café con letras n º 0

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Número Cero de la revista de literatura editada en Córdoba en Enero-Febrero 2007.Director Angel Remis. Subdirectora Verónica Puerto.

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EDITORIAL

NARRATIVA

Ensayos 4

Consagrados: Mario Benedetti y Julio Cortázar 9

Relatos del lector 11

En la literatura todos somos pacientes: Andrés Neuman 16

Entrevista a Andrés Neuman 18

Rescate de autores: César Muñoz Arconada 22

Al- Andalus 24

POESÍA

Ensayos 26

Poetas Consagrados: Withman y Rimbaud 29

Poesía del lector 30

Entrevista a Antonio Rodríguez 33

Rescate de autores: Manuel Reina 35

POESÍA VISUAL 38

TEATRO

Reflexiones 40

El verso hecho teatro 43

Puño y letra 44

A título personal 45

Biografía: Elena Poniatowska 47

sumarioDirector:

Ángel M. Remis Saucedo

Subdirectora:Verónica Moreno Puerto

Comité Redacción:Carlos Castillo Rodríguez, José A.

Garriguet Carmona, Francisco Mar-tín Cuéllar, Mª Carmen Moreno Díaz, Verónica Moreno Puerto, Ana Patricia Moya, Michel Pérez Rizzi, Ángel M. Re-

mis Saucedo, Rosauro Varo Cobos.

Corrección de estilo:Jose Manuel Martín Portales y

Marisa Montes Moreno

Edita: Café con Letras®

Diseño y Maquetación: Imaginarte. Córdoba

Imprime:

Depósito Legal:

Productor: José Llamas

Prohibida la reproducción total o par-cial del contenido por cualquier medio.

Los textos aquí publicados son en su totalidad responsabilidad de sus autores.

Dirigir colaboraciones a:[email protected]

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Tiene usted en sus manos, estimado lector, el primer número de la Revista Café con Letras, compendio de ilusiones, esperanza y arduo trabajo que se hace por fin realidad tras los grandes esfuerzos personales que cada uno de los integrantes ha hecho de forma desinteresada y con la sola intención de aportar algo nuevo y de calidad, pese a las voces interminables que claman la pérdida de esta generación.

Debemos agradecer a todos aquellos que nos han precedido su ejemplo y tesón, figuras idolatradas en nuestros jóvenes corazones, grandes maestros, guías y

ejemplos de futuro que hacemos nuestros a través de las lecturas de las obras que forman parte de la Historia de la Literatura, reciente

o clásica, conocida o perdida en la interminable lista del olvido universal. A todos ellos, gracias por motivar la ilusión que hoy se ve reflejada en estas páginas.

Intentaremos superar los juicios establecidos como par-titura inamovible de la técnica, jugar con las formas,

crear, a fin de cuentas, una litera-tura moldeable, ágil, de giros y

reveses inesperados, sin per-der el horizonte de la trans-misión del mensaje y de la mirada tangible, tan real

como cotidiana.Hacemos nuestro el

significado de la palabra Libertad, con las obliga-

ciones que de ella se des-prenden, aunándola con las de

Respeto. Sabemos que la agre-sividad a ningún sitio nos

conduce, pero

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tampoco renunciamos a tratar asuntos que por su dificultad o dolor suelen dejarse para tratados de psicología que pierden su voz en el viento, sin que nadie se haga car-go de los mensajes que nos comunican como individuos y como sociedad, por mucho que apartemos la mirada.

Queremos, además, retratar la realidad social de nuestra generación, cuestionar-nos, en primer lugar, a nosotros mismos para comprender el mundo en el que nos desarrollamos y vivimos como piezas individuales de un todo, el mismo que nos en-vuelve y condiciona, pero que a la vez somos capaces de modificar dentro de nuestros reducidos espacios personales.

Notará usted en el transcurso de las páginas letras, signos, palabras y párrafos que construyen composiciones emanadas de lo más profundo de nuestro ser y se erigen en historias vivas. Nos hacemos visibles a través de nuestros escritos y deseamos since-rarnos hasta el punto en que la desnudez de nuestras almas sea total, abierta y conoci-da para todos aquellos que deseen explorar nuestras inquietudes y planteamientos.

Uno de los fines de esta publicación consiste en rescatar autores perdidos en los tratados de Literatura, terminar con el ostracismo al que se han visto condenados algunos autores y sus obras por no pertenecer a una corriente o generación determi-nada, tanto literaria como política.

Como contrapartida, ofrecemos estas páginas a las obras de los autores noveles que guardan sus escritos en las profundidades de los cajones por la desesperanza que imprime un medio tan competitivo y feroz. Queremos convertirnos en puente entre el autor y el público, sin los condicionamientos propios de una determinada línea editorial; es por ello que lanzamos la invitación a los lectores para que participen con nosotros enviándonos sus textos, demostrando así que pese a nuestra juventud esta nueva generación es capaz de evitar barroquismos inertes y divagaciones verborreicas, alejándonos de la Literatura de tubo de ensayo y diseño de laboratorio, desligada a un sentir superior, cotidiano y trascendental de nuestro presente moldeable.

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Córdoba se viste de andamiajes prolijos que au-guran la brillantez de una ciudad que fuera en

el pasado colonia patricia y capital del mundo en el período omeya. Como sabrán ustedes, éste es uno de los principales argumentos que se aducen para defien-der nuestra candidatura, repetido tantas veces como que Córdoba es Patrimonio de la Humanidad. Con estas contundentes razones, no apoyar la candidatu-ra,– que cuenta con seguidores tan magnánimos como el mismísimo Príncipe de Asturias–, impone respeto y, si se añade que una es cordobesa… ya me planteo seriamente mi ciudadanía.

La historia de la ciudad supone una de nuestras me-jores bazas para el turismo que prefiere los destinos culturales, y si incluimos dentro de cultura el patri-monio de las iglesias fernandinas o los restos de Me-dina Azahara, por ejemplo, o la tradición artística de nuestra ciudad, es imposible, objetivamente, negar el atractivo que alberga el lugar que cobijó a literatos de la talla de Luis de Góngora o Ibn Hazm, filósofos como Séneca o Averroes, y artistas plásticos como Julio Ro-mero de Torres. Igualmente, el esfuerzo por mantener la infraestructura que avala nuestro pasado –que cada año pide su dosis de conservación– es ingente y más si defensores del peor arte contemporáneo se dedican a obligar a Averroes a seguir la moda del graffiti: no hay más que ver los celos que ha cogido el Museo Taurino del Museo Arqueológico y, a su vez, la envidia del Zoco Municipal, enredo que Ladrillo sabe dónde acabará.

Es cierto que los logros son muchos, sin embargo, debemos reconocer que la opción de apoyarse mayori-tariamente en conquistas pasadas no implica esfuerzo ya que cualquiera de nosotros puede alabar y defen-der su ciudad de la misma forma que los políticos. Así pues, proyectos como el Palacio del Sur, la creación de la Biblioteca de Lepanto o la construcción –espe-remos– del teatro de la Axerquía, víctima y veterano en partidismos, deben presentarse como argumentos junto con las glorias pasadas, como muestra del desa-rrollo de una ciudad que convive con los dos tiempos de manera armónica. Los cambios son muchos (el anti-guo Plan Renfe, el entorno del Guadalquivir…) y, por ello, debemos confiar en que las obras futuras serán igualmente llevadas a buen puerto.

Pero, más allá de una infraestructura que denota el progreso de Córdoba, me preocupa el alma que la com-plementa, aquélla que tal vez en un futuro propiciará la cuna de artistas que antaño fuimos, aquélla que pro-vocará que las iniciativas organizadas vean aumentado el aforo de els quatre gats, ausencias que no conse-guiremos incitar a la lectura, entre otras cosas, me-diante acumulaciones de títulos en buzones incluidos, entonces, en ese Gran Teatro del Mundo, duradero o perecedero, con una sociedad que marcha en paralelo a las pocas iniciativas culturales organizadas. Porque el alma es pueblo. Y el pueblo es voz.

La culpa no va a ser toda nuestra, evidentemente, ya que, como señaló el colectivo universitario y cultural, muchas de las propuestas culturales incluidas en el II Plan Estratégico han caído y, con este panorama, es necesario concienciarnos al menos de la dificultad que entraña ponernos en seis años a punto y aunar los esfuerzos culturales (más cuando no hay estructuras que sincronicen los proyectos).

No se me entienda por “proyectos” el mes de la gui-tarra únicamente, que Córdoba no se acaba en estas iniciativas tan patrocinadas que limitan una cultura al toro y a la bailaora. Con esto no quiero desmerecer a un arte flamenco que goza de grandes peculiaridades musicales ni desvariar con asociaciones tópicas, pero sí es cierto que resumir Córdoba como cultura flamen-ca es bastante injusto y parece que, por parte de la administración, se quiere fomentar mayoritariamente esta tendencia, apostando así por la continuidad de la perspectiva folclórica y tradicional de la Córdoba de feria, patios y callejas, algunas disconformes con el blanco. Y quien no me crea, que en el decálogo de las razones, vea la foto de la séptima.

Que se entienda por proyecto Cosmopoética (sa-bedora soy de que goza de la pelota estrellada de la candidatura), que este año ha contado con Ángel Gon-zález, entre otros, y que, a pesar de lo que digan los pe-riódicos, no hace vibrar a toda la sociedad cordobesa, bien porque los poetas, encerrados en sus torretas de marfil, no llegan; bien porque no llega el suelo cotidia-no. Que se entienda por proyecto Eutopía, festejo mis-celáneo que ha agrupado poesía (violadores del verso), música o artesanía.

Mª Carmen Moreno Díaz

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NARRATIVA

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Mª Carmen Moreno Díaz

Juntemos esto y al final, mirémoslo no con ese se-nequismo tergiversado que nos caracteriza y que nos lleva a satisfacer nuestra vista con todo lo que nos rodea (qué bonita es mi ciudad, Córdoba, lejana y sola, de excelso muro y torres coronadas) sino con un criterio náufrago en islas de proyectos con el que nos preguntaríamos cómo Córdoba es y sigue siendo un ejemplo de tolerancia y convivencia, un lugar de encuentro; cómo se utiliza un enunciado que en la práctica flaquea, por ejemplo en las prácticas musul-manas que no pueden realizarse por deseo expreso de los que impidieron a R. Scott rodar en la Mezquita. Independientemente de que estemos a favor o en con-tra, ¿es justo abanderar el lema de la convivencia de

culturas? ¿Es solo convivencia cultural el hecho de que en una mezquita se construyera una catedral? Deberíamos cuestionar la ironía que supone saber a qué teatro grande es al que vamos. Y ni siquiera nos preguntamos, sociedad de Córdoba, si queremos ser actores en el Gran Teatro del Mundo o ciudadanos en la ciudad. Ni siquiera preguntamos.

Yo, como ciudadana cuestionada de a pie, no me gustaría que la Córdoba histórica se llevara todo el trofeo de una Capitalidad Cultural que parece haber ganado ya, y supongo que ustedes, después de la cam-paña publicitaria tan profusa llevada a cabo, no se conformarán con una victoria de antemano. Pero como todo, Su Majestad escoja.

Título: “Millenium”

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Carlos Castillo Rodríguez

Cumbres borrascosas se coló en mi vida un mes de julio a la orilla del mar. Los páramos

de Haworth y un pueblecito costero del Mediterráneo andaluz en plena explosión estival, ¡qué mundos tan alejados! El flechazo fue fatal.

Emily Brontë, una joven genial, arrebatada, creado-ra de la historia de amor definitiva (nuestros Catherine y Heathcliff), la virgen inmaculada que da a luz a un universo demoníaco, salvaje y desgarrador, ¡un espí-ritu romántico!, dicen algunos críticos. Mil y diez mil veces, SÍ. ¿Pero es eso todo? ¿Acaso arrancamos los cinco últimos capítulos y nos los tragamos? ¡Que apro-veche! Pero, ¿qué hacer con La Granja de los Tordos, la cruz de Cumbres, su universo de sábana limpia y césped bien cortado, tan presente en la obra? Desha-cernos de él no será tarea tan sencilla, no nos valdrá el desgarrón, tendríamos que aplicar la tijera con la maestría del censor.

Pero, ¿a qué tanto escándalo? Admitamos que Cum-bres no es nada sin La Granja, que forman dos enti-dades complementarias a la espera de disolverse en una síntesis definitiva. Que si la pasión de Heathcliff y Catherine nos arrebata, la de Hareton y Catherine hija no nos deja indiferentes. Y lo que es más importante, que Brontë, la escritora y su mundo, ha de explicarse atendiendo a la totalidad de su obra.

Emily, mujer escritora en tiempos victorianos pero de espíritu hondamente arraigado en el período ante-rior, nadará entre dos aguas, no podrá dejarse llevar por las efusiones románticas sin dejar de proponer una solución a la vida, aquí y ahora. Así, os guste o no, Cumbres es una novela de final feliz. Por cada suspiro y lágrima de Heath y Cathy (cada uno de los cuales bendigo puntualmente como oraciones sagradas) os diré: ¿acaso vuestro corazón no saltó de alegría cuando las ásperas grosellas del jardín fueron sustituidas por flores fragantes?

Dos palabras más, algo acerca de la creación poé-tica. Furor divino, inspiración sobrenatural, ¡el genio! Todas cosas muy útiles para empezar a volar, pero de-cidme, ¿no se derriten como la cera si no son impul-sadas por las consistentes alas del arte de escribir? Nuestra Brontë es todo un ejemplo de saber hacer

poético. La historia se nos cuenta en un corto plazo de tiempo (diciembre de 1801 – septiembre 1802) a través de un viajero (Lockwood) totalmente ajeno a la historia, que visita las Cumbres. Sus propias investi-gaciones y especialmente el relato que le hace la Sra. Dean, ama de llaves de Cumbres durante años, des-velan la historia de dos familias (Earnshaw y Linton) desde 1771. Lockwood, por su propia superficialidad, y Nelly Dean, cada vez más caprichosa conforme avanza el relato, nos hacen perder la confianza y van dejando paso a una pluralidad de voces narrativas. Así, Brontë va quitando los apoyos que servían para comprender la historia y deja al lector solo ante el peligro, obligado a tomar sus propias decisiones. ¿Pensábamos, quizá, que esta obra monumental no necesitaba de un profuso andamiaje, que la belleza es ingrávida, que se mantie-ne en el aire sustentada únicamente por el débil pulso de la espontaneidad?

Si este artículo ha de tener alguna lógica interna, que sea esa línea de pensamiento que complemente la perspectiva de cierta crítica romántica. Creemos que ésta (a la que no dejamos de reconocer grandes acier-tos) no hizo justicia al palpable influjo del espíritu victoriano en Cumbres Borrascosas y al extraordinario oficio narrativo de Emily Brontë.

Foto: Pablo Topolevsky

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Ángel M. Remis Saucedo

Existe una tendencia generalizada en la que los lectores menos susceptibles no alcanzan a

acertar qué está sucediendo en el presente de la lite-ratura, tanto a nivel hispanoamericano como europeo y mundial. No es de extrañar. No hace falta más que cen-trarnos en un solo ejemplo para intentar comprender el contexto. En el caso de la literatura latinoamericana los grandes maestros, a raíz del descubrimiento de que el oficio de escritor podía ser también una profesión bastante rentable, han sabido sacar buen provecho de los éxitos comerciales. Lejos quedan aquellos años de la segunda mitad del siglo XX donde los escritores his-panoamericanos, necesitados de una nueva forma de expresión, emprendían viajes hacia Europa para enta-blar contacto directo con el movimiento surrealista.

El descubrimiento de que más allá de los sueños individuales existía una conciencia común, ancestral, una herencia plasmada en los códices precolombinos mezclados con las crónicas de los conquistadores, re-legó al surrealismo europeo, surgido en el periodo de entreguerras, al mostrar que era más rico el mundo de los sueños al mezclarlo con la realidad, dando como resultado lo que hoy llamamos Realismo Mágico. Los descendientes nutridos del mestizaje encontraron así una manera propia con la que narrar el presente del continente, en un momento en que el auge de las dicta-duras políticas convirtió la palabra en una herramienta infinitamente preciada y maleable, de manera que con un lenguaje rico y colorista, donde se funde la realidad narrativa con elementos fantásticos y fabulosos, daba rienda suelta a la inventiva para saltar por encima de la censura.

Hay que aclarar que en la producción del Boom de la literatura latinoamericana no todo es Realismo Mágico. Si bien es cierto que los autores que no ex-plotan el género están inmersos dentro del auge del movimiento, también es necesario incidir en que sus obras son de una narrativa apegada a la realidad más

dolorosa del continente, de sus guerras civiles, golpes de estado, desfalcos financieros, persecuciones y ge-nocidios. Prueba fehaciente y palpable nos dejan los juegos con las formas de Cortázar, la inventiva, sen-sibilidad y denuncia de Benedetti, y los análisis his-tóricos, políticos y sociales de Galeano, por nombrar algunos.

Cuando España y el conjunto de Europa atravesa-ron la etapa de posguerra se encontraron en un nuevo planteamiento filosófico. El existencialismo que se im-puso en el viejo continente tras la contienda mermó los corazones y las ilusiones de la sociedad. En España parecía que toda obra debía pasar previamente por la sala de corte y confección para eliminar las rebabas que pudieran quedar a los libros que después se edita-ban. América no era tan distinta, pero seguía su propia dirección. Quizá allí resida la respuesta al porqué en un momento determinado todo un continente a través de la literatura pudo conquistar al público que necesi-taba recobrar la fantasía de los colores del prisma de cristal a trasluz en un ambiente marcado por el gris de los edificios derruidos.

“ ¿Qué es la historia de América Latinasino una crónica de lo maravilloso en lo real?” El reino de este mundo, Alejo Carpentier

Foto: Misha Gordin

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Si hay algo característico de la literatura hispano-americana es que quienes la escriben son primordial-mente criollos, al igual que los que comandaron la independencia de las antiguas colonias y el posterior sistema económico y político de las respectivas repú-blicas. El sueño bolivariano de la unión continental de América Latina quizá no se haya cumplido en tratados internacionales ni en pactos de cooperación, aunque existe otro lazo impalpable aún más firme, el de las le-tras, que unidas, han despertado las antiguas músicas de los dioses muertos para tomar conciencia propia y hablar una lengua común donde reconocerse.

Pero quizá sea tiempo de dejar de imitar. Cuando a un lector se le pregunta por un título de literatura his-panoamericana no es de extrañar que sugiera al primer intento obras de la Generación del Boom, donde inme-diatamente se sumerge en mundos fantásticos, desde un Aleph bajo la escalera en el sótano de la Argentina de Borges, pasando por las cumbres de las montañas de una civilización que cimentó su cultura sobre las alas del Cóndor que planea entre las corrientes hela-das de las nubes peruanas, hasta llegar a los campos yermos de Rulfo. Pero nada más. Quizá la pregunta, para evitar repeticiones monótonas de nombres pro-pios y títulos archiconocidos, sería ¿qué está pasando con la literatura latinoamericana actual?

La respuesta es complicada por la multiplicidad de acotaciones que se derivan, pero podríamos decir que no es muy distinto el panorama del que se vive en Europa. Afortunadamente nos hallamos en un tiempo inmejorable para la lectura, donde cada vez aparecen nuevos títulos y nuevos autores, pero ¿qué nos deja esta masificación? Indudablemente escritores que uti-lizan el lenguaje con una capacidad envidiable; inclu-so, de vez en cuando, buenas historias. Pero, en defini-tiva, muy poca literatura, lo que incrementa nuestras ansias de encontrar ese faro guía que nos conduzca entre los laberintos de las librerías a esos libros que nos ofrecen un mensaje profundo que nos cuestiona y que no asimilaremos sin esfuerzo.

