carlos albornoz, el héroe de la bandera

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Basada en el libro “Volar Alto” de Eduardo Gomien FUNDACIÓN PODEMOS CHILE CARLOS ALBORNOZ 4/5 EL HÉROE DE LA BANDERA

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Page 1: Carlos Albornoz, El héroe de La Bandera

Basada en el libro “Volar Alto” de

Eduardo Gomien

FUNDACIÓN PODEMOS CHILE

CArLOS ALbOrNOz

4/5 EL HérOE DE LA bANDErA

Page 2: Carlos Albornoz, El héroe de La Bandera

SOBRE EL AUTOR

Eduardo Gomien es estudiante de Ingeniería

Comercial en la Universidad de los Andes y uno

de los fundadores del movimiento Podemos

Chile, enfocado en promover historias de

chilenos y chilenas que han dejado atrás la

pobreza y cumplido sus sueños, motivando

a miles más a perseguir los suyos.

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La historia que estás por leer es una historia de sacrificio, como la de

muchos chilenos. Es la historia de alguien que se planteó un sueño y

luchó hasta cumplirlo. Es el camino recorrido por una persona que no

dejó que la sociedad, los prejuicios, el lugar donde nació ni la falta de

oportunidades le pusieran límites. En definitiva, es la prueba viviente de que

las dificultades suelen preparar gente común para un destino extraordinario.

En la Fundación Podemos Chile, hemos decidido lanzar esta colección de

historias para que sirvan de ejemplo e inspiración, en especial para la nuevas

generaciones, entendiendo que los caminos hacia la felicidad son muchos y

cada uno debe construir el suyo. Lo importante, es saber que ese camino se

comienza dando el primer paso, que es mirar al futuro, plantearse una meta

alta y no dejar que nada ni nadie nos ponga límites.

En esta colección de 5 historias, se presentan las vivencias de Marcelo Pino,

Carol Hullin, Marco Lincoñir, Mariana Sandoval y Carlos Albornoz. Confiamos

en que lo vivido por estos héroes y por muchos otros que permanecen hasta

hoy en el anonimato, nos ayuden a sembrar no solo optimismo sino también

la convicción de que en cada chilena y en cada chileno, hay un héroe escondido

que está a la espera de ser despertado.

IntroduccIón

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carlos albornoz | En busca de educación

EL HÉROE DE La banDERa

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CARLOS ALbORnOz | 5

De su infancia en la población La Bandera, Carlos Albornoz no solo

recuerda los partidos de fútbol en cancha de tierra y el miedo a

los drogadictos que a veces aspiraban neoprén a un costado de

ella. También se acuerda, con especial nitidez, de un episodio que

marcó el resto de su vida.

Junto a su hermano Víctor, un par de años mayor que él, contaban con an-

siedad los días de la semana esperando el viernes. Ese día, junto a su madre,

Ana Luisa Pardo, tomaban un respiro de la pobreza y viajaban hasta el centro

de Santiago, a esperar al padre de familia a la salida de la agencia de aduanas,

donde trabajaba como junior.

Sentados en un banco o parados a un costado del edificio en la calle Huérfa-

nos, los niños esperaban impacientes que apareciera Víctor Hugo. Lo que venía

después era lo mejor: iban a comer pollo, papas fritas o alguna inusual delicia.

Finalmente, después del festín, emprendían todos juntos el retorno a La Bandera.

Al igual que los fenómenos naturales que, de tanto en tanto y sin previo aviso,

azotan nuestra tierra, asimismo la inalterable tradición de los viernes terminó

de golpe cuando, en 1982, una aguda crisis económica afectó a nuestro país.

La agencia de aduanas quebró, y Víctor Hugo quedó cesante.

Para los padres, la cesantía y todos los efectos que esta acarreaba eran

gravísimos. Pero, para los niños, quedar sin el paseo al centro de los viernes,

era aún peor. Sin tener una noción clara de lo que significaba una crisis, de

inmediato sintieron el impacto.

Tiempo de lecciones

Este episodio marcó un hito en la vida de los Albornoz Pardo y las reacciones

fueron diversas.

La apremiante situación familiar encontró respiro cuando, los mismos dueños

de la quebrada agencia de aduanas, llamaron a Víctor Hugo y le comentaron

que, en el negocio de los fletes, existía una necesidad insatisfecha y que podría

abrirse camino por ahí. El padre consiguió un furgón Subaru 600 y empezó a

ofrecer servicios de transporte en puertos y aeropuertos.

