capitulo - ¿qué ponemos en valor cuando vemos la ciudad con ojos de agricultura urbana

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¿Qué ponemos en valor cuando vemos la ciudad con ojos de agricultura urbana? Acortando la brecha entre lo que miden los técnicos y lo que valoran los y las agricultoras urbanas de El Alto (Bolivia) 1 Alain Santandreu 2 y Oscar Rea 3 1. A modo de resumen La actual visión de desarrollo absolutiza los discursos y orienta los proyectos de desarrollo, incidencia e investigación con un marcado sentido de implementación instrumental que valora más la realización de actividades que la identificación de los aprendizajes y cambios. Los sistemas de gestión del conocimiento organizacional y los marcos lógicos dominan el panorama de la cooperación al desarrollo y orientan a los gobiernos e incluso a las universidades no solo en los temas sino también en las formas en las que se realiza el monitoreo y la evaluación de los resultados. Los instrumentos usualmente aplicados enfatizan la construcción de sistemas de indicadores de producto o resultado en lugar de explorar nuevas formas de expresar los cambios logrados con las intervenciones. Los alcances contribuyen a poner en valor los cambios cualitativos influenciados por un proyecto en los conocimientos, comportamientos, actitudes y prácticas y relaciones que establecen los actores clave en una intervención, a la vez que permiten valorar dimensiones del cambio como la reciprocidad, la solidaridad o la felicidad. En El Alto (Bolivia) algunos proyectos de agricultura urbana muestran que los indicadores demandados por los técnicos y por una parte de los tomadores de decisión no siempre son los más valorados por las/os agricultores urbanos que privilegian otras formas y dimensiones del cambio. La gestión el conocimiento orientado al aprendizaje es, a la vez, un enfoque y una metodología que permite dar seguimiento y valorar estos cambios poniendo atención a algunas de las dimensiones olvidadas en los últimos años como resultado de la aplicación hegemónica de una visión única. 1 Santandreu, A. y O. Rea, (2015) "¿Qué ponemos en valor cuando vemos la ciudad con ojos de agricultura urbana? Acortando la brecha entre lo que miden los técnicos y lo que valoran las y los agricultores urbanos de El Alto (Bolivia)" en Participación social con metodologías alternativas desde el Sur, Cuenca, Universidad de Cuenca, Acordes/CEA. 2 Alain Santandreu, Sociólogo uruguayo/peruano. Inspirador y facilitador de procesos de Gestión del Conocimiento orientada al aprendizaje. Socio Investigador en ECOSAD-Consorcio por la Salud, Ambiente y Desarrollo (Perú). Miembro de CoPEH-LAC y de la Fundación RUAF (Países Bajos). Acompaña procesos de aprendizaje junto a gobiernos, universidades y organizaciones ciudadanas de diversos países de ALC que promueven programas y proyectos de investigación, desarrollo o incidencia en ecosalud, agricultura urbana, saneamiento sostenible, gestión participativa de riesgos, manejo sostenible de áreas naturales y derechos civiles, sociales y culturales. Ha publicado diversos libros, ensayos y artículos de divulgación en temas de su interés. Contacto: ECOSAD - Consorcio por la Salud, Ambiente y Desarrollo, Lima, Perú [email protected] 3 Oscar Rea Campos. Educador popular boliviano. Director General de la Fundación Comunidad y Axión. Coordinador Nacional del Grupo de Trabajo Cambio Climático y Justicia – GTCC-J -. Promueve procesos de ecoalfabetización y de sinergias a favor y con las víctimas de los efectos negativos del Cambio Climático. Frente a las crisis estructurales actuales, desarrolla conceptos como Espiritualidad, Ética, Justicia, Oikonomía Familiar, Comunidades Cordialógicas, Minorías Éticas de Esperanza, entre otros. Ha publicado libros, ensayos y artículos sobre los conceptos citados. Contacto: Fundación Comunidad y Axión. Calle 5 y Avenida Juan Pablo II, N° 58, Cuarto Piso. Casilla de correo 6748. El Alto, Bolivia. [email protected]

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Capitulo - ¿Qué Ponemos en Valor Cuando Vemos La Ciudad Con Ojos de Agricultura Urbana