Al llegar a las puertas del nuevo siglo dos movi-mientos elevan sus voces con aliento renovado en esta nueva era en la que los sentimientos ultrapatrióticos se difuminan. Cuando a mediados de los noventa Chile se alejaba a gran velocidad de la dictadura para entrar en el neoliberalismo desbordado, el movimiento Mc Ondo apostó por que la literatura dejase de ser un sistema regulado por el conocimiento para convertirse en un valor de mercado, donde no importa cuánto se lea una obra, sino la cantidad de ejemplares vendidos y la presencia del autor en los medios de comunicación; tendencia, al parecer, nunca mejor llamada globali-

Ángel M. Remis Saucedo

zada, donde los temas que priman en el panorama son plásticos, fáciles, monótonos, todos ellos enmarcados dentro de la cultura Pop y la literatura digestiva para después del café.

Sin embargo, al mismo tiempo en el norte del conti-nente surge un movimiento distinto conocido como el Crack mexicano, la Generación del Crack, que como su nombre sugiere es el sonido del rompimiento, esta vez con lo preestablecido; ya no se pretende rebuscar regionalismos para exportar, sino tomar como base y escuela a los autores precedentes pero sucediéndoles sin conformarse con imitarlos.

Charles Robert Darwin en El origen de las es-pecies por medio de la selección natural, expli-caba que a causa de la disponibilidad de alimentos, los jóvenes miembros de las especies compiten por la supervivencia. Los sobrevivientes darán lugar a una nueva generación que incorporará variaciones natura-les favorables, que a su vez trasmitirán a través de la herencia, provocando, en términos adaptativos, la me-jora de cada generación con respecto a las anteriores.

Ahora queda esperar que el tiempo y la calidad de las obras de las nuevas tendencias hablen por sí mis-mas. Escuchemos con atención los ecos empujados por el viento que nos llegan de ultramar y mantengamos la mirada alerta y curiosa, porque desde lo más profundo del continente hermano comienzan a andarse los pri-meros pasos de una nueva era. Es sólo evolución.

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Mario Benedetti

Nunca se consideró un exiliado político. Había abandonado su tierra por un extraño impulso que

se fraguó en tres etapas. La primera, cuando lo abordaron sucesivamente cuatro mendigos en la Avenida. La segun-da, cuando un ministro usó la palabra Paz en la televisión e inmediatamente comenzó a temblarle el párpado derecho. La tercera, cuando entró a la iglesia de su barrio y vio que un Cristo (no el más rezado y colmado de cirios sino otro alicaído, de una nave lateral) lloraba como un bendito.

Quizá pensó que si se quedaba en su país se iba a desesperar a corto plazo y él bien sabía que no estaba hecho para la desesperación sino para el vagabundeo, la independencia, el modestísimo disfrute. Le gustaba la gente pero no se encadenaba. Se entretenía con el paisaje pero al final se empalagaba de tanto verde y añoraba el hollín de las ciudades. Saboreaba las tensio-nes metropolitanas pero llegaba un día en que se sentía cercado por los imponentes bloques de cemento.

Así como había vagado por las calles y los caminos de su tierra, empezó a vagar por los países, las fronteras y los mares. Era terriblemente distraído. A menudo no sabía en qué ciudad se encontraba, pero no por eso se decidía a preguntar. Simplemente seguía caminando, y, en todo caso, si se equivocaba, no le importaba salir del error. Si precisaba algo, ya fuera para comer o para dor-mir, disponía de cuatro idiomas para buscarlo y siempre había alguien que lo comprendía. En el peor de los ca-sos, le quedaba el esperanto de los gestos.

Viajaba en ferrocarril o en autobús, pero normalmente lograba que lo recogieran en algún auto o camión. Inspi-raba confianza. La gente le creía las cosas más absurdas, y no se equivocaba, porque todo en él era un poco absurdo. Por lo común andaba solo, y era lógico, ya que ningún hombre ni, menos aún, ninguna mujer, habría sido capaz de soportar tanta incuria y tanto desorden.

Cuando pasaba por una frontera, mostraba el pa-saporte con un gesto displicente o mecánico, pero in-mediatamente se olvidaba de qué frontera se trataba. Permanecía poco tiempo en el centro de las ciudades. Prefería los barrios marginales, donde se llevaba bien con los niños y los perros.

A veces surgía algún detalle que le servía de orien-tación. Pero no siempre. Una mañana se halló junto a un canal y creyó que estaba en Venecia, pero era Brujas. Confundir el Sena con el Rin, y viceversa, le ocurrió por lo menos en tres ocasiones. No llevaba brújula sino que se orientaba por el sol, pero cuando le tocaban días tor-mentosos, de cielo oscuro, no tenía la menor idea de dón-de quedaba el norte. Y eso tampoco lo afectaba, ya que no tenía preferencia por ninguno de los puntos cardinales.

Cierto mediodía se enteró de que caminaba por Hel-sinki porque vio una cabina telefónica que decía PUHE-LIN. Era uno de sus escasos datos sobre Finlandia. Otro día sintió un alarmante tirón de hambre en el estómago y extrajo de su morral un poco de queso; cuando masticaba con fruición advirtió que se había recostado a una colum-na que le trajo el recuerdo de las de mármol pentélico que había visto en alguna foto del Partenón, y claro, a partir de esa asociación se dio cuenta de que efectivamente es-taba en la Acrópolis. Sí, era terriblemente distraído. En una ocasión nevaba y para protegerse del frío se metió en las galerías comerciales del moderno subsuelo de Les Halles. Cuando, un semestre después, emergió de otras galerías subterráneas en pleno centro de Estocolmo, se alegró sinceramente de que ya no nevara.

De vez en cuando iba a los aeropuertos, pero casi nunca viajaba en avión, entre otras cosas porque, des-pués de presentarse en el mostrador correspondiente y despachar su liviano equipaje, se iba a la terraza a ver cómo despegaban y aterrizaban las grandes aeronaves y no prestaba la menor atención a los altavoces, que repetían su nombre con insistencia.

En cierta ocasión, sin embargo, y vaya a saber por qué extraño mecanismo, permaneció junto a la puerta de embarque y subió confiadamente al avión con los demás pasajeros. Cuando llegó a destino y mostró su pasaporte, tan displicentemente como de costumbre, un funcionario de emigración lo miró con atención y le dijo: <Venga conmigo.> Él lo siguió mansamente por un corredor desierto. Cuando llegaron a una puerta con un letrero Prohibido el paso, el funcionario la abrió y lo conminó a entrar. Así lo hizo desprevenido. Pensó acercarse a una mesa que había en el centro de la ha-bitación, pero de improviso no vio nada. Alguien, desde detrás, le había colocado una capucha. Sólo entonces comprendió que, de puro distraído, se encontraba de nuevo en su patria.

* Editorial Alfaguara. Cuentos Completos. Mario Benedetti. 2005

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Trabajo desde hace años en la UNESCO y otros organismos internacionales, pese a lo cual con-

servo algún sentido del humor y especialmente una notable capacidad de abstracción, es decir, que si no me gusta un tipo lo borro del mapa con sólo decidirlo, y mientras él habla y habla yo me paso a Melville y el pobre cree que lo estoy escuchando. De la misma maneta si me gusta una chica puedo abstraerle la ropa apenas entra en mi campo visual, y mientras me ha-bla de lo fría que está la mañana yo me paso largos minutos admirándole el ombliguito. A veces es casi malsana esta facilidad que tengo.

El lunes pasado fueron las orejas. A la hora de en-trada era extraordinario el número de orejas que se desplazaban en la galería de entrada. En mi oficina encontré seis orejas; en la cantina, a mediodía, había más de quinientas, simétricamente ordenadas en do-bles filas. Era divertido ver de cuando en cuando dos orejas que remontaban, salían de la fila y se alejaban. Parecían alas.

El martes elegí algo que creía menos frecuente: los relojes de pulsera. Me engañé, porque a la hora del almuerzo pude ver cerca de doscientos que sobre-volaban las mesas con un movimiento hacia atrás y adelante, que recordaba particularmente la acción de seccionar un bife. El miércoles preferí (con cierto em-barazo) algo más fundamental, y elegí los botones. ¡Oh espectáculo! El aire de la galería lleno de cardúmenes de ojos opacos que se desplazaban horizontalmente, mientras a los lados de cada pequeño batallón horizon-tal se balanceaban pendularmente dos, tres o cuatro botones. En el ascensor la saturación era indescrip-tible: centenares de botones inmóviles, o moviéndo-se apenas, en un asombroso cubo cristalográfico. Re-cuerdo especialmente una ventana (era por la tarde) contra el cielo azul. Ocho botones rojos dibujaban una delicada vertical, y aquí y allá se movían suavemente unos pequeños discos nacarados y secretos. Esa mujer debía ser tan hermosa.

El miércoles era de ceniza, día en que los procesos digestivos me parecieron ilustración adecuada a la cir-cunstancia, por lo cual a las nueve y media fui mohino

Julio Cortázar

espectador de la llegada de centenares de bolsas lle-nas de una papilla grisácea, resultante de la mezcla de corn-flakes, café con leche y medialunas. En la can-tina vi cómo una naranja se dividía en prolijos gajos, que en un momento dado perdían su forma y bajaban uno tras otro hasta formar a cierta altura un depósito blanquecino. En ese estado la naranja recorrió el pasi-llo, bajó cuatro pisos y, luego de entrar en una oficina, fue a inmovilizarse en un punto situado entre los dos brazos de un sillón. Algo más lejos se veían en análogo reposo un cuarto de litro de té cargado. Como curioso paréntesis (mi facultad de abstracción suele ejercer-se arbitrariamente) podía ver además un bocanada de humo que se entubaba verticalmente, se dividía en dos traslúcidas vejigas, subía otra vez por el tubo y luego de una graciosa voluta se dispersaba en barrocos re-sultados. Más tarde (yo estaba en otra oficina) encon-tré un pretexto para volver a visitar la naranja, el té y el humo. Pero el humo había desaparecido, y en vez de naranja y el té había dos desagradables tubos retorci-dos. Hasta la abstracción tiene su lado penoso; saludé a los tubos y me volví a mi despacho. Mi secretaria lloraba, leyendo el decreto por el cual me dejaban ce-sante. Para consolarme decidí abstraer sus lágrimas, y por un rato me deleité con esas diminutas fuentes cristalinas que nacían en el aire y se aplastaban en los biblioratos, el secante y el boletín oficial. La vida está llena de hermosuras así.

* Editorial Alfaguara. Cuentos Completos. Julio Cortázar. 2005

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Habrían transcurrido unas 2 semanas desde que ella me dio una patada en el culo. El diablo

(encarnado en la esbelta figura de una amiga común) tuvo la perversa idea de celebrar su fiesta de cumplea-ños. Estarían invitados todos los que por entonces for-maban el grupo fijo de aburridos sin salvación. Yo me podía incluir en ellos, aunque por entonces el cataclis-mo de la ruptura me hacía sentir en medio de ningún sitio. No era difícil adivinar, que en caso de que me de-cidiera a ir, era prácticamente inevitable coincidir con ella. Imagino que no lo pensé, o que no lo quise pensar o hasta tenía la esperanza de que todo aquello sirviera de alguna manera para reconciliarnos o algo parecido. Qué extrañas ideas se nos imponen en momentos des-esperados. Lo cierto es que acudí a la cita.

Las imágenes de aquella noche están tatuadas en algún rincón de mi cerebro, de forma ordenada pero entrecortadas como si el aparato punzante dejase de funcionar a intervalos y cada vez que volviera a ha-cerlo atacase de forma más intensa, arrancando gotitas de sangre de los tejidos, cada vez mayores, más oscu-ras, emitiendo un olor metálico. Lo recuerdo como el viajero de tren que, agotado y vencido por el sueño, cabecea arrullado por el movimiento monótono y se despierta inquieto en cada estación en la que la má-quina se detiene. De tal manera que si su mujer le preguntara cómo había ido el viaje, sólo podría con-testar de forma automática la sucesión de nombres de los lugares en que se despertó sobresaltado. Por tanto, solo cuento con una serie de escenillas tragicómicas que mi mente me presenta como aquello que sucedió aquella noche.

Escena 1ªXY (protagonista absoluto de la historia) llega a casa

de la Marquesa (llamemos así a la anfitriona). Exultan-te, pero con una mueca de reproche, pregunta la razón de su retraso. Él masculla una excusa y logra penetrar

en la habitación. La gente se encuentra dispuesta en grupos separados, aunque interconectados por el mo-biliario: una gran mesa en el centro con platos, vasos y sustancias de colores, una gran estantería dentro de la que se incrusta el aparato de música y sillas dis-puestas por aquí y por allí. Ahora viene lo difícil, la integración. Fuerza una estúpida sonrisa y se sumerge en la fiesta. La noche promete ser larga.

Escena 2ªXX hace aparición. Aparece magnífica, intimidan-

te. Da ligeros golpecitos en algunos mechones de su pelo, a la izquierda, a la derecha. XY, que la percibe al instante (su amor había alcanzado tal grado de sutileza que era capaz de detectar su presencia mucho antes de que sus sentidos lo testimoniaran), se rebulle inquieto en la silla. Se siente menguar hasta alcanzar el tamaño de la corteza color fosforescente que hace un instante se encontraba al lado de su zapato. Ahora es un enor-me objeto, que a esa distancia, emite un olor a queso que da náuseas.

-¿Pero de dónde había sacado aquel traje? ¿Pero desde cuándo usaba trajes?

Escena 3ªXY, de pie, charla con una chica muy simpática.

Nunca habían cruzado más de dos palabras, pero en esta ocasión él daría cualquier cosa porque no dejara de hablarle. No sabría dónde meterse. Además, ella cuenta cosas muy interesantes: cómo se cambió de ca-rrera, algo sobre la UNED...

Escena 4ªXY y XX se encuentran sentados en sillas conti-

guas. Cruzan unas palabras. Él imagina que son dos inmundos microorganismos observados por un micros-copio. El resto de los invitados hacen cola impacien-tes, divertidos para colocar su ojo sobre el objetivo.

¡ Y pensar que he malgastado años de mi vida,que he deseado morir, que he sentido mi amor más grande,por una mujer que no me gustaba, que no era de mi género!Por el camino de Swann, Marcel Proust

Carlos Castillo Rodríguez

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NARRATIVA

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Escena 5ªSe ha hecho la oscuridad. En un golpe de efecto, tan

del gusto de la Marquesa, ha decidido apagar las luces. Ahora la anfitriona juega a maquillar la cara de uno de los invitados, que, por otra parte, se deja hacer, obedien-te. Eran ese tipo de escenas tan empalagosas las que ha-cían sufrir a XY terriblemente. De repente, la Marquesa se dirige a XX: -¿Qué tal si pongo tu canción?

Se puede percibir un breve espejeo en los ojos de él, que se tornan acuosos por la emoción. -¿Pero podía ser cierto? ¿Iban a poner nuestra canción? XY sintió un imperioso arrebato de agradecimiento hacia la Mar-quesa. -¿Así que era eso, estaba todo pensado, cuida-dosamente planeado para que por fin nuestras miradas se volviesen a encontrar, se reconociesen y todo vol-viese a ser como nunca debió dejar de haber sido? La anfitriona se levanta, introduce el CD...

-¿Pero qué ocurría? No, no, no es ésa la canción. ¿Recuerdas, comenzaba con un piano y aquella melo-día que nos sabíamos de memoria? En fin, no era una gran canción, pero al menos era nuestra. No se movía nadie. Sólo se escuchó el leve gemido de aprobación, de placer que emite XX ante los primeros acordes. -Ummm, Ana Belén.... Parece extasiada, traspasada por un placer eléctrico, que le hace entornar los ojos. XY tarda unos segundos en reaccionar. Experimentó el es-tremecimiento que tuvo que embargar a Newton cuando colocó la última pieza del puzzle de su teoría astronó-mica. Aquello era demasiado. Estaba totalmente des-bordado, no podía contener la avalancha de emociones que golpeaban su estómago. Pensó en el harakiri, aquel asco desgarrador se abría paso entre sus vísceras, como una hoja de acero mal afilada. Y él no contaba con na-die que pudiera cortarle la cabeza para acabar con el sufrimiento. Giró la cabeza a un lado y a otro. Ahora era cuando todo el mundo se volvería hacia él, y mos-trarían sus fauces abiertas en una horrible carcajada, aquella que estuvieron conteniendo toda la noche. Pero no, todos mostraban una expresión beatífica, no sabía si de servilismo hacia la Marquesa o de respeto a aquel engendro musical. Bueno, ya había tenido suficiente. La velada, contradiciendo sus pesimistas predicciones, había sido sumamente esclarecedora.

Escena finalEra una de aquellas noches de no-luna, sólo las fa-

rolas escupían una mezquina porción de luz lechosa sobre el solitario paseante. XY enfiló la calle de forma automática, mientras un par de gotitas de sudor resba-laban juguetonas desde su axila izquierda hasta el codo, donde faltas de la energía suficiente para continuar por el antebrazo se arrojaron al suelo valientemente, esas dos pequeñas suicidas. Cuando llegó hasta el muro,

sucio, maltratado, lo acarició con infinita ternura, para después dejar resbalar su mano por él. La palma adqui-ría un tono pálido, harinoso, salpicado de sospechosas partículas. Era bonito compartir con ese viejo amigo su esencia de color, sus incrustaciones inmundas.

Unos cuantos cipreses se asomaban por encima del muro, curiosos, atentos siempre al espectáculo exte-rior, normalmente más entretenido que la triste mono-tonía del yermo en que les había tocado vegetar. Justo antes de doblar la esquina, las náuseas doblaron su cuerpo en convulsiones. Penetró en el recinto, casi de puntillas. Era estúpido no tratar de hacer ruido, pero en fin, es la costumbre. La oscuridad casi absoluta era atravesada por la luz que irradiaban pares de ojos fe-linos, que espiaban los movimientos de aquel extraño ser invasor. XY tropezaba con todo lo que encontraba a su paso. Tiestos rotos, flores pisoteadas, su cuerpo por tierra. Un débil farolillo colgaba tímidamente, ilu-minando el terreno donde se desarrollaban las obras de ampliación del cementerio. Hincó las rodillas en tierra. Soñaba con que tenía 5 años y que jugaba en la arena de la playa con sus hermanos, con sus primos.

¡Tenemos que hacer un agujero enorme para que las olas no destruyan el castillo! Aullaban los chiquillos presa de un miedo atroz, a la vez que de una voluntad firme. Hundía las manos, acariciando los terrones que se le escapaban entre los dedos. La tierra expulsaba un olor húmedo, cálido y acogedor.

Horas después sentía los brazos aturdidos, insensi-bles. Fue una agradable sensación de armonía. Cuerpo y alma habían encontrado un estado común, de ador-mecimiento absoluto. Bajo sus rodillas se extendía un agujero cavernoso. Se dejó caer cuidadosamente, apo-yándose en sus brazos temblorosos. Se acurrucó, feliz. Entonces, apreció el rumor de voces, primero lejanas, después muy próximas. Sonreía, -menos mal que no se han retrasado. Más arriba, los invitados a la fiesta movían la cabeza afirmativamente, mirándose unos a otros. Entre todos ellos, destacaba la figura de XX, li-geramente adelantada, a la que el plano contrapicado que le dirigió XY daba un aspecto de ser descomunal. Él le regaló una mirada suplicante, como de chico que espera la aprobación materna. Por respuesta, recibió entre las cejas el impacto de una piedra que XX arrojó con desprecio brutal. Todo el coro se sumó a la orgía. A manos llenas, en frenéticos abrazos, lanzaban al inte-rior montones de tierra. Inicialmente, un manto oscuro recubría levemente su cuerpo, su movimiento respira-torio estremecía las partículas. En unos segundos, el espesor ya no dejaba traslucir agitación ninguna.

XY, sentado a la derecha del Padre

Carlos Castillo Rodríguez

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NARRATIVA

13No hay nada más difícil que enfrentarse a un folio

en blanco, al menos para alguien que suele decir pese a la vergüenza o fortuna de no haber publicado nada, que es escritor. Uno se queda observando las piruetas del humo del cigarrillo apoyado en el cenicero como intentando escuchar una voz mágica que rompa el he-chizo del silencio y devuelva la mirada perdida en el limbo al presente y los objetos que tenemos delante. Sucede que a veces no pasa nada.

