capÍtulo - binalbdigital.binal.ac.pa/bdp/tiniebla2.pdf · 2004-10-18 · favorita, y, ya un poco...

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CAPÍTULO IV Cuatrodíasseguidosdefiestahabíanagotadoa todoelestudiantado,acostumbradoalarutina ... Vassarestabaconsueño.Enlossalonesdeclasey enloscorredoressóloseescuchabanvocesafóni- cas,quecomentabansinenergíaslacomilonade pavoodepasteldecalabazaconquehabíanfeste- jadoeljueves.Enverdad,hubierasidomejorque lasemanasehubieratragadoesedíadelcalenda- rio .Nadiedeseabahacernada .Elairesudabanie- blasdeplatayelletargoeracontagioso . Alessanosaliódesuhabitaciónesedía ;tenía losojosinflamados,ymesupusequiénhabíasido elcausantedesuslágrimas .Hubieraqueridoha- blarconellaycomentarlosucedidoencasademis tíos . . .; todoparecíaahoraunapesadilla .PeroFer- nando,consuobsesióndebodaparaelmesde mayo,sehabíaapoderadodemientrañableita- lianita . EnlatardeyohabíatelefoneadoaJeannepara quevinieraacenarconnosotros,peronolaencon- tré.SeguramenteestaríaenlaBiblioteca,estudian- doparaelexamendeEstética,queseríaelviernes . Vaguéporloscorredores,enbuscadealguien,

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CAPÍTULO IV

Cuatro días seguidos de fiesta habían agotado atodo el estudiantado, acostumbrado a la rutina . . .Vassar estaba con sueño. En los salones de clase yen los corredores sólo se escuchaban voces afóni-cas, que comentaban sin energías la comilona depavo o de pastel de calabaza con que habían feste-jado el jueves. En verdad, hubiera sido mejor quela semana se hubiera tragado ese día del calenda-rio. Nadie deseaba hacer nada . El aire sudaba nie-blas de plata y el letargo era contagioso .

Alessa no salió de su habitación ese día ; teníalos ojos inflamados, y me supuse quién había sidoel causante de sus lágrimas. Hubiera querido ha-blar con ella y comentar lo sucedido en casa de mistíos . . . ; todo parecía ahora una pesadilla . Pero Fer-nando, con su obsesión de boda para el mes demayo, se había apoderado de mi entrañable ita-lianita .

En la tarde yo había telefoneado a Jeanne paraque viniera a cenar con nosotros, pero no la encon-tré. Seguramente estaría en la Biblioteca, estudian-do para el examen de Estética, que sería el viernes .Vagué por los corredores, en busca de alguien,

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pero todo el mundo estaba ocupado y yo tenía obs-truido el corazón para seres extraños .

Regresé a mi habitación . No me sentía con áni-mo como para embutirme dentro de un texto ; poreso busqué en mi biblioteca algo que me divirtiera .Hojeé las Obras completas, de García Lorca, y al-gunos poemas de Alfonsina Storni . Por últimoescogí una novela de Sartre, L'age de raison.La había leído una vez hacía un año más o menos,así que solamente releí los trozos que me habíanparecido mejor. Finalmente, terminé por conven-cerme que no estaba para lecturas esa noche, asíque me decidí por el cine . Era aún temprano, lasocho menos cuarto .

Al regresar a la Residencia me aguardaba un men-saje de Washington, D . C. Se me había olvidadopor completo que Enrique Alberto me llamaba pun-tualmente a las nueve y media. ¡Si sólo rompiesela monotonía y pensara en mí a las siete o a lasdiez! Eso de ser amado una vez al día por veinteminutos era peor que nada . Por qué, ¡Dios mío!¿Por qué estaba yo condenada a vivir mis días en-tre seres autómatas? Descolgué casi con náuseas elauricular, y la telefonista me comunicó con la casade Enrique a los pocos minutos .-¿Alló? ; ¿Sí?, comuníqueme con Enrique Al-

berto . . . Dígale que lo llaman de Vassar. Gracias .El tardó en venir al teléfono unos minutos ; es-

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taba en el sótano de la casa, donde quedaba el bar,conversando con unos amigos chilenos que pasabanunos días en los Estados Unidos .

Rompió con la frase de siempre .-¿Alló, qué tal?Y luego, con voz imperativa :-Te llamé a las nueve y media, como siempre,

pero me dijeron que habías salido . ¿Se puede saberpor qué no esperaste mi llamada?

¿Y qué pasaría si no te lo dijese?-Nada. . .Me imaginé que esa sería su reacción . Se sentía

muy seguro de mí, y para él yo era una prenda quepodía lucir sin necesidad de hacer mucho para ello .

-¿Cómo lo pasaste con tus tíos?-Bien . . . ¿Y tú? Ni me lo digas ; sé tu respues-

ta : "Muy bien" .-Pues no, estás equivocada, me hiciste mucha

falta .-¡No me hagas reír! ¿Yo hacerte falta? Qué

bueno eres ; a veces me haces feliz con lo que dices .¿Me quieres . . .? No, no me contestes . . .-¿Y por qué no? Lo sabes . Te necesito. Tengo

que verte. . .La misma historia de siempre, y yo siempre de-

jándome llevar por la tentación de no perderlo .Cuando él venía a visitarme, no me aburría. Dába-mos largos paseos en coche y, por las noches, íba-mos a bailar a algún sitio, cerca de Poughkeepsie .

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--¿Cuándo vienes? Mañana casi no tengo cla-ses . . .

-A las cinco estoy contigo .--- ;A las cinco en punto de la tarde . . .!Los dos nos reímos un poco ; cada vez que él

mencionaba esta hora, yo comenzaba a recitar elpoema a "Ignacio Sánchez Mejías" . Me dijo mu-chas cosas más y a los veinte minutos, se despidióde mí . ¡Oh! Enrique, Enrique . . ., no se curaría ja-más de sus males ni yo de los míos . Todas las tar-das y todas las horas pasadas a su lado iban dentrode la cadena amordazante del hábito de amar porcostumbre .

Necesi . . . . nece . . . Necio. Enrique era un necio .

Alessa seguía en su cuarto, leía -sin leer- untexto de economía y, de vez en vez, miraba el cie-lo raso y seguramente se divertía observando lassombras que se movían formando figuras. Sabíaque ella me esperaba en esos momentos ; pero,¿cómo ayudarla? Había agotado mis recursos . Meacerqué, sentándome a su lado y, con la mejor vozque me salió, le abordé el tema . Sus palabras. alresponderme, sonaron débiles :

-Fernando se emborrachó el jueves y el domin-go todavía seguía bebiendo . . .

-Y tú, ¿que hiciste durante los cuatro días decalvario?

La palabra "calvario" la acababa de herir y qui-

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se hacer algo para hacérsela olvidar ; en vano; ellavolvió a encerrarse en su mutismo .

-Enrique Alberto viene mañana a verme . Ven-te con nosotros por ahí y todo este malestar se tepasará, ya verás .

Hizo un gesto hosco con la boca, que transformóla dulzura de su rostro en una mueca .

-Mis tíos quieren conocerte, Alessa. Vas aacompañarme la próxima vez que vaya ¿Verdadque sí?-No sé .-Pero, mujer, déjate ya de majaderías, que es-

tás actuando como una niña regañada .Con estas palabras reaccionó un poco y accedió

a la invitación que le hice de ir a tomar una copade vino conmigo al "Alumnae House" (i) . Allí, sinque ella se diera cuenta, le daría algo de comer y,si lograba despertar su interés, charlaríamos comoacostumbrábamos. Así se la borraría un poco el sa-bor amargo del fin de semana y las borracheras deFernando. Se vistió con su falda de color ocre, sufavorita, y, ya un poco más contenta, se dejó llevarpor mí adonde quisiera guiarla .

Entramos en el "Pub", la pequeña cafetería de"Alumnae House", y en la estrecha habitación, cu-bierta de humo, se distinguía la figura de mujeres'jóvenes en pantalones y jerseys oscuros, echadascon desdén sobre duras sillas de madera . Sus ros-

11) Casa de huéspedes para las ex alumnas .

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tíos, tensos y verduscos por falta de sueño, se mo-vían hambrientos de sensibilidad y, a un lado,sobre las mesas, se sostenían erectas unas cuantasbotellas regordetas de cerveza . Conversaban envoz baja y de vez en vez ; alguien aprisionaba unbolígrafo entre los dientes o consultaba con avidezun libro .

