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1 Bendedicto XVI – encíclica Caritas in veritate Carta Encíclica Caritas in veritate del Sumo Pontífice Benedicto XVI a los obispos, los presbíteros y diáconos, a las personas consagradas, a todos los fieles laicos y a todos los hom- bres de buena voluntad Sobre el desarrollo humano integral en la caridad y en la verdad (29 junio 2009) Introducción 1. La caridad en la verdad, de la que Jesucristo se ha hecho testigo con su vida terrenal y, sobre todo, con su muerte y resurrección, es la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de cada persona y de toda la hu- manidad. El amor —«caritas»— es una fuerza extraor- dinaria, que mueve a las personas a comprometerse con valentía y generosidad en el campo de la justicia y de la paz. Es una fuerza que tiene su origen en Dios, Amor eterno y Verdad absoluta. Cada uno encuentra su propio bien asumiendo el proyecto que Dios tiene sobre él, para realizarlo plenamente: en efecto, encuentra en dicho pro- yecto su verdad y, aceptando esta verdad, se hace libre (cf. Jn 8,22). Por tanto, defender la verdad, proponerla con humildad y convicción y testimoniarla en la vida son formas exigentes e insustituibles de caridad. Ésta «goza con la verdad» (1 Co 13,6). Todos los hombres perciben el impulso interior de amar de manera auténtica; amor y verdad nunca los abandonan completamente, porque son la vocación que Dios ha puesto en el corazón y en la mente de cada ser humano. Jesucristo purifica y libera de nuestras limitaciones humanas la búsqueda del amor y la verdad, y nos desvela plenamente la iniciativa de amor y el proyecto de vida verdadera que Dios ha preparado para nosotros. En Cristo, la caridad en la verdad se convierte en el Rostro de su Persona, en una vocación a amar a nuestros hermanos en la verdad de su proyecto. En efecto, Él mismo es la Verdad (cf. Jn 14,6). 2. La caridad es la vía maestra de la doctrina social de la Iglesia. Todas las responsabilidades y compromisos tra- zados por esta doctrina provienen de la caridad que, se- gún la enseñanza de Jesús, es la síntesis de toda la Ley (cf. Mt 22,36-40). Ella da verdadera sustancia a la rela- ción personal con Dios y con el prójimo; no es sólo el principio de las micro-relaciones, como en las amistades, la familia, el pequeño grupo, sino también de las macro- relaciones, como las relaciones sociales, económicas y políticas. Para la Iglesia —aleccionada por el Evange- lio—, la caridad es todo porque, como enseña San Juan (cf. 1 Jn 4,8.16) y como he recordado en mi primera Carta encíclica «Dios es caridad» (Deus caritas est): todo proviene de la caridad de Dios, todo adquiere forma por ella, y a ella tiende todo. La caridad es el don más grande que Dios ha dado a los hombres, es su promesa y nuestra esperanza. Soy consciente de las desviaciones y la pérdida de sen- tido que ha sufrido y sufre la caridad, con el consiguiente riesgo de ser mal entendida, o excluida de la ética vivida y, en cualquier caso, de impedir su correcta valoración. En el ámbito social, jurídico, cultural, político y económi- co, es decir, en los contextos más expuestos a dicho peli- gro, se afirma fácilmente su irrelevancia para interpretar y orientar las responsabilidades morales. De aquí la ne- cesidad de unir no sólo la caridad con la verdad, en el sentido señalado por San Pablo de la «veritas in caritate» (Ef 4,15), sino también en el sentido, inverso y comple- mentario, de «caritas in veritate». Se ha de buscar, en- contrar y expresar la verdad en la «economía» de la ca- ridad, pero, a su vez, se ha de entender, valorar y practi- car la caridad a la luz de la verdad. De este modo, no sólo prestaremos un servicio a la caridad, iluminada por la verdad, sino que contribuiremos a dar fuerza a la verdad, mostrando su capacidad de autentificar y persuadir en la concreción de la vida social. Y esto no es algo de poca importancia hoy, en un contexto social y cultural, que con frecuencia relativiza la verdad, bien desentendiéndose de ella, bien rechazándola. 3. Por esta estrecha relación con la verdad, se puede reconocer a la caridad como expresión auténtica de hu- manidad y como elemento de importancia fundamental en las relaciones humanas, también las de carácter públi- co. Sólo en la verdad resplandece la caridad y puede ser vivida auténticamente. La verdad es luz que da senti- do y valor a la caridad. Esta luz es simultáneamente la de la razón y la de la fe, por medio de la cual la inteligencia llega a la verdad natural y sobrenatural de la caridad, percibiendo su significado de entrega, acogida y comu- nión. Sin verdad, la caridad cae en mero sentimentalis- mo. El amor se convierte en un envoltorio vacío que se rellena arbitrariamente. Éste es el riesgo fatal del amor en una cultura sin verdad. Es presa fácil de las emocio- nes y las opiniones contingentes de los sujetos, una pala- bra de la que se abusa y que se distorsiona, terminando por significar lo contrario. La verdad libera a la caridad de la estrechez de una emotividad que la priva de conte- nidos relacionales y sociales, así como de un fideísmo que mutila su horizonte humano y universal. En la ver- dad, la caridad refleja la dimensión personal y al mismo tiempo pública de la fe en el Dios bíblico, que es a la vez «Agapé» y «Lógos»: Caridad y Verdad, Amor y Pala- bra. 4. Puesto que está llena de verdad, la caridad puede ser comprendida por el hombre en toda su riqueza de valores, compartida y comunicada. En efecto, la verdad es «lógos» que crea «diá-logos» y, por tanto, comuni- cación y comunión. La verdad, rescatando a los hombres de las opiniones y de las sensaciones subjetivas, les per- mite llegar más allá de las determinaciones culturales e históricas y apreciar el valor y la sustancia de las cosas. La verdad abre y une el intelecto de los seres humanos en el lógos del amor: éste es el anuncio y el testimonio cristiano de la caridad. En el contexto social y cultural actual, en el que está difundida la tendencia a relativizar lo verdadero, vivir la caridad en la verdad lleva a com- prender que la adhesión a los valores del cristianismo no es sólo un elemento útil, sino indispensable para la cons- trucción de una buena sociedad y un verdadero desarro- llo humano integral. Un cristianismo de caridad sin ver- dad se puede confundir fácilmente con una reserva de buenos sentimientos, provechosos para la convivencia social, pero marginales. De este modo, en el mundo no habría un verdadero y propio lugar para Dios. Sin la ver- dad, la caridad es relegada a un ámbito de relaciones reducido y privado. Queda excluida de los proyectos y procesos para construir un desarrollo humano de alcance universal, en el diálogo entre saberes y operatividad.

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Page 1: Caritas in veritate · muerte y resurrección, es la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de cada persona y de toda la hu-manidad. El amor —«caritas»— es una

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Bendedicto XVI – encíclica Caritas in veritate

Carta Encíclica

Caritas in veritatedel Sumo Pontífice Benedicto XVI

a los obispos, los presbíteros y diáconos, a las personasconsagradas, a todos los fieles laicos y a todos los hom-bres de buena voluntad

Sobre el desarrollo humano integral en la caridady en la verdad

(29 junio 2009)

Introducción1. La caridad en la verdad, de la que Jesucristo se

ha hecho testigo con su vida terrenal y, sobre todo, con sumuerte y resurrección, es la principal fuerza impulsoradel auténtico desarrollo de cada persona y de toda la hu-manidad. El amor —«caritas»— es una fuerza extraor-dinaria, que mueve a las personas a comprometerse convalentía y generosidad en el campo de la justicia y de lapaz. Es una fuerza que tiene su origen en Dios, Amoreterno y Verdad absoluta. Cada uno encuentra su propiobien asumiendo el proyecto que Dios tiene sobre él, pararealizarlo plenamente: en efecto, encuentra en dicho pro-yecto su verdad y, aceptando esta verdad, se hace libre(cf. Jn 8,22). Por tanto, defender la verdad, proponerlacon humildad y convicción y testimoniarla en la vida sonformas exigentes e insustituibles de caridad. Ésta «gozacon la verdad» (1 Co 13,6). Todos los hombres percibenel impulso interior de amar de manera auténtica; amor yverdad nunca los abandonan completamente, porque sonla vocación que Dios ha puesto en el corazón y en lamente de cada ser humano. Jesucristo purifica y liberade nuestras limitaciones humanas la búsqueda del amor yla verdad, y nos desvela plenamente la iniciativa de amory el proyecto de vida verdadera que Dios ha preparadopara nosotros. En Cristo, la caridad en la verdad seconvierte en el Rostro de su Persona, en una vocación aamar a nuestros hermanos en la verdad de su proyecto.En efecto, Él mismo es la Verdad (cf. Jn 14,6).

2. La caridad es la vía maestra de la doctrina social dela Iglesia. Todas las responsabilidades y compromisos tra-zados por esta doctrina provienen de la caridad que, se-gún la enseñanza de Jesús, es la síntesis de toda la Ley(cf. Mt 22,36-40). Ella da verdadera sustancia a la rela-ción personal con Dios y con el prójimo; no es sólo elprincipio de las micro-relaciones, como en las amistades,la familia, el pequeño grupo, sino también de las macro-relaciones, como las relaciones sociales, económicas ypolíticas. Para la Iglesia —aleccionada por el Evange-lio—, la caridad es todo porque, como enseña San Juan(cf. 1 Jn 4,8.16) y como he recordado en mi primeraCarta encíclica «Dios es caridad» (Deus caritas est):todo proviene de la caridad de Dios, todo adquiereforma por ella, y a ella tiende todo. La caridad es eldon más grande que Dios ha dado a los hombres, es supromesa y nuestra esperanza.

Soy consciente de las desviaciones y la pérdida de sen-tido que ha sufrido y sufre la caridad, con el consiguienteriesgo de ser mal entendida, o excluida de la ética vividay, en cualquier caso, de impedir su correcta valoración.En el ámbito social, jurídico, cultural, político y económi-

co, es decir, en los contextos más expuestos a dicho peli-gro, se afirma fácilmente su irrelevancia para interpretary orientar las responsabilidades morales. De aquí la ne-cesidad de unir no sólo la caridad con la verdad, en elsentido señalado por San Pablo de la «veritas in caritate»(Ef 4,15), sino también en el sentido, inverso y comple-mentario, de «caritas in veritate». Se ha de buscar, en-contrar y expresar la verdad en la «economía» de la ca-ridad, pero, a su vez, se ha de entender, valorar y practi-car la caridad a la luz de la verdad. De este modo, no sóloprestaremos un servicio a la caridad, iluminada por laverdad, sino que contribuiremos a dar fuerza a la verdad,mostrando su capacidad de autentificar y persuadir en laconcreción de la vida social. Y esto no es algo de pocaimportancia hoy, en un contexto social y cultural, que confrecuencia relativiza la verdad, bien desentendiéndose deella, bien rechazándola.

3. Por esta estrecha relación con la verdad, se puedereconocer a la caridad como expresión auténtica de hu-manidad y como elemento de importancia fundamentalen las relaciones humanas, también las de carácter públi-co. Sólo en la verdad resplandece la caridad y puedeser vivida auténticamente. La verdad es luz que da senti-do y valor a la caridad. Esta luz es simultáneamente la dela razón y la de la fe, por medio de la cual la inteligenciallega a la verdad natural y sobrenatural de la caridad,percibiendo su significado de entrega, acogida y comu-nión. Sin verdad, la caridad cae en mero sentimentalis-mo. El amor se convierte en un envoltorio vacío que serellena arbitrariamente. Éste es el riesgo fatal del amoren una cultura sin verdad. Es presa fácil de las emocio-nes y las opiniones contingentes de los sujetos, una pala-bra de la que se abusa y que se distorsiona, terminandopor significar lo contrario. La verdad libera a la caridadde la estrechez de una emotividad que la priva de conte-nidos relacionales y sociales, así como de un fideísmoque mutila su horizonte humano y universal. En la ver-dad, la caridad refleja la dimensión personal y al mismotiempo pública de la fe en el Dios bíblico, que es a la vez«Agapé» y «Lógos»: Caridad y Verdad, Amor y Pala-bra.

4. Puesto que está llena de verdad, la caridad puedeser comprendida por el hombre en toda su riqueza devalores, compartida y comunicada. En efecto, la verdades «lógos» que crea «diá-logos» y, por tanto, comuni-cación y comunión. La verdad, rescatando a los hombresde las opiniones y de las sensaciones subjetivas, les per-mite llegar más allá de las determinaciones culturales ehistóricas y apreciar el valor y la sustancia de las cosas.La verdad abre y une el intelecto de los seres humanosen el lógos del amor: éste es el anuncio y el testimoniocristiano de la caridad. En el contexto social y culturalactual, en el que está difundida la tendencia a relativizarlo verdadero, vivir la caridad en la verdad lleva a com-prender que la adhesión a los valores del cristianismo noes sólo un elemento útil, sino indispensable para la cons-trucción de una buena sociedad y un verdadero desarro-llo humano integral. Un cristianismo de caridad sin ver-dad se puede confundir fácilmente con una reserva debuenos sentimientos, provechosos para la convivenciasocial, pero marginales. De este modo, en el mundo nohabría un verdadero y propio lugar para Dios. Sin la ver-dad, la caridad es relegada a un ámbito de relacionesreducido y privado. Queda excluida de los proyectos yprocesos para construir un desarrollo humano de alcanceuniversal, en el diálogo entre saberes y operatividad.

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Bendedicto XVI – encíclica Caritas in veritate5. La caridad es amor recibido y ofrecido. Es «gracia»

(cháris). Su origen es el amor que brota del Padre por elHijo, en el Espíritu Santo. Es amor que desde el Hijo des-ciende sobre nosotros. Es amor creador, por el que noso-tros somos; es amor redentor, por el cual somos recrea-dos. Es el Amor revelado, puesto en práctica por Cristo(cf. Jn 13,1) y «derramado en nuestros corazones por elEspíritu Santo» (Rm 5,5). Los hombres, destinatarios delamor de Dios, se convierten en sujetos de caridad, llama-dos a hacerse ellos mismos instrumentos de la gracia paradifundir la caridad de Dios y para tejer redes de caridad.

La doctrina social de la Iglesia responde a esta dinámi-ca de caridad recibida y ofrecida. Es «caritas in veritatein re sociali», anuncio de la verdad del amor de Cristoen la sociedad. Dicha doctrina es servicio de la caridad,pero en la verdad. La verdad preserva y expresa la fuer-za liberadora de la caridad en los acontecimientos siem-pre nuevos de la historia. Es al mismo tiempo verdad dela fe y de la razón, en la distinción y la sinergia a la vez delos dos ámbitos cognitivos. El desarrollo, el bienestar so-cial, una solución adecuada de los graves problemassocioeconómicos que afligen a la humanidad, necesitanesta verdad. Y necesitan aún más que se estime y détestimonio de esta verdad. Sin verdad, sin confianza yamor por lo verdadero, no hay conciencia y responsabili-dad social, y la actuación social se deja a merced de inte-reses privados y de lógicas de poder, con efectosdisgregadores sobre la sociedad, tanto más en una socie-dad en vías de globalización, en momentos difíciles comolos actuales.

6. «Caritas in veritate» es el principio sobre el quegira la doctrina social de la Iglesia, un principio que ad-quiere forma operativa en criterios orien-tadores de laacción moral. Deseo volver a recordar particularmentedos de ellos, requeridos de manera especial por el com-promiso para el desarrollo en una sociedad en vías deglobalización: la justicia y el bien común.

Ante todo, la justicia. Ubi societas, ibi ius: toda so-ciedad elabora un sistema propio de justicia. La caridadva más allá de la justicia, porque amar es dar, ofrecerde lo «mío» al otro; pero nunca carece de justicia, la cuallleva a dar al otro lo que es «suyo», lo que le correspondeen virtud de su ser y de su obrar. No puedo «dar» al otrode lo mío sin haberle dado en primer lugar lo que en jus-ticia le corresponde. Quien ama con caridad a los demás,es ante todo justo con ellos. No basta decir que la justiciano es extraña a la caridad, que no es una vía alternativa oparalela a la caridad: la justicia es «inseparable de la ca-ridad»,[1] intrínseca a ella. La justicia es la primera víade la caridad o, como dijo Pablo VI, su «medida míni-ma»,[2] parte integrante de ese amor «con obras y segúnla verdad» (1 Jn 3,18), al que nos exhorta el apóstol Juan.Por un lado, la caridad exige la justicia, el reconocimientoy el respeto de los legítimos derechos de las personas ylos pueblos. Se ocupa de la construcción de la «ciudaddel hombre» según el derecho y la justicia. Por otro, lacaridad supera la justicia y la completa siguiendo la lógi-ca de la entrega y el perdón.[3] La «ciudad del hombre»no se promueve sólo con relaciones de derechos y debe-res sino, antes y más aún, con relaciones de gratuidad, demisericordia y de comunión. La caridad manifiesta siem-pre el amor de Dios también en las relaciones humanas,otorgando valor teologal y salvífico a todo compromisopor la justicia en el mundo.

7. Hay que tener también en gran consideración elbien común. Amar a alguien es querer su bien y trabajar

eficazmente por él. Junto al bien individual, hay un bienrelacionado con el vivir social de las personas: el biencomún. Es el bien de ese «todos nosotros», formado porindividuos, familias y grupos intermedios que se unen encomunidad social.[4] No es un bien que se busca por símismo, sino para las personas que forman parte de lacomunidad social, y que sólo en ella pueden conseguir subien realmente y de modo más eficaz. Desear el biencomún y esforzarse por él es exigencia de justicia ycaridad. Trabajar por el bien común es cuidar, por unlado, y utilizar, por otro, ese conjunto de instituciones queestructuran jurídica, civil, política y culturalmente la vidasocial, que se configura así como pólis, como ciudad. Seama al prójimo tanto más eficazmente, cuanto más setrabaja por un bien común que responda también a susnecesidades reales. Todo cristiano está llamado a estacaridad, según su vocación y sus posibilidades de incidiren la pólis. Ésta es la vía institucional —también política,podríamos decir— de la caridad, no menos cualificada eincisiva de lo que pueda ser la caridad que encuentradirectamente al prójimo fuera de las mediacionesinstitucionales de la pólis. El compromiso por el bien co-mún, cuando está inspirado por la caridad, tiene unavalencia superior al compromiso meramente secular ypolítico. Como todo compromiso en favor de la justicia,forma parte de ese testimonio de la caridad divina que,actuando en el tiempo, prepara lo eterno. La acción delhombre sobre la tierra, cuando está inspirada y sustenta-da por la caridad, contribuye a la edificación de esa ciu-dad de Dios universal hacia la cual avanza la historia dela familia humana. En una sociedad en vías deglobalización, el bien común y el esfuerzo por él, han deabarcar necesariamente a toda la familia humana, es de-cir, a la comunidad de los pueblos y naciones,[5] dandoasí forma de unidad y de paz a la ciudad del hombre, yhaciéndola en cierta medida una anticipación que prefi-gura la ciudad de Dios sin barreras.

8. Al publicar en 1967 la Encíclica Populorumprogressio, mi venerado predecesor Pablo VI ha ilumi-nado el gran tema del desarrollo de los pueblos con elesplendor de la verdad y la luz suave de la caridad deCristo. Ha afirmado que el anuncio de Cristo es el prime-ro y principal factor de desarrollo [6] y nos ha dejado laconsigna de caminar por la vía del desarrollo con todonuestro corazón y con toda nuestra inteligencia,[7] es decir,con el ardor de la caridad y la sabiduría de la verdad. Laverdad originaria del amor de Dios, que se nos ha dadogratuitamente, es lo que abre nuestra vida al don y haceposible esperar en un «desarrollo de todo el hombre y detodos los hombres»,[8] en el tránsito «de condicionesmenos humanas a condiciones más humanas»,[9] que seobtiene venciendo las dificultades que inevitablemente seencuentran a lo largo del camino.

A más de cuarenta años de la publicación de la Encícli-ca, deseo rendir homenaje y honrar la memoria del granPontífice Pablo VI, retomando sus enseñanzas sobre eldesarrollo humano integral y siguiendo la ruta que hantrazado, para actualizarlas en nuestros días. Este proce-so de actualización comenzó con la Encíclica Sollicitudorei socialis, con la que el Siervo de Dios Juan Pablo IIquiso conmemorar la publicación de la Populorumprogressio con ocasión de su vigésimo aniversario. Has-ta entonces, una conmemoración similar fue dedicada sóloa la Rerum novarum. Pasados otros veinte años más,manifiesto mi convicción de que la Populorum progressiomerece ser considerada como «la Rerum novarum de laépoca contemporánea», que ilumina el camino de la hu-

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Bendedicto XVI – encíclica Caritas in veritatemanidad en vías de unificación.

9. El amor en la verdad —caritas in veritate— es ungran desafío para la Iglesia en un mundo en progresiva yexpansiva globalización. El riesgo de nuestro tiempo esque la interdependencia de hecho entre los hombres y lospueblos no se corresponda con la interacción ética de laconciencia y el intelecto, de la que pueda resultar un de-sarrollo realmente humano. Sólo con la caridad, ilumi-nada por la luz de la razón y de la fe, es posible con-seguir objetivos de desarrollo con un carácter más huma-no y humanizador. El compartir los bienes y recursos, delo que proviene el auténtico desarrollo, no se asegura sólocon el progreso técnico y con meras relaciones de con-veniencia, sino con la fuerza del amor que vence al malcon el bien (cf. Rm 12,21), y abre la conciencia del serhumano a relaciones recíprocas de libertad y de respon-sabilidad.

La Iglesia no tiene soluciones técnicas que ofrecer [10]y no pretende «de ninguna manera mezclarse en la políti-ca de los Estados».[11] No obstante, tiene una misión deverdad que cumplir en todo tiempo y circunstancia enfavor de una sociedad a medida del hombre, de su digni-dad y de su vocación. Sin verdad se cae en una visiónempirista y escéptica de la vida, incapaz de elevarse so-bre la praxis, porque no está interesada en tomar en con-sideración los valores —a veces ni siquiera el significa-do— con los cuales juzgarla y orientarla. La fidelidad alhombre exige la fidelidad a la verdad, que es la únicagarantía de libertad (cf. Jn 8,32) y de la posibilidadde un desarrollo humano integral. Por eso la Iglesia labusca, la anuncia incansablemente y la reconoce allí don-de se manifieste. Para la Iglesia, esta misión de verdades irrenunciable. Su doctrina social es una dimensión sin-gular de este anuncio: está al servicio de la verdad quelibera. Abierta a la verdad, de cualquier saber que pro-venga, la doctrina social de la Iglesia la acoge, recompo-ne en unidad los fragmentos en que a menudo la encuen-tra, y se hace su portadora en la vida concreta siemprenueva de la sociedad de los hombres y los pueblos.[12]

Capítulo IEl mensaje de la Populorum progressio10. A más de cuarenta años de su publicación, la

relectura de la Populorum progressio insta a permane-cer fieles a su mensaje de caridad y de verdad, conside-rándolo en el ámbito del magisterio específico de PabloVI y, más en general, dentro de la tradición de la doctrinasocial de la Iglesia. Se han de valorar después los diver-sos términos en que hoy, a diferencia de entonces, seplantea el problema del desarrollo. El punto de vista co-rrecto, por tanto, es el de la Tradición de la fe apostóli-ca,[13] patrimonio antiguo y nuevo, fuera del cual laPopulorum progressio sería un documento sin raíces ylas cuestiones sobre el desarrollo se reducirían únicamentea datos sociológicos.