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Este hecho fue de radical importancia para sus hijos Víctor y Carlos, quienes

sacaron sus propias conclusiones. Para el primero, la lección fue que en tiem-

pos de crisis no había que echarse a morir, sino buscar una oportunidad en las

necesidades insatisfechas. El segundo, en cambio, aprendió que si se formaba

e informaba -como los dueños de la agencia-, tendría una ventaja inigualable

y podría ayudar a otras personas a mejorar sus vidas o a salir de apuros.

Entonces, Carlos comenzó a manifestar una inquieta curiosidad intelectual y

un gran esfuerzo por entender el mundo y sus distintos fenómenos. Su madre,

atenta y cariñosa, detectó esa motivación y entendió que buscando una mejor

educación, él podría aprovechar sus talentos y aspirar a un mejor futuro. Sin em-

bargo, no tenía un plan claro, no sabía cómo escoger un establecimiento de más

calidad y la escasez de recursos limitaba enormemente las opciones.

Ana Luisa, que en un principio había llegado solamente hasta séptimo

básico, con posterioridad logró continuar y egresar de cuarto medio. Gra-

cias a eso, pudo estudiar y convertirse en auxiliar de enfermería, y entrar a

trabajar al Hospital Barros Luco. El mensaje para ella fue claro: la educación

abría puertas.

Por otro lado, su marido, Víctor Hugo, veía con desdén y reticencia lo que

calificaba como una obsesión de su mujer: la formación académica. Trabajador

incansable, él no terminó la educación básica y se ganó la vida desde temprana

edad. Sin padre ni madre, logró sobrevivir gracias a su propio esfuerzo, razón

por la que no daba mayor valor a la educación. Estaba convencido de que

sus hijos tenían que emprender y salir adelante a través del trabajo duro, y en

innumerables ocasiones les pedía que lo acompañaran a hacer fletes, para que

aprendieran directamente de su esfuerzo y sacrificio. Para este hombre no existían

los fines de semana, y crió a sus hijos en medio de ese ejemplo de dedicación.

eTapa escolar: cambios consTanTes

De todas formas, Ana Luisa estaba decidida a entregar mejores posibilidades

a sus hijos y, tomando en cuenta el consejo de una vecina, los cambió del

precario Colegio Galvarino al Domingo Savio.

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Ordenado y metódico, el pequeño Carlos -de solo 10 años- obtuvo de in-

mediato buenas notas. Pero este movimiento sería solo el primero. El siguiente

empujón vino de los propios directivos del establecimiento Domingo Savio,

quienes al ver el buen desempeño de su alumno, lo instaron a postular a algún

liceo emblemático. Quedó en el Liceo Barros Borgoño, donde entró a los 12

años a cursar su séptimo básico, sin saber que lo más importante de su paso

por ahí, no sería solamente el aprendizaje dentro de la sala de clases.

En este liceo, Carlos vivió su adolescencia y enfrentó desafíos nuevos. Por

Victor Hugo, papá de Carlos, en el vehículo que lepermitió sacar a su familia adelante.

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primera vez, sintió vergüenza de su origen humilde: no se atrevía a contar

dónde vivía y se aterraba de pensar que sus amigos pudieran enterarse de

que su pasaje era de tierra. Si le preguntaban su dirección, respondía con

evasivas y vagas referencias. Era la primera vez que tenía compañeros de un

estrato socioeconómico un poco más alto.

Inquieto, se involucró en cuanta actividad extra programática existía: acti-

vidades deportivas, directivas de curso, encuentros culturales y de liderazgo

y convivencias religiosas. En todas ellas, Carlos sentía que hacía un esfuerzo

extra que nadie más buscaba, y logró grandes aprendizajes. Recuerda espe-

cialmente las lecciones del club de canotaje, donde el profesor César Nuñez se

Carlos junto a sus amigos en el club de canotaje, donde aprendió valiosas lecciones.

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transformó en un verdadero mentor, y

le enseñó habilidades sociales básicas,

además de modales y un vocabulario

más amplio, eliminando los registros

marginales impregnados luego de toda

una vida en la población.

Fue en ese momento en que la

idea de estudiar psicología se volvió

atractiva para él.