Alessa y yo elegimos una mesa bastante aparta-da de todos, aunque, en realidad, no había necesi-dad de eso, porque nadie se preocupaba de nadieallí .

Me llevé el anular a la boca, mordiéndome lauña hasta hacerme sangre. Tenía que hacer hablara Alessa :

-Fui al cine a ver la película inglesa de que tehablé. No te dije que . . .

Me volvió a mirar con cierto interés que necesi-taba capitalizar .

-Muestra algo de la angustia característica denuestra generación que vimos en "Look bac in an-gry", de Osborne (i),

Alessa estaba obsesionada con la teoría de la ge-neración y de la historicidad del hombre . Había lo-grado interesarla . Comenzó a hablar muy despacio :

-Has dicho "nuestra generación" . . . ¿Por qué?-Tú sabes por qué . .

(1) Escritor inglés que representa la generación inglesa conocidacomo "The Angry Young men", paralela a los beatniks americanos,ya descritos .

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-Claro. . ., por lo que ya hemos dicho . . . Sole-dad, angustia . . . y toda esa larga terminología queusamos para explicar lo que realmente nos une ala juventud de hoy.

-¿Tú crees entonces que estamos unidos?-Unidos en desunión, si aceptas la paradoja.

Esta desesperación de nosotros por tirarnos al rue-dopor sentir la vida, es nuestro complejo . . .,"complejo de guerra", como dijo alguien que se laquería dar de psicoanalista.-Y esto. . ., ésta es la ideología que nos une . . .-¡Ecco! ¿Comprendes ahora . . .?-Creo que sí, Alessa . . ., gracias . . .Y así, la conversación se prolongó hasta la hora

de cerrar la cafetería . Tanto Alessa como yo nossentíamos mejor ; habíamos aclarado muchas co-sas. . .

Ya, cuando salíamos, Alessa se acordó de pregun-tar por Carmen y Antonio :-¿Qué tal tus tíos? ¿Lo pasaste alegre con

ellos?-Sí . . ., ya te contaré mañana ; ahora todo me

parece que sucedió hace tanto tiempo que no lopuedo recordar. El viernes fuimos al "Village", conJeanne.

-Me imaginé que Jeanne era el tipo del "Villa-ge" ; tiene todo el aspecto de un "beatnik" . . .Con el pelo que le resbala perezosamente sobre lacara . . ., los ojos hundidos y la mirada triste . Poralgo la bauticé yo "La triste" .

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-En efecto, por algo la bautizaste así . Pero essincera consigo misma y en su interior no tiene nadade "beat" .

No quise hablarle del episodio con Antonio en"El Chico", porque hubiera sido destruirle la ideaque tenía de él . Además, ella no le conocía . ¿Es queacaso lo conocía yo?

Regresamos casi a media noche y, aunque hacíafrío, cruzamos el "campus" caminando despacio .Una vez en el cuarto, conversamos otro rato, hastaque comprendí que Alessa quería acostarse. Hacíadías que no dormía. La dejé sola y me encerré enmi pequeña habitación. Yo también necesitabadormir.

El night club que Enrique y yo elegimos para iresa noche lo acababan de inaugurar . Eso quería de-cir que habría buena comida y buen público. AAlessa le entusiasmó la idea de acompañarnos, yese día la vi contenta, como en otros tiempos . Enfin, fue como una compensación, porque si Enri-que y yo hubiésemos estado a solas ni siquiera eltablero político -que es el salvavidas en los casosmás desesperados- hubiera sido un tema de con-versación entre nosotros : "Que si Eisenhower aca-baba de llegar de Londres, donde había sido recibi-do por McMillan." "Que la gente comenzaba amencionar a john Kennedy como posible candida-to de los demócratas." "Que votarían por Nixon, .

porque Eisenhower estaba en el Poder", y así has-ta los sucesos más triviales de la política interna-cional cobraron cierto interés . . .

Enrique Alberto había llegado a buscarme a lascinco en punto de la tarde . . ., la puntualidad hechahombre . . . y, para no sentirme tan dominada por sumanera de ser, me demoré más de la cuenta vistién-dome. Me besó, y el contacto de sus labios carnososdejó en mí, por primera vez, una sensación de algodesconocido ; todo él era nuevo para mí. . ., ¿nue-vo?, ¿cambiado?, ¿irreconocible? Sí, todo eso ymucho más, pero en su boca no había misterios, nohabía sueños . . ., ni romances . . ., ni cantos mila-grosos .

` . . .Nada hay nuevo bajo el sol, y es pocala miel de un beso para haberlo dado" i1) .

¿Qué me había dado Enrique Alberto de nuevo?¿Hombre nuevo? ¿Día nuevo? . . . No, era que yoquería renovarme .

(1) A. Storni .

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CAPÍTULO V.

Despuntaba diciembre y el aire llevaba el candorde abril en los ojos. Un grupo de amigas nos ha-bíamos reunido en el "Pub", un restaurante deco-tado en madera al estilo inglés . Las estudiantesíbamos allí con frecuencia para merendar o parahacer algo, con tal de no encerrarnos en la inmensabiblioteca, donde lo único que se respiraba, dentrode la belleza de sus líneas góticas, era la presenciade medio millón de libros que nos miraban austerosdesde sus estantes El día, repleto de luz, era unatentación muy grande, y el "Pub" era nuestro con-suelo en momentos como ésos .

Esa tarde hubo un diluvio de helados ; que si decafé, o de fresa, o de naranja . Eramos seis bocassedientas y seis mujeres solitarias .

-¿Han visto al Sr . Thompson últimamente? Mecontó B. J. Petterson que la colombiana está sa-liendo con él.

Del grupo inseparable de amigas, Victoria era laúnica que siempre se complacía en estar, enteradade los chismes del día. Era una viborilla que sabíaclavar la ponzoña en sus víctimas. La colombianano se había dignado dirigirle la palabra, y desde

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entonces la enemistad de estas dos se había exten-dido como una mancha de aceite sobre la Universi-dad. May, Pilar, Alessa y yo la oíamos sin es-cucharla, acostumbradas como estábamos a lamanera de ser de ella . Andreína, sin embargo, co-mentó al rompe :

-Me gusta la colombiana. Solamente porque teignora no es razón para que tú supongas que es unafrívola . María Victoria, a veces deberías . . ., quierodecir, te haría mucho bien no hablar tanto .

-Y tú, santa, deja de decir tanto disparate .-¿Disparates? . . . Claro, !porque te digo la ver-

dad!Pilar y Alessa se miraron e intercambiaron entre

ellas una risita burlona . Como de costumbre, An-dreína era la única que se atrevía a ponerle una ta-

padera a la boca malévola de María Victoria .La conversación conservó por un tiempo el tono

agrio inicial, hasta que Viky se levantó, cansada yade gritar y chismear sin encontrar eco . ¡Fue un ali-vio! Nos quedamos libres para conversar a nuestrogusto, sin temor a ser juzgadas por el "Santo Ofi-cio" . May inició de nuevo la conversación tratandode apartarse de los temas impuestos por Vicky .

-Alessa, pásame una servilleta . ¿Sabes que tevi en Nueva York el sábado del fin de semana de"Thanksgiving"?

May vivía en la ciudad y, dentro de su aparenterecogimiento, era la que estaba mejor enterada denuestras andanzas . No sé cómo se las arreglaba

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para vernos entre tantos pedazos de carne . Todosigualitos, además .

-Sí, ¿dónde me viste?-Por ahí, por la calle 9o más o menos . Iban del

brazo . . .-Y, ¿por qué no saludaste?-Por. . . por . . ., pues ¡porque no medió la gana!-¡Vaya con la gentileza y la buena educación,

May!-Perdóname, es que te vi demasiado distraída,

Alessa .-Conversaba con Fernando, nada más .Y aquí todas callamos ; era delicado hablar de

este tema a sabiendas de que terminaría mal. Ales-sa se resentiría por cualquier palabra y. . .

Pilar miraba con avidez el helado de Andreína :-Otro helado de café para mí. . . Anda, Andreí-

na, que estás más cerca, pídelos tú .Pero . . . es que yo. . .