11. La publicación de la Populorum progressio tuvolugar poco después de la conclusión del Concilio Ecumé-nico Vaticano II. La misma Encíclica señala en los pri-meros párrafos su íntima relación con el Concilio.[14]Veinte años después, Juan Pablo II subrayó en laSollicitudo rei socialis la fecunda relación de aquellaEncíclica con el Concilio y, en particular, con la Constitu-ción pastoral Gaudium et spes.[15] También yo deseorecordar aquí la importancia del Concilio Vaticano II parala Encíclica de Pablo VI y para todo el Magisterio social

de los Sumos Pontífices que le han sucedido. El Concilioprofundizó en lo que pertenece desde siempre a la ver-dad de la fe, es decir, que la Iglesia, estando al servicio deDios, está al servicio del mundo en términos de amor yverdad. Pablo VI partía precisamente de esta visión paradecirnos dos grandes verdades. La primera es que todala Iglesia, en todo su ser y obrar, cuando anuncia,celebra y actúa en la caridad, tiende a promover eldesarrollo integral del hombre. Tiene un papel públicoque no se agota en sus actividades de asistencia o educa-ción, sino que manifiesta toda su propia capacidad deservicio a la promoción del hombre y la fraternidad uni-versal cuando puede contar con un régimen de libertad.Dicha libertad se ve impedida en muchos casos por pro-hibiciones y persecuciones, o también limitada cuando sereduce la presencia pública de la Iglesia solamente a susactividades caritativas. La segunda verdad es que el au-téntico desarrollo del hombre concierne de maneraunitaria a la totalidad de la persona en todas susdimensiones.[16] Sin la perspectiva de una vida eterna,el progreso humano en este mundo se queda sin aliento.Encerrado dentro de la historia, queda expuesto al riesgode reducirse sólo al incremento del tener; así, la humani-dad pierde la valentía de estar disponible para los bienesmás altos, para las iniciativas grandes y desinteresadasque la caridad universal exige. El hombre no se desarro-lla únicamente con sus propias fuerzas, así como no se lepuede dar sin más el desarrollo desde fuera. A lo largo dela historia, se ha creído con frecuencia que la creación deinstituciones bastaba para garantizar a la humanidad elejercicio del derecho al desarrollo. Desafortunadamente,se ha depositado una confianza excesiva en dichas insti-tuciones, casi como si ellas pudieran conseguir el objetivodeseado de manera automática. En realidad, las institu-ciones por sí solas no bastan, porque el desarrollo huma-no integral es ante todo vocación y, por tanto, comportaque se asuman libre y solidariamente responsabilidadespor parte de todos. Este desarrollo exige, además, unavisión trascendente de la persona, necesita a Dios: sin Él,o se niega el desarrollo, o se le deja únicamente en ma-nos del hombre, que cede a la presunción de la auto-salvación y termina por promover un desarrollodeshumanizado. Por lo demás, sólo el encuentro con Diospermite no «ver siempre en el prójimo solamente alotro»,[17] sino reconocer en él la imagen divina, llegandoasí a descubrir verdaderamente al otro y a madurar unamor que «es ocuparse del otro y preocuparse por elotro».[18]

12. La relación entre la Populorum progressio y elConcilio Vaticano II no representa un fisura entre elMagisterio social de Pablo VI y el de los Pontífices quelo precedieron, puesto que el Concilio profundiza dichomagisterio en la continuidad de la vida de la Iglesia.[19]En este sentido, algunas subdivisiones abstractas de ladoctrina social de la Iglesia, que aplican a las enseñanzassociales pontificias categorías extrañas a ella, no contri-buyen a clarificarla. No hay dos tipos de doctrina social,una preconciliar y otra postconciliar, diferentes entre sí,sino una única enseñanza, coherente y al mismo tiem-po siempre nueva.[20] Es justo señalar las peculiarida-des de una u otra Encíclica, de la enseñanza de uno uotro Pontífice, pero sin perder nunca de vista la coheren-cia de todo el corpus doctrinal en su conjunto.[21] Cohe-rencia no significa un sistema cerrado, sino más bien lafidelidad dinámica a una luz recibida. La doctrina socialde la Iglesia ilumina con una luz que no cambia los pro-blemas siempre nuevos que van surgiendo.[22] Eso sal-

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Bendedicto XVI – encíclica Caritas in veritatevaguarda tanto el carácter permanente como históricode este «patrimonio» doctrinal [23] que, con sus caracte-rísticas específicas, forma parte de la Tradición siempreviva de la Iglesia.[24] La doctrina social está construidasobre el fundamento transmitido por los Apóstoles a losPadres de la Iglesia y acogido y profundizado despuéspor los grandes Doctores cristianos. Esta doctrina se re-mite en definitiva al hombre nuevo, al «último Adán, Es-píritu que da vida» (1 Co 15,45), y que es principio de lacaridad que «no pasa nunca» (1 Co 13,8). Ha sido ates-tiguada por los Santos y por cuantos han dado la vida porCristo Salvador en el campo de la justicia y la paz. En ellase expresa la tarea profética de los Sumos Pontífices deguiar apostólicamente la Iglesia de Cristo y de discernirlas nuevas exigencias de la evangelización. Por estas ra-zones, la Populorum progressio, insertada en la grancorriente de la Tradición, puede hablarnos todavía hoy anosotros.

13. Además de su íntima unión con toda la doctrinasocial de la Iglesia, la Populorum progressio enlazaestrechamente con el conjunto de todo el magisteriode Pablo VI y, en particular, con su magisterio social.Sus enseñanzas sociales fueron de gran relevancia: re-afirmó la importancia imprescindible del Evangelio parala construcción de la sociedad según libertad y justicia,en la perspectiva ideal e histórica de una civilización ani-mada por el amor. Pablo VI entendió claramente que lacuestión social se había hecho mundial [25] y captó larelación recíproca entre el impulso hacia la unificaciónde la humanidad y el ideal cristiano de una única familiade los pueblos, solidaria en la común hermandad. Indicóen el desarrollo, humana y cristianamente entendido,el corazón del mensaje social cristiano y propuso lacaridad cristiana como principal fuerza al servicio deldesarrollo. Movido por el deseo de hacer plenamente vi-sible al hombre contemporáneo el amor de Cristo, PabloVI afrontó con firmeza cuestiones éticas importantes, sinceder a las debilidades culturales de su tiempo.

14. Con la Carta apostólica Octogesima adveniens,de 1971, Pablo VI trató luego el tema del sentido de lapolítica y el peligro que representaban las visiones utó-picas e ideológicas que comprometían su cualidad éticay humana. Son argumentos estrechamente unidos con eldesarrollo. Lamentablemente, las ideologías negativassurgen continuamente. Pablo VI ya puso en guardia so-bre la ideología tecnocrática,[26] hoy particularmentearraigada, consciente del gran riesgo de confiar todo elproceso del desarrollo sólo a la técnica, porque de estemodo quedaría sin orientación. En sí misma considerada,la técnica es ambivalente. Si de un lado hay actualmentequien es propenso a confiar completamente a ella el pro-ceso de desarrollo, de otro, se advierte el surgir de ideo-logías que niegan in toto la utilidad misma del desarrollo,considerándolo radicalmente antihumano y que sólo com-porta degradación. Así, se acaba a veces por condenar,no sólo el modo erróneo e injusto en que los hombresorientan el progreso, sino también los descubrimientoscientíficos mismos que, por el contrario, son una oportu-nidad de crecimiento para todos si se usan bien. La ideade un mundo sin desarrollo expresa desconfianza en elhombre y en Dios. Por tanto, es un grave error des-preciar las capacidades humanas de controlar las desvia-ciones del desarrollo o ignorar incluso que el hombre tiendeconstitutivamente a «ser más». Considerar ideológicamen-te como absoluto el progreso técnico y soñar con la uto-pía de una humanidad que retorna a su estado de natura-leza originario, son dos modos opuestos para eximir al

progreso de su valoración moral y, por tanto, de nuestraresponsabilidad.

15. Otros dos documentos de Pablo VI, aunque no tanestrechamente relacionados con la doctrina social —laEncíclica Humanae vitae, del 25 de julio de 1968, y laExhortación apostólica Evangelii nuntiandi, del 8 de di-ciembre de 1975— son muy importantes para delinear elsentido plenamente humano del desarrollo propuestopor la Iglesia. Por tanto, es oportuno leer también estostextos en relación con la Populorum progressio.

La Encíclica Humanae vitae subraya el sentido unitivoy procreador a la vez de la sexualidad, poniendo así comofundamento de la sociedad la pareja de los esposos, hom-bre y mujer, que se acogen recíprocamente en la distin-ción y en la complementariedad; una pareja, pues, abier-ta a la vida.[27] No se trata de una moral meramenteindividual: la Humanae vitae señala los fuertes vínculosentre ética de la vida y ética social, inaugurando unatemática del magisterio que ha ido tomando cuerpo pocoa poco en varios documentos y, por último, en laEncíclica Evangelium vitae de Juan Pablo II.[28] LaIglesia propone con fuerza esta relación entre ética de lavida y ética social, consciente de que «no puede tenerbases sólidas, una sociedad que —mientras afirma valo-res como la dignidad de la persona, la justicia y la paz—se contradice radicalmente aceptando y tolerando las másvariadas formas de menosprecio y violación de la vidahumana, sobre todo si es débil y marginada».[29]

La Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi guar-da una relación muy estrecha con el desarrollo, en cuan-to «la evangelización —escribe Pablo VI— no sería com-pleta si no tuviera en cuenta la interpelación recíprocaque en el curso de los tiempos se establece entre el Evan-gelio y la vida concreta, personal y social del hombre».[30]«Entre evangelización y promoción humana (desarrollo,liberación) existen efectivamente lazos muy fuertes»: [31]partiendo de esta convicción, Pablo VI aclaró la relaciónentre el anuncio de Cristo y la promoción de la personaen la sociedad. El testimonio de la caridad de Cristomediante obras de justicia, paz y desarrollo formaparte de la evangelización, porque a Jesucristo, quenos ama, le interesa todo el hombre. Sobre estas impor-tantes enseñanzas se funda el aspecto misionero [32] dela doctrina social de la Iglesia, como un elemento esen-cial de evangelización.[33] Es anuncio y testimonio de lafe. Es instrumento y fuente imprescindible para educarseen ella.

16. En la Populorum progressio, Pablo VI nos haquerido decir, ante todo, que el progreso, en su fuente yen su esencia, es una vocación: «En los designios deDios, cada hombre está llamado a promover su propioprogreso, porque la vida de todo hombre es una voca-ción».[34] Esto es precisamente lo que legitima la inter-vención de la Iglesia en la problemática del desarrollo. Siéste afectase sólo a los aspectos técnicos de la vida delhombre, y no al sentido de su caminar en la historia juntocon sus otros hermanos, ni al descubrimiento de la metade este camino, la Iglesia no tendría por qué hablar de él.Pablo VI, como ya León XIII en la Rerum novarum,[35]era consciente de cumplir un deber propio de su ministe-rio al proyectar la luz del Evangelio sobre las cuestionessociales de su tiempo.[36]

Decir que el desarrollo es vocación equivale a reco-nocer, por un lado, que éste nace de una llamada trascen-dente y, por otro, que es incapaz de darse su significadoúltimo por sí mismo. Con buenos motivos, la palabra «vo-

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Bendedicto XVI – encíclica Caritas in veritatecación» aparece de nuevo en otro pasaje de la Encíclica,donde se afirma: «No hay, pues, más que un humanismoverdadero que se abre al Absoluto en el reconocimientode una vocación que da la idea verdadera de la vida hu-mana».[37] Esta visión del progreso es el corazón de laPopulorum progressio y motiva todas las reflexiones dePablo VI sobre la libertad, la verdad y la caridad en eldesarrollo. Es también la razón principal por lo que aque-lla Encíclica todavía es actual en nuestros días.

17. La vocación es una llamada que requiere una res-puesta libre y responsable. El desarrollo humano inte-gral supone la libertad responsable de la persona ylos pueblos: ninguna estructura puede garantizar dichodesarrollo desde fuera y por encima de la responsabili-dad humana. Los «mesianismos prometedores, pero for-jados de ilusiones»[38] basan siempre sus propias pro-puestas en la negación de la dimensión trascendente deldesarrollo, seguros de tenerlo todo a su disposición. Estafalsa seguridad se convierte en debilidad, porque com-porta el sometimiento del hombre, reducido a un mediopara el desarrollo, mientras que la humildad de quien acogeuna vocación se transforma en verdadera autonomía,porque hace libre a la persona. Pablo VI no tiene duda deque hay obstáculos y condicionamientos que frenan eldesarrollo, pero tiene también la certeza de que «cadauno permanece siempre, sean los que sean los influjosque sobre él se ejercen, el artífice principal de su éxito ode su fracaso».[39] Esta libertad se refiere al desarrolloque tenemos ante nosotros pero, al mismo tiempo, tam-bién a las situaciones de subdesarrollo, que no son frutode la casualidad o de una necesidad histórica, sino quedependen de la responsabilidad humana. Por eso, «lospueblos hambrientos interpelan hoy, con acento dramáti-co, a los pueblos opulentos».[40] También esto es voca-ción, en cuanto llamada de hombres libres a hombres li-bres para asumir una responsabilidad común. Pablo VIpercibía netamente la importancia de las estructuras eco-nómicas y de las instituciones, pero se daba cuenta conigual claridad de que la naturaleza de éstas era ser instru-mentos de la libertad humana. Sólo si es libre, el desarro-llo puede ser integralmente humano; sólo en un régimende libertad responsable puede crecer de manera adecua-da.

18. Además de la libertad, el desarrollo humano inte-gral como vocación exige también que se respete laverdad. La vocación al progreso impulsa a los hombresa «hacer, conocer y tener más para ser más».[41] Perola cuestión es: ¿qué significa «ser más»? A esta pregun-ta, Pablo VI responde indicando lo que comporta esen-cialmente el «auténtico desarrollo»: «debe ser integral, esdecir, promover a todos los hombres y a todo el hom-bre».[42] En la concurrencia entre las diferentes visio-nes del hombre que, más aún que en la sociedad de PabloVI, se proponen también en la de hoy, la visión cristianatiene la peculiaridad de afirmar y justificar el valor incon-dicional de la persona humana y el sentido de su creci-miento. La vocación cristiana al desarrollo ayuda a bus-car la promoción de todos los hombres y de todo el hom-bre. Pablo VI escribe: «Lo que cuenta para nosotros esel hombre, cada hombre, cada agrupación de hombres,hasta la humanidad entera».[43] La fe cristiana se ocupadel desarrollo, no apoyándose en privilegios o posicionesde poder, ni tampoco en los méritos de los cristianos, queciertamente se han dado y también hoy se dan, junto consus naturales limitaciones,[44] sino sólo en Cristo, al cualdebe remitirse toda vocación auténtica al desarrollo hu-mano integral. El Evangelio es un elemento fundamen-

tal del desarrollo porque, en él, Cristo, «en la mismarevelación del misterio del Padre y de su amor, manifies-ta plenamente el hombre al propio hombre».[45] Con lasenseñanzas de su Señor, la Iglesia escruta los signos delos tiempos, los interpreta y ofrece al mundo «lo que ellaposee como propio: una visión global del hombre y de lahumanidad».[46] Precisamente porque Dios pronuncia el«sí» más grande al hombre,[47] el hombre no puede de-jar de abrirse a la vocación divina para realizar el propiodesarrollo. La verdad del desarrollo consiste en su totali-dad: si no es de todo el hombre y de todos los hombres,no es el verdadero desarrollo. Éste es el mensaje centralde la Populorum progressio, válido hoy y siempre. Eldesarrollo humano integral en el plano natural, al ser res-puesta a una vocación de Dios creador,[48] requiere suautentificación en «un humanismo trascendental, que da[al hombre] su mayor plenitud; ésta es la finalidad supre-ma del desarrollo personal».[49] Por tanto, la vocacióncristiana a dicho desarrollo abarca tanto el plano naturalcomo el sobrenatural; éste es el motivo por el que, «cuandoDios queda eclipsado, nuestra capacidad de reconocer elorden natural, la finalidad y el «bien», empieza a disipar-se».[50]

19. Finalmente, la visión del desarrollo como vocacióncomporta que su centro sea la caridad. En la EncíclicaPopulorum progressio, Pablo VI señaló que las causasdel subdesarrollo no son principalmente de orden mate-rial. Nos invitó a buscarlas en otras dimensiones del hom-bre. Ante todo, en la voluntad, que con frecuencia se des-entiende de los deberes de la solidaridad. Después, en elpensamiento, que no siempre sabe orientar adecuadamen-te el deseo. Por eso, para alcanzar el desarrollo hacenfalta «pensadores de reflexión profunda que busquen unhumanismo nuevo, el cual permita al hombre modernohallarse a sí mismo».[51] Pero eso no es todo. El subde-sarrollo tiene una causa más importante aún que la faltade pensamiento: es «la falta de fraternidad entre los hom-bres y entre los pueblos».[52] Esta fraternidad, ¿podránlograrla alguna vez los hombres por sí solos? La sociedadcada vez más globalizada nos hace más cercanos, perono más hermanos. La razón, por sí sola, es capaz de acep-tar la igualdad entre los hombres y de establecer una con-vivencia cívica entre ellos, pero no consigue fundar lahermandad. Ésta nace de una vocación transcendentede Dios Padre, el primero que nos ha amado, y que nosha enseñado mediante el Hijo lo que es la caridad fraterna.Pablo VI, presentando los diversos niveles del procesode desarrollo del hombre, puso en lo más alto, después dehaber mencionado la fe, «la unidad de la caridad de Cris-to, que nos llama a todos a participar, como hijos, en lavida del Dios vivo, Padre de todos los hombres».[53]

20. Estas perspectivas abiertas por la Populorumprogressio siguen siendo fundamentales para dar vida yorientación a nuestro compromiso por el desarrollo de lospueblos. Además, la Populorum progressio subraya rei-teradamente la urgencia de las reformas [54] y pideque, ante los grandes problemas de la injusticia en el de-sarrollo de los pueblos, se actúe con valor y sin demora.Esta urgencia viene impuesta también por la caridaden la verdad. Es la caridad de Cristo la que nos impulsa:«caritas Christi urget nos» (2 Co 5,14). Esta urgenciano se debe sólo al estado de cosas, no se deriva solamen-te de la avalancha de los acontecimientos y problemas,sino de lo que está en juego: la necesidad de alcanzar unaauténtica fraternidad. Lograr esta meta es tan importan-te que exige tomarla en consideración para comprender-la a fondo y movilizarse concretamente con el «corazón»,

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Bendedicto XVI – encíclica Caritas in veritatecon el fin de hacer cambiar los procesos económicos ysociales actuales hacia metas plenamente humanas.

Capítulo IIEl desarrollo humano en nuestro tiempo21. Pablo VI tenía una visión articulada del desa-

rrollo. Con el término «desarrollo» quiso indicar ante todoel objetivo de que los pueblos salieran del hambre, la mi-seria, las enfermedades endémicas y el analfabetismo.Desde el punto de vista económico, eso significaba suparticipación activa y en condiciones de igualdad en elproceso económico internacional; desde el punto de vistasocial, su evolución hacia sociedades solidarias y con buennivel de formación; desde el punto de vista político, laconsolidación de regímenes democráticos capaces deasegurar libertad y paz. Después de tantos años, al vercon preocupación el desarrollo y la perspectiva de lascrisis que se suceden en estos tiempos, nos pregunta-mos hasta qué punto se han cumplido las expectati-vas de Pablo VI siguiendo el modelo de desarrollo quese ha adoptado en las últimas décadas. Por tanto, reco-nocemos que estaba fundada la preocupación de la Igle-sia por la capacidad del hombre meramente tecnológicopara fijar objetivos realistas y poder gestionar constantey adecuadamente los instrumentos disponibles. La ga-nancia es útil si, como medio, se orienta a un fin que le déun sentido, tanto en el modo de adquirirla como de utili-zarla. El objetivo exclusivo del beneficio, cuando es obte-nido mal y sin el bien común como fin último, corre elriesgo de destruir riqueza y crear pobreza. El desarrolloeconómico que Pablo VI deseaba era el que produjeraun crecimiento real, extensible a todos y concretamentesostenible. Es verdad que el desarrollo ha sido y siguesiendo un factor positivo que ha sacado de la miseria amiles de millones de personas y que, últimamente, ha dadoa muchos países la posibilidad de participar efectivamen-te en la política internacional. Sin embargo, se ha de re-conocer que el desarrollo económico mismo ha estado, ylo está aún, aquejado por desviaciones y problemas dra-máticos, que la crisis actual ha puesto todavía más demanifiesto. Ésta nos pone improrrogablemente ante de-cisiones que afectan cada vez más al destino mismo delhombre, el cual, por lo demás, no puede prescindir de sunaturaleza. Las fuerzas técnicas que se mueven, lasinterrelaciones planetarias, los efectos perniciosos sobrela economía real de una actividad financiera mal utilizaday en buena parte especulativa, los imponentes flujosmigratorios, frecuentemente provocados y después nogestionados adecuadamente, o la explotación sin reglasde los recursos de la tierra, nos induce hoy a reflexionarsobre las medidas necesarias para solucionar problemasque no sólo son nuevos respecto a los afrontados por elPapa Pablo VI, sino también, y sobre todo, que tienen unefecto decisivo para el bien presente y futuro de la hu-manidad. Los aspectos de la crisis y sus soluciones, asícomo la posibilidad de un futuro nuevo desarrollo, estáncada vez más interrelacionados, se implican recíproca-mente, requieren nuevos esfuerzos de comprensión uni-taria y una nueva síntesis humanista. Nos preocupa jus-tamente la complejidad y gravedad de la situación econó-mica actual, pero hemos de asumir con realismo, con-fianza y esperanza las nuevas responsabilidades que nosreclama la situación de un mundo que necesita una pro-funda renovación cultural y el redescubrimiento de valo-res de fondo sobre los cuales construir un futuro mejor.La crisis nos obliga a revisar nuestro camino, a darnos

nuevas reglas y a encontrar nuevas formas de compro-miso, a apoyarnos en las experiencias positivas y a re-chazar las negativas. De este modo, la crisis se convierteen ocasión de discernir y proyectar de un modo nue-vo. Conviene afrontar las dificultades del presente en estaclave, de manera confiada más que resignada.

22. Hoy, el cuadro del desarrollo se despliega en múl-tiples ámbitos. Los actores y las causas, tanto del sub-desarrollo como del desarrollo, son múltiples, las culpas ylos méritos son muchos y diferentes. Esto debería llevara liberarse de las ideologías, que con frecuencia simplifi-can de manera artificiosa la realidad, y a examinar conobjetividad la dimensión humana de los problemas. Comoya señaló Juan Pablo II,[55] la línea de demarcación en-tre países ricos y pobres ahora no es tan neta como entiempos de la Populorum progressio. La riqueza mun-dial crece en términos absolutos, pero aumentan tam-bién las desigualdades. En los países ricos, nuevas ca-tegorías sociales se empobrecen y nacen nuevas pobre-zas. En las zonas más pobres, algunos grupos gozan deun tipo de superdesarrollo derrochador y consumista, quecontrasta de modo inaceptable con situaciones persisten-tes de miseria deshumanizadora. Se sigue produciendo«el escándalo de las disparidades hirientes». [56]Lamen-tablemente, hay corrupción e ilegalidad tanto en el com-portamiento de sujetos económicos y políticos de los paí-ses ricos, nuevos y antiguos, como en los países pobres.La falta de respeto de los derechos humanos de los tra-bajadores es provocada a veces por grandes empresasmultinacionales y también por grupos de producción lo-cal. Las ayudas internacionales se han desviado con fre-cuencia de su finalidad por irresponsabilidades tanto enlos donantes como en los beneficiarios. Podemos encon-trar la misma articulación de responsabilidades tambiénen el ámbito de las causas inmateriales o culturales deldesarrollo y el subdesarrollo. Hay formas excesivas deprotección de los conocimientos por parte de los paísesricos, a través de un empleo demasiado rígido del dere-cho a la propiedad intelectual, especialmente en el cam-po sanitario. Al mismo tiempo, en algunos países pobresperduran modelos culturales y normas sociales de com-portamiento que frenan el proceso de desarrollo.

23. Hoy, muchas áreas del planeta se han desarrolla-do, aunque de modo problemático y desigual, entrando aformar parte del grupo de las grandes potencias destina-do a jugar un papel importante en el futuro. Pero se ha desubrayar que no basta progresar sólo desde el puntode vista económico y tecnológico. El desarrollo nece-sita ser ante todo auténtico e integral. El salir del atrasoeconómico, algo en sí mismo positivo, no soluciona la pro-blemática compleja de la promoción del hombre, ni en lospaíses protagonistas de estos adelantos, ni en los paíseseconómicamente ya desarrollados, ni en los que todavíason pobres, los cuales pueden sufrir, además de antiguasformas de explotación, las consecuencias negativas quese derivan de un crecimiento marcado por desviacionesy desequilibrios.

