carlos reynoso estudios culturales y antropologia

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  • 8/8/2019 Carlos Reynoso Estudios Culturales y Antropologia

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    Carlos Reynoso Estudios culturales y antropologa

    Carlos Reynoso Apogeo y decadencia de los Estudios Culturales [Borrador]

    Cap. 8. Estudios Culturales y Antropologa : Qu consecuencias disciplinares tiene la

    definicin de un campo de estudios culturales separado de la antropologa?

    Dada su postura anti-, contra-, trans- o extradisciplinaria, tantas veces exteriorizada, losestudios culturales tuvieron ocasin de chocar con diversos campos del saber adems de laantropologa. En todas las disciplinas confrontadas hubo, adems, estudiosos que decidieronacatar las pautas del nuevo movimiento al lado de otros que lo rechazaron con vehemencia.Entre ambos extremos nunca hubo gran cosa: esta falta de trminos medios sera de por s unelemento de juicio significativo, una inexistencia con valor diagnstico. Indaguemos enton-ces algunas de las interacciones disciplinares ms sobresalientes para poder apreciar mejor,despus, el contexto puntual en el que se van a manifestar las relaciones entre culturismo yantropologa.

    Estudios Culturales y Sociologa

    Qu hacer, desde las coordenadas de una disciplina preexistente, con una corriente dscolaque de repente gana la calle y monopoliza los titulares? Frente al advenimiento de losestudios culturales, la sociologa experimenta en estos das un trance de emplazamientos ytoma de decisiones similar al de la antropologa; por eso vale la pena asomarse a las diversasformas en que esta coyuntura se asimila y discute. Recordemos, antes de empezar, que elCCCS se constituy sobre el colapso y dispersin del Departamento de Sociologa de laUniversidad de Birmingham, y que algunos de sus miembros se integraron al Departamentode Cultural Studies (Turner 1990: 80). Otras disciplinas clsicas han afrontado la misma

    situacin; ante la evidencia de la obsolescencia intelectual con que se los asusta, muchosprofesionales optan por retirarse elegantemente o convertirse en estudiantes de nuevo(Windschuttle 1996: 5). Stuart Hall, dando forma al programa del CCCS, afirmaba tambinque los estudios culturales deban abrirse paso entre dos posiciones atrincheradas, filisteas yanti-intelectuales, la sociologa y las humanidades, en una tctica de apropiacin de lasociologa desde dentro (Hall et al. 1980: 22-23). La desintegracin de las disciplinaspromovida por los culturistas, por lo visto, ha sido y sigue siendo algo ms que un inofensivojuego del lenguaje.

    Stuart Hall asegura que despus que Richard Hoggart inaugurara el Centre, los estudiosculturales fueron objeto de un ataque arrasador, especficamente desde la sociologa, lacual se consideraba duea del territorio. Hall afirma que

    [L]a inauguracin del Centre fue saludada por una carta en la que dos cientficos socialespronunciaban una especie de advertencia: si los estudios culturales traspasan sus propioslmites y se apoderan del estudio de la sociedad contempornea (y no slo de sus textos), sincontroles cientficos apropiados, esto provocar represalias por cruzar ilegtimamente loslmites territoriales (Hall 1984: 21).

    Personalmente el episodio no me merece mayor crdito. Desde el punto de vista de unaelemental crtica de fuentes, el relato de Hall incurre en un descuido un tanto primario: la re-

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    ferencia textual a los controles cientficos apropiados no debera aparecer entre apstrofos,pues se supone que en ese enunciado no es Hall quien habla sino los supuestos cientficosquienes estn profiriendo su reproche. En la prctica acadmica, cuando se cita lo quealguien dice, el procedimiento regular es proporcionar nombres y apellidos; pero en el docu-mento en cuestin, convenientemente, los cientficos sociales no son nunca identificados.

    Ahora es cuando todo se torna inverosmil, o en el mejor de los casos, cuando el sucesodeviene chisme quin dejara escapar, en ese contexto de lucha institucional, una oportuni-dad semejante?

    Por otra parte, tanto Norma Schulman (1992) como John Corner (1991) han hecho notar quelos propios recuerdos de Hoggart estn en conflicto con la narracin de Hall. En una entrevis-ta, Hoggart le coment a Corner que en ese trance los socilogos fueron bastante compren-sivos, y que le decan: esta es una cuestin muy interesante, y podremos aprender bastantede ella (Corner 1991: 146). A todo esto habra que tener en cuenta que, hayan respondidocon amenazas o con beneplcito, los socilogos estaban siendo materialmente expulsados delplantel de Birmingham, y que la intencin manifestada por el propio Hall era que los estudiosculturales se apropiaran de la sociologa desde dentro, como acabo de documentar en estas

    pginas.Pese a la violencia del ataque a sus posiciones, algunas reacciones crticas de la sociologafrente al movimiento se excedieron, tal vez, en los trminos de su cuestionamiento. Para elsocilogo Keith Tester, por ejemplo, el culturismo es

    un discurso moralmente cretino, ya que es el hijo bastardo de los medios a los que clamaoponerse. Habiendo sido alguna vez una fuerza crtica, se ha vuelto facilista e intil nodedicndose a nada que no sean los estudios culturales mismos (Tester 1994: 3, 10).

    En un registro slo un poco menos adverso, anota Greg McLennan:

    En los estudios culturales no se encontrar ninguna solucin a la crisis de la sociologa, amenos que sea la solucin a la propia crisis de los estudios culturales. Alguna vez crticosdel empirismo superficial, los estudios culturales parecen haberse tornado sus esclavos,satisfechos slo con describir en forma impresionista la cultura contempornea en lugar deexplicarla; observando la pluralidad de estilos culturales pero evitando considerar laevaluacin moral de los mismos; ocupndose de la escena cultural contempornea, perorehusndose a afianzar el anlisis en alguna instancia terica o poltica seria, por temor a latotalizacin disciplinar (McLennan 1998: 12, 14).

    Cary Nelson y Dilip Parameshwar Gaonkar, prologando una compilacin que analiza lasrelaciones entre los estudios y diversas disciplinas, aseguran que en la mayora de los depar-tamentos de sociologa de los Estados Unidos, los docentes proclives a los estudios culturalesson marginados, privados de poder, y a veces activamente acosados:

    El sesgo positivista, cuantitativo, que domina a la mayora de los departamentos desociologa norteamericanos relega all a los estudios culturales (por lo menos en trminosinstitucionales y programticos) a poco ms que un nuevo terreno para las luchas fratricidasque prcticamente han dividido a algunos departamentos de sociologa en dos (Nelson yGaonkar 1996: 8).

    Aunque los culturistas pueden aducir ejemplos de casos sociolgicos como estos, nerviosa-mente hostiles a sus programas, la compilacin From Sociology to Cultural Studies (Long1997) se equilibra entre los llamamientos a la integracin y las seales de advertencia. El so-

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    cilogo Steven Seidman, tpico de los que caen en la primera clase, piensa que los estudiosculturales han de servir para sacar a la sociologa de su confianza positivista en el saberexperto y de su encandilada fe en la Ilustracin (Seidman 1997: 37-38).

    En definitiva, Seidman recomienda a la sociologa que se acerque a los estudios culturalesporque estos han dado ya su giro semitico, mientras que aquella aun no. Tambin le parece

    productivo el antecedente de los estudios al modo norteamericano que se han asomado a lateora psicoanaltica para explicar la formacin de la subjetividad, asegurando que, en efectola teora psicoanaltica ha proporcionado uno de los pocos vocabularios que describen laformacin social de la subjetividad. El nombre que resuena por ah es el de Jacques Lacan,quien sorpresivamente aparecera rubricando una teora social (Seidman 1997: 48). Sloporque la estructura argumentativa de Seidman se asemeja a la de los razonamientos que sehan formulado en favor de que la antropologa acepte a los estudios culturales, me detendrunos momentos para permitir que sus afirmaciones se deconstruyan.

    Como sucede tantas otras veces en las excursiones transdisciplinares de los estudios cultu-rales, las distorsiones son aqu flagrantes. No hace falta comulgar con Deleuze y su Anti-Edipo para darse cuenta que el psicoanlisis en general no es ni pretende ser una teora socialdel sujeto. Ni siquiera es una teora del sujeto, ya que el inconsciente es por definicin ununiversal que se encuentra ms all de la captacin fenomenolgica del individuo y de lavariabilidad situacional de las personas: en eso consiste precisamente la revolucin freudiana.Mucho menos tiene que ver con el sujeto, todava, el psicoanlisis estructuralista de Lacan,uno de cuyos ensayos ms conocidos lleva por ttulo la significativa expresin El sujeto alfin cuestionado: pocas cosas caracterizan de manera ms idiosincrtica y absoluta el carcterirreductiblemente impersonal de cualquier variante del estructuralismo en general y delestructuralismo lacaniano en particular (Lacan 1971). En Lacan se llega cuando mucho a lainstancia en que el sujeto se constituye tras la experiencia del espejo, pero no se sigueteorizando de ah en ms sobre la peripecia del sujeto desde un punto de vista subjetivo, ymucho menos se lo hace en trminos de una realidad social. Michael Billig ha expresado muybien esta idea, la que por otra parte es menos polmica que consabida, al extremo que es elpropio Lacan quien la reafirma:

    Los textos de Lacan son muy diferentes de los de Freud. Sus textos estn ridamentedespoblados, y son notorios por su falta de estudios de casos. l raramente presenta indi-viduos. Se puede leer pgina tras pgina de Lacan sin cruzarse nunca con un paciente, o mscrucialmente, con algo que un paciente haya dicho. Significativamente, Lacan ilustra sufamoso aforismo [el inconsciente est estructurado como un lenguaje] citando a Lvi-Strauss, para sugerir que las ciencias antropolgicas muestran que la estructura de la sociedadexiste antes que cualquier experiencia individual o colectiva. En el mismo pasaje, [Lacan]afirma que la ciencia de la lingstica que debe ser distinguida de cualquier clase de psicoso-ciologa, revela la estructura del lenguaje, y que es esta estructura lingstica la que otorga

    su estatuto al inconsciente (Billig 1997: 212).Reafirmemos lo anterior con una clara sntesis de Alex Callinicos:

    La lingstica estructural de Saussure, que conceba al lenguaje como un sistema dediferencias, acordaba al sujeto un papel en el mejor de los casos secundario en la produccinde significados; ofreca un paradigma cuyo poder para dar cuenta de otras cosas aparte dellenguaje en sentido estricto fue aparentemente demostrado por el uso que hicieron de l Lvi-Strauss en antropologa y Lacan en psicoanlisis (Callinicos 1991: 73).