Un último escalón en su etapa escolar

fue el cambio, en tercero medio, a un colegio subvencionado de mejor calidad, el

León Prado de la comuna de San Miguel. El joven sabía que no sería fácil, pero

estaba convencido que lo ayudaría sobremanera en su camino a la educación

superior. Por otro lado, la rápida adaptación estaba dentro de sus fortalezas.

Sin embargo, la exigencia del nuevo colegio fue golpeadora. Del promedio

6,5 en I y II medio en el Liceo Barros Borgoño pasó a un 4,7 en III medio en el

Colegio León Prado. Su sueño de ir a la universidad estaba en riesgo, dado el

peso que tienen las notas de enseñanza media en el sistema de admisión a

la educación superior. Consciente del peligro, tuvo que redoblar sus esfuerzos

y estudiar día y noche para empinar su promedio a 5,8 durante el último año.

Si bien logró una recuperación sustancial, el resultado no era el óptimo y el

escenario se tornó más complejo.

Al mismo tiempo, su hermano Víctor, quien había seguido un camino escolar

similar al de Carlos, optó por estudiar una carrera técnica en el Instituto Esuco-

mex. Tras dos años, egresó como técnico en comercio exterior y se empleó en

una imprenta de la empresa Alusa, donde obtenía una excelente remuneración.

superando obsTáculos

Su resultado en la Prueba de Aptitud Académica (PAA) no le permitió entrar

a la universidad. Al menos no en el primer intento. Dedicó un año entero a

trabajar y volver a prepararse para la PAA y, con esfuerzo, entró a estudiar

en el meritocrático y austero ambiente de ingeniería de la chile, carlos comprendió que todo el prestigio descansa en el título académico.

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psicología a la Universidad Católica de Valparaíso, carrera que pagó en un

100% con crédito.

Enfrentó las dificultades como siempre: con tenaz empeño. Y pese a tener

claro su origen popular, su gran simpatía le ayudó a relacionarse a la par con

los compañeros de estratos socioeconómicos medios y altos. Las habilidades

sociales desarrolladas en el club de canotaje cosechaban sus mejores frutos.

Para fines de la década de los 90, los Albornoz Pardo estaban en una mejor

posición y pasaron a ser parte de la clase media. El padre había consolidado

su negocio de fletes, invirtiendo importantes recursos y armando una flota

propia de cuatro camiones.

Por su parte, Víctor hijo, fiel a las lecciones aprendidas de pequeño, enfrentó

su propia crisis. En 1998, producto de la crisis asiática, quedó sin trabajo en

Alusa. Al igual que su padre en 1982, no se echó a morir y, con el dinero del

Carlos en su graduación de IV Medio del colegio Miguel León Prado.

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finiquito, formó su propia empresa: Kitchenpack. Hoy en día, esta organización

da empleo a más de 200 trabajadores y compite directamente con Alusa.

nuevos desafíos

Al egresar de la universidad con excelentes notas, Carlos volvió a Santiago y

abrió una empresa consultora especializada en temas de liderazgo, y con oficina

en la calle Bulnes, en pleno centro de Santiago.

En paralelo, entró a estudiar un diplomado de Habilidades Gerenciales en

la Escuela de Ingeniería de la Universidad de Chile. Le interesó enormemente

el ámbito académico, pero entendió que para hacerse un nombre, necesitaba

realizar un postgrado en el extranjero. En el meritocrático y austero ambiente

de Ingeniería de la Chile, Carlos comprendió que todo el prestigio descansa

en el título académico.

La familia Albornoz Pardo.

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Pasó los siguientes tres años intentando conseguir el patrocinio de la escuela

para postular a una beca y estudiando inglés después del horario de oficina.

Mientras luchaba por conseguir apoyo, viajó a Estados Unidos a conocer

universidades. Su hermano le consiguió el pasaje y Carlos se las arregló para

conseguir donde alojar.

Estuvo en las universidades de Chicago, Wisconsin, Berkeley y Standford,

entre otras. Carlos confiaba en que, pese a no cumplir con los requisitos de

ingreso por su bajo nivel de inglés, si lograba dar a conocer su historia y su

lugar de origen, podría convencer a algún profesor para llegar a Harvard u otra

prestigiosa casa de estudios. Pasó, por ejemplo, cerca de un mes asistiendo

En su oficina del edificio de postgrados de la Universidad del Desarrollo.