Tras el derrumbe de los sistemas económicos y políti-cos de los países comunistas de Europa Oriental y el finde los llamados «bloques contrapuestos», hubiera sidonecesario un replanteamiento total del desarrollo. Lo pi-dió Juan Pablo II, quien en 1987 indicó que la existenciade estos «bloques» era una de las principales causas delsubdesarrollo,[57] pues la política sustraía recursos a laeconomía y a la cultura, y la ideología inhibía la libertad.En 1991, después de los acontecimientos de 1989, pidió

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Bendedicto XVI – encíclica Caritas in veritatetambién que el fin de los bloques se correspondiera conun nuevo modo de proyectar globalmente el desarrollo,no sólo en aquellos países, sino también en Occidente yen las partes del mundo que se estaban desarrollando.[58]Esto ha ocurrido sólo en parte, y sigue siendo un deberllevarlo a cabo, tal vez aprovechando precisamente lasmedidas necesarias para superar los problemas econó-micos actuales.

24. El mundo que Pablo VI tenía ante sí, aunque elproceso de socialización estuviera ya avanzado y pudohablar de una cuestión social que se había hecho mun-dial, estaba aún mucho menos integrado que el actual. Laactividad económica y la función política se movían engran parte dentro de los mismos confines y podían con-tar, por tanto, la una con la otra. La actividad productivatenía lugar predominantemente en los ámbitos nacionalesy las inversiones financieras circulaban de forma bastan-te limitada con el extranjero, de manera que la política demuchos estados podía fijar todavía las prioridades de laeconomía y, de algún modo, gobernar su curso con losinstrumentos que tenía a su disposición. Por este motivo,la Populorum progressio asignó un papel central, aun-que no exclusivo, a los «poderes públicos».[59]

En nuestra época, el Estado se encuentra con el deberde afrontar las limitaciones que pone a su soberanía elnuevo contexto económico-comercial y financiero inter-nacional, caracterizado también por una creciente movi-lidad de los capitales financieros y los medios de produc-ción materiales e inmateriales. Este nuevo contexto hamodificado el poder político de los estados.

Hoy, aprendiendo también la lección que proviene de lacrisis económica actual, en la que los poderes públicosdel Estado se ven llamados directamente a corregir erro-res y disfunciones, parece más realista una renovadavaloración de su papel y de su poder, que han de sersabiamente reexaminados y revalorizados, de modo quesean capaces de afrontar los desafíos del mundo actual,incluso con nuevas modalidades de ejercerlos. Con unpapel mejor ponderado de los poderes públicos, es previ-sible que se fortalezcan las nuevas formas de participa-ción en la política nacional e internacional que tienen lu-gar a través de la actuación de las organizaciones de lasociedad civil; en este sentido, es de desear que hayamayor atención y participación en la res publica por par-te de los ciudadanos.

25. Desde el punto de vista social, a los sistemas deprotección y previsión, ya existentes en tiempos de PabloVI en muchos países, les cuesta trabajo, y les costarátodavía más en el futuro, lograr sus objetivos de verdade-ra justicia social dentro de un cuadro de fuerzas profun-damente transformado. El mercado, al hacerse global, haestimulado, sobre todo en países ricos, la búsqueda deáreas en las que emplazar la producción a bajo coste conel fin de reducir los precios de muchos bienes, aumentarel poder de adquisición y acelerar por tanto el índice decrecimiento, centrado en un mayor consumo en el propiomercado interior. Consecuentemente, el mercado ha es-timulado nuevas formas de competencia entre los esta-dos con el fin de atraer centros productivos de empresasextranjeras, adoptando diversas medidas, como unafiscalidad favorable y la falta de reglamentación del mundodel trabajo. Estos procesos han llevado a la reducciónde la red de seguridad social a cambio de la búsquedade mayores ventajas competitivas en el mercado global,con grave peligro para los derechos de los trabajadores,para los derechos fundamentales del hombre y para la

solidaridad en las tradicionales formas del Estado social.Los sistemas de seguridad social pueden perder la capa-cidad de cumplir su tarea, tanto en los países pobres, comoen los emergentes, e incluso en los ya desarrollados des-de hace tiempo. En este punto, las políticas de balance,con los recortes al gasto social, con frecuencia promovi-dos también por las instituciones financieras internacio-nales, pueden dejar a los ciudadanos impotentes ante ries-gos antiguos y nuevos; dicha impotencia aumenta por lafalta de protección eficaz por parte de las asociacionesde los trabajadores. El conjunto de los cambios sociales yeconómicos hace que las organizaciones sindicales ten-gan mayores dificultades para desarrollar su tarea de re-presentación de los intereses de los trabajadores, tam-bién porque los gobiernos, por razones de utilidad econó-mica, limitan a menudo las libertades sindicales o la ca-pacidad de negociación de los sindicatos mismos. Lasredes de solidaridad tradicionales se ven obligadas a su-perar mayores obstáculos. Por tanto, la invitación de ladoctrina social de la Iglesia, empezando por la Rerumnovarum,[60] a dar vida a asociaciones de trabajadorespara defender sus propios derechos ha de ser respetada,hoy más que ayer, dando ante todo una respuesta prontay de altas miras a la urgencia de establecer nuevassinergias en el ámbito internacional y local.

La movilidad laboral, asociada a la desregulacióngeneralizada, ha sido un fenómeno importante, no exentode aspectos positivos porque estimula la producción denueva riqueza y el intercambio entre culturas diferentes.Sin embargo, cuando la incertidumbre sobre las condicio-nes de trabajo a causa de la movilidad y la desregulaciónse hace endémica, surgen formas de inestabilidad psico-lógica, de dificultad para crear caminos propios coheren-tes en la vida, incluido el del matrimonio. Como conse-cuencia, se producen situaciones de deterioro humano yde desperdicio social. Respecto a lo que sucedía en lasociedad industrial del pasado, el paro provoca hoy nue-vas formas de irrelevancia económica, y la actual crisissólo puede empeorar dicha situación. El estar sin trabajodurante mucho tiempo, o la dependencia prolongada dela asistencia pública o privada, mina la libertad y la crea-tividad de la persona y sus relaciones familiares y socia-les, con graves daños en el plano psicológico y espiritual.Quisiera recordar a todos, en especial a los gobernantesque se ocupan en dar un aspecto renovado al orden eco-nómico y social del mundo, que el primer capital que seha de salvaguardar y valorar es el hombre, la perso-na en su integridad: «Pues el hombre es el autor, elcentro y el fin de toda la vida económico-social».[61]

26. En el plano cultural, las diferencias son aún másacusadas que en la época de Pablo VI. Entonces, lasculturas estaban generalmente bien definidas y tenían másposibilidades de defenderse ante los intentos de hacerlashomogéneas. Hoy, las posibilidades de interacción en-tre las culturas han aumentado notablemente, dando lu-gar a nuevas perspectivas de diálogo intercultural, un diá-logo que, para ser eficaz, ha de tener como punto de par-tida una toma de conciencia de la identidad específica delos diversos interlocutores. Pero no se ha de olvidar quela progresiva mercantilización de los intercambios cultu-rales aumenta hoy un doble riesgo. Se nota, en primerlugar, un eclecticismo cultural asumido con frecuenciade manera acrítica: se piensa en las culturas como super-puestas unas a otras, sustancialmente equivalentes e inter-cambiables. Eso induce a caer en un relativismo que ennada ayuda al verdadero diálogo intercultural; en el planosocial, el relativismo cultural provoca que los grupos cul-

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Bendedicto XVI – encíclica Caritas in veritateturales estén juntos o convivan, pero separados, sin diálo-go auténtico y, por lo tanto, sin verdadera integración.Existe, en segundo lugar, el peligro opuesto de rebajar lacultura y homologar los comportamientos y estilos devida. De este modo, se pierde el sentido profundo de lacultura de las diferentes naciones, de las tradiciones delos diversos pueblos, en cuyo marco la persona se en-frenta a las cuestiones fundamentales de la existencia.[62]El eclecticismo y el bajo nivel cultural coinciden en sepa-rar la cultura de la naturaleza humana. Así, las culturasya no saben encontrar su lugar en una naturaleza que lastransciende,[63] terminando por reducir al hombre a merodato cultural. Cuando esto ocurre, la humanidad correnuevos riesgos de sometimiento y manipulación.

27. En muchos países pobres persiste, y amenaza conacentuarse, la extrema inseguridad de vida a causa de lafalta de alimentación: el hambre causa todavía muchasvíctimas entre tantos Lázaros a los que no se les consien-te sentarse a la mesa del rico epulón, como en cambioPablo VI deseaba.[64] Dar de comer a los hambrien-tos (cf. Mt 25,35.37.42) es un imperativo ético para laIglesia universal, que responde a las enseñanzas de suFundador, el Señor Jesús, sobre la solidaridad y el com-partir. Además, en la era de la globalización, eliminar elhambre en el mundo se ha convertido también en unameta que se ha de lograr para salvaguardar la paz y laestabilidad del planeta. El hambre no depende tanto de laescasez material, cuanto de la insuficiencia de recursossociales, el más importante de los cuales es de tipoinstitucional. Es decir, falta un sistema de institucioneseconómicas capaces, tanto de asegurar que se tenga ac-ceso al agua y a la comida de manera regular y adecuadadesde el punto de vista nutricional, como de afrontar lasexigencias relacionadas con las necesidades primarias ycon las emergencias de crisis alimentarias reales, provo-cadas por causas naturales o por la irresponsabilidad po-lítica nacional e internacional. El problema de la inseguri-dad alimentaria debe ser planteado en una perspectivade largo plazo, eliminando las causas estructurales que loprovocan y promoviendo el desarrollo agrícola de los paí-ses más pobres mediante inversiones en infraestructurasrurales, sistemas de riego, transportes, organización delos mercados, formación y difusión de técnicas agrícolasapropiadas, capaces de utilizar del mejor modo los recur-sos humanos, naturales y socio-económicos, que se pue-dan obtener preferiblemente en el propio lugar, para ase-gurar así también su sostenibilidad a largo plazo. Todoeso ha de llevarse a cabo implicando a las comunidadeslocales en las opciones y decisiones referentes a la tierrade cultivo. En esta perspectiva, podría ser útil tener encuenta las nuevas fronteras que se han abierto en el em-pleo correcto de las técnicas de producción agrícola tra-dicional, así como las más innovadoras, en el caso de queéstas hayan sido reconocidas, tras una adecuada verifi-cación, convenientes, respetuosas del ambiente y atentasa las poblaciones más desfavorecidas. Al mismo tiempo,no se debería descuidar la cuestión de una reforma agra-ria ecuánime en los países en desarrollo. El derecho a laalimentación y al agua tiene un papel importante paraconseguir otros derechos, comenzando ante todo por elderecho primario a la vida. Por tanto, es necesario quemadure una conciencia solidaria que considere la ali-mentación y el acceso al agua como derechos uni-versales de todos los seres humanos, sin distincionesni discriminaciones.[65] Es importante destacar, ade-más, que la vía solidaria hacia el desarrollo de los paísespobres puede ser un proyecto de solución de la crisis glo-

bal actual, como lo han intuido en los últimos tiempos hom-bres políticos y responsables de instituciones internacio-nales. Apoyando a los países económicamente pobresmediante planes de financiación inspirados en la solidari-dad, con el fin de que ellos mismos puedan satisfacer lasnecesidades de bienes de consumo y desarrollo de lospropios ciudadanos, no sólo se puede producir un verda-dero crecimiento económico, sino que se puede contri-buir también a sostener la capacidad productiva de lospaíses ricos, que corre peligro de quedar comprometidapor la crisis.

28. Uno de los aspectos más destacados del desarrolloactual es la importancia del tema del respeto a la vida,que en modo alguno puede separarse de las cuestionesrelacionadas con el desarrollo de los pueblos. Es un as-pecto que últimamente está asumiendo cada vez mayorrelieve, obligándonos a ampliar el concepto de pobreza[66] y de subdesarrollo a los problemas vinculados con laacogida de la vida, sobre todo donde ésta se ve impedidade diversas formas.

La situación de pobreza no sólo provoca todavía enmuchas zonas un alto índice de mortalidad infantil, sinoque en varias partes del mundo persisten prácticas decontrol demográfico por parte de los gobiernos, que confrecuencia difunden la contracepción y llegan incluso aimponer también el aborto. En los países económicamen-te más desarrollados, las legislaciones contrarias a la vidaestán muy extendidas y han condicionado ya las costum-bres y la praxis, contribuyendo a difundir una mentalidadantinatalista, que muchas veces se trata de transmitir tam-bién a otros estados como si fuera un progreso cultural.

Algunas organizaciones no gubernamentales, además,difunden el aborto, promoviendo a veces en los paísespobres la adopción de la práctica de la esterilización, in-cluso en mujeres a quienes no se pide su consentimiento.Por añadidura, existe la sospecha fundada de que, enocasiones, las ayudas al desarrollo se condicionan a de-terminadas políticas sanitarias que implican de hecho laimposición de un fuerte control de la natalidad. Preocu-pan también tanto las legislaciones que aceptan la euta-nasia como las presiones de grupos nacionales e interna-cionales que reivindican su reconocimiento jurídico.

La apertura a la vida está en el centro del verdade-ro desarrollo. Cuando una sociedad se encamina haciala negación y la supresión de la vida, acaba por no encon-trar la motivación y la energía necesaria para esforzarseen el servicio del verdadero bien del hombre. Si se pierdela sensibilidad personal y social para acoger una nuevavida, también se marchitan otras formas de acogida pro-vechosas para la vida social.[67] La acogida de la vidaforja las energías morales y capacita para la ayuda recí-proca. Fomentando la apertura a la vida, los pueblos ri-cos pueden comprender mejor las necesidades de los queson pobres, evitar el empleo de ingentes recursos econó-micos e intelectuales para satisfacer deseos egoístas en-tre los propios ciudadanos y promover, por el contrario,buenas actuaciones en la perspectiva de una producciónmoralmente sana y solidaria, en el respeto del derechofundamental de cada pueblo y cada persona a la vida.

29. Hay otro aspecto de la vida de hoy, muy estrecha-mente unido con el desarrollo: la negación del derecho ala libertad religiosa. No me refiero sólo a las luchas yconflictos que todavía se producen en el mundo por mo-tivos religiosos, aunque a veces la religión sea solamenteuna cobertura para razones de otro tipo, como el afán depoder y riqueza. En efecto, hoy se mata frecuentemente

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Bendedicto XVI – encíclica Caritas in veritateen el nombre sagrado de Dios, como muchas veces hamanifestado y deplorado públicamente mi predecesor JuanPablo II y yo mismo.[68] La violencia frena el desarrolloauténtico e impide la evolución de los pueblos hacia unmayor bienestar socioeconómico y espiritual. Esto ocu-rre especialmente con el terrorismo de inspiraciónfundamentalista,[69] que causa dolor, devastación y muer-te, bloquea el diálogo entre las naciones y desvía grandesrecursos de su empleo pacífico y civil. No obstante, se hade añadir que, además del fanatismo religioso que impideel ejercicio del derecho a la libertad de religión en algu-nos ambientes, también la promoción programada de laindiferencia religiosa o del ateísmo práctico por parte demuchos países contrasta con las necesidades del desa-rrollo de los pueblos, sustrayéndoles bienes espirituales yhumanos. Dios es el garante del verdadero desarrollodel hombre en cuanto, habiéndolo creado a su imagen,funda también su dignidad trascendente y alimenta suanhelo constitutivo de «ser más». El ser humano no es unátomo perdido en un universo casual,[70] sino una criatu-ra de Dios, a quien Él ha querido dar un alma inmortal yal que ha amado desde siempre. Si el hombre fuera frutosólo del azar o la necesidad, o si tuviera que reducir susaspiraciones al horizonte angosto de las situaciones enque vive, si todo fuera únicamente historia y cultura, y elhombre no tuviera una naturaleza destinada atranscenderse en una vida sobrenatural, podría hablarsede incremento o de evolución, pero no de desarrollo. Cuan-do el Estado promueve, enseña, o incluso impone formasde ateísmo práctico, priva a sus ciudadanos de la fuerzamoral y espiritual indispensable para comprometerse enel desarrollo humano integral y les impide avanzar conrenovado dinamismo en su compromiso en favor de unarespuesta humana más generosa al amor divino.[71] Ytambién se da el caso de que países económicamentedesarrollados o emergentes exporten a los países pobres,en el contexto de sus relaciones culturales, comerciales ypolíticas, esta visión restringida de la persona y su desti-no. Éste es el daño que el «superdesarrollo»[72] produceal desarrollo auténtico, cuando va acompañado por el«subdesarrollo moral».[73]

30. En esta línea, el tema del desarrollo humano inte-gral adquiere un alcance aún más complejo: la correla-ción entre sus múltiples elementos exige un esfuerzo paraque los diferentes ámbitos del saber humano seaninteractivos, con vistas a la promoción de un verdaderodesarrollo de los pueblos. Con frecuencia, se cree quebasta aplicar el desarrollo o las medidas socioeconómicascorrespondientes mediante una actuación común. Sinembargo, este actuar común necesita ser orientado, por-que «toda acción social implica una doctrina».[74] Te-niendo en cuenta la complejidad de los problemas, es ob-vio que las diferentes disciplinas deben colaborar en unainterdisciplinariedad ordenada. La caridad no excluye elsaber, más bien lo exige, lo promueve y lo anima desdedentro. El saber nunca es sólo obra de la inteligencia.Ciertamente, puede reducirse a cálculo y experimenta-ción, pero si quiere ser sabiduría capaz de orientar al hom-bre a la luz de los primeros principios y de su fin último,ha de ser «sazonado» con la «sal» de la caridad. Sin elsaber, el hacer es ciego, y el saber es estéril sin el amor.En efecto, «el que está animado de una verdadera cari-dad es ingenioso para descubrir las causas de la miseria,para encontrar los medios de combatirla, para vencerlacon intrepidez».[75] Al afrontar los fenómenos que tene-mos delante, la caridad en la verdad exige ante todo co-nocer y entender, conscientes y respetuosos de la com-

petencia específica de cada ámbito del saber. La caridadno es una añadidura posterior, casi como un apéndice altrabajo ya concluido de las diferentes disciplinas, sino quedialoga con ellas desde el principio. Las exigencias delamor no contradicen las de la razón. El saber humano esinsuficiente y las conclusiones de las ciencias no podránindicar por sí solas la vía hacia el desarrollo integral delhombre. Siempre hay que lanzarse más allá: lo exige lacaridad en la verdad.[76] Pero ir más allá nunca significaprescindir de las conclusiones de la razón, ni contradecirsus resultados. No existe la inteligencia y después el amor:existe el amor rico en inteligencia y la inteligenciallena de amor.

31. Esto significa que la valoración moral y la investi-gación científica deben crecer juntas, y que la caridad hade animarlas en un conjunto interdisciplinar armónico,hecho de unidad y distinción. La doctrina social de la Igle-sia, que tiene «una importante dimensión interdiscipli-nar»,[77] puede desempeñar en esta perspectiva unafunción de eficacia extraordinaria. Permite a la fe, a lateología, a la metafísica y a las ciencias encontrar su lu-gar dentro de una colaboración al servicio del hombre.La doctrina social de la Iglesia ejerce especialmente enesto su dimensión sapiencial. Pablo VI vio con claridadque una de las causas del subdesarrollo es una falta desabiduría, de reflexión, de pensamiento capaz de elabo-rar una síntesis orientadora,[78] y que requiere «una cla-ra visión de todos los aspectos económicos, sociales,culturales y espirituales».[79] La excesiva sectorizacióndel saber,[80] el cerrarse de las ciencias humanas a lametafísica,[81] las dificultades del diálogo entre las cien-cias y la teología, no sólo dañan el desarrollo del saber,sino también el desarrollo de los pueblos, pues, cuandoeso ocurre, se obstaculiza la visión de todo el bien delhombre en las diferentes dimensiones que lo caracteri-zan. Es indispensable «ampliar nuestro concepto de ra-zón y de su uso» [82] para conseguir ponderar adecua-damente todos los términos de la cuestión del desarrolloy de la solución de los problemas socioeconómicos.

32. Las grandes novedades que presenta hoy el cua-dro del desarrollo de los pueblos plantean en muchos ca-sos la exigencia de nuevas soluciones. Éstas han debuscarse, a la vez, en el respeto de las leyes propias decada cosa y a la luz de una visión integral del hombre querefleje los diversos aspectos de la persona humana, con-siderada con la mirada purificada por la caridad. Así sedescubrirán singulares convergencias y posibilidades con-cretas de solución, sin renunciar a ningún componentefundamental de la vida humana.

La dignidad de la persona y las exigencias de la justiciarequieren, sobre todo hoy, que las opciones económicasno hagan aumentar de manera excesiva y moralmenteinaceptable las desigualdades [83] y que se siga buscan-do como prioridad el objetivo del acceso al trabajopor parte de todos, o lo mantengan. Pensándolo bien, estoes también una exigencia de la «razón económica». Elaumento sistémico de las desigualdades entre grupos so-ciales dentro de un mismo país y entre las poblaciones delos diferentes países, es decir, el aumento masivo de lapobreza relativa, no sólo tiende a erosionar la cohesiónsocial y, de este modo, poner en peligro la democracia,sino que tiene también un impacto negativo en el planoeconómico por el progresivo desgaste del «capital social»,es decir, del conjunto de relaciones de confianza, fiabili-dad y respeto de las normas, que son indispensables entoda convivencia civil.

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Bendedicto XVI – encíclica Caritas in veritateLa ciencia económica nos dice también que una situa-

ción de inseguridad estructural da origen a actitudesantiproductivas y al derroche de recursos humanos, encuanto que el trabajador tiende a adaptarse pasivamentea los mecanismos automáticos, en vez de dar espacio a lacreatividad. También sobre este punto hay una conver-gencia entre ciencia económica y valoración moral. Loscostes humanos son siempre también costes económi-cos y las disfunciones económicas comportan igualmen-te costes humanos.

Además, se ha de recordar que rebajar las culturas a ladimensión tecnológica, aunque puede favorecer la obten-ción de beneficios a corto plazo, a la larga obstaculiza elenriquecimiento mutuo y las dinámicas de colaboración.Es importante distinguir entre consideraciones económi-cas o sociológicas a corto y largo plazo. Reducir el nivelde tutela de los derechos de los trabajadores y renunciara mecanismos de redistribución del rédito con el fin deque el país adquiera mayor competitividad internacional,impiden consolidar un desarrollo duradero. Por tanto, sehan de valorar cuidadosamente las consecuencias quetienen sobre las personas las tendencias actuales haciauna economía de corto, a veces brevísimo plazo. Estoexige «una nueva y más profunda reflexión sobre elsentido de la economía y de sus fines»,[84] además deuna honda revisión con amplitud de miras del modelo dedesarrollo, para corregir sus disfunciones y desviaciones.Lo exige, en realidad, el estado de salud ecológica delplaneta; lo requiere sobre todo la crisis cultural y moraldel hombre, cuyos síntomas son evidentes en todas laspartes del mundo desde hace tiempo.

33. Más de cuarenta años después de la Populorumprogressio, su argumento de fondo, el progreso, siguesiendo aún un problema abierto, que se ha hecho másagudo y perentorio por la crisis económico-financiera quese está produciendo. Aunque algunas zonas del planetaque sufrían la pobreza han experimentado cambios nota-bles en términos de crecimiento económico y participa-ción en la producción mundial, otras viven todavía en unasituación de miseria comparable a la que había en tiem-pos de Pablo VI y, en algún caso, puede decirse que peor.Es significativo que algunas causas de esta situación fue-ran ya señaladas en la Populorum progressio, como porejemplo, los altos aranceles aduaneros impuestos por lospaíses económicamente desarrollados, que todavía impi-den a los productos procedentes de los países pobres lle-gar a los mercados de los países ricos. En cambio, otrascausas que la Encíclica sólo esbozó, han adquirido des-pués mayor relieve. Este es el caso de la valoración delproceso de descolonización, por entonces en pleno auge.Pablo VI deseaba un itinerario autónomo que se reco-rriera en paz y libertad. Después de más de cuarentaaños, hemos de reconocer lo difícil que ha sido este reco-rrido, tanto por nuevas formas de colonialismo y depen-dencia de antiguos y nuevos países hegemónicos, comopor graves irresponsabilidades internas en los propiospaíses que se han independizado.

La novedad principal ha sido el estallido de la inter-dependencia planetaria, ya comúnmente llamadaglobalización. Pablo VI lo había previsto parcialmente,pero es sorprendente el alcance y la impetuosidad de suauge. Surgido en los países económicamente desarrolla-dos, este proceso ha implicado por su naturaleza a todaslas economías. Ha sido el motor principal para que regio-nes enteras superaran el subdesarrollo y es, de por sí,una gran oportunidad. Sin embargo, sin la guía de la cari-

dad en la verdad, este impulso planetario puede contri-buir a crear riesgo de daños hasta ahora desconocidos ynuevas divisiones en la familia humana. Por eso, la cari-dad y la verdad nos plantean un compromiso inédito ycreativo, ciertamente muy vasto y complejo. Se trata deensanchar la razón y hacerla capaz de conocer yorientar estas nuevas e imponentes dinámicas, ani-mándolas en la perspectiva de esa «civilización del amor»,de la cual Dios ha puesto la semilla en cada pueblo y encada cultura.