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    Adems, como dira Deleuze, pap y mam no constituyen una representacin social su-ficiente. A Lacan no le interesa la sociedad en general, y menos aun las sociedades particu-lares; una y otra vez alude a sus estructuras subyacentes, universales, abstractas, ahistricas.Edipo y los espejos son iguales en Pars, en Birmingham y en la antigua Tebas. Stuart Hallmismo ha destacado que en el psicoanlisis el sujeto de la cultura es conceptualizado

    como un personaje trans-histrico y universal: eso se refiere al sujeto-en-general, y no alos sujetos histrica y socialmente determinados (Hall 1996a: 46). No alcanza entonces unareferencia al lenguaje y a lo simblico para trasmutar el estructuralismo lacaniano en una teo-ra que tenga que ver material y genticamente con la sociedad, y que est desarrollada enese sentido, con percepcin de las diferentes modalidades histricas y culturales con que todasociedad se manifiesta1.

    Tampoco la referencia de Seidman a la semitica es afortunada, pues los estudios culturales,tras el advenimiento del posestructuralismo, en general ya no la practican, la han puesto enterapia de observacin o le son abiertamente hostiles (vase McRobbie 1994: 97, 180, 183,210). Ya a principios de la dcada de 1980, el Glasgow University Media Group ex-plcitamente repudiaba el aparato conceptual de la semitica en su serie sobre las malas

    noticias (1980: 202). El culturista Paul Gilroy, conocido por sus anlisis semiolgicos en losaos ochenta, ha afirmado en sus ltimos trabajos que la cultura expresiva negra rechaza elmarco de los estructuralismos eurocntricos, semitica incluida, como herramienta tilpara el anlisis (Gilroy 1993). Incluso un manual tan introductorio como el de Jere Paul Sur-ber consigna que las viejas estrategias estructuralistas y semiolgicas para el tratamiento detextos pueden no ser ya tericamente adecuadas [para analizar] la produccin posindustrialcontempornea y los textos culturales posmodernos, por lo que se requiere el desarrollo denuevos paradigmas tericos (Surber 1998: 253). En las evaluaciones culturistas ms recien-tes, el tratamiento de todas las manifestaciones culturales en trminos de signos, cdigosy lenguajes, y la idea de un sistema subyacente de significados, que son todos elementosconnaturales y definitorios de la semitica, se estiman irremediablemente obsoletos, propios

    de un ideal de ciencia que se desvaneci junto con el optimismo estructuralista de los aossesenta (Nelson 1999: 215-219). Al igual que en otras disciplinas (aunque por diferentesrazones), en los estudios culturales el semiologismo de hace un cuarto de siglo ya no lucecomo una opcin para tener en cuenta.

    Pero la pregunta fundamental que cabe hacerse es la siguiente: si lo que la sociologa puedesacar en limpio de los estudios culturales es su utilizacin de marcos conceptuales semiolgi-cos y psicoanalticos no sera un poco ms prolijo recurrir a la semiologa y al psicoanlisisen forma directa, antes que basarse en la contingencia y en la inevitable entropa de sus adop-ciones culturistas? No es a las teorizaciones disciplinarias originales a las que el socilogo,independientemente de su valoracin de los estudios culturales, debera en ltima instanciarecurrir? En las querellas sobre y entre las disciplinas hay multitud de argumentaciones des-maadas e inconvincentes; pero estoy tentado a concluir que las de Seidman, en este terreno,se llevan la palma.

    1 No estoy cuestionando aqu al psicoanlisis en ninguna de sus variantes. Tampoco lo estoydefendiendo: simplemente pretendo identificar una interpretacin culturista abusiva, que pretende leeren el psicoanlisis freudiano o lacaniano otra cosa que lo que l se propone. Para mayor detalle, puedeverse Reynoso (1993:passim).

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    En una postura ms bien opuesta, el socilogo Michael Schudson, preocupado por el pau-latino encogimiento de la sociologa en beneficio de los estudios de gnero, los estudios afro-norteamericanos y los estudios culturales, prefiere por ahora tomar distancia, esperar y ver.Mientras tanto, considera que si bien es verdad que la sociologa puede aprender algo delculturismo (sobre todo cuando se trata de textos), tambin resulta evidente que los estudios

    culturales norteamericanos necesitan ms aprender sociologa que la inversa. En elculturismo, la construccin social de la realidad se ha deslizado hacia una construccincultural, o simblica, en la que lo social est decididamente obliterado (1997: 380-381).

    Los estudios culturales, a pesar de sus protestas sobre el carcter indecidible del conoci-miento, la disolucin de las fronteras y cosas as, a menudo reclaman ser la estrategia paraabordar el estudio de prcticamente todo. No se puede reclamar so sin rechazar lo que losdems han pensado. De modo que otra razn para que los socilogos se resistan al girosemitico es que, en sus modalidades posmodernas, este reclama menos agregar unadimensin al trabajo anterior que invalidar las formas anteriores de ver las cosas. Esto esmenos un cambio que una vuelta en crculo, y tiene algo del espritu de un movimientomilenarista. A ese nivel, me parece, requiere muchas mejores garantas que las que posee, ynecesita demostrar por s mismo mucho ms que lo que ha demostrado hasta ahora

    (Schudson 1997: 394-395).

    Los estudios culturales siempre estn prestos a situarse (al menos de palabra) en una posicinsublevada y unilateral de crtica de las disciplinas. Histricamente, no han sido ni la mitadde inquietos en averiguar primero de qu se trata lo que debera ser su objeto de crtica. As,la falta de frecuentacin de los materiales sociolgicos por parte de los estudios culturales en-gendr una floracin de ingenuidades de la que no estuvieron exentas ni siquiera las figurasconsagradas. Con referencia a la ltima edicin de Marxism today, por ejemplo, el socilogoDavid Harris se sorprende de encontrar nada menos que a Stuart Hall descubriendo el valorde las ideas de mile Durkheim y de Stuart Mill para analizar las relaciones entre individuo ysociedad (Harris 1992: xv). De ms est decir que los estudios culturales han ignorado, concontadsimas excepciones, el trabajo masivo de modalidades alternativas, microanalticas yradicales en el interior mismo de la sociologa, incluyendo el poderoso precedente de lasociologa del conocimiento, pese a que todos estos movimientos propugnaban objetivossemejantes a los suyos, usualmente con dcadas de anticipacin.

    El culturista David Morley se queja con acrimonia de la lectura selectiva e interesada que so-cilogos como Keith Tester o Greg McLennan han hecho de los estudios culturales (Morley1998a: 480). Est muy claro, sin embargo, que el culturismo ha sido infinitamente msparcial, tanto en la apreciacin de las teoras como en la lectura de las investigacionessustantivas. Sus cronistas hablan del estudio de comunidades y de la etnografa de las sub-culturas como si ellos los hubiesen inventado, y como si textos bien conocidos de la so-ciologa y la antropologa urbana, del tipo de Street corner society (Whyte 1971) o Ripping

    and running (Agar 1973), nunca hubieran sido escritos. Es una vez ms David Harris quienexpresa que lo que ha sido realmente extraordinario en la ruptura de los estudios culturalescon la sociologa es lo selectivos que aquellos han sido en su tratamiento de la disciplina:

    la discusin de posiciones tericas en el CCCS y en la Universidad Abierta, queconsumieron tanto tiempo y energa, parecen haber procedido sin una sola referencia directa alas obras mayores de Anthony Giddens. Con omisiones como estas, es fcil dar la impresinde una sociologa ingenuamente a-terica, ignorante de la filosofa continental, y todavaentusiasmada con sus pequeos estudios empricos (Harris 1992: 15).

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    Aparte de esto, existen crticas ms radicales y sistemticas de la corriente principal so-ciolgica en la sociologa misma que en el culturismo: Wright Mills, Alvin Gouldner y tam-bin Anthony Giddens, para no hablar de Stjepan Metrovi (1998), son los primeros nom-bres que vienen a la mente en una inmensa tradicin de criticismo analtico, genuino y funda-do. No obstante definirse los estudios culturales como la manifestacin crtica por excelencia,

    de cualquier otra disciplina constituida que a usted se le ocurra se puede decir lo mismo yaun ms, sin faltar a la verdad.

    Estudios Culturales e Interaccionismo Simblico

    En cuanto a esa microsociologa que se agrupa bajo el rubro del interaccionismo simblico, apesar de los deseos de Denzin (1992) en el sentido que ella y los estudios culturales podranfusionarse y obtener ganancia de la unin, la primera reaccin del interaccionismo frente alos estudios consisti en una alianza sin mayor compromiso con lo que Denzin llamar unaversin dbil del nuevo marco, metida a presin en el tradicional esquema de G. H. Mead yHerbert Blumer. Eso se manifiesta desde la definicin ad hoc que proporcionan Becker yMcCall, en la que los estudios culturales se describen como:

    las disciplinas humansticas clsicas que recientemente han comenzado a utilizar susestrategias filosficas, literarias e histricas para estudiar la construccin social delsignificado y otros tpicos tradicionalmente de inters para los interaccionistas simblicos,disciplinas hacia las que, a su vez, los cientficos sociales se han vuelto recientemente enbusca de analogas explicativas (Becker y McCall 1990: 4).

    La definicin contina haciendo referencia al antroplogo Clifford Geertz y su apartamientode las leyes de la cultura en busca de interpretaciones. A partir de eso, el proyecto de Becker-McCall y la compilacin que lo contiene se dilapida en una cantidad de ensayos sin casiningn tipo de marca poltica o pragmtica, que mencionan a los estudios solamente en elprlogo en el cual aparece esa definicin tortuosa y equivocada, pero no adoptan hasta que el

    libro acaba ni siquiera los giros estilsticos propios del movimiento. Ninguno de los diez au-tores que luego hacen uso de la palabra se detuvo a averiguar en qu consisten los estudiosculturales, ni mencionan una sola idea caracterstica de los mismos; los nicos estudiosos deapellido Hall que aparecen una vez acabado el prefacio no son Stuart Hall, sino John y Peter,que vaya uno a saber quines son. Decididamente una estafa.

