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Practicando la Presencia por Joel Goldsmith Practicando la Presencia UNA GUÍA INSPIRACIONAL PARA RECUPERAR EL SIGNIFICADO Y EL SENTIDO DE PROPÓSITO EN TU VIDA JOEL S. GOLDSMITH Traducido al español por Tere Arce, RScP, y el equipo de traducción de Ciencia de la Mente México bajo la dirección de la Dra. Rebeka Piña México, D.F. julio 2004 Revisión: enero 2008 por Elisa Alvarado Página No. 1

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Practicando la Presencia por Joel Goldsmith

Practicando la Presencia

UNA GUÍA INSPIRACIONALPARA RECUPERAR EL SIGNIFICADO

Y EL SENTIDO DEPROPÓSITO EN TU VIDA

JOEL S. GOLDSMITH

Traducido al español por Tere Arce, RScP, y elequipo de traducción de Ciencia de la Mente México

bajo la dirección de la Dra. Rebeka PiñaMéxico, D.F. julio 2004

Revisión: enero 2008 por Elisa Alvarado

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CAPÍTULO 1CONCIENCIA ESPIRITUAL

El secreto de vivir en armonía es el desarrollo de la consciencia espiritual. En esa consciencia, el temor y la ansiedad desaparecen, la vida se vuelve significativa, con plenitud como idea central.

El grado de consciencia espiritual que mantenemos se puede medir en la misma proporción en la que renunciamos a nuestra dependencia del mundo exterior de la forma, y toma lugar nuestra fe y confianza en algo aún más grande que nosotros mismos, en el Infinito Invisible, que puede superar cualquier obstáculo. Es la consciencia de la gracia de Dios.

Hay una práctica específica que puede asistir en el logro de la consciencia espiritual. Es una práctica que se lleva todo el día en el mundo de las apariencias, recordándonos que no necesitamos este o tal deseo. Para cada demanda insistente, dejemos que nuestra respuesta sea: “No, no. Esto no es lo yo necesito o quiero. Vuestra gracia es suficiente para mí, nada más – no dinero, no maravillas, sólo vuestra gracia.”

Aprendamos a mantenernos en esa resolución. Si la necesidad aparece, como la renta, casa, comida o salud, reconozcamos firmemente que nuestra única necesidad es Su gracia.

Nuestro trabajo puede requerir mayor fuerza, mayor conocimiento o mayor habilidad que lo que parece que tenemos, o puede haber mayores demandas sobre nuestro bolsillo que lo que podemos enfrentar. En vez de aceptar esta falsa creencia, recordemos, “Él realizó aquello que se reservaba para mí... El Señor perfeccionará todo lo que me concierna”, o recordemos algún pasaje de las escrituras. La creencia humana puede ser que hay una demanda física, mental, moral o financiera superior a nuestra habilidad para satisfacerla; pero en el momento en el que volvemos a Aquél que está en nosotros, reconocemos que Él1 realiza aquello que ya nos es dado. Él perfecciona aquello que nos atañe, una carga se quita de los hombros, y el sentido de responsabilidad personal se quita. De repente, nos es dada la habilidad necesaria, que después de todo descubrimos que no es nuestra habilidad, sino Su habilidad para expresarse a través de nosotros. Fuera de nuestra debilidad llega la fortaleza, pero no nuestra fortaleza; sino Su fortaleza, y entonces realizamos el trabajo a través de Su fortaleza. Si es descanso lo que necesitamos, volvemos a las Escrituras y encontramos: “Vengan a mí todos aquellos que trabajan duramente y cuya carga es pesada, y yo les daré descanso”

1 En la literatura espiritual del mundo, los variados conceptos de Dios son indicados con el uso de palabras como Padre, Madre, Alma. Espíritu, Principio, Amor, Vida. Por lo tanto, en este libro el autor ha usado los pronombres Él, Esto, o Por Sí Mismo refiriéndose a Dios en forma aleatoria.

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Uno de los pasajes más reconfortantes en la Escritura es: “Les dejo la paz, les doy mi paz. La paz que yo les doy no es como la que da el mundo” Si pudiéramos permanecer en la verdad de esta declaración por un mes, un mundo completamente diferente se abriría ante nosotros. Podríamos preguntarnos lo que sabemos acerca de la paz. Todos sabemos el tipo de paz que el mundo puede dar, pero esa no es el tipo de paz que requerimos. Muchos de nosotros pensamos que podríamos tener paz si tuviéramos suficiente provisión, o si tuviéramos salud, o si tuviéramos la pareja perfecta. Puede ser verdad, pero tener esas cosas no nos garantiza que no vamos a ser perturbados por alguna otra cosa. En tanto busquemos la paz en las personas o en las situaciones, fallaremos para encontrar una satisfacción permanente o paz: “Mi paz......... no es como la que da el mundo,” sino “Mi paz,” “Mi paz” es un espíritu gentil que mana dentro de nosotros y no guarda ninguna relación con el estado de nuestros asuntos, aunque, a fin de cuentas pone en orden todos nuestros asuntos.

La Fe en el Infinito Invisible se profundiza e incrementa, al aprender a profundizar conscientemente en El que realiza todo aquello que nos es dado a hacer. Que Él, el Infinito Invisible realiza cualquier cosa que nos es encomendada a hacer en el mundo visible. El Infinito Invisible perfecciona aquello que nos concierne. La Gracia Invisible es nuestra suficiencia en todas las cosas. La Presencia Invisible se adelanta para enderezar los caminos.

Gradualmente, aún y cuando una y otra vez la tentación venga a decir: “Yo necesito; yo quiero; no tengo suficiente; yo soy insuficiente”; recordamos que nuestra suficiencia es el Invisible Infinito. Esta práctica profundiza nuestra conciencia espiritual. El hermano Lorenzo lo llamaba la práctica de la Presencia de Dios. Los hebreos la llamaban mantener la mente en Dios y reconocer a Dios en todos los caminos. Jesús la llamó morar en la Palabra. Es una práctica que finalmente nos lleva a la total seguridad en el Invisible Infinito, que a cambio nos trae lo visible a nuestra percepción al tener necesidad de ella.

El mundo material pone su fe en forma de bien. El mundo espiritual hace uso de lo que está en el mundo; disfruta la forma, pero su seguridad descansa en aquello que es la sustancia de la forma, o en aquello que ha creado la forma, el Invisible. Toda revelación espiritual ha demostrado que la sustancia de este universo está en nosotros. Nuestra consciencia es la sustancia de nuestro mundo. Por lo tanto, en palabras del Maestro, “Destruyan este templo, y en tres días lo levantaré.” Si algo en el mundo de los efectos es destruido, en poco tiempo puede ser reconstruido, restablecido.

Grandes civilizaciones han sido destruidas, y otras han tomado su lugar. Cualquier cosa que ha sido construida, puede ser reconstruida, porque todo lo que existe en la esfera externa existe como una actividad de la

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consciencia. Si hemos de perder nuestra casa, nuestra fortuna, o nuestra familia, podemos tener la certeza que la consciencia que la construyó la puede reconstruir.

Al volverse más espiritual la conciencia, la confianza en el Invisible Infinito se incrementa, y nuestro amor, odio o temor por lo externo disminuye. Vemos el Invisible Infinito como la ley, la causa y la actividad de todo lo que es y se precipita en la forma, ya sea persona, cosa o condición. La realización del Invisible como la sustancia de toda forma es vital para mantener la conciencia espiritual. La forma visible es meramente el resultado natural de la actividad de la ley y causa invisible.

Cada asunto de la vida está determinado no por condiciones externas o cosas, sino por nuestra consciencia. Por ejemplo, el cuerpo, dentro y fuera de sí mismo, no tiene poder, no tiene inteligencia y no es responsable por sus acciones. Una mano, dejada por sí misma, podría permanecer ahí por siempre. Debe haber algo que la mueva, y es algo que llamamos “Yo.” Ese Yo determina cómo esta mano será usada; la mano no puede determinarse a sí misma. La mano existe como un efecto o como una forma, y responde a la dirección. Como un vehículo o herramienta, nos es obediente, y nosotros le impartimos la utilidad que tiene. Esta idea puede ser aplicada a otras partes del cuerpo. La conciencia que formó el cuerpo en el principio de la conciencia que la mantiene y la sostiene. Dios nos dio dominio a través de la conciencia, y esta conciencia es el principio creativo de nuestro cuerpo, debe ser su principio sustentador.

Una vez que captamos este principio, habremos captado el principio total de la vida. Literalmente, el reino de Dios está dentro de nosotros; literalmente, la ley de la vida –la sustancia, la actividad, la dirección inteligente de la vida- está dentro de nosotros. Tan sólo tenemos que probar esto en alguna dirección y habremos probado en cualquier dirección. Si podemos probar que doce veces por doce manzanas sean ciento cuarenta y cuatro, podemos probamos que doce por doce sean ciento cuarenta y cuatro, tanto como se aplica a manzanas o a personas o a millones. Si podemos probar aunque sea de un modo, que el reino de Dios está dentro de nosotros, y que la vida, la actividad, la sustancia, y la armonía de nuestro ser están determinados por la ley de Dios dentro de nosotros, no tendremos dificultad en probar esto en cada fase de nuestra vida, en la salud de nuestro cuerpo, y en todas la relaciones de nuestra vida.

Todo el secreto radica en la palabra “consciencia”. Un conocimiento intelectual de lo que Dios es, no tiene valor. El único valor que tiene una verdad está en el grado de su realización. La Verdad materializada es la consciencia espiritual. Si estamos conscientes de la presencia de Dios, si estamos conscientes de la actividad de Dios, entonces así será en nosotros.

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Dios es amor; Dios es vida; Dios es Espíritu; Dios es todo. Eso es verdad tanto si somos santos o pecadores; es verdad tanto si somos jóvenes o viejos, judíos o gentiles, orientales u occidentales, negros, amarillos o blancos. No hay excepciones para Dios. Dios no honra personalidades. No hay manera de dejar a Dios fuera de Su propio universo, pero nosotros nos podemos dejar fuera de él.

Dios Es; hay un Dios, jamás lo dudes. Este Dios es infinito en naturaleza, eterno, universal, impersonal, imparcial y omnipresente. ¿Pero cómo nos beneficiamos de aquello que Dios es?. ¿Cómo traemos a nuestra experiencia personal lo que sabemos de Dios?. Para demostrarlo, podemos ir al campo de la música. El principio de la música es absoluto. Si de alguna manera, erramos en entender su principio y los sonidos producidos se convierten en desorden de ruidos discordantes, nos estamos yendo en contra del principio. Entonces nos aplicamos oficiosamente a practicar el principio hasta que nos convertimos diestros en su aplicación. Así debe ser en nuestra experiencia de Dios. Dios es, Dios está aquí, y Dios es ahora, pero Dios está disponible en proporción a nuestra comprensión y buena disposición de aceptar la disciplina necesaria para lograr tener el pensamiento de Jesús.

No nos es de beneficio sentarnos e implorar “Oh Dios, ¿cuándo actuarás en mi vida?. En vez de eso démonos cuenta que “Dios es el bien". La parte que corresponde a Dios ya está hecha. Gracias Dios, que este principio es y ha estado disponible durante todo el tiempo. Ahora demuéstrame lo que debo hacer para aprovechar este principio, este amor, esta vida, este cuerpo inmortal.” Cuando hayamos alcanzado este estado de disposición, habremos comenzado la jornada que nos guíe a la consciencia espiritual.

La consciencia espiritual se alcanza a través de la actividad de la verdad en la conciencia. Morar en declaraciones de la Verdad o citas de las escrituras asiste a espiritualizar el pensamiento. Mientras más verdad leamos y oigamos, más activa es la verdad en nuestra conciencia. De esa manera aprendemos a permanecer en la Palabra. Este es el primer paso hacia la Senda.

El segundo y más importante paso, es ser capaces de recibir la verdad desde dentro, ser receptivos y responder a la verdad que habita en nosotros. Entonces no pensamos, leemos u oímos la verdad con la mente: nos estamos convirtiendo en sabedores de la revelación de la Palabra de Dios desde dentro porque un oído interno y un ojo interno se han desarrollado a través del conocimiento de la verdad y habitamos en ella.

La verdad escrita está hecha de declaraciones, citas y palabras, ninguna de ellas por sí misma es poder. El único poder es Dios mismo. Es como si dijéramos que las persianas de las ventanas estuvieran cerradas, y nos sentáramos toda la tarde hablando de la luz del sol: lo que es, lo que hará y

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cómo nos beneficiarnos de ella. Entonces, después de varias horas, alguien muy escéptico dirá, “pero aún está oscuro aquí, después de toda esta plática aún está oscuro”, y responder, sí, aún está oscuro, y permanecerá oscuro hasta que no abramos las persianas. Así es como podemos hablar de la verdad; podemos leer de la verdad; podemos estudiar la verdad; podemos hablar de la verdad y jamás haber sentido la luz, ni una vez haber sentido la presencia y el poder de Dios, a menos que tomemos el paso final y abramos la consciencia a la verdadera presencia de Dios. Cuando la verdad llega a nuestra consciencia desde el centro de nuestro ser, hemos ido más allá de la verdad del Espíritu. Ésta es la más importante fase de la actividad de la verdad en la conciencia.

El segundo paso, que te guía a un estado de conciencia donde somos receptivos y sensibles a la pequeña voz interior, no puede ser tomado, a menos que el primer paso sea dominado, esto es sabiendo la verdad escrita. Todos los años que una persona ha pasado leyendo la verdad, oyendo de la verdad, pensando en la verdad, acudiendo a la iglesia, conferencias o clases, fructifican en guiarlo a tal punto donde la inspiración fluye desde el centro de su ser. No obstante esta inspiración generalmente llega cuando se aterriza la verdad escrita.

Jesús nos dice “Mientras ustedes permanezcan en mí y mis palabras permanezcan en ustedes, pidan lo que quieran y lo conseguirán. Mi Padre es glorificado cuando ustedes producen abundante fruto.” Vivir en tal verdad, morar en esa Palabra, rendir fruto, es vivir vidas armoniosas y espirituales. Pero si olvidamos vivir en la Palabra, morar en ella y olvidamos dejar que more en nosotros, nos convertimos en ramas cortadas y secas. ¿Cómo podemos morar en la Palabra si no la conocemos? Debemos conocer la verdad. Debemos aprender lo que es la correcta verdad escrita. Tengamos un principio específico con el cual trabajar y permanezcamos en él, hasta que llegue el momento en el que sintamos esa percepción espiritual en nosotros. Entonces sabremos que hemos alcanzado el espíritu de la verdad, la conciencia de la verdad, que es la Palabra de Dios y que es poder. Cualquiera con el deseo suficiente por una comprensión de Dios puede lograr ese entendimiento –la gracia de Dios se lo garantizará.

Es posible saber toda la verdad encontrada en la verdad escrita y todavía ser una rama seca, hasta que moremos en la Palabra y dejemos que esta Palabra more en nosotros, es que el verdadero Espíritu de Dios habita en nosotros. Hay un Espíritu en el hombre, en realidad hay un Espíritu – el Espíritu de Dios en el hombre. No existe hombre falto de él, pero muchos de nosotros no estamos conscientes de él al igual que no lo estamos de la sangre que recorre nuestros cuerpos. Dios está en nosotros. La presencia de Dios llena todo el espacio; el Espíritu de Dios habita en nosotros. ¿Pero cuánta gente ha sentido esa Presencia? Se habla de ella, se ora acerca de ella, se teoriza y dan sermones, pero no se experimenta. Es la percepción

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consciente, el sentimiento real o comprensión de la Presencia lo que es necesario.

¿Cómo sabemos que el Espíritu de Dios habita en nosotros? Si dejamos ir el odio, la envidia, el celo, la malicia, la auto-glorificación, el prejuicio y la intolerancia, estaremos haciendo espacio para el Espíritu de Dios, porque Dios no puede morar en medio de tales características. En tanto estas características estén presentes en nuestra conciencia, nos costará más trabajo permanecer en la verdad y dejar que la verdad permanezca en nosotros. Al grado en que permitamos que el Cristo se manifieste vívidamente en nosotros, será que tales pensamientos mortales no nos afectarán más; entonces, el Espíritu de Dios habitará en nosotros “que es el Cristo en ti, tu esperanza de gloria... Mira, yo espero en la puerta, y vendré a él, y conviviré con él y él conmigo.”

En la mayoría de las enseñanzas religiosas, hemos sido enseñados que el Espíritu de Dios está en todas partes, pero eso no es verdad. Si el Espíritu de Dios está en todas partes todos serían libres, sanos, prósperos, independientes, joviales y armoniosos. No, el Espíritu de Dios está presente solamente cuando se hace uno consciente de Él. A menos que sintamos la presencia real de Dios, es que tendremos este Espíritu. Nuevamente, es un caso como el de las persianas, o es como decir que la electricidad está en todas partes, ésa es una verdad. La electricidad está en todas partes, igual que el Espíritu de Dios está en todas partes. Sin embargo la electricidad no nos será de valor, a menos que esté conectada para algún uso en particular. Así sucede con el Espíritu de Dios, está en todas partes, en un absoluto sentido espiritual, pero sólo Es efectivo en nuestra experiencia en la medida en la que lo manifestemos.

El estudiante de la sabiduría espiritual no puede sentirse satisfecho durante el día, si tan sólo ha leído algo de la Verdad por la mañana, o porque vaya a oír algo de la Verdad por la tarde o noche, debe existir una actividad consciente de la Verdad todo el tiempo, lo cual no significa que neguemos nuestras actividades y deberes; significa que debemos entrenarnos a nosotros mismos para mantener siempre alguna área en conciencia activa en la verdad. Ya sea que veamos las formas de la naturaleza tales como árboles, flores u océanos, o personas con las que nos encontremos, deberemos ver algo de Dios en cada experiencia. Nos entrenamos a nosotros mismos a permanecer en la presencia y la actividad de Dios en todo lo que nos rodea y para morar en la Palabra.

La meta está cercana a nosotros, no obstante mientras más cercana parece, está más lejana, porque con cada horizonte alcanzado, otro más nos hace señas. Al ir avanzando en nuestra búsqueda, podemos medir nuestro progreso de la siguiente manera: “Vemos el horizonte ante nosotros y tenemos el sentimiento de “Tengo tan sólo una corta distancia por recorrer”.

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Algunas veces toma unas pocas semanas o meses para alcanzar tal horizonte, y todo el mundo del Espíritu se extiende ante nosotros. Entonces creemos que realmente hemos entrado en el reino de los cielos, y así es -por unos pocos días. De repente, nos acostumbramos a esta luz y nos volvemos conscientes de otro horizonte que nos llama, otro avance que debe ser transitado paso a paso, y de nuevo, presionamos hacia adelante.

Es importante aprender todo lo que podamos acerca de la correcta verdad escrita, para entender cada principio, y entonces poner en práctica estos principios hasta que vayamos de un conocimiento intelectual a una conciencia interna de ellos. Construimos nuestro fundamento en principios específicos, algunos de esos principios se encuentran en las escrituras, sean cristianas, hebreas u orientales. Algunos de ellos no se encuentran en forma escrita, pero no obstante son conocidos por todos los místicos del mundo. Mientras más avancemos en este trabajo, se hace más necesario que conozcamos cada uno de estos principios. Son el fundamento de nuestro entendimiento y deben convertirse por mucho en parte de nosotros para que cuando enfrentemos un problema, no tengamos que pensar conscientemente en cualquiera de ellos.

Después de muchos años de estudio y práctica, los matemáticos pueden dar respuesta a cualquier problema en el momento de pronunciarlo; no requieren ni de papel ni lápiz para hacer cálculos. Un arquitecto puede dibujar un bosquejo de una hermosa casa en tan poco tiempo que uno se maravilla con su habilidad. Un abogado con experiencia se hace tan familiar con estatutos y decisiones de la corte, conocimiento de la ley, que la aplica al caso o sabe dónde encontrar la solución inmediatamente; pero si uno le pregunta acerca de su conocimiento, probablemente diría: “Me ha tomado veinte años el llegar a hacer esto”.

Así pasa con nosotros. Cada vez que somos llamados para ayudar, Dios pone las palabras necesarias en nuestra boca. Algunas veces no son palabras, sino una sonrisa. Para una persona que está pasando problemas financieros, puede significar, “Hijo amado, vos estáis siempre conmigo, y todo lo que tengo es tuyo”; Para alguien necesitado de compañía, “Nunca os dejaré, ni os abandonaré”; para alguien que enfrenta problemas de físicos, “Eres íntegro y perfecto”; Para quien está agotado bajo el peso de la culpa, “Tampoco yo os condeno. Andad, y no pequéis más.”

Si resolvemos suficientes problemas y buscamos entender la verdad detrás de asuntos y situaciones, día a día, durante uno, dos, tres o más años, tendremos todas las respuestas disponibles para un uso instantáneo. Años y años de contemplar a Dios y las cosas de Dios, meditando y comulgando con Dios, eliminaremos la necesidad de pensar en las cosas de este mundo. Cuando llega una pregunta, la respuesta correcta se revela de inmediato. La actitud de escucha, desarrollada a través de la meditación, crea una especie

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de vacío en donde Dios nos provee de inmediato con las cosas necesarias, sean sabiduría, poder, gracia o aquello que se requiera.

Un entendimiento de los principios del vivir espiritual, o sea, un conocimiento correcto de la verdad escrita. Ese es el fundamento sobre el que construimos, para que entendamos a dónde vamos y por qué, y cuál es nuestra relación con Dios y nuestros semejantes. Es necesario que sepamos estas cosas para que no tropecemos en una fe ciega que alguna vez nos desampare. Necesitamos conocer la correcta verdad escrita para saber que no nos encontramos en un estado mental de caos, basándose en una cosa hoy y otra mañana, no llegando a un entendimiento de aquello que Es. Una vida espiritual no puede ser construida sin un entendimiento de Dios –la naturaleza y carácter de Dios, la naturaleza de la ley de Dios y la naturaleza del ser de Dios.