He de reconocer que me pasa a menudo, más de lo que debiera estar permitido por ley. En esas ocasiones salgo de casa a buscar historias; mejor dicho, salgo a cazar historias si me permiten el juego de palabras. Entonces ocurre también que no las encuentro y la serpiente depresiva se muerde la cola finalizando o comenzando, según se prefiera, la rotación cíclica.

Por suerte estos ciclos tienen fecha de caducidad. Nunca se sabe con certeza cuándo terminarán, pue-den ser días, semanas, incluso meses en los casos más críticos, pero un buen día, nunca mejor dicho, me le-vanto de la cama con ganas de cambiar las cosas, de obligarme a cambiarlas. Entonces todo se ve con una luz distinta, una luz otoñal, no de esas grises que nos venden en los anuncios para comprar chaquetas an-tes de que caiga el diluvio universal, sino esa luz de mañana lluviosa, de pequeñas gotas, en que el sol nos acaricia y las gotas diminutas se aferran a nuestro pelo y piel sin escurrirse hasta que son cientos. Es en esos días en que hago una “oleada de limpieza”.

Abro los cajones, plancho las camisas que lavé hace quizá un mes, limpio el escritorio y comienzo a leer los millares de papelitos con información que consideré importante o no me acordé de tirar. Recibos del banco donde veo la fecha de últimos del mes pasado cuando me preocupaba porque quedaban diez días para cobrar y no me quedaba nada en la cuenta, teléfonos de infor-mación a los que nunca llamé, folletos y programas de conciertos y teatro y, muy de vez en nunca, el teléfono que logré sacarle a una chica que nunca aceptó ir a tomarse una copa conmigo.

Hace más o menos un año tuve una de las más gran-des etapas de cambio. Estaba harto de no poder escri-bir y salí a la calle a cazar historias. Recordé aquello del tesón y me propuse escribir algo, lo que fuese, tan solo para demostrarme que aún sabía estampar mi nombre en una servilleta.

Por la mañana desperté temprano, casi sin luz del sol, hacía un frío horrible pero lo maté con un café antes de que él se aferrara a mis huesos y tuviese que volver despavorido a la calidez de las sábanas. Lim-pié todo el piso, doblé la ropa que tenía colgada en el tenderete y con un esfuerzo inmenso leí uno por uno los papelitos esparcidos por toda mi habitación y llené una bolsa entera de información innecesaria. Por fin salí a la calle y me encontré con esa luz especial del otoño, la que deprime a mucha gente pero que a mí me impulsa, no sé, es como estar en mi ambiente.

La mañana era fría aún a las diez de la mañana, con ese frío maldito que se ríe de uno cuando nos ve disfrazados del muñeco de Michelín tras la bufanda, el abrigo, el jersey, la camisa y la camiseta que de nada nos calientan. Pero eso señores míos, es lo que más me gusta; el aire frío mezclado con el humo del tabaco hinchando mis pulmones. Pareciera que nunca fuma-mos de verdad hasta que llegan las olas de frío polar.

Pensé que sería un buen principio tomar otra dosis de cafeína en la cafetería que más me gusta. Esa que está cubierta de madera casi completamente. Será mi locura pero me siento reconfortado al verme rodeado de vigas antiguas, es como estar en casa, en la de mis padres, digo, mi piso está cubierto de yeso y dudo que tenga más madera que la del aglomerado de los mue-bles horrorosos que lo decoran.

Iba tan feliz por la calle pensando estas y muchas más tonterías cuando sin presentirlo, justo en la es-quina próxima a la cafetería, donde todo el mundo te observa desde las ventanas enormes donde me gusta sentarme para ver a la gente pasar, que pisé unos milí-metros, quizá menos, de hielo de la noche anterior que al contacto con el rocío de la mañana se convirtió en mi trampa mortal y mayor vergüenza.

Si alguien hubiese tomado una fotografía en el pre-ciso instante en que mis pies quedaron a la altura de mi cabeza y giré completamente para pegar con la espalda en el asfalto, seguramente abría conseguido empleo en un periódico como fotógrafo en la hipotética sección de estupideces citadinas.

No sé qué pasó primero, si intenté levantarme y gri-tar fuera de mí a Dios las mayores blasfemias, o la mano misericordiosa que se presentó pronta a auxiliar-me cuando volví a derrapar y caer de rodillas. Enton-ces ya no tenía ganas de gritar, no tenía ni siquiera voz.

Ángel Remis

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Se escondió muy dentro de mi estómago en un berrido ahogado que despertó un olor seco como el que percibía de niño al golpearme la cabeza cuando caía de un árbol o en mis intentos de aprender a deslizarme en patines.

La mano venía acompañada de una sonrisa incontenible por parte de su dueña. Era apenas perceptible la son-risita, pero me empequeñecía como la mayor carcajada, así que no tuve más remedio que reír para no parecer un idiota, o más idiota.

Son estas grandísimas incongruencias las que me hacen dudar acerca del destino. Suelo desplazarlo al baúl de las creencias vanas, pero estas causalidades logran hacerme dudar.

Esa mano no sólo me ayudó a levantarme del charco que quedó seco después de ser completamente absor-bido por mi pantalón, sino que me sostuvo y acompañó hasta el banco más cercano para po-der valorar si el dolor era como para ir al médico o tragármelo como mi orgullo recientemente destronado. Ella se sentó junto a mí y preguntó lo de siempre “¿Estás bien?, ¿te duele mu-cho?, ¿quieres ir al médico o no ha sido tan grave?” Amable-mente le dije que no era nada, solo lo aparatoso de la caída, mientras que en mi interior una vocecilla me decía: “tío, seguro que te rompiste algo”.

Ella volvió a reír y esta vez la coreé con ganas sinceras, no podría haber soportado el do-lor sin un poco de humor. Fue después de llevar mis manos a las rodillas y lanzar un quejido que al ver su rostro preocupa-do descubrí que era hermosa. Entonces ya no me dolían tan-to las piernas. Le pregunté su nombre y respondió “Karen”, y le dije “Gracias, de verdad mil gracias”. Dijo que no había sido nada y si quería que me acompañase al hospital. Una lucecilla perversa y misteriosa salió de lo más hondo de mi ser y me susurró “Aprovecha la ocasión, está preocupada”, y yo, que suelo hacer caso a esta vocecilla que casi siempre me acaba metiendo en problemas, le respondí con un tono que hasta a mí me dio asco por su galantería: “Mejor te invito a un café que está más cerca y además me salvas del apuro de entrar y que todo el mundo se

Ángel Remis

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Ángel Remis

ría de mí”. Sabía que no podía haber sonado más cur-si, infantil e idiota, pero funcionó. Me tendió el brazo y juntos caminamos hasta los tres peldaños más grandes de toda mi existencia. El dolor subía conforme el agua de mis pantalones seguía enfriándose, pero resistí a toda costa con tal de poder tenerla frente a mí en la cafetería y sacarle el teléfono para cuando pudiese volver a andar.

Y es aquí donde esa cuestión del destino rompe mis más asentadas certezas. Resultó que Karen además de guapa era inteligen-te, lo cual no suele suceder en mi pequeño universo; le gustaba el cine, el teatro, la fo-tografía y, poco a poco, guiado nuevamente por esta perversa voz de mi interior, la fui llevando a mi terreno. Hablé como nunca de lo que mejor sabía y ella me seguía el ritmo, no me lo podía creer. Por fin tocamos el pun-to de la literatura y tras un par de ruegos por su parte para averiguar a qué me dedicaba –queda mejor que decir que casi se lo tengo que arrojar a la cara porque no pillaba las indirectas-, le dije que era escritor, vamos, que me gustaba escribir y que aún no había publicado nada pero que no perdía la espe-ranza.

Seguramente no me creyó porque a su ros-tro volvía la sonrisita con la que me levan-tó del suelo y me preguntó: “¿qué escribes exactamente, sobre accidentes?”. La mandé al carajo en mis pensamientos y le devolví la sonrisa. Resultaba que la señorita se reía de mí después de que casi me rompía las pier-nas. Decidí no levantarme y dejarla clava-da en el sitio, primero porque me dolían las rodillas de solo pensarlo, y segundo porque me había hecho gracia la broma y realmente me gustaba.

Seguimos hablando de música, de pelícu-las que nadie ve pero que casualmente nos gustaban a los dos y de mil tonterías más que por su simpleza soy incapaz de recordar en estos momentos. Mientras discurríamos por más películas y más y más directores yo iba maquinando un cuento que escribir. Se había abierto la caja de la invención y me imaginaba las letras cayendo como la lluvia fuera de la cafetería sobre un folio en blan-co, llenando los renglones de intensidad y locura, tenía ya pensado el argumento del nuevo escrito cuando de repente callé y dije: “No”. Karen se quedó mirando mis ojos per-

didos en el espacio que los separaba de las vigas del techo y preguntó “¿Qué?” Volví a decir “No, esta vez no”. Cuando descubrí que me miraba como si estu-viera loco y antes de que cogiera su bolso y echara a correr sin la menor posibilidad en alcanzarla por mi momentánea invalidez le dije que no, que esta vez no escribiría una ficción sobre una chica maravillosa que se cruzaba en mi imaginaria vida llenando el espacio de felicidad, de nuevos y buenos sabores, de historias que quizá nunca fuesen reales. Le dije que prefería no matar a la magia de la vida y darme por una vez la oportunidad de no ser el esclavo de mi pasión y permi-tirle a la vida, a mi vida, vivir de verdad, vivir por una vez una historia verdadera fuera del papel, con todas sus consecuencias, aunque doliese. Creo que fue en-tonces cuando creyó que realmente escribía.

Me observó fijamente, escrutando la sinceridad de mis palabras en esta mirada mía que poca gente lo-gra sostener y solo dijo “De acuerdo”. No me lo podía creer, era demasiado bueno para ser verdad, quizá tan-to como para ser escrito. Cogió una servilleta y apuntó su teléfono. Después me besó en la mejilla y se despi-dió. Quedé sentado en el café con el pantalón mojado, las piernas adoloridas y mirando la servilleta como si todas las verdades del mundo estuviesen contenidas en unas cuantas letras y números.

Cuando me sentí capaz de levantarme pagué los ca-fés, salí lentamente y con el cuidado que los ancianos ponen a los escalones esperé un taxi para que me lle-vara a urgencias. Afortunadamente no era nada más que la inflamación aunada con el frío lo que me dolía tantísimo según dijo el médico.

Al volver a casa comencé a escribir sin detenerme, no lograba parar y las páginas se llenaban de palabras que formaban renglones, luego párrafos, después capí-tulos y finalmente cuentos.

Como es normal la llamé y volvimos a vernos en el mismo café, después en el teatro, en el cine, en recita-les y allí donde hubiese una excusa. Poco a poco des-cubrimos que los accidentes a veces traen consigo la suerte de encontrar a alguien maravilloso y, finalmente ,decidimos vivir juntos.

Ahora hace casi exactamente un año de nuestro pri-mer, y para mí patético encuentro. Lo sé porque me vuelven a doler las rodillas por el frío. El médico que me atendió en urgencias era sumamente incompeten-te, resulta que tras nuevas pruebas necesito operarme y que estaré algún tiempo sin andar, lo que me dará aún más tiempo para escribir, escribir ficciones, nunca más hechos reales, porque la magia de las historias verdaderas merece ser vivida, no imaginada.

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16 Muy buenas. ¿Usted es el escritor? El mismo. Mucho gusto. Adelante, está usted en su casa. Por aquí. Le agradezco que me haya atendido tan pronto, doc-

tor. Es muy amable. Tiene usted una consulta verda-deramente acogedora.

¿No me diga? Qué observador. A mí en cambio no me gusta demasiado. La encuentro, cómo decirle, un poco fría.

¿Fría? En absoluto: me parece un lugar perfecto para trabajar.

¿Para que trabaje quién? ¿Usted o yo? Pues no sé... Me imagino que usted. O yo. No sé. Ajá. Desvístase. ¡Pero si ni siquiera me he tumbado! Correcto: veo que tiene método. Túmbese, enton-

ces. Y desvístase. De acuerdo, de acuerdo. Hoy en día todos los mé-

dicos son iguales. No se toman su tiempo. Ape-nas reflexionan sobre lo que ven. Auscultan y al siguiente.

No me parece el mejor momento para discutir esa cuestión. Y tampoco lo veo a usted en situación de exigir mucho. Pero permítame puntualizar que, con los tiempos que corren, lo difícil es encontrar pa-cientes especiales. Es normal que uno vaya deprisa: todos cuentan lo mismo.

¿Qué? Hombre, yo qué sé. Que si el amor se va pero siem-

pre vuelve, que si asesinan a alguien pero el plan se complica, que si hay que rescatar a una princesa...

No, no. Digo si qué: si me desvisto ya o qué. Ah, sí, perdóneme. A veces me distraigo. Eso me

pasa por darles conversación a los pacientes. En fin. Ahí tiene la camilla.

Hace un poco de frío, de repente... ¡Ah! ¿Lo ve? ¿No le decía yo? Qué bien, doctor. Parece que nos vamos entendiendo. Eso ya lo veremos. De momento, quítese la ropa.

Andrés Neuman

Vale. Pero dése la vuelta. Vale. Pero no me entretenga y vayamos al asunto. Ya está. ¿Ya está? Sí, doctor. ¿Podemos empezar, entonces? ¿O todavía quedan

más introducciones? No, doctor. Creo que ha estado bien así. Crear un

mínimo de expectativa es importante, pero más de-licado aún es no caer en la retórica. Yo diría que el clima está razonablemente conseguido. Ahora po-demos pasar a exponer el asunto.

Muy bien: ¿cómo se siente? No me haga esa pregunta tan directamente, se lo

ruego. Debo hacérsela. Sí. Pero es incómoda. Pues lo lamento mucho. Es mi papel. Dolor. ¿Cómo dice? Dolor. Explíquese. No puedo adivinar sin más. Tengo que

conocer los detalles. No estoy seguro de que sea pertinente, doctor. Al

menos, desde un punto de vista estético. Sé que hay autores prolijos. Yo me considero más bien tenso, contenido.

Si lo suyo es tensión, entonces el problema podría ser arterial. Si es contención, habría que revisarle los riñones.

Doctor, permítame decirle que detesto que me sim-plifiquen.

Pues será culpa suya. Explíquese mejor. Un dolor, le decía, un dolor sin fronteras. De tierra

a cielo, desde el mar al desierto. Continúe, por favor. Oh, preferiría no hacerlo. Temo que no se me en-

tienda. Eso les pasa a todos. Créame.

EN LA LITERATURA

TODOS SOMOS

PACIENTES

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Andrés Neuman

Sí. Pero yo soy yo. ¿Pero no estábamos en que su dolor no tenía fronte-

ras? Veo que presta usted atención a lo que digo, doctor.

Eso me consuela. Además, eso de que usted es nada más que usted

habría que pensarlo. Yo quería decir más bien que soy una frontera, que

uno es una frontera. Pero a la vez, o quizá por eso mismo, el dolor nos une. El dolor es la línea de con-tacto, el punto de sutura.

Es curioso. Ahora habla usted como un médico. Eso es normal, doctor. Forma parte de la consulta.

Tengo alguna experiencia. Tarde o temprano, suce-de. Me transformo, me asimilo. Yo era yo, uno es uno, hasta que llega otro, llega usted por ejemplo, y entonces usted ya no es el otro sino que en cierto modo se convierte en yo mismo. Al fin y al cabo usted también piensa que es solamente usted, y en esa mismidad estamos todos, tanto yo como usted, o viceversa.

Ejem. Me deja usted perplejo. Aunque lamento anunciarle que está a punto de enredarse. Se tra-ta de una patología bastante corriente, sobre todo durante el desarrollo del relato. Y le recuerdo que allí fuera tengo a muchos pacientes esperando. No tenía por qué atenderlo a usted. Fue sólo simpatía, o intuición. Pero todo tiene un límite.

¡Exacto! Suscribo la idea, doctor. Todos tenemos un límite. Y, como iba diciéndole antes, ese límite nos une...

...Nos une y nos separa. ¡Exacto! Precisamente ese es el problema. Cuánta

razón tiene, doctor, cuánto lo admiro. Bueno, en fin, muchas gracias. No creo que sea para

tanto. ¡De ninguna manera! Es usted extraordinario. Sien-

to que estoy en las mejores manos. Cualquier elogio es parco.

Caramba, me abruma usted... Sí, por qué no reco-nocerlo: son ya bastantes años, uno lee bastante, conoce muchos casos... Ejem, ¿le parece que prosi-gamos?

¿Proseguir con qué...? ¡Ah! Encantado. Pero no me malinterprete, doctor. La digresión era oportuna. Íbamos demasiado rápido hacia el desenlace. Una cosa es la eficacia, y otra bien distinta es la pobreza de recursos.

Si usted lo dice. Al fin y al cabo es su salud, no la mía.

No crea. ¿Cómo dice?

Lo mío, y no se extrañe, puede llegar a ser bastante contagioso.

No me diga. Pues le confieso que ya casi adivino toda su historia clínica.

No se imagina el alivio que me da escuchar eso. ¿Entonces tengo cura?

Bueno... Ejem... ¿Entonces no tengo cura? Verá, sería mucho más útil que nos refiriéramos al

mal, antes que a los remedios. ¿El mal? Un mal enorme. Todo el mal que nos cabe.

El de cualquiera. De tierra a cielo, créame. Desde el mar hasta el desierto. E incluso le propongo una variante: desde el pez hasta la duna.

Ya lo tengo: ¡metonimia! ¡Doctor, es usted un ser sensible! Y todavía hay

más. Escuche: siento un dolor aquí, en el centro de la garganta, que se expande nadando y escarbando. Unas veces forma olas, otras veces acumula arena. Si acumula arena, uno termina, ¡oh!, recluido en un castillo; si se han formado olas, el final nunca di-fiere demasiado de ahogarse. He ahí mi tragedia, ¿me comprende? He probado con todo: invitar al ahogado a cenar al castillo, obligar al rey a nadar

hasta una isla, insinuar que los náufragos se sal-van, simular que los peces se ríen como niños. Pero nada: el dolor sigue ahí, donde estaba al principio. Y entonces, volviendo al principio...

No siga, se lo ruego. ¿Pero por qué, doctor? Me notaba inspirado. Pues mejor espire. Y relájese. Si le soy sincero, ya

comienzo a sentir unos dolores aquí, en el costado. ¡Eso es algo magnífico, doctor! Puede ser. Pero mejor se viste y que pase el siguiente.

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1. Codirigiste la Revista Letra Clara de la Univer-sidad de Granada. ¿Qué experiencias te dibujan una sonrisa en el rostro y por el contrario cuáles te dejan el gesto serio?

Me gusta recordar el entusiasmo de planificar cada número, la emoción de contactar por carta con poe-tas que admirábamos y recibir algún poema suyo, los nervios al corregir las pruebas, la incertidumbre de la imprenta, el café interminable de las reuniones, los cigarrillos malos, y sobre todo el grupo de amigos que se formó alrededor de un proyecto literario y el sueño de dedicarse a la literatura. Quizá lo que más valoro hoy sea el incansable intercambio de opiniones, gus-tos, textos y libros que propició Letra Clara, y con el que personalmente aprendí muchísimo. Recuerdo que gracias a aquellos amigos oí hablar por primera vez de Corbière, Rilke o Eluard. Por otro lado, como es natural, una revista está compuesta por personas, así que los re-cuerdos negativos tienen que ver con los pequeños roces personales, las discrepancias y las vanidades que todos teníamos. También recuerdo con cierta angustia las es-trecheces económicas con las que teníamos que lidiar, aunque supongo que eso también fue un aprendizaje. Y debo decir que la revista duró más de lo que espe-rábamos: estuve en ella unos tres años y medio (seis números desde finales del 96 hasta mediados del 99), y hoy aún sigue existiendo con un consejo de redacción distinto. Vistos con perspectiva, sólo puedo decir que para mí aquellos años de formación compartida fueron de enorme importancia personal y literaria.