    Hasta su propio correligionario Norman Denzin tuvo que protestar contra la ausencia de todorastro de cultura popular y de tecnologas propias de la era de la informacin en el proyecto yen el libro de Becker-McCall (Denzin 1992: 77-78). Pero la versin fuerte con la queDenzin viene a poner las cosas en su lugar se diluye tambin en una mixtura de fichas casi enbruto en la que hay un 98% de interaccionismo clsico y un pequeo resto de mezclas deHall, la Escuela de Frankfurt y posmodernismo, con muy pocos signos de bibliografa

    relevante por detrs. Los cuatro captulos de Symbolic Interaction and Cultural Studies quese supone deberan sustanciar el encuentro entre ambas teoras no se dedican ni vagamente aeso, dispersndose en comentarios inorgnicos sobre autores y textos que casi nunca tienenalgo que ver con el asunto (Denzin 1992: 71-167). Hay algo de poltica, elaborada como si seestuviera conteniendo el asco, y como si lo poltico estuviera restringido apenas al ejerciciode una crtica contra no se sabe qu, con la que siempre se amaga pero que nunca sematerializa. Las dos pginas de conclusiones tampoco guardan relacin alguna con elobjetivo declarado del libro, y slo se dignan a mencionar a los estudios culturales como

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    parte de una enumeracin de corrientes entre las que estn la hermenutica, la fenome-nologa, el estructuralismo, el posestructuralismo, la teora posmoderna, el psicoanlisis, lasemitica, el posmarxismo, los estudios culturales, la teora feminista, la teora del film, etc.(1992: 169) con las que el interaccionismo tiene que convivir en los tiempos que corren. Hayalgo de grotesco en un proyecto en el que una secta intelectual dotada de una masa y una in-

    fluencia apenas mdicas pretende contener y dominar a una manifestacin global, contabili-zando los territorios que ganara antes de afianzarse en ellos. Y hay algo de ultrajante en elproyecto de al menos tres interaccionistas que ponen el rtulo de Estudios Culturales en laportada de sus libros sin tener la menor idea de qu se trata, ni inters por averiguarlo mstarde.

    En un libro fallido como pocos que por momentos da la impresin de ser una tomadura depelo que se revelar despus entre risas y chanzas, y con un dominio nulo de los mselementales requisitos de la argumentacin terica, los interaccionistas no acaban consuman-do entonces la boda prometida. Hubiera sido un matrimonio conflictivo, de todas maneras,por cuanto el movimiento interaccionista pasa por ser una de las prcticas ms inclinadas alidealismo y ms prolijamente consonantes con el pensamiento de la derecha neoliberal norte-

    americana2. Se trata de una teora enfticamente micro, con una ortodoxia ancestral einelstica, que contempla los significados como algo que surge de cada negociacinocasional entre iguales. En el interaccionismo no hay lugar para conceptos macro, como porejemplo la sociedad, la historia, la poltica o la cultura. El interaccionismo tampoco tienelugar en su agenda ni siquiera para un posmarxismo temperado, ya que propone considerarcada interaccin individual de la vida cotidiana como el mximo contexto (social o temporal)susceptible de tratarse en una ciencia humana (vase Reynoso 1998: 122-125). No he seguidoel trmite ulterior de las propuestas de Becker, McCall y Denzin, y en razn de lo expuestotampoco lo lamento.

    El mal sabor que me queda, empero, tiene que ver no slo con dos libros disparatados en unasubdisciplina minoritaria, soporfera y lejana, sino ms bien con la homologa estructural quepuede percibirse entre el intento de los interaccionistas y algunos de nuestros conatos dealianza, como por ejemplo los de Marcus (1992), Clifford (1997) y tal vez Rosaldo (1994).Ms sobre esto en lo que sigue.

    Estudios Culturales y antropologa: el nuevo contexto

    Con el advenimiento de los estudios culturales la antropologa crtica integrada a ellos haredibujado su linaje. La que se vive hoy es la tercera oleada de criticismo que atraviesa ladisciplina. En lo que a Estados Unidos concierne la secuencia ha sido ms o menos esta:

    2 Hay unos cuantos textos que vienen poniendo de manifiesto los costados ms conservadores delinteraccionismo desde hace ms de veinte aos. Uno de los que dejan menos lugar a dudas en estepunto es el artculo de Scott McNall y James Johnson The new conservatives: Ethnomethodologists,phenomenologists and Symbolic Interactionists, The Insurgent Sociologist, vol. 5, 1975, pp. 49-65. Entodo caso, Howard Becker mismo ha llegado a manifestar que no se debe mezclar ciencia y poltica, loque difcilmente tenga algo que ver con la postura del culturismo a ese respecto. Se suele olvidar condemasiada facilidad que Becker fue uno de los que reaccionaron con mayor dureza frente a lasociologa radical de fines de los aos sesenta, adoptando posturas claramente afines al pensamiento dederecha (Becker y Horowitz 1988).

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    La primera generacin crtica que estremeci a la antropologa es sin duda la que seconsolid en torno al libro Reinventing Anthropology (Hymes 1974, original de 1969),con obvias conexiones con las turbulencias europeas de los aos sesenta, los movimien-tos por los derechos civiles de los negros, el feminismo, las contraculturas, el movimientopsicodlico y el surgimiento de figuras claves de la antropologa crtica o dialctica

    como Gerald Berreman, Eric Wolf, Bob Scholte, Talal Asad, Alan Coult y Stanley Dia-mond. Naturalmente, la antropologa crtica de la primera hornada aun no haba des-cubierto los estudios culturales. En este libro abarrotado de consignas de batalla, DellHymes nombra a Raymond Williams a propsito de la estructura de sentimiento (comono podra ser de otra manera). Lo notable es que tambin incluye una referencia no desa-rrollada a un artculo de Stuart Hall publicado en un volumen de Working papers in Cul-tural Studies. Pero ni aun el nombre de la publicacin hace sonar alguna campanilla ologra que las ideas que bailan sueltas se vinculen para formar un razonamiento que caigaen la cuenta lo que est pasando: ni Hymes ni ningn otro autor mencionar al culturismoo establecer alguna relacin con un movimiento que hubiera sido tan afn a su postura(Hymes 1974: 9, 66). Con los aos, el movimiento de la antropologa crtica se fue desva-

    neciendo. Hymes se dedicar al folklore, Berreman quedar enclaustrado en Berkeley sinsuperar mayormente su etapa sesentista, Bob Scholte y Alan Coult fallecern temprana-mente y Eric Wolf lo har en marzo de 1999, reconocido como un intelectual formidable,pero no como un terico capaz de tipificar adecuadamente movimientos y teoras, o deencontrar en ellos la pauta que conecta.

    Tras un largo parntesis de hegemonas disputadas hubo un segundo momento, a co-mienzos de la dcada de 1980, en que pareci que la doctrina inspiradora de una disci-plina combativa tendra ms bien que ver con la teora crtica de la Escuela de Frankfurtde Adorno, Horkheimer y Benjamin, por el respaldo que esa escuela pareca dar al oficiode crtico sin que uno tuviera necesidad de desarrollar ms que un rudimento de teora.Dicen basarse en la escuela de Frankfurt, por ejemplo, los ex-antroplogos Marcus y Fis-

    cher enAnthropology as cultural critique (1986: 119-122, 123-125) y un poco ms fun-dadamente Michael Taussig, cuya fuente de inspiracin resulta ser Walter Benjamin.

    Con el transcurso de los aos, no obstante, la dosis de pesimismo de la teora crtica hademostrado ser desmedidamente ominosa, su esttica pareci indescifrable y Marx deam-bulaba cronolgica y textualmente demasiado cerca sin ningn latino interpuesto que loamortiguara. De all que los estudios culturales, segn Douglas Kellner, hayan pasado poralto o caricaturizado de una manera hostil la crtica de la cultura de masas desarrolladapor la Escuela de Frankfurt (Kellner 1997). Para la nueva antropologa crtica de los aosnoventa, los estudios culturales se han constituido entonces en un marco crtico ex-cluyente que permite suscitar adhesin sin tener que leer a Habermas, sin saber quin fueSchnberg y sin obligarse a militar en ningn partido.

    Huelga decir que los estudios culturales se mimetizan con corrientes que ya existan en lasdisciplinas establecidas, y tambin viceversa. En lo que a la antropologa respecta, losestudios encajan bastante bien con las producciones intra-disciplinarias en las que se pro-mueven modelos interpretativos y posmodernos. Tenemos entonces que unos cuantos antro-plogos de esa extraccin (James Clifford, James Crapanzano, Paul Rabinow, GeorgeMarcus, Michael Fischer, Renato Rosaldo, Emily Martin) se han deslizado insensiblementehacia los estudios culturales. Ya viven all, y no dan demasiadas explicaciones. En prlogos,

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    charlas y comunicaciones directas, algunos (como Marcus) van una pizca ms lejos y aleganque el tiempo de la antropologa ya ha caducado y que los estudios culturales han venido arelevarla en buena hora.

    A juzgar por la frecuencia con que aparecen antroplogos que exaltan el surgimiento y augede los estudios culturales, cabra suponer que ellos estaran de acuerdo con la afirmacin

    general que vislumbra a estos estudios como lo opuesto a lo que las disciplinas histricasvenan practicando. Es una vez ms Grossberg, su portavoz casi oficial, quien define losestudios como una anti-disciplina, y de una que lo es no con blandura y miramientos, sinoactiva y agresivamente (1992: 2). Los estudios culturales no toman prisioneros. Por esomismo da la impresin que los conversos no han registrado el requisito de su propiacaducidad. Ms bien se han puesto a celebrar el advenimiento de los estudios culturales comoun nuevo aporte a la antropologa, dando por descontado que los aquellos, de ahora enadelante, se plegarn al papel de suministradores laboriosos de alguna clase indefinida demateria prima intelectual. Por todo lo que se ha visto hasta aqu, es evidente que esta posturaslo puede surgir al cabo de una lectura muy torcida tanto de un campo como del otro, y deuna peculiar sobrevaloracin de una doctrina que reconoce haber robado lo mejor de sus

    riquezas de nuestros propios jardines. Si la antropologa es una disciplina (y sera forzadonegar que lo sea), el carcter transitivo de la postura culturista frustra cualquier intentocandoroso de integracin: como antidisciplina, los estudios culturales son tambin, y quizslo sean eminentemente, una antiantropologa.

    Aun as, Renato Rosaldo quiere ir a la fiesta de los estudios culturales, aunque primero tengaque romper la puerta a puntapis (1994: 528). Pero si hay algo a lo que los estudios culturalesno se avienen, eso es a convertirse en un marco terico sumiso, en espera de ser usado por unantroplogo que puede seguir siendo tal despus de adoptarlo. Pretender que la antropologapuede usara los estudios culturales es confundir el parasitismo con la simbiosis. En sus for-mas ms pblicas, precisamente, los estudios culturales establecen casi como precondicinque las disciplinas no merecen existir y que ellos han de bregar por no degenerar en ordenacadmico establecido. Cary Nelson lo dice con todas las letras: la institucionalizacin notrivial de los estudios culturales dentro de las disciplinas acadmicas tradicionales es imposi-ble a menos que esas disciplinas se desmantelen a s mismas (Nelson 1996: 283). No veo laforma, entonces, de apropiarse de algo que se dice antidisciplinario sin que se aniquile laprofesin acadmica en el intento. Y vuelvo a insistir en que tampoco veo el objeto de emu-lar la voz de un discurso que desde el vamos admite que su concepto esencial fue tomado enprstamo de nosotros, y que carece de un perfil metodolgico que le sea propio.