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¿Qué ponemos en valor cuando vemos la ciudad con ojos de agricultura urbana? Acortando la brecha entre lo que miden los técnicos y lo que valoran los y las agricultoras urbanas de El Alto (Bolivia)1 Alain Santandreu2 y Oscar Rea3 1. A modo de resumen La actual visión de desarrollo absolutiza los discursos y orienta los proyectos de desarrollo, incidencia e investigación con un marcado sentido de implementación instrumental que valora más la realización de actividades que la identificación de los aprendizajes y cambios. Los sistemas de gestión del conocimiento organizacional y los marcos lógicos dominan el panorama de la cooperación al desarrollo y orientan a los gobiernos e incluso a las universidades no solo en los temas sino también en las formas en las que se realiza el monitoreo y la evaluación de los resultados. Los instrumentos usualmente aplicados enfatizan la construcción de sistemas de indicadores de producto o resultado en lugar de explorar nuevas formas de expresar los cambios logrados con las intervenciones. Los alcances contribuyen a poner en valor los cambios cualitativos influenciados por un proyecto en los conocimientos, comportamientos, actitudes y prácticas y relaciones que establecen los actores clave en una intervención, a la vez que permiten valorar dimensiones del cambio como la reciprocidad, la solidaridad o la felicidad. En El Alto (Bolivia) algunos proyectos de agricultura urbana muestran que los indicadores demandados por los técnicos y por una parte de los tomadores de decisión no siempre son los más valorados por las/os agricultores urbanos que privilegian otras formas y dimensiones del cambio. La gestión el conocimiento orientado al aprendizaje es, a la vez, un enfoque y una metodología que permite dar seguimiento y valorar estos cambios poniendo atención a algunas de las dimensiones olvidadas en los últimos años como resultado de la aplicación hegemónica de una visión única.

1 Santandreu, A. y O. Rea, (2015) "¿Qué ponemos en valor cuando vemos la ciudad con ojos de agricultura urbana? Acortando la brecha entre lo que miden los técnicos y lo que valoran las y los agricultores urbanos de El Alto (Bolivia)" en Participación social con metodologías alternativas desde el Sur, Cuenca, Universidad de Cuenca, Acordes/CEA.

2 Alain Santandreu, Sociólogo uruguayo/peruano. Inspirador y facilitador de procesos de Gestión del Conocimiento orientada al aprendizaje. Socio Investigador en ECOSAD-Consorcio por la Salud, Ambiente y Desarrollo (Perú). Miembro de CoPEH-LAC y de la Fundación RUAF (Países Bajos). Acompaña procesos de aprendizaje junto a gobiernos, universidades y organizaciones ciudadanas de diversos países de ALC que promueven programas y proyectos de investigación, desarrollo o incidencia en ecosalud, agricultura urbana, saneamiento sostenible, gestión participativa de riesgos, manejo sostenible de áreas naturales y derechos civiles, sociales y culturales. Ha publicado diversos libros, ensayos y artículos de divulgación en temas de su interés. Contacto: ECOSAD - Consorcio por la Salud, Ambiente y Desarrollo, Lima, Perú [email protected]

3 Oscar Rea Campos. Educador popular boliviano. Director General de la Fundación Comunidad y Axión. Coordinador Nacional del Grupo de Trabajo Cambio Climático y Justicia – GTCC-J -. Promueve procesos de ecoalfabetización y de sinergias a favor y con las víctimas de los efectos negativos del Cambio Climático. Frente a las crisis estructurales actuales, desarrolla conceptos como Espiritualidad, Ética, Justicia, Oikonomía Familiar, Comunidades Cordialógicas, Minorías Éticas de Esperanza, entre otros. Ha publicado libros, ensayos y artículos sobre los conceptos citados. Contacto: Fundación Comunidad y Axión. Calle 5 y Avenida Juan Pablo II, N° 58, Cuarto Piso. Casilla de correo 6748. El Alto, Bolivia. [email protected]