2. A aquellos que no han tenido la oportunidad de editar un libro o publicar algún texto qué podrías reco-mendarles, aunque duela.

Les recomendaría paciencia y autocrítica, que son dos cosas difíciles de sostener si uno tiene dieciocho o veinte años. La paciencia sirve para soportar que te digan “no”, “no” y “no”, y seguir escribiendo con la misma alegría. Porque uno, aunque desee publicar o ser reconocido de alguna forma, escribe sobre todo por una razón: porque tiene que hacerlo, porque lo necesita, porque es un destino. Y esa llama sagrada no debería perderse nunca. Por su parte, la autocrítica sirve no sólo para mejorar el estilo sino para ser mejores personas: es imprescindible darnos cuenta de que no somos tan buenos como creíamos. También creo que es muy útil, una vez superada la fase de corrección de los textos (que conviene que sea prolongada y con huecos de tiempo: escribir, al cajón unos meses, y vuelta a corregir), abrir-

ENTREVISTA

ANDRÉS NEUMAN

se a los amigos y dejarse leer por ellos. Lleven razón o no, esas opiniones son siempre un simulacro de publi-cación y te curten. La opinión ajena no tiene por qué coincidir con la nuestra. De hecho, a veces los demás entienden y juzgan los textos con mayor lucidez que sus propios autores.

3. Existen escritores que se han hecho a sí mismos de manera autodidacta gracias a sus lecturas; hay tam-bién bastantes egresados universitarios que escriben buena literatura, pero a veces la posesión de un título universitario reduce la capacidad creativa del autor por su autocontrol frente a las normas, es el caso, por ejem-plo, de las filologías. ¿Cómo combinas en la balanza la línea infranqueable de las reglas estilísticas frente a una explosión creativa desenfrenada?

Excelente pregunta, y completamente de acuerdo. Si no existe un equilibrio (o mejor dicho una tensión, una lucha constante) entre conocimiento y atrevimiento, te volverás un soso literario o un gilipollas genialoide. En términos de escritura, creo más en el autodidactismo y la curiosidad que en los estudios académicos. Si uno quiere hacer crítica literaria, difícil será hacerlo sin una formación teórica sólida. Pero si alguien quiere ser poeta o narrador, lo único ineludible es observar y leer intensamente. Sartre, que además de estudioso era un megalómano, dijo que el infierno eran los demás. A mí me parece que lo contrario también es cierto: a veces el paraíso de un escritor está en los otros, en abrir los ojos y espiar, escuchar, intentar comprender a los demás (incluidos aquellos a quienes odiamos: ellos también son personajes). Para mí la felicidad sería eso, ver la vida como una novela dispersa, infinita, llena de perso-najes contradictorios que uno trata de descifrar y gozar. Para eso no hace falta estudiar filología, y lo digo como filólogo. Ahora bien, como lector analítico, la universi-

Ángel Remis

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dad me fue útil y clarificadora. Tuve algunos profesores magníficos, descubrí la maravillosa hemeroteca de la universidad de Granada y pasé cientos de horas en la cafetería, que es donde más se habla de la literatura que les interesa a los alumnos.

4. Todos estamos condicionados por el medio donde se forjó nuestra personalidad, un abrazo a tiempo, una nalgada merecida, un regalo por salir bien en las notas… todos y cada uno de los factores de nuestro pasado con-figuran nuestro presente actual. Alguna vez comentaste que tu abuela –Dorita- era la única aliada que tenías cuando mostrabas tus primeros escritos. A ella le dedi-cas El que espera. ¿Qué papel tiene en tu presente?

Mi abuelita Dora sigue viva, leyendo y preguntando. Es incansable, gorda y divertida. Tiene una biblioteca espléndida y ve dos o tres películas por día. Viaja de vez en cuando a España, y cuando yo voy para Argenti-na duermo en su casa. Cuanto tenía once o doce años, sólo me interesaba escribir historias sangrientas (hoy se llamarían gore, pero entonces no había esas palabras tan prestigiosas para referirse a la crueldad) y mi pobre madre estaba aterrada por la idea de tener a un psicó-pata en casa. Pero tuve la suerte de que mi abuela, tan remilgada para algunas cosas, supiera conectar con esos cuentos y adivinar que por debajo de aquella carnicería había un niño que quería ser escritor. Tal vez por eso mismo ahora me aburran las historias muy violentas.

5. Hay quien profesa profundo miedo a terrores par-ticulares como los arlequines o los enanos, en tu caso tengo noticia del miedo a la locura. Proviniendo en tu primera juventud de una sociedad aperturista como la argentina donde ir al psicoanalista es como comprar as-pirinas en la farmacia, ¿podríamos decir que la escritu-ra te sirve de amigo, psicólogo, padre jesuita o demás espejos donde mirarte, no sin cierto temor, y plasmar tus obsesiones? ¿La escritura te mantiene en la delgada línea de la cordura o es tu personalidad alternativa es-quizoide quien escribe?

¡Oye, este tipo de preguntas son peligrosas! ¡Des-pués de la entrevista tendré que ir al psiquiatra! A ver, no sé, es curioso, actualmente me considero una persona serena y más o menos sensata; y sin embargo sí, siempre, desde niño hasta hoy mismo, he intuido lo fácil que sería volverse loco. Cualquiera puede sen-tirlo: ponte a pensar una hora seguida en la muerte, en tu muerte; ponte a pensar en tus peores celos, en tus peores odios; sé sincero con tus envidias, con tus frustraciones; y enseguida verás qué cerca está tu lado oscuro, lo peor de nosotros, y lo relativamente sencillo que es ser una mala persona. Pero por eso mismo estoy convencido de que la escritura trae bondad: nos dice la verdad, nuestra verdad, y al leerla la entendemos

mejor y deja de asustarnos. Creo que la maldad tiene más que ver con callarse durante mucho tiempo que con hablar demasiado. En ese sentido pienso que la palabra es curativa. Pero ojo, la palabra íntima y sin jerarquías, porque los padres confesores y otra clase de chamanes me dan muy mala alergia. Aunque no estoy ni siquiera bautizado, gracias a Dios y a Cortázar. ¿La escritura me mantiene cuerdo o escribo porque soy un esquizoide? Ambas cosas son ciertas y se llevan muy bien: porque todos somos un poco esquizoides y escri-bimos, la escritura nos mantiene lúcidos, conscientes de nuestra identidad.

6. En repetidas ocasiones te han preguntado sobre Ar-gentina y España, el doble juego que como a tantos te ha tocado vivir y obliga a situar la nacionalidad en un punto intermedio del Atlántico. ¿Queda algo de melancolía por los lugares, los amigos… o es ya un bello recuerdo des-pués de poner punto y final a Una vez Argentina?

Me gustaría contestar con una preciosa canción de Los Beatles que se llama In my life: “There are places I’ll remeber/ all my life, tough some have changed;/ some for ever, not for better;/ some have gone, and some remain”. Eso es. Tengo dos países y a la vez ninguno. No puedo elegir uno ni descartar el otro. Así que supongo que, como decía un libro de Marzal, llevo una vida de frontera. Pero no soy un nostálgico ni me gusta llorar por el pasado ni nada de eso. Ese tipo de actitudes me pare-cen reaccionarias. Lo que sí es verdad, o al menos ahora lo siento así, es que después de Una vez Argentina tengo la sensación de haber cerrado un capítulo de mi memo-ria o de haber saldado ciertas deudas íntimas con mis recuerdos argentinos. Ahora me siento en paz con eso y (como también decían los Beatles) espero quedarme por un tiempo escribiendo en nowhere land.

7. Para aquellos que escriben creo que es necesario que en el camino de sus vidas se cruce la figura de un maestro o buen amigo que realice críticas objetivas y sirva de guía. José Viñals te dijo que no le interesaban tus escritos, sino el hombre que los escribía. Además de heredar el gusto por el brandy, qué más huellas ha dejado en tu persona.

José Viñals fue para mí un personaje crucial, el primer interlocutor literario en el que sentí que podía confiar y al que me entregué con entusiasmo y disciplina. Ade-más de tener un talento poético que hipnotiza y admira, José es una persona de un espíritu inmenso, generoso, apasionado, afectivo, terrible y absorbente. Lo conocí a los 15 años y durante bastante tiempo fui a visitarlo a su casa casi todos los fines de semana para enseñarle mis escritos, leer los libros que él me recomendaba y escuchar sus consejos, que me conmovían y me hacían

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reflexionar. Estoy seguro de que, si en cierto modo he sido un escritor precoz, en parte fue gracias a aquellas reuniones. ¿Qué huellas me ha dejado? Muchas e im-portantes: la visión humanista (no literaria ni erudita) del escritor, la lectura crítica como forma de hedonismo, el deseo de mezclar el rigor con el sentido del humor, la visión del texto como campo de batalla espiritual y sensorial... Más tarde, como debe ser, fui haciendo mi propio camino para bien o para mal, y el cariño y la gratitud han seguido intactos en mí ya sin la necesidad de estar de acuerdo en todo con mi querido José: tan importante para un joven es tener un buen maestro (o varios), como crecer para formarse un criterio propio. Creo que uno debe aprender a escuchar a los que saben, sin ser exactamente discípulo de nadie.

8. Cuando se escribe para escribir, a qué se renuncia, ¿hay algo que quisieras realizar como escritor o como in-dividuo y que los compromisos de trabajo te impiden?

Como supe desde niño que mi felicidad dependería en buena parte de la escritura, cuando escribo nunca sien-to que esté equivocándome de lugar o momento. Ahora bien, la escritura para mí no es una renuncia a la vida, sino más bien su alimento y también su espejo torcido. No me interesan los escritores que, a fuerza de forjarse una leyenda canalla o maldita, carecen de cultura. Pero menos aun me interesan los escritores que, con la excusa de culturizarse, se desentienden de la calle, el sexo o los viajes. Creo que un escritor sabe que cuando sale está buscando personajes, y que cuando escribe está buscan-do vida. Eso sí, dentro de los diferentes géneros litera-rios, puede que la novela sea el más esclavo. Una novela te exige escribir todos los días para no perder el contacto con su mundo, y en alguna ocasión me he sentido rehén de ese compromiso diario o bien angustiado por no cum-plir con él. Lo que pasa es que la escritura es tan hija de puta que, si te secuestra, es para que te mueras de gusto disfrutando del síndrome de Estocolmo.

9. Cuando se presentan tiempos vacíos donde la ins-piración toma vacaciones sin avisar, a pesar del tesón, ¿cómo haces para que pase desapercibido o no se note? ¿Cómo juegas con el talento?

Para que no se note que no estás inspirado hay un recurso muy simple: releer lo que has hecho y tirarlo a la papelera. No es necesario escribir con la exigencia inter-na de lograr la “gran” obra; basta con disfrutar, obedecer al capricho de los impulsos y después, al cabo de unos meses, evaluar hasta qué punto el resultado ha valido la pena. Yo no puedo estar demasiado tiempo sin escribir. Prefiero escribir diez páginas y después corregirlas y ti-rar seis, que vivir constreñido y escribir de vez en cuan-do para lograr cuatro páginas. Aunque el resultado sea parecido, me siento más realizado haciendo eso.

10. Sabemos que para una novela puedes tardar dos años y ocho borradores para sentirte satisfecho, e igual-mente sucede con los libros de poemas. Observando las fechas de publicación de tus libros observamos que desde 1999 se sigue un patrón: libro de poesía, novela o cuento, libro de poesía, novela o cuento. ¿Cómo deli-mitas los territorios de una forma a otra?

Bueno, es un orden casual, me doy cuenta de que es más o menos como tú dices pero no me preocupo de-masiado. Si tengo el impulso de empezar un texto o un libro, lo hago. Todo transcurre más o menos fluido y sin grandes limitaciones. Soy muy disciplinado en cuanto a la cantidad de trabajo (si es una novela puedo estar ocho o diez horas escribiendo), pero no en cuanto a las reglas. En realidad, mi única norma es no escribir dos libros del mismo género a la vez. Puedo estar haciendo poemas, cuentos y novela al mismo tiempo, siempre y cuando en mi cabeza cada libro se diferencie con cla-ridad. De hecho, pasar de uno a otro libro me ayuda a desconectar, tomar distancia y no cansarme de un mis-mo libro. Así trabajo muchas más horas, pero me saturo menos. Otra cosa son las fechas de publicación de esos libros: ahí sí trato de organizarme, no me queda más remedio porque las editoriales tienen sus plazos y con-veniencias. Por lo general procuro no publicar dos libros demasiado seguidos, y si alguna vez sucede evito que sean del mismo género.

11. Has dicho que hay entusiasmo y decepción en la propia escritura, sin embargo la crítica te trata bien, incluso la internacional. Tomando tu voz interior como la que dirige tus escritos, si desconfías de los críticos, a quién le pides consejo: ¿algún profesor de la Facultad, un amigo, tu pareja, un niño…?

Es que la decepción de la escritura no tiene nada que ver con lo que digan las críticas. Uno agradece que sean buenas, y probablemente se sentirá algo dis-gustado (sería hipócrita negarlo) si la crítica es mala. Pero la verdadera felicidad, y también la verdadera amargura, se queda dentro del proceso de escritura. De hecho cualquiera que haya publicado un par de veces sabe que la mayor alegría no es ver el libro en la librería ni promocionarlo ni hablar sobre él; sino estar escribiéndolo y sentir que avanza, que fluye. Esa sensación de plenitud no se alcanza en ninguna otra fase de un libro, y además es adictiva como una dro-ga dura. Obviamente uno también desea obtener una respuesta positiva de los lectores, pero eso sucede cuando el libro ya ha muerto para el autor y ha nacido para los demás. ¿A quién le pido consejo? A todas las personas que me quieren y en las que confío. Es decir, muy pocas: mi familia, mi pareja, algunos amigos que escriben.

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12. Se ha intentado adjudicarte título de pertenencia a ciertos autores. Desmientes todas estas teorías y es-caramuzas y dices que detrás de ti hay lecturas mas no influencias. Pero hay algo que me deja perplejo: tu faci-lidad para las citas. ¿Cómo lo haces? ¿Tienes un banco de ideas por temas o algo por el estilo?

Para mí las mejores influencias son las involuntarias. Las influencias demasiado buscadas suenan a imita-ción, así que lo mejor es leer con entusiasmo y después tratar de escribir con un estilo propio. Por supuesto, ahí también aparecerán huellas de otros, pero serán más sutiles e indirectas. En cuanto a las citas, no hay nin-gún secreto. No guardo una libreta ni colecciono frases ni nada por el estilo. Tengo buena memoria y confío en el azar. Eso sí, cuando una frase me fascina siempre la subrayo, la anoto, la pienso durante un rato. Cada vez que releo un libro vuelvo a encontrarme con esas citas, y a veces las empleo en mis textos. Si te das cuenta este mecanismo, que es tan viejo como la literatura, es el antecedente de Internet.

13. Afirmas que el siglo XXI le pertenece al micro-cuento por su parentesco visual con el flash, la velo-cidad, la construcción fragmentada. Sin embargo las generaciones que hemos crecido dentro del Imperio de la Televisión, demostramos en las estadísticas que la novela supera con creces en la lectura al cuento. ¿Será por una incapacidad mental producida por la televi-sión que nos agotamos de tan sólo imaginar que leemos treinta historias, treinta vidas distintas, en cada libro de relatos y por ello preferimos la narración lineal de la novela?

Bueno, por empezar, que una determinada forma ar-tística represente a su siglo no significa que sea la que más público tenga o la que más éxito inmediato consi-ga. Todos sabemos que la poesía petrarquista resumió la ideología del amor cortesano, y no por ello dejaba de ser una práctica minoritaria. Los lieder de Schubert representaron mejor que nada la estilización romántica de las tradiciones populares, y ello no impidió que el pobre se muriera de hambre. Kafka es en cierto modo la cifra del siglo veinte, y se murió semidesconocido (en parte por voluntad propia). En ese sentido, pienso que la micronarrativa tiene mucho que ver con el montaje visual, los flashes del videoclip, el lenguaje publicitario, la velocidad de las emociones urbanas, es decir, con la lógica de nuestra época. Esto es así se vendan muchos o pocos libros. Ahora bien, creo que la dificultad de un libro de cuentos con respecto a la novela consiste, como bien dices, en que cada cuento necesita ser inaugurado mentalmente, con cada uno hace falta un “reseteo” que la novela, vencido el desconcierto y la pereza de las pri-meras páginas, no te pide.

14. Afortunadamente militas y defiendes al cuento, pero no contento con ello teorizas sobre su naturaleza y presen-tas tu visión a través de una serie de consejos sobre las formas de escritura en los apéndices que cierran tus libros de relatos. Después de agradecer el esfuerzo que haces al plantear las cosas sobre la mesa me queda aún una pre-gunta, ¿es posible que esta serie de consejos o preceptos no sean al mismo tiempo una cárcel para quien no posea una capacidad ecléctica y los siga al pie de la letra?

En primer lugar, jamás he entendido mis ensayos teó-ricos como una consigna ni como un precepto: se trata, simplemente, de las conclusiones personales que he ido sacando mientras escribía mis cosas, y que no tienen por qué servirles a los demás para escribir las suyas. La teoría en la que creo no viene antes sino después de la escritura. No la planea, la va descubriendo. Sin embargo, siempre me ha gustado mucho leer ensayos y libros teóri-cos. Me subleva la comodidad con que algunos se desen-tienden de la teoría, como si fuese un mérito renunciar a la mitad del conocimiento. Para mí todo acto de escritura es un acto práctico. Teorizar también implica ejecutar literatura: experimentar con el sentido, buscar un tono, cuestionarse el estilo… El discurso que llamamos en-sayo (y que no tiene por qué confundirse con el acade-micismo) puede inspirar novelas o poemas, y viceversa. Creo que la escritura, como acto emocional, intelectual y sensible, es toda una. Separar la teoría de la práctica me recuerda a las bizantinas separaciones entre alma y cuerpo, razón y sentimiento, amor y sexo, etcétera.

15. Acabas de publicar un nuevo libro de relatos, Alumbramiento, que incluye además un apéndice teóri-co sobre el género, como es tu costumbre. ¿Cuáles son los contenidos de esta nueva entrega?

Alumbramiento tiene tres partes. La primera de ellas está compuesta por relatos que abordan distintos conflictos de la identidad masculina tradicional y sus roles clásicos: el héroe, el aventurero, el luchador, el padre, el marido, el artista, etcétera. Esto en algunos casos se plantea de forma fantástica o muy metafórica (el primer cuento está narrado por un hombre que está dando a luz), y en otros de una forma en apariencia más cotidiana (el segundo cuento, por ejemplo, narra la ruptura que produce en una pareja una pequeña raya que ella traza en la arena). Luego, a modo de intervalo, viene una serie de microcuentos estilísticamen-te similares, algunos muy crueles y otros divertidos. Y la tercera parte del libro reúne unos cuantos relatos que tra-tan, en clave irónica, distintos aspectos del mundillo de la literatura: desde autores que admiro (como Borges, Gom-browicz o Queneau) hasta figuras concretas como la del editor, el traductor o el lector. Finalmente, como si fuera una especie de bonus track, se ofrecen dos textos teóricos acerca del minúsculo y precioso oficio de escribir cuentos. Eso sí, lo juro por Monterroso, son muy, muy breves.

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“…no dejó de trabajar hasta el último instante, hacien-do varias poesías. Pero el día 9 por la tarde comenzó a agravarse y el corazón comenzó a fallarle. Se produjo una embolia y en las primeras horas del día 10 fallecía… Los escritores soviéticos se encargaron de todo. En su local estuvo expuesto desde la mañana del día 13 hasta la hora de su conducción al cementerio…; allí mismo se celebró el acto necrológico, en el que hablaron muchas gentes, españolas y soviéticas… Una gran multitud le acompañó hasta el cementerio… Eché en su tumba un puñado de tierra española que alguien guardaba”.