    La relacin entre estudios culturales y antropologa no ha podido establecerse con una m-nima claridad porque el estatuto disciplinar de aquellos, sobre todo, sigue siendo confuso, noslo variopinto. Cuando Chris Shore (1997: 127) se propone llevar adelante una estrategia

    multidisciplinaria, empalmando estudios culturales, lingstica cognitiva y antropologa, esevidente que la confusin entre estrategia y disciplina campea por todo el intento. Si la e-cuacin de Rosaldo (1994: 525) que hace idnticos a los estudios culturales con la multidis-ciplinariedad es atendible, tenemos aqu el mismo concepto (la interdisciplinariedad) ope-rando recursiva o circularmente en tres distintos niveles de inclusin: como estrategia indi-vidual, como disciplina y como conjunto de disciplinas o relacin entre ellas.

    Aparte del acceso a la propiedad de las ctedras y de la contienda por el mercado de lectoresde textos crticos, el conflicto potencial entre estudios culturales y antropologa tiene que ver

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    con dos mbitos de problemas, el primero sustancial y el segundo metodolgico. El primeroatae, obviamente, a la idea de cultura. El segundo, claro, a la etnografa.

    Cultura

    Por todas partes se lee que los estudios culturales tienen como concepto central la cultura(Storey 1993: 2; Sparks 1996a: 15, 1996b; Johnson 1996: 86-88; Sardar y Van Loon 1998:4). Con alguna frecuencia se observa que han tomado el concepto de la antropologa, la cual,naturalmente, llevaba ya un siglo y medio largo trabajando sobre la cuestin. Ya Kroeber yKluckhohn documentaban hace casi cincuenta aos que las definiciones alternativas decultura en antropologa sumaban ms de un centenar (Kroeber y Kluckhohn 1952). Pero esindisimulable que los estudios culturales se han caracterizado, desde el momento mismo enque se constituyeron, por una soberbia prescindencia de las infinitas elaboraciones antropo-lgicas del asunto. No por ello dejan de jactarse de haberse apropiado del uso del concepto,casi en las puertas del desuso en su disciplina de origen3. Los culturistas llaman a estaapropiacin el giro antropolgico en el uso del concepto (Hall et al. 1980: 19; McCabe1988:3; Brantlinger 1990: 36; Sparks 1996a: 15; Storey 1996a: 1; Murdock 1997a: 59). En o-tras palabras: justo cuando nosotros estbamos a punto de declarar exhausto el concepto decultura, aparecen los estudios culturales presentando su redescubrimiento como la idea delsiglo. Para Clifford Geertz (nada menos), el hecho mismo que el movimiento se hayadenominado estudios culturales, constituye el insulto final para la antropologa (Geertz2000: x).

    Si nos fijamos bien cules son las definiciones antropolgicas de la cultura que los estudiosculturales discuten aqu y all nos encontraremos que son las ms arcaicas y rudimentarias, oversiones expurgadas de algunas un poco ms nuevas, sin considerar alternativas ni crticasinternas, y sin atencin a los complicados contextos tericos de los que esas definiciones pro-vienen. Sus inspiraciones abrevan en E. B. Tylor, alguna vez Margaret Mead, medio prrafo

    de Geertz (Sardar y Van Loon 1998: 4-5). En todo el corpus de los estudios no hay ni si-quiera vestigios de las profundas discusiones del concepto en nuestra disciplina, y muchomenos ecos de su puesta en crisis. Podra llenar el resto del trabajo con citas de artculos quefestejan la ruptura de los estudios culturales con la idea aristocrtica de la cultura como sifuera la gran cosa, cuando es harto sabido que la antropologa estuvo viviendo esa mismaquiebra con toda naturalidad desde su mismo surgimiento. Los estudios culturales pretendenhacer valer eso como un triunfo poltico, suyo y reciente; y ahora nos quieren vender a unprecio extravagante la idea que nosotros forjamos, como si nadie conociera su estirpe.

    3 Efectivamente, el concepto de cultura est siendo hoy mismo impugnado en diversos sectores de laantropologa. No desarrollar aqu la cuestin, que ha sido ventilada con todo detalle en un artculo deChristoph Brumann (1999) que propongo como referencia. Digamos, de paso, que la antropologa seencuentra tambin en pleno proceso de abandonar la nocin de sociedad; en el debate que se celebren 1989 en el Grupo de Debates en Teora Antropolgica de la Universidad de Manchester, el famosoGDAT, la mocin titulada El concepto de Sociedad es tericamente obsoleto triunf por 45 votoscontra 40, con 10 abstenciones (Ingold 1996: 14, 55-98). Slo a fines de los aos noventa los estudiosculturales estn comenzando a plantear la posibilidad de que el concepto de cultura est agotado (Dirks1998).

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    La tradicin afirma, adems, que Raymond Williams trabaj el concepto de cultura en formadetallada y profunda, revisando buena parte de la elaboracin antropolgica en torno delconcepto (Brantlinger 1990: 36-38; Hebdige 1979). A menos que me falte leer algn textosuyo no consignado en ninguna bibliografa, debo decir que eso lisa y llanamente no esverdad. Ms exacto sera decir que Williams dio numerosas vueltas sobre la idea de cultura,

    para terminar bastante ms confundido que cuando empez. El mismo reconoce: Hubieradeseado no haber odo nunca esa maldita palabra. Me he dado ms cuenta de sus dificultades,y no menos, a medida que fui avanzando (Williams 1979: 154).

    Si se auscultan las elaboraciones antropolgicas de la idea por parte de Williams en Marxismand literature, se advertir en primer lugar que el tratamiento del concepto de cultura no estan puntilloso despus de todo, y que menciona a Vico, a la Ilustracin, al Romanticismo deHerder y al socialismo primitivo pero sin mencionar palabra de la literatura antropolgicaespecializada (Williams 1977: 11-20). Su elaboracin no es slo un poco desactualizada: essencillamente arcaica. Con todo el respeto que Williams me merece, es evidente que cual-quier manual escolar de introduccin a la antropologa (y hasta casi podramos decir,cualquier enciclopedia de escuela preparatoria) ofrece un desarrollo harto ms rico del

    concepto, ms representativo de los usos disciplinares y ms instrumental para llevar a-delante una investigacin, por interpretativa que sea.

    La situacin no es mejor en otros textos ms recientes. En la edicin ampliada de Keywords,que haba sido concebido como el glosario de Culture and society (Williams 1966), hay unareferencia al excelente estudio de Kroeber y Kluckhohn (1952), alegando que pareceraexistir cierta tendencia en la antropologa norteamericana a adoptar un sentido apropiado ocientfico del concepto de cultura con exclusin de los dems, y que en arqueologa y enantropologa cultural la palabra se refiere mayormente a la produccin material, mientras queen la historia y en los estudios culturales tiene que ver ms bien con los sistemas simblicoso de significacin (Williams 1983a: 91). En las tres pginas que dedica por separado a laantropologa, Williams menciona sucintamente a Gustav Klemm, a Lewis Morgan y aEdward B. Tylor (fallecidos en 1867, 1881 y 1917 respectivamente), volviendo a asegurarque la antropologa cultural de los Estados Unidos se dedica a menudo al estudio de los arte-factos materiales (Williams 1983a: 38-40). Esta percepcin inexacta es todo lo que hay; hastaes probable que en lo sustantivo mi resumen sea ms dilatado que el tratamiento original. Dems est decir que cuando Williams escriba sto, la fijacin de la disciplina en artefactosmateriales ya no poda sostenerse ni siquiera para la arqueologa, que estaba viviendo unaintensa fase posprocesual y simblica (vase Hodder, Shanks y Alexandri 1997; Whitney1998).

    El localismo y el alcance exiguo del concepto culturista de cultura, por otra parte, es ex-plicable a partir del hecho de que en ninguna de sus variantes fue pensado desde el vamos

    para abordar los dilemas de la diferencia. La cultura se pens para que cubriera los usos ycostumbres de los de abajo, pero sin prever ninguna direccin adicional. Sobre todo en susmodalidades posmodernas podemos advertir que las categoras ms caras del movimientohacen un papel grotesco cuando se trata de dar cuenta de la vida real al sur o al este delImperio: las nociones de juego o rhizoma que estaran articulando lo cultural no soportanni por un instante ser trasplantadas de Pars a Calcutta. Ms elocuente que cualquierdigresin ma es este fragmento de entrevista en el que la culturista posmoderna AngelaMcRobbie dialoga con Gayatri Chakravorty Spivak (McRobbie 1994: 127-128). McRobbie

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    est procurando, en vano, que Chakravorty la acompae en su celebracin de la categoraposmoderna de juego. En el momento en el que entramos en este intercambio, Chakravortyhaba propuesto que el tercer mundo est vigilante ante los conceptos locales que se intentanhacer pasar por universales: el marxismo britnico o norteamericano como marxismo asecas, pero tambin, y sobre todo, los universales inconfesos del posmodernismo y la crtica

    literaria,elucubrados sin tener en cuenta otros mundos aparte del Primero.Angela McRobbie Derrida, y despus de l Lyotard, Deleuze y Guattari, hicieron muchocon la nocin de juego, como si, irnicamente, la vigilancia que t describes pudieraalcanzarse con alguna clase de desensamblado. Pienso que ellos incluso enfatizan lapluralidad como algo mejor para pensar que la vieja dualidad. Pueden la fluidez y esteelemento de juego encontrar un lugar en tus intereses actuales?

    Gayatri Chakravorty Spivak No es realmente posible pensar del otro lado del mundo conesta clase de gozo. El gozo es situacional. La poltica de alianzas, esta poltica del rhizoma,es slo posible dentro del capital socializado porque las lneas de comunicacin, incluso entrelos desempleados, los oprimidos, los euro-trabajadores, ya se han establecido, y estntrabajando aun cuando no trabajan. Sin embargo, cuando hablamos del otro lado, somos

    conscientes de la divisin internacional del trabajo, de la subcontratacin internacional, y enestas condiciones esas lneas no existen. La poltica del juego, o de los rhizomas, puede sersuficientemente vlida dentro del Primer Mundo, pero no cuando se trata de lo planetario o loglobal. Si el juego no se identifica con jugar juegos o con travesuras en el estrecho sentido,ese otro lado, cuestionando la historia de la nacionalidad, es el lugar para jugar; pero el juegono se parece a las caprichos de las versiones occidentales de lo que se acostumbraba llamardecadencia, en la misma cadena de desplazamiento que hoy produce al posmodernismo.