Podemos escoger pasajes de las escrituras que encarnen principios espirituales y vivir con ellos. Sostenerlos como un letrero en la presencia de cualquiera y de cualquier discordia, hasta el punto en que estos principios se vuelvan automáticos. Esto es habitar en el sitio secreto del más Alto, viviendo, moviéndose y teniendo nuestro ser continuamente en la consciencia de Dios, no sólo por unos pocos minutos mientras leemos un libro o escuchamos una plática. A pesar de las demandas que el mundo nos haga, debemos hacer una pausa a intervalos frecuentes durante el día y durante la noche para practicar la Presencia. Esta necesidad no interfiere con nuestras actividades diarias, no supone que dejemos de hacer lo que estamos haciendo. Podemos estar frente a la estufa o podando el pasto y mantener todo el tiempo nuestra conciencia abierta a Dios, recordando que “Mi gracia es suficiente para vos”, nada más; podemos estar en la calle, de compras o manejando el auto y siempre recordar: El Espíritu de Dios está en mi, y ese Espíritu es paz y alegría para mí y todos aquellos que lleguen a mi conciencia.2

Es importante que no dejemos ir las horas del día sin algún recordatorio consciente de que la meta en la vida es mantener esa mente que también tuvo Jesús. La meta de la vida espiritual es alcanzar la Conciencia-Dios –para vivir, mover y tener nuestro ser en una consciencia eterna de la Presencia de Dios.

Entender claramente que toda la sabiduría espiritual está hecha de dos partes: Primero, saber la verdad, segundo, tener esa mente que también tuvo Jesús. Tomar algunos de estos principios específicos que encontrarás en este libro y vivir de acuerdo a ellos. Tómalos uno a uno. Llévalos contigo todo 2 Las porciones en cursivas puestas dentro e un cuadro en este libro son meditaciones espontáneas que han llegado al autor durante periodos de consciencia elevada y no son ni intentan ser usadas como afirmaciones, negaciones o fórmulas. Han sido incluidas en este libro de tiempo en tiempo para servir como ejemplo del libre fluir del Espíritu. El lector al ir practicando la Presencia, en momentos de exaltación, recibirá inspiraciones nuevas y frescas al derramarse el Espíritu en él.

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el día por una semana o un mes. Entonces toma otro y vive con él, utilizándolo como canon con el cual midas cada experiencia.

Es posible para cualquiera, cambiar el curso de su vida, no tan sólo oyendo o leyendo la verdad, sino haciéndola parte activa de su conciencia en la experiencia diaria, hasta que se convierta en un hábito en cualquier momento del día, en vez de ser un pensamiento ocasional. Permite que estos principios operen en conciencia, en la mañana, al mediodía y la noche, hasta que gradualmente la consciencia real llegue. Entonces hacemos la transición de ser oyentes de la Palabra a ser hacedores de la Palabra. Entonces moraremos en la Palabra y daremos fruto.

CAPÍTULO IIDEMUESTRA A DIOS

¿Qué estamos buscando?, ¿Es Dios a quien estamos buscando o es algo de Dios lo que buscamos? En el momento que estamos buscando casa, compañía, provisión o trabajo, o el sanar, estamos buscando erradamente. Hasta que tenemos a Dios, no tenemos nada; pero en el momento en que tenemos a Dios, tenemos todo en el mundo.

Buscar provisión, salud o compañía es espiritualmente una imposibilidad, porque espiritualmente no hay tal cosa. Espiritualmente, sólo hay Dios; pero alcanzando a Dios, alcanzamos todo lo que Dios es, eso es, Dios se hace presente como toda forma. No busquemos las formas de Dios sino busquemos la totalidad de Dios, y buscando la totalidad de Dios, tendremos todas las formas necesarias para nuestro propio desarrollo.

Nada es más importante que este punto: ¿estamos buscando la comprensión de Dios, o estamos tratando de alcanzar a Dios con el objeto de obtener algo a través de Dios?

Cuando emprendemos cualquier estudio espiritual, casi siempre en un principio buscamos algún bien para nosotros mismos. Puede ser una sanación, -física, mental, moral, financiera- o puede ser paz mental; pero lo que sea, es una regla, lo estamos buscando para nosotros mismos. Prontamente, sin embargo, descubrimos que en cuanto la luz del Espíritu nos toca, es de beneficio no solamente a nosotros mismos sino al mundo. La persona que esta estudiando o practicando la presencia de Dios pronto no tiene problemas, ni necesidades ni deseos.

En todo momento Dios está trabajando Su vida como nuestra vida. Dios es vida individual. Dios está trabajando Su vida en lo que parece ser la forma de nuestras vidas. Dios está trabajando Su vida como nuestra consciencia individual. Dios está trabajando Su plan en nosotros y a través de nosotros. En este conocimiento nos relajamos y nos convertimos en espectadores. Ya no es nuestra vida: Es la vida de Dios desarrollándose individualmente. Dios

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surge en la tierra como tú y yo individualmente, y al hacernos a un lado, comenzamos a ver a Dios brillando a través de todo y de todos. Experimentamos la armonía en nosotros en proporción al grado de entendimiento que tengamos de que nuestra vida es la vida de Dios. Es solamente tu vida o mi vida cuando la aferramos o intentamos manipularla o hacer algo con ella. Mejor debemos convertirnos en espectadores de Dios manifestándose plenamente en la tierra, Dios encarnado en la tierra, Dios en verdad está viviendo en esta tierra como tú y como yo.

Cuando deseamos más que nada una experiencia de Dios, el cielo mismo se abre y se derrama por sí mismo a nuestros pies en la forma de todo tipo de bien. Permanezcamos expectantes a la experiencia de Cristo, una experiencia de Dios, expectantes de algún tipo de impulso sentido desde dentro. Esa es la demostración que estamos buscando. Deshacernos de alguna enfermedad y demostrar empleo o compañía, no tiene nada que ver con una enseñanza espiritual. En una enseñanza espiritual, nuestro deseo es puramente que podamos conocer a Dios como quien sabe acertadamente que la vida es eterna. Cuando tenemos vida eterna, tenemos todo, porque la vida eterna incluye salud, armonía, plenitud, vitalidad, juventud y abundancia.

Sería una imposibilidad encontrarnos a nosotros mismos en la presencia de Dios y no encontrar nada de Su naturaleza armoniosa en nuestra experiencia, porque “He venido para que tengan vida, y para que tengan vida en abundancia.” ¿Cómo podemos tener la presencia de este Yo1, la presencia de ese Dios, y no tener vida y no tenerla más abundante? Pero buscar en personas, lugares o condiciones, sería como buscar fuera del reino de Dios. De esa manera caemos en dificultades. Muchos han sido destruidos por las mismas cosas a las que se han dedicado a buscar en sus vidas, pero nunca nadie ha sido destruido por buscar y encontrar a Dios. Buscar a Dios te lleva a la realización, a la experiencia real de Dios. El Maestro bien sabía que en esa experiencia tenemos todo cuando dijo: “Tu Padre en el cielo sabe de todas estas cosas que necesitas....... pues es el placer del Padre darte el reino”.

Para comprender el verdadero significado de la declaración del Maestro, debemos entender la naturaleza de Dios. Probablemente todos nosotros hemos sido enseñados desde la infancia que hay un Dios, pero pocos de nosotros sabemos de qué Dios se trata. Si pudiéramos poner a un lado libros, incluyendo la Biblia, y vivir con sólo una pregunta en la mente, “¿Qué es Dios?” meditando día y noche en esta pregunta, finalmente, Dios Mismo pudiera revelar la respuesta. Tendríamos que hacer esto, no obstante, con una mente completamente libre de todo concepto de Dios y comenzar como si estuviera totalmente solo con Dios. No aceptaríamos la opinión de nadie más, la experiencia de nadie más, o el punto de vista de nadie más: 1 Donde quiera que “Yo” aparezca en cursivas, es una referencia a Dios.

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Tendríamos nuestra propia experiencia con Dios. Si pudiéramos hacer eso, tarde o temprano encontraríamos que Dios se nos revelaría a sí mismo en términos infalibles de manera que nunca más tuviéramos dudas de lo que es Dios o de cómo orar.

Ha habido y existen hombres que han conocido a Dios cara a cara. Podemos estar seguros de la legitimidad de su conocimiento por el resultado de sus enseñanzas. Juan fue uno de ellos, y para Juan, la naturaleza de Dios era amor. Podemos tomar la palabra “amor” y ver si podemos llegar a algún entendimiento de lo que la palabra significa, y cómo puede operar aún en nuestro nivel de comprensión. Por ejemplo, si estuviéramos completa y exclusivamente controlados por amor, ¿Cuál sería la relación con nuestro niño y cuál sería nuestra conducta hacia ese niño? ¿Podríamos encontrar en ese amor algún rasgo de un deseo que hiera o le cause algún sufrimiento? ¿Encontraríamos en nuestra conciencia cualquier deseo de castigo o venganza? ¿Encontraríamos en nuestra conciencia cualquier deseo de ponerlo en prisión como un castigo por sus pecados, o apresarlo en un cuerpo enfermo o una mente enferma? ¿Encontraríamos en nuestro interior una sola señal de un deseo de castigo o venganza? No, en el amor hay corrección o disciplina, pero no hay castigo; no se retiene el bien.

Al vivir en esta verdad, habremos ganado un concepto de Dios totalmente nuevo y comenzaríamos a comprender el secreto del vivir espiritual. En tanto nos mantengamos aferrados a un Dios que nos puede dar cualquier cosa –incluido el bien- no habremos llegado a un verdadero entendimiento de la verdadera naturaleza de Dios. Dios no tiene nada que darnos. Todo lo que Dios es, nosotros ya lo somos; todo lo que Dios tiene, es nuestro. Podemos llegar a esta experiencia soltando el temor de lo que tendremos o no el día de mañana. Si alguna noche nos podemos sentar y ver a través de la ventana, percibir la oscuridad, observar el movimiento de las estrellas y de la luna, y si podemos pasar así toda la noche hasta que aparezcan las primeras luces de la mañana, y después con la llegada del día, cuando la luna y las estrellas se vayan y en su lugar aparezca el sol, nos podríamos preguntar qué parte hemos jugado en todo esto. Si podemos observar árboles o flores y cuando están floreciendo, nuevamente preguntarnos qué parte hemos jugado en esto, cómo es que hemos merecido o cómo hemos ganado esto, pronto encontraríamos la respuesta, y es que Dios trajo todas estas glorias a nosotros sin preguntar por el mérito o no mérito.

Dios es inteligencia infinita, sabiduría infinita y conocimiento infinito. No existe la necesidad de decir nada a Dios o de pedirle nada a Dios, excepto, tal vez, para más luz, más entendimiento, más visión. Es la función de Dios el gobernar Su creación, mantenerla y sostenerla y todo esto lo hace sin la ayuda del hombre. Dios no necesita de la asistencia del hombre; Dios no requiere de ninguna sugerencia o ningún consejo humano. Nosotros estamos

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gobernados por Dios tan sólo en la proporción en la que entendamos esto y deleguemos a Dios nuestro cuidado. Cualquier intento de decirle a Dios cuál es nuestra necesidad, indica falta de confianza y carencia de entendimiento de la naturaleza de Dios y actúa como una barrera, alejándonos de nuestras bendiciones que son legítimamente nuestras como herederos de Dios, co-herederos con Cristo en Dios. Conocerlo acertadamente es conocer la vida eterna; conocerlo inadecuadamente es poner un sentimiento de separación entre nosotros y aquello que realmente es nuestra vida y la continuidad y armonía en nuestro ser.

Debemos entender la naturaleza de Dios como plenitud. Eso excluye la posibilidad de pensar en Dios como alguno de quien vamos a conseguir algo. Dios es plenitud. Dios es plenitud por sí mismo, como el sol, brillando y derramando su calor y luz, su propia plenitud como el sol. No oramos al sol para que nos envíe más luz o que nos envíe más calor. Si vamos a pronunciar cualquier tipo de oración por respeto al sol, nuestra oración debería ser una comprensión interna de que ES- el sol está brillando; el sol es calor; el sol es luz.

Así es con Dios. Nunca debemos pensar acerca de Dios como de alguno de quien esperamos algún bien. Jamás debemos pensar de Dios como de aquél que puede traer paz a la tierra. No existe tal Dios. El único Dios que existe, es un Dios que es vida eterna; Dios no nos da vida hoy o mañana y luego retiene la vida cuando somos ciento veinte. Dios es vida eterna, y nuestra oración es la realización de esa verdad. Dios es plenitud. Si no nos estamos beneficiando de la gracia de Dios, eso no tiene nada que ver con Dios sino conque nos hayamos apartado nosotros mismos, al menos en creencia, de la gracia de Dios. El Espíritu no está relacionado con la escena humana. Un Dios espiritual no puede ser traído a un concepto material de vida. Elevémonos por sobre el concepto material de vida en Dios.

Buscar a Dios sin un propósito es la finalidad de la realización espiritual.

Para lograr esa comprensión, debemos llegar a ese lugar en la conciencia donde todo nuestro corazón y alma anhelen a Dios, a Dios en Sí en lugar de cualquier bien, armonía, salud o paz que pueda llegar a nosotros. En ese estado de auto-entrega podemos decir:

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No busco nada más que a Ti. Yo debo conocerte como a alguien de quien conozco acertadamente que la vida es eterna. Permite que viva, me mueva y tenga mi ser en Ti, Contigo, y yo pueda aceptar cualquier cosa que venga. ¿Qué diferencia puede haber si tengo o no tengo cuerpo, si estoy sano o enfermo? “En Vuestra presencia está la plenitud de la vida”.

Cuando la conciencia alcanza tal lugar de devoción, donde Dios es Dios para nosotros, sólo por el bien de Dios, es cuando hemos alcanzado La Senda Infinita de Vida.

En La Senda Infinita de Vida, la vida no conoce limitación de ningún tipo. No hay ninguna preocupación por si somos ricos o pobres, enfermos o sanos. Nuestro único objetivo en la vida es Conocerlo acertadamente, estar cara a cara con Dios, ser capaz de refugiarme conscientemente en Dios. Esta es la alegría más grande jamás conocida por el hombre, a pesar de los millones que haya adquirido, a pesar de los muchos honores que le hayan conferido. Ninguna de estas condiciones iguala la alegría, la paz y la infinita y eterna armonía experimentada por la persona que conoce a Dios. Ahora, hay una total indiferencia por los efectos externos los cuales son el resultado de la práctica de la Presencia. Todo el corazón, la mente y el alma están centrados en la comprensión de la Presencia para que podamos llegar al punto, dentro de nosotros mismos, donde el Espíritu de Dios esté en nosotros, y experimentemos la alegría interna que es la Presencia. Sentimos el pulso del Espíritu en nuestros dedos. Todo nuestro ser y nuestro cuerpo entero, están vivos y alertas ante Él.

Conocer a Dios cara a cara es el final del camino. No hay nada más que desear, al llegar a este punto, sabemos exactamente lo que quiso decir Pablo, “ Yo vivo, no Yo, sino el Cristo en mí”. Es como si estuviéramos buscando sobre nuestro hombro y observando al Cristo trabajar en nosotros, a través de nosotros y como nosotros. Va delante de nosotros. Si la provisión es requerida, Él la provee. Si un hogar se necesita, Él lo provee. Si es transporte lo que necesitamos Él lo provee. No tenemos que pensar en estas cosas; todo lo que tenemos que hacer es continuar nuestra vida en contemplación, y entonces nos daremos cuenta que en nuestro negocio, profesión, o actividad artística, tendremos más discernimiento, más habilidad, más salud, inspiración, alegría y más remuneración. No obstante, no estaremos orando para lograr estos resultados: Fluirán tal como el sol sale en la mañana o se oculta en la noche sin ningún esfuerzo consciente de parte de nadie. Todo lo que es necesario es esperar, tan sólo esperar lo suficiente y el sol se levantará mañana en la mañana y volverá a esconderse por la tarde. No tendremos que hacer nada excepto contemplarlo, observarlo y mirarlo. No tuvimos que orar a Dios para eso, y no tenemos que saber la verdad al respecto.

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De igual forma es para con nosotros. Aprendemos a no tratar de manipular nuestras vidas con la mente, esperando que al afirmar alguna verdad algún bien será traído a nuestra experiencia. La vida se vuelve un gozo completo, porque así como al movimiento del sol, de la luna o las estrellas no le interesan nuestras necesidades, de igual forma nosotros no debemos sentir carga alguna de responsabilidad por nuestro suministro o nuestra salud. Todas estas cosas son asuntos de la gracia de Dios. Nuestra única responsabilidad es que el Espíritu de Dios habite en nosotros. En algún momento, debemos iniciar la transición de ser hombres, cuyo aliento sólo está al nivel de sus fosas nasales, sin tener la capacidad de complacer a Dios y sin estar bajo la ley de Dios, a ser el hijo de Dios. Desde ese punto de vista no podemos fallar: es tan sólo una cuestión de devoción.

No podemos usar a Dios, pero podemos producir nosotros mismos a Dios y dejar que Dios nos use. Podemos contemplar las cosas de Dios y meditar sobre lo espiritual, invisible y lo no visto, hasta que verdaderamente sintamos que el espíritu y la presencia de Dios en nuestro interior.

Un contacto ocasional con Dios, como el proverbial grano de verdad, hará maravillas; pero no podemos esperar una completa y perfecta existencia espiritual simplemente porque de vez en cuando nos acordamos de voltear a Dios, o dedicar pocas horas al estudio de libros espirituales. Requiere oración sin cesar para hacer de la vida una experiencia continua del Bien. Así descubrimos que Dios, que es la mente que todo lo sabe, la divina omnipresencia, la divina omnipotencia y omnisciencia, siempre va delante de nosotros para proveernos de las cosas necesarias para nuestra experiencia. Esa es la razón por la que nunca debemos de decirle lo que necesitamos; no debemos decirle que necesitamos dinero, un hogar, compañía, libertad, comida o vestido. Nunca tenemos que decir a Dios nada acerca de nuestras necesidades.

Dios es la inteligencia infinita del universo, aquella que lo formó, aquella que lo mantiene y sostiene sin el consejo humano. Si Dios puede hacer esto por el universo, confiemos nuestro ser individual y nuestro cuerpo a esa misma Presencia y Poder.

Vayamos a Dios por la alegría de experimentar a Dios y veamos lo que Dios hace.

Podemos empezar este momento dando un paso importante hacia delante - soltar los deseos. Debemos abandonar el deseo de cualquier forma de bien. De hoy en adelante, sólo hay un deseo que nos permitiremos, y será el deseo de experimentar a Dios.

Debemos demostrar a Dios –no a personas, o cosas o condiciones. Esto es en verdad el principio cardinal de la Senda Infinita. La Senda Infinita

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enseña que tenemos el derecho a demostrar al Espíritu de Dios, el derecho a demostrar la realización de Dios; pero no tenemos el derecho de demostrar a ninguna persona, lugar o cosa. Debemos estar muy ciertos de que buscando la realización de la gracia de Dios, estaremos buscando tan sólo estar en el Espíritu de Dios. “Donde existe el Espíritu del Señor, hay libertad” fuera de toda limitación, toda discordia y toda desarmonía. Nuestra demostración debe ser la realización de Dios, la demostración de Dios, la consciencia de la presencia de Dios.

Comprensión es demostración. Es la comprensión de la actividad de Dios en consciencia lo que hace que todo el bien espiritual aparezca. Es la comprensión de la gracia de Dios como nuestra suficiencia lo que manifiesta la demostración. El darse cuenta de cualquier verdad espiritual trae la manifestación como efecto. Decir solamente, “El perfeccionará aquello que me concierne”, no hará nada por nosotros, pero la comprensión de esta verdad instantáneamente se hace efectiva en nuestra experiencia. Comprender es demostración; pero debe ser una comprensión del reino de Dios, comprensión de la actividad de Dios, comprensión del Espíritu de Dios, comprensión de Dios como un solo poder, comprensión de Dios como una sustancia, comprensión de Dios como causa única, comprensión de Dios como todo en todo. El entendimiento de Dios es demostración.

Si conocemos la verdad escrita, y si entendemos que la voluntad de Dios es amor, que la voluntad de Dios es vida eterna, si sabemos que la voluntad de Dios es que experimentemos Su inmortalidad, lo infinito de Su Ser, no nos preocuparemos de decir a Dios acerca de nuestras necesidades. Todo lo que hacemos es vivir en el constante intento de alcanzar a Dios más y más, tener una comprensión cada vez más profunda de Dios, de ese Dios que es nuestro propio ser.

Hacer el contacto con el Cristo, sin otro propósito que el de experimentarlo, es la forma más alta de demostración que existe en la tierra.

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CAPÍTULO IIIDIOS, EL PODER ÚNICO

Así dice el Señor, Rey de Israel y su Salvador, Yavé de los ejércitos: Yo soy el primero y el último; no hay otro Dios fuera de mí

- Isaías 44:6Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas.

- Deuteronomio 6:5

A través de todos los tiempos, las escrituras han revelado que Dios es el único poder, ¿pero quién lo ha aceptado literalmente? Aún en la Biblia, hay relatos de personas luchando, una contra la otra. La enseñanza de la mayoría de las religiones del mundo ha sido que existen dos poderes, el poder de Dios y el poder del demonio: El poder de Dios es bueno y bendice; el poder del demonio es malvado y maldice. Siempre encontramos estos dos poderes; siempre encontramos a Dios combatiendo al demonio por controlar el alma humana; y siempre surge la pregunta: ¿quién va a ganar?

Hoy es la misma historia. Accidentes, desastres y enfermedad son explicados sobre la base de estos dos poderes, o por hacer a Dios responsable por estos males. ¿Cómo puede Dios ser responsable de cualquier mal a la luz del mensaje y misión del Maestro, quien fue el sanador del enfermo, quien levantó a los muertos, quien alimentó a los hambrientos, triunfo sobre muchos desastres. El Maestro dijo: “No crean que he venido a suprimir la Ley... sino para llevarla a la forma perfecta” (Mat.5:17) así que ninguna de estas cosas tienen la posibilidad de ser voluntad de Dios. En la presencia de Dios, no hay mal.