Capítulo IIIFraternidad, desarrollo económico, sociedad ci-

vil34. La caridad en la verdad pone al hombre ante la

sorprendente experiencia del don. La gratuidad está ensu vida de muchas maneras, aunque frecuentemente pasadesapercibida debido a una visión de la existencia queantepone a todo la productividad y la utilidad. El ser hu-mano está hecho para el don, el cual manifiesta y desa-rrolla su dimensión trascendente. A veces, el hombremoderno tiene la errónea convicción de ser el único autorde sí mismo, de su vida y de la sociedad. Es una presun-ción fruto de la cerrazón egoísta en sí mismo, que proce-de —por decirlo con una expresión creyente— del pe-cado de los orígenes. La sabiduría de la Iglesia ha invi-tado siempre a no olvidar la realidad del pecado original,ni siquiera en la interpretación de los fenómenos socialesy en la construcción de la sociedad: «Ignorar que el hom-bre posee una naturaleza herida, inclinada al mal, da lu-gar a graves errores en el dominio de la educación, de lapolítica, de la acción social y de las costumbres».[85] Hacetiempo que la economía forma parte del conjunto de losámbitos en que se manifiestan los efectos perniciosos delpecado. Nuestros días nos ofrecen una prueba evidente.Creerse autosuficiente y capaz de eliminar por sí mismoel mal de la historia ha inducido al hombre a confundir lafelicidad y la salvación con formas inmanentes de bien-estar material y de actuación social. Además, la exigen-cia de la economía de ser autónoma, de no estar sujeta a«injerencias» de carácter moral, ha llevado al hombre aabusar de los instrumentos económicos incluso de mane-ra destructiva. Con el pasar del tiempo, estas posturashan desembocado en sistemas económicos, sociales ypolíticos que han tiranizado la libertad de la persona y delos organismos sociales y que, precisamente por eso, nohan sido capaces de asegurar la justicia que prometían.Como he afirmado en la Encíclica Spe salvi, se eliminaasí de la historia la esperanza cristiana,[86] que no obs-tante es un poderoso recurso social al servicio del desa-rrollo humano integral, en la libertad y en la justicia. Laesperanza sostiene a la razón y le da fuerza para orientarla voluntad.[87] Está ya presente en la fe, que la suscita.La caridad en la verdad se nutre de ella y, al mismo tiem-po, la manifiesta. Al ser un don absolutamente gratuito deDios, irrumpe en nuestra vida como algo que no es debi-do, que trasciende toda ley de justicia. Por su naturaleza,el don supera el mérito, su norma es sobreabundar. Nosprecede en nuestra propia alma como signo de la presen-cia de Dios en nosotros y de sus expectativas para connosotros. La verdad que, como la caridad es don, nossupera, como enseña San Agustín.[88] Incluso nuestrapropia verdad, la de nuestra conciencia personal, antetodo, nos ha sido «dada». En efecto, en todo procesocognitivo la verdad no es producida por nosotros, sinoque se encuentra o, mejor aún, se recibe. Como el amor,

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Bendedicto XVI – encíclica Caritas in veritate«no nace del pensamiento o la voluntad, sino que en cier-to sentido se impone al ser humano».[89]

Al ser un don recibido por todos, la caridad en la ver-dad es una fuerza que funda la comunidad, unifica a loshombres de manera que no haya barreras o confines. Lacomunidad humana puede ser organizada por nosotrosmismos, pero nunca podrá ser sólo con sus propias fuer-zas una comunidad plenamente fraterna ni aspirar a su-perar las fronteras, o convertirse en una comunidad uni-versal. La unidad del género humano, la comunión fraternamás allá de toda división, nace de la palabra de Dios-Amor que nos convoca. Al afrontar esta cuestión decisi-va, hemos de precisar, por un lado, que la lógica del donno excluye la justicia ni se yuxtapone a ella como un aña-dido externo en un segundo momento y, por otro, que eldesarrollo económico, social y político necesita, si quiereser auténticamente humano, dar espacio al principio degratuidad como expresión de fraternidad.

35. Si hay confianza recíproca y generalizada, el mer-cado es la institución económica que permite el encuen-tro entre las personas, como agentes económicos queutilizan el contrato como norma de sus relaciones y queintercambian bienes y servicios de consumo para satisfa-cer sus necesidades y deseos. El mercado está sujeto alos principios de la llamada justicia conmutativa, queregula precisamente la relación entre dar y recibir entreiguales. Pero la doctrina social de la Iglesia no ha dejadonunca de subrayar la importancia de la justiciadistributiva y de la justicia social para la economía demercado, no sólo porque está dentro de un contexto so-cial y político más amplio, sino también por la trama derelaciones en que se desenvuelve. En efecto, si el mer-cado se rige únicamente por el principio de la equivalen-cia del valor de los bienes que se intercambian, no llega aproducir la cohesión social que necesita para su buen fun-cionamiento. Sin formas internas de solidaridad y deconfianza recíproca, el mercado no puede cumplirplenamente su propia función económica. Hoy, preci-samente esta confianza ha fallado, y esta pérdida de con-fianza es algo realmente grave.

Pablo VI subraya oportunamente en la Populorumprogressio que el sistema económico mismo se habríaaventajado con la práctica generalizada de la justicia, pueslos primeros beneficiarios del desarrollo de los paísespobres hubieran sido los países ricos.[90] No se trata sólode remediar el mal funcionamiento con las ayudas. No sedebe considerar a los pobres como un «fardo»,[91] sinocomo una riqueza incluso desde el punto de vista estric-tamente económico. No obstante, se ha de considerarequivocada la visión de quienes piensan que la economíade mercado tiene necesidad estructural de una cuota depobreza y de subdesarrollo para funcionar mejor. Al mer-cado le interesa promover la emancipación, pero no pue-de lograrlo por sí mismo, porque no puede producir lo queestá fuera de su alcance. Ha de sacar fuerzas moralesde otras instancias que sean capaces de generarlas.

36. La actividad económica no puede resolver todoslos problemas sociales ampliando sin más la lógica mer-cantil. Debe estar ordenada a la consecución del biencomún, que es responsabilidad sobre todo dela comuni-dad política. Por tanto, se debe tener presente que sepa-rar la gestión económica, a la que correspondería única-mente producir riqueza, de la acción política, que tendríael papel de conseguir la justicia mediante la redistribución,es causa de graves desequilibrios.

La Iglesia sostiene siempre que la actividad económicano debe considerarse antisocial. Por eso, el mercado noes ni debe convertirse en el ámbito donde el más fuerteavasalle al más débil. La sociedad no debe protegersedel mercado, pensando que su desarrollo comporta ipsofacto la muerte de las relaciones auténticamente huma-nas. Es verdad que el mercado puede orientarse en sen-tido negativo, pero no por su propia naturaleza, sino poruna cierta ideología que lo guía en este sentido. No sedebe olvidar que el mercado no existe en su estado puro,se adapta a las configuraciones culturales que lo concre-tan y condicionan. En efecto, la economía y las finanzas,al ser instrumentos, pueden ser mal utilizados cuando quienlos gestiona tiene sólo referencias egoístas. De esta for-ma, se puede llegar a transformar medios de por sí bue-nos en perniciosos. Lo que produce estas consecuenciases la razón oscurecida del hombre, no el medio en cuantotal. Por eso, no se deben hacer reproches al medio oinstrumento sino al hombre, a su conciencia moral y a suresponsabilidad personal y social.

La doctrina social de la Iglesia sostiene que se puedenvivir relaciones auténticamente humanas, de amistad yde sociabilidad, de solidaridad y de reciprocidad, tambiéndentro de la actividad económica y no solamente fuera o«después» de ella. El sector económico no es ni éticamenteneutro ni inhumano o antisocial por naturaleza. Es unaactividad del hombre y, precisamente porque es humana,debe ser articulada e institucionalizada éticamente.

El gran desafío que tenemos, planteado por las dificul-tades del desarrollo en este tiempo de globalización yagravado por la crisis económico-financiera actual, esmostrar, tanto en el orden de las ideas como de los com-portamientos, que no sólo no se pueden olvidar o debilitarlos principios tradicionales de la ética social, como latrasparencia, la honestidad y la responsabilidad, sino queen las relaciones mercantiles el principio de gratui-dad y la lógica del don, como expresiones de fraternidad,pueden y deben tener espacio en la actividad econó-mica ordinaria. Esto es una exigencia del hombre en elmomento actual, pero también de la razón económicamisma. Una exigencia de la caridad y de la verdad almismo tiempo.

37. La doctrina social de la Iglesia ha sostenido siem-pre que la justicia afecta a todas las fases de la acti-vidad económica, porque en todo momento tiene quever con el hombre y con sus derechos. La obtención derecursos, la financiación, la producción, el consumo y to-das las fases del proceso económico tienen ineludi-blemente implicaciones morales. Así, toda decisión eco-nómica tiene consecuencias de carácter moral. Loconfirman las ciencias sociales y las tendencias de laeconomía contemporánea. Hace algún tiempo, tal vez sepodía confiar primero a la economía la producción de ri-queza y asignar después a la política la tarea de su distri-bución. Hoy resulta más difícil, dado que las actividadeseconómicas no se limitan a territorios definidos, mientrasque las autoridades gubernativas siguen siendo sobre todolocales. Además, las normas de justicia deben ser respe-tadas desde el principio y durante el proceso económico,y no sólo después o colateralmente. Para eso es necesa-rio que en el mercado se dé cabida a actividades econó-micas de sujetos que optan libremente por ejercer su ges-tión movidos por principios distintos al del mero benefi-cio, sin renunciar por ello a producir valor económico.Muchos planteamientos económicos provenientes de ini-ciativas religiosas y laicas demuestran que esto es real-mente posible.

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Bendedicto XVI – encíclica Caritas in veritateEn la época de la globalización, la economía refleja

modelos competitivos vinculados a culturas muy diversasentre sí. El comportamiento económico y empresarial quese desprende tiene en común principalmente el respetode la justicia conmutativa. Indudablemente, la vida eco-nómica tiene necesidad del contrato para regular lasrelaciones de intercambio entre valores equivalentes. Peronecesita igualmente leyes justas y formas deredistribución guiadas por la política, además de obrascaracterizadas por el espíritu del don. La economíaglobalizada parece privilegiar la primera lógica, la del in-tercambio contractual, pero directa o indirectamente de-muestra que necesita a las otras dos, la lógica de la polí-tica y la lógica del don sin contrapartida.

38. En la Centesimus annus, mi predecesor Juan Pa-blo II señaló esta problemática al advertir la necesidadde un sistema basado en tres instancias: el mercado, elEstado y la sociedad civil.[92] Consideró que la socie-dad civil era el ámbito más apropiado para una econo-mía de la gratuidad y de la fraternidad, sin negarla enlos otros dos ámbitos. Hoy podemos decir que la vidaeconómica debe ser comprendida como una realidad demúltiples dimensiones: en todas ellas, aunque en medidadiferente y con modalidades específicas, debe haber res-peto a la reciprocidad fraterna. En la época de laglobalización, la actividad económica no puede prescindirde la gratuidad, que fomenta y extiende la solidaridad y laresponsabilidad por la justicia y el bien común en sus di-versas instancias y agentes. Se trata, en definitiva, deuna forma concreta y profunda de democracia económi-ca. La solidaridad es en primer lugar que todos se sientanresponsables de todos;[93] por tanto no se la puede dejarsolamente en manos del Estado. Mientras antes se podíapensar que lo primero era alcanzar la justicia y que lagratuidad venía después como un complemento, hoy esnecesario decir que sin la gratuidad no se alcanza ni si-quiera la justicia. Se requiere, por tanto, un mercado en elcual puedan operar libremente, con igualdad de oportuni-dades, empresas que persiguen fines institucionales di-versos. Junto a la empresa privada, orientada al benefi-cio, y los diferentes tipos de empresa pública, deben po-derse establecer y desenvolver aquellas organizacionesproductivas que persiguen fines mutualistas y sociales.De su recíproca interacción en el mercado se puede es-perar una especie de combinación entre los comporta-mientos de empresa y, con ella, una atención más sensi-ble a una civilización de la economía. En este caso,caridad en la verdad significa la necesidad de dar formay organización a las iniciativas económicas que, sin re-nunciar al beneficio, quieren ir más allá de la lógica delintercambio de cosas equivalentes y del lucro como finen sí mismo.

39. Pablo VI pedía en la Populorum progressio quese llegase a un modelo de economía de mercado capazde incluir, al menos tendencialmente, a todos los pue-blos, y no solamente a los particularmente dotados.Pedía un compromiso para promover un mundo más hu-mano para todos, un mundo «en donde todos tengan quedar y recibir, sin que el progreso de los unos sea un obs-táculo para el desarrollo de los otros».[94] Así, extendíaal plano universal las mismas exigencias y aspiracionesde la Rerum novarum, escrita como consecuencia de larevolución industrial, cuando se afirmó por primera vez laidea —seguramente avanzada para aquel tiempo— deque el orden civil, para sostenerse, necesitaba la inter-vención redistributiva del Estado. Hoy, esta visión de laRerum novarum, además de puesta en crisis por los pro-

cesos de apertura de los mercados y de las sociedades,se muestra incompleta para satisfacer las exigencias deuna economía plenamente humana. Lo que la doctrina dela Iglesia ha sostenido siempre, partiendo de su visión delhombre y de la sociedad, es necesario también hoy paralas dinámicas características de la globalización.

Cuando la lógica del mercado y la lógica del Estado seponen de acuerdo para mantener el monopolio de susrespectivos ámbitos de influencia, se debilita a la larga lasolidaridad en las relaciones entre los ciudadanos, la par-ticipación y el sentido de pertenencia, que no se identifi-can con el «dar para tener», propio de la lógica de lacompraventa, ni con el «dar por deber», propio de la lógi-ca de las intervenciones públicas, que el Estado imponepor ley. La victoria sobre el subdesarrollo requiere actuarno sólo en la mejora de las transacciones basadas en lacompraventa, o en las transferencias de las estructurasasistenciales de carácter público, sino sobre todo en laapertura progresiva en el contexto mundial a formasde actividad económica caracterizada por ciertosmárgenes de gratuidad y comunión. El binomio exclu-sivo mercado-Estado corroe la sociabilidad, mientras quelas formas de economía solidaria, que encuentran su mejorterreno en la sociedad civil aunque no se reducen a ella,crean sociabilidad. El mercado de la gratuidad no existey las actitudes gratuitas no se pueden prescribir por ley.Sin embargo, tanto el mercado como la política tienennecesidad de personas abiertas al don recíproco.

40. Las actuales dinámicas económicas internaciona-les, caracterizadas por graves distorsiones y disfunciones,requieren también cambios profundos en el modo deentender la empresa. Antiguas modalidades de la vidaempresarial van desapareciendo, mientras otras más pro-metedoras se perfilan en el horizonte. Uno de los mayo-res riesgos es sin duda que la empresa responda casiexclusivamente a las expectativas de los inversores endetrimento de su dimensión social. Debido a su continuocrecimiento y a la necesidad de mayores capitales, cadavez son menos las empresas que dependen de un únicoempresario estable que se sienta responsable a largo pla-zo, y no sólo por poco tiempo, de la vida y los resultadosde su empresa, y cada vez son menos las empresas quedependen de un único territorio. Además, la llamadadeslocalización de la actividad productiva puede atenuaren el empresario el sentido de responsabilidad res-pectoa los interesados, como los trabajadores, los proveedo-res, los consumidores, así como al medio ambiente y a lasociedad más amplia que lo rodea, en favor de los accio-nistas, que no están sujetos a un espacio concreto y go-zan por tanto de una extraordinaria movilidad. El merca-do internacional de los capitales, en efecto, ofrece hoyuna gran libertad de acción. Sin embargo, también esverdad que se está extendiendo la conciencia de la nece-sidad de una «responsabilidad social» más amplia de laempresa. Aunque no todos los planteamientos éticos queguían hoy el debate sobre la responsabilidad social de laempresa son aceptables según la perspectiva de la doc-trina social de la Iglesia, es cierto que se va difundiendocada vez más la convicción según la cual la gestión dela empresa no puede tener en cuenta únicamente elinterés de sus propietarios, sino también el de todoslos otros sujetos que contribuyen a la vida de la em-presa: trabajadores, clientes, proveedores de los diver-sos elementos de producción, la comunidad de referen-cia. En los últimos años se ha notado el crecimiento deuna clase cosmopolita de manager, que a menudo res-ponde sólo a las pretensiones de los nuevos accionistas

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Bendedicto XVI – encíclica Caritas in veritatede referencia compuestos generalmente por fondos anó-nimos que establecen su retribución. Pero también haymuchos managers hoy que, con un análisis más previsor,se percatan cada vez más de los profundos lazos de suempresa con el territorio o territorios en que desarrolla suactividad. Pablo VI invitaba a valorar seriamente el dañoque la trasferencia de capitales al extranjero, por puroprovecho personal, puede ocasionar a la propia nación.[95]Juan Pablo II advertía que invertir tiene siempre un sig-nificado moral, además de económico.[96] Se ha dereiterar que todo esto mantiene su validez en nuestrosdías a pesar de que el mercado de capitales haya sidofuertemente liberalizado y la moderna mentalidad tecno-lógica pueda inducir a pensar que invertir es sólo un he-cho técnico y no humano ni ético. No se puede negar queun cierto capital puede hacer el bien cuando se invierteen el extranjero en vez de en la propia patria. Pero debenquedar a salvo los vínculos de justicia, teniendo en cuentatambién cómo se ha formado ese capital y los perjuiciosque comporta para las personas el que no se emplee enlos lugares donde se ha generado.[97] Se ha de evitarque el empleo de recursos financieros esté motivadopor la especulación y ceda a la tentación de buscar úni-camente un beneficio inmediato, en vez de la sostenibilidadde la empresa a largo plazo, su propio servicio a la eco-nomía real y la promoción, en modo adecuado y oportu-no, de iniciativas económicas también en los países nece-sitados de desarrollo. Tampoco hay motivos para negarque la deslocalización, que lleva consigo inversiones yformación, puede hacer bien a la población del país quela recibe. El trabajo y los conocimientos técnicos son unanecesidad universal. Sin embargo, no es lícito deslocalizarúnicamente para aprovechar particulares condicionesfavorables, o peor aún, para explotar sin aportar a la so-ciedad local una verdadera contribución para el nacimientode un sólido sistema productivo y social, factor impres-cindible para un desarrollo estable.

41. A este respecto, es útil observar que la iniciativaempresarial tiene, y debe asumir cada vez más, un sig-nificado polivalente. El predominio persistente delbinomio mercado-Estado nos ha acostumbrado a pensarexclusivamente en el empresario privado de tipo capita-lista por un lado y en el directivo estatal por otro. Enrealidad, la iniciativa empresarial se ha de entender demodo articulado. Así lo revelan diversas motivacionesmetaeconómicas. El ser empresario, antes de tener unsignificado profesional, tiene un significado humano.[98]Es propio de todo trabajo visto como «actus personae»[99] y por eso es bueno que todo trabajador tenga la po-sibilidad de dar la propia aportación a su labor, de modoque él mismo «sea consciente de que está trabajando enalgo propio».[100] Por eso, Pablo VI enseñaba que «todotrabajador es un creador».[101] Precisamente para res-ponder a las exigencias y a la dignidad de quien trabaja, ya las necesidades de la sociedad, existen varios tipos deempresas, más allá de la pura distinción entre «privado»y «público». Cada una requiere y manifiesta una capaci-dad de iniciativa empresarial específica. Para realizar unaeconomía que en el futuro próximo sepa ponerse al servi-cio del bien común nacional y mundial, es oportuno teneren cuenta este significado amplio de iniciativa empresa-rial. Esta concepción más amplia favorece el intercam-bio y la mutua configuración entre los diversos tipos deiniciativa empresarial, con transvase de competencias delmundo non profit al profit y viceversa, del público alpropio de la sociedad civil, del de las economías avanza-das al de países en vía de desarrollo.

También la «autoridad política» tiene un significadopolivalente, que no se puede olvidar mientras se caminahacia la consecución de un nuevo orden económico-pro-ductivo, socialmente responsable y a medida del hombre.Al igual que se pretende cultivar una iniciativa empresa-rial diferenciada en el ámbito mundial, también se debepromover una autoridad política repartida y que ha deactuar en diversos planos. El mercado único de nuestrosdías no elimina el papel de los estados, más bien obliga alos gobiernos a una colaboración recíproca más estre-cha. La sabiduría y la prudencia aconsejan no proclamarapresuradamente la desaparición del Estado. Con rela-ción a la solución de la crisis actual, su papel parece des-tinado a crecer, recuperando muchas competencias. Haynaciones donde la construcción o reconstrucción del Es-tado sigue siendo un elemento clave para su desarrollo.La ayuda internacional, precisamente dentro de un pro-yecto inspirado en la solidaridad para solucionar los ac-tuales problemas económicos, debería apoyar en primerlugar la consolidación de los sistemas constitucionales,jurídicos y administrativos en los países que todavía nogozan plenamente de estos bienes. Las ayudas económi-cas deberían ir acompañadas de aquellas medidas desti-nadas a reforzar las garan-tías propias de un Estado dederecho, un sistema de orden público y de prisiones res-petuoso de los derechos humanos y a consolidar institu-ciones verdaderamente democráticas. No es necesarioque el Estado tenga las mismas características en todoslos sitios: el fortalecimiento de los sistemas constitucio-nales débiles puede ir acompañado perfectamente por eldesarrollo de otras instancias políticas no estatales, decarácter cultural, social, territorial o religioso. Además, laarticulación de la autoridad política en el ámbito local,nacional o internacional, es uno de los cauces privilegia-dos para poder orientar la globalización económica. Ytambién el modo de evitar que ésta mine de hecho losfundamentos de la democracia.

42. A veces se perciben actitudes fatalistas ante laglobalización, como si las dinámicas que la producenprocedieran de fuerzas anónimas e impersonales o deestructuras independientes de la voluntad humana.[102]A este respecto, es bueno recordar que la globalizaciónha de entenderse ciertamente como un procesosocioeconómico, pero no es ésta su única dimensión. Traseste proceso más visible hay realmente una humanidadcada vez más interrelacionada; hay personas y pueblospara los que el proceso debe ser de utilidad y desarro-llo,[103] gracias a que tanto los individuos como la colec-tividad asumen sus respectivas responsabilidades. Lasuperación de las fronteras no es sólo un hecho material,sino también cultural, en sus causas y en sus efectos.Cuando se entiende la globalización de maneradeterminista, se pierden los criterios para valorarla y orien-tarla. Es una realidad humana y puede ser fruto de diver-sas corrientes culturales que han de ser sometidas a undiscernimiento. La verdad de la globalización como pro-ceso y su criterio ético fundamental vienen dados por launidad de la familia humana y su crecimiento en el bien.Por tanto, hay que esforzarse incesantemente para favo-recer una orientación cultural personalista y comuni-taria, abierta a la trascendencia, del proceso de inte-gración planetaria.