    AmcR No estoy segura de cmo llevar adelante esta lnea de pensamiento. Pero sivolvemos por un momento al bricolaje y al desensamblado, o al juego desde dentro de lossignos que dan sentido y orden a la sociedad en torno de nosotros, entonces tengo que decirque alguna de esta escritura en el cuerpo me proporciona enorme placer. La forma, porejemplo, en que las chicas jvenes hoy en da en Gran Bretaa rechacen los signos ortodoxos

    de feminidad no buscando un estado de naturalidad o pureza, con el que se ha ligado alfeminismo durante tanto tiempo, sino ms bien embrollando las ecuaciones netas yhacindolas casi indescifrables para el patriarcado.

    GCS - Pero no estn esos fenmenos tambin localizados? Cuando pienso en las mujeresdel as llamado Tercer Mundo para quienes yo soy extranjera, esos movimientos de con-tracultura se convierten en otra parte del proceso de hegemona. Y cuando t hablas de estaescritura en el cuerpo, bien, no estoy siendo pattica, esta no es una observacin para hacerllorar, pero puedo pronunciarla en nombre de mi pueblo natal donde ms de 300.000 personasviven en la calle. Los nios tienen que defecar en la zanja porque no hay otro lugar. Y cuandot miras el color de la mierda t sabes si vas a durar o no. Esta es una inscripcin corporalpoltica que hace que lo de adentro y lo de afuera sean indeterminados. Esta clase de cuestio-nes es totalmente diferente.

    Si bien Chakravorty se expresa de manera un tanto singular (no se puede ser traductora deDerrida impunemente) creo que su postura es difana. Paradjicamente, y aunque susconceptos no son tcnicos, la introductora de Derrida en los Estados Unidos, autodefinidacomo crtica literaria, es ms escptica del valor analtico de los juegos de palabrasposmo-dernos para afrontar el mundo que una licenciada en Sociologa con un entrenamiento que sesupone intensivo en el estudio de la cosa emprica. El descalabro de McRobbie en su dilogocon la literata despierta un sentimiento que se parece a una vergenza ajena. Si algo queda de

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    manifiesto es que sus categoras culturistas de estilo posmoderno fracasan estrepitosamente.No slo son inapropiadas, sino que con sus connotaciones ldicas e irnicas y sus fruicioneshedonistas llegan a ser obscenas e insultantes cuando se las pone de cara a un grado deexclusin y de miseria que la Europa posmoderna desconoce. La gente se muere y ella insisteen hablar de juegos. Cualquier concepto de sentido comn le hara mejor justicia a esa

    realidad distinta, a esa clase de cuestiones totalmente diferente en la que, crase o no, lamayor parte de la humanidad est sumergida.

    La antropologa econmica experiment, en algn momento, una polmica feroz entre losformalistas que aseguraban que el fondo conceptual de la economa era aplicable a las prc-ticas de los pueblos etnogrficos, y los sustantivistas que sostenan que esos conceptos eranslo vlidos en Occidente y que el resto del mundo deba ser comprendido en otros trminos,quizs especficos para cada cultura. Ms o menos por la misma poca, la antropologa sedividi entre los que sostenan marcos conceptuales etic o universales analticos, y los queaseguraban la necesidad de adoptar conceptos emic, emergentes de cada sociedad enparticular (vase Reynoso 1998). Chakravorty, que no es antroploga, debe estar refirindosea una tensin parecida cuando enuncia esa enigmtica frase sobre lo de adentro y lo de

    afuera. Ni Chakravorty, ni mucho menos el culturismo, se han planteado todava considerarconceptualmente la cultura desde el punto de vista del nativo, que era lo que invitaba ahacer el antroplogo Malinowski en la dcada de 1920. La idea ni les ha pasado por lacabeza. Represente o no una solucin a los problemas metodolgicos (y yo creo que no), enun campo del saber proclive a lo cualitativo esta cuestin tiene que discutirse de todasmaneras, aunque ms no sea porque llevara un poco de agua a su propio molino. Lo que atodos estos intelectuales les resta por elaborar es sin duda abismal.

    No es este el lugar para discutir cul opcin entre sustantivismo y formalismo sera mejor, opara relatar el destino final de la antropologa econmica o de la Nueva Etnografa emic delos aos sesenta. Pero s lo es para invitar a los antroplogos que deseen incorporar ideas ydiseos de los estudios culturales a reflexionar sobre la evidencia irrecusable de que las cate-goras del culturismo, tanto el antiguo como el reciente, desde la estructura de sentimientohasta el placer, la articulacin, los juegos, los desensamblajes y el rhizoma, y por supuesto lacultura, son todos conceptos visceralmente formalistas, universales, Occidentales y etic. Nocreo que esta constatacin les produzca mucho placer, pero la vida es as.

    Etnografa

    De la etnografa podra decirse aproximadamente lo mismo. Mientras algunas de las fac-ciones dominantes en antropologa promueven la idea del colapso de la etnografa como es-critura y como prctica (Grimshaw y Hart 1995), los ms metodolgicos de los estudiosculturales postulan la prctica de la etnografa (en la que se yuxtapone confusamente el

    trabajo de campo, la observacin participante, los datos empricos y el punto de vista delactor) ya como una asignatura pendiente, ya como un programa fallido. Los que se muestrama favor consideran que lo mejor est aun por hacerse, los que estn en contra repudian lo quese ha hecho; muy pocos hablan encomisticamente de su presente. Una vez ms, ninguno delos estudios culturales que he tenido en la mano muestra conocer discusiones etnogrficas deprimera magnitud ocurridas en antropologa que seran esenciales segn sus propias defini-ciones, como por ejemplo la que estableci la diferencia entre los anlisis emic y los estudiosetic, las que tuvieron lugar a propsito de la etnociencia y el anlisis componencial, las que

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    surgieron en torno de la investigacin-accin en la antropologa aplicada, o las que con-templan la escritura de etnografas desde una perspectiva retrica o como reflejo de la sen-sibilidad de una poca (van Willigen 1986; Stocking 1992; Hammersley 1998: 135-155; Rey-noso 1998).

    Mientras tanto, una proporcin apreciable de los estudios culturales despliega el concepto de

    etnografa con una ingenuidad que raya lo sublime. Veamos un par de ejemplos: En el artculo de Scott Lash titulado Learning from Leipzig or Politics in the Semiotic

    Society el autor se posiciona como observador-participante en una Leipzig eufrica elda que cay el muro de Berln. El costado participante de su observacin es ms biendecepcionante: un alemn oriental le pregunt qu pensaba, y el contest que no podapensar en nada. En las conclusiones, Lash apunta algo as como La lgica delposfordismo es por cierto la de la produccin semitica una proporcin creciente delas mercancas posfordistas (i. e. informacin y bienes discursivos) son posindustriales. Yuna cantidad cada vez ms grande (i. e. imgenes) de las mercancas posfordistas yposindustriales son posmodernas (1990a: 147). Esta pedagoga dad es lo que Lashaprendi de su experiencia etnogrfica en Leipzig? Es este el eco de la voz de las per-sonas que vivieron el momento?

    En otro artculo titulado Let us return to the murmuring of everyday practices: A note onMichel de Certeau, television and daily life (Silverstone 1989), el autor afirma que siqueremos alcanzar una comprensin ms madura del lugar de la televisin en las culturascontemporneas, necesitamos estudiar en detalle los mecanismos de su penetracin en eltejido de la vida cotidiana, y las formas en que entra y es transformada por laheterogeneidad (la polisemia y la polimorfologa) de la vida de todos los das (Silverstone1989: 77, 94). Signe Howell observa, sin embargo, que en el artculo de referencia no senos da ningn ejemplo del modo como esto se realiza, ni de los hallazgos obtenidos apartir del mtodo (Howell 1997: 109).

    La dispersin de los estudios culturales en una inmensa marejada de estudios etnogrficosidnticos a despecho de las referencias rituales a su distintividad, ha hecho que lospropios culturistas encontraran que se han publicado miles de versiones del mismo art-culo sobre el placer, la resistencia y las polticas de consumo, bajo diferentes nombrespero con variaciones menores. De este modo, la perspectiva de la etnografa de audien-cias ha conducido a un boom de estudios aislados de las formas en que este o aquel grupode audiencias produce activamente significados especficos. Las replicacionesautoindulgentes del mismo diseo de investigacin corren el peligro de producir unaverdad formal, una generalizacin vaca, abstracta y en ltimo anlisis impotente quepuede discurrir de este modo: la gente en las modernas sociedades mediatizadas escompleja y contradictoria, los textos de la cultura de masas son complejos ycontradictorios, y por lo tanto la gente que los usa produce una cultura compleja ycontradictoria (Ang 1996: 240; Morris 1996). Judith Williamson ha cuestionado laliteratura etnogrfica afirmando que los acadmicos de izquierda estn ocupadosdetectando hebras de subversin en cada pieza de la cultura pop, desde Street Stylehasta la telenovela (Williamson 1986: 19). La antroploga Pnina Werbner, de la Uni-versidad de Keele, ha llamado tambin la atencin sobre la repetitiva alegora de la re-sistencia en los estudios culturales, los que estn en constante peligro de volver a con-tar la misma narrativa una y otra y otra y otra vez (Werbner 1997: 41).

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    Yo no hubiera podido expresar mejor este escenario de compulsin repetitiva sinsalida y sus estereotipos dominantes, percibido sin embargo por quienes lo practicancomo el privilegio de estar participando en una empresa original, productiva yliberadora. Ser por esta especie de peripecias y desaciertos que el reclamo por el re-torno a la etnografa ha encontrado tambin fuertes resistencias en el interior del mo-vimiento. Meaghan Morris observ, por ejemplo, que las estrategias etnogrficas de

    los estudios culturales reposan sobre una estructura narcisista:Lo que tiene lugar es primero una cita de voces populares (los informantes), un acto detraduccin y comentario, y luego un juego de identificacin entre el sujeto cognoscenteen los estudios culturales y un sujeto colectivo, el pueblo. Este pueblo es textualmen-te delegado, un emblema alegrico de la propia actividad del crtico. Su ethnos puede serconstruido como lo Otro, pero es usado como la mscara del etngrafo. Una vez queel pueblo constituye tanto una fuente de autoridad para un texto como una figura de supropia actividad crtica, la empresa populista se torna no slo circular sino (como lamayor parte de la sociologa emprica) narcisista en su estructura (Morris 1996: 158).

    Con un desfase de una dcada respecto de la misma clase de predicamentos que losantroplogos posmodernos adjudican al realismo etnogrfico, y sin un tratamiento

    comparable de los problemas de la autora, la escritura y la edicin (vanse Reynoso1991; Clifford 1991), los estudios culturales se debaten entre un populismo altruista yuna textualidad asistemtica y poco distintiva.