¿Qué ponemos en valor cuando vemos la ciudad con ojos de agricultura urbana? 2. Cambia, todo cambia La actual visión que conecta crecimiento económico con desarrollo orienta, en buena medida, los tipos de proyectos de investigación, desarrollo e incidencia que financian y promueven la mayor parte de las agencias internacionales de cooperación, ONG, gobiernos, e incluso, la academia. El modelo global y hegemónico también define en los centros de decisión – lejos, muy lejos de las áreas en las que se interviene y de las vidas y contextos que se busca cambiar- los temas que se financian y las formas cómo se identifican los problemas, se diseñan e implementan las soluciones y se miden los resultados entendidos, casi exclusivamente, como productos. La forma de concebir el desarrollo se refleja en la forma cómo pensamos, implementamos y valoramos los proyectos de desarrollo. Orientados por el marco lógico y enfoques como la gestión de conocimiento organizacional la preocupación de los financiadores y, por ósmosis de quienes implementan los proyectos, parece centrarse en el diseño de metodologías que permitan medir la eficacia y eficiencia de la ejecución y del gasto. De esta manera, los sistemas de monitoreo y evaluación se centran en la medición de impactos a través de indicadores de productos o desempeño y los gobiernos implementan, cada vez más, presupuestos por resultados que permiten verificar si el gasto se ha realizado o no en forma adecuada. Esta forma de comprender y valorar los resultados de una intervención difícilmente incorpore la noción de aprendizaje y cambio. Al preguntar a los coordinadores de programas o a los técnicos que implementan proyectos en campo ¿cuáles son los resultados alcanzados con tu intervención? Las respuestas suelen mencionar las actividades y productos contenidos en el documento de proyecto que fueron ejecutadas. Sin embargo, al preguntarle sobre los cambios alcanzados, las respuestas suelen ser más vagas y difusas, cuando no una repetición de los resultados medidos con indicadores cuantitativos de producto o desempeño. Así, un programa municipal que tiene por objetivo promover la agricultura urbana como estrategia de gestión ambiental, seguridad alimentaria, inclusión social y desarrollo económico local termina reportando como impacto el número de huertos implementados o de agricultores involucrados, el número y tipo de hortalizas cultivadas, la superficie bajo producción o el volumen total de venta de los productos en el mercado (Consejo Metropolitano de Lima, 2012). ¡Esto es lo que le importa al Alcalde!, dicen los técnicos. Esta forma de medir los resultados contribuye a aumentar la brecha que existe entre lo que hacemos y lo que valoramos como importante, haciendo cada vez más difícil conectar los resultados que logramos a los objetivos de cambio propuestos. El reino de las actividades planificadas con resultados atribuibles al proyecto parecería ganarle terreno al mundo de la vida en el que se suceden los aprendizajes y los cambios que influenciamos y que, difícilmente, podamos atribuir directamente al proyecto pero que constituyen puntos de cambio para nuevos procesos. Cada vez cuesta más sacar a los técnicos y/o investigadores de su zona de confort! Como resultado, casi no reflexionamos sobre otras formas de identificar aprendizajes y valorar los cambios más vinculadas a la economía política y social del conocimiento que a su producción, apropiación y venta (Bauwens, 2006). Sin embargo, algunas experiencias muestran que es posible articular, como parte de la noción de resultados, los cambios objetivamente verificables y directamente vinculados al proyecto con los alcances o cambios cualitativos en los actores directos