Tierra española, la última añoranza, la nunca vista des-pués del adiós perpetuo. Tierra que Felipe lanza sobre el ataúd de su hermano César y relata en esta carta enviada a su familia los últimos días de exilio del escritor en Moscú.

César Muñoz Arconada nació en Astudillo, Palencia, el 5 de diciembre de 1898. Hijo primogénito varón de otros cinco hermanos, recibe de su padre los primeros despuntes literarios. Además de alcalde perenne del pueblo, el pa-dre debía desempeñar otros trabajos para sacar adelante a su familia; era corresponsal del Diario Palentino y Norte de Castilla. Hay que destacar la amistad que une al padre con figuras de cierta relevancia política como el ex ministro Calderón y el abogado Eladio Santander, amistades que in-cidirán en el destino del escritor para su llegada a Madrid.

En 1922 aprueba las oposiciones al cuerpo de Correos y es destinado a Palencia. Al llegar a la capital se incor-pora a la redacción del Diario Palentino. Gracias a las influencias de Calderón obtiene el traslado a Madrid, a donde llega cuando el movimiento Ultraísta ha perdido vigor, momento en que comienza a fraguarse la Genera-ción del 27 a través de las páginas de la revista ‘Alfar’, editada desde La Coruña por el incansable Julio Casal, donde nuestro joven escritor se estrena a nivel nacional y es encargado de la sección de crítica musical desde 1923 hasta 1926, aunque sus artículos expongan sus concep-ciones sobre literatura, el arte vanguardista y anticlásica.

De esta etapa en la que participa activamente en los movimientos literarios de vanguardia de los años 20 -colaborando en numerosas revistas de las llamadas de literatura pura: ‘Verso y prosa’, ‘Papel de Aleluyas’, ‘Pa-rábola’, ‘Manantial’, ‘Mediodía’ y ‘Meseta’-, resulta un bello libro de poemas, Sed y Urbe, que Guillermo Torre cita como uno de los logros poéticos del Ultraísmo (junto a los de Pedro Garfias y Gerardo Diego).

En la ‘Gaceta Literaria’ verán la luz sus primeras obras, el ensayo musical En Torno a Debussy (1926) y la biografía cinematográfica Vida de Greta Garbo (1929), esta última mezcla más de inventiva que realidad, gozó de un éxito editorial considerable y fue traducida y editada en el extranjero. Al año siguiente escribe Tres cómicos del cine, en la que maneja un sociologismo simplista en las biografías de Chaplin, Clara Bow y Harold Lloyd. Llega a ser redactor-jefe de la ‘Gaceta Literaria’ en 1929 por unos meses, si bien sus desavenencias ideológicas con Gimé-nez Caballero anularon definitivamente las posibilidades de colaboración.

Con la aparición de la largamente ansiada República, en 1931 surgen publicaciones decididamente orientadas hacia la práctica de un arte comprometido. Los campos se delimitan rápidamente: Herrera Petere, Arconada, Alberti y Arderius ingresan en el PC; Díaz Fernández y Manuel Ci-ges Aparicio se alinean al grupo encabezado por Azaña; Se-rrano Plaja, Cernuda y Machado colaboran en ‘Octubre’…

Arconada describe el proceso de la siguiente manera, en su ensayo Quince años de literatura española publi-cado en el primer número de la revista ‘Octubre’, en el que analiza la situación de los escritores en la coyuntura histórica por la que atraviesa España: “Ocurre en todos los países -ocurre también en España- que a medida que se extrema la contienda social de la lucha de clases, los escritores toman partido en esa lucha, no ya porque lo sientan en sí mismos como hombres afectados por la crisis, sino porque la inteligencia -que cuando no es un pozo de aguas muertas, es siempre sensible- los lleva a apasionarse y a entregarse a los vivos problemas sobre los cuales gira, no ya la literatura, sino toda la vida”.

En medio de aquel torbellino Arconada crea y dirige las Ediciones Ulises en compañía de Julio Gómez de la Serna y José Lorenzo, donde a lo largo de cuatro años re-únen un catálogo con más de cincuenta títulos distribuidos en cuatro colecciones, en los que aparecen Rosa Chacel, Francisco Ayala, Benjamín Jarnes, Corpus Barga, los doc-tores Abauza y José de Eleizegui, César Vallejo, Nenni,

“La Historia ha idealizado la guerra en tal medida que ha llegado a confundirla consigo misma.”

CÉSAR MUÑOZ ARCONADA

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Eremburg, Jean Cocteau y García Lorca con su Poema del cante jondo, entre tantos nombres y obras más.

Cuando la mítica ‘Octubre’ desaparece intenta aglu-tinar las dispersas voces en una nueva publicación, ‘El Tiempo Presente’, que sólo conocerá dos salidas. A partir de esta época de fructífera producción, Arconada escribe en un breve espacio de tiempo tres novelas casi sucesi-vas: La Turbina (1930), Los pobres contra los ricos (1933) y Reparto de tierras (1934). Las dos primeras enmarcan los logros de la novela social española, resaltando la per-sonal prosa cargada de lirismo del autor con despuntes de imágenes poéticas y metáforas que humanizan los elementos naturales, belleza añadida a la coherencia na-rrativa y la fidelidad al relato. Estilo caraterístico en la época vanguardista del escritor.

A mediados de julio de 1936 Arconada parte enviado por Correos a Fuenterrabía en viaje de inspección, y allí habrá de permanecer al sorprenderle la guerra. Fija su es-tancia unos meses en las cercanías de Oviedo y es corres-ponsal del frente astur para ‘Mundo Obrero’ desde su lle-gada. Cuando el frente comienza a debilitarse se traslada a Valencia, sin pasar por Madrid, donde su hermano Felipe dirige la Juventud Socialista Unificada. En la capital le-vantina se reúne con la madre y la hermana menor, evacua-das desde Madrid. El padre había fallecido en 1932.

El ministro de Instrucción Pública le pide que dedi-que por entero su tiempo a escribir. En tan sólo unos me-ses redacta Río Tajo, novela que alcanza el primer pre-mio del concurso de 1938 convocado por el Ministerio de Instrucción Pública, donde fueron galardonadas novelas de Miguel H. Hernández y Manuel Altolaguirre.

De Valencia pasa a Barcelona, donde resiste hasta la caída final de la capital catalana el 26 de enero de 1939, comenzando el éxodo en compañía de los suyos por La Junquera en dirección a Francia. En el país vecino casi

nunca estará en libertad, pasando del campo de Argeles a las gendarmerías de París. Rescatado de ambos lugares por sus colegas de letras franceses, sabemos con certeza que se encuentra en la URSS para la conmemoración del primero de mayo.

En Moscú, Keliine le orienta a las labores periodísti-cas y editoriales haciéndole director de la edición caste-llana de ‘Literatura Internacional’, más tarde ‘Literatura Soviética’. En los años sucesivos publicará dos libros de relatos, Cuentos de Madrid y España es invencible, su largo poema Dolores (1945) y algunas obras teatrales, la más conocida Manuela Sánchez (1949), estrenada en 1952. Se relaciona con Eremburg y Neruda cuando éste acudía a Moscú. Los años pesan y la tristeza ya se aprecia como un lastre que marcará su labor literaria futura. Su capacidad creadora se ve truncada por el exilio y se con-fina en la crítica, las traducciones de autores rusos clá-sicos y modernos como Pushkin, Lermontov, Nekrasov, Maiakovski, Blok, etc., y la realización de adaptaciones teatrales, volcándose en el trabajo al frente de la revista.

Se une a María Cánovas, mujer que le acompañará has-ta el final de sus días. Su presencia en conmemoraciones y actos literarios es constante. A España apenas si llegan noticias del escritor en forma de susurros empujados por el viento de oriente, como la noticia del 29 de diciembre de 1962 donde el diario ABC informa de un acto en homenaje al poeta Alberti en el que hablan Eremburg, Mil Suslof y el “escritor español, asimismo comunista, César Arconada”. No hay nada más, todo es viento.

En 1956 es invitado por la Asociación de Escritores Chinos para visitar la reciente república socialista. Per-manece cerca de dos meses y regresa a la patria adoptiva hablando por Radio Moscú de la redacción de un libro de viajes titulado Andanzas por la nueva China, nunca publi-cado quizá por el comienzo en aquella época del conflicto chino-soviético. Al parecer se trata de un texto extenso escrito en la rica prosa lírica que identifica al autor.

En los años finales su actividad como escritor se inten-sifica y novela la vida de José Díaz, secretario del Partido Comunista Español durante la guerra y asiste a la conme-moración que se celebra por parte del partido en Praga por esos años.

La muerte le llega el 10 de marzo de 1964 cuando se recuperaba de una operación.

“Soy natural de Castilla. De la alta Castilla de tierras incultas -escribió- secas, duras, cocidas de sol y sed. A pesar de todo el aditamento que me dio, no puedo disimu-lar mi ascendencia campesina... Se nos llama místicos. Toda la mística española nació en Castilla. Pero pienso que nuestra mística es una evasión de nuestra pobreza... Aprendí a escribir como nuestros toreros aprenden a sor-tear al toro: a fuerza de lances de capa, a fuerza de ir de aquí para allá, de plaza en plaza, de pueblo en pueblo. Esto es toda mi Universidad”.

Ángel Remis

Foto: Robert Capa

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Rosauro Varo Cobos

de cierta intransigencia e intolerancia, fruto quizá de ese amor propio “en cuyo patio no puede parar la ofensa”.

Ibn Hazm fue, no sólo un exiliado de condición, sino de convicción, ya que se refu-gió voluntariamente en una isla que no sólo abarcaba el plano político, sino también el jurídico, el teológico y el literario. Se en-frentó abiertamente al malikismo, la corrien-te de pensamiento dominante del momento y abrazó el minoritario zahirismo, con una visión e interpretación mucho más estricta de los textos del Corán a partir de su lectura di-recta, sin intermediarios, llegando a conver-tirse en un huésped incómodo para cualquier reino de la península. Con su literatura, de inmensa producción y reivindicativa de un árabe puro, fuera de influencias populares, se convirtió en un verdadero dardo hacia todo aquello ajeno a su línea de pensamien-to. Ignoró cualquier protocolo del debate in-telectual y acabó sus días como eco del árbol que cae en la montaña solitaria, sin que sus textos, como diría algún rival suyo, traspa-sasen la puerta de su casa.

Pero ese eco ha conseguido perdurar en nuestros días y, a la vista de lo que transmiten sus lecturas, sigue muy vivo. Porque además

Sumergido en la historia, podemos encontrar un determinado tipo de

intelectual que consigue con su personalidad rebasar los límites que cualquier obra impone a su autor. Es capaz de erigirse como figura independiente de todo aquello que no sea su propia posición ideológica y vital, siendo di-fícilmente asimilado por las sociedades con las que ha convivido y consiguiendo, por esa misma razón, que en cualquier instante su lec-tura sea un auténtico estímulo para aquellos que nos vemos superados por nuestro mismo entorno. Es este el caso de Ibn Hazm, autor de El Collar de la Paloma, considerado como uno de los mejores exponentes del es-plendor cultural andalusí y que lejos de su indiscutible talla como figura intelectual de toda una época, impresiona por un carác-ter que es, tal y como él mismo dice: “…una presa entre un lobo y león”, un equilibrio de fuerzas entre una lealtad y un amor propio desmesurados. Esa lealtad hizo que en una época tan turbulenta como lo fue el siglo XI, cuando los omeyas son desplazados del mando de la región, se mantuviera siempre y hasta el final de sus días fiel a su causa y al recuerdo de su querida Córdoba, de la que lo separó un obligado exilio. Una actitud que, matizada, viaja entre la coherencia y tintes

Dibujo: Álvaro León Acosta

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Rosauro Varo Cobos

de ser un hombre por naturaleza polemista, también fue un hombre sensible, pasional, que sufrió y vivió lo suficiente para hacer un li-bro de las características de «El Collar de la Paloma», con el que pretendió pintar “el amor, sus aspectos, causas y accidentes y cuanto en él o por él acaece” y para el que no le faltó tampoco valentía. Esta obra supuso una verdadera novedad en su tiempo, en el que escribir sobre el amor no era ni mucho me-nos habitual. Retrató, con ese propósito, un cuadro de amantes que no pueden verse sino a través de una celosía, que se regalan mecho-nes de pelo o que enferman por la lejanía del ser amado. Un amor éste “que radica en la misma esencia del alma” y que debe ser sobre todo casto y sincero. Es un amor que nace de la belleza en su sentido más amplio, espiri-tual y material, y que aspira, más allá de la irresistible unión de los cuerpos a la fusión de las almas, fruto únicamente de la voluntad de amar y siempre al amparo de la sabiduría de Dios.

Este es por tanto el hilo conductor de este libro, escrito en prosa y verso y considerado por los expertos como una obra maestra, que supone además un bellísimo retrato de la so-ciedad del momento. El autor, entre nume-rosas citas de personajes y acontecimientos de la época nos desvela las características de la Córdoba de hace mil años y en un extraño viaje, el lector es capaz de traspasar esa ba-rrera temporal al reconocer lugares que pa-recen haber llegado intactos a nuestros días. Un viaje extraño porque se convierte en algo más lejano de lo que en un primer momento podría parecer. La Puerta de Sevilla, la Muralla,… quedan al fin y al cabo como símbolos inertes de las ciudades de antes y de ahora, sin que parezcan haber servido de puente entre ambas y no haber sido capaces de trasladar con ellas el alma de sus habi-tantes. Para un lector recién bautizado en este tipo de textos y sin capacidad para inter-pretar desde un plano académico e histórico las semejanzas entre ambas sociedades, le es muy difícil llegar a sentirse habitante de la misma urbe. ¿Hasta qué punto pues, puede uno sentirse identificado con aquel legado?, ¿hasta dónde llega su influencia?, ¿qué puedo encontrar en mi manera de ser, que me acer-que a Ibn Hazm y sus conciudadanos?, ¿qué podemos exportar y enseñar de nosotros mis-mos que nos distinga por esa influencia?

En el libro «Nuestra Andalucía», Ju-lián Marías dice que al visitar una ciudad siempre le asalta el mismo pensamiento: […] ¿es actual o mera supervivencia del pa-sado? […] y se pregunta qué sería de los mo-radores de una ciudad si se les sustrajese su pasado:…¿Qué quedaría?[…]¿en qué medi-da, si se considera a los habitantes actuales, es suya la ciudad, o están equiparados a no-sotros visitantes, es decir, se han encontrado simplemente con ella, como una herencia de sus antepasados?

Obliga el libro de este modo a una lectu-ra reposada y paciente, a la difícil tarea de intentar entenderlo desde la perspectiva de nuestra propia educación, sin que eso provo-que a su vez, un distanciamiento irreconci-liable con lo que se está leyendo. Un esfuerzo que a cada uno le merecerá la pena según sus conclusiones y que desde mi punto de vista siempre resulta beneficioso, más aún cuando lo que se tiene entre las manos es un gran libro y este sin duda, lo es.

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Tras la lectura de estos versos aparece en nuestra men-te la rica imaginería del Romancero Gitano de Lorca. Sin embargo, aunque estos textos parezcan darnos la clave, siempre hay lugar para la sorpresa, y descubrimos que es-tos versos pertenecen a un gran olvidado que compartió época con el propio Lorca: Fernando Villalón Daóiz y Hal-cón, poeta sevillano que creció en la libertad campesina de Morón de la Frontera y compartió generación con los poetas del 27. Generación, y una concepción de la poesía ligada a la tierra, a la tradición, a lo popular que se da la mano con la marginación.

De esta fascinación por la tradición surge este frag-mento del poema dedicado a la muerte del torero Ma-nuel García ‘El Espartero’: “Negra faja y corbatín / negro, con un lazo / negro, / sobre el oro de la manga, / la chupa de los toreros. / Ocho caballos llevaba / el coche del Espartero”. Texto que sigue el mismo sendero que el Llanto por Ignacio Sánchez Mejías de Lorca, que llora a un hombre y a un torero en la hora de su muerte, de la que destaca el fragmento del primer poema, titulado La cogida y la muerte: “A las cinco de la tarde. / Eran las cinco en punto de la tarde. / Un niño trajo la blanca sábana / a las cinco de la tarde. / Una espuerta de cal ya prevenida / a las cinco de la tarde. / Lo demás era muer-te y sólo muerte / a las cinco de la tarde.”. Aquí Lorca acentúa la importancia de su muerte mediante la enfati-zación de las circunstancias que la rodean. Sin embargo, Villalón materializa su duelo utilizando una imaginería donde predomina el negro, oscuridad del cuerpo y del alma: “Negras gualdrapas / llevaban los ochos caballos negros; / negros son sus atalajes / y negros son sus plu-meros”, como acabo de citar. Se da la circunstancia de que Villalón conocía a Ignacio Sánchez Mejías, que le presentó a otro de los grandes del 27, Alberti. Éste en su libro de memorias La arboleda perdida escribió de él: “Era Fernando un hijo de esa romántica Andalucía feudal, que se sentaba bajo los olivos a compartir tú por tú el pan con los gañanes”.

José Antonio Garriguet Carmona

(...)Negras gualdrapas/ llevaban los ochos caballos negros;/negros son sus atalajes/ y negros son sus plumeros/De negro los mayorales/ y en la fusta un lazo negro (...)

En este entorno que describe Alberti es de donde Vi-llalón obtiene la rica imaginería rural de lo que podríamos llamar ahora el hombre de a pie, sencillo y generalmente oprimido, elevando a la categoría de arte lo marginal, dignificando la pobreza y la tradición en la que los gi-tanos ocupan, al igual que en Lorca, un lugar prepon-derante por ser símbolo de la exclusión: “agarrada a los barrotes / de la cárcel de Saucejo / lloraba una gitanilla / que tiene a su amante preso. (…) Si el robar fuera un pecao / no se cabría en el infierno, / y el señor juez de instrucción, / ladrón convicto y confeso”.

Pero su conexión con los poetas del 27 no termina aquí, pues compartió educación con Juan Ramón Jiménez en el colegio del Puerto de Santa María, San Luis Gonzaga, que supuso para él algo similar a un encarcelamiento, una pe-queña muerte de su libertad campesina, un tiempo irreme-diablemente perdido que refleja en su obra Romances del 800, dedicada al propio Juan Ramón Jiménez: “A J.R.J. en recuerdo de nuestra niñez encarcelada en los jesuitas del Puerto...”.

Resulta sorprendente el olvido de este autor, que evi-dencia que lo popular y lo poético pueden ser compañe-ros de parranda, tanto en su vida --como demuestra su inversión en la búsqueda de una ganadería de toros con los ojos verdes, mito de la Atlántida, con intención de conseguir el toro-dios del relato platónico--, como en su obra, cuando arruinado por esos “negocios poéticos” utilizó el andaluz como lenguaje lírico de su desgracia... “mis amigos me despresian porque me ven abatío / ¡toíto el mundo corta leña / del,arbo q,está caío!”

Autor: Antonio Uría-Monzón

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POESÍA

27

Verónica Moreno Puerto

La primera vez que abrí la puerta de las “Habitaciones: poema del tiempo que no pasa” de Louis Aragón fue como cuando un cotilleo te llega tras mil filtros de tiempo y de palabras: mi interpretación de la interpretación de los recuerdos (que no dejan de ser una inter-pretación) del poeta. Pero vislumbré de puntillas, con la sensación infantil de estar mirando algo demasiado personal pero sin apartar la mirada, la sinceridad de sus palabras. Quise viajar con él a través de esas habitaciones amuebladas por su mente, cogerle de la mano en ese paso incierto y desesperante de los juicios a destiempo.