    Los propios partidarios han sealado, un poco tarde, que los miembros del Centre simple-mente han utilizado mtodos etnogrficos en sus estudios sustantivos antes de advertir lanecesidad de discutir los mtodos con mayor precisin (Harris 1992: 83). Los recientesbrotes de crtica nos tienen que sonar familiares: la observacin participante, se dice ahora,no ha roto claramente sus lazos con el positivismo, acomodndose ms bien con l, yacordando en operar con un foco humanista en lo distinto y en lo extico. Han surgidotambin serias dudas sobre la posibilidad de eliminar el efecto del observador y las formasen que las sucesivas reescrituras del trabajo de edicin reducen y codifican la experiencia

    (Harris 1992: 84).Los culturistas han comenzado a advertir que a pesar de que se han volcado a la etnografapara el tratamiento de los problemas de significado en la vida cotidiana, no se han utilizadotampoco mtodos etnogrficos adecuados. Aunque se reconocen algunas excepciones, engeneral admiten que la evidencia emprica se ha reunido a travs de observaciones casuales,entrevistas contingentes y ruedas de discusiones fuera de control. Janice Radway enfatiza quela etnografa culturista es diferente de la antropolgica en un sentido muy inconveniente:mientras esta aspira, en general, a un conocimiento global de un modo de vida en funcin deuna inmersin personal prolongada en el campo, la versin culturista se encuentracircunscripta de manera muy estrecha por una preocupacin acotada a una temticaindividual; en consecuencia, se ha terminado reificando o ignorando otros determinantes

    culturales fuera del que se encuentra subrayado en cada investigacin. Una prctica enparticular (mirar televisin, por ejemplo) se halla as desconectada de las dems prcticas quecontribuyen a hacerla una actividad significativa (Radway 1988: 367). Otros culturistas hanpercibido la misma parcializacin; los investigadores etnogrficos de audiencias, se nos dice,no se han preocupado en general por reunir materiales suplementarios a su siempre breveexperiencia de campo, tales como historias de vida, descripciones personales, relatosextendidos. Tambin han sido indolentes y selectivos para escoger sus actores, eligiendo

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    como sujetos, al comps de las modas del da, casi siempre gente irnica, hip, cool, urbana,colorida, mvil y sobre todo joven (Jensen y Pauly 1997: 167).

    En este sentido, la literatura [etnogrfica] sobre los espectadores palidece cuando se lacompara con el mejor trabajo etnogrfico en sociologa y antropologa. Nuestro repertorio detemas es demasiado pequeo, nuestra permanencia en el campo demasiado breve, nuestra

    descripcin de las vidas de la audiencia demasiado escueta (Jensen y Pauly 1997: 165).Por esas y otras razones, diversos autores han propuesto que los estudios culturales disconti-nen el uso de la prctica etnogrfica en su trabajo de investigacin. John Fiske (1988)propone focalizarse sustitutivamente en la generacin de momentos significativos en lacultura popular, mientras Virginia Nightingale (1993) invita a adoptar un gnero mixto,una metodologa contingente, antes que una etnografa de cuerpo entero.

    Nadie parece estar del todo conforme con lo actuado en nombre de la etnografa culturista.Escribe Graham Murdock:

    El conocimiento insuficiente sobre la situacin de vida y las creencias de los sujetos amenudo fuerza a los anlisis a explicar lecturas particulares recurriendo a categoras gene-

    rales de clase, gnero y etnicidad. Para evitar esto y generar reseas ms ricas de la basesocial de la actividad cultural cotidiana necesitamos no slo mejores etnografas, sinotambin conceptos vinculantes que puedan ligar situaciones y formaciones, prcticas yestructuras"(Murdock 1997a: 60).

    Paul Willis, cuyas contribuciones etnogrficas al culturismo han sido mundialmente acla-madas, observ en Manchester en 1996 que a pesar de las afirmaciones que celebraban lacentralidad de la etnografa en los estudios culturales, lo que se haba hecho al respecto eraen realidad muy poco. Los trabajos sobre medios que se describen a s mismos comoetnogrficos no lo son de ningn modo:

    La tradicin de medios de la etnografa ha truncado la etnografa, mientras reclamaba suautoridad y su poder los estudios de audiencias de hecho no producen, sino que ms

    exactamente contrabandean, en forma fraudulenta, un supuesto hinterlandde etnografa y deconocimiento aparentemente antropolgico de las comunidades, los grupos y las culturas, enlos mensajes mediticos bajo estudio (Willis en Wade, segn Morley 1998a: 482).

    Stephen Nugent nos refiere que Willis se encontraba estupefacto por la discrepancia entre lasafirmaciones de excelencia etnogrfica y la realidad (Nugent 1997: 9). Con lo dicho, esbastante fcil comprender tal estupor.

    Integrados y apocalpticos en Antropologa: Michael Taussig, George Marcus, MarshallSahlins

    Lo que sigue es un ejercicio de contraste entre tres posturas posibles de la antropologa frente

    a los estudios culturales: la de los antroplogos a los cuales la problemtica no les cuadra(Taussig), la de los que se apresuran a cambiarse de coordenadas (Marcus) y los querechazan la posibilidad de hacerlo (Sahlins). El segundo y el tercer tipo son los que RichardHandler, a propsito de la revisin crtica de la compilacin de Grossberg et al. (1992) pro-puso llamar las estrategias de unmonos-a-la-caravana y avestruz-en-la-arena respectiva-mente (Handler 1993: 991).

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    El primer tipo es trado a colacin slo porque haba un indicio inicial de probabilidad de quealgo ocurriera a ese respecto, y porque desde la segunda modalidad alguien (Marcus, porsupuesto) pretendi alguna vez que ya haba ocurrido. El segundo tipo se trata por razonesobvias: su objeto es analizar un conjunto posible de razones para abandonar una disciplinaque expira y embarcarse en otra que est triunfando. Y el tercero, al que se dedicar tres

    renglones, se abordar porque en cierto modo testimonia un caso que me desorienta: el de unantroplogo del que se hubiera esperado una actitud de aquiescencia, pero que terminamandando a los estudios culturales a paseo.

    En las relaciones entre ambos campos hay, por supuesto, un arco continuo de posibilidades.Por ejemplo Virginia Dominguez, profesora de antropologa del Centro de Estudios Inter-nacionales y Comparativos de la Universidad de Iowa, tipifica seis grados de aceptacin y/orechazo, que llama con estos nombres: a) participativo, b) perceptivo de la frontera, c)ansioso, d) defensivo, e) crtico de la defensividad antropolgica y f) agresivamente crtico(Dominguez 1996: 58-60). La inmensa mayora de los antroplogos, empero, se sitatodava, segn las propias cifras que aporta Dominguez, en una actitud que yo propondrallamar g) indiferente.

    Pero entre quienes no pertenecen a este ltimo grupo, frente a los estudios culturales lacomunidad antropolgica comprensiblemente oscila entre los integrados y los apocalpticos.En el medio de estos extremos, y sin comunicarse mucho con ninguno de los bandos enpugna, vive su percepcin particular del mundo, como en una nube esttica, el antroplogoMichael Taussig, el habitante ms carismtico e individualista del Village neoyorquino. Noes el tipo de intelectual al que conforme unirse a un tndem slo porque los dems lo hagan.El sigue aferrado a su idolatrado Walter Benjamin, junto a quien casi todos los dems mor-tales con inclinacin por una ciencia emprica nos aburriramos antes de empezar. Por esomismo, a medida que los aos pasan y el culturismo se expande ms y ms, Michael Taussigva tomando, con discrecin, mayor distancia del bullicio. De igual modo, al estar unido sunombre al elitismo irreductible de la primera Escuela de Frankfurt, Benjamin no es hoy unarquetipo al que los estudios culturales se esmeren en integrar4. El ethos de estos, sobre todoen sus ltimas fases, es demasiado afn al pop, al kitsch, a los hooligans, a Madonna o aMTV. No me imagino a Taussig por esos rumbos. Sigamos, sin embargo, su proceso.

    En las primeras obras por considerar, The devil (1980) y Shamanism (1987), hay un contactomuy ocasional de Taussig con Raymond Williams, a quien encontr como otro intrprete deGramsci al lado suyo. El concepto williamsiano de estructura de sentimiento le sirve porun momento a Taussig para vincular la firme y terrible realidad de la poltica con las ms de-licadas inflexiones de la actividad humana (Taussig 1987: 288-289). El desarrollo tcnico dela idea se reduce, empero, a la parfrasis que he vertido. De lo que se trata es de escapar unavez ms del empirismo y el racionalismo estrecho de las categoras tabulares de la vida

    4 El nico texto culturista que conozco que realice una vindicacin de Walter Benjamin es un artculode Angela McRobbie (1994: 96-120). En l McRobbie seala que Benjamin fue slo ocasionalmenteutilizado como referencia en enclaves marginales de los estudios culturales en Birmingham acomienzos de los aos setenta, pero que ese romance no dur mucho. Con excepcin de algunostrabajos de Dick Hebdige o Iain Chambers que rescataron destellos poticos de insight en ensayosdesconocidos de Benjamin, a lo largo de los aos ochenta ste fue literalmente mandado a descansaren los estudios culturales (McRobbie 1994: 96-97).

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    material o la organizacin social con que los antroplogos y socilogos de cortos alcances seencontraran satisfechos, y que Taussig trae a cuento en la misma pgina. Raymond Williamsle viene bien entonces como un espritu afn en esa bsqueda, pero no ms all de esa solareferencia y de otra (que no tiene mucho que ver) sobre Bertolt Brecht. Nada ms. Slo unpar de citas inteligentes que no se convierten en ninguna operacin terica de escala mayor.

    En The nervous system Taussig menciona a Williams al pasar, en una nueva acrobacia de laimaginacin: como podra haber dicho Raymond Williams en sus Keywords, empiezadiciendo; pero como la expresin est incrustada en un texto que fluye en ambos sentidos noqueda claro qu es lo que Williams pudo haber dicho y en qu momento del texto original lodijo verdaderamente (Taussig 1992: 118). En realidad tampoco importa mucho. A pesar detodos los nexos que Marcus le endilg con algn proyecto colectivo de antropologa crtica,Taussig no menciona ni a Williams ni a ningn otro culturista en Mimesis and alterity(1993), ni en The magic of state (1997). Con esto hace ya siete aos que Taussigprcticamente no habla del asunto en sus obras ms importantes, por ms que esos libros sepublican apenas escritos en las colecciones de Estudios Culturales de Routledge, la editorasemi-oficial del movimiento. Pensndolo bien, en toda su trayectoria Taussig jams men-

    cion a los estudios; difcilmente vaya a hacerlo ahora, cuando todo el mundo ya sabe de quse trata, tornando imposible situarse en la vanguardia.

