hacer memoria es una dimensión fundamental de la tradición cristiana. Hacer memoria es aproximarse con respeto y asombro a un pueblo y a una Iglesia martirial, donde la persecución se ensañó con quienes reclamaban justicia y derecho. Hacer memoria es dar gracias por esas vidas entregadas tan generosamente y comprometerse a entregar la propia para liberar a la humanidad de la injusticia. Hacer memoria es reclamar justicia, ya que los responsables de la masacre de la UCA y de los asesinatos posteriores gozan de impunidad, amparados por una ley de amnistía jurídicamente insostenible. Hacer memoria es enfatizar la necesidad y la urgencia de luchar por la humanización de un mundo inhumano.

Los mártires de la Iglesia salvadoreña nos señalan el camino para la humanización individual y colectiva y para seguir a Jesús de Nazaret. En ellos encontramos un testimonio de generosidad, solidaridad y fraternidad, pues no se guardaron nada para sí, sino que se entregaron a sí mismos para liberar al pueblo salvadoreño. Nuestra posibilidad de humanización, es decir, de salvación está en volvernos hacia ellos, en aceptar su desafío de forzar la llegada del reinado de Dios con el trabajo por la justicia y en dejarnos iluminar por ellos.

Mártires de la UCA

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Maestría

Soy de Argentina, religiosa de la Congregación de Jesús y he venido a El Salvador a hacer la Maestría en Teología Latinoamericana. Quisiera expresar el significado de la experiencia de la Maestría y mi vida aquí en El Salvador símbolos de la cultura maya que me resultan significativos.

He vivido una experiencia de celebración maya en Guatemala hace un tiempo. Me da sentido, poder expresar mi experiencia en este tiempo tomando la simbología de esta experiencia vivida. Las ceremonias mayas se realizan en un altar circular, que según sea la ocasión se ubica en un lugar o en otro y tiene determinadas características.

Pedirle permiso al lugar para habitarlo

Cuando iniciamos la experiencia nos invitaron a recorrer el espacio y a pedirle permiso al lugar para habitarlo, permitiendo que nos hablase. Que la naturaleza nos entregue su mensaje.

Este ritual toca mi experiencia de llegada a Centroamérica. Sentí necesidad de pedirle permiso a esta tierra en El Salvador para habitarla. Una fuerza especial siento en el jardín de las rosas en la UCA, al lado del Centro Monseñor Romero, allí, donde dejaron los cuerpos de los jesuitas mártires asesinados en El Salvador. Me pregunto muchas veces, qué me atrae de este lugar.

Siento que este lugar, me dice que es posible soñar la utopía. Más allá de que se cumpla o no. Me dice que sin utopía no hay fuerza que impulse y empuje la historia. Sin utopía, no hay posibilidad de que la intervención en la historia tenga sentido. Y la pregunta que me surge, ante este espacio, es sobre mi lugar concreto y donde vivir la utopía del Evangelio y del Reino en este tiempo.

Invocación a los abuelos y abuelas

Para los mayas, es fundamental invocar a los ancestros a quienes llaman abuelos y abuelas. Durante

“Quítate las sandalias, que la tierra que pisas es tierra sagrada”Éxodo 3, 5

Estela Clara Grignola, Argentina.

el tiempo de discernimiento y proceso de concretización de mi venida a El Salvador, sentí una fuerte necesidad de pedir y encomendar a los y las mártires de estas tierras, este proceso. Les pedí en reiteradas veces, cuando se complicaban las situaciones, cuando las cosas no parecían claras. Les pedí que si era lo mejor para mí y para otros/as, que ellos me permitieran venir y habitar esta tierra. Y sentí que ellos me daban permiso para poner los pies en esta tierra.

Purificación con incienso

Al ingresar al lugar donde se realiza la celebración, donde está el altar, se hace un rito con incienso sobre el cuerpo de cada persona. El sentido es de purificación, tiene una significación de llegar despojados de aquello que no nos hace bien, ante la celebración y comunicación espiritual.

En este tiempo, en El Salvador, muchas veces sentí carga. Que llevaba un lastre de cosas pasadas que me pesaban y agobiaban. En esos momentos, cuando más pesada sentía y siento esta carga, voy al Museo de los Mártires en la UCA y contemplo la ropa destrozada y ensangrentada de los mártires jesuitas, las fotos de las mujeres, de las religiosas, de los laicos. Esto significa para mí un ritual de purificación. Su sangre me dice, que necesito despojarme de aquello que me pesa y que en verdad no vale la pena. Su muerte, me grita que no tiene sentido que cargue con miradas ajenas, con críticas, con pequeñeces que permito que me afecten más de lo que es razonable. Ver su ropa sencilla, las alpargatas, la camiseta, esa ropa simple, cubierta de sangre y destrozada por las balas, me purifica de tomarme las cosas fútiles demasiado en serio. Me contacta con el dolor concreto y cotidiano de tantos y tantas hermanas nuestras que sufren cada día la marginación y la exclusión.

Estas son las palabras que me resuenan cuando me pregunto a mí misma sobre el significado de la Maestría en este tiempo

de mi vida. La sensación que aflora, es la de estar pisando tierra sagrada. Ante esto necesito descalzarme para entrar en este espacio, despojada de andaduras del camino.

