carlos gonzÁlez ragel (1899-1969), alias "skeletoff", el hombre con rayos x en los ojos

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CARLOS GONZÁLEZ RAGEL El hombre con rayos X en los ojos Don Quijote Texto: © Julio Pollino Tamayo [email protected]

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CARLOS GONZÁLEZ RAGEL El hombre con rayos X en los ojos

Don Quijote

Texto:

© Julio Pollino Tamayo [email protected]

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CARLOS GONZÁLEZ RAGEL (1899-1969), alias "skeletoff", el hombre con rayos X en los ojos

Fotografía de su hermano Diego, 1923

"No preguntarme nada. He visto que las cosas cuando buscan su pulso encuentran su vacío."

Federico García Lorca

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A los cinéfilos premium, lo de "el hombre con rayos X en los ojos" no les dirá gran cosa. A los criados a los generosos pechos de la televisión única, sí. La película de Roger Corman, "El hombre con rayos X en los ojos" (1963), fue emitida en las gloriosas mañanas de televisión española, y marcó nuestra infancia casi tanto como la serie "El misterio de Salem´s Lot" (1979) de Tobe Hooper. Os refresco la memoria: Un científico loco desarrolla unas gotas que permiten ver las cosas como si los ojos fueran rayos X. Decide probarlas en sí mismo, y pasada la euforia inicial, puede ver por debajo de las ropas de las mozas, entra en pánico, el resto os lo podéis imaginar. Vista con ojos adultos es de una ingenuidad entrañable, pero a los niños nos impresionaban profundamente los esqueletos, las calaveras, y más a un infante que se pasó varias noches atormentado, acojonado, con la posibilidad de quedarse ciego tras haber visto un eclipse a pelo, a ojos descubiertos.

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"The Skeleton Dance" (1929)

¿Y qué tiene que ver la película de Corman con Ragel? Pues no hace falta ser un lince para hacer la asociación, Ragel es conocido, sobre todo en Jerez de la Frontera, su fama apenas ha traspasado Despeñaperros, por ser el creador del concepto "esqueletomaquia", que viene a ser contemplar la realidad descarnada, en los huesos, literalmente. Una visión de la vida negra, tétrica, fatalista, realista, no dejamos de ser esqueletos forrados de piel, no exenta de humor, de sarcasmo, como el genial corto de animación de Ub Iwerks, "The Skeleton Dance" (La danza del esqueleto) (1929), la obra maestra absoluta de la Disney.

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La singularidad, originalidad, radicalidad, de Ragel no le ha pasado desapercibida a nuestro humorista favorito, el gran Iker Jiménez, que en uno de sus contenidos programas analizó un cuadro suyo, quizá el más popular de todos, "Teatro R.I.P" (1931), en clave de enfermedad mental, equiparándole en importancia a otro cuadro canónico del género, "El grito" (1893) de Edvard Munch.

¿Entonces Ragel estaba loco?

Teniendo en cuenta que murió recluido en un sanatorio (antes, en 1936, había sido ingresado temporalmente en el Psiquiátrico de Málaga), el de los Hermanos de San Juan de Dios de Ciempozuelos (Madrid), donde pasó recluido los últimos doce años de su vida (1957-1969), los más prolíficos, tranquilos, de su carrera, de su vida, y que fue diagnosticado de alcoholismo crónico y psicosis maníaco-depresiva, habrá que afirmar que sí, la locura, el cerebro, son dos perfectos desconocidos.

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¿Y venía de serie o se lo provocó el alcoholismo?

Como ya se ha demostrado la existencia de varios genes que predisponen a las adicciones, el BDNF, el ADH3 y el DRD4, pues queda la duda de si uno nace borracho, o se hace. Lo que nadie puede negarle a Ragel es la contumacia en desarrollar sus cualidades innatas hacia el pimple, se bebía hasta el agua de los floreros, nacer en Jerez de la Frontera imprime carácter. Como sucede con Fontaneda (Palencia), que al pasear por sus calles huelen a galleta María recién horneada, las calles de Jerez de la Frontera (Cádiz) huelen a vino, a fino. De hecho Ragel, que además de pintor era fotógrafo profesional, heredó el negocio familiar del padre, dedicó parte de sus esfuerzos a retratar, y pintar, las bodegas de la zona y varias tabernas, incluso en Madrid, también diseñó etiquetas. Fijo que entre foto y foto, entre pincelada y pincelada, algún que otro vasito caía, por no hacer un feo al lugar, la educación ante todo. Le gustaba tanto la farra que cuando su novia, y posterior esposa, le reprochaba que apenas le veía, él en un rasgo sublime de genialidad (a la altura de Rutger Hauer dibujándose el contorno del paquete en "Delicias turcas" (1973) de Verhoeven como contestación a la demanda de su pareja de que nunca la hacía ningún regalo), le mandó un autorretrato para que le viera más a menudo.