    En lo que respecta a la actitud tomada por los antroplogos frente a los estudios culturales, siconsideramos la serie que va desde los integrados a los detractores, George Marcus est sinduda entre los primeros. Y al decir que est entre los primeros quiero significar adems quefue sin duda alguna el primer antroplogo en tomar contacto con los estudios, yrecprocamente ha sido tambin un referente ocasional de la antropologa en el interior delmovimiento, sobre todo cuando se trata de discutir, con una concisin casi telegrfica, elpapel de la etnografa o de la antropologa como crtica de la cultura (Brantlinger 1990: 105,122; Nightingale 1993: 152, 156, 160; Murdock 1997a: 66; Willis 1997: 185). Aunque no seme ocurre una sola idea original o memorable que pueda imputrsele, Marcus es, a la zagaslo de Clifford Geertz, el antroplogo que los estudios culturales mencionan con mayorasiduidad.

    Es interesante remontar la historia y definir la posicin de Marcus en el proceso de la pe-netracin de los estudios en Estados Unidos como caso testigo del proceso de su expansin yde su mutacin en una moda intelectual. De ms est decir que no se trata de que Marcus lle-vara los estudios culturales a Norteamrica; fue la oleada posmoderna la que los transport, yno slo un profesional determinado. Lo que s es ms probable es que Marcus fuera quienorient su antropologa hacia este campo antes que los estudios estallaran en la cara de todala intelectualidad norteamericana. Lo singular es que, al principio por lo menos, no lo hizocon entera conciencia. Analicemos detenidamente este proceso.

    El hito histrico que quisiera marcar tiene que ver con lo que Marcus dice de los estudiosculturales en la ponencia que present en el histrico congreso de la School of American Re-search en Santa Fe de Nuevo Mxico en abril de 1984. Retengamos la fecha: el posmoder-nismo recin estaba irrumpiendo en el ambiente intelectual norteamericano. Acababa de tra-ducirse con cinco aos de retrasoLa condition posmoderne de Jean-Franois Lyotard, el ni-co texto extradisciplinario declaradamente posmoderno citado en la bibliografa de Writingculture (Clifford y Marcus 1986), la compilacin que rene los trabajos del Congreso y querepresent el primer manifiesto colectivo de la antropologa posmoderna norteamericana.

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    Obsrvese bien quin es uno de los dos editores, porque de ah en ms nunca abandonar elprotagonismo (Marcus 1992; Marcus 1998).

    En realidad no me interesa tanto recuperar lo que Marcus dice de los estudios culturales en suartculo del congreso (Contemporary problems of ethnography in the modern worldsystem), sino lo que no dice: a pesar de ocuparse brevemente de Raymond Williams y de

    Paul Willis a propsito de la implicacin para la etnografa de las obras del primero y laselaboraciones etnogrficas del segundo enLearning to labour(Willis 1981), a lo que Marcusjams alude es (sorprndanse) a los estudios culturales. Aqu no se puede menos que experi-mentar el vrtigo de la historia reciente, la rpida y compleja sucesin de acontecimientos, ladevastadora propagacin de las influencias, la reelaboracin apresurada de la historiapersonal de los conversos. El caso Willis se trae a colacin, se sustancia y se defiende sintener nocin de cul es su contexto de ideas o su escenario institucional. El quid de lacuestin es que, desde el punto de vista de la antropologa en los Estados Unidos, tan tardecomo entre 1984 y 1986 los estudios culturales todava no existan.

    Anotemos que, para cualquier interesado en los movimientos intelectuales europeos, losestudios culturales eran reconocidos como tales desde por lo menos veinte aos antes: elCentre for Contemporary Cultural Studies se funda exactamente en 1964. Entre esa fecha y1984 se publicaron docenas de libros y artculos que hacen referencia al nombre del mo-vimiento en sus mismos ttulos. Los Working Papers in Cultural Studies, con distribucin alas principales bibliotecas de todo el mundo, comenzaron a aparecer en 1971 con un enormelogotipo del CCCS en la portada. Marcus, de hecho, analiza por un lado el aporte de Ray-mond Williams y por el otro el de Paul Willis. Si bien en un momento dice que el primeroinfluy en los estudiosos marxistas de la cultura especialmente en aquellos que, como PaulWillis, han encontrado en la etnografa un medio textual (1986: 171), en ningn momentovincula a los dos dentro de un movimiento definido, y mucho menos se da cuenta que existeuna corriente especfica llamada estudios culturales que los vincula a ambos. El nombre delmovimiento no figura siquiera en el minucioso ndice analtico de Writing culture (Clifford yMarcus 1986: 297-305).

    En la ponencia de Marcus, Willis aparece vinculado a una modalidad genrica de tradicinterica marxista al lado de Michael Taussig (1980), pero de ningn modo formando partedel movimiento que nos ocupa, en el cual Willis es uno de los referentes fundamentales(Marcus 1986: 173). Recin en la dcada de 1990, cuando los estudios culturales ya haban a-doptado junto a los intelectuales norteamericanos criterios textualistas/posmodernos, Marcusadquiere conciencia de la existencia del movimiento y la antropologa comienza a tomarlosexplcitamente en consideracin (vanse Clifford 1992; Martin 1992; Marcus 1992). Yambos lo hacen a destiempo, ya que el estudio de Willis no es ni posmoderno ni textualista.

    Es interesante analizar los argumentos con que Marcus desarrolla su presentacin de la

    etnografa de Willis a los etngrafos reunidos en Santa Fe. Primero que nada fijmonos queMarcus se basa en la segunda edicin norteamericana de Learning to labour(Willis 1981)antes que en la edicin inglesa, cuatro aos anterior (Willis 1977a). Haba existido una ver-sin anterior en los Estados Unidos (Willis 1977b), pero su cronologa no sincronizaba conlos ritmos vitales de los antroplogos que estaban fundando el posmodernismo, y que abre-vaban en bibliografa ms fresca. El trabajo de Marcus es en s un anlisis extendido del librode Willis, al que trata como una forma etnogrfica que pudiera servir de inspiracin a los et-ngrafos experimentales de la fase posmoderna. Su evaluacin es abiertamente positiva,

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    encomiando un texto que toma contacto con la experiencia de sus sujetos mientras representaadecuadamente el orden ms amplio en que los actores estn insertos; para Marcus el logrode Willis representa el estado de arte de las etnografas que todava permanecen dentro de lasconvenciones realistas o naturalistas de escritura (Marcus 1986: 176). Desconocedor, sinembargo, de las convenciones, prioridades, terminologas, valores tericos y discusiones

    imperantes en el interior de los estudios culturales, a Marcus se le pasa por alto, por ejemplo,la importancia de las articulaciones en el tratamiento terico de Willis, y en particular laarticulacin entre el trabajo etnogrfico y la posterior elaboracin interpretativa como algoque slo tiene sentido en el campo de fuerzas del folklore familiar del movimiento.

    A Marcus le complace que Willis separe el desarrollo de su etnografa de la parte analtica,ganando as en libertad de exposicin. La primera parte del trabajo estara entonces dedicadaa los datos; ignorando las connotaciones tradicionalmente implicadas por los estudiosculturales cuando hablan de etnografa, sin embargo, Marcus se sorprende de encontrar alltanto anlisis como descripcin. De la segunda parte entiende todava menos: ella reposaen jerga y abstracciones, pero est retricamente construida sobre referencias que vuelven aanalizar las representaciones naturalistas de la primera parte (Marcus 1986: 175). Marcus

    pasa por alto el contenido de la jerga y las abstracciones no obstante vertebrar estas elargumento exacto que Willis quera exponer a sus correligionarios.

    Marcus quiere que Willis le sirva como ejemplo de una modalidad de etnografa que entraaalguna forma de crtica cultural. Poco importa que la definicin de la cultura a que se atieneWillis no tenga mucho que ver con la de la antropologa, de la que el autor reniegaexplcitamente por su excesivo carcter holstico y por considerar que slo puede suministrarun mapeado taxonmico neutro de su objeto (Willis 1981: 217-218). Si bien Marcusadvierte que los antroplogos pueden quedar desconcertados e irritados por la forma en queWillis toma distancia y trivializa el propsito de la antropologa, le parece que de todosmodos hay una consonancia y una comunin ideolgica muy fuerte entre el trabajo de este yuna etnografa experimental y sensitiva como la que el propio Marcus y los impulsoresde la naciente antropologa posmoderna estaban comenzando a proclamar (Marcus 1986:188). La jerga y las abstracciones, entonces, en tanto trasunto de un mtodo, interesan muchomenos que las difusas comuniones ideolgicas que de una manera u otra se puedenestablecer. Pues en eso radica, para Marcus, la cuestin.

    EnAnthropology as cultural critique (Marcus y Fischer 1986), un poco posterior al congresode Santa Fe, pero contemporneo casi exacto de la publicacin de Writing culture, Marcusreproduce su tratamiento del aporte de Willis con escasa variacin. Todava sigue sin tomarconstancia de la existencia de los estudios culturales, al punto que Paul Willis y RaymondWilliams, quien slo es aqu un crtico literario marxista, aparecen tratados en lo que losfonlogos estructuralistas llamaran una distribucin complementaria: nunca sus nombres

    aparecen en los mismos contextos, a pesar de la frecuencia con que se los alude. Williamsaparece sealado slo en relacin con la literatura, y a propsito de su concepto deestructura de sentimiento (Williams 1961). Inslitamente, el Cultural Studies Group ofBirmingham aparece referido una vez, pero slo como una entidad autoral entre otras, y nocomo un movimiento individualizado (Marcus y Fischer 1986: 153). En sntesis, Fischer yMarcus pasaron cerca del edificio de los estudios culturales, pero no alcanzaron acomprender entonces cul poda ser su verdadera arquitectura, su talla, sus vecindades o su

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    diseo interior; lo cual, por supuesto, no es tan grave como la ceguera disciplinar de Denzin ode Becker, aunque se le parece bastante.

    Pero los aos noventa son otra cosa. Quin puede ignorar ahora que el movimiento existe?Ya asentada la fase posmoderna de los estudios culturales en Norteamrica, para GeorgeMarcus, sobre todo en su papel de editor de Cultural Anthropology, sera altamente positivo

    que la antropologa quede subsumida bajo el manto de los estudios culturales en el futuroprximo. A medida que la globalizacin contine erosionando las diferencias culturales, dice,la antropologa ser reemplazada por unos estudios culturales que (de alguna manera que nose describe y por alguna razn que no se explica) relocalizarn la antropologa en su merocentro ( Nugent 1997: 4-5).

    En los Estados Unidos, la antropologa, quizs identificada todava con el estudio en granofino de pueblos primitivos y exticos, tiene reservado un papel muy pequeo en el desarrollode los estudios culturales como un campo interdisciplinario. [Pero] en la bsqueda de uncontexto diferente, intelectualmente ms complejo y relevante para la prctica de laetnografa, los estudios culturales proporcionan un terreno vasto y desconocido paraexplorar (Marcus 1992: vi).