-Pero, nada de peros . Anda, mujer, por Alease .Pilar era la mejor amiga de Andreína. Sus tem-

peramentos volátiles, alegres y románticos, empa-pados de un pseudorrealismo, las unían y dife-renciaban del resto de nosotras . Pilar, . panameña,era menuda, de piel muy blanca y transparente ycabellos y ojos negrísimos . Con su viva inteligen-cia cautivaba el interés de todos cuantos la cono-cían. Luego se aburría, o se aburrían de ella, y asívolvía fiel a su grupo de amigas sin llevar huellasde mayor metamorfosis . Andreína, físicamente, pa-

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recia un Boticelli : de inmensos ojos de mar y decabellos negros, sedosos y lacios, que le arañabanlos• hombros. Sin embargo, su cuerpecito inocente,de niña de doce años, le robaba toda sensualidadde mujer. Las dos, Pilar y Andreína, eran grandesamigas ; reñían por todo, pero a la mañana siguien-te no se acordaban más. A ellas se unía siempreuna rubia de temperamento alegre, que hacía de suvida una danza o un canto de moda. Se llamabaPeggy, pero la llamábamos Margarita, desde el díaen que se le ocurrió que su nombre era demasiadoanglosajón para su personalidad "alatinada", comoella decía. Para complacerla le habíamos cambiadoel nombre, aunque radicalmente ella jamás dejaríade ser Peggy Williams, de Arkansas : ese Estadoque de cosmopolita no tiene nada .

Peggy se había quedado ese día en la biblioteca ;tenía un examen de Literatura castellana y, comode costumbre, debía aprenderse un millar de datosen una noche. La antítesis de Peggy era May : alta,morena y reposada. En vez de caminar, su figuraalargada se veía avanzar serenamente por los lar-gos corredores de los edificios de Vassar . Su vidano se deslizaba por un sendero de ilusiones vagas .May era de carne y hueso y sabía vibrar con elmenor contacto. Su risa, de "campana sacudida aprisa", y su capacidad inmensa de observar sin des-truir, nos abría horizontes largos .

Recuerdo el suceso de aquella tarde porque pro-tagonizaba nuestra mediocridad y el deseo por rom-

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per el hilo que nos separa del infinito . El sol bri-llaba ese día y nosotros habíamos sentido su débilcalor y esa fuerza amarilla nos había incitado abuscarnos y a hablar . . . ; pero, ¿de qué hablába-mos? De tonterías . . ., vanas tonterías y chismes depueblo chico . Superación . . ., ¿para qué? y ¿haciaqué? Quería llorar, como todavía lo deseo cuandopienso en las horas vacías que pasamos hablandode exámenes, de las borracheras de Fernando, deEnrique Alberto, de las fiestas a las que asistíamos,en Georgetown o alguna otra Universidad vecinay. . . hasta de la colombiana . Todas juntas, unidaspor un loco afán, buscábamos mucho fuera, y den-tro estábamos huecas, cansadas y sin ansias de se-guir mintiéndonos. Interminables noches de estudiocon pequeños paréntesis como esos : un helado, ymil golosinas. Luego, mañana o pasado, veríamosnuestras figuras en el espejo . Lo sabíamos sin hacernada para contrarrestarlo, porque . . . era un círculovicioso .

Jeanne entró en el "Pub", y en sus labios des-pintados se dibujó una anémica sonrisa. Le hiceuna inclinación de cabeza, sin que nadie lo notara,sintiendo deseos de preguntarle qué pensaba de loque le había referido sobre Antonio . Ella y yo guar-dábamos un secreto ; por tanto, entre nosotras yase había tejido un nuevo mundo . Pero hacía dema-siado sol y, si me levantaba de la mesa, tendría quedar explicaciones . . . Miré a. Alessa, vi su miradafría, como perdida en el aire ; la silla se me pegó

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a la carne, y lo que se paseaba por mi mente seescondió, siendo reemplazado por nuevos pensa-mientos .

Pilar sugirió que nos fuésemos al pinar, por sernoche de luna llena .

Ella era la romántica de las lunas de invierno, ycon frecuencia íbamos al "Pinar de la plata", comoPilar había bautizado al que quedaba dentro de loscampos de la Universidad . Todas aprobamos la su-gerencia con entusiasmo . El sol se apagó, espanta-do por el frío que hacía, y nosotras nos internamosentre los árboles. Caminamos lentamente por lasveredas que conducían al pinar ; una luz encendi-da a lo lejos rompía de vez en vez el enlunadoembrujo, y nosotras guardábamos silencio en la no-che de plata .

Súbitamente, una nube negra envolvió a la luna .Comenzaba a llover y todas sentimos que nuestroscuerpos se helaban con el roce de las gotas . !Elfenómeno era de espanto! Jamás llovía en diciem-bre, y ese día el sol había salido para anunciar tor-menta. Un preludio hechicero pobló dé misterio laatmósfera y en el cielo se oyeron bramidos de re-lámpago. Las cinco nos abrazamos y, juntas, apre-tujadas unas contra las otras, caminamos sin ati-nar a descubrir la vereda que nos condujera a unrefugio .

Un relámpago alumbró el sendero y eso nos ayu-dó a divisar, a unos pocos pasos de nosotras, una,casa pequeñita . Ateridas de frío echamos a correr

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para refugiarnos en el porche de la casa. May rom-pió entonces en una metálica carcajada nerviosa,a la que nos unimos todas . La risa y el ritmo mo-nótono de la lluvia hacían un dúo deforme .

Sin duda alguna, la estrepitosa risotada despertóal par de viejas que habitaban la casa. Una de ellasse acercó a nosotras, asombrada de nuestra presen-cia allí . Le explicamos que éramos de la Universi-dad y, cuando lo comprobó, nos invitó a secar nues-tros vestidos en su casa . Antes de que entrásemos,sin embargo, pudimos observar que se acercaba aloído de Pilar y le susurró algo de lo que nosotrassolamente pudimos percatar la palabra "viuda"¿Viuda? Ninguna de nosotras era casada y muchomenos viuda. ¿Qué querría decir con eso?

Entramos a la casa, que era tan vieja como sushabitantes ; la cocina, sin embargo, estaba reciéndecorada y las paredes despedían aún un fuerteolor a pintura. Las señoras cubrieron el piso deperiódicos viejos, y el perro, que estaba durmiendocómodamente en un rincón del salón, se acercó alhornillo de la cocina, donde nosotras secábamosnuestra ropa y nos calentábamos del frío y delmiedo .

La palabra "viuda" se había metido en el grupo,y Pilar, que era la dueña del secreto, nos mirabacon deseos de revelarnos lo que la vieja le habíacontado tan sigilosamente. ¿Qué encanto tenía Pi-lar para que siempre fuera la dueña de las confi-dencias? En la primera oportunidad que tuvo nos

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reveló todo . Hacía unas pocas horas de ese salónhabía salido el cadáver del esposo de la anciana si-lenciosa. Todo se aclaraba, por fin . . . El era místerStuart, el profesor de Química que había muertola noche anterior. Esa mañana habíamos ido a susfunerales en la capilla de la Universidad . . . Unafuerza misteriosa nos había arrastrado en medio dela tormenta a esa casa para que sintiésemos lamuerte zumbar a nuestro lado .

El pánico se apoderó de nosotras con más fuer-za y esa noche., mientras caminábamos rumbo a laResidencia, y ya la luna alumbraba, creímos en losespíritus vagabundos y en todas las supersticionesde nuestros antepasados . . .

La tarde había sido una tarde más, pero nosotrasno habíamos querido aceptarlo . . .

CAPÍTULO VI.

Los ratos de ocio habían desaparecido casi porcompleto. Todas teníamos una montaña de tesinasque escribir antes de que aparecieran en el calen-dario las fechas fatídicas de los exámenes trimes-trales. Las semanas se consumían entre tazas decafé y visitas a todas horas a la biblioteca . Allí,apartadas de toda presencia, nos fundíamos en elambiente de la Corte de Luis XVI o de la batallade Normandie. Recuerdo que había momentos enque nuestra desesperación llegaba casi al borde dela neurastenia . Veíamos al espíritu de Verlaine ; alos negros Mao-Mao ; a Bolívar ; a Villón y a Kantdanzar en una rueda estrecha hasta hipnotizarnos .De estas pesadillas, Verlaine resultaba el autor del"Delirio del Chimborazo", y los Mao-Mao, liber-tadores de América .