Si Dios tolera el pecado, la enfermedad y la muerte que estamos experimentando, ¿Qué oportunidad tenemos para superarlos o sobrevivir a ellos? Si Dios está permitiendo estos males, O si Dios es un padre humano enseñando una lección, ¿cómo es que podemos sobreponerlos y regresar a casa de nuestro Padre? Desde el inicio de nuestros estudios espirituales, hemos aprendido que Dios es un solo poder, todo poder, y no sólo todo poder, sino todo el poder bueno. ¿Es entonces posible para un todo poder bueno crear, permitir, tolerar o enviar algún mal?

En la Senda Infinita, nos comprometemos en el llamado sanar espiritual, de manera que tenemos un principio que es exacto. No debe existir divergencia en ello, no más que la divergencia en los principios matemáticos o de música. El principio del sanar espiritual es que Dios es amor, Dios es vida y en Él no hay oscuridad. Él es muy puro para retener iniquidad. Pero si estamos dispuestos a creer que Dios tolera la enfermedad, sabe de ella, la permite o está tratando de probarnos o castigarnos, hemos perdido la oportunidad de producir una sanación. No es negar el hecho de que este

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mundo consiste casi por completo de pecado, enfermedad, muerte, carencia, limitación, guerras y rumores de guerras. ¿Quiere esto decir que Dios las permite? No es que las permita, y se aplica igual que en el principio matemático si cometemos un error aritmético o en el principio de música si cometemos un error al cantar o tocar un instrumento musical.

De acuerdo al Génesis, “Dios vio que todo cuanto había hecho era muy bueno” (Gén. 1:31) Por lo tanto, si hay un demonio, hecho por Dios, aún el demonio debe ser bueno. El establecer al demonio como malo y a Dios como bueno nos separa de nuestra armonía, física, mental, moral y financiera. No existe misterio del mal. La enseñanza del Maestro es muy clara en este punto:

En cambio, si alguno no permanece en mí, será echado fuera como rama seca, que la cogen y la arrojan al fuego para ser quemada. Pero si ustedes permanecen en mí, y mis palabras en ustedes, pidan lo que quieran y se les concederá. (Juan 15:6,7)

Si no permitimos que la Palabra permanezca en nosotros, no debe sorprendernos nada de lo que nos suceda, no tenemos derecho de inculpar a Dios. Si no estamos demostrando salud, armonía y abundancia, que son nuestros derechos espirituales de nacimiento, es porque no estamos cumpliendo con los términos del acuerdo.

El acuerdo es que si moramos en el lugar secreto del más Alto, ninguno de estos males vendrá a nosotros. Ese es el principio. ¿Estamos morando en el lugar secreto del más Alto? ¿En verdad? Meditamos por cinco minutos en la mañana y leemos un libro por 15 minutos en el día, y entonces pensamos que estamos permaneciendo en la Palabra y morando en el lugar secreto del más Alto. Esto no es suficiente. Debemos leer y estudiar, meditar y ponderar hora tras hora de cada día, hasta que estemos viviendo continuamente en la presencia de Dios, después del cual no hay nada más. Aceptemos en nuestra mente un estado de conciencia en el cual acordemos que Dios es todo poder, Dios es infinito y después de Dios no hay otro poder.

Leemos en Isaías:Del tiempo en el que éramos niños aprendimos esta verdad, “No temas,

porque yo te rescato; te he llamado por tu nombre, tú eres mío.” (Isaías 43:1) ¿Podríamos acaso conocer el miedo?

Porque si atraviesas las aguas, yo seré contigo, por ríos no te anegarás. Si pasas por el fuego, no te quemarás, las llamas no te consumirán. Porque yo soy Yavé, tu Dios, el Santo de Israel, tu Salvador... nada de esto te sucederá... porque eres a mis ojos de muy gran estima. Eres de mucha honra y por eso te amo. (Isaías 43:2-4)

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¿Acaso no podemos imaginar fácilmente el estado de conciencia en el cual deberíamos vivir, como se nos enseñó continuamente en nuestra niñez, y en donde aprendimos que Dios nos amaba y que Él nunca permitiría que ningún mal nos aconteciera? Así, podríamos vivir en la conciencia de Dios como el poder absoluto del que nunca deberíamos temer, y en el cual jamás experimentaríamos carencia alguna.

Pero ahora escucha Jacob, mi siervo, Israel, a quien elegí yo. Así habla Yavé, que te ha hecho, y en el seno materno te formó y te socorre. No temas Jacob, siervo mío, Israel, a quien yo elegí. Porque yo derramaré aguas sobre el suelo sediento y arroyos sobre la tierra seca e infundiré mi espíritu sobre tu simiente y mi bendición sobre tus descendientes. (Isaías 44:1-3) En nuestra juventud, fuimos enseñados a ver sólo a nuestros padres,

pero aquí aprendemos que Dios “en el seno materno te formó”. Somos hijos de Dios directamente del seno materno, bajo la protección de Dios, y Dios, y sólo Dios, ha cubierto nuestras necesidades y apoyado nuestras actividades. Aprendemos que Dios por sí mismo es el único poder en nuestras vidas por siempre y para siempre. En este entendimiento, podemos ver lo que podría haber pasado al demonio: Jamás podría haber habido el temor al mal o al miedo o al castigo. Habríamos encontrado el amor de dios en lugar del miedo a Dios, y jamás habríamos creído que Dios nos voltea la espalda.

Conocer a Dios es amar a Dios. De hecho, es sólo a través del entendimiento de la naturaleza de Dios que somos capaces de amar al señor nuestro Dios, con un amor tan grande, que ni aún el esposo, la esposa o el hijo se podrían anteponer a Dios en nuestro corazón y en nuestra alma. Entonces Dios se convierte en un ser viviente, al cual no se le teme sino que se le honra, se le ama, se le da la bienvenida cada mañana de cada día, no solamente una hora en domingo. No hay un momento del día en que conscientemente no podamos mantener vivo en nuestros corazones, con la evocación de aquello que Dios es:

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Dios es la inteligencia del universo, el amor del universo, el Espíritu omnipresente que creó, mantiene y sostiene al universo. Dios es la fuente de la belleza de los árboles, de las flores y de las frutas. Dios es la verdadera sustancia de los vegetales y minerales. Dios es la sustancia del oro en la tierra, de la planta, de los diamantes y de las perlas del mar. Dios es quien llena de peces el mar. Dios es quien llena de aves el cielo.

Dios está en medio de mí. Donde yo estoy Dios está, y el amor de Dios está envolviéndome siempre. Dios es el origen de mi ser. Dios es mi fuente de provisión, la causa de toda la comida en mi mesa. Dios es quien me da el trabajo de toda la vida. Dios es quien me da la fortaleza para llevarlo a cabo. “Él cumple siempre su pacto... (Job. 23:14 KJB)... “El Señor me ha probado como el oro. He salido purificado... (Job 23:10) ...porque mayor es el que está en ustedes, que el que está en el mundo. (1 Juan 4:4) más grande que cualquier problema en el mundo.

Hay solamente poder y Dios es ese poder. No hay poder en el efecto, y no hay poder fuera de Dios. Dios es la vida de todo ser. Esta verdad ha sido a través de todos los tiempos y se ha dado a conocer a toda la gente. En el sagrado poema Hindú, el Bhagavad-Gita, traducido por Sir Edwin Arnold como el hermoso poema épico, La Voz Celestial, leemos lo siguiente acerca de la vida:

Armas, os digo a vos, no alcancéis la Vida;Las llamas no la queman, las aguas no pueden inundarla,

No puede secarla los vientos. Impenetrable,Cerrada, inatacable, no dañada, intocable,

Inmortal, estable, seguraInvisible, inefable; por la palabra

y el pensamiento inabarcable¡Así se declara el Alma!

Aquí nuevamente vemos que hay una vida, y Dios es esa vida, existe un poder, y Dios es ese poder. Una consciencia llena de la comprensión de Dios como el único poder que no puede temer nada en el mundo de los efectos.

La mayoría de las enseñanzas religiosas no nos han dado la verdad de que Dios es omnipotente en la tierra como en el cielo, pero ya vendrá el día cuando todos se inclinen a la verdad de que existe un solo poder. Todas las enseñanzas metafísicas tienen su origen en la revelación de Dios como uno. ¿Pero qué les ha pasado a esas enseñanzas? Se han perdido en el demonio moderno, en la mente mortal. Los seguidores de las enseñanzas ortodoxas temen al demonio, y aquellos que siguen las más nuevas y modernas enseñanzas temen a la mente mortal. Interpretaciones erróneas e ignorantes de la verdad nos obligan a creer en dos poderes, pero la respuesta en

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siempre la misma: Dios es el único poder. Cada uno de nosotros, en la experiencia humana, de alguna u otra manera acepta dos poderes: Dios y un poder aparte de Dios, un poder que algunas veces recompensa y otras castiga, un poder que a veces está disponible y en otras ocasiones no nos puede alcanzar – y ahora estamos pagando la pena por tal aceptación.

Debemos elevarnos a una dimensión superior de la vida en la que veamos que no hay ningún poder en ningún efecto; todo el poder está en la causa que produce el efecto:

Porque mis pensamientos no son como los de ustedes, ni tampoco mis caminos son semejantes a los suyos, dice Yavé. Pues como los cielos son más altos que la tierra, así son mis caminos al compararse con los de ustedes, y mis pensamientos al ser asemejados por los suyos. (Isaías 55:8,9)

Sin embargo, si espiritualmente no estamos alertas, podemos caer en la aceptación de cualquier clase de creencia falsa que nos dé cierta confianza o en la aceptación de determinada publicidad. A través del hipnotismo masivo de la prensa y de la radio, todos hemos sido víctimas de algún tipo de publicidad, pero nada de eso puede tocarnos si aceptamos la enseñanza de que Dios, el Infinito Invisible, es el único poder.

En nuestra carrera frenética de supremacía en armamento y fuerza material, se vuelve necesario detenernos y preguntarnos: ¿En dónde termina todo esto? ¿Existen la superioridad y el tamaño para demostrar poder?

.....no vence el hombre por su fuerza........... (Samuel 2:9)

... No temáis ni os amedrentéis ante tan gran muchedumbre, porque no es vuestra la guerra, sino de Yavé. (2 Crónicas 20:15)

-“Sean fuertes y tengan ánimo, no teman ni desmayen ante el rey de Asur, ni ante todo ese ejército, porque es más el que está con nosotros que lo que está con él. Con él hay una fuerza humana, pero con nosotros esta Yavé, nuestro Dios, para ayudarnos y combatir nuestros combates. (2 Crónicas 32:7,8)

-Aquellos de mente material tienen únicamente un “cuerpo físico”.

Aquellos que reconocen a Dios como el único poder, viven sin miedo, sin preocupación por la dimensión de un poder externo; ya sea una fiebre alta, una pobreza terrible o una bomba de hidrógeno, todo esto es sólo efecto visible, mientras tengamos aquello que es invisible, tenemos aquello que no se puede tocar, ya que: “No prosperará ninguna arma que sea fabricada contra ti. (Isaías 54:17)... Tal y como David fue al frente a encontrarse con Goliat, armado con fe en Dios, así nosotros podemos enfrentar cualquier desarmonía o reticencia de nuestro reconocimiento de un poder.

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En el sentido material de la vida, la palabra “protección” lleva consigo la connotación de arma de defensa, o de un lugar oculto del enemigo, o para algunos significa el retiro del peligro. En las ciencias mentales, protección implica algún pensamiento o idea, o alguna forma de oración que nos salvaría de ser heridos o dañados. La palabra “protección” sugiere la existencia de una actividad, presencia o poder destructivo o dañino y de los cuales nos debemos proteger.

En el momento en que la idea de Dios como uno solo comience a profundizar en la consciencia, comenzaremos a entender que en todo el mundo no hay poder o presencia en contra de la cual requiramos protección, ya que moramos en el lugar secreto del más Alto. Entenderemos esto al ir permaneciendo en la palabra “omnipresencia” y darnos cuenta que en esta toda-presencia de bien estamos completamente solos en armonía divina –una armonía que impregna y penetra la consciencia, y es por sí misma la totalidad y unicidad del bien.

Ponderemos esta idea y meditemos en ella. La revelación y convicción de que esto es verdad llega a nosotros dentro de nuestro propio ser: Existe sólo Uno, y debido a su naturaleza de ser Uno, no existe influencia externa ni para el bien ni para el mal. No existe presencia o poder al cual orar por ningún bien que no exista ya como omnipresencia, justo donde estamos. En nuestras épocas de comunión sentimos lo infinito de la presencia de Dios. No existe otro poder, no existe otra presencia; no existe influencia destructiva o dañina en ninguna persona, lugar o cosa; no existe el mal en ninguna condición. Dios es uno, y no puede haber una existencia separada y aparte del Uno.

El Maestro nos dijo: “Nada hay fuera del hombre que, al entrar en él, lo contamine. Lo que sale de él, eso es lo que lo contamina.” (Marcos 7:15) Hemos aceptado la creencia universal de un poder, de una presencia y de una actividad aparte de Dios; hemos aceptado la creencia de que alguien o algo fuera de nuestro ser puede ser un poder de mal en nuestra experiencia, y la aceptación de esto es casi una creencia universal que causa mucha de nuestra desarmonía y discordia.

Al esforzarnos por comprender, día a día, a la verdadera consciencia de Dios como un ser infinito, Dios manifestándose y expresándose como ser individual, entenderemos más plenamente todo el poder que fluye de nosotros y a través de nosotros, como una bendición al mundo. Ningún poder actúa sobre nosotros sin que sea de nuestro propio ser. Debe quedar claro para nosotros que nada fuera de nosotros mismos actúa sobre nosotros ni para bien ni para mal, así como hemos aprendido que los astros, la creación de Dios en los cielos, no tienen ninguna influencia sobre nosotros a pesar de las creencias astrológicas; por lo tanto hemos aprendido que las condiciones,

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ya sean el clima, infección, contagio o accidente no pueden actuar perjudicialmente sobre aquellos que han llegado a cierto entendimiento de la naturaleza de Dios y de la naturaleza del ser individual, de manera que nos entenderemos como descendencia de Dios, de quien se ha dicho “Hijo mío, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo. (Lucas 15:31)

Debemos pensar seriamente en este asunto de la protección, porque cada día enfrentamos recomendaciones, amenazas o peligros. Siempre alguna persona, algún lugar o alguna cosa está siendo presentado como una fuerza destructiva a la cual temer o buscar a un Dios que nos salve. La totalidad de Dios hace absolutamente imposible que exista en algún lugar una influencia destructiva o malvada - ya sea en el cielo, en la tierra o en el infierno- así que no cometamos el error de pensar en Dios como un gran poder que si lográramos alcanzar, nos salvaría de cualquier persona o influencia destructiva. No cometamos el error común de pensar que practicando la presencia de Dios es tan sólo un medio de usar a Dios, u otro método de orar para traer la influencia de Dios en nuestra experiencia con el fin de superar la discordia, el mal, el pecado y la enfermedad. Su propósito es traer a la conciencia individual el reconocimiento de Dios como uno, o Dios como un ser individual e infinito, Dios como la toda presencia y el todo poder. La creencia universal en dos poderes, bueno y malo, continuará operando en nuestra experiencia hasta que de manera individual –recuerda esto, tú y yo, individualmente- rechacemos a la creencia en dos poderes.

En esta época, el pensamiento protector es la comprensión de que la totalidad de Dios excluye la posibilidad de que exista en el mundo una fuente de maldad, y que además opere en nuestra experiencia individual. Nuestro trabajo protector, o nuestras oraciones protectoras deben consistir en la comprensión de que nada ha existido, existe o existirá en algún lugar, en cualquier tiempo, en nuestra experiencia pasada, presente o futura, que sea de una naturaleza destructiva. A través del estudio y la meditación, sentiremos, eventualmente, el contacto de Dios en nosotros, en donde recibamos la convicción divina. “Hijo mío, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo. (Lucas 15:31), la convicción continua de la única Presencia, del único Poder, del único Ser, de la única Vida, de la única Ley, en donde no existen poderes o fuerzas destructivas. Es en este reconocimiento de unidad que encontramos paz.

Los estudiantes deberían considerar el tema de la protección en su meditación diaria por uno o dos meses y sin mencionarlo a nadie. No deben discutirlo, sino mantener el secreto hasta que lleguen a un lugar en la consciencia donde sientan que Dios es uno. El secreto de la protección no consiste en buscar a Dios para salvarnos de algún peligro, sino en entender que la seguridad y la paz dependen de nuestra evocación y comprensión de la verdad de Dios como uno.

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El mundo busca paz, al igual que busca seguridad y tranquilidad, fuera de su propio ser, sin embargo, ni la seguridad ni la paz serán encontradas excepto en nuestra comprensión individual de Dios como uno –el único ser, presencia y poder. No podemos comentar al mundo sobre esta paz, o seguridad, pero podemos encontrarla nosotros mismos y así dejar que el mundo se entere por nuestra experiencia, que hemos encontrado un camino más elevado que las creencias supersticiosas en algún poder bueno que milagrosamente nos salve del poder del mal. No podemos decirle al mundo que no hay fuentes de peligro, influencias o poderes externos; pero nuestra comprensión de esta verdad puede hacer que la armonía, la perfección y la plenitud de nuestras vidas sean evidentes a otros, uno por uno, voltearán a buscar aquello que nosotros hemos encontrado.

Más allá de las enseñanzas en dos poderes están las de filosofías que provocan que los hombres disientan entre ellos. No hay manera de resolver estas diferencias porque esas personas que creen en dos poderes están trabajando desde una premisa errónea, bien y mal. Siempre el bien y el mal están luchando uno con otro –y qué pelea. Pero ¿qué pasa cuando los hombres renuncian a creer en dos poderes y descansan en la consciencia del Cristo? Entonces comienzan a entender lo que quiso decir el Maestro cuando dijo: “Ninguna autoridad tendrías sobre mí si no te hubiera sido dada desde arriba...” (Juan 19:11)

Los místicos del mundo, tanto Krishna de la India, como Lao-Tsé de China, Jesús de Nazaret, o Juan de Patmos, nos han dado la revelación de que Dios es uno. Los místicos hebreos también conocían esta verdad cuando enseñaron, “Escucha, oh, Israel, el Señor Yavé nuestro es uno.” (Deut. 6:4)

A través de las Escrituras encontramos, una y otra vez, afirmaciones del amor de Dios por sus hijos.

Ahora pues así dice Yavé que te creó, oh Jacob, y el que te formó, oh, Israel: Puesto que yo te he salvado, no tengas miedo. Te he llamado por tu nombre, porque eres mío.

A todos cuantos llevan mi nombre, yo los creé, formé e hice para mi gloria.

Ustedes son mis testigos y mis servidores que he escogido. Lo son para que sepan y me crean y entiendan que yo soy. Ningún dios fue creado antes de mí, ni lo será después. Yo soy el Señor. No hay otro además de mí

Así habla Yavé, el Rey de Israel, su Salvador, su nombre el Señor de los ejércitos: Yo soy el primero y el último. Fuera de mí no hay otro Dios. ¿Quién como yo llamará? Que lo anuncie y lo ponga por orden,

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que lo haga manifiesto desde que puse yo a los humanos sobre la tierra para siempre. Que muestren las maravillas que están por venir. No tengan temor ni se llenen de pánico. ¿Qué no se los anuncié y desde mucho tiempo atrás se los hice saber? Ustedes me son testigos de que no hay Yavé fuera de mí. Otro poderoso como yo no conozco. (Isaías 43:1, 7, 10, 11; 44:6-8)

Y así una y otra vez, se revela que Dios es un Dios, Dios es un poder.

Los que hacen imágenes de talla, todos ellos son vanidad. Sus obras no sirven para nada, no son útiles para lo que ellos las querían. Esos artífices que las hacen son testigos contra sí mismos. Lo son, porque las efigies que hacen no ven, ni oyen, ni entienden. (Isaías 44:9, 10)

Cada uno de nosotros se ha hecho una imagen de Dios: uno lo ve en Buda; otro lo ve en Jesús. Cada uno se ha formado un concepto de lo que cree que Dios es, y entonces venera y ora a ese concepto, mientras Dios nos dice todo el tiempo: “Sólo yo soy Dios, no tu concepto. Sólo Yo, el Invisible, soy Dios- Yo, sólo, soy Dios.” Debemos dejar de hacer imágenes talladas en nuestra mente, dejar de imaginar cómo se ve Dios, y confiar en lo Invisible sin forma que penetra e impregna todo ser.

“El reino de Dios está en ti……. El lugar donde tú estás es tierra santa” y aún si por el momento, ese lugar pareciera, ser el infierno o el valle de la sombra de la muerte, Dios está justo ahí con nosotros. Debemos dejar esta creencia descabellada de un Dios que castiga y recompensa, un Dios que está presente cuando sanamos y ausente cuando no experimentamos la sanación que esperamos. Dios nunca está ausente excepto en nuestra creencia de que hay dos poderes, excepto en nuestro temor de otros poderes, los cuales hemos establecido en nuestra mente. No solamente tememos a estos poderes, -sino que a veces tememos a Dios.

En realidad, existe un solo poder: No existe el poder del mal; no existe el poder del pecado; no existe el poder de la enfermedad; no existe el poder de la carencia o la limitación. Dios ha hecho todo lo que está hecho; Todo lo que Dios no ha hecho no está hecho. El mundo parece estar lleno del poder de la infección, del contagio, de las enfermedades hereditarias, del poder de la carencia y la limitación, del poder del mal en cualquier forma. Es una verdad que, mientras sigamos en el mundo humano manejándonos con una mentalidad humana, seguiremos teniendo dos poderes: el poder del bien y el poder del mal. Esta es la imagen de la humanidad. Algunas personas permanecen más tiempo enfermas que sanas. La mayoría de las personas en el mundo están empobrecidas. Como seres humanos siempre tendremos leyes del pecado, leyes de enfermedad, leyes de carencia y limitación. Habrá dos poderes en tanto haya una consciencia humana en el mundo, porque la

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consciencia humana en sí es una casa dividida; dividida en dos partes, bien y mal. Una existencia, la cual trascienda este estado de consciencia, en la cual no funcionen estos dos poderes opuestos, en donde haya un solo poder, una ley, traerá como resultado una actividad en la consciencia. Nadie puede hacer esto por nosotros, únicamente cada uno de nosotros en forma individual.