A pesar de algunos aspectos estructurales innegables,pero que no se deben absolutizar, «la globalización no es,a priori, ni buena ni mala. Será lo que la gente haga deella».[104] Debemos ser sus protagonistas, no las vícti-

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Bendedicto XVI – encíclica Caritas in veritatemas, procediendo razonablemente, guiados por la cari-dad y la verdad. Oponerse ciegamente a la globalizaciónsería una actitud errónea, preconcebida, que acabaría porignorar un proceso que tiene también aspectos positivos,con el riesgo de perder una gran ocasión para aprove-char las múltiples oportunidades de desarrollo que ofre-ce. El proceso de globalización, adecuadamente entendi-do y gestionado, ofrece la posibilidad de una granredistribución de la riqueza a escala planetaria como nuncase ha visto antes; pero, si se gestiona mal, puede incre-mentar la pobreza y la desigualdad, contagiando ademáscon una crisis a todo el mundo. Es necesario corregirlas disfunciones, a veces graves, que causan nuevasdivisiones entre los pueblos y en su interior, de modo quela redistribución de la riqueza no comporte unaredistribución de la pobreza, e incluso la acentúe, comopodría hacernos temer también una mala gestión de lasituación actual. Durante mucho tiempo se ha pensadoque los pueblos pobres deberían permanecer anclados enun estadio de desarrollo preestablecido o contentarse conla filantropía de los pueblos desarrollados. Pablo VI sepronunció contra esta mentalidad en la Populorumprogressio. Los recursos materiales disponibles parasacar a estos pueblos de la miseria son hoy potencial-mente mayores que antes, pero se han servido de ellosprincipalmente los países desarrollados, que han podidoaprovechar mejor la liberalización de los movimientos decapitales y de trabajo. Por tanto, la difusión de ámbitosde bienestar en el mundo no debería ser obstaculizadacon proyectos egoístas, proteccionistas o dictados porintereses particulares. En efecto, la participación de paí-ses emergentes o en vías de desarrollo permite hoy ges-tionar mejor la crisis. La transición que el proceso deglobalización comporta, conlleva grandes dificultades ypeligros, que sólo se podrán superar si se toma concien-cia del espíritu antropológico y ético que en el fondo im-pulsa la globalización hacia metas de humanización soli-daria. Desgraciadamente, este espíritu se ve con frecuen-cia marginado y entendido desde perspectivas ético-cul-turales de carácter individualista y utilitarista. Laglobalización es un fenómeno multidimensional ypolivalente, que exige ser comprendido en la diversidad yen la unidad de todas sus dimensiones, incluida la teológi-ca. Esto consentirá vivir y orientar la globalización dela humanidad en términos de relacionalidad, comu-nión y participación.

Capítulo IVDesarrollo de los pueblos, derechos y deberes,

ambiente43. «La solidaridad universal, que es un hecho y un

beneficio para todos, es también un deber».[105] En laactualidad, muchos pretenden pensar que no deben nadaa nadie, si no es a sí mismos. Piensan que sólo son titula-res de derechos y con frecuencia les cuesta madurar ensu responsabilidad respecto al desarrollo integral propio yajeno. Por ello, es importante urgir una nueva reflexiónsobre los deberes que los derechos presuponen, y sinlos cuales éstos se convierten en algo arbitrario.[106]Hoy se da una profunda contradicción. Mientras, por unlado, se reivindican presuntos derechos, de carácter arbi-trario y voluptuoso, con la pretensión de que las estructu-ras públicas los reconozcan y promuevan, por otro, hayderechos elementales y fundamentales que se ignoran yviolan en gran parte de la humanidad.[107] Se aprecia

con frecuencia una relación entre la reivindicación delderecho a lo superfluo, e incluso a la transgresión y alvicio, en las sociedades opulentas, y la carencia de comi-da, agua potable, instrucción básica o cuidados sanitarioselementales en ciertas regiones del mundo subdesarro-llado y también en la periferia de las grandes ciudades.Dicha relación consiste en que los derechos individuales,desvinculados de un conjunto de deberes que les dé unsentido profundo, se desquician y dan lugar a una espiralde exigencias prácticamente ilimitada y carente de crite-rios. La exacerbación de los derechos conduce al olvidode los deberes. Los deberes delimitan los derechos por-que remiten a un marco antropológico y ético en cuyaverdad se insertan también los derechos y así dejan deser arbitrarios. Por este motivo, los deberes refuerzan losderechos y reclaman que se los defienda y promuevacomo un compromiso al servicio del bien. En cambio, silos derechos del hombre se fundamentan sólo en las de-liberaciones de una asamblea de ciudadanos, pueden sercambiados en cualquier momento y, consiguientemente,se relaja en la conciencia común el deber de respetarlosy tratar de conseguirlos. Los gobiernos y los organismosinternacionales pueden olvidar entonces la objetividad yla cualidad de «no disponibles» de los derechos. Cuandoesto sucede, se pone en peligro el verdadero desarrollode los pueblos.[108] Comportamientos como éstos com-prometen la autoridad moral de los organismos interna-cionales, sobre todo a los ojos de los países más necesita-dos de desarrollo. En efecto, éstos exigen que la comuni-dad internacional asuma como un deber ayudarles a ser«artífices de su destino»,[109] es decir, a que asuman asu vez deberes. Compartir los deberes recíprocos mo-viliza mucho más que la mera reivindicación de dere-chos.

44. La concepción de los derechos y de los deberesrespecto al desarrollo, debe tener también en cuenta losproblemas relacionados con el crecimiento demográfi-co. Es un aspecto muy importante del verdadero desa-rrollo, porque afecta a los valores irrenunciables de lavida y de la familia.[110] No es correcto considerar elaumento de población como la primera causa del subde-sarrollo, incluso desde el punto de vista económico: bastepensar, por un lado, en la notable disminución de la mor-talidad infantil y al aumento de la edad media que se pro-duce en los países económicamente desarrollados y, porotra, en los signos de crisis que se perciben en la socieda-des en las que se constata una preocupante disminuciónde la natalidad. Obviamente, se ha de seguir prestando ladebida atención a una procreación responsable que, porlo demás, es una contribución efectiva al desarrollo hu-mano integral. La Iglesia, que se interesa por el verdade-ro desarrollo del hombre, exhorta a éste a que respete losvalores humanos también en el ejercicio de la sexualidad:ésta no puede quedar reducida a un mero hecho hedonis-ta y lúdico, del mismo modo que la educación sexual nose puede limitar a una instrucción técnica, con la únicapreocupación de proteger a los interesados de eventua-les contagios o del «riesgo» de procrear. Esto equivaldríaa empobrecer y descuidar el significado profundo de lasexualidad, que debe ser en cambio reconocido y asumi-do con responsabilidad por la persona y la comunidad. Enefecto, la responsabilidad evita tanto que se considere lasexualidad como una simple fuente de placer, como quese regule con políticas de planificación forzada de la na-talidad. En ambos casos se trata de concepciones y polí-ticas materialistas, en las que las personas acaban pade-ciendo diversas formas de violencia. Frente a todo esto,

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Bendedicto XVI – encíclica Caritas in veritatese debe resaltar la competencia primordial que en estecampo tienen las familias [111] respecto del Estado y suspolíticas restrictivas, así como una adecuada educaciónde los padres.

La apertura moralmente responsable a la vida esuna riqueza social y económica. Grandes naciones hanpodido salir de la miseria gracias también al gran númeroy a la capacidad de sus habitantes. Al contrario, nacionesen un tiempo florecientes pasan ahora por una fase deincertidumbre, y en algún caso de decadencia, precisa-mente a causa del bajo índice de natalidad, un problemacrucial para las sociedades de mayor bienestar. La dis-minución de los nacimientos, a veces por debajo del lla-mado «índice de reemplazo generacional», pone en crisisincluso a los sistemas de asistencia social, aumenta loscostes, merma la reserva del ahorro y, consiguientemente,los recursos financieros necesarios para las inversiones,reduce la disponibilidad de trabajadores cualificados y dis-minuye la reserva de «cerebros» a los que recurrir paralas necesidades de la nación. Además, las familias pe-queñas, o muy pequeñas a veces, corren el riesgo deempobrecer las relaciones sociales y de no asegurar for-mas eficaces de solidaridad. Son situaciones que presen-tan síntomas de escasa confianza en el futuro y de fatigamoral. Por eso, se convierte en una necesidad social, eincluso económica, seguir proponiendo a las nuevas ge-neraciones la hermosura de la familia y del matrimonio,su sintonía con las exigencias más profundas del corazóny de la dignidad de la persona. En esta perspectiva, losestados están llamados a establecer políticas que pro-muevan la centralidad y la integridad de la familia,fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer,célula primordial y vital de la sociedad,[112] haciéndosecargo también de sus problemas económicos y fiscales,en el respeto de su naturaleza relacional.

45. Responder a las exigencias morales más profun-das de la persona tiene también importantes efectos be-neficiosos en el plano económico. En efecto, la econo-mía tiene necesidad de la ética para su correcto fun-cionamiento; no de una ética cualquiera, sino de una éti-ca amiga de la persona. Hoy se habla mucho de ética enel campo económico, bancario y empresarial. Surgencentros de estudio y programas formativos de businessethics; se difunde en el mundo desarrollado el sistema decertificaciones éticas, siguiendo la línea del movimientode ideas nacido en torno a la responsabilidad social de laempresa. Los bancos proponen cuentas y fondos de in-versión llamados «éticos». Se desarrolla una «finanza éti-ca», sobre todo mediante el microcrédito y, más en gene-ral, la microfinanciación. Dichos procesos son aprecia-dos y merecen un amplio apoyo. Sus efectos positivosllegan incluso a las áreas menos desarrolladas de la tie-rra. Conviene, sin embargo, elaborar un criterio de dis-cernimiento válido, pues se nota un cierto abuso del adje-tivo «ético» que, usado de manera genérica, puede abar-car también contenidos completamente distintos, hasta elpunto de hacer pasar por éticas decisiones y opcionescontrarias a la justicia y al verdadero bien del hombre.

En efecto, mucho depende del sistema moral de refe-rencia. Sobre este aspecto, la doctrina social de la Iglesiaofrece una aportación específica, que se funda en la crea-ción del hombre «a imagen de Dios» (Gn 1,27), algo quecomporta la inviolable dignidad de la persona humana, asícomo el valor trascendente de las normas morales natu-rales. Una ética económica que prescinda de estos dospilares correría el peligro de perder inevitablemente su

propio significado y prestarse así a ser instrumentalizada;más concretamente, correría el riesgo de amoldarse a lossistemas económico-financieros existentes, en vez decorregir sus disfunciones. Además, podría acabar inclusojustificando la financiación de proyectos no éticos. Esnecesario, pues, no recurrir a la palabra «ética» de unamanera ideológicamente discriminatoria, dando a enten-der que no serían éticas las iniciativas no etiquetadas for-malmente con esa cualificación. Conviene esforzarse —la observación aquí es esencial— no sólo para que surjansectores o segmentos «éticos» de la economía o de lasfinanzas, sino para que toda la economía y las finanzassean éticas y lo sean no por una etiqueta externa, sinopor el respeto de exigencias intrínsecas de su propia na-turaleza. A este respecto, la doctrina social de la Iglesiahabla con claridad, recordando que la economía, en todassus ramas, es un sector de la actividad humana.[113]

46. Respecto al tema de la relación entre empresa yética, así como de la evolución que está teniendo el siste-ma productivo, parece que la distinción hasta ahora másdifundida entre empresas destinadas al beneficio (profit)y organizaciones sin ánimo de lucro (non profit) ya norefleja plenamente la realidad, ni es capaz de orientareficazmente el futuro. En estos últimos decenios, ha idosurgiendo una amplia zona intermedia entre los dos tiposde empresas. Esa zona intermedia está compuesta porempresas tradicionales que, sin embargo, suscriben pac-tos de ayuda a países atrasados; por fundaciones promo-vidas por empresas concretas; por grupos de empresasque tienen objetivos de utilidad social; por el amplio mun-do de agentes de la llamada economía civil y de comu-nión. No se trata sólo de un «tercer sector», sino de unanueva y amplia realidad compuesta, que implica al sectorprivado y público y que no excluye el beneficio, pero loconsidera instrumento para objetivos humanos y socia-les. Que estas empresas distribuyan más o menos losbeneficios, o que adopten una u otra configuración jurídi-ca prevista por la ley, es secundario respecto a su dispo-nibilidad para concebir la ganancia como un instrumentopara alcanzar objetivos de humanización del mercado yde la sociedad. Es de desear que estas nuevas formas deempresa encuentren en todos los países también un mar-co jurídico y fiscal adecuado. Así, sin restar importanciay utilidad económica y social a las formas tradicionalesde empresa, hacen evolucionar el sistema hacia una asun-ción más clara y plena de los deberes por parte de losagentes económicos. Y no sólo esto. La misma plurali-dad de las formas institucionales de empresa es loque promueve un mercado más cívico y al mismo tiem-po más competitivo.

47. La potenciación de los diversos tipos de empresasy, en particular, de los que son capaces de concebir elbeneficio como un instrumento para conseguir objetivosde humanización del mercado y de la sociedad, hay quellevarla a cabo incluso en países excluidos o marginadosde los circuitos de la economía global, donde es muy im-portante proceder con proyectos de subsidiaridad conve-nientemente diseñados y gestionados, que tiendan a pro-mover los derechos, pero previendo siempre que se asu-man también las correspondientes res-ponsabilidades. Enlas iniciativas para el desarrollo debe quedar a salvoel principio de la centralidad de la persona humana,que es quien debe asumirse en primer lugar el deber deldesarrollo. Lo que interesa principalmente es la mejorade las condiciones de vida de las personas concretas deuna cierta región, para que puedan satisfacer aquellos

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Bendedicto XVI – encíclica Caritas in veritatedeberes que la indigencia no les permite observar actual-mente. La preocupación nunca puede ser una actitudabstracta. Los programas de desarrollo, para poder adap-tarse a las situaciones concretas, han de ser flexibles; ylas personas que se beneficien deben implicarse directa-mente en su planificación y convertirse en protagonistasde su realización. También es necesario aplicar los crite-rios de progresión y acompañamiento —incluido el se-guimiento de los resultados—, porque no hay recetasuniversalmente válidas. Mucho depende de la gestiónconcreta de las intervenciones. «Constructores de su pro-pio desarrollo, los pueblos son los primeros responsablesde él. Pero no lo realizarán en el aislamiento».[114] Hoy,con la consolidación del proceso de progresiva integra-ción del planeta, esta exhortación de Pablo VI es másválida todavía. Las dinámicas de inclusión no tienen nadade mecánico. Las soluciones se han de ajustar a la vidade los pueblos y de las personas concretas, basándose enuna valoración prudencial de cada situación. Al lado delos macroproyectos son necesarios los microproyectos y,sobre todo, es necesaria la movilización efectiva de todoslos sujetos de la sociedad civil, tanto de las personas jurí-dicas como de las personas físicas.

La cooperación internacional necesita personas queparticipen en el proceso del desarrollo económico y hu-mano, mediante la solidaridad de la presencia, el acom-pañamiento, la formación y el respeto. Desde este puntode vista, los propios organismos internacionales deberíanpreguntarse sobre la eficacia real de sus aparatos buro-cráticos y administrativos, frecuentemente demasiadocostosos. A veces, el destinatario de las ayudas resultaútil para quien lo ayuda y, así, los pobres sirven para man-tener costosos organismos burocráticos, que destinan ala propia conservación un porcentaje demasiado elevadode esos recursos que deberían ser destinados al desarro-llo. A este respecto, cabría desear que los organismosinternacionales y las organizaciones no gubernamentalesse esforzaran por una transparencia total, informando alos donantes y a la opinión pública sobre la proporción delos fondos recibidos que se destina a programas de co-operación, sobre el verdadero contenido de dichos pro-gramas y, en fin, sobre la distribución de los gastos de lainstitución misma.

48. El tema del desarrollo está también muy unido hoya los deberes que nacen de la relación del hombre conel ambiente natural. Éste es un don de Dios para todos,y su uso representa para nosotros una responsabilidadpara con los pobres, las generaciones futuras y toda lahumanidad. Cuando se considera la naturaleza, y en pri-mer lugar al ser humano, fruto del azar o del determinismoevolutivo, disminuye el sentido de la responsabilidad enlas conciencias. El creyente reconoce en la naturaleza elmaravilloso resultado de la intervención creadora de Dios,que el hombre puede utilizar responsablemente para sa-tisfacer sus legítimas necesidades —materiales e inma-teriales— respetando el equilibrio inherente a la creaciónmisma. Si se desvanece esta visión, se acaba por consi-derar la naturaleza como un tabú intocable o, al contrario,por abusar de ella. Ambas posturas no son conformescon la visión cristiana de la naturaleza, fruto de la crea-ción de Dios.

La naturaleza es expresión de un proyecto de amory de verdad. Ella nos precede y nos ha sido dada porDios como ámbito de vida. Nos habla del Creador (cf.Rm 1,20) y de su amor a la humanidad. Está destinada aencontrar la «plenitud» en Cristo al final de los tiempos

(cf. Ef 1,9-10; Col 1,19-20). También ella, por tanto, esuna «vocación».[115] La naturaleza está a nuestra dis-posición no como un «montón de desechos esparcidos alazar»,[116] sino como un don del Creador que ha diseña-do sus estructuras intrínsecas para que el hombre descu-bra las orientaciones que se deben seguir para «guardar-la y cultivarla» (cf. Gn 2,15). Pero se ha de subrayar quees contrario al verdadero desarrollo considerar la natura-leza como más importante que la persona humana mis-ma. Esta postura conduce a actitudes neopaganas o denuevo panteísmo: la salvación del hombre no puede venirúnicamente de la naturaleza, entendida en sentido pura-mente naturalista. Por otra parte, también es necesariorefutar la posición contraria, que mira a su completatecnificación, porque el ambiente natural no es sólo ma-teria disponible a nuestro gusto, sino obra admirable delCreador y que lleva en sí una «gramática» que indicafinalidad y criterios para un uso inteligente, no instrumen-tal y arbitrario. Hoy, muchos perjuicios al desarrollo pro-vienen en realidad de estas maneras de pensardistorsionadas. Reducir completamente la naturaleza aun conjunto de simples datos fácticos acaba siendo fuen-te de violencia para con el ambiente, provocando ademásconductas que no respetan la naturaleza del hombre mis-mo. Ésta, en cuanto se compone no sólo de materia, sinotambién de espíritu, y por tanto rica de significados y fi-nes trascendentes, tiene un carácter normativo inclusopara la cultura. El hombre interpreta y modela el ambien-te natural mediante la cultura, la cual es orientada a suvez por la libertad responsable, atenta a los dictámenesde la ley moral. Por tanto, los proyectos para un desarro-llo humano integral no pueden ignorar a las generacionessucesivas, sino que han de caracterizarse por la solidari-dad y la justicia intergeneracional, teniendo en cuentamúltiples aspectos, como el ecológico, el jurídico, el eco-nómico, el político y el cultural.[117]

49. Hoy, las cuestiones relacionadas con el cuidado ysalvaguardia del ambiente han de tener debidamente encuenta los problemas energéticos. En efecto, el acapa-ramiento por parte de algunos estados, grupos de poder yempresas de recursos energéticos no renovables, es ungrave obstáculo para el desarrollo de los países pobres.Éstos no tienen medios económicos ni para acceder a lasfuentes energéticas no renovables ya existentes ni parafinanciar la búsqueda de fuentes nuevas y alternativas.La acumulación de recursos naturales, que en muchoscasos se encuentran precisamente en países pobres, causaexplotación y conflictos frecuentes entre las naciones yen su interior. Dichos conflictos se producen con frecuen-cia precisamente en el territorio de esos países, con gra-ves consecuencias de muertes, destrucción y mayor de-gradación aún. La comunidad internacional tiene el de-ber imprescindible de encontrar los modos institucionalespara ordenar el aprovechamiento de los recursos no re-novables, con la participación también de los países po-bres, y planificar así conjuntamente el futuro.

En este sentido, hay también una urgente necesidadmoral de una renovada solidaridad, especialmente enlas relaciones entre países en vías de desarrollo y paísesaltamente industrializados.[118] Las sociedades tecnoló-gicamente avanzadas pueden y deben disminuir el propiogasto energético, bien porque las actividades manufactu-reras evolucionan, bien porque entre sus ciudadanos sedifunde una mayor sensibilidad ecológica. Además, sedebe añadir que hoy se puede mejorar la eficacia ener-gética y al mismo tiempo progresar en la búsqueda de

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Bendedicto XVI – encíclica Caritas in veritateenergías alternativas. Pero es también necesaria unaredistribución planetaria de los recursos energéticos, demanera que también los países que no los tienen puedanacceder a ellos. Su destino no puede dejarse en manosdel primero que llega o depender de la lógica del másfuerte. Se trata de problemas relevantes que, para serafrontados de manera adecuada, requieren por parte detodos una responsable toma de conciencia de las conse-cuencias que afectarán a las nuevas generaciones, y so-bre todo a los numerosos jóvenes que viven en los pue-blos pobres, los cuales «reclaman tener su parte activaen la construcción de un mundo mejor».[119]

50. Esta responsabilidad es global, porque no concier-ne sólo a la energía, sino a toda la creación, para no de-jarla a las nuevas generaciones empobrecida en sus re-cursos. Es lícito que el hombre gobierne responsable-mente la naturaleza para custodiarla, hacerla producti-va y cultivarla también con métodos nuevos y tecnolo-gías avanzadas, de modo que pueda acoger y alimentardignamente a la población que la habita. En nuestra tierrahay lugar para todos: en ella toda la familia humana debeencontrar los recursos necesarios para vivir dignamente,con la ayuda de la naturaleza misma, don de Dios a sushijos, con el tesón del propio trabajo y de la propia inven-tiva. Pero debemos considerar un deber muy grave eldejar la tierra a las nuevas generaciones en un estado enel que puedan habitarla dignamente y seguir cultivándola.Eso comporta «el compromiso de decidir juntos despuésde haber ponderado responsablemente la vía a seguir, conel objetivo de fortalecer esa alianza entre ser humano ymedio ambiente que ha de ser reflejo del amor creadorde Dios, del cual procedemos y hacia el cual camina-mos».[120] Es de desear que la comunidad internacionaly cada gobierno sepan contrarrestar eficazmente losmodos de utilizar el ambiente que le sean nocivos. Y tam-bién las autoridades competentes han de hacer los es-fuerzos necesarios para que los costes económicos y so-ciales que se derivan del uso de los recursos ambientalescomunes se reconozcan de manera transparente y seansufragados totalmente por aquellos que se benefician, yno por otros o por las futuras generaciones. La protec-ción del entorno, de los recursos y del clima requiere quetodos los responsables internacionales actúen conjunta-mente y demuestren prontitud para obrar de buena fe, enel respeto de la ley y la solidaridad con las regiones másdébiles del planeta.[121] Una de las mayores tareas de laeconomía es precisamente el uso más eficaz de los re-cursos, no el abuso, teniendo siempre presente que elconcepto de eficiencia no es axiológicamente neutral.

51. El modo en que el hombre trata el ambienteinfluye en la manera en que se trata a sí mismo, yviceversa. Esto exige que la sociedad actual revise se-riamente su estilo de vida que, en muchas partes del mundo,tiende al hedonismo y al consumismo, despreocupándosede los daños que de ello se derivan.[122] Es necesario uncambio efectivo de mentalidad que nos lleve a adoptarnuevos estilos de vida, «a tenor de los cuales la búsque-da de la verdad, de la belleza y del bien, así como la co-munión con los demás hombres para un crecimiento co-mún sean los elementos que determinen las opciones delconsumo, de los ahorros y de las inversiones».[123] Cual-quier menoscabo de la solidaridad y del civismo producedaños ambientales, así como la degradación ambiental, asu vez, provoca insatisfacción en las relaciones sociales.La naturaleza, especialmente en nuestra época, está tanintegrada en la dinámica social y culturales que práctica-

mente ya no constituye una variable independiente. Ladesertización y el empobrecimiento productivo de algu-nas áreas agrícolas son también fruto del empobrecimientode sus habitantes y de su atraso. Cuando se promueve eldesarrollo económico y cultural de estas poblaciones, setutela también la naturaleza. Además, muchos recursosnaturales quedan devastados con las guerras. La paz delos pueblos y entre los pueblos permitiría también unamayor salvaguardia de la naturaleza. El acaparamientode los recursos, especialmente del agua, puede provocargraves conflictos entre las poblaciones afectadas. Unacuerdo pacífico sobre el uso de los recursos puede sal-vaguardar la naturaleza y, al mismo tiempo, el bienestarde las sociedades interesadas.

La Iglesia tiene una responsabilidad respecto a lacreación y la debe hacer valer en público. Y, al hacerlo,no sólo debe defender la tierra, el agua y el aire comodones de la creación que pertenecen a todos. Debe pro-teger sobre todo al hombre contra la destrucción de símismo. Es necesario que exista una especie de ecologíadel hombre bien entendida. En efecto, la degradación dela naturaleza está estrechamente unida a la cultura quemodela la convivencia humana: cuando se respeta la«ecología humana»[124] en la sociedad, también laecología ambiental se beneficia. Así como las virtudeshumanas están interrelacionadas, de modo que el debili-tamiento de una pone en peligro también a las otras, asítambién el sistema ecológico se apoya en un proyectoque abarca tanto la sana convivencia social como la bue-na relación con la naturaleza.