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¿Qué ponemos en valor cuando vemos la ciudad con ojos de agricultura urbana? y en los sistemas sociales y ecológicos influenciados por la intervención. Esta forma de ver los resultados (considerando tanto los esperados como los no esperados) contribuye a poner en valor los cambios que influenciamos con las intervenciones (Earl, Carden, & Smutylo, 2002; Santandreu, 2013). Ya hace varios años que los enfoques hegemónicos que orientan el diseño, la planificación y el monitoreo y evaluación de las intervenciones se basan en metodologías como el marco lógico y en enfoques como la gestión del conocimiento organizacional. Desde mediados de la década de 1970, diversos autores vinculados a las ciencias empresariales y la economía, comenzaron a alertar sobre la importancia de considerar al conocimiento y la experiencia como un activo intangible pero valioso al momento de innovar y mejorar el posicionamiento y la competitividad de las empresas en el mercado. A partir del desarrollo de conceptos como el aprendizaje organizacional basado en la acción (Argyris & Schön, 1978), aprendizaje basado en la experiencia (Kolb, Rubin, & McIntyre, 1974; Kolb, 1984), organizaciones que aprenden (Sengue, 1992) y organización creadora de conocimiento (Nonaka & Takeuchi, 1999), la gestión del conocimiento organizacional emergió como un enfoque destinado a articular los conocimientos surgidos en las empresas a los procesos de toma de decisiones. Con un lenguaje eminentemente económico, surgieron conceptos como capital intelectual y activos intangibles para referirse al conocimiento producido en y por las empresas. Con la globalización neoliberal, esta forma de concebir – y medir - el conocimiento permeó tanto a las empresas como a las agencias de cooperación, las ONG, los gobiernos y la academia que asumió, junto al lenguaje, un modelo de representación de los procesos y un sentido de orientación instrumental de los cambios. Más o menos en la misma época, desde finales de la década de 1960 e inicios de los años 1970, otro debate pasó a ocupar primero, la atención de las agencias de cooperación y luego, la de los gobiernos en pleno proceso de contracción funcional. La preocupación por la forma cómo se evaluaban los proyectos de desarrollo llevó a la agencia norteamericana de cooperación al desarrollo USAID a elaborar, con ayuda de diversas consultoras, la metodología de marco lógico como una forma de superar los vacíos que imposibilitaban evaluar en forma objetiva el cumplimiento de los objetivos, la realización de las actividades y la ejecución presupuestaria de los proyectos de desarrollo (Ortegón, Pacheco, & Prieto, 2005). Años más tarde, a inicios de la década de 1980, la Agencia Alemana de Cooperación al Desarrollo (STZ) desarrolló un modelo ajustado conocido como ZOPP (Ziel Orientaterle Project Plannung) y otras agencias como el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y el mismo Banco Mundial desarrollaron aplicaciones con ligeras modificaciones o basadas en el mismo modelo. Con el paso de los años, la Metodología de Marco Lógico se perfeccionó hasta transformarse en una herramienta que busca facilitar el diseño, ejecución y evaluación de proyectos que tiene en la Matriz de Marco Lógico el instrumento de planificación y seguimiento (Ortegón et al., 2005). El éxito del marco lógico radica en su capacidad para llevar un contexto complejo a un proceso simple, auto centrado en la implementación del proyecto más que en los cambios que éste desata en las personas, los sistemas sociales y ecológicos. Esta forma de ver los proyectos privilegia la medición de los resultados entendidos como productos directamente vinculados a la intervención, dejando en un segundo plano los aprendizajes y cambios influenciados.

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¿Qué ponemos en valor cuando vemos la ciudad con ojos de agricultura urbana? En la década de 1990, junto a los cambios derivados con la aplicación de los modelos neoliberales, la gestión del conocimiento organizacional dio sustento a los procesos de reforma institucional que propugnaban estados mínimos con acciones planificadas a través de marcos lógicos y presupuestos asignados por resultados. En el mundo de la cooperación al desarrollo sucedió un proceso similar a partir de la popularización de ambos enfoques en algunas agencias del Sistema de Naciones Unidas, entendidos como una forma más racional y objetiva de formular y evaluar los proyectos de la cooperación al desarrollo y disponer de información para la toma de decisiones. Un enfoque sometido a debate a partir de la irrupción del enfoque de derechos humanos en proyectos de desarrollo que, tímidamente, ha comenzado a implementar el sistema de Naciones Unidas a través de algunas de sus agencias (Gómez, Pavón, & Sainz, 2013). Como resultado de esta forma de pensar los proyectos de desarrollo, las agencias y ONG junto a sus técnicos pasaron a jugar un papel central en la identificación de problemas y en la búsqueda de soluciones, colocando en el centro a los “expertos” y “consultores”. La idea que es posible identificar los problemas y definir un camino lógico de acciones que permitan alcanzar las soluciones prefijadas tiene, en esta historia, otro aliado en la concepción positivista de ciencia que deja en manos de la comunidad científica con la aplicación del método científico, la construcción de conocimiento generalizable y predecible, desvinculando a los investigadores de los procesos de cambio (Bunge, 2010). La valoración de un determinado tipo de saber (disciplinario y/o técnico/científico), la separación de quienes implementan los proyectos de las acciones de cambio y la noción de predictibilidad de los resultados a partir de la implementación de un marco lógico se conectan con una forma de concebir el desarrollo que entiende al crecimiento económico (con distintos niveles de redistribución) como el motor de los cambio. Esta secuencia configuró un panorama que aún domina el escenario de los proyectos desarrollo, incluso en instituciones y gobiernos progresistas preocupados por temas como la inequidad o la injusticia, la gobernanza, las relaciones de género o el cuidado del ambiente (Gudynas, 2011; Latouche, 2008; Martínez-Alier & Roca-Jusmet, 2001). Los debates en torno al concepto de Buen Vivir muestran las tensiones que existen en este campo del pensamiento (Acosta, 2014; Dávalos, 2012). 3. Cambia lo superficial, también cambia lo profundo La agricultura urbana no escapó a esta dinámica. A inicios de la década de 1990, el movimiento de activistas, técnicos, líderes comunitarios e investigadores interesados en la agricultura urbana buscaba poner en valor los beneficios personales, sociales, culturales e intersubjetivos de la actividad. Cada nueva experiencia, pasaba a ser valorada por su potencial de cambio y no por su capacidad de réplica o de generalización como parte de una política pública. Aspectos como el empoderamiento, la mejora de la afectividad social y de la autoestima y la felicidad de los agricultores urbanos fueron, durante años, los temas que permitieron poner en valor el enorme potencial de la actividad (Mougeot, 2006). A fines de los años 1990 y durante los años 2000, junto a la expansión y consolidación de las experiencias, también cambió la forma de ver los beneficios. Una mirada cuantitativa y cada vez más instrumental colocó en la agenda internacional la necesidad de cuantificar los beneficios como forma de validar la actividad. La medición de la superficie o el volumen de la producción, los ingresos familiares derivados de las ventas o la cantidad de agua o residuos sólidos (re)utilizados