Dios debe convertirse en una actividad en nuestra consciencia, de otra forma seguiremos luchando en la vida como seres humanos, creyendo en dos poderes y experimentando el bien y el mal. Comenzamos el tema diciendo que Dios es uno. Dios es uno: “Escucha, oh, Israel, el Señor Yavé nuestro es uno. (Deut. 6:4)... No tendrás otros dioses fuera de mí. (Éxodo 20:3) ningún otro poder, ninguna otra ley, sino una.

Dios es la única ley, una ley que mantiene y sostiene la armonía y perfección de su propia creación todo el tiempo. Viendo crecer los árboles, nos maravillamos de la ley que hace que retoñen y florezcan cada año. Hay una ley en operación que trae su fruto. El sol, la luna y las estrellas, el ir y venir de las mareas dan testimonio de una ley divina gobernando el universo.

Estas son leyes y no pueden ser cambiadas. Todo lo que es permanente está sostenido por la ley, pero las discordias y muertes en el mundo vienen y van: siempre están cambiando; no tienen permanencia; no tienen ley que las sostenga. Si la enfermedad fuera sostenida por la ley, esta ley de enfermedad no podría ser violada, y entonces nadie podría ser sanado o estar libre de la enfermedad. Pero la enfermedad no es permanente. Puede ser sanada – en ocasiones físicamente, otras mentalmente y a veces espiritualmente.

El aceptar a Dios como uno es aceptar sólo una ley y es aceptar que esa ley, la ley de Dios, la ley del bien, es siempre activa y presente en nuestra experiencia. No existe ley que nos una con ninguna condición de mal:

Verdadero, omnipresente en mi consciencia, es la ley de eliminación de cualquier forma de discordia en mi experiencia. La ley espiritual gobierna mi ser, mi cuerpo, mi casa y mi negocio. La ley espiritual gobierna mi consciencia. La ley espiritual me impregna, me mantiene y me sostiene.

Cada día nos enfrentamos con la tentación de la muerte. No hay diferencia, ya sea que nos hayan dicho de la muerte de un amigo, de un pariente o de un extraño en un país lejano. Cada día el pensamiento de muerte es traído a nuestra consciencia de una manera consciente. Aunque no nos concierna directamente, el tema de Dios como uno deber ser traído a nuestro recuerdo consciente:

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Dios es una vida –eterna, inmortal, infinita, sin principio ni fin. Sólo hay un Dios; por tanto sólo hay una vida.

Muchos estudiantes de metafísica, quienes no creen en el poder de un demonio personal, han creado otro poder separado de Dios, un poder en la forma de temor supersticioso de pensamiento erróneo y de una fe y dependencia de pensamiento correcto. Abandonemos tales ideas ahora y por siempre. El pensamiento humano no es poder; la mente humana no es un poder; ¿Acaso Jesús no refutó tal idea cuando preguntó, “Quién de ustedes, por mucho que se preocupe, podrá añadir un codo a su estatura? (Mat. 6:27) Pongamos la mente en el lugar correcto como una avenida de conciencia y no como una autoridad creativa.

La autoridad creativa reside en el Alma. Con nuestra mente nos volvemos conscientes de las verdades profundas y las leyes de Dios; pero es en el Alma, que es Dios, en donde se encuentra el principio creativo de la existencia. Es la actividad del Alma la que tiene poder, y de la cual fluye gentileza, humildad y paciencia, y todo de lo que Pablo habló de las cosas de Dios, “Porque el hombre que es natural rechaza las cosas espirituales, porque para él son insensatez; ni las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” (1 Cor. 2:14) El “hombre natural” es la autoridad razonadora. Las cosas de Dios son recibidas por el Espíritu de Dios, la consciencia de Dios, el Alma que es una capa más profunda de la vida que lo que la mente es. Utilizamos a la mente humana como una avenida de consciencia, pero reconocemos al Alma como una autoridad creativa.

Dar poder a algo externo a la conciencia es idolatría. Es reconocer un poder aparte de Dios. Debemos llegar a la convicción interna de que el poder no existe en la forma –en ninguna forma, no importa cuán buena sea la forma. La forma puede ir y venir, pero el Espíritu se renueva y se reforma. Como seres creados en el sentido material de vida, nos mantenemos cautivos en la forma, y por ende cometemos idolatría. En otras palabras, nos doblegamos y veneramos o le tememos a alguna forma. No amemos, no odiemos o temamos, aquello que existe en la esfera de lo externo, porque no es poder. Una vez que vemos que Dios es el único poder, no temeremos alguna otra causa. Una vez que entendemos que Dios es la única sustancia, no temeremos la sobre-sustancia o la sub-sustancia. La vida es una actividad de la consciencia reflejada en el cuerpo, pero la vida no yace en el cuerpo. Amor, paz, salud, plenitud y perfección son todas actividades de la consciencia. Ahí reside el poder.

No debemos tratar de creer en las formas del cuerpo. No somos cuerpo; sino que el cuerpo es un instrumento para nuestra locomoción en un momento dado. Es un instrumento de nuestra actividad, pero no somos cuerpo. No somos dedos, o manos, o piernas, o corazones o cerebros. Somos entidad espiritual y tenemos un cuerpo dado por Dios, eterno en los cielos.

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En vez de creer en esta forma de cuerpo, creamos en la verdad de nuestra propia identidad, y el cuerpo se mantenido en armonía.

El Maestro promete que si deseamos perder nuestra vida, ganaremos la vida eterna. Si dejamos de tratar de apresar nuestra vida, como si la pudiéramos retener o perder, en vez de darnos cuenta que toda la vida es la gracia de Dios, entenderemos que la vida es eterna.

La enseñanza es: jamás veneres el efecto; jamás odies, temas o ames ningún efecto. El adorar la forma es entregarse a la idolatría. El momento preciso en que cualquier forma se convierte en una necesidad en nuestra experiencia, estamos dando lugar a la dependencia, nuestra felicidad y nuestra alegría en eso, en lugar del Invisible Infinito que es el origen de la forma, y entonces somos idólatras. Debemos continuar amando las buenas cosas de la vida, pero no debemos amar de tal manera que no deseemos que la forma desaparezca y una nueva la reemplace. Todas las relaciones humanas, sean relaciones con parientes, marido, esposa o hijos, nos son dadas para nuestra realización en esta fase de nuestra existencia. Debemos de entenderlos, amarlos y tratarlos como tales, pero recuerda que nuestra vida reside en el Cristo en Dios, no en una forma externa.

Desde la mañana hasta la noche, nos enfrentamos con apariencias que nos pueden hacer creer que existe poder en el efecto. Esto se debe a que en un mundo provisto tan abundantemente con todas formas de bien –diamantes, perlas, plata, petróleo, vegetales, peces, fruta- las personas aún hacen oración por provisión. Creen que todas estas formas de bien son provisión, mientras que la provisión está en ellas mismas. Estas cosas con efectos de la provisión, en cambio es la consciencia la fuente de provisión. La provisión es espiritual, una actividad de la consciencia. Al principio, estaremos de acuerdo con esto sólo intelectualmente, pero llegará el día en que sea discernido espiritualmente, y entonces veremos que la palabra provisión está dentro, aunque visible en la parte exterior.

No vemos, oímos, gustamos u olemos la provisión; sino que vemos las formas que toma la provisión. Nos volvemos conscientes de la forma de las variadas sustancias que toma nuestra provisión; pero para darnos cuenta que nuestra provisión es interna, una actividad de la consciencia, debemos hacer nuestra provisión infinita, ya sea en palabras, dinero o transporte. Si vemos que nuestra provisión es el invisible Espíritu de Dios en nosotros, entonces el efecto de la provisión aparecerá en forma. Tan rápidamente como utilicemos las formas en las que aparece el suministro, la provisión invisible se manifestará nuevamente, porque es infinita; siempre es omnipresente, y la provisión por sí misma, que es el Espíritu de Dios en nosotros, la reproducirá. No solamente viviremos de pan, sino por la conciencia de la presencia de Dios que no requiere de palabras, sino que se basa en que Dios es uno.

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Al persistir en esto a través del día, la noche, la semana y el mes gradualmente alcanzamos el punto en donde nuestro reconocimiento de esta verdad es tan automático como manejar un auto. Cuando aprendimos a manejar un auto, teníamos que observar nuestro pie izquierdo, nuestro pie derecho, nuestra mano izquierda y nuestra mano derecha; pero al término de un mes, estábamos manejando sin pensar en nuestras manos y pies. Así sucede con esto, al final del mes, veremos que no tenemos que pensar conscientemente de Dios como uno o Dios como vida. No tendremos que pensar para nada, porque se volverá a tal grado parte de nuestra consciencia que en el momento en que nos llegue la tentación del mal, será borrado sin ningún esfuerzo consciente de nuestra parte.

Ahora hemos aceptado como nuestro principio que: Dios es uno; Dios es la única ley; Dios es la única presencia; Dios es la única sustancia; Dios es el único poder, y no hay poder en el efecto. Entonces con la siguiente inhalación, nos damos vuelta y damos poder a cualquier efecto. ¿Qué diferencia hay cómo sea la apariencia, si Dios es el único poder? ¿En verdad creemos que Dios es el único poder?

Dios solo es poder. Dios es uno: un poder, una vida, un amor, un Espíritu, una causa, un ser, una fuente. Nada llega a nuestra experiencia a menos que venga de Dios. La próxima vez que llegue a nuestra experiencia aquello a lo que llamamos mal, recordemos nuestro principio y volteemos para decir: “Eso también es de Dios…. “si me acuesto entre los muertos, allí también estás” (Salmo 139:8) Aún y cuando bajemos al infierno, encontramos a Dios, y encontrando a Dios, el infierno es transformado en cielo. El cambio sucede en nuestra experiencia en el momento en el que reconocemos que ninguna fuente, causa, efecto, poder presencia o ser es, sino a Dios.

Practicar este principio –hora tras hora, día tras día, por uno o dos meses, manteniendo a Dios como la ley de nuestro ser, Dios es la fuente de nuestro bien, Dios es la actividad de nuestro día- cambia nuestra experiencia entera. Al principio esto es todo en el dominio de la mente, pero con práctica constante, deja el dominio de la mente y baja al corazón, en la consciencia, y entonces se encarga de nuestra experiencia.

Amarás por lo tanto a Yavé Dios tuyo. Lo amarás con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. (Deuteronomio 6:5)

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CAPÍTULO IVLA NATURALEZA INFINITA DEL SER INDIVIDUAL

Existe una vieja historia, acerca de un gran maestro espiritual, quien tocó a las puertas del cielo para ser admitido en el paraíso. Después de algún tiempo, Dios vino a la puerta y preguntó “¿Quién está ahí? ¿Quién toca?”

A esta pregunta vino la respuesta confiada, “Soy yo.”“Lo siento, lo siento mucho. No hay espacio suficiente en el cielo. Vete.

Tendrás que regresar en alguna otra ocasión.” El buen hombre sorprendido ante el desaire se fue desconcertado. Después de varios años, que pasó en meditación y ponderación de esta extraña recepción, regresó y tocó de nuevo a las puertas. Se encontró con la misma pregunta y respuesta. Nuevamente se le dijo que no había espacio en el cielo; estaba totalmente lleno.

En los siguientes años, el maestro profundizó cada vez más en sí mismo, meditando y filosofando. Después de un largo periodo de tiempo, tocó a las puertas del cielo por tercera ocasión. Dios nuevamente preguntó, “¿Quién está ahí?”

En esta ocasión la respuesta fue, “Sois vos.”

Y las puertas se abrieron de par en par y Dios dijo, “Entra. No había lugar para mí y para ti.”

No hay Dios y tú o yo, sólo existe Dios manifestado y expresado como ser individual. Tan sólo hay una vida- la del Padre. Estamos fuera del cielo sin esperanza de tener la entrada ganada en tanto creamos que tenemos una individualidad aparte de Dios, un ser separado e independiente de Dios. A través de las eras, la dualidad nos ha separado de nuestro bien, sin embargo es sólo una percepción de dualidad, no la dualidad, porque no existe la dualidad. El secreto de la vida es la unidad, y la unidad no es algo que traigamos. La unidad es un estado del ser.

Tomemos por ejemplo, un vaso de cristal y pensemos en su exterior e interior. ¿En dónde termina el exterior y dónde comienza el interior? De hecho, ¿existe un exterior y un interior del vaso? ¿Existen dos lados del vaso o simplemente existe un vaso? ¿No es el exterior el interior, y no es el interior el exterior? ¿No son acaso el interior y el exterior uno y el mismo vaso? ¿No acaso el exterior tiene una función y el interior otra?

Cuando nos es claro que el exterior y el interior de este vaso son uno y el mismo vaso, podemos ver la relación entre Dios y el hombre. No existe tal cosa como Dios y hombre, al igual que no hay un exterior y un interior del vaso, separados, y apartados uno del otro. El exterior y el interior son uno solo.

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Dios es nuestra Individualidad invisible: Nosotros somos la forma o expresión externa de ese Dios, pero no somos dos, tal como los lados del vaso. Tan sólo somos dos en función: Dios es el principio creativo, la fuente, la actividad, y la ley de nuestro ser; y nuestro ser es Dios en expresión o manifestación. Nosotros, como individuos, recibimos nuestra vida, ley, causa, sustancia, realidad y continuidad del Invisible Infinito, y esa actividad invisible aparece visible como la armonía de nuestro ser. Regresemos al ejemplo del vaso, observamos que cualquier cualidad, que parece pertenecerle, pertenece al cristal del cual está formado. El cristal es entonces la sustancia del vaso, y es el cristal el que determina la cualidad y naturaleza del vaso. Así con nosotros, Dios, nuestra individualidad interna, es la cualidad, la cantidad, la causa, la realidad, y la sustancia de nuestro ser. Todo lo que Dios es, nosotros somos; todo lo que esta individualidad interna es, es aquello que es manifiesto como mi ser individual y como el tuyo.

Dios no es favorecedor de personas. Dios no tiene favoritos –no hay religión, raza o nacionalidad favorita. En tanto a Dios concierne, Dios es uno. El grado de nuestra demostración es el grado de nuestra conciencia con esta relación. Si una persona cree que tiene una cualidad, naturaleza o característica propias, se ha impuesto una percepción de limitación que lo separa de la infinitud de su demostración. Cuando hace a un lado la creencia de que tiene cualidades, actividades o características propias, y se da cuenta de que es Dios en Sí mismo, su Individualidad interna, que está apareciendo externamente, y que es esta Individualidad interna la que tiene y posee todas las cualidades, actividades y características de su ser; en ese momento, ha comenzado a morir poco a poco.

Este es el significado de la declaración de Pablo, “Muero diariamente.” Debemos morir a cada idea de que somos o estamos separados y aparte de Dios. Debemos morir a la creencia de salud tal como debemos morir a la creencia de enfermedad. Espiritualmente, no hay enfermedad, y no hay salud porque no somos ni tenemos nada por nosotros mismos. Sufrir la enfermedad o gozar de buena salud, es tener algo propio. Dios no tiene ni enfermedad ni salud; Dios es espíritu, y todo lo que probablemente podamos tener es el Espíritu de Dios. Nos elevamos por encima de estos opuestos, salud y enfermedad, al darnos cuenta de que no hay individualidad aparte de Dios. Lo único que podemos poseer es lo que Dios posee. La individualidad de Dios es la única individualidad –rico o pobre, enfermo o saludable, joven o viejo, vivo o muerto. Es un estado de inmortalidad, ser eterno, sin cambio, pero sin embargo, infinito en sus formas y apariencias. Reconocer que no hay individualidad aparte de Dios es el significado del mandamiento del Maestro de negarse a uno mismo. Debemos negar que nosotros mismos tenemos cualidades, carácter, fuerza, salud, bienestar, sabiduría, gloria o potencialidades. Es nuestra individualidad interna, Dios la que aparece externamente como tú o como yo.

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La naturaleza de nuestra existencia es inmortalidad, eternidad, infinitud. Sólo por virtud del hecho de que Dios es nuestro ser puede cualquiera decir:

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Yo soy infinito; yo soy eterno; yo soy inmortal – no en y por mí mismo, separado y aparte de Dios, sino porque Dios es la vida y la sustancia de mi ser. Infinitud es la cantidad, y perfección, la cualidad del ser.

La Palabra se hizo carne; toda la carne está formada por la Palabra de Dios. Mi cuerpo, por lo tanto, es la perfecta Palabra de Dios hecha carne, hecha manifiesta. Mi cuerpo, siendo de la esencia y la sustancia de Dios, gobernado por Dios, puede encarnar solamente la actividad, la armonía, la gracia, la alegría y la belleza de Dios. Nada externo puede afectar la perfección de mi cuerpo, ya sea en la forma de alimento, gérmenes, o los pensamientos de otras personas. Nada ajeno a Dios puede mancillarlo o ponerlo en entredicho.

Existe una creencia común de que el alimento tiene el poder de nutrirnos para el bien, para morir o para hacernos gordos o delgados; pero el hecho es que nuestra consciencia gobierna los órganos y funciones del cuerpo. Es nuestra consciencia, la-consciencia-de-Dios, que es nuestra consciencia individual, esa es la ley, la causa, la actividad y la sustancia de los órganos y las funciones del cuerpo. Esa misma consciencia es la sustancia y nutrimento del alimento que comemos. El alimento, por sí mismo, no tiene la cualidad o propiedad de nutrir excepto la que le demos. Una vez que estemos de acuerdo con eso, nuestros órganos de digestión y eliminación no tienen poder para actuar, sino que la consciencia es el poder que anima y dirige el funcionamiento de estos órganos, y así podemos avanzar otro paso y darnos cuenta que esta es la misma consciencia que imparte valor a los alimentos.

Desde el momento en que somos concebidos como seres humanos, hemos estado bajo leyes materiales y mentales; hemos estado gobernados por leyes de alimento, clima, tiempo y espacio. Siempre como seres humanos hemos estado sujetos a alguna ley, ya sea una ley natural o una ley de medicina, o de teología. Estas son, en efecto, creencias universales, sin embargo, actúan como ley en nuestra experiencia hasta que, conscientemente, nos damos cuenta de nuestra inmunidad en relación a algo o alguien externo a nosotros mismos, y nos hacemos conscientes de que los asuntos de la vida fluyen de nosotros mismos. No somos víctimas de nada externo a nosotros. Somos identidad espiritual, no seres mortales concebidos en pecado y puestos de manifiesto en iniquidad. Nuestra verdadera identidad es consciencia, Espíritu, Alma; y por lo tanto, no estamos sujetos a las leyes de la materia. Dios es ley infinita, y siendo esto la verdad, la única ley es la ley de Dios, operando en nuestra consciencia como ley de armonía en nuestros cuerpos.

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Si esta comprensión fuera lo suficientemente profunda, podríamos de manera automática, cancelar todas las discordias físicas de nuestras vidas; pero no es efectiva en nuestra experiencia porque, en la mayoría de los casos, es meramente una aceptación intelectual. Hagámosla efectiva por un acto específico de conciencia:

Mi verdadera identidad es el Espíritu. He venido por ahora y me he separado; No soy ya de este mundo, aún y cuando esté en él, y por lo tanto, no estoy sujeta a las leyes del mundo. Ninguna de estas creencias humanas es obligatoria para los hijos de Dios, la descendencia del Espíritu, que soy yo. Dios es la fuente de mi ser; Dios es la actividad y la ley de mi ser, y yo conscientemente acepto esto. No estoy sujeta a las leyes hechas por el hombre; yo estoy sujeta a la gracia. Vuestra gracia es suficiente para mí.

Tomemos cada detalle de nuestra vida –nuestro cuerpo, nuestro alimento, nuestro negocio, nuestra casa- y hagamos conscientemente esta transición: Date cuenta que todo esto no está bajo la ley de la creencia humana, ni sujeto a circunstancia o cambio. Todo lo que nos concierne está provisto del depósito infinito dentro de nuestro propio ser:

“Yo tengo un alimento qué comer del que ustedes no saben... (Juan 4:32) ...yo soy el pan de vida. El que viene a mí nunca tendrá hambre y el que cree en mí nunca tendrá sed.” (Juan 6:35) De este depósito infinito, alimento mi cuerpo; administro mi negocio, proveo mi monedero; mantengo mi relación con todos. Ya que Dios es mi consciencia individual. Es la sustancia de mi vida y encarna todo bien. Se convierte en la ley de mi experiencia, el manantial de la vida derramándose en la vida eterna.

Dios se complace a Sí Mismo como nuestro ser individual. Si podemos dejar la preocupación por de nosotros mismos, por nuestro bienestar y por nuestro destino, Dios se ocupa y Dios se complace a Sí mismo proveyéndonos con la sabiduría, actividad, oportunidad y prosperidad necesarias. Así en la tierra como en el cielo. Esta tierra es únicamente tierra ya que la vemos como un lugar distinto al cielo. La tierra se convierte en el cielo en el grado en que permitimos que Dios se complazca a Sí mismo en nuestra experiencia individual.

Existe sólo una individualidad, y ésa es Dios. Nosotros mantenemos una falsa percepción de ese Ser: llamamos a esta falsa percepción Pedro, María o Juan, y entonces nos preocupamos por Pedro, María o Juan. Siempre hay algún problema que nos mortifique: es la renta, es el corazón; es la mente; o es el amigo. Esto será verdad en tanto nos preocupemos por nosotros mismos. La tierra se convierte en un cielo en la medida que permitamos que Dios se complazca a sí mismo como experiencia individual. Una vez que abandonamos la preocupación de este sentido humano del ser y nos demos

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cuenta que existimos como Dios complaciéndose a Si mismo de una manera individual, y que la responsabilidad está en Su hombro, abdicamos este falso sentido de responsabilidad. Entonces Dios cumple Su destino como ser individual. Para el mundo, puede parecer que estamos saludables, felices, exitosos o prósperos; pero nosotros sabemos mejor. Sólo Dios es saludable, feliz, exitoso o próspero, y el bien que el mundo sostiene es Dios complaciéndose a Sí mismo como nuestro destino, cuando nos hacemos a un lado y le permitimos hacerlo.