Louis Aragon en su obra “Habitaciones...” descubre el único lugar donde no pasa el tiempo: la memoria. Es un viaje por el recuerdo de un viaje: el de la vida, en la que “el tiempo fuma a escondidas”1, como un gángster del cine negro, con el rostro oculto en la sombra, en silencio. Donde el único movimiento es el del humo que le en-vuelve y que se eleva suavemente hacia otra oscuridad. Él manipula la parte involuntaria de nuestras acciones, él nos muestra lo nece-sario, lo que no tiene remedio...“esos hierros que martillean/ Mis sienes Es el tiempo que pasa el tiempo/ El tiempo que no soporta ya el no/ Pasar El tiempo en el final de los finales/ Que pasa”2.

SOBREVIVIR A UNO MISMO

1. Habitaciones: Poema del tiempo que no pasa. Ed. Alianza. Pág 21 / 2. Habitaciones: poema del tiempo que no pasa. / 3. Ibid. Pág 31. / 4. Ibid. Pág 129

En el poema “El papel cuadriculado”, previo a “Habitaciones”, condensa la acción poética que desarrollará después. Toma un fragmento de un poema escrito por él mismo y dentro de éste incluye la significación posterior que ese mismo poema le ofrece pasado un tiempo, quedando el propio texto sometido a un juicio implacable. La misma valoración a la que someterá a sus recuerdos en el poema “Habitaciones”. La despiadada sentencia del tiempo. Los recuerdos son como un viejo papel cuadriculado y amarillento que se encuentra de repente en un cajón y que al leerlo de nuevo produce una mezcla de nostalgia y rechazo... “siete años apenas y ya la lengua del hombre/ es para sí amarga ah qué largo aprendizaje el de callar/ Finalmente”3.

Se trata de recorrer el camino en dirección contraria y para ello Aragón tiene que pintar las habitaciones de su memoria. Recordar en qué lugar estaba cada silla, cada figurita de cristal, los zapatos de Elsa..., porque recorrer estas habitaciones es también recordar lugares comunes, es así mismo, como casi todas las historias, una historia de amor.

Tras caminar largamente por la memoria sólo aparece ante él la necesidad de un final en el que descansar de las cica-trices que duelen con el frío. Derruir el edificio y que quede escondido entre el polvo y los escombros del olvido.

Aragón, en su larga vida, pasó por dos guerras mundiales y estuvo en contacto con el surrealismo, con el comunismo y muy influido por Eluard y Mayakovski. Pero en este libro poetiza la supervivencia de sí mismo, la pérdida de la fe tal como la concebía Nietzsche, como el ocaso de los ídolos. Ni dios, ni comunismo, ni capitalismo... En esta etapa el au-toestopista deja de creer en el viaje, se baja del coche, se sienta en la cuneta a observar el camino que ha dejado atrás y sólo encuentra desesperanza... “no se escuchan más sollozos por el siglo Así/ no habremos podido espantosamente hacer otra cosa/ Que ver al mártir y el crimen/ había creído sin embargo yo había creído...”4. Sus antiguas creencias son ahora como un traje pequeño que no le sienta bien del todo porque ya no corresponde a su medida.

En Aragón llegar a sí mismo es vivir a pesar de todo o con todo el pesar. Llegados a este punto del camino ya sólo queda la tristeza de haber sobrevivido en este mundo... “vivir al fin y al cabo sé qué ha sido/ amor mío (...) vivir después de todo”.

Foto: Herbert List

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POESÍA

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“Vamos a pasar como de la luz directa del sol a la que de él recibe la luna,de la representación intuitiva, directa, que se afirma por sí misma…”‘El Mundo como Voluntad y Representación’Arthur Schopenhauer

Michel Pérez Rizzi

“El Mundo es mi representación… el mundo que nos rodea no existe más que como representación, esto es, en relación con otro ser: aquel que lo percibe, o sea, él mis-mo”. Así comienza Arthur Schopenhauer “El Mundo como Voluntad y Representación”, su gran monumento filosó-fico. En su pensamiento las artes, y sobre todo la poesía y la música, tienen un valor inestimable como formas de conocimiento que nos acercan a la verdadera realidad. Intentan rasgar “el velo de Mayá” y poner de manifiesto la falsedad a la que está sometido el Ser Humano. Desde este punto de vista, la realidad sólo existe como repre-sentación intelectual. Esta es nuestra forma de conoci-miento y las artes nos pueden permitir trascender esa falsa percepción.

Para Schopenhauer el verdadero conocimiento se da de forma intuitiva, no racional. En palabras del filósofo “el terreno de la pura intuición es claro, seguro, cierto; nada hay que preguntar, ni hay ocasión de dudar, ni podemos equivocarnos. Sentimos aquietarnos en la intuición y el presente nos satisface. La intuición no es una opinión, es la cosa misma. En cambio del conocimiento abstracto, la razón, nacen a la vez la duda y el error”. El pensamiento racional es reflejo del conocimiento intuitivo. La intui-ción es la verdadera impresión de donde luego pueden surgir los pensamientos racionales. Éstos son posterior-mente transformados en palabras y conceptos.

La función de la poesía es expresar las Ideas (pla-tónicas), que son esencialmente intuitivas, por medio del lenguaje. El poeta, asociando conceptos abstractos, sabe precipitar la imagen intuitiva en el oyente. Si para Schopenhauer con el paso de la infancia al mundo adulto vamos separando la cabeza y el corazón, es decir, racio-nalizando cada vez más el conocimiento, la poesía tiene como función representar la Idea del Mundo. Con la poe-sía pasamos de los conceptos abstractos a las Ideas (pla-tónicas) que sólo se pueden percibir de forma intuitiva. La música, por otro lado, alcanzaría un grado más alto en

la escala de objetivación del mundo. Si la poesía, como hemos dicho, alcanza directamente a las Ideas, la música alcanza directamente a la Voluntad, el principio esencial (nouménico) que sustenta a la creación. La música nos revela la íntima esencia del mundo en un lenguaje que la razón no comprende.

Motivado por el “Instinto Artístico” el músico y el poe-ta se ven impulsados a representar la esencia del mundo y mostrarnos un reflejo de la realidad pura, el principio unitario del que todo mana: la Voluntad. Es así como las artes nos ayudan a conocer mediante un sistema de reflejos y emanaciones la verdadera realidad, el conoci-miento fuera de los límites intelectuales del espacio y del tiempo: la poesía mediante la intuición, como reflejo de las Ideas, y la música mediante el corazón, sintiendo el verdadero principio del que todo emana, la Voluntad.

Retrato de Maurits Cornelis Escher

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POESÍA

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5Creo en ti, alma mía,

pero el otro que yo soy no ha de humillarse ante ti,y tú no debes humillarte ante él.

Túmbate conmigo en la hierba, deja en paz tu garganta,no preciso palabras, ni músicas, ni versos, ni costumbres,

ni frases, aunque sean las mejores.Sólo tu arrullo quiero, tu susurro y tu voz confidente.

¿Recuerdas una clara mañana de verano?Descansabas tu cabeza en mis rodillas

y te volviste dulcemente hacia mí.Abriste mi camisa junto al pecho

buscando con tu lengua mi corazón desnudo,después te alzaste hasta hundirte en mi barba tocando al mismo tiempo la punta de mis pies.Supe entonces, de pronto, que el saber y la paz

sobrepujan en mucho las disputas terrenas,y ahora sé que la mano de Dios me ha sido prometida,

que el espíritu de Dios es hermano del mío,y que todos los hombres nacidos son también mis herma-

nos, que todas las mujeres son hermanas y amantes,y que un solo germen de la creación es amor;

Que son infinitas las hojas de los bosques o las que caen marchitas,

y las negras hormigas tras las hojas y surcos,y el musgo de las vallas,

las piedras apiladas, el saúco,el verbasco y el ombú.

WITHMAN

Antaño, si la memoria no me falla, mi vida era un festín donde se abrían todos los corazones,

donde todos los vinos corrían.Una noche, senté a la Belleza en mis rodillas.

- Y la encontré amarga.- Y la injurié.

Me he armado contra la justicia.Me he escapado. ¡Oh brujas, oh miseria, oh odio,

a vosotros ha sido confiado mi tesoro!Llegué a disiparen mi espíritu toda esperanza humana.

He dado el salto sordo de la bestia feroz sobre toda alegría, para estrangularla.

He llamado a los verdugos para, al tiempo que perecía, morder la culata de sus fusiles.

He invocado plagas, para ahogarme con la arena, la sangre. La desgracia ha sido mi dios. Me he tendido en el fango.

Me he secado al aire del crimen. Y he dado buenos chascos a la locura.

Y la primavera me ha traído la horrible risa del idiota.Tanto es así que, hace poco,

encontrándome a punto de cascar, he pensado en buscar la llave del antiguo banquete,

en el que quizá recobraría el apetito.La caridad es esa llave.

- ¡Esta inspiración muestra que he soñado! “Seguirás siendo hiena, etc...”,

clama el demonio que me coronó de tan agradables adormideras. “Gana la muerte con tus apetitos, y tu egoísmo,

y todos los pecados capitales”.¡Ah! Estoy harto:

- ¡Pero, querido Satán, yo te conjuro con una pupila menos irritada!

Y mientras esperas las pequeñas cobardías retrasadas, tú que amas en el escritor la ausencia

de facultades descriptivas o instructivas, te aparto estas repulsivas páginas

de mi carnet de condenado.

RIMBAUD

Con

sagr

ados

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POESÍA

30

Me has llamado por teléfono hace cosa de dos o tres horas:con voz lastimosa y melancólica me has dicho

que me echas mucho de menosy tan tranquila yo,

con tal de no hacer gala de mi característica frialdad(y también con la idea de no hacerte daño)

te he ofrecido una respuesta idéntica.

Se me olvidó decirte en su día que, en la distancia, yo no sé amar.

Miles y miles de kilómetros nos separan,ahora no hay impedimento

para que yo haga de las mías, amor,porque aborrezco la puta soledad;

sí, soy una cabrona,mientras yo me divierto al máximo,

tú por mí lloras.

Perdóname, pero cuando colgaste el aparato,no tardé mucho en salir a la calle

y liarme con dos o tres en el antro del que ya soy parroquiana habitual;mira que me estoy soltando demasiado,

hasta me estoy liando con tíascuando la oferta del ganado masculino no es aceptable

o hay poca calidad.

Tengo que estar muy,muy desesperada para hacer esto,

mi vida:yo no sé estar sola,

no te lo he dicho nunca porque sé que nunca lo comprenderásy porque, por otro lado, cariño,

tampoco te quiero perder…

Yo te quiero mucho... pero cuando estás cerca.

Ana Patricia Moya

poesía

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POESÍA

31ILas tres Palmeras

clavan su oasis verdeamor a la Tierra

IILa piedra dice

que lo ignoraba todoamo la vida.

IIIMe gustas mucho

pero no estás conmigoamor al prójimo.

IVRío de los verdesolor a macedonia

arena y sexo

No atosigues a los perroslobo que impide la existencia serpiente cobra

orgullo libre que emana de tus liendrescárcel que clava en mi ombligo

tartamudez que intoxica mis dientesestupidez que impide las cariciasvacío que explota en el paladar

muslos violados en el cuellojuegos que lloran la timidez

madres que lloran la sangre inútilcabrón de infancia controlada

que mata mis entrañasvómito que traga tu pestilenciasordera que impide la palabra

locura que surge buscando orgasmosceguera de amapolas esnifadas

crecimiento enlutado en el meñiquerisas de palizas con correa

enfermedad de quirófanos con padrespétalos que enmudecen cantos sin esperanza

VDesnudos blancos

buscan la gracia del solgracias por el sueño

VILa pulpa rosa

almíbar en las piernaslabios que humean

VIIEscribir poesía

pensando en tus manosdeseos cumplidos

Michel Pérez Rizzi

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POESÍA

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UNA-NISMOUno

UNA-NISMO

DosDesesperada necesidad.

Místico contacto.Proximidad ausente,jadeos incontrolados.

TresCuerpo, sangre, espíritu,

tres figuras unidas en una verdadera.

Aliento entecortado deoraciones atropelladas, un

misterio en el fondo de todos

los consuelos, penetrando en lo desconocido

ROJOFuego en tus mejillas

cada vez que te halago.Sangre que recorre mis venas

y que por ti derramo.Atardecer solitarioen el que me hallo.

Ira contenidapor lo mucho que te amo.

Rojo mi coloral fin y al cabo

por ser el del amorque tanto reclamo

José Antonio Garriguet

MÓVIL Voy a revisar mi agenda.

No es posible tener tantos amigos,números inservibles,

residuos ocupando espacio virtual.Juan Carlos, Miguel Ángel...¿Quién es Miguel Ángel?,

¿algún amigo de un amigo?De repente, Álex.

¿Cómo olvidar a Álex?Qué extraños son los rastros inoportunos

de las personas muertas.“¿Borrar?”,

aprieto el botón,“¿borrar todos los detalles?”

Dudo, ante tan fría afirmación del olvido.Decido (“Alex borrado”), recordarlo a mi manera.

poesía Verónica Moreno

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POESÍA

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Francisco Martín Cuéllar

1) En octubre del 2005 presentaste Sagrados labios ver-des. En el mes de marzo de este año, menos de cin-co meses desde entonces, Sonidos metálicos al sur de Manhattan, ¿es una continuación?

No. Es muy sencillo porque estamos hablando de dos aspectos diferentes: la publicación y la escritura. Hace unos cinco años, iba escribiendo poemas y de ahí surgieron tres libros: La llave de los sueños, Un hombre iluminado y finalmente Sonidos metálicos al sur de Manhattan, este último a raíz de mi estancia en Nueva York, ya que seis meses después de la tragedia soy invitado por el Instituto Cervantes de esta ciudad a dar una conferencia sobre Alberti. Volviendo a leer-los, me doy cuenta que ese material lo puedo fundir y destruir, y con esas cenizas moldear un nuevo libro. Es una mezcla de cultura entre Oriente y Occidente, el mundo de “segunda línea” y el mundo “fantástico”. Así nace Sagrados labios verdes, una antología de los otros tres anteriores. Entre medias me ofrecieron la posibili-dad de publicar Sonidos metálicos al sur de Manhattan, pero al final salió más tarde.

2) ¿Te ves influenciado en esta antología por Poeta en Nueva York de Lorca?

Sí, es una referencia clara, pero no única. Le sucedió primero a Whitman, después a Lorca y más reciente-mente a José Hierro. No es coincidencia, esta ciudad te marca desde el primer momento. Cuando viajo a Nueva York lo que menos se me ocurre es hacer un li-bro sobre la ciudad y más en verso. El impacto que me produce la Zona Cero -con ese gran vacío-, es una sen-sación indescriptible que se acentúa cuando entre las colas interminables diviso a una joven de unos treinta años que derrama una lágrima tan cargada de tristeza que me conmueve. Me interesé por el amor, por la vida de estos personajes. Cuento mi percepción de lo que veo, con sus historias, sus tragedias, en definitiva, sus vivencias como seres humanos.

3) Detrás de la desesperanza, ¿cuál es el hilo conductor que sostiene la escritura de este poemario?

En primer lugar la necesidad vital de contar. Yo utilizo mucho el tema del amor, los amores como motor de la existencia. Considero que sin enamoramiento, de una mujer o de un objeto, no hay motor de vida. Lo que em-puja es eso, con sus complejidades, claro está, puesto que el amor así lo es. En mí representa el cien por cien

de la creación. En todos mis libros, cada poema es una historia de amor, sin sentimentalismo barato. Yo hablo de pasión, donde se deja ver el corazón; esa necesidad de escribir acerca de lo que nos sorprende o enamora es lo que nos empuja a el verdadero conocimiento de nuestro propio interior.

4) ¿Puede el poeta esconder más de lo que siente, mostrar sólo lo que desea con afán didáctico? (Me refiero a la falta de sinceridad, al miedo que causa la sensación de desnudez, a la verdad sin tapujos… a entregarse al lec-tor).

La vida siempre es mucho más rica que la literatura. Nosotros sentimos mucho más de lo que podemos escri-bir. Esto siempre es menos. El más genial de los poetas del mundo sólo es capaz de expresar como mucho, el diez por ciento de lo que siente. Lo que nosotros sen-timos, vivimos, padecemos, entre otras, es tan intenso como difícil de expresar. En ese sentido, somos pobres porque la literatura por muy importante que llegue a ser, jamás tutea a la vida o a la existencia; además como dije antes, la poesía, o la escritura en general, nace de la necesidad por contar, por descubrirse a uno mismo, de ahí que jamás pueda pretenderse un afán didáctico a partir de nuestras propias emociones, sino simplemente comunicar.

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POESÍA

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Francisco Martín Cuéllar

5) Has afirmado buenos augurios para la poesía, pero en los tiempos que vivimos donde los índices de lectura arrasan con sobrada mayoría desde la narrativa, ¿cómo es posible?

En el mundo de la poesía no hay tantos intereses como en la novela. El poeta anda más tranquilo, que, aunque también tiene su política, es mucho menos corrupto que la novela. Lo que siempre he querido decir, es que queda todavía para el creador de poesía la esperanza de esa libertad de que nadie te presione. Goza de salud por su libertad, pero últimamente se está cayendo en otro tipo de poesía y ésta no puede venir marcada. En definitiva, creo que la poesía marcha bien, sin dema-siadas presiones. Hay muchos sitios para publicar y eso ayuda a los poetas. Si tienes algo que decir, hay multitud de posibilidades para hacerlo.

6) Miguel Hernández decía que se puede hacer poesía sin apenas saber escribir, aunque comúnmente se asocia la labor poética al escritor culto.

Desde el punto de vista del fondo, sí. Pero, ¿en-tenderías que un arquitecto pudiera hacer su casa sin haber hecho la titulación?, o bien ¿un médico operar una apendicitis sin haber pasado por la facultad de medicina? Es decir, hablo de forma-ción. Para conocer los secretos o técnicas del lengua-je, medio necesario para hacer poesía, se suponen tus conocimientos sobre el mismo. No es necesario hablar de personas cultas, pero sí ser personas que entiendan esas técnicas o esos secretos. Aunque es verdad que hoy día hay miles de poetas que no tienen una gran formación, y ahí están sus libros que son auténticas obras literarias.

7) Venimos hablando de formación, técnica, secretos del lenguaje… Pero para ti, lejos de tecnicismos, ¿qué debe comunicar la poesía?

El conocimiento propio del poeta. La poesía es sinó-nimo de necesidad vital, el poeta siente la necesidad de escribir porque quiere comunicarse con el mundo. Cuando tú escribes, profundizas en ti mismo, en ese acto te conoces, pero surge el afán misterioso de co-municar, que crees que son únicos, pero son los mis-mos que tienen los demás. Por eso la única poesía que perdura es la que realmente comunica algo.

8) Sin embargo la literatura que se ha consolidado estos días en las librerías no es precisamente la que cumple la labor de trasmitir un mensaje, de hacer pensar, en definitiva, y por tanto identificarse.

La que prima hoy en día es la literatura de digestión, la que cuenta una historia bien narrada, pero no hay literatura. La literatura es difícil de leer. Los editores buscan el mismo tipo de lector que sienta en su casa a la hora de la sobremesa para ver un film. Prima la literatura de ocio. Se cuentan historias, pero sin exce-sivas dificultades estilísticas, que no produzca pensar

demasiado. Se busca una literatura que no aburra al lector, sin embargo, yo prefiero una literatura que me haga pensar. Ese tipo de libros son planos, muchos có-digos y muchas espadas, que están arrinconando a la verdadera literatura. Pero no ello podemos despreciar a los autores, que existen, por que realmente defienden y crean verdadera literatura. La prueba está en que son estos últimos los que trascienden. Pongamos por caso a los hermanos Argensola, contemporáneos de Cervan-tes, que no tenemos más noticias de ellos que la de una calle en Madrid.

9) ¿Podrías citar alguno de esos autores que han sido marcados por el olvido y que sus versos han dicho mu-cho más que esos otros tan conocidos?