Taberna Los Gabrieles en la calle Echegaray, 17 (Madrid)

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Vamos que Ragel era un hombre de acción, y de reacción, que alternaba la profesionalidad, el oficio, con el levantamiento de vaso en barra. La eterna dualidad del artista español, que pocas veces ha podido ganarse la vida con el sudor de su mente. Que la fotografía no le debía llenar del todo, del nada, se constata en el hecho de que sus cuadros no los firmaba como Ragel sino como Rajel, un giro juanramoniano que puede indicar que para él la pintura era otra cosa diferente, más importante, su verdadero yo.

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El texto que mejor define la visionaria pintura de Ragel, sus "esqueletomaquias", sus radiografías, es el siguiente de Marquina (1931):

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Marquina no era el único contemporáneo que reconocía su genialidad, Juan Gotor, Antonio Méndez Casal, Juan de la Plata, José Francés, y Eusebio Cimorra, opinaban lo mismo: “Mefistófeles, flaco, anguloso e inquieto, embozado en su capa (Calavera en el broche), que labora durante casi toda la noche, royendo los cartílagos de cualquier esqueleto. Eres un mago, astuto, moderno y complicado, que guardas un secreto de personalidad, y aunque quitas la carne, queda siempre el pecado prendido en la osamenta, (carné de identidad). Y por eso en tu obra nunca vemos la Muerte, y pierden su sentido los cirios y el blandón… Prometo no asombrarme si algún día he de verte, bebiéndote las copas dentro de un panteón. Y es que tú eres un mago radiólogo y humano que a la noche malpúrgica no has ido ni una vez… y empeñaste la bola de cristal embrujado por beberte unas copas de excelente Jerez. Tu obra es una síntesis inefable y aguda que tiene realidades de audaz vivisección. Tu talento contempla sentado como un Buda esa Esqueletomaquia de tu imaginación. Tu Arte prodigioso, ultraespìritualista, trota en raudo Pegaso allá en la estratosfera y has volado tan alto que has perdido de vista de la Vida y la Muerte, la mezquina frontera. Quiero con estos versos colocar en tu frente, la corona invisible de tu gran Monarquía. Tú eres un Rey, jocundo, creador eminente de tu país descarnado, que está en tu fantasía. Y ya que tu alta frente regia corona ostenta, permite a este vasallo que incline su osamenta.” Juan Gotor

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La obra macabra de Carlos G. Rajel

“En todo andaluz, y aun en el de vivir más jovial, hay un fondo de tristeza y una preocupación, muchas veces exterorizada, ante la idea de la muerte. Al servicio de tal idea, el andaluz filosofa en voz alta y a diario; se estremece supersticiosamente ante ciertos bichos y ante determinadas cosas que elevó el sentir popular a la categoría se símbolos, y en algún caso afronta la muerte con humorísticas frases, que desconciertan a las gentes nacidas en otro ambiente. El andaluz, de tanto pensar en la muerte, ha llegado a gustar como un íntimo y supremo placer el evocarla. No pecaría de temerario quien afirmase que no hay cante jondo auténtico y genuino si en él no se mezcla, como principal condimento, el agridulce de la muerte. Esta manifestación del humorismo andaluz es algo tan extraño, que desorienta a todo el que desee internarse en la investigación del alma andaluza. La castiza juerga, con abundancia de vino, que ha de encender el ánimo, y con la presencia de mujeres bellas, graciosamente ataviadas y maestras en el donaire y la agudeza rápida, exige, si ha de ser completa, la actuación de cantaores que, con voz quejumbrosa, entristezca el ambiente entonando coplas macabras, en las que el cementerio, el enterrador, la fosa, el ataúd y todos los atributos de la muerte han servido para dar mayor fuerza expresiva a una música que ya por sí sola constituye un desgarrado lamento. ¿Habrá algo más paradójicamente humorístico que una reunión de gentes, convocada para divertirse, y en la que los concurrentes se deleitan sumergiéndose en tristeza y, en más de un caso, llorando a raudales? Esta actitud de la gente andaluza ante la idea de la muerte no es artificiosa. Es algo que penetró en la entraña de la raza y que arraigó hasta convertirse en necesidad emocional de todo un pueblo. Quien lo dude, que repase el folklore andaluz, y hallará, al lado de una alegría juvenil y fresca, el recuerdo frecuente de la muerte. En los días ya lejanos del Romanticismo, la depresión moral wertheniana, que tantas víctimas causó en la gente joven, prendió en Andalucía como fuego en materia inflamable. La idea de la muerte, de una muerte sentimental, gustada en breves sorbos, fue el estupefaciente de moda. Las muchachas robustas, de naturaleza resistente a todos los ataques de la enfermedad, envidiaban a las pobres amigas tísicas, que morían saboreando la fruición romántica de una agonía lenta. No es raro encontrar en las librerías de viejo obras románticas, de un romanticismo apasionado y absurdo. Citemos entre ellas la más divulgada, cuyo título, Galería fúnebre, equivale a una síntesis del contenido. Historias de espectros, muertes dramáticas por amores no correspondidos, etcétera… Hará unos dos años que la biblioteca privada de la Reina Cristina -la reina gobernadora- se vendió en Madrid. En ella figuraban numerosos ejemplares de la Galería fúnebre, primorosamente encuadernados, obsequio, en su mayor parte, de gente andaluza.