En esta relación con Dios, nos podemos relajar porque ahora que Dios es todo lo que es, esta permitido fluir en el ser sin que la palabra “Yo” interfiera, el “Yo” que dice: “No estoy bien educado; yo tengo suficiente experiencia; soy demasiado joven para esto; soy demasiado viejo para aquello.” Si tan sólo existiera Dios, ¿habría alguna carencia de educación o experiencia, o algún problema de edad o juventud? Para Dios todas las cosas son posibles.

Dios es la Mente Universal o Inteligencia, pero Dios es también mente individual o inteligencia. Por lo tanto, la naturaleza de nuestra inteligencia y capacidad es infinita por sí misma. Nuestra mente esta ilimitada en tanto comprendamos a Dios en su naturaleza, carácter, cualidad y cantidad.

Nos han dicho que tengamos en nosotros la mente que también tuvo Jesús. Y ya la tenemos, pero es necesario conservar la comprensión de ello. Es esta mente que trasciende nuestra educación y experiencia y nos usa para su propósito propio, cuando llegamos a una comprensión consciente de esto como nuestra mente individual. El logro de cualquier grado de comprensión, coloca a la persona aparte. Lo puede elevar más allá de lo ordinario, de la búsqueda diaria de la vida y hacer de él un pintor, artista, escultor, músico, poeta, religioso visionario, arquitecto, constructor o un trabajador creativo de una manera u otra, porque él está extrayendo de algo más grande que sí mismo, algo más grande que su educación o que su propia experiencia. Moisés, un pastor de las montañas, se convirtió en el líder del pueblo hebreo. Jesús, conocido por sus vecinos como carpintero, se convirtió en el Mesías.

Dios es la consciencia infinita, y Dios es nuestra mente y nuestra consciencia. Por lo tanto, es desde tu consciencia y de la mía que los asuntos de la vida deben ser – la actividad de la provisión, la actividad de la salud, armonía y plenitud. No hay lejanía de Dios. La actividad de la verdad en nuestra consciencia aparece como el milagro de la nube durante el día y el pilar de fuego en la noche; el maná cayendo del cielo, la apertura del Mar Rojo, y el agua que brota de la roca. Dios en el centro de nosotros, este Yo en medio de nuestro ser, multiplica el pan y los peces, es nuestra seguridad y certidumbre, aún en medio de la guerra, aún en medio de bombas atómicas, aún en medio del infierno.

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Yo soy el Señor, y no hay otro más. Yo en medio de vosotros soy poderoso. Yo en medio de Moisés hice la nube durante el día y el pilar de fuego en la noche. Yo en el centro de Jesús multiplico el pan y los peces y sano a las multitudes.

YO SOY es el Señor; YO SOY es el Salvador; YO SOY es Dios. Este YO no el sentido personal de individualidad que camina la tierra llamándose a sí mismo, Pedro, María o Juan, diciendo arrogantemente, “Yo soy Dios.” No, se convierte en el susurro gentil en tu oído y en el mío: “No sabéis que Yo estoy en vos y vos en Mí, somos uno”. En el centro de vos Yo Soy todopoderoso.” Cuando escuchamos este clamor en nuestro oído, cuando la intuición divina nos habla de su Presencia, sabemos que ese Yo, es Dios, “más cercano que la respiración, y más cercano que las manos y los pies”

Este Yo, que es Dios, nos ha creado a Su imagen y semejanza, nos ha dado Su naturaleza y Su carácter. Es una Presencia que jamás nos dejará ni nos abandona. Aún y cuando pasemos por el ardiente fogón, su Presencia, el Cristo, nos llevará seguros, de manera que no haya el menor indicio de olor de humo en nosotros. Cualquiera que sea la experiencia en la vida, aún “en el valle de la sombra de la muerte... Vos estáis conmigo” Encontramos nuestro bien en nuestra unidad con Dios, y nuestra consciencia en la presencia de Dios que aparece externamente en nuestra provisión diaria, como nuestra oportunidad, como nuestro vestido, transporte, alimento y como cualquier expresión de armonía y belleza en vida.

Toda la discordia y desarmonía del mundo provienen de un sentido personal del “Yo” – de un sentimiento de “Yo” como la fuente o “Yo” como el hacedor, o “Yo” soy esto o aquello. Pero “Yo” no soy nada por mí mismo; el Padre es el que soy “Yo”, y “Yo” soy sino el instrumento de la vida del Padre, la lámpara a través del cual brilla su luz.

“Alégrense, porque sus nombres están escritos en el cielo.” Alégrense de encontrar su identidad como hijos de Dios. Alégrense porque han despertado a su consciencia celestial. Si el Espíritu te toma de la mano y comienza a escribir, si el Espíritu toma tu voz y la hace cantar, sigue la guía del Espíritu. Hasta entonces, vive tu vida normal y natural, pero de la mañana a la anoche, y de la noche a la mañana, recuerda el reconocer que es el Invisible Infinito que está produciendo la armonía, la alegría, la paz y la prosperidad de la experiencia visible. Al persistir en esta práctica, harás una transición al lugar que verdaderamente sientes y conoces:

Yo no estoy viviendo sólo de alimentos; no vivo tan sólo del pan. Hay otro poder actuando en mí. Otro mayor que Yo, está haciendo el trabajo; Yo no lo planeo conscientemente; Yo no estoy haciéndolo conscientemente; Yo no lo estoy pensando conscientemente. Un poder superior a mí es responsable de ello.

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“Yo tengo alimento que comer, que ustedes no conocen ........” Yo tengo pan, vino, agua ………. Yo soy la resurrección. Todo el poder de sanar, de redención y regeneración está dentro de mí.

Esta es la enseñanza trascendental del Maestro.

Somos seres humanos, ponemos nuestra seguridad en personas y cosas del mundo externo, en educación, dinero, bonos o inversiones. El hombre que tiene su ser en el Cristo pone su seguridad entera en el Espíritu y confía que brindará todo lo necesario para su reino externo. Cada vez que nos enfrentemos con alguna necesidad o deseo, démonos cuenta que el Espíritu es la fuente de nuestra plenitud; comprendamos al Espíritu como la ley en él, aún la ley de multiplicación, de ser necesario. Entonces dejemos ir los asuntos de nuestros negocios, cualesquiera que sean, tomando los pasos humanos que sean necesarios en el momento. Esto es vivir una vida normal y natural, pero permitiendo que el Espíritu, el Invisible Infinito, sea la ley, la sustancia, la causa y el protector y sostén armonioso. En conclusión, no hacemos cambio en el modo actual de vivir, excepto como el Espíritu por Sí mismo, para que nos levante y lleve directamente a la nueva actividad.

Existe un poder que nos gobierna, nos cuida, nos protege, nos mantiene y nos sostiene. Podemos continuar siendo activos en el mundo de los negocios, en la política o en la casa; pero siempre presente está la influencia sostenedora que va por delante para enderezar los caminos. Se abandona la percepción de responsabilidad personal y el temor de lo que el hombre puede hacer:

YO en el centro de mí está el poderoso; YO se adelanta para enderezar los caminos; YO estoy conmigo en las aguas profundas; YO estoy a mi lado en el ardiente fogón.

Es la memoria consciente del Yo, la naturaleza infinita del ser individual, la cual debe ser practicada continuamente.

La plenitud llega sólo cuando tú y yo somos capaces de renunciar al sentido personal del ego, con tal de que Dios se complazca a Sí mismo. Estemos alertas para evitar cualquier sentimiento egoísta de que Dios se está colmando en ti o en mí, o está haciendo algo por ti o por mí. La realización del Espíritu significa a Dios realizándose a sí mismo, realizando Su destino. Dejemos que sea Dios la única presencia, el único poder; dejemos que Dios sea la luz. “Levántate y brilla; porque la luz ha llegado, y la Gloria del Señor se ha levantado entre ustedes.” La Gloria de Dios brilla eternamente como ser infinito e individual.

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CAPITULO VAMARÁS A TU PRÓJIMO

Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo, semejante a éste es: Amarás al prójimo como a ti mismo.

- Mateo 22:37-39

Los dos grandes mandamientos del Maestro forman la base de nuestro trabajo. En el primero y más grande de los mandamientos, hemos sido enseñados que no hay un poder aparte de Dios. Nuestra comprensión debe ser que el Padre dentro de nosotros, el Invisible Infinito, es nuestra vida, nuestra Alma, nuestra provisión, nuestra fortaleza y nuestra cúspide. El segundo en importancia es el mandamiento “amarás a tu prójimo como a ti mismo” y su corolario, haz con otros como contigo mismo.

¿Qué es el amor en un sentido espiritual? ¿Qué es el amor que es Dios? Cuando recordamos cómo fue Dios con Abraham, con Moisés en el desierto; con Jesús, Juan y Pablo, durante su ministerio y bajo su cuidado, la palabra “amor” toma un nuevo significado. Vemos que este amor no es algo lejano, ni tampoco algo que llegue a nosotros. Es ya una parte de nuestro ser, establecida dentro de nosotros; y más que eso, es universal e impersonal. Cuando este amor universal e impersonal, fluye de nosotros, comenzamos a amar a nuestro vecino, porque es imposible sentir este amor por Dios dentro de nosotros y no amar a nuestro semejante.

Dios y el hombre son uno, y no existe manera de amar a Dios sin que algo de ese amor fluya hacia nuestro prójimo.

Entendamos que cualquier cosa de lo que estemos conscientes es un prójimo, ya sea una persona, lugar o cosa. Cada idea en la consciencia es un prójimo. Podemos amar ese prójimo al verlo (sea cosa o persona) sin que posea ningún poder excepto aquel que viene de Dios. Cuando vemos a Dios como la causa y a nuestro prójimo como aquel que está en Dios y es de Dios, es entonces cuando amamos a nuestro prójimo, sea que este prójimo aparezca como amigo, pariente, enemigo, animal flor o piedra. En esa forma de amar, que comprende a todos los prójimos que provienen de Dios, derivados de la sustancia de Dios, encontramos que cada idea en la consciencia toma su lugar correcto. Esos prójimos que son parte de nuestra experiencia encuentran su camino a nosotros, y aquellos que no son parte, son apartados. Decidámonos a amar a nuestro prójimo dentro de nuestra actividad espiritual, contemplando al amor como la sustancia de todo lo que es, no importa qué forma tenga. Al elevarnos por encima de nuestra humanidad a una dimensión más elevada de vida en la que entendemos a

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nuestro prójimo como un ser meramente espiritual, gobernado por Dios, ni bueno ni malo, estamos amando en verdad.

El amor es la ley de Dios. Cuando estamos sintonizados con el amor divino, amando ya sea a un amigo o enemigo, el amor es algo gentil que nos brinda paz. Pero tan sólo es gentil mientras estamos sintonizados con él. Es como la electricidad. La electricidad es gentil y amable, dando luz, calor y energía, en tanto obedezcamos las leyes de la electricidad. En el momento en que jugamos con la electricidad o violamos sus leyes, se convierte en una espada de doble filo. La ley del amor es tan inexorable como la ley de la electricidad.

Seamos claros con respecto a: No podemos herir a nadie y nadie puede herirnos. Nadie puede causarnos daño, sino que somos nosotros mismos quienes nos hacemos daño al violar la ley del amor. El castigo es siempre para quien hace el mal, nunca para quien fue hecho. La injusticia que cometemos en contra de otros reacciona en contra de nosotros; quien roba a otro se roba a sí mismo. La ley del amor hace inevitable que una persona que parece haber sido lastimada en realidad ha sido bendecida. Tiene una gran oportunidad para elevarse como nunca antes, y generalmente algún beneficio mayor llega a él, algo nunca imaginado; dado que el autor de la mala acción es perseguido por el recuerdo hasta que llegue el día en que se perdone a sí mismo. La prueba fehaciente de esta verdad se encuentra en las palabras “Sí Mismo” (o, “Ser” con mayúscula). Dios es nuestra Individualidad. Dios es mi Individualidad y Dios es tu Individualidad. Dios constituye mi ser, porque Dios es mi vida, mi alma, mi espíritu, mi mente y mi actividad. Dios es mi “Ser. Ese Ser es el único Ser que existe –mi Ser y tu Ser. Si te robo, ¿a quién estoy robando? A mi Ser. Si miento acerca de ti, ¿acerca de quién estoy mintiendo? De Mí Mismo. Si te engaño ¿a quién estoy engañando? A Mí Mismo. Existe tan sólo un Ser, y lo que haga a otro lo hago a mí Mismo, es decir, a mi Ser.

El Maestro enseñó esta lección el capítulo 25 de Mateo, cuando dijo; “En verdad les digo, cuando lo hicieron con alguno de los más pequeños de estos mis hermanos, me lo hicieron a mí.” Mateo 25:40. Aquello que yo haga por ti, en realidad no lo estoy haciendo por ti; todo es en mi beneficio. Aquel mal que te haga, no te dañará, porque encontrarás la manera de recuperarte; la reacción será contra mí. Debemos llegar al punto en donde en realidad creamos y podamos decir con todo nuestro corazón: “Existe tan sólo un Ser, un “Mí Mismo”. La injusticia que cometa en contra de otro, la cometo contra mí mismo. La falta de consideración hacia otro, la hago hacia mí mismo. En este reconocimiento, el verdadero significado de haz con otros como contigo mismo es ahora revelado.

Dios es ser individual, lo que significa que Dios es únicamente Sí Mismo, y no hay manera en que sea lastimado o que el mal profane la pureza infinita

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del Alma de Dios, ni nada a lo que el mal pueda golpear. Cuando el Maestro repitió de la sabiduría antigua: “Todo lo que ustedes desearan de los demás, háganlo con ellos: ahí está toda la Ley y los Profetas.” Mateo 7:12, nos estaba dando un principio. A menos que hagamos con otros como otros hacen con nosotros, nosotros herimos, no los otros, sino nosotros mismos. En el presente estado de la consciencia humana, es verdad que los malos pensamientos, los actos deshonestos y las palabras desconsideradas que hacemos a otros los hieren temporalmente, sin embargo al final encontraremos que la herida no fue tan grande como a nosotros mismos.

En el futuro, cuando los hombres reconozcan la gran verdad, que Dios es la individualidad de cada persona, el mal dirigido a nosotros jamás nos tocará, sin embargo rebotará de inmediato a aquel que lo envía. En el grado en que reconozcamos a Dios como nuestro ser individual, comprenderemos que no existe arma alguna en contra de nosotros que prospere, porque sólo Yo es Dios. No hay temor de lo que ningún hombre nos pueda hacer, ya que nuestra Individualidad es Dios y no puede ser herida. En tanto nos llegue la comprensión de esta verdad, no nos debe concernir lo que nuestro prójimo nos haga. Por la mañana, al mediodía y en la noche debemos observar nuestros pensamientos, nuestras palabras y nuestros hechos para estar ciertos, que nosotros mismos, no somos responsables de nada que sea de naturaleza negativa que tenga repercusiones indeseables.

No es en nuestro beneficio el temer consecuencias dañinas. La revelación del (Yo) Uno mismo llega más profundamente que eso: Nos permite ver que Dios es nuestra Individualidad, y que nada de naturaleza errónea o negativa que emane de cualquier persona tiene poder sino en el grado en el que nosotros mismos le otorguemos poder. Así que el bien o el mal que hagamos a otros, lo estamos haciendo al Cristo de nuestro propio ser. “En verdad les digo que, cuando lo hicieron con alguno de los más pequeños de estos mis hermanos, me lo hicieron a mí.” Mateo 25:40. En esa comprensión, veremos que esta es la verdad para todos los hombres, y que el único camino a una vida satisfactoria es el entender que el prójimo es Uno mismo.

El Maestro nos enseñó específicamente las maneras en que podemos servir a nuestro semejante. Enfatizó la idea de servicio. Toda su misión fue sanar al enfermo, resucitar a los muertos y alimentar a los pobres. En el momento en que nos convertimos a nosotros mismos en avenidas del flujo de amor divino, comenzamos desde ese preciso momento, a servir unos a otros, expresando amor, devoción y compartiendo, todo en el nombre del Padre.

Sigamos el ejemplo del Maestro y no busquemos la gloria para nosotros mismos. Para él, siempre era el Padre quien hacía el trabajo. No hay lugar para la auto justificación, o auto glorificación en el desempeño de cualquier

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servicio. Compartir unos con otros no debe ser reducido a una mera filantropía. Algunas personas se preguntan por qué se quedan sin nada si siempre han sido caritativas. Llegan a días de carencia porque han creído que lo que daban, lo daban de sus mismas posesiones; mientras que la verdad es que “la tierra y todas sus riquezas son del Señor.” Si expresamos nuestro amor por nuestros semejantes, comprendiendo que no estamos dando nada de nosotros mismos, sino que todo es del Padre, de quien viene todo bien y regalo, seremos entonces capaces de dar libremente y descubrir que con todo lo que demos aún quedan canastas llenas para dar. Creer que estamos dando de nuestra propiedad, de nuestro tiempo, o de nuestra fortaleza, reduce el acto de dar a mera filantropía, y no trae recompensa alguna. La verdadera dádiva viene del reconocimiento de que “la tierra es del Señor.” Es entonces cuando estamos expresando el amor que Dios es.

Cuando perdonamos, el amor divino fluye de nosotros. Cuando oramos por nuestros enemigos, estamos amando divinamente. Orar por nuestros amigos no nos beneficia en nada. Las más grandes recompensas de orar llegan cuando aprendemos a apartar períodos específicos de cada día para orar por aquellos que nos han utilizado intencionadamente, orar por quienes nos persiguen, orar por aquellos que son nuestros enemigos – no sólo por los enemigos personales, pues hay quien no tiene enemigos personales, sino enemigos religiosos, raciales o nacionales. Aprendemos a orar, “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.” Cuando oramos por nuestros enemigos, cuando oramos porque sus ojos sean abiertos a la Verdad, es cuando muchas veces estos enemigos se convierten en nuestros amigos.

Comenzamos esta práctica con nuestras relaciones personales. Si hay personas con quienes no estemos en términos armoniosos, nos damos cuenta, al volvernos a nuestro interior y orar para que el amor fraternal y la armonía se establezca entre nosotros, que en lugar de enemigos, llegamos a una relación espiritual de hermandad con ellos. Nuestra relación con todos se torna en armonía y en una alegría desconocida hasta entonces.

Y todo esto no es posible mientras sintamos antagonismo hacia alguien. Si estamos albergando en nuestro interior una aversión personal, o si nos entregamos a un odio nacional o religioso; a prejuicios, o intolerancias, nuestras oraciones serán inútiles. Debemos ir a Dios con las manos limpias cuando oremos, y para acercarnos a Dios con las manos limpias, debemos renunciar a nuestros rencores. Dentro de nosotros mismos, debemos antes que nada orar por la oración de perdón para aquellos que nos han ofendido, puesto que no sabían lo que hacían; y en segundo lugar, reconocer dentro de nosotros mismos que: “Mi relación con Dios es la de un hijo, y por lo tanto, estoy en relación con cada hombre como un hermano bajo mi cuidado.” Cuando establecemos en nuestro interior ese estado de pureza, entonces podemos pedir al Padre:

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Dame gracia, dame entendimiento; dame paz, dame este día el pan de cada día – dame este día pan espiritual, entendimiento espiritual. Dame el perdón, para aquellas transgresiones inofensivas que cometí de manera involuntaria.

Quien torna a sí mismo en busca de luz, de gracia, de entendimiento y de perdón no falla jamás en sus oraciones.

La ley de Dios es la ley del Amor, la ley de amar a nuestros enemigos – no temerles, no odiarlos, sino amarlos. No importa lo que cualquier persona nos haga, no debemos devolver el golpe. Resistir el mal, desquitarse o buscar venganza es reconocer al mal como una realidad. Si resistimos el mal, si lo refutamos, si nos vengamos, o devolvemos el golpe, no estamos orando por aquellos que nos persiguen o utilizan intencionadamente.

¿Cómo podemos decir que reconocemos tan sólo el bien, Dios, como el único poder, si odiamos a nuestro prójimo o hacemos mal a alguien? Cristo es la verdadera identidad y el reconocer una identidad distinta del Cristo es alejarnos a nosotros mismos de la Consciencia Crística.

Amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre, que está en los cielos, que hace salir el sol sobre malos y buenos y llueve sobre justos e injustos.

Mateo 5:44,45

No hay otra manera de ser el Cristo, el Hijo de Dios. La mente Crística no tiene en sí misma, crítica o juicio o condenación, sino que sostiene al Cristo de Dios como la actividad del ser individual, como tu Alma y como la mía. Los ojos humanos no comprenden esto porque como seres humanos, somos buenos y malos; pero espiritualmente, somos Hijos de Dios, y a través de la consciencia espiritual podemos discernir el bien espiritual en cada uno. No hay lugar en el vivir espiritual para la persecución, odio, juicio o condenación de cualquier persona o de cualquier grupo de personas. No tan sólo es inconsistente, sino también hipócrita, hablar del Cristo y de nuestro gran amor por Dios en un instante, y al siguiente, hablar del prójimo despectivamente porque sea de raza, credo, nacionalidad, afiliación política o posición económica diferente. Uno no puede ser hijo de Dios en tanto persiga u odie a alguien o algo, sino sólo si vive en la consciencia del no-juicio y de la no-condenación.

La interpretación usual del “no-juicio” es que no juzguemos mal a nadie. Debemos ir aún más lejos que eso; no nos atrevamos a juzgar bien a nadie tampoco. Debemos ser cuidadosos de no llamar a nadie bueno como a nadie malo. No debemos etiquetar a nada o nadie como malo, sino al contrario, no debemos etiquetar a nada o nadie como bueno.

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El Maestro dijo: “¿Porqué me llamas bueno? Ninguno hay bueno, sino uno: Dios.” Mateo 19:17. Es el colmo del egoísmo decir: “Yo soy bueno; Yo he entendido; Yo soy moral; Yo soy generoso; Yo soy benevolente.” Si cualquier cualidad buena se manifiesta a través de nosotros, no nos llamemos a nosotros mismos buenos, sino reconozcamos que estas cualidades son la actividad de Dios. “Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo que tengo es tuyo.” Lucas 15:31. Todo el bien del Padre se expresa a través de mí.