Para salvaguardar la naturaleza no basta intervenir conincentivos o desincentivos económicos, y ni siquiera bas-ta con una instrucción adecuada. Éstos son instrumentosimportantes, pero el problema decisivo es la capaci-dad moral global de la sociedad. Si no se respeta elderecho a la vida y a la muerte natural, si se hace artifi-cial la concepción, la gestación y el nacimiento del hom-bre, si se sacrifican embriones humanos a la investiga-ción, la conciencia común acaba perdiendo el conceptode ecología humana y con ello de la ecología ambiental.Es una contradicción pedir a las nuevas generaciones elrespeto al ambiente natural, cuando la educación y lasleyes no las ayudan a respetarse a sí mismas. El libro dela naturaleza es uno e indivisible, tanto en lo que concier-ne a la vida, la sexualidad, el matrimonio, la familia, lasrelaciones sociales, en una palabra, el desarrollo humanointegral. Los deberes que tenemos con el ambiente estánrelacionados con los que tenemos para con la personaconsiderada en sí misma y en su relación con los otros.No se pueden exigir unos y conculcar otros. Es una gra-ve antinomia de la mentalidad y de la praxis actual, queenvilece a la persona, trastorna el ambiente y daña a lasociedad.

52. La verdad, y el amor que ella desvela, no se pue-den producir, sólo se pueden acoger. Su última fuente noes, ni puede ser, el hombre, sino Dios, o sea Aquel que esVerdad y Amor. Este principio es muy importante para lasociedad y para el desarrollo, en cuanto que ni la Verdadni el Amor pueden ser sólo productos humanos; la voca-ción misma al desarrollo de las personas y de los pueblosno se fundamenta en una simple deliberación humana,sino que está inscrita en un plano que nos precede y quepara todos nosotros es un deber que ha de ser acogidolibremente. Lo que nos precede y constituye —el Amory la Verdad subsistentes— nos indica qué es el bien y enqué consiste nuestra felicidad. Nos señala así el cami-

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Bendedicto XVI – encíclica Caritas in veritateno hacia el verdadero desarrollo.

Capítulo VLa colaboración de la familia humana53. Una de las pobrezas más hondas que el hombre

puede experimentar es la soledad. Ciertamente, tambiénlas otras pobrezas, incluidas las materiales, nacen del ais-lamiento, del no ser amados o de la dificultad de amar.Con frecuencia, son provocadas por el rechazo del amorde Dios, por una tragedia original de cerrazón del hombreen sí mismo, pensando ser autosuficiente, o bien un merohecho insignificante y pasajero, un «extranjero» en ununiverso que se ha formado por casualidad. El hombreestá alienado cuando vive solo o se aleja de la realidad,cuando renuncia a pensar y creer en un Fundamento.[125]Toda la humanidad está alienada cuando se entrega aproyectos exclusivamente humanos, a ideologías y uto-pías falsas.[126] Hoy la humanidad aparece mucho másinteractiva que antes: esa mayor vecindad debe transfor-marse en verdadera comunión. El desarrollo de lospueblos depende sobre todo de que se reconozcancomo parte de una sola familia, que colabora con ver-dadera comunión y está integrada por seres que no vivensimplemente uno junto al otro.[127]

Pablo VI señalaba que «el mundo se encuentra en unlamentable vacío de ideas».[128] La afirmación contieneuna constatación, pero sobre todo una aspiración: es pre-ciso un nuevo impulso del pensamiento para comprendermejor lo que implica ser una familia; la interacción entrelos pueblos del planeta nos urge a dar ese impulso, paraque la integración se desarrolle bajo el signo de la solida-ridad [129] en vez del de la marginación. Dicho pensa-miento obliga a una profundización crítica y valorativade la categoría de la relación. Es un compromiso queno puede llevarse a cabo sólo con las ciencias sociales,dado que requiere la aportación de saberes como la me-tafísica y la teología, para captar con claridad la dignidadtrascendente del hombre.

La criatura humana, en cuanto de naturaleza espiritual,se realiza en las relaciones interpersonales. Cuanto máslas vive de manera auténtica, tanto más madura tambiénen la propia identidad personal. El hombre se valoriza noaislándose sino poniéndose en relación con los otros ycon Dios. Por tanto, la importancia de dichas relacioneses fundamental. Esto vale también para los pueblos.Consiguientemente, resulta muy útil para su desarrollouna visión metafísica de la relación entre las personas. Aeste respecto, la razón encuentra inspiración y orienta-ción en la revelación cristiana, según la cual la comuni-dad de los hombres no absorbe en sí a la persona anulan-do su autonomía, como ocurre en las diversas formas deltotalitarismo, sino que la valoriza más aún porque la rela-ción entre persona y comunidad es la de un todo haciaotro todo.[130] De la misma manera que la comunidadfamiliar no anula en su seno a las personas que la compo-nen, y la Iglesia misma valora plenamente la «criaturanueva» (Ga 6,15; 2 Co 5,17), que por el bautismo seinserta en su Cuerpo vivo, así también la unidad de lafamilia humana no anula de por sí a las personas, los pue-blos o las culturas, sino que los hace más transparenteslos unos con los otros, más unidos en su legítima diversi-dad.

54. El tema del desarrollo coincide con el de la inclu-sión relacional de todas las personas y de todos los pue-

blos en la única comunidad de la familia humana, que seconstruye en la solidaridad sobre la base de los valoresfundamentales de la justicia y la paz. Esta perspectiva seve iluminada de manera decisiva por la relación entre lasPersonas de la Trinidad en la única Sustancia divina. LaTrinidad es absoluta unidad, en cuanto las tres Personasdivinas son relacionalidad pura. La transparencia recí-proca entre las Personas divinas es plena y el vínculo deuna con otra total, porque constituyen una absoluta uni-dad y unicidad. Dios nos quiere también asociar a esarealidad de comunión: «para que sean uno, como noso-tros somos uno» (Jn 17,22). La Iglesia es signo e instru-mento de esta unidad.[131] También las relaciones entrelos hombres a lo largo de la historia se han beneficiado dela referencia a este Modelo divino. En particular, a la luzdel misterio revelado de la Trinidad, se comprende quela verdadera apertura no significa dispersión centrífuga,sino compenetración profunda. Esto se manifiesta tam-bién en las experiencias humanas comunes del amor y dela verdad. Como el amor sacramental une a los espososespiritualmente en «una sola carne» (Gn 2,24; Mt 19,5;Ef 5,31), y de dos que eran hace de ellos una unidadrelacional y real, de manera análoga la verdad une losespíritus entre sí y los hace pensar al unísono, atrayéndo-los y uniéndolos en ella.

55. La revelación cristiana sobre la unidad del génerohumano presupone una interpretación metafísica delhumanum, en la que la relacionalidad es elementoesencial. También otras culturas y otras religiones ense-ñan la fraternidad y la paz y, por tanto, son de gran impor-tancia para el desarrollo humano integral. Sin embargo,no faltan actitudes religiosas y culturales en las que no seasume plenamente el principio del amor y de la verdad,terminando así por frenar el verdadero desarrollo huma-no e incluso por impedirlo. El mundo de hoy está siendoatravesado por algunas culturas de trasfondo religioso,que no llevan al hombre a la comunión, sino que lo aíslanen la búsqueda del bienestar individual, limitándose a gra-tificar las expectativas psicológicas. También una ciertaproliferación de itinerarios religiosos de pequeños gru-pos, e incluso de personas individuales, así como elsincretismo religioso, pueden ser factores de dispersión yde falta de compromiso. Un posible efecto negativo delproceso de globalización es la tendencia a favorecer di-cho sincretismo,[132] alimentando formas de «religión»que alejan a las personas unas de otras, en vez de hacerque se encuentren, y las apartan de la realidad. Al mismotiempo, persisten a veces parcelas culturales y religiosasque encasillan la sociedad en castas sociales estáticas,en creencias mágicas que no respetan la dignidad de lapersona, en actitudes de sumisión a fuerzas ocultas. Enesos contextos, el amor y la verdad encuentran dificultadpara afianzarse, perjudicando el auténtico desarrollo.

Por este motivo, aunque es verdad que, por un lado, eldesarrollo necesita de las religiones y de las culturas delos diversos pueblos, por otro lado, sigue siendo verdadtambién que es necesario un adecuado discernimiento.La libertad religiosa no significa indiferentismo religiosoy no comporta que todas las religiones sean iguales.[133]El discernimiento sobre la contribución de las culturas yde las religiones es necesario para la construcción de lacomunidad social en el respeto del bien común, sobre todopara quien ejerce el poder político. Dicho discernimientodeberá basarse en el criterio de la caridad y de la verdad.Puesto que está en juego el desarrollo de las personas yde los pueblos, tendrá en cuenta la posibilidad de emanci-

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Bendedicto XVI – encíclica Caritas in veritatepación y de inclusión en la óptica de una comunidad hu-mana verdaderamente universal. El criterio para evaluarlas culturas y las religiones es también «todo el hombre ytodos los hombres». El cristianismo, religión del «Diosque tiene un rostro humano»,[134] lleva en sí mismo uncriterio similar.

56. La religión cristiana y las otras religiones puedencontribuir al desarrollo solamente si Dios tiene un lu-gar en la esfera pública, con específica referencia a ladimensión cultural, social, económica y, en particular, po-lítica. La doctrina social de la Iglesia ha nacido para rei-vindicar esa «carta de ciudadanía» [135] de la religióncristiana. La negación del derecho a profesar pública-mente la propia religión y a trabajar para que las verda-des de la fe inspiren también la vida pública, tiene conse-cuencias negativas sobre el verdadero desarrollo. La ex-clusión de la religión del ámbito público, así como, elfundamentalismo religioso por otro lado, impiden el en-cuentro entre las personas y su colaboración para el pro-greso de la humanidad. La vida pública se empobrece demotivaciones y la política adquiere un aspecto opresor yagresivo. Se corre el riesgo de que no se respeten losderechos humanos, bien porque se les priva de su funda-mento trascendente, bien porque no se reconoce la liber-tad personal. En el laicismo y en el fundamentalismo sepierde la posibilidad de un diálogo fecundo y de una pro-vechosa colaboración entre la razón y la fe religiosa. Larazón necesita siempre ser purificada por la fe, y estovale también para la razón política, que no debe creerseomnipotente. A su vez, la religión tiene siempre necesi-dad de ser purificada por la razón para mostrar suauténtico rostro humano. La ruptura de este diálogo com-porta un coste muy gravoso para el desarrollo de la hu-manidad.

57. El diálogo fecundo entre fe y razón hace más efi-caz el ejercicio de la caridad en el ámbito social y es elmarco más apropiado para promover la colaboraciónfraterna entre creyentes y no creyentes, en la perspec-tiva compartida de trabajar por la justicia y la paz de lahumanidad. Los Padres conciliares afirmaban en la Cons-titución pastoral Gaudium et spes: «Según la opinión casiunánime de creyentes y no creyentes, todo lo que existeen la tierra debe ordenarse al hombre como su centro ysu culminación».[136] Para los creyentes, el mundo noes fruto de la casualidad ni de la necesidad, sino de unproyecto de Dios. De ahí nace el deber de los creyentesde aunar sus esfuerzos con todos los hombres y mujeresde buena voluntad de otras religiones, o no creyentes,para que nuestro mundo responda efectivamente al pro-yecto divino: vivir como una familia, bajo la mirada delCreador. Sin duda, el principio de subsidiaridad,[137]expresión de la inalienable libertad humana. Lasubsidiaridad es ante todo una ayuda a la persona, a tra-vés de la autonomía de los cuerpos intermedios. Dichaayuda se ofrece cuando la persona y los sujetos socialesno son capaces de valerse por sí mismos, implicando siem-pre una finalidad emancipadora, porque favorece la li-bertad y la participación a la hora de asumir responsabi-lidades. La subsidiaridad respeta la dignidad de la perso-na, en la que ve un sujeto siempre capaz de dar algo a losotros. La subsidiaridad, al reconocer que la reciprocidadforma parte de la constitución íntima del ser humano, esel antídoto más eficaz contra cualquier forma deasistencialismo paternalista. Ella puede dar razón tantode la múltiple articulación de los niveles y, por ello, de lapluralidad de los sujetos, como de su coordinación. Por

tanto, es un principio particularmente adecuado para go-bernar la globalización y orientarla hacia un verdaderodesarrollo humano. Para no abrir la puerta a un peligrosopoder universal de tipo monocrático, el gobierno de laglobalización debe ser de tipo subsidiario, articuladoen múltiples niveles y planos diversos, que colaboren re-cíprocamente. La globalización necesita ciertamente unaautoridad, en cuanto plantea el problema de la consecu-ción de un bien común global; sin embargo, dicha autori-dad deberá estar organizada de modo subsidiario y condivisión de poderes,[138] tanto para no herir la libertadcomo para resultar concretamente eficaz.

58. El principio de subsidiaridad debe mantenerseíntimamente unido al principio de la solidaridad yviceversa, porque así como la subsidiaridad sin la solida-ridad desemboca en el particularismo social, también escierto que la solidaridad sin la subsidiaridad acabaría enel asistencialismo que humilla al necesitado. Esta reglade carácter general se ha de tener muy en cuenta inclusocuando se afrontan los temas sobre las ayudas interna-cionales al desarrollo. Éstas, por encima de las inten-ciones de los donantes, pueden mantener a veces a unpueblo en un estado de dependencia, e incluso favorecersituaciones de dominio local y de explotación en el paísque las recibe. Las ayudas económicas, para que lo seande verdad, no deben perseguir otros fines. Han de serconcedidas implicando no sólo a los gobiernos de los paí-ses interesados, sino también a los agentes económicoslocales y a los agentes culturales de la sociedad civil, in-cluidas las Iglesias locales. Los programas de ayuda hande adaptarse cada vez más a la forma de los programasintegrados y compartidos desde la base. En efecto, siguesiendo verdad que el recurso humano es más valioso delos países en vías de desarrollo: éste es el auténtico capi-tal que se ha de potenciar para asegurar a los países máspobres un futuro verdaderamente autónomo. Convienerecordar también que, en el campo económico, la ayudaprincipal que necesitan los países en vías de desarrollo espermitir y favorecer cada vez más el ingreso de sus pro-ductos en los mercados internacionales, posibilitando asísu plena participación en la vida económica internacio-nal. En el pasado, las ayudas han servido con demasiadafrecuencia sólo para crear mercados marginales de losproductos de esos países. Esto se debe muchas veces auna falta de verdadera demanda de estos productos: portanto, es necesario ayudar a esos países a mejorar susproductos y a adaptarlos mejor a la demanda. Además,algunos han temido con frecuencia la competencia de lasimportaciones de productos, normalmente agrícolas, pro-venientes de los países económicamente pobres. Sinembargo, se ha de recordar que la posibilidad de comer-cializar dichos productos significa a menudo garantizarsu supervivencia a corto o largo plazo. Un comercio in-ternacional justo y equilibrado en el campo agrícola pue-de reportar beneficios a todos, tanto en la oferta como enla demanda. Por este motivo, no sólo es necesario orien-tar comercialmente esos productos, sino establecer re-glas comerciales internacionales que los sostengan, y re-forzar la financiación del desarrollo para hacer más pro-ductivas esas economías.

59. La cooperación para el desarrollo no debe con-templar solamente la dimensión económica; ha de ser unagran ocasión para el encuentro cultural y humano. Silos sujetos de la cooperación de los países económica-mente desarrollados, como a veces sucede, no tienen encuenta la identidad cultural propia y ajena, con sus valo-

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Bendedicto XVI – encíclica Caritas in veritateres humanos, no podrán entablar diálogo alguno con losciudadanos de los países pobres. Si éstos, a su vez, seabren con indiferencia y sin discernimiento a cualquierpropuesta cultural, no estarán en condiciones de asumirla responsabilidad de su auténtico desarrollo.[139] Lassociedades tecnológicamente avanzadas no deben con-fundir el propio desarrollo tecnológico con una presuntasuperioridad cultural, sino que deben redescubrir en símismas virtudes a veces olvidadas, que las han hechoflorecer a lo largo de su historia. Las sociedades en cre-cimiento deben permanecer fieles a lo que hay de verda-deramente humano en sus tradiciones, evitando que su-perpongan automáticamente a ellas las formas de la civi-lización tecnológica globalizada. En todas las culturas sedan singulares y múltiples convergencias éticas, expre-siones de una misma naturaleza humana, querida por elCreador, y que la sabiduría ética de la humanidad llamaley natural.[140] Dicha ley moral universal es fundamen-to sólido de todo diálogo cultural, religioso y político, ayu-dando al pluralismo multiforme de las diversas culturas aque no se alejen de la búsqueda común de la verdad, delbien y de Dios. Por tanto, la adhesión a esa ley escrita enlos corazones es la base de toda colaboración social cons-tructiva. En todas las culturas hay costras que limpiar ysombras que despejar. La fe cristiana, que se encarna enlas culturas trascendiéndolas, puede ayudarlas a creceren la convivencia y en la solidaridad universal, en benefi-cio del desarrollo comunitario y planetario.

60. En la búsqueda de soluciones para la crisis econó-mica actual, la ayuda al desarrollo de los países po-bres debe considerarse un verdadero instrumento decreación de riqueza para todos. ¿Qué proyecto deayuda puede prometer un crecimiento de tan significati-vo valor —incluso para la economía mundial— como laayuda a poblaciones que se encuentran todavía en unafase inicial o poco avanzada de su proceso de desarrolloeconómico? En esta perspectiva, los estados económica-mente más desarrollados harán lo posible por destinarmayores porcentajes de su producto interior bruto paraayudas al desarrollo, respetando los compromisos que sehan tomado sobre este punto en el ámbito de la comuni-dad internacional. Lo podrán hacer también revisando suspolíticas internas de asistencia y de solidaridad social,aplicando a ellas el principio de subsidiaridad y creandosistemas de seguridad social más integrados, con la par-ticipación activa de las personas y de la sociedad civil.De esta manera, es posible también mejorar los serviciossociales y asistenciales y, al mismo tiempo, ahorrar re-cursos, eliminando derroches y rentas abusivas, para des-tinarlos a la solidaridad internacional. Un sistema de soli-daridad social más participativo y orgánico, menos buro-cratizado pero no por ello menos coordinado, podríarevitalizar muchas energías hoy adormecidas en favortambién de la solidaridad entre los pueblos.

Una posibilidad de ayuda para el desarrollo podría ve-nir de la aplicación eficaz de la llamada subsidiaridad fis-cal, que permitiría a los ciudadanos decidir sobre el desti-no de los porcentajes de los impuestos que pagan al Esta-do. Esto puede ayudar, evitando degeneracionesparticularistas, a fomentar formas de solidaridad socialdesde la base, con obvios beneficios también desde elpunto de vista de la solidaridad para el desarrollo.

61. Una solidaridad más amplia a nivel internacional semanifiesta ante todo en seguir promoviendo, también encondiciones de crisis económica, un mayor acceso a laeducación que, por otro lado, es una condición esencial

para la eficacia de la cooperación internacional misma.Con el término «educación» no nos referimos sólo a lainstrucción o a la formación para el trabajo, que son doscausas importantes para el desarrollo, sino a la forma-ción completa de la persona. A este respecto, se ha desubrayar un aspecto problemático: para educar es preci-so saber quién es la persona humana, conocer su natura-leza. Al afianzarse una visión relativista de dicha natura-leza plantea serios problemas a la educación, sobre todoa la educación moral, comprometiendo su difusión uni-versal. Cediendo a este relativismo, todos se empobre-cen más, con consecuencias negativas también para laeficacia de la ayuda a las poblaciones más necesitadas, alas que no faltan sólo recursos económicos o técnicos,sino también modos y medios pedagógicos que ayuden alas personas a lograr su plena realización humana.

Un ejemplo de la importancia de este problema lo tene-mos en el fenómeno del turismo internacional,[141]que puede ser un notable factor de desarrollo económicoy crecimiento cultural, pero que en ocasiones puede trans-formarse en una forma de explotación y degradaciónmoral. La situación actual ofrece oportunidades singula-res para que los aspectos económicos del desarrollo, esdecir, los flujos de dinero y la aparición de experienciasempresariales locales significativas, se combinen con losculturales, y en primer lugar el educativo. En muchos casoses así, pero en muchos otros el turismo internacional esuna experiencia deseducativa, tanto para el turista comopara las poblaciones locales. Con frecuencia, éstas seencuentran con conductas inmorales, y hasta perversas,como en el caso del llamado turismo sexual, al que sesacrifican tantos seres humanos, incluso de tierna edad.Es doloroso constatar que esto ocurre muchas veces conel respaldo de gobiernos locales, con el silencio de aque-llos otros de donde proceden los turistas y con la compli-cidad de tantos operadores del sector. Aún sin llegar aese extremo, el turismo internacional se plantea con fre-cuencia de manera consumista y hedonista, como unaevasión y con modos de organización típicos de los paí-ses de origen, de forma que no se favorece un verdaderoencuentro entre personas y culturas. Hay que pensar,pues, en un turismo distinto, capaz de promover un ver-dadero conocimiento recíproco, que nada quite al des-canso y a la sana diversión: hay que fomentar un turismoasí, también a través de una relación más estrecha conlas experiencias de cooperación internacional y de inicia-tivas empresariales para el desarrollo.

62. Otro aspecto digno de atención, hablando del desa-rrollo humano integral, es el fenómeno de las migracio-nes. Es un fenómeno que impresiona por sus grandesdimensiones, por los problemas sociales, económicos,políticos, culturales y religiosos que suscita, y por los dra-máticos desafíos que plantea a las comunidades naciona-les y a la comunidad internacional. Podemos decir queestamos ante un fenómeno social de que marca época,que requiere una fuerte y clarividente política de coope-ración internacional para afrontarlo debidamente. Estapolítica hay que desarrollarla partiendo de una estrechacolaboración entre los países de procedencia y de desti-no de los emigrantes; ha de ir acompañada de adecuadasnormativas internacionales capaces de armonizar los di-versos ordenamientos legislativos, con vistas a salvaguar-dar las exigencias y los derechos de las personas y de lasfamilias emigrantes, así como las de las sociedades dedestino. Ningún país por sí solo puede ser capaz de hacerfrente a los problemas migratorios actuales. Todos pode-

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Bendedicto XVI – encíclica Caritas in veritatemos ver el sufrimiento, el disgusto y las aspiraciones queconllevan los flujos migratorios. Como es sabido, es unfenómeno complejo de gestionar; sin embargo, está com-probado que los trabajadores extranjeros, no obstante lasdificultades inherentes a su integración, contribuyen demanera significativa con su trabajo al desarrollo econó-mico del país que los acoge, así como a su país de origena través de las remesas de dinero. Obviamente, estostrabajadores no pueden ser considerados como una mer-cancía o una mera fuerza laboral. Por tanto no deben sertratados como cualquier otro factor de producción. Todoemigrante es una persona humana que, en cuanto tal,posee derechos fundamentales inalienables que han deser respetados por todos y en cualquier situación.[142]

63. Al considerar los problemas del desarrollo, se hade resaltar relación entre pobreza y desocupación. Lospobres son en muchos casos el resultado de la violaciónde la dignidad del trabajo humano, bien porque selimitan sus posibilidades (desocupación, subocupación),bien porque se devalúan «los derechos que fluyen delmismo, especialmente el derecho al justo salario, a la se-guridad de la persona del trabajador y de su familia».[143]Por esto, ya el 1 de mayo de 2000, mi predecesor JuanPablo II, de venerada memoria, con ocasión del Jubileode los Trabajadores, lanzó un llamamiento para «una coa-lición mundial a favor del trabajo decente»,[144] alentan-do la estrategia de la Organización Internacional del Tra-bajo. De esta manera, daba un fuerte apoyo moral a esteobjetivo, como aspiración de las familias en todos los paí-ses del mundo. Pero ¿qué significa la palabra «decencia»aplicada al trabajo? Significa un trabajo que, en cualquiersociedad, sea expresión de la dignidad esencial de todohombre o mujer: un trabajo libremente elegido, que aso-cie efectivamente a los trabajadores, hombres y mujeres,al desarrollo de su comunidad; un trabajo que, de estemodo, haga que los trabajadores sean respetados, evitan-do toda discriminación; un trabajo que permita satisfacerlas necesidades de las familias y escolarizar a los hijossin que se vean obligados a trabajar; un trabajo que con-sienta a los trabajadores organizarse libremente y haceroír su voz; un trabajo que deje espacio para reencontrarseadecuadamente con las propias raíces en el ámbito per-sonal, familiar y espiritual; un trabajo que asegure unacondición digna a los trabajadores que llegan a la jubila-ción.