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¿Qué ponemos en valor cuando vemos la ciudad con ojos de agricultura urbana? pasaron a ser los temas de preocupación, monitoreo y evaluación de los proyectos, programas y políticas de agricultura urbana en todos los países de la región. Como resultado, sabemos mucho más sobre los tipos de agricultores y sus prácticas, las tecnologías más adecuadas para producir en los distintos pisos ecológicos, las estrategias de combate a la pobreza más efectivas, las contribuciones al reciclaje de residuos sólidos domiciliarios y al uso de aguas residuales tratadas para riego, las diversas formas de intercambio y comercialización e incluso las contribuciones de la actividad a la adaptación al cambio climático. El conocimiento construido en estos años fundamentó políticas, contribuyó a la creación de programas municipales de agricultura urbana y permitió implementar innumerables proyectos. Sin embargo, la presión por contabilizar los beneficios nos llevó a perder de vista otros cambios, tanto o más importantes para buena parte de los y las agricultoras urbanas. Sin embargo, en los últimos años algunas instituciones que promueven acciones de agricultura urbana han comenzado, a colocar en valor otros aspectos como la felicidad de las y los agricultores, la reciprocidad y una concepción de naturaleza indisoluble a la noción de vida retomando, en un nuevo bucle histórico, las preocupaciones de inicios de la década de 1990, hacer más de 20 años. 4. Cambia el modo de pensar, todo cambia en este mundo Desde hace casi una década, la Fundación Comunidad y Axión promueve un nuevo tipo de experiencias de agricultura urbana en El Alto (Bolivia) una ciudad a más de 4 mil msnm en la que el 80% de la población es de origen aymara y cerca del 60% son mujeres, con una economía basada en el comercio informal y con más del 70% de la población en situación de pobreza (Rea, 2009, 2013). La propuesta parte de un abordaje conceptual y metodológico que enfatiza en la necesidad de reconectar las personas a los sistemas sociales y ecológicos a través de una nueva praxis que tiene a la agricultura urbana como piedra de toque. Inspirados en una nueva forma de concebir el desarrollo basada en la noción de Casa Madre Tierra (Pachamama) y bien vivir (sumak kawsay) o vivir bien (suma camaña) (Acosta, 2014; Dávalos, 2012; Hidalgo-Capitán & Cubillo-Guevara, 2014), los nuevos proyectos conciben a la agricultura urbana desde una perspectiva de oikonomía familiar en la que la noción de oikos (casa) y nomos (administración) se articula a la de oikos logos (conocimiento de la casa) que sustenta el concepto de ecología. Este enfoque alienta una nueva forma de ver y sentir los procesos de producción y consumo de alimentos derivados de la agricultura urbana en un vínculo más estrecho con la espiritualidad como punto de cambio para las personas y los colectivos sociales (Rea, 2006, 2009, 2013). Nociones como la de prosumidores irrumpen en el lenguaje y en la acción de los y las técnicos y agricultoras urbanas. La idea de linealidad que domina la forma de diseñar, implementar y evaluar los proyectos, da paso a una nueva forma sistémica y compleja de percibir la realidad y, por lo tanto, de ejecutar las acciones que buscan transformarla, en la que tanto los problemas como las soluciones pasan a ser construidos en un proceso transdisciplinario y colaborativo basado en un diálogo crítico entre distintos sistemas de conocimiento y comunidades epistémicas (Santandreu, 2013). Como parte de esta nueva forma de percibir la realidad, el concepto mismo de agricultura urbana construido en la década de 2000 se despoja de la racionalidad instrumental que lo