Uno de los principios básicos de la Senda Infinita es que un sentido humano bueno no es suficiente para asegurar nuestra entrada al reino espiritual, no para llevarnos a la unidad con la ley cósmica. Indudablemente es mejor ser un buen ser humano que uno malo, así como es mejor ser un ser humano sano que uno enfermo; pero el lograr salud o bienestar, para uno y de uno mismo, no es el vivir Espiritual. El vivir Espiritual llega cuando nos hemos elevado por encima de nuestro bien y mal humano y comprendemos que: “No existen seres humanos buenos o malos. Cristo es la única identidad.” Cuando buscamos en el mundo y vemos hombres y mujeres ni buenos ni malos, sino que reconocemos al Cristo como la realidad del ser.

Si vas pues, a presentar una ofrenda ante el altar, y allí te acuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar, ve primero a reconciliarte con tu hermano y luego vuelve a presentar tu ofrenda. -Mateo 5: 23,24

Si condenamos a alguien como un ser humano bueno o malo, justo o injusto, si no hemos hecho las paces con nuestro hermano y no estamos listos para orar en comunión con el Infinito. Nos sobreponemos a la rectitud de los escribas y Fariseos, sólo cuando dejamos de ver el bien o el mal, y dejamos de jactarnos de la bondad de cualquiera de nosotros. La bondad es una cualidad y actividad de Dios por sí misma, y por esto, es universal.

No aceptemos en nuestra consciencia que un ser humano requiere, sanar, empleo o enriquecimiento porque si lo hacemos, somos su enemigo en lugar de su amigo. Si hay cualquier hombre, mujer o niño que creamos está enfermo, peca o muere, no hagamos oración hasta que hagamos las paces con ese hermano. La paz que debemos hacer con ese hermano es pedir perdón por cometer el pecado de juzgarlo como cualquier persona ya que cualquiera es Dios en expresión. Todo es Dios manifestado. Dios por sí mismo, constituye este universo; Dios constituye la vida, la mente y el Alma de cualquier persona.

“No darás falso testimonio contra tu prójimo” Éxodo 20:16 y Deut. 5:20, tiene una connotación que va más allá de esparcir rumores o entregarse

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al chisme acerca de nuestro prójimo. No debemos mantener a nuestro prójimo dentro del concepto de humanidad. Si decimos “tengo un semejante bueno”, estamos albergando falso juicio contra el tanto como si decimos, “tengo un semejante malo,” porque estamos reconociendo un estado de humanidad, que algunas veces es buena, y otras veces mala, pero nunca espiritual. El dar falso testimonio contra tu prójimo es el declarar que él es humano, que él es finito, que él tiene fallas, que él es algo menos que el verdadero Hijo de Dios. Cada vez que reconocemos a nuestro prójimo como pecador, pobre, enfermo o muerto, cada vez que reconocemos que él es y no el Hijo de Dios, estamos dando falso testimonio contra nuestro prójimo.

En la violación de esa ley cósmica, traemos nuestro propio castigo. Dios no nos castiga. Nos castigamos a nosotros mismos porque si yo digo que tú eres pobre, prácticamente estoy diciendo que yo soy pobre. Hay un solo Yo y una sola Individualidad; cualquier verdad que sé acerca de ti es la verdad acerca de mí. Si yo acepto la creencia de pobreza en el mundo, eso reacciona contra mí. Si yo digo que tú estás enfermo o que no eres amable, estoy aceptando una característica separada de Dios, una actividad separada de Dios, y de esa manera me estoy condenando a mí mismo porque sólo hay un Uno. A fin de cuentas, me condeno a mí mismo por dar falso testimonio contra mi prójimo y soy yo quien sufre las consecuencias.

La única manera de evitar dar falso testimonio contra nuestro prójimo es el comprender que el Cristo es nuestro prójimo, que nuestro prójimo es un ser espiritual, el Hijo de Dios, igual que nosotros. Puede que él no lo sepa; puede que nosotros no lo sepamos; pero la verdad es: yo soy Espíritu; yo soy Alma; yo soy consciencia; yo soy Dios expresado – y así es con cada uno, sea bueno o malo, amigo o enemigo, de la puerta de al lado o del otro lado del mar.

En el Sermón de la Montaña, el Maestro nos da una guía y un código de conducta humana a seguir mientras desarrollamos la consciencia espiritual. La Senda Infinita enfatiza los valores espirituales, un código espiritual, que automáticamente da por resultado una buena humanidad. Una buena humanidad es una consecuencia natural de identificación espiritual. Sería difícil entender que el Cristo es el Alma y la vida del ser individual, y luego tener un altercado con nuestro prójimo o difamarlo. Ponemos nuestra fe, confianza y esperanza en el Invisible Infinito, y no tomamos en consideración circunstancias o condiciones humanas. Entonces, cuando llegamos a condiciones o circunstancias humanas, las vemos en su verdadera dimensión. Cuando decimos, “Amarás a tu prójimo como a ti mismo,” no estamos hablando de amor, afecto u hospitalidad humana, sino que estamos sosteniendo a nuestro prójimo como identidad espiritual, y entonces vemos el efecto de la identificación correcta de la imagen humana.

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Muchas veces encontramos difícil amar a nuestro vecino porque creemos que nuestro prójimo nos separa de nuestro bien. Déjame asegurarte que esto está lejos de ser verdad. Ninguna influencia externa, sea buena o mala, puede actuar sobre nosotros. Somos nosotros mismos quienes podemos liberar nuestro bien. Para entender el verdadero significado de esto se requiere una transición en la conciencia. Somos seres humanos, pensamos que hay personas en el mundo que pueden, si quisieran, ser buenos con nosotros: o pensamos que algunos pueden tener influencia para el mal, para herir o para la destrucción. ¿Cómo puede ser cierto si Dios es la única influencia en nuestra vida – Dios, quien está “más cercano… que la respiración, y más cerca que las manos o los pies?” La única influencia es el Padre en mí, quien siempre es el Bien. “No tendrías ningún poder sobre mí a menos que lo hubieras recibido de lo alto...” Juan 19:11

Cuando nos damos cuenta que nuestra vida se desenvuelve de adentro hacia afuera de nuestro propio ser, llegamos a la comprensión de que nadie en el mundo nos ha lastimado, y nadie en el mundo nos ha ayudado. Cada herida que ha llegado a nuestra experiencia ha sido el resultado directo de nuestra discapacidad de contemplar este universo como espiritual. Lo hemos visto ya sea con admiración o con condenación, y no importa lo que haya sido, nos hemos castigado a nosotros mismos. Si volteamos a ver el pasado, podemos casi imprimir las razones para cada pedacito de discordia que ha llegado a nuestra experiencia. En cada caso es lo mismo –siempre, porque vimos que alguien o algo, no era espiritual.

Nadie puede beneficiarnos; nadie puede dañarnos. Es lo que sale de nosotros lo que regresa, ya sea para bendecirnos, o para condenarnos. Creamos el bien y creamos el mal. Creamos nuestro propio bien y creamos nuestro propio mal. Dios no hace ninguno: Dios es. Dios es un principio de amor. Si estamos a tono con ese principio, entonces brindamos bien a nuestra experiencia; pero si no estamos a tono con ese principio, traemos el mal a nuestra experiencia. Lo que sea que fluye de nuestra consciencia, aquello que va adelante en secreto, se manifiesta en el mundo como una manifestación exterior.

Lo que sea que emane de Dios en la consciencia del hombre, individual o colectivamente, es poder. ¿Qué es aquello que emana de Dios y opera en la Consciencia del hombre, que no sea amor, verdad, plenitud, perfección – todas esas cualidades del Cristo? Porque sólo hay un Dios, un Poder infinito, el amor debe ser la emoción dominante en los corazones y almas de cada persona en la faz de la tierra.

En contraste con eso, están los pensamientos de temor, duda, odio, celos, envidia y bestialidad, los cuales probablemente sean preponderantes en la consciencia de muchas personas en el mundo. Nosotros, como verdaderos buscadores, pertenecemos a la minoría de aquellos que han

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recibido la revelación de que los malos pensamientos del hombre no son poder; y que no tienen control sobre nosotros. Cuando entendemos que el amor es el único poder, no hay absolutamente ninguna maldad o pensamiento erróneo que tenga poder sobre ti o sobre mi.. No hay poder en el odio; no hay poder en el rencor; no hay poder en el resentimiento, en la lujuria, la codicia o los celos.

Hay pocas personas en el mundo que sean capaces de aceptar la enseñanza de que el amor es el único poder y que estén deseosos de “llegar a ser como niños pequeños” Aquellos que aceptan la enseñanza básica del Maestro, no obstante son aquellos que dicen:

..... Yo te alabo Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y las revelaste a los pequeños. Sí, Padre, porque tal ha sido tu beneplácito....... Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis, porque yo os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, y no lo vieron, y oír lo que oís, y no lo oyeron.

-Lucas 10: 21, 23, 24

Una vez que aceptamos esta notable enseñanza del Maestro y nuestros ojos ven más allá de las apariencias, podemos comprender conscientemente día a día que cada persona en el mundo está facultada con amor desde lo más Alto, y que el amor en su consciencia es el único poder, un poder de bien para ti, para mí y para sí mismo; pero que el mal en el pensamiento humano, sea que tome la forma de codicia, celos, lujuria o ambición loca, no es poder, por lo tanto no debe ser odiado o temido.

Nuestro método de amar a nuestro hermano como a nosotros mismos está en la siguiente entendimiento: El bien en nuestro hermano es de Dios y es poder; el mal en nuestro hermano no es poder, no tiene poder en nuestra contra, y en última instancia, no tiene poder sobre sí, una vez que despierte a la verdad. Amar a nuestro hermano significa saber la verdad acerca de nuestro hermano: saber que en él, que es de Dios, está el poder y que en él, lo que no es de Dios, no tiene poder. Es entonces cuando verdaderamente estaremos amando a nuestro hermano. Siglos de enseñanza ortodoxa han inculcado en todas las personas un sentimiento de separación de manera que han desarrollado intereses separados y lejanos uno del otro, y del resto del mundo. Sin embargo, cuando dominamos el principio de unidad, y este principio se convierte en una convicción profunda en nosotros, es en esa unidad que el león y el cordero pueden yacer juntos.

La verdad se pone a prueba en el entendimiento del significado correcto de la palabra “Yo.” Una vez que captamos la primera percepción de la verdad

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de que el Yo de mí, es el Yo de ti, y el Mí Mismo de mí, es el Mí Mismo de ti, entonces podremos ver por qué no tenemos intereses separados uno del otro. No habría guerras, ni conflictos de ningún tipo, si tan sólo pudiera ser claro que el verdadero ser de todos en el universo es el único Dios, el único Cristo, la única Alma y el único Espíritu. Es debido a esta unicidad que lo que beneficia a uno beneficia al otro.

En esa unicidad espiritual, encontramos nuestra paz uno con otro. Si experimentamos esto podremos ver rápidamente cuán verdadero es. Cuando vayamos al mercado, comprenderemos que todos a los que conocemos son lo mismo que nosotros somos, que los anima la misma vida, la misma Alma, el mismo amor, la misma alegría, la misma paz, el mismo deseo para el bien. En otras palabras, el mismo Dios inherente en todos aquellos con los que entramos en contacto. Puede que por el momento, no sean conscientes de esta Presencia divina dentro de su ser, pero responderán en tanto Lo reconozcamos en ellos. En el mundo de los negocios, ya sea entre nuestros compañeros de trabajo, nuestros patrones, o nuestros empleados, ya sea entre la competencia, o ya sea en relaciones de administración y trabajo, nosotros mantenemos esta actitud de reconocimiento:

Yo soy tú. Mi interés es tu interés; tu interés es el mío, dado que una vida anima nuestro ser, la única Alma, el único Espíritu de Dios. Cualquier cosa que hacemos el uno por el otro, lo hacemos porque el principio nos ata juntos.

Una diferencia es perceptible de inmediato en nuestras relaciones de negocios, en nuestras relaciones con comerciantes, y en nuestras relaciones de comunitarias – a fin de cuentas, en nuestras relaciones nacionales e internacionales. En el momento en que abandonamos nuestro sentimiento humano de separación, este principio se convierte operativo en nuestra experiencia. Nunca ha fallado ni fallará en traer frutos ricos a nuestra vida.

Cada uno está aquí, en la tierra, para algún propósito, y ese propósito es para demostrar la gloria de Dios, la divinidad y la plenitud de Dios. En esa comprensión, podremos llegar a tener contacto con aquellos que son una bendición para nosotros, como nosotros somos para ellos.

En el momento en el que vemos a una persona para nuestra propia conveniencia, podremos encontrar hoy el bien y mañana el mal. El bien espiritual vendrá a mí a través de ti procedente del Padre, pero no de ti. Tú no puedes ser la fuente del bien para mí, pero el Padre puede usarte como un instrumento para Su bien para que fluya de ti hacia mí. Así, cuando vemos a nuestros amigos o a nuestra familia bajo esta luz, se convierten en instrumentos de Dios, del bien de Dios que llega a nosotros a través de ellos. Estamos bajo la gracia al tomar la posición de que todo el bien emana del

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Padre dentro de nosotros. Puede parecer que viene de innumerable cantidad de personas, pero es una emanación de bien, de Dios dentro de nosotros.

¿Cuál es el principio? “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” Obedeciendo este mandamiento amamos al amigo y al adversario; oramos por nuestros enemigos; perdonamos setenta veces siete si es necesario; no damos falso testimonio contra nuestro prójimo al condenarlo; no juzgamos ni bien ni mal, sino que vemos la identidad Crística a través de las apariencias– El Sí Mismo que es Tú Mismo y Yo Mismo. Entonces se puede decir de nosotros:

..... Venid benditos de mi Padre, tomad posesión del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed, y me distes de beber; peregriné y me acogisteis; estaba desnudo y me vestisteis; enfermo y me visitasteis; preso y vinisteis a verme. Y le responderán los justos: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos, sediento y te dimos de beber?¿Cuándo te vimos peregrino y te acogimos, desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?Y el Rey les dirá: En verdad os digo que cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis.

- Mateo 25:34-40

CAPÍTULO VI YO SOY EL CENTRO

Yo soy el centro a través del cual Nuestro Señor actúa, por lo tanto entiendo la naturaleza de abastecer Nunca intentaré hacer alarde de mi capacidad de obtener, ni intentaré obtener como fin único. El darnos es la labor de Cristo. Cristo mismo nos da, entonces sólo hay necesidad de dejarlo fluir. Yo y mi Padre somos uno, yo soy pues el Cristo, el hijo de Dios. Yo soy el recinto en el que fluye Dios, por lo tanto, yo tengo el poder de cubrir cualquier demanda que se me haga.

Esto marca una transición del ser receptor del Bien, al ser consciente de que la inmensidad del Señor se vierte sobre aquellos que no conocen la verdad.

Desde la infancia crecemos con la idea de que requerimos de ciertas personas y de ciertas cosas para alcanzar la felicidad. Nos reiteran que necesitamos dinero, hogar, compañía, familia, vacaciones, automóviles, televisores y toda la parafernalia de lo implícito en la vida moderna. La vida

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espiritual nos revela que la Gracia Divina es suficiente. No necesitamos de nada excepto de Su Gracia. Cuando la tentación nos hace creer que lo material es indispensable, debemos recordar la palabra verdadera que dice que lo único esencial es Su Gracia. Mientras estamos enfrentando día tras día, llegará un momento de transición y con él la convicción interna de que lo único es Dios. Sí Dios es un todo , el todo es parte de Dios.

Nuestra relación con Dios, el conocimiento de nuestra unidad con Él, forma una conjunción de la espiritualidad y la idea. En el momento de percatarnos de ello, el bien fluye hacia nosotros proveniente del mundo entero. Esto es la obra de Dios, no del hombre. Cada ser humano es portador de un regalo, de un talento, ya que todos somos peones en la voluntad de Dios, sin embargo, si buscamos a alguien en específico para satisfacer intereses particulares, bloqueamos su don. Esposas que atienden a sus cónyuges, Cónyuges que se interesan sólo en inversiones, y empresarios que sólo miran a sus consumidores, se pierden en esta cadena interminable. El principio de la sabiduría se basa en la asimilación de que el Reino de Dios vive en nosotros, y emana de nosotros. Perdemos esa dependencia en lo mundano cuando andamos en la verdad y recordamos que la Gracia Divina es lo único indispensable. Finalmente estar consciente de la verdad permite que el Espíritu reine. La vida se convertiría en un milagro de felicidad infinita y abundancia , si tan sólo nos acercáramos a la verdad de que Su Gracia es la esencia.

“Tu Gracia cubrirá todas mis necesidades, no la Gracia que llegará a mí mañana, sino la Gracia que existió en tiempos previos a Abraham. Tu Gracia es suficiente hasta el fin de los días. Tu Gracia en el pasado, presente y futuro, en este instante, lo único necesario para mí.

Nuestro entorno nos tienta a creer que nuestras familias requieren ciertos bienes, ya sea comida, un hogar, oportunidades, educación, empleo, en fin, pero a todo esto respondemos, “El hombre no sólo vive del pan, sino de cada palabra que proceda de Él “ porque “ Su Gracia es suficiente en cualquier situación”.

A través del uso de los pasajes de las escrituras vamos construyendo la consciencia de su presencia infinita e invisible, y aunque disfrutemos todo lo mundano y sepamos que es causa de todo, ya jamás sentiremos necesidad de algo en particular. Si lo esencial es la Gracia Divina, no vivimos como resultado de circunstancias, sino por y para la verdad que nos ha iluminado.

Cada palabra verdadera que se aprenda debe ser asimilada de tal manera que se convierta en carne de nuestra carne, hueso de nuestros huesos, hasta que nuestro pasado, presente y futuro reconozcan que su Gracia es lo único indispensable. En otras palabras el estar consciente de la verdad, es la fuente, la esencia, al actividad y la ley del vivir diario.

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Cuando reconocemos a Dios como la fuente de todo Bien , y que las personas y las circunstancias son meros instrumentos en el rompecabezas del poseer, seguramente nos sentiremos como Moisés cuando le cayó Maná del cielo, o como Elías cuado los cuervos le llevaban sustento, encontrando hogazas que se horneaban sobre las piedras, o pidiendo asilo a las viudas. Todo puede pasar, pero una cosa es segura, vendrá la abundancia.

Es nuestro deber hablar con la verdad en cada paso que damos. Seguramente creerán que esto no es fácil, pero es aún más difícil de lo que parece. Por eso el Señor llamó a su camino el recto y angosto. Siempre habrá multitudes yendo hacia Él para que los alimente, pero no existen multitudes que multipliquen los pescados y el pan.

“Aquel que tiene fe recibirá, pero aquel que no la tiene se le retirará todo lo que posee”. Estas palabras parecen ser desalmadas sin embargo esa es la ley, y un principio importante de la vida. Si nos enfrentamos a un problema y admitimos que no tenemos la capacidad ni la experiencia para solucionarlo, estaremos admitiendo que poseemos muy poco. Muy pronto se nos retirara lo poco que tenemos, ya que al admitirnos pobres nos hacemos pobres, Al declarar nuestra pobreza nos veremos obligados a representarla a la perfección. Cualquiera que verdaderamente lo desee, hará una perfecta demostración de desear. Sólo en el momento de aceptar y reconocer lo que deseamos lograremos alcanzar nuestras metas.

“¡Al que lo posee!” ¿Pero qué es lo que tenemos? ¿Acaso existen personas que no saben por lo menos una verdad? Entonces tú que sí sabes, toma esa verdad en tus manos y jamas admitas que te falta, sino que eres rico. Siéntate en silencio con esas palabras evidentes y observa cómo se multiplican rápidamente. Serás iluminado con una segunda verdad, luego una tercera, cuarta, quinta y así hasta la infinidad. Cuantas palabras necesites saber, sabrás, descubriendo que la verdad no llega a ti, sino que El Señor te la brinda. Tu responsabilidad es abrir los ojos hacia Él, y ser receptivo.

La verdad que fluye y entendemos, no viene de nosotros mismos, proviene del Padre que la vierte sobre nosotros, pues mientras más peticiones le hagas, más fluye Él en ti. Encontraremos que el aceite de aquella vasija nunca se seca. Simplemente al levantarla y utilizarla el aceite nunca dejará de salir. Lo mismo sucedió en el fenómeno de los pescados y los panes. Al tomar lo que tenemos usándolo por el Bien, nunca se acabará. Al aceptar que somos ricos en posesión, demostraremos que poseemos. Cuando la sabiduría del Señor está dentro de nosotros, el Bien comienza a fluir. Paralizamos nuestra propia felicidad al decir que somos pobres aparentando una falsa humildad. La verdad no es nuestra, ni la podemos descubrir, sino que es la que Dios siempre ha sabido.

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Si estamos de acuerdo con las escrituras ”Hijo, vos estáis a mi lado, todo lo que tengo es vuestro”, entonces seremos, junto con Cristo, herederos de las riquezas celestiales. Comprenderemos que nada de lo que existe en este mundo es nuestro por nuestra fuerza o sabiduría, sino por ser considerados hijos de Dios. Así siendo hijos de Dios, ¿Cómo es que andamos por la vida pidiendo y rogándole a los demás, esperando que aquellos respondan a nuestras peticiones? No hay congruencia en eso.

Aceptemos que somos una simple rama mientras que el Cristo es el viñedo, una Presencia invisible dentro de nosotros, y Dios es la cabeza de la que todos formamos parte. Si tenemos un árbol que no ha dado fruto alguno, no le pedimos a nadie que le adhiera una fruta. Tampoco esperamos que llegue otro árbol a dárselos, ni que una rama vecina lo abastezca de frutos. Eso es ridículo a la luz de la razón. Aquí yace una rama vacía, y un tronco vacío, de qué manera aparecerán duraznos. Es misterio para nosotros, pero la naturaleza es sabia.

Es incomprensible para el ser humano aceptar que las cosas no provienen de otras personas, - que vecinos, amigos o familiares no cubren nuestras necesidades- sino que nosotros individualmente y con el contacto con Dios permitimos que se cubran a través de nosotros mismos. Así como la araña teje su hogar con la telaraña que emana de sí misma, así surge el Bien de dentro de nuestro propio ser.