64. En la reflexión sobre el tema del trabajo, es oportu-no hacer un llamamiento a las organizaciones sindica-les de los trabajadores, desde siempre alentadas y sos-tenidas por la Iglesia, ante la urgente exigencia de abrirsea las nuevas perspectivas que surgen en el ámbito labo-ral. Las organizaciones sindicales están llamadas a ha-cerse cargo de los nuevos problemas de nuestra socie-dad, superando las limitaciones propias de los sindicatosde clase. Me refiero, por ejemplo, a ese conjunto de cues-tiones que los estudiosos de las ciencias sociales señalanen el conflicto entre persona-trabajadora y persona-con-sumidora. Sin que sea necesario adoptar la tesis de quese ha efectuado un desplazamiento de la centralidad deltrabajador a la centralidad del consumidor, parece en cual-quier caso que éste es también un terreno para experien-cias sindicales innovadoras. El contexto global en el quese desarrolla el trabajo requiere igualmente que las orga-nizaciones sindicales nacionales, ceñidas sobre todo a ladefensa de los intereses de sus afiliados, vuelvan su mi-rada también hacia los no afiliados y, en particular, hacialos trabajadores de los países en vía de desarrollo, donde

tantas veces se violan los derechos sociales. La defensade estos trabajadores, promovida también mediante ini-ciativas apropiadas en favor de los países de origen, per-mitirá a las organizaciones sindicales poner de relieve lasauténticas razones éticas y culturales que las han con-sentido ser, en contextos sociales y laborales diversos, unfactor decisivo para el desarrollo. Sigue siendo válida latradicional enseñanza de la Iglesia, que propone la distin-ción de papeles y funciones entre sindicato y política. Estadistinción permitirá a las organizaciones sindicales encon-trar en la sociedad civil el ámbito más adecuado para sunecesaria actuación en defensa y promoción del mundodel trabajo, sobre todo en favor de los trabajadores ex-plotados y no representados, cuya amarga condición pasadesapercibida tantas veces ante los ojos distraídos de lasociedad.

65. Además, se requiere que las finanzas mismas,que han de renovar necesariamente sus estructuras ymodos de funcionamiento tras su mala utilización, que hadañado la economía real, vuelvan a ser un instrumentoencaminado a producir mejor riqueza y desarrollo.Toda la economía y todas las finanzas, y no sólo algunosde sus sectores, en cuanto instrumentos, deben ser utili-zados de manera ética para crear las condiciones ade-cuadas para el desarrollo del hombre y de los pueblos. Esciertamente útil, y en algunas circunstancias indispensa-ble, promover iniciativas financieras en las que predomi-ne la dimensión humanitaria. Sin embargo, esto no debehacernos olvidar que todo el sistema financiero ha de te-ner como meta el sostenimiento de un verdadero desa-rrollo. Sobre todo, es preciso que el intento de hacer elbien no se contraponga al de la capacidad efectiva deproducir bienes. Los agentes financieros han de redes-cubrir el fundamento ético de su actividad para no abusarde aquellos instrumentos sofisticados con los que se po-dría traicionar a los ahorradores. Recta intención, trans-parencia y búsqueda de los buenos resultados son com-patibles y nunca se deben separar. Si el amor es inteli-gente, sabe encontrar también los modos de actuar se-gún una conveniencia previsible y justa, como muestrande manera significativa muchas experiencias en el cam-po del crédito cooperativo.

Tanto una regulación del sector capaz de salvaguardara los sujetos más débiles e impedir escandalosas especu-laciones, cuanto la experimentación de nuevas formas definanzas destinadas a favorecer proyectos de desarrollo,son experiencias positivas que se han de profundizar yalentar, reclamando la propia responsabilidad del aho-rrador. También la experiencia de la microfinan-ciación, que hunde sus raíces en la reflexión y en la ac-tuación de los humanistas civiles —pienso sobre todo enel origen de los Montes de Piedad—, ha de ser reforzaday actualizada, sobre todo en los momentos en que losproblemas financieros pueden resultar dramáticos paralos sectores más vulnerables de la población, que debenser protegidos de la amenaza de la usura y la desespera-ción. Los más débiles deben ser educados para defen-derse de la usura, así como los pueblos pobres han de sereducados para beneficiarse realmente del microcrédito,frenando de este modo posibles formas de explotaciónen estos dos campos. Puesto que también en los paísesricos se dan nuevas formas de pobreza, la microfi-nanciación puede ofrecer ayudas concretas para creariniciativas y sectores nuevos que favorezcan a las capasmás débiles de la sociedad, también ante una posible fasede empobrecimiento de la sociedad.

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Bendedicto XVI – encíclica Caritas in veritate66. La interrelación mundial ha hecho surgir un nuevo

poder político, el de los consumidores y sus asociacio-nes. Es un fenómeno en el que se debe profundizar, puescontiene elementos positivos que hay que fomentar, comotambién excesos que se han de evitar. Es bueno que laspersonas se den cuenta de que comprar es siempre unacto moral, y no sólo económico. El consumidor tieneuna responsabilidad social específica, que se añade ala responsabilidad social de la empresa. Los consumido-res deben ser constantemente educados [145] para elpapel que ejercen diariamente y que pueden desempeñarrespetando los principios morales, sin que disminuya laracionalidad económica intrínseca en el acto de comprar.También en el campo de las compras, precisamente enmomentos como los que se están viviendo, en los que elpoder adquisitivo puede verse reducido y se deberá con-sumir con mayor sobriedad, es necesario abrir otras víascomo, por ejemplo, formas de cooperación para las ad-quisiciones, como ocurre con las cooperativas de consu-mo, que existen desde el s. XIX, gracias también a lainiciativa de los católicos. Además, es conveniente favo-recer formas nuevas de comercialización de productosprovenientes de áreas deprimidas del planeta para ga-rantizar una retribución decente a los productores, a con-dición de que se trate de un mercado transparente, quelos productores reciban no sólo mayores márgenes deganancia sino también mayor formación, profesionalidady tecnología y, finalmente, que dichas experiencias deeconomía para el desarrollo no estén condicionadas porvisiones ideológicas partidistas. Es de desear un papelmás incisivo de los consumidores como factor de demo-cracia económica, siempre que ellos mismos no esténmanipulados por asociaciones escasamente representa-tivas.

67. Ante el imparable aumento de la interdependenciamundial, y también en presencia de una recesión de al-cance global, se siente mucho la urgencia de la reformatanto de la Organización de las Naciones Unidas comode la arquitectura económica y financiera internacio-nal, para que se dé una concreción real al concepto defamilia de naciones. Y se siente la urgencia de encontrarformas innovadoras para poner en práctica el principiode la responsabilidad de proteger [146] y dar tambiénuna voz eficaz en las decisiones comunes a las nacionesmás pobres. Esto aparece necesario precisamente convistas a un ordenamiento político, jurídico y económicoque incremente y oriente la colaboración internacionalhacia el desarrollo solidario de todos los pueblos. Paragobernar la economía mundial, para sanear las econo-mías afectadas por la crisis, para prevenir su empeora-miento y mayores desequilibrios consiguientes, para lo-grar un oportuno desarme integral, la seguridad alimenti-cia y la paz, para garantizar la salvaguardia del ambientey regular los flujos migratorios, urge la presencia de unaverdadera Autoridad política mundial, como fue yaesbozada por mi Predecesor, el Beato Juan XXIII. EstaAutoridad deberá estar regulada por el derecho, atener-se de manera concreta a los principios de subsidiaridad yde solidaridad, estar ordenada a la realización del biencomún,[147] comprometerse en la realización de unauténtico desarrollo humano integral inspirado en losvalores de la caridad en la verdad. Dicha Autoridad,además, deberá estar reconocida por todos, gozar de po-der efectivo para garantizar a cada uno la seguridad, elcumplimiento de la justicia y el respeto de los dere-chos.[148] Obviamente, debe tener la facultad de hacer

respetar sus propias decisiones a las diversas partes, asícomo las medidas de coordinación adoptadas en los dife-rentes foros internacionales. En efecto, cuando esto fal-ta, el derecho internacional, no obstante los grandes pro-gresos alcanzados en los diversos campos, correría el ries-go de estar condicionado por los equilibrios de poder en-tre los más fuertes. El desarrollo integral de los pueblos yla colaboración internacional exigen el establecimiento deun grado superior de ordenamiento internacional de tiposubsidiario para el gobierno de la globalización[149], quese lleve a cabo finalmente un orden social conforme alorden moral, así como esa relación entre esfera moral ysocial, entre política y mundo económico y civil, ya pre-visto en el Estatuto de las Naciones Unidas.

Capítulo VIEl desarrollo de los pueblos y la técnica68. El tema del desarrollo de los pueblos está íntima-

mente unido al del desarrollo de cada hombre. La perso-na humana tiende por naturaleza a su propio desarrollo.Éste no está garantizado por una serie de mecanismosnaturales, sino que cada uno de nosotros es conscientede su capacidad de decidir libre y responsablemente.Tampoco se trata de un desarrollo a merced de nuestrocapricho, ya que todos sabemos que somos un don y noel resultado de una autogeneración. Nuestra libertad estáoriginariamente caracterizada por nuestro ser, con suspropias limitaciones. Ninguno da forma a la propia con-ciencia de manera arbitraria, sino que todos construyensu propio «yo» sobre la base de un «sí mismo» que nos hasido dado. No sólo las demás personas se nos presentancomo no disponibles, sino también nosotros para nosotrosmismos. El desarrollo de la persona se degrada cuan-do ésta pretende ser la única creadora de sí misma.De modo análogo, también el desarrollo de los pueblos sedegrada cuando la humanidad piensa que puede recrear-se utilizando los «prodigios» de la tecnología. Lo mismoocurre con el desarrollo económico, que se manifiestaficticio y dañino cuando se apoya en los «prodigios» delas finanzas para sostener un crecimiento antinatural yconsumista. Ante esta pretensión prometeica, hemos defortalecer el aprecio por una libertad no arbitraria, sinoverdaderamente humanizada por el reconocimiento delbien que la precede. Para alcanzar este objetivo, es ne-cesario que el hombre entre en sí mismo para descubrirlas normas fundamentales de la ley moral natural queDios ha inscrito en su corazón.

69. El problema del desarrollo en la actualidad estáestrechamente unido al progreso tecnológico y a susaplicaciones deslumbrantes en campo biológico. La téc-nica — conviene subrayarlo — es un hecho profunda-mente humano, vinculado a la autonomía y libertad delhombre. En la técnica se manifiesta y confirma el domi-nio del espíritu sobre la materia. «Siendo éste [el espíritu]«menos esclavo de las cosas, puede más fácilmente ele-varse a la adoración y a la contemplación del Crea-dor»».[150] La técnica permite dominar la materia, redu-cir los riesgos, ahorrar esfuerzos, mejorar las condicio-nes de vida. Responde a la misma vocación del trabajohumano: en la técnica, vista como una obra del propiotalento, el hombre se reconoce a sí mismo y realiza supropia humanidad. La técnica es el aspecto objetivo delactuar humano,[151] cuyo origen y razón de ser está enel elemento subjetivo: el hombre que trabaja. Por eso, latécnica nunca es sólo técnica. Manifiesta quién es el hom-

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Bendedicto XVI – encíclica Caritas in veritatebre y cuáles son sus aspiraciones de desarrollo, expresala tensión del ánimo humano hacia la superación gradualde ciertos condicionamientos materiales. La técnica, porlo tanto, se inserta en el mandato de cultivar y custo-diar la tierra (cf. Gn 2,15), que Dios ha confiado alhombre, y se orienta a reforzar esa alianza entre ser hu-mano y medio ambiente que debe reflejar el amor crea-dor de Dios.

70. El desarrollo tecnológico puede alentar la idea dela autosuficiencia de la técnica, cuando el hombre se pre-gunta sólo por el cómo, en vez de considerar los porquésque lo impulsan a actuar. Por eso, la técnica tiene unrostro ambiguo. Nacida de la creatividad humana comoinstrumento de la libertad de la persona, puede entender-se como elemento de una libertad absoluta, que deseaprescindir de los límites inherentes a las cosas. El proce-so de globalización podría sustituir las ideologías por latécnica,[152] transformándose ella misma en un poderideológico, que expondría a la humanidad al riesgo deencontrarse encerrada dentro de un a priori del cual nopodría salir para encontrar el ser y la verdad. En esecaso, cada uno de nosotros conocería, evaluaría y decidi-ría los aspectos de su vida desde un horizonte culturaltecnocrático, al que perteneceríamos estructuralmente,sin poder encontrar jamás un sentido que no sea produci-do por nosotros mismos. Esta visión refuerza mucho hoyla mentalidad tecnicista, que hace coincidir la verdad conlo factible. Pero cuando el único criterio de verdad es laeficiencia y la utilidad, se niega automáticamente el de-sarrollo. En efecto, el verdadero desarrollo no consisteprincipalmente en hacer. La clave del desarrollo está enuna inteligencia capaz de entender la técnica y de captarel significado plenamente humano del quehacer del hom-bre, según el horizonte de sentido de la persona conside-rada en la globalidad de su ser. Incluso cuando el hombreopera a través de un satélite o de un impulso electrónicoa distancia, su actuar permanece siempre humano, ex-presión de una libertad responsable. La técnica atrae fuer-temente al hombre, porque lo rescata de las limitacionesfísicas y le amplía el horizonte. Pero la libertad humanaes ella misma sólo cuando responde a esta atracciónde la técnica con decisiones que son fruto de la res-ponsabilidad moral. De ahí la necesidad apremiante deuna formación para un uso ético y responsable de la téc-nica. Conscientes de esta atracción de la técnica sobre elser humano, se debe recuperar el verdadero sentido de lalibertad, que no consiste en la seducción de una autono-mía total, sino en la respuesta a la llamada del ser, co-menzando por nuestro propio ser.

71. Esta posible desviación de la mentalidad técnica desu originario cauce humanista se muestra hoy de maneraevidente en la tecnificación del desarrollo y de la paz. Eldesarrollo de los pueblos es considerado con frecuenciacomo un problema de ingeniería financiera, de aperturade mercados, de bajadas de impuestos, de inversionesproductivas, de reformas institucionales, en definitivacomo una cuestión exclusivamente técnica. Sin duda, to-dos estos ámbitos tienen un papel muy importante, perodeberíamos preguntarnos por qué las decisiones de tipotécnico han funcionado hasta ahora sólo en parte. Lacausa es mucho más profunda. El desarrollo nunca esta-rá plenamente garantizado plenamente por fuerzas queen gran medida son automáticas e impersonales, ya pro-vengan de las leyes de mercado o de políticas de carác-ter internacional. El desarrollo es imposible sin hom-bres rectos, sin operadores económicos y agentes

políticos que sientan fuertemente en su conciencia lallamada al bien común. Se necesita tanto la prepara-ción profesional como la coherencia moral. Cuando pre-domina la absolutización de la técnica se produce unaconfusión entre los fines y los medios, el empresario con-sidera como único criterio de acción el máximo beneficioen la producción; el político, la consolidación del poder; elcientífico, el resultado de sus descubrimientos. Así, bajoesa red de relaciones económicas, financieras y políticaspersisten frecuentemente incomprensiones, malestar einjusticia; los flujos de conocimientos técnicos aumentan,pero en beneficio de sus propietarios, mientras que la si-tuación real de las poblaciones que viven bajo y casi siem-pre al margen de estos flujos, permanece inalterada, sinposibilidades reales de emancipación.

72. También la paz corre a veces el riesgo de ser con-siderada como un producto de la técnica, fruto exclusiva-mente de los acuerdos entre los gobiernos o de iniciativastendentes a asegurar ayudas económicas eficaces. Escierto que la construcción de la paz necesita una redconstante de contactos diplomáticos, intercambios eco-nómicos y tecnológicos, encuentros culturales, acuerdosen proyectos comunes, como también que se adoptencompromisos compartidos para alejar las amenazas detipo bélico o cortar de raíz las continuas tentaciones te-rroristas. No obstante, para que esos esfuerzos produz-can efectos duraderos, es necesario que se sustenten envalores fundamentados en la verdad de la vida. Es decir,es preciso escuchar la voz de las poblaciones interesadasy tener en cuenta su situación para poder interpretar demanera adecuada sus expectativas. Todo esto debe es-tar unido al esfuerzo anónimo de tantas personas que tra-bajan decididamente para fomentar el encuentro entrelos pueblos y favorecer la promoción del desarrollo par-tiendo del amor y de la comprensión recíproca. Entre estaspersonas encontramos también fieles cristianos, implica-dos en la gran tarea de dar un sentido plenamente huma-no al desarrollo y la paz.

73. El desarrollo tecnológico está relacionado con lainfluencia cada vez mayor de los medios de comunica-ción social. Es casi imposible imaginar ya la existenciade la familia humana sin su presencia. Para bien o paramal, se han introducido de tal manera en la vida del mun-do, que parece realmente absurda la postura de quienesdefienden su neutralidad y, consiguientemente, reivindi-can su autonomía con respecto a la moral de las perso-nas. Muchas veces, tendencias de este tipo, que enfatizanla naturaleza estrictamente técnica de estos medios, fa-vorecen de hecho su subordinación a los intereses eco-nómicos, al dominio de los mercados, sin olvidar el deseode imponer parámetros culturales en función de proyec-tos de carácter ideológico y político. Dada la importanciafundamental de los medios de comunicación en determi-nar los cambios en el modo de percibir y de conocer larealidad y la persona humana misma, se hace necesariauna seria reflexión sobre su influjo, especialmente sobrela dimensión ético-cultural de la globalización y el desa-rrollo solidario de los pueblos. Al igual que ocurre con lacorrecta gestión de la globalización y el desarrollo, el sen-tido y la finalidad de los medios de comunicación debebuscarse en su fundamento antropológico. Esto quie-re decir que pueden ser ocasión de humanización nosólo cuando, gracias al desarrollo tecnológico, ofrecenmayores posibilidades para la comunicación y la infor-mación, sino sobre todo cuando se organizan y se orien-tan bajo la luz de una imagen de la persona y el bien

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Bendedicto XVI – encíclica Caritas in veritatecomún que refleje sus valores universales. El mero he-cho de que los medios de comunicación social multipli-quen las posibilidades de interconexión y de circulaciónde ideas, no favorece la libertad ni globaliza el desarrolloy la democracia para todos. Para alcanzar estos objeti-vos se necesita que los medios de comunicación esténcentrados en la promoción de la dignidad de las personasy de los pueblos, que estén expresamente animados porla caridad y se pongan al servicio de la verdad, del bien yde la fraternidad natural y sobrenatural. En efecto, la li-bertad humana está intrínsecamente ligada a estos valo-res superiores. Los medios pueden ofrecer una valiosaayuda al aumento de la comunión en la familia humana yal ethos de la sociedad, cuando se convierten en instru-mentos que promueven la participación universal en labúsqueda común de lo que es justo.

74. En la actualidad, la bioética es un campo priorita-rio y crucial en la lucha cultural entre el absolutismo de latécnica y la responsabilidad moral, y en el que está enjuego la posibilidad de un desarrollo humano e integral.Éste es un ámbito muy delicado y decisivo, donde se plan-tea con toda su fuerza dramática la cuestión fundamen-tal: si el hombre es un producto de sí mismo o si dependede Dios. Los descubrimientos científicos en este campoy las posibilidades de una intervención técnica han creci-do tanto que parecen imponer la elección entre estos dostipos de razón: una razón abierta a la trascendencia o unarazón encerrada en la inmanencia. Estamos ante un autaut decisivo. Pero la racionalidad del quehacer técnicocentrada sólo en sí misma se revela como irracional, por-que comporta un rechazo firme del sentido y del valor.Por ello, la cerrazón a la trascendencia tropieza con ladificultad de pensar cómo es posible que de la nada hayasurgido el ser y de la casualidad la inteligencia.[153] Anteestos problemas tan dramáticos, razón y fe se ayudanmutuamente. Sólo juntas salvarán al hombre. Atraída porel puro quehacer técnico, la razón sin la fe se veavocada a perderse en la ilusión de su propia omni-potencia. La fe sin la razón corre el riesgo de alejar-se de la vida concreta de las personas.[154]

75. Pablo VI había percibido y señalado ya el alcancemundial de la cuestión social.[155] Siguiendo esta línea,hoy es preciso afirmar que la cuestión social se ha con-vertido radicalmente en una cuestión antropológica,en el sentido de que implica no sólo el modo mismo deconcebir, sino también de manipular la vida, cada día másexpuesta por la biotecnología a la intervención del hom-bre. La fecundación in vitro, la investigación con em-briones, la posibilidad de la clonación y de la hibridaciónhumana nacen y se promueven en la cultura actual deldesencanto total, que cree haber desvelado cualquiermisterio, puesto que se ha llegado ya a la raíz de la vida.Es aquí donde el absolutismo de la técnica encuentra sumáxima expresión. En este tipo de cultura, la concienciaestá llamada únicamente a tomar nota de una mera posi-bilidad técnica. Pero no han de minimizarse los escena-rios inquietantes para el futuro del hombre, ni los nuevosy potentes instrumentos que la «cultura de la muerte»tiene a su disposición. A la plaga difusa, trágica, del abor-to, podría añadirse en el futuro, aunque ya subrepticia-mente in nuce, una sistemática planificación eugenésicade los nacimientos. Por otro lado, se va abriendo pasouna mens eutanasica, manifestación no menos abusivadel dominio sobre la vida, que en ciertas condiciones yano se considera digna de ser vivida. Detrás de estos es-cenarios hay planteamientos culturales que niegan la dig-

nidad humana. A su vez, estas prácticas fomentan unaconcepción materialista y mecanicista de la vida huma-na. ¿Quién puede calcular los efectos negativos sobre eldesarrollo de esta mentalidad? ¿Cómo podemos extra-ñarnos de la indiferencia ante tantas situaciones huma-nas degradantes, si la indiferencia caracteriza nuestraactitud ante lo que es humano y lo que no lo es? Sorpren-de la selección arbitraria de aquello que hoy se proponecomo digno de respeto. Muchos, dispuestos a escandali-zarse por cosas secundarias, parecen tolerar injusticiasinauditas. Mientras los pobres del mundo siguen llaman-do a la puerta de la opulencia, el mundo rico corre elriesgo de no escuchar ya estos golpes a su puerta, debidoa una conciencia incapaz de reconocer lo humano. Diosrevela el hombre al hombre; la razón y la fe colaboran ala hora de mostrarle el bien, con tal que lo quiera ver; laley natural, en la que brilla la Razón creadora, indica lagrandeza del hombre, pero también su miseria, cuandodesconoce el reclamo de la verdad moral.

76. Uno de los aspectos del actual espíritu tecnicistase puede apreciar en la propensión a considerar los pro-blemas y los fenómenos que tienen que ver con la vidainterior sólo desde un punto de vista psicológico, e inclusomeramente neurológico. De esta manera, la interioridaddel hombre se vacía y el ser conscientes de la consisten-cia ontológica del alma humana, con las profundidadesque los Santos han sabido sondear, se pierde progresiva-mente. El problema del desarrollo está estrechamenterelacionado con el concepto que tengamos del almadel hombre, ya que nuestro yo se ve reducido muchasveces a la psique, y la salud del alma se confunde con elbienestar emotivo. Estas reducciones tienen su origen enuna profunda incomprensión de lo que es la vida espiri-tual y llevan a ignorar que el desarrollo del hombre y delos pueblos depende también de las soluciones que sedan a los problemas de carácter espiritual. El desarrollodebe abarcar, además de un progreso material, unoespiritual, porque el hombre es «uno en cuerpo y alma»[156], nacido del amor creador de Dios y destinado avivir eternamente. El ser humano se desarrolla cuandocrece espiritualmente, cuando su alma se conoce a símisma y la verdad que Dios ha impreso germinalmenteen ella, cuando dialoga consigo mismo y con su Creador.Lejos de Dios, el hombre está inquieto y se hace frágil.La alienación social y psicológica, y las numerosas neu-rosis que caracterizan las sociedades opulentas, remitentambién a este tipo de causas espirituales. Una sociedaddel bienestar, materialmente desarrollada, pero que opri-me el alma, no está en sí misma bien orientada hacia unauténtico desarrollo. Las nuevas formas de esclavitud,como la droga, y la desesperación en la que caen tantaspersonas, tienen una explicación no sólo sociológica opsicológica, sino esencialmente espiritual. El vacío en queel alma se siente abandonada, contando incluso con nu-merosas terapias para el cuerpo y para la psique, hacesufrir. No hay desarrollo pleno ni un bien común uni-versal sin el bien espiritual y moral de las personas,consideradas en su totalidad de alma y cuerpo.