En la noche, cuando la biblioteca se cerraba ylas estudiantes dormilonas se retiraban a sus habi-taciones, un grupo de diez o doce nos posesioná-bamos del espacioso salón de la Residencia, y allícontinuábamos nuestras investigaciones . Paquetesenteros de cigarrillos aparecían y desaparecían enel transcurso de las horas, y los ceniceros y las me-

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sas quedaban cubiertos de colillas manchadas derojo. Para romper esta asfixiante presión mental, aveces se oía tararear una canción, y alguien se ofre-cía para bajar al sótano a comprar café en las má-quinas automáticas . Las minúsculas moneditas deplata de diez centavos se rebuscaban en todos losportamonedas, y muchas espulgábamos hasta deba-jo de los cojines, donde de vez en vez, dábamoscon un tesoro perdido. Entre sorbo y sorbo de cafése mezclaban los planes para el fin de semana conconversaciones que se habían tenido durante el díacon los profesores. "Que si W . B. Smith me acon-sejó que leyera el libro de Robinson, o si MmeGautier me sugirió que leyese con más cuidado La-martine." Así, profesores, escritores y un millar depapeles escritos bajo la influencia del café y delcansancio se comían nuestras energías . Avanzadala madrugada, casi todas nos retirábamos a dormirpor un par de horas y, a las ocho, el timbre anun-ciando el despertar del colegio nos hacía rebotar dela cama como muñecas de cuerda .

Un jueves -antes de los exámenes- entró enmi habitación la larga figura de Jeanne . Su cuerpoahora daba aún más la impresión de agotamientoabsoluto. Se había desesperado y quería ir a pasarla tarde a Nueva York . "Tal vez a mí me gusta-ría ir a ver a mis tíos ." Francamente, en un prin-cipio, la idea no me entusiasmó ; pero en esosmomentos Alessa llegaba a mi cuarto y ella se em-pecinó que quería salir de Vassar para respirar aire

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puro. Hacía tanto tiempo que la veía tan desani-mada, que este súbito renacer me hizo cambiar deopinión .

Nos arreglamos y, después del almuerzo, ya es-tábamos en el "Alfa Romeo" rumbo a la ciudad.

Jeanne y el coche volvieron a formar una solafigura, en desbocada carrera por la ancha pista .Alessa abrió una ventanilla y el aire frío silbó agu-damente, pringándonos la piel . El viaje fue rápidoy delicioso.

Antes de ir a la casa de mis tíos, fuimos al apar-tamento de Jeanne ; era acogedor, pequeño, concuadros surrealistas en las paredes y almohadonesde colores sobre los sillones de cuero . Tenía unabuena colección de libros sobre la India y muchasfotografías japonesas. También pude observar queera aficionada a Camus, y no por lo que es todo elmundo que quiere estar "a la moda" . . . Una corti-na color verde separaba el saloncito de la ha-bitación .

Mientras ella se cambiaba de ropa, Alessa y yonos preparamos un "Martini" y pusimos en el mag-netofón una cinta de música de jazz que Jeannehabía grabado, de Romano Mussolini, cuando ha-bía estado en Italia, en el verano .

Jeanne nos condujo a la casa de mis tíos, peroantes de despedirnos quedamos de acuerdo que ellavendría a recogernos a las once .

El portero "verde" se deshizo en reverencias, ycon amabilidad exagerada caminó a nuestro lado

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hasta el ascensor . Golpeamos varias veces a lapuerta antes que la Lala saliera a abrirnos, y notéque el gesto agrio de su cara se había acentuadoaún más durante los días que no la había visto . Conuna mueca intrigante me comunicó que Carmen yAntonio no estaban en casa . "Quizá sería mejorque regresásemos más tarde . . ." Pero decidimos es-perarlos, y esto fue motivo de contrariedad parala sirvienta. Murmurando no sé qué entre dientes,encendió unas cuantas luces de la casa . Ella tam-bién rehuía a la claridad . . . Alessa y yo esperamospor un rato la llegada de mis parientes, y ya nosdisponíamos a marchar, cuando ellos regresaron .

Carmen y Alessa simpatizaron instantáneamen-te, como yo había sospechado que iba a suceder, yAntonio se escondió tras una indescifrable sonrisa ."Cenaríamos con ellos ; después de todo, Alessa ha-bía venido especialmente a conocerlos y, por consi-guiente, era necesario que conversáramos bas-tante."

Recuerdo que Alessa y yo estábamos alegrísimasgracias al "Martini" que habíamos bebido en casade Jeanne, así que ya nada nos preocupaba .

De todo lo que sucedió esa noche sólo persistefija en mi mente la sensación agridulce de haberestado a solas con José Antonio, a pesar del am-biente familiar que nos rodeaba . Sí, estoy seguraque estuvimos solos ; solos y juntos con el temor deconfesarnos la verdad . . ., pero con el loco anhelo de

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no evitar lo que, a pesar de nosotros mismos, seríainevitable .Amor u odio . . . ; cualquier cosa, menos indife-

rencia .No pude más ; un escalofrío candente me sacudió

y, con un impulso abierto, me acerqué a Carmenqueriendo refugiarme en su presencia ; amparo que,sin duda alguna, encontré porque, poco a poco, losojos de José Antonio ya no me hicieron daño . Lo-gré serenarme y me despedí en la creencia de queambos seguirían siendo para mí solamente : "Lostíos" .

Cuando bajamos, Jeanne nos esperaba . Agotada,me tiré en el asiento trasero del automóvil, no que-riendo pensar en nada, pero pensando demasiado,quizá. Me sentía casi enferma, y no pude despegarlos labios en todo el viaje . Entre el abrazo mater-nal de Carmen y el fuego de la mano y de los ojosde José Antonio, mi mente no estaba para conver-saciones de ninguna clase . Tuve suerte, porqueJeanne y Alessa, olvidándose del bulto que lleva-ban en el asiento trasero, aprovecharon la oportu-nidad para hablar de los veranos europeos y de lassoleadas playas italianas . . .

Creo que Alessa cantó algo, como acostumbrabaa hacerlo cuando hacíamos largas travesías en co-che y ella tenía cierta intimidad con los que laacompañaban. Además, la negrura de la noche,rota por la luz artificial del automóvil, inspirabasensaciones extrañas en el corazón de mi amiga .

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Dormía todavía cuando el timbre de mi cuartoempezó a zumbar furiosamente para anunciarmeque abajo, en la portería, había una llamada paramí. Me desperté asombrada y sintiendo la cabezacomo de plomo. Torpemente logré ponerme unabata sobre el pijama y me acerqué al teléfono localde nuestro corredor para informarme de quién erala llamada .-A Long distante call from New York . . . (i) .¿Quién me podía llamar desde Nueva York tan

temprano, que no fuera Carmen . No, no podía ha-berle sucedido nada ; la noche anterior habíamosestado en su casa . . . Seguramente, era que había-mos olvidado algo . . . Pero esa no era razón parallamarme a esas horas de la mañana . Preocupada,fui a lavarme un poco para así despabilarme . Bajélas escaleras tratando de serenarme y, después depreguntar en qué casetilla se había recibido la lla-mada de Nueva York para mí, me acerqué un pocotemblorosa al auricular .

-Alló, ¿quién es?Una voz de hombre, que reconocí al instante,,

respondió, y yo sentí que las manos se me cubrie-ron de un sudor frío, las piernas me flaquearon ytuve que sentarme en el estrecho taburete de ma-dera para recobrar las fuerzas que me fallaban .

(1) Una conferencia de Nueva York.

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-Buenos días, sobrina ; casi no he podido cerrarlos ojos en toda la noche . . .-Pero, Antonio . . .Por primera vez lo llamaba por su nombre de

pila, y lo hice sin darme cuenta ; estaba demasiadoconfundida para pensar claramente. El prosiguió :

-Sí, y para decirte que me dormí contigo en loslabios. ¿Puedo verte hoy?-No.Al oír mi respuesta, él colgó bruscamente. Fue

mejor así, ya que seguramente no hubiera sabidoqué responder . Yo me separé despacio del mudo te-léfono negro . Me acerqué mecánicamente a la ven-tanilla que quedaba a pocos pasos y pegué la narizcontra el vidrio helado. Me distraje al ver cómo mialiento lo iba empañando, a medida que mi respi-ración se aceleraba .

Había nevado y Vassar entero estaba bajo unsudario blanco. Los árboles, negros y deshojados,habían aprisionado entre sus ramas capullos de nie-ve que parecían flores, y sobre las erectas púas delos verdes pinos se balanceaban trozos blancos dealgodón .