Hay poetas como Antonio Gamoneda, que ahora es muy conocido, pero durante muchos años fue casi despreciado, ignorado, y es uno de los grandes poe-tas de la generación del cincuenta. Otro caso también muy interesante y más cercano, es el grupo Cántico. La gente ni siquiera los miraba en los años 40 y 50. era otro tipo de poesía, el comienzo de la poesía so-cial. A estos se les consideraba como ‘estetas’, que al fin y al cabo es lo que se hace ahora, que no es nada más que hablar de la vida, de la muerte, del amor… También le paso a Góngora. El tiempo hace justicia, como dicen por ahí.

10)Su tercera novela ya ha visto la luz, La Alquimia del Unicornio, ¿se siente más seguro cuando publica poe-sía que cuando lo hace con la novela?

Es verdad que soy algo novato en este tema, aunque tengo publicadas dos novelas anteriores. Toda la vida llevo escribiendo poesía. Pero no podemos caer en la mentira sobre el que escribe poesía no puede escri-bir cualquier otro tipo de género. De eso nada. Una persona que se dedica a la literatura puede cultivar todos. Tu intención es crear, ahí radican los vasos co-municantes. El escritor tiene deseo de comunicar. No me siento ni más seguro ni menos seguro. A algunos le gustarás como poeta y a otros le gustarás también como novelista.

11)¿Podías desvelarnos algunos datos sobre La Alquimia del Unicornio?

Trata sobre el camino de la mortalidad y de la inmor-talidad, realidades virtuales, fantasía, bajada a otros mundos... Ramón Pino, un hombre de 40 años, sufre una crisis existencial en pleno 2005. Hace tiempo que escuchó hablar de la alquimia. Viaja hasta Londres y descubre a dos chicas que le harán llegar hasta Nicolas Framel, alquimista del siglo XIV, del que se difunde el rumor que sigue vivo y reside en Milán. En el fondo es una búsqueda del amor a través de la inmortalidad, o la consecución de la inmortalidad a través del amor.

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POESÍA

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España ha sido y sigue siendo un país de contrastes. No se puede dar vuelta de página y comenzar a escribir la nueva Historia, sin más, cuando perduran los viejos enco-nos polarizados. Quizá a fecha de hoy el distanciamiento no sea tan patente, pero es innegable que en la memoria colectiva perdura el aliento que nos ha traído hasta aquí.

No hay que olvidar que en el siglo XIX España fue a tal punto enfrentada consigo misma que vio en la centuria tres guerras carlistas, de las que se derivaron sus propios regímenes políticos, sociales y culturales, todos ellos padres del sangriento episodio del siglo XX y sus con-secuencias, así como de la pérdida de las colonias de ultramar en 1898.

Lamentablemente en este periodo al que nos ceñimos –el trán-sito de los siglos XIX al XX- muchas voces quedaron perdidas del rigor histórico en medio de los de-bates de salón y las trasnoches de taber-na, ejemplificando una vez más la mala costum-bre de los escribas y sus olvidos, mermando en parte la noción de dónde venimos y hacia dónde nos es posible caminar.

Este olvido causado es mucho más pa-tente en las artes que en la política, llenando las hojas en blanco de los libros de Historia postergada con tinta invisible, esperando que algún día se recuperen las voces perdidas en medio de la vorágine de los acontecimientos sociales. Prueba de ello es la figura del poeta pontanés Manuel Reina.

¿Cómo explicar la aparición de las generaciones litera-rias del primer tercio del siglo XX sin un puente conductor que uniese la tradición realista a las vanguardias? ¿Acaso nuestra ceguera es tan grande y nuestro conformismo tan colosal que aún creemos, y es más, justificamos, la gene-ración espontánea?

Todo hecho trae consigo una serie de circunstancias que le preceden y condicionan su desarrollo. ¿Por qué entonces esta falta de ansias de conocimiento? ¿Acaso el acomodamiento vital llega a empantanar los territorios de la Literatura? Pareciera que sí.

La figura de Manuel Reina es crucial para comprender la eclosión de la poesía del siglo XX, no sólo porque ade-más de poeta fue político y hasta mecenas de los inte-grantes de la generación del 98, sino porque su vida anda

a caballo entre épocas, lo que le excluye de corrientes determinadas y generaciones

más que conocidas.Para estudiar su obra nos es preciso analizar su vida y las

condiciones en que se desa-rrolla. Manuel Francisco de Asís Reina Montilla nace en Puente Genil, Córdoba, el 4 de octubre de l856, hijo del hacendado Ma-nuel Reina Morales, pieza fundamental del aconte-cer futuro del poeta, ya que la figura paterna será

modelo a seguir. El padre era el jefe local del Partido

Moderado y por tanto conce-jal o alcalde en la infancia de

Reina. Quizá sea ésta la razón principal de la decisión del poeta

por el estudio del Derecho, requisito casi imprescindible para acceder a la política de la

época. La familia, perteneciente a la clase media-alta acomodada de la región, encauzará hacia dos ámbitos su vida. Por un lado el futuro vital que correspondía a su clase, por otro, la necesidad de la poesía como vehículo para desarrollar su vocación.

Tras sus primeros estudios en el internado de los esco-lapios de Archidona, Reina se matricula primero en Me-dicina por la Universidad de Sevilla y después por la de Córdoba, carrera que abandonará para cursar Derecho en Granada y posteriormente en Madrid. A su llegada a la capital, en 1874, publicará su primer poema en la revista ‘El Bazar’, observando los últimos coletazos de la Primera

Ángel Remis

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República mientras el padre contribuye en provincia a la restauración borbónica de Alfonso XIII, secundando en Córdoba los proyectos de Cánovas.

Para los primeros años de Restauración en 1877, Rei-na contrae matrimonio con Francisca de Borja Moguer Gálvez, hija única de un próspero agricultor y boyante hombre de negocios pontanés, y publica su primer libro de poemas, Andantes y Alegros, prologado por José Sal-vador de Salvador. Colaborando ya para entonces en La Ilustración Española y Americana comienza a relacionar-se en Madrid con amistades pertenecientes al círculo de autores que eran, en general, mayores que él y también emigrantes, especialmente de Andalucía, a la capital del Reino. En 1879 fallece su suegro y la mujer hereda un im-portante patrimonio, lo que permitirá al poeta dedicarse definitivamente a la política y a la literatura.

A principios de 1882 Reina compra en Málaga la revista Andalucía y la traslada a Madrid con el nombre de La Diana, en el que en su primer número de febrero firma un manifiesto de intenciones en el que se decla-ra al servicio de la Restaura-ción de Alfonso XIII. La rela-ción que nace aquí con otros escritores de la época, cola-boradores algunos de la revis-ta, como Clarín, Pérez Galdós, Juan Valera, Fernández Shaw, Salvador Rueda, entre otros, va introduciendo al poeta dentro de los círculos sociales y políti-cos madrileños donde aparece como fiel contertulio del Bilis Club, el Café Fornos, Apolo y el Ateneo de la calle Montera. Gracias a la calidad estética y la novedad de los artículos, poco a poco La Diana comienza a perfilarse como una de las más novedosas revistas de la época, declarada “la niña bonita de la prensa española” por Fenanflor.

El Teatro Español de Madrid representa en 1883 el monólo-go en verso El dedal de plata, única pieza dramática publicada del autor. A finales de enero de 1884, casi a dos años exactos de andadura, La Diana, cierra definitivamente coincidiendo, y quizá debido a ello, con la muerte de la joven mujer de Reina, que lo ha dejado a cargo de tres hijos pequeños.

En 1886 comienza una etapa en la que centrará sus esfuerzos en la vida política siendo elegido Diputado del Congreso por la Circunscripción de Montilla, desde donde abogará por la economía, la beneficencia, las bellas artes

y la educación. Defiende que la enseñanza elemental sea obligatoria para todos los españoles, en una época en que tres cuartas partes de la población es analfabeta, promue-ve la educación física de los niños en los colegios e insiste en que se creen escuelas superiores de mujeres. Consigue, además, la aprobación de la ley por la que se prohíbe la mendicidad de los menores de quince años, llegándole un retrato con la dedicatoria “Besos de Marianela y Celipín”, de manos de otro diputado novel, Pérez Galdós.

En 1892, después de haberse enfrentado al Gobierno de 1889 alineado a Gamazo dentro del Partido Liberal dividido, donde al año siguiente cae Sagasta y con él las Cortes de 1886, es obligado a renunciar, después de haber sido de-clarado vencedor por el distrito de Lucena, lo que causa el escándalo y amenaza con motines en Puente Penil. El Par-tido denuncia el “pucherazo” ante el Congreso pero en el

momento de discusión del acta se disuelven las Cortes. Reina protagoniza, al parecer, un in-tento de suicidio y su familia le pide encarecidamente su re-tirada de la vida política. Gra-cias a ello reanuda su creación literaria, durante años dismi-nuida, reuniendo su producción dispersa desde 1878 en un libro prologado por Núñez de Arce, La vida inquieta (1894), donde aparece por primera vez expues-ta la poesía que más tarde se conocerá como Modernista.

La poesía de Reina era mar-cadamente culterana ya que el autor poseía unos conocimien-tos de literatura europea bas-tante adelantados a los de sus compañeros de letras contem-poráneos. A él debemos, ni más ni menos, la introducción de

Baudelaire en España. Podemos observar a lo largo de su obra tributos a figuras que consideraba base fundamental de la historia de la poesía, como Rollinat, Espronceda, Mil-ton, Byron, Heine, Musset, Leopardi, Dante, Shakespeare, Garcilaso y hasta Pushkin. Es toda esta asimilación lo que dará como resultado la creación de los primeros versos del Modernismo español, seguidos después por Ramón María del Valle-Inclán, Manuel Machado y Francisco Villaespesa entre tantos más; tan sepultados los de Reina bajo las figuras harto estudiadas y bien meritorias del Modernismo Hispanoamericano como las del chileno Rubén Darío, el mexicano Salvador Díaz Mirón, el argentino Leopoldo Lu-gones, el boliviano Ricardo Jaimes Freyre, etc.

Ángel Remis

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Ángel Remis

Será 1895 un año marcado por el reconocimiento a la poesía de Reina, siendo nombrado por unanimidad Académico de la Academia Sevillana de Buenas Letras y también de la Academia de Ciencias y Bellas Letras de la República del Salvador. Gracias al gran éxito de la compilación de su obra, comienza una nueva etapa de ímpetu creador con La can-ción de las estrellas (1895); Poemas paganos (1896); Rayo de Sol, poema y otras composiciones (1897) y El jardín de los poetas (1899).

Hasta 1903 Reina no vuelve plenamente a la vida política, al menos a la primera fila, ya que desde 1898 es reque-rido para su postulación al Congreso por Lucena, donde pierde las elecciones frente a Vega de Armijo, siendo después nombrado Senador por Huelva.

Para entonces Reina está muy decaído, es diabético, ha perdido casi por completo la visión y le acompaña una marcada cojera producida por un accidente de tranvía causado

por la casi ceguera que padece. Pese a los estigmas de su cuerpo, Reina consigue uno de sus sueños: reunir una pinacoteca

de artistas contemporáneos en la que cuelgan obras de Sorolla, Cecilio Plá, Jiménez Aranda, Nogales,

Simonet, Manuel Domínguez, Marcelino Unce-ta, Álvarez de Sotomayor, Moreno Carbone-ro, Romero Barros, entre otros.

Cuando la entrada en la Real Aca-demia era un clamor entre los escri-tores, apoyado por Pérez Galdós y Maura entre otros, y se disponía a emprender un viaje por His-panoamérica donde sus letras siempre fueron bien acogidas y estudiadas, muere en su pueblo natal el 11 de mayo de 1905. Sus hijos, como ho-menaje póstumo, reunieron

los manuscritos sin publicar y editaron su último libro, Robles

de la selva sagrada.Es encomiable la labor desarrollada en

el complejo estudio de la figura de Manuel Reina por Santiago Reina López en su libro Manuel Reina:

Catalogación completa de su obra. Análisis de su poesía en el tránsito al Modernismo, fuente primera que constituye

el esqueleto de este ensayo y sin la cual el conocimiento de la obra del poeta sería aún más complicada a las generaciones venideras ya que permanece aún hoy relegado y casi desco-nocido. Es triste reconocer que uno de los abanderados del Modernismo español sin el cual seguramente el curso de la poesía del siglo XX habría tomado un camino distinto, no haya sido elevado al puesto que se merece, en honor de

una ganada justicia, aunque sea tardía.

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POESÍA VISUAL

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LA C

OM

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Oda a Marx, 1983

poesía

vis

ual

JOAN BROSA

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POESÍA VISUAL

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poesía

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VERÓNICA MORENO

JOSÉ

MA

RÍA

ÁVI

LA

Invertida

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TEATRO

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La honda voz de Alfonso Sastre nos despierta en sus Notas para una sonata en mi (menor): “Vivimos los escritores de teatro por debajo del mínimo desea-ble. Los directores de hoy se están dedicando a Lor-ca y Valle-Inclán. Van retrasados en relación con la literatura dramática. Nosotros estamos escribiendo para un teatro futuro”.

¿Qué sucede en el panorama del teatro actual? Bien expresa Alfonso Sastre, no sólo para los drama-turgos, sino para el público conciente en general, el sentimiento que acompaña al análisis del mundo de la escena en España.

Ricardo de Luis García de la Rosa, Santiago Echeverría Berdayes

- Nuestro español bosteza ¿Es hambre? ¿Sueño? ¿Hastío?

Doctor, ¿tendrá el estómago vacío?- El vacío es más bien en la cabeza.

Antonio Machado

Quizá debamos la pobreza en creación teatral al énfasis en la revitalización de textos considerados clásicos, que ha dado como resultado una crisis en la producción de textos dramáticos. Para dar res-puesta al por qué en la actualidad la mayoría de las representaciones corresponden a obras de autores, fallecidos ya todos ellos, debemos primero analizar el acontecer histórico del último siglo. El mundo es un gran teatro y el teatro es el arte más adecuado para representar la vida, reflejo de los hechos donde se desarrolla.

Hay que recordar primero a una de las rocas que cimientan el penúltimo desarrollo del teatro espa-ñol. Nos referimos al otro genio manco, el multifa-cético gallego Ramón María del Valle-Inclán. Gracias a su despego de cualquier planteamiento comercial en la creación de sus obras, nos legó un teatro inno-vador, crítico, profundamente original en el que las tablas son un espejo de la realidad, pero en este caso un espejo deformante; el llamado Esperpento, con el que vino a revitalizar con su culminante Moder-nismo las aguas anegadas del Romanticismo espa-ñol que no pasó de ser un movimiento arrebatado, con apenas quince años de presencia en el teatro. La guerra de Independencia y el posterior absolutismo de Fernando VII retrasaron la aparición de un movi-miento que tenía tintes altamente revolucionarios, quedando así pausada su evolución hasta la llegada del pontevedrés.

Orgullo inflama nuestros corazones al recordar la compañía de Margarita Xirgu, de raza casi extinta, que estuvo dispuesta a jugarse el dinero y el prestigio en el descubrimiento de nuevos autores y en innova-ciones estéticas. Excepcionales son hoy los casos de producciones que prolongan este modelo. Idéntico

Título: “Pedro Petrificado”

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TEATRO

silenciado y postergado, hallando muchas veces sus estrenos clausurados. Fernando Arrabal, mien-tras tanto, autoexiliado en Francia desde 1957, crean-do el teatro pánico y vol-viendo de vez en cuando su dolorida mirada hacia España.

En las postrimerías del franquismo, desde la década de 1960 hasta la caída del régimen, los grupos independientes contribuyeron a dinami-zar la vida teatral española, de donde surgen y se nutren figuras como Miguel Narros, Nuria Espert o Lluís Pasqual; directores de los teatros nacionales posteriormente, recuperando en sus programaciones a los autores del 98 y de princi-pios de siglo, como Lorca o Valle-Inclán.

Llegados a este punto pareciera que el tiempo para con el teatro se detiene en un eterno coti-diano y su acontecer se embarca en la deliciosa balsa de la contemplación, sin apenas intentar promover nuevos cambios, a excepción de unos cuantos ejemplos, como La Fura dels Baus, que en la lectura de su bando de intenciones se pre-senta como “organización delictiva dentro del panorama actual del arte”.

Habrá que agradecer la honradez y la gracia que nos regalan con estas palabras, pero más allá queda la lectura profundísima de sus actos, que a través de sus montajes nos demuestran que en el teatro es posible añadir elementos evolutivos como la inclusión de la fotografía, el vídeo o la pintura, acompañado de la inte-racción con el público, vivificándolo. Cuestio-nándonos en cada nueva representación hasta dónde llegan, o se separan, las fronteras entre teatro y espectáculo.

Es cierto que no en todos los textos llevados a escena pululan los gusanos de la putrefacción, o el amarillento del papel envejecido, para los más susceptibles. Pero, ¿de quién hablamos? Tan sólo tenemos algunos ejemplos de produc-ción que, cíclicos como las reencarnaciones en la filosofía budista, cambian de nombre pero no perduran cuando la miseria se presenta in-dómita, encarnada en facturas impagables, o, por el contrario, su alter-ego el poderoso caba-llero Don Dinero toca a las puertas de los va-lientes encalando su memoria con la blancura del vacío.

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Ricardo de Luis García de la Rosa, Santiago Echeverría Berdayes

sentimiento merece El Búho de Max Aub y La Barraca de Eduardo Ugarte y García Lorca, donde el principal pro-pósito fue llevar a los lugares más arcaicos y alejados el gran teatro de los autores clásicos occidentales. Era un teatro de urgencia cultural que recorrió la Península Ibéri-ca testimoniando con creces la validez social y cultural de su misión escénica. García Lorca explicaba: “el verdadero público de nuestro teatro está en los extremos: las cla-ses cultas de universitarios de formación artística, por un lado, y el pueblo más pobre, incontaminado, virgen y fér-til a los picotazos del dolor y a las caricias de la gracia”.

A la llegada del episodio más sangriento de nuestro siglo, quedó nuevamente truncada toda vía de desarro-llo normal para nuestro teatro. La censura significó, de una parte, la castración de la naturalidad del lenguaje y la amputación de lo que realmente se deseaba trasmitir; de otra, el dinamismo de la inventiva para saltar por encima de sus barreras.

Miguel Mihura escribió en 1932 Tres sombreros de copa, que no se representó hasta veinte años después, época en que el teatro del absurdo emergía como voz com-bativa contra el acomodamiento realista en el resto de Eu-ropa. Mientras tanto, nuevamente el Teatro Universitario clamaba por ser escuchado. Allí encontramos a Sastre

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TEATRO

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Una vez rescatada la memoria, harto meritoria, de los grandes maestros postergados durante el os-curantismo vestido de uniformidad marcial no sólo en las telas, las ansias de escuchar las nuevas voces que conduzcan los sentimientos de esta generación, tan lejana ya a los planteamientos decimonónicos de nuestros antecesores, crecen a la par de la inci-piente desilusión causada por la falta de efectivos referentes. Podemos entender ahora, por ejemplo, lo sucedido con Casona a su vuelta del exilio america-no en 1962, cuando, quizá, los nuevos hijos venidos después de la guerra esperaban encontrar en su tea-tro ese acto que levantara el telón de la esperanza, doblegada por el yugo y las flechas, quedando final-mente desencantados por esa otra historia, la de la derrota inexorable.

¿Somos nosotros, los favorecidos por el Estado del Bienestar Occidental, los que desviamos la mira-da para no enfrentarnos a esas voluntades que cla-man desde su ser más profundo para mostrarnos la realidad doliente que nos rodea? ¿Qué credibilidad tienen entonces las voces agoreras que presagian la nulidad del pensamiento crítico en el teatro? ¿Hasta cuándo desearemos, nosotros pueblo, abanderados estridentes del acontecer diario, vernos observados en las arenas desnudas de nuestro Circo y aceptar esa otra visión verdadera, no deformada por place-bos, de nuestras lacras?