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¿Qué ponemos en valor cuando vemos la ciudad con ojos de agricultura urbana? acompañó por años (Santandreu, Gómez, Terrile, & Ponce, 2009; Santandreu & Lovo, 2008; Santandreu & Merzthal, 2010), para re significarse como una nueva forma de comprender las relaciones urbanas que se establecen entre las personas y la naturaleza, que requiere de una diversidad de actividades que incluyen la producción y/o transformación inocua y ecológica de insumos y productos agrícolas y/o pecuarios en zonas intra y periurbanas, para autoconsumo o intercambio a través del uso de tecnologías apropiadas y procesos participativos y familiares - comunitarios, (re) aprovechando en forma eficiente y sostenible los bienes comunes globales y los insumos locales, que respeta los saberes y conocimientos de las comunidades y culturas, activa la creatividad, fomenta la reconexión con la naturaleza y promueve una nueva cultura de vida. Utilizamos el término intercambio en un sentido amplio que incluye diversas formas de comercialización con dinero, productos o servicios (economía de mercado, campesina, solidaria, trueque y otros) pero también las donaciones que intercambian productos por bienestar espiritual. Nos referimos al concepto de Bienes Comunes Globales por considerar que refleja mejor la noción de bienes de y para todas y todos como parte de un patrimonio ambiental colectivo, en lugar de considerar la existencia de recursos naturales objeto de transacciones comerciales. Promovemos la noción cultura de vida en lugar de otros conceptos como calidad de vida o desarrollo sustentable por considerar que expresa, de mejor manera, una mirada holística de las relaciones sociales y ecológicas que se establecen entre las personas y el ambiente. Esta visión dialoga con una nueva forma de gestionar el conocimiento que pone énfasis en los aprendizajes y los cambios, más que en los productos e indicadores. Bajo esta nueva forma de ver las cosas, se entiende por gestión del conocimiento orientada al aprendizaje en agricultura urbana a un enfoque que permite, en contextos de complejidad e incertidumbre en los que se implementan las intervenciones, identificar resultados y logros entendidos como puntos de cambio, y construir aprendizajes significativos para el cambio como parte de un proceso colaborativo, continuo y sistemático de recopilación, procesamiento y análisis crítico de la información y el conocimiento individual y socialmente construido, promoviendo un diálogo a través de las fronteras que existen entre los distintos actores y sistemas de conocimiento (Santandreu, 2013). La gestión del conocimiento orientada al aprendizaje en agricultura urbana considera que los resultados de las intervenciones (sean estos proyectos, programas o políticas) no deben ser vistos sólo como productos, sino también como alcances. Mientras que los productos refieren a cambios en las situaciones, directamente vinculadas a la intervención y objetivamente verificables, aunque no siempre tangibles; los alcances refieren a cambios cualitativos influenciados por las intervenciones en los comportamientos, actitudes y prácticas, conocimientos, relaciones, acciones y políticas de actores vinculados a las intervenciones en agricultura urbana. El enfoque considera tanto los resultados directamente vinculados como los influenciados por la intervención, sean estos esperados o no esperados (Earl et al., 2002; Santandreu, 2013). La noción de influencia refiere a la capacidad que tenemos y a las acciones concretas que realizamos para promover cambios en las situaciones o en las personas vinculadas en forma directa, clave o estratégica a la intervención. La noción de puntos de cambio tomada de la teoría de sistemas, supone identificar aquellos resultados y/o logros que tienen la capacidad de promover nuevos cambios en el sistema sea social o ecológico (Meadows, 1997).