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MaestríaUn ramo de flores

Los abuelos decían que las flores son presentes u ofrendas y símbolo de reconocimiento. Luego de la purificación con incienso se recibe un saludo con un ramo de flores que toca la cabeza, los hombros, los pies. Significa que una misma se convierte en ofrenda, toda entera y se expresa el reconocimiento de la existencia y el deseo de llevarlo al altar.

Ante situaciones de mucho dolor y sufrimiento que veo a mi alrededor, siento muchas veces la indignación y la sensación de impotencia ante tanta estructura de injusticia y de pecado.

En esos momentos, voy a la capilla en la UCA, me siento al lado de la lápida de los mártires y le pregunto al Señor, cuál es el camino, donde puedo vivir mi vida con mayor sentido. Le pido que me muestre donde servir mejor. Le pido que pueda optar en mi vida por los pobres y por los más pobres entre los pobres. Pido la intercesión de los mártires, para que sean mediadores, para que así como ellos dieron su vida, me ayuden a ir encontrando el modo de construir el Reino.

Celebración en el altar

En la celebración, se invoca al Corazón del Cielo, Corazón de la Tierra. Se va pidiendo permiso y besando la tierra con mucha reverencia e invitando a los/as presentes a hacer lo mismo.

Se sigue pidiendo y agradeciendo, se llama a los abuelos para que se hagan presentes y formen el consejo para que puedan ayudar a los necesitados que están hincados/as frente a ellos.

Siento en muchas ocasiones que hay una fuerza de la historia de esta tierra, del pueblo, de la gente. Me sigue impresionando y movilizando lo que se vive hoy en El Salvador. La inseguridad, la pobreza, el dolor, la injusticia, el silenciamiento de las víctimas. A la vez la alegría, la cordialidad, la acogida. Tanta vida en medio de la muerte cotidiana. Le pido a los mártires, a todos los que se fueron. A quienes murieron entregando su vida, que sigan protegiendo y cuidando a los salvadoreños. Les pido que me enseñen el coraje, el camino, la entrega.

Rituales finales

Al finalizar, se reparte una bebida de chocolate caliente con alcohol en unos cuencos de morro. Se toma un sorbo y se pasa el cuenco a quién está al lado. El sentido que tiene, es el de compartir el espíritu, compartir la energía del propio nawal, compartir la vida y construir la comunidad.

En El Salvador tomé de otros guacales y compartí el mío. Con mis limitaciones, mis ritmos y mis procesos. Cada día voy recibiendo de los guacales de otros y voy

dando a las personas con quienes comparto la vida y vamos construyendo comunión. Con los compañeros/as en la Maestría vamos tejiendo sueños, animando desilusiones, fortaleciendo vínculos.

En mi experiencia, en cada ‘guacal’ que me entregan y que entrego, se va entregando y recibiendo el Espíritu. Esto nutre mi vida, mi reflexión teológica, mi compromiso y mi espiritualidad.

Ricos vs pobres: las cifras de la vergüenza L. González, El País, Madrid, 30 de octubre

Explicamos en menos de dos minutos las diferencias entre los mil millonarios y los más de tres mil quinientos millones de pobres en el mundo.

Estos son los datos que más han llamado la atención de los informes publicados en los últimos días por Oxfam Intermón, Cáritas y Unicef.

+ Oxfam. EL PLANETA. Las 85 personas con mayor fortuna del mundo tienen tanta riqueza como la mitad más pobre de la población mundial. Las tres personas más ricas del mundo podrían pasarse unos 200 años gastándose un millón de dólares al día. Y aún así seguirían siendo ricos. La fortuna de las 85 personas más ricas creció un 14% en el último año.

+ Cáritas. ESPAÑA. los 20 más ricos poseen tanto como el 30% más pobre de la población, unos 14 millones de personas. Se han utilizado datos de la lista de mayores fortunas en España según la lista Forbes y del informe estadístico de Credit Suisse. Sólo uno de cada tres españoles escapa de la crisis.

+ Unicef. ESPAÑA. Uno de cada tres niños españoles (2,7 millones) viven por debajo del umbral de la pobreza (con menos del 60% de los ingresos medios nacionales) o en riesgo de exclusión. El número de niños pobres, según esta medición, ha aumentado en 800.000 en España como consecuencia de la crisis económica entre 2008 y 2012. “Los hijos de padres desempleados o con bajos ingresos sufren cambios en la dieta, eliminación de actividades extraescolares y dificultades para adquirir material escolar, además de rendir menos en la escuela, sufrir estrés y padecer humillaciones ante amigos y compañeros de clase”.

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Suscripción de Carta a las Iglesias

El Salvador:Personal $ 4.00 Centroamérica y Panamá $ 20.00 Europa y otras regiones $35.00Correo $ 8.00 Norte y Suramérica $ 25.00 Precio por ejemplar $ 0.35

Si desea más información, puede ingresar a nuestra página web: www.ucaeditores.com.sv o escríbanos a la dirección electrónica: [email protected] Tel. 22106600, Exts 240,241,242, Telfax: 503- 22106650

II Torneo de fútbol “Dean Brackley”, 17 oct. Carrera por la Solidaridad “Dean Brackley”, 19 oct. II Torneo de fútbol Dean Brackley, 17 oct.

Misa universitaria del III aniversario, 16 oct.

Misa en recuerdo de Dean, 18 oct. Conversatorio Dean Brackley, 18 oct.

Misa universitaria del III aniversario, 16 oct. Visita de becarios al cementerio, 16 oct.

Venta de pupusas, una iniciativa del P. Dean