“Hijo, todo lo que tengo es tuyo” es la verdad pero no sólo con saberlo llegará la abundancia. Estas palabras nos dan la base para negar limitaciones e insuficiencias, pero llegará el día en que no lo diremos únicamente, sino que lo sentiremos, y en ese instante será la ley de nuestra experiencia. Desde ese momento no tendremos que preocuparnos por qué comeremos, o beberemos, que ropa nos cubrirá, porque la Divina Providencia tomará el control. El Bien nos llegará sin intervención humana. No quiere decir que perdemos una actitud seria y comprometida con nuestro trabajo, al contrario, ahora tenemos la capacidad de concentrarnos en el trabajo por él en sí, como una labor noble y no como el medio por el cual subsistimos. Podemos hacer nuestro mejor esfuerzo sin tener otros intereses de por medio, nuestra vida no depende de él. Pronto encontraremos que el empleo que tenemos no satisface a nuestro espíritu y Él Señor nos mostrará otros caminos. Sin embargo, esto nunca sucederá mientras sigamos creyendo que el trabajo es la única manera de abastecernos de lo necesario.

Una vez que entendemos que “ poseer”; que “Yo y El Padre somos uno, y que todo lo del Padre es mío también,” de ese momento en adelante encontraremos la manera de que el bien emane de nuestro ser. El hombre no puede llegar y tomar para hacer suyo el amor, no puede hacerse de lo necesario, no puede tomar la verdad, no puede tomar su hogar ni puede

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tomar la compañía que quiere. No podemos agarrar y hacer nuestras todas estas cosas, pero sí podemos verter y dar para multiplicar lo que tenemos. Si tenemos alguna necesidad, debemos de manifestarlo, y existen varias formas de hacerlo. Algunas personas donan recursos a instituciones de caridad para manifestar que tienen y desean donarlo.

El dinero no es la única manera de abrir el flujo. Podemos empezar por dar amor, perdón, ayuda y servicio. El entregarse uno mismo es una característica del Hijo de Dios. Es parte del principio de que el Bien no viene hacia nosotros, sino que parte de nosotros.

¿Acaso no queda claro que la expectativa de recibir algo proveniente de lo distinto a nosotros mismos es lo que nos separa de aquello deseado, pero que la constante búsqueda de oportunidades de liberar el Bien que habita dentro de uno, de compartirlo, es lo que nos abre las puertas del cielo? Hay que dar porque tenemos, porque gozamos de la abundancia, dar por amor y gratitud. La gratitud no tiene nada que ver con el deseo de recibir algo el día de mañana. La gratitud es el compartir la alegría que sentimos de algo ya recibido. Es entregarse sin un trazo de deseo de recibir algo a cambio. Cualquier forma de dar, sea de cosas materiales o de lo inmaterial como el perdón, la comprensión, la consideración, la amabilidad, la generosidad, el amor, la paz o la armonía, se dan porque las tenemos en abundancia. De esta manera revelamos nuestra Consciencia Crística.

La Consciencia Crística nunca busca recibir. No existe ni un sólo registro en el Nuevo Testamento de que El Señor haya buscado salud, fortuna, reconocimiento, recompensa, fama, o dinero. Cristo brilla. Todo lo que hizo brilló. Por eso nos referimos a Él como la luz. La luz no recibe nada, la luz emana y se dispersa. Así es la Consciencia Crística. Al vivir dentro de ella no se buscan satisfacer intereses personales. La Consciencia Crística es un siervo, no un amo. Ella se da, se entrega y comparte, pero no espera nada a cambio, por que ya está llena de la inmensidad de Dios.

La Consciencia Crística es semejante a la íntegridad, porque es parte de su naturaleza y no busca recibir algo a cambio. El cristiano vive su vida como un instrumento por el cual Dios se vierte.

A los judíos les enseñaron a donar el diez por ciento de sus primeras cosechas, ganado, y riquezas a la iglesia. De ahí proviene la práctica del diezmo que se interpreta como la obligación de dar el diez por ciento de nuestros ingresos a propósitos religiosos. Pero existe un significado más amplio de esto. Sí nos danos los unos a los otros sería reconociendo que Dios es la fuente del ser. Entregamos las primeras cosechas a nuestros amigos y familiares admirando su verdadera identidad. Así mismo debemos entregarnos a nuestros enemigos. El Señor nos pide que oremos por nuestros enemigos, ya que es muy fácil orar por los amigos. Lo difícil es pedir por

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aquellos que no lo son. Debemos orar por nuestros enemigos y perdonarlos. Debemos perdonar a los que abusan de nosotros, a los que pecan en nuestra contra. No es sencillo pero eso no quiere decir que no lo tenemos que hacer, ya que a través de estas acciones el Cristo nace en uno. Recordemos que somos herramientas en la voluntad de Dios.

Entregar de nuestras primeras cosechas es lanzar nuestro pan sobre las aguas. Sólo aquel pan que hallamos entregado a las aguas, regresará a nuestras manos. No tenemos derecho a tomar el pan que nuestros vecinos hayan puesto allí. No existirá nada que regrese a nosotros, excepto aquello que hayamos entregamos al mundo. La vida que yace en nosotros dejamos que fluya y que regrese. El pan que lanzamos es nuestro sustento de vida. Lanzar nuestro pan a las aguas es saber que Dios es el alma del universo, y la vida y el espíritu del hombre. Al poner nuestra alma en ese alimento, el pan de vida eterna nos pertenecerá. El entendidmiento de que somos uno con Dios nos hace “sus hijos y herederos.” Entonces tenemos la capacidad de dejar que fluya de nosotros mismos.

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CAPÍTULO VIIMEDITACIÓN

A aquél que tiene más se le dará... ama al Señor tu Dios con todo tu corazón... y ama a tu prójimo como a ti mismo... yo y el Padre somos uno: Estos son principios importantes para cualquier aspirante al camino espiritual. Pero, ¿cómo deben llevarse a cabo estos principios? Una cosa es decir cuáles son, y otra es ponerlos en práctica o llevarlos a cabo. Es cierto que existe un Padre del cual Jesús habló, este Cristo a través del cual podemos hacer cualquier cosa, esto es, ¿cómo mantenemos la Presencia divina en nosotros en cada momento de nuestras vidas? Esto es lo importante.

En El Camino Infinito, el antiguo tema de meditación y comunión interna

se enfatiza, la práctica que le permite a una persona a salir y aislarse – ya sea que esté sentado en una iglesia, se haya retirado a un tranquilo rincón de su propia casa, o esté descansando y tomando el sol en su jardín – y, se olvide de las cosas de este mundo, adentrándose en sí mismo, y haciendo contacto con sus fuerzas internas, aquellas a las que llamamos Dios, el Padre, Cristo.

La experiencia del Cristo es una posibilidad existente; el camino para dicha experiencia es a través de la meditación.

Un gran número de aspirantes a la vida espiritual tienen fe en la palabra y no necesitan mayor explicación. Yo y mi Padre somos uno es la verdadera palabra de Dios. ¿Acaso nos ayudaría de alguna forma repetir estas palabras o buscar una explicación intelectual? Cuantas veces decimos: “Yo soy el hijo perfecto de Dios; yo soy espiritual; Yo soy divino”; para después darnos cuenta que somos tan pobres como antes, o seguimos metidos en los mismos problemas. Estos son sólo enunciados. Es semejante a sentarnos en un cuarto oscuro y repetir una y otra vez, “La electricidad produce luz”. Este es un enunciado correcto, pero permaneceremos en la oscuridad hasta que el activar el interruptor, lleve a cabo la conexión a la fuente de energía. Así es que nada va a pasarnos, no importa cuántas afirmaciones de la verdad sepamos o repitamos, a menos que surja esa conexión con nuestra Fuente. La meditación es ese interruptor.

El reino de Dios está en nosotros; el lugar donde nos paramos es tierra santa. En donde estemos, está Dios, en la iglesia o fuera de ella. El Maestro dice, llegará el momento en que no se adorará al Padre ni en la montaña ni en el Templo, porque Dios es Espíritu, y debe adorarse en espíritu y en verdad. Dios no se encuentra en un lugar; Dios se encuentra en nosotros. . Dios está donde nosotros estamos porque Yo y Mi Padre somos uno. No podemos escapar de Dios.

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¿A dónde iré lejos de tu espíritu,A dónde huiré lejos de tu rostro?Si escalo los cielos, tú allí estás,Si me acuesto entre los muertos,

Allí también estás.

Si le pido las alas a la auroraPara irme a la otra orilla del mar,

También allá tu mano me conduceY me sostiene tu derecha.

Salmo 139: 7-10

Donde estamos, Dios está; donde está Dios, nosotros estamos porque somos uno, inseparable e indivisible.

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Nunca te dejaré o te daré la espalda. Nunca te dejaré o te daré la espalda sin importar en dónde estés o la religión que tengas – Hindú, Cristiana, Musulmana o atea. Es Mi naturaleza ser tu corazón y tu alma. Ni tus errores ni tus pecados pueden anteponerse entre tú y yo.

Temporalmente puedes separarte de mí, en realidad, creerás que te separas de mí, y ciertamente te puedes separar del beneficio de mi Presencia, pero eso no significa que te he dejado. Te darás cuenta que en cualquier momento, sea día o noche, estés preparándote para el cielo o el infierno, estés caminando por el valle de la sombra de la muerte, en cualquier momento, puedes volver y darte cuenta que siempre camino a tu lado. Soy los brazos que te acogen. Soy la nube de día y el fuego de noche. Yo Soy aquél que te procura y alimenta si estás hambriento.

Nunca te dejaré. Seré tu alimento en el desierto. Seré el que abra el Mar Rojo para ti, en caso de no tener otro camino abierto. YO SOY AQUÉL que Yo Soy, por los siglos de los siglos. Yo he sido Aquél hasta la eternidad y Yo seré Aquél que permanecerá en ti. A donde vayas, yo iré.

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Dios no se encuentra en el cielo- ni en peregrinaciones, lugares o personas. Dios se encuentra entre nosotros. En el momento en que aceptemos esto, habremos completado la mitad del camino de nuestra vida hacia la experiencia del cielo en la tierra; pero falta la otra mitad. Ahora sabemos en dónde se encuentra el reino de Dios, pero falta saber cómo alcanzarlo. Los hombres y las mujeres que buscan el símbolo del reino de Dios, invierten toda su vida sólo para descubrir que era un error buscar en el exterior aquello que se encuentra dentro de ellos. Regresan de su búsqueda físicamente, financieramente y mentalmente exhaustos, desmotivados por la misión no cumplida. De repente, miran a su alrededor y encuentran el cáliz dorado colgando de un árbol, o escuchan el mensaje de gozo en el canto del pájaro azul – justo en su propia casa.

Esto es lo que sucede cuando nos damos cuenta de que el reino de Dios se encuentra en nosotros. La mitad del camino ha sido recorrido.

Cientos de libros han sido escritos acerca de este tema, pero aquellos que se han escrito basándose en experiencias profundas coinciden en que la presencia de Dios sólo se percibe cuando los sentidos están en calma, cuando nos encontramos en una atmósfera de expectación, esperanza y fe. En este estado de relajación y paz, esperamos. Eso es todo lo que podemos hacer, sólo esperar. No podemos traer hacia nosotros a Dios, porque Dios está ya con nosotros, en esta calma, en esta quietud y confianza.

Meditar es invitar a que Dios nos hable o se nos dé a conocer; no es un intento de alcanzar a Dios, ya que Dios es omnipresente. La Presencia está ahí. La Presencia está siempre, en la salud o la enfermedad, en la abundancia o la carencia, en el pecado o la pureza; la presencia de Dios ya es y siempre será. No buscamos encontrar a Dios, sino lograr un estado de quietud tal que nos permita percibir la presencia de Dios.

Nos hemos entrenado para orar mentalmente, como si Dios pudiera ser alcanzado a través del pensamiento. Dios nunca podrá ser alcanzado con el pensamiento. Nadie puede alcanzar a Dios con la mente; nadie puede alcanzar a Dios conscientemente; Dios sólo puede alcanzarse en un estado receptivo de conciencia. Nosotros no sabemos cuándo Dios se hará conocer, pero estamos seguros de que si vivimos en meditación, con períodos suficientes en contacto con la Presencia, estaremos bajo el gobierno divino, y en cualquier momento de necesidad, Dios se nos hará conocer.

Es a través de nosotros que el contacto puede realizarse. Hasta que se haga, el Espíritu de Dios en el hombre es puramente una promesa, Cristo es sólo una palabra o término. Debe ser una experiencia, pero hasta que sea una experiencia, la pregunta persistirá: ¿Hay un Espíritu en el hombre? ¿Es real Cristo? El secreto es llegar a nuestro interior.

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Como una gran muralla entre nosotros y el Cristo, siglos y siglos de buscar nuestro bien en el jardín del vecino, siglos y siglos pensando que nuestro bien debe llegarnos a la fuerza, o por el sudor de la frente, nos separan de profundizar en esta interiorización. Se necesita una búsqueda constante para remover el velo de la ilusión. La velocidad con la que removemos este velo no tiene nada que ver con la bondad humana, ni con la profundidad de nuestros errores: Sólo importa cuán profundo sea nuestro deseo de hacer contacto. Cuando logramos hacerlo, no sólo nuestros pecados son perdonados, sino que son curados. No se trata de que primero la persona se vuelva buena para poder estar en la Gracia de Dios. No, funciona de forma contraria: Dejar que la Gracia de Dios toque a la persona, y la hará buena. El Espíritu dentro de nosotros cambiará la vida externa, y la gracia interna se proyectará externamente.

Si insistimos en darnos cuenta que: “El reino de Dios está en mí... el lugar en donde me encuentro es tierra sagrada”; si nos acordamos de repetir esto dos o tres veces al día, cada día, muy pronto algo sucederá: nos ocurrirá una experiencia - puede ser un sentimiento cálido, puede ser un sentimiento de alivio; puede ser una voz al oído; pero es algo que toma lugar dentro de nosotros, y nosotros mismos sabremos que fue una visita del Cristo. Entonces sabremos que hemos experimentado la anunciación y la concepción del Cristo. El Cristo en nosotros se ha despertado, y de aquí en adelante podremos decir:

“Yo puedo hacer cualquier cosa a través del Cristo,” no a través de mi sabiduría humana; no a través de mi esfuerzo; no porque sepa muchas palabras, o porque haya leído muchos libros; sino por medio del Cristo puedo hacer cualquier cosa. Cristo en mí me fortalece; Cristo en mí es la Presencia que va delante de mí enderezando los caminos torcidos.

Esto no será más una serie de frases: Esto será una experiencia.

Esta experiencia interna se convertirá en la esencia de nuestra experiencia externa. Puede fluir de nuestra boca como mensaje; puede brotar de nuestro hogar como felicidad; puede fluir de nuestro negocio como éxito; pero debe entenderse como la realización del Cristo, un Cristo elevado, debe de ser un Cristo sentido conscientemente. Debe tocarnos; debe alentarnos; debe de iluminarnos.

Luego podemos descansar, pero no por mucho tiempo, porque el hipnotismo del mundo externo se impone sobre nosotros, y seis horas después, los encabezados sensacionalistas y las noticias de la radio llegarán con fuerza a nuestra conciencia, y el Cristo comenzará a entrar a un segundo plano. Entonces, aprendemos a sentarnos otra vez y a renovarnos, a

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llenarnos de la realización de esta presencia del Cristo, y seis horas después lo hacemos otra vez.

Llega el día llega en que el conocimiento de la presencia del Cristo se practica a cada momento y finalmente, la práctica se vuelve innecesaria, porque en este punto, el Cristo entra y vive nuestras vidas, y ya no es necesario un esfuerzo consiente. Pero antes de que esta etapa de desarrollo se alcance, es necesario hacer el esfuerzo consiente para alcanzar aquella mente “que estaba también en Cristo Jesús”; es decir, alcanzar el conocimiento de la presencia del Cristo. Este esfuerzo consciente requiere horas y horas de meditación y contemplación. Es en esas horas de meditación y contemplación que nos abrimos al Cristo. Las palabras son innecesarias; los pensamientos se vuelven innecesarios. Entonces, los pensamientos nos llegan de nuestro interior. La Palabra de Dios nos habla, desde nuestro interior. Ya no pronunciamos sólo palabras, sino la Palabra.

¿Qué tan profundo es nuestro deseo de hacernos conscientes de la Presencia de Dios? ¿Cómo medimos nuestro amor por Dios? La respuesta es muy simple: ¿Cuánto tiempo y atención estamos dispuestos a dedicar a sentarnos en un lugar silencioso hasta que sintamos esa Presencia? Eso determina el amor que le tenemos a Dios. Si no tenemos el tiempo, si no tenemos la paciencia, si no tenemos la voluntad de dar nuestro corazón, alma, y mente a la realización de esta presencia del Cristo, no tenemos suficiente amor por Dios. Es lo mismo que tener una madre viviendo lejos. ¿Qué tanto podemos luchar, cuánto sacrificio podemos hacer para obtener el dinero para ir a visitarla, o para enviarle dinero para que ella lleve una vida digna? Eso determinará el amor que le tenemos. Debemos usar la misma medida para determinar el amor que le tenemos a Dios. ¿Cuánto estamos dispuestos a sacrificar de nuestro tiempo o esfuerzo para leer, estudiar, o lo que sea necesario, para despertar ese Cristo invisible en nosotros? Esa es la cantidad de amor que le tenemos.

Cuando llegamos al punto en donde tenemos cuando menos cuatro períodos de meditación al día, estamos empezando a obedecer el dicho de Pablo “ora sin cesar”. Los místicos revelan que en el silencio y la calma se encuentra nuestra fuerza. En el silencio y la calma encontramos a Dios, no en una adoración externa.

Jesús dio un paso más adelante y nos dijo que debemos de orar en secreto: Debemos de entrar en el santuario interno, cerrar la puerta y orar donde nadie pueda vernos. Cuando estamos solos hay una oportunidad de que algo pase, nunca en público. ¿Por qué? Porque cuando estamos en público, el ego se presenta. No podemos ser nosotros mismos, aún en presencia de nuestros seres queridos. Todo aquello que provoca que el ego salga, destruye la integridad espiritual. Entre más secreta y sagrada

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mantengamos nuestra relación con Dios, sin hacerla una cosa pública, más poderosa será.

El ego debe ser destruido para hacerle camino al Ego, nuestra Consciencia Crística. Como seres humanos, tenemos una personalidad a quien nos gusta glorificar. Toda la enseñanza de Jesús se refería a la destrucción del ego personal: “Las palabras que yo digo no provienen de mí, sino del Padre que vive en mí, Él hace el trabajo... Lo que enseño no viene de mí, sino de Él”. Jesús trascendió su ego y dejó un patrón para que nosotros lo siguiéramos: Ora en secreto. Él fue aún más lejos y dijo: Cuando des caridad, no dejes que tu mano izquierda sepa lo que hace la derecha...y tu Padre, que está en lo secreto, te recompensará abiertamente” Cada vez que hacemos públicas las caridades y buenos actos que hacemos, cada vez que oremos en público, cada vez que expresamos nuestras convicciones religiosas en público, estamos glorificando nuestro ego, tratando de presumir lo mucho que hacemos o sabemos. Olvidamos que nuestro Padre, que ve en secreto, nos recompensará abiertamente.

Hay un gran misterio espiritual en todo esto. Es muy extraño que entre más nos acercamos a Dios, y guardamos todo para nosotros mismos, mayor es el desarrollo espiritual. Cuando guardamos nuestro secreto en nuestro interior, Dios, a su manera, lo hará saber a aquellos que puedan estar interesados en nuestra benevolencia, o en nuestra relación con Dios.

El secreto de la meditación es el silencio: no repeticiones, no afirmaciones, no negaciones- sólo el conocimiento de la Totalidad de Dios, y luego, el profundo silencio que anuncia la Presencia de Dios. Entre más profundo el silencio, más poderosa la meditación. Las cosas que son sagradas, se mantienen sagradas; mantenlas sacras y mantenlas en secreto. No existe algo de naturaleza sagrada que necesitemos compartir con alguien. Cada uno es libre de buscar a Dios a su propia manera, y debe esforzarse por encontrar aquello que está buscando. No existe alguna ocasión para que se compartan las cosas profundas, para compartir las cosas más sagradas de nuestra relación con Dios, porque cada uno es libre de ir y hacer lo mismo. Lo profundo y lo secreto deben permanecer escondidos en nuestra conciencia. Entre más mantengamos lo sagrado y lo secreto dentro de nosotros, mayor será su fuerza.

La continua meditación interna, el tratar continuamente de llegar al centro de nuestro ser, resultará eventualmente en la experiencia del Cristo. En ese momento descubrimos el misterio de la vida espiritual: No tenemos que preocuparnos por lo que comeremos, beberemos, o vestiremos; no tenemos que planear; no tenemos que luchar. Sólo Cristo puede vivir nuestra vida por nosotros, y encontramos al Cristo en nosotros en la meditación. El grado en que obtenemos la experiencia o actividad del Cristo (la presencia

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del Espíritu de Dios en nosotros) determina el grado de desenvolvimiento individual.

Cuando, a través de la meditación, hemos obtenido esta realización del Espíritu de Dios, y permanecemos en él, nos retiramos al centro de nuestro ser todos los días, de tal manera de que nunca hacemos nada sin Su asentimiento interno, la actividad del Cristo nos alimenta, provee, enriquece, sana, y nos conduce a la plenitud de la vida. Entonces, sabemos con certeza que “He venido para que puedan tener vida, y para que la tengan más abundantemente”.