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¿Qué ponemos en valor cuando vemos la ciudad con ojos de agricultura urbana? Abordar la agricultura urbana desde un enfoque de gestión del conocimiento orientada al aprendizaje puede ayudarnos a hacer visibles cambios y aprendizajes que no siempre suelen ser valorados en su verdadero potencial transformador. Existen dos condiciones marco para el desarrollo de procesos que trascienden el ámbito de las actividades y los productos y que facilitan la construcción de las estrategias de cambio. El primero es la disponibilidad institucional para responder, no a la coyuntura, sino a las aspiraciones más íntimas de las personas con las que se trabaja, y el segundo la visualización de un horizonte desafiante, atractivo, motivante y comunitaria e implicativamente definido. Los técnicos y las instituciones promotoras de las transformaciones (tomadores de decisión, técnicos de las agencias de cooperación y académicos) deben cambiar tanto, o más, que las y los agricultores urbanos, pues no es posible obtener nuevos resultados o generar alternativas repitiendo las mismas metodologías y acciones. La primera condición exige de la organización una cultura de escucha de las aspiraciones más profundamente arraigadas en los grupos humanos con los que se trabaja, de modo tal que esa escucha modela las opciones institucionales y, al mismo tiempo, genera una imbricación profunda entre la organización y los grupos con los que se trabaja o se trabajará, otorgándole al proceso una base fundamental de sostenibilidad en el tiempo. Por su parte, la visualización del horizonte exige un proceso de profunda reflexión y análisis comunitario porque muy fácilmente se confunde lo íntimo y profundamente deseado con el deseo profundamente instalado. La aspiración profundamente instalada hace relación intrínseca con el modelo de vida estandarizado: aspiración a tener más, progresar económicamente, desarrollarse profesional o laboralmente, mejorar la calidad de vida, salir de la pobreza, etc. Cuando el horizonte está definido por estas categorías no es posible (o no pasa a tener sentido) medir cambios cualitativos en las personas. Por el contrario, se profundiza y fomenta la individualidad y se maximiza la competitividad y la competencia, en el sentido de luchar contra el otro para tener, alcanzar y desarrollar más y, de esta manera, mejorar SUS condiciones de vida. En cambio, lo íntimo y profundamente deseado es la felicidad. ¿Cuál es, entonces, la función del ser humano? La función es el cumplimiento inteligente de esos deseos. Y uno de esos deseos es el de conocer, el de alimentar el cuerpo, la inteligencia y el espíritu. También está el deseo de convivir, de tener familia, amigos, conciudadanos y el deseo de un cierto bienestar. Pero téngase en cuenta que el cultivo del conocimiento, de la convivencia y del bienestar no son medios exteriores que buscan o proporcionan la felicidad, sino que son la forma concreta en que ésta se realiza, son el contenido mismo de la felicidad. Para los y las agriculturas urbanas de El Alto la felicidad no es un estado, anímico o físico, que se alcanza en algún momento, como por lo general se lo entiende. La felicidad, más que un estado en el que nos encontramos es una actividad que se realiza, un proceso y un resultado, una actividad que tiene su fin en sí misma. Cuando preguntamos "¿y para qué quiero ser feliz?", la respuesta sensata siempre es: precisamente para eso, para ser feliz. La felicidad es la actividad que querríamos seguir haciendo siempre. La construcción de conocimiento, convivencia y bienestar son actividades que se buscan a sí mismas, y, por lo tanto, su ejecución no tiene por qué cesar cuando se ha logrado su fin, porque el fin que buscan es seguir ejecutándose. De este tipo es la felicidad que se concretiza en la agricultura urbana