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De aquellos días parece haber quedado en el ambiente andaluz de la clase media una instintiva inclinación al tema de la muerte. La idea de la muerte continúa siendo, para la mayoría de los andaluces, necesidad espiritual imprescindible… Un joven pintor andaluz, fino humorista, inauguró recientemente una Exposición de obras de tema macabro. No se trata de asunto artificiosamente elegido en estos días de insaciables afanes de cosas nuevas. El tema aparece sentido, y el artista logró transmitir a la obra la sensación inconfundible de los sincero. Carlos G. Rajel, con “esqueletomaquia”, nos ofrece varios cuadros tragicómicos, en los que la muerte desempeña el papel del principal actor. Treinta y cuatro obras de tipo macabro expone Rajel en el salón del Museo Nacional de Arte Moderno. Entre ellas hay varios retratos “en esqueleto” de personas conocidas. El artista las despojó -gráficamente- de toda materia carnosa; no obstante, ha logrado conservar el parecido. Ello supone propiedades de observación y captación tan sutiles, que admiran al contemplador de la obra. Una interpretación en “esqueletomaquia” de una muy alta personalidad no necesita rótulo en el catálogo. Los visitantes, al fijar su atención en este retrato esquelético en actitud de marcha, comprenden sin titubeo a quién se alude. Muy certero se ofrece, asimismo, el de Juan Belmonte. El esqueleto del torero, perfilado para entrar a matar un toro, también en esqueleto, conserva todo el gesto corajudo del momento más emocionante del toreo. La escena ha perdido la grandeza de lo bello para adquirir la más enorme fuerza de lo trágico y siniestro… La muerte va a lanzarse a luchar con otra muerte que aparece enfrentada. Toda la obra de Rajel parece cobrar, burla burlando, un sentimiento patético que hace recordar al contemplador lo efímero y quebradizo de toda actividad humana y la infatigable asechanza de la muerte. Jugadores de polo, Apuntes para un cuadro flamenco, Dentista, Curdas, Bailaora… son otras tantas estampas macabras que recuerdan las espantables visiones de un Pedro Brueghel, el Viejo. Carlos G. Rajel ejecuta su obra definitiva sobre apuntes tomados del natural. El artista, cual si poseyese doble visión, acierta casi siempre a conservar el gesto que define, la actitud que caracteriza a una persona. La dificultad que Rajel ha tenido que vencer para lograr aciertos supone, más que una tenaz disciplina, un sagaz instinto que le llevó a dedicar su actividad a un tema para el que nació excelentemente dotado.

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La obra de Rajel no es un producto meramente habilidoso. El artista ha sabido inyectarle emoción. La emoción de un autentico andaluz, que ha visto el día en un ambiente a todas horas preocupado con la idea de la muerte. De haber venido Raje al mundo en los primeros años del siglo XIX, a buen seguro que habría dedicado su actividad macabra a ilustrar libros románticos del tipo de la Galería fúnebre. Su vivir, en estos años de agudo materialismo y de frivolidad, le inclinó a dar a su obra un sentido humorístico, a modo del ingenioso Juicio final, del francés Cami. Mas, a pesar de ello, en muchas obras de Rajel se percibe la agridulce paradoja del cante jondo. El ambiente nativo asoma con fuerza en la obra de este artista, de igual manera que en las poesías de Gustavo Adolfo Bécquer -otro auténtico andaluz saturado de melancolía- la idea romántica de la muerte es obsesión que alguna vez se convierte en pesadilla…”

Antonio Méndez Casal (1931)

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Perfil de Quijote redivivo, espadachín silente de tinieblas,

antigua estampa de hidalgo aventurero.