    Hay aqu un gesto de incorreccin poltica para nada reprimido: el estudio de culturas lejanasse reputa casi irrelevante, al lado del desafo intelectual que representa nuestro propiocontexto. El resto es por igual controvertible: los estudios culturales como un campointerdisciplinario que nos dar la bienvenida tal cual somos? No hay nada que objetar de suconstruccin como interdisciplina, que los propios y ms ardientes promotores delmovimiento encuentran todava sin elaborar? ( Nelson et al . 1992: 15; Bennett 1998: 535;Striphas 1998a: 461). La lectura del integrado Marcus s que es imaginativa.

    En los ltimos aos Marcus no ha agregado mucho a lo que ya le conocemos. Con los ner-vios de punta por su pelea con Pierre Bourdieu (que comentar cuando hablemos de GarcaCanclini) y visiblemente contrariado por las reacciones crticas que los antroplogos al fin

    han exteriorizado frente a un posmodernismo que no cambi sus consignas en quince aos,los artculos ms recientes que he ledo de l insisten en explotar el mismo libro de Willis alque los culturistas mandaron a descansar hace tanto tiempo ( Marcus 1998: 42-45, 61, 71-72,95-96). Siendo que Marcus reposa en un solo antiguo texto de referencia (adems de unafrmula williamsiana declarada caduca por Williams mismo), no es de extraar que l consi-dere desconocido el territorio hacia el cual quiere que nos marchemos (Marcus 1992: vi).

    Marshall Sahlins en cambio parece ms bien ser un apocalptico, aunque su opinin estcristalizada en un solo aforismo oscuro y antropomorfo, escondido en una coleccin de pan-fletos informales, que nos obliga a una elaboracin de su postura igualmente sucinta. DiceSahlins:

    Algunos estudios culturales parecen pensar que la antropologa no es sino etnografa. Mejoral contrario: la etnografa es antropologa, o no es nada (Sahlins 1994: 10).

    Bien, esto no es mucho pero al menos es algo. Entre lneas podemos leer que aunque no haymucha evidencia de que el viejo len haya consagrado a los estudios culturales la dedicacinque sera menester, la respuesta es no. Tal vez algn da conozcamos la pregunta.

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    Renato Rosaldo: Cultura y Verdad

    En uno de los textos ms sesgados que conozco, Culture and truth, Renato Rosaldo dedicacuatro pginas a Raymond Williams y unas cuantas ms al historiador social E. P.Thompson (Rosaldo 1989: 105-110, 137-139, 183-186). Los nicos libros mencionados son Marxism and literature (Williams 1977) y The making of the English working class(Thompson 1966), adems de un artculo menor de Thompson. En lo que va de Marcus aRosaldo, Williams se trasmuta de crtico literario marxista a terico cultural sin filiacinpartidaria a destacar. Como en el caso de Marcus (1986), pero tres o cuatro aos despus,Rosaldo todava no alcanzaba a percibir que un movimiento con la fuerza arrasadora de losestudios culturales estuviera manifestndose en alguna parte. Con el escueto corpusconsiderado, sin tomar en cuenta la evolucin posterior de los autores y sin percatarse delcontexto mayor del que provienen, a Rosaldo le alcanza para proponer cambios radicales enla antropologa, en consonancia con su postura interpretativa y anti-objetivista. La antro-pologa de Rosaldo se considera a s misma procesual, y una de sus referencias en esesentido es el procesualismo que l imagina inherente a las interpretaciones de Clifford Geertz(Rosaldo 1989: 94 y ss.). Es pblico y notorio, sin embargo, que Paul Ricoeur (quien inspira Geertz la metfora de la cultura como texto) insiste en que el procedimiento inicial paracualquier anlisis es la fijacin del flujo del discurso, el congelamiento de la accin en el tex-to ( Ricoeur 1988: 47-74). Lo que Ricoeur propone (y lo que Geertz acata en su faseinterpretativa) es analizar la cultura como texto, de ningn modo como proceso. Lasuspensin del tiempo del discurso (y por ende, del proceso discursivo) es nada menos que laprecondicin de ese anlisis.

    Por aadidura, Rosaldo coloca a los dos padres del culturismo, Thompson y Williams, enrelacin con un tipo de anlisis procesual que tiene que ver con un algo ms que no puedeser reducido a ni derivado de las estructuras, tipo del que tambin formara parte PierreBourdieu. Rosaldo quiere que los tres autores que menciona lo ayuden a probar que los

    sentimientos, el discurrir de la vida cotidiana y la constitucin de formaciones de clase nopueden ser deducidos de factores estructurales (Rosaldo 1989: 105). Ese es el centro de laargumentacin. Con semejante asociacin de talentos, pensara Rosaldo, los positivistas (queseran ms bien estructurales) estn aniquilados de antemano.

    Ahora bien, para lograr que sus tres fuentes proporcionen un coro armnico, Rosaldo tendrque desfigurar sus voces a fin de que engranen con lo que l quiere probar. En el retrato quetraza Rosaldo, Raymond Williams aparece entonces tomando partido en contra de un anlisissocial objetivista (Rosaldo 1989: 106) que seguramente tiene que ver con lo que Rosaldovena diciendo y lo que seguir argumentando despus, pero que Williams de ningn modoplantea en esos trminos unilaterales. El problema de Williams no es con la objetividad o conlas estructuras, sino con el sustancialismo que considera las estructuras como productos y

    formas fijas (Williams 1977: 128-135). Igual tergiversacin se aplica en la versinrosaldiana de Pierre Bourdieu, tan denodadamente selectiva que omite considerar los bienconocidos nfasis estructurales del autor. En Bourdieu no slo hay estructuras por todaspartes, sino que las estructuras son, adems, sistemas. Por si restan dudas, cito a Bourdieu enuna pgina que se podra decir abierta al azar de un libro editado en ingls por la mismauniversidad en que Rosaldo trabaja por esos aos:

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    Los condicionamientos asociados con una clase particular de condiciones de existenciaproducen habitus, sistemas de disposiciones durables y transponibles, estructuras estructu-radas predispuestas para funcionar como estructuras estructuradas, es decir, como principiosque generan y organizan prcticas y representaciones (Bourdieu 1980: 53).

    Habr que resignarse a las redundancias, pero no les parece que el concepto ms represen-

    tativo de Bourdieu es mucho ms que un poquitn estructural?Igual que Taussig en un razonamiento sensitivo semejante, Rosaldo se ocupa sobre tododel concepto williamsiano de estructura de sentimiento, la nica idea seductora que losantroplogos parecen percibir en su trabajo. Como ya hemos entrevisto las crticas culturistasdel concepto, no vale entretenernos en valorar otra vez este intento de reapropiacin. AunqueRosaldo se esfuerza por destacar el carcter procesual del trmino en contra de lo que sera elcarcter fijo y estructural del concepto de ideologa, el hecho es que lecturas msfamiliarizadas como las de OConnor, Aronowitz, Turner, Simpson y Eagleton terminan e-quiparando estos conceptos, que sin duda los culturistas han trabajado ms que nosotros. Porotra parte, no puedo dejar de sealar que cuando Rosaldo propone asomarse a la nocin deestructura de sentimiento, el propio Raymond Williams ya haca por lo menos seis aos que

    haba retirado formalmente el concepto de su vocabulario (vase Williams 1983a).Aqu ya todo se ha vuelto en contra de Rosaldo. Para colmo, en cualquier interpretacin quese haga de Marx (un objetivista, sin duda), la ideologa (otro trmino que a Rosaldo no legusta) se puede entender fcilmente como proceso. Hay docenas de ensayos sobre el procesoideolgico, incluido uno con ese preciso nombre de Eliseo Vern. El mismo Raymond Wi-lliams de Marxism and Literature puede servir de fuente para el ejercicio de entenderprocesualmente la ideologa. Si se leen los textos originales de Williams, de Bourdieu o deThompson se observar que en ellos la distincin entre los buenos y los malos no escoextensiva a la diferencia entre procesos y estructuras. Ni las estructuras son fatalmente noprocesuales, ni los procesos son algo no estructurado; tambin hay objetivistas procesuales yestructuralistas dados a la espiritualidad. Ni Williams, ni Thompson, ni mucho menosBourdieu son tan esquemticos. La cosa no pasa por ah, y a Rosaldo le hubiera sido ms tilfundamentar sus argumentos en cualquier texto, excepto en los que finalmente decidiutilizar. Silenciar tambin un elemento de juicio adicional, que tal vez habra debido ser elprimero que yo invocara: con todas las connotaciones de impulso, vida, emergencia continuay sensibilidad que aparecen en las citas a Williams que Rosaldo deja asomar entre un diluviode elipsis, no hay ms remedio que sealar que la estructura de sentimiento es, en ltimoanlisis y como su nombre lo indica, una estructura. En una frase que Rosaldo escamotea desus citas, truncando un razonamiento por la mitad, Williams dice claramente:

    Definimos entonces estos elementos como una estructura: como un conjunto, con rela-ciones internas especficas, al mismo tiempo intervinculado y en tensin (Williams 1977:

    132).En sntesis: las interpretaciones de Rosaldo estn afectadas de una retorsin de tal magnitudque poco importa lo que sus fuentes de referencia estn diciendo. Sus objetivos estn concen-trados de tal manera en afianzar una postura anti-objetivista, anti-estructuralista, anti-funcio-nalista y anti-positivista que los colores de sus cristales trasmutan cualquier cosa que l mireen lo que l quiere que sea. Desde que decidi consagrarse a la metateora y tomar partido enla contienda de facciones (y creo que en ello est la clave de estos gazapos) este autor noparece ser el mismo que el estudioso sensible, reflexivo y original que escribiIlongot head-

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    hunting. Al no prestar la menor atencin a la historia intelectual y al contexto de las ideas,Rosaldo omite convenientemente que la estrategia de Williams estaba formulada en trminosde un materialismo cultural, y que este ambicionaba subsumir los estudios literarios a losmtodos experimentales de las ciencias de la naturaleza ( Prendergast 1995: 20). Por otraparte, ni siquiera la frecuentacin yuxtapuesta de Williams y Thompson le sirvi a Rosaldo

    para deducir la existencia del movimiento antes de 1989, aunque ms tarde, ya realizada lamegaconferencia culturista de Illinois, nos quiera hacer creer algo distinto (Rosaldo 1994:525).

    Pasemos mejor a otro texto. En Whose estudios culturales? (Rosaldo 1994), un artculobreve entresacado de un foro llamado Cultural Studies and the disciplines: Are there anyboundaries left?, Rosaldo intenta destacar tanto la utilidad de los estudios para la antropolo-ga como la conveniencia del influjo contrario. Por un l