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CAPÍTULO VIIIEL RITMO DE DIOS

Una persona que vive en la meditación nunca más está sola, y nunca tampoco sigue siendo parte de este mundo. Si es fiel en practicar la Presencia, dentro de unos meses se encontrará la mayor parte del tiempo en el estado de ánimo contemplativo. Al contemplar a Dios y a las cosas invisibles de Dios, se convierte en alguien tan unificado con Dios, que no verá el lugar donde Dios termina y él comienza. Aquello en lo cual una persona continuamente piensa, aquello que abraza en su consciencia, es aquello en lo finalmente uno se convierte. Es ese estado continuo de unidad el que le permitió al Maestro decir, “El que me ve a mí ve al Padre... yo estoy en el Padre y el Padre está en mí... y ustedes están en mí y yo en ustedes”. (Juan 14:10, 11, 20)

Todo lo bueno debe entrar en la experiencia de los Hijos de Dios. ¿Quiénes son los Hijos de Dios? ¿Somos nosotros? Sólo hasta que el Espíritu de Dios more en nosotros – “y el espíritu de Dios mora en ustedes” (I Corintios 3:16) entonces, nosotros somos los hijos de Dios, y sólo entonces estamos sujetos a las leyes de Dios. Si salimos de nuestros hogares sin el reconocimiento interno de que el Espíritu del Señor está en nosotros, salimos al mundo como seres humanos sin ninguna ley de Dios que nos sostenga; somos seres humanos sujetos a las leyes humanas – las leyes de los accidentes, contagios, enfermedades y muerte. Hemos descuidado la oportunidad de permitir la entrada a una influencia divina en nuestra experiencia, y nuestra actitud es una de, “Puedo vivir bien este día bajo mi propio poder; puedo manejar este día sin la ayuda de Dios”, en lugar de hacer que Dios sea la actividad del día y de esta forma establecernos en el ritmo de Dios:

Padre, este es Tu día, el día que Tú has hecho. Hiciste que el sol saliera; Le has dado luz y calor a la tierra; Nos has dado las lluvias y las nieves; las estaciones del año son Tuyas, “la de para plantar y cosechar, el frío y el calor, el verano y el invierno, y el día y la noche”. Este es Tu día.

Tú me has creado; Yo soy Tuyo. Me creaste en el vientre desde el inicio. Utilízame este día, porque así como los cielos declaran la gloria de Dios y la tierra muestra Tu creación, así debo yo mostrar la gloria de Dios. Que este día pueda yo glorificar a Dios. Que este día, permita que la voluntad de Dios se manifieste a través de mí. Que este día, deje que la gracia de Dios fluya en mí y a través de mí a todos aquellos con quienes me encuentre.

En algún otro momento, durante esa breve pausa de comunión interna, en las horas tempranas de la mañana, pueden surgir estas palabras:

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Padre, es Tu inteligencia la que necesito hoy – no mi visión limitada, sino Tu sabiduría infinita. Este día, necesito todo el amor con el que puedas llenarme. Dame en buena medida Tu sabiduría y Tu amor.

Dicha meditación surge de una profunda humildad, una gran nobleza del espíritu que está dispuesto a admitir, “Padre, sin Ti no puedo hacer nada; sin Ti, no puedo ser nada; sin Ti, soy nada”.

Tal vez suceda que el día contenga serios problemas que deban conquistarse y que están más allá de nuestra habilidad o entendimiento; o es un reto financiero que no podemos enfrentar, o tal vez haya decisiones difíciles de tomar. La respuesta no reside en alguna habilidad personal que podamos o no poseer, o en nuestros recursos materiales, sino en contactar la Reserva Infinita en nuestro interior: “Él realiza aquello que me toca a mí hacer... El Señor perfeccionará todo aquello que me concierne”. Entrar a nuestro santuario interior y orar, sin pedir nada, sino reconociendo nuestra herencia divina y morar en las promesas de los inspirados pasajes de las escrituras, nos llena de una confianza que nos acompaña a lo largo del día, y que es suficiente para vencer cualquier obstáculo al cual nos podamos enfrentar:

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Practicando la Presencia por Joel Goldsmith

Padre, tengo enormes actividades el día de hoy que van más allá de mi entendimiento y de mi fortaleza, y por lo tanto debo confiar en Ti para llevar a cabo aquello que me es necesario hacer. Tú has dicho que siempre estás conmigo y que todo lo que tienes es mío. Dame hoy la seguridad de que Tu amor está conmigo, de que Tu sabiduría me guía, y de que Tu presencia me sostiene.

Tu gracia me basta para todas las cosas. ¡Tu gracia! Estoy satisfecho, Padre, de saber que Tu gracia me acompaña. Eso es todo lo que pido, porque esa gracia será hecha tangible como el maná que cae del cielo, como el recipiente de aceite que nunca se seca, o como el pan y los peces que siguen multiplicándose. Cualquiera que sea mi necesidad, Tu gracia la satisface este día.

Esto es suficiente para iniciar nuestro día, no como hijos del hombre, sino como Hijos de Dios.

En nosotros reside una Presencia, una Presencia Transcendental que no puede ser descrita, pero a la cual se le reconoce en la meditación. No existe mayor regalo que pueda llegarle a cualquier hombre o mujer que la convicción inquebrantable de que le importamos a Dios, pero nadie puede tener esta seguridad si descuida la realización continua y consciente de la Presencia de Dios. Si la Palabra mora en nosotros, produciremos frutos en abundancia. Se glorifica Dios por medio de los frutos de nuestras vidas, y no se glorifica a Dios de alguna otra manera. En la misma proporción que vivamos esta Palabra y permitamos que ella viva en nosotros, experimentaremos una vida humana armónica y llena de frutos. Inevitablemente surgirán algunos problemas, ¿pero qué importa? A nadie se le ha prometido inmunidad completa de las contrariedades de la vida mientras esté en la tierra viviendo una vida humana. Los problemas deben inevitablemente surgir, pero sólo pueden ser bendiciones, porque es a través de ellos que nos elevamos en consciencia y a través de esa elevación la armonía llega a nuestra vida diaria.

Las experiencias que nos llegan cuando vivimos en obediencia a la voz interna son milagros de belleza y alegría. No tengamos miedo de seguir esa voz aún cuando al principio estemos tan pobremente sintonizados con ella, que no la escuchemos de manera correcta. Mucha gente va por la vida sin lograr algo, porque no están dispuestas a actuar por miedo a cometer un error. No hay necesidad de tenerle miedo a los errores ni a los fracasos. Los errores que pueda cometer la persona que obedece a la quieta voz interna serán pocos, y no lo suficientemente serios que no puedan corregirse; podrá rápidamente levantarse de nuevo y pronto estará sumergido por completo en

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el Espíritu. Los errores no son fatales; ninguno es para siempre: El éxito es para siempre, pero el fracaso es sólo por un día.

Si hacemos contacto con el Reino de Dios dentro de nosotros, viviremos a través de Dios por el resto de nuestros días. Entonces, ser hijos espirituales –Dios expresándose a Sí Mismo como Seres individuales – se revelará en la tierra. Dios nos formó para manifestarse a Sí Mismo en la tierra, para mostrar Su gloria, y ese es nuestro destino. Dios plantó Su abundancia infinita entre nosotros. Nada necesita llegar a ti o a mí, sino que debe fluir de nosotros. Y, ¿por qué medios? Por esa Presencia, esa Presencia que sana, abastece, multiplica y enseña. Esa Presencia ejecutará cada función legítima de la vida, pero sólo se activa en nuestra vida en la medida en que nos consagramos a la meditación. Se necesitan la devoción y la consagración que nos dé el propósito suficiente para que recordemos una docena de veces al día, no hacer ningún movimiento sin la realización de la Presencia, o cuando menos sin el reconocimiento de Ella.

Hay muchas oportunidades para cada persona durante el día, para reconocer la Presencia. No es muy difícil desarrollar el hábito de detenernos un segundo ante cada puerta que abrimos o cerramos para darnos cuenta de:

Que Dios está tanto del otro lado de esa puerta, como de este lado. No existe algún lugar donde yo pueda ir hoy donde no esté la Presencia de Dios. Dondequiera que yo esté, Dios está.

Podemos hacer una pausa antes de comer para recordar que no vivimos sólo de pan, sino de cada palabra que procede de la boca de Dios. Por lo tanto, mientras contemplamos la comida en la mesa, podemos expresar en silencio gratitud por la Fuente de esa comida, por Quien lo trajo a nosotros: “Tu gracia ha puesto mi mesa”.

No existe ningún momento del día para que una persona espiritualmente alerta no pueda encontrar alguna razón para decir, “Gracias, Padre”. Quizá no haya otra cosa por la cual agradecer a Dios excepto que el sol esté brillando, pero aún eso es un reconocimiento de la Presencia. A veces, cuando nos enfrentamos con circunstancias decepcionantes o perturbadoras, podemos preguntarnos cómo podemos alabar a Dios, pero si estamos conscientes de ser hijos espirituales, siempre podremos encontrar formas de reconocer a Dios. Esta práctica continua de la Presencia, el reconocimiento de Dios en todo lo que hacemos; proporcionándonos suficientes períodos para entrar al silencio, y en espera de un sentimiento interno de que el Espíritu de Dios se está moviendo, hace de Dios el principio que gobierna, apoya, y sustenta toda nuestra experiencia. La verdadera oración de entendimiento espiritual es la oración en la que el regalo de Dios de Sí Mismo nos es dado.

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El infinito está dentro de nosotros en éste y en todo momento: toda la sabiduría espiritual, toda la gracia divina, la eternidad y la inmortalidad – todos ellos están personificados en nosotros en éste y en todo momento. Dejemos ver este infinito. ¿Cómo? Empieza a derramarlo. Busca en tu hogar espiritual, en tu consciencia, y busca encontrar algún pasaje bíblico, alguna muestra magnífica de amor y exprésalo a alguien, o derrama algunas gotas de perdón. Encuentra algo en tu casa. Permite que las pocas gotas de aceite que encuentres allí fluyan de manera silenciosa, secreta y sagrada. Déjalas que sigan fluyendo, y mientras lo hagas, sé receptivo a las revelaciones que surjan de tu interior. No intentes hacer declaraciones o pensamientos. Espera pacientemente en un estado relajado de receptividad a que lleguen a ti. Pronto, una segunda idea se añadirá al pensamiento original. Contempla las dos. Profundiza en su significado; penetra su posible efecto en tu vida o en la vida de otros. Mientras meditas sobre estas dos ideas, llega un tercer pensamiento, a veces de manera gentil, a veces de manera explosiva, algo que no habías pensado antes. Y, ¿de dónde vienen estas ideas? Vienen de tu interior. Recuerda que siempre han estado ahí, pero ahora les estás permitiendo que salgan. Dentro de ese Interior está la reserva que es tu reserva individual, y sin embargo, es infinita porque es Dios. El Reino de Dios está dentro de ti, y durante la meditación estás extrayendo de Él.

Si no hay suficiente amor en tu vida, sólo es porque no eres suficiente amoroso, y eso significa que no estás conectándote con la fuente infinita de amor dentro de tu propio ser. Permite que fluya ese amor: Ama este mundo; ama al sol, a la luna, y a las estrellas; ama a las plantas y a las flores; ama a todas las personas. Deja que el amor fluya. Ese amor que fluye a raudales de la reserva infinita de tu interior será el pan de vida que regresará a ti.

Deja que la verdad fluya de ti al mundo. Entre más verdad liberes, más verdad tendrás. Eres el instrumento a través del cual la verdad de Dios está fluyendo a tu consciencia. Tú no sabes hacia dónde va esta verdad o a quién está bendiciendo. Tú no sabes quién está sintiendo el amor que está creciendo dentro de ti, y no es importante que lo sepas porque no es tu amor; es el amor de Dios. Tú sólo eres el instrumento a través del cual fluye. Siempre inicia tu meditación dándote cuenta de que el infinito mora dentro de ti, que no estás buscando que algo llegue a ti; nunca estás buscando obtener, adquirir, o lograr; sólo buscas permitir que fluya la gracia de Dios a través de ti, el instrumento, el Hijo de Dios.

Pudiera ser que alguien te busca para una bendición espiritual. No empieces por creer que no tienes suficiente entendimiento, o que no has leído suficientes libros, o que no tienes suficiente experiencia para ayudarle. Comienza con las dos gotas de aceite que ya tienes, y lo haces sabiendo la verdad, no acerca de la persona, sino acerca de Dios:

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¿Cuánta verdad sé acerca de Dios? Sé que Dios es omnipresente, y que por lo tanto toda la presencia de Dios y todo el poder de Dios están fluyendo a través de mí. Donde Dios está, no puede haber nada más que el bien; no puede haber pecado, ni enfermedad, ni muerte, ni carencia ni limitación. En la presencia de Dios, está la totalidad del bien.

¿Qué más sé acerca de Dios? Dios es el único poder. Y si Dios es el único poder, no existen otros poderes fuera de Dios; no existen poderes negativos en la tierra así es que no puede haber poder alguno en esta situación que me confronte. Dios es la única vida, vida eterna e inmortal sin pecado ni enfermedad, sin mancha. La vida de Dios es perfecta. Dios es amor, y ese amor me envuelve. El amor de Dios es mi protección, me sustenta y me mantiene.

Es así como se hace el trabajo de sanar: Ve a tu interior; entra al silencio; aquiétate hasta que la paz que va más allá de todo entendimiento descienda.

La verdadera sanación espiritual no es algo que se lleve a cabo en el cuerpo o en los asuntos de alguien; se lleva a cabo en la consciencia del individuo a medida que se abre el alma. Es una regeneración más que una sanación. Todo lo que abarca la consciencia – el cuerpo, el negocio, el hogar – responde a medida que el Alma se abre a la luz de la verdad y a la Actividad Divina como consciencia individual.

En realidad, no hay otra sanación espiritual aparte de aprender a vivir espiritualmente, y no se puede vivir espiritualmente fuera de la experiencia de Dios. Debemos experimentar a Dios; debemos comulgar con Dios en nuestro ser interno. El Infinito Invisible que llamamos Dios y nuestra identidad individual que llamamos Hijo, son uno y lo mismo. Es dentro de nosotros que debemos hacer un punto de contacto para que una convicción absoluta de esta Presencia divina pueda llegar a nosotros. Esta convicción sólo puede provenir de dentro; y percibimos un sentimiento de paz a medida que este Espíritu de Dios nos llena, sentimos una respiración profunda dentro de nosotros, una liberación como si nos hubieran quitado un peso; y después continuamos con nuestra vida normal, diaria, serenos y seguros, descansando en el regazo del Padre, porque ahora Dios, el Hijo, tiene con él a Dios, el Padre.

Dios no es un curandero de enfermedad; Dios es una infinidad del ser. Dios es Espíritu, y aparte de Él no hay nadie más. La gracia de Dios quita cualquier obstáculo de nuestro camino porque la luz de la verdad revela que nunca hubo poder en el supuesto obstáculo. Cuando encontremos nuestra paz interior, encontraremos que esa Omnipotencia, omnipresente, nos gobierna, y todas las cosas a las cuales temíamos – personas o condiciones – desaparecen automáticamente debido a su insignificancia. Ese es el milagro

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de la enseñanza espiritual: No es la verdad que vence al error; no es Dios que vence al mal; no es algún grandioso Dios combatiendo a un espantoso mal aun mayor que Él. Una enseñanza espiritual es una revelación de Dios como infinito, un ser individual; como el Espíritu omnipotente, omnisciente, omnipresente, y fuera del cual no existe algo más. En ese entendimiento, la oscuridad desaparece y surge la luz.

“Él pronunció su voz, se derritió la tierra”. Si nos volvemos tan eficientes en la práctica de la Presencia, al grado de que podamos sentarnos quietamente y enfocar nuestra atención en nuestro Interior, la pequeña y callada voz retumbará, y todo el mundo de maldad se derretirá y desaparecerá de nuestra experiencia. Puede ser que surja como una voz verdadera; puede ser que llegue como una visión; pero no es necesario que sea así. Sólo una cosa es necesaria, y esa es esperar hasta que haya un movimiento o un sentimiento que nos asegure que Dios ha emitido Su voz. Cuando eso ocurra, encontraremos que la discordia se reemplaza por armonía, la enfermedad cede el paso a la salud, y las personas que nos encontremos ya no son seres humanos sino hijos de Dios. Al contemplar la presencia, gracia, y el poder de Dios, Su voz se manifiesta y todo el mundo de discordia desaparece.

Más cercano a mí que mi respiración está mi Dios, la Omni-Presencia y la única Presencia, aparte de Él no hay ninguna otra presencia. “El Señor es mi luz y mi salvación; ¿a quién le tendré miedo? El Señor es la fortaleza de mi vida; ¿de quién temeré?”

¿Entonces, qué es esta discordancia que clama mi atención, que me hace temerla? ¿Es una persona? No, Dios es el Padre de todos: “No llames padre a algún hombre en la tierra: porque sólo uno es tu Padre, y está en los cielos”. Por lo tanto, todos los hombres son espirituales, dotados sólo con las cualidades de Dios. Dios hizo todo lo que fue hecho y lo nombró bueno. En los inicios sólo era Dios. ¿Algo se le ha añadido a Dios? ¿Se le ha añadido algo al universo de Dios? No, y entendiendo eso, no pueden hipnotizarme y hacerme ver o creer aquello que no sea semejante a Dios. Dios es el único principio creativo del hombre. Todo lo que Él crea es creado en Su propia imagen y semejanza, en imagen y semejanza de la perfección.

El Padre dentro de mí es el único poder que opera en este universo; el Padre dentro de mí es el único poder que opera en esta habitación; el Padre dentro de mí es el único poder que opera en mi propio ser. Sólo existe un Dios, que es el poder que fluye en este mundo, que bendice a todos a quienes toca, tanto al amigo como al enemigo.

“Pronunció Su voz, se derritió la tierra” –la discordia desaparece. La desarmonía y la persona se funden en una, a Su imagen y semejanza. Esta persona que me estaba molestando, ¿dónde está ahora? No está aquí; se ha

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elevado; se ha elevado de la tumba, ya no más el hombre carnal, sino el hijo de Dios. En la quietud, al silenciar todos los juicios acerca del bien o el mal, “nace un infante”, la realización del Cristo toma lugar, y “porque estaba ciego, y ahora veo”. Percibo la visión infinita – Dios, el Padre; y Dios el Hijo.

Dios sostiene y sustenta Su propia vida que es mi vida, la vida del ser individual, y Dios está sosteniendo esa vida ahora – no en un tiempo futuro, sino ahora. Este cuerpo es el cuerpo que Dios me dio, un cuerpo espiritual, eterno e inmortal. Dios mantiene mi cuerpo en Su eterna perfección. Dios es un estado continuo y eterno de divinidad, y ese Ser es mi ser individual, puesto que “Yo y el Padre somos uno”. Mi cuerpo es un instrumento para la actividad Divina, un vehículo digno para mostrar Su gloria. Dios es la fortaleza misma de mis huesos; Dios es la salud de mi semblante; Dios es mi fortaleza y mi atalaya, mi seguridad y protección.

El mundo muestra Su obra; los cielos declaran Su gloria. ¿Cómo pueden los cielos – el sol, la luna y las estrellas – mostrar esa gloria, y no el hombre, a quién se le dio dominio sobre el sol, la luna y las estrellas? El hombre muestra la plenitud de la Supremacía Divina personalmente, no luchando y peleando para llegar a alcanzar esa plenitud, sino sólo al relajarse y permitir que el ritmo de Dios se cumpla a Sí Mismo en él. El trabajo de Dios es un trabajo completo; el trabajo del hombre es confiar en ello:

Dios en mí es todopoderoso, y puesto que Dios está en mí, no necesito nada; no me falta nada. Por mí mismo, no tengo ninguna habilidad; no tengo entendimiento que sea mío, pero el entendimiento de Dios es infinito. “Él que está dentro de mí, realiza aquello que me toca a mí hacer... Él que está dentro de mí, es más grande que él, que está en el mundo”. Me convierto en el instrumento disponible de Dios, y a través de mí, Él pronuncia Su voz y la tierra se derrite.

No busco algo para mí; sólo busco ser utilizado como instrumento para llevar luz a aquellos que todavía están en las tinieblas. No utilizo la Verdad, sino permito que la Verdad me utilice a mí. Dejo que la Verdad fluya a través de mí a las naciones del mundo, que aún andan buscando lo que van a comer, lo que van a beber y lo que van a vestir; pero yo vivo, no sólo de pan, sino de cada palabra que procede de la boca de Dios. Cada verdad que viene a mi conciencia es la longitud de mis días, mi abastecimiento diario, y mi sabiduría y entendimiento. Todo lo que necesito o pueda llegar a necesitar es sólo escuchar la voz pequeña y callada dentro de mí y confiar en el ritmo de Dios.

La gracia de Dios fluye al mundo como una Presencia invisible y como un Poder invisible de bendiciones a través de mí. Soy aquel centro a través del cual esa gracia se concede al mundo – mi mundo, el instrumento de Dios a través del cual la sabiduría divina, el pan de la vida, el vino de la vida y el agua de la vida están llegando a la humanidad. Las naciones de la tierra

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buscan pan, comida, vestimentas y albergues, pero “no ustedes, mis discípulos” – no yo; yo sólo busco el reino de Dios y permito que la gracia de Dios fluya a través de mí.

El Espíritu de Dios en mí es el Cristo. Su función es sanar, resucitar a los muertos, abrirle los ojos a los ciegos – los ciegos material y espiritualmente– e iluminar la conciencia humana. “Mi paz”, la paz de Cristo, me es dada a mí, y al mundo a través de mí. Esa es la función de la luz que se derrama a través de mí. La verdad de lo que yo soy se convierte en el pan de vida para este mundo que todavía no conoce su propia identidad. Mi Conciencia divina se convierte en el vino y el agua. Esta luz que Yo soy se convierte en la luz del mundo para los no iluminados y mi presencia en una bendición.

Existe un eterno ritmo en el universo – “tiempo para sembrar y cosechar, frío y calor, verano e invierno, y día y noche... para todo hay una estación, y un tiempo para cada propósito debajo del cielo”. Nos convertimos en uno con ese propósito eterno y confiamos en el ritmo de Dios mientras contemplamos el fluir eterno de la gracia de Dios. El ritmo del universo fluye a través de nosotros:

Los cielos cuentan la gloria del Señor,Proclama el firmamento la obra de sus manos.

Un día al siguiente le pasa el mensajeY una noche a la otra se lo hace saber.

¡Ojalá te gusten las palabras de mi boca,Esta meditación a solas ante ti, Oh Señor, mi Roca y Redentor!

-Salmos 19:1-3, 15

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