Tú eres rey de las cavernas de la vida, ¡oh, flaco pierrot de huesos podridos!

¿Loco? Artista, soñador, poeta. Cyrano burlón y galante.

Bailarín en la bacanal sarcástica de los perros y los espectros.

Niño, muchacho, viejo dandy de verbena, cortejador de la luna.

Sibarita en la cena de las calaveras. Bastón de bambú de las carcajadas. Pato altivo con bufanda de ironías.

Blanca cabeza de nieve

extraída de la sima de los muertos. Roja sangre de tragedia tabernaria

la de tus mejillas de escanciador nocturno, en bohemia de tascas perdidas.

Carlos: viejo encantador;

cantarín muchacho con voz de trompeta funeraria; niño burlón que te ríes de todo...

¡Vamos a ponerle a la carne de hielo de los hombres el esqueleto de sol que les falta!

Juan de la Plata

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Ragel, exposición en el Museo de Arte Moderno de Madrid (1931), cuadro-caricatura de José Francés

Con regusto clásico titula Carlos S. Rajel su colección de estampas satíricas expuestas en el Museo de Arte Moderno, y donde la más cabal expresión de la muerte es evocada parodiando actos y rostros de seres vivos. La Esqueletomaquia de Rajel, como un poema burlesco o un grotesco friso, impone ante los ojos escollos macabros de la forma humana, implacable serie de desencarnaciores, depurada por el lápiz del caricaturista aquella propensión melancólica a los temas fúnebres y coplas de cementerio que es el poso popular del alma andaluza. Noble ancestralia autoriza, además, el propósito, la intención de estas humoradas gráficas. Desde los viejos Misterios medioevales hasta los ácidos Refroidis del francés Jossot es una secular ejemplaridad de antecedentes. El esqueleto no inquieta solo a los místicos, sino aguza el ingenio de los escritores y puebla la fantasía de los escritores.

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La idea de la muerte, gran niveladora, gran reparadora, ha producido infinitas obras de este género. Estas bailaoras del humorismo andaluz que trazan con sus huesos desnudos los ritmos y arabescos del fandanguillo de Almería o las sensuales arrogancias de un tango gitano, tienen legítimo parentesco nada menos que con aquellas cortesanas que al son de destemplados tambores danzan en las pinturas de Minden, de Westfalia y en los claustros del convento de Kligenthal o en los claustros de las iglesias de los Predicadores, de Basilea, y de San Pablo el Antiguo, de Londres, o en los muros del patio del Castillo de Blois, pintado en tiempos de Luis III. Es, también, el recuerdo de la Toténtanza de los Misterios, simulacros e historiadas faces de la muerte de Hans Holbein, las que surgen al contemplar cómo el torero, y el médico, y el jugador, y el guerrero no olvidan más allá de la existencia carnal lo que fue empleo de sus horas y acicate de sus pasiones en este mundo. Saben a la fuerza satírica de un Adolfo Rethel en su famosa Danza macabra revolucionaria de 1848, que había de versificar en estrofas vibrantes Roberto Reinick ciertas estampas de Rajel, cual la titulada Tipos españoles o La víctima de la fiesta que, siendo trasunto directo del conocido cuadro zuloagueño, recuerda aquella retheliana en la que el fúnebre caballero se dirige a la ciudad en una mañana de verano entre croar de cuervos y espanto fulgente de campesinas. El acento implacable con que la Segadora imita «a tal danza negra de llanto poblada» suena también en la altafigura que va al destino final de todos los humanos como aquellos monarcas y papas de las viejas xilografías germánicas. Y este poderoso de hoy, al que Carlos Rajel nombra con subtítulos efímeros, tiene su alcurnia artística en el Gisant de la tumba del duque de Brezé en la catedral de Rouen o en los erguidos esqueletos del Cementerio de los Inocentes, y los médicos que cubiertos con sus delantales blancos se disponen a realizar una operación, sonríen como aquella Muerte médica de un famoso Libro de Horas del siglo XV. Pero los Jugadores de polo, la divertida fantasía toda bien lograda de movimiento y gracia, ¿no diríase que es asimismo uno de los mejores caprichos del japonés Kiosai, gran amigo también de crear esqueletos jocosos? Porque, en realidad, Carlos Rajel no es un humorista lúgubre ni acre. Está más cerca de la amable y brillante alegría de Kiosai que de las amargas filosofías de Jossot. Sus creaciones no inspiran terror ni entenebrecen los pensamientos. Sus muertos son gentes divertidas, jocundas, que no se han enterado todavía de que ya no viven o que aún «gozan de buenasalud» como los que mataba el Burlador sevillano.