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a clases en Columbia, donde tenía un amigo. No entendía nada en las clases,

pero asistir le permitía sentirse parte y lo motivaba. A la salida de los cursos,

se acercaba a los académicos y les balbuceaba algunas palabras acerca de su

historia de lucha y esfuerzo.

Estando en la Universidad de Nueva York, un día conoció a Patricio Navia,

cientista político chileno, que también subió peldaños a punta de constancia

y mérito personal. Navia invitó a Carlos a un seminario donde participarían

destacados políticos chilenos como Sergio Bitar y Claudio Orrego, entre otros.

Así, acompañando a Patricio Navia y con una credencial de alumno de Har-

vard que éste le había prestado, Albornoz se paseaba entre la elite mundial.

Asistía de día a conferencias y almuerzos de primer nivel, y de noche volvía a

la realidad: caminaba varias cuadras por las calles nevadas de Boston hasta

llegar a un estacionamiento, donde tenía un auto arrendado que le servía de

dormitorio. Durante la noche, prendía cada cierto tiempo la calefacción para

no morir congelado.

Si bien ninguno de estos sacrificios le aseguraba el ingreso a una universidad

norteamericana, Carlos se sentía recorriendo “una milla extra”, como él mismo

sostiene. De igual manera que lo había hecho en el colegio y en la Universidad

de Chile, cuando todos llegaban hasta cierto punto, a él le gustaba avanzar

más. Sabía que la suma de pequeños logros lo llevaría a alguna parte.

Y así fue. Carlos consiguió el patrocinio del decano de la Escuela de Ingeniería,

obtuvo una beca y entró a estudiar un

magíster en Negocios en la Universidad

de Florida; donde tiempo después

realizó un doctorado en Educación

para el Emprendimiento. De esta ma-

nera logró enlazar sus conocimientos

de psicología con el desarrollo de los

negocios, en una especie de concilia-

ción entre la visión que siempre tuvo

su madre y su padre.

cuando todos llegaban hasta cierto punto, a él le gustaba avanzar más. sabía que la suma de pequeños logros lo llevaría a alguna parte.

Page 14: Carlos Albornoz, El héroe de La Bandera

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Posterior a su doctorado, Albornoz ha trabajado como asesor del Banco

Interamericano de Desarrollo y del Ministerio de Economía de Chile. Conti-

núa también con su consultora, que ha prestado servicios profesionales a

importantes empresas del ámbito de la minería, el retail y los salmones. Y

también hace clases en la Universidad del Desarrollo, que es lo que claramente

más le apasiona. En ella, dicta distintos talleres y ramos, en los que procura

unir dos mundos: a los estudiantes de la universidad con los jóvenes de la

población La Legua, cerrando diferencias sociales usando el entusiasmo por

el emprendimiento como punto en común.

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la historia del héroe chileno que acabas de leer, es una invitación a

que te plantees metas altas y sueños que parezcan imposibles. lánzate

a perseguirlos con obstinada determinación. enfrenta todos los desafíos y dificultades que puedan

aparecer en tu camino con optimismo, pues solo a través del

esfuerzo, el compromiso y el trabajo duro se logran cosas increíbles.

avanza sin dudar hacia tus sueños, sabiendo que no existen más

barreras que las que tú mismo te pones.

te invitamos a que pienses: ¿cuál es tu sueño?

¿cómo vas a alcanzarlo?

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CHILE NECESITA HérOES

Chile es un país maravilloso donde existen muchos héroes

que permanecen ocultos. Esos héroes son hombres y

mujeres de carne y hueso que han tenido que luchar contra

todo para cumplir sus sueños y los de su familia. Hoy en día

es cuando más necesitamos conocer sus historias, y saber

que pese a todas las dificultades, sí es posible alcanzar

metas altas y sueños que parezcan imposibles. Solo se

necesita esfuerzo, perseverancia y creer en uno mismo.

En este folleto se presenta la historia de Carlos Albornoz, un

verdadero soñador que nació en la población La bandera

y terminó estudiando un doctorado en Estados Unidos.

Te invitamos a conocer su historia, esperando que sirva de

inspiración para que las nuevas generaciones enfrenten sus

desafíos con optimismo y perseverancia.