Centenares de faldas de diversos colores y cali-dad de paño, centenares de abrigos y centenares dejerseys se cruzaban en el campo, encorvadas por elfrío, en medio de la dura masa blanca que encarce-laba las botas de nieve . El perfil de los treinta edi-ficios, dentro de los espaciosos jardines que rodea-ban la Universidad, era una vista tan monótona

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para mí, que a veces me ahogaba. ¡Cuántas veces,durante los últimos cuatro años, me había detenidoa mirar al mismo panorama, con la esperanza deencontrar algo nuevo! ¡Vano empeño! Nada cam-biaba ; unos cuantos rostros desaparecían anual-mente para ser repuestos por otros más infantiles .Sin embargo, la frígida máscara de yeso era uni-forme y el hielo de las almas se adhería al conge-lado paisaje .

Subí a la habitación de Alessa . Esta dormía apierna suelta, con la cara pegada contra la almo-hada. Las mantas estaban en el suelo y en el pisohabía unos cuantos libros que seguramente ella ha-bía estado leyendo cuando regresamos de NuevaYork. Encendí la luz de la cabecera de la cama yla sacudí varias veces para que se despertara . Te-nía que hablar con ella y ponerla al tanto de lascosas .

-Alessa, mujer, despierta, que necesito hablarcontigo .

Pero ella seguía durmiendo y apenas emitía unossonidos raros y se cubría la cara con las sábanas .

-Alessa, Alex, cara . . .Con la última palabra, quedó con los ojos abier-

tos y sus retinas fijas en mí .-¿Qué? . . ., ¿qué? . . ., ¿qué te pasa?, ¿estás en-

ferma?Por qué sería que todo el mundo creía que uno

estaba enfermo cada vez que hacía algo fuera delo rutinario . . .

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-No, es que . . .-Pero, ¿es que estás llorando?En verdad, dos lágrimas se me habían escapado

y mojaban las blancas sábanas de mi amiga .-Sí, me acaba de llamar Antonio .-¿Antonio? ¿Tu tío? Pero, ¿qué te ha dicho?

¿Está enferma Carmen?Tenía que decírselo todo y no sabía cómo empe-

zar. Ella era la única capaz de comprenderlo sinjuzgarme o juzgarnos .

-Carmen está bien . . . El llamó para decirme quese había dormido conmigo en los labios .—Contigo en . . .-Sí, en los labios .Un rictus extraño se contrajo en su boca .-¿Te dijo algo más?-Que quería verme hoy .-Te negaste, por supuesto . . .-Sí, por supuesto .-¡Es un sinvergüenza!-¿Sinvergüenza? ¿Por qué?-¿Y todavía lo preguntas? ¿Eres tonta, mujer?

No sé qué decirte .Ella no sabía qué decirme y yo no sabía cómo

explicarle lo que sentía en esos momentos . Era unasensación tan rara y tan nueva, que no encontrabalas palabras apropiadas para definírselo .

-Alessa, ¡qué bueno es vivir dentro de alguiena todas horas! . . .-Mal síntoma . . . Empiezo a comprenderlo todo .

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-Yo, nadie . . ., es la primera vez que . . ., porqueEnrique Alberto nunca me ha dado nada . He sidosu juguete de moda, su maniquí . Desea que yo lequiera para saberse amado . . . ¿Y yo? Me sé nece-sitada, pero . . ., ¿amada?, ¿qué es eso, Alessa?

-Ya no necesito más explicaciones . . . ¿Tienesmuchos deseos de llorar?-¡Muchos!-Anda, llora. Es lo único que ayuda en momen-

tos así. Recapacita ; sabes que el fuego quema .-Y que, además, estoy en carne viva .-Exacto. . . Me estás ensuciando la sábana . En

el cajón de la derecha, a la izquierda, hay un pa-ñuelo, cógelo .

-¿El verde claro, con flores?-El mismo. Tú sabes lo que esto significará

para Carmen . . . Puedes destruirla .-¡Cállate, por favor! ¡No quiero oír . . .!-¡La verdad . . . !-¿Por qué tiene que ser "La Verdad"?-Es lo que tarde o temprano flotará en la su-

perficie. Lo que tú y todos verán como única ver-dadera huella . Acuérdate que todo tiene su justaconsecuencia .

-Con lo de "justa" no estoy de acuerdo . En fin,no estamos para discutir el significado de las pala-bras . . . Carmen . . .

-Ella y tú vais a salir mal heridas . Te lo ad-vierto por si . . .

Las palabras de Alessa me produjeron un sudor

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frío que me resbaló por la columna vertebral . Car-men . . . . Carmen. . . No podía, no toleraría destruir-la. Pero, ¿qué podía hacer para deshacer la tor-menta que se avecinaba? En la desesperación seme ocurrió algo :

-¿Qué te parece si llamo por teléfono a Carmeny la invito a Vassar? Así almorzará con nosotros eldomingo de la semana próxima y. . .

-La idea me parece estupenda . Anda, yo bajocontigo ahora mismo. Pásame la ropa: la falda ocrey la blusa blanca que están en el armario .

--Mientras te vistes, voy a buscar el dinero parahacer la llamada . ¿Tienes cambio en sencillo paraun dólar?

-Busca y coge lo que necesites en mi bolso .Juntas hicimos la llamada, y Alessa no se separó

de mi lado un segundo mientras conversaba con mitía. Carmen parecía algo triste y su voz afónicavibró como un aullido. Conocía su hipersensibili-dad ; Antonio la debió haber ignorado por completola noche anterior . No necesitaba que me lo dijerapara adivinarlo . . .

Mi invitación la alegró muchísimo . Aceptó in-mediatamente, y así, quedamos en ir a recibirla ala estación de Poughkeepsie, a las once y media deaquel domingo. Me sentí más sosegada despuésde haber hablado con ella, aunque esto no duró mu-cho tiempo .

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Mi negativa a la primera llamada de Antoniosólo sirvió para despertar en ambos una ansiedadincontenible. Día tras día el hilo del teléfono metrajo su voz, que yo esperaba sin tener el valor pararenunciar y, menos aún, para comunicárselo ni aAlessa ni a nadie . Viví esos días en un estado emo-cional mezcla de fiebre y de repudio, pero tam-bién, es cierto, que durante diez días viví para eserepiqueteo que siempre llegaba después de las lla-madas de Enrique Alberto y que, al contrario delas de él, eran cortas y de palabras casi sin sentido .Es por eso quizá que, queriendo reconstruirlas, nopuedo, porque forman un limbo en mi mente .

CAPÍTULO VII

Ese domingo hubiera querido quedarme sumer-gida entre las mantas y no tener que verle la caraa nadie, y menos aún a Carmen. Tenía mucho quedecirle ; sin embargo, no tenía el coraje para afron-tar la realidad . Eran casi las diez y media y yo to-davía me revolvía perezosamente, restregándomelas sábanas sobre la piel .

Alessa, que siempre se demoraba horas ante elespejo cuando tenía un compromiso, entró a mi ha-bitación regiamente vestida antes que yo me levan-tara. Estaba dispuesta a hacer lo que fuera por míese día .

-¿Es que no piensas levantarte hoy?En verdad, Alessa tenía razón ; yo no pensaba

levantarme ni hacer nada que requiriera mayor es-fuerzo de mi parte. Si sólo pudiera telefonear aCarmen y decirle que había amanecido enferma . . .Pero todas estas excusas flotaron por el aire sin en-contrar eco . No había otra alternativa que tomar .Debía levantarme y ataviarme lo mejor posiblepara recibirla . . . El vestido gris, el negro y el azulse me cruzaron por la imaginación, y me vi vestidacon cada uno de ellos ; ninguno me satisfizo. Tenía

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-que lucir bien y hacer desaparecer bajo el maqui-llaje las ojeras de cansancio de una noche de ner-vioso insomnio. Ella no debía sospechar nada an-tes de que yo hablara. Nada . . .

Me decidí por la falda azul eléctrico y el jerseymarfil que papá me había traído de Inglaterra ensu último viaje a Europa . Siempre que usaba eseconjunto las chicas hacían comentarios al respecto .Pero el cabello lo tenía hecho un desastre y hacíavarios días, diez días, que no me lo cuidaba . Abríla primera página de la revista Elle, ensayandoafanosamente los peinados que lucían las modelosparisienses . Al fin y al cabo, todas daban la impre-sión de estar elegantemente despeinadas, así que,con un poco de laca aquí y otro allá podría crearlos mismos efectos .

Mientras yo me arreglaba, Alessa se sentó a ho-jear un grupo de novelas de los "beatnik" que mehabía comprado para husmear el arte de esa gente .La prosa era pésima, y Alessa me hizo reír con lasátira con que lo juzgó .