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Y al hablar de estos últimos esqueletos y calaveras me refiero a las caricaturas personales en las que Rajel ha visto anticipadamente a algunos conocidos coetáneos. Tampoco en ellos falta el antecedente clásico: es el de aquel Renato de Chalons, conde de Nassau, que le pidió al gran imaginero Ligier Richer su portraiture fidele; no comme il etait en ce moment, mais comme il serait trois ans après sous trepas [su retrato fiel; no como era en ese momento, sino como serás tres años después bajo tierra]. Pero mientras la trágica escultura de Ligier Richer en nada recuerda la que fue gallarda apostura y los rasgos nobles del conde de Nassau, estas calaveras estos esqueletos de gentes conocidas, conservan un caricaturesco parecido. El humorista, como uno de esos pintores de la buena sociedad, no desfigura del todo a sus modelos y los consiente la coquetería de presumir con apariencia carnal y transitoria. Y sonreír como sonríe generosamente burlón el arte de este dibujante comprensivo a la manera del poeta Paul Verlaine:

D'ailleurs en ce temps léthargique, sans gaité comme sans remords

le seul rire encore logique Est celui des têtes de mort.

[Por otra parte en estos tiempos letárgicos, sin alegría así como sin remordimientos

la sola risa todavía lógica es la de las cabezas de muerto.]

José Francés (1931)

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Belmonte

«Otro tipo era Esqueletomaquia, al que llamábamos así por su descubrimiento de un arte nuevo: la caricatura anatómica. O sea, nada de narices desfiguradas, cabezas minúsculas o gigantescas y demás gilipolleces del caricaturismo convencional. Lo que él hacía era la caricatura del esqueleto, incluida la calavera y, dentro de los que cabe, con un gran parecido. Lo malo es que el tétrico Esqueletomaquia, con su aire de sepulturero de Shakespeare, iba ofreciendo sus macabros servicios de Saint-Saëns del lápiz a la poca evolucionada clientela del Colonial y, claro, ésta no se dejaba. –No se desanime usted, amigo –le consolaba don Rafael [Cansinos Assens]–. Lo que usted hace es verdaderamente revolucionario: la caricatura de ultratumba, la caricatura ultraísta».

Eusebio Cimorra

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Fotografía de su hermano Diego

¿Hay que reducir entonces la genialidad de Ragel a un trastorno psicológico, tratar de explicar sus cuadros con herramientas científicas, analíticas, como hacen con Van Goh, Munch, Goya o el Greco (sus dos principales referencias, influencias)?

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Pues en mi opinión reducir la creación a una proyección de las frustraciones vitales, de los traumas infantiles, sexuales, a la influencia del contexto familiar, como hace el psicoanálisis, puede ser algo muy consolador para las personas carentes de talento, de imaginación, de sensibilidad, de inquietudes, pero realmente estos sesudos, arbitrarios, estudios, no explican nada, se quedan en el mero cotilleo biográfico, no son más que esoterismo racionalista. Qué lleva a una persona a crear, que convierte a su obra en diferente, especial, única, es un verdadero misterio, que poco tiene que ver con la química, con la física, y en cambio mucho con el inconsciente colectivo, con el animismo, con el azar, con el arte entendido como religión, pagana, como mística cotidiana, conceptos que provocan dentera, espasmos, a los psiquiatras, a los cartesianos, a los abstemios.

"La carne nos distingue, pero los huesos nos igualan." Carlos González Ragel

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Don Quijote y Dulcinea

Don Quijote leyendo

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Don Quijote y el gato

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Goya

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Hamlet

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Álvaro Domecq

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Autorretrato

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Nicanor Villalta

Romanones

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Benavente

Manuel L. Ortega

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Cervantes

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Zamora

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El perrito de Xaudaró

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Abril de 2016