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¿Qué ponemos en valor cuando vemos la ciudad con ojos de agricultura urbana? que practican algunas familias de El Alto. La felicidad es, en última instancia, un proceso de realización personal en comunidad, en diálogo con la Casa Madre Tierra. 5. Así como todo cambia, que yo cambie no es extraño La agricultura urbana facilita el desarrollo de Comunidades Cordialógicas y la gestión del conocimiento, la identificación de aprendizajes y transformaciones entendidas como nuevos puntos de cambio. Es decir, como esos puntos que, si los presionamos adecuadamente, tienen la capacidad de promover nuevos cambios. En la comunidad cordialógica los y las agricultoras urbanas se interconectan por el diálogo. El diálogo es considerado el centro del proceso pedagógico como la dinámica que facilita el encuentro, fomenta la conexión entre las personas, con los sistemas sociales y ecológicos y con la Casa Madre Tierra. La Comunidad Cordialógica fomenta el desarrollo de actitudes, comportamientos y prácticas, conocimiento, relaciones y valores sociales por medio de la comprensión ética y la sensibilidad hacia el contexto y, principalmente, hacia las personas, preferentemente las menos favorecidas, para actuar en el marco de la solidaridad, el respeto y la fraternidad. El proceso desarrollado por la Comunidad Cordialógica ayuda a los y las agricultoras urbanas a encontrar significados apropiados para sus vidas, “porque en comunidad nos hacemos personas”. En todo proceso, pero muy especialmente en la agricultura urbana, el diálogo, la comunicación, la escucha y el respeto deben ser incentivados y desarrollados a partir de situaciones problémicas que describen y plantean situaciones reales, cercanas y vitales que despiertan o activan la capacidad de asombro, provocan e incitan la capacidad reflexiva e inician el diálogo que facilitan la introducción de conceptos, temas, destrezas y capacidades a desarrollar. Para lograr esto se apoya en el método analéctico que facilita el acercamiento entre el horizonte de cambio deseado y el presente de cambio vivido (Rea, 2013). Los cambios cualitativos y subjetivos que el proceso analéctico provoca en los y las agricultoras urbanas (y en sus familias) cobran, de esta forma, un nuevo significado transformador, tanto para las personas, como para los sistemas sociales y ecológicos en los que viven. La gestión del conocimiento aporta el enfoque conceptual y el marco metodológico e instrumental que permite documentar, analizar y re significar los resultados socialmente construidos que pasan a ser patrimonio tanto de los y las agricultoras urbanas como de los y las técnicas implicados en el proceso de cambio. Cuando preguntamos qué resultados hemos alcanzado juntos, las respuestas articulan datos y sentimiento, productos y alcances. Es frecuente escuchar de los y las agricultoras urbanas frases como éstas “en los huertos cultivamos más de 20 especies de hortalizas, no vendemos pero podemos ahorrar más de Bs 30 por semana, si vendiéramos lo que da la huerta mejorarían nuestros ingresos, pero ¿en qué invertiría ese dinero? Seguramente en celulares y otras cosas que no son tan importantes. Si vendiera tendría que volver a comprar mis hortalizas, pero seguro no serían tan sanas” (Rea, 2013). Bajo este enfoque los datos, la información y los conocimientos se re significan en el pensamiento y la acción de los y las agricultoras urbanas, interpelando la forma de ver y medir los resultados que suelen tener los técnicos y tomadores de decisión. Lo que valoran como importante los y las agricultoras urbanas comienza a dialogar con lo que es percibido como importante por los técnicos, los tomadores de decisión y los académicos.

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¿Qué ponemos en valor cuando vemos la ciudad con ojos de agricultura urbana? 6. Y lo que no cambió ayer … tendrá que cambiar mañana Lo contrario a la indiferencia es el asombro. Por el asombro estamos siempre atentos a lo invisible, a la justicia, a los lazos de solidaridad entre pobres, al milagro de la vida, a la ternura y al aprecio y respeto que nos merecen los bienes comunes globales. Y una forma de medir el desarrollo de la capacidad de asombro son la cantidad y calidad - profundidad de las preguntas. Pues a mayor cantidad y calidad de preguntas, mayor es el desarrollo de la capacidad de reflexionar, de analizar y, por tanto, de construir nuevo conocimiento para el cambio. El proceso de búsqueda de respuestas es una tarea comunitaria, es un proceso dialógico. En la construcción implicativa y comunitaria de respuestas a las preguntas se activa la comunidad cordialógica, se desarrolla la capacidad de escucha y se apropian de LA PALABRA. La palabra hace que los y las participantes incursionen en una práctica dialógica entre iguales. En el diálogo se exploran los fundamentos de lo que se dice, se contrapesa y valoran las razones, se buscan los por qués. El desafío de la agricultura urbana consiste en jamás perder de vista la conexión inseparable entre lo dicho y el compromiso por hacerlo, porque hacerlo significa construir conocimiento, convivencia y bienestar que son los contenidos de la felicidad. En la agricultura urbana se replantean los valores sociopolíticos que son valores en relación con el ser humano, con la naturaleza. Se replantean los sentimientos y pasiones, los sufrimientos y esperanzas del ser humano que es sujeto histórico que evoluciona con y en la sociedad. Por eso la agricultura urbana promueve una conducta reflexiva elemental y es el espacio para el encuentro entre personas razonables, despierta el asombro y la sed de conocer, de compartir, de convivir fomentando la reconexión con la naturaleza y promoviendo una nueva cultura de vida. Otro mundo es posible y todo parece indicar que de nosotros depende alcanzarlo. 7. Bibliografía citada

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¿Qué ponemos en valor cuando vemos la ciudad con ojos de agricultura urbana? Consejo Metropolitano de Lima. Ordenanza 1629 de promoción de la agricultura urbana como

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