¡Qué no habría dado yo para que ese día ya hu-biera acabado en vez de estar empezando! En esosmomentos, Carmen seguramente vendría en el tren,aturdida por el monótono chirriar, pensando en unmillón de cosas .

El tiempo caminaba dentro del reloj de la esta-ción acompasadamente . ¡Las once y media! . . .

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Hora fijada para la llegada de Carmen . . ., pero eltren no aparecía por el recodo que bordea el río.Alessa y yo nos paseábamos por el andén, comen-tando cosas triviales que hablaban claramente, me-jor que cualquier otra cosa, del momento temidoque pronto estaría junto a mí .

Dentro, muy dentro, me absorbía una obsesio-nante idea : evitar que se empañaran los ojos grisesque sabían sonreírme con ternura . Seguramentehabría una solución y juntas ella y yo, la encontra-ríamos .

Pensé en Jaime, en mi padre, en Ricardo, sola-mente para disfrazar lo que en vano buscaba des-de mi infancia . Alessa me ofreció un cigarrillo y,en ese momento, el bulto de acero negro se anun-ció, vomitando el humo y partiendo el aire con suestridente silbido, que martilló mis huesos . El ciga-rrillo, sin encender siquiera, se me escapó de losdedos y mejor fue así, ya que tenía la garganta secacomo si fuera a ser estrangulada por aceleradaspalpitaciones .

La figura de Carmen se destacó en la puerta delvagón ; vestía con exquisito buen gusto y, tal comoesperaba, bien pronto me sentí fundida a ella enun abrazo cálido .

No era difícil adivinar el cuidado que Carmenhabía puesto en cada detalle de su tocado y lo bienque había preparado su espíritu para darme lo me-jor de ella en ese día que pasaríamos juntas .

-¡Tía, se le ve guapísima! Esta tarde le voy a

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presentar a todos mis profesores para que me ten-gan más cuenta en el futuro . . .-Mi corazón ; no exagerés . Me he arreglado

para vos y para que sintás que tu tía puede ser tuamiga todavía . Yo recuerdo, que siendo estudian-te, una vez . . .

Una vez, es cierto, ella también había sido estu-diante como yo. El tiempo pasa como ráfaga deviento y las almas quedan intactas para alimentar-se de recuerdos . Alessa, yo y todas mis amigaspronto dejaríamos de vivir del futuro para retro-ceder nuestras mentes a lo que ya no volvería .

Mi tía y nosotras dos salimos de la estación to-madas del brazo y abordamos el "Cadillac" negroque recogía siempre a las estudiantes de Vassar.Recorrimos lo que había que recorrer de la peque-ña ciudad y las majestuosas casas blancas dondeviven los profesores y sus familiares para que Car-men advirtiera el marco que bordeaba la Univer-sidad .

Tuvimos suerte, porque ese día brillaba el sol,iluminando la nieve acumulada a ambos lados dela avenida y en los jardines del "campus" .

Las amplias arcadas góticas de la entrada prin-cipal se destacaban contra un limpio cielo azul y,al fondo de la avenida, el edificio "Main" (i), re-pleto de historia, se enmarcaba en el horizonte .

(1) Primer edificio construído por M. Vosear, en 1861 . Hoy Re-sidencia donde viven las estudiantes del último año.

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Miré retrospectivamente ; ¡qué lejos y qué cerca seme presentó el día en que crucé por primera vezestas mismas arcadas! Estoy segura que Vassar nohabía cambiado durante mi estancia allí ; pero sime hubieran pedido que usara un pincel para bos-quejar lo que había quedado en la retina de misojos cuando llegué a empezar mis estudios, trému-la de ilusiones, y volviera a usarlo ahora, nada ten-dría de semejante . ¿Era Vassar quien estaba den-tro de mí o yo dentro de Vassar?

Carmen rompió el silencio :-¡Qué bello lugar es éste! Se debe estar muy a

gusto aquí .-Sí, estudiamos muy a gusto .Alessa y yo compartimos una leve sonrisa ; pen-

sábamos lo mismo ; en las largas noches que pasá-bamos ante un libro o una máquina de escribir . . .Le pedimos a Harry, el chófer, que nos diera unavuelta en el automóvil por el campo, para que mitía viera la Universidad, aunque fuera a vuelo depájaro. Después le mostraríamos con más calma elinterior de cada uno de los edificios .

Cuando llegamos a la Residencia donde Alessay yo vivíamos y nos dirigimos hacia mi habitación,pude darme cuenta que la presencia de Carmen ha-bía logrado serenarme . A ella le agradaron los co-lores que yo había elegido para decorar mi mi-núsculo hogar dentro de esa gran residencia llenade lujo impersonal, aunque armónico .

Como de costumbre, Alessa se sentó en mi cama-

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diván y Carmen la imitó . Formaban un exótico con-junto dentro del grupo de almohadones de diversostamaños y tonos pastel que eran mis compañerosinseparables y testigos de mis buenas y malas ho-ras vividas dentro de esas cuatro paredes .

Yo me senté en una silla, que acerqué a la orillade la cama para evitar ver reflejada mi faz ante elespejo de la cómoda . Bebimos unas "Coca-Colas"que Alessa se ofreció a subir del bar automático y,después de descansar un rato, nos dirigimos haciael comedor, que ya estaba lleno de alumnas, comouna colmena .

Después del almuerzo, Alessa se retiró a su ha-bitación "a estudiar" para el examen de mañana,y Carmen y yo nos encaminamos al salón blanco,con sillones de vivos colores, que poco a poco se fuedeshabitando. Algunas chicas leían el periódico do-minical, otras conversaban con sus novios y ungrupo reducido, sentadas en la verde alfombra,jugaban al bridge .

Tía Carmen y yo nos acomodamos alrededor deuna de las cuatro redondas mesas de mármol queadornan el vestíbulo . Las dos sabíamos que estába-mos allí para decirnos palabras de vital importan-cia y, sin embargo, por un eterno segundo, sólo su-pimos mirarnos a los ojos fijamente . Ella estabanerviosa . . ., sus dedos se movían ariscamente y ob-servé que se zafaba del anular izquierdo el enormebrillante de compromiso, como si en ese momentole pesara .

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Tenía que jugarme el todo por el todo e iniciaryo la conversación . Estaba dispuesta a no ocultarlenada ; ella se merecía mi cariño y mi respeto, y yose lo daría. Pero, ¿cómo empezar?, ¿diciéndole lopoco que había sucedido entre su marido y yo . . .?Tenía sed, una sed inmensa, la lengua se me pegóal cielo de la boca en busca de humedad .

-Tengo sed, ¿y usted, Carmen?-Por favor, tutéame, necesito que me acerqués

a vos .Como siempre lo hacía cuando estábamos a so-

las, ella dejó escapar su leve deje argentino y co-nvenzo a hablarme de "vos" .

-Yo también necesito estar cerca de ti .-¿Me traés un vaso de agua?-¿Quieres otra cosa?-No, gracias, hija. Agua servirá su propósito .Fui en busca de lo que ella me pedía para vol-

verme a enfrentar con sus inmensos ojos grises .-Sentate, por Dios. ¿Te importa que sea yo

quien inicie la conversación?-En absoluto. Te escucho .-¡Qué difícil lo hacemos todo! Estamos peor

que los alemanes, ché. Nosotras organizando pro-tocolariamente una conversación . ¡Vaya tonte-ría! . . . (Y aquí vi que tragaba saliva con esfuerzo,inclinando la cabeza hacia adelante) . Te necesito,hija, Antonio . . ., Anton . . ., bueno, en fin, no sé cómodecírtelo. Creo que no me quiere . . .

-¿Por qué dices esto?

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Lo sabía todo . Quise alejarme de su lado o gri-tarle que la quería, que . . . ; pero ella continuó conserenidad forzada .

-Después de quince años de vivir con un hom-bre . . ., un hombre que has adorado con las ilusionesfrescas de la juventud, ya sabés hasta de que ladorespira mejor. ¡Quince años para conocer a un ser!Días en que lo has visto hecho un niño recostadoen tu regazo, y noches en que su rostro te ha inci-tado al amor con una leve sonrisa .-¿Y ahora?-Ya no me mira. Tiene miedo de ver su cuerpo

reflejado en mí . Nunca le di un hijo y el nunca melo reclamó, hasta ayer . . . Cuando te vio, quiso fun-dirse en la carne de Ernesto ; ser padre como suhermano lo ha sido. Ahora me ve gastada y noquiere aceptar que su juventud se fue derramán-dose al lado de un cuerpo estéril. El no me lo dice,pero lo veo en sus ojos cuando se atreve a mirar-me creyendo que en la oscuridad no lo estoy viendo .