Lamentablemente tenemos la concepción de que el teatro es un entretenimiento para un público burgués que acude a hacer gala de abrigos y sonri-sas a las puertas de los santuarios de la actuación, haciendo exuberante muestra de la etimología del griego Theatrón, “lugar para contemplar”; sólo que esta vez para ser contemplados. Tal vez no estemos muy equivocados si nos dejamos llevar por las apa-riencias, pero si realmente nos atrevemos a criticar, antes debemos asumir el papel que nos corresponde y nos da crédito: promoviendo; y nuestro trabajo, antes que encasillar un arte, convendría ser perder-le el respeto, en el mejor de los sentidos, es decir, acudiendo al teatro como se va al cine, sin tantas ceremonias, para asimilar, ahora sí, toda la esencia que entraña y trasmite si entregamos plenamente nuestros sentidos.

Título: Vade Retro

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TEATRO

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La obra en verso, El Dedal de plata, de Manuel Reina, se repre-sentó en su ciudad natal, Puente Genil, con motivo del 150 aniversario de su nacimiento, bajo la dirección del cordobés José Antonio Ortiz, y con la interpretación de Carmen Rey.

La puesta en escena fue arriesgada, ya que desde su estreno en el Tea-tro Español de Madrid en 1883 no había sido llevada nuevamente al teatro. La novedosa creatividad, entendiéndose de un monólogo en verso, por parte del director, así como la seria interpretación de Carmen Rey, todo sentimiento, dejó a los presentes entusiasmados con la plasticidad de la acción.

ofrece estas páginas a las obras de los autores noveles que guardan sus escritos en las profundida-des de los cajones por la desesperanza que imprime un medio tan competitivo y feroz. Queremos convertirnos en puente entre el autor y el público, sin los condicionamientos propios de una determinada línea editorial; es por ello que lanzamos la invitación a los lectores para que participen con nosotros enviándonos sus textos (cuento, poesía y poesía visual).

Correo electrónico: [email protected] Postal: C/. Escritor Rafael Pavón, 3 - 14007 CóRDOBA - Andalucía - España

El VERSO hecho TEATRO

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TEATRO

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“A través del teatro no se expre-san sólo los creadores sino la so-ciedad contemporánea.” Así nos recordaba el dramaturgo mexicano Víctor Hugo Rascón -en su mensa-

José Antonio Rojano Mora

Este pequeño espacio se abre libre en sí mismo para dar voz a los jóvenes autores teatrales españoles. A con-tinuación reflejamos las consideraciones propias del dramaturgo Antonio Rojano Mora (Córdoba, 1982), Premio Nacional de Teatro Calderón de la Barca 2005, Premio Marqués de Bradomín 2006 y Ganador del VIII Concurso Bianual de Jóvenes Autores Miguel Romero Esteo para la joven dramaturgia andaluza (2006).

najes que se mueven por impulsos a veces ilógicos o antinaturales contra ellos mismos. Personajes que tradicionalmente no salen bien parados, aunque ellos siguen luchando, siguen intentándolo. Otros, a veces, no hacen nada por remediar su situación y se dejan llevar como épicos luchadores estáticos. Todos son hombres de un universo global al que per-tenecemos. Son miembros de una sociedad por más espacio vacío que exista entre ellos. Hombres que pertenecen a nuestro tiempo.

je del Día Mundial del Teatro- uno de los pilares bá-sicos sobre los que el teatro actual debe sustentarse. La escena no es sólo un coto privado para artistas, escritores o directores de escena; es un espacio, ante todo, donde la sociedad debe mostrarse tal y como en realidad es, sin máscaras y en paños menores. No hay que hacer un teatro diferente, hay que hacer teatro.

Para comprender la importancia actual que debe cobrar la temática social en el teatro moderno tan sólo debemos recordar algunas ideas que diferencian a la literatura dramática de los otros géneros (poesía, narrativa, ensayo). El acto teatral se realiza ante una audiencia. El público asiste a una reunión concerta-da. El individuo se transforma en comunidad en el patio de butacas. La sociedad asiste a la llamada. Por ello el texto dramático tiene la prioridad de expresar y contar aquello que ocurre en la sociedad, aquello de lo que adolece, mostrar sus miserias, desnudarla. Pero, ¿quiere el hombre del siglo XXI, el hombre del progreso y de la tecnología, conocer de la boca de un comediante qué es lo que hace mal? ¿Quiere el pú-blico saber toda la verdad? Quizá sea esa la labor de los hacedores de teatro: utilizar al hombre contem-poráneo para enseñar al hombre contemporáneo.

Ésta siempre ha sido una de las normas obligadas en mi teatro. Las dos últimas piezas dramáticas que he escrito, Sueños de arena (Centro de Documenta-ción Teatral, Ministerio de Cultura, Madrid, 2006.) y La decadencia en Varsovia, tratan de individuos que todos podemos reconocer, hombres con los que nos hemos cruzado alguna vez en la calle, en un bar o en la puerta de al lado de casa. Todos son persona-jes sin rumbo, atrapados, al borde de estallar. Perso-

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A TÍTULO PERSONAL

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“Mi historia no es agradable, no es suave ni armo-niosa como las historias inventadas; sabe a insensa-tez y a confusión, a locura y a sueño, como la vida de todos los hombres que no quieren mentirse más a sí mismos... Hoy sé que ya muy bien que nada en el Mundo repugna tanto al hombre como seguir el camino que ha de conducirle a sí mismo”. En estas breves líneas de la novela Demian o Historia de la juventud de Emil Sinclair del maestro Hermann He-sse (1877 – 1962) podría resumirse la obra.

Como reza el subtítulo, esta es la narración de la juventud de Emil Sinclair, o más bien de su tran-sición de la pubertad a la adultez. Un proceso de crecimiento y forja individual y consciente de la personalidad definitiva fuera de la monotonía gene-racional, donde los procesos sociales europeos que culminarán en la Gran Guerra (1914-1919) lleva-rán a nuestro protagonista a hacerse a sí mismo, no siempre sin dolor, a base de renunciar a verdades incuestionables

En este proceso Emil Sinclair conocerá a Max De-mian, luz e ímpetu, verdad y conocimiento, quien le descubre su propia luz interior y le enseñará a enca-minar su fuerza personal para elevarse más allá de las incógnitas que alguna vez pudieron aterrarle de tan solo pensarlas.

En la novela se percibe la clara influencia de la obra del psiquiatra suizo Carl Jung, al que Hesse descu-brió en el curso de su propio, aunque breve, psicoa-nálisis. La lucha por la verdad tendrá que salvar los aterradores pozos de las conformidades asentadas en el inconsciente colectivo para erigir los nuevos ci-mientos del individuo y de la nueva sociedad que ya no cree en nada. “(La guerra) revelará la miseria de los ideales actuales y obligarán a derrocar toda una serie de dioses de la edad de Piedra. Este mundo, tal y como es, quiere morirse y se hundirá”.

Definitivamente una obra excepcional donde sólo algunos sabrán reconocer y reconocerse en el “estig-ma de Caín”.

Ángel Manuel Remis Saucedo

DEMIANHistoria de la juventud de Emil SinclairHermann Hesse

El mundo puede resultar mágico, no para quien lo vive como tal, sino para quien espera en él libertad, sueño incomprensible para los que creen tener lo más permisible de la vida: el amor. Así está el poeta, marcado por lo más puro y sustancial de ese senti-miento, enseñando la necesidad vital y existencial de cambiar lo que le encierra. Es libre, se siente libre, más que ninguno, pero casi abatido por la intrínseca descortesía del hombre, por la falta -e ignorante- sa-piencia de un sentir devastado por la empatía propia de la época.

En este libro, Miguel Hernández desvela la apatía inmunda de los hombres de servirse a sí mismos como fieras ante la pasividad descomunal de lo que acontece: dolor, muerte… No sólo hay que ahondar en la maestría de sus versos para comprobar la fra-gancia sublime de lo que él respira en ese tiempo, sino en la copiosa virtud de la celebérrima y perdida sinceridad, olvidada por muchos en aquellos años de guerra. La desnudez del poeta se abre al lado más humano y menos metafórico, pero porque enseña la endogamia perfecta de ese sentir que habita en sus días. Poesía pura y sustancial, vital y existencial, como el amor.

El hombre acecha es la crudeza latente de un sen-timiento postergado a la desolación insana y mal-trecha de la ruin soledad que sufre el mismo poeta, pero con la esperanza de que los hombres algún día sepan ver un mundo mágico, y no de fieras alocadas ansiosas de atrapar a la presa más débil, algo muy apropiado en nuestra era.

El libro se compone de 19 poemas. El más corto es de 14 versos, mientras que el más largo está com-puesto de 144. En total, el poemario contiene 993 versos.

M. Cuéllar

EL HOMBRE ACECHAVersos que lamentanun mundo inhumanoMiguel Hernández

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A TÍTULO PERSONAL

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Es difícil intentar clarificar la personalidad de Kawabata (1899-1972), de la cual se desprende el sen-tido de la pérdida y del pesar que funcionan en su escri-tura. Quizá el desconsuelo sea el nexo común entre su literatura y su vida, marcada por la orfandad temprana. Él mismo definió su obra como un intento de hallar la armonía entre el hombre, la naturaleza y el vacío.

Tras encabezar importantes movimientos culturales del Japón, como el grupo de los neosensacionistas de su juventud universitaria, es condecorado por la aca-demia sueca con el Nobel de literatura en 1968. Bien es sabido que el consagrado premio no siempre ha sido sincero baluarte cultural, si recordamos que Churchill lo recibió, por ejemplo. El mismo Kawabata en su dis-curso de agradecimiento titulado Del hermoso Japón, su yo, recuerda el suicidio de escritores anteriores a él que consideraba de mayor importancia para la conce-sión de tal honor, pero que habían cumplido ya el noble ritual cuando en 1968 el mundo occidental pretendió agraciarse con el Japón renovado de la II Guerra.

La Casa de las Bellas Durmientes es el relato del vie-jo Eguchi que accede a un mundo oculto y vedado lleno de prohibiciones, pues en esta casa tan sólo es posi-ble dormir junto a hermosas adolescentes sedadas, sin oportunidad para intentar nada más como le advierte la mujer de la posada: “No debía hacer nada de mal gus-to… no debía poner el dedo en la boca de la muchacha dormida ni intentar nada parecido”.

A través de las progresivas visitas a esta casa, poco a poco el protagonista va recordando sus años de ju-ventud gracias a los olores, al tacto, a las posturas de la jóvenes que duermen a su lado, y queda en el gusto del lector el sentimiento de añoranza de los años pasados, como tan bien trasmite Kawabata en las descripciones de los sentimientos y recuerdos de Eguchi al combinar una refinada estética japonesa con narrativa y erotismo psicológicos.

Bien se pregunta Vargas Llosa cuánto se habrá per-dido en el trasiego de los signos originales a los recios vocablos españoles, cuántos matices, alusiones, perfu-mes, referencias o mensajes. Seguramente se nos esca-parán muchos para poder comprender la totalidad de la obra desde una perspectiva occidental, pero quizá sea eso lo que la lectura de esta obra magistral nos impulsa a imaginar.

De la escritora Laura Gallego García, aquí tene-mos el primero de los libros de una saga que te su-merge en un mundo de fantasía que se compagina con la realidad. Fue escrito cuando todavía contaba con 15 años y poco a poco ha ido recreando un uni-verso lleno de detalles y color. El primer título rela-ta cómo un grupo de jóvenes exiliados lucha, desde nuestro planeta, contra una fuerza enemiga que ha tomado su mundo. Para ello contarán con la ayuda de la magia y la espada. Además de combatir contra el enemigo y defender a los exiliados, van a la bús-queda de un dragón y un unicornio, que pueden ser la llave que les abra las puertas de su mundo y con-seguir así hacer realidad la profecía referida a ellos.

Desde el primer momento te embarcas en una aventura trepidante donde poco a poco ves evolu-cionar a los personajes y descubres la trama que los envuelve.

Muy interesante y divertido, a mi parecer, para todo aquel que guste de la fantasía y tenga ganas de pasar un buen rato con un libro que te hipnotiza de principio a fin, haciendo que en cuanto lo acabas quieras leer la siguiente parte.

Aquí os dejo la sinopsis:El día en que se produjo en Idhún la conjunción

astral de los tres soles y las tres lunas, Ashran el Ni-gromante se hizo con el poder en aquel planeta. En nuestro mundo, un guerrero y un mago exiliados de Idhún han formado la Resistencia, a la que pertene-cen también Jack y Victoria, dos adolescentes naci-dos en la Tierra. El objetivo del grupo es acabar con el reinado de las Serpientes Aladas, pero Kirtash, un joven y despiadado asesino, enviado por Ashran a la Tierra, no se lo va a permitir.

José Antonio Garriguet Carmona

MEMORIAS DE IDHÚNLa resistenciaLaura Gallego García

Kawabata, al igual que Akutawa y Mishima, entre tantos más, como si se tratase de una tradición que no pudiese ignorar, terminó por suicidarse inhalando gas en su residencia de Zushi el 16 de abril de 1972. Él no dejó ninguna nota.

Santiago Echeverría Berdayes

LA CASA DE LAS BELLAS DURMIENTESYasunari Kawabata

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“En realidad, mis voces, mi inspiración, son las voces de la calle, la vida diaria, lo que nos pasa todas las mañanas, todas las tardes y las noches. Yo creo que todos te-nemos un fondo de tristeza de lo que no lo-gramos. En el fondo del alma o del espíritu tenemos un lugar donde los pensamientos duelen mucho, donde hay tristezas que no decimos a nadie, pensamientos de fracaso que tampoco comunicamos”.

Estas son las palabras de la mexicana Elena Po-niatowska sobre el origen de su inspiración: la ca-lle, lugar donde halla seres anónimos cargados de historias y lamentos. Esta polifacética escritora se encarga de poner voz a esos personajes que muy po-cos escritores desean expresar en las páginas de sus obras; merecen una atención destacada las mujeres, puesto que analiza con precisión el papel marginal de las mismas en una sociedad machista que hoy, por desgracia, sigue imponiéndose. En muchas de sus obras nos podemos encontrar personajes feme-ninos de todo tipo: mujeres extraordinarias, mujeres que aman con pasión o mujeres osadas que se ha-cen valer con la fuerza de su voluntad. Elena Ponia-towska es una de las escritoras más completas del mundo de la literatura femenina; ha tocado todos los géneros literarios (la novela, el cuento, la poesía, el ensayo) y también se ha interesado por cuestio-nes políticas, sociales y culturales. Su obra ha sido traducida a una decena de idiomas, ha sido incluida en diversas antologías y ha obtenido numerosos pre-mios nacionales e internacionales por su labor na-rrativa (entre ellos, el Premio Mazatlán, el Nacional de Periodismo, el Nacional Juchimán, el Alfaguara de novela, el Nacional de las Ciencias y las Artes…). Tal y como expresa la propia Poniatowska, ella es esencialmente periodista, si bien esta carrera fue el punto de partida de su vocación como literata. En España ha dejado de ser una desconocida, pues ya se han publicado tres obras suyas: La Piel del Cielo, Lilus Kikus y La Flor de Lis.

BIOGRAFÍAAna Patricia Moya R.

Su madre, Paulette, se llamaba en realidad María de los Dolores Amor Escandón y nació en 1913 en París, hija de una familia porfiriana exiliada tras la caída de la dictadura en México gracias a la revolu-ción de 1910. En París se casó con otro exiliado, el heredero de la corona polaca Jean Joseph Evremont Poniatowski Sperry, y como fruto de esa unión nació Hélène Elizabeth Louise Amélie Paula Dolores Po-niatowska Amor en el año 1932, heredera del título de Princesa de Polonia. A los nueve años de edad se traslada a la tierra de la familia materna con motivo de la Segunda Guerra Mundial. Su padre combatió alistado en el ejército francés y se reencontró con la familia al finalizar la contienda. Elena fue enviada a un colegio religioso de EEUU en 1949, del cual regresó a México en 1952 y, aunque estaba destina-da a casarse con un príncipe europeo, ella rechazó la imposición negándose a contraer matrimonio por

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motivos ideológicos y políticos. Ha trabajado para gran cantidad de publicaciones y es cofundadora del periódico La Jornada. También ha sido profesora de literatura y periodismo, se ha encargado de dirigir ta-lleres literarios de donde han salido las nuevas voces de la literatura mexicana e incluso ha dirigido cortos cinematográficos. Además de dar conferencias en prestigiosas universidades, ha sido nombrada Doc-tora Honoris Causa por las Universidad Nacional Autónoma de México, la de Mazatlán, Toluca, Co-lumbia y Florida. En la actualidad tiene tres hijos, vive en la ciudad de Chimalistac y sigue dedicándose a la escritura.

Su producción narrativa es abundante. En el 2001 consiguió el premio Alfaguara de Novela con La Piel del Cielo, la historia de Lorenzo de Tena, un hombre con talento para la astronomía que tiene que enfrentarse contra la burocracia, las desigual-dades sociales y la política; el protagonista también descubrirá la cara oculta de las personas, la de las pasiones y los sentimientos. De 1997 data Paseo de la Reforma, una novela que habla de los contrastes sociales de México y cuya protagonista femenina es Amaya Chacel, mujer fuerte y decidida que lucha por resolver los problemas de la baja sociedad. La noche de Tlaltelolco (1970) supuso la nominación a otro importante premio literario, el Xavier de Villau-rrutia, si bien fue rechazado por la autora. El libro narra los testimonios de las rebeliones estudianti-les de 1968; no se trata de una novela, sino de una compilación de testimonios (transcritos de manera textual). Es una de las obras más realistas y crudas de Poniatowska, que recoge en dichos testimonios las impresiones de los implicados en esos trágicos acontecimientos de la tarde del dos de octubre de ese año y que fueron consecuencia de la represión del propio gobierno mexicano. Hasta no verte, Jesús Mío (1969) es una historia con dos protagonistas: la propia Elena y Josefina Borquez, una planchadora a la que conoció en una azotea de la calle Revillagi-gedo y cuyas vivencias son escuchadas por la auto-ra con especial interés; la obra es un viaje hacía el mundo que les rodea a ambas, un mundo salpicado de recuerdos, de historias llenas de fatiga, dolor y cansancio, pero también cargadas de firmeza y de-terminación. Es una forma de reflejar la fortaleza de la mujer a través de las pésimas circunstancias del pasado. Con esta novela ganó el prestigioso Premio Mazatlán de Novela. En Querido Diego, te abraza Quiela y otros cuentos (1984), se centra en la apa-sionada relación de más de diez años que existió en-tre la pintora rusa Angelina Beloff y Diego Rivera,

BIOGRAFÍA

contada a través de cartas inventadas por la autora; pero es una historia amarga, ya que la artista le de-dicaba palabras y Diego nunca respondía a sus de-mandas de amor. De noches vienes (1979) es una colección de cuentos, relatos y reflexiones en torno a las relaciones entre los sexos y las clases de América Latina. Fuerte es el Silencio (1980) es una obra que reconstruye los hechos más destacados de la historia de México. La Flor de Lis (1988) relata la vida de una mujer de clase acomodada que se ve inmersa en las desgracias de la Segunda Guerra Mundial y donde se puede observar ciertas referencias biográficas con Poniatowska.

Tinísima (1992) es una investigación novelada de la fotógrafa Tina Modotti, conocida por sus relacio-nes amorosas con Diego Rivera; gracias a esta obra consiguió, de nuevo, el Premio Mazatlán. También ha escrito Lilus Kikus (1955), su primera novela de cuentos; Nada, nadie: las voces del temblor (1988) y Todo empezó en Domingo (1960), obra donde co-labora el socialista Alberto Beltrán y donde se mani-fiesta ya el compromiso con México.

Poniatowska es el ejemplo de la escritora compro-metida con las circunstancias de su tierra y de su tiempo, es también la que otorga voz a esas mujeres que no pueden hacerse escuchar por su condición o género. Sin duda, una autora completísima por la que vale la pena acercarse a su literatura.

Poniatowska es el ejemplo de la escritora comprometida con las circunstancias de su tierra y de su tiempo

Ana Patricia Moya R.

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