77. El absolutismo de la técnica tiende a producir unaincapacidad de percibir todo aquello que no se explicacon la pura materia. Sin embargo, todos los hombres tie-nen experiencia de tantos aspectos inmateriales y espiri-tuales de su vida. Conocer no es sólo un acto material,porque lo conocido esconde siempre algo que va más alládel dato empírico. Todo conocimiento, hasta el más sim-ple, es siempre un pequeño prodigio, porque nunca se

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Bendedicto XVI – encíclica Caritas in veritateexplica completamente con los elementos materiales queempleamos. En toda verdad hay siempre algo más de loque cabía esperar, en el amor que recibimos hay siemprealgo que nos sorprende. Jamás deberíamos dejar de sor-prendernos ante estos prodigios. En todo conocimiento yacto de amor, el alma del hombre experimenta un «más»que se asemeja mucho a un don recibido, a una altura a laque se nos lleva. También el desarrollo del hombre y delos pueblos alcanza un nivel parecido, si consideramos ladimensión espiritual que debe incluir necesariamente eldesarrollo para ser auténtico. Para ello se necesitan unosojos nuevos y un corazón nuevo, que superen la visiónmaterialista de los acontecimientos humanos y quevislumbren en el desarrollo ese «algo más» que la técnicano puede ofrecer. Por este camino se podrá conseguiraquel desarrollo humano e integral, cuyo criterio orienta-dor se halla en la fuerza impulsora de la caridad en laverdad.

Conclusión78. Sin Dios el hombre no sabe donde ir ni tampoco

logra entender quién es. Ante los grandes problemas deldesarrollo de los pueblos, que nos impulsan casi al des-asosiego y al abatimiento, viene en nuestro auxilio la pa-labra de Jesucristo, que nos hace saber: «Sin mí no po-déis hacer nada» (Jn 15,5). Y nos anima: «Yo estoy convosotros todos los días, hasta el final del mundo» (Mt28,20). Ante el ingente trabajo que queda por hacer, la feen la presencia de Dios nos sostiene, junto con los que seunen en su nombre y trabajan por la justicia. Pablo VInos ha recordado en la Populorum progressio que elhombre no es capaz de gobernar por sí mismo su propioprogreso, porque él solo no puede fundar un verdaderohumanismo. Sólo si pensamos que se nos ha llamado in-dividualmente y como comunidad a formar parte de lafamilia de Dios como hijos suyos, seremos capaces deforjar un pensamiento nuevo y sacar nuevas energías alservicio de un humanismo íntegro y verdadero. Por tanto,la fuerza más poderosa al servicio del desarrollo es unhumanismo cristiano,[157] que vivifique la caridad y quese deje guiar por la verdad, acogiendo una y otra comoun don permanente de Dios. La disponibilidad para conDios provoca la disponibilidad para con los hermanos yuna vida entendida como una tarea solidaria y gozosa. Alcontrario, la cerrazón ideológica a Dios y el indiferentis-mo ateo, que olvida al Creador y corre el peligro de olvi-dar también los valores humanos, se presentan hoy comouno de los mayores obstáculos para el desarrollo. El hu-manismo que excluye a Dios es un humanismo inhu-mano. Solamente un humanismo abierto al Absoluto nospuede guiar en la promoción y realización de formas devida social y civil — en el ámbito de las estructuras, lasinstituciones, la cultura y el ethos —, protegiéndonos delriesgo de quedar apresados por las modas del momento.La conciencia del amor indestructible de Dios es la quenos sostiene en el duro y apasionante compromiso por lajusticia, por el desarrollo de los pueblos, entre éxitos yfracasos, y en la tarea constante de dar un recto ordena-miento a las realidades humanas. El amor de Dios nosinvita a salir de lo que es limitado y no definitivo, nosda valor para trabajar y seguir en busca del bien detodos, aun cuando no se realice inmediatamente, auncuando lo que consigamos nosotros, las autoridades polí-ticas y los agentes económicos, sea siempre menos de loque anhelamos.[158] Dios nos da la fuerza para luchar ysufrir por amor al bien común, porque Él es nuestro Todo,

nuestra esperanza más grande.79. El desarrollo necesita cristianos con los bra-

zos levantados hacia Dios en oración, cristianos cons-cientes de que el amor lleno de verdad, caritas in veritate,del que procede el auténtico desarrollo, no es el resultadode nuestro esfuerzo sino un don. Por ello, también en losmomentos más difíciles y complejos, además de actuarcon sensatez, hemos de volvernos ante todo a su amor.El desarrollo conlleva atención a la vida espiritual, teneren cuenta seriamente la experiencia de fe en Dios, defraternidad espiritual en Cristo, de confianza en la Provi-dencia y en la Misericordia divina, de amor y perdón, derenuncia a uno mismo, de acogida del prójimo, de justiciay de paz. Todo esto es indispensable para transformar los«corazones de piedra» en «corazones de carne» (Ez36,26), y hacer así la vida terrena más «divina» y portanto más digna del hombre. Todo esto es del hombre,porque el hombre es sujeto de su existencia; y a la vez esde Dios, porque Dios es el principio y el fin de todo loque tiene valor y nos redime: «el mundo, la vida, la muer-te, lo presente, lo futuro. Todo es vuestro, vosotros deCristo, y Cristo de Dios» (1 Co 3,22-23). El anhelo delcristiano es que toda la familia humana pueda invocar aDios como «Padre nuestro». Que junto al Hijo unigénito,todos los hombres puedan aprender a rezar al Padre y asuplicarle con las palabras que el mismo Jesús nos haenseñado, que sepamos santificarlo viviendo según suvoluntad, y tengamos también el pan necesario de cadadía, comprensión y generosidad con los que nos ofenden,que no se nos someta excesivamente a las pruebas y senos libre del mal (cf. Mt 6,9-13).

Al concluir el Año Paulino, me complace expresar estedeseo con las mismas palabras del Apóstol en su carta alos Romanos: «Que vuestra caridad no sea una far-sa: aborreced lo malo y apegaos a lo bueno. Comobuenos hermanos, sed cariñosos unos con otros, es-timando a los demás más que a uno mismo» (12,9-10).Que la Virgen María,proclamada por Pablo VI MaterEcclesiae y honrada por el pueblo cristiano comoSpeculum iustitiae y Regina pacis, nos proteja y nosobtenga por su intercesión celestial la fuerza, la esperan-za y la alegría necesaria para continuar generosamentela tarea en favor del «desarrollo de todo el hombre yde todos los hombres».[159]

Dado en Roma, junto a San Pedro, el 29 de junio, so-lemnidad de San Pedro y San Pablo, del año 2009, quintode mi Pontificado.

Notas[1] Cf. Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio (26 marzo

1967), 22: AAS 59 (1967), 268; Conc. Ecum. Vat. II, Const. past.Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 69.

[2] Homilía para la « Jornada del desarrollo » ( 23 agosto1968): AAS 60 (1968), 626-627.

[3] Cf. Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial dela Paz 2002: AAS 94 (2002), 132-140.

[4] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. past.Gaudium et spes, so-bre la Iglesia en el mundo actual, 26.

[5] Cf. Juan XXIII, Carta enc. Pacem in terris (11 abril 1963):AAS 55 (1963), 268-270.

[6] Cf. n. 16: l.c., 265.[7] Cf. ibíd., 82: l.c., 297.[8] Ibíd., 42: l.c., 278.

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Bendedicto XVI – encíclica Caritas in veritate[9] Ibíd., 20: l.c., 267.[10] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes,

sobre la Iglesia en el mundo actual, 36; Pablo VI, Carta ap.Octogesima adveniens (14 mayo 1971), 4: AAS 63 (1971), 403-404; Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus (1 mayo 1991),43: AAS 83 (1991), 847.

[11] Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 13: l.c., 263-264.

[12] Cf. Consejo Pontificio de Justicia y Paz, Compendio dela doctrina social de la Iglesia, n. 76.

[13] Cf. Discurso en la inauguración de la V ConferenciaGeneral del Episcopado Latinoamericano y del Caribe (13mayo 2007): L’Osservatore Romano, ed. en lengua española(25 mayo 2007), pp. 9-11.

[14] Cf. nn. 3-5: l.c., 258-260.[15] Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis (30

diciembre 1987) 6-7: AAS 80 (1988), 517-519.[16] Cf. Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 14: l.c.,

264.[17] Carta enc. Deus caritas est (25 diciembre 2005), 18: AAS

98 (2006), 232.[18] Ibíd., 6: l.c., 222.[19] Cf. Discurso a la Curia Romana con motivo de las feli-

citaciones navideñas (22 diciembre 2005): L’Osservatore Ro-mano, ed. en lengua española (30 diciembre 2005), pp. 9-12.

[20] Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 3:l.c., 515.

[21] Cf. ibíd., 1: l.c., 513-514.[22] Cf. ibíd., 3: l.c., 515.[23] Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Laborem exercens (14 sep-

tiembre 1981), 3: AAS 73 (1981), 583-584.[24] Cf. Id., Carta enc. Centesimus annus, 3: l.c., 794-796.[25] Cf. Carta enc. Populorum progressio, 3: l.c., 258.[26] Cf. ibíd., 34: l.c., 274.[27] Cf. nn. 8-9: AAS 60 (1968), 485-487; Benedicto XVI, Dis-

curso a los participantes en el Congreso Internacional conocasión del 40 aniversario de la encíclica « Humanae vitae »(10 mayo 2008): L’Osservatore Romano, ed. en lengua españo-la (16 mayo 2008), p. 8.

[28] Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Evangelium vitae (25 marzo1995), 93: AAS 87 (1995), 507-508.

[29] Ibíd., 101: l.c., 516-518.[30] N. 29: AAS 68 (1976), 25.[31] Ibíd., 31: l.c., 26.[32] Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 41:

l.c., 570-572.[33] Ibíd.; Id., Carta enc. Centesimus annus, 5. 54: l.c., 799.

859-860.[34] N. 15: l.c., 265.[35] Cf. ibíd., 2: l.c., 258; León XIII, Carta enc. Rerum novarum

(15 mayo 1891): Leonis XIII P.M. Acta, XI, Romae 1892, 97-144;Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 8: l.c., 519-520; Id., Carta enc. Centesimus annus, 5: l.c., 799.

[36] Cf. Carta enc. Populorum progressio, 2. 13: l.c., 258. 263-264.

[37] Ibíd., 42: l.c., 278.[38] Ibíd., 11: l.c., 262; Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus

annus, 25: l.c., 822-824.[39] Carta enc. Populorum progressio, 15: l.c., 265.[40] Ibíd., 3: l.c., 258.[41] Ibíd., 6: l.c., 260.[42] Ibíd., 14: l.c., 264.[43] Ibíd.; cf. Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 53-

62: l.c., 859-867; Id., Carta enc. Redemptor hominis (4 marzo1979), 13-14: AAS 71 (1979), 282-286.

[44] Cf. Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 12: l.c.,262-263.

[45] Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobrela Iglesia en el mundo actual, 22.

[46] Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 13: l.c., 263-264.

[47] Cf. Discurso a los participantes en la IV AsambleaEclesial Nacional Italiana (19 octubre 2006): L’OsservatoreRomano, ed. en lengua española (27 octubre 2006), pp. 8-10.

[48] Cf. Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 16: l.c.,265.

[49] Ibíd.[50] Discurso en la ceremonia de acogida de los jóvenes (17

julio 2008): L’Osservatore Romano, ed. en lengua española(25 julio 2008), pp. 4-5.

[51] Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 20: l.c., 267.[52] Ibíd., 66: l.c., 289-290.[53] Ibíd., 21: l.c., 267-268.[54] Cf. nn. 3. 29. 32: l.c., 258. 272. 273.[55] Cf. Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 28: l.c., 548-550.[56] Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 9: l.c., 261-

262.[57] Cf. Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 20: l.c., 536-537.[58] Cf. Carta enc. Centesimus annus, 22-29: l.c., 819-830.[59] Cf. nn. 23. 33: l.c., 268-269. 273-274.[60] Cf. l.c., 135.[61] Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre

la Iglesia en el mundo actual, 63.[62] Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 24: l.c.,

821-822.[63] Cf. Id., Carta enc. Veritatis splendor (6 agosto 1993), 33.

46. 51: AAS 85 (1993), 1160. 1169-1171. 1174-1175; Id., Discursoa la Asamblea General de la Organización de las NacionesUnidas (5 octubre 1995), 3: L’Osservatore Romano, ed. en len-gua española(13 octubre 1995), p. 7.

[64] Cf. Carta enc. Populorum progressio, 47: l.c., 280-281;Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 42: l.c., 572-574.

[65] Cf. Mensaje con ocasión de la Jornada Mundial de laAlimentación 2007: AAS 99 (2007), 933-935.

[66] Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Evangelium vitae, 18. 59. 63-64: l.c., 419-421. 467-468. 472-475.

[67] Cf. Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2007,5: L’Osservatore Romano, ed. en lengua española (15 diciem-bre 2006), p. 5.

[68] Cf. Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial dela Paz 2002, 4-7. 12-15: AAS 94 (2002), 134-136. 138-140; Id.,Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2004, 8: AAS 96(2004), 119; Id., Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz2005, 4: AAS 97 (2005), 177-178;Benedicto XVI, Mensaje parala Jornada Mundial de la Paz 2006, 9-10: AAS 98 (2006), 60-61; Id., Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2007, 5.14: l.c., 5-6.

[69] Cf. Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial dela Paz 2002, 6: l.c., 135; Benedicto XVI, Mensaje para la Jor-nada Mundial de la Paz 2006, 9-10: l.c., 60-61.

[70] Cf. Homilía durante la Santa Misa en la explanada de« Isling » de Ratisbona (12 septiembre 2006): L’OsservatoreRomano, ed. en lengua española (22 septiembre 2006), pp. 9-10.

[71] Cf. Carta enc. Deus caritas est, 1: l.c., 217-218.[72] Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 28: l.c.,

548-550.[73] Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 19: l.c., 266-

267.

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Bendedicto XVI – encíclica Caritas in veritate[74] Ibíd., 39: l.c., 276-277.[75] Ibíd., 75: l.c., 293-294.[76] Cf. Carta enc. Deus caritas est, 28: l.c., 238-240.[77] Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 59: l.c., 864.[78] Cf. Carta enc. Populorum progressio, 40. 85: l.c., 277.

298-299.[79] Ibíd., 13: l.c., 263-264.[80] Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Fides et ratio (14 septiembre

1998), 85: AAS 91 (1999), 72-73.[81] Cf. ibíd., 83: l.c., 70-71.[82] Discurso en la Universidad de Ratisbona (12 septiem-

bre 2006): L’Osservatore Romano, ed. en lengua española (22septiembre 2006), pp. 11-13.

[83] Cf. Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 33: l.c.,273-274.

[84] Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de laPaz 2000, 15: AAS 92 (2000), 366.

[85] Catecismo de la Iglesia Católica, 407; cf. Juan Pablo II,Carta enc. Centesimus annus, 25: l.c., 822-824.

[86] Cf. Carta enc. Spes salvi (30 noviembre 2007), 17: AAS 99(2007), 1000.

[87] Cf. ibíd., 23: l.c., 1004-1005.[88] San Agustín explica detalladamente esta enseñanza en el

diálogo sobre el libre albedrío (De libero arbitrio II 3, 8 ss.).Señala la existencia en el alma humana de un « sentido interior». Este sentido consiste en una acción que se realiza al margende las funciones normales de la razón, una acción previa a lareflexión y casi instintiva, por la que la razón, dándose cuentade su condición transitoria y falible, admite por encima de ellala existencia de algo externo, absolutamente verdadero y cier-to. El nombre que San Agustín asigna a veces a esta verdadinterior es el de Dios (Confesiones X, 24, 35; XII, 25, 35; Delibero arbitrio II 3, 8), pero más a menudo el de Cristo (DeMagistro 11, 38; Confesiones VII, 18, 24; XI, 2, 4).

[89] Carta enc. Deus caritas est, 3: l.c., 219.[90] Cf. n. 49: l.c., 281.[91] Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 28: l.c., 827-

828.[92] Cf. n. 35: l.c., 836-838.[93] Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 38:

l.c., 565-566.[94] N. 44: l.c., 279.[95] Cf. ibíd., 24: l.c., 269.[96] Cf. Carta enc. Centesimus annus, 36: l.c., 838-840.[97] Cf. Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 24: l.c.,

269.[98] Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 32: l.c.,

832-833; Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 25: l.c.,269-270.

[99] Juan Pablo II, Carta enc. Laborem exercens, 24: l.c., 637-638.

[100] Ibíd., 15: l.c., 616-618.[101] Carta enc. Populorum progressio, 27: l.c., 271.[102] Cf. Congregación para la doctrina de la fe, Instr. Libertatis

conscientia, sobre la libertad cristiana y la liberación(22 marzo 1987), 74: AAS 79 (1987), 587.

[103] Cf. Juan Pablo II, Entrevista al periódico « La Croix », 20de agosto de 1997.

[104] Juan Pablo II, Discurso a la Pontificia Academia de lasCiencias Sociales (27 abril 2001): AAS 93 (2001), 598-601.

[105] Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 17: l.c.,265-266.

[106] Cf. Juan PablO II, Mensaje para la Jornada Mundialde la Paz 2003, 5: AAS 95 (2003), 343.

[107] Cf. ibíd.

[108] Cf. Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2007,13: l.c., 6.

[109] Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 65: l.c.,289.

[110] Cf., ibíd., 36-37: l.c., 275-276.[111] Cf. ibíd., 37: l.c., 275-276.[112] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Apostolicam actuositatem,

sobre el apostolado de los laicos, 11.[113] Cf. Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 14: l.c.,

264; Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 32: l.c.,832-833.

[114] Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 77: l.c.,295.

[115] Cf. Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial dela Paz 1990, 6: AAS 82 (1990), 150.

[116] Heráclito de Éfeso (Éfeso 535 a.C. ca. - 475 a.C. ca.),Fragmento 22B124, en: H. Diels - w. kranz, Die Fragmente derVorsokratiker, Weidmann, Berlín 1952.

[117] Cf. Consejo Pontificio de Justicia y Paz, Compendio dela doctrina social de la Iglesia, nn. 451-487.

[118] Cf. Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial dela Paz 1990, 10: l.c., 152-153.

[119] Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 65: l.c.,289.

[120] Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2008, 7:AAS 100 (2008), 41.

[121] Cf. Discurso a los miembros de la Asamblea Generalde la Organización de las Naciones Unidas (18 abril 2008):L’Osservatore Romano, ed. en lengua española (25 abril 2008),pp. 10-11.

[122] Cf. Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial dela Paz 1990, 13: l.c., 154-155.

[123] Id., Carta enc. Centesimus annus, 36: l.c., 838-840.[124] Ibíd., 38: l.c., 840-841; cf. Benedicto XVI, Mensaje para

la Jornada Mundial de la Paz 2007, 8: l.c., 6.[125] Cf. Juan Pablo II, Carta Enc. Centesimus annus, 41: l.c.,

843-845.[126] Ibíd.[127] Cf. Id., Carta Enc. Evangelium vitae, 20: l.c., 422-424.[128] Carta Enc. Populorum progressio, 85: l.c., 298-299.[129] Cf. Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de

la Paz 1998, 3: AAS 90 (1998), 150; Id., Discurso a los Miem-bros de la Fundación « Centesimus Annus » pro Pontífice (9mayo 1998), 2: L’Osservatore Romano, ed. en lengua española(22 mayo 1998), p. 6; Id., Discurso a las autoridades y al Cuer-po diplomático durante el encuentro en el « Wiener Hofburg» (20 junio 1998), 8: L’Osservatore Romano, ed. en lengua es-pañola (26 junio 1998), p. 10; Id., Mensaje al Rector Magníficode la Universidad Católica del Sagrado Corazón (5 mayo2000), 6: L’Osservatore Romano, ed. en lengua española (26mayo 2000), p. 3.

[130] Según Santo Tomás « ratio partis contrariatur rationipersonae » en III Sent d. 5, 3, 2; también: « Homo non ordinaturad communitatem politicam secundum se totum et secundumomnia sua » en Summa Theologiae, I-II, q. 21, a. 4., ad 3um.

[131] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium,sobre la Iglesia, 1.

[132] Cf. Juan Pablo II, Discurso a la IV sesión pública de lasAcademias Pontificias (8 noviembre 2001), 3: L’OsservatoreRomano, ed. en lengua española (16 noviembre 2001), p. 7.

[133] Cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, DeclaraciónDominus Iesus, sobre la unicidad y la universalidad salvífica deJesucristo y de la Iglesia (6 agosto 2000), 22: AAS 92 (2000),763-764; Id., Nota doctrinal sobre algunas cuestiones relati-vas al compromiso y la conducta de los católicos en la vidapolítica (24 noviembre 2002), 8: AAS 96 (2004), 369-370.

[134] Carta Enc. Spe salvi, 31: l.c., 1010; cf. Discurso a losparticipantes en la IV Asamblea Eclesial Nacional Italiana

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Bendedicto XVI – encíclica Caritas in veritate(19 octubre 2006): l.c., 8-10.

[135] Juan Pablo II, Carta Enc. Centesimus annus, 5: l.c., 798-800; cf. Benedicto XVI, Discurso a los participantes en la IVAsamblea Eclesial Nacional Italiana (19 octubre 2006): l.c., 8-10.

[136] N. 12.[137] Cf. Pío XI, Carta enc. Quadragesimo anno (15 mayo

1931): AAS 23 (1931), 203; Juan Pablo II, Carta enc. Centesimusannus, 48: l.c., 852-854; Catecismo de la Iglesia Católica, 1883.

[138] Cf. Juan XXIII, Carta enc. Pacem in terris: l.c., 274.[139] Cf. Pablo VI, Carta Enc. Populorum progressio, 10. 41:

l.c., 262. 277-278.[140] Cf. Discurso a los participantes en la sesión plenaria

de la Comisión Teológica Internacional (5 octubre 2007):L’Osservatore Romano, ed. en lengua española (12 octubre2007), p. 3; Discurso a los participantes en el Congreso Inter-nacional sobre « La ley moral natural » organizado por laPontificia Universidad Lateranense (12 febrero 2007):L’Osservatore Romano, ed. en lengua española (16 febrero2007), p. 3.

[141] Cf. Discurso a los Obispos de Tailandia en visita « adlimina apostolorum » (16 mayo 2008): L’Osservatore Romano,ed. en lengua española (30 mayo 2008), p. 14.

[142] Cf. Pontificio Consejo para la Pastoral de los Emigran-tes e Itinerantes, Instr. Erga migrantes caritas Christi (3 mayo2004): AAS 96 (2004), 762-822.

[143] Juan Pablo II, Carta enc. Laborem exercens, 8: l.c., 594-598.

[144] Jubileo de los Trabajadores. Saludos después de laMisa (1 mayo 2000): L’Osservatore Romano, ed. en lenguaespañola (5 mayo 2000), p. 6.

[145] Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 36: l.c.,838-840.

[146] Cf. Discurso a los Miembros de la Asamblea Generalde la Organización de las Naciones Unidas (18 abril 2008):l.c., 10-11.

[147] Cf. Juan XXIII, Carta enc. Pacem in terris: l.c., 293;Consejo Pontificio Justicia y Paz, Compendio de la doctrinasocial de la Iglesia, n. 441.

[148] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes,sobre la Iglesia en el mundo actual, 82.

[149] Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 43:l.c., 574-575.

[150] Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 41: l.c.,277-278; cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. past, Gaudium et spes,sobre la Iglesia en el mundo actual, 57.

[151] Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Laborem exercens, 5: l.c.,586-589.

[152] Cf. Pablo IV, Carta apost. Octogesima adveniens, 29:l.c., 420.

[153] Cf. Discurso a los participantes en el IV AsambleaEclesial Nacional Italiana, (19 octubre 2006): l.c., 8-10; Homi-lía durante la Santa Misa en la explanada de « Isling » deRatisbona (12 septiembre 2006): l.c., 9-10.

[154] Cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Instr. Dignitaspersonae sobre algunas cuestiones de bioética (8 septiembre2008): AAS 100 (2008), 858-887.

[155] Cf. Carta enc. Populorum progressio, 3: l.c., 258.[156] Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, so-

bre la Iglesia en el mundo actual, 14.[157] Cf. n. 42: l.c., 278.[158] Cf. Carta enc. Spe salvi, 35: l.c., 1013-1014.[159] Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 42: l.c.,

278.