Le tome las manos y se las bese levemente . Ellacontinuó su relato, ofreciéndome a cambio del besoun suave movimiento de labios que ella quiso quefuera una sonrisa .-Te necesito. Ahora lo comprendés, ¿verdad?

debo tenerte a mi lado. Sólo por vos vendrá Anto-nio a mí . No me abandonés, ¡te lo imploro . . .!

Esto último salió con dificultad de su garganta .-Tía. . . (debía confesarme ante ella . En el mo-

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mento) . Tía . . . es que (alcé un poco la voz) . . . yoquiero a Antonio .

No se turbó ; por lo contrario, continuó con másserenidad, aún .-Por eso mismo. Yo sé que le querés. Sino fue-

ra así, no te pediría tu ayuda .-Pero. . ., ¿no comprendes? . . . El . . . me quiere . . .

también . . .Ya no podía hablarle más claro.-También lo sé y, porque sé esto es que he ve-

nido a tí . Por vos, "su hija", el hará todo . Volveráa ser el mismo conmigo .

-Por favor, no te engañes . Es que yo nuncaseré su hija .

Tenía que puntualizar todo de una vez .-Sí, estoy segura que serás la hija que nunca

tuvimos y que los dos estamos ambicionando .-Para tí podría serlo ; para él, jamás .-No te entiendo .En realidad, no me entendía o quería engañarse

pretendiendo no escuchar las palabras que con tan-ta dificultad salían de mi garganta . ¡Dios mío, queabriera los ojos! ¡Que viera esa fea realidad queyo le gritaba en toda su desnudez!

-Claro, ¿cómo vas a entenderlo, si te aferras ano querer comprenderme? ¿No te das cuenta queno llevo medias cortas, que soy una mujer y queAntonio es un hombre? Carmen, escúchame, com-préndeme, acuérdate que yo crecí no siendo para élni siquiera la sobrina . . .

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Callé . . ., ya no tenía fuerzas para seguir hablan-do. El llanto me obstruyó los sentidos y los brazosse me desmadejaron sobre la falda .

-¡Qué tonterías estás diciendo! Vos sos muyjoven, hijita mía. Cuando se llega a mi edad, ya laexperiencia nos hace ver la vida sin los lentes deaumento que ahora vos tenés puestos .-Ojalá no te equivoques, Carmen . Si tú me ne-

cesitas, yo te necesito aún más . Pero con tu expe-riencia debes cuidar de ti, de Antonio y de mí . Porúltima vez te ruego . . .Aquí Carmen no me permitió continuar ; rió con

alegría, invitándome a que lo hiciera también,mientras soñaba atropelladamente en formar delos tres una "familia feliz" . Le brillaban los ojos,hablando casi para sí :

-Vendrás a vernos cuantas veces podás . ¿Ver-dad que sí? Comerás en casa, por las tardes iremosjuntas de tiendas o al teatro o al cine, y, en las no-ches, nos sentaremos los tres alrededor de la chi-menea . . . como el primer día que viniste a casa . ¿Teacordás? Allí comentaremos nuestras aventuras co-tidianas y seremos una familia completa . . ., una fa-milia feliz .

Inútil : mi tía quería ponerle una máscara al soly yo me sentí incapacitada para sepultarle esa ilu-sión. Yo tenía que ser su hija . Todo era una farsalarga y tratábamos de negar que aquello que vivía-mos no era sino una vulgar pesadilla sin puerta deescape .

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Carmen, Carmen querida, habías venido a lle-nad de luz la oscuridad que habitaba dentro de mídesde hacía muchos años . . . ¿Por qué tenías queestad casada con él?

Esa tarde visitamos casi todos los edificios de laUniversidad, y era grande el contraste que existíaentre el derroche de lujo que ofrecían los edificiosy la aridez que bañaba mi espíritu. Hubiera queri-

do repetidle a Carmen que se fueran los dos de mivida ; pedidle que me dejaran sola dentro de la mez-quina burguesía que siembre había conocido . Pero,por eso mismo, porque soy incapaz de salidme de mipropia cárcel gris, me tragué mis pensamientos .

Cuando, al fin, nos despedimos, Carmen me es-trechó contra su tibio pecho maternal . . . ; ya no ha-bía nada que haced .

SEGUNDA PARTE

CAPÍTULO PRIMERO.

El automóvil frenó bruscamente . Era de nochey, al principio, no entendí qué sucedía . Las callesde Washington D . C., congestionadas de tráfico, mehicieron sospechar un choque . Miré a Enrique Al-berto, esperando una explicación . En ese momentoél se bajaba para abrirme la puerta del coche .

-¿Distraída o te has asustado? Estamos frentea la casa de Andreína . Los otros deben haber lle-gado hace varias horas .

Desde -que Carmen me visitó me había empeña-do en descubrir las cualidades que debía tener En-rique Alberto. Nuestro noviazgo se iba afianzandocon caracteres más definidos, como sucede despuésque se ha pasado por una tormenta emocional comola que yo acababa de soportar. El me llamaba conla puntualidad acostumbrada y sus visitas no erande matiz incoloro . Enrique Alberto, yo, o los dos aun tiempo, creíamos haber despertado, por fin, a larealidad . Ahora estoy segura de que nos 'habíamosapartado de la realidad para empezar a vivir unsueño.

Aquella noche él estaba nervioso, pero más tier-no de lo que nunca antes había demostrado ser .

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Como era el cumpleaños de Andreína, el grupoque se había reunido en su casa era heterogéneo :había muchas caras nuevas, y yo fui una de las quetuve que atender a las presentaciones . Esto pare-ció desagradar mucho a Enrique Alberto, ya queera la primera vez que no me tenía solamente parasí. El, siempre tan seguro de mi cariño, no habíadado muestra de celos en ninguna otra ocasión .

Cuando pudo se separó del grupo y me invitó aque nos sentáramos en un diván donde pudiéramoshablar a solas, sin atender a la algarabía de la fies-ta. Por un momento me sentí mejor, lejos de todaesa bulla, que me aturdía . Quise decirle que no seapartara de mi lado, que me mantuviera siemprelejos de aquello que pudiera interponerse entre am-bos. Sin embargo, él no me dio oportunidad paraconversar nada concreto ; buscó mis manos, mis la-bios y mis ojos, repitiendo sin cesar aquello que di-cen todos los hombres cuando tienen a una mujeren sus brazos : "Que me quería" (¡qué poca imagi-nación!), "que debía de ser de él . . ., su legítima po-sesión . . . (lo de siempre) . . . Enrique Alberto nocambiaría . . . Pero yo debía quererlo ; debía enamo-rarme y debía casarme, como lo harían todas misamigas que danzaban en ese momento en el salónvecino .

A intervalos, una a una de mis amigas más ínti-mas y los amigos de mi novio desfilaron ante nos-otros para bromearnos acerca de lo que creían en-trever .

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Solamente Alessa y Jeanne no hicieron lo mismo .Ellas me mandaban toda clase de mensajes con lamirada ; -estaban sorprendidas y estoy segura deque nadie más que ellas hubiera deseado que trasde aquella apariencia de "romance feliz" existieraalgo sólido . . .

Hacia la media noche se sirvió la cena, que todosesperaban con ansias . Había jamón y esos fiam-bres que se sirven en las fiestas ; todos gritamos ybrindamos con champagne por la mayoría de edadde Andreína, quien, a pesar de sus veintiún años,conservaba un cuerpecillo infantil, que ahora, en-fundado en el traje de brocado plata, hacía realzarel color de sus ojos y el brillo de su cabello .

De pronto, las voces y las risas cesaron y se es-cuchó un quejido de dolor y un ruido de cristalesrotos : de la mano de una de las invitadas, que es-taba de rodillas en el suelo, manaba abundantesangre, que bien pronto se extendió sobre la faldade su traje .

A veces pienso en esto y todavía me hace estre-mecer el espanto que me produjo aquella escena :música, champaña, risas, sangre, algodones y olora desinfectante. ¡Qué mezcla tan repulsiva! Todoesto dentro de una noche de fiesta, donde las invi-tadas éramos un grupo de "niñitas" impresionablesque, sin saber nada del mundo, estábamos llegandoal final de la etapa de los estudios universitarios ;entonces -con la imaginación agitada por los he-chos- creí que lo que sucedía era un presagio sim-

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bélico de nuestra futura vida. Teníamos frente anosotros unos pocos meses de existencia encerra-da en la torre de marfil que nos había amparadodurante nuestros años de estudios . Todas habíamosfilosofado creyéndonos preparadas para la vida ydeseando afrontarla cuanto antes . Pero ahora quela realidad se acercaba a pasos agigantados hacianosotras, la temíamos aún, sin atrevernos a confe-sarlo.

A partir de aquel momento, y a pesar de que lachica del susto y la herida seguía bailando y ha-ciendo poco caso de su mano vendada, creo que laanimación no logró recobrarse .

¡Qué paradojas tiene la vida 1 Nos erizamos antela sangre que se derrama y mancha un trozo de telay, sin embargo, qué pocas veces sabemos ver conlos ojos del cuerpo el gotear de una herida en elcorazón humano .

Enrique se ofreció para llevar a Alessa y a Jean-ne en el coche con nosotros, lo que fue un aliviopara mí ; así no tuve necesidad de disfrazar mi es-tado de ánimo . Estaba triste y fingí dormir mien-tras mis compañeras-confidentes se encargaron deconversar con mi novio .

Nos despedimos en la puerta de la Residenciacon un "hasta mañana" . A las diez del día siguientenos reuniríamos en el hall para desayunar juntos,antes de que Enrique regresara a Georgetown .

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Enrique me acompañó aquella mañana a algunade mis clases. Estaba interesado en conocer a losprofesores de Literatura castellana e hispanoame-ricana de Vassar . Una vez creo le había referidoque "Gabriela Mistral" había enseñado en estaUniversidad durante los años treinta, y, como esnatural, deseaba recoger el eco que la poetisa "com-patriota suya" dejó durante su estancia allí .

Pasamos un rato simpatiquísimo con los profe-sores del "departamento" de castellano. Inmedia-tamente Gabriela se convirtió en el eje central dela conversación, y nos reímos escuchando las excen-tricidades que nos referían de la laureada poetisachilena cuando ella vivió dentro del ortodoxo am-biente vassariano de esos años . Entre las anécdo-tas, nos refirieron cómo una vez "la gran pedago-ga" le entregó al alumnado las preguntas delexamen final ¡para que lo estudiasen en casa! Enotra ocasión, cansada del vivir protocolar entre losprofesores, un día, sin decir nada, se marchó al ba-rrio más humilde de Poughkeepsie y allí, en unreducido cuartito, vivió algunos meses con una fa-milia portorriqueña que para ella tenía más colori-do y vitalidad que sus colegas universitarios .

Después hablamos de Federico, Juan Ramón ymuchos otros intelectuales españoles que habían vi-sitado la Universidad durante una u otra ocasión .Cuando Enrique se despidió, llevaba consigo unaimpresión definida del "alto calibre del profesora-

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do de Vassar" . . . Todo esto era muy importan-te para él .

Se marchó a Washington después del almuerzo,y yo volví a sumergirme entre libros que, por fuer-za, tenían que cobrar vida dentro de mí antes quellegara el atroz día de los exámenes .

El cielo estaba azul, limpio de nubes y no hacíademasiado frío, a pesar de que estábamos a princi-pios de diciembre. Sentía ganas de tener contactocon la Naturaleza y salí a caminar un rato . . .

A mitad de semana encontré en la casilla de Co-rreos un sobre gris escrito con rasgos definidos . Erade Carmen. Lo abrí cuidadosamente para no ras-gar la dirección, que venía tan nítidamente impre-sa en letras rojas en la parte de atrás . La carta eracorta ; la leí con calma, queriendo captar lo queencerraba dentro de su brevedad. El amor mater-nal de mi tía por mí estaba enmarcado en cada pa-labra que se dibujaba sobre el papel . "Queridísi-ma. . . : no te he escrito antes para saborear mejora través de la distancia nuestra conversación . Aho-ra más que nunca estoy convencida que te necesi-to, que te necesitamos . . ."

De nuevo aquello que yo había tratado de ente-rrar durante los últimos días volvía a meterse enmi vida forzosamente .

"Te necesito ." Esas palabras, que ella se empe-

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fiaba en pronunciar y que yo no quería oír, marca-ban fijamente el testimonio de su voluntad .

Fui a la cafetería y elegí una mesa en un rincóndonde me fuera posible leer con calma el mensajede mi tía: "Antonio me pide que te invite para queeste fin de semana lo pases en compañía nuestra .Iremos a una recepción que ofrece el Cuerpo Diplo-mático de Washington . en honor del nuevo Emba-jador de Bélgica . . ." ¿Qué quería decir esta invi-tación de Antonio? Jeanne entraba en esos momen-tos en busca de un bocadillo de jamón para des-ayunarse y, al verme, se acercó a mí .

-Jeanne, eres la mujer providencial ; siéntate ami lado y dame un "Newport" mentolado de esosque estás fumando ; se me acaban de terminar losmíos .

Ella me dio lo que le pedía y, cuando la vi có-modamente sentada a mi lado, le extendí la cartade Carmen, pidiéndole que me diera su opinión. Laleyó cuidadosamente, estudiando cada palabra, conel objeto de captar todo lo que mi tía expresabaentre líneas. Yo, mientras tanto, pensaba en Enri-que Alberto, queriendo buscar en su recuerdo la se-guridad que estaba necesitando . . . Nada debía te-mer, porque nada existía entre Antonio y yo. . . Escierto que él me había llamado, pero pudo haberlohecho con un significado distinto al que yo le habíaimpuesto, y mi imaginación desenfrenada le habíadado colorido romántico. Yo estaba enamorada demi novio. Sí, él era quien me convenía y con quien

a

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GLORIA GUARDIA

terminaría casándome. Carmen tenía razón ; ellosme necesitaban y yo iría .

Jeanne interrumpió mi monólogo mental ; acaba-ba de terminar la lectura de la carta que puso so-bre la mesa .

-¿Qué piensas de esta invitación, Jeanne?Observé que se mordía los labios hasta darles

cierto matiz sanguíneo antes de responderme .-No sé, no sé qué decirte. Después de lo que

me referiste cuando regresábamos de Nueva York,el fin de semana de Thanksgiving, no creo que de-bas aceptar . ¿Has vuelto a ver a José Antonio, des-pués de tu visita con Alessa?

Nadie sabía lo de las llamadas telefónicas quehabía recibido, y me propuse seguir callando .

-No, no lo he vuelto a ver desde entonces . ¿Sa-bes que Carmen estuvo a visitarnos a Alessa y amí hace quince días? Tú estabas en Nueva York,por eso no te llamé .

-¿Entonces es eso a lo que hace alusión Car-men en su carta? Parece que ella te necesita. ¿Sien-tes miedo de enfrentarte a tus tíos?

-No sé a qué te refieres .-El lunes, Alessa y yo comentábamos tu súbito

cambio. ¿Por qué todas esas demostraciones conEnrique Alberto? Yo tenía entendido que tú . . . yde pronto, en la fiesta de Andreína, todo cambió ;la gente no hacía sino hablar de lo enamorados queparecíais. !Dime la verdad!

TINIEBLA BLANCA

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-La verdad, tú la acabas de decir . . . ; estoy ena-morada de Enrique Alberto .

Jeanne bajó la cabeza, se bebió de un sorbo sutaza de café y, con un movimiento brusco, se levan-tó de la mesa .-Te invito a que demos una vuelta en coche

por Poughkeepsie. El aire fresco te hará bien y amí me quitará el dolor de cabeza con que he ama-necido .

Era obvio que Jeanne no había querido escucharmis últimas palabras ; ella sabía cuándo callar atiempo.

La brisa, en efecto, nos sentó bien a las dos . Elpanorama abierto que ofrecían las amplias carrete-ras, rodeadas de desnudos árboles largos, me hizorecobrar el optimismo que creí empañado por unmomento, después de las reflexiones que me habíahecho Jeanne .

Iría a ver a Carmen y a Antonio ; al lado de ellostornaría a mí el calor familiar que casi no recor-daba. Ellos me ofrecían su amor y un mundo nue-vo. ¿Por qué no aceptarlo . . .? Yo quería a EnriqueAlberto, Carmen quería a Antonio y ellos me bus-caban para llenar el vacío que la Naturaleza les ha-bía negado. Todo estaba despejado . Al llegar a laResidencia le escribiría a Carmen para avisarle millegada .